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Me comunicaron todo eso enseguida y decidí presentarme en la ciudad al
rayar el alba. Llegué, pues, de Tariquea al día siguiente hacia la primera hora y
me encontré al pueblo reunido ya en la sinagoga, aunque sin saber para qué
había sido convocado. Al verme aparecer de improviso, Jonatán y sus
compañeros se quedaron desconcertados; luego decidieron difundir el rumor
de que habían sido vistos algunos jinetes romanos en la frontera, en el lugar
llamado Homonea, a una distancia de treinta estadios de la ciudad. Cuando se
extendió esa noticia inventada por ellos, Jonatán y los suyos me suplicaban
que no permitiera que su país fuera saqueado por los enemigos; hablaban así
porque, con el pretexto de una ayuda urgente, se proponían alejarme y hacer
cambiar de opinión a la ciudad, poniéndola en contra mía.
Aunque conocía sus intenciones, consentí en ello para que los tiberienses
no pensaran que no me preocupaba de su seguridad. Así pues, me puse en
camino y como no encontré ningún rastro de los enemigos en el lugar
indicado, regresé a marchas forzadas y me encontré con que se habían reunido
la asamblea en pleno y la gente del pueblo, y que los hombres de Jonatán
estaban haciendo campaña contra mí, acusándome de llevar una vida
licenciosa y de no hacer nada para aliviarles el peso de la guerra. Para apoyar
sus palabras, presentaban cuatro cartas que, según ellos, habían recibido de las
gentes de los confines de Galilea, en las cuales solicitaban ayuda, porque en
un plazo de tres días tropas romanas de infantería y de caballería iban a
saquear su región; insistían en que no dejasen de lado el asunto y acudieran
rápidamente. Al oír esto, los habitantes de Tiberíade, pensando que les decían
la verdad, empezaron a gritarme que, en vez de quedarme sentado, debía ir en
ayuda de sus compatriotas. Entonces yo, que había comprendido la mala
intención de Jonatán y los suyos, dije que estaba dispuesto a cumplir sus
deseos y les prometí marchar sin dilación al lugar del combate; no obstante,
puesto que las cartas decían que los romanos habían atacado en cuatro sitios
diferentes, propuse dividir el ejército en cinco partes, y poner al frente de cada
una a Jonatán y a sus compañeros. Pues los hombres valientes no sólo deben
dar consejos sino asumir el mando ante una necesidad urgente, y yo solamente
podía mandar una división.
Mi proposición agradó mucho al pueblo, y aquéllos se vieron obligados a ir
a la guerra. Sus planes fracasaron estrepitosamente; no pudieron conseguir lo
que habían planeado pues con mi estratagema había desbaratado sus
proyectos.
Otra conspiración para apresar a Josefo