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SI TÚ SUPIERAS Antonio Gómez Rufo Andrea cometió dos ...

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Ni con Carmen ni en el estudio tuvo <strong>Andrea</strong> problemas serios a causa de lo que to<strong>dos</strong><br />

entendieron, confundién<strong>dos</strong>e, que había sido un intento de suicidio. Supo que Juanjo y<br />

Damià pensaron por un momento que lo mejor sería disolver la sociedad, y notó que tanto<br />

ellos como Elena y Mercè, las secretarias, la miraron durante días con desconfianza, como si<br />

estuviesen expuestos a los trastornos de una asesina que en cualquier momento podía saltar<br />

de improviso sobre cualquiera de ellos. Ahora no recuerda si fue verdad o sólo lo imaginó,<br />

pero le parece que quienes peor se portaron fueron Mercè y Elena, acaso indignadas porque<br />

no pudieron enterarse de la verdadera razón de su proceder; y curiosamente fue Damià<br />

quien mejor la trató, dadas las circunstancias: la mantuvo al corriente de los susurros que se<br />

extendían sobre su futuro en la empresa y de la decisión final de Juanjo de no prescindir de<br />

ella, al menos mientras no se repitieran los hechos y siguiera rindiendo como siempre sin<br />

que se le pudiese acusar de un grave problema de actitud. Damià se comportó bien con ella<br />

hasta que unos días más tarde lo estropeó, cuando la llamó a un rincón de los lavabos y le<br />

dijo que él sabía lo que necesitaba, un hombre, que por qué no pasaba la noche con él.<br />

Fue el mismo día que llevó la camisa anudada sobre el ombligo, sin sostén, cumpliendo<br />

instrucciones de Carmen. Comprende que iba un poco exagerada, es cierto, pero sigue<br />

pensando que eso no le daba derecho a Damià a ponerse cachondo, a calentarse como un<br />

quinceañero ojeando un Playboy; como tampoco autorizaba a las secretarias a interceder en<br />

favor de él cuando la oyeron gritar insultos que no recuerda pero que sirvieron para pararle<br />

los pies. Se pusieron de su parte sin saber cuál era la causa de su actitud y opinaron que si<br />

no quería problemas no se vistiera de ese modo, que iba pidiendo a gritos que la violasen.<br />

Montse y Laura, sus amigas, en aquellos confusos días de convalecencia, estuvieron a<br />

su lado sin hacer preguntas. Montse miraba a <strong>Andrea</strong> con ojos de pena, con esa mirada de<br />

madre que no comprende una reacción extraña de su hija adolescente pero que permanece a<br />

su lado, sin reservas, y le dijo que no había sido justa intentando hacerles la faena de<br />

morirse. <strong>Andrea</strong> estaba cansada de negar y cerró los ojos, convencida de que es posible lavar<br />

un estómago pero que no hay detergente contra las apariencias. Laura, exagerando sus<br />

atenciones, tal vez para que supiese que no estaba sola o para que comprobase hasta dónde<br />

llegaba su cariño, deslizó los de<strong>dos</strong> bajo la sábana de su cama aprovechando una ausencia<br />

de Montse y la masturbó, aunque <strong>Andrea</strong> le rogó que no lo hiciese, que no estaba con<br />

ánimos. Laura insistió, y fue pensando en Carmen como <strong>Andrea</strong> obtuvo el placer que le<br />

regaló con la sabiduría de sus manos tiernas, aunque Laura sonrió satisfecha creyendo que<br />

<strong>Andrea</strong> aún sentía algo por ella. <strong>Andrea</strong> sabe que nunca se equivocó con ninguna de las <strong>dos</strong>:<br />

el hecho de saber que estaban ahí, aunque pasara mucho tiempo sin verlas, bastaba para<br />

sentirse segura en los peores momentos; sabía que podía descolgar el teléfono y sus voces<br />

aparecerían al otro lado cuando se quedara sin sal, sin luz o sin fuerzas. Porque a veces<br />

necesitaba también mucha fuerza para volver a la vida, o para permanecer junto a Carmen,<br />

y también para aguardar su regreso.<br />

Carmen. Era un regalo renovado día a día. Una sorpresa siempre favorable. Ver<br />

parpadear el contestador era esperar su voz, y que estuviese, un milagro. Quería creer que la<br />

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