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Colaboraciones - Personal Telefónica Terra

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yando más las instituciones gobernadas<br />

por el pueblo.<br />

- Escuchado y escrito queda –certificó<br />

el más antiguo noble del lugar–.<br />

Todos los hombres disponibles<br />

se agruparon en tres columnas que bien<br />

camufladas y amparadas por la siniestra<br />

oscuridad de la noche se dirigieron cada<br />

una a su lugar ordenado, unos a la<br />

Picota, otros hacia la Loma del Cerrillo,<br />

quedando Paulino con sus aldeanos en<br />

el Carrascal. La hora fijada para el asalto<br />

sería la nona del tercer día a partir de<br />

esa noche, principio de la luna en cuarto<br />

menguante.<br />

Los dos días transcurrieron lentamente.<br />

Tábanos y abejarrones con su<br />

atosigamiento estaban pro d u c i e n d o<br />

abundantes sarpullidos en animales y<br />

personas. Las noches de aquel caluroso<br />

julio no le fueron a la zaga.<br />

Escarabajos y cucarachas con sus picaduras<br />

produjeron fiebres con vómitos<br />

pero la entereza de aquellos hombres<br />

les hacía mantenerse inmóviles para no<br />

dar el más mínimo motivo de alarma en<br />

los facinerosos. Paulino, aferrándose a<br />

su experiencia pastoril, sí había observado<br />

el silencio sepulcral en la nocturnidad.<br />

Ni un solo aullido de lobo, ningún<br />

gemido de zorra en celo, el trepar del<br />

gato montés sobre los rebollos, nada<br />

sólo quietud y un denso calor.<br />

A la hora fijada de la tercera<br />

noche, las huestes alustantinas habían<br />

comenzado cada una en su lugar destinado<br />

el acercamiento a Castil de Lobos.<br />

La oscuridad que reinaba no era dificultad<br />

para su avance, pues conocedores<br />

del abrupto terreno se confundían entre<br />

las sombras de las zarzas situadas en<br />

los ribazos que separaban barbechos<br />

de la mies a punto de recolectar. Las<br />

primeras avanzadillas ya habían llegado<br />

a la base del cerro por su parte norte.<br />

Paulino y sus hombres llegaron minutos<br />

más tarde. El jefe de la primera brigada<br />

se le acercó sigilosamente diciéndole:<br />

- capitán, hay dos mulas atadas<br />

en los primeros recovecos.<br />

Los dos hombres miraron con<br />

atención hacia el lugar indicado. A un<br />

gesto de Paulino una docena de milicianos<br />

se aproximaron hacia las acémilas,<br />

que no pareció importarles la presencia<br />

de extraños. Inspeccionado con meticulosidad,<br />

dieron el aviso para que el resto<br />

de la columna avanzara hasta ellos.<br />

Paulino en compañía de su primer<br />

alférez dio la orden de avanzar por<br />

el empinado e irregular cerro unos doscientos<br />

pies, y llegar hasta un pequeño<br />

descansillo situado el primer tercio de la<br />

cuesta. Parapetados sobre las escabrosas<br />

riscas y chaparras, Paulino comenzó<br />

a tener síntomas de nerviosismo e<br />

incertidumbre, haciéndole saber al alférez<br />

su estado de ánimo.<br />

- Me gustaría saber qué pasa en<br />

la otra parte. Estoy intranquilo –comentó<br />

casi en silencio–.<br />

- No te preocupes Paulino, nuestros<br />

hombres están preparados para la<br />

guerrilla. Ten confianza –lo consoló su<br />

alférez–.<br />

La misteriosa tranquilidad de la<br />

noche se truncó en unos instantes. Un<br />

hombre con dos flechas clavadas sobre<br />

un costado y viniendo de la parte oeste<br />

corría despavorido gritando alarmantemente:<br />

- Retirada, retirada, es una trampa,<br />

retirada.<br />

La sorpresa de los aldeanos fue<br />

tal que la situación comenzó a ser confusa<br />

y desconsoladora pues los hombres<br />

comenzaron a huir en desbandada.<br />

Flechas y piedras venían por doquier. El<br />

griterío de los bárbaros y despiadados<br />

facinerosos ahuyentaba las pocas fuerzas<br />

armadas que habían<br />

resistido al lado de Paulino. Al<br />

instante éste notó como un<br />

fuerte aguijonazo en su brazo<br />

izquierdo que comenzó a sangrarle<br />

de forma abundante.<br />

Una flecha sólo le había<br />

hecho un corte de forma milagrosa.<br />

Agarrándola con rabia<br />

la estrelló violentamente contra<br />

las riscas. Una especie de<br />

pringue le dejó la mano grasienta.<br />

Pasándosela por la<br />

nariz exclamó.<br />

22<br />

- Dios mío, veneno, es veneno.<br />

Comenzó a bajar tambaleándose<br />

y dando traspiés con algunos cadáveres<br />

que encontraba a su paso. La desigual<br />

batalla, decantada ya de forma total a<br />

favor de Pencos y Mastuerzos que acosaban<br />

y mataban cualquier ser viviente<br />

encontrado a su paso. Su fiel alférez y<br />

escudero había conseguido ropa de los<br />

facinerosos, donde pudo camuflar a su<br />

debilitado jefe. Conocedor del terreno<br />

logró llegar con sus fuerzas al límite a la<br />

entrada de la dehesa. A su espalda el<br />

panorama era desolador. Los bandidos<br />

seguían atropellando y persiguiendo por<br />

toda la zona a los indefensos aldeanos<br />

y milicianos. Recostando a Paulino<br />

sobre su hombro se adentró en el espeso<br />

rebollar.<br />

Al amanecer se encontraro n<br />

agotados y aislados en un paraje agreste<br />

y montañoso. Parecía imposible proseguir.<br />

Jadeando y jurando trataban de<br />

cruzar la extensa espesura donde no se<br />

veía tener fin. Paulino había perdido el<br />

sentido del tiempo. El alférez agotado y<br />

exhausto se dejó caer para descansar<br />

en un pequeño claro donde una escasa<br />

hierba serviría de cama para ambos.<br />

El fiel escudero, aferrándose a la<br />

lealtad que le unía al capitán, dejándolo<br />

cómodamente tumbado y camuflado<br />

entre la hojarasca se fue en busca de<br />

agua en alguna fuente cercana. Un<br />

machacar y crujir de hojas secas a su<br />

a l rededor hizo entreabrir los ojos a<br />

Paulino. La escasa luz del alba y su<br />

debilidad apenas le dejaba ver aquella<br />

figura esbelta y delgada que protegía su<br />

rostro con una gran capucha de cuero.<br />

Una amplia capa de manta raída le caía<br />

desde la cabeza a los pies.<br />

Asustado y atemorizado, Paulino<br />

intentó incorporarse echándose hacia<br />

atrás.<br />

- No tengas miedo –habló el misterioso<br />

personaje–, no voy a hacerte nada.<br />

Paulino, aunque en su poca lucidez,<br />

intentó buscar alguna arma entre<br />

sus ropas para defenderse, pero lo<br />

había perdido todo en la huida.<br />

El inesperado visitante colocó<br />

una mano sobre su hombro, mientras<br />

con la otra le ofrecía algo de beber en<br />

una copa de latón.<br />

- Bebe –le dijo–, te reconfortará<br />

y combatirá el veneno de tu herida.<br />

- ¿Qué sabes tu del veneno?<br />

¿quién eres? –balbuceó Paulino–.

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