M A Y O - Antônio Tallon Y Castilla
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-- !Creo que sé adónde quieres llegar!... Aunque cuando andamos en sentido contrario a las<br />
agujas del reloj, pasamos de la acción a la contemplación. A mí me parece que tú compras<br />
demasiados cajones para guardar en ellos tus más recónditos misterios. O tal vez te dedicas<br />
ahora a sembrar verde para recoger maduro. ?Whisky o coñac?<br />
En ese momento, una sirviente interrumpió para anunciar a don Juan una llamada<br />
telefónica. Rafael Belén, en sus plenos descabales, aprovechó para retirarse:<br />
-- Yo tengo un compromiso; voy a despedirme de Bea y de María.<br />
Aguilar salió de aquella casa pitando y, bordeando la triste y quieta lagoa, se dirigió a la<br />
casa de Ernesto, donde ya se encontraban Fritz, Luciana, Regina Costard, los hijos de Ernesto<br />
y Melisa, con sus correspondientes amistades juveniles... Todos aguardando sin muchas<br />
esperanzas la proyección de la película de los sábados. Aquella casa albergaba universos<br />
culturales muy diferentes. Los adultos eran, en general, todos cursillistas, y si se presentaba un<br />
amigo de otra tribu, habría de aguantar el anecdotario del movimiento. Ahora bien, en ciertos<br />
días de la semana, a puertas cerradas, Ernesto recibía, entre otros amigos, a dos matrimonios,<br />
conocidos de toda la vida, con el propósito de pasar la noche jugando, pues la dueña de la<br />
casa, Melisa, era muy dada a las loterías de la baraja. Durante la velada, la dama de la noche y<br />
de la casa, solía fumarse cerca de cuarenta cigarrillos, marca “Continental”, mucho peores que<br />
los pésimos “mataquintos” españoles de la época de la guerra, de infeliz memoria. Bien; los<br />
dos matrimonios estaban, de cierto modo, “cruzados”, y explico esto en seguida: el marido de<br />
una era amante de la otra y viceversa. Todo el mundo sabía esta relación oblicua, menos los<br />
propios interesados. Cosas de la vida, claro. Tal situación estaba tan arraigada y parecía tan<br />
normal que nunca fueron invitados a cursillos. Pero en aquel sábado, todos los adultos<br />
reunidos eran santos. A Rafael Belén lo trataban esmeradamente las dos mujeres con más<br />
influencia en aquella casa, aunque de forma diferente. La mujer de Ernesto se ocupaba de su<br />
carrocería. Le obligó a extraer dos dientes de oro, alegando ser tal reparación cosa de gitanos:<br />
-- !Tienes que actualizarte! Esos dientes son cosas de la vieja Europa. Además de hacerte<br />
mucho más viejo, causan una sensación de horror. Mañana mismo vas al doctor John<br />
Fernández y te deja la boca decente.<br />
Lo modernizaba en la indumentaria y, gracias a estas inclinaciones, le hizo remendar la<br />
piel, instándolo a practicar extraciones de varios quistes sebaceos y de un derrame sinovial. En