08.05.2013 Views

SI TÚ SUPIERAS Antonio Gómez Rufo Andrea cometió dos ...

SI TÚ SUPIERAS Antonio Gómez Rufo Andrea cometió dos ...

SI TÚ SUPIERAS Antonio Gómez Rufo Andrea cometió dos ...

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

Carmen poco a poco, serenamente, sin turbulencias, como Carmen aseguraba que la amaba.<br />

Y aunque le costase, tenía que compartirla con el trabajo, con esa vida anterior que en los<br />

últimos meses no había vivido porque se había encerrado en la fragilidad de una ilusión<br />

nueva y en la duda irresoluble de una mirada curiosa.<br />

Porque, con tantas preguntas y dudas, de repente descubrió que tampoco sabía nada<br />

de ella. Carmen decía que la quería, lo repetían sus miradas y sus palabras pequeñas, pero<br />

no había razón para pensar que fuese verdad: era posible que estuviese jugando con fichas<br />

de monopoli mientras <strong>Andrea</strong> se arrancaba las suyas cada amanecer de las venas, secán<strong>dos</strong>e<br />

día a día. Llevaba demasiado tiempo encerrada, había echado el pestillo por dentro porque<br />

así creía conservar a alguien que, al fin, la quería, pero ese descubrimiento le decidió dar un<br />

nuevo giro a sus sentimientos para que fuesen más maduros, más adultos, menos primarios.<br />

Pensó en proponerle que a partir de entonces se vieran también en la calle, que quedaran a<br />

tomar café en el puerto y salieran a ver los escaparates de las tiendas, como <strong>dos</strong> amigas,<br />

como Montse y Laura, como <strong>dos</strong> amigas del alma que era lo que debían ser. No podían<br />

seguir volando a ciegas en las noches sin luna; en realidad, no tenían nada que ocultar. Al<br />

menos, eso fue lo que pensó entonces y lo que se repite ahora esperando que el semáforo se<br />

ponga en verde aunque no se vea ningún vehículo en la ciudad.<br />

Se lo dijo y Carmen la miró con extrañeza, como si le hubiese propuesto subir en<br />

bicicleta Les Arcs o hacer un viaje a la India en autobús. Estaban tendidas en el sofá,<br />

mirando sin ver la televisión, con el mando en su mano, la de <strong>Andrea</strong> en la suya, y pareció<br />

no entender lo que le estaba diciendo. Preguntó por qué tenían que salir, con lo a gusto que<br />

estaban allí, y <strong>Andrea</strong> explicó que harían siempre lo que ella quisiera pero que creía que a su<br />

lado se aburría y que, si le apetecía, podían ir a algún sitio, al cine, o a ver escaparates, o a<br />

tomar algo en el Café de la Ópera. Entonces Carmen dijo que si lo que sucedía era que se<br />

aburría, lo dijese con claridad y no intentara confundirla, y volvió a mirar la televisión. Sin<br />

saber qué decirle, disgustada con ella misma por no haber sabido expresar lo que quería,<br />

por ella, calló, se acurrucó entre sus piernas y cerró los ojos, como mejor estaba.<br />

Tampoco se atrevió a decirle que dormía abrazada a la almohada, a esa almohada<br />

donde su cabeza había reposado tantas veces. Que conservaba su olor, y aunque no hubiese<br />

sido así, lo habría inventado. Que dormía abrazada a esa almohada donde ella había<br />

dormido alguna siesta, nunca por la noche porque nunca había podido pasar una noche con<br />

ella, pero no le importaba. Bueno, no era eso, no es que no le importase, ojalá lo hubiese<br />

podido hacer, pero sabía que no podía y se conformaba. Le hubiera dicho que la amaba<br />

porque se conformaba, pero tampoco se atrevió. Por nada del mundo quería que tuviese<br />

problemas. No se sentiría bien sabiendo que por estar con ella se anudarían en su casa, con<br />

sogas anchas de marinero, preocupaciones a preocupaciones. La amaba tanto que podía<br />

renunciar a ella cada día, le bastaba con que supiese que alguna vez, cuando ella quisiera,<br />

sería una ráfaga de brisa en la tormenta de sus pensamientos, una vaga idea de mujer que<br />

había nacido para ser suya.<br />

Ahora recuerda a Carmen, en la noche, cuando ya ha ido tan lejos que inicia el<br />

camino de regreso a casa, y no puede evitar que un escalofrío le sacuda la espalda. Tiene<br />

ganas de orinar pero no sabe dónde puede hacerlo. No hay bares abiertos, no hay adónde ir.<br />

Las luces de los escaparates están apagadas, son tiendas de zapatos, de sanitarios, un<br />

22

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!