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vida_de_flavio_josefo

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a instalarse allí una guarnición romana, me concedió otro terreno en la llanura;

y cuando me disponía a partir hacia Roma, me aceptó como compañero de

travesía, tratándome con gran consideración. A nuestra llegada a Roma, recibí

toda clase de atenciones de Vespasiano. Me alojó en la casa que había sido

suya antes de subir al poder, me honró con la ciudadanía romana, y me asignó

una pensión; no cesó de honrarme sin que disminuyera su bondad hacia mí

hasta el fin de sus días, lo cual puso en peligro mi vida por causa de la envidia.

En efecto, un judío llamado Jonatán, que había provocado una insurrección en

Cirene ocasionando la muerte de dos mil personas de esa región a las que

había arrastrado, fue encarcelado por el gobernador de la provincia, y cuando

fue conducido ante el Emperador, le aseguró que yo le había proporcionado

armas y dinero. Pero Vespasiano no se dejó engañar por sus mentiras, sino que

le condenó a muerte, y aquél fue ejecutado. También, en otras muchas

ocasiones, gentes que envidiaban mi buena suerte inventaron acusaciones

contra mí, pero escapé de ellas gracias a la divina providencia. También recibí

de Vespasiano como regalo una importante propiedad en Judea.

Por ese tiempo, descontento de la conducta de mi mujer, me divorcié de

ella; me había dado tres hijos; dos de ellos han muerto, y el otro, al que llamé

Hircano, vive. Más tarde me casé con una mujer de raza judía que había vivido

en Creta; sus padres eran de linaje noble y muy conocidos en su país. Por su

carácter era superior a las demás mujeres, como demostró a lo largo de su

vida. Con ella tuve dos hijos, Justo, el mayor, y Simónides, el siguiente,

llamado también Agripa. Ésta ha sido mi vida familiar.

Mi situación con los emperadores se ha mantenido sin cambios. Así, a la

muerte de Vespasiano, Tito, que le sucedió en el Imperio, me tuvo en la misma

estima que su padre y en numerosas ocasiones se ha negado a creer las

acusaciones de que he sido objeto. El sucesor de Tito, Domiciano, aumentó

todavía las consideraciones hacia mí: castigó a los judíos que me habían

acusado y ordenó que fuera castigado un esclavo eunuco, el pedagogo de mi

propio hijo, que también me había acusado. Me concedió la exención de

impuestos por mi finca de Judea, lo cual representa una ventaja considerable

para el beneficiario. Domicia, la mujer del César, también fue siempre para mí

una gran benefactora. Esto es lo que he hecho a lo largo de toda mi vida. Que

los demás juzguen por ello mi conducta como les parezca.

A ti, Epafrodito, el más excelente de los hombres, te dedico el texto

completo de mis Antigüedades, y por el momento, pongo fin en este punto a

mi relato.

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