RNC 337 - Casa Nacional de las Letras Andrés Bello
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cerros escarpados y lejanos, en los <strong>de</strong>sasistidos aledaños. Sus personajes<br />
se arrastran entregados a la <strong>de</strong>sesperación y la miseria.<br />
Seres dostoievskianos y goyescos proletarios, mendigos, sifilíticos,<br />
locos, luchan afanosamente contra lo inexorable sin encontrar<br />
sosiego. De aquí que, forzosamente, el autor incida en el drama<br />
social y roce lo político. Podría <strong>de</strong>cirse, con <strong>las</strong> reservas <strong>de</strong>l caso,<br />
que la lucha <strong>de</strong> c<strong>las</strong>es se plantea <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio <strong>de</strong>l libro y lo<br />
recorre —a veces se sugiere, abiertamente se revela en otras—<br />
como un río envolvente.<br />
Si nos emplazaran a encontrar una «tesis», un «mensaje», en<br />
estos cuentos <strong>de</strong> La ciudad aledaña, acaso diríamos que en ellos<br />
—en términos generales— se preten<strong>de</strong> rescatar <strong>de</strong>l olvido a <strong>las</strong><br />
pobres gentes, a los humillados y ofendidos, a los humil<strong>de</strong>s, y<br />
que su autor (y es ésta una afirmación un tanto aventurada) está<br />
convencido <strong>de</strong> que la literatura —el arte— pue<strong>de</strong> hacer algo y<br />
acaso mucho en favor <strong>de</strong> estos seres. Sin embargo, ¿hasta qué<br />
punto la problemática social está en capacidad <strong>de</strong> darnos, mediante<br />
el ejercicio <strong>de</strong> una voluntad penetrante, el fruto perseguido por<br />
los objetivos propiamente estéticos?<br />
Situándonos en el terreno <strong>de</strong> <strong>las</strong> exigencias estilísticas, habría<br />
que señalar en La ciudad aledaña la, a ratos, acentuada <strong>de</strong>sigualdad<br />
en la arquitectura <strong>de</strong> su prosa. Ciertos trozos —imposibles <strong>de</strong> ser<br />
reproducidos dada la reducida extensión <strong>de</strong> esta nota—, al confrontarse<br />
unos con otros, exhiben una incuestionable diferencia<br />
<strong>de</strong> estilo. Frecuentemente, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> saborear unas páginas <strong>de</strong><br />
impecable corrección, no es extraño tropezar con largas parrafadas<br />
exentas <strong>de</strong> elegancia y cohesión. Mas resultaría injusto no<br />
advertir, como señalado atenuante, la diferencia cronológica que<br />
media entre sus cuentos. Muchos <strong>de</strong> ellos acaso fueron escritos<br />
hace más <strong>de</strong> veinte años y en circunstancias poco propicias para<br />
la labor creadora en nuestro país. (Últimamente he leído cuentos<br />
<strong>de</strong> Croce, tales como «Los ojos salvajes» —aparece en la antología<br />
que hiciera Guillermo Meneses— y «El obrero llegó cansado»<br />
—todavía no agrupados en volumen—, <strong>de</strong> una irreprochable factura<br />
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