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SI TÚ SUPIERAS Antonio Gómez Rufo Andrea cometió dos ...

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nublado de llantos hon<strong>dos</strong>, nunca más volvieron a hablar de ello ninguna de las <strong>dos</strong>. Hay<br />

poetas que creen en la fortaleza del amor y amores que no creen en la ciencia de los poetas;<br />

incluso hubo un amor único, el de <strong>Andrea</strong>, que vivió su inquietud desconociendo la<br />

existencia de los poetas que aseguraban la fortaleza del amor. Insistió en que no lo había<br />

hecho adrede, por favor, tenían que creerla, y añadió que si de ella dependiese, no existirían<br />

los poetas.<br />

A pesar de que ambas eran inocentes, <strong>Andrea</strong> le hizo jurar a Carmen que no había<br />

vuelto a su lado por lástima, y ella lloró tanto entre sus brazos, de tal modo llenó su cara y<br />

su pecho de besos y lágrimas que <strong>Andrea</strong> no pudo dudarlo. Por eso no volvieron a hablar<br />

de ello y empezaron a reír como adolescentes cuando se propusieron el juego de decidir<br />

cada día cómo se tenía que vestir la otra y qué prendas se intercambiarían sin que nadie lo<br />

supiese. De esta manera, pasaron pronto los días de angustia y confusión y ninguna de las<br />

<strong>dos</strong> quiso volver a recordarlos nunca.<br />

El juego comenzó cambián<strong>dos</strong>e la ropa interior, aunque acordaron que, si la talla del<br />

sostén no les servía, podían llevarlo desabrochado, o rellenarlo con algodones, o no llevarlo,<br />

simplemente. La talla de <strong>Andrea</strong> era una noventa y cinco y a Carmen una noventa le iba<br />

grande. Carmen tenía los pechos más bonitos del mundo, pero tan pequeños que le cabían<br />

en la palma de la mano a <strong>Andrea</strong>. Y los de <strong>Andrea</strong>, aun siendo más delgada, eran más<br />

grandes: Carmen decía que le encantaba meter la cabeza entre ellos y sentirse como entre<br />

almohadones. <strong>Andrea</strong> cree ahora que Carmen la empezó a querer cuando le empezó a pedir<br />

que no la dejase nunca, y que lo supo porque no volvió a repetir lo mucho que le gustaban<br />

los hombres, aunque insistiese en que le gustaban sus penes, un error imperdonable de la<br />

naturaleza dejar en manos tan toscas instrumento tan perfecto, decía, mientras reía.<br />

El pene fue un debate recurrente al que volvieron de vez en cuando, tendidas sobre la<br />

cama. Discutieron si les habría gustado tenerlo o no. <strong>Andrea</strong> dijo que una vez, sólo una vez,<br />

había deseado ser hombre, pero que tener pene era una fantasía con la que incluso había<br />

soñado, para poder dar más placer a su pareja. También que su pareja lo tenía, una mujer<br />

con pene era la fantasía más hermosa. Carmen nunca había pensado en ello y, ahora que lo<br />

pensaba, reconocía sus ventajas en la satisfacción sexual pero no creía que fuese<br />

imprescindible. De hecho, decía, "desde que te conozco, me gusta más hacer el amor contigo<br />

que con Joan, porque él tendrá un pene que le sirve para pensar, pero tú tienes cinco de<strong>dos</strong><br />

como cinco ideas geniales. O como cinco llaves maestras". Carmen le hacía reír diciendo esas<br />

cosas, era agradable estar con ella cuando <strong>Andrea</strong> podía olvidarse de que era la única que<br />

debía decir cosas agradables. "Desde que gozo a tu lado", concluyó Carmen, "he decidido<br />

que nunca más volveré a intentarlo con ningún hombre".<br />

La primera noche que <strong>Andrea</strong> se quedó sola después del incidente escribió una nota<br />

que ahora ha recuperado del fondo de un cajón, una de esas pequeñas cosas que a veces le<br />

hacen recordar que hubo días en los que levantarse cada mañana tenía sentido. "Para qué<br />

buscar las palabras si las frases ya están escritas: . Te quiero con tanta ternura que a veces me he<br />

descubierto de noche hablándote. En los sueños mezclo el juego con la fantasía. Y me agobia<br />

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