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SI TÚ SUPIERAS Antonio Gómez Rufo Andrea cometió dos ...

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Era lógico que Carmen estuviese cansada, piensa <strong>Andrea</strong>. Antes de llegar a la<br />

televisión había preparado los desayunos de los niños, los había vestido y lavado y había<br />

dejado instrucciones precisas para la comida y la cena. Después, trabajaba hasta las tres e iba<br />

a verla. Casi nunca podían comer juntas porque ella necesitaba mostrarse con normalidad<br />

entre los compañeros de trabajo, incluso ante su marido, a quien acompañaba de vez en<br />

cuando durante la hora de la comida. Cuando al fin llegaba a la casa, estaba rendida.<br />

Necesitaba descanso y <strong>Andrea</strong> se lo proporcionaba, aunque al hacerlo se estuviese<br />

perdiendo aquellos maravillosos momentos de las caricias.<br />

Carmen no comprendía que <strong>Andrea</strong> precisara vivir en la clandestinidad. Aseguraba<br />

que su caso era distinto: a fin de cuentas estaba casada y lo suyo era un acto de infidelidad;<br />

pero en lo que se refería a ella era lesbiana y no comprendía que lo ocultara. Qué difícil le<br />

resultaba a <strong>Andrea</strong> explicarle que la sociedad rechazaba la homosexualidad, sobre todo en<br />

las mujeres; la permitía más fácilmente entre hombres sólo por razones de poder. "La<br />

sociedad es machista", le explicaba, "y si conoce que un hombre es homosexual, lo acepta<br />

porque al fin y al cabo es un rival menos a la hora de poseer y ejercer su poder sobre las<br />

mujeres, lo que a la mayoría les parece estupendo. Pero si una mujer llega a una situación en<br />

que puede sustituir al hombre en la intimidad y en los afectos con otra mujer, como<br />

instrumento capaz de proporcionar el mismo placer, u otro mayor, nadie lo admite. El<br />

poder, todo es a causa del poder." Carmen la miraba sin comprenderlo, se reía a carcajadas y<br />

decía que era una exagerada, una mitinera incendiaria, su pequeña Pasionaria la llamaba, y<br />

añadía que no temiese porque si alguien intentaba hacerle daño, ella le ajustaría las cuentas.<br />

"¿O es que acaso no sabes cómo soy?", preguntaba.<br />

Carmen no entendía lo que <strong>Andrea</strong> le decía, nunca la entendió, pero no importaba<br />

porque no sabía la tranquilidad que le daba tener sus piernas encima, oírle respirar y verla<br />

dormida, tan dormida como para no atreverse a apoyar las manos en su cuerpo por si la<br />

despertaba. Le hubiese gustado hacerle todo placentero, también su sueño, pero no podía<br />

saber lo que deseaba, lo que sentía. Lo único que quería era notarla a su lado, con esa<br />

normalidad imposible que le hacía abrir los ojos para comprobar que era ella, que era<br />

verdad, que estaba ahí, durmiendo, aunque sólo fuese la siesta. Carmen, así, era como una<br />

niña a la que se podía mirar sin fatiga toda una vida. Dormida sonreía a veces, y a <strong>Andrea</strong> le<br />

gustaba creer que estaba soñando con ella. Entonces sonreía también, sentía que eran <strong>dos</strong><br />

mujeres sonriendo sin que una de ellas supiera que la otra la amaba en esos momentos de<br />

una manera que no podía explicar. Cómo iba a explicarle <strong>Andrea</strong> que desde que habían<br />

hecho del día su tiempo ya no le gustaba la noche, no le gustaba.<br />

Recuerda que lo que más temía era que alguna vez llegase la indiferencia. Jugar a<br />

verdad o mentira con Carmen no lo hubiera soportado. Le suplicó que si le llegaba a resultar<br />

indiferente, se lo dijera. Y si se resistía a creerlo, se lo escribiera en la piel, a fuego, hasta que<br />

lo comprendiera. No quería ser para ella como cualquier otra persona. No hubiese podido...<br />

A veces <strong>Andrea</strong> se ponía triste y trataba de convencerse de que en cualquier momento<br />

miraría hacia ella y Carmen ya no la vería. Trataba incluso de hacerse a la idea de que ya era<br />

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