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Fantasio Cuentos para bailadores Por Fabio Martínez - Dirección de ...

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ecibiendo las canecas buenas y las adulteradas; Sandra con<br />

su vestido resplan<strong>de</strong>ciente, pegado a la cintura, se asomaba<br />

nerviosa a la puerta cada vez que escuchaba el ruido <strong>de</strong> un<br />

motor; la sala brillaba como una gema; los asientos <strong>de</strong> Chela,<br />

recién lavados, bien or<strong>de</strong>nados y en hilera; el tocadiscos <strong>de</strong><br />

Chela, en el rincón, y a un lado los discos <strong>de</strong> Merceditas, que<br />

eran los mejores <strong>de</strong>l barrio.<br />

El primero en llegar fue el cojo. Tuvo problemas a la entrada<br />

porque su caneca venía <strong>de</strong>stapada. Mi mamá apenas lo vio, lo<br />

<strong>de</strong>jó pasar pues siempre le había dado lástima ese muchacho.<br />

- Entre, mijo, y si va a bailar tenga mucho cuidado con el<br />

piso que está encerado. -Luego llegaron Merceditas y Chela<br />

que se habían estado pintando toda la tar<strong>de</strong>, llegó el poeta,<br />

llegó la con<strong>de</strong>sa, pero como se le hizo mala cara se fue; yo<br />

llegué con el flaco, y Silver Moon que la encontramos <strong>de</strong><br />

casualidad por la calle.<br />

Sandra, mi prima, iba <strong>de</strong> un lado a otro sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> ocultar<br />

su nerviosismo por sus invitados que no llegaban; miraba el<br />

reloj, se tomaba un trago, bailaba con esa falsa alegría que<br />

sabía poner cuando no estaba contenta, fingía estar bien con<br />

los <strong>de</strong>más, pero todo el mundo sabía que Sandra no cambiaría<br />

su rostro hasta que no estuvieran a su lado el doctorcito «x»<br />

con su querida esposa y el doctorcito «y», sus colegas <strong>de</strong> la<br />

oficina; en fin, toda esa gentecita «in» que siempre la agasajaba<br />

con regalos y cumplidos. Hasta pensó <strong>de</strong>jar pasar todas esas<br />

caras que se peleaban por ver bailar, cuando en eso oyó el<br />

ruido <strong>de</strong> un Renault 4 color ver<strong>de</strong> que doblaba por la esquina<br />

<strong>de</strong> los Caycedo. «Es él», gritó y salió corriendo llevándose<br />

medio mundo por <strong>de</strong>lante, «es él, es él», <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta alzó<br />

la mano y mostró una cara radiante y feliz como una azafata<br />

<strong>de</strong> vuelos internacionales; porque Sandra era así, una mujer<br />

lanzada y alegre, que nunca se guardaba nada sino que todo<br />

lo comunicaba con sus gestos y sus palabras, así fuera algo<br />

simple y banal, o algo más profundo y secreto como sus<br />

sentimientos.<br />

Merceditas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que entré me había dicho con los ojos<br />

que quería bailar conmigo, pero apenas notó que Silver Moon<br />

no se se<strong>para</strong>ba <strong>de</strong> mí, se fue a sentar triste a un sillón y se<br />

negó a bailar con todo el mundo, hasta que apareció el flaco y<br />

no sé qué hizo <strong>para</strong> convencerla.

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