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Fantasio Cuentos para bailadores Por Fabio Martínez - Dirección de ...

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-2-<br />

El hombre solía ir al cine todos los días <strong>de</strong>l año. La única<br />

vez que no asistió, fue el día <strong>de</strong> su boda. Todos los asuntos <strong>de</strong><br />

su vida los había organizado en función <strong>de</strong> que ninguno le<br />

estropeara esta actividad que se había convertido con los años<br />

en una maravillosa rutina. Sus funciones en el banco las había<br />

organizado todas en horas <strong>de</strong> la mañana. Si en algún momento<br />

un negocio se hacía inaplazable, aceptaba almorzar con el<br />

cliente, pero luego, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las dos, la vida la tenía <strong>de</strong>stinada<br />

al cine. Pasado el almuerzo, tomaba una ducha, se cambiaba<br />

<strong>de</strong> traje y salía rumbo al teatro con el periódico <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l<br />

brazo.<br />

Era un hombre más bien <strong>de</strong>lgado. A veces, si se lo observaba<br />

<strong>de</strong> frente por un rato, daba la impresión <strong>de</strong> estar <strong>de</strong> perfil; por<br />

eso era mejor mirarlo siempre <strong>de</strong> lado <strong>para</strong> no equivocarse.<br />

Pero nadie sospechaba la pasión secreta que él tenía por el<br />

cine; ni sus colegas <strong>de</strong>l banco que preferían el fútbol o en su<br />

<strong>de</strong>fecto, el alcohol; ni su mujer que lo abandonó poniendo como<br />

señuelo aquella palabrita morbosa que une y purifica a los<br />

hombres: la fi<strong>de</strong>lidad.<br />

Antonio Montes que así figuraba en la partida <strong>de</strong> matrimonio,<br />

llegaba puntual al teatro, hacía la cola y compraba el tiquete. A<br />

veces se sonreía con la señorita <strong>de</strong> la ventanilla, pero esto<br />

pasaba una o dos veces en el año. Luego, bajaba (<strong>de</strong>s<strong>de</strong> que<br />

se dio cuenta que en el mundo había una cosa llamada cine.<br />

Montes -como le <strong>de</strong>cían sus enemigos-, nunca abandonaría<br />

ese lugar) y esperaba a que Ibiza Oliveira se <strong>de</strong>sembarazara<br />

<strong>de</strong> un cliente. Antonio Montes terminaría su día sentado en<br />

ese fondo oscuro, tratando <strong>de</strong> buscar algo que se le había<br />

perdido en el curso roto <strong>de</strong> sus días.<br />

-3-<br />

Ibiza Oliveira era la única que conocía su necesidad<br />

enfermiza por el cine. Pero a Ibiza no le importaba. Ibiza Oliveira<br />

no estaba allí por los hombres, sino por las monedas; pero<br />

entre tantos clientes prolíficos, Ibiza tenía preferencias por ese<br />

hombre extraño. Apenas Antonio Montes pisaba las puertas<br />

<strong>de</strong>l teatro, Ibiza empezaba a temblar. El único que se daba<br />

cuenta <strong>de</strong> sus temblores era el propio Montes. Pero nunca le<br />

dijo nada. Montes bajaba las escaleras y esperaba en el umbral

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