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SI TÚ SUPIERAS Antonio Gómez Rufo Andrea cometió dos ...

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de no agresión, un acuerdo difícil que aún no ha logrado firmar aunque cada amanecer<br />

desenfunda la pluma y tacha una cruz en el aire.<br />

Empieza a hacer frío. Siente el frío en las manos, sobre todo en los de<strong>dos</strong> de las<br />

manos, y los esconde como si fuesen animalillos a los que debiera proteger en los bolsillos<br />

de los pantalones vaqueros azules que se sustituyen uno a otro como si su vestuario fuese<br />

un uniforme. El verano ha quedado atrás y cada vez son más níti<strong>dos</strong> los bordes de la luna.<br />

Pasaron ya las lluvias de septiembre en las playas del mediterráneo y el cielo vuelve a estar<br />

despejado: no hay nubes blancas, sólo la luna, una luna llena, o en cuarto creciente, de<br />

perfiles afila<strong>dos</strong> porque la atmósfera está limpia y deja ver las cuchillas del frío del aire,<br />

como también las ve y las olisquea el perro vagabundo y flaco que después la mira a ella un<br />

instante y huye a esconderse con el rabo entre las piernas, los ojos temerosos, el costillar a la<br />

vista, impúdico de hambres y desconcierto. <strong>Andrea</strong> también puede ver el frío en el dorso de<br />

sus manos, que se han teñido de rojo. Pero a pesar de ello son los mejores momentos del día:<br />

<strong>Andrea</strong> sale todas las noches a pasear, excepto los viernes y los sába<strong>dos</strong> porque no quiere<br />

ver a nadie ni que nadie la vea; no le importan la lluvia, el viento o la soledad; camina ocho<br />

o diez kilómetros entre grandes avenidas o calles pequeñas en penumbra que se cortan unas<br />

a otras formando un laberinto del que no siempre sabe si sabrá salir. En realidad, <strong>Andrea</strong><br />

ignora todavía la salida de muchos de los laberintos en que se ha convertido su vida.<br />

Mientras camina, piensa que sin duda fue un error abrir las puertas a un desconocido<br />

que no sabía encender la luz, hacer fuego ni golpear con suavidad la aldaba que dibujaba<br />

erizos en su piel; pero en seguida se da cuenta de que no es de él de quien se acuerda, lo<br />

cierto es que está pensando otra vez en ella, en Carmen, otra vez, y que el error más grave<br />

fue dejarse cegar por el resplandor de su mirada de necesidad y azabache. Ahora ya sabe<br />

que se equivocó <strong>dos</strong> veces, pero no se arrepiente. Lo único que siente es no haber sido<br />

mayor para haber controlado mejor sus sentimientos y darse cuenta de que se estaba<br />

derrumbando el mundo a su alrededor, sin comprenderlo, para haber estado preparada y<br />

no encontrarse ahora en esta situación. Sabe que se equivocó y le duele, pero también sabe<br />

que amó, y se consuela pensando que eso lo compensa todo.<br />

Es domingo, ha pasado la medianoche y no hay coches que crucen la ciudad ni rui<strong>dos</strong><br />

que le recuerden que hubo días en los que podía oír su respiración cuando reposaba la<br />

cabeza en su pecho agitado, aunque afuera tronasen los alborotos del tráfico. Ahora todo el<br />

mundo piensa que fue idiota, pero lo peor de todo es que ella misma, cuando se mira desde<br />

fuera, se ve encabezando esa gran manifestación que lleva una pancarta en la que puede<br />

leerse: "<strong>Andrea</strong> es idiota". Quizá hubiese debido ser más fuerte, piensa sin levantar los ojos<br />

del suelo, pero a continuación alza la cabeza, respira profundamente y deja que las excusas<br />

salgan en su defensa dicién<strong>dos</strong>e para sí, en voz baja, que las aves tampoco son culpables por<br />

saber volar. ¿Quién puede condenar al mar por su oleaje, al viento por barrer furioso las<br />

calles al atardecer y a la nieve por posarse sobre el alar de los teja<strong>dos</strong> más débiles de la<br />

aldea? Nunca fueron culpables los sentimientos, se dice; la naturaleza no lo fue, ni amar fue<br />

pecado, aunque muchas veces los hombres y las mujeres hayan sido condena<strong>dos</strong> por ello.<br />

Sólo se lamenta porque, si existiese Dios, o aquel día hubiera estado más atento a la partida<br />

de ajedrez que ella jugaba con la vida, nada hubiese sido como fue.<br />

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