Colaboraciones - Personal Telefónica Terra
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Cuando uno comienza a hablar del pasado más que<br />
del futuro, es que ya pinta canas, pero ¡oye!, si parece que<br />
fue ayer cuando íbamos a bañarnos en bicicleta al estanque<br />
de la Tejera. Claro que se lo cuento a mis hijos, que<br />
van a nadar en piscina cubierta, con monitores y todos<br />
esos adelantos modernos, y me miran con una cara como<br />
si hubiese vivido en la edad de piedra o poco más. Pues<br />
que sepan que aprender a nadar en el estanque de la<br />
Tejera constituyó una de las experiencias colectivas más<br />
ricas y emocionantes que podemos compartir un gran<br />
número de alustantinos y, por ello, para que no se olvide,<br />
voy a intentar recordar los avatares de dicha aventura.<br />
Todo comenzó a finales de los años sesenta, en<br />
aquella época del furor turístico en la que nuestras costas<br />
se poblaban de ávidos veraneantes, la mayoría extranjeros,<br />
en busca de sol y playa. Y claro, los chavales del pueblo<br />
no queríamos quedarnos fuera de la ola. Había que<br />
buscar un sitio donde bañarse, lo cual no era tarea fácil en<br />
un pueblo de secano. Exploramos varios estanques, y tras<br />
un intento fallido en el estanque de las fuentes de mi abuelo<br />
Victorio, que no había forma de llenarlo, porque los<br />
regantes de los huertos nos corrían a tortas a los chavales<br />
que intentamos usurparles una parte del agua de riego,<br />
parece que encontramos el lugar ideal en el estanque de<br />
la Tejera. Estaba un poco más lejos, pero teníamos una<br />
bicicleta pequeña con ruedas gordas para ir. Tras reunir<br />
una pequeña brigada infantil de limpieza, nos pusimos<br />
manos a la obra. La primera limpieza fue muy precaria.<br />
Quitamos las piedras y lo más grueso de la amplia capa de<br />
barro que cubría el fondo. Como no éramos muy escrupu-<br />
<strong>Colaboraciones</strong><br />
25<br />
por Cruz Pérez Pérez<br />
losos, nos pareció suficiente, pues estábamos impacientes<br />
pos bañarnos. Pero intentar llenarlo era otra historia.<br />
Nadie sabe lo costoso que es llenar de agua un estanque,<br />
y los días que se puede tardar en hacerlo. No había que<br />
pelearse con los regantes, pues no había huertos en<br />
explotación por la zona, pero sí con los pastores que acumulaban<br />
el agua para dar de beber a las ovejas (entonces<br />
no estaba la balsa). Total que estuvimos varios días jugando<br />
al gato y al ratón desviando el escaso caudal de agua,<br />
cada uno hacia su “molino”. Cuando cubría dos palmos ya<br />
no pudimos más y nos tiramos de cabeza al estanque.<br />
Total, como ninguno sabíamos nadar y nuestra altura no<br />
sobrepasa en mucho a la del estanque, nos parecía la piscina<br />
perfecta. Pero ¡leñe!, que fría que estaba el agua los<br />
primeros días. Luego, como había poca agua se fue calentando<br />
y disfrutamos de los lindo de nuestros primeros<br />
baños de sol. Queríamos ponernos morenos y competir<br />
con los veraneantes valencianos que presumían de bronceado.<br />
También recuerdo uno de los problemas técnicos<br />
que surgieron: casi ninguno teníamos bañador. ¡Cómo es<br />
posible, pensará alguno! Pues lo raro era tener un bañador<br />
en un pueblo que no tenía ni piscina, ni río, ni balneario, ni<br />
nada acuático. Por no haber no había ni bañeras en las<br />
casas, pues hacía poco que teníamos agua corriente. Por<br />
ello no teníamos problemas en bañarnos en “bolas”, hasta<br />
que sucedió lo que sucedió. La “muchachas” del pueblo<br />
debieron recibir un “soplo” y un día se presentaron por<br />
sorpresa en la Tejera. Menos mal que alguien dio la voz de<br />
alarma y hubo el tiempo justo de zambullirse en el agua.