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SI TÚ SUPIERAS Antonio Gómez Rufo Andrea cometió dos ...

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Sólo existía un parón en el reloj, otra pausa más hasta volverla a ver.<br />

Descubrió que, sin darse cuenta, con Carmen había aprendido a estar tranquila en<br />

to<strong>dos</strong> los momentos, y que no le interesaba ni tenía por qué interesarle pasear, ni mirar a la<br />

gente, y no era porque no concibiese hacer esas cosas: las había hecho antes de conocerla con<br />

el deseo de empaparse de la humedad del ambiente, de caminar por las calles o junto al mar,<br />

de descubrir algo. Pero ya no quería más, sólo quería que ella supiera dónde estaba, qué<br />

hacía, para que la conociera aún mejor. Supo que su parte frívola, sus autotraiciones, sus<br />

falsedades, habían desaparecido cuando la conoció. Y que lo único que hacía eran cosas<br />

intrascendentes hasta que llegase el momento de volver a verla.<br />

Quizá pudiese sentir con otras, amar y gozar con otras, pero no podía pensar que<br />

hubiera alguien más que no fuese Carmen. Tampoco se acordaba del tiempo anterior<br />

cuando aún no la había conocido: no recordaba otra vida, ni otras sensaciones. Tendría que<br />

acudir al Registro Civil para solicitar que rectificaran su partida de nacimiento y quedase<br />

constancia de que había nacido el mes de enero de 1997 a la edad de veintiséis años en<br />

Barcelona, el día que la conoció en un aeropuerto y cruzó con ella una mirada de necesidad<br />

que por una vez supo interpretar.<br />

En la distancia es como mejor se aprende a valorar lo que se tiene. Aquella tarde,<br />

esperando la voz metálica que anunciara su vuelo de regreso, supo que toda ella era de<br />

Carmen porque cerró un instante los ojos y se preguntó quién había en la cafetería, intentó<br />

recordar a una persona, sólo una persona, y no se acordó de nadie. Ni de hombres ni de<br />

mujeres, ni siquiera del camarero que la había atendido. Cuando comprendió que su mundo<br />

se reducía a Carmen, tembló. Porque si ella escapase de su lado no se quedaría huérfana,<br />

simplemente ya no existiría. Pensar en ello multiplicó la valoración de lo que tenía, agrandó<br />

su imagen, su recuerdo, como esa manta de nubes que va adueñán<strong>dos</strong>e del cielo al atardecer<br />

antes de la tormenta en verano, como esa sombra del edificio que crece en la acera de la calle<br />

a primera hora de la tarde.<br />

No quería estar lúcida y decidió no estarlo nunca más. Sólo cuando soñaba creía ser<br />

amada. Esa fue la consigna: no dejar nunca de soñar.<br />

Al regresar de Madrid, fue Damià, en la reunión mensual de gestión y proyectos,<br />

quien antes de acabar hizo un par de insinuaciones sin gracia sobre ella y terminó<br />

planteando, con gravedad fingida, que los socios tenían derecho a conocer su situación<br />

sentimental, y que, vamos, "que desembuchara", que tenía la obligación de informarles si<br />

tenía pareja. Tal vez porque se pusiera nerviosa, o se quedara desconcertada, o lo que fuese,<br />

el caso es que <strong>Andrea</strong> se ruborizó y dijo que no, que no había nadie en su vida, tras lo cual<br />

Juanjo y él se echaron a reír entre grandes carcajadas que congestionaron a Damià hasta<br />

hacerle toser. En cambio, Juanjo pidió disculpas pero ninguno de los <strong>dos</strong> pudo imaginar<br />

cuánto los odió en aquellos momentos. Juanjo volvió a disculparse mientras ella se<br />

levantaba, recogía sus papeles apresuradamente y abandonaba la sala de juntas. No supo<br />

mandarlos a la mierda. Le habían perdido el respeto por completo, nunca pensó que llegase<br />

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