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SI TÚ SUPIERAS Antonio Gómez Rufo Andrea cometió dos ...

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ningún comentario sobre el beso que se dieron, porque ella también la besó con ansia, y,<br />

sonriendo otra vez, miró el reloj, fingió escandalizarse por lo tardísimo que era y afirmó que<br />

tenía que ir a preparar la cena de los niños. Un beso, había sido sólo un beso corto,<br />

apresurado, deseado, al ritmo de la prisa y del ansia, un beso buscado por <strong>Andrea</strong> y<br />

deseado y ocultado a la vez por Carmen, pero atrevido, exageradamente atrevido para una<br />

primera cita, todavía <strong>Andrea</strong> se asombra de que aún así fuese posible, pero lo fue.<br />

También a veces se producen los milagros.<br />

Quedaron en volver a verse. Carmen llamaría.<br />

La noche está en calma como un estanque bajo el sol en el que los peces de colores<br />

contienen la respiración y asoman sus cabezas sin temor a la captura. Se afila el frío, se<br />

agudiza el silencio –ya se puede oír-, se acortan cada vez más los ecos de sus pasos.<br />

Barcelona está dormida, se han acabado los prodigios, y <strong>Andrea</strong> camina cada vez más<br />

deprisa para no sentir la pereza en los pies ni las ganas prematuras de volver a casa. El tubo<br />

de escape de una moto de quinientos centímetros cúbicos la obliga a volver la cabeza, sin<br />

sorpresa, como si en el Zoo hubiese oído el rugido de un león al fondo de una jaula inmensa.<br />

Le resultan familiares las calles por las que ahora se está adentrando: San Miguel, Séneca...<br />

Pasa por delante de Member's, y revive recuer<strong>dos</strong> de suciedad, de bar de camioneras<br />

disfrazadas de señoritas que se convierten en compañía de parejas heterosexuales que van a<br />

seducirlas por una noche... Sin mirar la puerta cerrada, cambia de acera y se detiene ante la<br />

puerta entreabierta de Bahía, entrañable, minúsculo, de paredes rojas y luces de bar de<br />

carretera, los botelleros adorna<strong>dos</strong> con lucecitas de árbol de navidad, el techo entrecruzado<br />

por hileras de bombillas de colores como de fiesta de pueblo, o de barriada popular. Sigue el<br />

mismo camarero cariñoso, la dueña llena de bondad, la gente sin pretensiones ni mie<strong>dos</strong><br />

que bebe cerveza y habla en voz baja, y allá al fondo, siempre al fondo, la imagen<br />

inolvidable de Montse y Laura de la mano, besán<strong>dos</strong>e, besán<strong>dos</strong>e con prisa, ¿para qué hay<br />

que respirar mientras se besa?<br />

Un segundo: entrar y salir. <strong>Andrea</strong> continúa el paseo. Tal vez debería quedarse a<br />

saludar a los viejos amigos, a tomar una coca-cola y a recordar a Elisa para intentar olvidar<br />

unos momentos a Carmen; pero no lo hace. Elisa Sentís. Elisa era anarquista, vitalista,<br />

depresiva y diez o doce cosas más, cada una de ellas tan contradictoria con las demás que<br />

hasta ella se reía a veces. Como feminista trataba a todas horas de implantar un nuevo<br />

matriarcado en el mundo, un matriarcado en el que <strong>Andrea</strong> no tenía cabida, decía, porque<br />

era demasiado sensible para ejercer el mando, cualquier tipo de mando; pero como<br />

anarquista sentía el deber de respetar al individuo, fuese del sexo que fuese. Se deprimía si a<br />

su alrededor alguien hablaba de paz; decía que ese era un concepto pequeñoburgués<br />

inventado por la clase dominante para continuar la opresión de los débiles sin nada que<br />

temer. Lo que a ella le gustaba de verdad era la violencia, aunque no hubiera sangre por<br />

medio, y se negaba a ir a París, una ciudad tomada, aseguraba. "Pero, ¿tomada por quién?",<br />

le preguntaba <strong>Andrea</strong>. Y entonces Elisa se encogía de hombros y le pedía opinión sobre algo<br />

que le daba vueltas por la cabeza: si poniendo una buena bomba en la plaza de Sant Jaume<br />

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