ZEEV STERNHELL - Prisa Revistas
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Junio 2002<br />
DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
Directores<br />
Junio 2002<br />
Javier Pradera / Fernando Savater Precio 5,41 € N.º123<br />
ROBERT NOZICK<br />
Una semblanza<br />
IGNACIO SOTELO<br />
JOSÉ MARÍA RIDAO<br />
Ultraderecha y xenofobia en Europa<br />
G. MARTÍN MUÑOZ<br />
Emigración e Islam<br />
<strong>ZEEV</strong><br />
<strong>STERNHELL</strong><br />
Nacionalismo abierto<br />
y sionismo liberal<br />
MANUEL ARRANZ<br />
Envejecer y morir<br />
J. M. CABALLERO BONALD<br />
Elogio de la lectura
DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
Dirección<br />
JAVIER PRADERA<br />
FERNANDO SAVATER<br />
Edita<br />
PROMOTORA GENERAL<br />
DE REVISTAS, SA<br />
Director general<br />
ALFONSO ESTÉVEZ<br />
Coordinación editorial<br />
NURIA CLAVER<br />
Diseño<br />
ELENA BAYLÍN<br />
RAQUEL RIVAS<br />
Ilustraciones<br />
JORGE VARAS, Madrid, 1964<br />
La obra escultórica de este artista está<br />
concebida como un eslabón más de<br />
una larga, ramificada y gruesa cadena llamada<br />
tradición, como una poética particular<br />
que se remonta a milenios atrás.<br />
Para condicionar la materia, utiliza dos<br />
vías fundamentales: añadir materiales o<br />
sustraer materia. La madera y el aluminio<br />
le permiten la combinación de ambos<br />
procedimientos, posibilitándole una<br />
mayor versatilidad formal.<br />
Robert Nozick<br />
Caricaturas<br />
LOREDANO<br />
Correo electrónico: claves@progresa.es<br />
Internet: www.progresa.es/claves<br />
Correspondencia: PROGRESA.<br />
FUENCARRAL, 6; 2ª PLANTA. 28004 MADRID.<br />
TELÉFONO 915 38 61 04. FAX 915 22 22 91.<br />
Publicidad: GDM. GRAN VÍA, 32; 7ª.<br />
28013 MADRID. TELÉFONO 915 36 55 00.<br />
Impresión: MATEU CROMO.<br />
ISSN: 1130-3689<br />
Depósito Legal: M. 10.162/1990.<br />
Esta revista es miembro de<br />
ARCE (Asociación de <strong>Revistas</strong><br />
Culturales Españolas)<br />
Esta revista es miembro<br />
de la Asociación de <strong>Revistas</strong><br />
de Información<br />
Para petición de suscripciones<br />
y números atrasados dirigirse a:<br />
Progresa. Fuencarral, 6; 4ª planta. 28004<br />
Madrid. Tel. 915 38 61 04 Fax 915 22 22 91<br />
S U M A R I O<br />
NÚMERO 123 JUNIO 2002<br />
POR UN NACIONALISMO ABIERTO<br />
<strong>ZEEV</strong> <strong>STERNHELL</strong> 4 Y UN SIONISMO LIBERAL<br />
JOSÉ MANUEL<br />
CABALLERO BONALD 14 ELOGIO DE LA LECTURA<br />
EL ASCENSO<br />
IGNACIO SOTELO 18 DE LA EXTREMA DERECHA<br />
JOSÉ MARÍA RIDAO 24 FRANCIA Y LA ZONA GRIS<br />
GEMA MARTÍN MUÑOZ 28 EMIGRACIÓN E ISLAM<br />
LOS DERECHOS DE LA MUJER<br />
SILVINA ÁLVAREZ 36 EN UN PAÑUELO<br />
¿UN PARLAMENTARISMO<br />
MANUEL ARAGÓN 42 PRESIDENCIALISTA?<br />
Semblanza Robert Nozick<br />
J. J. Moreso J. L. Martí 50 Una pérdida irreparable<br />
Ciencias sociales<br />
Robert Castel 54 La propiedad social<br />
Filosofía Envejecer y morir<br />
Manuel Arranz 60 Un insano compromiso<br />
Historia Cinco tesis sobre el centenario<br />
Rafael Rojas 64 de la independencia de Cuba<br />
Ensayo La ilustrada lucha<br />
Francisco Javier Ugarte 68 por los derechos homosexuales<br />
Sociología<br />
Jesús Viçens 73 La integración de la salud<br />
Cine<br />
Alberto Úbeda-Portugués 77 Hermanos Coen
POR UN NACIONALISMO ABIERTO<br />
Y UN SIONISMO LIBERAL<br />
La invasión de los territorios autónomos<br />
palestinos lanzada en la primavera<br />
de 2002, con su cortejo de desgracias,<br />
se inscribe en la lógica de un nacionalismo<br />
cuya estructura interna ha<br />
podido percibirse desde el principio. Sin<br />
embargo, si los fundadores actuaban en<br />
un contexto que hacía de la conquista de<br />
Palestina una necesidad existencial, dictada<br />
por la historia judía del siglo que acaba<br />
de terminarse, sus descendientes han deducido<br />
que tienen un derecho eterno. Si<br />
los padres del sionismo, para obtener el<br />
mínimo, tuvieron que afirmar muy alto el<br />
derecho histórico de los judíos sobre toda<br />
la tierra de Israel, la segunda y tercera generaciones<br />
han hecho de él la base de una<br />
verdadera expansión colonial.<br />
Para los defensores de este nacionalismo<br />
de la tierra y de los muertos, del suelo<br />
y de la sangre, las batallas libradas en las<br />
calles de Ramala, de Nablus y en el campo<br />
de refugiados de Jenín, constituyen la<br />
continuación lógica, a más de medio siglo<br />
de distancia, de las que permitieron la<br />
conquista de Jaffa, Lod y Ramla. Situadas<br />
sobre la costa, próximas a Tel Aviv, estas<br />
tres ciudades árabes cayeron durante la<br />
guerra de Independencia. La ciudad de<br />
Ramala se encuentra unos treinta kilómetros<br />
más al Este, y no fue conquistada<br />
hasta 20 años después, para terminar<br />
siendo evacuada tras los acuerdos de Oslo.<br />
Estos 30 kilómetros y estos 20 años,<br />
¿son suficientes –así va su razonamiento–<br />
para establecer una diferencia esencial entre<br />
estas dos localidades? ¿Por qué es legítimo<br />
hacer de Ramla una ciudad judía,<br />
cuyos habitantes fueron forzados a marcharse<br />
durante la guerra de 1948-1949, y,<br />
al mismo tiempo, aceptar que Ramala se<br />
convierta en el cuartel general de Yasir<br />
Arafat? Si el Yisuv hubiera sido un poco<br />
más numeroso, si sólo unas docenas más<br />
de miles de jóvenes hubieran podido escaparse<br />
de Europa, hoy Ramala sería una<br />
<strong>ZEEV</strong> <strong>STERNHELL</strong><br />
floreciente ciudad israelí. El desdichado<br />
accidente que impidió que Ramala cayera<br />
hace 20 años, piensan en la extrema derecha,<br />
no muy alejada de Ariel Sharon, ¿les<br />
da a los palestinos el derecho de reivindicar<br />
la herencia histórica judía?<br />
El conflicto israelí-palestino se hunde<br />
hoy, más profundamente que nunca, en la<br />
sangre y en el barro precisamente porque<br />
toda la derecha nacionalista se suma a este<br />
razonamiento y porque la mayoría de la<br />
izquierda sigue siendo incapaz de oponerle<br />
una ideología racionalista, universalista<br />
y profundamente anclada en los valores<br />
de las Luces. Un cuarto de siglo después<br />
de los acuerdos de paz con Egipto y siete<br />
años después del asesinato de Isaac Rabin,<br />
el horizonte sigue más cerrado de lo que<br />
nunca lo estuviera en el pasado. Más aún<br />
desde que la reconquista de los territorios<br />
palestinos autónomos se inscribe en la lógica<br />
de la guerra del Líbano de 1982.<br />
Después de 20 años es el mismo personaje<br />
el que conduce la misma política. El<br />
objetivo a largo plazo no ha variado: romper<br />
el movimiento nacional palestino.<br />
Sharon no se opone a la creación de un<br />
Estado palestino a condición de que no<br />
tenga de Estado más que el nombre.<br />
Nunca aceptará que israelíes y palestinos<br />
se traten de igual a igual. A menos de verse<br />
forzado a ello por una intervención internacional,<br />
no consentirá nunca en la<br />
posibilidad de que al lado de Israel tome<br />
asiento una entidad palestina que no sea<br />
una entidad vasalla, a merced de su poderoso<br />
vecino, con cantones separados entre<br />
sí por medio de florecientes colonias judías.<br />
A lo más que la derecha israelí es capaz<br />
de resignarse es a una semiindependencia<br />
en sus asuntos internos, una especie<br />
de autonomía municipal.<br />
Ya era ésta la línea de Menájen Beguin<br />
a finales de los años setenta. El jefe<br />
de la derecha podía devolver a Egipto<br />
hasta el último grano de arena de un in-<br />
menso territorio rico en petróleo y con<br />
un potencial económico que hoy aún sigue<br />
sin explotar, mientras que para los<br />
palestinos no podía aceptar más que una<br />
autonomía comunal bajo soberanía israelí.<br />
Para él, igual que para Golda Meir, la<br />
primera ministra laborista de principios<br />
de los años setenta, una situación de<br />
igualdad entre judíos y árabes significaría<br />
que los israelíes abandonaban el principio<br />
según el cual ellos eran los únicos dueños<br />
legítimos del país. Tanto Golda Meir, que<br />
seguía definiéndose como socialista, como<br />
Menájem Beguin, discípulo del líder<br />
histórico de la derecha revisionista Zeev<br />
Jabotinsky, tenían una concepción similar<br />
del sionismo.<br />
Ariel Sharon se ve a sí mismo desde<br />
una perspectiva similar. Ha llegado al poder<br />
para deshacer los acuerdos de Oslo,<br />
que nunca ha dejado de considerar como<br />
una traición. En esta primavera de 2002<br />
vuelve a una situación en la que Israel se<br />
comporta en Cisjordania como en un territorio<br />
oficialmente semicolonizado. La<br />
izquierda laborista, vaciada progresivamente<br />
de los valores humanistas y universalistas,<br />
le asegura su colaboración, si no<br />
con alegría, con resignación. Una vez más<br />
volvemos a las cuestiones esenciales: el<br />
nacionalismo conquistador no puede coexistir<br />
con los valores universalistas de los<br />
derechos del hombre y del derecho a la<br />
autodeterminación. Es así como se ha llegado<br />
a esta extraordinaria quiebra moral y<br />
política, a este sentimiento de impotencia<br />
frente a la desgracia. Porque ¿cómo hacer<br />
entrar en razón a quienes, a principios del<br />
siglo XXI, creen poder colonizar a un pueblo<br />
y, para ello, lanzan divisiones enteras<br />
contra una revuelta popular, como si la<br />
historia de todas las guerras del siglo pasado<br />
no tuviera nada que enseñarles?<br />
Pero, al mismo tiempo, el terrorismo<br />
palestino expresa, por su parte, un reflejo<br />
de rechazo todavía más poderoso y mu-<br />
4 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
cho más difícil de domeñar.<br />
¿Qué hace falta para<br />
convencer a estos fanáticos,<br />
que envían a la<br />
muerte a niños de 13<br />
años, que el terrorismo<br />
gratuito produce en las<br />
víctimas el mismo tipo<br />
de endurecimiento que<br />
es fácilmente previsible<br />
en las poblaciones asediadas<br />
por ejércitos regulares?<br />
¿Qué hacer<br />
para romper el círculo<br />
de los bárbaros atentados<br />
palestinos y de las<br />
represalias israelíes, no<br />
menos feroces? Muchos<br />
se preguntan<br />
hoy, tanto en Israel<br />
como en los territorios<br />
palestinos de<br />
Cisjordania y de Gaza,<br />
si es preciso que<br />
esta generación<br />
abandone toda esperanza<br />
de paz y de<br />
reconciliación entre<br />
los pueblos y se limite a<br />
luchar por un simple cese<br />
el fuego, necesariamente<br />
precario.<br />
Ésta es precisamente la<br />
convicción que prevalece en<br />
la mayoría de los israelíes.<br />
Puesto que no hay nada que hacer, se<br />
dice un poco por doquier, la solución más<br />
lógica, y también la más cómoda, es agarrarse<br />
a lo que es y hacer aquello que mejor<br />
se sabe hacer: emplear la fuerza. Por<br />
otra parte, los efectos desastrosos del conflicto<br />
se dejan sentir, más que nunca, en<br />
la vida de todos los días. El fatalismo, el<br />
odio y el miedo dirigen el comportamiento<br />
de las élites, al igual que lo hacen en el<br />
conjunto de los ciudadanos. En nombre<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
de la llamada clásica al patriotismo,<br />
se constata un desmoronamiento,<br />
lento pero continuo, de los fundamentos<br />
de la democracia. Cuando el<br />
conformismo se eleva al rango de virtud,<br />
cuando la deslegitimación de la<br />
crítica se convierte en una norma largamente<br />
aceptada es el momento en<br />
que los fenómenos macarthystas hacen<br />
su aparición. En semejante contexto<br />
la censura militar puede ejercerse<br />
de manera menos elegante y<br />
permitir que se sienta más abiertamente<br />
el control de los medios de<br />
comunicación. El papel del Estado<br />
Mayor del Ejército en la toma de<br />
decisiones políticas es cada vez<br />
mayor, así como su alineamiento<br />
con la derecha más dura; aunque<br />
todavía no se haya llegado a unas<br />
proporciones catastróficas, nadie<br />
puede ignorar la gran inquietud<br />
que estos fenómenos inspiran<br />
a todos aquellos que<br />
siguen fieles a los valores de<br />
la democracia.<br />
En esta atmósfera sin<br />
precedentes en la historia<br />
del Estado judío, el fatalismo<br />
se ha convertido en la<br />
base de un amplio consenso,<br />
en el cemento de una<br />
falsa unidad nacional. El<br />
miedo al mañana explica<br />
también el hecho de que la<br />
violencia se haya convertido en parte<br />
integral de la vida cotidiana, así como<br />
la parálisis de la clase política israelí. La<br />
angustia es el secreto del comportamiento<br />
suicida de parte de esta formación política<br />
que, por costumbre, se sigue denominando<br />
la izquierda laborista. Su larga colaboración<br />
con la derecha en el seno de<br />
un Gobierno de unión nacional no ha hecho<br />
más que acentuar su descomposición<br />
intelectual y moral, un proceso que [co-<br />
mo se ha visto en las páginas que preceden]<br />
viene de lejos, pero que en la actualidad<br />
parece estar adquiriendo dimensiones<br />
verdaderamente dramáticas.<br />
En segundo lugar, un foso cada vez<br />
más profundo separa a la derecha radical,<br />
que pide la expulsión de la población palestina<br />
de los territorios ocupados, y a los<br />
elementos más avanzados de la izquierda<br />
que, por razones morales, rechazan el servicio<br />
militar en esos mismos territorios.<br />
La derecha dura, nacionalista y religiosa,<br />
oculta cada vez menos sus objetivos reales:<br />
impedir la división de la tierra entre<br />
los dos pueblos, reconquistar los territorios<br />
palestinos autónomos y, aprovechándose<br />
de una confrontación a escala regional,<br />
forzar la salida de al menos una parte<br />
de la población árabe. La perspectiva de<br />
tal desastre, aunque no sea probable en<br />
un futuro próximo, juega de todos modos<br />
un papel extremadamente importante en<br />
la creación de los más nefastos hábitos<br />
mentales.<br />
Pues la legitimidad que, de forma creciente,<br />
está adquiriendo la ideología de la<br />
transferencia, cuyo profeta oficial, Rehav’am<br />
Zeevi, general y ministro, fue asesinado<br />
en 2001 por un palestino, es acorde<br />
con el fruto más grave de la situación<br />
colonial creada inmediatamente después<br />
de la guerra de 1967: la brutalización creciente<br />
en las relaciones entre ocupantes y<br />
ocupados, la insensibilidad frente a los sufrimientos<br />
del otro, poco frecuente en el<br />
pasado, las operaciones de castigo que,<br />
bajo la cobertura de la guerra contra el terrorismo,<br />
no tienen otro objetivo real que<br />
la venganza. Se quiere hacer pagar tan caro<br />
como sea posible a la población por su<br />
participación en la revuelta. Hace todavía<br />
pocos años que la muerte de un bebé palestino,<br />
en una carretera cerrada por el<br />
Ejército, fue objeto de un debate en el<br />
Consejo de Ministros. Hoy, cuando una<br />
mujer palestina, tras cinco años de trata-<br />
5
POR UN NACIONALISMO ABIERTO Y UN SIONISMO LIBERAL<br />
miento de fertilidad, da a luz en un taxi a<br />
un niño prematuro que llega muerto al<br />
hospital por las mismas razones, casi no<br />
se informa del hecho en los periódicos.<br />
Hace 35 años, en las primeras horas de la<br />
guerra de los Seis Días, un joven teniente,<br />
jefe de una compañía de blindados, bloqueaba<br />
su avance para permitir que una<br />
mujer beduina recogiera a sus dos pequeños<br />
que, aterrados por el ruido y el polvo,<br />
iban a ser aplastados. Unas horas<br />
más tarde el blindado del teniente<br />
Kahalana fue alcanzado y él<br />
mismo tuvo graves quemaduras.<br />
Hoy, víctima de<br />
una situación infernal,<br />
el equipo de<br />
un carro moderno<br />
y sobreequi-<br />
pado,<br />
que ya no<br />
opera en el desierto<br />
sino en el corazón de<br />
una ciudad sin defensa<br />
frente a un vehículo de más<br />
de cincuenta toneladas de acero,<br />
abre fuego sobre un automóvil<br />
que se supone que transporta a<br />
combatientes palestinos, pero en cuyo<br />
interior se encontraban una madre y sus<br />
tres pequeños.<br />
Sin embargo, a pesar de todo, la gran<br />
cuestión que prima sobre todas las demás,<br />
y que dirige el comportamiento de todos<br />
los que vivimos en esta región, es la de los<br />
objetivos históricos, la cuestión de la línea<br />
del horizonte y la del objetivo final que se<br />
han fijado tanto los israelíes como los palestinos.<br />
Porque la parte que corresponde<br />
a Yasir Arafat y los suyos, en este drama<br />
que vive su pueblo, no es pequeña. ¿Con<br />
qué rima el terrorismo salvaje que golpea<br />
a las poblaciones civiles israelíes? ¿Contra<br />
qué y contra quién luchan exactamente<br />
los terroristas palestinos cuando asesinan<br />
a transeúntes en las calles, a clientes de<br />
hoteles y de cafés?: ¿contra la ocupación,<br />
la colonización, las incesantes<br />
humillaciones, el<br />
comportamiento a veces<br />
salvaje de<br />
los soldados israelíes o<br />
contra la existencia misma<br />
de un Estado nacional judío?<br />
¿Qué quieren en realidad: la independencia,<br />
la libertad o el final del<br />
sionismo? ¿Quieren vivir al lado del<br />
Estado de Israel tal como es o bien fundar,<br />
por medio del derecho al retorno,<br />
una nueva entidad política en<br />
la que los judíos se convertirían en<br />
una minoría? En el fondo, todo<br />
confluye en un solo punto de interrogación:<br />
¿aceptan los palestinos<br />
los resultados de la guerra de 1948-<br />
1949, nuestra guerra de independencia<br />
y nuestra victoria, y su derrota, o<br />
tratan de dar marcha atrás? Creer que es<br />
posible avanzar sin atacar la esencia de los<br />
problemas es una pura ilusión.<br />
Del lado israelí también todo confluye<br />
en el mismo punto. Más que nunca, la<br />
verdadera línea divisoria se encuentra entre<br />
aquellos que parten del principio según<br />
el cual la guerra de Independencia<br />
terminó de una vez por todas en 1949 y<br />
aquellos que ven en la guerra de los Seis<br />
Días la continuación lógica, natural y legítima<br />
de la de 1948-1949. Para los primeros,<br />
la guerra de junio de 1967 fue el<br />
resultado accidental de una situación que<br />
Israel no había querido, y que ni siquiera<br />
había previsto. A sus ojos, las conquistas<br />
de 1967 no tienen ninguna legitimidad y<br />
no pueden modificar en ningún sentido<br />
las líneas de cese el fuego de 1949; para<br />
ellos, la Línea Verde se ha convertido en<br />
la frontera permanente. Esta visión de las<br />
cosas se apoya sobre una concepción racionalista<br />
y laica del sionismo. Nacido de<br />
la desgracia, el Estado de Israel obtiene su<br />
legitimidad de esta necesidad y, asimismo,<br />
de una idea tan simple, justa y natural como<br />
los principios de 1789: el derecho de<br />
los hombres a ser dueños de su destino.<br />
Nuestros padres fundadores hablaban con<br />
frecuencia en este contexto del retorno de<br />
los judíos a la normalidad. Para quienes<br />
se adhieren a un pensamiento laico, liberal<br />
y democrático, todos los objetivos del<br />
sionismo se han alcanzado dentro de las<br />
fronteras de 1967.<br />
Desde hace más de dos siglos, frente a<br />
la idea de los derechos naturales, por definición<br />
derechos universales y fundados<br />
sobre la razón, se eleva por todo el mundo<br />
el principio de los derechos históricos<br />
y la fe en la mano de la Providencia que<br />
regula la marcha de la historia. Los colonos<br />
armados de Cisjordania y de la franja<br />
de Gaza, con la Biblia en una mano<br />
–nuestro título de propiedad sobre la tierra<br />
de nuestros antepasados– y el fusil automático<br />
en la otra, constituyen el ejemplo<br />
por excelencia del nacionalismo integral:<br />
herederos de los conquistadores de<br />
Canán, se consideran como los únicos<br />
dueños legítimos del país. Para ellos, la<br />
guerra de los Seis Días no fue un desdichado<br />
accidente o, como yo pienso, un<br />
verdadero desastre histórico, sino la expresión<br />
de la voluntad divina. Con toda<br />
la fuerza de su fe religiosa y de su fanatismo<br />
nacionalistas, estos hombres y mujeres<br />
se levantan contra toda solución, por<br />
tímida que ésta sea, que pueda implicar el<br />
repliegue de las colonias de asentamiento.<br />
Aunque víctimas también del terrorismo<br />
árabe, al igual que pueden serlo todos los<br />
israelíes en cualquier momento, estos<br />
hombres, armados, no han cesado desde<br />
hace años de sembrar el contraterror en<br />
su entorno, un terror físico que sufren los<br />
campesinos palestinos, un terror político<br />
que paraliza a la clase política israelí. Los<br />
colonos ideológicos son una pequeña minoría,<br />
pero tienen secuestrada a la sociedad<br />
israelí. Por temor a una guerra civil,<br />
ningún hombre político se ha atrevido a<br />
enfrentarse a ellos, ni siquiera el mismo<br />
Isaac Rabin y, después de él, Ehud Barak,<br />
soldados, ambos, de glorioso pasado. Oficial<br />
de comandos de coraje legendario,<br />
Ehud Barak temía a los colonos como al<br />
fuego. Al mismo tiempo, como les ocurre<br />
a otros muchos, no podía evitar alimentar<br />
hacia ellos una cierta forma de admiración.<br />
El drama de la izquierda continúa<br />
siendo el mismo de siempre: todavía es<br />
incapaz de combatir a la derecha colonizadora<br />
en el plano de los principios.<br />
Es conveniente que volvamos aquí sobre<br />
los aliados más fieles, más preciosos y<br />
más eficaces de los colonos: las élites palestinas,<br />
las del interior y las instaladas en<br />
Europa y en Estados Unidos. Parece para-<br />
6 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
dójico que los acuerdos de Oslo, este primer<br />
paso hacia un camino que parecía tener<br />
que concluir en la paz y la reconciliación,<br />
hayan producido un reflejo de rechazo:<br />
forzados a hacer su elección, los<br />
palestinos no se han atrevido a pasar el<br />
Rubicón. Mientras que los israelíes de izquierda<br />
estaban persuadidos de que los<br />
acuerdos hechos con la Organización para<br />
la Liberación de Palestina (OLP) implicaban<br />
un reconocimiento de la irreversibilidad<br />
de lo adquirido en 1949, la reivindicación<br />
palestina del derecho al retorno<br />
para los refugiados de la guerra de la Independencia,<br />
apoyada por la segunda Intifada<br />
lanzada en octubre de 2000, rompía<br />
las riendas del movimiento de la paz.<br />
Y, de golpe, el campo de la anexión se<br />
volvía a hacer con ellas, porque, si se permite<br />
que los palestinos vuelvan sobre el<br />
acto fundador de 1948, ¿por qué los israelíes<br />
no pueden también tener el derecho<br />
de ir hacia delante y ver 1967 como<br />
la conclusión de 1948-1949? Si está permitido<br />
deshacer lo que se ha consumado<br />
en el momento de la fundación de Israel,<br />
el método vale en ambas direcciones. Rara<br />
vez hemos visto a los colonos tan dichosos<br />
como tras el colapso de Camp David<br />
en el verano de 2000, seguido, seis<br />
meses después, por el fracaso de las negociaciones<br />
de Taba. Los fanáticos tenían la<br />
prueba del nueve de que los palestinos no<br />
sólo iban contra ellos sino contra todos<br />
los israelíes, los instalados a las puertas de<br />
Gaza al igual que los que viven en Jerusalén<br />
occidental o en el área metropolitana<br />
de Tel Aviv. Los atentados suicidas, el asesinato,<br />
sin discernimiento, de familias enteras,<br />
tanto en los territorios ocupados como<br />
más acá de la Línea Verde, vinieron a<br />
confirmar el sentimiento de que todo el<br />
país, a ambos lados de la línea de demarcación,<br />
era un único campo de batalla.<br />
Los palestinos parecían querer borrar, con<br />
sus propias manos, la frontera adquirida<br />
en 1949 y dar así la razón a sus peores<br />
enemigos.<br />
No obstante, el argumento según el<br />
cual todo atentado a la perennidad de la<br />
Línea Verde significa una puesta en cuestión<br />
del edificio completo sigue siendo<br />
tan válido como siempre lo ha sido. La<br />
mayoría de nuestros compatriotas comprende<br />
muy bien que cuando se dice que<br />
“si no tenemos derecho a Hebrón tampoco<br />
tenemos derecho a Tel Aviv” para ilustrar<br />
la naturaleza de nuestros derechos<br />
históricos, se están minando los fundamentos<br />
mismos de nuestros derechos sobre<br />
Tel Aviv y, también, de la existencia<br />
misma de Israel. Pero no se trata única-<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
mente de entender: hay que traducir este<br />
conocimiento del problema en voluntad<br />
política. Es ilusorio pensar que Ariel Sharon,<br />
el padre de las colonias, vaya a aceptar<br />
representar el papel de enterrador. En<br />
la misma medida es probable que Yasir<br />
Arafat no tenga ni el coraje ni la estatura<br />
que son precisas para presentarse en los<br />
campos de refugiados y pedir a su pueblo<br />
que ponga fin a su sueño de retorno. En<br />
ciertos aspectos la incapacidad de la élite<br />
palestina de hacerse cargo de sus responsabilidades<br />
es todavía más flagrante que la<br />
de las élites israelíes y constituye una cómoda<br />
coartada para nuestro campo de rechazo.<br />
¿Qué hacer, entonces? El modo de remontar<br />
la pendiente sigue siendo el mismo:<br />
en primer lugar, aceptar la legitimidad<br />
del acto fundador de Israel e, igualmente,<br />
del acto fundador de la Palestina<br />
independiente. Es por esta cuestión capital,<br />
aunque no haya sido formulada o discutida<br />
oficialmente, por la que ha estallado<br />
la Cumbre de Camp David en julio de<br />
2000 al igual que lo han hecho las negociaciones<br />
que siguieron hasta febrero de<br />
2001 1 . Los errores tácticos, numerosos<br />
por ambas partes, no fueron más que una<br />
pantalla tras la que se escondía, con dificultades,<br />
la realidad: por un lado, los palestinos<br />
todavía no están dispuestos a reconocer<br />
la legitimidad de la existencia del<br />
Estado de Israel y, por otro, la sociedad israelí<br />
no es capaz de pensar en el desmantelamiento,<br />
si no de todo el conjunto de<br />
colonias, al menos de su mayor parte. Los<br />
palestinos reconocen el hecho israelí, pero<br />
no reconocen la legitimidad del movimiento<br />
nacional judío. En esto no se diferencian<br />
mucho del resto de los árabes. La<br />
naturaleza del acuerdo de paz con Egipto<br />
constituye un ejemplo palpable: los egip-<br />
1 Mientras no podamos acceder a los archivos<br />
americanos, israelíes y palestinos, y aún falta bastante<br />
tiempo para esto, es difícil hacerse una idea exacta del<br />
contenido de la cumbre. Como todo historiador sabe,<br />
las memorias de los testigos, orales o escritas son, por<br />
definición, documentos sospechosos. Si no son corroboradas<br />
por documentos “brutos” su valor es extremadamente<br />
limitado. En efecto, todo lo que se dice y se<br />
publica del lado israelí, lo mismo que del lado palestino,<br />
tiene por objeto, bien rechazar la responsabilidad<br />
del fracaso cargándola sobre el adversario, bien preparar<br />
el terreno para la construcción de una coartada<br />
personal, base de salida para una segunda carrera política.<br />
El análisis más articulado, el que parece presentar<br />
las posiciones de ambas partes de un modo más equilibrado,<br />
es, hasta hoy, el de Robert Malley, consejero<br />
especial del presidente Clinton para los asuntos israelí-palestinos<br />
y autor, con Hussein Agha, de un importante<br />
artículo publicado el 9 de agosto de 2001 en la<br />
New York Review of Books, ‘Camp David: The Tragedy<br />
of Errors’.<br />
<strong>ZEEV</strong> <strong>STERNHELL</strong><br />
cios respetan todas las cláusulas formales<br />
del tratado de paz pero, al mismo tiempo,<br />
ahogan toda tentativa de acercamiento<br />
cultural, se oponen a todo contacto<br />
entre particulares, instituciones o grupos<br />
sociales. Los medios de comunicación,<br />
las editoriales y las universidades destilan<br />
un odio feroz al sionismo; y en este rechazo<br />
de la reconciliación y la normalización<br />
los intelectuales son siempre la punta<br />
de lanza.<br />
Edward Said, el más importante intelectual<br />
árabe vivo, en muchos sentidos figura<br />
ejemplar del intelectual comprometido,<br />
ve en los dos pueblos, palestinos y<br />
judíos israelíes, una misma “comunidad<br />
de sufrimiento” 2 . El querría ver a judíos y<br />
árabes viviendo en el marco de un Estado<br />
laico y democrático, unos al lado de los<br />
otros, dentro de las fronteras de la Palestina<br />
histórica, del mismo modo que coexisten<br />
en Estados Unidos las distintas comunidades<br />
étnicas y religiosas. De ahí viene<br />
su oposición al principio mismo de un<br />
Estado-nación judío en Palestina. Otro<br />
intelectual palestino que vive en Beirut.<br />
Ali Khalidi, rechaza del mismo modo la<br />
idea según la cual la necesidad en la que<br />
se encontraban los judíos de constituirse<br />
en comunidad política independiente, de<br />
darse, en consecuencia, un Estado, pueda<br />
constituir una justificación moral para el<br />
desastre palestino y, por ello, para la existencia<br />
de Israel 3 .<br />
Sin embargo, existe todavía otra dimensión<br />
en este rechazo que opone el<br />
mundo árabe al movimiento nacional judío:<br />
el sentimiento de que la fundación<br />
de Israel fue el resultado de la debilidad<br />
árabe. Porque el movimiento sionista aparece<br />
sobre la escena internacional en el<br />
preciso momento en que el mundo musulmán<br />
se encontraba más decaído. Es de<br />
este sentimiento de injusticia histórica,<br />
que va mucho más allá del mal hecho a<br />
los habitantes de la Palestina histórica, del<br />
que se deriva la incapacidad de los intelectuales<br />
árabes para admitir el hecho israelí.<br />
No es en absoluto fruto del azar el<br />
que sean tanto los intelectuales laicos co-<br />
2 Edward Said: ‘The Public Role for Writers and<br />
Intellectuals’ 15 th Jan Patocka Me morial Lecture.<br />
IWM Newsletter, Fall 2001, núm. 4. Ver también su<br />
colección de artículos publicados bajo el título The<br />
end of the Peace Process. Vintage Books, Neeva York,<br />
2001. 3 ‘Zionist Socialism’, reseña de Zeev Zternhell:<br />
The Founding Myths of Israel. Nationalism, Socialism<br />
and the Making of the Je¡wish State (Princeton, Princeton<br />
University Press, 1998) en Journal of Palestine<br />
Studies, vol. XXIX (22) invierno 2000.<br />
7
POR UN NACIONALISMO ABIERTO Y UN SIONISMO LIBERAL<br />
mo los intelectuales integristas, divididos<br />
en todo salvo en lo que respecta al conflicto<br />
árabe-israelí, los que se encuentran<br />
en la primera línea del rechazo. Ni los<br />
unos ni los otros pueden perdonar a los<br />
judíos haber sacado provecho de la decadencia<br />
árabe. Es lo que significa, precisamente,<br />
el rechazo que ha opuesto esa gran<br />
persona que es Edward Said a los acuerdos<br />
de Oslo: una protesta contra lo que<br />
considera ser una confirmación pura y<br />
simple de la inferioridad árabe. Para él,<br />
como para gran parte de los escritores y<br />
universitarios árabes, el despertar árabe<br />
pasa necesariamente por la desaparición<br />
de lo que sigue siendo, a sus ojos, el símbolo<br />
de su impotencia, el Estado-nación<br />
judío implantado en Palestina.<br />
Todo esfuerzo de paz pasa por la interiorización<br />
de esta problemática. Los árabes<br />
siguen considerando la reconciliación<br />
con el Estado de Israel como una forma<br />
de dimisión: pueden, en el mejor de los<br />
casos, aceptar un reconocimiento de facto,<br />
a condición de obtener de ello ventajas<br />
comparables a las de Egipto o a las que<br />
espera Siria. El fracaso de las negociaciones<br />
de Camp David se debe en gran medida<br />
a la incomprensión de la visión histórica<br />
de los árabes. Para los palestinos,<br />
como para el resto de los países árabes limítrofes<br />
de Israel, el acuerdo de paz con<br />
Egipto constituye el precedente ineludible:<br />
la vuelta a las fronteras de 1967, lo<br />
que implica el desmantelamiento de los<br />
asentamientos judíos en territorio ocupado<br />
y el retorno de los refugiados. Toda el<br />
problema radica en saber si los palestinos<br />
aceptan que el derecho al retorno se ejerza<br />
en el interior del Estado palestino, en<br />
Cisjordania y Gaza, o si siguen exigiendo<br />
que este derecho se ponga en práctica en<br />
el interior del Estado de Israel, dentro de<br />
sus fronteras de 1967. Todos saben perfectamente<br />
que si en la actualidad existe<br />
en Israel una mayoría favorable a la vuelta<br />
a los límites de la Línea Verde y a la repatriación<br />
de la gran masa de los colonos o,<br />
lo que es otra posibilidad, al cambio de<br />
territorios, la casi totalidad de los israelíes<br />
rechaza toda solución que conlleve de hecho<br />
el fin de su Estado-nación. A pesar de<br />
esto, el liderazgo palestino sigue fiel a un<br />
objetivo irrealizable e inaceptable.<br />
Contrariamente a lo que generalmente<br />
se piensa, la razón profunda del fallo de<br />
las negociaciones de Camp David reside<br />
en el hecho que las dos sociedades no se<br />
encontraban realmente maduras para dar<br />
el gran salto a lo desconocido. El clima de<br />
desconfianza que se había instaurado entre<br />
Yasir Arafat y el Gobierno de Barak no<br />
hacía sino reflejar las relaciones entre los<br />
dos pueblos. Porque desde finales de<br />
1999 los territorios estaban al borde de la<br />
explosión. El deterioro de la situación era<br />
archiconocido por todos: los territorios<br />
ocupados se habían convertido en un verdadero<br />
polvorín. La decepción, la frustración,<br />
la amargura, el resentimiento, desbordaban<br />
y amenazaban con explotar en<br />
cualquier momento. Cincuenta y ocho<br />
palestinos fueron heridos por tiros de las<br />
tropas israelíes, el 14 de mayo de 2000,<br />
durante las concentraciones a favor de la<br />
liberación de los palestinos detenidos en<br />
Israel. Terroristas para los israelíes, estos<br />
hombres son héroes para sus compatriotas.<br />
Durante varios días Cisjordania se inflamó<br />
con las revueltas, las protestas y las<br />
manifestaciones de solidaridad.<br />
Me permito citar aquí un párrafo de<br />
un artículo que publiqué en el diario<br />
Haaretz del 19 de mayo del 2000.<br />
“En efecto, en estos últimos tiempos,<br />
el primer ministro ha acumulado demasiados<br />
errores importantes- No era preciso<br />
agravar las relaciones con los palestinos,<br />
no hacía falta someterles una carta de retirada<br />
[de los territorios ocupados] poco<br />
razonable y no era preciso hacer arrastrar<br />
durante varios meses la devolución de<br />
Abu Dis [pueblo limítrofe de Jerusalén<br />
que pasó a estar bajo administración civil<br />
palestina pero bajo responsabilidad militar<br />
israelí]. No hay ninguna razón válida<br />
para no liberar a sus prisioneros y para no<br />
adoptar hacia la autoridad palestina una<br />
política de generosidad. La explosión en<br />
los territorios era previsible desde hace<br />
meses; Barak ha creado la impresión de<br />
que no había urgencia en la solución de la<br />
cuestión palestina y es por ello por lo que<br />
cae sobre él la responsabilidad de los<br />
acontecimientos de esta semana. La ambigüedad<br />
con la que queda marcada su gestión,<br />
tras el fracaso de las negociaciones<br />
con Siria, produjo en Nablus y Hebrón<br />
un profundo sentimiento de amargura<br />
que hubiera podido evitarse” 4 .<br />
En el mismo número de Haaretz nos<br />
enterábamos de que Israel había llegado a<br />
la conclusión de que no era posible un<br />
acuerdo global y que, en consecuencia,<br />
era preciso buscar un acuerdo interino.<br />
Zeev Schiff, el cronista militar de fuentes<br />
impecables, siempre muy próximo del<br />
ministerio de Defensa y del Estado Ma-<br />
4 Zeev Sternhell: ‘Hic Rodus, hic salta’ (en hebreo),<br />
Haaretz, 19 de mayo de 2000.<br />
yor, resumía las grandes líneas del proyecto:<br />
los palestinos obtendrían entre el 60%<br />
y el 70% del territorio de Cisjordania (territorios<br />
A, en la terminología oficial de<br />
los acuerdos de Oslo); el 15% o 20% seguirían<br />
durante un periodo de 10 años<br />
bajo la Administración civil palestina y la<br />
Administración militar israelí (territorios<br />
B); y el resto de los 15% o 20% de los territorios<br />
quedarían como territorio C, es<br />
decir, bajo control israelí 5 . Es así como a<br />
unas semanas de la Cumbre, Israel sometía<br />
a los palestinos un proyecto que, claramente,<br />
significaba que al menos un tercio<br />
de Cisjordania sería, de hecho, anexionado<br />
por Israel. Nadie podía tener dudas sobre<br />
la suerte de los territorios después de<br />
10 años suplementarios de gobierno colonial.<br />
De hecho, Ehud Barak exigía una<br />
capitulación total a los palestinos. Es la<br />
razón por la que Arafat se oponía a la idea<br />
de una cumbre: temía una trampa israelí<br />
y había prevenido a la secretaria de Estado<br />
Madeleine Albrigth que un encuentro<br />
mal preparado arriesgaba con estallarle en<br />
el rostro al presidente de Estados Unidos.<br />
Clinton era consciente del problema pero<br />
estaba convencido de que Barak quería<br />
sinceramente la paz 6 . Y aceptó correr el<br />
riesgo y cargar con el fracaso.<br />
Además, los acuerdos de Oslo, anunciadores<br />
de una paz que debería poner fin<br />
a un conflicto centenario, no habían modificado<br />
para nada la situación sobre el terreno,<br />
al contrario. Las colonias de asentamiento<br />
seguían desarrollándose y los<br />
palestinos veían cómo sus tierras continuaban<br />
escapándoseles de las manos. Los<br />
acuerdos firmados por Rabin y Peres se<br />
fundaban en el principio según el cual ni<br />
un solo colono debía abandonar el lugar<br />
en el que vivía. Es cierto que se trataba de<br />
acuerdos interinos; pero el hecho de que,<br />
en el mismo momento de comenzar un<br />
proceso histórico de reconciliación, Israel<br />
se aferrara con todo el peso de su poder a<br />
la vieja máxima sionista según la cual ninguna<br />
parcela de tierra ocupada por un judío<br />
debería ser abandonada, era un mal<br />
presagio para el futuro. El simple sentido<br />
común exigía que se hiciera todo lo posible<br />
para atenuar las fricciones durante este<br />
periodo en el que dos pueblos tenían<br />
que ensayar por primera vez en su historia<br />
la coexistencia pacífica. También convenía<br />
dar algunas pruebas de verdadera bue-<br />
5 Zeev Schiff: ‘Acuerdo interino como salida del<br />
paso’ (en hebreo) Haaretz, 19 de mayo de 2000.<br />
6 Robert Malley: ‘Camp David: The Tragedy of<br />
Errors’, loc. cit. pág. 60.<br />
8 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
na fe. Importaba, en consecuencia, evacuar<br />
inmediatamente los asentamientos<br />
implantados a las puertas de Gaza y en el<br />
corazón de Hebrón. Rabin no se atrevió a<br />
tocar el barrio judío de la villa de Abraham,<br />
poblado por los más extremistas integristas<br />
judíos. Hebrón era un lugar de<br />
elección en la mitología nacional y religiosa<br />
judía: el famoso plan presentado ante<br />
el Gobierno Eshkol el 27 de julio de<br />
1967 por Igal Allon , que ha servido durante<br />
un cuarto de siglo como biblia del<br />
movimiento laborista, preconizaba precisamente<br />
la anexión de toda la región del<br />
monte Hebrón, al igual que del valle del<br />
Jordán.<br />
Es aquí en donde volvemos a tocar el<br />
punto neurálgico. Desde los primeros<br />
meses que siguieron a la victoria de junio,<br />
Igal Allon, uno de los más hermosos<br />
adornos del laborismo, adoptó el papel de<br />
protector de los primeros colonos salvajes,<br />
el grupo del rabino Levinger que, en vísperas<br />
de la primera Pascua judía tras la<br />
guerra de los Seis Días, se infiltró en la<br />
ciudad de Hebrón para festejar en ella la<br />
salida de Egipto. El 11 de abril de 1968<br />
Levinger y sus discípulos se instalaron en<br />
el hotel Park y después de celebrar la Pascua<br />
(el seder) se negaron a marcharse a pesar<br />
de la prohibición de que los civiles judíos<br />
permanecieran en la villa después de<br />
la puesta de sol. En lugar de reprimirlos,<br />
y a iniciativa de Igal Allon, que de forma<br />
desmedida se hizo cargo de proporcionar<br />
armas a los integristas, el Gobierno Eshkol<br />
aceptó que se les alojara en un campamento<br />
militar. Moshe Dayan, que en tanto<br />
que ministro de Defensa ejercía las<br />
funciones de gobernador militar general<br />
de los territorios ocupados, se apresuró a<br />
tomar bajo su protección a los colonos<br />
salvajes. Las armas enviadas al grupo Levinger<br />
venían de los nuevos asentamientos<br />
de Gush Etzion, a medio camino entre<br />
Jerusalén y Hebrón. Caídos durante la<br />
guerra de la Independencia, estos asentamientos<br />
religiosos fueron reconstruidos,<br />
por orden del Gobierno Eshkol inmediatamente<br />
después de la victoria de junio de<br />
1967. Ese era el principio de continuidad<br />
aplicado por todos los Gobiernos, sobre<br />
la base de un amplio consenso. Este principio<br />
se aplicaba no únicamente al pasado<br />
más próximo sino también al más alejado:<br />
la comunidad judía de la ciudad de<br />
los Patriarcas fue destruida durante la revuelta<br />
árabe de 1929: implantarse de nuevo<br />
en el corazón de una gran ciudad árabe<br />
era una locura política, pero ¿quién podía<br />
resistirse a la llamada de la historia?<br />
No sólo el barrio judío de Hebrón<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
fue reconstruido y constituye<br />
hoy un horrible<br />
absceso, sino que desde<br />
el 14 de enero de 1968<br />
Allon propuso edificar a<br />
las puertas de Hebrón<br />
una nueva ciudad judía.<br />
Esta medida fue<br />
aprobada dos años<br />
más tarde por el Gobierno<br />
de Meir (Eshkol<br />
había muerto en<br />
1969): hoy la pequeña<br />
ciudad de Kiryat<br />
Arba, habitada por los<br />
elementos más duros<br />
de la derecha colonizadora,<br />
cuenta con una<br />
población de más de<br />
seis mil personas y se<br />
ha convertido en un<br />
problema para el que<br />
nadie tiene solución.<br />
La única salida razonable<br />
sería su evacuación<br />
pura y simple, pero<br />
aquí volvemos de nuevo<br />
a la cuestión de<br />
siempre, ¿quién estaría<br />
moralmente preparado<br />
y tendría el coraje de enfrentarse<br />
a estos fanáticos<br />
que se consideran como depositarios<br />
de la promesa divina?<br />
En virtud del mismo derecho histórico<br />
se poblaron los altos del Golán; y<br />
sigue siendo sobre los mismos principios<br />
como comenzó, bajo el Gobierno de Rabin,<br />
la colonización del norte de Cisjordania.<br />
En el poder entre 1974 y 1977<br />
(Golda Meir se había visto forzada a dimitir<br />
tras la guerra de Yom Kipur en octubre<br />
de 1973), el Gobierno de Rabin,<br />
empujado por otro de los patronos de la<br />
derecha colonizadora de la época, Simón<br />
Peres, se inclinó ante el ardor de un grupo<br />
de los miembros de Gush Emunim conocido<br />
como el grupo de Elon Moreh. Tras<br />
varias tentativas de colonización de Samaria,<br />
este grupo se instaló en diciembre de<br />
1975 en una estación abandonada del ferrocarril<br />
otomano situada en Sebastia, al<br />
norte de Nablus. Volvió a aplicarse de<br />
nuevo el método que tan buenos resultados<br />
produjo en Hebrón. El ministro de<br />
Defensa, Simón Peres, respondió con entusiasmo<br />
al fervor colonizador de este<br />
grupo de “nuevos pioneros” y decidió instalarlos<br />
en un campamento militar. Progresivamente<br />
los colonos se incrustaron<br />
en la región y crearon el asentamiento de<br />
Kadumim. Finalmente, tras la llegada de<br />
<strong>ZEEV</strong> <strong>STERNHELL</strong><br />
la derecha al poder en mayo de 1977,<br />
fundaron el asentamiento de Elon Moreh.<br />
Es así como durante los 10 años que<br />
siguieron a junio de 1967 todos los Gobiernos<br />
de izquierda llevaron una misma<br />
política de dimisión frente a la derecha<br />
nacionalista y religiosa. Sin embargo, dada<br />
la pervivencia de las ideas recibidas, se<br />
hace necesario precisar una vez más que<br />
no era únicamente por debilidad por lo<br />
que la izquierda laborista se rendía ante la<br />
derecha nacionalista. Ése era en cierto<br />
sentido el caso de Levy Eshkol y tal vez<br />
también el de Itshak Rabin. Pero, en su<br />
conjunto, en lo que concernía a los fundamentos<br />
del nacionalismo y los grandes<br />
principios del sionismo, esta izquierda no<br />
difería fundamentalmente de la derecha.<br />
Partía de un lenguaje menos violento y<br />
sin referencias a Dios, pero sí a la Biblia y<br />
a un pasado tres veces milenario. Para un<br />
Allon o un Dayan, éstas eran las referen-<br />
9
POR UN NACIONALISMO ABIERTO Y UN SIONISMO LIBERAL<br />
cias intelectuales fundamentales. Salvo raras<br />
excepciones los líderes de la izquierda,<br />
confundidas todas las generaciones y todas<br />
las tendencias, eran tan sensibles como<br />
los de la derecha a la llamada de la<br />
historia y la religión. La colonización de<br />
los territorios conquistados en 1967 les<br />
parecía tan natural y legítima como la de<br />
los territorios adquiridos a lo largo del<br />
medio siglo que precedió a la guerra de<br />
Independencia.<br />
Es por lo que, a la hora de elegir,<br />
ni Rabin ni Barak se atrevieron a dar<br />
el salto y congelar todo asentamiento<br />
nuevo, tal como lo exigía la lógica de los<br />
acuerdos de Oslo. Al contrario. Tras la firma<br />
de estos acuerdos se crearon tres grandes<br />
asentamientos “oficiales”, Lapid, Kiryat<br />
Sefer y Menora, que a finales de 1998<br />
contaban en conjunto con 12.212 habitantes.<br />
Pero lo que es todavía más importante<br />
es el hecho de que las fuerzas autónomas<br />
judías, las milicias y autoridades<br />
municipales de la zona hayan establecido,<br />
sin autorización de los poderes públicos,<br />
42 asentamientos salvajes, que, con excepción<br />
de menos de una decena, el Ejército<br />
no ha podido, o no ha querido, desmantelar.<br />
Sólo bajo el Gobierno de Barak<br />
sumaban 2.830 los nuevos apartamentos<br />
o casas individuales (“unidades de alojamiento”)<br />
cuya construcción había comenzado<br />
en territorio ocupado. Si a esto se<br />
añaden las autorizaciones concedidas por<br />
el Gobierno Netanyahu, son 6.458 las<br />
“unidades de alojamiento”, bien en construcción<br />
o que ya habían sido entregadas<br />
a los nuevos colonos, las que había en la<br />
época en que Ehud Barak negociaba con<br />
los palestinos7 . Después de los acuerdos<br />
de Oslo, entre septiembre de 1993 y julio<br />
de 2000, fecha de la Cumbre de Camp<br />
David, hubo 24.371 nuevos alojamientos<br />
disponibles8 . Durante el mismo periodo<br />
7 Oficina Central de Estadísticas, abril 2000<br />
(cuadro 15/construcción), marzo 2002 (cuadro<br />
15/construcción), así como el informe anual del<br />
año 2001 (Statistical Abstract of Israel). Se<br />
pueden ver las referencias exactas en internet<br />
http://www.cbs.gov.il/archive/200004/yarhon/03_h/<br />
htm http://www.cbs.gov.il/archive/200203/yarhon/03_h/htm).<br />
8 Oficina Central de Estadísticas, informes anuales<br />
(Statistical Abstracts of Israel). Para el año 1993 (4.440<br />
construcciones comenzadas), ver el informe del año<br />
1996 pág. 389; 1994 (1.320) 1997, pág. 399; 1995<br />
(2.520) 1998, parte 16, pág. 7; 1996 (1.680) 1999 parte<br />
16, pág. 7; 1997 (2.280), 2000, parte 16, pág. 7 y para<br />
los años 1998 (2.280), 1999 (3.098) y 2000 (4.683),<br />
el informe anual de 2001, parte 22, pág. 9.<br />
la población judía aumentó en 84.000<br />
personas, pasando de 115.700 a unos<br />
200.000. En la primavera de 2002 hay<br />
cerca de 210.000 israelíes que viven en<br />
Cisjordania 9 . Conviene tener presentes<br />
estas cifras si se quiere comprender el estado<br />
de ánimo de las dos delegaciones<br />
reunidas en torno a Bill Clinton, la desconfianza<br />
y el rencor de los palestinos, y<br />
la conciencia de los israelíes de tener ante<br />
sí una tarea gigantesca, quizá francamente<br />
imposible.<br />
Por otra parte la institución de zonas<br />
palestinas autónomas y la llegada de fuerzas<br />
armadas palestinas, al igual que la rigidez<br />
de los colonos enfrentados a una situación<br />
sin precedentes, tuvieron como<br />
efecto el establecimiento de medidas de<br />
seguridad reforzadas. Barreras en las carreteras,<br />
controles incesantes, verificaciones<br />
interminables, vejaciones sin fin: la<br />
vida cotidiana de los palestinos se había<br />
hecho todavía más difícil y, sobre todo,<br />
más humillante. Para garantizar la seguridad<br />
de los colonos se trazaron nuevas carreteras<br />
en las laderas de las colinas, reservadas<br />
únicamente para los vehículos israelíes.<br />
Los colonos, exacerbados por la<br />
“traición de Oslo” se hacían cada vez más<br />
arrogantes y violentos. El campo, es decir,<br />
en torno al 73% de la superficie de Cisjordania<br />
seguía estando en zona C. A pesar<br />
del espíritu de los acuerdos de Oslo,<br />
este espacio quedaba de hecho abierto a la<br />
colonización rampante y, como testigos<br />
impotentes, los árabes contemplaban el<br />
avance, como una mancha de aceite, de la<br />
colonización.<br />
Es así como el comportamiento de<br />
los Gobiernos laboristas de Rabin, Peres y<br />
Barak (no habían puesto esperanza alguna<br />
en el Gobierno de Netanyahu) había convencido<br />
a los palestinos que Israel no tenía<br />
la voluntad o la capacidad de poner<br />
fin, de una vez por todas, a la conquista<br />
de las tierras palestinas. Desde su punto<br />
de vista, derecha e izquierda, al menos su<br />
estilo, eran equiparables. A la vuelta de<br />
Camp David, Ehud Barak explicaba las<br />
razones del fracaso por su fidelidad a los<br />
tres grandes principios: seguridad, Santos<br />
Lugares y unidad nacional. Lo que esto<br />
significaba en realidad es que no se resignaba<br />
a poner el valle del Jordán en manos<br />
árabes, que no abandonaba la soberanía<br />
israelí sobre el monte del Templo y que<br />
no evacuaría los asentamientos. En el len-<br />
9 Oficina Central de Estadísticas, marzo 2002<br />
(52/3) da la cifra, calificada de ‘provisional’ de<br />
207.700 para los últimos meses de 2001.<br />
10 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
guaje político israelí “unidad nacional” sigue<br />
siendo siempre el nombre clave que<br />
significa que no se correrá el riesgo de un<br />
enfrentamiento con el núcleo duro de los<br />
colonos que podría llevar al país al borde<br />
de una guerra civil.<br />
Me permitiré citar una vez más uno<br />
de mis artículos en el diario Haaretz. En<br />
la edición del 15 de diciembre de 2000<br />
planteaba la cuestión esencial sobre el<br />
comportamiento de Ehud Barak.<br />
“Si no quería renunciar a la unidad<br />
nacional ¿por qué fue a Camp David? Si<br />
no estaba dispuesto a un compromiso sobre<br />
los Santos Lugares ¿por qué sintió la<br />
necesidad de arrastrar a todo el mundo<br />
hasta las colinas de Maryland? La explicación<br />
más razonable del enigma de Camp<br />
David, y en muchos sentidos de todo el<br />
enigma de Barak, posiblemente resida en<br />
el hecho de que en un determinado momento<br />
el primer ministro había perdido<br />
la confianza en la capacidad de Israel de<br />
retirarse de los territorios conquistados en<br />
junio de 1967” 10 .<br />
En efecto, la solución del enigma residía<br />
en la incapacidad de Barak de romper<br />
con la tradición colonizadora del sionismo.<br />
Además, tras su elección en mayo de<br />
1999, este hombre inteligente, cultivado<br />
y soberbiamente dotado parece haber cometido<br />
todos los errores posibles e imaginables.<br />
Durante el periodo que separa su<br />
elección del principio de las negociaciones,<br />
Barak, o bien había roto sus<br />
promesas a los palestinos, o bien había<br />
rechazado poner en marcha los acuerdos<br />
ya firmados por sus predecesores.<br />
Sin hablar del hecho de que, tras su llegada<br />
al poder, en lugar de ir inmediatamente<br />
a lo esencial, Barak se volvió hacia Siria.<br />
Para los palestinos, que esperaban una<br />
apertura inmediata de parte de un hombre<br />
que debía su éxito al fracaso de Benjamin<br />
Netanyahu, esta manera de hacerles<br />
evidente la escasa importancia que daba a<br />
la rápida solución del conflicto israelí-palestino,<br />
supuso un verdadero choque. A<br />
partir de este momento todos los contactos<br />
entre las dos partes se hicieron en un<br />
clima de gran desconfianza.<br />
Esta desconfianza se alimentaba, además,<br />
con la ambigüedad que prevalece,<br />
tanto en la posición de Barak como en la<br />
de Arafat. Los dos hombres se encontraban<br />
a la cabeza de coaliciones heterogéne-<br />
10 Zeev Sternhell: ‘Los tres noes de Barak’ Haaretz,<br />
15 de diciembre de 2000.<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
as y debían contar con poderosas oposiciones.<br />
Para llegar a un compromiso debían<br />
superar gigantescas dificultades, y tomar<br />
en cuenta, ambos, la posibilidad de<br />
una guerra civil. Barak ha sido el hombre<br />
político israelí que fue más lejos en el camino<br />
de un acuerdo, el que rompió todos<br />
los tabúes pero también el que a la hora<br />
de la verdad hizo que los palestinos sintieran<br />
que, a fin de cuentas, no era capaz de<br />
dar los últimos pasos, los más difíciles,<br />
pero que eran los que verdaderamente<br />
contaban. Barak no tenía una solución real<br />
y concreta, ni al problema de los asentamientos,<br />
ni al de los intercambios territoriales,<br />
ni a la cuestión de Jerusalén, que<br />
pudiera presentar tanto a los palestinos<br />
como a sus propios conciudadanos. Según<br />
Robert Malley, las propuestas americanas,<br />
presentadas como base de negociación a la<br />
delegación palestina, preveían la soberanía<br />
palestina sobre el 91% de Cisjordania así<br />
como sobre un territorio israelí equivalente<br />
al 1% de la superficie de Cisjordania,<br />
que sería cambiado por el 9% del territorio<br />
palestino anexionado. No se concretaba<br />
dónde se encontraría dicho territorio.<br />
La solución prevista para Jerusalén seguía<br />
estando poco clara, al igual que quedaba<br />
en la bruma el problema crucial de los refugiados<br />
11 .<br />
El sentimiento de<br />
que el primer ministro<br />
israelí no tenía<br />
los medios de<br />
avanzar se<br />
veía refor-<br />
zado<br />
por su<br />
constante<br />
rechazo a<br />
presentar por<br />
escrito un plan<br />
preciso. Todas sus<br />
propuestas estaban<br />
recubiertas de un velo<br />
de incertidumbre y solo tenían<br />
una existencia teórica.<br />
En efecto, Barak se prohibía<br />
comprometerse de una manera<br />
formal por temor a que un plan de-<br />
11 Robert Malley: ‘Camp David: The Tragey of<br />
Errors’, loc. cit. pág. 62.<br />
<strong>ZEEV</strong> <strong>STERNHELL</strong><br />
tallado se convirtiera inmediatamente en<br />
punto de arranque de nuevas exigencias.<br />
Por esta razón rechazó la idea de un encuentro<br />
cara a cara con Arafat en Camp<br />
David: Barak temía que su homólogo palestino<br />
pusiera por escrito las propuestas<br />
que se le hicieran y que las convirtiera en<br />
punto de partida para nuevas negociaciones.<br />
La postura de Yasir Arafat no era muy<br />
diferente. Los palestinos habían llegado<br />
en plan defensivo y se hallaban bajo la<br />
constante presión de una opinión pública<br />
que había perdido la fe en la buena voluntad<br />
de los israelíes. Por otra parte, esta<br />
delegación sufría de un handicap mayor:<br />
sospechosa de mercantilización, notoriamente<br />
corrupta y poco eficaz, la Administración<br />
palestina autónoma carecía de esa<br />
autoridad moral que es necesaria para hacer<br />
aceptar un compromiso doloroso. A<br />
fin de cuentas los palestinos fueron incapaces<br />
de responder a las propuestas americanas<br />
que contaban con el aval oficioso<br />
de Israel, se negaron a someter contrapropuestas<br />
por temor a las reacciones de la<br />
población, no únicamente de los movimientos<br />
islamistas sino también de las<br />
tropas de Fatah, el movimiento de Yasir<br />
Arafat. Es así como rechazaron aceptar,<br />
incluso como base de partida, unas propuestas<br />
que guardaban silencio sobre el<br />
problema de los refugiados, sobre la suerte<br />
del monte del Templo, que es el Haram<br />
al-Sharif de los palestinos, tercer lugar<br />
santo de los musulmanes, y no podían<br />
aceptar un proyecto de intercambios territoriales<br />
sin saber qué territorio era el<br />
que exactamente se les proponía.<br />
El 23 de diciembre de 2000 Estados<br />
Unidos sometió una última serie de propuestas<br />
que iban en el sentido de las exigencias<br />
palestinas: del 95% al 96% del territorio<br />
de la Cisjordania ocupada, del<br />
1% al 3% suplementario en tierras israelíes<br />
de antes de 1967. En lo concerniente<br />
a Jerusalén, Bill Clinton<br />
formulaba el principio que será<br />
sin duda el de todo futuro<br />
acuerdo: lo que es judío<br />
será israelí, lo<br />
que es árabe, palestino.<br />
Las<br />
negociaciones<br />
s e<br />
11
POR UN NACIONALISMO ABIERTO Y UN SIONISMO LIBERAL<br />
siguieron en Taba, en la frontera de Israel<br />
y Egipto, en un tiempo en que Clinton<br />
estaba a punto de abandonar la Casa<br />
Blanca, en que Barak había perdido la<br />
mayoría parlamentaria y cuando, según<br />
todos los sondeos, iba a perder las elecciones<br />
de febrero de 2001. En el momento<br />
en que se encontraron en un callejón político<br />
sin salida, los palestinos eligieron refugiarse<br />
en la revuelta primero, en el terrorismo<br />
después. Cientos de civiles palestinos<br />
e israelíes, unos 450 israelíes y<br />
probablemente más de 1.400 palestinos<br />
han pagado con sus vidas la revuelta y su<br />
represión.<br />
La revuelta palestina que engendró la<br />
invasión de Cisjordania y dio así a la derecha<br />
nacionalista y colonizadora la ocasión<br />
que buscaba fue el producto de dos<br />
fenómenos complementarios: de un lado,<br />
la incapacidad israelí de poner fin a la colonización<br />
y de hacer ver así que la época<br />
de las conquistas había quedado bien cerrada<br />
en 1949 y, de otro lado, la doble<br />
necesidad de los palestinos de mantener,<br />
en primer lugar, la unidad nacional persistiendo<br />
en su reclamación del derecho al<br />
retorno y, en segundo, arrancar la independencia<br />
por las armas y no obtenerla<br />
en torno a una mesa de negociaciones.<br />
Les era preciso, para borrar las derrotas<br />
pasadas, fundar el Estado palestino en la<br />
sangre. Necesitaban escribir una epopeya<br />
nacional digna del glorioso pasado de los<br />
árabes. “Pueblo de héroes” es la fórmula<br />
que diariamente martilleaba Yasir Arafat<br />
en la Ramala asediada por los fuerzas palestinas<br />
en la primavera de 2002. Esta<br />
epopeya, los palestinos la han grabado, en<br />
abril de 2002, en las ruinas del campo de<br />
Jenin.<br />
Para poder volver a la mesa de negociaciones,<br />
porque un día habrá que volver<br />
a ella, los palestinos tienen, más que nunca,<br />
necesidad de un éxito. Israel se puede<br />
permitir darles este éxito: el desmantelamiento<br />
de algunos asentamientos aislados,<br />
que de todos modos tendrán que desaparecer<br />
dentro de la perspectiva de un<br />
acuerdo global, sería una gran victoria<br />
que el amor propio israelí se puede permitir<br />
sin correr riesgos. Pero aquí volvemos<br />
de nuevo al mismo punto: el desmantelamiento<br />
de los asentamientos no<br />
será aceptable para los israelíes mientras<br />
que el derecho al retorno siga siendo una<br />
exigencia concreta de los palestinos. En<br />
cuanto al problema del enfrentamiento<br />
interno, ésta es una cuestión que sigue<br />
por completo en pie.<br />
Las naciones, como sabemos, son fenómenos<br />
históricos. En tanto que tales,<br />
Renan lo ha dicho claramente, tuvieron<br />
un principio y tendrán un fin. Si los europeos<br />
pueden permitirse, después de las<br />
guerras napoleónicas y de dos guerras<br />
mundiales, sin hablar de otros innumerables<br />
conflictos, como la guerra franco-alemana<br />
de 1870 y de todas las guerras y revueltas<br />
que jalonan el siglo XIX, plantearse<br />
seriamente el gran lujo del fin del Estadonación,<br />
no ocurre lo mismo en Oriente<br />
Próximo. Aquí todavía hacen estragos el<br />
fanatismo religioso y el fanatismo nacionalista,<br />
algunos de cuyos elementos no<br />
tienen nada que envidiar a movimientos<br />
de naturaleza semejante que ensangrentaron<br />
la Europa del siglo pasado. Sobre la<br />
ribera oriental del Mediterráneo todavía<br />
no ha sonado la hora de enterrar al Estado-nación.<br />
Sin embargo, ha llegado la hora<br />
de limitar sus males: más que nunca<br />
corresponde a todos los que viven en esta<br />
región levantar una barrera de sentido común<br />
frente al diluvio que amenaza con<br />
arrasar todas las esperanzas de un porvenir<br />
que sea diferente del triste presente<br />
que es el nuestro. Para los israelíes se trata<br />
de hacerse a la idea de que lo que era<br />
aceptable porque se derivaba de una necesidad<br />
histórica ha cesado de serlo desde la<br />
fundación del Estado judío. Para los árabes<br />
se trata de habituarse a la legitimidad<br />
de la existencia nacional judía. Hay que<br />
luchar, por tanto, por un cambio de hábitos<br />
mentales, por una verdadera revolución<br />
intelectual, porque sólo una movilización<br />
de los espíritus podrá cerrar, a ambos<br />
lados de la línea verde, la época del<br />
nacionalismo de la tierra y la sangre. n<br />
[Este texto corresponde al Posfacio de la segunda<br />
edición en prensa del libro Aux Origines d’Israel.<br />
Entre nationalisme et socialisme. Fayad, 1ª edición,<br />
París, 1996.]<br />
Traducción de Carmen López Alonso.<br />
Zeev Sternhell ocupa la cátedra Leon Blum de<br />
Ciencia Política en la Universidad hebrea de Jerusalén.<br />
Autor de El nacimiento de la ideología fascista.<br />
12 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
ELOGIO DE LA LECTURA<br />
H<br />
ablar del libro, reunirnos para hablar<br />
del libro, viene a ser como<br />
convocar a todos nuestros predecesores<br />
en el oficio de la literatura, a todos<br />
los que alguna vez conocimos por sus<br />
obras, a esa innumerable genealogía de escritores<br />
con quienes hemos compartido,<br />
de lejos o de cerca, con curiosidad o con<br />
amor, la aventura de la creación literaria.<br />
Porque es cierto que un libro, cualquier<br />
libro digno, supone de hecho el eslabón<br />
de una precisa cadena de interdependencias<br />
culturales entre el autor y el lector, de<br />
un vínculo insustituible que de algún modo<br />
ha enriquecido nuestra sensibilidad y<br />
el horizonte de nuestra experiencia cotidiana.<br />
Aunque sólo sea por eso, no podríamos<br />
adjudicarle al libro ninguna consideración<br />
más noble –más justa– que la de<br />
la gratitud. Desde los trágicos griegos a<br />
Shakespeare, desde los pensadores árabes<br />
a Cervantes, desde los poetas latinos a los<br />
simbolistas, desde los barrocos castellanos<br />
al último íntegro exponente del patrimonio<br />
común de la literatura, todo ese caudaloso<br />
censo de escritores con los que hemos<br />
convivido de algún modo merece<br />
efectivamente, antes que ningún otro sentimiento,<br />
el justiciero de la gratitud.<br />
Yo fui un lector precoz. Quizá por eso<br />
no oficié demasiado pronto como aprendiz<br />
de poeta. Prefería entonces leer antes<br />
que aspirar a ser leído. Recuerdo muy<br />
bien aquellos años primerizos y aquellas<br />
lecturas nunca olvidadas, especialmente<br />
referidas a la novela de aventuras –Salgari,<br />
Stevenson, Conrad, London, Melville– y<br />
a la poesía romántica y modernista –Espronceda,<br />
Bécquer, Byron, Rubén Darío,<br />
Juan Ramón Jiménez…–. En el aislamiento<br />
hostil de la provincia, cuando aún<br />
resonaban los estruendos de la guerra y se<br />
expandía por el país otra opresiva clase de<br />
desolación, la compañía de un libro suponía<br />
el acercamiento a un mundo cuya sola<br />
capacidad de inventiva te remuneraba de<br />
JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD<br />
muchas privaciones. Frente a la sinrazón y<br />
el oscurantismo de la historia, frente a los<br />
fanáticos y los intolerantes, aún era posible<br />
recurrir a esa razonable alianza con la<br />
lectura. Se trataba, en cierto modo, de<br />
una especie de elección intuitiva de la libertad.<br />
Con un libro en las manos, uno<br />
tenía en su poder un precioso fragmento<br />
de vida, disponía a su antojo de esa vida,<br />
pertenecía de veras al mundo, aprendía a<br />
ser libre. Y al revés, quien no buscaba la<br />
ayuda generosa de un libro, ése limitaba<br />
sañudamente su espacio de regocijo y<br />
aventura, se empobrecía sin remedio, se<br />
negaba a sí mismo una hermosa opción a<br />
ser más plenamente humano.<br />
Es cierto que para muchos escritores<br />
las horas más emocionantes de la infancia<br />
coinciden con la lectura, con el hallazgo<br />
de esos libros que luego se convertirían en<br />
predilectos. Decía Borges: “Que otros se<br />
jacten de las páginas que han escrito; a mí<br />
me enorgullecen las que he leído”. Es<br />
cierto, además, que un escritor lleva siempre<br />
consigo a un lector que lo estimula,<br />
por así decirlo, a escribir y que incluso lo<br />
corrige. Más de una vez se ha dicho que<br />
siempre se escriben aquellos libros que a<br />
uno le gustaría leer. La frase también sirve<br />
invirtiendo los términos: siempre se leen<br />
los libros que a uno le gustaría escribir.<br />
En cualquier caso, no hay poeta, novelista,<br />
profesional de la literatura tan retraído<br />
que no aspire a que su obra se difunda<br />
del mejor modo, llegue al mayor número<br />
posible de destinatarios. No se trata de<br />
una ventaja productiva, o no se trata sólo<br />
de eso, sino de una contribución de alcance<br />
colectivo y eminentemente cultural.<br />
Lo que un hombre escribe, suponiendo<br />
que lo haga con suficiente lucidez, debe ser<br />
leído. Sobre todo porque sólo así se cumple<br />
su destino categórico, se cierra ese círculo<br />
que une al autor con el lector (a través,<br />
por supuesto, del editor y el librero) y que<br />
completa el hecho mismo de la creación<br />
literaria. Ya se sabe que el lector es, en última<br />
instancia, quien recrea, interpreta a<br />
su modo, da un sentido personal –y hasta<br />
intransferible– a lo que el autor se propuso<br />
comunicarle. Se ha reiterado más de<br />
una vez que un libro reúne tantas lecturas<br />
como lectores, y que ninguna de ellas tiene<br />
necesariamente que coincidir con cualesquiera<br />
de las otras.<br />
Esa posibilidad de enriquecimiento<br />
adolece, sin embargo, en nuestro país de<br />
una grave deficiencia. No hay más remedio<br />
que recurrir a la aridez incómoda de<br />
las estadísticas. Según datos del año pasado,<br />
casi la mitad de los españoles –un<br />
46%– no lee nunca, cosa bastante más<br />
sorprendente si se tiene en cuenta que la<br />
industria editorial española es una de las<br />
que mayor número de libros edita en Europa.<br />
A pesar de esa amplísima oferta,<br />
nuestros índices de lectura son, en términos<br />
relativos, de los más bajos del mundo.<br />
A lo mejor es cierta la sospecha de que<br />
hay personas que compran libros, los<br />
usan como inanes objetos decorativos, pero<br />
no los leen, un disparate parecido a pasear<br />
por un museo con los ojos cerrados.<br />
O a desdeñar una gozosa oferta de placer<br />
que se tiene al alcance de la mano.<br />
¿Es posible que en un país donde surgieron<br />
algunas de las más preclaras creaciones<br />
de la literatura universal se lea tan<br />
escandalosamente poco? ¿A qué se debe<br />
ese despego, esa indiferencia, esa ignorancia?<br />
No es éste el momento ni el lugar para<br />
responder a esa pregunta inclemente.<br />
Pero ahí están los datos fríos y desdichados:<br />
sólo la mitad de los españoles suele<br />
aceptar ocasional o habitualmente el regalo<br />
inapreciable de la lectura. El resto permanece<br />
sordo. O ciego, mejor dicho. ¿Por<br />
medio de qué amorosas gestiones de parvulario,<br />
de qué solvente política cultural,<br />
podría remediarse semejante desafuero? Se<br />
ha comentado repetidas veces que esa<br />
mezquina tasa de lectores viene a ser como<br />
14 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
un mal endémico proveniente de las lacras<br />
históricas del subdesarrollo y el analfabetismo.<br />
Si la sociedad priva a alguien del<br />
derecho a cultivar su inteligencia, que es<br />
como decir del derecho a su dignidad<br />
personal, ¿de qué han servido tantas arrogantes<br />
proclamas educativas, tantas historias<br />
insignes, tantas marchas triunfales de<br />
la cultura? Lamento ser tan grandilocuente<br />
–o tan reiterativo–, pero si lo que pretendo<br />
ahora es recordar las excelencias<br />
inagotables de la lectura, tampoco podía<br />
eludir estas desconsoladas evidencias.<br />
Cualquier presumible aspiración a una sociedad<br />
lectora exigirá una adecuada transformación<br />
de la sociedad. Y esa transformación<br />
sólo será viable si se verifica a partir<br />
de esas bien llamadas primeras letras.<br />
Por eso siempre serán tan encomiables<br />
como oportunas todas las iniciativas<br />
encaminadas a alcanzar esa meta: la de<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
hacer partícipe a la colectividad de los<br />
productos nacidos de la imaginación del<br />
hombre. Recuerdo que hace algún tiempo<br />
se lanzó una campaña multimedia de fomento<br />
de la lectura, promovida por todos<br />
los sectores relacionados con el mundo<br />
del libro (y en la que yo mismo intervine).<br />
Parecía en principio una buena idea;<br />
al menos era la primera vez que se ponía<br />
en marcha algo semejante. En esa campaña<br />
se pretendía excluir todo el aparato<br />
academicista al uso, centrándose en la<br />
oferta de ese objeto precioso llamado libro<br />
de la mano de personajes populares y<br />
a través de una serie de pasatiempos<br />
y fiestas de las letras. Sin duda que se trataba<br />
de una nueva forma de invitación a<br />
la lectura, incluso de una estimulante posibilidad<br />
de encuentro del escritor con un<br />
nuevo público. Pero la verdad es que tan<br />
juiciosa iniciativa, por una u otra razón,<br />
fue languideciendo y no pasó de la animación<br />
en torno a algunas propuestas válidas<br />
pero efímeras.<br />
Téngase presente, en este mismo orden<br />
de cosas, no hace todavía mucho la<br />
Federación de Gremios de Editores de España<br />
puso en marcha un plan ciertamente<br />
ambicioso para captar el mayor número<br />
posible de lectores. Con esos fines se celebró<br />
en Madrid una Fiesta de la Lectura,<br />
donde se anunció la creación de un Servicio<br />
de Orientación del Lector y se habló<br />
del incremento de las bibliotecas públicas<br />
y de la canalización de los hábitos lectores,<br />
alentado todo ello con nuevas campañas<br />
publicitarias y nuevos diseños del material<br />
educativo. Me parece muy bien, claro.<br />
Seguro que algunos frutos se<br />
recogerán, aunque no sea a corto plazo.<br />
Pienso de todos modos que lo verdaderamente<br />
útil en este sentido debe centrarse<br />
siempre en una innovadora atención escolar.<br />
Todos sabemos de sobra que el niño<br />
que se habitúa a leer, ya leerá siempre. El<br />
lector infantil nunca dejará de ser un lector<br />
adulto. El amor o el desamor por la<br />
lectura depende del amor o el desamor<br />
que se haya sentido por el primer libro. Y<br />
eso tiene mucho que ver con la libre elección<br />
de ese primer libro o, mejor, con la<br />
ausencia de toda imposición lectora.<br />
Si hago hincapié en todo eso es porque<br />
siempre debe merecer el mayor respeto<br />
toda propuesta encaminada a fomentar<br />
la lectura (a “reinventar el libro”), sobre<br />
todo a través de la reforma del sistema<br />
educativo, el influjo familiar y una adecuada<br />
reconducción imaginativa. Porque<br />
algo se habrá conseguido a la larga. Nada<br />
más beneficioso que el hecho de que alguien<br />
encuentre de ese modo un libro y<br />
perciba el humano llamamiento que emana<br />
de ese libro. Tal vez se inicie de pronto<br />
en la lectura casi sin darse cuenta; tal vez<br />
un mundo ignorado llegue a ser así más<br />
inesperadamente descubierto. Quien no<br />
15
ELOGIO DE LA LECTURA<br />
traspase la frontera de esa dádiva magnífica<br />
habrá perdido la oportunidad de conocer<br />
una parcela, quién sabe si la más excitante,<br />
de ese otro caudal de experiencias<br />
generado por la literatura. Se ha repetido<br />
más de una vez que un libro puede llegar<br />
a cambiar la vida de un hombre. Es posible.<br />
Quien tiene un libro en sus manos<br />
nunca podrá quedarse al margen de la vida.<br />
Un lector verdadero siempre será un<br />
verdadero partidario de la vida. Decía Cervantes<br />
que “no hay libro tan malo que no<br />
contenga algo bueno”. Al margen de esa<br />
excesiva generosidad, es preferible creer<br />
que el libro y la maldad nunca pueden<br />
aliarse.<br />
Hay una anécdota muy conocida que<br />
podría aplicarse a lo que vengo diciendo.<br />
Se trata más bien de un cuento con moraleja.<br />
Permítanme recordarlo. Una niña salió<br />
una vez del colegio y se entretuvo jugando<br />
con unos amigos hasta que se hizo<br />
de noche. Para volver a su casa tenía que<br />
atravesar una calle solitaria y a oscuras. La<br />
niña tenía miedo. Vio acercarse en sentido<br />
contrario la silueta de un hombre. La<br />
niña pensó escapar, pero siguió adelante<br />
casi por instinto. Quizá ya era tarde para<br />
retroceder. La silueta se aproximaba. De<br />
pronto, la niña vio algo en la mano del<br />
hombre y se tranquilizó: era un libro. Había<br />
oído decir a su maestro que quien llevara<br />
un libro en la mano no podía infundir<br />
temor. Sin llegar a tan inocente hipérbole,<br />
sí cabría aplicar el cuento a no pocas<br />
argumentaciones sobre los provechos morales<br />
y sociales de la lectura, esto es, sobre<br />
la impecable dignidad de quienes defienden<br />
que un libro hace mejor al hombre.<br />
Tampoco sé si lo hará exactamente mejor,<br />
pero tal vez lo estimule a ser más íntegro,<br />
más pleno, más solidario. Es difícil dudar<br />
en todo caso del poder curativo de la lectura,<br />
de su capacidad última para preservar<br />
de sectarismos e intolerancias.<br />
Recuérdese que todos aquellos que<br />
han programado –desde los tiempos de<br />
los terrores inquisitoriales a los de cualquier<br />
censura dictatorial– el mantenimiento<br />
de sus poderes y privilegios han<br />
coartado la libre circulación de las ideas.<br />
Los abyectos enemigos históricos de los<br />
derechos del hombre han recurrido siempre<br />
a una suprema barbarie: la hoguera.<br />
O quemaban herejes o quemaban libros,<br />
dos crímenes idénticos: el de la asfixia de<br />
la libertad de la cultura. En las imágenes<br />
futuristas de un mundo despersonalizado,<br />
regido por computadoras, la quema de libros<br />
representa algo más que un mandamiento<br />
atroz: es una nueva metáfora de la<br />
esclavitud. Algo por el estilo podría argu-<br />
mentarse con respecto a la censura. La<br />
consabida iniquidad de vetar lo que se escribe<br />
equivale a amordazar también a<br />
quien lee.<br />
Todos sabemos que destruir, prohibir<br />
ciertas lecturas, ha supuesto siempre<br />
prohibir, destruir ciertas libertades.<br />
Conviene reiterarlo. Quien no leía, tampoco<br />
almacenaba conocimientos. Y quien<br />
no almacenaba conocimientos era apto<br />
para la sumisión. De lo que fácilmente se<br />
deduce que toda democracia será tanto<br />
más efectiva cuanto más propicie el ascenso<br />
cultural de los ciudadanos y, por<br />
ende, el amor al libro. Ese viejo y tan aireado<br />
lema de “ser cultos para ser libres”<br />
adquiere sin duda el rango de un designio<br />
sustancialmente democrático. Un libro<br />
que logre de una u otra forma iluminarnos<br />
o emocionarnos, que nos enseñe a<br />
desbrozar un camino o a enriquecer nuestra<br />
noción del mundo, nunca dejará de<br />
servir de vehículo para la tramitación<br />
de la libertad. No se olvide tampoco que<br />
la palabra “libro” y la palabra “libre” sólo<br />
se diferencian en un sonido final de muy<br />
parecida articulación. Incluso, en latín,<br />
liber y libertas remiten fonéticamente a la<br />
misma raíz.<br />
Todo eso lleva consigo un complicado<br />
planteamiento del problema: el de la enseñanza<br />
de la literatura. Ha habido voces<br />
eminentes empeñadas de modo ejemplar<br />
en resolver esta cuestión, aunque tampoco<br />
han faltado quienes han pretendido<br />
obstaculizarla con alguna que otra estulticia<br />
argumental. Yo, que he sido profesor<br />
de literatura, creo entender de qué intrincada<br />
labor se trata. Porque de lo que no<br />
cabe duda es de que una lección sobre literatura<br />
en ningún caso debe confundirse<br />
con una lección sobre archivos y contabilidades.<br />
Qué importan fechas, títulos, cánones,<br />
cuando lo que de verdad interesa<br />
es suscitar el amor por el libro, estimular<br />
de algún modo la atracción benéfica<br />
(educativa o simplemente placentera) por<br />
la lectura. Si el deber de un profesor es<br />
enseñar, su única misión en este caso<br />
es enseñar a leer. Pero ¿cómo, por medio<br />
de qué tácticas pedagógicas conseguir ese<br />
noble objetivo? A lo mejor el éxito se emparenta<br />
aquí también con la utopía, aunque<br />
lo sensato es suponer que la inteligencia<br />
de no pocos educadores habrá logrado<br />
subsanar tantos viejos lastres<br />
didácticos. Tal vez todo consista en una<br />
inicial sensibilización del niño, en una tarea<br />
cautelosa y delicada cuya efectividad<br />
dependerá de la cautela y la delicadeza<br />
con que el maestro convenza al alumno<br />
de las aventuras a que puede incorporarse<br />
si se aficiona a leer, incluso del esfuerzo<br />
personal que esa afición lleva consigo. A<br />
partir de ahí, algo –una curiosidad, un<br />
respeto, un cariño– habrá empezado a<br />
fraguarse. Y ese hábito gozoso ya no lo<br />
abandonará nunca. Incluso con el tiempo<br />
lo incitará no sólo a leer, sino a releer. Decía<br />
Juan Carlos Onetti que le gustaría sufrir<br />
de amnesia para olvidar los libros que<br />
amaba y volver a leerlos con la misma<br />
placentera sorpresa que la primera vez.<br />
Difícilmente podría encontrarse un más<br />
acabado elogio de la lectura.<br />
Conozco a un grupo de profesores<br />
que creó un taller de lectura y escritura<br />
para que, por procedimientos “irregulares”,<br />
los niños se aficionaran a leer y, lo<br />
que es más significativo, a escribir sus<br />
propias historias. Los resultados fueron<br />
realmente muy alentadores. Después de<br />
esas experiencias, incentivadas con juegos<br />
y escenificaciones, con ofertas festivas, he<br />
conocido a niños que anhelaban llegar a<br />
ser escritores. Quizá se les inculcó un sueño<br />
maravilloso: el de querer ver lo que<br />
había detrás del espejo de un libro, o del<br />
espejo de una vida, como la Alicia de Lewis<br />
Carroll. Si algún niño descubre así un<br />
espacio de la realidad –un país de las maravillas–<br />
desconocido, si consigue ampliar<br />
de ese modo su conocimiento del mundo,<br />
se habrá alcanzado una meta triunfante.<br />
Porque a estos efectos, ¿quién más previamente<br />
capacitado para elegir la hermosa<br />
aventura de leer que un niño? Porque ese<br />
niño que convierte, en sus juegos, una caja<br />
de zapatos en una carroza o el interior<br />
de un armario en la cueva del tesoro, es<br />
también quien sabrá encontrar, sin otra<br />
ayuda que su imaginación, el camino que<br />
conduce al secreto fascinante de un libro.<br />
Me gustaría hacer, al hilo de estas recapitulaciones,<br />
una última apelación al<br />
optimismo. Frente a quienes han reiterado<br />
las palmarias o presuntas amenazas<br />
que se ciernen sobre el libro, yo me permito<br />
defender una absoluta ausencia de<br />
riesgos. Conjeturar que los actuales avances<br />
tecnológicos y los nuevos sistemas audiovisuales<br />
acabarán destronando al libro<br />
no pasa de ser una conclusión de lo más<br />
apresurada. Téngase en cuenta que en los<br />
inicios de la difusión de la radio algún<br />
que otro eminente sociólogo de la cultura<br />
vaticinó la desaparición de los periódicos,<br />
y que, tiempo después, también cundió la<br />
sospecha de que la televisión acabaría con<br />
el libro. A partir sobre todo de los años<br />
sesenta, cuando alcanzaron cierta notoriedad<br />
las tesis de McLuhan, se pronosticó<br />
enfáticamente el fin de la prioridad de la<br />
imprenta como medio de difusión y el<br />
16 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
triunfo hegemónico de la imagen televisiva.<br />
El dominio de la cultura de masas desbancaría<br />
así a las formas de la cultura tradicional.<br />
Aparte de ese ingrato maximalismo<br />
de McLuhan, el tiempo ha ido poniendo<br />
en entredicho sus ideas, sobre todo en lo<br />
que respecta a la influencia universal de la<br />
imagen, es decir, de “la percepción ocular<br />
no reflexiva” que terminaría por desplazar<br />
esa otra influencia “reflexiva” del libro. El<br />
mensaje que nos llega de la lectura sería<br />
reemplazado en nuestro comportamiento<br />
cultural por el mensaje tecnológico de la<br />
comunicación. Más de un cuarto de siglo<br />
después de esas agoreras presunciones,<br />
ninguna se ha cumplido sustancialmente.<br />
De lo único que podría hablarse en términos<br />
objetivos es de una convivencia entre<br />
el libro y la imagen, es decir, entre dos<br />
vías de conocimiento –la visual y la mental–<br />
que no tienen por qué repelerse mutuamente.<br />
Estoy de acuerdo con quienes<br />
afirman que, en este terreno, lo más sensato<br />
es confiar en la coexistencia pacífica.<br />
Incluso podría añadirse que la televisión<br />
puede ser un estímulo para la lectura,<br />
pues en muchos casos –como decía Groucho<br />
Marx– “siempre que la encienden en<br />
la sala me retiro a mi cuarto a leer”.<br />
No creo para nada que el libro sea<br />
desplazado nunca por los envites consecutivos<br />
de la era del vídeo y la informática.<br />
La digitalización, la edición electrónica,<br />
ha creado sin duda nuevos soportes de<br />
acercamiento al libro, pero el placer de un<br />
texto encuadernado y en modo alguno<br />
virtual seguirá ofertando un insustituible<br />
atractivo. Jamás podrá extinguirse el acto<br />
gozoso y fecundo de la lectura, esa experiencia<br />
personal cuyo incitante desarrollo<br />
puede además disfrutarse en la soledad de<br />
un coloquio con uno mismo. Leer es recuperar<br />
lo que no hemos vivido, compensarnos<br />
de nuestras propias carencias. No<br />
existen sustituciones satisfactorias. El libro<br />
es un acompañante fiel y disponible,<br />
un confidente que estará siempre dispuesto<br />
no ya a confiarnos una y otra vez su intimidad,<br />
sino a oírnos. Incluso puede ser<br />
un buen antídoto contra cualquier sombra<br />
de dogmatismo o intolerancia. Su capacidad<br />
dialogante jamás se agota realmente.<br />
Quien lee nunca está solo. Tampoco<br />
lo está quien escribe. La lectura es<br />
una operación dinámica, generosa, de<br />
múltiples compensaciones sensoriales. Su<br />
variedad de sensaciones, su diversidad de<br />
sugerencias críticas, se contradice por definición<br />
con el pensamiento único. Comentaba<br />
Delibes que un libro siempre remite<br />
a otro libro y que, en contra de lo<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
que suele decirse, los libros no resuelven<br />
problemas, sino que los crean, “de modo<br />
que la curiosidad del lector siempre queda<br />
insatisfecha”. Estoy de acuerdo. La búsqueda<br />
de otros libros satisfactorios presuntamente<br />
acaba convirtiéndose en una<br />
costumbre inagotable. Si es cierto que un<br />
libro no está de veras terminado hasta que<br />
no lo leen los demás, los demás deben saber<br />
qué irrepetible experiencia supone esa<br />
participación. Ninguna innovación técnica,<br />
ninguna inquietante máquina que nos<br />
tenga preparada el futuro, será capaz de<br />
reemplazarla.<br />
Hay un conocido soneto de Quevedo<br />
que voy a usar como epílogo de todo<br />
lo que estoy tratando de evocar. El soneto<br />
es muy conocido y está escrito en la torre<br />
de Juan Abad, donde estuvo desterrado el<br />
poeta en 1620. En aquellas soledades aldeanas,<br />
Quevedo buscó en los libros esa<br />
complementaria comunicación con la vida<br />
que le faltaba entonces. Sólo voy a recordar<br />
los dos cuartetos del soneto, de tan<br />
sobria y magnífica expresividad:<br />
Retirado en la paz de estos desiertos,<br />
con pocos pero doctos libros juntos,<br />
vivo en conversación con los difuntos<br />
y escucho con mis ojos a los muertos.<br />
Si no siempre entendidos, siempre abiertos, o enmiendan<br />
o secundan mis asuntos, y en músicos callados<br />
contrapuntos al sueño de la vida hablan despiertos.<br />
Se trata, sin duda, de una lección de<br />
sabiduría y de un fervoroso canto a las<br />
impagables compensaciones que puede<br />
depararnos un libro. Todo el soneto supone<br />
en este sentido una síntesis magistral.<br />
Esa metafórica definición de la lectura de<br />
viejos textos –“vivo en conversación con<br />
los difuntos”, “escucho con mis ojos a los<br />
muertos”– o esa gratitud a los libros que<br />
“enmiendan o secundan” y “al sueño de la<br />
vida hablan despiertos”, constituyen sin<br />
duda como un lema que debería figurar<br />
en el frontispicio de todas las bibliotecas<br />
públicas. Y de todas las escuelas.<br />
Y termino con una apelación a la esperanza.<br />
Me inclino a creer que nunca<br />
faltarán, y que es posible que hasta proliferen,<br />
aquellas personas que, en el momento<br />
oportuno, escojan un libro como<br />
quien escoge el itinerario de un viaje, y se<br />
internen por él sabiendo que allí les<br />
aguarda un mundo cuya presunta fascinación<br />
ellos pueden encargarse de interpretar<br />
a su modo y asimilar como un espectáculo<br />
por ellos mismos programado. Es<br />
lo que alguien llamó “la hora del lector”,<br />
de un lector que incluso puede ir más allá<br />
que el autor, descubrir lo que éste quizá<br />
JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD<br />
sólo inconscientemente barruntara. Pues<br />
nada más cierto que ese lector, situado<br />
ante la reconversión de la realidad que todo<br />
libro entraña, colabora de algún modo<br />
con quien lo escribió para que se cumpla<br />
el fin último de la literatura.<br />
No se olvide que el escritor –usando el<br />
sentido etimológico del término– es un<br />
pontífice, es decir, un constructor de puentes,<br />
en este caso de un puente entre lo que<br />
él crea y el lector recrea, pasando naturalmente<br />
por la imprescindible gestión del<br />
editor y el librero. Sin esa contribución<br />
fructífera, ningún libro alcanzaría –insisto<br />
en ello– su más propio destino: el de servir<br />
de alianza enriquecedora entre el escritor<br />
y sus destinatarios. Sin el lector, el acto<br />
creador de la escritura estaría incompleto:<br />
el lector justifica la literatura. ¿Quién o<br />
qué mecanismo tecnológico, qué soporte<br />
audiovisual puede neutralizar el libérrimo<br />
placer de ese acto, de esa fértil aventura<br />
imaginativa? Y es a uno de los protagonistas<br />
de esa aventura, al amigo de los libros,<br />
a quien quiero ofrecer ahora mi más efusivo<br />
saludo. A él, es decir, a todos ustedes,<br />
muchas gracias.n<br />
José Manuel Caballero Bonald es poeta y novelista.<br />
Sus últimos libros publicados son Diario de<br />
Argónida y La costumbre de vivir.<br />
17
EL ASCENSO<br />
DE LA EXTREMA DERECHA<br />
Riesgos y retos de la transformación del Estado nacional<br />
En la construcción actual de Europa,<br />
se echa de menos una sociedad europea.<br />
La configura hoy tan sólo una<br />
minoría insignificante, que antepone el<br />
interés de Europa al del Estado al que<br />
pertenece. Pretendemos construir una<br />
unión política, imprescindible en el grado<br />
de integración económica alcanzado, sin<br />
contar con una base social. Aun en el caso<br />
de que avancemos en este proyecto –no es<br />
nada seguro–, tardará en cuajar una sociedad<br />
europea que, al fin y al cabo, sólo<br />
puede surgir de una larga convivencia en<br />
instituciones comunes. Por consiguiente,<br />
no puede exigirse como condición previa<br />
a la institucionalización política, tal como<br />
piden los que justamente no quieren rebasar<br />
el Estado nacional. Tenemos, primero,<br />
que levantar el edificio político, y<br />
luego se expandirá, poco a poco, la conciencia<br />
de formar un conjunto trabado, es<br />
decir, una sociedad europea que se identifique<br />
como tal.<br />
La transformación del Estado<br />
Ocurrió lo mismo en el emerger de las<br />
naciones –francesa, inglesa, española– a<br />
partir del Estado en su forma embrionaria<br />
de Monarquía absoluta. Primero fueron<br />
los reinos, y luego surgieron las naciones.<br />
Cierto que hubo países, Italia y Alemania,<br />
en los que la división política se superó<br />
muy tardíamente, en la segunda mitad<br />
del siglo XIX, cuando la nación estaba ya<br />
bien consolidada. Otras naciones, Cataluña<br />
o Flandes, que no lograron hacerse por<br />
motivos diversos con un Estado en el momento<br />
oportuno sufren ahora un doble<br />
tirón: hacia dentro, a la búsqueda de un<br />
Estado propio, precisamente cuando el<br />
Estado nacional ha perdido muchas de<br />
sus competencias anteriores y se halla en<br />
un proceso de profunda transformación;<br />
y otro, en sentido contrario, hacia Europa,<br />
que diluye elementos básicos del Estado<br />
nacional.<br />
IGNACIO SOTELO<br />
Cuando con la máxima urgencia se<br />
plantea la necesidad de construir la Europa<br />
política, los Estados reaccionan vigorosamente<br />
ante el reto de ser absorbidos por<br />
instituciones supranacionales, empezando<br />
por los más antiguos y, en su día, los más<br />
fuertes. Desde su adhesión a la Comunidad<br />
Europea, el Reino Unido ha dejado<br />
bien claro que no está dispuesto a ceder la<br />
soberanía que ejerce el Parlamento británico<br />
a ninguna otra institución supranacional.<br />
Incluso Francia, que es la inventora<br />
de la integración económica, militar y<br />
política de Europa como la única respuesta<br />
adecuada para acabar de una vez por todas<br />
con el peligro alemán y que por medio<br />
del eje franco-alemán ha liderado el<br />
proceso por casi cuarenta años, cada día<br />
que pasa se muestra más francesa y menos<br />
europea, al menos desde que la reunificación<br />
arrumbase el equilibrio anterior entre<br />
una Alemania, a la cabeza en la industria<br />
y en el comercio exterior, y una Francia<br />
en relación con una Alemania dividida<br />
y ocupada, sin duda potencia política, a la<br />
vez que militar, al disponer de armamento<br />
atómico.<br />
No sólo en el Reino Unido, desde un<br />
principio, y en Francia, desde la unificación<br />
de Alemania, sino también en el resto<br />
de la Unión, se observa una querencia<br />
del Estado nacional en ningún caso privativa<br />
de “las naciones sin Estado”. Nada se<br />
entiende de lo que está ocurriendo en Europa<br />
sin tomar buena nota de esta doble<br />
dinámica: por un lado, propensión a crear<br />
Estados nacionales nuevos (la caída del<br />
bloque soviético ha aumentado considerablemente<br />
su número); por otro, en todos<br />
ellos descuella la voluntad de integrarse<br />
en la Unión Europea, única forma de encontrar<br />
acomodo en un mundo globalizado.<br />
La construcción europea, lejos de dejar<br />
obsoletos a los Estados nacionales, les<br />
da nuevo impulso para que sobrevivan,<br />
eso sí, profundamente transformados.<br />
Perspectiva, no hace falta decirlo, que sostiene,<br />
en último término, a los nacionalismos<br />
vasco y catalán.<br />
El cuádruple proceso<br />
de la construcción de Europa<br />
La clave de buena parte de lo que está ocurriendo<br />
(desde el desprestigio de los partidos<br />
y de las instituciones hasta el ascenso<br />
de la extrema derecha) hay que buscarla en<br />
la crisis de transformación, no de desaparición,<br />
que afecta al Estado nacional, una de<br />
las creaciones más originales y productivas<br />
de Europa. Si en apretada síntesis quisiéramos<br />
expresar en una fórmula aquello que<br />
constituye a Europa, habría que mencionar<br />
un proceso cuádruple.<br />
1. El de urbanización, con el resurgir<br />
de ciudades (otras no habían existido antes)<br />
capaz de originar una nueva clase que<br />
introduce una cuña en la sociedad medieval<br />
tripartita, compuesta por el campesinado,<br />
libre o adscrito a la gleba, el mundo<br />
eclesiástico y la nobleza terrateniente.<br />
2. La Monarquía aprovecha el conflicto<br />
entre el Papado y el Imperio para impulsar,<br />
apoyándose en la nueva clase urbana,<br />
el desarrollo de una nueva forma de<br />
organización política: el Estado. Dos innovaciones<br />
fundamentales conlleva la noción<br />
moderna de Estado: sustituye la idea<br />
de un orden justo (en el fondo, una cuestión<br />
teológica) por la de poder, summa<br />
potestas, soberanía, categoría que traslada<br />
el saber político de la filosofía a la técnica,<br />
al saber instrumental. Introduce la idea<br />
de representación, que desconoció la antigüedad<br />
grecolatina y que es fundamental<br />
en el Estado moderno. La noción medieval<br />
de representación constituye el eje<br />
principal del tipo de democracia que desarrolla<br />
la sociedad europea en el siglo XX,<br />
la democracia representativa, muy distinta<br />
de la directa, aunque con exclusiones<br />
llamativas, de los griegos.<br />
18 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
3. El desarrollo de una economía capitalista<br />
(no solamente monetaria y que conoce<br />
la propiedad privada y el trabajo asalariado),<br />
sino caracterizada por lo que Max Weber ha<br />
llamado “el espíritu del capitalismo”, es decir,<br />
el “principio de la acumulación infinita”.<br />
Lo que distingue al capitalismo de otras<br />
economías de mercado es que convierte la<br />
búsqueda del beneficio en un fin en sí mismo.<br />
Al eliminar otros posibles objetivos del<br />
hacer económico, como el muy razonable<br />
de satisfacer las necesidades, pone de manifiesto<br />
un grado alto de irracionalidad, a la<br />
vez que al dirigir el comportamiento económico<br />
a un solo fin, la maximalización del<br />
beneficio, refuerza una racionalidad instrumental<br />
que determina la adecuación de los<br />
medios al único fin propuesto.<br />
4. A Europa la define el afán de hacer<br />
racionalmente plausible la fe (teología medieval),<br />
empeño que, al fracasar, desemboca<br />
en la necesaria ruptura entre creencia, que<br />
se instala más allá de la razón, y saber,<br />
que implica una nueva idea de razón empírica<br />
que va a posibilitar el nacimiento de la<br />
ciencia moderna. En cuanto el saber científico<br />
se aplica al desarrollo tecnológico nace<br />
la moderna sociedad industrial del entramado<br />
de estos cuatro elementos.<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
Urbanización, Estado, capitalismo y<br />
ciencia son las cuatro columnas sobre las<br />
que se asienta Europa. Tan importante como<br />
el papel que han desempeñado en la<br />
modernidad (constituyen, si se quiere,<br />
la modernidad) es su interdependencia.<br />
Mostrar con algún detalle el armazón, por<br />
lo demás harto conocido, que liga el desarrollo<br />
urbano, el capitalista y el científicoeducativo<br />
con el despliegue del Estado<br />
nos llevaría muy lejos. En esta ocasión<br />
basta con poner énfasis en la mutua relación<br />
entre capitalismo y Estado nacional.<br />
El mercado necesita para funcionar de un<br />
espacio público regulado: el derecho es la<br />
principal creación del Estado que justifica<br />
por sí solo su existencia.<br />
Disociación de Estado y mercado<br />
Pues bien, la disociación ocurrida en los<br />
últimos decenios entre Estado y mercado<br />
trastorna por completo el proceso en el<br />
que hasta ahora se ha ido haciendo Europa.<br />
El desarrollo tecnológico y financiero<br />
exige mercados mucho más amplios que<br />
los que ofrecen los Estados. Fracasado el<br />
intento de ampliar los mercados con la<br />
anexión de colonias, después de dos grandes<br />
guerras mundiales no queda otro re-<br />
medio que descolonizar (se ahorran gastos<br />
de administración, a la vez que quizá países<br />
independientes terminen siendo mejores<br />
clientes) y sobre todo integrar las derruidas<br />
economías europeas en entidades de mayores<br />
dimensiones que, al menos, tengan la<br />
virtud de evitar nuevas guerras. En 1952,<br />
con la Comunidad Europea del Carbón y<br />
del Acero (CECA), inician los seis el camino<br />
de la integración económica. Medio siglo<br />
que puede muy bien considerarse, desde<br />
una perspectiva histórica, la fase fundacional,<br />
que habrá que dar por terminada<br />
cuando, alcanzado el mercado único y una<br />
moneda común, se cierre el proceso con la<br />
admisión de todos los candidatos. No faltan,<br />
sin embargo, los que pretenden mantenerlo<br />
indefinidamente abierto (la aceptación<br />
de Turquía como candidato es ya una<br />
señal clara en este sentido), lo que conlleva<br />
una modificación sustancial del proyecto.<br />
Evidente, en todo caso, es el éxito económico<br />
de los primeros 50 años de integración.<br />
En un mundo cada vez más interdependiente,<br />
en el que se configuran<br />
bloques económicos muy fuertes, los europeos<br />
no tenemos alternativa a la unificación.<br />
Se subrayan a menudo las ventajas<br />
que se derivan de este proceso, pero suelen<br />
silenciarse los riesgos que entraña la actual<br />
transformación de los Estados nacionales,<br />
que pierden competencias importantes,<br />
desde el ámbito económico al de seguridad,<br />
interna y externa, que hasta hace<br />
muy poco las habíamos considerado nada<br />
menos que inherentes al Estado. Para hacerse<br />
cargo de la situación es preciso mencionar<br />
brevemente dos consecuencias graves<br />
de esta transformación del Estado.<br />
El Estado, soporte de la democracia<br />
representativa<br />
La primera hace referencia al funcionamiento<br />
de nuestras democracias. Después<br />
de varios siglos de maduración, los Estados<br />
nacionales logran organizarse demo-<br />
19
EL ASCENSO DE LA EXTREMA DERECHA<br />
cráticamente. Entendemos por tal sistemas<br />
políticos en los que se respetan los derechos<br />
humanos fundamentales y los Gobiernos<br />
se eligen en elecciones periódicas<br />
libres en las que pueden participar todos<br />
los ciudadanos mayores de edad. Con estos<br />
dos requisitos, las democracias europeas<br />
no son muy antiguas: los países escandinavos<br />
acceden al sufragio universal, que<br />
incluye a hombres y mujeres, después de<br />
la Primera Guerra Mundial; Italia y Francia,<br />
después de la Segunda; España, si dejamos<br />
de lado el brevísimo paréntesis de la<br />
Segunda República, en 1977; los países<br />
del este de Europa todavía en tiempos más<br />
cercanos. El hecho es que, siendo la democracia<br />
una adquisición tan reciente, se<br />
está quedando ya sin el soporte que le es<br />
propio: el Estado nacional.<br />
La democracia representativa surge en<br />
el Estado nacional y sólo puede existir con<br />
sus formas actuales dentro de él. Así como<br />
la democracia griega únicamente pudo desarrollarse<br />
en la polis y se desplomó cuando<br />
la ciudad-Estado perdió su autonomía.<br />
Acabar con las guerras intestinas que destruían<br />
Grecia implicaba superar la fragmentación<br />
política creando un orden por<br />
encima de la polis, a la que, sin embargo,<br />
el griego se aferraba al no concebir otra<br />
forma de convivencia en libertad. Una potencia<br />
externa, el reino macedonio de Alejandro,<br />
logra la unificación, pero al costo<br />
de destruir la autonomía de la polis, sobre<br />
la que se apoya la democracia. Las ciudades<br />
se subordinan a los reinos helenísticos,<br />
que preparan el camino para la ulterior<br />
dominación romana. Cada tipo de democracia<br />
tiene su base social propia: de la<br />
misma manera que la democracia griega<br />
necesita de la polis, la democracia representativa<br />
de nuestro tiempo precisa del Estado<br />
nacional. Están todavía por descubrir,<br />
por decisivas que sean para la persistencia<br />
de la humanidad, las formas de<br />
organizarse democráticamente en instituciones<br />
supraestatales. No se insiste lo suficiente<br />
en que la rapidísima transformación<br />
que ha sufrido el Estado nacional en<br />
los últimos años afecta de manera contundente<br />
al sistema democrático, tal como está<br />
establecido. Hecho de enorme trascendencia<br />
que ha de tenerse muy en cuenta.<br />
La impotencia de los Gobiernos<br />
En este contexto se detectan dos problemas<br />
de envergadura. El primero se muestra<br />
en la pérdida de legitimidad que se deriva<br />
de la impotencia de los Gobiernos<br />
para resolver las cuestiones que más directamente<br />
afectan a los ciudadanos. El desempleo<br />
es la que más preocupa a la gen-<br />
te. Ningún partido puede ganar unas<br />
elecciones sin prometer eliminar en un<br />
tiempo razonable esta lacra social. Recuerden<br />
los famosos 800.000 puestos de<br />
trabajo, que siguen prometiéndose, aunque<br />
ya nadie se atreva a concretar la oferta<br />
en cifras. Ahora bien, transferidas competencias<br />
económicas fundamentales a instituciones<br />
europeas supranacionales, es<br />
bien poco lo que los Gobiernos pueden<br />
hacer en este campo. Impresión que remacha<br />
el que algunos consejos europeos,<br />
como el de Lisboa en la primavera de<br />
2000, hayan presentado una política común<br />
frente al desempleo, lamentablemente<br />
con los mismos resultados. Ni los<br />
Estados miembros ni la Unión están en<br />
condiciones de poner en marcha una política<br />
que nos acerque al pleno empleo; y<br />
son ya muchos los años con índices de<br />
paro de dos dígitos. Tamaña distancia entre<br />
lo que cabe hacer y lo que se promete<br />
erosiona gravemente la credibilidad de las<br />
instituciones: Parlamentos, Gobiernos,<br />
partidos. Llevamos lustros hablando de la<br />
pérdida de legitimidad de las instituciones<br />
sin otro logro que reflexiones más o<br />
menos pesimistas sobre sus consecuencias.<br />
La internacionalización de la economía<br />
lleva consigo que los ciclos vengan determinados<br />
por factores exógenos. La coyuntura<br />
internacional es cada vez más claramente<br />
responsable del bienestar de nuestros países.<br />
Cuando mejoran los índices macroeconómicos,<br />
los Gobiernos se apuntan los méritos;<br />
pero cuando empeoran, acosados por<br />
una oposición que presume de tener la receta<br />
para salir del atolladero, lo pagan con<br />
el desprestigio. Unas elecciones se ganan o<br />
se pierden según sea la coyuntura, sin que<br />
los Gobiernos puedan hacer mucho al respecto.<br />
A ofertas de los partidos cada vez<br />
más parecidas se suman resultados aleatorios.<br />
La suerte es el factor decisivo; y dada<br />
la brevedad de los ciclos económicos, ningún<br />
partido puede perpetuarse en el Gobierno.<br />
Los de centro izquierda y centro derecha,<br />
únicos con posibilidad de gobernar,<br />
manejan un discurso en la oposición y otro<br />
en el Gobierno, perfectamente intercambiables<br />
en cada una de estas funciones. La<br />
pérdida creciente de legitimidad que padece<br />
el sistema democrático establecido es la<br />
consecuencia más obvia y de mayor alcance<br />
de las transformaciones que están sufriendo<br />
los Estados miembros de la Unión.<br />
El desmontaje del Estado social<br />
Un segundo problema grave proviene de<br />
los temores que levanta el paulatino desmontaje<br />
del Estado de bienestar. Sea cual<br />
fuere el que está en el Gobierno, el discurso<br />
se centra en la necesidad de reformar<br />
el sistema de protección social, como<br />
si fuera la panacea que nos ha de proporcionar<br />
el pleno empleo. Habría que liberalizar<br />
el mercado de trabajo, abaratando<br />
el despido; bajar los costos laborales, disminuyendo<br />
las prestaciones sociales; aminorar<br />
la presión fiscal para asegurar la inversión.<br />
El haz de medidas para llevar a<br />
cabo políticas sociales de que dispone un<br />
Estado que ha dejado la política macroeconómica<br />
en manos de instituciones supranacionales,<br />
empeñadas tan sólo en la<br />
estabilidad, es cada vez más reducido. En<br />
teoría, los europeos seguimos defendiendo<br />
una “economía social de mercado”,<br />
pero hemos suprimido la base operativa<br />
que la hacía posible: un Estado que maneja<br />
la política económica, fiscal y social.<br />
El Estado se ha quedado sin los elementos<br />
fundamentales de la política económica,<br />
incluida la monetaria; si queremos mantener<br />
un mercado único, antes o después<br />
la convergencia fiscal terminará por imponerse.<br />
Pero la política social sigue y seguirá<br />
siendo de competencia del Estado,<br />
aunque se haya quedado sin los instrumentos<br />
para llevarla a cabo. Sea un Gobierno<br />
de centro izquierda o de centro derecha,<br />
no tendrá más remedio que emprender<br />
reformas que cada vez semejan<br />
más un desmontaje.<br />
Las fórmulas neoliberales son claras y<br />
tajantes. Lo malo es que estas medidas<br />
tampoco parece que lleven al pleno empleo.<br />
Las ventajas tributarias dadas a las<br />
empresas rebajan la capacidad del Estado<br />
para mejorar los servicios públicos, empezando<br />
por los dos decisivos, de los que<br />
depende el futuro de cualquier país, educación<br />
de la población e investigación<br />
científica; pero en una economía internacionalizada<br />
no cabe impedir que los capitales<br />
no se inviertan en economías lejanas<br />
que prometen una mayor rentabilidad. Si<br />
es cierto que una política keynesiana de<br />
lucha contra el paro (el gasto público tira<br />
de la demanda) resulta eficaz sólo en una<br />
economía que se mueve dentro de fronteras<br />
cerradas, también el argumento neoliberal<br />
de que bajando los impuestos se<br />
consiguen mayores inversiones únicamente<br />
parece convincente en las condiciones<br />
de un mercado nacional en el que las empresas<br />
no pudieran invertir en el extranjero.<br />
Los altos beneficios de algunas empresas<br />
españolas en los noventa, al haberse<br />
invertido en otro continente, poco han<br />
contribuido a que descienda el paro. Si es<br />
harto dudoso que en una economía abierta<br />
una menor presión fiscal garantice ma-<br />
20 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
yores inversiones, lo que es seguro es que<br />
una presión fiscal alta retrae las inversiones<br />
extranjeras e invita a las empresas nacionales<br />
a llevar las plantas de producción<br />
a otros países.<br />
Si las políticas que se ofrecen para acabar<br />
con el paro no lucen por su eficacia, lo<br />
que sí está muy claro es a quiénes perjudican:<br />
a los sectores sociales más débiles, justamente<br />
a aquellos que se habían sentido<br />
protegidos con el Estado social. Se comprende<br />
que consideren una agresión insufrible<br />
el que se les presente como la única<br />
opción posible, bien asumir rebajas en los<br />
sistemas de protección, bien permanecer<br />
indefinidamente en el paro, máxime cuando<br />
se les amenaza con una disminución<br />
drástica del subsidio de desempleo y de las<br />
ayudas sociales. En efecto, en Europa, como<br />
ocurre también en Estados Unidos, se<br />
ha consolidado un sector social al margen<br />
del mercado de trabajo que sobrevive únicamente<br />
con las ayudas sociales, que a veces<br />
pasan de padres a hijos. Ha surgido<br />
así, si se me permite una expresión decimonónica,<br />
un proletariado lumpen que si<br />
bien se había mantenido hasta ahora al<br />
margen de la política, alimenta desde hace<br />
mucho tiempo en América Latina, donde<br />
su peso es considerable, a los populismos<br />
de derecha.<br />
Inmigración y paro<br />
El conflicto se emponzoña si con un paro<br />
que apenas decrece la inmigración va en<br />
rápido aumento. Comparado con otros<br />
países europeos, el porcentaje de inmigrantes<br />
en España es todavía bajo, pero la<br />
velocidad con la que ha aumentado en los<br />
dos últimos años bate todos los récords.<br />
Una figura nueva, la del trabajador extranjero,<br />
a la que tiene que acostumbrarse<br />
una sociedad que, como la española, hasta<br />
hace poco sólo conocía la del emigrante.<br />
Cierto que en el siglo XIX salieron cantidades<br />
ingentes de todos los países europeos<br />
(60 millones abandonaron Europa),<br />
pero en los del norte y el centro la inversión<br />
de tierra de emigrantes a tierra de<br />
acogida se produjo después de la Segunda<br />
Guerra Mundial, en España en los noventa,<br />
y aún no ha acontecido en la Europa<br />
del Este, que sigue expulsando población.<br />
Es un proceso con rasgos peculiares en cada<br />
país y desconocemos todavía cuál va a<br />
ser la reacción española.<br />
En todo caso, ese tercio de la población<br />
en paro o con dificultades de adaptación<br />
al mercado de trabajo, mano de obra no<br />
cualificada y jubilados con pensiones bajas,<br />
perciben la inmigración como una<br />
forma de agresión directa. Les parece in-<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
creíble que, sin que descienda el paro, aumente<br />
el número de trabajadores extranjeros.<br />
El argumento de que los inmigrantes<br />
no les quitan el puesto de trabajo porque<br />
los que ocupan no los quieren los<br />
nacionales suena especialmente hiriente.<br />
En efecto, no los quieren los nacionales<br />
con los salarios que ofrecen; claro que los<br />
aceptarían si estuvieran pagados de manera<br />
que considerasen decente. En mi juventud<br />
los carros de la basura en Madrid<br />
eran conducidos por gentes muy pobres;<br />
los basureros pertenecían al mundo marginal,<br />
sin el menor prestigio social. Hoy<br />
día, en las ciudades europeas las compañías<br />
modernas de recogida de basuras disponen<br />
de camiones apropiados, con un personal<br />
bien pagado y adecuadamente uniformado,<br />
que goza de un trabajo estable,<br />
aunque bastante duro. El hecho es que<br />
apenas lo agarra un inmigrante. En nuestras<br />
ciudades, cada vez más abigarradas,<br />
destaca la homogeneidad del personal que<br />
recoge la basura.<br />
Detrás de la afirmación de que el inmigrante<br />
sólo ocupa el puesto de trabajo<br />
que no quiere el nacional (y que, como<br />
digo, es preciso añadir a los salarios que<br />
se ofrecen) se esconde la función principal<br />
de la inmigración: constituir el “ejército<br />
de reserva” que mantenga a la larga<br />
los salarios dentro de ciertos límites. Sin<br />
este colchón, en determinados momentos<br />
del ciclo económico los salarios podrían<br />
dispararse, poniendo en cuestión todo el<br />
proceso productivo. Los más bajos (que<br />
son, justamente, los que reciben los inmigrantes<br />
sin papeles) marcan el nivel salarial<br />
de partida, incluso por debajo del<br />
salario mínimo allí donde esté legislado.<br />
El inmigrante alimenta buena parte de<br />
los canales de trabajo “negro”, desplazando<br />
al nacional de la economía sumergida.<br />
Para reducir el conflicto entre inmigrantes<br />
y nacionales, a la vez que ahorrar en<br />
los costos sociales, el Estado se esfuerza<br />
en integrar en el mercado de trabajo, eso<br />
sí, con el salario que se paga al inmigrante<br />
recién llegado, a una población marginal<br />
que hasta ahora ha vivido del subsidio.<br />
No habrá que insistir en la carga explosiva<br />
que conlleva este intento.<br />
Gracias a los salarios que se pagan al<br />
inmigrante cabe mantener empresas agrícolas<br />
y otras de muy baja tecnología, sobre<br />
todo en la construcción, que no resultarían<br />
viables si dependieran de la mano<br />
de obra nacional. Se puede discutir si a la<br />
larga compensa sobreexplotar el agua y<br />
la mano de obra extranjera, como es el caso<br />
en Almería, contribuyendo, de una<br />
parte, a la desertización con el agotamien-<br />
IGNACIO SOTELO<br />
to de los acuíferos y, de otra, a crear graves<br />
problemas sociales que luego la comunidad<br />
ha de cargar con ellos. Hay una<br />
economía poco modernizada y nada competitiva<br />
que sólo puede subsistir gracias a<br />
los inmigrantes. Es muy dudoso que en<br />
su conjunto la economía de un país se beneficie<br />
de empresas que sólo sobreviven<br />
pagando salarios muy bajos; evidentemente,<br />
los empresarios que explotan al<br />
trabajador extranjero sí se benefician, y<br />
mucho: por eso les llaman. Porque hay<br />
que decirlo abiertamente: la inmigración<br />
acude allí donde hay oferta de este tipo de<br />
trabajo. La mejor manera de contener<br />
una inmigración incontrolada es favoreciendo<br />
el trabajo altamente profesional y<br />
bien remunerado y obstaculizando (hay<br />
distintos mecanismos para ello) a las empresas<br />
que únicamente pueden subsistir<br />
con la superexplotación de la mano de<br />
obra. Si este tipo de oferta desapareciese,<br />
la inmigración disminuiría drásticamente.<br />
En teoría, no cabe la menor duda; ahora<br />
bien, la puesta en práctica de una política<br />
de este tenor chocaría con los intereses<br />
más variopintos y pondría de manifiesto<br />
el papel que la economía informal todavía<br />
desempeña en Europa.<br />
El inmigrante compite con la población<br />
marginal no sólo en el trabajo; sino también<br />
en la convivencia en los mismos barrios<br />
y con acceso a los mismos servicios:<br />
guarderías, colegios, hospitales. En este<br />
ambiente se reproducen comportamientos<br />
y agresiones que tuvieron su origen en las<br />
colonias. Así como el blanco pobre se consideró<br />
superior, con derechos especiales,<br />
frente al indígena, ahora se siente lo mismo<br />
ante el inmigrante. Las ideologías y estructuras<br />
racistas, propias del colonialismo,<br />
se reproducen en la metrópoli. La xenofobia<br />
racista actualiza los prejuicios que nacieron<br />
en las colonias y que ya en el pasado<br />
alimentaron a la extrema derecha. Es cosa<br />
bien probada que racismo, xenofobia y<br />
mentalidades de ultraderecha son un subproducto<br />
del colonialismo, así como no<br />
cabe la menor duda sobre el papel que al<br />
respecto han desempeñado los países que<br />
lograron grandes imperios coloniales, desde<br />
España a Gran Bretaña, pasando por<br />
Francia, Holanda y un largo etcétera. Ya<br />
en el siglo XVIII, Samuel Johnson escribió<br />
que el gran mérito de España no es haber<br />
colonizado América, sino haber creado el<br />
primer pensamiento anticolonialista y antirracista<br />
con Bartolomé de las Casas.<br />
El ascenso de la extrema derecha<br />
Para dar cuenta del ascenso de la extrema<br />
derecha en Europa en este último<br />
21
EL ASCENSO DE LA EXTREMA DERECHA<br />
tiempo basta con poner en relación la<br />
apertura económica, social y cultural a<br />
entidades más amplias, que implica una<br />
profunda transformación del Estado,<br />
con la creciente presión emigratoria,<br />
consecuencia también de la globalización.<br />
Entendemos por tal tanto la internacionalización<br />
de la producción, no ya<br />
sólo obra de las grandes multinacionales,<br />
como la rápida circulación de capitales, a<br />
menudo sólo especulativos, de un país<br />
a otro. Ambos procesos producen desequilibrios<br />
en los países en los que actúan,<br />
empujando a una parte de la población<br />
a intentar establecerse en los centros<br />
de poder económico y de bienestar<br />
social. La revolución en las comunicaciones<br />
y en la información facilita las inversiones<br />
extranjeras, pero también los movimientos<br />
masivos de población. Por<br />
mucho que nos empeñemos en negarlo y<br />
por grandes que sean los obstáculos que<br />
pongamos, el mercado de trabajo también<br />
se globaliza. El resultado es que los<br />
trabajadores no cualificados tienen que<br />
competir con los del Tercer Mundo (la<br />
producción se traslada a los países con<br />
salarios más bajos) y con los inmigrantes<br />
que de allí provienen, dispuestos también<br />
a trabajar por salarios inferiores. El<br />
proceso de globalización, ya imparable,<br />
tiene desde luego aspectos positivos (ha<br />
mostrado ser un factor importante de<br />
crecimiento económico), pero también<br />
negativos, incluso para los países ricos.<br />
El que la globalización implique también<br />
aspectos negativos para los grandes<br />
y poderosos fundamenta la esperanza de<br />
que algún día se regule la actividad económica<br />
internacional, que es justamente<br />
lo que exige el movimiento mal llamado<br />
antiglobalizador.<br />
La globalización favorece al mundo<br />
empresarial más competitivo y a los sectores<br />
sociales mejor preparados, es decir, a<br />
todos aquellos capaces de imponerse más<br />
allá de sus fronteras; perjudica, en cambio,<br />
a los grupos sociales que tienen que<br />
competir con el Tercer Mundo. En primer<br />
lugar, al sector agrario: aunque numéricamente<br />
pequeño, su estado de ánimo<br />
influye sobre la población rural, es<br />
decir, aquella que vive en poblaciones de<br />
menos de 5.000 habitantes. A la larga, no<br />
se podrán mantener las subvenciones a la<br />
agricultura; además de que contradicen<br />
la filosofía liberal que predicamos, habrá<br />
que terminar comprando los productos<br />
de los países menos desarrollados, si no<br />
queremos que sus habitantes emigren todos<br />
a nuestras ciudades. Ayudar al desarrollo<br />
significa, en primer lugar, abrir los<br />
mercados a sus productos. En 50.000 millones<br />
de dólares se cifra la ayuda del<br />
mundo desarrollado al Tercer Mundo. En<br />
150.000 millones las pérdidas por no poder<br />
exportarnos lo que producen. Estamos<br />
ya pagando con la presión emigratoria<br />
los altos costos de una agricultura subvencionada.<br />
En la llamada “sociedad de los tres tercios”,<br />
a dos partes les va cada vez mejor, pero<br />
la tercera lucha con el miedo en un<br />
mundo que cambia rápidamente, pero a<br />
peor para ellos, con la amenaza de que se<br />
desplome el Estado de las subvenciones y el<br />
Estado social a peor para ellos. Sin haberse<br />
resuelto aún el tema de la minería del<br />
carbón, seguimos, cara a la ampliación,<br />
sin formular una política agrícola que se<br />
sostenga. Cada vez peor protegidos, los<br />
sectores sociales más inseguros se enfrentan<br />
a una población inmigrante en rápido<br />
aumento que trabaja por salarios que no<br />
les parecen aceptables, a la vez que ocupa<br />
los servicios sociales que consideran propios.<br />
“Uno ya no se puede poner enfermo”,<br />
me decía un fontanero que hacía<br />
unos arreglos en casa, “los hospitales están<br />
llenos de turcos”.<br />
Desde los barrios elegantes, donde al inmigrante<br />
sólo se le percibe, si acaso, como<br />
servidor doméstico, oficio que estaba en<br />
trance de desaparecer, cabe elevar la voz<br />
contra el racismo y la xenofobia, pero ese<br />
discurso tiene otra lectura entre la población<br />
marginal que compite con el inmigrante.<br />
Evidentemente que no se debe bajar la<br />
guardia en cuestión tan importante como es<br />
la igualdad de derechos de todos los humanos;<br />
pero una cosa es el discurso y otra crear<br />
las condiciones para que lo que se propugna<br />
se vaya acercando a la realidad. Precisamente<br />
de la contradicción entre principios democráticos<br />
proclamados y experiencias sociales<br />
vividas se nutre la extrema derecha.<br />
Ello no impide reconocer que la propuesta<br />
de resucitar al Estado nacional, en su forma<br />
más descarnadamente autoritaria, no sólo<br />
no aguanta la menor crítica, sino que además<br />
es totalmente ilusoria. Imposible que<br />
pueda funcionar una Francia, aislada de Europa<br />
y del mundo, al servicio exclusivo de<br />
los franceses. El sueño retrógrado de un Estado<br />
autárquico conlleva en su seno el autoritarismo<br />
clasista más reaccionario, pero<br />
suena bien a muchos que creen descubrir en<br />
el extranjero el origen de todos sus males, o<br />
que no pueden soportar que se les iguale<br />
con los que consideran inferiores.<br />
El seísmo francés<br />
Con las ideas expuestas, a manera de resumen,<br />
estamos en condiciones de dar cuenta<br />
de los resultados de la primera vuelta en las<br />
elecciones presidenciales francesas. Las cifras<br />
se explican acudiendo a la abstención<br />
(sólo alta, medida con el rasero francés) y a<br />
la división del voto entre nada menos que<br />
16 candidaturas. Fragmentación que, pese<br />
a que venga facilitada por la ley electoral,<br />
no deja de mostrar la debilidad del sistema<br />
de partidos. Se trata, en todo caso, de una<br />
aclaración aritmética que mantiene en la<br />
penumbra los factores políticos, y sobre todo<br />
los sociales, que las cifras reflejan.<br />
Si entramos en la maraña del análisis<br />
político, lo más llamativo es que repitan los<br />
mismos candidatos de hace cinco años en<br />
las posiciones favoritas (hasta tal punto parecen<br />
inamovibles las cúpulas de los partidos)<br />
con el agravante de que han pasado<br />
cuatro “cohabitando”. No podía quedar<br />
más patente la idea de que ambas opciones<br />
son intercambiables que estar representada,<br />
una por el presidente de la República y la<br />
otra por el presidente del Gobierno. Cierto<br />
que al votante avisado no se le escapan las<br />
diferencias entre Chirac y Jospin; pero para<br />
una buena parte del electorado lo decisivo<br />
son las imágenes, y en la televisión se les ha<br />
visto caminar juntos en todas las cumbres<br />
europeas.<br />
La “cohabitación”, efecto perverso de la<br />
Constitución de la V República (lo que está<br />
mal hecho suele dar mal resultado) expande<br />
la imagen de un centro derecha y un<br />
centro izquierda que se reparten el poder<br />
en amigable componenda. Sucedía en Austria<br />
hasta el triunfo de los liberales xenófobos<br />
de Haider (la llamada proporcionalidad)<br />
y ha ocurrido en Francia, donde derecha<br />
e izquierda “cohabitaban” sin mayores<br />
problemas, delimitando lo que se ha dado<br />
en llamar “el sistema”. Se mantiene así la<br />
vieja dinámica entre partidos del sistema,<br />
defensores de lo establecido, y partidos antisistema,<br />
que recogen la protesta y el malestar<br />
social. En la IV República el partido<br />
comunista había desempeñado esta función.<br />
La cuestión es por qué el testigo ha<br />
pasado de la extrema izquierda a la derecha<br />
radical.<br />
Las causas de la ascensión de la extrema<br />
derecha hay que buscarlas en el ámbito<br />
político-social. El factor decisivo es la<br />
internalización de los capitales y de<br />
la producción, la llamada globalización,<br />
que después del desplome del bloque comunista<br />
ha recuperado la velocidad de<br />
crucero que mantenía antes de 1914. Al<br />
quedarse raquíticos los mercados nacionales,<br />
la respuesta adecuada ha sido ir trasladando<br />
las competencias económicas del<br />
Estado nacional a entidades supranacionales<br />
como la Unión Europea. Proceso<br />
22 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
imparable, dado el rápido desarrollo de<br />
las fuerzas productivas, pero que en la<br />
moderna sociedad de los tres tercios conlleva<br />
un tercio de perdedores: a la larga el<br />
sector rural (no cabe mantener indefinidamente<br />
una agricultura altamente subvencionada)<br />
y sobre todo la mano de obra<br />
no cualificada, que tiene que competir<br />
con la de sociedades menos desarrolladas<br />
con salarios mucho más bajos y con una<br />
inmigración en rápido ascenso como consecuencia<br />
necesaria, aunque no siempre<br />
querida, de la globalización.<br />
Le Pen lo ha dicho con toda claridad:<br />
en lo económico se considera de derechas,<br />
es decir, defensor de la economía capitalista<br />
con todas sus consecuencias, único<br />
modelo que permitiría un crecimiento<br />
económico continuado; en lo social, de<br />
izquierda, es decir, dispuesto a mantener<br />
una red que distribuya la riqueza. El reparto<br />
exige la acumulación previa de riqueza;<br />
no tiene sentido adjudicar pobreza.<br />
En estos dos puntos la alternativa antisistema<br />
no se separa de la posición en que<br />
convergen el centro izquierda y el centro<br />
derecha. La innovación consiste en afirmar<br />
que, dado que no hay para todos, la<br />
distribución ha de hacerse sólo entre nacionales.<br />
Fuera extranjeros y recuperemos<br />
una política económica nacional que posibilite<br />
una social, sólo para los de casa,<br />
aunque ello implique salir de la Unión<br />
Europea. El ascenso de la extrema derecha<br />
en Europa se revela, por lo pronto, como<br />
el canto de cisne de un Estado nacional<br />
condenado a desprenderse de sus antiguas<br />
ideologías, estructuras y buena parte de<br />
sus competencias.<br />
El futuro de la extrema derecha<br />
Después del ascenso de la extrema derecha<br />
en Austria, de su triunfo aplastante en Italia<br />
(ésta sí, la verdadera catástrofe con la<br />
que parece que nos hemos acomodado),<br />
de su consolidación en Portugal y del aviso<br />
recibido en la primera vuelta de las<br />
elecciones presidenciales en Francia, amén<br />
de los resultados obtenidos el 15 de mayo<br />
en Holanda por el partido del asesinado<br />
Pim Fortuyn, no cabe descartar en Alemania<br />
un triunfo de los democristianos, representados<br />
por su rama más conservadora,<br />
la bávara, en las elecciones del 22 de<br />
septiembre.<br />
Empezamos echando de menos una<br />
sociedad europea. En virtud de esta carencia,<br />
la opinión pública tiene un carácter<br />
marcadamente nacional; de ahí que las<br />
elecciones se decidan con una temática y<br />
en un contexto propios de cada país. Incluso<br />
en el ámbito regional (véase el caso<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
de Baviera o del País Vasco) las dinámicas<br />
políticas pueden ser muy distintas de las<br />
del resto del Estado. Ello no es óbice para<br />
dejar de constatar factores comunes (globalización,<br />
transformación del Estado al<br />
integrarse en la Unión, inmigración creciente)<br />
que marcan con una misma impronta<br />
a todos los países de la Unión. Al<br />
haber acudido a estos factores para explicar<br />
el ascenso de la extrema derecha, ha<br />
quedado bien claro el carácter europeo de<br />
su ascenso. No es un tema coyuntural (se<br />
trata de un proceso largo que se extiende<br />
en el tiempo) ni menos específico de un<br />
país, sino que responde a causas profundas<br />
que actúan por doquier. Dos me parecen<br />
las fundamentales: pérdida de legitimidad<br />
de las instituciones, cada vez más<br />
incapaces de cumplir con lo que prometen,<br />
a la que ya nos hemos referido. Crisis<br />
creciente de la izquierda socialdemócrata,<br />
que conviene mencionar muy someramente<br />
antes de terminar. Desaparecida la<br />
izquierda comunista, la socialdemócrata<br />
es la única que permanece con representación<br />
parlamentaria. Así como el “partido<br />
de nuevo tipo”, el “partido de los revolucionarios”<br />
que creara Lenin, hace ya mucho<br />
que ha pasado a la historia, estamos<br />
asistiendo al final de la última fase del<br />
modelo socialdemócrata de partido. El<br />
partido de masas, junto con el sindicato,<br />
constituyeron los dos ejes del movimiento<br />
obrero, creados ambos con el mismo fin<br />
de lograr la integración política y social<br />
de la clase obrera. Conseguida esta integración,<br />
en buena parte gracias a la repetida<br />
presencia en el Gobierno de la socialdemocracia,<br />
cuando la clase obrera se fue<br />
convirtiendo en una cada vez más minoritaria,<br />
hubo que abandonar la especificidad<br />
obrera (la denominación queda sólo<br />
en la sigla del PSOE) para convertirse en<br />
un gran partido interclasista de masas. Lo<br />
malo es que, a la larga, un partido de masas,<br />
desprendido del movimiento obrero,<br />
que ya hace tiempo que ha dejado de<br />
existir, deambulando el sindicato como<br />
un fantasma gremial, se revela una entelequia<br />
sin existencia real. Los partidos, también<br />
los socialdemócratas, han vuelto a lo<br />
que fueron antes de que la socialdemocracia<br />
inventara su modelo de partido: una<br />
asociación electoral con el único fin de<br />
ganar elecciones para repartirse luego los<br />
cargos. Ello explica el desprestigio creciente<br />
de los partidos políticos establecidos,<br />
de centro izquierda y de centro derecha,<br />
un factor no desdeñable en el ascenso<br />
de la extrema derecha.<br />
Pero importa no desorbitar las cosas.<br />
El mensaje de extrema derecha resulta<br />
IGNACIO SOTELO<br />
atractivo, incluyendo el voto de protesta,<br />
como máximo a un tercio de la población.<br />
Sin que se produzcan grandes cataclismos<br />
sociales que no son predecibles,<br />
no parece que pueda alcanzar los centros<br />
de poder. Es lo que distingue a la actual<br />
extrema derecha de los fascismos de los<br />
años treinta, que conquistaron el poder<br />
porque contaron con el apoyo decisivo de<br />
la industria y el capital, atemorizados por<br />
una Unión Soviética que parecía funcionar<br />
y unos fuertes partidos comunistas<br />
que se creían imparables. No existe hoy<br />
esta amenaza; pero una extrema derecha,<br />
permanentemente agazapada a la espera<br />
de su hora, tampoco puede dejarnos tranquilos.<br />
Es una incertidumbre más que se<br />
suma a las muchas ya acumuladas.<br />
Evaporados los comunismos y la socialdemocracia<br />
en su fase final, no se saque<br />
la falsa conclusión de que la izquierda<br />
hubiese desaparecido por completo y para<br />
siempre. De las “organizaciones no gubernamentales”,<br />
de los movimientos sociales<br />
–pacifismo, feminismo, ecologismo– en<br />
fin, de los más recientes que se denominan<br />
“alternativos”, ha ido emergiendo en<br />
los últimos 20 años una izquierda nueva<br />
pospartido, de la que, al estar dando aún<br />
los primeros pasos, poco se puede decir,<br />
como no sea que nada tiene ya que ver<br />
con la izquierda socialista que nació en el<br />
siglo XIX. n<br />
Ignacio Sotelo es catedrático de Sociología.<br />
23
FRANCIA Y LA ZONA GRIS<br />
Ajuzgar por las reflexiones y comentarios<br />
acerca del desarrollo de las recientes<br />
elecciones presidenciales en<br />
Francia, en cuya primera vuelta Jean-Marie<br />
Le Pen expulsó de la carrera a Lionel Jospin,<br />
un político de prestigio y con una<br />
honrosa gestión a sus espaldas, Europa ha<br />
adquirido una súbita conciencia de enfrentarse<br />
a unos síntomas alarmantes; el problema<br />
es que no sabe con qué enfermedad se<br />
corresponden. Para los conservadores, el<br />
mal que aqueja al Viejo Continente, y que<br />
se manifiesta en forma de avance electoral<br />
de los partidos xenófobos y racistas, es doble,<br />
aunque en todo caso vinculado al comportamiento<br />
reciente de la izquierda. Por<br />
una parte, la socialdemocracia ha inspirado<br />
y ha logrado imponer un discurso benévolo<br />
hacia los inmigrantes y la inmigración, lo<br />
que se ha traducido en una insensata política<br />
capaz de saturar en poco tiempo la capacidad<br />
de acogida de los países desarrollados.<br />
Por otra parte –siguen argumentando los<br />
conservadores–, esa misma izquierda que<br />
ha creado el problema no ha sabido adaptarse<br />
a los nuevos tiempos, lo que estaría<br />
propiciando una sangría de votos, de sus<br />
propios votos, hacia las opciones de ultraderecha.<br />
Para la izquierda, en cambio, el mal cuyos<br />
síntomas no han dejado de manifestarse<br />
en las convocatorias electorales celebradas<br />
durante los últimos años, desde Austria<br />
a Italia y desde Holanda a Francia y el Reino<br />
Unido, está relacionado con la deslealtad<br />
de los conservadores hacia los principios<br />
constitucionales, con su oportunismo<br />
electoral, que les ha llevado a apoyarse en<br />
una ultraderecha ajena a los valores democráticos<br />
para propiciar la derrota de una izquierda<br />
instalada en ellos desde hace décadas.<br />
En este sentido, ¿es preciso recordar<br />
quién abrió a Haider las puertas de un Gobierno<br />
democrático en Viena, quién ha<br />
sentado a Fini en la mesa del Consejo de<br />
Ministros italiano y quién ha respondido a<br />
JOSÉ MARIA RIDAO<br />
las agresiones racistas de El Ejido acogiendo<br />
en su partido a los alcaldes y cargos públicos<br />
que los instigaron? ¿Es preciso recordar<br />
–se sigue apuntando desde la izquierda–<br />
quiénes fueron los que diseñaron en Francia<br />
aquella campaña basada en una doble<br />
negativa: ni socialistas ni Le Pen? Y, a la vista<br />
de estos antecedentes, ¿es legítimo preguntarse,<br />
finalmente, si la derecha habría<br />
actuado como lo ha hecho la izquierda en<br />
el supuesto de que hubiese sido Jospin, y<br />
no Chirac, el encargado de defender los valores<br />
de la República en la segunda vuelta?<br />
Algunos intelectuales de izquierda han<br />
señalado, además, que el paulatino clima<br />
de racismo y xenofobia instalado en la Europa<br />
de la moneda única (una Europa tan<br />
próspera y confiada como la de los años<br />
veinte) podría estar apuntando a un lento<br />
pero indudable retorno de los fascismos<br />
que la arrasaron poco después. Porque,<br />
¿acaso la retórica y la iconografía de los partidos<br />
de la ultraderecha no es deliberadamente<br />
la misma que la de los camisas negras,<br />
pardas y azules que encendieron el odio y la<br />
violencia en el continente? Y otra cuestión<br />
en apariencia alejada, pero que podría en el<br />
fondo guardar estrecha relación: ¿acaso la<br />
recuperación del favor de los lectores por<br />
parte de autores como Zweig, Hörväth o<br />
Schnitzler, hasta ahora sepultados en sótanos<br />
editoriales y colecciones extintas, no<br />
puede interpretarse como prueba de que, en<br />
lo más recóndito de sí mismos, los europeos<br />
advierten un subterráneo paralelismo entre<br />
los tiempos ya vividos y los que ahora se viven?<br />
Por lo general, los análisis que se sitúan<br />
en esta órbita suelen concluir con una esotérica<br />
advertencia: y mucho ojo, se asegura,<br />
porque la historia parece haber dotado a<br />
Francia del extraño don de anticipar cuanto<br />
ha de ocurrir en Europa.<br />
La sombra de Argelía<br />
El estupor provocado por la inesperada presencia<br />
de Le Pen en la segunda vuelta de las<br />
elecciones presidenciales francesas confirma,<br />
sin duda, una de las evidencias innegables<br />
de la Europa de hoy: el creciente peso<br />
electoral de la ultraderecha. Pero quizá se<br />
cometa un severo error de perspectiva si<br />
se trata de explicar lo que ha ocurrido en<br />
Francia recurriendo a grandes construcciones<br />
que no extraen una conclusión general<br />
a partir de los casos concretos, sino<br />
que insertan los casos concretos en una<br />
conclusión general, por lo común establecida<br />
de antemano. Gran parte del avance<br />
experimentado por el Frente Nacional<br />
obedece a razones propias de la situación<br />
política en Francia, difíciles de extrapolar<br />
más allá de sus fronteras, y no a ese invariable<br />
cuadro clínico que algunos escritores<br />
y analistas aplican a cualquier situación<br />
de crisis y que remite, una y otra vez,<br />
a los avances tecnológicos y al miedo a la<br />
globalización, al carácter único y excepcional<br />
de nuestra época.<br />
Desde su primera irrupción en la vida<br />
pública, hace ahora dos décadas, Le Pen no<br />
ha buscado otra cosa que ofrecer a los franceses<br />
un soterrado desquite para una de las<br />
más graves e inconfesadas humillaciones<br />
sufridas por el país, para uno de sus más invencibles<br />
tabúes: la guerra de Argelia. Ése<br />
es el núcleo sobre el que, en último término,<br />
se construye la ideología lepenista, la<br />
clave que explica su rancio nacionalismo y<br />
su integrismo católico, el arranque de su<br />
odio cerval a los inmigrantes, en quienes<br />
sólo ve un trasunto de los independentistas<br />
argelinos que se alzaron con la victoria y<br />
que, todavía hoy, podrían desvelar pormenores<br />
poco edificantes de su actuación como<br />
miembro del ejército colonial. En este<br />
sentido, la fuerte implantación del Frente<br />
Nacional en los departamentos franceses<br />
del Mediterráneo no se explica, según suele<br />
decirse, por la elevada presencia de inmigrantes<br />
magrebíes, por el hecho de haberse<br />
sobrepasado en ellos ningún “umbral de tolerancia”;<br />
antes al contrario, se explica por<br />
24 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
la nutrida concentración de antiguos pieds<br />
noirs, de franceses con una biografía marcada<br />
por la dramática descolonización de Argelia<br />
(y capaces, por tanto, de comprender<br />
y simpatizar más que el resto de sus conciudadanos<br />
con las posiciones del Frente Nacional),<br />
que escogieron el Midi y las regiones<br />
adyacentes para instalarse en el momento<br />
del retorno a la metrópoli.<br />
Dirigiéndose a ellos, Le Pen llegó a preguntarse<br />
durante la reciente campaña electoral<br />
si resultaba razonable abrir las puertas de<br />
Francia a quienes, después de una guerra<br />
despiadada, habían expulsado de su país a<br />
los franceses.<br />
La habilidad más destacada del Frente<br />
Nacional, su indiscutible genio estratégico,<br />
reside en su portentoso sentido de la<br />
oportunidad; un sentido con el que Le<br />
Pen ha logrado disimular durante años el<br />
verdadero origen de su discurso racista y<br />
xenófobo, camuflando las anacrónicas cicatrices<br />
de su orgullo colonial, herido en<br />
Argelia, detrás de los problemas más acuciantes<br />
a los que los franceses deben enfrentarse<br />
en cada momento. Así, la recesión<br />
que padeció Europa en la primera<br />
mitad de los noventa, saldada en Francia<br />
con 3,5 millones de desempleados (una<br />
cifra que, por azar, coincidía con el número<br />
de extranjeros censados en aquellas<br />
fechas), le sirvió para formular su propuesta<br />
acerca de la preferencia nacional.<br />
De la misma manera, el aumento de la<br />
inseguridad ciudadana provocado por<br />
la limitación de las políticas redistributivas<br />
hoy en boga, por el coste en términos<br />
de cohesión exigido por el actual adelgazamiento<br />
del Estado, le ha ofrecido una<br />
ocasión inmejorable para sacar en procesión<br />
sus invariables fantasmas, vinculando<br />
la delincuencia con la inmigración, al<br />
igual que antes había hecho con el paro.<br />
Y todo ello en un contexto internacional<br />
en el que, tras los atentados del 11 de septiembre,<br />
la desconfianza hacia los inmi-<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
grantes que proceden del Magreb y de los<br />
países árabes, sean musulmanes o no, goza<br />
de auténtica patente de corso.<br />
El referéndum permanente<br />
La trampa que Le Pen ha tendido tradicionalmente<br />
a la República (basta que el debate<br />
democrático identifique un problema<br />
cualquiera para que su vieja obsesión argelina<br />
encuentre siempre la manera de anotarlo<br />
en la cuenta de los inmigrantes) se ha<br />
visto reforzada en este caso por el deterioro<br />
de la cohabitación entre Chirac y Jospin,<br />
convertida en un espectáculo de ruindad y<br />
deslealtades. Durante los meses previos a<br />
los comicios, Le Pen ha debido de asistir<br />
con incrédulo regocijo a unas disputas entre<br />
el presidente y el primer ministro, que,<br />
si por una parte transmitían una imagen de<br />
parálisis del Estado (una imagen que, por<br />
lo demás, era tan sólo eso, una imagen),<br />
por otra situaban en el centro mismo de la<br />
atención pública dos de los argumentos<br />
más poderosos del arsenal propagandístico<br />
del Frente Nacional: la inseguridad ciudadana<br />
y, a renglón seguido, ocupando un espacio<br />
tan próximo como para suscitar ambigüedades,<br />
la inmigración. Ahora con más<br />
razones que en las legislativas de 1997, Le<br />
Pen ha podido presentarse ante el electorado<br />
como el heraldo del grand changement,<br />
como el único líder que ha sabido anticipar<br />
las actuales preocupaciones de Francia y<br />
que, por consiguiente, mejor sabría resolverlas.<br />
Y las consecuencias no se han hecho<br />
esperar. Al término de la primera vuelta,<br />
Chirac cosechaba los peores resultados<br />
nunca obtenidos por un candidato finalmente<br />
instalado en el Elíseo. Jospin, por su<br />
parte, sucumbía a la apatía de unos ciudadanos<br />
que no alcanzaban a distinguir el<br />
perfil político de la alternativa que representaba,<br />
a la incapacidad de la izquierda<br />
plural para concentrar sus fuerzas y, por último,<br />
a la deserción de buena parte del tradicional<br />
electorado socialista, irritado por el<br />
hecho de que el primer ministro hubiese<br />
entrado a discutir la agenda clásica de Le<br />
Pen, y, además, desde el equívoco y la indecisión.<br />
El desquite de la segunda vuelta, en la<br />
que los franceses se volcaron en el apoyo a<br />
Chirac con el único propósito de cerrar el<br />
paso al racismo y a la xenofobia, fue recibido<br />
como un triunfo de los valores republicanos<br />
y, desde esta perspectiva, como una<br />
saludable reacción de la democracia frente<br />
al oscurantismo. Chirac –escribió a este respecto<br />
el director de Le Monde– “ha sido reelegido<br />
por unos principios y no por su<br />
proyecto”. Y añadía: “A una situación inédita,<br />
un presidente inédito”. En realidad,<br />
sorprende que la memoria política sea tan<br />
corta, incluso en un país de instituciones<br />
tan estables como Francia; sorprende que el<br />
25
FRANCIA Y LA ZONA GRIS<br />
asombro de ver a Jean-Marie Le Pen exhibiendo<br />
la vulgaridad de sus ideas y de su retórica<br />
sobre un escenario circular, decorado<br />
tan sólo por un haz de banderas tricolores,<br />
haya desvanecido de tal modo el pasado<br />
que ya nadie parezca recordar que argumentos<br />
idénticos a los que se han escuchado<br />
en estos días, y movilizaciones tan entusiastas<br />
como las que han encabezado ahora<br />
los jóvenes franceses, y declaraciones proclamando<br />
el triunfo definitivo de la república<br />
y sus valores con un ardor equivalente<br />
al empleado para saludar la aplastante victoria<br />
de Chirac, también proliferaron con<br />
motivo de las últimas elecciones para los<br />
consejos regionales, en las que ya se habló<br />
de un “pacto republicano” en contra del<br />
Frente Nacional. Allí donde los candidatos<br />
de Le Pen obtuvieron una mayoría relativa<br />
se encontraron con una coalición de conservadores<br />
y socialistas enfrente; allí donde la<br />
obtuvo alguno de los dos grandes partidos,<br />
el otro le apoyó para que el Frente Nacional<br />
no pudiese ejercer de árbitro. Cinco años<br />
después de aquel triunfo de “los valores” y<br />
no de “los proyectos”, de aquella respuesta<br />
inédita a una “situación inédita”, el pacto<br />
republicano no se circunscribe ya al ámbito<br />
de unas elecciones de segundo o tercer orden;<br />
ahora es el acceso a la máxima magistratura<br />
del Estado el que se dirime sobre él.<br />
Por más que Francia haya respirado aliviada<br />
tras la derrota de Le Pen, el futuro<br />
podría no depararle nada bueno si cada<br />
convocatoria electoral, si cada ámbito institucional<br />
elegido por sufragio, da ocasión a<br />
la celebración de un implícito referéndum<br />
sobre la República. La progresiva reducción<br />
de las alternativas políticas hasta desembocar<br />
en un único y persistente dilema (o con<br />
el Frente Nacional o contra él) conllevaría<br />
una grave fragilización del sistema democrático<br />
francés, puesto que vincularía su estabilidad<br />
con el éxito en la gestión de los<br />
asuntos corrientes por parte de los electos,<br />
cuando no con algo mucho más sensible<br />
para la opinión: la irreprochabilidad de las<br />
conductas públicas. En este sentido, los<br />
dos mensajes lanzados contra Chirac por<br />
los portavoces del Frente Nacional en la<br />
segunda vuelta (se trata, decían, de un<br />
mentiroso compulsivo que además prepara<br />
un fraude gigantesco) podrían ser sin<br />
duda resultado de un discurso político<br />
que ha hecho del exceso, del insulto puro<br />
y descarnado, uno de sus signos distintivos.<br />
Pero podrían ser, de igual manera, un<br />
calculado ataque contra uno de los flancos<br />
más débiles del resultado electoral, que ha<br />
llevado a que uno de los más veteranos políticos<br />
de la V República, sobre el que pesan<br />
crecientes sospechas de corrupción, sea<br />
precisamente el encargado de defenderla.<br />
Le Pen habría apostado fuerte y a plazo<br />
contra el pacto entre conservadores y socialistas:<br />
si las sospechas sobre Chirac se convirtiesen<br />
en evidencias y encontrasen un<br />
modo de prosperar judicialmente, la ultraderecha<br />
estaría en condiciones de jugar la<br />
baza de la regeneración, ganando un nuevo<br />
espacio en las próximas elecciones que se<br />
formulasen como un referéndum. Y si, llegado<br />
el caso, los tribunales franceses antepusieran<br />
la oportunidad política a la simple<br />
administración de justicia en las causas que<br />
pudieran afectar al presidente, entonces Le<br />
Pen tendría en sus manos el argumento de<br />
la corrupción del sistema, del que podría<br />
presentarse como su salvador y no como su<br />
verdugo. “¿Qué he hecho a lo largo de mi<br />
vida política”, declaró en el último tramo<br />
de campaña, cuando arreciaban en las calles<br />
las manifestaciones contra su candidatura,<br />
“sino solicitar el voto de los franceses para<br />
mi programa?”.<br />
Sacrificar a los extranjeros,<br />
salvar a los nacionales<br />
La voluntad de cerrar el paso al Frente Nacional<br />
a través del pacto republicano, a través<br />
de un implícito referéndum sobre los<br />
valores, está provocando, en segundo lugar,<br />
una sutil pero decisiva alteración en el concepto<br />
de democracia. De acuerdo con la<br />
idea vigente hasta ahora, la representación<br />
de Francia como tierra de asilo encontraba<br />
su fundamento en el hecho de que, gracias<br />
a la noción de ciudadanía, determinados<br />
rasgos individuales, como el origen, la raza,<br />
la lengua o el credo religioso, carecían de<br />
relevancia a la hora de definir el vínculo<br />
personal con la república. Paradójicamente,<br />
el desafío racista y xenófobo de Le Pen no<br />
ha sido atajado desde el presupuesto clásico<br />
de que los sistemas democráticos lo son<br />
porque no hacen depender los derechos y<br />
deberes de las características particulares de<br />
las personas. Empujados por el deseo<br />
de responder a la ultraderecha y su execrable<br />
ideología, muchos franceses han empezado<br />
a considerar, por el contrario, que<br />
el carácter democrático de la república<br />
procede, no de su absoluta y radical indiferencia<br />
hacia la raza o hacia la condición<br />
de extranjero, sino de una supuesta beligerancia<br />
antirracista y antixenófoba. De ahí<br />
que, incapaces de encontrar fórmulas políticas<br />
para reducir la creciente influencia de<br />
Le Pen, incapaces de comprender que no<br />
pocas de las medidas adoptadas por la<br />
Francia republicana podrían estar atizando<br />
el mismo fuego que se desea combatir, se<br />
hayan escuchado voces proponiendo la<br />
ilegalización del Frente Nacional.<br />
Favorecer el sentimiento de que Francia<br />
y Europa se encuentran ante una encrucijada,<br />
contribuir a la propagación de la<br />
alarma con la inmejorable intención de<br />
contener a una ultraderecha que, a día<br />
de hoy, no dispone de otra fuerza que la<br />
que quieran concederle los demócratas<br />
–dejándose arrastrar o no hacia debates saduceos<br />
y desde premisas igualmente saduceas–,<br />
constituye el riesgo mayor y más fehaciente<br />
al que se enfrenta la democracia<br />
de nuestro tiempo. Desengañémonos, seamos<br />
conscientes si de verdad queremos prevenir<br />
los errores del pasado: en la Europa<br />
de estos días, y quizá con la única excepción<br />
de Italia, no son los partidos de una<br />
ultraderecha siempre minoritaria los que<br />
están llevando a cabo una transformación<br />
del sistema de libertades que puede resultar<br />
irreversible; son los partidos democráticos<br />
los que están anticipando la aplicación de<br />
políticas racistas y xenófobas con el único<br />
propósito de mantener y consolidar sus<br />
mayorías; son ellos, y no el esperpéntico Le<br />
Pen o sus correligionarios europeos, los que<br />
están limitando las garantías en las que se<br />
apoya el funcionamiento de nuestros sistemas<br />
políticos; son ellos, y sólo ellos, los que<br />
están socavando los fundamentos de la<br />
convivencia con la mezquina y trágica esperanza<br />
de que sacrificar a los extranjeros dejará<br />
a salvo a los nacionales. Cuando, tras la<br />
lectura de Zweig, Hörväth o Schnitzler,<br />
muchos europeos de hoy vuelven a preguntarse<br />
cómo fue posible la catástrofe, algunos<br />
autores, como Adam Hoschild, se han atrevido<br />
a recordar que los sentimientos de humanismo<br />
y de piedad fueron abrogados en<br />
las colonias antes de desaparecer en las metrópolis.<br />
Lo que, sin embargo, no suele<br />
evocarse con tanta transparencia es que,<br />
inspirados por las normas dictadas para el<br />
trato con los colonizados, la mayor parte de<br />
los Gobiernos democráticos de la época habían<br />
adoptado además el discurso de la raza<br />
y habían implantado medidas eugenésicas y<br />
aprobado leyes antisemitas, antes, mucho<br />
antes, de que un caudillo alemán las utilizase<br />
para esclavizar a su propio país y a media<br />
Europa. En realidad, no es que los alemanes<br />
fueran los únicos locos en un mundo<br />
de cuerdos; fueron, sencillamente, los que<br />
más lejos llevaron una locura colectiva que<br />
entonces pasaba por ser una perentoria, categórica,<br />
evidencia.<br />
La lógica profunda<br />
Desde esta óptica, resulta hasta cierto punto<br />
incongruente el escándalo con el que<br />
buena parte de los actuales Gobiernos democráticos<br />
ha acogido el programa del<br />
Frente Nacional. Por lo que se refiere a la<br />
26 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
inmigración, el grueso de sus propuestas no<br />
contiene novedad alguna respecto de lo que<br />
ya se aplica en los países desarrollados. Si<br />
alguna diferencia se puede establecer, si algún<br />
matiz marca las distancias, es quizá el<br />
de que Le Pen formula con inmediatez populista<br />
lo que los Gobiernos democráticos<br />
ocultan bajo tecnicismos legales y humanitarios.<br />
¿Centros de retención para inmigrantes?<br />
Le Pen propone que los extranjeros<br />
sin documentar puedan pasar hasta seis<br />
meses en ellos, antes de ser reenviados a sus<br />
países de origen. En Calais o Fuerteventura<br />
ya se aplica esta medida, lo mismo que en<br />
el pavoroso campo de Woomera, en Australia.<br />
Las organizaciones no gubernamentales<br />
denuncian el hacinamiento de los internos,<br />
la dificultad para regularizar su situación.<br />
Nadie se levanta, sin embargo,<br />
contra la flagrante violación del habeas corpus<br />
que se comete en esas instituciones al<br />
retener más allá del plazo legalmente establecido<br />
a extranjeros contra los que no se<br />
formulan cargos ni se ponen a disposición<br />
del juez. ¿Preferencia nacional? Le Pen la<br />
sugiere con el objetivo de que ningún inmigrante<br />
acceda a un puesto de trabajo susceptible<br />
de ser ocupado por un francés. En<br />
realidad, el sistema de cuotas para trabajadores<br />
extranjeros aplicado en los países de<br />
la Unión Europea da por descontada la<br />
preferencia nacional; y no sólo en la versión<br />
demagógica utilizada por Le Pen –les<br />
français, d´abord–, sino también en la versión<br />
científica, en la versión que convierte la<br />
locura colectiva en evidencia, que argumenta<br />
a favor de los latinoamericanos en<br />
España porque comparten con los nativos<br />
la lengua y la religión, o a favor de las rumanas<br />
para las tareas de la recogida de la<br />
fresa, en virtud de que son más “fáciles de<br />
integrar” que los temporeros marroquíes.<br />
¿Expulsión de los inmigrantes? ¿Acaso no<br />
aparecen con regularidad noticias que, sin<br />
estar inspiradas por Le Pen, sino por Gobiernos<br />
democráticos reconocidos, informan<br />
de proyectos para deportar a las familias<br />
de los delincuentes extranjeros aunque<br />
dispongan de residencia legal? ¿Qué diferenciaría<br />
entonces la pena prevista en nuestros<br />
códigos democráticos de los castigos<br />
aplicados por la inquisición, en los que nadie<br />
del entorno íntimo o familiar de un<br />
condenado quedaba a salvo?<br />
La anticipación de los Gobiernos democráticos<br />
a la hora de aplicar las medidas<br />
publicitadas por Le Pen alcanza, incluso, a<br />
su exacerbado sentimiento antieuropeo. Su<br />
propuesta de sacar a Francia de la Unión<br />
provocó un seísmo en Bruselas y las demás<br />
capitales comunitarias, que por primera vez<br />
se enfrentaban a la cifra exacta de franceses<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
que no es que pongan objeciones al proyecto,<br />
sino que sencillamente lo rechazan y desean<br />
su parálisis, quizá su destrucción. Y,<br />
como viene siendo habitual en estas circunstancias,<br />
los europeístas volvieron a hablar<br />
de la necesidad de democratización y<br />
transparencia, de la cautela que debe presidir<br />
la ampliación, de la urgencia de adoptar<br />
nuevos objetivos si de verdad se quiere<br />
prosperar en la construcción de una Europa<br />
unida. En realidad, los pronunciamientos<br />
de Le Pen sobre la Unión operaban sobre<br />
una lógica más profunda, por desgracia<br />
desde hace tiempo aceptada y puesta en<br />
marcha. Si a la hora de pilotar el proyecto<br />
comunitario los actuales Gobiernos europeos<br />
han optado por lo que abiertamente<br />
se considera su renacionalización, ¿qué tiene<br />
de extraño que la ultraderecha se coloque a<br />
la cabeza de esta corriente y exija lo que parece<br />
obvio exigir una vez adoptadas las premisas,<br />
esto es, llegar cuanto antes al estadio<br />
último al que necesariamente conducen?<br />
Puestos a renacionalizar Europa, ¿en qué situación<br />
quedan los europeístas frente al nacionalismo<br />
de Le Pen?<br />
La democracia combatiente<br />
A juzgar por las reflexiones y comentarios<br />
acerca del desarrollo de las recientes elecciones<br />
presidenciales en Francia, Europa ha<br />
adquirido una súbita conciencia de enfrentarse<br />
a unos síntomas alarmantes; el problema,<br />
en efecto, es que no sabe con qué enfermedad<br />
se corresponde. Mientras que los<br />
conservadores los achacan a las dificultades<br />
de la izquierda para adaptarse a la “nueva<br />
era” que vive el mundo, ésta los relaciona<br />
con la permeabilidad de los conservadores<br />
hacia determinados discursos de la ultraderecha.<br />
Entre tanto, el deterioro de la democracia<br />
continúa incluso cuando parece que<br />
alcanza grandes victorias, como ocurrió en<br />
su día con la imposición de sanciones comunitarias<br />
contra Austria o con la presión<br />
política para que Fini abjurase públicamente<br />
de sus convicciones neofascistas o con la<br />
aplastante derrota de Le Pen en las presidenciales<br />
francesas. Se trata, en verdad, de<br />
un fenómeno singular en virtud del cual<br />
una ultraderecha incapaz de ganar en las<br />
urnas, una ultraderecha siempre minoritaria,<br />
acaba imponiendo paradójicamente sus<br />
soluciones porque, en el fondo, lo que ha<br />
logrado imponer es su análisis, su lectura de<br />
la realidad. Enfrentados al fenómeno de la<br />
inmigración, los demócratas han admitido<br />
la interpretación de Le Pen y sus correligionarios:<br />
que los inmigrantes vienen porque<br />
nuestra civilización es superior y no porque<br />
en nuestros países se ha generado una oferta<br />
de empleo en condiciones de miseria,<br />
inaceptables para nosotros pero rentables<br />
para ellos. Del mismo modo, enfrentados<br />
al crecimiento de la inseguridad ciudadana,<br />
los demócratas han admitido con la ultraderecha<br />
que la delincuencia ha aumentado<br />
porque lo ha hecho el número de extranjeros<br />
y no porque lo que ha aumentado es la<br />
desigualdad, y una sociedad desigual se<br />
convierte inevitablemente en una sociedad<br />
más insegura.<br />
Es precisamente esta espiral de concesiones<br />
a Le Pen y a otros líderes de su misma<br />
condición, esta candorosa actitud de<br />
creer que se les cierra el paso dando respuesta<br />
a las exigencias que plantean y en<br />
los términos en los que las plantean, lo que<br />
está provocando que nuestros principios<br />
democráticos empiecen a ofrecer la apariencia<br />
de una fotografía movida, que son<br />
pero no son, que operan pero no operan,<br />
que los defendemos pero no los defendemos.<br />
De día en día, una creciente zona gris<br />
se va instalando en nuestras democracias,<br />
en la que, para fortalecerla, comprometemos<br />
su futuro; en la que, para salvaguardarla,<br />
la traicionamos, y tratamos de exculpar<br />
nuestra torpeza y nuestra traición mediante<br />
un argumento clásico. Cercados por<br />
los inmigrantes, debemos renunciar a la<br />
igualdad; cercados por la ultraderecha, debemos<br />
renunciar a las garantías jurídicas;<br />
cercados por el terrorismo internacional,<br />
debemos renunciar al principio de la responsabilidad<br />
personal por los crímenes cometidos,<br />
y así, arrastrados por una progresiva<br />
aceleración, vamos haciendo de la democracia<br />
un credo cada vez más exclusivo<br />
y combatiente, vamos desentendiéndonos<br />
de esa fatalidad que siempre precedió a los<br />
tiempos sombríos: definir un sistema político<br />
por su esencia es definir al mismo<br />
tiempo la esencia de sus enemigos y, por<br />
tanto, cerrar las puertas a cualquier posibilidad<br />
de entendimiento. n<br />
Bibliografía<br />
JOSÉ MARÍA RIDAO<br />
BRETON, Ph. y REUMAUX, B.: L’appel de Strasbourg;<br />
La nuée bleue. Strasbourg, 1997.<br />
CRICK, Bernard: En defensa de la política. Tusquets,<br />
Barcelona, 2001.<br />
CIORAN, E. M.: Ensayo sobre el pensamiento reaccionario.<br />
Montesinos, Barcelona 2000.<br />
José María Ridao es licenciado en Filología Árabe<br />
y en Derecho. Autor de Contra la historia.<br />
27
a cuestión de la emigración, unida a<br />
su fuerte percepción como problema y<br />
conflicto, ha alcanzado en los últimos<br />
años una gran notoriedad en las sociedades<br />
europeas. Sin embargo, no es un fenómeno<br />
nuevo sino un proceso continuo, y las<br />
migraciones hoy no resultan más importantes<br />
que a fines del siglo XIX o durante<br />
todo el XX. ¿Qué es lo que ha cambiado<br />
para que hoy exista esta aprensión? Sin duda,<br />
la generalización y expansión que han<br />
alcanzado los medios de comunicación<br />
han contribuido a ampliar y difundir el fenómeno,<br />
y más aún si se tiene en cuenta<br />
que los medios desempeñan un papel clave<br />
en la formación de actitudes en materia de<br />
emigración. Es muy ilustrativa la constatación<br />
que de ello ha realizado el experto en<br />
medios de comunicación, T. A. van Dijk,<br />
quien ha comprobado a través de una serie<br />
de entrevistas hasta qué punto “la gente se<br />
refiere a los medios de comunicación<br />
cuando expresa o defiende una opinión étnica<br />
o sobre extranjeros” 1 L<br />
.<br />
También ha influido el hecho de que<br />
la cuestión migratoria se haya internacionalizado<br />
a partir de los años ochenta,<br />
cuando la contención de la emigración pasó<br />
a formar parte de la agenda de política<br />
exterior e interior de los Estados de la<br />
Unión Europea en el sentido de “armonizar”<br />
la política europea en la materia. Desde<br />
entonces la cuestión de la emigración<br />
sin papeles (los “ilegales” como frecuentemente<br />
se les llama) va a adquirir una gran<br />
sobredimensión, aunque la emigración<br />
irregular ha existido siempre, si bien subestimada.<br />
Es un hecho constatado que la contención<br />
de flujos genera “el negocio de la in-<br />
1 Teun A. van Dijk: Racismo y análisis crítico de<br />
los medios, pág. 76. Paidós Comunicación, Barcelona,<br />
1997. El análisis efectuado se hace a partir de más de<br />
170 entrevistas realizadas en las ciudades de Amsterdam<br />
y San Diego.<br />
EMIGRACIÓN E ISLAM<br />
GEMA MARTÍN MUÑOZ<br />
migración” en torno a redes de tráfico ilegal<br />
que se benefician de las dificultades<br />
que implica entrar ahora en los países receptores<br />
y la desesperada situación de miseria<br />
y empobrecimiento que se vive en los<br />
países subdesarrollados. Los Estados tratan<br />
de controlar los flujos estableciendo rígidos<br />
controles de sus fronteras, lo cual es legítimo,<br />
pero ello no solucionará por sí mismo<br />
una dinámica migratoria que depende de<br />
otros factores internacionales promovidos<br />
en buena medida por los propios países del<br />
Norte.<br />
El gran impulso que tienen hoy día los<br />
movimientos migratorios está en estrecha<br />
relación con el orden económico y político<br />
promovido por un proceso de globalización<br />
caracterizado por la creciente desigualdad<br />
económica en las diferentes regiones del<br />
planeta (la mundialización globaliza el sistema<br />
capitalista pero no el mercado, los<br />
problemas sociales no son prioritarios en<br />
los programas de desarrollo, la inversión extranjera<br />
está sobre todo en los países desarrollados,<br />
el crecimiento en los países en<br />
vías de desarrollo se realiza en un marco<br />
político local dominado por el autocratismo<br />
y la corrupción y, por tanto, no va unido<br />
a beneficios para las poblaciones); y por<br />
el progresivo abandono del respeto de los<br />
derechos humanos (los intereses económicos<br />
y estratégicos predominan sin disimulo<br />
sobre la reforma política democrática). A<br />
esto se une que la extensión de los conflictos<br />
que ha entrañado el cambio del orden<br />
internacional está generando muchas migraciones<br />
forzadas de poblaciones que huyen<br />
de la siniestra situación que se da en<br />
sus países de origen (limpiezas étnicas, persecuciones,<br />
bombardeos, embargos y sanciones<br />
internacionales…). Por tanto, la<br />
cuestión de los emigrantes no se reduce<br />
sólo a esa realidad en que se convierten<br />
una vez que se aproximan o entran en<br />
nuestros países, sino que también está muy<br />
relacionada con esas estrategias políticas y<br />
económicas globales lideradas por los más<br />
poderosos, y en tanto que no se modifiquen<br />
éstas, la solución a los flujos migratorios<br />
no deseados no se conseguirá limitándose<br />
al control de las fronteras.<br />
Tampoco hay que olvidar que la demanda<br />
real de trabajo que existe en los países<br />
europeos se encauza con bastante facilidad<br />
en el empleo irregular y, por tanto, las<br />
políticas oficiales contra los “ilegales” queda<br />
con frecuencia expuesta a la hipocresía.<br />
Algo parecido pasa con la recurrente tendencia<br />
a presentar la emigración como un<br />
tema crucial de seguridad, vinculando<br />
emigración y delincuencia. Las cifras a veces<br />
sirven para hacer lecturas interesadas<br />
que permiten culpabilizar al de fuera y<br />
exonerar los fracasos de las políticas nacionales.<br />
Igualar extranjeros y emigrantes en<br />
el cómputo de la delincuencia no es más<br />
que confundir a las opiniones públicas.<br />
Muchos extranjeros detenidos no son emigrantes<br />
sino mafias que llegan a nuestro<br />
país para delinquir, lo cual es particularmente<br />
general en países de atracción turística.<br />
Así mismo, muchos detenidos no lo<br />
son por delinquir sino simplemente por no<br />
tener papeles en regla. Y, finalmente, hay<br />
que tener en cuenta que las situaciones de<br />
exclusión social y explotación laboral a la<br />
que son sometidos muchos emigrantes son<br />
un caldo de cultivo para recurrir al robo<br />
como medio de subsistencia. Por supuesto<br />
que a todo ello se suman emigrantes con<br />
intenciones delictivas ajenas a estas circunstancias,<br />
pero en ningún caso son los<br />
actores y causa principal de que los índices<br />
de seguridad ciudadana hayan aumentado.<br />
Es más, si vemos los porcentajes de aumento<br />
de la delincuencia entre el 2001 y<br />
2002 por autonomías se observa que, en<br />
muchas de aquéllas donde se concentra un<br />
gran número de emigrantes (Cataluña,<br />
Andalucía, Murcia, Canarias, Ceuta, Melilla),<br />
la delincuencia no ha aumentado, e<br />
incluso, en algunos casos se ha reducido,<br />
28 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
en tanto que, por ejemplo, en<br />
Baleares, región turística por<br />
excelencia, ha aumentado un<br />
49,6% 2 .<br />
Tenemos que ser conscientes<br />
de que se ha ido creando<br />
un clima hostil hacia la<br />
emigración que contradice las<br />
necesidades demográficas y<br />
económicas que tenemos de<br />
la misma. Los miedos sociales<br />
de los que tienden hoy a beneficiarse<br />
los movimientos de<br />
extrema derecha no han surgido<br />
espontáneamente, sino<br />
que se han ido alimentando<br />
durante años en torno a una<br />
presentación de la emigración<br />
ante nuestra sociedad<br />
como problema. Si hoy ir en<br />
contra de la emigración da<br />
votos es porque se ha preparado<br />
a nuestras sociedades para<br />
que la perciban como una<br />
amenaza a su seguridad y a su<br />
identidad nacional. Este segundo<br />
aspecto ha tenido también<br />
una importancia clave porque<br />
en vez de sensibilizar a nuestras sociedades<br />
a favor de la comprensión de que la necesidad<br />
de mano de obra va acompañada de la<br />
llegada de personas que tienen derechos<br />
sociales y culturales, y<br />
que todo ello exige un esfuerzo de adaptación<br />
mutua, se les ha presentado como una<br />
amenaza a nuestra supuesta homogeneidad<br />
cultural. En el proceso migratorio entran<br />
muchos factores, y no podemos quedarnos<br />
sólo con la parte que nos interesa: la económica,<br />
e ignorar las otras dimensiones<br />
que componen el ser humano porque éstas<br />
nos exigen un esfuerzo de acomodación,<br />
2 Según los datos del SUP (Cuerpo Nacional de<br />
Policía) publicados por El País, el 29 de abril de 2002.<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
de alteración de nuestro paisaje habitual,<br />
e incluso, a veces de discriminación<br />
positiva. No sólo aceptamos<br />
mano de obra sino que<br />
con ello debemos asumir la responsabilidad<br />
de otros factores<br />
que modifican nuestra realidad.<br />
Esto es particularmente<br />
importante, ya que se da<br />
el hecho de que el fenómeno<br />
migratorio actual se caracteriza<br />
en gran parte por la<br />
instalación permanente en<br />
nuestro suelo de las personas<br />
emigradas. Como señalábamos<br />
más arriba, las<br />
razones de falta de futuro<br />
en sus países de origen,<br />
donde las crisis socioeconómicas<br />
y políticas no<br />
sólo se han agudizado,<br />
sino que nada hace<br />
pensar que puedan enderezarse<br />
a medio plazo,<br />
la idea del “retorno”<br />
hoy no forma<br />
parte del universo<br />
mental de la inmensa<br />
mayoría de los emigrantes<br />
como ocurría<br />
antaño. En consecuencia,<br />
esta situación exige a nuestras sociedades<br />
asumir que no se trata de una<br />
mano de obra temporal que practica una<br />
c u l t u r a<br />
de la discreción, propia de quienes se<br />
veían en una situación provisional y de<br />
tránsito en país ajeno, sino que van a formar<br />
parte plena de nuestra sociedad como<br />
nuevos ciudadanos. Esto ha hecho<br />
emerger en las sociedades de acogida<br />
grandes contradicciones entre exigencias<br />
sociales y económicas, entre principios<br />
éticos y práctica política.<br />
En este contexto, la sociedad española<br />
ha visto cómo en dos décadas se ha modi-<br />
ficado el paisaje urbano y la composición<br />
de los centros escolares, se ha desbaratado<br />
su uniformidad religiosa católica y tiene<br />
que compartir el imperfecto Estado de bienestar<br />
con nuevos colectivos de población.<br />
Así mismo debe ir asumiendo que, a diferencia<br />
de la primera generación, la segunda<br />
generación nacida ya en nuestro suelo no<br />
aceptará como sus padres su papel subsidiario<br />
en la economía dual sino que entrará<br />
en competencia con los “autóctonos” en<br />
su búsqueda de promoción social. Esa segunda<br />
generación deberá ser vista en su<br />
condición de ciudadanía plena, en competitividad<br />
individual en el sistema económico,<br />
y no percibida ya con menos derechos<br />
por su condición de “hijos de inmigrantes”<br />
que los “autóctonos”. No se nos pueden<br />
olvidar las violentas revueltas vividas en algunas<br />
ciudades inglesas en 2001, consecuencia,<br />
en realidad, de la falta de oportunidad<br />
y empleo de los jóvenes musulmanes<br />
de origen asiático, que acabó exacerbando<br />
su sentimiento de marginación y discriminación.<br />
A todas estas alteraciones se suma un<br />
factor con mayor connotación ideológica,<br />
como es el de la diversidad cultural, que<br />
monopoliza la atención sobre la “integración”,<br />
si bien la integración jurídico-legal,<br />
laboral, educativa, sanitaria, etc. son factores<br />
determinantes de la misma. El concepto<br />
de integración, complejo y no siempre<br />
utilizado en función de una reflexión y<br />
unos fundamentos claros, no se ha entendido<br />
y, por tanto, transmitido a nuestras<br />
sociedades, como “un proceso de adaptación<br />
recíproco entre los inmigrantes y la<br />
mayoría” 3 . Existe una manifiesta tendencia<br />
a entender que el esfuerzo de la integración<br />
es unilateral sólo por parte del inmigrante,<br />
confundiéndolo de hecho con la asimila-<br />
3 R. Bauböck: The Integration of immigrants.<br />
Council of Europe, 1994.<br />
29
EMIGRACIÓN E ISLAM<br />
ción, cuando en realidad se trata de un<br />
proceso de adecuación mutua en la que la<br />
mayoría o población autóctona también<br />
tiene que llevar a cabo ciertos cambios<br />
(en términos normativos, institucionales e<br />
ideológicos). Es un proceso dinámico y<br />
bilateral.<br />
Así mismo, la integración tiene dos<br />
vertientes principales, la socioeconómica y<br />
la cultural, y ambas deben complementarse<br />
sin enfatizar el peso de la cultura o confundirlas,<br />
porque “culturizando” a ultranza<br />
todas las situaciones sociales se oculta la incapacidad<br />
o la falta de voluntad del Estado<br />
para resolver de manera satisfactoria la<br />
nueva realidad social, o es, una vez más,<br />
la pantalla tras la que se ocultan los verdaderos<br />
debates que nuestra sociedad no acaba<br />
de afrontar. Por ejemplo, cómo puede<br />
organizarse una movilización social y mediática<br />
tan enorme en torno al uso de un<br />
pañuelo en la cabeza por una niña marroquí<br />
en la escuela 4 , y, sin embargo, no alcancen<br />
ni parecida dimensión de reacción<br />
social los ataques xenófobos ocurridos en<br />
El Ejido en febrero de 2000, o la situación<br />
infrahumana de los emigrantes hacinados<br />
en un hangar del aeropuerto de Lanzarote,<br />
denunciado por prestigiosas organizaciones<br />
internacionales de derechos humanos, como<br />
Human Rights Watch. De la misma<br />
manera, el debate en torno al pañuelo ha<br />
ocultado el verdadero debate: lo que está<br />
ocurriendo en la enseñanza concertada y<br />
su rechazo a acoger niños emigrantes en<br />
esas escuelas, todos los cuales deben ser absorbidos<br />
por la enseñanza pública. Su concentración<br />
en determinados centros en detrimento<br />
de su difusión equilibrada plantea<br />
importantes problemas de tendencia a<br />
la “guetización” y estigmatización de dichos<br />
centros de la red pública. Si bien la<br />
ley exige un reparto equilibrado, la realidad<br />
muestra que se da una enorme concentración<br />
no sólo debida a la elección de<br />
los propios padres de los niños inmigrantes<br />
(saber que en tal colegio les acogen, que<br />
hay primos o amigos de los niños ahí estu-<br />
4 Nos referimos al caso que se desencadenó<br />
cuando se descubrió en Febrero de este año que una<br />
niña marroquí llevaba varios meses sin escolarización<br />
porque el colegio concertado que le correspondía no<br />
le permitía entrar en la escuela usando el hiyab o pañuelo<br />
musulmán que cubre la cabeza, pero no la cara.<br />
El uso de dicho pañuelo fue presentado por una mayoría<br />
social como “una amenaza a nuestros valores<br />
modernos”. Los responsables políticos en materia<br />
educativa consideraron que la cuestión fundamental<br />
era la escolarización obligatoria de la niña e impusieron<br />
a una escuela pública su ingreso usando su pañuelo.<br />
No obstante, la escuela concertada, donde le correspondía<br />
a la niña estudiar, se vio libre de dicha<br />
obligación.<br />
diando ya, proximidad de la vivienda…),<br />
sino también, y mucho, a la negligencia de<br />
los responsables educativos que no exigen<br />
a los centros concertados que asuman sus<br />
obligaciones de aceptación de niños emigrantes<br />
ni han implantado enseñanza compensatoria<br />
en la mayor parte de los centros<br />
educativos 5 .<br />
La integración debe enfocarse desde<br />
un punto de vista global donde lo cultural<br />
sea un ingrediente, pero que no fagocite<br />
toda la dimensión social. Por ello, hay que<br />
tener como referencia reflexiones como la<br />
que propone Carlos Giménez en su trabajo<br />
La integración de los inmigrantes y la interculturalidad.<br />
Bases teóricas de una propuesta<br />
práctica 6 , donde, haciendo uso de la amplia<br />
literatura internacional generada al<br />
respecto, concluye en unas propuestas que<br />
a nuestro juicio son el camino que debe<br />
iluminar las políticas de integración. Es decir,<br />
los principios que deben presidir la<br />
aplicación práctica de la integración han<br />
de ser la igualdad de derechos, condiciones,<br />
obligaciones y oportunidades con la<br />
población autóctona, así como el principio<br />
de la igualdad de culturas y el derecho a la<br />
propia identidad; se deben combinar los<br />
planteamientos socioeconómicos con<br />
los culturales; y se debe trabajar en un<br />
marco de interculturalidad porque significa<br />
interrelación, dinamismo y adecuaciones<br />
mutuas. En este sentido la interculturalidad<br />
aleja los peligros de “guetización”<br />
que se pueden dar en algunas interpretaciones<br />
multiculturalistas (en las que “la<br />
tendencia a alentar la separación étnica y<br />
cultural y el repliegue comunitario de los<br />
individuos, con la excusa de proteger las minorías,<br />
se acompaña de la tendencia a hacer<br />
de la diferencia cultural el problema principal<br />
para la cohesión social, aunque en realidad<br />
los problemas son otros” 7 ), sin tener<br />
que renunciar al derecho a la propia identidad<br />
lingüística, religiosa o cultural. Desde<br />
esta concepción intercultural, no se parte de<br />
la concepción del inmigrante como sujeto<br />
culturalmente diferenciado sin más, sino<br />
desde su categoría de sujeto de derechos,<br />
inscribiendo su derecho a la diversidad en el<br />
marco más amplio de la igualdad general de<br />
derechos. Es decir, “la integración es, en<br />
suma, el proceso mediante el cual nativos<br />
5 Todos estos factores han sido analizados con<br />
detalle en el trabajo realizado por María Cuesta Azofra<br />
sobre ‘La escolarización de los hijos de los inmigrantes<br />
en España’ publicado en Cuadernos de Información<br />
Sindical, Comisiones Obreras, noviembre<br />
2000. 6 Arbor, págs. 119-147, CLIV, 607, julio 1996.<br />
7 M. Martiniello: Sortir des ghettos culturels, pág.<br />
92. Presses de Sciences Po, Paris, 1997, pg. 92.<br />
e inmigrantes reconstruyen la sociedad<br />
para devolverle la dinámica anterior que<br />
definía su unidad” 8 .<br />
Contra la visión esencialista<br />
de lo cultural<br />
En ese modelo intercultural que debemos<br />
tratar de construir es de enorme importancia<br />
resaltar la necesidad de desembarazarse<br />
de las concepciones esencialistas que<br />
ven la cultura como un ente inmutable,<br />
cerrado y monolítico que determina comunitariamente<br />
a toda una colectividad.<br />
Científicamente esa concepción esencialista<br />
está denostada y deslegitimada, pero no<br />
por ello deja de estar muy presente en la<br />
concepción de muchos a la hora de hablar<br />
de diversidad cultural e inmigración, y de<br />
manera particularmente intensa cuando se<br />
trata de los musulmanes.<br />
Lo cierto es que existe una concepción<br />
homogénea de las culturas que no se corresponde<br />
con la realidad, ni con la nuestra<br />
ni con la de los otros, porque ni la sociedad<br />
receptora es homogénea ni tampoco lo<br />
es la cultura de quienes vienen de otras<br />
áreas geográficas, ya sea la Europa del Este,<br />
América Latina o el norte de África.<br />
La integración –es un fenómeno<br />
constatado–, tiende a reforzar la identidad<br />
cultural, pero a su vez impulsa su evolución<br />
hacia cambios socioculturales en la<br />
búsqueda de adecuación entre la cultura de<br />
partida y la de destino. Es un proceso dinámico<br />
y no estático que debe tener como<br />
marco de referencia sustancial los derechos<br />
humanos y el cumplimiento de la ley igual<br />
para todos a fin impedir los relativismos<br />
culturales extremos (la clitoreptomía, por<br />
ejemplo), pero garantizar también el derecho<br />
a la identidad cultural (como el pañuelo,<br />
que no es un velo que cubra la cara,<br />
entre las mujeres musulmanas que deseen<br />
ponérselo) 9 .<br />
Otro ejemplo suscitado recientemente<br />
es la reivindicación por la Unión de Co-<br />
8 Giménez: op. cit, pág. 142.<br />
9 La inadmisible comparación entre el uso del pañuelo<br />
y la clitoreptomía realizada por el ministro de<br />
Trabajo y Asuntos Sociales y otros seguidores, es una<br />
irresponsable manera de confundir a nuestra sociedad,<br />
no sólo, y ya es bastante, porque la clitoreptomía es un<br />
delito y ponerse un signo de identidad en la cabeza no,<br />
sino también porque da a entender que existe una identificación<br />
entre islam y clitoreptomía que es completamente<br />
falsa. La ablación del clítoris es una costumbre<br />
que lleva el patriarcado a sus últimas consecuencias<br />
practicada en la región del África subsahariana. No es<br />
ninguna tradición islámica y es completamente inexistente<br />
en el mundo musulmán a excepción de Egipto<br />
donde, por sus intensas relaciones históricas, comerciales<br />
y sociales con el Sudán, fue adquirida e integrada en<br />
la cultura local. Por tanto, no existe una sola mujer ma-<br />
30 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
munidades Islámicas a favor de la enseñanza<br />
de la religión musulmana en las escuelas.<br />
La cuestión no está en si islam sí o no,<br />
dejando aflorar una vez más la islamofobia<br />
creciente que hay en este país; la cuestión<br />
está en que la ley establece que el Estado<br />
integra y paga la enseñanza de la religión<br />
en la escuela pública (y si hay que hacer un<br />
debate, ésa es la cuestión a suscitar) y, por<br />
tanto, ese derecho, como indica la ley, pertenece<br />
tanto a católicos como musulmanes,<br />
protestantes y judíos. Es una cuestión<br />
de igualdad ante la ley. ¿Por qué eludimos<br />
los verdaderos debates sociales globales y<br />
sólo construimos debates falsos y excluyentes<br />
en torno a la emigración y, particularmente,<br />
cuando llevan “denominación islámica”?<br />
La respuesta está en la permanente<br />
huida hacia delante de nuestra sociedad sobre<br />
los auténticos problemas y en cómo,<br />
sin embargo, se ensaña en sus mitos e imaginarios,<br />
poniendo al islam y a los musulmanes<br />
en su principal punto de mira.<br />
Los principales flujos de inmigración<br />
hacia España proceden del norte de África<br />
(países musulmanes), América Latina y<br />
Europa del Este. Pero la cuestión sobre su<br />
integración está muy focalizada en los primeros.<br />
Los latinoamericanos y europeos<br />
del Este son considerados culturalmente<br />
más próximos (ambos son católicos; los latinoamericanos<br />
comparten la misma lengua<br />
y los europeos del Este el mismo espacio<br />
europeo).<br />
En consecuencia, el discurso español<br />
mayoritario se ha articulado en torno a la<br />
concepción de que “los musulmanes no<br />
son capaces de integrarse” y que por tanto<br />
son un potencial conflicto para nuestra sociedad,<br />
sus valores e identidad. Se establece<br />
la divisoria entre “culturas conflictivas” y<br />
“culturas integrables”. Identificado entre las<br />
primeras, el islam se convierte en factor de<br />
distanciamiento y amenaza. Destacados<br />
líderes políticos y responsables de la política<br />
migratoria desarrollan un discurso público<br />
basado en la necesidad de orientar nuestra<br />
demanda laboral de inmigración hacia las<br />
comunidades latinoamericanas o de la Europa<br />
del Este porque su condición de católicos<br />
es un factor clave de integración 10 . Y<br />
la jerarquía católica clama por la amenaza<br />
que la expansión de otras religiones puede<br />
rroquí sometida a esta cruel práctica y todos los casos<br />
de ablación del clítoris conciernen a la población procedente<br />
de países subsaharianos, algunos de ellos también<br />
de mayoría musulmana, pero que practican tan cruel<br />
costumbre no porque sean musulmanes sino por su<br />
cultura subsahariana preislámica.<br />
10 Declaración realizada por el delegado del Gobierno<br />
para la Extranjería. El País, 12 de marzo de<br />
2001.<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
suponer para la católica en nuestro país,<br />
por el hecho de que en algunos establecimientos<br />
de enseñanza se imparta lengua<br />
árabe y civilización islámica en el marco de<br />
la ELCO (enseñanza de lengua y cultura<br />
de origen).<br />
No deja de ser interesante constatar<br />
que los inmigrantes subsaharianos procedentes<br />
de los países negros de África, la<br />
mayoría de ellos también musulmanes, no<br />
son incluidos en esta percepción negativa.<br />
Por el contrario, su imagen es la de ser<br />
tranquilos y dóciles (es más, ésta es la más<br />
frecuente argumentación utilizada por algunos<br />
para mostrar que su rechazo contra<br />
los magrebíes “no es racismo”). La reacción<br />
es en contra de los procedentes del norte<br />
de África y el Oriente Próximo, que son<br />
los que representan para la sociedad española<br />
el mundo del islam “real”.<br />
Esta situación no es ajena a toda una<br />
serie de prejuicios acumulados con respecto<br />
al islam y el mundo musulmán y proyectados<br />
en los inmigrantes procedentes de<br />
estos países. Y es aún más evidente si se tiene<br />
en cuenta que, aunque la inmigración<br />
musulmana –sobre todo compuesta de<br />
marroquíes– es la mayoritaria, representa<br />
un número muy restringido (en torno a<br />
300.000 de una población total de 40 millones).<br />
De ahí que el tema de los emigrantes<br />
musulmanes deba ser analizado en torno<br />
a dos dimensiones paralelas y en contradicción:<br />
la de la realidad de los propios<br />
musulmanes instalados en los países europeos,<br />
donde hay dinámicas de transformación<br />
y modernización, y la de la interpretación<br />
esencialista que las sociedades<br />
de origen hacen monolíticamente del<br />
islam y los musulmanes y trasplantan a<br />
los emigrantes.<br />
Empecemos por la segunda. El paradigma<br />
cultural consensuado que el mundo<br />
europeo y occidental se ha forjado del<br />
mundo musulmán se ha construido en<br />
torno a una compleja red de factores y evoluciones<br />
históricas. Por un lado está relacionado<br />
con la percepción occidental de su<br />
supremacía, que comenzó a construirse<br />
con el descubrimiento de América y la expulsión<br />
de musulmanes y judíos de España.<br />
Este momento histórico supuso el comienzo<br />
del establecimiento de una geografía<br />
nueva unida a la fundación de una<br />
ideología que, a través del Renacimiento,<br />
elaboró una interpretación selectiva de la<br />
historia en la que el Oriente desaparece del<br />
pensamiento europeo para asentar el mito<br />
–que prevalecerá hasta hoy día–, de que<br />
aquél se basa en una sola fuente original<br />
grecorromana y judeocristiana. Ignorando<br />
GEMA MARTÍN MUÑOZ<br />
la herencia oriental y la aportación del<br />
pensamiento musulmán (a quien se debe<br />
el rescate del pensamiento helenístico y su<br />
relectura, así como toda una aportación<br />
filosófica racional), la contribución científica,<br />
cultural e intelectual del mundo islámico,<br />
componente que participó en la<br />
emergencia del Renacimiento, será autoritariamente<br />
expulsada del mito fundador<br />
del pensamiento europeo. Mientras amplía<br />
sus fronteras al “Nuevo Mundo”, Europa<br />
va a ir construyendo una identidad cerrada<br />
que se proclama única depositaria de los<br />
atributos de la humanidad, inferiorizando a<br />
los otros pueblos (otras razas, según la terminología<br />
que desde el siglo XVII instaurarán<br />
los europeos para establecer jerarquías<br />
entre los seres humanos y legitimar su<br />
“derecho natural a dominar”).<br />
Un segundo “momento” histórico, el<br />
de la expansión colonial de los siglos XIX y<br />
XX, se traducirá en la europeización del<br />
mundo forjando un profundo sentimiento<br />
de etnocentrismo cultural. La misión civilizadora<br />
tras la que se justifica la dominación,<br />
degradación y aniquilación de las poblaciones<br />
dominadas tratará de arropar<br />
con valores éticos las barbaries que Europa<br />
cometió fuera de sus fronteras (sin olvidar<br />
el genocidio del “hombre blanco” americano<br />
contra la población autóctona india).<br />
El acta de Berlín de 1885, con la que los<br />
europeos se repartieron el continente africano,<br />
decía que las potencias europeas debían<br />
“instruir a los indígenas y hacerles<br />
comprender y apreciar las ventajas de la civilización”.<br />
El ministro británico responsable<br />
de las colonias entre 1895 y 1903 afirmará<br />
la superioridad de la raza blanca y su<br />
civilización, asegurando que “nuestra dominación<br />
es la única que puede asegurar la<br />
paz, la seguridad y la riqueza a tantos desgraciados<br />
que nunca antes conocieron esos<br />
beneficios. Llevando a cabo esta misión civilizadora<br />
es como cumpliremos nuestra<br />
misión nacional en beneficio de los pueblos<br />
bajo la sombra de nuestro ámbito imperial”.<br />
Por su parte, el francés Jules Ferry<br />
proclamaba en el Parlamento el 28 de julio<br />
de 1885 el deber “de las razas superiores de<br />
civilizar a las inferiores” 11 .<br />
En aquellas geografías como la china,<br />
la india o la islámica donde se habían erigido<br />
grandes civilizaciones, la catalogación<br />
de “pueblos salvajes” no era posible y frente<br />
a ellos se levantó el discurso de su decadencia<br />
e incapacidad para salir del oscurantismo<br />
que vivían frente al avance civili-<br />
11 Citados por Sophie Bessis en L’Occident et les<br />
Autres. págs. 49 y 15, La Découverte, París, 2001.<br />
31
EMIGRACIÓN E ISLAM<br />
zacional europeo. De esta manera en el<br />
mundo musulmán, y por supuesto árabe,<br />
se llevó a cabo un proceso de denigración<br />
de su legado cultural, histórico y civilizacional,<br />
presentado como incapaz de progresar<br />
y modernizarse. Es decir, todos los<br />
elementos culturales pertenecientes al ámbito<br />
islámico, incluida la lengua árabe,<br />
eran catalogados como regresionistas y bloqueadores<br />
de la evolución moderna. Con<br />
ello, se forjaba un imaginario europeo lleno<br />
de prejuicios hacia lo islámico y se volvía<br />
a expulsar autoritariamente el legado<br />
intelectual y cultural islámico del mundo<br />
de la modernización, apropiada en exclusiva<br />
por el modelo europeo.<br />
En esta coyuntura histórica se afianzarán<br />
las visiones culturales esencialistas destinadas<br />
a demostrar que el mundo islámico<br />
constituye una cultura cerrada, inmodificable<br />
en sus aspectos fundamentales, lo<br />
que desemboca en una visión de cultura<br />
inferior o atrasada (portadora de tradicionalismo<br />
inmutable, irracionalidad, agresividad)<br />
determinada a ese destino sin solución.<br />
Y el problema radica en que después<br />
se denunciarán la dominación política y la<br />
explotación económica del colonialismo,<br />
pero nunca se pondrá en duda hasta hoy el<br />
principio de la supremacía cultural occidental<br />
y el esencialismo cultural se seguirá<br />
desarrollando.<br />
Otro factor determinante va a ser el<br />
hecho de que el concepto de esta supremacía<br />
penetrará también en las élites nacionalistas<br />
que lideraron las independencias y se<br />
erigieron en los gobernantes de los nuevos<br />
Estados-nación árabe e islámicos, convencidas<br />
de que imitar el modelo europeo era<br />
la panacea. Los gobernantes de esos Estados<br />
nacieron, como la mayoría del Tercer<br />
Mundo, tendrán una concepción patrimonialista<br />
del poder por su legitimidad histórica<br />
(ser los “padres de la patria” que han<br />
cumplido la misión histórica de liberar del<br />
colonialismo a sus pueblos) y no concebirán<br />
la idea del reparto del poder y la alternancia.<br />
Así mismo, el sistema de valores<br />
poscolonial instauró la modernización política<br />
y económica al margen de la legitimación<br />
y cultura islámicas, siguiendo el<br />
universo simbólico antiislámico del modelo<br />
occidental. La “autenticidad islámica”,<br />
obsesivamente repetida por la propaganda<br />
oficial, quedará completamente al margen<br />
de la construcción moderna del Estado,<br />
anquilosada e inmóvil, sólo al servicio de la<br />
legitimidad del poder y como “prenda de<br />
trueque” con el establecimiento religioso<br />
institucionalizado por el Estado encargado<br />
de garantizar dicha legitimidad y a cambio<br />
lograr el control sociocultural y religioso a<br />
través de una interpretación ultratradicionalista<br />
del modelo de sociedad musulmán.<br />
Es decir, siguiendo ese modelo universal<br />
basado en la connivencia entre gobiernos<br />
autocráticos y establecimiento religioso ultraconservador<br />
que conocen y han conocido<br />
muchas poblaciones del mundo y que,<br />
por tanto, no es nada exclusivo del universo<br />
del islam.<br />
El Estado, en consecuencia, va a<br />
abandonar, e incluso reprimir, como hicieron<br />
los europeos, las corrientes modernistas<br />
del reformismo musulmán para<br />
apoyar a los sectores de ulemas tradicionalistas,<br />
“oficializándolos” de manera que<br />
sus fatuas 12 queden al servicio del poder<br />
como “máquinas de legitimación” de<br />
cualquier opción, posición o decisión del<br />
régimen. De ahí que en tanto se perennicen<br />
las formas de gobierno dictatoriales<br />
en el mundo musulmán, éstas irán inevitablemente<br />
unidas a versiones retrógradas<br />
del modelo sociocultural musulmán, al<br />
igual que ha ocurrido en nuestras sociedades.<br />
La cuestión está en entenderlo en este<br />
marco de explicación sociopolítica.<br />
Que existen versiones antimodernas en<br />
los países musulmanes, sí; que eso ocurre<br />
exclusivamente en esta parte del mundo,<br />
no; que ocurre simplemente porque son<br />
musulmanes, no. No es una tendencia<br />
congénita del islam; es una realidad política<br />
que conlleva una protección del patriarcado<br />
y el puritanismo y una instrumentalización<br />
de la religión al servicio de<br />
ese orden. Exactamente igual que ocurrió<br />
en la España franquista o en el Chile de<br />
Pinochet.<br />
La gran contradicción es que, obsesionados<br />
por el esencialismo cultural, seleccionamos<br />
lo que hay de antimoderno<br />
en los países del área árabe e islámica, lo<br />
aislamos de la explicación política; y sólo<br />
lo utilizamos para constatar nuestros viejos<br />
prejuicios contra el islam: determinante<br />
exclusivo del devenir retrasado de sus<br />
pueblos y de todo emigrante que llegue a<br />
nuestro suelo. Sin embargo, no nos movilizamos<br />
activamente en contra de esos poderes<br />
dictatoriales protegidos por estrechas<br />
alianzas con los Gobiernos occidentales,<br />
ni en contra de la violación de los<br />
derechos humanos que encubre esa situación,<br />
lo que, sin embargo, sería la única<br />
vía de contribuir a extender el cambio social<br />
y el librepensamiento reformador islámico.<br />
Es más, reaccionamos en contra de<br />
dinámicas reformadoras en cuanto éstas<br />
12 Dictamen sobre una cuestión en la que cabe<br />
duda sobre su legalidad islámica.<br />
vienen con signos de identidad cultural<br />
musulmana, para gran satisfacción de los<br />
autócratas y de las tendencias rigoristas<br />
del islam 13 .<br />
El nuevo orden monopolar<br />
y el 11 de septiembre<br />
Dos acontecimientos históricos de los últimos<br />
tiempos han fortalecido ese sentimiento<br />
de supremacía que estructura a la<br />
opinión pública, domina el discurso mediático<br />
y dicta el magisterio intelectual en<br />
nuestras sociedades occidentales, a la vez<br />
que han alimentado el prejuicio contra los<br />
musulmanes: el nuevo orden monopolar y<br />
los atentados del 11 de septiembre de<br />
2001. Con la legitimación del orden monopolar<br />
y su compañero de viaje, la mundialización,<br />
se ha promovido una dinámica<br />
en la que Occidente busca explicar en la<br />
diferencia cultural buena parte del origen<br />
de los conflictos.<br />
No hay que olvidar que fue la guerra<br />
del Golfo la primera puesta en escena de<br />
ese nuevo orden. No sólo representó la supremacía<br />
de EE UU en el mundo, sino<br />
también se utilizó para consolidar la autolegitimación<br />
de la supremacía de Occidente<br />
frente a los Otros (particularmente árabes y<br />
musulmanes). Lo que en teoría era la lucha<br />
contra un tirano concreto en un país árabe<br />
concreto (si bien para proteger a otros tiranos<br />
de la zona) se convirtió en una cruzada<br />
cultural global contra el islam en una concepción<br />
esencialista que fue muy útil para<br />
convencer a casi todos en Occidente y establecer<br />
con la anuencia general las líneas<br />
fundamentales de la política occidental en<br />
la zona: protección de los intereses de Israel,<br />
protección de las fuentes energéticas del<br />
Golfo, apoyo a las dictaduras árabes aliadas<br />
y dependientes de manera patética de Occidente<br />
y construcción de una nueva concepción<br />
mundial basada en Estados legítimos<br />
y Estados “parias” (rogue states) que<br />
permite identificar supuestas y aleatorias<br />
amenazas para justificar unos enormes gastos<br />
militares en la zona (sólo Arabia Saudí,<br />
Emiratos Árabes Unidos y Kuwait gastaron<br />
44,2 mil millones de dólares entre 1990-<br />
1994, para gran beneficio de las industrias<br />
armamentísticas occidentales).<br />
La promoción de la democracia y de<br />
13 Sobre cómo la amalgama en torno al “fundamentalismo<br />
islámico” ha contribuido a intoxicarnos<br />
sobre la realidad de lo que verdaderamente ocurre en<br />
estos países, al servicio tanto de los intereses concretos<br />
de las élites gobernantes locales como de los intereses<br />
políticos y estratégicos de los países occidentales, ver<br />
mi artículo publicado en esta revista ‘Occidente y los<br />
islamistas’, noviembre de 2001.<br />
32 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
los derechos humanos quedaron completamente<br />
olvidados (sólo hay que leer los informes<br />
de Amnistía Internacional y Human<br />
Rights Watch), mientras en Occidente<br />
se elaboraba toda una literatura ad hoc<br />
para, de hecho, eludir el verdadero análisis<br />
político y justificar la injusta política occidental<br />
en la zona centrando la atención en<br />
la “cuestión cultural”, tan querida de nuestro<br />
público occidental: en 1993 el norteamericano<br />
Samuel Huntington publicaba<br />
su teoría sobre “el choque de civilizaciones”<br />
14 .<br />
La teoría del choque de civilizaciones<br />
va a ser sobre todo la base ideológica sobre<br />
la que se sustente la solemnización de la<br />
supremacía occidental y la estigmatización<br />
cultural de aquellos actores que en otras<br />
áreas geográficas, donde la hegemonía política,<br />
económica y militar occidental tiene<br />
importantes intereses, se resistan a aceptar<br />
dicha hegemonía y superioridad. Construyendo<br />
el principio de la amenaza cultural<br />
del Otro, se logrará deshumanizar el sufrimiento<br />
de las poblaciones civiles que provoca<br />
la política internacional occidental.<br />
Concretamente a través del miedo en torno<br />
al “hecho islámico”, se logrará insensibilizar<br />
a las sociedades occidentales con<br />
respecto a la situación que padecen kurdos,<br />
palestinos, iraquíes, afganos… consecuencia<br />
de la confluencia de intereses entre sus<br />
dictatoriales gobernantes locales y los del<br />
mundo occidental (de hecho, EE UU y<br />
Europa).<br />
Los atentados del 11 de septiembre<br />
pasado en Nueva York y Washington han<br />
reforzado de manera alarmante tanto el<br />
sentimiento de superioridad occidental como<br />
la estigmatización esencialista del<br />
mundo musulmán, con una repercusión<br />
determinante para los musulmanes viviendo<br />
en suelo occidental. Ha resurgido un<br />
discurso de corte “neocolonial” que remacha<br />
la identificación de Occidente con “el<br />
mundo civilizado” y justifica sus acciones<br />
en el exterior en función de esa supremacía<br />
cultural para, una vez más, reforzar su control<br />
y no llevar al “otro mundo” más que<br />
arrogancia, opresión y refuerzo de las dictaduras.<br />
En los últimos meses hemos vivido<br />
un ejercicio de exaltación de las virtudes<br />
de “nuestra cultura” a la vez que se<br />
14 Huntington publicó su teoría en 1993: (Foreign<br />
Affairs, núm.3, págs. 22-49), y es sin duda el que<br />
más popularidad ha alcanzado, pero es interesante resaltar<br />
que desde el mismo momento en que terminó la<br />
guerra del Golfo esta literatura comenzó a abrirse camino:<br />
Barry Buzan (1991) ‘New Patterns of Global<br />
security in the Twenty-First Century’, International<br />
Affairs, 67, núm. 3, págs. 431-451.<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
contraponía monolíticamente al mundo<br />
musulmán como “medieval”, “primitivo”,<br />
“arcaico” 15 … Se ha hecho por parte de<br />
muchos (demasiados) una representación<br />
binaria que presenta el ataque de septiembre<br />
–adjudicado a un grupo terrorista concreto–<br />
como una confrontación entre dos<br />
modelos, dos mundos monolíticos en oposición,<br />
e incluso, en “guerra”, el occidental<br />
y el musulmán. Ni el mundo musulmán se<br />
siente identificado con Al Qaeda, ni Al<br />
Qaeda representa al mundo musulmán. Es<br />
una red, una banda terrorista limitada y<br />
concreta, por lo que nada explica que se<br />
hable o se escriba sistemática y remachadamente<br />
de “terrorismo islámico”. Es una<br />
ofensa a la dignidad de millones de musulmanes,<br />
como lo sería para otros si se hablase<br />
de terrorismo católico, protestante o judío.<br />
Frente a esto, entre las poblaciones árabes<br />
y musulmanas cunde un sentimiento<br />
enorme de “humillación” (concepto de<br />
gran calado cultural porque significa que le<br />
niegan a uno el respeto y la consideración)<br />
por el cúmulo de conflictos a los que la comunidad<br />
internacional “civilizada” no<br />
muestra verdadera voluntad de ayudar a<br />
resolver con justicia y democracia. Pero esa<br />
situación, lejos de generar en nuestras sociedades<br />
un sentimiento de simpatía por<br />
su condición de víctimas, los deshumaniza<br />
con la ayuda del esencialismo cultural antiislámico<br />
y los transmuta en falsos enemigos<br />
y potenciales amenazas en masa “porque<br />
odian nuestra civilización y nuestros<br />
valores”.<br />
Todo ello nos lleva a constatar que el<br />
discurso sobre la amenaza islámica o<br />
el conflicto civilizacional islam-Occidente<br />
que predomina en las sociedades occidentales,<br />
es sobre todo, el instrumento a través<br />
del cual se busca legitimar ante nuestras<br />
sociedades occidentales los efectos que la<br />
política occidental causa en el mundo musulmán.<br />
Unido a esto, ha habido una presentación<br />
mediática tan intensa extendiendo la<br />
idea de que cualquier musulmán en Europa<br />
puede ser un terrorista agazapado (y si<br />
está bien integrado más aún) que estamos<br />
alimentando una xenofobia de la que no<br />
somos conscientes o tratamos de eludir e<br />
ignorar con consecuencias sociales que, co-<br />
15 No hay más que hacer un trabajo de hemeroteca<br />
para constatar esta realidad. De hecho, parcialmente,<br />
pero suficientemente descriptivo, ya se ha<br />
hecho en el trabajo realizado por el Centro de Estudios<br />
Africanos de Barcelona: L’evolució de la imatge<br />
de l’immgrant en els diaris mes llegits a Catalunya després<br />
de l’11 de setembre de 2001.<br />
GEMA MARTÍN MUÑOZ<br />
mo siempre, lamentaremos demasiado tarde<br />
16 . Buena parte de los detenidos como<br />
presuntos individuos vinculados a Al Qaeda<br />
no han podido ser acusados en firme<br />
por falta de pruebas (lo cual puede que no<br />
sea ajeno al celo policial puesto en la “caza<br />
contra el terrorista islámico” cuando lo que<br />
hay es muchos opositores políticos contra<br />
los regímenes dictatoriales de sus países de<br />
origen, que les designan ante sus aliados<br />
políticos europeos como “terroristas” para<br />
lograr también su persecución en Europa);<br />
en cualquier caso esos detenidos representan<br />
una milésima parte de los musulmanes<br />
que viven en Europa (en torno a 13 millones);<br />
la capacidad de reclutamiento de Al<br />
Qaeda es tan limitada como la de todos los<br />
movimientos terroristas; y, desde luego,<br />
los españoles, irlandeses o franceses no se<br />
convierten globalmente en sospechosos<br />
universales porque existan ETA, el IRA o<br />
el Frente de Liberación Nacional Corso.<br />
Frente a esto, se está aprobando una legislación<br />
antiterrorista “sólo para extranjeros”<br />
completamente estigmatizadora contra los<br />
emigrantes –y en estos momentos concretamente<br />
los musulmanes– (tras EE UU, el<br />
Reino Unido es por el momento el primer<br />
caso en Europa: ha sacrificado su adhesión<br />
a un articulado de la Convención Europea<br />
de Derechos Humanos); se está aceptando<br />
en nuestro civilizado espacio común un<br />
trato degradante e indigno contra los prisioneros<br />
de Guantánamo, lo cual no resalta<br />
exactamente la diferencia civilizacional que<br />
pretende representar Occidente. Todas estas<br />
cuestiones son las que nos tienen que<br />
hacer reaccionar y pensar, escapando de la<br />
dualidad bloqueadora dominante: la angelización<br />
del modelo occidental y la sospecha<br />
generalizada ante “lo musulmán”.<br />
La diversa realidad de los emigrantes<br />
musulmanes en Europa<br />
El primer elemento a destacar sobre la realidad<br />
de los musulmanes afincados en los<br />
países de Europa es que se ha desarrollado<br />
en el marco de una dinámica propia, consecuencia<br />
de diversos factores que atañen a<br />
su experiencia particular en suelo europeo.<br />
Por un lado, a partir del momento en que<br />
conciben su devenir y el de sus hijos como<br />
futuros ciudadanos europeos, el planteamiento<br />
de los emigrantes musulmanes so-<br />
16 No es ajeno a esta situación que los trabajadores<br />
marroquíes estén siendo discriminados laboralmente<br />
a favor de otras nacionalidades. La reciente denuncia<br />
de esta realidad por el Defensor del Pueblo en<br />
Andalucía (El País, 6 de marzo de 2002) es la primera<br />
confirmación institucional de lo que viene ocurriendo<br />
en toda España desde hace tiempo.<br />
33
EMIGRACIÓN E ISLAM<br />
bre sí mismos cambia, como ocurre a cualquier<br />
otro colectivo en las mismas circunstancias:<br />
la cultura de la discreción propia<br />
de quienes se veían en una situación provisional<br />
y de tránsito en país ajeno es sustituida<br />
por una afirmación y reelaboración<br />
de su identidad como musulmanes que<br />
van a formar parte de la nueva sociedad<br />
que les acoge. Así, a la vez que manifiesten<br />
su voluntad de integrarse manifestarán<br />
también su deseo de visibilizar sus<br />
signos de identidad en un marco de igualdad<br />
de culturas, practicar su religión, que<br />
sus hijos no pierdan ciertas referencias de<br />
origen, étcetera.<br />
Ese ascenso de la identidad musulmana<br />
es consecuencia de la propia percepción de<br />
esos musulmanes europeos sobre sí mismos<br />
y de su condición de minoría dentro de<br />
una sociedad plural y no una derivación del<br />
desarrollo del llamado “fundamentalismo<br />
islámico” como de manera demasiado frecuente<br />
se ha transmitido a nuestras opiniones<br />
públicas. Es decir, es resultado de una<br />
dinámica interna europea y no influencia<br />
directa de acontecimientos exteriores que,<br />
coincidiendo con este proceso, han inundado<br />
los medios de comunicación presentados<br />
como amenaza para Occidente (revolución<br />
iraní, guerra del Golfo, guerra civil en<br />
Argelia, atentados contra las Torres Gemelas,<br />
por no citar más que los más relevantes).<br />
Lamentablemente la lectura “totalizadora”<br />
y en clave estrictamente negativa que<br />
se realiza en nuestras sociedades, analizada<br />
más arriba, lleva de manera general a uniformizar<br />
las conductas individuales y a subestimar<br />
la importancia de las dinámicas de<br />
transformación en curso con respecto a la<br />
cultura y religión islámicas (a pesar de que<br />
la historia del islam muestra que las maneras<br />
de ser musulmán varían sustancialmente<br />
en función de los contextos histórico y<br />
social), ocultando la relación moderna y diferenciada<br />
que las nuevas generaciones de<br />
musulmanes están desarrollando en el marco<br />
del islam 17 : en Europa les queda por<br />
descubrir su nueva condición de minoría<br />
donde se han de integrar en un nuevo orden<br />
de valores culturales que puede ofrecerles<br />
derechos y posibilidades de desarrollo<br />
que en sus países de origen no tienen.<br />
Por ello, en lugar de sucumbir a las visiones<br />
simplistas que entienden la visibilidad<br />
musulmana en Europa como una peligrosa<br />
deriva comunitaria, la comprensión<br />
del islam en Europa debe combinar una<br />
17 Gema Martín Muñoz (ed): Islam, Modernism<br />
and the West. Londres, IB Tauris & St. Martin’s<br />
Press, Nueva York, 1999.<br />
doble observación en términos positivos:<br />
cómo Europa está cambiando al islam, y cómo<br />
el islam está cambiando a Europa. Europa<br />
está cambiando al islam porque la experiencia<br />
de la democracia y el pluralismo está<br />
renovando el debate sobre la articulación<br />
entre islam y democracia. Es decir, el estatuto<br />
de los musulmanes como una minoría<br />
en Europa implica profundos cambios en la<br />
identidad y la práctica musulmanas, sobre<br />
todo, entre las nuevas generaciones nacidas<br />
ya en suelo europeo. La consolidación de<br />
las segundas y terceras generaciones de musulmanes<br />
en Europa no sólo está motivando<br />
importantes transformaciones en la vivencia<br />
islámica de estos jóvenes (se sienten<br />
europeos, se asocian, reorientan su formación<br />
religiosa, redefinen las modalidades de<br />
sus actividades sociales…), sino que está<br />
obligando al mundo musulmán a reconsiderar<br />
su forma de actuar y su posición intelectual<br />
con respecto a Europa. Es decir, el<br />
islam no sólo refuerza o crea lazos comunales<br />
para resistir la globalización (visión<br />
monolítica del islam para muchos), sino<br />
que puede proveer las fuentes que alimenten<br />
nuevas formas de individualización y<br />
modernización y contribuir a la integración<br />
de los inmigrantes en suelo europeo.<br />
Porque al ser el islam el más social de los<br />
monoteísmos, como dijo Jacques Berque,<br />
vive un proceso de transformación permanente.<br />
El islam está cambiando Europa porque<br />
está modificando su marco cultural y<br />
se está convirtiendo en un importante<br />
componente del mundo occidental, obligado<br />
a gestionar la demanda de diversidad<br />
cultural que, guste o no, es una realidad<br />
ineludible. Sin duda éste es un proceso en<br />
marcha que se encuentra en sus primeros<br />
estadios y que exige, más allá de la teoría,<br />
un trabajo empírico que vaya identificando<br />
y estudiando dicha evolución. No obstante,<br />
las investigaciones hasta ahora realizadas<br />
nos permiten realizar varias constataciones.<br />
La primera de las constataciones sería<br />
el carácter transnacional que va adquiriendo<br />
la realidad musulmana en Europa. A diferencia<br />
de las redes étnicas iniciales, todo<br />
indica que en los años por venir el lazo no<br />
se creará en torno a un lugar nacional o<br />
cultural de origen, sino a partir de un lazo<br />
universal de pertenencia común a la Umma<br />
(concepto extraterritorial que agrupa a toda<br />
la comunidad de musulmanes). En este<br />
sentido, el examen del futuro va dirigido a<br />
saber cómo las nuevas generaciones, en su<br />
mayoría nacidas y educadas en suelo europeo,<br />
más seguras de sí mismas y beneficiándose<br />
de las aportaciones de ambas culturas,<br />
van a vivir su pertenencia islámica, elabo-<br />
rando reajustes y reinterpretaciones que sepan<br />
adaptarse a esa nueva realidad cultural<br />
en la que se integran en minoría.<br />
En este marco, hay dos factores sociológicos<br />
del islam que funcionan a favor de<br />
la transformación y modernización. Por un<br />
lado, la inexistencia de iglesia y, por tanto,<br />
de una voz única que establezca la interpretación<br />
unívoca del dogma. El proceso<br />
de interpretación y relectura es, de hecho,<br />
abierto y autónomo, y en buena medida<br />
depende de la capacidad de generar autoridad<br />
y consenso social para ser aceptado y<br />
asumido por un grupo o una franja social<br />
amplia. De ahí, que en los propios países<br />
del área islámica, si bien la opresión de las<br />
dictaduras busca monopolizar el control de<br />
la interpretación e imponerla a la sociedad<br />
(dinámica dominante) mediante modelos<br />
antimodernos, existen otras interpretaciones<br />
reformistas cuya existencia no se conoce<br />
en Occidente porque rompe nuestro<br />
paradigma cultural consensuado en bases<br />
esencialistas sobre el universo del islam.<br />
Por otro lado, la condición de minoría<br />
de los musulmanes en Europa, les enfrenta<br />
a su replanteamiento sobre quienes son y<br />
cómo deben ser en su adecuación a esa<br />
nueva realidad, en tanto que en el país de<br />
origen es automático, una herencia. Ello<br />
impulsa la reinterpretación y transformación<br />
en función de su nueva realidad en<br />
un entorno sociocultural distinto y mayoritario.<br />
Todo ello, entiéndase bien, no<br />
quiere decir que vayan a dejar de ser musulmanes,<br />
pero sí que hay un gran potencial<br />
de legitimación desde el islam de una<br />
nueva interpretación modernizadora. Hoy<br />
día muchos musulmanes que viven en Europa<br />
o ya europeos resaltan la visibilidad<br />
de su diferencia como una identidad distintiva<br />
y reclaman participar como ciudadanos<br />
de pleno derecho siendo respetados<br />
como musulmanes. En este marco de necesaria<br />
adecuación a un entorno no musulmán,<br />
los musulmanes están llamados a hacer<br />
dos cosas, tal y como indica uno de los<br />
más destacados representantes de este nuevo<br />
islam europeo, el profesor de filosofía<br />
de la Universidad de Friburgo, Tariq Ramadán:<br />
“nuestras fuentes son efectivamente el Corán y<br />
la tradición del profeta (Sunna), y no existe en nosotros<br />
la idea de elegir una parte de este corpus, de<br />
prescindir de una parte, sino, por el contrario, renovar<br />
su lectura. Una primera actitud es, pues, la de la<br />
globalidad de todos los textos, los cuales deben ser<br />
sometidos a relectura en función del contexto en el<br />
18 Entrevista publicada en: Confluences Méditerranée,<br />
núm. 32, pág. 57, 1999-2000.<br />
34 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
que se vive” 18 .<br />
No obstante, todo esto es un proceso<br />
complejo que no puede desarrollarse en un<br />
abrir y cerrar de ojos y en el que, además, se<br />
conjugan muchos factores que pueden impulsarlo<br />
o entorpecerlo. Las reacciones de la<br />
sociedad europea mayoritaria es, desde luego,<br />
determinante; y en ese sentido el panorama<br />
existente más arriba analizado no es<br />
exactamente impulsor, porque se orienta a<br />
no aceptar la vertiente musulmana europea.<br />
Por otro lado, se impone un conocimiento<br />
mucho más profundo de estas dinámicas<br />
y de los diferentes actores presentes<br />
en el espacio del islam europeo hoy día,<br />
a fin de que las instituciones y los responsables<br />
políticos en la materia sepan bien el<br />
terreno que pisan y cómo actuar a favor de<br />
los sectores reformistas. Europa debe apoyar<br />
a ese islam reformista y autónomo y<br />
garantizar su independencia; y también vigilar<br />
la influencia de aquellos sectores vinculados<br />
a ciertos Gobiernos que representan<br />
un islam tradicionalista y reaccionario<br />
y que buscan controlar los espacios del islam<br />
en suelo europeo (entiéndase en este<br />
marco al tristemente famoso pero felizmente<br />
minoritario imam de Fuengirola 19 ).<br />
Muchas veces la resistencia a facilitar la<br />
construcción de mezquitas, oratorios o<br />
centros culturales desde las instituciones<br />
locales ofrecen a estos sectores la posibilidad<br />
de financiarlas y así extender su influencia<br />
desde esos espacios. Esto no es una<br />
realidad que afecte sólo a la religión islámica,<br />
porque esa situación se da también entre<br />
los actores de las otras religiones; pero<br />
ya que a los musulmanes en nuestro suelo<br />
se les pide un visado de perfección que<br />
no se le pide a nadie, habrá al menos que<br />
contribuir seriamente a ello.<br />
Por otro lado, el liderazgo musulmán<br />
en Europa se enfrenta en sí mismo a importantes<br />
desafíos como el de estructurarse<br />
frente al “bricolaje” actual existente, entre<br />
otras razones porque los Estados, de acuerdo<br />
con su tradición de relación con las religiones,<br />
piden que los musulmanes se estructuren<br />
en un conjunto unitario; habrán<br />
de afrontar la transición entre los líderes de<br />
la primera generación y los de la segunda,<br />
porque el islam en Europa tendrá en poco<br />
tiempo un componente mayoritario de segundas<br />
y terceras generaciones, y, lo que es<br />
muy importante, la incorporación pacífica<br />
del islam en nuestras sociedades depende<br />
19 Nos referimos al imam de la mezquita de<br />
Fuengirola que el año pasado publicó un opúsculo defendiendo<br />
el recurso de los hombres a pegar a sus mujeres<br />
de acuerdo con lo que para él es la lectura correcta<br />
del Corán.<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
también de la capacidad de ese liderazgo<br />
para producir una contra-información que<br />
contrapese las visiones esencialistas y negativas<br />
predominantes y formar interlocutores<br />
creíbles que debiliten la percepción sobre<br />
ellos como extranjeros hostiles y, por el<br />
contrario, sean vistos como una realidad<br />
local 20 . En España, como en Italia, todo<br />
este proceso es aún muy embrionario en<br />
relación a otros países europeos de larga<br />
tradición receptora de inmigración. En<br />
nuestro país, por el momento, las reivindicaciones<br />
culturales y religiosas están en un<br />
estadio incipiente y proceden de una minoría,<br />
y sobre todo de conversos, en tanto<br />
que las preocupaciones principales siguen<br />
siendo las socio-económicas. No obstante,<br />
todo parece indicar que en el seno de los<br />
barrios más poblados por estos inmigrantes<br />
está emergiendo un liderazgo religioso autónomo<br />
desde donde podría surgir un trabajo<br />
de adaptación o de reelaboración entre<br />
la identidad musulmana y su realidad<br />
en suelo español.<br />
Por ello, es enormemente preocupante<br />
que cuando aún no ha comenzado en<br />
nuestro país un proceso de organización,<br />
visibilización, integración en la vida política<br />
y social de los musulmanes y su liderazgo,<br />
como lleva ocurriendo desde hace mucho<br />
tiempo en otros países europeos, en<br />
nuestra sociedad exista una sobredimensión<br />
del “hecho musulmán”, buscando con<br />
lupa las imperfecciones de todo emigrante<br />
musulmán y haciendo noticia sensacionalista<br />
de ello. Y esto, que se halla más en<br />
nuestras cabezas que en la realidad, es fruto<br />
de la absoluta falta de contextualización<br />
del emigrante entre su realidad de origen y<br />
la de destino, cuando, sin embargo, es un<br />
componente inevitable de todo aquél que<br />
decide asumir la experiencia de ver desorganizado<br />
su marco de vida, sus referencias<br />
culturales y su forma de comunicación y<br />
de acción, venga del país que venga y practique<br />
la religión que practique. La aproximación<br />
al emigrante se hace de manera<br />
aislada como si acabase de nacer en nuestro<br />
suelo y no tuviese un pasado y otra experiencia.<br />
Pero por el hecho de poner el<br />
pié en Algeciras los emigrantes no se transforman<br />
en impecables modernos, como no<br />
20 Interesantes son las propuestas que en este<br />
sentido apunta Edward W. Said en: Covering Islam.<br />
How the media and the experts determine how we see<br />
the rest of the World. Vintage books, Nueva York,<br />
1997. 21 Por supuesto que también se alzan voces,<br />
aunque minoritarias, denunciando esta situación.<br />
Véase el artículo de Joan Barril ‘Lupa para todos’<br />
publicado en El Periódico de Cataluña el 26 de febrero<br />
de 2002.<br />
GEMA MARTÍN MUÑOZ<br />
lo hacían los españoles que en los años cincuenta<br />
dejaban su pueblo de Jaén y ponían<br />
el pié en Berlín o Bruselas, o como tampoco<br />
hacen otros emigrantes que llegan a<br />
nuestro país procedentes de Ecuador o Rumania.<br />
Claro que se dan y se van a dar actitudes<br />
patriarcales, que por otro lado se siguen<br />
manifestando también en sectores de<br />
nuestra sociedad profunda, porque nuestra<br />
presunta homogeneidad, de la que se parte<br />
en esta representación sobre la emigración,<br />
es completamente falsa. El problema está<br />
en que se buscan con lupa esas situaciones<br />
relacionadas con musulmanes para colocarlas<br />
en la primera línea de la información y<br />
del debate social e interpretarlas exclusivamente<br />
como una amenaza para nuestra sociedad<br />
“pura”, distorsionando la realidad e<br />
intoxicando a nuestra opinión pública con<br />
un envasado ideológico contra el islam<br />
con consecuencias excluyentes y discriminatorias<br />
21 .<br />
El problema añadido es que, por estar<br />
aún en un estadio muy incipiente, la emigración<br />
musulmana se encuentra aún muy<br />
desestructurada y desorganizada, con una<br />
falta importante de élites y liderazgo; por<br />
tanto, no existe una elaboración de respuestas<br />
en reacción a la xenofobia e islamofobia<br />
emergente que contrarreste esta situación.<br />
Se trata, sobre todo, de una mayoría silenciosa<br />
sin mecanismos de respuesta ante la<br />
visión generalizada de que “es incapaz de<br />
integrarse”. En conclusión, el panorama es<br />
complejo, tiene multitud de dimensiones y<br />
plantea un reto social que hoy por hoy sólo<br />
encuentra respuestas a través de la improvisación<br />
y los prejuicios. n<br />
Gema Martín Muñoz es profesora de Sociología del<br />
Mundo Árabe e Islámico en la Universidad Autóno-<br />
35
LOS DERECHOS DE LA MUJER<br />
EN UN PAÑUELO<br />
a reivindicación de los derechos de las<br />
mujeres cuenta con una larga historia<br />
que en los países occidentales ha conseguido<br />
plasmarse en la igualdad jurídica<br />
entre hombres y mujeres, una igualdad<br />
formal que en muchos casos es un logro<br />
muy reciente. A pesar de estas importantes<br />
conquistas, las mujeres de los países más<br />
democráticos y ricos del mundo siguen luchando<br />
para superar las innumerables desigualdades<br />
que en distintos ámbitos de la<br />
vida –públicos y privados– las enfrentan<br />
con actitudes sexistas. Resulta por ello<br />
alentador ver que a veces la opinión pública,<br />
los medios de comunicación y quienes<br />
representan el poder político se interesan<br />
por preservar –o tal vez deberíamos decir<br />
materializar– el principio de igualdad entre<br />
los sexos, aunque en algunos casos no<br />
queda claro si se trata de un interés genuino<br />
o de una mera excusa para manifestar<br />
otros sentimientos menos igualitaristas.<br />
Así parece haber sucedido a raíz de la<br />
polémica en torno a la alumna Fátima<br />
Elidrisi, a la que en un principio se le impidió<br />
asistir a un colegio financiado por el<br />
Estado si no lo hacía sin cubrirse el cabello<br />
con un velo o pañuelo. La polémica en<br />
torno a ésta y otras cuestiones que ponen<br />
en evidencia el creciente pluralismo de la<br />
sociedad española parece tan inevitable<br />
como positiva en la medida en que da<br />
cuenta de la creciente integración de los<br />
inmigrantes en los distintos ámbitos de la<br />
vida pública. Como sabemos, polémicas similares<br />
han tenido lugar ya en otros países<br />
del entorno europeo en los que la inmigración<br />
es una realidad que comenzó hace<br />
tiempo1 L<br />
. Sería lamentable, sin embargo,<br />
1 La resolución tomada en Francia por el Consejo<br />
de Estado, en la que se estableció que los alumnos y<br />
las alumnas de las escuelas públicas tenían derecho a<br />
expresar sus creencias religiosas siempre que con ello<br />
no interfiriesen con el proceso de enseñanza, es de noviembre<br />
de 1989.<br />
SILVINA ÁLVAREZ<br />
que una desacertada solución de estas<br />
cuestiones alimentara la segregación y el<br />
odio en lugar de servir para aumentar las<br />
oportunidades de integración y autonomía<br />
para las mujeres. En los párrafos que<br />
siguen expongo algunas de las ideas que<br />
parecen estar detrás de las inquietudes<br />
que suscitan algunos comportamientos<br />
que identificamos con culturas determinadas,<br />
con el fin de intentar ver con algo<br />
más de claridad cuáles son los intereses<br />
que libran la batalla entre las culturas.<br />
Los derechos en juego<br />
Varios argumentos de distinta naturaleza<br />
se han alegado para justificar el malestar<br />
que puede producir la presencia de una<br />
niña con velo. Se ha hablado de los límites<br />
a las manifestaciones religiosas en el<br />
ámbito escolar, se ha debatido sobre la legitimidad<br />
de la defensa del multiculturalismo,<br />
se invoca la tolerancia como un<br />
presupuesto que no puede contemplar la<br />
vulneración de derechos fundamentales y<br />
se defiende también la igualdad entre niños<br />
y niñas, que debe ser manifiesta en<br />
un aula donde se aspira a educar sin sesgos<br />
sexistas. En estos argumentos subyacen<br />
al menos cuatro valores que las sociedades<br />
democráticas consagran en sus<br />
constituciones y que sus Estados han convertido<br />
en intereses jurídicamente protegidos,<br />
es decir, en derechos. Se trata de la<br />
libertad religiosa, el derecho a la educación,<br />
la igualdad entre los sexos y la tolerancia.<br />
Esta última, la tolerancia, actúa como<br />
un principio que refuerza el ejercicio de<br />
los derechos subjetivos. Tal ejercicio debe<br />
ser protegido siempre que no vulnere derechos<br />
de otras personas, es decir, siempre<br />
que nuestras acciones no comporten un<br />
daño o una invasión a la esfera de autonomía<br />
de otros individuos. Así, la interferencia<br />
estatal está justificada sólo cuando<br />
se produce una lesión de este tipo y no lo<br />
está cuando la intervención responde al<br />
deseo de realizar ciertos valores, como los<br />
religiosos, que revelan preferencias sobre<br />
la vida buena que deben quedar reservadas<br />
a las elecciones privadas de las personas;<br />
este tipo de actitudes intervencionistas<br />
por parte del Estado suelen incluirse<br />
dentro de lo que se denomina perfeccionismo<br />
estatal.<br />
Si estos valores están en juego, entonces<br />
resolver la cuestión planteada por el<br />
pañuelo (utilizo este término para referirme<br />
al velo que sólo cubre el cabello, o hiyab,<br />
y no a otro tipo de velos) respecto de<br />
si es admisible o no que las niñas asistan a<br />
la escuela con él, exige ponderar dichos<br />
valores o principios para ver en el caso<br />
concreto cuál de ellos debe prevalecer. Si<br />
todos son valores que reconocemos como<br />
legítimos intereses a proteger, cuando se<br />
plantean conflictos entre ellos hay que dilucidar<br />
cuál es aplicable en el caso en<br />
cuestión, sin que hacerlo signifique rechazar<br />
o despreciar unos valores a favor de<br />
otros. Se trata, en cambio, de permitir su<br />
realización de una manera coherente.<br />
Veamos, en primer lugar, la libertad<br />
religiosa. Resulta complicado delimitar<br />
cuál es la extensión de lo permisible como<br />
manifestación de la libertad religiosa, pero<br />
parecería claro que aquellos preceptos<br />
o acciones que vulneren los principios del<br />
Estado liberal no podrían subsistir al amparo<br />
de la libertad religiosa. Sin embargo,<br />
la mayoría de las religiones imponen límites<br />
a las acciones de sus fieles 2 , y, aunque<br />
estos límites pueden formar parte de la<br />
decisión autónoma de la persona adulta,<br />
son menos fáciles de aceptar cuando son<br />
impuestos por los padres a menores de<br />
edad. El pañuelo que utilizan las mujeres<br />
musulmanas es, indudablemente, una<br />
2 Ver Michael Walzer: Tratado sobre la tolerancia,<br />
pág. 83. Paidós, Barcelona, 1998.<br />
36 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
forma de manifestación religiosa.<br />
Se trata de un símbolo<br />
que da a conocer<br />
una cierta fe y un cierto<br />
credo, del mismo modo<br />
que lo hace la cruz que<br />
muchos cristianos y<br />
cristianas llevan colgada<br />
al cuello. Puede<br />
haber razones para<br />
pensar que la simbología<br />
de uno y<br />
otro elemento no<br />
es la misma, y tal<br />
vez algunas de las<br />
razones que pueden<br />
estar detrás del uso del<br />
pañuelo nos obliguen a<br />
reflexionar sobre otro de<br />
los valores en cuestión: la<br />
igualdad entre los sexos. Pero<br />
en lo que respecta al uso<br />
del pañuelo como exteriorización<br />
de una fe religiosa, la musulmana,<br />
cuya práctica está permitida<br />
por la libertad de credos, no<br />
se aprecia ninguna consecuencia directa,<br />
ni para la menor que viste de<br />
esta manera ni para el resto de sus compañeros<br />
de clase, que justifique la prohibición<br />
del pañuelo.<br />
En este sentido parece interesante<br />
analizar el argumento según el cual el elemento<br />
diferenciador que introduce la niña<br />
con velo en medio de una clase en la<br />
que ninguna alumna lleva velo alteraría<br />
las condiciones de igualdad que deben<br />
imperar en el aula para que se pueda llevar<br />
a cabo un proceso de aprendizaje en<br />
igualdad. Claramente no se trataría en este<br />
caso de un daño infligido directamente<br />
a una persona, sino de un daño difuso<br />
que repercutiría indirectamente en el resto<br />
de las niñas y niños de la clase, así como<br />
en las enseñantes, que se encontrarían<br />
con dificultades en el momento de apren-<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
der y enseñar, respectivamente,<br />
el valor de la igualdad. Incluso<br />
admitiendo las connotaciones de<br />
desigualdad entre los sexos que pudiera<br />
reflejar el uso del velo, este argumento resulta<br />
difícilmente sostenible cuando el hecho<br />
se produce en un contexto en el que<br />
la presencia de este elemento diferenciador<br />
es claramente minoritaria y en la que<br />
los contenidos de una enseñanza impartida<br />
de acuerdo con los principios de la<br />
educación laica y liberal tienen una clara<br />
posición dominante. Hay otros casos de<br />
manifestaciones inequívocamente discriminatorias<br />
en los que sería interesante<br />
que se planteara el debate en torno a los<br />
efectos perjudiciales que dichas manifes-<br />
taciones pueden tener con<br />
miras a la consolidación de<br />
la igualdad efectiva entre<br />
hombres y mujeres: mensajes<br />
publicitarios, discursos<br />
pronunciados<br />
por personas que ostentan<br />
algún grado<br />
de autoridad pública,<br />
políticas empresariales<br />
o laborales,<br />
son algunos de estos<br />
casos. El pañuelo<br />
de una niña musulmana<br />
dentro del contexto<br />
referido, en cambio,<br />
no parece generar<br />
los efectos perturbadores<br />
pretendidos.<br />
Esto nos introduce<br />
directamente en la cuestión<br />
de la igualdad. Aunque dentro<br />
del mundo islámico existe<br />
una gran variedad de manifestaciones<br />
religiosas y sociales, muchas<br />
de las sociedades de los países en los<br />
que el islam es la religión imperante<br />
muestran ejemplos de comportamientos y<br />
actitudes que nos dan sobradas razones para<br />
pensar que el velo, en sus diversas formas<br />
(algunas claramente humillantes, como<br />
el burka), denota una situación de inferioridad<br />
de la mujer con respecto al varón<br />
en cuanto a su capacidad de elección y decisión.<br />
La poligamia, el repudio, la lapidación,<br />
la rígida estructura patriarcal que invisibiliza<br />
a las mujeres y anula su capacidad<br />
de decisión, en muchos casos la imposibilidad<br />
de acceder a la educación, la ablación<br />
del clítoris, la falta de derechos civiles o políticos<br />
y la desigual participación en el culto<br />
religioso son algunas pautas de la situación<br />
de la mujer en algunas sociedades en las<br />
que el uso de algún tipo de velo es una exteriorización<br />
–a veces inofensiva en sí misma–<br />
de otras y más profundas diferencias<br />
37
LOS DERECHOS DE LA MUJER EN UN PAÑUELO<br />
entre varones y mujeres.<br />
Esta condición de marginación y subordinación<br />
que sufren algunas mujeres<br />
puede presentarse como una amenaza para<br />
las sociedades occidentales que han logrado<br />
consolidar importantes niveles de igualdad.<br />
Sin embargo, condensar la situación<br />
de las mujeres musulmanas en algunos países<br />
en la figura del pañuelo de una alumna<br />
en una escuela de nuestro entorno es dar<br />
un salto importante. Aceptar a una niña<br />
con velo en una escuela pública no implica<br />
aceptar la ideología de discriminación u<br />
opresión que podamos representarnos detrás<br />
del pañuelo, precisamente porque el<br />
pañuelo en sí no tiene connotaciones discriminatorias;<br />
estas connotaciones las agregamos<br />
cuando, como observadores con<br />
cierta información, ligamos el pañuelo a<br />
actitudes que sí conllevan un trato diferencial<br />
y discriminatorio.<br />
Por otro lado, no se puede dejar de<br />
considerar, al sopesar los valores en juego,<br />
el derecho a la educación. Asumir una postura<br />
intransigente con respecto al pañuelo<br />
podría llevar, en la práctica, a buscar soluciones<br />
alternativas, como permitir la educación<br />
en casa 3 , que pueden resultar inconvenientes<br />
para la educación de las niñas<br />
afectadas, o incluso a negar la posibilidad<br />
de educación. La mejor forma de ofrecerles<br />
la posibilidad de escoger entre distintas<br />
formas de vida es integrarlas en un ámbito<br />
que pueda enseñarles esos principios de libertad,<br />
autonomía e igualdad que creemos<br />
que enriquecen nuestras acciones. La visualización<br />
de éste y otros aspectos de la<br />
religión y su irrupción en el ámbito público<br />
(en lugar de su reclusión al estricto e<br />
impenetrable ámbito privado) ayuda más<br />
que amenaza al debate y la discusión en<br />
torno al alcance de sus aspectos simbólicos.<br />
Podría sostenerse que los padres y las<br />
madres pueden pedir a sus hijas que utilicen<br />
el velo en distintos ámbitos de la vida<br />
privada pero que deben asistir sin él a la<br />
escuela. Esta posición, que responde a la<br />
necesidad de garantizar que el ámbito privado<br />
sea una esfera protegida en la que el<br />
Estado no debe intervenir, no debería impedirnos<br />
ver algunos de los problemas<br />
que la teoría feminista ha puesto de manifiesto<br />
a propósito de la situación de las<br />
mujeres en el ámbito doméstico. Suele ser<br />
en el restringido contexto del hogar en el<br />
que algunas mujeres se ven privadas de<br />
sus derechos. En muchos casos es de<br />
puertas adentro donde se encuentran más<br />
desprotegidas y donde padecen las peores<br />
situaciones de opresión; la violencia doméstica<br />
es el mejor ejemplo de ello. La escuela,<br />
en cambio, como espacio público<br />
especialmente custodiado, es precisamente<br />
el ámbito en el que menos probablemente<br />
el pañuelo pueda transformarse en<br />
un elemento de estigmatización o desprecio.<br />
La escuela pública ofrecerá a las niñas<br />
la oportunidad de conocer cuáles son sus<br />
derechos, mientras que el hogar puede<br />
llegar a ser un escenario de impunidad<br />
3 En Estados Unidos se siguió esta solución en el<br />
caso de los amish. Ver Michael Walzer (págs. 79 y<br />
sigs., 1998).<br />
para la discriminación.<br />
Se podría alegar que si se acepta el pañuelo<br />
o hiyab, luego se tendrá que aceptar<br />
también el chador o quizá el burka, o incluso<br />
se tendrá que llegar a modificar el<br />
contenido de la educación recibida si es<br />
que los padres objetan que sus hijas asistan<br />
a clase de educación física, de natación<br />
o de biología. El argumento del efecto<br />
dominó, sin embargo, suele ser un mal<br />
argumento ya que la coherencia en la utilización<br />
de ciertas soluciones a ciertos casos<br />
indica que no hay por qué aplicar soluciones<br />
idénticas a casos distintos. Precisamente,<br />
la dificultad de la tolerancia está<br />
en saber qué tolerar y qué no. Las diferencias<br />
culturales o el polémico multiculturalismo<br />
pueden variar en un espectro de casos<br />
de intensidad tan diferente que exigen<br />
un análisis más detallado para poder evaluar<br />
sus consecuencias. Generalmente, los<br />
problemas se plantean cuando entran en<br />
conflicto los principios o valores considerados<br />
universales, aquellos que normalmente<br />
llamamos derechos humanos.<br />
Entre los derechos humanos<br />
y la diferencia cultural<br />
Existe entre la defensa de los derechos humanos<br />
y la reivindicación de la diferencia<br />
cultural (o, planteado en otros términos,<br />
entre la defensa de los derechos individuales,<br />
por un lado, y la defensa de supuestos<br />
intereses colectivos, por otro) un<br />
continuo de casos que podríamos someter<br />
a consideración a fin de evaluar los conflictos<br />
que se presentan y las posibles soluciones<br />
en juego. Algunos de estos casos,<br />
que podríamos ubicar en los extremos del<br />
continuo, presentan una solución clara.<br />
Así, por ejemplo, si un colectivo de<br />
mujeres decide preservar una vestimenta<br />
particular que las identifica con su grupo<br />
étnico, usando tejidos y colores que no<br />
sólo las definen como integrantes de ese<br />
grupo sino que las diferencian respecto de<br />
otros grupos, no veríamos en principio<br />
fuentes de conflicto. Una decisión tal no<br />
sólo no estaría vulnerando los derechos<br />
humanos de las mujeres involucradas, sino<br />
que sería expresión de los mismos, expresión<br />
de la autonomía de la voluntad, y<br />
podría ser a su vez una manifestación de<br />
creatividad estética o artística. A este caso<br />
podríamos llamarlo un caso fácil, que no<br />
nos enfrenta con la necesidad de tener<br />
que optar entre la preservación o no de la<br />
conducta en cuestión porque dicha conducta<br />
no interfiere con valores cuya vulneración<br />
suscite conflictos. La preservación<br />
de los distintos hábitos que podemos<br />
llamar culturales surge en la medida en<br />
38 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
que las personas crean pautas y formas de<br />
comportamiento que valoran especialmente<br />
y con las que a menudo suelen<br />
sentirse mejor para llevar a cabo sus decisiones<br />
y planes de vida, y la aceptación de<br />
la diferencia tiene lugar precisamente en<br />
la medida en que las mencionadas pautas<br />
no vulneren esos principios garantes de la<br />
autonomía individual que conocemos como<br />
derechos humanos.<br />
Podemos pensar también en casos que<br />
se encontrarían al otro extremo del continuo.<br />
Pensemos, por ejemplo, en una cultura<br />
en la que las tradiciones propias de un<br />
grupo enseñan a sus integrantes que las<br />
mujeres son simples objetos sexuales al servicio<br />
de los varones y que éstos son dueños<br />
de la vida de aquéllas, pudiendo decidir sobre<br />
todos sus aspectos. Un caso como éste<br />
no nos haría dudar en ningún momento a<br />
la hora de decidirnos por la defensa de los<br />
derechos humanos de la mujer para impugnar<br />
una práctica como la señalada, que<br />
vulnera el más elemental derecho de la<br />
mujer a decidir sobre su propia vida. En<br />
un caso tal no consideraríamos válida la invocación<br />
del relativismo cultural y entenderíamos<br />
que una tradición de esta índole,<br />
por arraigada que estuviera y ancestral que<br />
fuera, debería quedar eliminada al amparo<br />
de los derechos humanos. Éste sería entonces<br />
otro caso fácil, pero ubicado en el otro<br />
extremo del continuo, ya que si en el primer<br />
caso nos decidíamos a favor de la diversidad<br />
cultural, en este último nos decidimos<br />
a favor de los derechos humanos.<br />
¿Por qué resultan claros estos casos?<br />
¿Qué tipo de relativismo está en juego en<br />
una y otra situación? En el caso de la diversidad<br />
en el vestir, lo que estamos aceptando<br />
es la existencia de una diversidad respecto<br />
de costumbres que podemos llamar<br />
triviales o moralmente irrelevantes. Al hacerlo<br />
aceptamos la diversidad de hechos o<br />
acciones que no encierran en sí mismos valor<br />
moral ni generan conflictos de carácter<br />
ético o moral. El hecho de que las mujeres<br />
de una comunidad étnica elijan vestirse de<br />
rojo no contiene en sí mismo ninguna<br />
connotación moral; vestirse de rojo –o de<br />
verde o de azul– no es valioso ni disvalioso.<br />
Lo valioso es reconocer el derecho a escoger<br />
opciones diferentes.<br />
El segundo caso es distinto del primero.<br />
En el ejemplo que considera a las mujeres<br />
como objetos sexuales, aceptar la diversidad,<br />
y con ella el relativismo, equivaldría<br />
a ignorar que hemos pasado del terreno de<br />
la cultura al terreno de la moral y que, por<br />
tanto, los criterios de evaluación en uno y<br />
otro caso no pueden ser los mismos. Si<br />
aplicamos los mismos criterios de evalua-<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
ción que en el primer caso estaremos aceptando<br />
el relativismo moral. Esto se opone a<br />
la defensa de los derechos humanos, que,<br />
como derechos morales, se distinguen por<br />
ser universales, absolutos e inalienables 4 .<br />
Por tanto, si defendemos los derechos humanos<br />
como principios universalizables,<br />
nos vemos obligados a rechazar el relativismo<br />
moral 5 .<br />
Estos dos casos constituyen casos fáciles<br />
por encontrarse, como he intentado explicar,<br />
en los respectivos extremos del continuo<br />
que va de la sola diversidad cultural<br />
(como enunciado descriptivo) a los derechos<br />
humanos (como premisa normativa<br />
de contenido moral). Podríamos reformular<br />
el caso de la diversidad en el vestido<br />
agregando algunos elementos que lo transformen<br />
en un caso moralmente relevante.<br />
Dijimos que las mujeres de un grupo étnico<br />
determinado pueden reivindicar su especial<br />
forma de vestir como una característica<br />
de su identidad grupal e individual.<br />
En esta formulación es esencial remarcar<br />
que cada una de ellas elige preservar la tradición<br />
en el vestido, ya que el supuesto<br />
cambiaría si dentro del colectivo hubiese<br />
mujeres que rechazaran aceptar esta tradición.<br />
¿Podría en tal caso obligarse a una integrante<br />
de dicho grupo étnico a vestir<br />
conforme a las pautas colectivas? ¿Pueden<br />
sacrificarse derechos individuales –el derecho<br />
a la autonomía personal, a la libertad<br />
de elección– para proteger supuestos derechos<br />
colectivos? El ejemplo del vestir puede<br />
parecer trivial; sin embargo, existen supuestos<br />
en los que decidir si priman los derechos<br />
individuales sobre las decisiones de<br />
la comunidad, o viceversa, adquiere una<br />
especial relevancia. (Piénsese, por ejemplo,<br />
en grupos en los cuales se rechace la medicina<br />
moderna: ¿podría el Estado intervenir<br />
para proteger los derechos de una persona<br />
al momento de ser necesaria una intervención<br />
quirúrgica para proteger su vida?).<br />
Los conflictos que surgen a raíz de algunos<br />
postulados religiosos suelen presentar<br />
casos cuya solución no siempre es fácil.<br />
4 Ver Francisco Laporta (1987): ‘Sobre el concepto<br />
de derechos humanos’, en Doxa. Cuadernos de<br />
Filosofía del Derecho, número 4; Silvina Álvarez<br />
(2000): ‘Derechos humanos de las mujeres y relativismo<br />
cultural’, en Pilar Pérez Cantó y Elena Postigo<br />
Castellanos (eds.), Autoras y protagonistas. Universidad<br />
Autónoma de Madrid.<br />
5 La fundamentación de los principios morales<br />
da lugar a importantes discrepancias, en cuyo análisis<br />
no voy a extenderme aquí. Sólo podría señalarse que,<br />
incluso si cuestionásemos la fundamentación objetivista<br />
de la moral, podríamos convenir en el alto consenso<br />
que avala la aceptación de algunos de los mencionados<br />
principios como valores susceptibles de ser<br />
objeto de las más diversas preferencias individuales.<br />
SILVINA ÁLVAREZ<br />
Mientras la libertad de culto es un derecho<br />
ampliamente reconocido, no cualquier<br />
práctica religiosa resulta compatible con la<br />
defensa de los derechos humanos. No basta<br />
con invocar la religión para defender<br />
ciertas prácticas. No podemos alegar las<br />
enseñanzas de los libros considerados sagrados<br />
como argumento válido en favor de<br />
la subordinación de la mujer. En primer<br />
lugar, y sin entrar en el contenido de las<br />
prácticas que se pretenda defender, porque<br />
la religión es una cuestión de fe individual<br />
en ciertas creencias y ninguna pauta social<br />
–intersubjetiva– válida puede basarse en<br />
una cuestión de fe individual, sino que debe<br />
hacerlo en principios susceptibles de ser<br />
aceptados por todos y por todas 6 . Otra<br />
vez, aquí nos encontraríamos con casos fáciles<br />
y casos difíciles. Mientras que los casos<br />
de mutilación resultan claros, otros casos,<br />
en cambio, tienen más aristas. El uso<br />
del velo se ha presentado como un caso en<br />
el que se revelan distintos derechos en juego.<br />
¿Puede su uso entenderse como equivalente<br />
a la opción por un tipo determinado<br />
de vestimenta o, por el contrario, debe interpretarse<br />
como un signo de sometimiento<br />
de la mujer respecto del varón, violándose<br />
en tal caso el derecho de igualdad de<br />
las mujeres respecto de los varones? El caso<br />
de la mutilación genital de las niñas suscita<br />
una repulsión instantánea 7 , basada en la<br />
violación de derechos tan elementales como<br />
la integridad física o la capacidad para<br />
decidir sobre el propio cuerpo, que está<br />
muy alejada de las inquietudes que pueda<br />
despertar el uso del velo.<br />
Puede pensarse, sin embargo, que, en<br />
el caso del pañuelo de las niñas musulmanas,<br />
las razones últimas que están detrás de<br />
la idea de ocultar una parte del cuerpo que<br />
a los varones se les permite hacer visible<br />
son las mismas que subyacen a otras prácticas<br />
que nos resultan tan aberrantes como<br />
la ablación del clítoris: razones que tienen<br />
que ver con la consideración de la mujer<br />
como un ser sin capacidad de decisión sobre<br />
su propio cuerpo, un ser sobre el que<br />
disponen otros. Puede ser que esto sea así<br />
en muchos casos o que lo haya sido en el<br />
origen de la práctica, aunque en otros casos<br />
las razones que algunas mujeres mu-<br />
6 Ver Ernesto Garzón Valdés: Cinco confusiones<br />
acerca de la relevancia moral de la diversidad cultural,<br />
CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA, julio/agosto 1997,<br />
pág. 11.<br />
7 En la declaración de Pekín (IV Conferencia<br />
Mundial de Naciones Unidas sobre las Mujeres; Pekín,<br />
China, 4-15 de septiembre de 1995) se subraya<br />
con especial énfasis el rechazo de las costumbres, tradiciones<br />
y pautas religiosas que someten a la mujer a<br />
prácticas como la mutilación genital femenina.<br />
39
LOS DERECHOS DE LA MUJER EN UN PAÑUELO<br />
sulmanas tienen para usar un velo son variadas<br />
y responden en muchos casos a una<br />
decisión personal. Pero incluso si considerásemos<br />
que las razones subyacentes son<br />
las mismas y tan reprochables en un caso<br />
como en otro, el hecho de llevar un pañuelo<br />
no repercute sobre la niña de la<br />
misma manera en que lo hace la irreversible<br />
y cruel acción de someterla a una mutilación,<br />
y, por tanto, la respuesta en uno<br />
y otro caso no tiene que ser la misma.<br />
Por último, las consideraciones de tolerancia<br />
no parecen mal invocadas cuando<br />
se trata del uso de un pañuelo. Sabemos<br />
que la tolerancia debe funcionar como un<br />
mecanismo para la convivencia entre distintas<br />
concepciones de la vida, siempre que<br />
lo tolerado no vulnere aquellos principios<br />
que sustentan la propia idea de tolerancia.<br />
Llevar una cruz colgada al cuello y llevar<br />
un pañuelo en la cabeza son manifestaciones<br />
religiosas que, en tanto símbolos, no<br />
difieren demasiado la una de la otra 8 . Como<br />
expresión de los principios religiosos<br />
que alimentan dichos comportamientos, el<br />
velo puede aparecer en algunos supuestos<br />
como portador de una simbología de discriminación.<br />
Pero no sólo el velo respecto<br />
de la religión musulmana. Quienes profesan<br />
otras religiones a menudo están consintiendo<br />
también muchos comportamientos<br />
discriminatorios, como los que tienen<br />
lugar en la jerarquía de la Iglesia católica,<br />
en la que las mujeres no pueden acceder a<br />
los mismos cargos de responsabilidad que<br />
los hombres ni visten de la misma manera.<br />
Volviendo al caso que nos ocupa, impedir<br />
el uso del velo exigiría una argumentación<br />
que fuera más allá del simple hecho de llevar<br />
un pañuelo, una argumentación que<br />
no parece basarse en la existencia de un daño<br />
claro y cuya consecución llevaría a cuotas<br />
importantes, y probablemente indeseables,<br />
de intervencionismo estatal 9 .<br />
Para que la vindicación<br />
no se interrumpa<br />
Preservar la libertad de expresar, a través de<br />
símbolos, la propia religión (o la de los padres,<br />
como suele ser el caso cuando se trata<br />
de menores) no debe confundirse con la<br />
defensa de la diferencia cultural como bien<br />
en sí. Los derechos, como el de libertad,<br />
tienen su justificación en el reconocimiento<br />
del individuo como sujeto cuya autonomía<br />
debe ser protegida. Es a partir de con-<br />
8 Ver Anna Elisabetta Galeotti: ‘Citizenship and<br />
equality. The place of toleration’, en Political Theory,<br />
vol 21, núm. 4, págs. 585-605, noviembre 1993.<br />
9 Galeotti, op. cit., pág. 588.<br />
siderar a las personas como titulares de los<br />
derechos que reconocen y protegen su capacidad<br />
para decidir sobre sus propias acciones<br />
como tiene sentido hablar de pluralismo<br />
y diferencia 10 (de ahí que la defensa<br />
de los derechos de las mujeres y de la igualdad<br />
con el varón en el ejercicio de tales derechos<br />
debe hacerse en nombre de las propias<br />
mujeres y no de las culturas o las religiones<br />
a las que ellas puedan adherirse).<br />
No se trata, por tanto, de preservar tales<br />
derechos en nombre de ninguna identidad<br />
colectiva –y me atrevería a decir que tampoco<br />
en nombre de la identidad personal,<br />
pero esto exigiría mayores precisiones–. La<br />
noción de identidad no es más que una<br />
construcción social, a veces peligrosa, que<br />
puede constreñir a las personas a permanecer<br />
fieles a comportamientos, costumbres o<br />
tradiciones que a menudo son fuente de<br />
desigualdad y opresión. Las culturas suelen<br />
reflejar una asignación diferenciada de posiciones<br />
sociales que legitima el mayor poder<br />
o prestigio de unas personas sobre<br />
otras 11 . Algunas culturas y comunidades<br />
han defendido su creencia en la superioridad<br />
del varón ario: Occidente lleva consigo<br />
una larguísima tradición patriarcal 12 reflejada<br />
en reglas sociales que confieren las<br />
posiciones de poder y prestigio a los varones<br />
y las tareas de cuidado y crianza a las<br />
mujeres. Algunas culturas creen todavía tener<br />
el derecho de mutilar a las mujeres o<br />
de condenarlas a la reclusión y la invisibilidad.<br />
Otras comunidades confieren derechos<br />
asimétricos respecto del matrimonio:<br />
ellos –y no ellas– pueden tener varias esposas,<br />
sobre las que deciden.<br />
Los derechos de las mujeres han sido<br />
ampliamente negados por las estructuras<br />
de dominación de muchas y variadas culturas,<br />
y en la historia de la vindicación de<br />
10 Ver Francisco Laporta: Inmigración y respeto,<br />
en CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA, julio/agosto 2001,<br />
págs. 64-68.<br />
11 Ver Virginia Maquieira: ‘Cultura y derechos<br />
humanos de las mujeres’, en Pilar Pérez Cantó (coord.),<br />
Las mujeres del Caribe en el umbral de 2000. Dirección<br />
General de la Mujer, Consejería de Sanidad y<br />
Servicios Sociales y Comunidad de Madrid, págs.<br />
171-203, 1998.<br />
12 Ver Silvina Álvarez (2001): ‘Feminismo radical’,<br />
en E. Beltrán y V. Maquieira (eds.), Feminismos.<br />
Debates teóricos contemporáneos, págs. 104 y sigs.,<br />
Alianza, Madrid; Kate Millet (1970): Política sexual,<br />
Cátedra, Madrid (trad. de Ana María Bravo García,<br />
revisada por Carmen Martínez Gimenos); Celia Amorós<br />
(1991): Hacia una crítica de la razón patriarcal,<br />
Anthropos, Barcelona.<br />
13 Ver Cristina Sánchez: ‘Modernidad y ciudadanía:<br />
el debate ilustrado’, en E. Beltrán y V. Maquieira<br />
(eds.), op. cit., págs. 17-35.<br />
14 Ver Elena Beltrán: ‘La mística de la feminidad:<br />
el problema que no tiene nombre’, en E. Beltrán<br />
y V. Maquieira (eds.), op. cit., págs. 89-92.<br />
los derechos de la mujer la lucha por el acceso<br />
a la educación y la cultura ha sido una<br />
constante de quienes nos precedieron. Lo<br />
fue para la inglesa Mary Wollstonecraft y<br />
las ilustradas de la edad de la razón 13 ; para<br />
las radicales, las socialistas y las liberales,<br />
que con Betty Friedam denunciaban en<br />
Estados Unidos ese malestar generado por<br />
el eterno retorno a la mística de la feminidad<br />
14 ; para las sufragistas, que pedían el<br />
reconocimiento de su individualidad como<br />
ciudadanas para poder salir de la minoría<br />
de edad política a la que estaban sometidas.<br />
En España, mujeres como Concepción<br />
Arenal (disfrazada de varón para poder<br />
entrar en las aulas universitarias), Emilia<br />
Pardo Bazán o María de Maeztu (que<br />
insistiera en el principio de la coeducación,<br />
la educación conjunta de niños y niñas, y,<br />
podríamos agregar, de niños y niñas de<br />
creencias plurales), entre muchas otras, vieron<br />
en la educación la condición indispensable<br />
para lograr la autonomía y la igualdad.<br />
Desde los márgenes de la historia oficial,<br />
las mujeres no han interrumpido una<br />
tradición de reivindicación de sus derechos,<br />
que no es de dos o tres generaciones,<br />
sino de siglos, y que está aún lejos de haber<br />
llegado a su fin.<br />
Esgrimir el argumento de la igualdad<br />
entre los sexos para exigir a una niña musulmana<br />
que deje su velo al entrar en las<br />
aulas es un mal argumento: no sólo porque<br />
olvida considerar los otros derechos en juego<br />
en la situación creada, sino porque en<br />
nombre de la igualdad interfiere con una<br />
decisión individual cuyo supuesto daño no<br />
queda configurado por el solo hecho de la<br />
presencia del pañuelo. A esto se suma el<br />
interés prioritario que para el logro de esa<br />
misma igualdad entre mujeres y varones<br />
tiene el derecho a la educación. Un interés<br />
genuino por las desiguales oportunidades<br />
que tienen las mujeres frente a los varones<br />
debería fijar la vista en reforzar la preparación<br />
y la integración de las niñas en contextos<br />
más favorables para el desarrollo de<br />
sus elecciones autónomas. El derecho a la<br />
educación –a una educación no sexista–<br />
parece confirmar su actualidad y nos emplaza<br />
a defenderlo, para que la vindicación<br />
no se interrumpa. n<br />
[Agradezco a Francisco Laporta y Elena Beltrán sus<br />
valiosos comentarios a este texto.]<br />
Silvina Álvarez es profesora de Filosofía del Dere-<br />
40 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
¿UN PARLAMENTARISMO<br />
PRESIDENCIALISTA?<br />
1. Las previsiones constitucionales:<br />
un parlamentarismo “racionalizado”<br />
La transición política española instauró<br />
una democracia que, como cualquiera de<br />
las que existen en el mundo, se articula,<br />
primordialmente, a través de la representación.<br />
La democracia constitucional es,<br />
por principio, democracia representativa,<br />
sin que el caso de Suiza, tan peculiar, venga<br />
a desmentir por completo esta afirmación.<br />
Por ello las formas de participación<br />
directa de los ciudadanos en el ejercicio<br />
del poder, previstas en nuestra Constitución<br />
o en otras constituciones próximas<br />
(por ejemplo, la francesa o la italiana)<br />
mediante la figura del referéndum, se presentan<br />
como un complemento, pero no<br />
como una sustitución, de la participación<br />
indirecta a través de representantes libremente<br />
elegidos. Más aún, en términos jurídicos,<br />
tales vías de participación directa<br />
han de considerarse como excepciones (y<br />
por lo mismo interpretables restrictivamente)<br />
frente a la regla general de la democracia<br />
representativa.<br />
De ahí que en los Estados democráticos<br />
el Parlamento constituya la pieza fundamental<br />
de la organización política, hasta<br />
el punto de dar su nombre al modelo<br />
actual de democracia representativa. La<br />
democracia parlamentaria es, pues, la forma<br />
común del Estado constitucional democrático<br />
de nuestro tiempo. Y ello es así<br />
incluso en los sistemas presidencialistas,<br />
donde el poder ejecutivo también es producto<br />
de la elección popular pero donde<br />
el Parlamento sigue siendo, constitucionalmente,<br />
el máximo poder del Estado al<br />
estarle atribuida la capacidad de adoptar,<br />
por medio de las leyes, las decisiones políticas<br />
más importantes. Sin embargo, no<br />
cabe duda de que, al menos en teoría, la<br />
función del Parlamento aparece acrecentada<br />
en los llamados sistemas parlamentarios;<br />
es decir, en los Estados con forma<br />
parlamentaria de gobierno, donde, a dife-<br />
MANUEL ARAGÓN<br />
rencia de los sistemas presidencialistas, la<br />
Cámara legislativa es el único poder que<br />
recibe la inmediata legitimación popular.<br />
Por ello, en el sistema parlamentario el<br />
Ejecutivo ha de gozar de la confianza de<br />
la Cámara, que aparece así no sólo como<br />
la institución encargada de hacer las leyes,<br />
sino también como la institución de la<br />
que emana el gobierno, al que controla<br />
hasta el punto de poderlo derribar mediante<br />
un voto de censura.<br />
Este último es nuestro sistema, consecuencia<br />
de la doble opción por la democracia<br />
y la monarquía. El Estado<br />
democrático, en una república, puede tener<br />
como formas de gobierno la presidencialista<br />
o la parlamentaria; el Estado<br />
democrático, en una monarquía, difícilmente<br />
puede tener otra forma de gobierno<br />
distinta de la parlamentaria. Ahora<br />
bien, dentro de la forma parlamentaria de<br />
gobierno caben diversas modalidades según<br />
la manera específica en que se regulen<br />
las relaciones entre el legislativo y el<br />
Ejecutivo. Nuestra Constitución optó por<br />
un modelo de parlamentarismo “racionalizado”<br />
mediante el establecimiento de<br />
determinadas reglas que, de un lado, favorecen<br />
la estabilidad gubernamental y,<br />
de otro, realzan notoriamente la figura<br />
del presidente del Gobierno. Si acudimos<br />
a una terminología bien conocida puede<br />
decirse que en España el sistema parlamentario<br />
no es de “Gabinete”, sino de<br />
“canciller” o de “primer ministro”.<br />
La estructura de la forma de gobierno<br />
está muy clara en el texto constitucional.<br />
Allí aparece, incluso, su propia definición<br />
(una “Monarquía parlamentaria”,<br />
art. 1.3); así como la declaración de que<br />
el parlamento es la institución directamente<br />
representativa de los ciudadanos<br />
(“las Cortes Generales representan al<br />
pueblo español”, art. 66.1) y a la que<br />
compete el control del Ejecutivo (“controlan<br />
la acción del Gobierno”, art. 66.2)<br />
mediante una serie de dispositivos entre<br />
los que destacan la investidura parlamentaria<br />
del presidente (art. 99), la votación<br />
de confianza (art. 112) y la moción de<br />
censura (art. 113); como contrapartida,<br />
el presidente del Gobierno puede proponer<br />
al Rey la disolución de las Cámaras<br />
(art. 115).<br />
A partir de esas líneas básicas, definidoras<br />
de unos rasgos en buena parte comunes<br />
de cualquier sistema parlamentario,<br />
lo que importa verdaderamente es<br />
analizar cuáles son los caracteres específicos<br />
de nuestra forma de gobierno, esto es,<br />
su singularidad respecto de otras del mismo<br />
género. Para ello conviene examinar,<br />
en primer lugar, el tipo de Parlamento<br />
que la Constitución establece, ya que, por<br />
principio, se trata de la institución central<br />
del sistema.<br />
Las dos Cámaras, Congreso de los Diputados<br />
y Senado, que componen nuestras<br />
Cortes Generales, pese a que existan diferencias<br />
en el modo de elección de sus<br />
miembros (sistema electoral proporcional<br />
corregido para el Congreso y mayoritario<br />
corregido para el Senado), responden al<br />
mismo tipo de representación. Ambas se<br />
integran por elección directa de los ciudadanos<br />
y, en uno y otro proceso electoral, la<br />
circunscripción es también la misma: la<br />
provincia. La minoría de senadores elegidos<br />
por los parlamentos de las comunidades<br />
autónomas, precisamente por la escasa<br />
importancia de su número en relación con<br />
el total de la Cámara, no supone una verdadera<br />
alteración de aquel esquema representativo.<br />
En ese sentido, la declaración<br />
constitucional de que el Senado es “la Cámara<br />
de representación territorial” (art.<br />
69.1) alcanza muy escasa (por no decir<br />
ninguna) operatividad 1 . La primera característica<br />
de nuestro Parlamento bicameral<br />
es, pues, la duplicidad representativa.<br />
La segunda característica es la duplicidad<br />
funcional en todo lo que se refiere a la<br />
42 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
potestad legislativa.<br />
En ese plano podría<br />
hablarse de un bicameralismo<br />
por repetición,<br />
en cuanto que el<br />
procedimiento legislativo<br />
ha de reiterarse,<br />
de modo sustancialmente<br />
idéntico, en una<br />
y otra Cámara, con la<br />
salvedad de que la mayoría<br />
absoluta requerida para<br />
las leyes orgánicas sólo se exige<br />
en el Congreso (art. 81.2 CE) y<br />
de que, como es razonable,<br />
en caso de conflicto<br />
en la elaboración de cualquier ley<br />
prevalece la voluntad de una de las Cámaras<br />
(el Congreso) sobre la voluntad de la<br />
otra (el Senado) (art. 90 CE).<br />
La tercera característica es el monopolio<br />
por el Congreso de la verificación<br />
de la responsabilidad política gubernamental.<br />
El Gobierno sólo “responde solidariamente<br />
en su gestión política ante el<br />
Congreso de los Diputados” (art. 108<br />
CE). Es el Congreso el que vota la investidura<br />
del presidente del Gobierno (art.<br />
99 CE) y, en consecuencia, sólo ante el<br />
Congreso puede plantear el presidente del<br />
Gobierno la cuestión de confianza (art.<br />
112 CE), correspondiéndole también<br />
únicamente al Congreso adoptar una moción<br />
de censura (art. 113 CE). En nuestro<br />
1 De ahí la necesidad de reformar el Senado para<br />
convertirlo en Cámara de auténtica representación territorial,<br />
como exige un Estado compuesto de tan amplia<br />
e intensa distribución territorial del poder como<br />
lo es el actual Estado autonómico español. Sin embargo,<br />
las dificultades para ello son grandes; y no sólo<br />
porque para dotar de efectividad a esa Cámara habría,<br />
muy probablemente, que modificar la Constitución,<br />
sino porque las diferencias “políticas” de nuestras comunidades<br />
autónomas hacen sumamente improbable<br />
la existencia de una Cámara de integración territorial<br />
como debiera ser el Senado.<br />
sistema, pues, al no participar el Senado<br />
de ninguna manera en la relación de confianza,<br />
los instrumentos más característicos<br />
de la forma parlamentaria de gobierno<br />
no se ejercen de manera bicameral,<br />
sino unicameral. Es cierto que la función<br />
parlamentaria de control se desempeña,<br />
además, por otros medios (preguntas, interpelaciones,<br />
etcétera) de los que sí dispone<br />
el Senado de igual manera que el<br />
Congreso; pero la exclusividad de éste sobre<br />
la exigencia de responsabilidad política<br />
hace que aquellos otros medios pierdan<br />
en el Senado una buena parte de su eficacia.<br />
El monopolio del Congreso se extiende,<br />
además, a otras materias. Así sólo el<br />
Congreso convalida o deroga los Decretos-Ley<br />
(art. 86.2 CE), autoriza la convocatoria<br />
de referéndum (art. 92.2 CE) e<br />
interviene en los procesos de declaración<br />
o prórroga de los Estados de alarma, excepción<br />
y sitio (art. 117 CE). Frente a<br />
ello, la única competencia que monopoliza<br />
el Senado es la aprobación de las medidas<br />
extraordinarias de intervención estatal<br />
en las comunidades autónomas (art. 155<br />
CE).<br />
Una vez expuestas, muy resumidamente,<br />
las características de las Cortes<br />
Generales, procede<br />
examinar el tipo de<br />
Gobierno que la<br />
Constitución ha previsto<br />
2 . Como antes se<br />
dijo, nuestro modelo<br />
de parlamentarismo<br />
“racionalizado” destaca<br />
por la pretensión de fomentar<br />
la estabilidad gubernamental<br />
y por la relevancia<br />
que se otorga a la figura del presidente<br />
del Gobierno. El instrumento<br />
básico para lo primero es la configuración<br />
“constructiva” de la moción de censura,<br />
a la manera alemana. Para poder<br />
presentarse, la moción de censura habrá<br />
de incluir un candidato a la Presidencia<br />
del Gobierno; y, para que triunfe, habrá<br />
de obtener la mayoría absoluta de los<br />
miembros del Congreso (art. 113 CE).<br />
En consecuencia, no es suficiente, para<br />
derribar al Gobierno, que haya una mayoría<br />
en la Cámara contraria a su permanencia;<br />
ha de haber, al mismo tiempo,<br />
una mayoría absoluta que, censurando al<br />
Gobierno, apoye a un nuevo presidente.<br />
Es innegable que esta fórmula fomenta la<br />
estabilidad gubernamental; pero también<br />
que facilita notablemente los Gobiernos<br />
de minoría, habida cuenta, además, de<br />
que la investidura del presidente del Gobierno<br />
sólo requiere de mayoría absoluta<br />
del Congreso en la primera votación, bastando<br />
en la segunda la mayoría simple<br />
(art. 99.3 CE).<br />
Sobre la posición preeminente del<br />
presidente del Gobierno en la estructura<br />
2 Y que ha concretado o desarrollado la Ley<br />
50/1997, de 27 de noviembre, del Gobierno, en la<br />
que se contienen todas las precisiones acerca de<br />
la configuración del Gobierno, del estatuto de sus<br />
miembros, del presidente del Gobierno, del Gobierno<br />
“en funciones” y, en general, del régimen jurídico de<br />
los actos del Gobierno.<br />
43
¿UN PARLAMENTARISMO PRESIDENCIALISTA?<br />
del Ejecutivo, la Constitución es bastante<br />
clara. No se trata sólo de que aparezca al<br />
presidente como auténtico “director” del<br />
Gobierno y no exactamente como un<br />
“primer ministro”, lo que es patente (“el<br />
presidente dirige la acción del Gobierno<br />
y coordina las funciones de los demás<br />
miembros del mismo”, art. 98.2 CE), sino<br />
también de que esa función directora<br />
se encuentra muy reforzada en la medida<br />
en que es el presidente (y no el Gobierno)<br />
el que recibe la primera confianza de<br />
la Cámara: en el acto de investidura se<br />
elige un presidente y no un Gobierno<br />
que, obviamente, aún no se ha formado.<br />
La cuestión de confianza la puede plantear<br />
el presidente (sobre “su programa o sobre<br />
una declaración de política general”, art.<br />
112 CE), previa deliberación del Consejo<br />
de Ministros, claro está, pero sin que ello<br />
convierta en colegiada una decisión que<br />
sigue siendo personal. La moción de censura<br />
se presenta frente al Gobierno, pero<br />
su triunfo no supone sólo el cese de éste,<br />
sino además la elección automática de un<br />
nuevo presidente, esto es, el otorgamiento<br />
de una nueva confianza a otra persona<br />
(y no a otro Gobierno). Y en fin, es el<br />
presidente, previa deliberación del Consejo<br />
de Ministros, pero “bajo su exclusiva<br />
responsabilidad” quien puede proponer<br />
al Rey la disolución de las Cámaras (art.<br />
115.1 CE).<br />
El Gobierno responde solidariamente<br />
de su gestión ante el Congreso de los Diputados,<br />
pero los ministros responden, individualmente,<br />
de sus propios cometidos ante<br />
el presidente del Gobierno (esa parece ser la<br />
interpretación correcta que se deriva del<br />
98.2 CE), que libremente propone al Rey<br />
su nombramiento y cese (art. 100 CE). En<br />
resumen, puede decirse que el Gobierno lo<br />
es del presidente y no de la Cámara o de la<br />
mayoría de la Cámara. Esta preeminencia<br />
del presidente se refuerza aún más en la<br />
medida en que determinadas decisiones le<br />
están atribuidas personalmente, esto es, como<br />
órgano separado, y no al Consejo de<br />
Ministros. Así, la propuesta de convocatoria<br />
de referéndum (art. 92.2 CE) o la facultad<br />
de interponer el recurso de inconstitucionalidad<br />
(art. 162.1.a) CE).<br />
2. La práctica política:<br />
entre el parlamentarismo “presidencial”<br />
y parlamentarismo “presidencialista”<br />
La concepción clásica del parlamentarismo<br />
según la cual el Gobierno está subordinado<br />
al Parlamento, del que recibe su legitimación<br />
y al que ha de rendir cuentas permanentemente<br />
de su gestión como si fuese<br />
una especie de comisión delegada del órga-<br />
no que representa a la soberanía popular,<br />
no se corresponde hoy exactamente con la<br />
realidad. La organización de la democracia<br />
a través de los partidos políticos ha originado<br />
una notable alteración en aquel viejo<br />
esquema que, por lo demás, nunca llegó a<br />
funcionar como idealmente se había concebido.<br />
Hoy los partidos, y no los parlamentarios<br />
individuales, son, por lo general,<br />
los verdaderos protagonistas de la actividad<br />
de las Cámaras. La disciplina de partido ha<br />
hecho que sea el Gobierno el que dirija a<br />
su mayoría parlamentaria, invirtiéndose<br />
la relación de subordinación, hasta el punto<br />
de que ha podido decirse que en la<br />
actualidad es el Parlamento el comité legislativo<br />
del Gobierno. Por todo ello, la<br />
posibilidad de que triunfe una moción parlamentaria<br />
de censura es bastante remota y,<br />
en consecuencia, la responsabilidad política<br />
del Gobierno parece más una proclamación<br />
retórica que una regla efectiva.<br />
Por otra parte, el sistema electoral de<br />
listas cerradas y bloqueadas (que es el español<br />
por obra de la Ley Electoral) potencia<br />
la disciplina interna en el seno de los partidos<br />
y, por lo mismo, la cohesión de los grupos<br />
parlamentarios. Los reglamentos de las<br />
Cámaras contribuyen a acentuar la dependencia<br />
de los parlamentarios respecto de<br />
sus correspondientes grupos, de tal manera<br />
que son los portavoces o presidentes de éstos<br />
los auténticos directores (o impulsores)<br />
de las actividades parlamentarias. La nueva<br />
forma de la responsabilidad política es la de<br />
una estructura jerárquica bien distinta a la<br />
“ideal” subordinación del Gobierno al Parlamento.<br />
Esa estructura ahora, en un buen<br />
número de países, pero muy especialmente<br />
en España, es la que descansa en la subordinación<br />
del parlamentario individual a su jefe<br />
de grupo, la de éste a su partido y la del<br />
partido a su líder. Como el líder del partido<br />
mayoritario es (o suele ser) a su vez el presidente<br />
del Gobierno, éste ocupa la cúspide<br />
del poder; a él están subordinados el Gobierno,<br />
el partido y el grupo parlamentario,<br />
esto es, a él está subordinada la voluntad<br />
del Ejecutivo y del legislativo. Esta situación<br />
no parece, en modo alguno, una perversión<br />
del sistema, sino su normal consecuencia<br />
si añadimos, además de los factores<br />
ya aludidos, la forma de gobierno de<br />
la Unión Europea (que potencia a los Ejecutivos<br />
y, sobre todo, a los primeros ministros<br />
o presidentes del Gobierno) y, por<br />
3 Es cierto que el fenómeno ocurre también en<br />
los demás sistemas parlamentarios europeos, pero<br />
entre nosotros se manifiesta con mayor intensidad debido,<br />
sobre todo, al sistema electoral de listas cerradas<br />
y bloqueadas.<br />
supuesto, la realidad de unas elecciones<br />
parlamentarias, como las españolas 3 , que,<br />
por obra de una propaganda en la que<br />
predomina sobre todo la imagen, se manifiestan<br />
más como elecciones plebiscitarías<br />
que como elecciones representativas, es<br />
decir, como elecciones no tanto a diputados<br />
o senadores cuanto a presidente de<br />
Gobierno. Los aspirantes a parlamentarios<br />
que componen las listas electorales<br />
quedan en muy segundo plano; puede decirse<br />
incluso que se difuminan, máxime<br />
cuando la relación de los aspirantes con la<br />
circunscripción en la que se presentan o<br />
no existe o juega muy escaso papel. Celebradas<br />
las elecciones y constituidas las nuevas<br />
Cámaras, los parlamentarios continúan<br />
virtualmente en el anonimato: la suerte del<br />
Gobierno, las leyes que se dicten, los Presupuestos<br />
que se aprueben, no van a depender<br />
ni de sus discursos ni de sus decisiones,<br />
sino de los jefes de sus respectivos grupos<br />
políticos, que serán los que actúen en los<br />
debates parlamentarios más importantes y<br />
los que les impartan instrucciones para votar<br />
de una u otra manera.<br />
Ahora bien, la difuminación de los<br />
parlamentarios individuales no tendría<br />
por qué conducir necesariamente a la difuminación<br />
del parlamento; sólo llevaría a<br />
un parlamento oficialmente numeroso,<br />
pero virtualmente reducido: un Parlamento<br />
de jefes de grupo, es decir, un parlamento<br />
de “portavoces”. Ocurre, sin embargo,<br />
que la forma en que están organizados<br />
en nuestro país los debates<br />
parlamentarios contribuye a que incluso<br />
ese parlamento reducido continúe difuminado.<br />
De un lado, el presidente del<br />
Gobierno, que sí se somete (por fin, desde<br />
hace sólo varios años) periódicamente<br />
a las preguntas de los parlamentarios (en<br />
las llamadas “sesiones de control” en el<br />
Congreso de los Diputados), no interviene<br />
con asiduidad en los debates, reservándose<br />
generalmente para las grandes ocasiones.<br />
De otro, los debates se celebran<br />
con muy escasa vivacidad: los miembros<br />
del Gobierno y los portavoces de los grupos<br />
ocupan sucesivamente la tarima de<br />
oradores y leen (muy pocas veces improvisan)<br />
sus discursos preparados. Por último,<br />
los problemas políticos importantes<br />
no siempre son tratados de inmediato en<br />
el parlamento, con el consiguiente desprestigio<br />
de éste. A todo ello ha de añadirse<br />
la tendencia a “consensuar” las grandes<br />
decisiones (e incluso, las que han de<br />
revestir forma de ley) con los llamados<br />
“protagonistas sociales”, utilizándose a las<br />
Cámaras como órganos de mera ratificación<br />
de lo ya acordado fuera de ellas.<br />
44 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
Es cierto que el Parlamento español<br />
trabaja y que es una imagen muy poco fidedigna<br />
de la actividad parlamentaria la<br />
que a veces se propaga con ocasión de una<br />
eventual sesión en que aparezcan vacíos la<br />
mayoría de los escaños. Se presentan infinidad<br />
de preguntas e interpelaciones, se preparan<br />
proposiciones de ley (aunque muchas<br />
no prosperen), se hacen y discuten enmiendas<br />
a los proyectos de ley presentados<br />
por el Gobierno, hay un continuo laborar<br />
en ponencias y comisiones. En esas tareas<br />
desempeñan un gran papel los parlamentarios<br />
individuales. Pero ello trasciende muy<br />
poco a la opinión pública, que sólo recibe<br />
del Congreso y del Senado las imágenes<br />
que transmiten sus plenos. Y no podrían<br />
ser de otra manera, ya que a los ciudadanos,<br />
más que las cuestiones técnicas, lo que<br />
les interesan son los auténticos problemas<br />
políticos, esto es, los que, por su propia naturaleza,<br />
debieran tratarse en el pleno de la<br />
Cámara. La falta de protagonismo del parlamento<br />
provoca un vacío en la vida democrática<br />
de un país que suele ser llenado por<br />
otras instituciones: especialmente por los<br />
medios de comunicación y por la judicatura.<br />
No se trata, en modo alguno, de que estos<br />
nuevos protagonistas vengan a invadir<br />
campos que no son suyos. Una sociedad<br />
democrática no puede existir sin una prensa<br />
libre, se decía hace ya más de un siglo;<br />
hoy podríamos añadir: ni sin una radio y<br />
una televisión libres. Un Estado de derecho<br />
no lo es tal sin control jurisdiccional. El<br />
problema surge cuando el control social y<br />
el control jurisdiccional del poder han de<br />
sustituir casi enteramente al control parlamentario.<br />
En ese caso los ciudadanos tienen<br />
muy poco que ganar y la democracia<br />
parlamentaria mucho que perder.<br />
Podría pensarse, sin embargo, que<br />
esta práctica política de la forma parlamentaria<br />
de gobierno no tiene necesariamente,<br />
consecuencias negativas, sino<br />
que en realidad lo que supone es la<br />
transformación del sistema, que de parlamentario<br />
habría pasado a ser presidencialista,<br />
produciéndose una especie de<br />
mutación constitucional mediante la<br />
cual, sin cambiar la letra de la Constitución<br />
y por obra de la práctica política,<br />
tendríamos en España una forma de gobierno<br />
más próxima a la de Estados<br />
Unidos que a la del Reino Unido (que<br />
siempre ha sido el modelo de la monarquía<br />
parlamentaria).<br />
Nuestro presidente del Gobierno disfrutaría,<br />
igual que el norteamericano, de<br />
una legitimación democrática directa,<br />
pues al fin y al cabo nuestras elecciones,<br />
formalmente parlamentarias, son realmen-<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
te presidencialistas. Que no responda, de<br />
facto, un presidente así (ni “su” Gobierno,<br />
y aquí aparece otra analogía con el modelo<br />
norteamericano) ante el Parlamento es lo<br />
que ocurre en el modelo presidencialista; y<br />
ello no significa que ese modelo no sea democrático:<br />
al fin y al cabo, el presidente<br />
responde ante el pueblo, que lo elige. Que<br />
el presidente comparezca poco (y muchas<br />
veces tarde) ante el Parlamento, también<br />
sería normal: en Estados Unidos, salvo en<br />
situaciones de crisis, sólo va a la Cámara<br />
para pronunciar el discurso anual “sobre el<br />
estado de la Unión” (aquí, y otra vez surge<br />
la analogía, ya está importada la figura: el<br />
debate “sobre el estado de la nación”).<br />
Ahora bien, un diagnóstico así sería<br />
sumamente engañoso. En primer lugar,<br />
por los impedimentos “constitucionales”<br />
con que tropezaría, ya que sistema presidencialista<br />
y monarquía son difíciles de<br />
conjuntar. Un presidente del Gobierno<br />
elegido tendería, por la fuerza de las cosas,<br />
a desplazar excesivamente al Rey, que tiene<br />
unas funciones constitucionalmente establecidas<br />
y cuyo encaje, con un ejecutivo<br />
de elección popular, podría resultar muy<br />
problemático. No en vano la Jefatura del<br />
Estado hereditaria ha podido subsistir<br />
en el Estado democrático en la medida en<br />
que se ha residenciado en el Parlamento, y<br />
no en el ejecutivo, la representación popular;<br />
esto es, en cuanto que la Monarquía es<br />
“parlamentaria”.<br />
Pero, aparte de ello, el diagnóstico seguiría<br />
siendo engañoso en cuanto que<br />
tampoco se correspondería con la realidad<br />
pues no es cierto que, pese a los obstáculos<br />
teóricos antes expuestos, la práctica haya<br />
conducido a un sistema presidencialista.<br />
Ese sistema se basa en la separación de poderes;<br />
la práctica política que se ha expuesto<br />
lleva a lo contrario: a la confusión<br />
entre Parlamento y Gobierno, es decir, a la<br />
unidad del poder “político”, del que estaría<br />
separado sólo el poder jurisdiccional.<br />
En un sistema presidencial, los ciudadanos<br />
eligen al Parlamento, y en otra elección<br />
bien distinta al presidente, con la consecuencia<br />
de que, al recibir ambas instituciones,<br />
de manera independiente, la legitimación<br />
popular, la coincidencia partidista<br />
entre mayoría parlamentaria y presidente<br />
no tiene por qué darse, necesariamente;<br />
esa coincidencia, en cambio, es requisito<br />
del sistema parlamentario. Pero como la<br />
práctica política ha hecho que en este sistema<br />
no sea el Gobierno el que esté sometido<br />
a la mayoría parlamentaria, sino ésta<br />
la que esté dirigida por aquél, se da la paradoja<br />
de que en una estructura constitucional<br />
como la presidencialista, no basada<br />
MANUEL ARAGÓN<br />
por principio en la relación de confianza<br />
entre Legislativo y Ejecutivo, puede haber<br />
(y lo hay, de hecho, al menos en el caso<br />
norteamericano) mayor control parlamentario<br />
del Gobierno que en aquel otro sistema<br />
teóricamente sustentado en la confianza<br />
y el control. En España, el presidente<br />
compone libremente “su” Gobierno; en<br />
Estados Unidos, los secretarios de los departamentos<br />
(y otros altos cargos, entre<br />
ellos los embajadores) los designa el presidente,<br />
pero no libremente: tales nombramientos<br />
requieren de la aprobación, por<br />
mayoría de dos tercios, del Senado. Si la<br />
comparación la extendemos al control<br />
presupuestario y a la eficacia de las comisiones<br />
parlamentarias de investigación, la<br />
diferencia se acrecienta aún más en favor<br />
del sistema norteamericano y en detrimento<br />
del nuestro.<br />
En resumen, nuestra práctica política<br />
del sistema parlamentario no parece que<br />
haya originado su mutación en un sistema<br />
presidencialista, sino más bien su transformación<br />
en un híbrido en el que se reúnen<br />
muchos de los inconveniente de aquellos<br />
dos sistemas y muy pocas de sus ventajas.<br />
El resultado es una mezcla de presidencialismo<br />
incompleto y de parlamentarismo<br />
distorsionado, es decir, una amalgama que<br />
produce el debilitamiento de la división<br />
de poderes y la correspondiente atonía de<br />
la democracia parlamentaria como forma<br />
de organización política. Porque una cosa<br />
es el parlamentarismo de presidente de<br />
Gobierno (o incluso, si se quiere, el parlamentarismo<br />
“presidencial”) y otra bien<br />
distinta su aparente transformación, que<br />
creo patológica, en un parlamentarismo<br />
“presidencialista”.<br />
3. Parlamento y democracia<br />
3.1. Democracia y control del poder<br />
Como la práctica ha demostrado y la razón<br />
reconoce, la libertad de los ciudadanos<br />
sólo puede garantizarse si el poder se<br />
encuentra limitado. De ahí que esa libertad<br />
sea incompatible con el poder absoluto,<br />
aunque éste se atribuya al pueblo. La<br />
democracia directa, que quizá pueda ser<br />
un complemento eficaz de la democracia<br />
representativa, no es capaz, sin embargo,<br />
de organizar por sí sola un sistema de gobierno<br />
respetuoso con la libertad, ya que<br />
ésta no es producto de la identidad, sino<br />
de la distinción. Por ello, el Estado constitucional,<br />
cuya base es la democracia representativa<br />
y cuya estructura descansa en la<br />
división del poder, ha sido la única forma<br />
histórica capaz hasta hoy, de garantizar al<br />
mismo tiempo la libertad y la democracia<br />
(ambos términos, en realidad, se requieren<br />
45
¿UN PARLAMENTARISMO PRESIDENCIALISTA?<br />
mutuamente, puesto que la libertad de los<br />
ciudadanos sólo está asegurada si la soberanía<br />
pertenece al pueblo y éste es soberano<br />
únicamente si está compuesto por personas<br />
libres).<br />
Siempre al dividir se distribuye, por<br />
eso la división del poder significa su distribución:<br />
una distribución de potestades y<br />
de competencias, esto es, de capacidad de<br />
actuar, que supone la asignación de medios,<br />
pero también de ámbitos para ejercitarlos.<br />
Si no hay distribución, obviamente<br />
no hay limitación. De ahí la ineficacia de<br />
una división que distribuyese con arreglo a<br />
criterios exclusivamente formales. Para<br />
que la distribución (y con ello la limitación)<br />
sea efectiva ha de articularse, además,<br />
a través de criterios materiales. Y así<br />
ocurre en el conjunto de divisiones que<br />
caracterizan al Estado constitucional.<br />
En primer lugar, en la división más<br />
básica o primaria: la que distingue el poder<br />
constituyente del poder constituido. Distinción<br />
que da el ser a la Constitución misma<br />
y que se basa tanto en ingredientes formales<br />
(el modo de actuar del poder constituyente<br />
–aquí vale decir del poder de emanar<br />
la Constitución y de cambiarla– ha de<br />
tener unas formalidades diferentes al modo<br />
de actuar del poder constituido) como<br />
en ingredientes materiales (el poder constituido<br />
no puede hacer lo mismo que el<br />
poder constituyente, esto es, ha de ser un<br />
poder materialmente limitado).<br />
En segundo lugar, en la división del<br />
propio poder constituido, organizado por<br />
la Constitución en un entramado de órganos<br />
a los que están asignados formas y<br />
ámbitos distintos de actuación. Al margen<br />
de que el entendimiento clásico de la división<br />
de poderes haya sufrido transformaciones,<br />
lo cierto es que el esquema básico<br />
de tal división es la que distribuye en órganos<br />
diferentes las potestades de legislar,<br />
gobernar y juzgar, potestades que para estar<br />
respectivamente aseguradas (reservadas)<br />
han de incluir tanto elementos formales<br />
como materiales. De igual manera,<br />
ambos tipos de elementos deben darse en<br />
la división territorial del poder y, por lo<br />
mismo, en la correspondiente distribución<br />
territorial de competencias.<br />
Poder dividido es, pues, poder limitado<br />
(formal y materialmente), pero las limitaciones<br />
sólo pueden ser efectivas si están<br />
garantizadas, esto es, si van acompañadas<br />
de los correspondientes instrumentos<br />
de control. No hay democracia sin limitación<br />
y no hay limitación sin control. De<br />
ahí que el control sea elemento inescindible<br />
de la democracia; o hablando en términos<br />
jurídicos, en cuanto que el Estado<br />
constitucional no es otra cosa que la democracia<br />
juridificada, que el control sea<br />
elemento inseparable del concepto de<br />
Constitución.<br />
3.2. La necesidad de “parlamentarizar”<br />
el régimen parlamentario<br />
Si aceptamos, y la práctica no ha hecho<br />
más que confirmar esta afirmación de<br />
Kelsen, que la democracia no puede ser<br />
más que parlamentaria, parece claro que<br />
su suerte está ligada, entonces, a la del<br />
propio Parlamento, que es sin duda la<br />
pieza capital del sistema. El Parlamento<br />
constituye (o debe constituir) la institución<br />
central de la democracia como forma<br />
de Estado, es decir, del Estado constitucional<br />
democrático, sea su forma de gobierno<br />
parlamentaria o presidencialista. Y<br />
ello es así, en primer lugar, porque la representación<br />
política tiene allí (en una<br />
Cámara de composición plural) su más<br />
fiel expresión; en segundo lugar, porque<br />
el control político del Ejecutivo sólo en<br />
el Parlamento puede ejercerse de manera<br />
permanente u ordinaria; y, en tercer y último<br />
lugar, porque únicamente a través de<br />
los debates parlamentarios pueden alcanzar<br />
suficiente legitimación democrática las<br />
decisiones del poder público (difíciles de<br />
predecir en el momento del voto popular<br />
y más difíciles aún de cubrir con el genérico<br />
y periódico mandato electoral).<br />
En Estados Unidos, ejemplo de país<br />
presidencialista, la fortaleza del Parlamento<br />
no la pone nadie en duda. Más aún, es<br />
razonable sostener que no puede haber un<br />
presidencialismo que funcione correctamente<br />
sin el contrapeso de un fuerte parlamento.<br />
De ahí que hoy se esté planteando<br />
en algunos países, por ejemplo iberoamericanos,<br />
después de la experiencia de<br />
presidencialismos problemáticos, la necesidad<br />
de “parlamentarizar” el sistema no<br />
sólo para vigorizar la democracia sino<br />
también para hacer funcionar correctamente<br />
al propio presidencialismo. Pues<br />
bien, algo muy parecido ocurre en el régimen<br />
parlamentario, que en muchos países<br />
ha experimentado un debilitamiento de<br />
las Cámaras parlamentarias como consecuencia<br />
de los factores a que más atrás ya<br />
aludimos, es decir, como resultado del llamado<br />
“Estado de partidos”. Sin partidos<br />
no hay democracia, ello es claro, y en ese<br />
sentido la democracia lo es “con partidos<br />
políticos”; pero con igual claridad ha decirse<br />
que eso es una cosa y otra bien distinta<br />
que el Estado (y la totalidad de la vida<br />
pública) sea patrimonio de los partidos.<br />
La defensa de la democracia incluye sin<br />
duda la defensa de los partidos, pero no<br />
pueden dejar de ocultarse que un mal entendimiento<br />
del papel y el significado de<br />
éstos ha generado consecuencias muy nocivas<br />
para la democracia parlamentaria.<br />
Una de esas consecuencias, entre las más<br />
graves, es precisamente la atonía del parlamento.<br />
Si el régimen presidencialista no puede<br />
funcionar correctamente sin un parlamento<br />
fuerte, mucho menos lo puede hacer<br />
obviamente el régimen parlamentario.<br />
Por ello el fortalecimiento de las Cámaras<br />
se presenta hoy como una de las necesidades<br />
primordiales de muchos países, entre<br />
ellos España, aquejados de esa atonía parlamentaria<br />
a que acabamos de referirnos.<br />
Aquí, para vigorizar la democracia y para<br />
hacer funcionar con mayor corrección al<br />
propio sistema de gobierno, en lugar de<br />
“presidencializar” el parlamentarismo (ya<br />
suficientemente “racionalizado” por diversas<br />
técnicas constitucionales y por la<br />
disciplina de partido) lo que se necesita es<br />
“parlamentarizarlo”. Hoy, como antes recordábamos,<br />
los medios de comunicación<br />
de masas y los tribunales de justicia están<br />
ocupando, en detrimento del Parlamento,<br />
el lugar central de la vida política. Y no<br />
precisamente por un exceso de aquéllos,<br />
sino por un defecto de éste. Es preciso,<br />
pues, que la vigorización del parlamento<br />
haga posible que sea la prensa la que habitualmente<br />
trate de lo que se dice en el<br />
Parlamento en lugar de que, como ahora<br />
ocurre, sea el Parlamento el que habitualmente<br />
trata de lo que se dice en la prensa.<br />
El fortalecimiento del Parlamento pasa<br />
por la adopción de diversas medidas normativas,<br />
entre ellas las relacionadas con el<br />
sistema electoral, la organización de las<br />
elecciones, la organización (democratización)<br />
y financiación de los partidos y la organización<br />
y funcionamiento interno de<br />
las Cámaras. También pasa por la adopción<br />
de determinadas reglas de conducta,<br />
que no normas jurídicas, por parte de los<br />
políticos encaminadas a la dignificación<br />
institucional de la vida pública y por ello a<br />
un entendimiento amplio de la responsabilidad<br />
política como exigencia derivada de<br />
las “buenas prácticas” y no sólo de las normas<br />
jurídicas. Sin embargo, cualesquiera<br />
medidas encaminadas a fortalecer el Parlamento<br />
alcanzarían poco resultado si no se<br />
tiene claro el tipo de Parlamento que se<br />
puede tener, o mejor dicho, el cometido<br />
que hoy el Parlamento puede realizar.<br />
Al Parlamento no puede pedírsele lo<br />
que el Parlamento hoy no puede dar. Por<br />
muchas razones, entre ellas las relacionadas<br />
con la internacionalización (y en España<br />
supranacionalización) de la política,<br />
46 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
sería imposible (y pernicioso) gobernar<br />
desde el Parlamento. En la actualidad el<br />
Gobierno de un país no puede dirigirse<br />
desde la Cámara parlamentaria, de tal manera<br />
que el Ejecutivo no puede ser de ningún<br />
modo un comité delegado del legislativo<br />
(lo que por otro lado, tampoco lo ha<br />
sido siempre en el pasado del “parlamentarismo<br />
clásico”). En el presente, complementariamente<br />
a la división de poderes o<br />
competencias jurídicas (legislar de un lado,<br />
reglamentar y ejecutar de otro), existe<br />
una división de funciones políticas entre<br />
Ejecutivo y Legislativo bastante clara: el<br />
Gobierno dirige la política y el Parlamento<br />
la controla.<br />
Es la función de control la que caracteriza<br />
(es decir, singulariza) al parlamento.<br />
Función de control ligada a la<br />
consideración de la representación parlamentaria<br />
como representación plural; al<br />
entendimiento del Parlamento como institución<br />
y no sólo como órgano; en fin,<br />
a la concepción de la democracia como<br />
democracia pluralista. Ahora bien, si lo<br />
que puede y debe pedirse al Parlamento<br />
es que ejerza con la mayor plenitud posible<br />
la función de control, es preciso aclarar<br />
previamente lo que el propio control<br />
parlamentario significa, dada la diversidad<br />
de entendimientos que sobre ese término<br />
ha habido.<br />
3.3. El significado<br />
del control parlamentario<br />
Controlar la acción del Gobierno es una<br />
de las principales funciones del Parlamento<br />
en el Estado constitucional precisamente<br />
porque ese tipo de Estado se<br />
basa no sólo en la división de los poderes<br />
sino también en el equilibrio entre<br />
ellos; esto es, en la existencia de controles<br />
recíprocos, de frenos y contrapesos<br />
que impidan el ejercicio ilimitado e<br />
irresponsable de la autoridad. Por exigencias<br />
de principio, pues, el poder político<br />
en el Estado constitucional es un<br />
poder limitado; pero como no hay limitación<br />
sin control, poder limitado significa<br />
necesariamente poder controlado.<br />
De ahí que en el Estado constitucional<br />
haya una extensa red de controles de<br />
muy variada especie: jurisdiccionales,<br />
políticos y sociales. El control parlamentario<br />
es uno de esos controles: un<br />
control de carácter político cuyo agente<br />
es el Parlamento y cuyo objeto es la acción<br />
del Gobierno y, por extensión,<br />
también la acción de cualesquiera otras<br />
entidades públicas, excepto las incluidas<br />
en la esfera del poder jurisdiccional que,<br />
por principio, es un poder que debe go-<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
zar de total independencia respecto de<br />
los demás poderes del Estado.<br />
Dos significados<br />
del control parlamentario<br />
Ahora bien, cabría decir que existen dos<br />
significados del control parlamentario.<br />
Uno, al que podría llamarse significado estricto,<br />
consistiría en entender que el control<br />
parlamentario lo es sobre órganos y<br />
no sobre normas, debiendo incluir además<br />
y necesariamente la capacidad de remover<br />
al titular del órgano controlado. En consecuencia,<br />
no se integrarían en la función de<br />
control parlamentario los actos de las Cámaras<br />
que tienen por objeto aprobar o rechazar<br />
normas o proyectos de normas, así<br />
como tampoco las actividades parlamentarias<br />
de información y crítica que aun teniendo<br />
por objeto la actuación política (y<br />
no las disposiciones normativas) de órganos<br />
públicos no permitan desembocar en<br />
la remoción de sus titulares. El control<br />
parlamentario estaría ligado así a la estricta<br />
relación de responsabilidad política del<br />
Gobierno, esto es, a la verificación de la<br />
confianza que ha de existir entre el parlamento<br />
y el ejecutivo; sus instrumentos serían,<br />
entonces, la moción de censura y la<br />
votación de confianza.<br />
Ni que decir tiene que este significado<br />
estricto del control parlamentario resulta<br />
muy escasamente operativo. En primer lugar,<br />
porque sólo podría hablarse de la existencia<br />
de este tipo de control respecto de<br />
la forma parlamentaria de gobierno, pero<br />
no de la forma presidencialista, pese a que<br />
en ésta, que es también una especie del género<br />
democracia parlamentaria, el Parlamento<br />
desempeña una función de contrapeso,<br />
de freno, de fiscalización, en suma,<br />
de la actividad gubernamental aunque las<br />
relaciones entre uno y otro órgano no se<br />
basen en el nexo de la confianza política.<br />
En segundo lugar porque, dada la disciplina<br />
de partido y el papel que hoy desempeñan<br />
los partidos en el Parlamento, el control<br />
parlamentario así entendido sería casi<br />
inexistente: se trataría, o bien del control<br />
de la mayoría sobre la propia mayoría, o<br />
quizá más exactamente (por la relación actual<br />
Gobierno-mayoría parlamentaria) del<br />
control del Gobierno sobre sí mismo; en<br />
definitiva, un autocontrol, es decir, lo<br />
contrario de un auténtico control, que<br />
presupone la distinción real entre controlante<br />
y controlado. Más aún, ese control,<br />
además de su escasa operatividad, sólo podría<br />
efectuarse, en el caso de ciertos Parlamentos<br />
bicamerales, en la Cámara a la que<br />
corresponda la exigencia de la responsabilidad<br />
política, esto es, en el ejemplo español,<br />
en el Congreso de los Diputados y no<br />
MANUEL ARAGÓN<br />
en el Senado, Cámara que no podría realizar<br />
funciones de control parlamentario pese<br />
a que el artículo 66 CE atribuye esa<br />
función a las Cortes Generales (lo que<br />
quiere decir, sin duda alguna, a las dos<br />
Cámaras que la componen).<br />
Por todo lo que acaba de exponerse<br />
no es este significado, sino otro, el significado<br />
amplio de control parlamentario, el<br />
que parece más correcto. Por control parlamentario<br />
en sentido amplio se entiende<br />
toda la actividad de las Cámaras destinada<br />
a fiscalizar la acción (normativa y no normativa)<br />
del Gobierno (o de otros entes<br />
públicos), lleve o no aparejada la posibilidad<br />
de sanción o de exigencia de responsabilidad<br />
política inmediata. Junto con el<br />
control que se realiza a través del voto popular,<br />
el control parlamentario constituye<br />
(o debe constituir) uno de los medios más<br />
específicos y más eficaces del control político.<br />
La defensa de su validez como instrumento<br />
de limitación del poder no radica,<br />
sin embargo, en pretender su reducción<br />
conceptual (que es lo que se hace cuando<br />
se sostiene el significado estricto de control<br />
antes aludido) dejándolo, prácticamente,<br />
sin sentido.<br />
Es cierto que la derrota del Gobierno<br />
es uno de los resultados que el control<br />
parlamentario puede alcanzar y que el hecho<br />
de que hoy, por la disciplina de partido,<br />
eso sea muy poco probable no lo convierte<br />
por ello en un resultado imposible.<br />
Pero también es cierto que muy escaso papel<br />
tendría esta función parlamentaria de<br />
control si se manifestase sólo a través de la<br />
remota posibilidad de que el Gobierno<br />
perdiese la confianza de la Cámara o si requiriese,<br />
para ser efectiva, de la fractura<br />
del partido o partidos que forman la mayoría<br />
gubernamental. Por otro lado, la derrota<br />
del Gobierno, siendo uno (el más<br />
fuerte, sin duda) de los efectos del control<br />
parlamentario, no es ni mucho menos el<br />
único ni el más común. De una parte,<br />
el control parlamentario existe en formas<br />
de gobierno (como la presidencialista) en<br />
las que no es posible la exigencia de la responsabilidad<br />
política; allí, sin embargo,<br />
hay control parlamentario, ya que éste no<br />
es un instituto privativo de la forma parlamentaria<br />
de gobierno, sino de la democracia<br />
parlamentaria como forma de Estado.<br />
De otra parte, en los llamados regímenes<br />
parlamentarios, en los que la responsabilidad<br />
política es posible en teoría aunque<br />
improbable en la práctica, la fiscalización<br />
parlamentaria del Gobierno se manifiesta<br />
por otras muchas vías, además de por la<br />
que pudiese conducir a su remoción.<br />
Por todo ello, cabe decir que la fuerza<br />
47
¿UN PARLAMENTARISMO PRESIDENCIALISTA?<br />
del control parlamentario descansa, pues,<br />
más que en la sanción directa; en la indirecta;<br />
más que en la obstaculización inmediata<br />
en la capacidad de crear o fomentar<br />
obstaculizaciones futuras; más que en derrocar<br />
al Gobierno en desgastarlo o en<br />
contribuir a su remoción por el cuerpo<br />
electoral. Esta labor de crítica, de fiscalización,<br />
constituye el significado propio del<br />
control parlamentario. Se ha dicho a veces<br />
que un significado así sería rechazable por<br />
demasiado amplio y general, en cuanto<br />
que emplea un sentido excesivamente elástico<br />
de control. Cabe sostener, por el contrario,<br />
que ahí se encuentra justamente la<br />
cualidad más importante (y más operativa)<br />
del control parlamentario, cuyos efectos<br />
pueden recorrer una amplia escala que<br />
va desde la prevención a la remoción, pasando<br />
por las diversas situaciones intermedias<br />
de fiscalización, corrección y obstaculización.<br />
Una de las notas del control político<br />
(y que lo diferencian del control<br />
jurisdiccional) es el carácter no necesariamente<br />
directo o inmediato de la sanción<br />
en todos los supuestos de resultado desfavorable<br />
para el objeto controlado. No<br />
siempre habrá sanción, pero siempre habrá<br />
al menos esperanza de sanción. De ahí<br />
que la eficacia del control político resida,<br />
además de en sus resultados intrínsecos,<br />
en la capacidad que tiene para poner en<br />
marcha otros controles políticos o sociales.<br />
Eso es lo que ocurre exactamente con el<br />
control parlamentario.<br />
Entendido así, el control parlamentario<br />
no se circunscribe a unos determinados<br />
procedimientos, sino que puede operar<br />
a través de todas las funciones que desempeñan<br />
las Cámaras. No sólo, pues, en<br />
las preguntas, interpelaciones, mociones,<br />
comisiones de investigación, control de<br />
normas legislativas del Gobierno (instrumentos<br />
más característicos del control) se<br />
realiza la función fiscalizadora, sino también<br />
en el procedimiento legislativo (crítica<br />
al proyecto presentado, defensa de enmiendas,<br />
etcétera), en los actos de aprobación<br />
o autorización, de nombramiento o<br />
elección de personas y, en general, en la<br />
total actividad parlamentaria. En todos<br />
esos casos hay (o debe haber) debate y, en<br />
consecuencia, en todos hay (o puede haber)<br />
control parlamentario. Precisamente<br />
por ello, y al contrario de lo que a veces se<br />
dice con cierta ligereza (confundiéndose la<br />
posibilidad práctica de remoción del Gobierno<br />
con la existencia y el vigor del control<br />
parlamentario), hoy día en la actividad<br />
de control reside la misión primordial<br />
de las Cámaras, por encima, pues, de la<br />
que había sido siempre su función más ca-<br />
racterística: hacer las leyes. En el presente,<br />
aprobar una ley (u otra decisión que adopte<br />
la Cámara) es más bien una prolongación<br />
de la voluntad del Gobierno que una<br />
manifestación de la voluntad independiente<br />
de los parlamentarios. Ello no significa<br />
caer en las fáciles críticas a la función<br />
legislativa parlamentaria, que ignoran<br />
simplemente que lo que ha cambiado es el<br />
concepto de ley, pero no su sentido y menos<br />
su legitimación, inseparables de la pública<br />
y plural discusión parlamentaria. Lo<br />
que quería decirse es que el control resulta<br />
imprescindible para la existencia misma<br />
del Parlamento, ya que éste sólo tiene razón<br />
de ser en la medida en que se presente<br />
como un poder distinto del Poder Ejecutivo,<br />
es decir, en cuanto que sea capaz de<br />
actuar como Cámara de crítica y no de resonancia<br />
de la política gubernamental.<br />
Control “por” y “en” el Parlamento<br />
Para comprender mejor el significado actual<br />
del control parlamentario (comprensión<br />
sin la cual difícilmente puede mejorarse<br />
con realismo su eficacia) conviene distinguir<br />
entre el control “por” el Parlamento y<br />
el control “en” el Parlamento. No se trata<br />
de referirse a la simple distinción entre el<br />
agente y el “locus” del control, ya que ello<br />
ni siquiera sería una descripción correcta<br />
del fenómeno, puesto que ni toda la actividad<br />
de control se realiza “por” el Parlamento<br />
como órgano (es decir, por el Pleno e incluso<br />
por las Comisiones) ni opera exclusivamente<br />
en el ámbito reducido de la<br />
Cámara. Lo que quiere expresarse es algo<br />
más complejo: que el control se lleva a cabo<br />
no sólo mediante actos que expresan la voluntad<br />
de la Cámara sino también a través<br />
de las actividades de los parlamentarios o<br />
los grupos parlamentarios desarrolladas en<br />
la Cámara, aunque no culminen en un acto<br />
de control adoptado por ésta. Y ello es así,<br />
cabe insistir una vez más, porque el resultado<br />
sancionatorio “inmediato” no es consustancial<br />
al control parlamentario y porque la<br />
puesta en marcha de instrumentos de fiscalización<br />
gubernamental no tiene por objeto<br />
sólo el obtener una decisión “conminatoria”<br />
de la Cámara, sino también, y cada vez<br />
más, el influir en la opinión pública de tal<br />
manera que en tales supuestos el Parlamento<br />
es el “locus” de donde parte el control,<br />
pero la sociedad es el “locus” al que se dirige,<br />
puesto que es allí donde pueden operar<br />
sus efectos.<br />
De esta manera, el control parlamentario<br />
puede manifestarse a través de decisiones<br />
de la Cámara (adoptadas en el procedimiento<br />
legislativo, o en actos de aprobación<br />
o autorización, o en mociones) que<br />
son siempre, inevitablemente, decisiones<br />
de la mayoría, porque así se forma la voluntad<br />
del Parlamento; pero también el<br />
control puede manifestarse a través de actuaciones<br />
de los parlamentarios o de los<br />
grupos parlamentarios (preguntas, interpelaciones,<br />
intervención en debates) que<br />
no expresan la voluntad de la Cámara, pero<br />
cuya capacidad de fiscalización sobre el<br />
Gobierno no cabe negar, bien porque pueden<br />
hacerlo rectificar, o debilitarlo en sus<br />
posiciones, bien porque pueden incidir en<br />
el control social o en el control político<br />
electoral. Y esa labor fiscalizadora del Gobierno,<br />
realizada no por la mayoría sino<br />
por la minoría, es indudablemente un<br />
modo de control parlamentario gracias a<br />
la publicidad y al debate que acompañan<br />
o deben acompañar (sin su existencia, como<br />
antes se dijo, no habría, sencillamente,<br />
Parlamento) a las actividades de la Cámara.<br />
Aquí no hay, pues, control “por” el Parlamento<br />
(que sólo puede ejercitar la mayoría<br />
y que hoy, por razones conocidas a las<br />
que ya se aludió, es o puede ser relativamente<br />
ineficaz), pero sí control “en” el Parlamento<br />
(control que no realiza la mayoría<br />
sino exactamente la oposición). La Cámara<br />
puede ejercer siempre, claro está, por<br />
mayoría “competencias” de control. Las<br />
minorías parlamentarios y los parlamentarios<br />
individuales pueden y deben ejercer<br />
“derechos” de control. Derechos que, incluso<br />
en España, están jurisdiccionalmente<br />
garantizados a través del recurso de amparo<br />
ante el Tribunal Constitucional, que<br />
los ha incluido dentro del derecho general<br />
del artículo 23 (participación política) y<br />
más específicamente como una faceta de<br />
ese derecho: el de los parlamentarios a<br />
ejercer las funciones del cargo en plenitud.<br />
Cuando en el presente se discute<br />
acerca de la necesidad y las dificultades<br />
del control parlamentario, suele decirse<br />
que el requisito de la independencia entre<br />
controlante y controlado no se da hoy<br />
en las relaciones entre el Parlamento y el<br />
Gobierno debido a que aquél está dominado<br />
por el partido o partidos que apoyan<br />
a éste, con la consecuencia de que el<br />
Parlamento no pueda controlar verdaderamente<br />
al Gobierno; a lo sumo, lo que<br />
podría producirse es la simple autocrítica<br />
de los partidos gubernamentales. Sin embargo,<br />
si se repara con mayor profundidad<br />
en el fenómeno puede advertirse que<br />
dicha situación no conduce por sí misma<br />
a la desaparición del control parlamentario<br />
sino a una nueva comprensión de éste<br />
como instrumento básicamente de la<br />
oposición.<br />
Ésa es la razón por la que ciertos me-<br />
48 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
dios de control, como se ha dicho, debieran<br />
configurarse como derechos de las<br />
minorías que pueden ser ejercitados incluso<br />
contra la voluntad de la mayoría<br />
(peticiones de información, preguntas,<br />
interpelaciones, constitución de comisiones<br />
de investigación). Las minorías (y a<br />
veces los parlamentarios individuales)<br />
han de tener reconocido los derechos a<br />
debatir, criticar e investigar, aunque como<br />
es obvio la mayoría tenga al final la<br />
capacidad de decidir. Junto a la clásica<br />
contraposición Gobierno-Parlamento,<br />
hoy la que resulta más relevante es la<br />
contraposición Gobierno-oposición. La<br />
nueva contraposición no viene a sustituir<br />
enteramente a la vieja y clásica, ya que en<br />
la diferenciación entre Parlamento y Gobierno<br />
y en la configuración jurídica de<br />
ambos como órganos distintos descansa<br />
la división de poderes, sin la cual no hay<br />
sistema constitucional digno de ese nombre,<br />
pero plantea determinadas exigencias,<br />
entre las que está la atribución de<br />
derechos de control a las minorías parlamentarias.<br />
Esos derechos primordialmente<br />
debieran ser al menos cuatro: derecho<br />
a la información, derecho al debate, derecho<br />
a la investigación y derecho al “tiempo”<br />
parlamentario (es decir, a la inclusión<br />
de puntos en el orden del día de las sesiones<br />
de la Cámara).<br />
El Parlamento como órgano<br />
y como institución<br />
El control “en” el Parlamento no sustituye<br />
al control “por” el Parlamento pero hace<br />
del control una actividad de ordinario<br />
(mejor sería decir cotidiano) ejercicio en la<br />
Cámara. Y esta distinción conceptual respecto<br />
del control parlamentario corre paralela<br />
a otra distinción que, conviene hacer<br />
sobre el significado actual del Parlamento:<br />
la que diferencia entre el<br />
Parlamento como órgano y el Parlamento<br />
como institución. El Parlamento no es sólo<br />
un órgano del Estado que, como todo<br />
órgano colegiado, adopta sus decisiones<br />
por mayoría, sino que es también una institución<br />
cuya significación compleja no<br />
puede ser borrada por el artificio orgánico.<br />
Más aún, el Parlamento es la única institución<br />
del Estado donde está representada<br />
toda la sociedad y donde en consecuencia<br />
ha de expresarse y manifestarse frente a la<br />
opinión pública, a través del debate parlamentario,<br />
el pluralismo político democrático<br />
(es decir, la diversidad de voluntades<br />
presentes en la Cámara y no sólo una de<br />
ellas, aunque sea mayoritaria). Por ello el<br />
control parlamentario no es eficaz sólo en<br />
MANUEL ARAGÓN<br />
cuanto permita la limitación del Gobierno<br />
sino también, y sobre todo, cuando permita<br />
el debate y la crítica gubernamental<br />
con publicidad en todas las actividades de<br />
la Cámara. Esto es, en cuanto se enlace el<br />
control con la dimensión institucionalpluralista<br />
del Parlamento. La mayoría puede<br />
frenar el control “por” el Parlamento,<br />
pero no debiera de ninguna manera (a<br />
menos que se destruya el presupuesto básico<br />
de la democracia representativa) frenar<br />
el control “en” el Parlamento. Nuestra<br />
forma de gobierno es, probablemente, el<br />
“parlamentarismo presidencial”, pero una<br />
vigorización del Parlamento, y por ello un<br />
eficaz control parlamentario, pueden evitar<br />
que se convierta, patológicamente, en<br />
un “parlamentarismo presidencialista”. n<br />
Manuel Aragón es catedrático de Derecho Cons-
icen que nadie puede tomar<br />
en serio la posibilidad<br />
de su propia muerte, pero<br />
esto no es del todo exacto (¿Todos<br />
toman en serio la posibilidad de<br />
su propia vida?). La muerte se<br />
vuelve real para una persona después<br />
de la muerte de ambos padres.<br />
Hasta entonces, había alguien<br />
que ‘debía’ morir antes;<br />
ahora que nadie se interpone entre<br />
esa persona y la muerte, le toca<br />
el ‘turno”. Así se expresaba el<br />
filósofo nortemaericano Robert<br />
Nozick, en uno de sus textos más<br />
íntimos1 D<br />
. En la mañana del 23<br />
de enero de 2002 le llegó el turno<br />
al propio Nozick. Un cáncer de<br />
estómago que arrastraba desde<br />
1994 se encargó de arrebatarle el<br />
último aliento. Y más allá de la<br />
obviedad que supone afirmar que<br />
la muerte de cualquier persona<br />
(necesariamente única) es una<br />
pérdida irreparable, lo cierto es<br />
que la filosofía occidental del siglo<br />
XX ha perdido lamentablemente a<br />
uno de sus más destacados pensadores.<br />
Y no deja de ser sorprendente<br />
el poco eco que la noticia<br />
ha recibido en los medios de comunicación<br />
españoles. Y más sorprendente<br />
resulta aún que todos<br />
aquéllos que se reclaman a sí mismos<br />
como neo-liberales no hayan<br />
tenido un recuerdo más explícito<br />
por aquél que, en su día,<br />
les ofreció una sólida fundamentación<br />
filosófica a su posición.<br />
Biografía<br />
Robert Nozick nació (1938) y<br />
creció en Brooklyn (Nueva York),<br />
1 Robert Nozick: The Examined<br />
Life. Philosophical Meditations. Touchstone,<br />
Nueva York, 1990. Hay traducción<br />
castellana de Carlos Gardini, por la<br />
que se cita Meditaciones sobre la vida,<br />
pág. 18. Gedisa, Barcelona.<br />
en el seno de una familia judía<br />
humilde de origen ruso, y estudió<br />
en una escuela pública. Cierto<br />
día, cayó en sus manos una edición<br />
de bolsillo de la República<br />
de Platón, de la que leyó sólo una<br />
parte y, como él mismo admitió,<br />
entendió más bien poco, pero<br />
que sin embargo le hizo descubrir<br />
un mundo maravilloso que le<br />
abría las puertas y al que destinaría<br />
el resto de su vida 2 . A partir de<br />
ese momento, inició una carrera<br />
académica meteórica. Se licenció<br />
en Filosofía en la Universidad de<br />
Columbia en 1959 y obtuvo los<br />
grados de Master y Doctorado en<br />
Princeton en 1961 y 1963 respectivamente,<br />
con una tesis titulada<br />
“The Normative Theory of<br />
Individual Choice” 3 . Como nos<br />
cuenta Nozick, sus primeros pasos<br />
académicos estuvieron marcados<br />
por un fuerte interés por la<br />
filosofía de la ciencia, si bien rápidamente<br />
sus inquietudes se desplazarían<br />
hacia las cuestiones sociales<br />
y la filosofía política 4 . Poco<br />
después, en 1969, conseguía ser<br />
contratado como Catedrático por<br />
la Universidad de Harvard, a la<br />
tempranísima edad de 30 años.<br />
Desde entonces dedicó todas sus<br />
energías a encarnar el ideal del<br />
profesor universitario: con una<br />
curiosidad insaciable, durante sus<br />
más de treinta años de carrera do-<br />
SEMBLANZA<br />
ROBERT NOZICK<br />
Una pérdida irreparable<br />
JOSÉ JUAN MORESO Y JOSÉ LUIS MARTÍ MÁRMOL<br />
2 Robert Nozick: Meditaciones sobre<br />
la vida, pág. 240.<br />
3 Publicada mucho más tarde en Robert<br />
Nozick: The Normative Theory of Individual<br />
Choice, Garland Press, 1990.<br />
4 Así lo reconoció en la entrevista que<br />
le hizo Giovanna Borradori en un volumen<br />
que incluía otras entrevistas con<br />
otros ocho filósofos nortemaricanos: Giovanna<br />
Borradori, The American Philosopher.<br />
Conversations with Quine, Davidson,<br />
Putnam, Nozick, Danto, Cavell, MacIntyre,<br />
and Kuhn, pág. 76. The University of<br />
Chicago Press, Chicago, 1990.<br />
cente sólo en una ocasión repitió<br />
un mismo programa académico.<br />
Y fue sin duda un profesor excelente,<br />
discutió hasta la extenuación<br />
con sus colegas sus respectivos<br />
trabajos, dirigió con ilusión<br />
los primeros pasos de investigación<br />
de innumerables jóvenes<br />
profesores y nos dejó una obra<br />
propia de gran impacto en la filosofía<br />
occidental de la segunda<br />
mitad del siglo XX. Más allá de<br />
su carrera estrictamente docente e<br />
investigadora, Nozick fue miembro<br />
de la American Academy of<br />
Arts and Sciences, miembro asociado<br />
de la British Academy, y<br />
Presidente de la American Philosophical<br />
Association (Eastern Division)<br />
durante los años 1997 y<br />
1998, entre otros cargos honoríficos.<br />
En 1989 escribió:<br />
“Comprendo el impulso de aferrarse<br />
a la vida hasta el final, pero hay otro<br />
rumbo que me resulta más atractivo. Al<br />
cabo de una vida plena, una persona que<br />
aún posee energía, lucidez y capacidad de<br />
decisión podría escoger arriesgar seriamente<br />
la vida o entregarla por otra persona<br />
o por una causa noble y decente<br />
(…). Ese camino no será para todos, pero<br />
algunos quizá consideren seriamente la<br />
posibilidad de dedicar sus penúltimos<br />
años a una gallarda y noble empresa para<br />
beneficiar a otros, una aventura para<br />
promover la causa de la verdad, la bondad,la<br />
belleza o la santidad. No perderse<br />
con sigilo en esa benévola noche ni rabiar<br />
contra la muerte de la luz sino, cerca del<br />
fin, fulgurar con el máximo esplendor.” 5<br />
La noble causa a que se entregó<br />
Nozick fue sin duda la académica.<br />
Habiendo impartido este<br />
otoño pasado un curso sobre la<br />
Revolución Rusa, ya preparaba<br />
para la primavera iniciar un nuevo<br />
programa. Y, como confiesa<br />
su viejo amigo Alan Dershowitz,<br />
5 Robert Nozick: Meditaciones sobre<br />
la vida, pàg. 23.<br />
Nozick siguió discutiendo los trabajos<br />
de sus colegas hasta la semana<br />
anterior a su muerte.<br />
Filosofía política<br />
Pero veamos cuál fue la obra que<br />
nos legó, y por qué ha sido y es<br />
tan relevante para la filosofía occidental.<br />
Sin ninguna duda, su<br />
trabajo más célebre e influyente es<br />
su primer libro: Anarchy, State<br />
and Utopia 6 , publicado en 1974,<br />
cuando tenía sólo 36 años. Esta<br />
obra, galardonada con el National<br />
Book Award, pronto se convertiría<br />
en un clásico de la filosofía<br />
política liberal. De ella, otro importante<br />
filósofo, probablemente<br />
uno de los más importantes del<br />
siglo XX, Willard van Orman<br />
Quine, dijo más tarde que se trataba<br />
de<br />
“un libro brillante e importante, destinado<br />
a contribuir notablemente tanto a<br />
la teoría como, con el tiempo, al bien de<br />
la sociedad”.<br />
Este trabajo, que comenzó a<br />
gestarse en 1971, cuando Nozick<br />
era miembro del Center for Advanced<br />
Study in the Behavioral<br />
Sciences de Palo Alto, intentaba<br />
dar una justificación libertariana<br />
(basada en un principio radical<br />
de libertad individual) al Estado,<br />
y por tanto de neutralizar los argumentos<br />
anarquistas, y a su vez,<br />
destruir las bases del liberalismo<br />
igualitario que defendía la intervención<br />
del Estado en diversos<br />
ámbitos, como la economía, con<br />
el fin de asegurar una mayor<br />
igualdad y cohesión sociales. Es<br />
decir, es un libro escrito en buena<br />
6 Robert Nozick: Anarchy, State and<br />
Utopia. Basic Books, Nueva York,<br />
1974. Hay traducción castellana de Rolando<br />
Tamayo: Anarquía, Estado y Utopía.<br />
FCE, México, 1990.<br />
50 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
Robert Nozick<br />
medida para rebatir los argumentos<br />
de otro gran clásico de la filosofía<br />
política, A Theory of Justice,<br />
de John Rawls 7 .<br />
Tradicionalmente se entiende<br />
que la filosofía política, al menos<br />
la filosofía política de metodología<br />
analítica, desde el siglo XIX y<br />
hasta la década de los sesenta en el<br />
siglo XX había prácticamente desaparecido.<br />
Como anunciaba con<br />
dureza Peter Laslett en 1956, “la<br />
filosofía política ha muerto” 8 . Y<br />
esta afirmación se justificaba por<br />
la situación de casi absoluta predominancia<br />
del utilitarismo como<br />
único paradigma de criterio<br />
7 John Rawls: A Theory of Justice.<br />
The Belknap Press of Harvard University<br />
Press, Cambridge (Mass.), 1971.<br />
Hay traducción castellana de María Dolores<br />
González: Una teoría de la justicia.<br />
Fondo de Cultura Económica, México<br />
D.F., 1985.<br />
8 Peter Laslett (comp.): Philosophy,<br />
Politics and Society, series I, pág. vii.<br />
Blackwell, Oxford, 1056.<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
de justicia durante todo este periodo.<br />
Aun con algunos precedentes<br />
que datan de los sesenta 9 ,<br />
generalmente se acepta que la<br />
obra que revertió esta situación,<br />
iniciando una época dorada para<br />
la filosofía política de base deontológica,<br />
fue el libro de Rawls de<br />
1971 10 . Y es difícil negar que la<br />
filosofía política que se ha hecho<br />
durante los últimos treinta años<br />
ha estado profundamente marcada<br />
por la obra de Rawls, bien sea<br />
para reconstruirla o tratar de me-<br />
9 Estos precedentes fueron principalmente<br />
H. L. A. Hart, The Concept of Law,<br />
Oxford, Oxford University Press, 1961<br />
(hay traducción castellana de Genaro Carrió:<br />
El concepto de derecho. Abeledo Perrot,<br />
Buenos Aires, 1963); y Brian Barry,<br />
Political Argument, Londres, Routledge,<br />
1965.<br />
10 Vid., por ejemplo, Philip Pettit:<br />
‘The Contribution of Analytical Philosophy’,<br />
en Robert Goodin y Philip Pettit<br />
(comps.), A Companion to Contemporary<br />
Political Philosophy, págs. 7 y 12.<br />
Blackwell, Oxford, 1993.<br />
jorarla, bien sea para desarticularla.<br />
Sin embargo, a menudo se<br />
olvida el importantísimo papel<br />
que ejerció el primer libro de Nozick,<br />
tanto en contribuir a esta<br />
revitalización de la discusión normativa<br />
filosófico-política como<br />
en mostrar la relevancia de la propia<br />
obra de Rawls. A riesgo de ser<br />
un tanto reduccionistas, podríamos<br />
afirmar que la dialéctica establecida<br />
entre los textos de Rawls<br />
y de Nozick sirvió de base para<br />
gran parte del desarrollo posterior<br />
en este ámbito. ¿Qué hubiera<br />
sucedido en el panorama filosófico-político<br />
si Robert Nozick<br />
no hubiera publicado su Anarchy,<br />
State and Utopia? Como pasa a<br />
menudo con los contrafácticos,<br />
es imposible responder con seguridad<br />
a esta pregunta. Pero parece<br />
sensato presumir, como vaticinaba<br />
Quine, que la contribución<br />
de Nozick, casi tanto como la de<br />
Rawls, influyó de forma notable<br />
en la filosofía política posterior.<br />
Es suficiente echar un vistazo a<br />
la inabarcable bibliografía de comentaristas<br />
y críticos que generó,<br />
y sigue generando, este singular<br />
libro. Nozick compartía con<br />
Rawls una perspectiva deontológica<br />
y contractualista de la<br />
justicia, y juntos resquebrajaron<br />
los fundamentos del liberalismo<br />
utilitarista dominante. Ambos<br />
consiguieron dotar de nuevo<br />
de sentido la discusión normativa<br />
filosófico-política acerca<br />
de la justicia; ambos pusieron los<br />
cimientos para el poderoso desarrollo<br />
de la filosofía política posterior.<br />
El proyecto de Anarchy, State<br />
and Utopia, basado en tres pilares<br />
fundamentales (el principio de libertad<br />
como autopropiedad, una<br />
teoría de las transacciones justas y<br />
una teoría de la adquisición jus-<br />
ta), junto a un cuarto que ejercía<br />
de factor de corrección (el principio<br />
de rectificación), desembocaba<br />
en una concepción robusta de<br />
los derechos de libertad en sentido<br />
negativo (esto es, en la protección<br />
férrea del ámbito de privacidad<br />
del individuo frente a los<br />
demás y frente al Estado) y su célebre<br />
defensa del Estado mínimo:<br />
un Estado que no interviene en el<br />
ámbito económico, que confía en<br />
las instituciones del mercado y en<br />
la mano invisible, y que se abstiene<br />
al máximo de inmiscuirse en<br />
los asuntos y planes de vida de<br />
sus ciudadanos. El libro es brillante<br />
y sorprendentemente maduro.<br />
El sólido aparato conceptual<br />
que desarrolla, reforzado por<br />
numerosos ejemplos divertidos y<br />
a la vez poderosos que apelan a<br />
nuestras intuiciones más extendidas,<br />
cierra en un círculo hermético<br />
al que es difícil encontrar<br />
fallas. La asombrosa sencillez con<br />
la que Nozick va infiriendo consecuencias<br />
de sus puntos de partida<br />
deja estupefacto al lector, sobre<br />
todo a aquel que no comparte<br />
sus conclusiones radicalmente<br />
conservadoras y así le induce a<br />
tratar de encontrar el truco, el<br />
error en su argumentación, sus<br />
posibles puntos débiles. Así lo hicieron<br />
sus críticos más célebres,<br />
como Ronald Dworkin, Thomas<br />
Nagel, Gerald A. Cohen o<br />
Amartya Sen. Y, al fin, uno queda<br />
convencido de que la única<br />
forma de atacar su teoría es desafiar<br />
sus propios puntos de partida,<br />
así como algunas peticiones de<br />
principio que están implícitas en<br />
cada uno de sus tres pilares fundamentales<br />
11 .<br />
Nozick, en definitiva, defendió<br />
una concepción libertariana<br />
o, como algunos la han denominado,<br />
una concepción liberal<br />
51
ROBERT NOZICK<br />
conservadora, que encajaba perfectamente<br />
con los presupuestos<br />
de la teoría económica neoclásica<br />
o neoliberal que Hayek y Friedman<br />
habían cimentado recientemente.<br />
Esto situó a Nozick, frente<br />
a la posición liberal igualitaria e<br />
izquierdista de Rawls, en el ala<br />
derecha del liberalismo. Desde<br />
1974, Rawls y Nozick pasaron a<br />
convertirse en las figuras académicas<br />
paradigmáticas de cada posición.<br />
Lo cual, como han dicho<br />
algunos, no deja de tener un delicioso<br />
aire paradójico, ya que<br />
John Rawls, proveniente de una<br />
acomodada familia y prototipo<br />
del wasp norteamericano, defendía<br />
un igualitarismo progresista<br />
robusto, mientras que Nozick, de<br />
origen humilde como ya hemos<br />
señalado, defendió un modelo liberal<br />
conservador. Sin embargo,<br />
Nozick no se sintió nunca muy<br />
cómodo en la posición que le había<br />
tocado ocupar. Primero, en<br />
un artículo publicado en 1978 en<br />
The New York Times Magazine,<br />
declaraba que “a la gente de la<br />
‘derecha’ le gusta el argumento en<br />
favor del libre mercado, pero no<br />
le gustan los argumentos en favor<br />
de la libertad individual en casos<br />
como en el de los derechos de los<br />
homosexuales –mientras que yo<br />
veo ambos argumentos como un<br />
todo interconectado–”. En este<br />
sentido, Nozick se apartaba de<br />
aquellos que defendían simultáneamente<br />
teorías económicas<br />
neoliberales y teorías sociales conservadoras.<br />
Y en segundo lugar, lo<br />
que es más importante, con el<br />
tiempo, Nozick fue abandonando<br />
sus propias posiciones defendidas<br />
en Anarchy, State and Utopia,<br />
demostrando que su propia<br />
curiosidad y honestidad intelectual<br />
le había hecho variar de plan-<br />
11 Para entender mejor esta obra de<br />
Nozick, pueden consultarse las excelentes<br />
reconstrucciones que encontramos<br />
en los respectivos capítulos de Will<br />
Kymlicka, Contemporary Political Philosophy.<br />
An Introduction, capítulo 4, Oxford<br />
University Press, Oxford, 1990<br />
(hay traducción castellana de Roberto<br />
Gargarella, Filosofía política contemporánea.<br />
Una introducción, Ariel, Barcelona,<br />
1995); y Roberto Gargarella, Las teorías<br />
de la justcia después de Rawls. Un breve<br />
manual de filosofía política, capítulo 2,<br />
Paidós, Barcelona, 1999.<br />
teamiento. De hecho, más tarde<br />
escribiría en favor del cambio de<br />
concepción como algo natural al<br />
ser humano y admitiría explícitamente<br />
que su obra de juventud<br />
había dejado de satisfacerle 12 .<br />
En cualquier caso, más allá de<br />
las simpatías o antipatías que genere<br />
su posición, más allá de que<br />
el propio Nozick modificara su<br />
planteamiento, y más allá del paso<br />
del tiempo, lo cierto es que<br />
Anarchy, State and Utopia sigue<br />
siendo hoy un libro de referencia<br />
y una teoría pasmosamente sólida<br />
a la que debemos adherirnos o<br />
bien aceptar el reto de refutarla.<br />
Incluso aquellos que, como nosotros,<br />
no compartimos las consecuencias<br />
profundamente antiigualitarias<br />
de tal planteamiento,<br />
estamos en deuda con Nozick<br />
por obligarnos a refinar nuestros<br />
argumentos. Y este enriquecimiento<br />
del debate es, sin duda,<br />
uno de sus principales méritos: el<br />
utilitarismo, el liberalismo igualitario,<br />
el marxismo analítico y<br />
otras concepciones políticas desarrolladas<br />
con posterioridad, se<br />
han visto obligadas a reforzar sus<br />
posiciones. Sin embargo, y a pesar<br />
de la gran repercusión de esta<br />
obra, Nozick diría ya hacia el final<br />
de su vida:<br />
“Otros me han identificado como un<br />
‘filósofo político’, pero en cambio yo<br />
nunca me he definido a mí mismo en estos<br />
términos. La mayor parte de mis escritos<br />
y de mi atención se han centrado<br />
en otras materias” 13 .<br />
Así, de los seis libros y numerosos<br />
artículos que publicó en vida,<br />
prácticamente todos estaban<br />
dedicados a otros temas filosóficos,<br />
como la ética, la epistemología,<br />
la metodología, la teoría de la<br />
decisión racional, la metafísica, la<br />
filosofía de la mente, la filosofía<br />
de la religión, etcétera. De hecho,<br />
podríamos afirmar que desde la<br />
publicación de Anarchy, State and<br />
Utopia, Nozick ya no publicó<br />
ningún trabajo propiamente de<br />
filosofía política.<br />
12 Robert Nozick: Meditaciones sobre<br />
la vida, pág. 15.<br />
13 Robert Nozick: Socratic Puzzles,<br />
pág. 1. Harvard University Press, Cambridge<br />
(Mass.), 1997.<br />
Metafísica y epistemología<br />
En 1981, Nozick publicó un<br />
nuevo libro, Philosophical Explanations<br />
14 , que recibió el Premio<br />
Ralph Waldo Emerson. Se trata<br />
de una obra ambiciosa y profunda<br />
en la que analiza en tres partes<br />
(metafísica, epistemología y valor)<br />
algunos de los problemas<br />
centrales de cualquier empresa filosófica,<br />
como son el problema<br />
de la identidad personal, el escepticismo<br />
o el determinismo y el<br />
libre albedrío. Este libro termina<br />
con un capítulo dedicado al significado<br />
de la vida. Por ello no es<br />
de extrañar que su próxima obra<br />
fuera The Examined Life. Philosophical<br />
Meditations, de 1989,<br />
una reflexión sobre los problemas<br />
más importantes de la existencia<br />
humana, concebida como un<br />
conjunto impresionista de argumentos<br />
filosóficos interconectados<br />
que no pretenden ser una<br />
teoría filosófica, sobre la que volveremos<br />
más adelante. En realidad,<br />
este estilo filosófico de Nozick<br />
responde a una forma de<br />
concebir la filosofía, con arreglo a<br />
la cual ésta no ha de adoptar el<br />
método de la prueba matemática,<br />
(esto es, partir de una tesis ya determinada<br />
y tratar de demostrar<br />
todas sus consecuencias lógicas)<br />
sino más bien tratar de elucidar<br />
qué consideraciones filosóficas<br />
son plausibles, iluminadoras, intelectualmente<br />
fecundas y fundadas<br />
en razones dado un punto de<br />
partida determinado. Sin embargo,<br />
ni el punto de partida ni las<br />
consideraciones que alcanzamos a<br />
partir de él están establecidos de<br />
una vez para siempre, sino que<br />
pueden ser permanentemente revisados.<br />
Ésta es la idea principal<br />
que se ampara en su distinción<br />
entre explicación y comprensión;<br />
y aunque Nozick admite que el<br />
objetivo primario de la filosofía es<br />
la explicación, más adelante afirmaría<br />
que su deseo fue el de “estructurar<br />
la tarea filosófica sobre la<br />
actividad de la comprensión”. 15<br />
Para entender bien la distinción,<br />
según Nozick la explicación trata<br />
14 Robert Nozick: Philosophical Explanations,<br />
Harvard University Press<br />
Cambridge (Mass.), 1981.<br />
de conectar (derivar) aquello que<br />
quiere explicar con otras cosas o<br />
hechos reales, mientras que la<br />
comprensión se sitúa sólo en una<br />
“red de posibilidad”. En otros términos,<br />
una hipótesis que sabemos<br />
falsa no explica nada (precisamente<br />
por ser falsa), pero en<br />
cambio puede ser iluminadora en<br />
una red conceptual de comprensión.<br />
En manos de Nozick, este<br />
método se convierte en un modo<br />
extremadamente original de plantear<br />
viejos y nuevos problemas filosóficos.<br />
Basta presentar sólo un ejemplo<br />
de dicha originalidad referido<br />
a la teoría del conocimiento, es<br />
decir, al problema de en qué condiciones<br />
podemos afirmar que sabemos<br />
alguna cosa, planteado en<br />
Philosophical Explanations. Tradicionalmente,<br />
desde unas famosas<br />
reflexiones de Platón en el Teeteto,<br />
se considera que el conocimiento<br />
es creencia verdadera justificada,<br />
esto es, que podemos<br />
afirmar que un sujeto A sabe que<br />
p (cualquier proposición acerca<br />
de la realidad) si y sólo si a) A<br />
cree que p, b) esta creencia de<br />
A está justificada y c) p es verdadero.<br />
Sin embargo, en 1963, E.<br />
Gettier escribió un breve artículo<br />
desafiando esta noción de conocimiento<br />
con algunos contraejemplos,<br />
que ponen de manifiesto<br />
que pueden darse los tres<br />
requisitos y todavía no diríamos<br />
que A sabe que p 16 . Pensemos en<br />
el siguiente ejemplo: una persona<br />
prende el televisor una calurosa<br />
tarde de julio y ve cómo Miguel<br />
Induráin cruza en primera posición<br />
la meta de la etapa de Alpe<br />
d’Huez, apaga el televisor y se dedica<br />
a otra cosa. A partir de lo<br />
que vio, cree que Induráin ganó<br />
esa etapa; dicha creencia está justificada<br />
y, supongamos además,<br />
es verdadera. Ahora bien, ese espectador<br />
desconoce que ha habido<br />
un fallo en la transmisión te-<br />
15 Giovanna Borradori: The American<br />
Philosopher. Conversations with<br />
Quine, Davidson, Putnam, Nozick,<br />
Danto, Cavell, MacIntyre, and Kuhn,<br />
pág. 75. The University of Chicago<br />
Press, Chicago, 1990.<br />
16 E. L. Gettier: ‘Is Justified True<br />
Belief Knowledge?’, Analysis, 23, págs.<br />
121-123 (1963).<br />
52 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
levisiva y han decidido transmitir<br />
la etapa del año anterior también<br />
ganada por Induráin. Entonces,<br />
aunque se cumplen todos los requisitos<br />
de la teoría tradicional,<br />
no diríamos que esa persona sabe<br />
que p (que sabe que Induráin ganó<br />
la etapa en ese año), porque<br />
–por así decirlo– acertó por casualidad.<br />
Pues bien, en Philosophical<br />
Explanations, Nozick desarrolla<br />
una concepción del conocimiento<br />
que trate de dar cuenta<br />
de contraejemplos como estos. El<br />
núcleo de dicha concepción reside<br />
en la idea conforme a la cual,<br />
cuando hay conocimiento, nuestras<br />
creencias siguen el rastro de la<br />
verdad (track the truth). Para el<br />
contraejemplo que hemos propuesto,<br />
la solución viene dada por<br />
la sustitución del requisito b)<br />
por el siguiente b’): si p no fuese<br />
verdadera, A no creería que p. Esta<br />
cláusula evita el problema<br />
puesto que nuestro espectador<br />
habría creído que Induráin había<br />
vencido dicha etapa del Tour,<br />
aunque no hubiese sido verdad.<br />
Obviamente, esta concepción,<br />
aquí presentada muy sumariamente,<br />
incorpora todo el debate<br />
acerca de los condicionales contrafácticos<br />
y los mundos posibles,<br />
en el que ahora no podemos detenernos.<br />
El sentido de la vida humana<br />
En cuanto a The Examined Life.<br />
Philosophical Meditations, al que<br />
nos referíamos antes, y a cuyo título<br />
castellano se le escapa la importante<br />
connotación del título<br />
principal inglés, es sin duda su<br />
obra más íntima, que nace con la<br />
pretensión de examinar los aspectos<br />
fundamentales de la vida<br />
humana. En definitiva, es una<br />
obra que recupera las principales<br />
preocupaciones de toda la historia<br />
de la filosofía, ocupándose sin<br />
vocación académica, pero con su<br />
característica profundidad de análisis<br />
de temas como la vida, la<br />
muerte, la familia, la sexualidad,<br />
la creación, la felicidad, Dios, las<br />
emociones, el significado y sentido<br />
de la realidad, etcétera. Es un<br />
texto de lectura placentera, que<br />
invita a la propia reflexión, valiente<br />
y, como siempre, brillante.<br />
La naturaleza de la racionalidad<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
Esta concepción nozickiana de la<br />
filosofía alcanza un grado excepcional<br />
de madurez en The Nature<br />
of Rationality, de 1993 17 , donde<br />
desarrolla una aguda concepción<br />
de la racionalidad de las<br />
creencias y de las acciones humanas,<br />
recuperando y revisando un<br />
lejano interés en los aspectos formales<br />
de la racionalidad que procedía<br />
de su formación filosófica<br />
en Princeton con Carl Hempel.<br />
De esta otra importante obra de<br />
Nozick podemos rescatar, a modo<br />
de ejemplo, otra muestra de su<br />
originalidad, que consiste en el<br />
planteamiento de una paradoja<br />
en el ámbito de la teoría de la<br />
elección racional. Se trata de una<br />
paradoja formulada de manera<br />
articulada por primera vez por<br />
Nozick, denominada paradoja de<br />
Newcomb (porque fue planteada<br />
por el físico norteamericano<br />
William Newcomb a Nozick a<br />
través de un amigo común y Nozick<br />
la publicó por primera vez,<br />
con permiso del propio Newcomb,<br />
en un libro en homenaje a<br />
C.G. Hempel en 1969 18 , y más<br />
tarde en el capítulo 2 de The Nature<br />
of Rationality). Supongamos<br />
que un ser capaz de predecir el<br />
futuro, llamémosle Ojo-que-todolo-ve,<br />
nos propone lo siguiente:<br />
debéis elegir entre dos urnas de<br />
cristal, una transparente y la otra<br />
opaca. En su interior, la urna opaca<br />
puede contener o bien un millón<br />
de euros o bien nada; la urna<br />
transparente contendrá en todo<br />
caso mil euros. El Ojo-que-todolo-ve<br />
os comunica que podéis elegir<br />
entre llevaros o bien sólo la<br />
urna opaca o bien las dos urnas;<br />
pero, como él puede predecir el<br />
futuro y, por tanto, sabe cuál será<br />
vuestra decisión, si os lleváis la<br />
urna opaca ésta contendrá el millón<br />
de euros; si os lleváis las dos<br />
urnas, entonces la urna opaca es-<br />
17 Robert Nozick: The Nature of Rationality,<br />
Princeton University Press,<br />
Princeton (N. J.), 1993. Hay traducción<br />
castellana: La naturaleza de la racionalidad,<br />
Paidós, Barcelona, 1995.<br />
18 Que más adelante sería reeditado<br />
en Socratic Puzzles, en 1997. De hecho, su<br />
primer análisis de esta paradoja formaba<br />
parte de su tesis doctoral de 1963, aunque,<br />
como sabemos, no fue publicada<br />
hasta mucho más tarde, en 1990.<br />
tará vacía. Las reacciones ante la<br />
paradoja son diversas y hay argumentos<br />
racionales en favor de las<br />
dos opciones. Algunos argumentan<br />
que a la hora de elegir, o bien<br />
la urna opaca contiene el millón<br />
de euros o no lo contiene; por<br />
tanto, es racional llevarse ambas<br />
urnas. Otros dicen que tal vez<br />
pueda determinarse el futuro a<br />
partir de la predicción de otro<br />
acontecimiento futuro y, entonces,<br />
conviene llevarse sólo la urna<br />
opaca. Sea como fuere, la paradoja<br />
muestra la perspicacia de<br />
Nozick en plantear un problema<br />
que afecta al núcleo de nuestras<br />
nociones de racionalidad humana<br />
y de causalidad y determinismo.<br />
El último Nozick<br />
En 1997 publicó una colección<br />
de ensayos con el título Socratic<br />
Puzzles 19 , un libro divertido y fecundo<br />
en el que Nozick rinde homenaje<br />
al que él mismo reconoce<br />
como su único gran Maestro de<br />
toda la historia de la filosofía y<br />
que le permitió comprender que<br />
en su vida ha estado “partiendo<br />
una y otra vez de cero” 20 . Y, finalmente,<br />
el año pasado publicó<br />
su última obra, Invariances: The<br />
Structure of the Objective World21,<br />
en la que puede hallarse su posición<br />
filosófica más acabada, más<br />
refinada, sobre la naturaleza de la<br />
verdad en conexión con el desafío<br />
del relativismo y de la objetividad,<br />
en conexión con el lugar de<br />
la experiencia subjetiva en un<br />
mundo objetivo, con una última<br />
parte dedicada al análisis de la<br />
verdad y la objetividad en el ámbito<br />
de la ética.<br />
De su obra filosófica más ge-<br />
19 Robert Nozick: Socratic Puzzles,<br />
Harvard University Press, Cambridge<br />
(Mass.), 1997. Hay traducción castellana<br />
de Agustín Coletes: Puzzles socráticos,<br />
Cátedra, Madrid, 1999.<br />
20 Robert Nozick: Socratic Puzzles,<br />
págs. 2 y 3.<br />
21 Robert Nozick: Invariances: The<br />
Structure of the Objective World, The<br />
Belknap Press of Harvard University<br />
Press, Cambridge (Mass.), 2001.<br />
22 A. R. Lacey: Robert Nozick, Acumen,<br />
Chesham (RU), 2001. Este libro de Lacey<br />
es una excelente exposición y reconstrucción<br />
de todo el pensamiento de Nozick, a<br />
excepción de su último libro, que se publicó<br />
con posterioridad al de Lacey.<br />
JOSÉ JUAN MORESO Y JOSÉ LUIS MARTÍ MÁRMOL<br />
neral se podría inferir, utilizando<br />
la clasificación de los filósofos de<br />
Isaiah Berlin, como afirma A. R.<br />
Lacey, que Nozick fue un zorro, y<br />
no un erizo; es decir, que destinó<br />
su trabajo a hacer pequeños descubrimientos<br />
y operaciones quirúrgicas<br />
de encaje conceptual,<br />
más que a construir y desarrollar<br />
una concepción filosófica correcta<br />
y omnicomprensiva 22 . Por otra<br />
parte, es conveniente advertir antes<br />
de finalizar este breve artículo,<br />
que la obra de Nozick, como la<br />
de muchos de los grandes filósofos<br />
de la segunda mitad del siglo<br />
XX, se construyó luchando contra<br />
muchos de los dogmas que se habían<br />
establecido en el seno del<br />
positivismo lógico, a pesar de que<br />
el mismo Nozick fue discípulo de<br />
Carl Hempel, uno de los filósofos<br />
de la ciencia más relevantes dentro<br />
de dicho positivismo lógico.<br />
La filosofía actual se ha desprendido<br />
completamente de tales<br />
dogmas: ya no queda tesis sustantiva<br />
alguna característica de la<br />
filosofía analítica. Sin embargo,<br />
sí ha permanecido un estilo filosófico<br />
basado en el análisis conceptual<br />
y en la precisión en la<br />
construcción y revisión de los argumentos,<br />
un estilo atribuible en<br />
realidad a los mejores filósofos de<br />
la historia.<br />
En resumen, aunque Robert<br />
Nozick es más conocido por su<br />
primer libro, Anarchy, State and<br />
Utopia, y, como hemos ya visto,<br />
no faltan razones para que sea así,<br />
sería un grave error descuidar la<br />
importante obra filosófica desarrollada<br />
en sus obras posteriores,<br />
muchas de las cuáles están llamadas<br />
a ejercer tan o más influencia<br />
en la filosofía contemporánea occidental.<br />
No es fácil encontrar en<br />
la discusión filosófica la afortunada<br />
combinación de profundidad,<br />
amplitud, apertura de miras<br />
y originalidad que la obra de Robert<br />
Nozick encierra. Por estas razones,<br />
sus lectores le echaremos<br />
de menos. n<br />
José Juan Moreso y José Luis Martí<br />
Mármol, profesores de Filosofía del Derecho<br />
en la Universitat Pompeu Fabra.<br />
53
La propiedad social consistió<br />
principalmente en vincular<br />
protecciones al trabajo de<br />
modo que el trabajador pudiese<br />
construir su propia seguridad a<br />
partir de su trabajo. En esta<br />
construcción, el Estado jugó un<br />
papel esencial. En realidad, el denominado<br />
“Estado de bienestar”<br />
(para evitar la menor connotación<br />
caritativa, creo que sería<br />
preferible denominarlo “Estado<br />
social”) intervino sobre todo como<br />
una instancia reductora de<br />
inseguridad y proveedora de servicios,<br />
una instancia que proporcionó<br />
derechos, protecciones,<br />
servicios para luchar contra la<br />
inseguridad social. La principal<br />
mediación que permitió al Estado<br />
jugar este papel protector fue<br />
la constitución de una forma<br />
original de propiedad: la propiedad<br />
social. La propiedad social<br />
es un tipo de propiedad diferente<br />
de la propiedad privada,<br />
que proporcionó seguridad a<br />
quienes se encontraban fuera de<br />
la propiedad; más concretamente<br />
a quienes para vivir, o para<br />
sobrevivir tan sólo contaban con<br />
la fuerza de su trabajo. De este<br />
modo, lo que en la actualidad<br />
se denomina la crisis o el retroceso<br />
del Estado social o del Estado<br />
de bienestar,puede ser interpretado<br />
en términos generales<br />
como una crisis o un retroceso<br />
de la propiedad social.<br />
Mi intervención se centrará,<br />
por tanto, en la profunda solidaridad<br />
que liga al Estado social con<br />
la propiedad social; y ello tanto<br />
en el proceso de su construcción<br />
simultánea, que permitió asegurar<br />
una seguridad para todos, o para<br />
casi todos, como en la actualidad,<br />
cuando se produce su crisis, cuando<br />
tanto el Estado como la pro-<br />
piedad social son objeto de impugnaciones<br />
promovidas por la<br />
marejada de la ideología y de las<br />
prácticas neoliberales.<br />
La “clase no propietaria”<br />
Para comprender bien la naturaleza<br />
y la importancia de la propiedad<br />
social hay que remontarse<br />
a la situación existente con<br />
anterioridad a que este tipo de<br />
propiedad se impusiese; más<br />
concretamente, a la situación en<br />
la que se encontraban aquellos<br />
que estaban privados de propiedad<br />
y que para subsistir tan sólo<br />
podían contar con la fuerza de<br />
sus brazos, es decir, es preciso<br />
remontarse a la situación compartida<br />
por la mayoría de los<br />
trabajadores. Su condición fue<br />
durante mucho tiempo bastante<br />
miserable. La verdad es que, sin<br />
exagerar, quienes no tenían nada<br />
en términos sociales no eran nada.<br />
Para probarlo me serviré únicamente<br />
de un dato representativo<br />
que se remonta al momento<br />
en el que la cuestión comenzó a<br />
plantearse a finales del siglo XVIII;<br />
pero no ha sido elegido al azar,<br />
pues proviene del abate Sièyes, el<br />
principal valedor de la Declaración<br />
de los derechos del hombre y<br />
del ciudadano, alguien, por tanto,<br />
que no tenía especialmente una<br />
mentalidad reaccionaria. Sièyes,<br />
en una nota de comienzos de los<br />
años 1780, se refiere a<br />
“esos desgraciados destinados a los<br />
trabajos más penosos, productores del<br />
beneficio ajeno, que apenas reciben medios<br />
para sostener su dolorido y lastimoso<br />
cuerpo; esa muchedumbre inmensa<br />
de instrumentos bípedos que<br />
únicamente poseen torpes manos y un<br />
alma descarriada”.<br />
Y Sièyes plantea una cuestión<br />
bastante terrible: “¿A ésos los lla-<br />
CIENCIAS SOCIALES<br />
LA PROPIEDAD SOCIAL<br />
ROBERT CASTEL<br />
máis seres humanos?” 1 . Me parece<br />
que con esta frase no expresa,<br />
o al menos no expresa<br />
únicamente, un desprecio de<br />
clase, sino que realiza, a la vez,<br />
una comprobación sociológica.<br />
Esos individuos “que únicamente<br />
poseen torpes manos” son literalmente<br />
aquellos a quienes Marx<br />
denominará proletarios, “productores<br />
del beneficio ajeno”,<br />
gentes que no tienen nada y que<br />
para sí mismos no representan<br />
nada. Y, puesto que el proletariado<br />
industrial aún no existía, se<br />
podría incluso decir que constituyen<br />
esa informe nebulosa de<br />
los que ejercen los oficios más<br />
bajos: jornaleros, peones de las<br />
ciudades y de los campos, “gente<br />
con los brazos curtidos”, cómo<br />
aún se dice hoy, que luchan cotidianamente<br />
por su supervivencia.<br />
No son únicamente miserables,<br />
sino también socialmente<br />
indignos y, como tales, despreciados<br />
hasta por las mentes mas<br />
ilustradas (Voltaire, cuando se<br />
refiere a ellos, habla de “la canaille”).<br />
Como afirmaba un autor de<br />
la época, en esta existencia<br />
de una clase no propietaria podemos<br />
descubrir la formación de<br />
la moderna cuestión social. Esta<br />
clase constituye el núcleo de los<br />
modernos asalariados que parecen<br />
condenados a la miseria y a<br />
la indignidad social. Esta cuestión,<br />
que surge a finales del siglo<br />
XVIII en Francia y en Europa occidental,<br />
se va a convertir en la<br />
gran cuestión del siglo XIX y va a<br />
adquirir con la industrialización<br />
un protagonismo cada vez mas<br />
central, pues el trabajador in-<br />
1 Sieyès, E: Textes choisis. Ed. des Archives<br />
contemporaines, París, 1985.<br />
dustrial pasó a ser la punta de<br />
lanza del proceso productivo: es<br />
alguien absolutamente necesario<br />
para la producción de las riquezas.<br />
Así fue como los proletarios<br />
fueron cada vez más numerosos,<br />
a la vez que permanecían sin bienes<br />
y sin protección. De aquí<br />
surgió el riesgo de ver instalarse y<br />
desarrollarse en el centro mismo<br />
de la estructura social a una masa<br />
de semi-instrumentos bípedos<br />
(por utilizar la expresión de Sièyes),<br />
una multitud formada por<br />
trabajadores y por sus miserables<br />
familias, seres humanos percibidos<br />
a la vez como inmorales y<br />
peligrosos, una proliferación de<br />
nuevos bárbaros, como con frecuencia<br />
se decía en la época, instalados<br />
en el corazón de las fábricas<br />
y de las ciudades. Clases<br />
laboriosas, clases peligrosas.<br />
Se podría precisar que este<br />
problema se agrava a medida<br />
que avanza el siglo XIX, pues con<br />
la industrialización y la urbanización<br />
la condición salarial se<br />
generaliza. Se empieza a tener<br />
conciencia de que la condición<br />
de ser asalariado, en términos<br />
generales, es un estado irreversible<br />
cuya expansión está orgánicamente<br />
vinculada a las transformaciones<br />
de la sociedad moderna.<br />
Por lo general cuando<br />
alguien es un asalariado lo es de<br />
por vida. Se produciría así un<br />
incremento cada vez mayor de<br />
asalariados en la sociedad moderna<br />
que en su mayor parte no<br />
se convertirán en propietarios.<br />
Se puede, por tanto, percibir<br />
con claridad el problema que<br />
plantea una condición obrera<br />
que permanece en este estado<br />
de miseria y de indignidad. Es<br />
esta condición la que se va a desarrollar<br />
en el corazón de la moderna<br />
sociedad de masas: masas<br />
54 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
cada vez más numerosas y en estado<br />
de inseguridad permanente<br />
que no están integradas en la<br />
sociedad industrial y que corren<br />
el riesgo de inclinarse del lado<br />
de la desesperación y de la revuelta,<br />
así como de subvertir el<br />
orden social.<br />
La invención<br />
de la propiedad social<br />
La invención de la propiedad<br />
social es la respuesta a este enorme<br />
reto, una respuesta que consiste<br />
en vincular protecciones,<br />
seguridad, a la condición del<br />
propio trabajador. En realidad<br />
existía otra respuesta posible: la<br />
supresión de la propiedad privada<br />
y su substitución por la<br />
propiedad colectiva. Era la opción<br />
que en la época defendían<br />
diferentes corrientes que se reclamaban<br />
del socialismo revolucionario,<br />
al igual que los marxistas,<br />
una opción que evidente-<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
mente ni los gobernantes ni las<br />
clases propietarias deseaban. Se<br />
podría afirmar que la invención<br />
de la propiedad social fue el modo<br />
de evitar la solución radical,<br />
revolucionaria, de la propiedad<br />
colectiva. Esta nueva solución<br />
permitió salir del dilema, encontrar<br />
una tercera vía entre<br />
los defensores a ultranza de la<br />
propiedad privada, partidarios<br />
del statu quo pese a que reenviaban<br />
a una mayoría de los trabajadores<br />
a la inexistencia social,<br />
y los partidarios, por otra parte, de<br />
un socialismo colectivista o de un<br />
comunismo que efectivamente se<br />
llegó a imponer a partir de 1917<br />
en Rusia bajo la forma de lo que<br />
se denominó “socialismo real”.<br />
El modo de superar este antagonismo<br />
consistió en vincular la<br />
seguridad al propio trabajo, en<br />
construir a partir del trabajo soportes<br />
que proporcionan protecciones<br />
equivalentes o casi<br />
Abate Sièyes<br />
equivalentes a las que proporciona<br />
la propiedad privada. Y es<br />
precisamente este suelo protector<br />
lo que la propiedad social va<br />
a promover.<br />
La expresión “propiedad social”<br />
circula en Francia desde finales<br />
del siglo XIX entre esa familia<br />
de pensadores ligados a la<br />
Tercera República que intentan<br />
fundar esta vía media entre los<br />
liberales, que se aferran al laissez-faire,<br />
y los defensores de una<br />
revolución social radical. Uno<br />
de esos autores, Alfred Fouillée,<br />
que publicó en 1884 un libro<br />
titulado La propiedad social y la<br />
democracia, proporciona la caracterización<br />
más explícita que<br />
encontré de la propiedad social:<br />
“Sin violar la justicia, e incluso, en<br />
nombre de la justicia, el Estado puede<br />
exigir a los trabajadores un mínimo de<br />
previsión y de garantías para el porvenir,<br />
pues esas garantías del capital humano,<br />
que son como un mínimo de<br />
propiedad esencial a todo ciudadano<br />
verdaderamente libre e igual a los otros,<br />
son cada vez más necesarias para evitar<br />
la formación de una clase de proletarios<br />
fatalmente condenada a la servidumbre<br />
o a la rebelión” 2 .<br />
Esta cita, extraordinariamente<br />
enjundiosa, muestra bien cómo<br />
se articuló un nuevo papel<br />
del Estado, pues es el núcleo del<br />
Estado social quien puede y debe<br />
intervenir en nombre de la<br />
justicia, y quien transgrede el tabú<br />
del liberalismo que se opone<br />
a la menor intervención pública<br />
en materia social. El Estado asume<br />
un modo privilegiado de intervención:<br />
debe promover el seguro<br />
obligatorio, obligar a los<br />
trabajadores a asegurarse contra<br />
los riesgos sociales, lo que les<br />
proporcionará una seguridad<br />
para el futuro en lugar de vivir<br />
al día a merced del menor accidente.<br />
También queda bien precisado<br />
el efecto de esta intervención:<br />
proporciona algo así como<br />
un mínimo de propiedad, un<br />
equivalente de la propiedad que<br />
asegura al trabajador un mínimo<br />
de independencia: contar con<br />
los recursos necesarios para no<br />
depender de un tercero, gozar<br />
de una cierta libertad, ser un<br />
ciudadano como los demás, es<br />
decir, como aquellos que tienen<br />
seguridad porque gozan de propiedad.<br />
Por último, la finalidad<br />
política de la operación es también<br />
pregonada con claridad:<br />
se trata de neutralizar el riesgo<br />
de la subversión propio de<br />
un proletariado o de una clase<br />
obrera no estabilizada y que, por<br />
tanto, como señaló Marx, “no<br />
tiene nada que perder, excepto<br />
2 Fouillé, A: La propriété sociale et la démocratie.<br />
París, 1884.<br />
55
LA PROPIEDAD SOCIAL<br />
sus cadenas”.<br />
Tal fue, en suma, el programa<br />
que constituyó el eje principal<br />
de las leyes sociales de la Tercera<br />
República y que, más allá incluso<br />
de ésta, constituyó el centro<br />
de desarrollo de ese Estado<br />
social que intervino (y esto es<br />
algo que hoy se ve con más claridad),<br />
como un reductor de inseguridad<br />
al proporcionar un<br />
mínimo de seguridad a quienes<br />
se encontraban en la inseguridad<br />
social permanente. En realidad<br />
esta política de reducción<br />
de riesgos pasa por la construcción<br />
de un tipo inédito de recursos<br />
que tienen funciones homólogas<br />
a las de la propiedad<br />
privada. Se podría afirmar que la<br />
propiedad social presenta una<br />
analogía con la propiedad privada:<br />
es una propiedad para la<br />
seguridad. Dicho de otro modo,<br />
la propiedad social difiere<br />
de la propiedad privada, a la vez<br />
que desempeña una de sus esenciales<br />
funciones. No se trata de<br />
un patrimonio privado del que<br />
se dispone libremente en el mercado.<br />
Esta propiedad depende<br />
de un sistema reglado de derechos<br />
y de obligaciones. En el caso<br />
de la jubilación, por ejemplo,<br />
no se puede vender el propio derecho<br />
de jubilación, pero una<br />
vez que se cumplen las obligaciones<br />
legales requeridas y garantizadas<br />
por el Estado, se cobra<br />
una pensión que asegura ese<br />
mínimo de propiedad de la que<br />
hablaba Fouillée. La pensión de<br />
jubilación no da para lujos, pero<br />
al menos libra de la miseria y<br />
de la indignidad, conjura ese<br />
verdadero drama que con anterioridad<br />
era consustancial a la<br />
condición de los viejos trabajadores<br />
que ya no podían seguir<br />
trabajando y que se veían condenados,<br />
a menos que sus hijos<br />
pudiesen hacerse cargo de ellos,<br />
a pudrirse para finalmente morir<br />
en el hospicio. Esta eventualidad<br />
representó un temor secular<br />
para la gran mayoría de lo que<br />
se denominó “el pueblo”.<br />
La propiedad social hace posible<br />
un cambio muy considerable<br />
respecto a la condición en<br />
la que se encontraban los proletarios<br />
en los inicios de la indus-<br />
trialización que literalmente gastaban<br />
su vida ganándose la vida.<br />
Esta forma de propiedad proporciona<br />
también una cierta limitación<br />
a la total hegemonía<br />
del mercado sobre el trabajo. Las<br />
exigencias del beneficio ya no<br />
dominan por completo en la<br />
condición del trabajador, pues<br />
el beneficio va acompañado de<br />
contrapartidas sociales destinadas<br />
a la protección de los trabajadores.<br />
En cierto sentido se podría<br />
decir que el mercado se ve<br />
domesticado, moldeado por la<br />
protección social. Sin duda, evidentemente<br />
el mercado no queda<br />
eliminado, pero se establece<br />
un cierto compromiso que me<br />
parece que constituye el eje de lo<br />
que se denominó el “pacto social”<br />
que va a culminar en los<br />
años 1970; pacto que supone,<br />
por una parte, aceptar las exigencias<br />
del mercado, es decir, las<br />
condiciones necesarias para producir<br />
riqueza, y la exigencia, por<br />
otra, de asegurar las condiciones<br />
de una mínima seguridad<br />
para aquellos y aquellas que son<br />
los principales productores de<br />
esta riqueza, es decir, las trabajadoras<br />
y los trabajadores asalariados.<br />
La expansión<br />
de la propiedad social<br />
En esta un tanto esquemática<br />
representación de la propiedad<br />
social que acabo de presentar<br />
hay dos importantes lagunas<br />
que exigen algunas precisiones<br />
con el fin de que tengamos una<br />
visión más completa de los retos<br />
que giran en la actualidad en<br />
torno a la propiedad social.<br />
En primer lugar, me he ceñido<br />
al momento del nacimiento de<br />
esta noción a finales del siglo XIX<br />
y comienzos del siglo XX, que dio<br />
lugar en una primera época a<br />
realizaciones prácticas muy modestas,<br />
por no decir irrisorias. Así,<br />
por ejemplo, la ley sobre las jubilaciones<br />
de obreros y campesinos,<br />
que se votó en Francia en 1910<br />
tras 20 años de encarnizados debates,<br />
únicamente afectó a un número<br />
muy limitado de trabajadores;<br />
por una parte únicamente<br />
concernía a los asalariados con<br />
menores ingresos, situados por<br />
debajo de un umbral salarial muy<br />
bajo, y, por otra, en esa época la<br />
mayoría de los trabajadores morían<br />
antes de que les llegase la<br />
edad de la jubilación. La cuestión,<br />
por tanto, estriba, en saber<br />
cómo éstas más que tímidas realizaciones<br />
de comienzos de siglo<br />
se reforzaron y se extendieron para<br />
formar la osamenta de lo que<br />
Fraçois Ewald denominó una “sociedad<br />
aseguradora” que vino a<br />
cubrir contra los principales riesgos<br />
sociales, en un primer momento<br />
a todos los asalariados, y,<br />
posteriormente, a prácticamente<br />
todo el conjunto de la población<br />
3 . ¿Cómo se produjo el paso<br />
de la sociedad industrial a una sociedad<br />
salarial, el paso a una sociedad<br />
en la que el salario se generalizó?<br />
Las transformaciones<br />
–en las que no podemos detenernos<br />
ahora– han sido de larga duración,<br />
han sido complejas, dieron<br />
lugar a numerosos conflictos<br />
y en ellas el papel del Estado social<br />
ha sido preponderante. Pero<br />
al menos lo que se puede decir es<br />
que la sociedad salarial no es tan<br />
sólo una sociedad en la que la<br />
mayoría de la población activa es<br />
asalariada, sino también, y, sobre<br />
todo, una sociedad en la que los<br />
seguros, las protecciones instituidas<br />
en un primer momento para<br />
cubrir los riesgos de los obreros<br />
asalariados, llegaron a cubrir prácticamente<br />
a todo el mundo. Y se<br />
podría incluso añadir que esta sociedad<br />
salarial es la sociedad en<br />
la que aún nos encontramos hoy,<br />
aunque se vea amenazada, pues la<br />
sociedad a la que hemos llegado<br />
es en buena medida el resultado<br />
de la generalización de la propiedad<br />
social.<br />
Es preciso plantear una segunda<br />
cuestión que está además<br />
vinculada a la primera. Presenté<br />
la propiedad social a partir de<br />
lo que yo considero su centro<br />
nuclear, o al menos su realización<br />
más original, es decir, la<br />
transferencia directa del trabajo<br />
a la seguridad por medio del seguro<br />
obligatorio. Me parece que<br />
el derecho a la jubilación repre-<br />
3 Ewald, F: L’Etat Providence. Grasset,<br />
París, 1986.<br />
senta sin duda la ejemplificación<br />
más clara de una protección<br />
construida a partir del trabajo<br />
que asegura la protección del<br />
asalariado al margen del trabajo<br />
y hasta el final de sus días. Pero<br />
la propiedad social no se reduce<br />
tan sólo a este tipo de prestaciones<br />
sociales, pues consiste también<br />
en asegurar la participación<br />
de los individuos no propietarios<br />
en los bienes y servicios colectivos<br />
de los que es promotor<br />
el Estado social. Se trata, en primer<br />
lugar, del desarrollo de los<br />
servicios públicos que un jurista<br />
de principios del siglo XX, Leon<br />
Duguit, definía como<br />
“toda actividad cuya realización debe<br />
ser asegurada, regulada por los gobernantes,<br />
ya que el cumplimiento de esta<br />
actividad es indispensable para la realización<br />
y el desarrollo de la interdependencia<br />
social, puesto que es de tal naturaleza<br />
que no puede ser completamente<br />
realizada más que mediante la intervención<br />
de la fuerza gubernamental” 4 .<br />
Esta idea de la interdependencia<br />
social (idea que reenvía a<br />
la solidaridad orgánica de Durkheim)<br />
es fundamental. Es una<br />
idea que expresa la necesidad de<br />
mantener un vínculo de reciprocidad<br />
en el que se pone de<br />
manifiesto la participación<br />
de los ciudadanos en un mismo<br />
conjunto con el fin de que, contra<br />
lo que se denominaba en la<br />
época los riesgos de disociación<br />
social (en la actualidad se habla<br />
de la exclusión), los ciudadanos<br />
continúen haciendo sociedad en<br />
el sentido fuerte del término,<br />
continúen siendo interdependientes<br />
unos de otros, para formar<br />
lo que en términos políticos<br />
se denomina una nación y, en<br />
términos sociológicos, la cohesión<br />
social. Y es precisamente la<br />
fuerza gubernamental, el Estado<br />
social, quien construye los medios<br />
de esta interdependencia<br />
poniendo a disposición de todos<br />
bienes y servicios comunes.<br />
Una de las funciones esenciales<br />
del Estado moderno es, por tan-<br />
4 Duguit, L: Le droit social, le droit individuel<br />
et la transformation de l’Etat. Paris,<br />
1908.<br />
56 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
to, ser el agente de una distribución<br />
concertada de servicios en<br />
nombre del interés general. La<br />
distribución es necesaria pues las<br />
empresas privadas –precisamente<br />
porque representan intereses<br />
privados– no pueden asumir suficientemente<br />
esta función.<br />
Esta concepción del servicio<br />
público desembocará tras la Segunda<br />
Guerra Mundial, en el<br />
marco de una economía dirigida<br />
de inspiración keynesiana, en la<br />
nacionalización de determinadas<br />
empresas. La idea es que los<br />
poderes públicos deben también<br />
administrar determinadas empresas<br />
porque los bienes que éstas<br />
producen representan un interés<br />
colectivo cuya gestión no<br />
puede ser dejada en manos de la<br />
iniciativa privada.<br />
Se comprueba así que existen<br />
fuertes disparidades entre estas<br />
diferentes configuraciones de la<br />
propiedad social, a las que sería<br />
preciso añadir además al menos<br />
las viviendas de protección oficial,<br />
otro medio de facilitar a los<br />
no propietarios el acceso a un<br />
bien esencial.<br />
No trato de afirmar que la<br />
propiedad social goce de una<br />
unidad conceptual sin fisuras (en<br />
todo caso confieso que no soy<br />
capaz de establecer totalmente<br />
esta unidad), pero las diferentes<br />
realizaciones de la propiedad social<br />
presentan al menos un mismo<br />
objetivo, que se podría definir<br />
como la rehabilitación social<br />
de los no propietarios. Incluso<br />
aquellos que carecen de propiedad<br />
privada participan, sin embargo,<br />
de la riqueza social, bien<br />
porque disponen de una Seguridad<br />
Social bajo la forma de seguros<br />
garantizados por el Estado,<br />
bien bajo la forma del acceso<br />
a bienes y servicios colectivos<br />
puestos a su disposición por el<br />
poder público en una lógica que<br />
no es la del puro mercado. Sugería<br />
que se encuentran aquí los<br />
dos polos de la propiedad social<br />
que sirven de fundamento a una<br />
ciudadanía social en el sentido<br />
fuerte del término. Si esta noción<br />
de ciudadanía social, demasiado<br />
manida en la actualidad,<br />
tiene un sentido preciso,<br />
me parece que es precisamente<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
éste. La propiedad privada ya no<br />
es el único fundamento de la<br />
ciudadanía. El no propietario<br />
goza también de derechos sociales<br />
y de seguros sociales, participa<br />
de prestaciones y servicios colectivos<br />
garantizados por el Estado<br />
que tienen una función<br />
análoga a la de la propiedad privada<br />
para los no propietarios.<br />
El debilitamiento<br />
de la propiedad social<br />
Una vez realizadas estas precisiones<br />
acerca de la naturaleza y<br />
las funciones de la propiedad social<br />
¿cómo analizar el cuestionamiento<br />
y la conmoción de la<br />
propiedad social, y del papel del<br />
Estado que le sirve de soporte,<br />
en el marco de la crisis de la sociedad<br />
salarial? Esta crisis, que<br />
sin duda es algo más que una<br />
crisis transitoria, señala una recomposición<br />
bastante profunda<br />
de las relaciones entre lo económico<br />
y lo social; supone también<br />
cuestionar el pacto social, al<br />
que ya nos hemos referido, todo<br />
él vertebrado por la propiedad<br />
social. Resulta imposible realizar<br />
ahora un balance de las considerables<br />
transformaciones que<br />
se produjeron desde hace 25<br />
años. Simplemente me contentaré<br />
con señalar su repercusión<br />
en los diferentes aspectos de la<br />
propiedad social que he distinguido,<br />
lo que no deja de ser una<br />
prueba a contrario de la unidad,<br />
al menos relativa, de esta noción<br />
pues, aunque de forma desigual,<br />
sus diferentes configuraciones se<br />
ven todas ellas afectadas.<br />
He señalado que la nacionalización<br />
de determinadas empresas<br />
había sido la punta de lanza<br />
de la propiedad social en el sector<br />
económico, en el marco de<br />
una economía dirigida de tipo<br />
keynesiano, al asumir el poder<br />
público directamente su administración<br />
en nombre del interés<br />
colectivo. Se trata, sin duda,<br />
del sector más degradado actualmente<br />
de la propiedad social,<br />
en situación de liquidación<br />
total, pues incluso bajo un gobierno<br />
socialista se ha acentuado<br />
la privatización de empresas nacionalizadas.<br />
Creo que se puede<br />
afirmar que en términos genera-<br />
les triunfa en el mundo la tendencia<br />
a incorporar al mercado<br />
la producción o la gestión de<br />
bienes y servicios que tienen directamente<br />
un valor mercantil.<br />
Lo que acontece en la esfera<br />
de los servicios públicos propiamente<br />
dichos me parece más<br />
complejo. Por una parte se observa<br />
una tendencia general a<br />
asumir la gestión de esos servicios<br />
a partir del modo de funcionamiento<br />
de los servicios privados.<br />
También en los servicios<br />
públicos se habla de eficacia, de<br />
flexibilidad en los servicios a la<br />
clientela, etcétera, algo que en<br />
sí mismo no es como para echar<br />
las campanas al vuelo. Pero se<br />
observa también la tendencia a<br />
reenviar a lo privado, a privatizar<br />
servicios que en un principio<br />
fueron puestos en marcha por<br />
los poderes públicos. Por ejemplo,<br />
en Francia las telecomunicaciones<br />
fueron desarrolladas<br />
por el poder público, lo que supuso,<br />
además, un fuerte coste<br />
para los contribuyentes, pues sólo<br />
el Estado era capaz de ese tipo<br />
de inversión, o en todo caso no<br />
le interesaba al sector privado ya<br />
que no era rentable. Pues bien,<br />
recientemente se privatizó, al<br />
menos parcialmente, France Telecom,<br />
pues gestiona bienes que<br />
pueden ser rentables. Este tipo<br />
ROBERT CASTEL<br />
de transferencia de lo público a<br />
lo privado también es una tendencia<br />
general, una tendencia<br />
concretamente muy acentuada<br />
en determinados países, como<br />
sucedió, por ejemplo, en la Inglaterra<br />
de la señora Thatcher.<br />
Esta orientación privatizadora<br />
suscita una cuestión de fondo.<br />
¿Existen bienes que no son comercializables,<br />
es decir, cuya naturaleza<br />
es tal que no deberían<br />
ser incorporados al mercado, incluso<br />
aunque esos bienes puedan<br />
resultar vendibles? ¿Es posible<br />
remercantilizarlos con la seguridad<br />
de que van a continuar<br />
desempeñando su función colectiva,<br />
es decir, la de ser, como<br />
decía Leon Duguit, los instrumentos<br />
de la interdependencia<br />
social? Me lo planteo en relación<br />
concretamente a esos dos bienes<br />
esenciales que son la educación<br />
y la salud, los dos principales pilares<br />
del servicio público. En este<br />
ámbito también asistimos a<br />
los avances de una mentalidad<br />
impregnada de contabilidad y<br />
de gestión. Sin duda, la preocupación<br />
por aligerar el peso de<br />
los gastos públicos es legítimo,<br />
pero la cuestión a dilucidar es si<br />
el coste de un servicio público<br />
puede ser reducido a su precio<br />
en el mercado, pues la vocación<br />
del servicio público es la de si-<br />
57
LA PROPIEDAD SOCIAL<br />
tuar en un primer plano el interés<br />
general y, sin duda, sólo el<br />
poder público puede ser el garante<br />
de este interés colectivo,<br />
simplemente porque la lógica de<br />
lo privado es la lógica del beneficio.<br />
Existe al menos una tensión,<br />
por no hablar de una contradicción,<br />
entre esas dos lógicas; y en<br />
la actualidad la progresión de la<br />
lógica mercantilizadora tiende en<br />
la misma proporción a reducir la<br />
preeminencia de la jurisdicción<br />
pública y el lugar del Estado social.<br />
La misma tensión se pone de<br />
manifiesto en la actual recomposición<br />
de la protección social.<br />
La institución del seguro obligatorio<br />
que desembocó en una<br />
Seguridad Social generalizada,<br />
fue el medio a través del cual se<br />
reafirmo la propiedad social del<br />
modo más brillante; y en este<br />
punto, una vez más, se habla<br />
hoy de una “crisis” de este sistema<br />
de protección que se presenta<br />
ante todo como una crisis de<br />
su financiación. Y en realidad,<br />
en la medida en que lo esencial<br />
de la protección debe ser financiado<br />
por las cotizaciones sociales<br />
a partir del trabajo, se entiende<br />
que el paro masivo, la<br />
precarización creciente de los<br />
empleos, el envejecimiento de<br />
la población activa, etcétera,<br />
amenacen con bloquear los mecanismos<br />
de financiación. De<br />
ahí surgen reformas, entre ellas<br />
algunas que funcionan ya como<br />
la financiación parcial de la protección<br />
mediante la Contribución<br />
Social Generalizada (CSG),<br />
algunas en estado de proyecto<br />
como, por ejemplo, la discusión<br />
sobre la financiación de los regímenes<br />
de jubilación.<br />
En realidad más allá de estas<br />
cuestiones de financiación ¿no<br />
es la lógica misma del sistema<br />
de protección social la que está<br />
siendo amenazada? El punto de<br />
llegada de la protección social<br />
era cubrir al conjunto de la población<br />
mediante medidas generales<br />
tendentes al universalismo,<br />
es decir, tendentes a asegurar<br />
a todo el mundo, o, a casi<br />
todo el mundo, a partir de grandes<br />
regulaciones homogéneas.<br />
Estamos en las antípodas de la<br />
lógica de la asistencia que consiste<br />
en dispensar ayudas a poblaciones<br />
específicas en la medida<br />
en que sufren dificultades<br />
particulares siguiendo la lógica<br />
de lo singular, o, como se dice<br />
en América del Norte, de la discriminación<br />
positiva. Asistimos<br />
así a la multiplicación de lo que<br />
se denominan los “mínima” sociales,<br />
es decir, prestaciones atribuidas<br />
en función de los ingresos<br />
a grupos que sufren determinadas<br />
dificultades. En Francia<br />
existen actualmente siete mínima<br />
sociales, de los cuales el último<br />
cronológicamente es el Ingreso<br />
Mínimo de Inserción<br />
(RMI).<br />
Sin que ello suponga condenar<br />
estas nuevas disposiciones,<br />
que son intentos de hacer frente<br />
a una situación cada vez más difícil,<br />
es preciso plantearse si no<br />
estamos asistiendo a una transformación<br />
del propio régimen<br />
de protecciones. En lugar de regímenes<br />
generales de protección<br />
de la sociedad salarial nos encontramos<br />
con un régimen de<br />
protección que funciona a dos<br />
velocidades: seguros generales y<br />
sólidos para quienes continúan<br />
estando fuertemente integrados<br />
en las estructuras de la sociedad<br />
salarial; y prestaciones particulares<br />
para quienes se han descolgado<br />
de las regulaciones generales y<br />
a quienes se les conceden compensaciones,<br />
pero a partir de su<br />
inferioridad. Son prestaciones no<br />
sólo inferiores a las que se derivan<br />
del trabajo sino que además<br />
pueden llegar incluso a adquirir<br />
una dimensión estigmatizante<br />
en la medida en que se conceden<br />
sobre la base de una deficiencia<br />
o al menos de la comprobación<br />
de que el individuo<br />
ha dejado de pertenecer al régimen<br />
común.<br />
¿No estamos asistiendo a través<br />
de todas estas transformaciones<br />
a una profunda alteración<br />
de la noción misma de solidaridad<br />
cuyo sentido fuerte significa<br />
la interdependencia de las<br />
partes en relación al todo? En la<br />
actualidad la solidaridad tiende<br />
a convertirse en un tranquilizante,<br />
en una especie de benevolencia<br />
para con determinadas<br />
categorías de gente tirada a quienes<br />
se les conceden, sin embargo,<br />
determinadas ayudas, pero<br />
a partir de un modelo que se<br />
asemeja más al de la filantropía<br />
que al del reconocimiento de<br />
una verdadera ciudadanía social.<br />
Un ejemplo es el “subsidio específico<br />
de solidaridad” reconocido<br />
a los parados a quienes se les<br />
acaba el seguro de desempleo,<br />
es decir, a quienes se han quedado<br />
sin los derechos que estaban<br />
vinculados al trabajo y que<br />
se inscribían en la lógica de la<br />
propiedad social.<br />
Generalizando estas reflexiones<br />
nos podríamos preguntar si<br />
no estamos asistiendo actualmente<br />
a una especie de revancha<br />
de la propiedad privada sobre la<br />
propiedad social. La propiedad<br />
social nunca suprimió la propiedad<br />
privada. Se podría incluso<br />
sostener la tesis de que la salvó<br />
al ahorrar la opción colectivista.<br />
Sin embargo, limitó su<br />
hegemonía al asegurar la seguridad<br />
de los no propietarios. En<br />
realidad lo que hoy vuelve a<br />
ocupar el primer plano es la figura<br />
del propietario, aunque<br />
adoptando formas muy nuevas.<br />
Ya no se trata del propietario<br />
agrícola que dominaba en la sociedad<br />
preindustrial; ni tampoco<br />
del rentista, dibujado con finos<br />
trazos por escritores como Balzac<br />
y que fue tan pujante en el<br />
siglo XIX, e incluso, más tarde;<br />
tampoco estamos ante el capitán<br />
de la industria de la gran<br />
época de la industrialización, sino<br />
más bien ante el capital financiero,<br />
la búsqueda del beneficio<br />
por el beneficio a cualquier<br />
precio. Si esta propiedad triunfase<br />
en toda la línea ya no habría<br />
espacio para la propiedad social<br />
ni para el Estado social en tanto<br />
que instancia de regulación, a la<br />
vez como reductor de inseguridad<br />
y proveedor de servicios públicos,<br />
por recordar los dos principales<br />
papeles que desempeñó<br />
en la sociedad salarial.<br />
No nos encontramos, sin embargo,<br />
en esta situación, o al<br />
menos aún no hemos llegado a<br />
ella. Me parece que el diagnóstico<br />
que se puede plantear a partir<br />
de la situación actual es el del<br />
debilitamiento de la propiedad<br />
social y no el de su derrumbamiento.<br />
Sin duda se observa un<br />
desarrollo de la precariedad, pero<br />
se trata de una precariedad<br />
aún rodeada y atravesada por<br />
protecciones. La Seguridad Social,<br />
por lo que yo sé, aún existe<br />
en Francia y para casi todo el<br />
mundo. También existe el Estado<br />
social y se podría incluso afirmar<br />
que sus intervenciones nunca<br />
han sido tan numerosas y variadas<br />
como en la actualidad,<br />
incluso, aunque no siempre sean<br />
eficaces. Por ejemplo, la ley que<br />
acaba de ser votada sobre la cobertura<br />
sanitaria universal es una<br />
extensión de la protección social<br />
a aquellos que hasta la actualidad<br />
habían sido excluidos<br />
de ella. Sin duda el Estado social<br />
es objeto de impugnaciones y se<br />
ve amenazado, pero no está<br />
muerto ni tampoco está moribundo.<br />
Su función protectora<br />
aún está pujante, como lo muestra<br />
a contrario la virulencia de<br />
los ataques de los que es objeto<br />
por parte de la ideología liberal.<br />
Los análisis que predicen su desplome<br />
son extrapolaciones unilaterales<br />
de la fuerte tendencia a<br />
la des-regulación que efectivamente<br />
atraviesa la situación actual,<br />
pero no son tendencias hegemónicas.<br />
La situación actual<br />
implica demasiados parámetros<br />
como para que se pueda pretender<br />
que la suerte ya está echada;<br />
y ello tanto más si se piensa que<br />
lo que sucederá dependerá también<br />
de lo que hagamos o no<br />
hagamos en la actualidad por<br />
asumirla.<br />
Conclusión<br />
La invención de la propiedad<br />
social supuso una revolución y<br />
su importancia no siempre ha<br />
sido suficientemente subrayada,<br />
pues se trata de una revolución<br />
silenciosa que se desplegó a lo<br />
largo del tiempo –al menos durante<br />
un siglo– sin convulsiones<br />
violentas, lo que no quiere decir<br />
que se produjese sin conflictos.<br />
Esta invención ha conmovido<br />
profundamente la condición social<br />
de la mayoría de la población<br />
de las sociedades occidentales,<br />
y consiguió como mínimo<br />
58 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
yugular el estado de precariedad<br />
y de inseguridad social permanente<br />
que había sido el destino<br />
secular de la mayoría de los trabajadores.<br />
No se trata de un juicio<br />
de valor, sino de un hecho<br />
comprobado por la historia social<br />
desde el comienzo del siglo<br />
XIX. Apoyándome en este análisis<br />
defiendo –posiblemente se<br />
trata de un juicio de valor que<br />
asumo con gusto– que se trata<br />
de una noción que merece consideración<br />
y que estaría bien repensarla<br />
dos veces antes de proclamar<br />
que ya ha periclitado y<br />
que es hora de pasar a otra cosa:<br />
por ejemplo, a la aceptación de<br />
la hegemonía total del mercado.<br />
Esto no quiere decir que haya<br />
que conservarla en la forma<br />
exacta que adoptó cuando se<br />
produjo el pacto social de comienzos<br />
de los años setenta, por<br />
ejemplo. Efectivamente hay algo<br />
de irreversible en las transformaciones<br />
que se han operado<br />
desde hace 25 años y que han<br />
conmovido profundamente la<br />
sociedad salarial. Pero permanece<br />
tan actual como esencial la<br />
cuestión de saber si es posible<br />
volver a desplegar la propiedad<br />
social en una coyuntura nueva<br />
marcada por una mayor movilidad,<br />
por exigencias de competitividad,<br />
por una mayor concurrencia,<br />
etcétera.<br />
¿Es posible poner en marcha,<br />
como decía antes, nuevas formas<br />
de un pacto entre, por una<br />
parte, las condiciones requeridas<br />
para producir las riquezas<br />
que reenvían a exigencias que<br />
pueden ser legítimas del mercado,<br />
y por otra, las condiciones<br />
requeridas para asegurar la protección<br />
y el reconocimiento social<br />
de aquellos que con su trabajo<br />
producen esas riquezas? Se<br />
trata evidentemente de una pregunta<br />
que suscita dificultades<br />
importantes, pero la pregunta se<br />
impone si se acepta la importancia<br />
que revistió, y que reviste<br />
aún, la propiedad social en la<br />
sociedad salarial. Si no encontramos<br />
una respuesta, sin duda<br />
se saldría de la sociedad salarial<br />
pero se correría el riesgo de reanudar,<br />
en nombre de la búsqueda<br />
de la eficacia y de la compe-<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
titividad a cualquier precio, esa<br />
indignidad de la condición trabajadora<br />
a la que me refería al<br />
comienzo para mostrar lo que<br />
en términos globales era el mundo<br />
del trabajo antes de la instauración<br />
de la propiedad social.<br />
En suma, en nombre de las alabanzas<br />
a un futuro libre de coacciones,<br />
de reglamentaciones y<br />
de burocracias estatales, se correría<br />
el riesgo de volver a encontrarnos<br />
con las más viejas expresiones<br />
de la miseria de los<br />
trabajadores y con la inseguridad<br />
social. n<br />
Traducción de Fernando Álvarez-Uría.<br />
Robert Castel es director del Centro<br />
de Estudios de los Movimientos Socia-<br />
ROBERT CASTEL
Revuelta y resignación.<br />
Acerca del envejecer<br />
Jean Améry<br />
Pre-Textos, Valencia, 2001<br />
Para reflexionar sobre la existencia<br />
no hace falta una mente<br />
filosófica; es más, una mente filosófica,<br />
una mente analítica,<br />
representa casi siempre un obstáculo<br />
cuando de lo que se trata<br />
es de pensar la vida propia<br />
(ya la misma denominación de<br />
existencia a esa vida constituye<br />
el primer obstáculo). Y si bien<br />
nadie se atrevería a defender que<br />
una mente cansada, fatigada, débil,<br />
está en mejores condiciones<br />
para la reflexión que una mente<br />
lúcida y despierta, lo cierto es<br />
que han sido esas mentes las que<br />
han producido los mejores pensamientos,<br />
las que se han extraviado<br />
menos y las que, cuando<br />
han cometido errores, éstos apenas<br />
han tenido consecuencias serias<br />
para la humanidad. No se<br />
puede decir lo mismo de las<br />
mentes lúcidas. Y si nos preguntáramos<br />
por qué la mente<br />
está cansada, fatigada o débil,<br />
no encontraríamos seguramente<br />
otra respuesta que ésta: por el<br />
paso de los años, por el uso, por<br />
la práctica, por la experiencia.<br />
La conciencia del tiempo<br />
Los libros de Jean Améry poseen<br />
una sabiduría especial. La razón,<br />
la lógica, tan sólidos pilares del<br />
conocimiento humano, no sirven<br />
en cambio de nada cuando<br />
lo que se trata de conocer es al<br />
propio ser humano. Améry sabe<br />
esto, y en consecuencia no se<br />
propone demostrar nada, sino<br />
únicamente mostrar; y para<br />
mostrar nada mejor que el “uso<br />
lingüístico habitual”, es decir,<br />
ese lenguaje de todos y de nadie,<br />
tan impreciso a veces, tan inexacto,<br />
tan equívoco, pero tan cabal<br />
siempre. Y ese uso lingüístico<br />
habitual, por mucho que nos<br />
digan los fenomenólogos que el<br />
tiempo no existe, que es una<br />
abstracción, un concepto vacío,<br />
una idea relativa, nos habla de<br />
presente, de pasado y de futuro;<br />
y siempre entendemos lo que estos<br />
tres tiempos significan, siempre<br />
entendemos su sentido, aunque<br />
en ocasiones presintamos<br />
también su sinsentido. Y el<br />
tiempo presente es el momento<br />
éste en que escribo, el momento<br />
en que leo este texto, aunque esté<br />
enmarcado entre un pasado<br />
y un futuro que, como se suele<br />
decir, le confieren su verdadera<br />
dimensión. La mejor y más<br />
completa experiencia que el<br />
hombre tiene del tiempo, aunque<br />
no la única, es el envejecimiento,<br />
el propio envejecimiento<br />
que es, acerca de lo que trata<br />
este libro de Jean Améry, los términos<br />
de cuyo título, muy inteligentemente,<br />
han invertido los<br />
editores: Revuelta y resignación.<br />
Acerca de envejecer (originalmente<br />
Über das Altern. Revolte<br />
und Resignation).<br />
Así pues, según Améry, sólo<br />
quien ha vivido suficiente tiene<br />
la experiencia del tiempo, conoce<br />
y sabe lo que es el tiempo.<br />
¿Pero cuándo se ha vivido suficiente?<br />
¿Cuándo alguien puede<br />
decir: ya he vivido suficiente?<br />
Precisamente, nos dice el autor,<br />
cuando se hace consciente del<br />
tiempo, del paso del tiempo. Suficiente<br />
no quiere decir bastante;<br />
el suficiente se puede prolongar<br />
indefinidamente, todo puede ser<br />
suficiente, pero no bastante,<br />
nunca bastante. Ser consciente<br />
del tiempo es reconocerse temporal.<br />
El hombre siempre ha sa-<br />
FILOSOFÍA<br />
ENVEJECER Y MORIR<br />
Un insano compromiso<br />
MANUEL ARRANZ<br />
bido que es temporal, siempre<br />
ha sabido que él también envejecerá<br />
y acabará por morir un<br />
día. Lo sabe pero, como dice<br />
Jankélévitch, no se lo cree 1 . Sólo<br />
a partir del momento en que<br />
empieza a creérselo empieza a<br />
ser consciente de verdad de ese<br />
hecho, que es el más común y<br />
cotidiano de los hechos: envejecemos.<br />
Y sin embargo es un hecho<br />
extraordinario. Envejecemos<br />
y el tiempo que nos queda<br />
por delante, indefinido y cada<br />
vez más corto pero el único que<br />
nos importa, hace que volvamos<br />
la mirada atrás, al pasado de este<br />
presente sin casi ya futuro.<br />
Envejecemos y el paso del tiempo<br />
de pronto empieza a dejar<br />
sentir su peso. El peso del tiempo<br />
no son todos esos recuerdos<br />
que conforman el pasado del<br />
hombre. El hombre que no recuerda,<br />
o que apenas tiene recuerdos,<br />
también siente el peso<br />
del tiempo. Y es que el tiempo,<br />
cuanto menos es más pesa, pues<br />
el tiempo que le pesa al hombre<br />
es el tiempo del futuro, y cuanto<br />
menos futuro le queda, más<br />
le pesa. Lo contrario también es<br />
cierto.<br />
La conciencia del cuerpo<br />
Podemos considerar el envejecimiento<br />
una enfermedad, como<br />
hace Jean Améry, una enfermedad<br />
común e incurable, aunque<br />
no mortal, pues el hombre siempre<br />
acaba muriendo de alguna<br />
otra cosa, un paro cardiaco, una<br />
rotura de aneurisma, un ictus,<br />
algo sin duda propiciado por<br />
el envejecimiento de los órganos,<br />
por su deterioro, pero no<br />
1 Vladímir Jankélévitch: La muerte.<br />
Pre-Textos, Valencia, 2002.<br />
muere de envejecimiento propiamente<br />
dicho. El hombre teóricamente<br />
siempre puede envejecer<br />
más, como de hecho está<br />
sucediendo. No es por tanto una<br />
enfermedad, o sólo lo es metafóricamente<br />
hablando, aunque<br />
sí sea un estado “propicio a las<br />
enfermedades”; y, particularmente,<br />
según Améry, a una especie<br />
de disociación del yo provocada<br />
por la conciencia aguda<br />
del cuerpo.<br />
Así, el cuerpo se hace consciente<br />
en el envejecimiento del<br />
mismo modo que se dice que la<br />
salud se hace consciente en<br />
la enfermedad. El cuerpo, nuestro<br />
propio-cuerpo, se nos aparece,<br />
por obra y gracia del envejecimiento,<br />
como un cuerpo extraño,<br />
un cuerpo que ya no nos<br />
responde, que nos obliga a pensar<br />
en él, a que le tengamos en<br />
cuenta, a que le sirvamos, cuando<br />
siempre fue él el que nos sirvió.<br />
Y el cuerpo nos impone el<br />
dolor: el dolor físico y el dolor<br />
de la contemplación de su decadencia,<br />
a cual más doloroso.<br />
Ambos dolores, materializados<br />
en el cuerpo que los sufre, hacen<br />
que el hombre cobre una conciencia<br />
de sí mismo que no había<br />
tenido hasta entonces. No<br />
es una conciencia de su fragilidad,<br />
de su vulnerabilidad, de su<br />
indefensión, sino conciencia de<br />
su estar en el mundo, conciencia<br />
de que él no es el mundo. Conciencia<br />
también de su impotente<br />
fuerza.<br />
La mirada del otro<br />
Pero esa disociación del yo provocada<br />
por la conciencia del<br />
cuerpo que envejece y que se<br />
produce ante nuestros ojos un<br />
día repentinamente, se produce<br />
también ante la mirada de los<br />
60 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
Jean Améry<br />
otros. En realidad, ésta es la<br />
esencia de la disociación. Nosotros,<br />
de pronto, ya no nos vemos<br />
como éramos, ya “no nos<br />
reconocemos”; pero los otros<br />
tampoco nos ven como nos<br />
veían. Aunque en realidad, posiblemente,<br />
los otros nunca nos<br />
vieron como pensábamos que<br />
nos veían; en el caso de que llegaran<br />
realmente a vernos alguna<br />
vez; en el caso de que, fuera<br />
del amor, alguien llegue a ver a<br />
alguien realmente como es. Pero,<br />
en el fondo, ¿qué importa<br />
cómo realmente somos?, ¿qué<br />
importa cómo pensemos que<br />
somos? Hay un momento, nos<br />
dice Améry, en que para la sociedad<br />
sencillamente somos, sin<br />
importarle lo más mínimo el<br />
cómo, y nos juzga con sus valores,<br />
valores sociales, claro está,<br />
con un juicio inapelable. Nadie<br />
puede salirse del papel que<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
le asigna la sociedad y al que<br />
consciente o inconscientemente<br />
ha contribuido. Somos una<br />
edad determinada, una profesión,<br />
un estado civil, un estado<br />
de salud, aunque sigamos insistiendo<br />
en que todo esto es circunstancial<br />
y puede cambiar y,<br />
de hecho, está cambiando continuamente.<br />
Y esa edad, esa<br />
profesión, ese estado civil y esa<br />
salud están investidos de valores,<br />
es decir, tienen más o menos<br />
valor según las circunstancias<br />
de cada cual y una compleja<br />
combinatoria social, o<br />
dicho de otro modo, son valores<br />
fluctuantes sometidos a<br />
unas leyes y una cotización tan<br />
inapelable como ciega e injusta<br />
en ocasiones.<br />
Pero por algo a la justicia se<br />
la representa con una venda en<br />
los ojos. Naturalmente, no hace<br />
falta insistir, los valores en<br />
alza en la sociedad, independientemente<br />
de otros factores<br />
susceptibles de devaluarlos provisional<br />
u ocasionalmente, son<br />
la juventud, la salud, y una profesión<br />
con reconocimiento social<br />
y elevada remuneración<br />
económica. El matrimonio, en<br />
cambio, es un valor que apenas<br />
cotiza hoy día. De la misma<br />
enumeración de los valores salta<br />
a la vista su injusticia. No<br />
son valores, son determinaciones,<br />
son circunstancias, algunas<br />
insoslayables y otras, como su<br />
nombre indica, meramente circunstanciales.<br />
Pero eso es problema<br />
del hombre, no de la sociedad<br />
que le juzga. Un enfermo<br />
es un enfermo y un viejo<br />
es un viejo, y poco le importa a<br />
la sociedad que ese viejo enfermo<br />
se llame Beethoven, Joseph<br />
Rooth o Robert Walser. Esos<br />
hombres son excepciones, se<br />
nos dirá. Sin duda lo son, pero<br />
también y en primer lugar son<br />
hombres.<br />
No entender el mundo<br />
Un fenómeno característico, relacionado<br />
con este juicio de la<br />
sociedad sobre el hombre que<br />
envejece, es el juicio de ese hombre<br />
que envejece sobre la sociedad.<br />
Jean Améry lo llama “no<br />
entender ya el mundo” en un<br />
capítulo clave del libro. En realidad<br />
este no entender el mundo<br />
es un proceso estrechamente ligado<br />
al proceso de envejecer. Y<br />
no puede decirse que los jóvenes<br />
entiendan el mundo y los viejos<br />
no, aunque esto sólo fuera porque<br />
al parecer, pero sólo al parecer,<br />
insistimos, el mundo es de<br />
los jóvenes y los viejos están<br />
siendo expulsados de él. No, los<br />
jóvenes sencillamente no necesitan<br />
entender el mundo; los<br />
que sí lo necesitan son los viejos,<br />
no se resignan a irse de este<br />
mundo sin haber entendido nada.<br />
A este no entender el mundo,<br />
que se manifiesta en un rechazo<br />
instintivo de todo lo<br />
nuevo, en una sensación de<br />
malestar y agravio ante cualquier<br />
experimento cultural que<br />
ponga en solfa las pocas certezas<br />
que nos quedaban al respecto,<br />
se corresponde, como las<br />
dos caras de la misma moneda,<br />
el fenómeno contrario: entender<br />
el mundo, y, para justificarlo,<br />
traer a colación los casos<br />
célebres de violento rechazo y<br />
posterior ensalzamiento. Améry<br />
cita, cómo no, la exposición impresionista<br />
de 1874 en París, y<br />
podrían citarse, sin duda, docenas<br />
de ejemplos de este tipo. Argumento<br />
éste peligroso donde<br />
los haya y que paraliza a los más<br />
lúcidos, y casi siempre viejos,<br />
61
ENVEJECER Y MORIR<br />
tanto por miedo a ser injustos<br />
como por miedo a caer en el ridículo<br />
algunos años después.<br />
Quizá, para desbaratar el argumento,<br />
bastara con recordar<br />
todo aquello otro que la sociedad<br />
recibió alborozada como valores<br />
seguros y no resistió el paso<br />
de los años, en ocasiones ni el<br />
cambio de temporada. Pero este<br />
argumento nunca ha bastado.<br />
Parece que más vale equivocarse<br />
al aceptar algo y luego rectificar,<br />
que equivocarse rechazando lo<br />
que debía haber sido aceptado.<br />
Esto no quiere decir, naturalmente,<br />
que haya que poner bajo<br />
sospecha cualquier innovación<br />
cultural, pero tampoco que<br />
debamos comulgar con ruedas<br />
de molino por miedo a equivocarnos.<br />
Otro ejemplo que pone<br />
Améry es el nouveau roman,<br />
contemporáneo de su libro<br />
(1968), que había venido a sentenciar<br />
a la novela realista y estaba<br />
refrendado por el sistema<br />
de signos imperante en aquel<br />
momento de la historia literaria<br />
tanto en Francia como en parte<br />
de Europa. Sin embargo, hoy<br />
nadie lee aquellas novelas y se<br />
sigue leyendo en cambio a Balzac.<br />
Compárese este hecho con<br />
el de los impresionistas. La conclusión:<br />
no se pueden generalizar<br />
todos los procesos, no todo<br />
es comparable, no se puede predecir<br />
la evolución. Sin embargo,<br />
este no entender el mundo<br />
parece no perturbar demasiado<br />
al hombre cuando de lo que se<br />
trata ya no es de la cultura, sino<br />
de la ciencia. El hombre acepta<br />
de buen grado no entender en<br />
este campo y recibe siempre con<br />
entusiasmo cualquier adelanto<br />
de la ciencia, a pesar de que aquí<br />
los errores de perspectiva, por<br />
llamarlos de algún modo, se pagan<br />
mucho más caros.<br />
Los signos imperantes<br />
Todo esto lo explica Améry por<br />
los sistemas de signos imperantes<br />
dentro de otros sistemas<br />
mayores y sus continuas fluctuaciones<br />
y transacciones. Naturalmente,<br />
cuando uno ha crecido<br />
con un sistema de signos<br />
determinado, no le va a ser fácil<br />
desenvolverse en otro distinto.<br />
Esta argumentación sólo tiene<br />
un fallo, y es que el hombre<br />
siempre es contemporáneo del<br />
mundo en el que vive, independientemente<br />
de su edad. Pero<br />
en cambio donde el argumento<br />
se demuestra irrefutable es en<br />
que el hombre envejece, mientras<br />
que el mundo aparentemente,<br />
y de nuevo sólo aparentemente,<br />
se renueva. Claro que<br />
renovación no quiere decir ne-<br />
cesariamente progreso, pues no<br />
puede decirse, por seguir utilizando<br />
los ejemplos que utiliza<br />
Améry, que Sollers haya superado<br />
a Joyce o que Sarraute haya<br />
superado a Proust.<br />
Pero si, como dijimos al principio,<br />
para reflexionar sobre la<br />
existencia no hace falta una<br />
mente filosófica, menos todavía<br />
para reflexionar sobre la muerte,<br />
que es el final de esa existencia.<br />
Las reflexiones ontológicas no<br />
sólo nos dejan insatisfechos, sino<br />
que nos producen cierto malestar<br />
y desazón. La muerte no<br />
es buen tema de reflexión; aunque<br />
no podamos dejar de pensar<br />
en ella, no podemos en cambio<br />
reflexionar sobre ella. Para pensar<br />
no necesitamos argumentos;<br />
pensamos sin darnos cuenta de<br />
que estamos pensando, como<br />
respiramos sin darnos cuenta de<br />
que estamos respirando, y a veces<br />
sin saber siquiera qué pensamos;<br />
sólo cuando por algún motivo<br />
se interrumpe la función<br />
cobramos conciencia de ella. Para<br />
reflexionar, en cambio, hace<br />
falta voluntad, y algo a lo que<br />
podríamos llamar un sistema de<br />
referencias; es decir, un fundamento,<br />
un conjunto de verdades<br />
demostrables que no sean<br />
meras tautologías. Pero cuando<br />
pensamos en la muerte, todos<br />
los temas, todos los problemas<br />
que suscitaba en nosotros el envejecimiento,<br />
la consideración<br />
del tiempo, el afrontamiento del<br />
dolor, la exclusión social, cobran<br />
una crudeza y una crueldad especiales.<br />
Pensar en la muerte es<br />
un privilegio, un extraño privilegio,<br />
del hombre que envejece.<br />
Lo mismo que el joven no puede<br />
pensar en el mundo, tampoco<br />
puede pensar en la muerte,<br />
aunque hable de ella. Y no puede<br />
por las mismas razones: ni la<br />
muerte ni el mundo le conciernen.<br />
Le falta distancia crítica:<br />
uno lo tiene demasiado cerca y<br />
la otra la tiene demasiado lejos<br />
para preocuparse por ellos. Al<br />
viejo, en cambio, sí le concierne<br />
la muerte, sí se siente concernido<br />
por ella, y por mucho que la<br />
2 Vladímir Jankélévitch: op. cit.<br />
piense no la comprende, no<br />
puede comprenderla porque no<br />
hay nada que comprender en la<br />
muerte, como tampoco comprende<br />
ya el mundo, un mundo<br />
que se nos ha regalado sin que lo<br />
hubiéramos pedido, y que ahora,<br />
cuando nos habíamos acostumbrado<br />
a él, se nos exige que<br />
lo devolvamos 2 . n<br />
Manuel Arranz es traductor y autor<br />
de Con las palabras.<br />
62 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
Hace un siglo, Key West era<br />
un pequeño pueblo de tabaqueros<br />
cubanos. En<br />
aquella colonia de pobres emigrantes,<br />
José Martí estableció<br />
una de las delegaciones del Partido<br />
Revolucionario Cubano, la<br />
institución que organizó y financió<br />
la última guerra por la<br />
independencia de Cuba, entre<br />
1895 y 1898. Antes del 20 de<br />
mayo de 1902, día en que finalizó<br />
la ocupación militar de la<br />
isla por Estados Unidos y se<br />
inauguró la primera República<br />
cubana, cientos de emigrantes<br />
de Key West ya habían regresado<br />
a su patria. Hoy, Cayo Hueso<br />
–como le conocen los cubanos–<br />
es una ciudad mayoritariamente<br />
anglosajona, habitada por<br />
jóvenes liberales que peregrinan<br />
desde Boston, Nueva York y<br />
otras ciudades de la Costa Este<br />
hasta el punto más al sur de Estados<br />
Unidos. Quien camine<br />
por Duval St., la calle que tantas<br />
veces recorrió Martí, encontrará<br />
decenas de restaurantes, cafés,<br />
tiendas, discotecas y, por supuesto,<br />
el Sloppy Joe’s, la barra<br />
preferida de Ernest Hemingway.<br />
A mitad de camino, entre el<br />
puerto y la playa, verá el Museo<br />
San Carlos, un edificio neoclásico<br />
con el escudo nacional de<br />
Cuba en el frontispicio que, como<br />
un fantasma del pasado,<br />
guarda las reliquias de la inmigración<br />
cubana del siglo XIX.<br />
En este interregno anglosajón,<br />
a media distancia entre dos<br />
Cubas –la isla y Miami–, escribo<br />
cinco tesis sobre el centenario<br />
de la independencia de la última<br />
colonia española en América.<br />
Un centenario que será ignorado<br />
en La Habana y celebrado<br />
en Miami. Un hito nacional que<br />
no se transformó en ritual cívi-<br />
co, que no pudo fijarse en la<br />
precaria simbología del republicanismo<br />
cubano. Esa debilidad<br />
hace del centenario de nuestra<br />
independencia casi una ficción<br />
histórica que servirá, acaso, para<br />
pacificar un poco la memoria de<br />
esa isla.<br />
Mutaciones del nacionalismo<br />
Si los Estados nacionales tienen<br />
una fecha de nacimiento, el 20<br />
de mayo es el cumpleaños de<br />
Cuba. La incomodidad simbólica<br />
que los cubanos hemos sentido<br />
en relación con ese día durante<br />
todo un siglo ha provocado<br />
varios intentos de corrección<br />
bautismal por medio del desplazamiento<br />
de la fecha de fundación<br />
hacia otros hitos nacionales<br />
como el 10 de octubre de 1868,<br />
el 24 de febrero de 1895 o el 1<br />
de enero de 1959. Rara nación<br />
americana, Cuba no celebra el<br />
día de su independencia con<br />
una fiesta cívica.<br />
Dicha incomodidad está relacionada<br />
con el hecho de que la<br />
asunción presidencial de Tomás<br />
Estrada Palma, aquel mediodía<br />
de 1902, se produjo bajo los<br />
auspicios legales de la Enmienda<br />
Platt, agregada como apéndice a<br />
la Constitución de 1901. Esta<br />
anomalía, más la singularidad<br />
de que el primer Gobierno estuviera<br />
precedido por una ocupación<br />
militar de la isla y terminara<br />
solicitando, en 1906,<br />
otra intervención norteamericana,<br />
imprimió en la cultura cubana<br />
la sensación de que la independencia<br />
nacía incompleta.<br />
Era una sensación real, aunque<br />
proclive a magnificar los límites<br />
de la soberanía.<br />
En su temprana reacción<br />
contra el 20 de mayo, los actores<br />
políticos republicanos atri-<br />
HISTORIA<br />
CINCO TESIS SOBRE EL CENTENARIO<br />
DE LA INDEPENDENCIA DE CUBA<br />
RAFAEL ROJAS<br />
buyeron una excesiva responsabilidad<br />
a la variable norteamericana<br />
y olvidaron o subestimaron<br />
eventos tan palpables como<br />
el intenso cabildeo del<br />
Partido Revolucionario Cubano,<br />
la presidencia de la República<br />
en armas y el Estado Mayor<br />
del Ejército a favor de la intervención<br />
norteamericana o el<br />
largo debate y las tres cerradas<br />
votaciones de la Enmienda<br />
Platt en la Asamblea Constituyente<br />
de 1901. Esta percepción,<br />
síntoma imperial en el<br />
discurso nacionalista cubano,<br />
se volvió predominante en los<br />
años veinte y treinta dentro del<br />
amplio espectro de la revolución<br />
antimachadista.<br />
El proceso político que Cuba<br />
experimentó entre el triunfo de<br />
la revolución de 1933 y el establecimiento<br />
de la Constitución<br />
de 1940 estuvo determinado, en<br />
buena medida, por el rechazo<br />
inmoderado de los actores revolucionarios<br />
a una supuesta condición<br />
neocolonial de la República<br />
de 1901. Esto no sólo se<br />
evidenció en la abrogación de la<br />
Enmienda Platt en 1934, logro<br />
diplomático del primer Gobierno<br />
revolucionario, sino en el<br />
cambio de régimen constitucional<br />
que se produciría en 1940.<br />
Como prueban los debates en<br />
el Congreso Constituyente de<br />
1939, las principales innovaciones<br />
políticas que introdujo<br />
aquella legislatura (sufragio directo<br />
para todos los cargos públicos,<br />
tribunal de garantías<br />
constitucionales y sociales, semiparlamentarismo,introducción<br />
del cargo de primer ministro,<br />
facultad del Poder Legislativo<br />
para interpelar o impugnar<br />
el gabinete presidencial, amplio<br />
registro de derechos sociales en<br />
materias de familia, cultura, trabajo<br />
y educación…) se inspiraron<br />
en una crítica de la Constitución<br />
de 1901, la cual argumentaba<br />
que el perfil liberal clásico de<br />
aquella carta era obra de una<br />
mímesis extemporánea de la<br />
Constitución norteamericana<br />
de 1787.<br />
Como quería Martí, los constituyentes<br />
de 1940 siguieron la<br />
recomendación de Montesquieu<br />
de adaptar el canon doctrinal de<br />
la política moderna a las condiciones<br />
sociales del país histórico.<br />
El resultado fue una legislación<br />
desmesurada del orden civil que<br />
se inspiraba en una cultura jurídica<br />
nacionalista. Ya para entonces,<br />
el nacionalismo se había<br />
difundido en los discursos y las<br />
prácticas de casi todos los actores<br />
políticos. Pero en relación<br />
con Estados Unidos, ese nacionalismo<br />
de los años treinta, cuarenta<br />
y cincuenta no era, como<br />
diría Jorge Domínguez, adversarial.<br />
Es decir, se trataba de un<br />
nacionalismo cívico o revolucionario<br />
que reaccionaba contra<br />
la subordinación económica y<br />
política de Cuba a Estados Unidos<br />
sin cuestionar la hegemonía<br />
mundial norteamericana. Ese<br />
nacionalismo no adversarial de<br />
la segunda posguerra prevaleció<br />
dentro de las organizaciones que<br />
encabezaron la insurrección<br />
contra la dictadura de Fulgencio<br />
Batista.<br />
La mutación de ese nacionalismo<br />
en un antiimperialismo,<br />
ahora sí, adversarial, de corte<br />
marxista-leninista, no fue demanda<br />
de ningún programa revolucionario<br />
antes de 1959 (ni<br />
siquiera del comunismo precastrista),<br />
sino una elección racional<br />
de las nuevas élites del poder<br />
en algún momento de 1960. El<br />
64 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
desenlace de aquel pacto fue la<br />
instrumentación de la isla como<br />
aliado del bloque soviético en la<br />
guerra fría. Durante 30 años<br />
la política nacional e internacional<br />
de Cuba se basó en la certeza<br />
de que la sociedad cubana debía<br />
consolidarse como un enclave<br />
comunista en el Caribe, el<br />
cual prestaría valiosos servicios<br />
en la lucha ideológica, política y<br />
militar contra el capitalismo<br />
mundial.<br />
La descomposición de la<br />
URSS en 1992, último acto del<br />
declive comunista, despojó a<br />
Cuba de su rol en la guerra fría.<br />
Ese mismo año la isla vivió su<br />
último reajuste constitucional<br />
del siglo XX, el cual insinuaría<br />
un cambio sutil aunque decisivo.<br />
La política interna se abocó<br />
a la subsistencia de un socialismo<br />
nacional, cuyo adjetivo más<br />
al uso en la jerga oficial es todo<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
un oxímoron (“socialismo diferente”),<br />
refractario al legado soviético<br />
y capaz de asimilar prácticas<br />
capitalistas. La política exterior,<br />
por su lado, suprimió su<br />
importante dimensión de amenaza<br />
militar, aunque en los noventa<br />
encontró nuevas formas<br />
de impugnación de la hegemonía<br />
norteamericana por medio<br />
de curiosas alianzas con el fundamentalismo<br />
islámico, los movimientos<br />
antiglobalización y la<br />
Venezuela de Chávez.<br />
Diez años después del reacomodo<br />
constitucional de 1992,<br />
el objetivo –bastante ambicioso<br />
por cierto– del Gobierno cubano<br />
parece ser el mismo: integrarse<br />
al mercado mundial sin<br />
realizar cambios estructurales en<br />
la economía ni conceder derechos<br />
políticos a la ciudadanía;<br />
lograr el levantamiento del embargo<br />
norteamericano sin facili-<br />
tar una transición a la democracia;<br />
alcanzar la derogación de la<br />
Ley de Ajuste Cubano sin flexibilizar<br />
su rígido control migratorio;<br />
en suma, ser socio comercial<br />
y colaborador de Estados<br />
Unidos en materias de narcotráfico,<br />
terrorismo y migración y, a<br />
la vez, consolidarse como una<br />
pequeña gran nación, campeona<br />
en la lucha política, ideológica y<br />
diplomática contra el imperialismo<br />
yanqui.<br />
Culpabilidad y plattismo<br />
Por alguna tara paulina que nos<br />
llega de la contrarreforma, acostumbramos<br />
a clasificar a los sujetos<br />
del pasado en víctimas y<br />
culpables. Esta manía es frecuente<br />
en aquellas naciones que,<br />
como Cuba, son dadas a la narrativa<br />
trágica de su historia. La<br />
historiografía y la memoria cubanas<br />
del siglo XX, en contraste<br />
Castro, Martí y Batista<br />
con la experiencia popular de la<br />
cultura, han sido trágicas. Casi<br />
todos nuestros historiadores<br />
(Ramiro Guerra, Emeterio Santovenia,<br />
Herminio Portell Vilá,<br />
Leví Marrero, Julio Le Riverend…)<br />
y pensadores (Enrique<br />
José Varona, Fernando Ortiz,<br />
Jorge Mañach, José Lezama Lima,<br />
Cintio Vitier…) han presentado<br />
al cubano como un<br />
pueblo que sufre las calamidades<br />
del destino. Esa narrativa trágica<br />
de la historia tiene dos variantes<br />
paralelas en la mentalidad de los<br />
actores políticos. La de quienes<br />
culpan a Estados Unidos de todos<br />
los males de Cuba y la de<br />
aquellos que encuentran la culpabilidad<br />
en los vicios del cubano.<br />
Ambos relatos conllevan un<br />
tipo específico de plattismo. Los<br />
primeros son, por lo general,<br />
plattistas intelectuales. Los segundos<br />
han llegado, incluso, al<br />
65
CINCO TESIS SOBRE EL CENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DE CUBA<br />
plattismo político. Fidel Castro<br />
es un plattista del primer tipo.<br />
Jorge Mas Canosa, un plattista<br />
del segundo tipo.<br />
¿Qué es el plattismo? Este síntoma<br />
de la cultura política cubana<br />
tuvo su origen en una famosa<br />
enmienda presentada en<br />
1901 al Congreso de Estados<br />
Unidos por el senador de Connecticut,<br />
Orville Hitchcock<br />
Platt, que establecía el derecho<br />
de intervención del Ejército y la<br />
Armada norteamericanos en<br />
la isla de Cuba. Luego de un largo<br />
proceso de debate y tres reñidas<br />
votaciones, el primer Congreso<br />
cubano incorporó dicha<br />
enmienda como apéndice a la<br />
Constitución liberal de 1901.<br />
Desde las primeras décadas poscoloniales,<br />
la opinión pública de<br />
la isla reprobó la Enmienda<br />
Platt. A fines de los años veinte,<br />
casi todas las fuerzas políticas<br />
que se oponían a la dictadura de<br />
Gerardo Machado incluyeron<br />
en sus programas la abrogación<br />
de aquel apéndice constitucional,<br />
que atribuía a Washington<br />
la autoridad sobre las relaciones<br />
internacionales cubanas. El decreto<br />
fue derogado finalmente<br />
en 1934, cuando Cuba era gobernada<br />
por un gabinete nacionalista<br />
y en Estados Unidos se<br />
estrenaba la primera Administración<br />
de Franklin Delano Roosevelt.<br />
Sin embargo, ya para entonces<br />
el plattismo se había arraigado<br />
no sólo en las relaciones entre<br />
Cuba y Estados Unidos, sino<br />
en la mentalidad de los actores<br />
políticos de la isla. Hubo políticos<br />
autoritarios, como Gerardo<br />
Machado y Fulgencio Batista,<br />
que desarmaban a sus opositores<br />
con el pretexto de que, en caso<br />
de guerra civil, Estados Unidos<br />
intervendría. Pero también hubo<br />
presidentes como Tomás Estrada<br />
Palma, en 1906, y Mario<br />
García Menocal, en 1917, que<br />
solicitaron intervenciones norteamericanas<br />
antes de agotar posibilidades<br />
de solución a sus<br />
conflictos electorales en la esfera<br />
doméstica.<br />
Intentemos un concepto amplio:<br />
plattismo implica lograr fines<br />
en la política cubana con<br />
medios norteamericanos. Si esto<br />
es así, en la historia de Cuba hubo<br />
plattismo antes del establecimiento<br />
de la Enmienda Platt<br />
(por ejemplo, el cabildeo de<br />
anexionistas y separatistas en<br />
Nueva York y Washington a fines<br />
del siglo XIX); y no sólo fue<br />
plattista Jorge Mas Canosa, sino<br />
que también lo ha sido, de<br />
una manera sofisticada, el propio<br />
Fidel Castro. Al igual que<br />
Machado y Batista, este político<br />
llegó al poder gracias, entre otras<br />
cosas, al apoyo de Estados Unidos,<br />
potencia que impuso un<br />
embargo de armas a la dictadura<br />
que él combatía. Pero, a diferencia<br />
de sus predecesores, Castro<br />
se ha mantenido en el poder<br />
durante 43 años con el argumento<br />
de que en Cuba no puede<br />
haber libertades públicas porque,<br />
de haberlas, Estados Unidos<br />
las aprovecharía para crear<br />
un nuevo Gobierno que cumplirá<br />
la ficción de anexar la isla a<br />
su territorio.<br />
Al final, el plattismo logra un<br />
rendimiento múltiple en la política<br />
cubana. Quienes han pensado<br />
o piensan que el pueblo cubano<br />
es ingobernable, que entre<br />
cubanos son imposibles las<br />
transacciones y los pactos, el<br />
acuerdo y la convivencia, y que<br />
la única vía para producir política<br />
entre sujetos tan crispados<br />
es Washington, han sido y son<br />
plattistas. Quienes han pensado<br />
o piensan que Estados Unidos es<br />
el causante de todas las miserias<br />
cubanas y que el único modo de<br />
sobrevivir en esa perversa vecindad<br />
es la confrontación también<br />
han sido y son plattistas.<br />
Poéticas nihilistas<br />
El lapso histórico que conocemos<br />
como La República (1902-<br />
1959) produjo –qué duda cabe–<br />
lo mejor de la cultura cubana<br />
moderna. En narrativa: Miguel<br />
de Carrión, Carlos Loveira, Enrique<br />
Labrador Ruiz, Lino Novás<br />
Calvo, Carlos Montenegro,<br />
Alejo Carpentier, José Lezama<br />
Lima, Virgilio Piñera, Guillermo<br />
Cabrera Infante… En poesía:<br />
Regino Boti, José Manuel<br />
Poveda, Eugenio Florit, Emilio<br />
Ballagas, Nicolás Guillén, Gas-<br />
tón Baquero, Dulce María Loynaz,<br />
Eliseo Diego, José Lezama<br />
Lima, Fina García Marruz… En<br />
ensayo: Enrique José Varona,<br />
Ramiro Guerra, Fernando Ortiz,<br />
Lydia Cabrera, Jorge Mañach,<br />
José Lezama Lima, Cintio<br />
Vitier… En pintura: Víctor Manuel,<br />
Carlos Enríquez, Amelia<br />
Peláez, Wifredo Lam, Fidelio<br />
Ponce, Eduardo Abela, Mariano<br />
Rodríguez, René Portocarrero…<br />
En música: los Matamoros, Sindo<br />
Garay, Manuel Corona, Alejandro<br />
García Caturla, Amadeo<br />
Roldán, Ernesto Lecuona,<br />
Benny Moré, Julián Orbón, Aurelio<br />
de la Vega…<br />
El esplendor de esta modernidad<br />
resulta enigmático frente<br />
al lamentable escenario de la política<br />
republicana. Este desencuentro<br />
entre cultura y política<br />
en el campo intelectual cubano<br />
facilitó la emergencia de poéticas<br />
nihilistas que rechazaban<br />
las intervenciones cívicas y preferían<br />
las jeremiadas de una aristocracia<br />
espiritual. Salvo raras<br />
excepciones, los mayores esfuerzos<br />
por crear ciudades letradas<br />
autónomas, con vocación de estilo,<br />
abusaron del testimonio de<br />
la frustración política. Tal vez<br />
ese desencuentro estuvo motivado<br />
por el hecho de que entre<br />
los intelectuales y artistas predominaba<br />
una imagen europea<br />
de la nación, asociada a un espíritu<br />
de alta cultura, mientras<br />
que la política intentaba construir<br />
un orden republicano de<br />
raíz americana sobre una ciudadanía<br />
multicultural. Lo cierto es<br />
que la revolución, tras un breve<br />
lapso de entusiasmo creador, liberó<br />
aquella tensión por medio<br />
del cierre del espacio público y<br />
la subordinación del intelectual<br />
al poder.<br />
Del fetichismo constitucional<br />
Durante los últimos 100 años,<br />
Cuba ha experimentado cuatro<br />
repúblicas constitucionales: la<br />
de 1901, la de 1940, la de 1976<br />
y la de 1992. La primera fue un<br />
régimen liberal y presidencialista;<br />
la segunda, una democracia<br />
semiparlamentaria y populista;<br />
la tercera, un régimen totalitario<br />
comunista; y la cuarta, aún vi-<br />
gente, uno postotalitario, con<br />
rasgos sultanísticos, autodenominado<br />
socialista. Las dos primeras<br />
fueron acuerdos políticos<br />
posrevolucionarios. Las dos últimas,<br />
en cambio, fueron normalizaciones<br />
jurídicas de un régimen<br />
institucionalmente consolidado.<br />
Como veremos, esta<br />
diferencia determina la disímil<br />
relación entre el funcionamiento<br />
de jure y de facto de aquellas<br />
cuatro repúblicas.<br />
La discontinuidad en la historia<br />
constitucional cubana parece<br />
evidente. Sin embargo, pocas<br />
veces se repara en el hecho<br />
de que las rupturas responden a<br />
aprendizajes y correcciones que<br />
intercambian unos textos constitucionales<br />
con los otros. Por<br />
ejemplo, la ampliación del sufragio<br />
y el ensanchamiento del<br />
sistema de partidos en el título<br />
VII o el semiparlamentarismo<br />
en el título XIII de la Constitución<br />
de 1940 respondieron al<br />
deseo de los actores de contener<br />
jurídicamente las tentaciones<br />
oligárquicas y caudillistas de la<br />
primera República. De igual<br />
modo, el reforzamiento del<br />
principio plebiscitario y del<br />
Consejo de Ministros, ya previsto<br />
en los artículos 41 y 42 de<br />
la Ley Fundamental de 1959 y<br />
ratificado por la Constitución<br />
de 1976, buscó contraponer a<br />
los rasgos representativos y democráticos<br />
del 40 las premisas<br />
participativas y ejecutivistas del<br />
modelo soviético.<br />
A nivel doctrinal, los tres<br />
cortes más significativos de la<br />
historia constitucional cubana<br />
son los que marcan el liberalismo<br />
de 1901, la democracia de<br />
1940 y el comunismo de 1976.<br />
No obstante, existe una línea<br />
de continuidad entre estos tres<br />
momentos que está relacionada<br />
con el principio republicano.<br />
Todas las constituciones cubanas<br />
han sido republicanas en el<br />
sentido que dan al republicanismo<br />
autores como Quentin<br />
Skinner o Philip Pettit, ya que<br />
balancean la lógica representativa<br />
con la lógica participativa<br />
por medio de un énfasis en los<br />
derechos y obligaciones del ciudadano.<br />
66 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
La inscripción de un modelo<br />
cívico en el cual una ciudadanía<br />
virtuosa y homogénea, que disuelve<br />
sus identidades étnicas,<br />
religiosas y sexuales, presta servicios<br />
a la patria aparece tímidamente<br />
en los artículos 9, 11 y<br />
28 de la Constitución de 1901.<br />
El republicanismo de 1940 es<br />
mucho más evidente, ya que especifica<br />
en su artículo 102 la<br />
imposibilidad de formación de<br />
agrupaciones políticas de raza,<br />
sexo y clase, y enfatiza, en la sección<br />
de derechos culturales, la<br />
importancia de una educación<br />
cívica ejercida por maestros cubanos<br />
de nacimiento. Pero si el<br />
republicanismo de 1901 es tímido<br />
y el de 1940 evidente, el<br />
de 1976 será apoteósico. El ciudadano<br />
comunista tiene más deberes<br />
que derechos, y estos últimos<br />
se ejercen únicamente dentro<br />
de instituciones estatales que<br />
difunden la ideología marxistaleninista<br />
y aseguran una solidaridad<br />
controlada por el Partido<br />
Comunista.<br />
De modo que si en la historia<br />
constitucional cubana el liberalismo<br />
decrece de 1901 en adelante<br />
y la democracia crece hasta<br />
1940, para luego caer hasta<br />
su punto más bajo en 1976, el<br />
republicanismo siempre asciende.<br />
Sólo en 1992 se produjo una<br />
inflexión en este crescendo republicano<br />
al abandonar el Estado<br />
su identidad doctrinal marxista-leninista.<br />
Hoy, el régimen<br />
de la isla no es ideológico, a la<br />
usanza del modelo totalitario, lo<br />
cual implica una retirada o, al<br />
menos, un debilitamiento del<br />
republicanismo comunista que<br />
podría funcionar como plataforma<br />
para introducir principios<br />
liberales y democráticos. Sin<br />
embargo, un abandono total de<br />
la tradición republicana podría<br />
ser muy peligroso en una posible<br />
transición, ya que desaprovecharía<br />
el capital simbólico del<br />
nacionalismo y produciría sujetos<br />
apáticos y despolitizados.<br />
Aunque parezca paradójico,<br />
las constituciones de 1976 y<br />
1992 tienen una ventaja fundamental<br />
sobre las de 1901 y<br />
1940. Estas últimas fueron pactos<br />
legales, transacciones jurídi-<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
cas entre los actores revolucionarios<br />
de 1895 y 1933. De ahí<br />
que ambos textos emergieran<br />
con un alto grado de idealización,<br />
en el que la letra y el espíritu<br />
de las leyes estaban muy<br />
lejos de los ciudadanos que debían<br />
cumplirlas y respetarlas.<br />
En cambio, las constituciones<br />
de 1976 y 1992 son adaptaciones<br />
jurídicas de un régimen político<br />
cuyos actores ya han desarrollado<br />
la pragmática legal<br />
avant la lettre. Esto produce, a<br />
mi juicio, una interesante coyuntura<br />
que podría aprovecharse<br />
en la transición: en la Cuba<br />
revolucionaria, aunque no exista<br />
un Estado de derecho, las leyes<br />
se cumplen más que en la<br />
Cuba republicana, o, mejor dicho,<br />
el régimen se parece más a<br />
su Constitución.<br />
Las constituciones republicanas<br />
padecían de aquello que<br />
Benjamin Constant llamó “fetichismo<br />
constitucional”; es decir,<br />
suponían que la república de<br />
jure crearía la república de facto.<br />
Las constituciones revolucionarias,<br />
en cambio, han sido más<br />
realistas, ya que han codificado<br />
legalmente las prácticas políticas<br />
del régimen. Éste es uno de<br />
los argumentos más fuertes para<br />
recomendar que la transición a<br />
la democracia no parta de la readaptación<br />
de alguna de las<br />
constituciones republicanas o de<br />
un nuevo congreso constituyente<br />
sino de la actual Constitución<br />
de 1992, que ofrece muchas vías<br />
hacia un cambio de régimen.<br />
El otro es que los actores posibles<br />
de la transición –incluida<br />
la disidencia– han aprendido a<br />
actuar dentro de los márgenes<br />
de ese código legal.<br />
Política de la memoria<br />
La generación que protagonizará<br />
el cambio de régimen en Cuba<br />
en algún momento de las primeras<br />
décadas del siglo XXI tendrá<br />
una educación cívica más<br />
deficiente que la generación que<br />
encabezó el movimiento revolucionario<br />
de 1959. Sabrá menos<br />
de historia y geografía cubanas,<br />
desconocerá muchas efemérides<br />
patrióticas, no se emocionará<br />
tanto al escuchar el himno de<br />
Bayamo ni al ver ondularse la<br />
bandera de la estrella solitaria o<br />
al contemplar la fijeza del escudo<br />
nacional; tampoco venerará a<br />
sus héroes, ni a Maceo, Gómez<br />
y Martí, ni a Fidel, Camilo y el<br />
Che. Será, en suma, una generación<br />
desencantada, menos cívica,<br />
menos emotiva, más secular<br />
e iconoclasta, como corresponde<br />
a una era transnacional,<br />
regida por los intensos flujos de<br />
la globalización.<br />
Aunque parezca inquietante,<br />
esta ausencia de religiosidad civil<br />
puede tener sus ventajas. Los revolucionarios<br />
de 1959 fueron<br />
sujetos producidos por la educación<br />
cívica republicana. Como<br />
narra Fidel Castro en La historia<br />
me absolverá (un texto que<br />
hoy muchos jóvenes de la isla<br />
leen en clave disidente), a esa<br />
generación le enseñaron a adorar<br />
a los héroes de la independencia,<br />
a despreciar la intervención<br />
norteamericana de 1898 y<br />
la Enmienda Platt y a identificar<br />
la política republicana con una<br />
farsa escenificada por élites autoritarias,<br />
corruptas y cobardes.<br />
Por eso, aquellos jóvenes, que<br />
crecieron leyendo a Ramiro<br />
Guerra, a Emilio Roig, a Herminio<br />
Portell Vilá, a Emeterio<br />
Santovenia y a Jorge Mañach,<br />
cuando llegaron al poder impusieron<br />
un relato de la historia de<br />
Cuba en el que el tiempo se interrumpía<br />
en 1898, saltaba los<br />
50 años del lapso republicano y<br />
aterrizaba triunfalmente el 1 de<br />
enero de 1959: todo un hito<br />
que encarnaba la verdadera consumación<br />
de la independencia<br />
y el renacimiento nacional de la<br />
isla.<br />
En cambio, si en la futura<br />
transición la cultura cubana experimenta<br />
una suficiente libertad<br />
intelectual, la educación cívica<br />
del nuevo régimen podría<br />
surgir de un consenso entre la<br />
memoria de los diferentes actores.<br />
El vacío simbólico de las élites<br />
políticas sería llenado con<br />
una narrativa plural y serena de<br />
la historia de Cuba, en la que<br />
todos los sujetos del pasado ocupen<br />
su lugar en la memoria. Sólo<br />
así se evitaría que la reivindicación<br />
de la República no im-<br />
plique el olvido o la expulsión<br />
de la experiencia revolucionaria<br />
del patrimonio simbólico de los<br />
cubanos. Con una inteligente<br />
política de la memoria, que no<br />
sea nihilista ni acrítica, los demócratas<br />
cubanos del siglo XXI<br />
podrían reconocerse en el legado<br />
de los siglos XIX y XX, de la República<br />
y la revolución, de España<br />
y África, de Estados Unidos<br />
y la Unión Soviética, y acabar<br />
de una vez y por todas con<br />
la maldita manía de legitimar el<br />
poder con tergiversaciones del<br />
pasado.n<br />
Key West, enero de 2002<br />
RAFAEL ROJAS<br />
Rafael Rojas es doctor en Historia por<br />
el Colegio de México y miembro del<br />
consejo de redacción de la revista Encuentro.<br />
Autor de José Martí: la invención<br />
de Cuba.<br />
67
l siglo XVII fue uno de los<br />
más terribles que padeció el<br />
continente europeo, y esto<br />
se puede afirmar incluso con la<br />
visión que se tiene de la historia<br />
del siglo XX. El siglo XVII fue desolador<br />
no sólo por sufrir una<br />
de las peores guerras de la historia<br />
europea, la de los Treinta<br />
Años, sino porque todo él estuvo<br />
cruzado de conflictos en los<br />
que pocos Estados europeos se<br />
abstuvieron de participar. Y es<br />
que todos los factores que podían<br />
llevar a la guerra a las naciones<br />
europeas se pusieron en<br />
juego a la vez: religión, comercio,<br />
disputas dinásticas y problemas<br />
políticos. Europa luchaba<br />
contra los turcos y contra sí<br />
misma, dando como resultado<br />
el agotamiento de casi todas las<br />
potencias europeas, con la excepción<br />
de Francia e Inglaterra.<br />
Además, las inquisiciones,<br />
tanto católica como protestante,<br />
tuvieron una amplia actividad a<br />
lo largo de todo el siglo realizando<br />
persecuciones de forma continuada<br />
y sistemática. Así, no<br />
creo exagerado afirmar que la<br />
mayor parte de Europa termina<br />
el siglo estancada económica y<br />
demográficamente1 E<br />
, aunque con<br />
diferencias entre países. En el siglo<br />
XVII, una de las pocas convicciones<br />
políticas que parecen<br />
compartirse es que ninguna nación<br />
puede dominar de forma<br />
absoluta sobre las demás. Existe<br />
la convicción de que la paz tiene<br />
que venir del equilibrio de fuerzas<br />
general; unas naciones pue-<br />
1 E. Fernández de Pinedo afirma en su<br />
artículo Demografía y vida económica (en<br />
el siglo XVII) que Europa pasó de 104,7<br />
millones de habitantes en el 1600 a 115,3<br />
a principios del siglo XVIII (Gran Historia<br />
Universal Nájera, volumen XI, pág. 379).<br />
den ascender y otras hundirse,<br />
pero el juego de fuerzas no debía,<br />
no podía, alterarse dramáticamente.<br />
En el siglo XVII, cuando<br />
estalla el conflicto, todos están<br />
interesados en ir a desactivarlo.<br />
En el siglo ilustrado una nueva<br />
concepción de la riqueza de<br />
las naciones ayuda a conseguir<br />
un equilibrio menos agresivo: ya<br />
no es el Mercantilismo con su<br />
obsesión por conseguir metales<br />
preciosos a cualquier precio, incluida<br />
la piratería, sino la fisiocracia<br />
(“el poder de la naturaleza”),<br />
pariente cercana del liberalismo,<br />
que considera que la<br />
libertad de comercio y el trabajo<br />
sobre tierra y minas aportan a<br />
un Estado todo lo que éste necesita<br />
para su prosperidad, siempre<br />
y cuando respete la propiedad<br />
privada. Por tanto, en el siglo<br />
XVIII, Inglaterra, Francia y<br />
Holanda ya no intentan arrebatar<br />
colonias y metales preciosos<br />
a quienes las tienen, sino hacerse<br />
con un imperio allí donde<br />
quedan tierras libres para la colonización<br />
y explotación. Con<br />
lo cual desaparece una de las<br />
principales fuentes de tensiones.<br />
El crecimiento demográfico que<br />
resulta de la paz, el comercio y la<br />
ausencia de epidemias ayuda a<br />
la colonización de los nuevos territorios.<br />
En el plano intelectual la consecuencia<br />
positiva que tuvo la<br />
guerra de los Treinta Años fue<br />
la búsqueda de fórmulas de convivencia<br />
basadas en lo común a<br />
todos los seres humanos, la razón,<br />
en lugar de intentar extender<br />
a cualquier precio unas creencias<br />
concretas. La solución debía ser<br />
algo más compleja que simplemente<br />
propugnar la libertad religiosa,<br />
porque al final de la guerra<br />
se habían enfrentado naciones ca-<br />
ENSAYO<br />
LA ILUSTRADA LUCHA POR LOS<br />
DERECHOS HOMOSEXUALES<br />
F. JAVIER UGARTE PÉREZ<br />
tólicas, lo que evidenciaba que no<br />
se trataba sólo de un conflicto religioso.<br />
Había que buscar bases<br />
que hicieran posible un acuerdo<br />
estable, justo, y que proporcionara<br />
caminos para llegar a entendimiento<br />
en caso de conflicto.<br />
Newton, desarrollando el método<br />
científico, proporcionó una<br />
fuente segura de conocimiento<br />
que, a través de la Ilustración inglesa,<br />
se extendió por todo el<br />
continente. Newton había conseguido<br />
reducir a una fórmula<br />
simple el conjunto de fenómenos<br />
observados en el universo.<br />
Afirmaba que los demás, incluyendo<br />
al ser humano, debían reducirse<br />
también a principios<br />
simples y universales, todo ello<br />
a partir de la observación y no a<br />
través de la especulación 2 . Si la<br />
razón puede descubrir las complejas<br />
relaciones del universo,<br />
también podría ayudar a comprender<br />
los asuntos humanos 3 .<br />
Las ideas de la revolución gloriosa<br />
inglesa también fueron la<br />
base de las ideas políticas dieciochescas.<br />
Su sistematización la<br />
realizó Montesquieu poniendo el<br />
énfasis en la separación de poderes<br />
como el camino más adecuado<br />
para evitar el despotismo. Se<br />
debía ser muy cuidadoso con las<br />
leyes que se promulgaban porque<br />
acaban formando el carácter de<br />
las generaciones futuras. Rousseau,<br />
en el Discurso sobre el origen<br />
de la desigualdad, afirma que toda<br />
desigualdad política y moral es<br />
consecuencia del derecho de propiedad<br />
que ha convertido al<br />
“buen salvaje” en el “salvaje civi-<br />
2 La famosa “hypotheses non fingo”<br />
de Newton.<br />
3 Cassirer, Ernst (1943): Filosofía de la<br />
Ilustración. Fondo de Cultura Económica.<br />
México.<br />
lizado” desapareciendo la igualdad<br />
natural y convirtiéndose la<br />
libertad original en esclavitud. Pero<br />
el “progresismo” de este autor<br />
es rechazado por sus contemporáneos<br />
como excesivo, y acaba rompiendo<br />
sus relaciones con todos<br />
ellos: Voltaire, Diderot, Hume.<br />
Sus ideales políticos, sin embargo,<br />
se reflejaron en la declaraciones<br />
de derechos americana y francesa.<br />
Rousseau llevó a los ilustrados a<br />
las últimas conclusiones de los<br />
principios políticos compartidos.<br />
En materia de religión la<br />
coincidencia fue mucho mayor;<br />
existió unanimidad en el rechazo<br />
de las iglesias, especialmente<br />
de la católica. Todos coinciden<br />
en que la moral religiosa o revelada<br />
debe ser sustituida por la<br />
natural. Se piensa que la naturaleza<br />
es buena, no ha sido corrompida<br />
por el pecado y todo<br />
ser humano está capacitado para<br />
practicar la virtud sin ayuda<br />
de fuerzas sobrenaturales o personas<br />
especialmente capacitadas<br />
para ello. El mundo grecorromano<br />
sirve de modelo, pero de<br />
una forma menos estética a como<br />
lo había hecho en el Renacimiento.<br />
A su vez, la idea de<br />
naturaleza fue convertida en criterio<br />
regulador del orden natural<br />
y, sobre todo, social. Si todo es<br />
naturaleza, entonces también lo<br />
es el ser humano y la sociedad,<br />
así que no habría que temer las<br />
consecuencias de analizar de forma<br />
natural este otro universo.<br />
El más importante proyecto<br />
divulgativo y editorial fue la Enciclopedia<br />
4 . Fue, junto a la nue-<br />
4 Su título completo es Encyclopédie<br />
ou Dictionnaire raisonné des sciences, des<br />
arts et des métiers (Enciclopedia o diccionario<br />
razonado de las ciencias, las artes y los<br />
oficios).<br />
68 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
va visión de la historia y su estudio,<br />
lo que le dio la mayor coherencia<br />
y lo que caracterizó a la<br />
Ilustración francesa. Fue sobre<br />
todo en forma de enciclopedismo<br />
como las ideas ilustradas llegaron<br />
a Italia y España; de ahí la<br />
enorme influencia de la cultura<br />
francesa en estos países y el relativo<br />
desconocimiento de la Ilustración<br />
británica. La Enciclopedia<br />
recogió colaboraciones de<br />
Mably, Rousseau, Helvetius,<br />
Holbach y, sobre todo, D´Alambert<br />
y Diderot. Y es que los ilustrados<br />
parecen asumir un proyecto<br />
generacional común, bien<br />
que las relaciones personales entre<br />
ellos no fuese siempre excelentes:<br />
sacar a Europa de la edad<br />
de las tinieblas y llevarla a la<br />
Edad de las Luces 5 .<br />
La Ilustración como proyecto<br />
cultural y social<br />
El proyecto ilustrado es sorprendente<br />
por varios motivos: la coincidencia<br />
en el diagnóstico y la solución<br />
a los males son similares,<br />
de Edimburgo a Köningsberg pasando<br />
por París. Además se enfrentaban<br />
a los problemas con el<br />
solo apoyo de la razón, es decir,<br />
sin el auxilio de la ciencia, la técnica<br />
y el dinero, instrumentos sin<br />
los cuales ninguna iniciativa actualmente<br />
parecería sensata ni capaz<br />
de éxito; sólo por carecer de<br />
estos medios el proyecto resulta<br />
admirable. También consiguie-<br />
5 La luz es el símbolo de la inteligencia<br />
y la bondad. A lo largo de todo el siglo encontramos<br />
la metáfora de la luz para el conocimiento,<br />
en paralelo a la importancia<br />
del sentido de la vista para el mismo conocimiento,<br />
en particular la luz pura de la<br />
mañana. La variación en la cantidad de<br />
luz es la causa de los errores porque el exceso<br />
de luz ciega ojo y mente, y causa también<br />
de los prejuicios por “falta de luces”.<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
ron inclinar a su favor a varios<br />
monarcas europeos; incluso alguno<br />
llegó a presumir de ilustrado,<br />
como Federico II de Prusia. Durante<br />
gran parte del siglo XVIII sus<br />
objetivos consistieron en la supresión<br />
de formas de violencia<br />
heredada, tradicional y que no<br />
desafiaban las formas oficiales del<br />
poder. Por ese acomodo en la política<br />
oficial o estatal encontraron<br />
el apoyo de numerosos monarcas.<br />
El objetivo ilustrado era la<br />
supresión de la Inquisición, la intolerancia<br />
religiosa, la caza de<br />
brujas, la superstición y el fanatismo<br />
popular, etcétera. Tenían<br />
por enemigo todo lo que de “medieval”<br />
podían encontrar en las<br />
sociedades en las que vivían.<br />
Sus críticos contemporáneos<br />
pueden argumentar que el favor<br />
de los monarcas lo consiguieron<br />
porque apoyaban la causa real<br />
frente a la religiosa y porque su<br />
lucha contra la superstición, la<br />
irracionalidad y el fanatismo sirvieron<br />
para depurar los instrumentos<br />
de dominación, dando<br />
lugar incluso al nacimiento de<br />
nuevas ciencias que se utilizaron<br />
para el control social, como la Psicología<br />
o la Aritmética Política<br />
(Estadística). Todo ello para beneficio<br />
de la burguesía ascendente<br />
6 . Pero hacer responsable a los<br />
ilustrados de los horrores del siglo<br />
XX es una tarea intelectualmente<br />
muy arriesgada, difícil; no se ve la<br />
forma en que se pueden establecer<br />
relaciones de causa-efecto entre<br />
este proyecto y las experiencias<br />
más dramáticas del siglo recién<br />
terminado. Entre otras cosas por-<br />
6 Éstas son el tipo de críticas que podemos<br />
encontrar en uno de los libros que,<br />
incomprensiblemente, más éxito tuvo en<br />
el pasado siglo, La dialéctica de la Ilustración,<br />
de Horkheimer y Adorno.<br />
que quienes fueron los responsables<br />
de estos horrores no eran precisamente<br />
admiradores ni continuadores<br />
de la Ilustración.<br />
Siguiendo con la argumentación<br />
anterior debo recordar<br />
que, por sorprendente que pueda<br />
resultar, la Ilustración no se<br />
caracterizó por desafiar el poder<br />
político constituido porque su<br />
único desafío político de envergadura<br />
fue el que realizó a<br />
la Iglesia católica 7 . Por eso, que<br />
la Ilustración como fenómeno<br />
histórico tuviera influencia, y<br />
mucha, en la Revolución Francesa<br />
no debe hacer pensar que<br />
ellos mismos fuesen revolucionarios.<br />
Cuando se habla de<br />
Ilustración como proyecto cultural<br />
no se debe pensar en la<br />
revolución como su vocación<br />
política, sino en la reforma. Los<br />
ilustrados fueron reformadores,<br />
así como lo son quienes se consideran<br />
sus continuadores; la<br />
revolución, al menos en los últimos<br />
150 años, ha sido fundamentalmente<br />
la apuesta del<br />
marxismo. Confundir esto es<br />
ser injusto con ilustrados y<br />
marxistas (y anarquistas) al<br />
mismo tiempo. Como ejemplo<br />
puedo señalar que cuando los<br />
ilustrados analizaron el fenómeno<br />
de la riqueza su objetivo<br />
no era exactamente cómo repartirla<br />
mejor sino cómo hacerla<br />
crecer, cómo hacer más<br />
próspera la economía nacional.<br />
Se formó, sobre todo en Escocia,<br />
un clima de preocupación<br />
sobre el tema que, aunque culminó<br />
en la famosa obra de<br />
7 La excepción, ya señalada, fue el<br />
Rousseau del Discurso sobre el origen de la<br />
desigualdad, pero no así el de El contrato<br />
social, mucho más en la línea de Locke o<br />
Montesquieu.<br />
Adam Smith, tuvo como precursores<br />
a Locke y a Hume 8 .<br />
Tanto el proyecto histórico como<br />
el cultural coincidirían en<br />
buscar la reforma social y moral<br />
para que cada ser humano alcance<br />
su mayoría de edad 9 . Porque el<br />
enemigo más peligroso no es la<br />
duda sino el dogma, no la simple<br />
ignorancia sino el prejuicio que<br />
trata de imponerse como verdad<br />
10 . Kant es el mejor representante<br />
de esta doble misión y su<br />
artículo enlaza muy bien con sus<br />
Críticas, las continúa expresando<br />
en los límites políticos y sociales<br />
del conocimiento. Veamos una de<br />
sus afirmaciones más conocidas:<br />
“La ilustración es la liberación<br />
del hombre de su culpable incapacidad.<br />
La incapacidad significa la imposibilidad<br />
de servirse de su inteligencia<br />
sin la guía de otro. Esta incapacidad<br />
es culpable porque su<br />
causa no reside en la falta de inteligencia<br />
sino de decisión y valor para<br />
servirse por sí mismo de ella sin<br />
la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten<br />
el valor de servirte de tu propia razón!:<br />
he aquí el lema de la Ilustración”<br />
11 [la cursiva es del original].<br />
8 Véase, por ejemplo, el texto de Locke,<br />
Some considerations of the Consequences<br />
of the Lowering of Interest and Raising<br />
the Value of Money de 1691. También el<br />
ensayo de Hume On Money, de 1752.<br />
9 R. Schürmann, en su artículo Se constituir<br />
soi-même comme sujet anarchique,<br />
opone el término alemán “Aufklärung” y el<br />
inglés “Enlightenment” al francés “Lumières”<br />
y al italiano “Illuminismo”. Los primeros<br />
suelen referirse al proyecto intelectual,<br />
los segundos al histórico (el artículo se<br />
encuentra en la revista Les Études Philosophiques,<br />
octubre-diciembre 1986). Es importante<br />
no confundir ambas cosas.<br />
10 Cassirer, Ernst: Op. Cit. pág. 184.<br />
11 Kant, Emmanuel (1989): ¿Qué es<br />
la Ilustración?, volumen ‘Filosofía de la<br />
Historia’, pág. 25. Fondo de Cultura Económica,<br />
Madrid.<br />
69
LA ILUSTRADA LUCHA POR LOS DERECHOS HOMOSEXUALES<br />
Visto lo anterior, ¿es necesario<br />
el proyecto ilustrado o se han<br />
superado las condiciones que lo<br />
hicieron necesario en el pasado?<br />
¿Han desaparecido las viejas<br />
convicciones que se niegan a la<br />
investigación? Creo que se puede<br />
argumentar que el proyecto<br />
es intemporal porque los motivos<br />
que existían en el siglo XVIII<br />
para resistirse a utilizar la propia<br />
razón son aproximadamente los<br />
mismos que hoy día: la vigencia<br />
de poderosos intereses para<br />
mantener las formas de vida heredadas,<br />
la incertidumbre y ansiedad<br />
ante los cambios, las pequeñas<br />
ventajas que se obtienen<br />
incluso en situaciones de desigualdad,<br />
la inmersión –irreflexiva<br />
o no– en lo cotidiano, etcétera.<br />
Puede resultar, por ejemplo,<br />
sorprendente lo poco que<br />
ha contribuido la educación general<br />
y universal al aumento del<br />
sentido crítico de la población;<br />
filósofos y filántropos del pasado<br />
hubieran esperado quizá una actitud<br />
diferente de masas ampliamente<br />
instruidas y con información<br />
abundante y actualizada<br />
sobre los problemas que les afectan.<br />
Por tanto, lo que era necesario<br />
en tiempos de Kant sigue<br />
siéndolo hoy día.<br />
Pero ¿cuáles pueden ser esas<br />
situaciones que la razón, una razón<br />
forzosamente universal y<br />
asexuada, abstracta y criticable<br />
por formal (aunque por ser justamente<br />
así obtenga una parte<br />
importante de su fuerza), no<br />
aceptaría actualmente? Es evidente<br />
que no puede aceptar la<br />
violencia contra las mujeres,<br />
la discriminación contra personas<br />
de otras etnias o culturas,<br />
etcétera, pero como nadie la defiende<br />
porque forma parte del<br />
consenso social que esta violencia<br />
es ilegítima, entonces no es<br />
una tarea propia de una ilustración<br />
actual luchar contra ella.<br />
Los poderes públicos, durante<br />
los últimos cincuenta años al<br />
menos, se han encargado de esto.<br />
Por tanto, la pregunta se dirige<br />
hacia las instituciones estatales,<br />
hacia la capacidad legislativa,<br />
por ejemplo, para saber si<br />
existe algún elemento social que<br />
sigue estando marginado por la<br />
tradición, sufriendo por tanto<br />
discriminaciones legales por los<br />
poderes públicos (algo que le<br />
puede suceder a personas muy<br />
concretas) e ilegales por la violencia<br />
privada (algo que nos<br />
puede suceder a todos).<br />
A primera vista podría parecer<br />
que no existen lagunas de<br />
despotismo en las leyes ni constituciones<br />
europeas. La desigualdad<br />
de hecho entre sexos,<br />
razas y etnias no tiene reflejo legal;<br />
el objetivo actual es conseguir<br />
que la igualdad legal lo sea<br />
también social. Para poder contestar<br />
a esta pregunta puede resultar<br />
más conveniente intentar<br />
un acercamiento indirecto al tema,<br />
a partir de los datos históricos<br />
viendo, por ejemplo, los sujetos<br />
que condenaba la Inquisición,<br />
los motivos de la condena<br />
y comprobando después si alguna<br />
de estas prácticas, o de estos<br />
personajes, son todavía perseguidos<br />
en la actualidad.<br />
Se puede utilizar como acercamiento<br />
general una voluminosa<br />
obra clásica sobre el tema,<br />
la de Henry C. Lea, elaborada a<br />
finales del siglo XIX y que nos<br />
señala los grupos sobre los que<br />
actuaba la Inquisición española.<br />
He aquí la lista: judaizantes,<br />
moriscos, protestantes (sobre todo<br />
luteranos), jansenistas, místicos,<br />
magos y brujas, masones,<br />
activistas políticos, blasfemos y,<br />
en el numeroso grupo de “temas<br />
varios”, clérigos casados, usureros,<br />
sodomitas, individuos que<br />
simulaban ser sacerdotes, poseídos,<br />
etcétera 12 . Sorprende, sin<br />
duda, un grupo tan amplio de<br />
individuos cuando la tarea específica<br />
de la Inquisición era<br />
perseguir herejes, es decir, sujetos<br />
que difundían supuestas falsas<br />
doctrinas religiosas o que se<br />
mofaban y hacían escarnio de<br />
las que se consideraban verdaderas.<br />
El resto de los delitos debían<br />
quedar para tribunales civiles<br />
que usualmente eran más rigurosos<br />
que los inquisitoriales,<br />
como sucedía en los territorios<br />
12 Lea Henry Charles: Historia de la Inquisición<br />
española (1983). Editorial Fundación<br />
Universitaria Española. Volumen III.<br />
bajo jurisdicción castellana. Así<br />
lo señala R. Carrasco en una<br />
obra más contemporánea y específica<br />
sobre el tema, quien nos<br />
da una lista más concreta y referida<br />
fundamentalmente a Valencia.<br />
En su estudio documenta<br />
que la principal persecución inquisitorial<br />
se centró en los moriscos<br />
y los judaizantes, quedando<br />
los luteranos por detrás de los<br />
sodomitas. Estos últimos representaron<br />
entre el 4% y el 5% del<br />
total de causas en Valencia y en<br />
Zaragoza 13 , y su extracción social<br />
solía ser predominantemente<br />
baja, del mundo del trabajo, la<br />
servidumbre, la falta de empleo<br />
fijo y, como excepción, la Iglesia.<br />
El grupo de personas que fueron<br />
objeto de las persecuciones<br />
indica que la represión de la homosexualidad<br />
se encuadra dentro<br />
de la represión de la libertad<br />
religiosa, de pensamiento, etcétera.<br />
Es decir, que se reprimen<br />
las actividades sexuales dentro<br />
del conjunto de represiones de<br />
los derechos políticos y civiles 14 .<br />
La lucha por los derechos<br />
homosexuales: una batalla<br />
ilustrada<br />
Pues bien, al comienzo del siglo<br />
XXI, ¿están abolidas todas estas<br />
persecuciones? Reitero que la<br />
pregunta no se refiere a las violencias<br />
cotidianas sino a las institucionales.<br />
Precisando la cuestión:<br />
¿existe algún tipo de violencia<br />
o de discriminación legal<br />
e institucional contra judaizantes,<br />
moriscos (entiéndase musulmanes),<br />
protestantes, místicos,<br />
magos y brujas, sodomitas y<br />
usureros? Destaco sólo las figu-<br />
13 Carrasco, Rafael (1986): Inquisición<br />
y represión sexual en Valencia. Historia<br />
de los sodomitas (1565-1785). Ed.<br />
Laertes (ver pág. 76 y sigs.). Ver también<br />
Tomás y Valiente, Francisco: El crimen y<br />
pecado contra natura, volumen ‘Sexo Barroco<br />
y otras transgresiones premodernas’.<br />
Alianza Editorial. Existe una reedición<br />
reciente del artículo en el primer volumen<br />
de la revista OrientacioneS.<br />
14 Señalo la represión de la homosexualidad,<br />
pese a que los delitos fuesen de<br />
sodomía porque, tanto Lea como Carrasco,<br />
señalan que la condena por sodomía se<br />
efectuó fundamentalmente sobre los homosexuales<br />
masculinos (ver Carrasco, pág.<br />
32 y sigs. Este autor señala que fueron el<br />
99% de los condenados por sodomía).<br />
ras que podemos seguir reconociendo<br />
en la sociedad que nos<br />
rodea; otros, como jansenistas y<br />
poseídos, ya no son identificables<br />
como tales. ¿Es positiva para<br />
la sociedad esta discriminación?<br />
¿Y para quienes la sufren?<br />
¿La ampara la razón o la tradición?<br />
Es innegable que los niños<br />
están discriminados con respecto<br />
a los adultos, pero nadie consideraría<br />
esto un acto que deba<br />
ser reparado porque se supone<br />
que esta falta de derechos infantiles<br />
es positiva para ellos, porque,<br />
al impedirles equivocarse<br />
en cosas importantes, no les exige<br />
ser responsables de actos cuyas<br />
consecuencias no siempre<br />
conocen. En realidad, esta discriminación<br />
es una forma de<br />
protección que beneficia a los<br />
niños y a la sociedad, en cuanto<br />
consigue que los menores lleguen<br />
a la edad adulta más formados,<br />
en mejores condiciones.<br />
Resulta evidente que el principal<br />
grupo de ciudadanos todavía<br />
afectado por una discriminación<br />
y culpa originaria nada<br />
beneficiosa para ellos son los<br />
homosexuales. Otros personajes<br />
de la lista, como quienes prestan<br />
dinero con interés, no sólo no<br />
siguen perseguidos sino que gozan<br />
de los mayores reconocimientos<br />
sociales y políticos; incluso<br />
alguno cultiva el papel de<br />
filántropo por sus donaciones a<br />
fundaciones culturales, universitarias,<br />
etcétera. ¿Beneficia esta<br />
discriminación a la sociedad?<br />
Podría ser que si las brujas tuviesen<br />
realmente el poder de<br />
convocar al diablo y pedirle que<br />
traiga daños a la comunidad<br />
donde viven, entonces no sería<br />
injusta su persecución; antes<br />
bien, sería una tarea loable y todos<br />
estaríamos ojo avizor por si<br />
alguna de nuestras vecinas, o vecinos,<br />
posee esa capacidad de<br />
pacto con las potencias sobrenaturales.<br />
Sin embargo, considero evidente,<br />
y cada vez más documentado,<br />
que esta discriminación<br />
perjudica tanto a los homosexuales<br />
como a la sociedad.<br />
Digo homosexuales y no sodomitas,<br />
porque lo que se sigue<br />
70 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
discriminando desde la abolición<br />
de la Inquisición no es el<br />
delictum et crimen contra naturam,<br />
sino las relaciones entre<br />
personas del mismo sexo y género;<br />
particularmente, las relaciones<br />
de afecto, porque ante las<br />
sexuales hace tiempo que los poderes<br />
públicos, en lugar de perseguirlas,<br />
miran hacia otro lado,<br />
hacia el lado económico para ser<br />
más exacto (pago de impuestos,<br />
actividades económicas y empleo<br />
que generan tanto negocios<br />
como colectivos, etcétera). Es el<br />
afecto lo que no se reconoce. En<br />
cambio, las mismas prácticas<br />
contra naturam en Europa ya no<br />
se persiguen, ni dentro ni fuera<br />
del matrimonio.<br />
Por tanto, al afirmar que se<br />
sigue discriminando a los homosexuales<br />
no se quiere decir<br />
que se les persiga por sus relaciones<br />
sexuales, sino por las afectivas,<br />
al fin y al cabo aquellas<br />
que la ley reconoce y ampara bajo<br />
la fórmula del matrimonio 15 .<br />
Así que aunque existan sodomitas<br />
heterosexuales, éstos no están<br />
discriminados por ser tales, lo<br />
que indica que no es el sexo sodomítico<br />
lo que se prohíbe, sino<br />
el afecto homosexual. No reconocer<br />
el afecto independientemente<br />
de la orientación sexual,<br />
con las consecuencias personales<br />
que conlleva para las personas<br />
implicadas y para la sociedad en<br />
la que viven, es criticable desde<br />
una posición ilustrada, es decir,<br />
intentando restaurar la razón y<br />
la humanidad como base de la<br />
vida en sociedad.<br />
Es cierto que los ilustrados<br />
que trataron el tema de las relaciones<br />
entre personas del mismo<br />
sexo, así como sus continuadores<br />
románticos, no fueron<br />
especialmente tolerantes ni pers-<br />
15 Hace tiempo que la no consumación<br />
del matrimonio no es causa de disolución<br />
del matrimonio civil, al menos en<br />
España y gran parte de Europa. Cuestión<br />
diferente es el matrimonio eclesiástico,<br />
pero aquí tampoco se persigue ya la sodomía;<br />
se contempla más bien en el conjunto<br />
de leves condenas que se aplican a<br />
las prácticas sexuales no procreadoras.<br />
Asunto distinto es la opinión que le merece<br />
a la Iglesia las relaciones homosexuales,<br />
algo para lo que no encuentra palabras<br />
suficientemente duras.<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
picaces ante esta realidad. Apenas<br />
fue un tema analizado por<br />
ellos, por lo que desconocemos<br />
en buena medida su reacción ante<br />
el redescubrimiento que hace<br />
la época de la antigüedad grecorromana,<br />
donde las relaciones<br />
entre personas del mismo sexo<br />
eran aceptadas, e incluso se puede<br />
afirmar que fueron promovidas<br />
(Esparta, Tebas, Lesbos, etcétera).<br />
Pero es que el análisis de<br />
los ilustrados de las relaciones<br />
entre los sexos no fue la parte<br />
más brillante de su pensamiento;<br />
en general se acercaban al tema<br />
en clave naturalista, como<br />
he señalado, y mezclando sexo y<br />
género 16 . Al tiempo que resulta<br />
admirable su innovador espíritu<br />
pedagógico y su humanitarismo<br />
(ante las penas, por ejemplo) decepciona<br />
su enfoque sexual. Anteriormente<br />
ya se habían comentado<br />
algunas de sus insuficiencias<br />
políticas, pero unas y<br />
otras no tienen por qué suponer<br />
el abandono de la Ilustración como<br />
proyecto social y cultural<br />
mientras se conserva el siglo XVIII<br />
como fenómeno histórico con<br />
muchas de las limitaciones de su<br />
tiempo.<br />
No se puede afirmar que la<br />
discriminación sea positiva para<br />
los homosexuales, por los<br />
subproductos positivos que<br />
pueda conllevar la discriminación<br />
17 , como las creaciones artísticas<br />
o culturales novedosas,<br />
porque éstas también podrían<br />
existir en una situación de plena<br />
igualdad. Es decir, si los homosexuales<br />
como consecuencia<br />
de la discriminación han<br />
generado una subcultura propia<br />
con algunos rasgos positi-<br />
16 Para un adecuado tratamiento del<br />
tema, véase Sánchez Martínez, Olga: ‘La<br />
homosexualidad y la familia ante el moralista,<br />
el médico y el jurista’. Revista OrientacioneS,<br />
número 1, págs. 69-82. Por otro<br />
lado, las relaciones entre sexos tal como son<br />
propuestas por Rousseau en el Emilio están<br />
lejos de ser aceptables según criterios actuales;<br />
es más, son claramente misóginas.<br />
17 Para un desarrollo de la idea de<br />
productos propios y subproductos de determinados<br />
comportamientos o principios<br />
sociales, véase Jon Elster (1988):<br />
Uvas amargas. Sobre la subversión de la<br />
racionalidad. Ed. Península. Ver especialmente<br />
página 135 y sigs.<br />
vos (y otros no tanto, como el<br />
excesivo culto a la juventud)<br />
dentro de la cultura mayoritaria,<br />
no por ello la marginación<br />
se vuelve una vivencia positiva<br />
ni un hecho social a conservar.<br />
Voy a poner un ejemplo sencillo<br />
de lo que son productos<br />
propios y subproductos: si alguien<br />
contrae una grave enfermedad,<br />
sus consecuencias más<br />
probables son que esa persona<br />
se vea obligada a dejar su trabajo,<br />
permanecer encerrada en<br />
su domicilio la mayor parte del<br />
tiempo, restringir al máximo<br />
sus relaciones sociales, etcétera.<br />
Si sucede que, a fuerza de tener<br />
que encontrar un uso al tiempo,<br />
comienza a escribir y llega<br />
a convertirse en Marcel Proust,<br />
entonces el desarrollo y reconocimiento<br />
de este talento es<br />
un subproducto de la enfermedad,<br />
pero no un producto propio,<br />
porque escasísimas personas<br />
con enfermedades graves<br />
obtienen este tipo de subproductos.<br />
Por tanto, un análisis<br />
racional tiene que sopesar los<br />
aspectos favorables y los perjudiciales<br />
de las situaciones por<br />
sus productos propios, no<br />
por hipotéticos subproductos<br />
que impedirían elecciones racionales.<br />
Pues bien, con una concepción<br />
de la racionalidad como<br />
la expuesta, hay que analizar<br />
los productos propios con los<br />
que se encuentran las personas<br />
homosexuales. Al no ver reconocida<br />
su convivencia como<br />
una situación familiar estas<br />
personas no disfrutan de la extensión<br />
de cobertura de la Seguridad<br />
Social ni pueden poseer<br />
bienes legalmente comunes;<br />
no tienen la posibilidad de<br />
adoptar niños en concurrencia<br />
con el resto de las parejas ni, en<br />
general, la posibilidad de beneficiarse<br />
de todas las medidas<br />
de apoyo a la familia en un Estado<br />
democrático. Esto no sucede,<br />
evidentemente, en el caso<br />
de los judíos o los masones, cuyo<br />
matrimonio recibe el mismo<br />
trato legal que el católico o<br />
el civil y, por tanto, todos los<br />
beneficios inherentes a ese reconocimiento.<br />
F. JAVIER UGARTE PÉREZ<br />
Establecida la discriminación<br />
se puede preguntar: ¿es<br />
buena para la sociedad? Quizá<br />
lo que es malo para el individuo<br />
pueda ser bueno para la<br />
sociedad. En el caso de la situación<br />
de los homosexuales la<br />
sociedad no recibe ningún beneficio<br />
propio, antes bien al<br />
contrario. Esta afirmación debe<br />
ser documentada, lo que no resulta<br />
fácil dada la carencia de<br />
estudios sobre el estado real<br />
de las personas como consecuencia<br />
de su orientación sexual,<br />
dato que a menudo se ignora<br />
como relevante, lo que es<br />
también significativo. Uno de<br />
los pocos estudios existentes en<br />
este caso sobre un país también<br />
europeo y de tradición católica<br />
como Irlanda señala que estas<br />
personas sufren por la acumulación<br />
de procesos interdependientes<br />
de discriminación en<br />
áreas socioeconómicas claves<br />
que aumentan el riesgo de que<br />
caigan en la pobreza. Por ejemplo,<br />
la discriminación complementaria<br />
en la escuela y el trabajo<br />
que produce que muchos<br />
homosexuales no lleguen a terminar<br />
sus estudios por los insultos<br />
y agresiones que sufren<br />
de sus compañeros de clase, y<br />
que luego vuelven a sufrir en el<br />
trabajo por saberse, o suponerse,<br />
que tenían esta orientación<br />
sexual.<br />
El estudio documenta 13 casos<br />
concretos de abandono de la<br />
enseñanza secundaria (school),<br />
ocho de bachillerato (college) y<br />
otros tres de cursos de capacitación<br />
profesional (training courses)<br />
18 . También sufren discriminación<br />
en su promoción laboral.<br />
A esto se añade un tema apenas<br />
esbozado todavía como problema<br />
social: la mayor tasa de suicidio<br />
entre homosexuales, especialmente<br />
adolescentes y jóvenes.<br />
En este asunto el Consejo<br />
18 Poverty. Lesbian and Gay Men –<br />
The Economic and Social Effects of Discrimination<br />
(GLEN/Nexus. Dublín, 1995,<br />
101 págs.). Publicado por Combat Poverty<br />
Agency; se trata de una ONG que,<br />
como su nombre indica, está especializada<br />
en estudiar y luchar contra la pobreza<br />
y la marginación social. Ver págs. 43-52.<br />
71
LA ILUSTRADA LUCHA POR LOS DERECHOS HOMOSEXUALES<br />
de Europa ha sido una de las<br />
pocas instituciones claras e innovadoras<br />
al señalar la relación<br />
que existe entre homofobia, discriminación<br />
y mayores tentativas<br />
de suicidio entre los jóvenes<br />
homosexuales, así como el excesivo<br />
consumo de alcohol, droga<br />
y comportamientos de alto<br />
riesgo 19 .<br />
Por tanto, las sociedades occidentales<br />
están pagando el precio<br />
de una costosa sangría humana.<br />
Si se me permite la analogía:<br />
la carne de las brujas en la<br />
hoguera y de los torturados por<br />
la Inquisición es ahora la carne<br />
de los jóvenes que han cometido<br />
suicidio y la sangre de los enfermos<br />
de sida. Sin duda, se puede<br />
afirmar la libertad para el suicidio<br />
y el sexo sin protección, pero<br />
cuando las estadísticas son<br />
tan sesgadas respecto a determinados<br />
grupos de población, hasta<br />
el más ingenuo de los sociólogos<br />
sabe que detrás existen<br />
medidas que han provocado, o<br />
no han impedido, estos fenómenos.<br />
¿Puede la razón apoyar esta<br />
falta de derechos? Es evidente<br />
que no. La razón difícilmente<br />
podría rechazar la desigualdad<br />
de trato para los judíos, musulmanes<br />
o masones y aceptar la de<br />
los homosexuales. No sólo por<br />
coherencia histórica y lógica, sino<br />
porque no es fácil encontrar<br />
argumentos que apoyen la discriminación<br />
y que no sean circulares:<br />
impedir que los homosexuales<br />
adopten niños porque<br />
éstos podrían sufrir las consecuencias<br />
de una relación inestable,<br />
o la marginación de otros<br />
niños, es circular, porque si las<br />
relaciones homosexuales son<br />
más inestables que las heterosexuales<br />
se debe a que la sociedad<br />
no aprueba leyes ni medidas<br />
concretas para apoyarlas como<br />
19 Situación de los gais y las lesbianas en<br />
los Estados miembros del Consejo de Europa.<br />
Este informe fue elaborado por la Comisión<br />
de Temas Jurídicos y Derechos<br />
Humanos y aprobado el 26 de septiembre<br />
de 2000. Las informaciones señaladas<br />
aparecen en las páginas 8 y 9. Se puede<br />
consultar el mismo en la página web de la<br />
Fundación Triángulo: www.fundaciontriangulo.es/informes.<br />
se hace con las heterosexuales.<br />
Por otro lado, debe recordarse<br />
que éste era también uno de<br />
los argumentos utilizados para<br />
combatir la aprobación del divorcio;<br />
afortunadamente, los hechos<br />
demostraron con el tiempo<br />
la falsedad de estas posiciones. Y<br />
es que no resulta fácil encontrar<br />
otro grupo social, minoría o cultura<br />
en Europa actualmente con<br />
un componente de discriminación<br />
tan marcado, a excepción<br />
quizá de los gitanos 20 .<br />
Se trataría ahora de saber si<br />
los grupos que luchan por los<br />
derechos de los homosexuales<br />
en Europa pueden considerarse<br />
herederos del proyecto ilustrado.<br />
Como primer acercamiento<br />
al tema hay que decir que no<br />
existe un único conjunto de objetivos<br />
perseguidos por todos los<br />
grupos y utilizando estrategias<br />
idénticas. Pero tampoco se puede<br />
decir que exista un único tipo<br />
de socialismo o de conservadurismo<br />
en Europa. Así que a<br />
continuación destacaré los objetivos<br />
más consensuados en<br />
manifestaciones, propuestas políticas,<br />
etcétera, y que encajarían<br />
dentro del análisis racional, ilustrado.<br />
Serían los siguientes:<br />
1. La orientación sexual de las<br />
personas no es sólo heterosexual,<br />
también existe la homosexual.<br />
La base última de la orientación,<br />
sea genética, psicosocial, el resultado<br />
de una elección personal<br />
o una combinación de todas<br />
ellas, no está del todo clara ni en<br />
un caso ni en el otro, y además<br />
es irrelevante a efectos políticos<br />
porque la plena ciudadanía se<br />
consigue sin tener en cuenta el<br />
género, el nivel de educación o<br />
la función social que cumple cada<br />
persona.<br />
20 Aunque tradicionalmente se ha<br />
comparado a los homosexuales con los<br />
judíos, creo que sería más acertada la<br />
comparación con los gitanos. La base para<br />
esta afirmación está en que los tres grupos<br />
(judíos, homosexuales y gitanos) forman<br />
minorías características dentro de la<br />
cultura europea. Los tres padecieron el<br />
exterminio nazi y la situación de los gitanos<br />
es tan precaria como la de los homosexuales.<br />
Por otro lado su presencia y dispersión<br />
actual en Europa es más numerosa<br />
que la de los judíos.<br />
2. Quienes poseen la orientación<br />
homosexual se encuentran<br />
legalmente discriminados en<br />
cuanto no tienen la facultad de<br />
ver su forma de convivencia reconocida<br />
como unidad familiar,<br />
con todas las consecuencias negativas<br />
que implica esta falta de<br />
reconocimiento. Tanto para<br />
ellos como para sus hijos y cuya<br />
patria potestad no puede ser<br />
compartida por su pareja, con<br />
quien forma una familia real<br />
aunque no, todavía, legal.<br />
3. La discriminación que viven<br />
las personas de orientación homosexual<br />
no se asienta más que<br />
en determinada tradición occidental.<br />
No fue algo permanente<br />
en Europa, porque no se dio,<br />
por ejemplo, en el mundo grecorromano.<br />
Así pues, no se trata<br />
de un fenómeno universal ni<br />
al margen de la historia.<br />
4. El sentido de la existencia de<br />
las asociaciones de gays y lesbianas<br />
es mostrar a la sociedad la<br />
injusticia de esta discriminación<br />
y combatirla activa y argumentadamente<br />
en la escuela, la universidad,<br />
los medios de comunicación,<br />
etcétera.<br />
La tradición más reacia al<br />
cumplimiento de estos objetivos<br />
es la religiosa, especialmente<br />
la Iglesia católica allí donde es la<br />
forma de cristianismo más extendida,<br />
como sucede en el sur<br />
de Europa y en América Latina.<br />
Pero justamente este enemigo es<br />
el más viejo enemigo ilustrado;<br />
nada haría más feliz a Voltaire<br />
que combatir de nuevo en este<br />
frente. Que éste sea el mayor<br />
obstáculo indica, precisamente,<br />
que estamos ante un problema<br />
heredado, antiguo, “contrarreformista”,<br />
y para el que el paso<br />
de los siglos parece haber sido<br />
inútil porque la jerarquía católica<br />
apenas se ha movido en su<br />
posición desde entonces.<br />
Para resolver éste y otros obstáculos,<br />
los dirigentes e intelectuales<br />
de los grupos homosexuales<br />
utilizan los mismos recursos<br />
que los ilustrados: la<br />
libertad de expresión a través de<br />
los medios de comunicación<br />
de masas, la reforma de los contenidos<br />
de la enseñanza y el trabajo<br />
en escuelas e institutos para<br />
erradicar los prejuicios, las<br />
protestas ante los medios de poder,<br />
la reflexión intelectual y el<br />
trabajo erudito. Allí donde aparecen<br />
nuevos prejuicios en un<br />
camino de lucha contra las supersticiones<br />
heredadas, la solución<br />
debe consistir en aportar<br />
nuevas luces al problema siguiendo<br />
el viejo principio ilustrado<br />
“los males de la Ilustración<br />
sólo se curan con más ilustración”,<br />
complementario del<br />
famoso grabado de Goya El sueño<br />
de la razón (es decir, su descuido,<br />
su pereza) produce monstruos.<br />
Y es que la Ilustración no es<br />
sólo un proyecto intelectual o<br />
cultural. También es un proyecto<br />
ético: la superación de la minoría<br />
de edad en que la humanidad<br />
se encuentra, como señalaba<br />
Kant. Se trata de superar los límites<br />
de la Moral que constriñen<br />
las vidas de todas las personas,<br />
homosexuales y heterosexuales;<br />
estos últimos a veces verdugos y<br />
víctimas de la homofobia. Si la<br />
Moral son los hábitos sociales<br />
sobre lo bueno y malo en relación<br />
con las conductas intencionales<br />
que afectan a los demás,<br />
y la Ética es la reflexión sobre<br />
los términos morales y sus límites<br />
en una sociedad, entonces la<br />
lucha por los derechos homosexuales<br />
es a la vez un proyecto<br />
moral, en cuanto propuesta de<br />
nuevas mores y ético, en cuanto<br />
pensamiento sobre la dominación<br />
en la confianza de que este<br />
pensamiento y este trabajo ayuden<br />
a superar formas de injusticia.<br />
Así se desarrolla a la vez este<br />
proyecto moral e ilustrado,<br />
uno de los pocos que encontramos<br />
a comienzos del nuevo milenio.<br />
n<br />
[El autor quiere agradecer las sugerencias<br />
y comentarios realizados por Antoni<br />
Mora y Natividad González].<br />
F. Javier Ugarte Pérez es doctor en<br />
Filosofía y director de la revista OrientacioneS.<br />
72 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
La ciencia moderna instituida<br />
en el paradigma reduccionista,<br />
aquel que busca<br />
explicar la materia, la vida y la<br />
naturaleza a partir de sus componentes<br />
más básicos e interpretarlos<br />
matemáticamente, es<br />
la cosmología dominante en<br />
nuestra concepción del mundo.<br />
Sus tres siglos de ejercicio se<br />
apoyan en la tradición dualista<br />
de Occidente. Desde Platón organizamos<br />
la interpretación del<br />
mundo en realidades separadas:<br />
materia y espíritu, cuerpo y<br />
mente, hombre y naturaleza.<br />
Consideramos que las cosas tienen<br />
existencia independiente de<br />
su relación con las demás, dando<br />
lugar a una concepción de la<br />
salud limitada en sus conceptos<br />
y a una práctica médica con fracasos<br />
de terapéuticos.<br />
Otras teorías ponen el acento<br />
en la relación y, como resultado,<br />
en su interdependencia,<br />
por ejemplo, la teoría de sistemas<br />
de Bertalanffy; la teoría<br />
Gaia de Lovelock de la ecología<br />
de la Tierra; la trama de la vida<br />
(metáfora utilizada en física<br />
cuántica) de Fritjof Capra; las<br />
resonancias mórficas en la constitución<br />
de los organismos de<br />
Rupert Sheldrake; la autopoiesis<br />
de la célula de Humberto Maturana.<br />
No es lo mismo buscar<br />
como funcionan las cosas que<br />
percibir su constitución. Debido<br />
a ello, se dan muchas ambigüedades<br />
en el nivel de lo que es la<br />
vida, el cuerpo, el bienestar y<br />
la salud. Entender el cuerpo humano,<br />
por ejemplo, fragmentariamente,<br />
porque es más fácil<br />
detectar un diagnóstico en el nivel<br />
molecular, el modelo de excelencia<br />
en medicina, y, por ello,<br />
reducir el ser humano a un mecanismo<br />
físico-químico, dice<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
muy poco sobre la alegría, la vitalidad,<br />
las ganas de vivir, términos<br />
fundamentales para hablar<br />
de salud.<br />
Es cierto que la terapia génica<br />
puede ayudar a mejorar la calidad<br />
de vida de los enfermos de<br />
miopatías, por ejemplo, pero<br />
también es cierto que lo único<br />
que se sabe hacer actualmente,<br />
nos dice el genetista francés Bertrand<br />
Jordan (Los impostores de<br />
la genética, (pág. 98) Península,<br />
Barcelona, 2001),<br />
“es integrar un gen al azar, en un<br />
punto cualquiera de cierto cromosoma.<br />
La terapia génica no consiste en<br />
reemplazar el gen defectuoso por su homólogo<br />
funcional, sino en añadir ese<br />
homólogo en otra parte del genoma,<br />
lo que acarrea una serie de dificultades”.<br />
Si el ámbito molecular no<br />
nos conduce a las células y éstas<br />
al organismo entero, que es relación<br />
con otros, con el medio,<br />
con la cultura, entonces el error<br />
aparece en el punto de partida,<br />
esto es, en los conceptos de lo<br />
que son las cosas. La polarización<br />
entre nivel molecular y<br />
ADN, asentado en el determinismo<br />
biológico, dominante en<br />
EEUU, particularmente el papel<br />
que atribuye a la herencia, y,<br />
por otro lado, la postura ecológica<br />
y psicológica, que atribuye<br />
un papel esencial al ámbito familiar<br />
y social, debe superarse,<br />
ya que ambas concepciones son<br />
necesarias. Sin embargo, resaltar<br />
la importancia de esta segunda<br />
concepción se debe a la<br />
necesidad de equilibrar la euforia<br />
científica y de los medios de<br />
comunicación entorno a las posibilidades<br />
terapéuticas de las<br />
biotecnologías. Fragmentar la<br />
realidad es causa de deterioro y<br />
SOCIOLOGÍA<br />
LA INTEGRACIÓN DE LA SALUD<br />
JESÚS VIÇENS<br />
las especialidades médicas que<br />
no se someten a un diagnóstico<br />
entero (holístico) son causa de<br />
errores. En esta “enteridad” está<br />
la psicología, el medio social y el<br />
medio ambiente.<br />
En todas las esferas de la vida<br />
social se proyecta un enfrentamiento<br />
entre sus componentes<br />
sin suficiente énfasis en las implicaciones<br />
mutuas. En política<br />
encontramos ejemplos de todo<br />
tipo: conflictos entre etnias, religiones,<br />
civilizaciones, lejos del<br />
arte de la convivencia, que ha<br />
pasado a ser un imperativo para<br />
convivir en paz en el mundo.<br />
En la vida cotidiana se corroe el<br />
carácter, como expone Sennett,<br />
en La corrosión del carácter cuando<br />
las formas flexibles de liberalización<br />
económica en el trabajo<br />
nos aíslan de los demás, del sentido<br />
y la función del mismo, en<br />
lugar de ser un contexto para<br />
nuestra emancipación y realización,<br />
sin compensación social<br />
de carácter económico ni participativo.<br />
Cualquier ámbito de<br />
nuestra vida está separado de los<br />
demás con el pretexto de ser aspectos<br />
independientes, chocando<br />
constantemente con conflictos<br />
duales enconados y con la<br />
dificultad de ver la interrelación<br />
constitutiva que tienen todas las<br />
situaciones. Este es el marco de<br />
las enfermedades modernas.<br />
Para comprender la complejidad<br />
del mundo orgánico que<br />
se expande a través de la diversidad<br />
biológica no podemos separar<br />
las situaciones, aunque sí<br />
podamos distinguirlas. La separación<br />
es una de las causas principales<br />
de enfermedad. Al hacerlo<br />
rompemos la red relacional<br />
que une a las personas y sus generaciones,<br />
a las comunidades y<br />
sus territorios, al cuerpo y sus<br />
sistemas orgánicos. Sin embargo,<br />
la especialización, que es una<br />
consecuencia directa de la separación,<br />
ocupa un lugar central<br />
en la manera de ver el mundo y<br />
de analizarlo, sin la contrapartida<br />
global que requiere cualquier<br />
análisis y cualquier forma de mirar<br />
el mundo. También en la<br />
disciplina médica, desplazando<br />
el lugar que correspondería a los<br />
complejos sistemas orgánicos, la<br />
síntesis queda relegada por el<br />
predominio de lo particular y<br />
éste es, molecular, genético y hereditario.<br />
La aspiración a una mejor calidad<br />
de vida exige reorientar<br />
nuestra concepción del cuerpo,<br />
de la sociedad y de sus comunidades,<br />
y avanzar hacia una forma<br />
íntegra de percibir y tratar el<br />
mundo. Aquella que está cerca<br />
de la alegría en las buenas maneras<br />
y de la capacidad de disfrutar<br />
de las relaciones con los<br />
demás. Que permite relajarse y<br />
tener unas actitudes que representen<br />
un acercamiento a la reciprocidad<br />
con el entorno, con<br />
todo el reino de lo vivo, en lugar<br />
de vivir a medias en un egoísmo<br />
aislante.<br />
Estamos ante uno de los momentos<br />
significativos del devenir<br />
humano, uno de los tiempos<br />
donde las ideas y las percepciones<br />
se remueven con intensidad<br />
y pueden hacer emerger un orden<br />
diferente. En el ámbito de<br />
la salud, la consideración del<br />
cuerpo como una máquina ha<br />
llegado al límite con la creencia<br />
de que en los cromosomas de<br />
ADN encontraremos el sentido<br />
del hombre. Es un síntoma de la<br />
extrema ignorancia a que nos ha<br />
conducido el reduccionismo, a<br />
la confusión de la información<br />
con el conocimiento. Lewontin<br />
73
LA INTEGRACIÓN DE LA SALUD<br />
(El sueño del genoma humano y<br />
otras ilusiones, págs. 126-134<br />
Paidós, Barcelona, 2001,) nos<br />
recuerda que la mayor parte de<br />
la información genética es irrelevante.<br />
En relación con el medio,<br />
hay una oposición y un cansancio<br />
a seguir habitando un planeta<br />
donde los árboles, los<br />
paisajes y las especies desaparecen,<br />
en función del nivel de vida<br />
que es un concepto abstracto.<br />
Hay desavenencias frontales en<br />
lo ecológico y conflictos que<br />
cuestionan seriamente los beneficios<br />
del sistema económico liberal.<br />
Las medicinas suaves y los<br />
movimientos ecologistas han<br />
contribuido al debate sobre la<br />
salud y la calidad de vida. Muestran<br />
que no están en el mismo<br />
orden de cosas la economía del<br />
lucro, que necesita liberalizar los<br />
obstáculos sindicales y sociales,<br />
con el hecho ineludible de que el<br />
mundo moderno es insano y los<br />
ecosistemas están enfermos. La<br />
salud y la ecología pertenecen al<br />
orden del gusto por la vida.<br />
Ideas y salud<br />
Si concebimos la realidad de forma<br />
interdependiente, nos ampliamos<br />
como seres humanos.<br />
Las ideas de integración e interdependencia<br />
influyen saludablemente.<br />
Si entendemos la salud<br />
como armonía y plenitud, el<br />
cuerpo debe comprenderse como<br />
un conjunto de partes en las<br />
que cada una refleja la totalidad<br />
íntegra del organismo. Cuando<br />
las personas son una cosa y los<br />
contextos otra se rompe la relación.<br />
Hay muchos contextos sociales<br />
y políticos que son destructivos<br />
por hallarse en conflicto<br />
y haberse desatado violencias<br />
sin freno. Hay un enorme vacío<br />
de integridad en la sociedad<br />
contemporánea que diluye los<br />
vínculos entre las personas y los<br />
lugares que habitan.<br />
El conocimiento y la vida social<br />
se hallan también separados.<br />
Ambos procesos son necesarios<br />
para el bienestar. Si dividimos<br />
la vida social en categorías abstractas,<br />
como hacen las ciencias<br />
sociales, pero confundimos éstas<br />
con la vida social misma, entonces<br />
obscurecemos el conoci-<br />
miento. En las formas institucionales<br />
de organizar nuestro<br />
mundo colectivo, nos alejamos<br />
del vivir social concreto de la<br />
gente, de las relaciones por las<br />
que se mueven las personas.<br />
Con las categorías sociales y las<br />
instituciones corremos el riesgo<br />
de dejar a un lado la vida que<br />
transcurre en las relaciones comunes<br />
de cada día.<br />
La sociología debe distinguir<br />
las categorías que establece como<br />
instrumentos de análisis de<br />
la realidad que intenta interpretar.<br />
De la misma manera que la<br />
física no puede confundir las<br />
fuerzas de la materia con las cosas<br />
materiales y la biología no<br />
puede confundir las moléculas<br />
con los organismos. Materialidad<br />
o corporalidad son algo diferente,<br />
como sociedad y cultura<br />
lo son de las categorías de<br />
análisis. La biología no puede<br />
reducir un organismo a sus movimientos<br />
químicos, aunque ello<br />
le permita un análisis para facilitar<br />
un diagnóstico. Tanto las<br />
categorías sociales, como las partículas<br />
elementales o los microorganismos<br />
son parte de la realidad<br />
y útiles, pero insuficientes<br />
para comprender lo que es un<br />
cuerpo, una sociedad o un sistema<br />
montañoso. La estructura<br />
relacional y el reflejo del todo, es<br />
lo que da existencia a los ecosistemas,<br />
vida a los organismos y<br />
cohesión a las comunidades sociales.<br />
Son la riqueza creadora<br />
de tramas y tejidos. Las partes<br />
separadas extraen el ritmo propio<br />
de cada cosa y en el caso de<br />
los organismos vivos es arriesgado.<br />
La medicina antigua de la<br />
China lo ha entendido así desde<br />
hace milenios. Igual que la medicina<br />
ayurvédica de la India o<br />
la versión contemporánea occidental<br />
de la medicina homeopática.<br />
Otro ejemplo de interdependencia<br />
es la ecología. El cambio<br />
más urgente para liberar la presión<br />
sobre los ecosistemas es<br />
cambiar la idea de la naturaleza<br />
como almacén de recursos y la<br />
creencia de que sus fuerzas y ritmos<br />
deben dominarse. Es un<br />
planteamiento enfermizo que<br />
nos lleva a los límites del declive<br />
y a la mentalidad de que en ella<br />
se pueden verter todo tipo de<br />
residuos. Nuestras relaciones<br />
con los sistemas ecológicos de la<br />
Tierra determinan el nivel de salud<br />
que tenemos. Si aspiramos a<br />
un mejor nivel de vida en el futuro<br />
debemos cambiar, obviamente,<br />
nuestra mentalidad de<br />
lo que es un medio ambiente.<br />
Un cambio de orientación en la<br />
manera de pensar que es la humanidad<br />
y qué es la Tierra.<br />
Otro concepto que va modelando<br />
un cambio profundo en la<br />
percepción del mundo es el de<br />
wholeness (totalidad), esto es, ver<br />
las situaciones, las personas y las<br />
culturas como imagen del todo,<br />
con sus complejidades y sus potencialidades.<br />
Una manera diferente<br />
de mirar. Las parcelas se<br />
contraponen. Las dicotomías<br />
generan presión y tensión. Tensión<br />
que se ha extremado en la<br />
cultura moderna por una excesiva<br />
valoración de la cualidad racional,<br />
negando la emocional.<br />
La psicología gestalt, que conoce<br />
algo mejor el valor de las<br />
emociones, le atribuye un lugar<br />
para el equilibrio de la personalidad.<br />
Igualmente, la vida moderna<br />
prima la acción, la iniciativa,<br />
la competencia, impulsada<br />
por el proceso de industrialización<br />
y las nuevas tecnologías de<br />
la información, a costa de no<br />
hacer, que es el descanso. La capacidad<br />
de experimentar la cualidad<br />
receptiva, de la que dispone<br />
también la naturaleza humana,<br />
es tan necesaria como la<br />
anterior para un buen estado de<br />
salud. En términos de valores<br />
colectivos la valoración excesiva<br />
de los aspectos materiales sobre<br />
los intangibles, esto es, del nivel<br />
de vida sobre la calidad de vida,<br />
supone un desequilibrio sobre<br />
el nivel salud social. Las enfermedades<br />
sociales son muy claras:<br />
desigualdad, pobreza, exclusión,<br />
desequilibrios emocionales<br />
y desajustes cardíacos.<br />
No hay un intento de mirar<br />
la situación enteramente. En<br />
nuestra propia tradición occidental,<br />
en Goethe por ejemplo,<br />
y desde una perspectiva intercultural,<br />
en el buddhismo mahayana,<br />
en el taoísmo y en el<br />
hinduismo adváitico, observamos<br />
que las confrontaciones<br />
pueden orientarse hacia la constitución<br />
de polaridades creativas.<br />
La combinación del yin y<br />
del yang en un diagnóstico en la<br />
medicina china, la planta primordial<br />
o arquetípica en la biología<br />
de Goethe, las medidas<br />
mínimas y equilibradas en los<br />
medicamentos ayurvédicos (precedentes<br />
de la homeopatía), son<br />
alternativas que ofrecen otras sabidurías<br />
para reconocer primero<br />
la polarización de la realidad y<br />
del cuerpo en particular, para<br />
después superarla inteligentemente.<br />
La integración de las<br />
partes simboliza otra concepción<br />
saludable. Es diferente de la<br />
homogeneización y toma su<br />
sentido precisamente en las distinciones.<br />
Es la pluralidad diferencial<br />
que caracteriza a las personas,<br />
las sociedades, las culturas,<br />
los ecosistemas, las cosmovisiones,<br />
y da significado al conjunto<br />
entero. En medicina es un factor<br />
decisivo para la curación y en<br />
ecología para la preservación de<br />
la vida. Sin integración de todas<br />
las partes de un organismo,<br />
de la psicología de la persona,<br />
de la biodiversidad de un ecosistema<br />
y de los componentes<br />
de la naturaleza, no hay salud y<br />
aparece la degeneración y la enfermedad.<br />
Por último, hay que volver a<br />
pensar la confrontación entre<br />
la capacidad interceptiva de la<br />
ciencia moderna y la cualidad<br />
receptiva que ha distinguido a<br />
las culturas antiguas. En éstas,<br />
la actitud receptiva ha ocupado<br />
un lugar central. La consideración<br />
sagrada de la naturaleza en<br />
las culturas animistas, el respeto<br />
por los ciclos y los ritmos naturales,<br />
como explica Mircea Eliade<br />
en Mito y realidad, son expresiones<br />
de la cualidad receptiva.<br />
Lo sagrado simboliza esta<br />
actitud y evidencia una predisposición<br />
a recibir. No se trata<br />
de pasividad, ni de indiferencia,<br />
ya que hay más atención en la<br />
receptividad.<br />
La actitud de interceptar nos<br />
ha llevado a modificar la trama<br />
relacional que caracteriza la realidad,<br />
por ejemplo, de los eco-<br />
74 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
sistemas, de los átomos y de los<br />
genes. A manipular la materia<br />
en general, la Tierra y el tiempo,<br />
aumentando los riesgos. Interceptar<br />
nos lleva a modificar el<br />
mundo en el que vivimos, pero<br />
sintiéndonos fuera del mismo,<br />
a instrumentalizarlo y por ello a<br />
alienarnos. Todo ello conduce a<br />
un mundo moderno en el que<br />
hemos quedado atrapados en las<br />
propias abstracciones e invenciones.<br />
No sentimos la gravedad<br />
del deterioro de la Tierra. Las<br />
enfermedades actuales han modificado<br />
nuestra percepción y el<br />
cuerpo nos es extraño rodeado<br />
de medicamentos y de tecnologías,<br />
aunque hay un cierto interés<br />
social por recuperar los ritmos<br />
de la naturaleza y apreciar<br />
nuevamente su dimensión sagrada.<br />
Hay movimientos sociales<br />
que insisten en la solidaridad<br />
entre los pueblos y en proteger<br />
la diversidad de las especies. Ello<br />
indica un cambio favorable a<br />
reintegrar lo que ha quedado roto.<br />
No obstante, los desafíos<br />
contemporáneos de signo ecológico,<br />
climático y las violencias<br />
ponen el mundo al riesgo de un<br />
colapso.<br />
Emerge la necesidad de una<br />
“filosofía de la Tierra” como concepción<br />
que reúne el interés de<br />
los movimientos sociales dinámicos,<br />
pero que a su vez elabora<br />
un conocimiento capaz de afrontar<br />
el desequilibrio de la mente<br />
que solo instrumentaliza. La ecología<br />
profunda, de Arne Naess,<br />
ha sido un intento desde la filosofía<br />
de construir un conocimiento<br />
en favor de una integración<br />
entre el hombre y la naturaleza.<br />
Es un movimiento que<br />
recoge unas actitudes en las<br />
que valora profundamente la vida,<br />
no sólo la del ser humano<br />
sino también de todos los seres<br />
vivos. La ecosofía, hace referencia<br />
a la integración y fecundación<br />
entre ecología y filosofía.<br />
Una aporta la sabiduría y el<br />
amor, de donde surgió la filosofía,<br />
y la otra aporta el saber y la<br />
estima que surge de la Tierra<br />
cuando somos receptivos. La<br />
crisis ecológica en el planeta y<br />
la crisis psicológica del hombre<br />
contemporáneo requieren re-<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
descubrir y cultivar la cualidad<br />
receptiva y equilibrarla con la<br />
interceptiva, excesivamente desarrollada.<br />
En resumen, la interdependencia,<br />
el holismo, la integración<br />
y la receptividad son ideas<br />
que aportan salud y vitalidad. La<br />
fragmentación, la parcialidad, la<br />
separación y la interceptación si<br />
no se relacionan con las anteriores,<br />
sino que las desplazan entonces,<br />
aportan enfermedad y<br />
ruptura. Unas y otras tienen su<br />
mayor importancia cuando se<br />
convierten en maneras de comprender<br />
el mundo y de analizarlo,<br />
porque impregnan la mentalidad<br />
de la gente y condicionan<br />
su percepción. De ello derivan<br />
actitudes enfermizas ante la vida,<br />
encarándonos con situaciones<br />
destructivas y violentas.<br />
Lo mismo ocurre con las percepciones.<br />
Si experimentamos el<br />
tiempo, por ejemplo, como un<br />
movimiento lineal hacia adelante<br />
al son de los bits que marca un<br />
metrónomo estamos ante una<br />
percepción limitada del mismo.<br />
Un tiempo así fuerza a correr rápidamente<br />
y alcanzar los primeros<br />
puestos, agotándonos en la<br />
carrera. Sin embargo, si percibimos<br />
el tiempo como algo propio<br />
a las personas y a las cosas, nos<br />
acercamos a la experiencia de libertad.<br />
Ya no tenemos necesidad<br />
de correr hacia la meta sino que<br />
el tiempo se presenta ante nosotros<br />
como la realidad misma de<br />
nuestro existir, como la textura<br />
de la realidad.<br />
Si entendemos la conciencia,<br />
un segundo ejemplo, como un<br />
apéndice de la psique humana<br />
sometida a los impulsos del inconsciente,<br />
estamos ante una visión<br />
limitada de la misma. Vemos<br />
el subconsciente, algo primario,<br />
ante lo que no podemos<br />
hacer nada, más que dilucidar<br />
alguna luz de su dominio sobre<br />
el ser humano. No obstante, entender<br />
la conciencia al estilo<br />
buddhista como mente, pero<br />
también donde se abarca y se<br />
presencia, las apariciones del inconsciente<br />
o de subconsciente<br />
son como residuos que la misma<br />
mente recicla con la respiración<br />
del cuerpo y la ecuanimidad del<br />
espíritu. La mente aparece como<br />
un lugar desde donde contemplar,<br />
silenciar y observar, Estamos<br />
entonces ante un poder<br />
de la mente que trasparenta lo<br />
intangible e inconmensurable,<br />
aquello que nos da la posibilidad<br />
de vivenciar la unicidad. Si<br />
la medicina china taoista es un<br />
conocimiento y un arte de la<br />
energía sutil, como sucede en<br />
la acupuntura y en las artes<br />
del tai chi taoista; si las culturas<br />
vinculadas a la tierra son sabedoras<br />
de un tiempo libre por sus<br />
ritmos, como indican las ceremonias<br />
sagradas de renovación<br />
del tiempo cíclico; el buddhismo<br />
zen, es una experiencia sobre<br />
la mente, la práctica concreta de<br />
la ecuanimidad de la misma, de<br />
la atención de la conciencia.<br />
Otra percepción saludable,<br />
por último, procede de la ciencia<br />
contemporánea: la concepción<br />
de la Tierra como un ser<br />
viviente, esto es, la teoría Gaia<br />
de James Lovelock. Es una percepción<br />
urgente en el mundo<br />
actual para enderezar la destrucción<br />
del medio en el que vivimos.<br />
Habla de una implicación<br />
entre todos los componentes de<br />
la biosfera: aire, agua, fertilidad,<br />
árboles, biótica, clima y ecosistemas.<br />
Señala que la interferencia<br />
en uno de ellos provoca interferencias<br />
en todo el sistema<br />
de la Tierra. Aunque dispone de<br />
la capacidad de autorregulación<br />
y equilibrio, los excesos contaminantes<br />
de la sociedad industrial<br />
generan desajustes en los<br />
ritmos de regeneración. Concebir<br />
el cuerpo como una maquina<br />
y someterlo a la intervención<br />
de la medicina científica y sus<br />
biotecnologías, así como someter<br />
al planeta a todas las tecnologías<br />
conocidas, es haber perdido<br />
la capacidad de comprenderlos<br />
como organismos.<br />
Ideas y percepciones se entrelazan<br />
y de ambas surgen actitudes<br />
y comportamientos. Hemos<br />
reducido la experiencia de la libertad<br />
a la elección en función<br />
de nuestro poder adquisitivo. La<br />
tremenda apuesta de la modernidad<br />
por el conocimiento racional<br />
y su socialización en el<br />
sistema educativo, ha obscure-<br />
JESÚS VICENS<br />
cido nuestra sensibilidad para<br />
distinguir las percepciones de las<br />
ideas. Nuestras intuiciones para<br />
desenvolvernos en un entorno<br />
se han diluido. En la sociedad<br />
moderna predominan las ideas y<br />
las ideologías que se aplican para<br />
funcionar. Una sociedad de<br />
imágenes y de informaciones.<br />
Ignora las percepciones fundamentales<br />
de nuestro ser con la<br />
naturaleza, con las generaciones<br />
y con el tiempo. Ha perdido el<br />
saber de la integridad y de los<br />
entramados relacionales. Limita<br />
el conocimiento a lo cuantificable<br />
y ello es una interpretación<br />
reducida. Para tener calidad<br />
en la vida hay que cultivar<br />
otras formas de acceso a la realidad,<br />
como la que nos viene de<br />
las intuiciones. Ello genera una<br />
tensión con el conocimiento de<br />
la socialización racional. La racionalización<br />
intercepta la realidad<br />
y la percepción la recibe.<br />
Cómo se entiende la salud<br />
Reducir la salud a de ausencia<br />
de enfermedad, como hace la<br />
medicina convencional, es insuficiente<br />
y ha provocado críticas<br />
de profesionales de las mismas<br />
filas sanitarias. Desde la sociología<br />
consideramos relevante retomar<br />
el concepto de salud a<br />
partir de los vínculos con el bienestar.<br />
Las percepciones y las actitudes<br />
que el hombre tiene y<br />
siente del mundo en que vive<br />
y del entorno con el que se relaciona<br />
son tan importantes para<br />
la salud, como pueda serlo una<br />
terapia médica, tal como hemos<br />
querido analizar en el apartado<br />
anterior. El cuerpo no es una<br />
pantalla donde se proyectan los<br />
órganos, sino un todo integrado<br />
en el que está implicado la realización<br />
del ser y la posibilidad de<br />
sentir el goce de la vida. No<br />
puede reducirse a un objeto, sino<br />
que hay un sujeto que lo<br />
constituye y debe aparecer en el<br />
diagnóstico de una enfermedad<br />
y en las formas de curarla.<br />
En este sentido, la salud de<br />
una persona y la vitalidad de una<br />
población no pueden evaluarse<br />
sólo en términos de buscar un<br />
funcionamiento adecuado en el<br />
nivel biomolecular, sino que es<br />
75
LA INTEGRACIÓN DE LA SALUD<br />
necesario también un bienestar<br />
general. Este incluye el buen hacer<br />
social, esto es, la paz, la convivencia,<br />
la comunicación. El<br />
bienestar implica: a) la vinculación<br />
de la persona con su forma<br />
de vida y de una comunidad<br />
cultural con su estilo de vida; y<br />
b) el tipo de persona que una<br />
sociedad quiere favorecer. No<br />
podemos quedarnos en la observación<br />
de los síntomas orgánicos.<br />
Habitar un cuerpo es vivirlo.<br />
Experimentar un paisaje<br />
es percibirlo. La salud hace referencia<br />
a esta sensibilidad que debe<br />
aprenderse y cultivarse y no<br />
solamente a las funciones del organismo,<br />
aunque ello pertenezca<br />
al ámbito del diagnóstico y<br />
terapia médica. La reciprocidad<br />
entre uno y los demás, entre la<br />
comunidad y el medio, es constitutiva<br />
de la salud. Así como,<br />
respetar el ritmo de la vida y solventar<br />
el estrés. La relación de<br />
equilibrio con el medio ambiente,<br />
por ejemplo, es decisiva<br />
para la salud. En los países del<br />
sur, donde viven dos tercios de<br />
la humanidad, muchas enfermedades<br />
son debidas a la escasez<br />
de elementos básicos, como el<br />
agua, y a la contaminación de<br />
dichos elementos básicos.<br />
Otra aclaración al concepto<br />
de salud es metodológica. Debemos<br />
concebir la persona y la sociedad<br />
como mutuamente constituyentes,<br />
comprender que no<br />
pueden existir una sin la otra. La<br />
modernidad, ha separado a<br />
la persona de sus compromisos<br />
sociales. La ha reducido a una<br />
unidad cuantitativa. Ello provoca<br />
conflicto y tensión. Emerge<br />
la impotencia del individuo<br />
ante la sociedad, la persona deja<br />
de ser creadora de la cultura<br />
y pasa a ser consumidora de la<br />
misma. Los movimientos ecologistas<br />
y las medicinas suaves,<br />
apuntan a una revinculación<br />
entre persona y sociedad, entre<br />
cultura y medio ambiente.<br />
Son aspectos de la realidad social<br />
que forman parte de las terapias<br />
de curación en disfunciones<br />
como cánceres o enfermedades<br />
degenerativas. Algo<br />
que encontramos en el trabajo<br />
de Deepak Chopra, en sus for-<br />
mas de curación cuántica, en<br />
Boston.<br />
Las medicinas suaves<br />
El trabajo realizado por las medicinas<br />
suaves en los últimos 25<br />
años abarca todas las esferas de<br />
la salud tal como la hemos definido:<br />
bienestar, armonía, relación,<br />
reciprocidad, receptividad<br />
y capacidad de ver las cosas holisticamente.<br />
Ello implica tanto<br />
el cuerpo como la psicología y la<br />
convivencia social. Estas prácticas<br />
tienen en cuenta la complejidad<br />
de los factores que intervienen<br />
en la prevención de la salud<br />
o, en caso de enfermedad,<br />
en su restablecimiento. Hallamos<br />
varios denominadores comunes<br />
dentro de la variedad que<br />
las identifica como medicinas<br />
suaves frente a la medicina convencional.<br />
No nos referimos a la cirugía<br />
sino a la medicina. La cirugía<br />
puede estar al servicio de la medicina<br />
convencional, como sucede<br />
en la mayoría de los casos,<br />
pero puede igualmente estar al<br />
servicio de las medicinas suaves.<br />
Centramos la crítica en la concepción<br />
reduccionista y en las<br />
aplicaciones terapéuticas que no<br />
potencian a toda la persona para<br />
mejorar el sistema inmunológico,<br />
sino que la inhiben con los<br />
medicamentos. Devuelven a la<br />
persona la responsabilidad principal<br />
de la curación. Quieren<br />
que se impliquen en el proceso<br />
de curación y en el mantenimiento<br />
de su salud.<br />
La medicina científica no ha<br />
obtenido los éxitos prometidos.<br />
La terapia génica y el proyecto<br />
genoma humano, la investigación<br />
más ambiciosa del siglo, siguen<br />
el mismo paradigma y la<br />
misma promesa de cornucopia.<br />
La relación entre la inversión y<br />
los resultados es muy grande.<br />
Debemos añadir a ello que el<br />
sistema hospitalario necesario<br />
para aplicar la medicina científica<br />
ha creado la enfermedad yatrogénica,<br />
que es una de las causas<br />
primeras. Por ello, el tema<br />
de la salud, y particularmente la<br />
modificación genética es una<br />
cuestión pública, política y ética,<br />
y hay que evaluarla en su di-<br />
mensión sociológica tanto como<br />
en su validez científica.<br />
Las medicinas suaves se orientan<br />
en el sentido siguiente: Primero,<br />
el paradigma que las sustenta<br />
es integral y su concepción<br />
holística, la persona y su entorno<br />
participan en el proceso de curación,<br />
y por ello evalúan el estilo<br />
de vida, las presiones ambientales,<br />
la satisfacción, el potencial<br />
realizado y el sentido de su vida.<br />
Segundo, para entender la enfermedad<br />
y la salud contemplan la<br />
dimensión corporal, la conciencia,<br />
la experiencia del tiempo y<br />
del medio donde se habita, es decir,<br />
la química del organismo, la<br />
mente y el ánimo de la persona,<br />
y el momento de la vida en que<br />
uno se encuentra, donde se equilibran<br />
edad y madurez. Las medicinas<br />
suaves quieren recuperar<br />
la función vocacional del médico.<br />
El valor de acompañar y atender<br />
a la persona en su enfermedad y<br />
en su situación vital.<br />
La salud es, ante todo, una<br />
cuestión social, moral y de responsabilidad<br />
personal. Solo en segundo<br />
lugar, es un tema técnico y<br />
científico. Es el punto de partida<br />
de cualquier realización humana.<br />
Y, ésta, no puede reducirse a un<br />
conocimiento instrumental o<br />
profesional. Todo lo contrario,<br />
cuanto más importante es un tema,<br />
en términos de cuestión central<br />
para la vida de las personas y<br />
para la sociedad, mayor es su interés<br />
para el debate público. La<br />
ciencia puede ser beneficiosa si<br />
acompaña a las decisiones reflexionadas<br />
dentro de una comunidad,<br />
no al revés. Y, es perniciosa<br />
cuando excluye la reflexión y se<br />
impone como verdad.<br />
Las instituciones políticas democráticas<br />
otorgan a los informes<br />
que presentan los expertos,<br />
el grado mayor de verdad ante<br />
un conflicto social, lo que convierte,<br />
paradójicamente, en antidemocrática<br />
a la misma sociedad.<br />
Son muchos los ejemplos<br />
en medicina, en impacto ambiental,<br />
en energía, en agua, que<br />
reducen los debates a informes<br />
técnicos. Los profesionales deben<br />
estar al lado del sentir de la<br />
gente y hacer una doble tarea de<br />
análisis y educación. Las grandes<br />
cuestiones sociales deben debatirse<br />
en las instituciones cercanas<br />
a las personas.<br />
La confusión sobre lo social<br />
es enorme. La democracia implica<br />
correlacionar intereses diferentes,<br />
opuestos muy a menudo<br />
y en conflicto. La búsqueda del<br />
compromiso social es un proceso<br />
que permite integrar las tensiones<br />
y resolver los conflictos, pero requiere<br />
tiempo, sosiego, reflexión,<br />
algo que está fuera de los cronómetros<br />
de la modernidad. Para<br />
ésta, lo importante es la rapidez y<br />
la eficiencia en términos económicos.<br />
Sin embargo, el compromiso<br />
tiene la capacidad de cambiar<br />
la orientación de las tensiones.<br />
Las medicinas suaves abogan<br />
por la paciencia. La medicina, la<br />
ecología, la política, el hábitat, el<br />
tiempo son ejemplos de cuestiones<br />
sociales que la cultura moderna<br />
ha puesto fuera del alcance<br />
de la gente.<br />
Las medicinas suaves siguen<br />
dirigiéndose a una minoría, a pesar<br />
del tiempo que llevan aplicando<br />
terapias. El interés ha crecido<br />
debido, en parte, a la desconfianza<br />
hacia la medicina<br />
convencional. La participación<br />
social en debates públicos y cursos<br />
de formación puede cambiar<br />
la opinión en favor de estas medicinas<br />
de tratamiento suave.<br />
Aunque este objetivo no está cerca,<br />
hoy podemos vislumbrar su<br />
dirección. Hay dos contradicciones<br />
a que se ven sometidas en el<br />
marco de la economía de mercado.<br />
Una, la falta de apoyo institucional<br />
para aquellos que la requieran.<br />
Dos, han surgido para<br />
mejorar la calidad de vida y usar<br />
mejor el potencial humano pero,<br />
trabajan en condiciones desiguales<br />
y se enfrentan a un vacío legal<br />
sobre los conocimientos requeridos.<br />
Salud y ecología se oponen a<br />
concepciones y a prácticas con<br />
fines instrumentales, donde prevalece<br />
la manipulación. La salud<br />
requiere del compromiso, de la<br />
ética y de la responsabilidad. n<br />
Jesús Viçens es profesor de Sociología<br />
en la Universidad de Barcelona. Autor<br />
del Valor de la salud.<br />
76 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
Hay un cine necesario, imprescindible,<br />
impagable<br />
(palabra que de tanto sonar<br />
a desprendido parece un torpedo<br />
de los friedmanianos de<br />
Chicago a la línea de flotación<br />
del pensamiento izquierdista),<br />
que azuza las conciencias y nos<br />
deja un poco limpios del polvo y<br />
la paja del campeonato mundial<br />
de consumismo fruto de nuestros<br />
días, y hay un cine pleno que<br />
escarba en los rincones tiernos o<br />
abruptos del pasado y en un presente<br />
que no sabe cómo parecer<br />
más moderno, más desquiciado<br />
todavía. Ese cine impetuoso, de<br />
tormenta sin pararrayos –con la<br />
que está cayendo–, que lo mismo<br />
da un chispazo terrorífico que<br />
hiela la sangre que nos ilumina la<br />
razón con la idea de lo bendito,<br />
lo eternamente joven, inocente y<br />
gracioso, pertenece en gran parte<br />
a los hermanos Joel (director) y<br />
Ethan (productor) Coen, ambos<br />
excelentes guionistas y contumaces<br />
constructores de un universo<br />
en el que las pistolas hablan de<br />
amor y los besos van envueltos<br />
en mensajes no siempre tranquilizadores<br />
para la vida del destinatario.<br />
Las primeras películas<br />
Sangre fácil<br />
Así ha sido desde Sangre fácil<br />
(1984), su recordada ópera prima<br />
en la que demostraban poseer<br />
un nuevo libro de ruta para<br />
transitar los hermosos y oscuros<br />
callejones del thriller, que por entonces<br />
estaba buscando una redefinición<br />
de su estética y una<br />
posición crítica frente a la ola reaganiana<br />
de conservadurismo.<br />
Haciendo frente a estos retos, los<br />
Coen ofrecían una gama de personajes<br />
unidos por el mismo deterioro,<br />
la misma ansiedad e<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
idéntica propensión a confundir<br />
el dinero con la felicidad. Era<br />
fundamental evitar las adocenadas<br />
respuestas del cine seudoclásico<br />
a un género que no pedía<br />
disculpas baratas de bandas sonoras<br />
intentando dar ritmo a las<br />
sombras ni actores estelares empeñados<br />
en un primer plano<br />
eterno. Mucho mejor acudir a la<br />
violencia seca y a la locura de<br />
sensaciones que a menudo procuraron<br />
las películas negras de<br />
los años cincuenta que tendían a<br />
una cierta idealización de algunos<br />
de los valores (los mencionados)<br />
de la serie B norteamericana.<br />
Hablamos de títulos tan<br />
reconocidos como The Narrow<br />
Margin (Richard Fleischer,<br />
1952), El beso mortal (Robert Aldrich,<br />
1955) o The Crimson Kimono<br />
(Samuel Fuller, 1959).<br />
Con este bagaje y una mirada<br />
lúcida al entorno viciado en el<br />
que estaban inmersos, los hermanos<br />
Coen conseguían, paradójicamente,<br />
una película fresca,<br />
ágil y vibrante. Una auténtica caja<br />
de sorpresas en la que había<br />
muchos caramelos de sabores a<br />
veces extraños, pero siempre con<br />
un regusto acogedor que podría<br />
recordar la imagen de un cuento<br />
infantil a la luz de las llamas del<br />
hogar. No importaba que la huella<br />
del crimen se paseara con horror<br />
o que las traiciones tuvieran<br />
un aire shakespeariano en las que<br />
el corazón destilaba un humor<br />
que podía corroer las entrañas<br />
más duras. En el fondo, Frances<br />
McDormand, encarnando a la<br />
inquietante Abby, tenía la psicología<br />
de un personaje de cómic y,<br />
como Jessica, el voluptuoso dibujo<br />
animado de ¿Quién engañó<br />
a Roger Rabbit? (Robert Zemeckis,<br />
1988), podría decir aquello<br />
de “yo no soy mala, es que me<br />
CINE<br />
HERMANOS COEN<br />
Un equilibrio basculante entre la fascinación ‘en negro’ y el humor<br />
ALBERTO ÚBEDA-PORTUGUÉS<br />
han hecho así”; el detective asesino<br />
que incorporaba M. Emmet<br />
Walsh ponía mucha más atención<br />
en satisfacer con incontinencia<br />
histérica su codicia que<br />
en resolver adecuadamente su siniestro<br />
trabajo; el amante indómito,<br />
Ray (John Getz), se convertía<br />
en un artista de la ansiedad<br />
y la sospecha, con una eficacia<br />
chistosa y perdularia a la par. Elementos<br />
doloridos, patéticos, de<br />
un mosaico redentor de tantos<br />
laberintos oscurantistas en los<br />
que el Minotauro se empacha en<br />
la olla de los géneros, que dejaba<br />
en una posición ventajosa a los<br />
hermanos Coen para sus siguientes<br />
aventuras.<br />
Arizona Baby<br />
En la frenética Arizona Baby<br />
(1987), la inspiración llegaba directamente<br />
de Woody Allen y su<br />
delirante primera película Toma<br />
el dinero y corre (1969), y de las<br />
mejores tradiciones de la screwball<br />
comedy, tanto en el periodo<br />
silente como en el sonoro 1 . Los<br />
Coen, eso sí, no se privaban de<br />
utilizar ópticas aberrantes si ello<br />
redundaba en la sensación de pérdida,<br />
de descontrol, de deflagración<br />
que destruye los circuitos internos<br />
por los que viaja la información<br />
adecuada para que la<br />
familia continúe siendo la célula<br />
madre del ordenamiento económico<br />
capitalista. El joven ex convicto<br />
Hi McDonnough (Nicolas<br />
Cage) está dispuesto a trabajar en<br />
lo que haga falta con tal de que<br />
no se malogre su pequeño sueño<br />
1 Comedia típica de los años treinta<br />
en la que preponderaban los diálogos vertiginosos<br />
y la acción constante, característica<br />
esencial esta última del slapstick<br />
que auparon Charles Chaplin, Buster Keaton<br />
y otras luminarias del cine mudo.<br />
americano de vida independiente,<br />
aunque sea en una caravana en<br />
medio del desierto de Arizona<br />
junto a su mujer, ex policía, Ed<br />
(Holly Hunter), que también hace<br />
frente a las pequeñas o grandes<br />
estrecheces y que, quizá para invocar<br />
un reino de futura prosperidad,<br />
quiere un hijo que sea testigo<br />
de estas conquistas.<br />
Pero el maná a veces no encuentra<br />
ningún tren para llegar a<br />
casa y es preciso adentrarse en el<br />
nido del vecino y sustraer un crío<br />
de un parto de quintillizos. La<br />
estrecha línea que separa al bien<br />
del mal, la ley del delito, desaparece<br />
con este acto, elogiable en<br />
rigor, de procurar la dicha a<br />
quien no la tiene, pensando que<br />
los dones que Dios ha concedido<br />
tan abundantemente a los demás<br />
deben ser compartidos con otros<br />
bienaventurados o aspirantes a<br />
esa plenitud. De forma que resulta<br />
natural el secuestro, infantil<br />
en su ejecución –como corresponde<br />
al rapto de un bebé–, delicado<br />
y arduo tal cual fuera un<br />
alumbramiento. Disquisiciones<br />
aparte, la película es una invitación<br />
a la danza, al tumulto, un<br />
completo carnaval de máscaras<br />
abrumador en el que todos los<br />
personajes salen malparados, escarnecidos,<br />
descompuestos por<br />
sus jorobas picassianas de facto<br />
que les hace extraviar el rumbo<br />
hasta vagar abandonados en un<br />
rincón, sin cuerda, sin cordura.<br />
Otra cosa no se puede pensar de<br />
apariciones como la del satánico<br />
motociclista cazador de recompensas<br />
que incluso en sueños<br />
se alimenta del rastro inconfundible<br />
de los wanted man; del ejército<br />
de perseguidores gubernamentales<br />
digno de un episodio<br />
del Conejo de la suerte que acosan<br />
a Hi cuando decide volver a su<br />
77
HERMANOS COEN<br />
Hermanos Coen<br />
resultona vida de atracador. El<br />
mundo parece haber dado una<br />
vuelta de más sobre su eje o,<br />
atendiendo a un añejo reproche<br />
de Humphrey Bogart, ha logrado<br />
ponerse al día en las copas de retraso<br />
que tenía. Y en esa melopea<br />
universal los padres protagonistas,<br />
inocentes, despreciados, tan<br />
cómicos para los que tienen el<br />
dinero y la autoridad, tendrían<br />
que cantar con Bob Dylan su famosa<br />
prédica “para vivir al margen<br />
de la ley, debes ser honesto”<br />
2 . Lo difícil es llevarla a la<br />
práctica.<br />
Los archivos secretos<br />
de la meca del cine<br />
Los hermanos Coen habían<br />
puesto sobre el tapete dos largometrajes<br />
constituidos, en teoría,<br />
del riesgo y de un indesmayable<br />
amor a la entraña literaria<br />
del guión, a su fondo melancó-<br />
2 De su canción Absolutely Sweet Marie,<br />
perteneciente al álbum Blonde on<br />
Blonde (1966).<br />
lico primigenio del que siempre<br />
es difícil destacar una trama en<br />
perjuicio de otras que quedarán<br />
como sueños de grandeza de futuras<br />
películas. Con la mirada y<br />
el ingenio de los detectives privados<br />
del viejo estilo, los cineastas<br />
–entre nubes de polvo y ratones<br />
anticinéfilos– chapotearon en los<br />
sótanos de las filmotecas hollywoodienses,<br />
y de allí surgieron,<br />
como fantasmas, el quejido ronco<br />
de una metralleta y los ojos<br />
desorbitados de hombres incapaces<br />
de creer en su propio fin. Elementos<br />
incorporados de inmediato<br />
a la médula de Muerte entre<br />
las flores (1990), en la que los Coen<br />
describían con energía una<br />
América en el periodo de mayor<br />
hegemonía del gangsterismo y de<br />
la corrupción institucionalizada.<br />
La película era también un encendido<br />
tributo a un cine amoral<br />
que nació en 1927 con La ley<br />
del hampa, de Josef Von Sternberg,<br />
y que prosiguió su trayecto<br />
homicida en los años treinta<br />
con títulos como Hampa dorada<br />
(Mervyn LeRoy, 1930), Public<br />
Enemy (William A. Wellman,<br />
1931), Scarface (Howard Hawks,<br />
1932) o Los violentos años veinte<br />
(Raoul Walsh, 1939), filme este<br />
último erigido en balance definitivo<br />
de una época de “cosecha<br />
roja” (valga la analogía con la novela<br />
de Dashiell Hammett).<br />
Muerte entre las flores<br />
Muerte entre las flores 3 es el álbum<br />
de fotos querido –pese a<br />
todo– y olvidado de ese imperio<br />
sangriento. El dolor y la pasión<br />
que muestran las instantáneas<br />
han adquirido un tono mate,<br />
pero eso no es óbice para que<br />
refuljan aquí y allá paradigmas<br />
de las sombras, contrastes de las<br />
emociones 4 . En estas condiciones,<br />
es una aventura casi física el<br />
seguir los pasos del extraño<br />
3 El título original es Miller’s Crossing,<br />
pero es mucho más sugerente el castellano<br />
porque alude al poético y surreal<br />
entorno campestre que los Coen escogen<br />
como escenario de ajustes de cuentas, en<br />
los que resalta una insospechada relación<br />
hamletiana entre ejecutor y víctima.<br />
hombre de acción encarnado<br />
por Gabriel Byrne, que aprovecha<br />
el humo de los tiroteos para<br />
encender un cigarrillo y quemar<br />
sus dudas existenciales y políticas;<br />
el atravesar las estancias del<br />
amor en las que un jefe mafioso<br />
(Albert Finney) se desnuda ante<br />
su adorada (Marcia Gay Harden)<br />
sin saber que en cada beso<br />
está jugándose la vida, ya que<br />
ella no es la muñequita de trapo<br />
fiel que supone; el contar los<br />
dientes de la ira de un gánster<br />
menor (Jon Polito) que pide<br />
sangre. Sangre desde los archivos<br />
–húmedos y llenos de telarañas–<br />
de los cuales los cineastas entresacaron<br />
esta pieza nostálgica y<br />
4 La iluminación de este filme es un<br />
hallazgo por sí solo, porque supone, en<br />
consonancia con los Coen, un esfuerzo<br />
de investigación historicista que propone<br />
razones para la utilización del color y su<br />
temperatura, dotándolo de un matiz cartográfico<br />
por el que se extienden las pequeñas<br />
verdades del relato. El mérito es de<br />
Barry Sonnenfeld, director de fotografía<br />
de la película y después afamado realizador<br />
(Hombres de negro, 1997).<br />
78 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
enfrentada al cine preñado de<br />
actualidad que sólo ofrece prisa<br />
para dejar de ser noticia.<br />
Bartyon Fink<br />
Con los ojos empañados por ese<br />
pasado legendario que remite a<br />
la meca del cine cuando en realidad<br />
lo era, los hermanos Coen<br />
bucearon hasta perderse en su<br />
interior de guionistas de raza, la<br />
misma de hombres mucho más<br />
anónimos que ellos que crearon,<br />
desde un despacho en Beverly<br />
Hills, esferas de luz en las que<br />
corrían montaña arriba manadas<br />
de caballos salvajes, trompetistas<br />
que podrían ser Louis<br />
Armstrong anunciaban el Apocalipsis<br />
y parejas alegres se enamoraban<br />
descorchando botellas<br />
de champaña y riendo a mandíbula<br />
batiente. En esos tiempos<br />
de esplendor, los Coen situaban<br />
al dramaturgo neoyorquino Barton<br />
Fink (John Turturro) (dando<br />
título a la película de 1991)<br />
que emprende un viaje de pleitesía<br />
a Hollywood para escribir<br />
los guiones que serán de sobra<br />
criticados por directores celosos<br />
de su poder, escenógrafos que<br />
no encuentran en el texto el pretexto<br />
para unos decorados a la<br />
altura de su talento, cámaras que<br />
no tienen el menor interés en<br />
lo que piensen los artistas, actores<br />
que no saben decir los diálogos<br />
o que no los comprenden o<br />
que no les gustan, y al estrenarse<br />
la película no hay nada o muy<br />
poco de lo que el guionista imaginara<br />
en una habitación de hotel,<br />
como cualquier otra, luchando<br />
por encontrar a su musa<br />
frente a una pared impersonal<br />
en la que hay un pequeño cuadro<br />
de temática playera.<br />
La historia de Barton Fink<br />
era la de centenares de escritores,<br />
encabezados por nombres<br />
como Francis Scott Fitzgerald,<br />
James M. Cain, Bertolt Brecht,<br />
Dashiell Hammett, Raymond<br />
Chandler o William Faulkner,<br />
que pensaron en el periodo de<br />
entreguerras al que la película se<br />
refiere que Hollywood había logrado<br />
deshacer el nudo gordiano<br />
que separaba al capitalismo<br />
de la libertad, pero más pronto<br />
que tarde fueron oyendo un<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
tam-tam del que huyeron despavoridos<br />
y que Rafael Azcona,<br />
entre otros, ha verbalizado en<br />
alguna ocasión: “El guionista es<br />
una puta”. Sólo un rostro en la<br />
multitud sin imagen que vender,<br />
alguien a quien no se invita<br />
a las fiestas piramidales de Sunset<br />
Boulevard, un mucamo cuyo<br />
genio en almoneda forma parte<br />
del ajuar industrial del productor.<br />
Con todo, la excitación de<br />
vivir en un mundo de estrellatos<br />
ansiados y obscenos también llega<br />
a la habitación olvidada de<br />
Barton Fink, que se convierte<br />
en coprotagonista de un psicothriller<br />
que no puede explicar;<br />
exactamente igual que cuando<br />
llega la inspiración volando como<br />
una corneja sobre un paisaje<br />
fétido y repulsivo.<br />
El guión –ya no su guión– se<br />
escribe automáticamente, él<br />
mismo elige el género y apenas<br />
atiende a las indicaciones del<br />
creador; lo que es una falta de<br />
respeto intolerable y al mismo<br />
tiempo una extraña ayuda narrativa<br />
que no consigue utilizar<br />
porque quema. Incluso le exige<br />
que abandone el hotel, que está<br />
siendo pasto de las llamas de un<br />
violento incendio. Desnudo de<br />
ideas, con las manos en los bolsillos,<br />
Barton Fink no sabe<br />
adónde ir. ¿Quién querrá acoger<br />
a un pobre escribidor con<br />
las ideas chamuscadas y vecino<br />
de habitación de un viajante de<br />
comercio (John Goodman) que<br />
prefiere asesinar a sus posibles<br />
clientes que venderles una corbata?<br />
¿Tendría que acercarse a<br />
una casa de empeño para que le<br />
tasasen las secuencias que dan el<br />
éxito y las que abocan al fracaso?<br />
¿Debería seguir ejerciendo su<br />
oficio pese a esta rebelión del<br />
caos y del crimen no escrito? El<br />
jefe de los estudios (Michael<br />
Lerner) le recuerda al atribulado<br />
guionista que está bajo contrato<br />
y los Coen asienten, sintiéndose<br />
herederos de este drama interior<br />
equívoco que hace ondear la<br />
bandera de los años dorados californianos.<br />
Probablemente, Barton Fink<br />
sea la película más difícil de los<br />
hermanos Coen. La que con<br />
más encono se afana en produ-<br />
cir excitación de una intertextualidad<br />
que parece la razón<br />
de ser de estos cineastas. El árido<br />
y laborioso proceso de la<br />
composición artística sobre la<br />
que divagan se zafa de su –a<br />
veces natural– fastidioso envoltorio<br />
libresco y avanza con ímpetu<br />
hacia una concepción valiosa<br />
de un cine intimista y<br />
perfectamente dotado para el<br />
espectáculo; un cóctel irresistible<br />
que los grandes estudios no pueden<br />
ignorar, aunque quisieran,<br />
porque en realidad es una vía de<br />
un único sentido en la que tantas<br />
películas se atascan desde<br />
que, a finales de los años cincuenta,<br />
la Nouvelle Vague impusiera<br />
su doctrina de cine de autor<br />
frente a las obsoletas fórmulas<br />
del cine clásico.<br />
El gran salto<br />
Con más medios, con una trinidad<br />
de estrellas de la talla de<br />
Paul Newman, Tim Robbins y<br />
Jennifer Jason Leigh, los hermanos<br />
Coen se acercaron a la orilla<br />
bienhechora de Frank Capra<br />
–más archivos recuperados de la<br />
polilla– y sus cuentos morales<br />
sobre ricos malvados y pobres<br />
en los que palpita el genio de la<br />
inocencia. El gran salto (1994)<br />
iniciaba su exposición fijándose<br />
en el vértigo del poder y de los<br />
oscuros y pulcros salones que albergan<br />
las juntas de los consejos<br />
de administración, donde el<br />
cuero indiscreto de los sillones y<br />
el brillo luciferino de la mesa de<br />
reuniones coadyuvan a que la<br />
mano pesada del destino se pose<br />
como una maldición en el<br />
hombro de los directivos y les<br />
acerque mucho más a la hecatombe<br />
que al triunfo en ese conciliábulo<br />
de ambiciones. Se necesitaba<br />
para la función a un tiburón<br />
de las finanzas (Newman)<br />
que trabaja para hundir a sus<br />
adversarios; un hombre de paja<br />
(Robbins) que vive en el País de<br />
Nunca Jamás y cree que el éxito<br />
se recoge igual que el maíz, y<br />
una periodista (Leigh) que está<br />
especializada en destrozar reputaciones<br />
caiga quien caiga. Todos<br />
sonríen y son felices porque<br />
suponen haberse salido con la<br />
suya, pero no han contado con<br />
ALBERTO ÚBEDA-PORTUGUÉS<br />
el azar y la química que alteran<br />
los planes y las ideas más preconcebidas.<br />
Sucede que a un niño<br />
sin importancia, muy lejos<br />
de esos pináculos de la toma de<br />
decisiones que no creen en la<br />
gente, se le ocurre qué hacer con<br />
el absurdo invento del hula-hop<br />
que el personaje de Robbins había<br />
diseñado sin una finalidad<br />
concreta. Como si fuera una peonza<br />
humana, lo hace girar sobre<br />
sí, y la armonía de su movimiento<br />
circular arrastra en cadena<br />
a millones de cuerpos más<br />
bien jóvenes que en cada vuelta<br />
notan cómo crece su confianza<br />
en el futuro mientras que los temores<br />
y las miserias pierden, en<br />
el frenesí del vaivén, su consistencia.<br />
Sucede, además, que Cupido<br />
asaetea y une a los que parecen<br />
tontos de nación (y encantadores)<br />
con las despiadadas<br />
(y atractivas) mujeres en un universo<br />
laboral masculino en el<br />
que están obligadas a ser siempre<br />
las primeras.<br />
En cierta manera, El gran salto<br />
es un noticiario apócrifo de<br />
ese instinto norteamericano para<br />
crear burbujas, pura y simple<br />
coca-cola, rock and roll alrededor<br />
del reloj: fantasías glamourosas<br />
que sirven de consuelo para no<br />
hacer demasiado caso de la elemental<br />
injusticia social. Pese a<br />
su distinta condición, los personajes<br />
principales son como<br />
aquellos chicos de antaño que<br />
frente a las puertas giratorias de<br />
un banco, o a la salida de un cine<br />
o de cualquier boca de metro,<br />
vendían periódicos voceando<br />
los titulares y daban sorprendentemente<br />
un poco de calor a<br />
los transeúntes, que encontraban<br />
un atisbo de humanidad bajo<br />
la lluvia fría y desabrida de la<br />
calle de los años cincuenta, década<br />
en la que la película ancla<br />
sus intereses. Uno no puede evitar<br />
que casi cualquier comentario<br />
a la obra de Franklin Delano<br />
Roosevelt y de su adlátere cinematográfico<br />
Frank Capra goce,<br />
a priori, de un beneplácito rayano<br />
en lo improcedente; pero su<br />
creencia en el bien a secas, en la<br />
libertad a secas, nos deja desarmados<br />
y ruborizados como colegiales.<br />
Y de esa fascinación se<br />
79
HERMANOS COEN<br />
imbuyeron los hermanos Coen<br />
para hacer esta divertida película<br />
de esperanzas y soflamas cara<br />
al viento del norte.<br />
De vuelta a Ítaca<br />
Fargo<br />
El oráculo de Delfos arbitró un<br />
primer regreso a casa con el<br />
equipaje sentimental lleno de<br />
imágenes necesarias, de películas<br />
preferidas que homogeneizaban<br />
un lenguaje propio, aunque<br />
sin ninguna pretensión de<br />
teorizar a lo André Bazin 5 ,o como<br />
los brillantes exploradores<br />
del Dogma danés 6 . Fargo<br />
(1996) es un reencuentro con<br />
la nieve de Minneapolis, Minnesota,<br />
el hogar del Medio<br />
Oeste de Joel y Ethan Coen.<br />
Un circunloquio entre risueño<br />
y lúgubre sobre la incredulidad<br />
que produce verse en una ventisca<br />
polar. El mayor mérito alcanzable<br />
es, de pronto, intuir<br />
sombras huidizas en las tinieblas<br />
blancas. Quizá sea la silueta<br />
de un oso, el corazón en la<br />
garganta; quizá una cabaña sin<br />
5 Fundador en 1951 de la célebre revista<br />
cinematográfica Cahiers du Cinéma.<br />
6 Vid. mi artículo Lars Von Trier: la<br />
conquista de la mirada.CLAVES DE RAZÓN<br />
PRÁCTICA, núm. 116, julio-agosto de<br />
2001.<br />
signos de vida… porque el lobo<br />
entró y se comió a una helada<br />
Caperucita Roja.’<br />
Tenían los Coen dos asesinos<br />
muy brutales y tan diferentes<br />
como la morsa y la perdiz; tenían<br />
un caso de infidelidad y avaricia<br />
que era perfecto para escenificar<br />
la perdición de un hombre,<br />
y tenían a una mujer policía<br />
embarazada que debía detener<br />
el coche patrulla de vez en cuando<br />
para vomitar sobre la nieve.<br />
Efectivamente, daba la impresión<br />
de que Fargo, deudora en<br />
su estructura de thriller de la primera<br />
película de los hermanos<br />
cineastas, quería mostrarse leal<br />
con lo que ellos consideraban<br />
un asunto de la incumbencia exclusiva<br />
de la leche materna recibida:<br />
la que les ayudó a ser hombres<br />
y alumbró su deseo de historias<br />
en movimiento. Eso, de<br />
suyo, implicaba aparcar un tanto<br />
los efectos de la sala de montaje<br />
que distorsionaban en momentos<br />
puntuales de sus filmes<br />
la formalidad del conjunto y remachaban<br />
la consabida e hiriente<br />
ironía a la que por ley no<br />
pueden renunciar los Coen.<br />
Querían alcanzar una austeridad<br />
estética libre de matizaciones,<br />
aun a costa de ser impúdicamente<br />
rudos. Pretendían acceder<br />
a un nirvana de calma en los<br />
primeros planos. Retarse bajo<br />
una tensión enervante a mantener<br />
la disposición de la toma,<br />
sin tener en cuenta la inquietud<br />
del espectador ante el deleite de<br />
unos rostros concluyentes 7 .<br />
Comprometerse, entonces, cuidadosamente<br />
con la mirada de<br />
buena esperanza de Frances Mc-<br />
Dormand, que en su vehículo<br />
celular pregunta, a través de las<br />
rejas que separan los asientos, al<br />
asesino incorporado por Peter<br />
Stormare si los crímenes, mutilaciones<br />
y descuartizamientos de<br />
los que es autor los ha cometido<br />
“solamente por un poco de dinero”.<br />
Fijarse a su vez en el contraplano<br />
expectante de la cara<br />
vencida, aunque todavía imponente,<br />
del asesino, al que de seguro<br />
le gustaría asentir y disculparse<br />
por lo que dice de él la señora<br />
de uniforme; pero para<br />
explicar el horror no hay razones<br />
objetivas, discursos racionales<br />
que eluciden actos execrables. A<br />
fuer de sincero, debería recurrir<br />
a apuntaciones balísticas. Movimientos<br />
termodinámicos de flexión<br />
y extensión del brazo, por<br />
ejemplo, para serrar miembros<br />
de cadáver que se hacen de rogar<br />
y pasarlos después por una trituradora<br />
(un momento del filme<br />
que certifica la buena estirpe<br />
del humor macabro al que, en<br />
ocasiones, los hermanos Coen<br />
se acogen, y en el que reverencian<br />
–¿o se mofan?– de algunas<br />
colaboraciones iniciáticas y alimenticias<br />
en el género terrorífico);<br />
velocidad cerebral para la<br />
emisión de una orden que exige<br />
sacar el arma (se acabaron las<br />
dudas metafísicas de Muerte entre<br />
las flores) y disparar a que-<br />
7 Viene al caso el recuerdo de una proyección<br />
pública de La mirada de Ulises<br />
(1995), protagonizada por Harvey Keitel<br />
y dirigida por Theo Angelopoulos –cineasta,<br />
por otra parte, muy alejado de los<br />
presupuestos de los hermanos Coen–, en<br />
la que había una cincuentena de asistentes.<br />
A la conclusión del metraje éramos sólo<br />
tres los acólitos a los que no nos importaba<br />
en absoluto que Keitel no ejerciera de<br />
estrella y, sin imponerse, buscara su lugar<br />
en los largos y meditativos planos de la<br />
plegaria filmada por Angelopoulos sobre el<br />
conflicto que en los últimos años ha asolado<br />
los Balcanes, una Ítaca funeraria.<br />
marropa.<br />
Los instantes de paz en los<br />
que no se promueven estas barbaridades;<br />
o la inmensa desdicha<br />
del asesino locuaz Steve<br />
Buscemi que, con un tiro en la<br />
cara, intenta averiguar en el<br />
campo abierto dónde escondió<br />
un maletín repleto de dólares,<br />
sepultado por las toneladas de<br />
nieve caídas desde entonces; o la<br />
dulzura casi femenina del marido<br />
pintor (John Carroll Lynch),<br />
que despide cada día a la puerta<br />
de casa a su esposa policía,<br />
deseándole que tenga un buen<br />
día y que esté atenta a las posibles<br />
contracciones de su abultado<br />
vientre preparturiento, son<br />
como pequeños regalos de enorme<br />
sensibilidad de unos artistas<br />
que no sólo saben escribir y<br />
filmar de una manera única<br />
(controvertida, claro; desde que<br />
Nietzsche proclamó la muerte<br />
de Dios no hay Orson Welles<br />
que resista de una pieza todos<br />
los embates), sino que también<br />
han recogido unas briznas de<br />
sabiduría (experiencia de vida),<br />
y con ellas nos conmueven hasta<br />
las lágrimas, si es que fuera<br />
posible que brotaran de estos<br />
espacios desolados en los que<br />
no es raro encontrar la paz de<br />
espíritu. Aunque, conforme a la<br />
poética de los Coen, puede que<br />
sea el espíritu de un fantasma<br />
que recorre tranquila y fríamente,<br />
con una botella de<br />
whisky en la mano, los bosques<br />
en donde cruje el aire boreal.<br />
Los asesinos pagan sus crímenes<br />
y los Oscar premian a<br />
Fargo 8 . Todo muy conveniente<br />
y ordenado, pero lo que finalmente<br />
quería jalear el filme es<br />
que hay un tipo de recompensas<br />
que se sueldan indeleblemente<br />
al alma y no se pueden<br />
contar porque ensucian su<br />
transparencia. Cuando rueda el<br />
sinfín de los créditos y nos levantamos<br />
con más parsimonia<br />
de la habitual, comprendemos<br />
que la justicia que nos merecemos,<br />
la serenidad de la que no<br />
8 Fue galardonada con el Oscar al mejor<br />
guión y el Oscar a la mejor actriz<br />
(Frances McDormand).<br />
80 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123
nos hemos dado de alta como<br />
era menester, se quedan a oscuras<br />
y ausentes frente al telón<br />
blanco en el que volverán a<br />
proyectar Fargo para quizá renombrar<br />
la armonía.<br />
El Gran Lebowski<br />
Como nuevos apóstoles de santa<br />
Teresa de Jesús, los hermanos<br />
Coen trataban de proseguir<br />
su camino de perfección, que,<br />
en los tiempos que corren, suele<br />
ser una carretera de circunvalación<br />
mal señalizada. La casa<br />
del protagonista de El Gran Lebowski<br />
(1997) no estaba lejos<br />
de esos nudos de serpientes de<br />
hormigón y asfalto que asfixian<br />
las ciudades. El cielo más limpio<br />
que vio el personaje se deshizo<br />
como polvo de estrellas<br />
cuando los ochenta llamaron a<br />
su puerta. Desde entonces ha<br />
seguido fumando marihuana,<br />
escuchando a la Creedence Clearwater<br />
Revival y ha jugado,<br />
uno tras otro, campeonatos de<br />
bolos sin saber muy bien el porqué<br />
de una pasión tan exacerbada<br />
y ridícula, el porqué de<br />
que sus mejores amigos sean un<br />
veterano del Vietnam, donde<br />
quedaron su lucidez y sus esperanzas,<br />
y otro marginado social,<br />
surfista retirado, que no encuentra<br />
solución en estar con<br />
los amigos pero tampoco la encontraría<br />
en estar solo y sin nadie<br />
a quien no hablar. El supuesto<br />
Gran Lebowski, más conocido<br />
por el Nota, no busca<br />
trabajo, y si lo encuentra, procura<br />
perderlo. No tiene ninguna<br />
ropa o traje formal para grandes<br />
ocasiones porque no las hay; y si<br />
se pone triste de repente, enciende<br />
otro porro, hasta que todo<br />
lo que tiene cerca vuelve a<br />
surgir en su mente con ese aspecto<br />
sucio y enrollado que tanto<br />
le acomoda. Fantaseando sobre<br />
esto y lo otro dentro de los<br />
estrechos márgenes que se permite,<br />
unos matones allanan su<br />
morada, le conminan a que salde<br />
las cuantiosas deudas de su<br />
mujer, se dan cuenta de que no<br />
es la persona que buscan y vejan<br />
su adorada alfombra. Todo, en<br />
un tiempo récord.<br />
Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
“Tras ese universo perfectamente reconocible<br />
irrumpe el miedo. El hombre<br />
se encuentra atrapado en ese lugar<br />
que creía seguro; los límites de la realidad<br />
se desmoronan” 9 .<br />
La irrupción de lo real exhala<br />
dinero por todos los poros. Contiene,<br />
además, esencia de poder,<br />
corrupción, sexo, chantaje e ideales<br />
patrióticos que van muy bien<br />
con las maderas nobles del amplio<br />
salón en el que el verdadero<br />
Gran Lebowski recibe a un malhumorado<br />
Nota. Posee Lebowski<br />
una gran fortuna y sin embargo<br />
no puede levantarse de su silla de<br />
ruedas. Está casado con una mujer<br />
bella que muy apropiadamente<br />
toma el sol en la piscina mientras<br />
espera la hora de citarse con el<br />
jardinero o con algún enemigo<br />
político de su marido, y nadie duda<br />
de su incapacidad como amante.<br />
Se burla del Nota porque la<br />
sociedad estima que un Gran Lebowski<br />
debe burlarse de un parado<br />
ex hippy (“ex”, el gran prefijo<br />
de nuestra época, cuando todas<br />
las utopías se han ido por el sumidero),<br />
y, sin embargo, es un<br />
personaje patético hasta lo inimaginable<br />
10 . Para comprobar la temperatura<br />
del desastre encarnada en<br />
el Nota le contrata como intermediario<br />
para hacer efectivo el<br />
rescate de su mujer, ahora secuestrada.<br />
Y el Lebowski anónimo intenta<br />
timar al Lebowski respetable,<br />
sin sospechar que éste ya le ha<br />
engañado de antemano. Sin sospechar<br />
que la esposa deshonrosa<br />
ha organizado su secuestro para<br />
no tener que depender de la tiranía<br />
del magnate. Sin sospechar<br />
que la arrebatadora hija de Lebowski<br />
hace el amor con él para<br />
que un futuro Lebowski menos<br />
impedido que el patriarca ponga<br />
9 Mercedes Miguel Borrás: La representación<br />
de la mirada (La ventana indiscreta;<br />
Alfred Hitchcock, 1954), pág. 23.<br />
Ediciones de La Mirada, Valencia, 1997.<br />
10 “Su imagen [la del Nota] en bañador,<br />
bata y sandalias es un puñetazo a la<br />
corbata y al Rolex de los que tienen siempre<br />
la razón”. Mercedes Miguel Borrás:<br />
Historia del cine con cien películas, pág.<br />
114. Acento Editorial, col. Flash Más,<br />
Madrid, 2001.<br />
un poco de orden o de buenos<br />
sentimientos en el viciado entorno<br />
familiar.<br />
No es ningún secreto que los<br />
hermanos Coen repasaron la novela<br />
de Raymond Chandler y película<br />
de Howard Hawks El sueño<br />
eterno (1946), en la que<br />
Humphrey Bogart, incorporando<br />
al célebre detective Philip<br />
Marlowe, era contratado por la<br />
familia Sternwood para resolver<br />
un chantaje y terminaba luchando<br />
apuradamente por salvar su<br />
vida entre las garras de las hermosas<br />
y pérfidas hermanas Sternwood.<br />
Pero el Nota que interpreta<br />
Jeff Bridges jamás será un<br />
duro de Hollywood (basta con<br />
echar una mirada a sus consejeros<br />
áulicos), y aunque comprende<br />
que es una marioneta apellidada<br />
Lebowski que nadie se digna<br />
considerar, salvo su misterioso<br />
benefactor con aspecto de vaquero<br />
granítico (puro humo de<br />
marihuana) que suele encontrar<br />
en la barra del bar de la bolera,<br />
nada puede hacer para impedirlo,<br />
para no tomar partido siempre<br />
equivocado por las distintas<br />
facciones que aspiran a llevarse<br />
una porción de la gran tarta Lebowski,<br />
cuando él ya se daba por<br />
pagado con una alfombra nueva<br />
en la que ningún sicario volviera<br />
a orinar.<br />
No es posible sustraerse a los<br />
intereses del mundo ni a sus<br />
equívocos, que llevan de un extremo<br />
a otro del columpio a todos<br />
los que encuentra a su paso,<br />
desactivando cualquier resistencia<br />
a su empuje corrosivo. Esta<br />
certeza de lo real (de lo siniestro<br />
en cuanto a destrucción de tabúes<br />
salvadores e introducción<br />
de marcas purulentas en el proceso<br />
narrativo que conduce a la<br />
barca de Caronte 11 ), que alcanza<br />
con sus flechas cualquier paraíso<br />
artificial (si las utopías se<br />
han ido por el sumidero, todos<br />
los paraísos son artificiales), desanima<br />
al Nota tanto como le<br />
hace concebir algún proyecto<br />
11 “Lo siniestro es aquello que, debiendo<br />
permanecer oculto y secreto, se ha<br />
revelado, se ha hecho presente ante nuestros<br />
ojos”. Eugenio Trías: Lo bello y lo siniestro,<br />
pág. 74. Ariel, Barcelona, 1988.<br />
ALBERTO ÚBEDA-PORTUGUÉS<br />
mercantil que por el momento<br />
se irá pensando entre humos.<br />
En ese ínterin, qué mejor que<br />
volver a la bolera y desafiar a la<br />
historia con un nihilista “no ha<br />
pasado nada y todo sigue igual”.<br />
La materialidad de El Gran Lebowski<br />
desmonta este propósito<br />
y, aunque encogidos por el desfile<br />
de tiburones en la costa, esbozamos<br />
una amplia sonrisa de<br />
gratitud a los hermanos Coen<br />
por el conocimiento de una<br />
simpática caterva de ineptos<br />
que el Estado de bienestar tiene<br />
que mantener o soportar, sin<br />
que hasta el momento se le haya<br />
ocurrido la eliminación masiva<br />
de estos descarriados que<br />
no hacen más grande a un país,<br />
pero, en cambio, desde la barricada<br />
coeniana, sí que crean<br />
espectadores más felices.<br />
O Brother!<br />
Acostumbrados a frecuentar el<br />
telar de Penélope y a consultarle<br />
sobre los nuevos tejidos con<br />
los que obtener los acentos de la<br />
parodia, Joel y Ethan Coen pusieron<br />
de nuevo rumbo a Ítaca<br />
para invocar nada menos que el<br />
nombre de los nombres, Homero,<br />
clave ritual de la que todos<br />
procedemos: escritores, lectores,<br />
mecenas de fin de semana<br />
y popes de la comunicación. Estuvo<br />
de acuerdo en la cesión de<br />
su Odisea (no hay testigos ni fotografías<br />
de la reunión, pero es<br />
previsible que ocurriera, incluso<br />
si hay 3.000 años de separación<br />
entre el rapsoda y los cineastas)<br />
para una versión libérrima de la<br />
epopeya en el delta del Misisipí<br />
durante la depresión. O Brother!<br />
(2000) pintaba Troya en<br />
una prisión rodeada de campos<br />
de algodón, y desde allí tres<br />
hombres encadenados y con el<br />
llamativo traje de los presidiarios<br />
huyen a la desesperada, si<br />
no en busca de Penélope, sí de<br />
un herrero con ganas de trabajar<br />
y que no cobre mucho o nada<br />
por liberar de grilletes sus tobillos.<br />
Tirios, troyanos y policía<br />
federal siguen sus huellas por<br />
las tierras yermas en las que encuentran<br />
parientes pobres y un<br />
hombre de color que, hechizado<br />
por los misterios del gran río,<br />
81
HERMANOS COEN<br />
ha vendido a medianoche su alma<br />
al diablo en un cruce de caminos<br />
y a cambio le ha sobrevenido<br />
en la caja de su guitarra<br />
el espíritu sin dueño del blues 12 .<br />
Así, La Odisea ya tiene música,<br />
y si el guitarrista no tañe su instrumento,<br />
aparece un atracador<br />
de bancos innato que sueña con<br />
morir en la silla eléctrica y dejar<br />
sin luz a todo el Estado. Y si,<br />
pese a todo, no hay manera de<br />
comer decentemente, un hombre<br />
ciego en el páramo tiene un<br />
pequeño estudio de grabación<br />
y ofrece unos pocos dólares a<br />
quien registre un poco de su arte.<br />
Seis cuerdas sincopadas presentan<br />
a Ulises (George Clooney)<br />
de vocalista y los coros de<br />
los otros fugados, que se convierten<br />
en las estrellas de las<br />
Producciones Homero: los Traseros<br />
Mojados. Nadie les conoce<br />
y todo el mundo les oye. Los<br />
políticos quieren su apoyo y a la<br />
policía le encanta su ritmo.<br />
Hasta Penélope (Holly Hunter)<br />
les ha escuchado, pero, atareada<br />
con sacar adelante a sus<br />
seis hijos, no comprende que<br />
Ulises está anunciando su llegada.<br />
Antes debe resistir a la<br />
tentación de las ninfas del río<br />
que quieren ser amadas y desenmascarar<br />
a las hordas del Ku<br />
Klux Klan que se refugian en<br />
sus prejuicios de casta para negar<br />
la tristeza de los tiempos.<br />
Como O Brother! es una película<br />
sensual donde las haya,<br />
Ulises y sus amigos son salvados<br />
de la trenza áspera de la soga<br />
con una inundación del cielo<br />
o de una presa del Misisipí,<br />
dios indomeñable que ya cantó<br />
Mark Twain en Huckleberry<br />
Finn, cuya resonancia líquida es<br />
otra de las delicias de esta maravillosa<br />
aventura de los hermanos<br />
Coen. Las aguas turbulentas<br />
y fogosas lavan las penas (a<br />
la manera de ese bautismo adventista<br />
por inmersión al que se<br />
lanza entusiasmado uno de los<br />
prófugos), borran las persecuciones<br />
y los malos augurios. Las<br />
vacas mugen encima de los te-<br />
12 Fervoroso trazo del bluesman Robert<br />
Johnson (1911-1938).<br />
jados casi cubiertos y del fondo<br />
del diluvio cauterizador y de la<br />
vida en sombras surge Ulises a<br />
la superficie y al renacimiento;<br />
en Ítaca, con Penélope y su descendencia<br />
de odiseos. Mientras,<br />
los vagabundos de primera, como<br />
Lee Marvin adujera en El<br />
Emperador del Norte (Robert Aldrich,<br />
1972), seguirán recorriendo<br />
las vías y los trenes en<br />
busca de otras historias fértiles<br />
que contar 13 .<br />
El hombre que nunca estuvo allí<br />
Después del banquete en el<br />
que Homero y los hermanos<br />
Coen se despidieron hablando<br />
de géneros, de mitología y de<br />
amores que aún están por llegar,<br />
los autores de O Brother!<br />
permitieron que el thriller, pleno<br />
de erudición (una forma de<br />
permanecer en Ítaca con Penélope),<br />
fuera el armazón y el<br />
contenido de El hombre que<br />
nunca estuvo allí (2001), su más<br />
reciente estreno; corrobora esta<br />
visión de estancias en las que se<br />
dan la mano el crimen, el sexo<br />
y los negocios, impregnando<br />
el mobiliario de moléculas que<br />
se juntan para levantar un personaje,<br />
Ed Crane (Billy Bob<br />
Thornton), con sombrero de<br />
fieltro y fatalidad humeante<br />
que conduce un Packard años<br />
cuarenta y, para pasar el rato, o<br />
una vida de mañanas, es peluquero<br />
de cine negro en 35 milímetros.<br />
No tenía intención de<br />
13 El itinerante personaje A número 1<br />
(Marvin), subido en un tren de carga despacioso,<br />
amonesta con saña al despreciable<br />
ventajista que interpreta Keith Carradine<br />
y pone las condiciones de un auténtico<br />
viaje a Ítaca: “Quédate en los<br />
graneros. Corre como el diablo, busca<br />
una lata vacía y pide limosna, llama a las<br />
puertas para que te den un centavo.<br />
Cuéntales tu historia. Hazles llorar de pena,<br />
podrías haber sido un vagabundo de<br />
primera clase, pero no me escuchaste<br />
cuando te lo dije. No te acerques a las<br />
vías, olvídalas. Éste es un mundo vagabundo<br />
para vagabundos. Nunca podrías<br />
ser El Emperador del Norte, muchacho.<br />
Tenías la esencia, pero te falta corazón; y<br />
se necesitan las dos cosas. Eres todo ambición,<br />
sin sentimientos. Y nadie puede<br />
enseñarte a tener sentimientos. Ni siquiera<br />
A número 1. Así que no te acerques<br />
al tren, porque él mismo te arrojara<br />
a la vía. No olvides nunca lo que te he dicho.<br />
¡Adiós, muchacho!”.<br />
meterse en líos, pero entonces<br />
los Coen no le hubieran conocido.<br />
El peligro es la condición<br />
sine qua non del contrato que<br />
el dúo de creadores exige para<br />
entrar en su templo de heterodoxias<br />
báquicas.<br />
En blanco y negro, y con<br />
una estudiada pátina de El cartero<br />
siempre llama dos veces (Tay<br />
Garnett, 1946) 14 , bordeando el<br />
crimen y robando nostalgia de<br />
los años cuarenta, rebuscando<br />
la plácida sensación de qquienes<br />
miran las llamas de la chimenea<br />
y se disponen a escuchar<br />
otra letanía: en un pueblo del<br />
norte de California, un marido<br />
deprimido (Billy Bob Thornton),<br />
una mujer fatal (Frances<br />
McDormand) y un amante en<br />
el desolladero (James Gandolfini)<br />
juegan una partida de póquer,<br />
a modo de filme al rojo vivo,<br />
en la que se decide cómo se<br />
pierde y en qué momento (carismático<br />
leitmotiv de los guiones<br />
de los Coen), y procuran la<br />
efervescencia y las caricias frías<br />
de un torrente de vida que no<br />
podemos atrapar. Como el éxtasis<br />
amargo en el que se sumege<br />
el protagonista cuando suena<br />
la música de Schubert en los dedos<br />
virginales de una adolescente<br />
(Scarlett Johansson) con<br />
muchas escalas aún por aprender.<br />
Pero estaba claro en el<br />
guión: nunca se entenderían.<br />
Contrastes, lejanías, perplejidades<br />
de aventureros que se van<br />
hundiendo en arenas movedizas<br />
sin parar de reír. Una película<br />
más de los hermanos Coen<br />
que es la plantación para otros<br />
raros placeres en la excelsa tradición<br />
cinéfila, preferiblemente<br />
negra, que desbrozan caso a<br />
caso desde su oficina de investigación,<br />
en la que se agolpan expedientes<br />
de asesinatos sin resolver,<br />
historias de mujeres de<br />
melena rubia, con gabardina<br />
14 James M. Cain, autor de la novela<br />
El cartero siempre llama dos veces y del relato<br />
Pacto de sangre, que dio lugar a Perdición<br />
(Billy Wilder, 1944), fue uno de<br />
los máximos exponentes de las historias<br />
hard-boiled (literalmente, duro-cocido)<br />
que describían un ambiente delictivo, corrupto,<br />
de gran carga erótica.<br />
prestada por Bogart, que una<br />
noche de lluvia se alejaron hacia<br />
la playa de Malibú y el mar sólo<br />
devolvió unas medias de seda<br />
transparentes y unos zapatos casi<br />
nuevos con tacones de aguja.<br />
Vale la pena descubrir con<br />
calma los tiernos suicidios de<br />
esta pareja de cineastas, que han<br />
suscrito contrato con los meandros<br />
de la fascinación y el humor<br />
y a los que aún les falta una<br />
película sobre la infancia. Hasta<br />
que fijen su atención en Los<br />
cuatrocientos golpes (1959) y La<br />
piel dura (1976), ambas de<br />
François Truffaut, y tengan en<br />
cuenta los tesoros o botines que<br />
los niños capturan y entierran.<br />
De ladrones a la desbandada o<br />
del monedero de su madre. Joyas<br />
valiosas, dinero contante y<br />
sonante o caramelos llenos de<br />
tierra. Algo así se merece la edad<br />
tierna y consentida de los hermanos<br />
Coen. n<br />
82 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123