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SI TÚ SUPIERAS Antonio Gómez Rufo Andrea cometió dos ...

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sierra de piel marrón con grandes suelas y calcetines de lana también marrones; gracias a<br />

eso no se le han quedado congela<strong>dos</strong> los pies, pero le duelen. Ha caminado demasiado. Por<br />

fin, al doblar la esquina, encuentra lo que buscaba, se sienta en un banco de piedra blanco,<br />

pulido, inesperado. Los pantalones vaqueros no son lo suficientemente gruesos para<br />

impedirle sentir el glacial contacto de su cuerpo con el sillar de granito. Nota que lleva algo<br />

en el bolsillo de atrás del pantalón que le molesta: saca el papel, lo reconoce. Es una carta<br />

que ha recibido de Carmen Moreno, una amiga de Cádiz, poeta de luna y mie<strong>dos</strong>. Una carta<br />

llena de poemas en los que habla de afecto, de comprensión.<br />

Desdoblaron los cipreses del mar<br />

y junto al lecho, como besos por encargo,<br />

las letanías se hacían más viejas y morían.<br />

Muchos amigos y amigas han sabido por Montse y por Laura la historia de <strong>Andrea</strong>, y<br />

el final que no pudo evitar, los días de llanto y la recuperación de la soledad. Lo han sabido<br />

Eduardo y Mónica en Valencia, Noelia en Salamanca, Alfons en Sitches, Rocío en Santiago,<br />

Ana en Madrid, Carmen Moreno en Cádiz... La poeta se apresuró a escribir una carta llena<br />

de poemas para recordarle que era su amiga, que también podía contar con ella en los malos<br />

momentos.<br />

Te querré como a un ídolo blasfemo,<br />

anunciar‚ tu resurrección de entre los vivos,<br />

nada impedirá que tu santuario cobije<br />

el desaire suicida de unos brazos que te miran.<br />

<strong>Andrea</strong> piensa en la extrema bondad de su amiga y a sus ojos se asoma una película<br />

de gelatina por el frío y la emoción de saberse arropada. Cuidada por otras, no por Carmen,<br />

se lamenta. Carmen nunca la cuidó, Carmen sólo pensaba en sí misma, terminó siendo el<br />

peso más insoportable del mundo, un peso al que <strong>Andrea</strong> tenía que amarrarse para no<br />

levitar y perderse en la inmensidad del infinito. Carmen la mantuvo con los pies en la tierra,<br />

a pesar de todo. En cuanto soltó amarras, su mente voló sola y se perdió. <strong>Andrea</strong> tiene una<br />

pátina de dolor en los ojos que le impide llorar y no le deja recuperar el sosiego. Respira<br />

hondo para poner orden en la rutina de sus pulmones y llega a la conclusión de que Carmen<br />

era mucho mejor que ella porque siempre fue la misma, mantuvo la coherencia, mientras<br />

ella, ¿qué hacía? Pasaba del desamor de Marta a la promiscuidad más absurda, nada más<br />

alejado de su manera de ser, y de Joan, un hombre, otra vez a la promiscuidad, para después<br />

volver a morirse por oír la respiración de una mujer en su regazo. ¿Dónde estaba la<br />

coherencia?, ¿qué merece un personaje así, más teatrero que una plañidera en un velatorio,<br />

de ojos de perra abandonada pero más egoísta que nadie? Carmen dijo desde el principio lo<br />

que quería, lo que buscaba, divertirse y nada más, sentirse querida en la laguna de afectos<br />

que se había hecho hueco en su vida, pero, ¿y ella? <strong>Andrea</strong> exigía amor, encima exigía amor<br />

de quien no podía amarla más allá de la propia satisfacción sensual. Qué estúpida. <strong>Andrea</strong><br />

no puede seguir leyendo. Se vuelve a poner de pie, dobla la carta, se la guarda en el bolsillo<br />

del pantalón y echa a andar, recordando las eternas preguntas de Montse que nunca supo<br />

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