M A Y O - Antônio Tallon Y Castilla
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momento no puedo decirle nada más. ?Es usted aficionado al boxeo, señor... Aguilar? ?Sabe<br />
lo que ocurre en un combate cuando uno de los dos pugilistas es zurdo?... ?Sabe usted, señor<br />
andaluz y manoletista lo que pasa al dar un pase natural cuando un toro se vence por la<br />
izquierda?... ?Ha jugado usted al tenis con un contrincante zurdo? La izquierda, para que<br />
usted se entere, señor traductor, es algo muy peligroso. No lo entretengo más. !Lo dicho! ...<br />
!Hasta otro día! ... !A estribor!<br />
Aguilar cruzó la rúa Duvivier dispuesto a regresar a la Cancillería. El Agregado lo dejó<br />
soliviantado:<br />
-- Qué he podido decirle yo a este hijo de la gran puta?... ?Qué se me habrá escapado de la<br />
lengua?...<br />
Por el camino, mientras subía con parsimonia las escaleras, recordó una película que había<br />
visto cuando era un niño. Quizá con Luis Prendes como protagonista. Se había cometido un<br />
crimen. En una secuencia, el detective responsable de la investigación, reconstruyendo los<br />
posibles hechos relacionados con el asesinato, trataba de decirle a alguien al mismo tiempo<br />
que intentaba imitar con gestos a la víctima:<br />
--Y el señor marqués, que era zurdo, encendió la luz con la mano derecha y empuñó la pistola<br />
con la izquierda... Rafael Belén no recordaba nada más, aunque, eso sí, el detalle de ser zurdo<br />
el marqués resolvía definitivamente el crimen. Seguramente se involucraba una situación<br />
espacial. Pero, ?y en el caso del Almirante?... ?Conducía su automóvil con la derecha y se<br />
rascaba los huevos con la izquierda?... Aguilar continuaba intranquilo:<br />
-- Debí preguntarle al Comandante si el asesinado era zurdo de la mano o del pie, o de ambos<br />
extremos. Probablemente este detalle puede estar relacionado con huellas dactilares. !Mejor<br />
será no desempedrar las calles!<br />
Empujó la puerta y entró en la Cancillería. Le esperaba sobre su mesa un telex para<br />
Exteriores. Antes de cursarlo necesitaba perforar aquella horrorosa cinta de papel y guardarla<br />
como si fuese oro en paño. No, claro que no; Rafael Belén no había nacido para servir<br />
eternamente a aquel bando de comeollas. En lo concerniente al trabajo, se quejaba de vicio.<br />
Varios de sus amigos le ofrecieron buenos empleos; en la banca, como gerente de la cartera<br />
de cambio; en la empresa, como responsable del sector de recursos humanos; en el comercio,<br />
cuidando de la importación de automóviles. Pero a este hombre no le seducía mucho el