RNC 337 - Casa Nacional de las Letras Andrés Bello
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ciudad humanamente habitable, vivible, sino también en una <strong>de</strong><br />
<strong>las</strong> más hermosas ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l mundo.<br />
La escritura <strong>de</strong>l arquitecto Bergamín, toda o en su mayor parte,<br />
se reviste <strong>de</strong> un marcado tono crítico. Poseído <strong>de</strong> su verdad,<br />
habla claro y alto. La sinceridad, aquí, parece ser uno <strong>de</strong> sus más<br />
empecinados y soberbios dones. No importa que la crítica le proporcione<br />
sinsabores y disgustos. Él, se le tomase o no en cuenta, se<br />
veía obligado moralmente a advertir y alertar. «Lo peor no era la<br />
imprevisión», escribe, «sino la improvisación». Así, en 1951, su<br />
palabra fustigaba como un látigo: «La paradoja, manifestaba entonces,<br />
continúa a<strong>de</strong>lante y la razón es siempre la misma: la falta <strong>de</strong><br />
coordinación y <strong>de</strong> estudio, la carencia absoluta <strong>de</strong>l sentido económico,<br />
la irresponsabilidad ante el <strong>de</strong>spilfarro y, en síntesis, la<br />
imprevisión que es precisamente antiurbanismo». De ahí el caos, el<br />
mal tejer para retornar a tejer: calles y avenidas estrechas, no trazadas<br />
pensando en el hombre, en la valerosa criatura humana,<br />
sino en la máquina, en el automóvil, que es para Rafael Bergamín<br />
el principal enemigo <strong>de</strong> la ciudad; siempre la incapacidad o los<br />
intereses bastardos, la chatura <strong>de</strong> miras, la consabida imprevisión,<br />
la irremediable improvisación...<br />
Una <strong>de</strong> <strong>las</strong> pasiones más latentes en Rafael Bergamín (a<strong>de</strong>más<br />
o a la par que la arquitectura: «verso <strong>de</strong> la piedra, música <strong>de</strong>l espacio»)<br />
es el amor al árbol. Sin árboles, para él, no hay urbanismo<br />
posible, pues todo el valor <strong>de</strong> la mo<strong>de</strong>rna arquitectura con su<br />
sobriedad y sus planos lisos, viene realzada por la línea graciosa<br />
y espontánea trazada por la naturaleza. «La salvación <strong>de</strong> una ciudad<br />
es el campo —advierte—. La ciudad <strong>de</strong>be tener mucho <strong>de</strong><br />
campo y el campo algo <strong>de</strong> ciudad.» Partiendo <strong>de</strong> esa convicción,<br />
en él tan arraigada, gran parte <strong>de</strong> su libro es como una requisitoria<br />
en <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong>l árbol. De ninguna manera se explica la indiferencia,<br />
hasta el odio, con que muchos caraqueños tratan a los<br />
árboles. «Hay que reconocer, tristemente, que la inmensa mayoría<br />
<strong>de</strong> los habitantes <strong>de</strong> Caracas no son amigos ni <strong>de</strong>fensores <strong>de</strong> los<br />
árboles; son, más bien, sus mortales enemigos.» Así, en Caracas,<br />
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