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RNC 337 - Casa Nacional de las Letras Andrés Bello

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ciencia— avanza, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los vagidos <strong>de</strong> la infancia y <strong>de</strong>l caos emotivo<br />

<strong>de</strong> los años adolescentes, a una esfera <strong>de</strong> perfectibilidad, y<br />

que cuando comenzamos a ser viejos somos, necesariamente, más<br />

sagaces que en los terribles años sanguíneos <strong>de</strong> la juventud? ¿O<br />

ese perfeccionamiento que preten<strong>de</strong> el hombre consciente es sólo<br />

un paso a la <strong>de</strong>strucción y a la muerte?<br />

Puesto que todos no hacemos otra cosa, a cada instante, que madurar<br />

—conscientes o no— para la muerte, quizá lo único importante<br />

—para el artista, al menos— sea encontrarnos a nosotros<br />

mismos, revelarnos y realizarnos en nuestra vocación, en lo que<br />

más amamos, en nuestra «religión» —según el sentido que le asignaba<br />

Carlyle— con la vaga esperanza <strong>de</strong> seguir viviendo, perpetuándonos<br />

en la frágil y acaso ilusoria memoria <strong>de</strong> los hombres.<br />

Picón Sa<strong>las</strong> se enfrentó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su un tanto alocada y bulliciosa<br />

adolescencia provinciana (en la encantada, casi arcádica villa <strong>de</strong><br />

sus padres, en un ambiente <strong>de</strong> fábula y ensueño, que él evoca con<br />

profunda emoción y que es, sin duda, la etapa <strong>de</strong> su vida que más<br />

quiere) al problema <strong>de</strong> su evolución espiritual. Des<strong>de</strong> luego,<br />

pensó, no era el hombre hecho para la hazaña bélica, la asonada<br />

anhelante y vesánica <strong>de</strong> los rebel<strong>de</strong>s que entonces se aprestaban a<br />

combatir al grasiento tirano <strong>de</strong>l Táchira, Gómez, el saurio famélico,<br />

llamado graciosamente Juan Bisonte por Rufino Blanco Fombona.<br />

Él no iría, lo confiesa con entera franqueza, a exponer su juventud<br />

a la <strong>de</strong>vorante barbarie, a quemarse entre la montonera <strong>de</strong> muchachos<br />

ilusos —gran<strong>de</strong>s en su gesto romántico y heroico, pero <strong>de</strong>sorientados<br />

y febriles en su <strong>de</strong>sesperante y mortal soledad— que<br />

entregaban su vida en un gesto aislado y suicida, sin resonancias<br />

concretas, sin resultados positivos. Porque, ¿qué podía hacer un<br />

grupo <strong>de</strong> estudiantes valientes ante la común indiferencia <strong>de</strong> los<br />

conciudadanos y el espantoso miedo que llenaba <strong>las</strong> casas y <strong>las</strong><br />

cabezas <strong>de</strong> entonces? Excesivamente corrompido y embrutecido<br />

el ambiente, todo esfuerzo revolucionario parecía con<strong>de</strong>nado<br />

fatalmente al fracaso y la segura muerte. Por otra parte, como<br />

señala el autor, «¿hasta cuándo los mejores perecen en nuestro<br />

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