M A Y O - Antônio Tallon Y Castilla

“primera magnitud”, como, por ejemplo, Estados Unidos. Pero, ?con qué autoridad pretendía
España ejercer influencia sobre los países iberoamericanos, cuando ella misma imitaba sin
ambages y descaradamente el programa narcóticocultural de los estadounidenses? Bueno,
pues, en la Embajada de España en Rio, un poco como en todas las demás, se quería hacer
de la etiqueta de cartón, melocotón. Pero, además, en otro capítulo apologético, se practicó
una actividad promocional totalmente ineficaz: el autobombo del Embajador, cursando a cada
semana invitaciones a los cronistas de sociedad con objeto de divulgar junto con los proyectos
de España su obra literaria. ?A qué vino Jiménez-Arnau a Rio de Janeiro? A terminar una
novela ya iniciada. Cuando la acabó, inspirándose en las pedregosas islas Cagarras, situadas
no lejos de la orilla del mar, frente a la residencia oficial del embajador, pidió el traslado y le
concedieron la representación en Lisboa. El fracaso en su gestión diplomática se reflejaba en
sus dolores estomacales, con las consiguientes broncas a los servidores de la cancillería. Daba
el palitrocazo sin dar la cara, apuntando el sable al aire, bien porque fuese tan prepotente como
tímido, bien porque, pretendiendo una prebenda de nobleza, no se dignase dirigir la palabra a
los plebeyos.Ya hemos dicho antes a lo que iba este hombre ideológica y psicosomáticamente
enfermo. Como sabemos, Rafael Belén mantenía contacto con funcionarios de otras
Cancillerías, y siendo así, se quedó de piedra al comparar el trabajo serio desarrollado en otras
Representaciones con el de ficción en la de España. Jiménez-Arnau se fue del Brasil no sin
antes llorar sobre la leche derramada, maldiciendo a cuantos no supieron valorar su
inteligencia preclara. Sin embargo, dos ilustres diplomáticos españoles dejaron “saudades” en
la sociedad carioca: El Embajador Casa Rojas y el Agregado Cultural García Viñolas. Pero esto
ocurrió al principio de los años sesenta, antes del Golpe militar de 1964. Con el tiempo, casi
todo el Cuerpo diplomático se fue renovando. Sólo quedó en el destierro del trópico quien
tenía un mal padrino: El Agregado Militar, congelado en el puesto por su notorio y superior
hermano. Carrero Blanco, esto es, Carrero del Carré, circulaba todas las mañanas por los
pasillos de la Cancillería, aseado, escamondado y elegantemente vestido de marinerito, con las
condecoraciones adecuadas al día. Por las tardes tardes, cuando el sol le mete mano a la luna
y ésta remueve los mares terráqueos al sentirse requebrada, el sextante del Agregado
aumentaba en grados y el personaje sólo podía mantenerse de pie gracias al animado bastón
de su secretario, ayuda de cámara y chófer. El lenguaje escrito de este hombre