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ZEEV STERNHELL - Prisa Revistas

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Junio 2002<br />

DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

Directores<br />

Junio 2002<br />

Javier Pradera / Fernando Savater Precio 5,41 € N.º123<br />

ROBERT NOZICK<br />

Una semblanza<br />

IGNACIO SOTELO<br />

JOSÉ MARÍA RIDAO<br />

Ultraderecha y xenofobia en Europa<br />

G. MARTÍN MUÑOZ<br />

Emigración e Islam<br />

<strong>ZEEV</strong><br />

<strong>STERNHELL</strong><br />

Nacionalismo abierto<br />

y sionismo liberal<br />

MANUEL ARRANZ<br />

Envejecer y morir<br />

J. M. CABALLERO BONALD<br />

Elogio de la lectura


DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

Dirección<br />

JAVIER PRADERA<br />

FERNANDO SAVATER<br />

Edita<br />

PROMOTORA GENERAL<br />

DE REVISTAS, SA<br />

Director general<br />

ALFONSO ESTÉVEZ<br />

Coordinación editorial<br />

NURIA CLAVER<br />

Diseño<br />

ELENA BAYLÍN<br />

RAQUEL RIVAS<br />

Ilustraciones<br />

JORGE VARAS, Madrid, 1964<br />

La obra escultórica de este artista está<br />

concebida como un eslabón más de<br />

una larga, ramificada y gruesa cadena llamada<br />

tradición, como una poética particular<br />

que se remonta a milenios atrás.<br />

Para condicionar la materia, utiliza dos<br />

vías fundamentales: añadir materiales o<br />

sustraer materia. La madera y el aluminio<br />

le permiten la combinación de ambos<br />

procedimientos, posibilitándole una<br />

mayor versatilidad formal.<br />

Robert Nozick<br />

Caricaturas<br />

LOREDANO<br />

Correo electrónico: claves@progresa.es<br />

Internet: www.progresa.es/claves<br />

Correspondencia: PROGRESA.<br />

FUENCARRAL, 6; 2ª PLANTA. 28004 MADRID.<br />

TELÉFONO 915 38 61 04. FAX 915 22 22 91.<br />

Publicidad: GDM. GRAN VÍA, 32; 7ª.<br />

28013 MADRID. TELÉFONO 915 36 55 00.<br />

Impresión: MATEU CROMO.<br />

ISSN: 1130-3689<br />

Depósito Legal: M. 10.162/1990.<br />

Esta revista es miembro de<br />

ARCE (Asociación de <strong>Revistas</strong><br />

Culturales Españolas)<br />

Esta revista es miembro<br />

de la Asociación de <strong>Revistas</strong><br />

de Información<br />

Para petición de suscripciones<br />

y números atrasados dirigirse a:<br />

Progresa. Fuencarral, 6; 4ª planta. 28004<br />

Madrid. Tel. 915 38 61 04 Fax 915 22 22 91<br />

S U M A R I O<br />

NÚMERO 123 JUNIO 2002<br />

POR UN NACIONALISMO ABIERTO<br />

<strong>ZEEV</strong> <strong>STERNHELL</strong> 4 Y UN SIONISMO LIBERAL<br />

JOSÉ MANUEL<br />

CABALLERO BONALD 14 ELOGIO DE LA LECTURA<br />

EL ASCENSO<br />

IGNACIO SOTELO 18 DE LA EXTREMA DERECHA<br />

JOSÉ MARÍA RIDAO 24 FRANCIA Y LA ZONA GRIS<br />

GEMA MARTÍN MUÑOZ 28 EMIGRACIÓN E ISLAM<br />

LOS DERECHOS DE LA MUJER<br />

SILVINA ÁLVAREZ 36 EN UN PAÑUELO<br />

¿UN PARLAMENTARISMO<br />

MANUEL ARAGÓN 42 PRESIDENCIALISTA?<br />

Semblanza Robert Nozick<br />

J. J. Moreso J. L. Martí 50 Una pérdida irreparable<br />

Ciencias sociales<br />

Robert Castel 54 La propiedad social<br />

Filosofía Envejecer y morir<br />

Manuel Arranz 60 Un insano compromiso<br />

Historia Cinco tesis sobre el centenario<br />

Rafael Rojas 64 de la independencia de Cuba<br />

Ensayo La ilustrada lucha<br />

Francisco Javier Ugarte 68 por los derechos homosexuales<br />

Sociología<br />

Jesús Viçens 73 La integración de la salud<br />

Cine<br />

Alberto Úbeda-Portugués 77 Hermanos Coen


POR UN NACIONALISMO ABIERTO<br />

Y UN SIONISMO LIBERAL<br />

La invasión de los territorios autónomos<br />

palestinos lanzada en la primavera<br />

de 2002, con su cortejo de desgracias,<br />

se inscribe en la lógica de un nacionalismo<br />

cuya estructura interna ha<br />

podido percibirse desde el principio. Sin<br />

embargo, si los fundadores actuaban en<br />

un contexto que hacía de la conquista de<br />

Palestina una necesidad existencial, dictada<br />

por la historia judía del siglo que acaba<br />

de terminarse, sus descendientes han deducido<br />

que tienen un derecho eterno. Si<br />

los padres del sionismo, para obtener el<br />

mínimo, tuvieron que afirmar muy alto el<br />

derecho histórico de los judíos sobre toda<br />

la tierra de Israel, la segunda y tercera generaciones<br />

han hecho de él la base de una<br />

verdadera expansión colonial.<br />

Para los defensores de este nacionalismo<br />

de la tierra y de los muertos, del suelo<br />

y de la sangre, las batallas libradas en las<br />

calles de Ramala, de Nablus y en el campo<br />

de refugiados de Jenín, constituyen la<br />

continuación lógica, a más de medio siglo<br />

de distancia, de las que permitieron la<br />

conquista de Jaffa, Lod y Ramla. Situadas<br />

sobre la costa, próximas a Tel Aviv, estas<br />

tres ciudades árabes cayeron durante la<br />

guerra de Independencia. La ciudad de<br />

Ramala se encuentra unos treinta kilómetros<br />

más al Este, y no fue conquistada<br />

hasta 20 años después, para terminar<br />

siendo evacuada tras los acuerdos de Oslo.<br />

Estos 30 kilómetros y estos 20 años,<br />

¿son suficientes –así va su razonamiento–<br />

para establecer una diferencia esencial entre<br />

estas dos localidades? ¿Por qué es legítimo<br />

hacer de Ramla una ciudad judía,<br />

cuyos habitantes fueron forzados a marcharse<br />

durante la guerra de 1948-1949, y,<br />

al mismo tiempo, aceptar que Ramala se<br />

convierta en el cuartel general de Yasir<br />

Arafat? Si el Yisuv hubiera sido un poco<br />

más numeroso, si sólo unas docenas más<br />

de miles de jóvenes hubieran podido escaparse<br />

de Europa, hoy Ramala sería una<br />

<strong>ZEEV</strong> <strong>STERNHELL</strong><br />

floreciente ciudad israelí. El desdichado<br />

accidente que impidió que Ramala cayera<br />

hace 20 años, piensan en la extrema derecha,<br />

no muy alejada de Ariel Sharon, ¿les<br />

da a los palestinos el derecho de reivindicar<br />

la herencia histórica judía?<br />

El conflicto israelí-palestino se hunde<br />

hoy, más profundamente que nunca, en la<br />

sangre y en el barro precisamente porque<br />

toda la derecha nacionalista se suma a este<br />

razonamiento y porque la mayoría de la<br />

izquierda sigue siendo incapaz de oponerle<br />

una ideología racionalista, universalista<br />

y profundamente anclada en los valores<br />

de las Luces. Un cuarto de siglo después<br />

de los acuerdos de paz con Egipto y siete<br />

años después del asesinato de Isaac Rabin,<br />

el horizonte sigue más cerrado de lo que<br />

nunca lo estuviera en el pasado. Más aún<br />

desde que la reconquista de los territorios<br />

palestinos autónomos se inscribe en la lógica<br />

de la guerra del Líbano de 1982.<br />

Después de 20 años es el mismo personaje<br />

el que conduce la misma política. El<br />

objetivo a largo plazo no ha variado: romper<br />

el movimiento nacional palestino.<br />

Sharon no se opone a la creación de un<br />

Estado palestino a condición de que no<br />

tenga de Estado más que el nombre.<br />

Nunca aceptará que israelíes y palestinos<br />

se traten de igual a igual. A menos de verse<br />

forzado a ello por una intervención internacional,<br />

no consentirá nunca en la<br />

posibilidad de que al lado de Israel tome<br />

asiento una entidad palestina que no sea<br />

una entidad vasalla, a merced de su poderoso<br />

vecino, con cantones separados entre<br />

sí por medio de florecientes colonias judías.<br />

A lo más que la derecha israelí es capaz<br />

de resignarse es a una semiindependencia<br />

en sus asuntos internos, una especie<br />

de autonomía municipal.<br />

Ya era ésta la línea de Menájen Beguin<br />

a finales de los años setenta. El jefe<br />

de la derecha podía devolver a Egipto<br />

hasta el último grano de arena de un in-<br />

menso territorio rico en petróleo y con<br />

un potencial económico que hoy aún sigue<br />

sin explotar, mientras que para los<br />

palestinos no podía aceptar más que una<br />

autonomía comunal bajo soberanía israelí.<br />

Para él, igual que para Golda Meir, la<br />

primera ministra laborista de principios<br />

de los años setenta, una situación de<br />

igualdad entre judíos y árabes significaría<br />

que los israelíes abandonaban el principio<br />

según el cual ellos eran los únicos dueños<br />

legítimos del país. Tanto Golda Meir, que<br />

seguía definiéndose como socialista, como<br />

Menájem Beguin, discípulo del líder<br />

histórico de la derecha revisionista Zeev<br />

Jabotinsky, tenían una concepción similar<br />

del sionismo.<br />

Ariel Sharon se ve a sí mismo desde<br />

una perspectiva similar. Ha llegado al poder<br />

para deshacer los acuerdos de Oslo,<br />

que nunca ha dejado de considerar como<br />

una traición. En esta primavera de 2002<br />

vuelve a una situación en la que Israel se<br />

comporta en Cisjordania como en un territorio<br />

oficialmente semicolonizado. La<br />

izquierda laborista, vaciada progresivamente<br />

de los valores humanistas y universalistas,<br />

le asegura su colaboración, si no<br />

con alegría, con resignación. Una vez más<br />

volvemos a las cuestiones esenciales: el<br />

nacionalismo conquistador no puede coexistir<br />

con los valores universalistas de los<br />

derechos del hombre y del derecho a la<br />

autodeterminación. Es así como se ha llegado<br />

a esta extraordinaria quiebra moral y<br />

política, a este sentimiento de impotencia<br />

frente a la desgracia. Porque ¿cómo hacer<br />

entrar en razón a quienes, a principios del<br />

siglo XXI, creen poder colonizar a un pueblo<br />

y, para ello, lanzan divisiones enteras<br />

contra una revuelta popular, como si la<br />

historia de todas las guerras del siglo pasado<br />

no tuviera nada que enseñarles?<br />

Pero, al mismo tiempo, el terrorismo<br />

palestino expresa, por su parte, un reflejo<br />

de rechazo todavía más poderoso y mu-<br />

4 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


cho más difícil de domeñar.<br />

¿Qué hace falta para<br />

convencer a estos fanáticos,<br />

que envían a la<br />

muerte a niños de 13<br />

años, que el terrorismo<br />

gratuito produce en las<br />

víctimas el mismo tipo<br />

de endurecimiento que<br />

es fácilmente previsible<br />

en las poblaciones asediadas<br />

por ejércitos regulares?<br />

¿Qué hacer<br />

para romper el círculo<br />

de los bárbaros atentados<br />

palestinos y de las<br />

represalias israelíes, no<br />

menos feroces? Muchos<br />

se preguntan<br />

hoy, tanto en Israel<br />

como en los territorios<br />

palestinos de<br />

Cisjordania y de Gaza,<br />

si es preciso que<br />

esta generación<br />

abandone toda esperanza<br />

de paz y de<br />

reconciliación entre<br />

los pueblos y se limite a<br />

luchar por un simple cese<br />

el fuego, necesariamente<br />

precario.<br />

Ésta es precisamente la<br />

convicción que prevalece en<br />

la mayoría de los israelíes.<br />

Puesto que no hay nada que hacer, se<br />

dice un poco por doquier, la solución más<br />

lógica, y también la más cómoda, es agarrarse<br />

a lo que es y hacer aquello que mejor<br />

se sabe hacer: emplear la fuerza. Por<br />

otra parte, los efectos desastrosos del conflicto<br />

se dejan sentir, más que nunca, en<br />

la vida de todos los días. El fatalismo, el<br />

odio y el miedo dirigen el comportamiento<br />

de las élites, al igual que lo hacen en el<br />

conjunto de los ciudadanos. En nombre<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

de la llamada clásica al patriotismo,<br />

se constata un desmoronamiento,<br />

lento pero continuo, de los fundamentos<br />

de la democracia. Cuando el<br />

conformismo se eleva al rango de virtud,<br />

cuando la deslegitimación de la<br />

crítica se convierte en una norma largamente<br />

aceptada es el momento en<br />

que los fenómenos macarthystas hacen<br />

su aparición. En semejante contexto<br />

la censura militar puede ejercerse<br />

de manera menos elegante y<br />

permitir que se sienta más abiertamente<br />

el control de los medios de<br />

comunicación. El papel del Estado<br />

Mayor del Ejército en la toma de<br />

decisiones políticas es cada vez<br />

mayor, así como su alineamiento<br />

con la derecha más dura; aunque<br />

todavía no se haya llegado a unas<br />

proporciones catastróficas, nadie<br />

puede ignorar la gran inquietud<br />

que estos fenómenos inspiran<br />

a todos aquellos que<br />

siguen fieles a los valores de<br />

la democracia.<br />

En esta atmósfera sin<br />

precedentes en la historia<br />

del Estado judío, el fatalismo<br />

se ha convertido en la<br />

base de un amplio consenso,<br />

en el cemento de una<br />

falsa unidad nacional. El<br />

miedo al mañana explica<br />

también el hecho de que la<br />

violencia se haya convertido en parte<br />

integral de la vida cotidiana, así como<br />

la parálisis de la clase política israelí. La<br />

angustia es el secreto del comportamiento<br />

suicida de parte de esta formación política<br />

que, por costumbre, se sigue denominando<br />

la izquierda laborista. Su larga colaboración<br />

con la derecha en el seno de<br />

un Gobierno de unión nacional no ha hecho<br />

más que acentuar su descomposición<br />

intelectual y moral, un proceso que [co-<br />

mo se ha visto en las páginas que preceden]<br />

viene de lejos, pero que en la actualidad<br />

parece estar adquiriendo dimensiones<br />

verdaderamente dramáticas.<br />

En segundo lugar, un foso cada vez<br />

más profundo separa a la derecha radical,<br />

que pide la expulsión de la población palestina<br />

de los territorios ocupados, y a los<br />

elementos más avanzados de la izquierda<br />

que, por razones morales, rechazan el servicio<br />

militar en esos mismos territorios.<br />

La derecha dura, nacionalista y religiosa,<br />

oculta cada vez menos sus objetivos reales:<br />

impedir la división de la tierra entre<br />

los dos pueblos, reconquistar los territorios<br />

palestinos autónomos y, aprovechándose<br />

de una confrontación a escala regional,<br />

forzar la salida de al menos una parte<br />

de la población árabe. La perspectiva de<br />

tal desastre, aunque no sea probable en<br />

un futuro próximo, juega de todos modos<br />

un papel extremadamente importante en<br />

la creación de los más nefastos hábitos<br />

mentales.<br />

Pues la legitimidad que, de forma creciente,<br />

está adquiriendo la ideología de la<br />

transferencia, cuyo profeta oficial, Rehav’am<br />

Zeevi, general y ministro, fue asesinado<br />

en 2001 por un palestino, es acorde<br />

con el fruto más grave de la situación<br />

colonial creada inmediatamente después<br />

de la guerra de 1967: la brutalización creciente<br />

en las relaciones entre ocupantes y<br />

ocupados, la insensibilidad frente a los sufrimientos<br />

del otro, poco frecuente en el<br />

pasado, las operaciones de castigo que,<br />

bajo la cobertura de la guerra contra el terrorismo,<br />

no tienen otro objetivo real que<br />

la venganza. Se quiere hacer pagar tan caro<br />

como sea posible a la población por su<br />

participación en la revuelta. Hace todavía<br />

pocos años que la muerte de un bebé palestino,<br />

en una carretera cerrada por el<br />

Ejército, fue objeto de un debate en el<br />

Consejo de Ministros. Hoy, cuando una<br />

mujer palestina, tras cinco años de trata-<br />

5


POR UN NACIONALISMO ABIERTO Y UN SIONISMO LIBERAL<br />

miento de fertilidad, da a luz en un taxi a<br />

un niño prematuro que llega muerto al<br />

hospital por las mismas razones, casi no<br />

se informa del hecho en los periódicos.<br />

Hace 35 años, en las primeras horas de la<br />

guerra de los Seis Días, un joven teniente,<br />

jefe de una compañía de blindados, bloqueaba<br />

su avance para permitir que una<br />

mujer beduina recogiera a sus dos pequeños<br />

que, aterrados por el ruido y el polvo,<br />

iban a ser aplastados. Unas horas<br />

más tarde el blindado del teniente<br />

Kahalana fue alcanzado y él<br />

mismo tuvo graves quemaduras.<br />

Hoy, víctima de<br />

una situación infernal,<br />

el equipo de<br />

un carro moderno<br />

y sobreequi-<br />

pado,<br />

que ya no<br />

opera en el desierto<br />

sino en el corazón de<br />

una ciudad sin defensa<br />

frente a un vehículo de más<br />

de cincuenta toneladas de acero,<br />

abre fuego sobre un automóvil<br />

que se supone que transporta a<br />

combatientes palestinos, pero en cuyo<br />

interior se encontraban una madre y sus<br />

tres pequeños.<br />

Sin embargo, a pesar de todo, la gran<br />

cuestión que prima sobre todas las demás,<br />

y que dirige el comportamiento de todos<br />

los que vivimos en esta región, es la de los<br />

objetivos históricos, la cuestión de la línea<br />

del horizonte y la del objetivo final que se<br />

han fijado tanto los israelíes como los palestinos.<br />

Porque la parte que corresponde<br />

a Yasir Arafat y los suyos, en este drama<br />

que vive su pueblo, no es pequeña. ¿Con<br />

qué rima el terrorismo salvaje que golpea<br />

a las poblaciones civiles israelíes? ¿Contra<br />

qué y contra quién luchan exactamente<br />

los terroristas palestinos cuando asesinan<br />

a transeúntes en las calles, a clientes de<br />

hoteles y de cafés?: ¿contra la ocupación,<br />

la colonización, las incesantes<br />

humillaciones, el<br />

comportamiento a veces<br />

salvaje de<br />

los soldados israelíes o<br />

contra la existencia misma<br />

de un Estado nacional judío?<br />

¿Qué quieren en realidad: la independencia,<br />

la libertad o el final del<br />

sionismo? ¿Quieren vivir al lado del<br />

Estado de Israel tal como es o bien fundar,<br />

por medio del derecho al retorno,<br />

una nueva entidad política en<br />

la que los judíos se convertirían en<br />

una minoría? En el fondo, todo<br />

confluye en un solo punto de interrogación:<br />

¿aceptan los palestinos<br />

los resultados de la guerra de 1948-<br />

1949, nuestra guerra de independencia<br />

y nuestra victoria, y su derrota, o<br />

tratan de dar marcha atrás? Creer que es<br />

posible avanzar sin atacar la esencia de los<br />

problemas es una pura ilusión.<br />

Del lado israelí también todo confluye<br />

en el mismo punto. Más que nunca, la<br />

verdadera línea divisoria se encuentra entre<br />

aquellos que parten del principio según<br />

el cual la guerra de Independencia<br />

terminó de una vez por todas en 1949 y<br />

aquellos que ven en la guerra de los Seis<br />

Días la continuación lógica, natural y legítima<br />

de la de 1948-1949. Para los primeros,<br />

la guerra de junio de 1967 fue el<br />

resultado accidental de una situación que<br />

Israel no había querido, y que ni siquiera<br />

había previsto. A sus ojos, las conquistas<br />

de 1967 no tienen ninguna legitimidad y<br />

no pueden modificar en ningún sentido<br />

las líneas de cese el fuego de 1949; para<br />

ellos, la Línea Verde se ha convertido en<br />

la frontera permanente. Esta visión de las<br />

cosas se apoya sobre una concepción racionalista<br />

y laica del sionismo. Nacido de<br />

la desgracia, el Estado de Israel obtiene su<br />

legitimidad de esta necesidad y, asimismo,<br />

de una idea tan simple, justa y natural como<br />

los principios de 1789: el derecho de<br />

los hombres a ser dueños de su destino.<br />

Nuestros padres fundadores hablaban con<br />

frecuencia en este contexto del retorno de<br />

los judíos a la normalidad. Para quienes<br />

se adhieren a un pensamiento laico, liberal<br />

y democrático, todos los objetivos del<br />

sionismo se han alcanzado dentro de las<br />

fronteras de 1967.<br />

Desde hace más de dos siglos, frente a<br />

la idea de los derechos naturales, por definición<br />

derechos universales y fundados<br />

sobre la razón, se eleva por todo el mundo<br />

el principio de los derechos históricos<br />

y la fe en la mano de la Providencia que<br />

regula la marcha de la historia. Los colonos<br />

armados de Cisjordania y de la franja<br />

de Gaza, con la Biblia en una mano<br />

–nuestro título de propiedad sobre la tierra<br />

de nuestros antepasados– y el fusil automático<br />

en la otra, constituyen el ejemplo<br />

por excelencia del nacionalismo integral:<br />

herederos de los conquistadores de<br />

Canán, se consideran como los únicos<br />

dueños legítimos del país. Para ellos, la<br />

guerra de los Seis Días no fue un desdichado<br />

accidente o, como yo pienso, un<br />

verdadero desastre histórico, sino la expresión<br />

de la voluntad divina. Con toda<br />

la fuerza de su fe religiosa y de su fanatismo<br />

nacionalistas, estos hombres y mujeres<br />

se levantan contra toda solución, por<br />

tímida que ésta sea, que pueda implicar el<br />

repliegue de las colonias de asentamiento.<br />

Aunque víctimas también del terrorismo<br />

árabe, al igual que pueden serlo todos los<br />

israelíes en cualquier momento, estos<br />

hombres, armados, no han cesado desde<br />

hace años de sembrar el contraterror en<br />

su entorno, un terror físico que sufren los<br />

campesinos palestinos, un terror político<br />

que paraliza a la clase política israelí. Los<br />

colonos ideológicos son una pequeña minoría,<br />

pero tienen secuestrada a la sociedad<br />

israelí. Por temor a una guerra civil,<br />

ningún hombre político se ha atrevido a<br />

enfrentarse a ellos, ni siquiera el mismo<br />

Isaac Rabin y, después de él, Ehud Barak,<br />

soldados, ambos, de glorioso pasado. Oficial<br />

de comandos de coraje legendario,<br />

Ehud Barak temía a los colonos como al<br />

fuego. Al mismo tiempo, como les ocurre<br />

a otros muchos, no podía evitar alimentar<br />

hacia ellos una cierta forma de admiración.<br />

El drama de la izquierda continúa<br />

siendo el mismo de siempre: todavía es<br />

incapaz de combatir a la derecha colonizadora<br />

en el plano de los principios.<br />

Es conveniente que volvamos aquí sobre<br />

los aliados más fieles, más preciosos y<br />

más eficaces de los colonos: las élites palestinas,<br />

las del interior y las instaladas en<br />

Europa y en Estados Unidos. Parece para-<br />

6 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


dójico que los acuerdos de Oslo, este primer<br />

paso hacia un camino que parecía tener<br />

que concluir en la paz y la reconciliación,<br />

hayan producido un reflejo de rechazo:<br />

forzados a hacer su elección, los<br />

palestinos no se han atrevido a pasar el<br />

Rubicón. Mientras que los israelíes de izquierda<br />

estaban persuadidos de que los<br />

acuerdos hechos con la Organización para<br />

la Liberación de Palestina (OLP) implicaban<br />

un reconocimiento de la irreversibilidad<br />

de lo adquirido en 1949, la reivindicación<br />

palestina del derecho al retorno<br />

para los refugiados de la guerra de la Independencia,<br />

apoyada por la segunda Intifada<br />

lanzada en octubre de 2000, rompía<br />

las riendas del movimiento de la paz.<br />

Y, de golpe, el campo de la anexión se<br />

volvía a hacer con ellas, porque, si se permite<br />

que los palestinos vuelvan sobre el<br />

acto fundador de 1948, ¿por qué los israelíes<br />

no pueden también tener el derecho<br />

de ir hacia delante y ver 1967 como<br />

la conclusión de 1948-1949? Si está permitido<br />

deshacer lo que se ha consumado<br />

en el momento de la fundación de Israel,<br />

el método vale en ambas direcciones. Rara<br />

vez hemos visto a los colonos tan dichosos<br />

como tras el colapso de Camp David<br />

en el verano de 2000, seguido, seis<br />

meses después, por el fracaso de las negociaciones<br />

de Taba. Los fanáticos tenían la<br />

prueba del nueve de que los palestinos no<br />

sólo iban contra ellos sino contra todos<br />

los israelíes, los instalados a las puertas de<br />

Gaza al igual que los que viven en Jerusalén<br />

occidental o en el área metropolitana<br />

de Tel Aviv. Los atentados suicidas, el asesinato,<br />

sin discernimiento, de familias enteras,<br />

tanto en los territorios ocupados como<br />

más acá de la Línea Verde, vinieron a<br />

confirmar el sentimiento de que todo el<br />

país, a ambos lados de la línea de demarcación,<br />

era un único campo de batalla.<br />

Los palestinos parecían querer borrar, con<br />

sus propias manos, la frontera adquirida<br />

en 1949 y dar así la razón a sus peores<br />

enemigos.<br />

No obstante, el argumento según el<br />

cual todo atentado a la perennidad de la<br />

Línea Verde significa una puesta en cuestión<br />

del edificio completo sigue siendo<br />

tan válido como siempre lo ha sido. La<br />

mayoría de nuestros compatriotas comprende<br />

muy bien que cuando se dice que<br />

“si no tenemos derecho a Hebrón tampoco<br />

tenemos derecho a Tel Aviv” para ilustrar<br />

la naturaleza de nuestros derechos<br />

históricos, se están minando los fundamentos<br />

mismos de nuestros derechos sobre<br />

Tel Aviv y, también, de la existencia<br />

misma de Israel. Pero no se trata única-<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

mente de entender: hay que traducir este<br />

conocimiento del problema en voluntad<br />

política. Es ilusorio pensar que Ariel Sharon,<br />

el padre de las colonias, vaya a aceptar<br />

representar el papel de enterrador. En<br />

la misma medida es probable que Yasir<br />

Arafat no tenga ni el coraje ni la estatura<br />

que son precisas para presentarse en los<br />

campos de refugiados y pedir a su pueblo<br />

que ponga fin a su sueño de retorno. En<br />

ciertos aspectos la incapacidad de la élite<br />

palestina de hacerse cargo de sus responsabilidades<br />

es todavía más flagrante que la<br />

de las élites israelíes y constituye una cómoda<br />

coartada para nuestro campo de rechazo.<br />

¿Qué hacer, entonces? El modo de remontar<br />

la pendiente sigue siendo el mismo:<br />

en primer lugar, aceptar la legitimidad<br />

del acto fundador de Israel e, igualmente,<br />

del acto fundador de la Palestina<br />

independiente. Es por esta cuestión capital,<br />

aunque no haya sido formulada o discutida<br />

oficialmente, por la que ha estallado<br />

la Cumbre de Camp David en julio de<br />

2000 al igual que lo han hecho las negociaciones<br />

que siguieron hasta febrero de<br />

2001 1 . Los errores tácticos, numerosos<br />

por ambas partes, no fueron más que una<br />

pantalla tras la que se escondía, con dificultades,<br />

la realidad: por un lado, los palestinos<br />

todavía no están dispuestos a reconocer<br />

la legitimidad de la existencia del<br />

Estado de Israel y, por otro, la sociedad israelí<br />

no es capaz de pensar en el desmantelamiento,<br />

si no de todo el conjunto de<br />

colonias, al menos de su mayor parte. Los<br />

palestinos reconocen el hecho israelí, pero<br />

no reconocen la legitimidad del movimiento<br />

nacional judío. En esto no se diferencian<br />

mucho del resto de los árabes. La<br />

naturaleza del acuerdo de paz con Egipto<br />

constituye un ejemplo palpable: los egip-<br />

1 Mientras no podamos acceder a los archivos<br />

americanos, israelíes y palestinos, y aún falta bastante<br />

tiempo para esto, es difícil hacerse una idea exacta del<br />

contenido de la cumbre. Como todo historiador sabe,<br />

las memorias de los testigos, orales o escritas son, por<br />

definición, documentos sospechosos. Si no son corroboradas<br />

por documentos “brutos” su valor es extremadamente<br />

limitado. En efecto, todo lo que se dice y se<br />

publica del lado israelí, lo mismo que del lado palestino,<br />

tiene por objeto, bien rechazar la responsabilidad<br />

del fracaso cargándola sobre el adversario, bien preparar<br />

el terreno para la construcción de una coartada<br />

personal, base de salida para una segunda carrera política.<br />

El análisis más articulado, el que parece presentar<br />

las posiciones de ambas partes de un modo más equilibrado,<br />

es, hasta hoy, el de Robert Malley, consejero<br />

especial del presidente Clinton para los asuntos israelí-palestinos<br />

y autor, con Hussein Agha, de un importante<br />

artículo publicado el 9 de agosto de 2001 en la<br />

New York Review of Books, ‘Camp David: The Tragedy<br />

of Errors’.<br />

<strong>ZEEV</strong> <strong>STERNHELL</strong><br />

cios respetan todas las cláusulas formales<br />

del tratado de paz pero, al mismo tiempo,<br />

ahogan toda tentativa de acercamiento<br />

cultural, se oponen a todo contacto<br />

entre particulares, instituciones o grupos<br />

sociales. Los medios de comunicación,<br />

las editoriales y las universidades destilan<br />

un odio feroz al sionismo; y en este rechazo<br />

de la reconciliación y la normalización<br />

los intelectuales son siempre la punta<br />

de lanza.<br />

Edward Said, el más importante intelectual<br />

árabe vivo, en muchos sentidos figura<br />

ejemplar del intelectual comprometido,<br />

ve en los dos pueblos, palestinos y<br />

judíos israelíes, una misma “comunidad<br />

de sufrimiento” 2 . El querría ver a judíos y<br />

árabes viviendo en el marco de un Estado<br />

laico y democrático, unos al lado de los<br />

otros, dentro de las fronteras de la Palestina<br />

histórica, del mismo modo que coexisten<br />

en Estados Unidos las distintas comunidades<br />

étnicas y religiosas. De ahí viene<br />

su oposición al principio mismo de un<br />

Estado-nación judío en Palestina. Otro<br />

intelectual palestino que vive en Beirut.<br />

Ali Khalidi, rechaza del mismo modo la<br />

idea según la cual la necesidad en la que<br />

se encontraban los judíos de constituirse<br />

en comunidad política independiente, de<br />

darse, en consecuencia, un Estado, pueda<br />

constituir una justificación moral para el<br />

desastre palestino y, por ello, para la existencia<br />

de Israel 3 .<br />

Sin embargo, existe todavía otra dimensión<br />

en este rechazo que opone el<br />

mundo árabe al movimiento nacional judío:<br />

el sentimiento de que la fundación<br />

de Israel fue el resultado de la debilidad<br />

árabe. Porque el movimiento sionista aparece<br />

sobre la escena internacional en el<br />

preciso momento en que el mundo musulmán<br />

se encontraba más decaído. Es de<br />

este sentimiento de injusticia histórica,<br />

que va mucho más allá del mal hecho a<br />

los habitantes de la Palestina histórica, del<br />

que se deriva la incapacidad de los intelectuales<br />

árabes para admitir el hecho israelí.<br />

No es en absoluto fruto del azar el<br />

que sean tanto los intelectuales laicos co-<br />

2 Edward Said: ‘The Public Role for Writers and<br />

Intellectuals’ 15 th Jan Patocka Me morial Lecture.<br />

IWM Newsletter, Fall 2001, núm. 4. Ver también su<br />

colección de artículos publicados bajo el título The<br />

end of the Peace Process. Vintage Books, Neeva York,<br />

2001. 3 ‘Zionist Socialism’, reseña de Zeev Zternhell:<br />

The Founding Myths of Israel. Nationalism, Socialism<br />

and the Making of the Je¡wish State (Princeton, Princeton<br />

University Press, 1998) en Journal of Palestine<br />

Studies, vol. XXIX (22) invierno 2000.<br />

7


POR UN NACIONALISMO ABIERTO Y UN SIONISMO LIBERAL<br />

mo los intelectuales integristas, divididos<br />

en todo salvo en lo que respecta al conflicto<br />

árabe-israelí, los que se encuentran<br />

en la primera línea del rechazo. Ni los<br />

unos ni los otros pueden perdonar a los<br />

judíos haber sacado provecho de la decadencia<br />

árabe. Es lo que significa, precisamente,<br />

el rechazo que ha opuesto esa gran<br />

persona que es Edward Said a los acuerdos<br />

de Oslo: una protesta contra lo que<br />

considera ser una confirmación pura y<br />

simple de la inferioridad árabe. Para él,<br />

como para gran parte de los escritores y<br />

universitarios árabes, el despertar árabe<br />

pasa necesariamente por la desaparición<br />

de lo que sigue siendo, a sus ojos, el símbolo<br />

de su impotencia, el Estado-nación<br />

judío implantado en Palestina.<br />

Todo esfuerzo de paz pasa por la interiorización<br />

de esta problemática. Los árabes<br />

siguen considerando la reconciliación<br />

con el Estado de Israel como una forma<br />

de dimisión: pueden, en el mejor de los<br />

casos, aceptar un reconocimiento de facto,<br />

a condición de obtener de ello ventajas<br />

comparables a las de Egipto o a las que<br />

espera Siria. El fracaso de las negociaciones<br />

de Camp David se debe en gran medida<br />

a la incomprensión de la visión histórica<br />

de los árabes. Para los palestinos,<br />

como para el resto de los países árabes limítrofes<br />

de Israel, el acuerdo de paz con<br />

Egipto constituye el precedente ineludible:<br />

la vuelta a las fronteras de 1967, lo<br />

que implica el desmantelamiento de los<br />

asentamientos judíos en territorio ocupado<br />

y el retorno de los refugiados. Toda el<br />

problema radica en saber si los palestinos<br />

aceptan que el derecho al retorno se ejerza<br />

en el interior del Estado palestino, en<br />

Cisjordania y Gaza, o si siguen exigiendo<br />

que este derecho se ponga en práctica en<br />

el interior del Estado de Israel, dentro de<br />

sus fronteras de 1967. Todos saben perfectamente<br />

que si en la actualidad existe<br />

en Israel una mayoría favorable a la vuelta<br />

a los límites de la Línea Verde y a la repatriación<br />

de la gran masa de los colonos o,<br />

lo que es otra posibilidad, al cambio de<br />

territorios, la casi totalidad de los israelíes<br />

rechaza toda solución que conlleve de hecho<br />

el fin de su Estado-nación. A pesar de<br />

esto, el liderazgo palestino sigue fiel a un<br />

objetivo irrealizable e inaceptable.<br />

Contrariamente a lo que generalmente<br />

se piensa, la razón profunda del fallo de<br />

las negociaciones de Camp David reside<br />

en el hecho que las dos sociedades no se<br />

encontraban realmente maduras para dar<br />

el gran salto a lo desconocido. El clima de<br />

desconfianza que se había instaurado entre<br />

Yasir Arafat y el Gobierno de Barak no<br />

hacía sino reflejar las relaciones entre los<br />

dos pueblos. Porque desde finales de<br />

1999 los territorios estaban al borde de la<br />

explosión. El deterioro de la situación era<br />

archiconocido por todos: los territorios<br />

ocupados se habían convertido en un verdadero<br />

polvorín. La decepción, la frustración,<br />

la amargura, el resentimiento, desbordaban<br />

y amenazaban con explotar en<br />

cualquier momento. Cincuenta y ocho<br />

palestinos fueron heridos por tiros de las<br />

tropas israelíes, el 14 de mayo de 2000,<br />

durante las concentraciones a favor de la<br />

liberación de los palestinos detenidos en<br />

Israel. Terroristas para los israelíes, estos<br />

hombres son héroes para sus compatriotas.<br />

Durante varios días Cisjordania se inflamó<br />

con las revueltas, las protestas y las<br />

manifestaciones de solidaridad.<br />

Me permito citar aquí un párrafo de<br />

un artículo que publiqué en el diario<br />

Haaretz del 19 de mayo del 2000.<br />

“En efecto, en estos últimos tiempos,<br />

el primer ministro ha acumulado demasiados<br />

errores importantes- No era preciso<br />

agravar las relaciones con los palestinos,<br />

no hacía falta someterles una carta de retirada<br />

[de los territorios ocupados] poco<br />

razonable y no era preciso hacer arrastrar<br />

durante varios meses la devolución de<br />

Abu Dis [pueblo limítrofe de Jerusalén<br />

que pasó a estar bajo administración civil<br />

palestina pero bajo responsabilidad militar<br />

israelí]. No hay ninguna razón válida<br />

para no liberar a sus prisioneros y para no<br />

adoptar hacia la autoridad palestina una<br />

política de generosidad. La explosión en<br />

los territorios era previsible desde hace<br />

meses; Barak ha creado la impresión de<br />

que no había urgencia en la solución de la<br />

cuestión palestina y es por ello por lo que<br />

cae sobre él la responsabilidad de los<br />

acontecimientos de esta semana. La ambigüedad<br />

con la que queda marcada su gestión,<br />

tras el fracaso de las negociaciones<br />

con Siria, produjo en Nablus y Hebrón<br />

un profundo sentimiento de amargura<br />

que hubiera podido evitarse” 4 .<br />

En el mismo número de Haaretz nos<br />

enterábamos de que Israel había llegado a<br />

la conclusión de que no era posible un<br />

acuerdo global y que, en consecuencia,<br />

era preciso buscar un acuerdo interino.<br />

Zeev Schiff, el cronista militar de fuentes<br />

impecables, siempre muy próximo del<br />

ministerio de Defensa y del Estado Ma-<br />

4 Zeev Sternhell: ‘Hic Rodus, hic salta’ (en hebreo),<br />

Haaretz, 19 de mayo de 2000.<br />

yor, resumía las grandes líneas del proyecto:<br />

los palestinos obtendrían entre el 60%<br />

y el 70% del territorio de Cisjordania (territorios<br />

A, en la terminología oficial de<br />

los acuerdos de Oslo); el 15% o 20% seguirían<br />

durante un periodo de 10 años<br />

bajo la Administración civil palestina y la<br />

Administración militar israelí (territorios<br />

B); y el resto de los 15% o 20% de los territorios<br />

quedarían como territorio C, es<br />

decir, bajo control israelí 5 . Es así como a<br />

unas semanas de la Cumbre, Israel sometía<br />

a los palestinos un proyecto que, claramente,<br />

significaba que al menos un tercio<br />

de Cisjordania sería, de hecho, anexionado<br />

por Israel. Nadie podía tener dudas sobre<br />

la suerte de los territorios después de<br />

10 años suplementarios de gobierno colonial.<br />

De hecho, Ehud Barak exigía una<br />

capitulación total a los palestinos. Es la<br />

razón por la que Arafat se oponía a la idea<br />

de una cumbre: temía una trampa israelí<br />

y había prevenido a la secretaria de Estado<br />

Madeleine Albrigth que un encuentro<br />

mal preparado arriesgaba con estallarle en<br />

el rostro al presidente de Estados Unidos.<br />

Clinton era consciente del problema pero<br />

estaba convencido de que Barak quería<br />

sinceramente la paz 6 . Y aceptó correr el<br />

riesgo y cargar con el fracaso.<br />

Además, los acuerdos de Oslo, anunciadores<br />

de una paz que debería poner fin<br />

a un conflicto centenario, no habían modificado<br />

para nada la situación sobre el terreno,<br />

al contrario. Las colonias de asentamiento<br />

seguían desarrollándose y los<br />

palestinos veían cómo sus tierras continuaban<br />

escapándoseles de las manos. Los<br />

acuerdos firmados por Rabin y Peres se<br />

fundaban en el principio según el cual ni<br />

un solo colono debía abandonar el lugar<br />

en el que vivía. Es cierto que se trataba de<br />

acuerdos interinos; pero el hecho de que,<br />

en el mismo momento de comenzar un<br />

proceso histórico de reconciliación, Israel<br />

se aferrara con todo el peso de su poder a<br />

la vieja máxima sionista según la cual ninguna<br />

parcela de tierra ocupada por un judío<br />

debería ser abandonada, era un mal<br />

presagio para el futuro. El simple sentido<br />

común exigía que se hiciera todo lo posible<br />

para atenuar las fricciones durante este<br />

periodo en el que dos pueblos tenían<br />

que ensayar por primera vez en su historia<br />

la coexistencia pacífica. También convenía<br />

dar algunas pruebas de verdadera bue-<br />

5 Zeev Schiff: ‘Acuerdo interino como salida del<br />

paso’ (en hebreo) Haaretz, 19 de mayo de 2000.<br />

6 Robert Malley: ‘Camp David: The Tragedy of<br />

Errors’, loc. cit. pág. 60.<br />

8 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


na fe. Importaba, en consecuencia, evacuar<br />

inmediatamente los asentamientos<br />

implantados a las puertas de Gaza y en el<br />

corazón de Hebrón. Rabin no se atrevió a<br />

tocar el barrio judío de la villa de Abraham,<br />

poblado por los más extremistas integristas<br />

judíos. Hebrón era un lugar de<br />

elección en la mitología nacional y religiosa<br />

judía: el famoso plan presentado ante<br />

el Gobierno Eshkol el 27 de julio de<br />

1967 por Igal Allon , que ha servido durante<br />

un cuarto de siglo como biblia del<br />

movimiento laborista, preconizaba precisamente<br />

la anexión de toda la región del<br />

monte Hebrón, al igual que del valle del<br />

Jordán.<br />

Es aquí en donde volvemos a tocar el<br />

punto neurálgico. Desde los primeros<br />

meses que siguieron a la victoria de junio,<br />

Igal Allon, uno de los más hermosos<br />

adornos del laborismo, adoptó el papel de<br />

protector de los primeros colonos salvajes,<br />

el grupo del rabino Levinger que, en vísperas<br />

de la primera Pascua judía tras la<br />

guerra de los Seis Días, se infiltró en la<br />

ciudad de Hebrón para festejar en ella la<br />

salida de Egipto. El 11 de abril de 1968<br />

Levinger y sus discípulos se instalaron en<br />

el hotel Park y después de celebrar la Pascua<br />

(el seder) se negaron a marcharse a pesar<br />

de la prohibición de que los civiles judíos<br />

permanecieran en la villa después de<br />

la puesta de sol. En lugar de reprimirlos,<br />

y a iniciativa de Igal Allon, que de forma<br />

desmedida se hizo cargo de proporcionar<br />

armas a los integristas, el Gobierno Eshkol<br />

aceptó que se les alojara en un campamento<br />

militar. Moshe Dayan, que en tanto<br />

que ministro de Defensa ejercía las<br />

funciones de gobernador militar general<br />

de los territorios ocupados, se apresuró a<br />

tomar bajo su protección a los colonos<br />

salvajes. Las armas enviadas al grupo Levinger<br />

venían de los nuevos asentamientos<br />

de Gush Etzion, a medio camino entre<br />

Jerusalén y Hebrón. Caídos durante la<br />

guerra de la Independencia, estos asentamientos<br />

religiosos fueron reconstruidos,<br />

por orden del Gobierno Eshkol inmediatamente<br />

después de la victoria de junio de<br />

1967. Ese era el principio de continuidad<br />

aplicado por todos los Gobiernos, sobre<br />

la base de un amplio consenso. Este principio<br />

se aplicaba no únicamente al pasado<br />

más próximo sino también al más alejado:<br />

la comunidad judía de la ciudad de<br />

los Patriarcas fue destruida durante la revuelta<br />

árabe de 1929: implantarse de nuevo<br />

en el corazón de una gran ciudad árabe<br />

era una locura política, pero ¿quién podía<br />

resistirse a la llamada de la historia?<br />

No sólo el barrio judío de Hebrón<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

fue reconstruido y constituye<br />

hoy un horrible<br />

absceso, sino que desde<br />

el 14 de enero de 1968<br />

Allon propuso edificar a<br />

las puertas de Hebrón<br />

una nueva ciudad judía.<br />

Esta medida fue<br />

aprobada dos años<br />

más tarde por el Gobierno<br />

de Meir (Eshkol<br />

había muerto en<br />

1969): hoy la pequeña<br />

ciudad de Kiryat<br />

Arba, habitada por los<br />

elementos más duros<br />

de la derecha colonizadora,<br />

cuenta con una<br />

población de más de<br />

seis mil personas y se<br />

ha convertido en un<br />

problema para el que<br />

nadie tiene solución.<br />

La única salida razonable<br />

sería su evacuación<br />

pura y simple, pero<br />

aquí volvemos de nuevo<br />

a la cuestión de<br />

siempre, ¿quién estaría<br />

moralmente preparado<br />

y tendría el coraje de enfrentarse<br />

a estos fanáticos<br />

que se consideran como depositarios<br />

de la promesa divina?<br />

En virtud del mismo derecho histórico<br />

se poblaron los altos del Golán; y<br />

sigue siendo sobre los mismos principios<br />

como comenzó, bajo el Gobierno de Rabin,<br />

la colonización del norte de Cisjordania.<br />

En el poder entre 1974 y 1977<br />

(Golda Meir se había visto forzada a dimitir<br />

tras la guerra de Yom Kipur en octubre<br />

de 1973), el Gobierno de Rabin,<br />

empujado por otro de los patronos de la<br />

derecha colonizadora de la época, Simón<br />

Peres, se inclinó ante el ardor de un grupo<br />

de los miembros de Gush Emunim conocido<br />

como el grupo de Elon Moreh. Tras<br />

varias tentativas de colonización de Samaria,<br />

este grupo se instaló en diciembre de<br />

1975 en una estación abandonada del ferrocarril<br />

otomano situada en Sebastia, al<br />

norte de Nablus. Volvió a aplicarse de<br />

nuevo el método que tan buenos resultados<br />

produjo en Hebrón. El ministro de<br />

Defensa, Simón Peres, respondió con entusiasmo<br />

al fervor colonizador de este<br />

grupo de “nuevos pioneros” y decidió instalarlos<br />

en un campamento militar. Progresivamente<br />

los colonos se incrustaron<br />

en la región y crearon el asentamiento de<br />

Kadumim. Finalmente, tras la llegada de<br />

<strong>ZEEV</strong> <strong>STERNHELL</strong><br />

la derecha al poder en mayo de 1977,<br />

fundaron el asentamiento de Elon Moreh.<br />

Es así como durante los 10 años que<br />

siguieron a junio de 1967 todos los Gobiernos<br />

de izquierda llevaron una misma<br />

política de dimisión frente a la derecha<br />

nacionalista y religiosa. Sin embargo, dada<br />

la pervivencia de las ideas recibidas, se<br />

hace necesario precisar una vez más que<br />

no era únicamente por debilidad por lo<br />

que la izquierda laborista se rendía ante la<br />

derecha nacionalista. Ése era en cierto<br />

sentido el caso de Levy Eshkol y tal vez<br />

también el de Itshak Rabin. Pero, en su<br />

conjunto, en lo que concernía a los fundamentos<br />

del nacionalismo y los grandes<br />

principios del sionismo, esta izquierda no<br />

difería fundamentalmente de la derecha.<br />

Partía de un lenguaje menos violento y<br />

sin referencias a Dios, pero sí a la Biblia y<br />

a un pasado tres veces milenario. Para un<br />

Allon o un Dayan, éstas eran las referen-<br />

9


POR UN NACIONALISMO ABIERTO Y UN SIONISMO LIBERAL<br />

cias intelectuales fundamentales. Salvo raras<br />

excepciones los líderes de la izquierda,<br />

confundidas todas las generaciones y todas<br />

las tendencias, eran tan sensibles como<br />

los de la derecha a la llamada de la<br />

historia y la religión. La colonización de<br />

los territorios conquistados en 1967 les<br />

parecía tan natural y legítima como la de<br />

los territorios adquiridos a lo largo del<br />

medio siglo que precedió a la guerra de<br />

Independencia.<br />

Es por lo que, a la hora de elegir,<br />

ni Rabin ni Barak se atrevieron a dar<br />

el salto y congelar todo asentamiento<br />

nuevo, tal como lo exigía la lógica de los<br />

acuerdos de Oslo. Al contrario. Tras la firma<br />

de estos acuerdos se crearon tres grandes<br />

asentamientos “oficiales”, Lapid, Kiryat<br />

Sefer y Menora, que a finales de 1998<br />

contaban en conjunto con 12.212 habitantes.<br />

Pero lo que es todavía más importante<br />

es el hecho de que las fuerzas autónomas<br />

judías, las milicias y autoridades<br />

municipales de la zona hayan establecido,<br />

sin autorización de los poderes públicos,<br />

42 asentamientos salvajes, que, con excepción<br />

de menos de una decena, el Ejército<br />

no ha podido, o no ha querido, desmantelar.<br />

Sólo bajo el Gobierno de Barak<br />

sumaban 2.830 los nuevos apartamentos<br />

o casas individuales (“unidades de alojamiento”)<br />

cuya construcción había comenzado<br />

en territorio ocupado. Si a esto se<br />

añaden las autorizaciones concedidas por<br />

el Gobierno Netanyahu, son 6.458 las<br />

“unidades de alojamiento”, bien en construcción<br />

o que ya habían sido entregadas<br />

a los nuevos colonos, las que había en la<br />

época en que Ehud Barak negociaba con<br />

los palestinos7 . Después de los acuerdos<br />

de Oslo, entre septiembre de 1993 y julio<br />

de 2000, fecha de la Cumbre de Camp<br />

David, hubo 24.371 nuevos alojamientos<br />

disponibles8 . Durante el mismo periodo<br />

7 Oficina Central de Estadísticas, abril 2000<br />

(cuadro 15/construcción), marzo 2002 (cuadro<br />

15/construcción), así como el informe anual del<br />

año 2001 (Statistical Abstract of Israel). Se<br />

pueden ver las referencias exactas en internet<br />

http://www.cbs.gov.il/archive/200004/yarhon/03_h/<br />

htm http://www.cbs.gov.il/archive/200203/yarhon/03_h/htm).<br />

8 Oficina Central de Estadísticas, informes anuales<br />

(Statistical Abstracts of Israel). Para el año 1993 (4.440<br />

construcciones comenzadas), ver el informe del año<br />

1996 pág. 389; 1994 (1.320) 1997, pág. 399; 1995<br />

(2.520) 1998, parte 16, pág. 7; 1996 (1.680) 1999 parte<br />

16, pág. 7; 1997 (2.280), 2000, parte 16, pág. 7 y para<br />

los años 1998 (2.280), 1999 (3.098) y 2000 (4.683),<br />

el informe anual de 2001, parte 22, pág. 9.<br />

la población judía aumentó en 84.000<br />

personas, pasando de 115.700 a unos<br />

200.000. En la primavera de 2002 hay<br />

cerca de 210.000 israelíes que viven en<br />

Cisjordania 9 . Conviene tener presentes<br />

estas cifras si se quiere comprender el estado<br />

de ánimo de las dos delegaciones<br />

reunidas en torno a Bill Clinton, la desconfianza<br />

y el rencor de los palestinos, y<br />

la conciencia de los israelíes de tener ante<br />

sí una tarea gigantesca, quizá francamente<br />

imposible.<br />

Por otra parte la institución de zonas<br />

palestinas autónomas y la llegada de fuerzas<br />

armadas palestinas, al igual que la rigidez<br />

de los colonos enfrentados a una situación<br />

sin precedentes, tuvieron como<br />

efecto el establecimiento de medidas de<br />

seguridad reforzadas. Barreras en las carreteras,<br />

controles incesantes, verificaciones<br />

interminables, vejaciones sin fin: la<br />

vida cotidiana de los palestinos se había<br />

hecho todavía más difícil y, sobre todo,<br />

más humillante. Para garantizar la seguridad<br />

de los colonos se trazaron nuevas carreteras<br />

en las laderas de las colinas, reservadas<br />

únicamente para los vehículos israelíes.<br />

Los colonos, exacerbados por la<br />

“traición de Oslo” se hacían cada vez más<br />

arrogantes y violentos. El campo, es decir,<br />

en torno al 73% de la superficie de Cisjordania<br />

seguía estando en zona C. A pesar<br />

del espíritu de los acuerdos de Oslo,<br />

este espacio quedaba de hecho abierto a la<br />

colonización rampante y, como testigos<br />

impotentes, los árabes contemplaban el<br />

avance, como una mancha de aceite, de la<br />

colonización.<br />

Es así como el comportamiento de<br />

los Gobiernos laboristas de Rabin, Peres y<br />

Barak (no habían puesto esperanza alguna<br />

en el Gobierno de Netanyahu) había convencido<br />

a los palestinos que Israel no tenía<br />

la voluntad o la capacidad de poner<br />

fin, de una vez por todas, a la conquista<br />

de las tierras palestinas. Desde su punto<br />

de vista, derecha e izquierda, al menos su<br />

estilo, eran equiparables. A la vuelta de<br />

Camp David, Ehud Barak explicaba las<br />

razones del fracaso por su fidelidad a los<br />

tres grandes principios: seguridad, Santos<br />

Lugares y unidad nacional. Lo que esto<br />

significaba en realidad es que no se resignaba<br />

a poner el valle del Jordán en manos<br />

árabes, que no abandonaba la soberanía<br />

israelí sobre el monte del Templo y que<br />

no evacuaría los asentamientos. En el len-<br />

9 Oficina Central de Estadísticas, marzo 2002<br />

(52/3) da la cifra, calificada de ‘provisional’ de<br />

207.700 para los últimos meses de 2001.<br />

10 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


guaje político israelí “unidad nacional” sigue<br />

siendo siempre el nombre clave que<br />

significa que no se correrá el riesgo de un<br />

enfrentamiento con el núcleo duro de los<br />

colonos que podría llevar al país al borde<br />

de una guerra civil.<br />

Me permitiré citar una vez más uno<br />

de mis artículos en el diario Haaretz. En<br />

la edición del 15 de diciembre de 2000<br />

planteaba la cuestión esencial sobre el<br />

comportamiento de Ehud Barak.<br />

“Si no quería renunciar a la unidad<br />

nacional ¿por qué fue a Camp David? Si<br />

no estaba dispuesto a un compromiso sobre<br />

los Santos Lugares ¿por qué sintió la<br />

necesidad de arrastrar a todo el mundo<br />

hasta las colinas de Maryland? La explicación<br />

más razonable del enigma de Camp<br />

David, y en muchos sentidos de todo el<br />

enigma de Barak, posiblemente resida en<br />

el hecho de que en un determinado momento<br />

el primer ministro había perdido<br />

la confianza en la capacidad de Israel de<br />

retirarse de los territorios conquistados en<br />

junio de 1967” 10 .<br />

En efecto, la solución del enigma residía<br />

en la incapacidad de Barak de romper<br />

con la tradición colonizadora del sionismo.<br />

Además, tras su elección en mayo de<br />

1999, este hombre inteligente, cultivado<br />

y soberbiamente dotado parece haber cometido<br />

todos los errores posibles e imaginables.<br />

Durante el periodo que separa su<br />

elección del principio de las negociaciones,<br />

Barak, o bien había roto sus<br />

promesas a los palestinos, o bien había<br />

rechazado poner en marcha los acuerdos<br />

ya firmados por sus predecesores.<br />

Sin hablar del hecho de que, tras su llegada<br />

al poder, en lugar de ir inmediatamente<br />

a lo esencial, Barak se volvió hacia Siria.<br />

Para los palestinos, que esperaban una<br />

apertura inmediata de parte de un hombre<br />

que debía su éxito al fracaso de Benjamin<br />

Netanyahu, esta manera de hacerles<br />

evidente la escasa importancia que daba a<br />

la rápida solución del conflicto israelí-palestino,<br />

supuso un verdadero choque. A<br />

partir de este momento todos los contactos<br />

entre las dos partes se hicieron en un<br />

clima de gran desconfianza.<br />

Esta desconfianza se alimentaba, además,<br />

con la ambigüedad que prevalece,<br />

tanto en la posición de Barak como en la<br />

de Arafat. Los dos hombres se encontraban<br />

a la cabeza de coaliciones heterogéne-<br />

10 Zeev Sternhell: ‘Los tres noes de Barak’ Haaretz,<br />

15 de diciembre de 2000.<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

as y debían contar con poderosas oposiciones.<br />

Para llegar a un compromiso debían<br />

superar gigantescas dificultades, y tomar<br />

en cuenta, ambos, la posibilidad de<br />

una guerra civil. Barak ha sido el hombre<br />

político israelí que fue más lejos en el camino<br />

de un acuerdo, el que rompió todos<br />

los tabúes pero también el que a la hora<br />

de la verdad hizo que los palestinos sintieran<br />

que, a fin de cuentas, no era capaz de<br />

dar los últimos pasos, los más difíciles,<br />

pero que eran los que verdaderamente<br />

contaban. Barak no tenía una solución real<br />

y concreta, ni al problema de los asentamientos,<br />

ni al de los intercambios territoriales,<br />

ni a la cuestión de Jerusalén, que<br />

pudiera presentar tanto a los palestinos<br />

como a sus propios conciudadanos. Según<br />

Robert Malley, las propuestas americanas,<br />

presentadas como base de negociación a la<br />

delegación palestina, preveían la soberanía<br />

palestina sobre el 91% de Cisjordania así<br />

como sobre un territorio israelí equivalente<br />

al 1% de la superficie de Cisjordania,<br />

que sería cambiado por el 9% del territorio<br />

palestino anexionado. No se concretaba<br />

dónde se encontraría dicho territorio.<br />

La solución prevista para Jerusalén seguía<br />

estando poco clara, al igual que quedaba<br />

en la bruma el problema crucial de los refugiados<br />

11 .<br />

El sentimiento de<br />

que el primer ministro<br />

israelí no tenía<br />

los medios de<br />

avanzar se<br />

veía refor-<br />

zado<br />

por su<br />

constante<br />

rechazo a<br />

presentar por<br />

escrito un plan<br />

preciso. Todas sus<br />

propuestas estaban<br />

recubiertas de un velo<br />

de incertidumbre y solo tenían<br />

una existencia teórica.<br />

En efecto, Barak se prohibía<br />

comprometerse de una manera<br />

formal por temor a que un plan de-<br />

11 Robert Malley: ‘Camp David: The Tragey of<br />

Errors’, loc. cit. pág. 62.<br />

<strong>ZEEV</strong> <strong>STERNHELL</strong><br />

tallado se convirtiera inmediatamente en<br />

punto de arranque de nuevas exigencias.<br />

Por esta razón rechazó la idea de un encuentro<br />

cara a cara con Arafat en Camp<br />

David: Barak temía que su homólogo palestino<br />

pusiera por escrito las propuestas<br />

que se le hicieran y que las convirtiera en<br />

punto de partida para nuevas negociaciones.<br />

La postura de Yasir Arafat no era muy<br />

diferente. Los palestinos habían llegado<br />

en plan defensivo y se hallaban bajo la<br />

constante presión de una opinión pública<br />

que había perdido la fe en la buena voluntad<br />

de los israelíes. Por otra parte, esta<br />

delegación sufría de un handicap mayor:<br />

sospechosa de mercantilización, notoriamente<br />

corrupta y poco eficaz, la Administración<br />

palestina autónoma carecía de esa<br />

autoridad moral que es necesaria para hacer<br />

aceptar un compromiso doloroso. A<br />

fin de cuentas los palestinos fueron incapaces<br />

de responder a las propuestas americanas<br />

que contaban con el aval oficioso<br />

de Israel, se negaron a someter contrapropuestas<br />

por temor a las reacciones de la<br />

población, no únicamente de los movimientos<br />

islamistas sino también de las<br />

tropas de Fatah, el movimiento de Yasir<br />

Arafat. Es así como rechazaron aceptar,<br />

incluso como base de partida, unas propuestas<br />

que guardaban silencio sobre el<br />

problema de los refugiados, sobre la suerte<br />

del monte del Templo, que es el Haram<br />

al-Sharif de los palestinos, tercer lugar<br />

santo de los musulmanes, y no podían<br />

aceptar un proyecto de intercambios territoriales<br />

sin saber qué territorio era el<br />

que exactamente se les proponía.<br />

El 23 de diciembre de 2000 Estados<br />

Unidos sometió una última serie de propuestas<br />

que iban en el sentido de las exigencias<br />

palestinas: del 95% al 96% del territorio<br />

de la Cisjordania ocupada, del<br />

1% al 3% suplementario en tierras israelíes<br />

de antes de 1967. En lo concerniente<br />

a Jerusalén, Bill Clinton<br />

formulaba el principio que será<br />

sin duda el de todo futuro<br />

acuerdo: lo que es judío<br />

será israelí, lo<br />

que es árabe, palestino.<br />

Las<br />

negociaciones<br />

s e<br />

11


POR UN NACIONALISMO ABIERTO Y UN SIONISMO LIBERAL<br />

siguieron en Taba, en la frontera de Israel<br />

y Egipto, en un tiempo en que Clinton<br />

estaba a punto de abandonar la Casa<br />

Blanca, en que Barak había perdido la<br />

mayoría parlamentaria y cuando, según<br />

todos los sondeos, iba a perder las elecciones<br />

de febrero de 2001. En el momento<br />

en que se encontraron en un callejón político<br />

sin salida, los palestinos eligieron refugiarse<br />

en la revuelta primero, en el terrorismo<br />

después. Cientos de civiles palestinos<br />

e israelíes, unos 450 israelíes y<br />

probablemente más de 1.400 palestinos<br />

han pagado con sus vidas la revuelta y su<br />

represión.<br />

La revuelta palestina que engendró la<br />

invasión de Cisjordania y dio así a la derecha<br />

nacionalista y colonizadora la ocasión<br />

que buscaba fue el producto de dos<br />

fenómenos complementarios: de un lado,<br />

la incapacidad israelí de poner fin a la colonización<br />

y de hacer ver así que la época<br />

de las conquistas había quedado bien cerrada<br />

en 1949 y, de otro lado, la doble<br />

necesidad de los palestinos de mantener,<br />

en primer lugar, la unidad nacional persistiendo<br />

en su reclamación del derecho al<br />

retorno y, en segundo, arrancar la independencia<br />

por las armas y no obtenerla<br />

en torno a una mesa de negociaciones.<br />

Les era preciso, para borrar las derrotas<br />

pasadas, fundar el Estado palestino en la<br />

sangre. Necesitaban escribir una epopeya<br />

nacional digna del glorioso pasado de los<br />

árabes. “Pueblo de héroes” es la fórmula<br />

que diariamente martilleaba Yasir Arafat<br />

en la Ramala asediada por los fuerzas palestinas<br />

en la primavera de 2002. Esta<br />

epopeya, los palestinos la han grabado, en<br />

abril de 2002, en las ruinas del campo de<br />

Jenin.<br />

Para poder volver a la mesa de negociaciones,<br />

porque un día habrá que volver<br />

a ella, los palestinos tienen, más que nunca,<br />

necesidad de un éxito. Israel se puede<br />

permitir darles este éxito: el desmantelamiento<br />

de algunos asentamientos aislados,<br />

que de todos modos tendrán que desaparecer<br />

dentro de la perspectiva de un<br />

acuerdo global, sería una gran victoria<br />

que el amor propio israelí se puede permitir<br />

sin correr riesgos. Pero aquí volvemos<br />

de nuevo al mismo punto: el desmantelamiento<br />

de los asentamientos no<br />

será aceptable para los israelíes mientras<br />

que el derecho al retorno siga siendo una<br />

exigencia concreta de los palestinos. En<br />

cuanto al problema del enfrentamiento<br />

interno, ésta es una cuestión que sigue<br />

por completo en pie.<br />

Las naciones, como sabemos, son fenómenos<br />

históricos. En tanto que tales,<br />

Renan lo ha dicho claramente, tuvieron<br />

un principio y tendrán un fin. Si los europeos<br />

pueden permitirse, después de las<br />

guerras napoleónicas y de dos guerras<br />

mundiales, sin hablar de otros innumerables<br />

conflictos, como la guerra franco-alemana<br />

de 1870 y de todas las guerras y revueltas<br />

que jalonan el siglo XIX, plantearse<br />

seriamente el gran lujo del fin del Estadonación,<br />

no ocurre lo mismo en Oriente<br />

Próximo. Aquí todavía hacen estragos el<br />

fanatismo religioso y el fanatismo nacionalista,<br />

algunos de cuyos elementos no<br />

tienen nada que envidiar a movimientos<br />

de naturaleza semejante que ensangrentaron<br />

la Europa del siglo pasado. Sobre la<br />

ribera oriental del Mediterráneo todavía<br />

no ha sonado la hora de enterrar al Estado-nación.<br />

Sin embargo, ha llegado la hora<br />

de limitar sus males: más que nunca<br />

corresponde a todos los que viven en esta<br />

región levantar una barrera de sentido común<br />

frente al diluvio que amenaza con<br />

arrasar todas las esperanzas de un porvenir<br />

que sea diferente del triste presente<br />

que es el nuestro. Para los israelíes se trata<br />

de hacerse a la idea de que lo que era<br />

aceptable porque se derivaba de una necesidad<br />

histórica ha cesado de serlo desde la<br />

fundación del Estado judío. Para los árabes<br />

se trata de habituarse a la legitimidad<br />

de la existencia nacional judía. Hay que<br />

luchar, por tanto, por un cambio de hábitos<br />

mentales, por una verdadera revolución<br />

intelectual, porque sólo una movilización<br />

de los espíritus podrá cerrar, a ambos<br />

lados de la línea verde, la época del<br />

nacionalismo de la tierra y la sangre. n<br />

[Este texto corresponde al Posfacio de la segunda<br />

edición en prensa del libro Aux Origines d’Israel.<br />

Entre nationalisme et socialisme. Fayad, 1ª edición,<br />

París, 1996.]<br />

Traducción de Carmen López Alonso.<br />

Zeev Sternhell ocupa la cátedra Leon Blum de<br />

Ciencia Política en la Universidad hebrea de Jerusalén.<br />

Autor de El nacimiento de la ideología fascista.<br />

12 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


ELOGIO DE LA LECTURA<br />

H<br />

ablar del libro, reunirnos para hablar<br />

del libro, viene a ser como<br />

convocar a todos nuestros predecesores<br />

en el oficio de la literatura, a todos<br />

los que alguna vez conocimos por sus<br />

obras, a esa innumerable genealogía de escritores<br />

con quienes hemos compartido,<br />

de lejos o de cerca, con curiosidad o con<br />

amor, la aventura de la creación literaria.<br />

Porque es cierto que un libro, cualquier<br />

libro digno, supone de hecho el eslabón<br />

de una precisa cadena de interdependencias<br />

culturales entre el autor y el lector, de<br />

un vínculo insustituible que de algún modo<br />

ha enriquecido nuestra sensibilidad y<br />

el horizonte de nuestra experiencia cotidiana.<br />

Aunque sólo sea por eso, no podríamos<br />

adjudicarle al libro ninguna consideración<br />

más noble –más justa– que la de<br />

la gratitud. Desde los trágicos griegos a<br />

Shakespeare, desde los pensadores árabes<br />

a Cervantes, desde los poetas latinos a los<br />

simbolistas, desde los barrocos castellanos<br />

al último íntegro exponente del patrimonio<br />

común de la literatura, todo ese caudaloso<br />

censo de escritores con los que hemos<br />

convivido de algún modo merece<br />

efectivamente, antes que ningún otro sentimiento,<br />

el justiciero de la gratitud.<br />

Yo fui un lector precoz. Quizá por eso<br />

no oficié demasiado pronto como aprendiz<br />

de poeta. Prefería entonces leer antes<br />

que aspirar a ser leído. Recuerdo muy<br />

bien aquellos años primerizos y aquellas<br />

lecturas nunca olvidadas, especialmente<br />

referidas a la novela de aventuras –Salgari,<br />

Stevenson, Conrad, London, Melville– y<br />

a la poesía romántica y modernista –Espronceda,<br />

Bécquer, Byron, Rubén Darío,<br />

Juan Ramón Jiménez…–. En el aislamiento<br />

hostil de la provincia, cuando aún<br />

resonaban los estruendos de la guerra y se<br />

expandía por el país otra opresiva clase de<br />

desolación, la compañía de un libro suponía<br />

el acercamiento a un mundo cuya sola<br />

capacidad de inventiva te remuneraba de<br />

JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD<br />

muchas privaciones. Frente a la sinrazón y<br />

el oscurantismo de la historia, frente a los<br />

fanáticos y los intolerantes, aún era posible<br />

recurrir a esa razonable alianza con la<br />

lectura. Se trataba, en cierto modo, de<br />

una especie de elección intuitiva de la libertad.<br />

Con un libro en las manos, uno<br />

tenía en su poder un precioso fragmento<br />

de vida, disponía a su antojo de esa vida,<br />

pertenecía de veras al mundo, aprendía a<br />

ser libre. Y al revés, quien no buscaba la<br />

ayuda generosa de un libro, ése limitaba<br />

sañudamente su espacio de regocijo y<br />

aventura, se empobrecía sin remedio, se<br />

negaba a sí mismo una hermosa opción a<br />

ser más plenamente humano.<br />

Es cierto que para muchos escritores<br />

las horas más emocionantes de la infancia<br />

coinciden con la lectura, con el hallazgo<br />

de esos libros que luego se convertirían en<br />

predilectos. Decía Borges: “Que otros se<br />

jacten de las páginas que han escrito; a mí<br />

me enorgullecen las que he leído”. Es<br />

cierto, además, que un escritor lleva siempre<br />

consigo a un lector que lo estimula,<br />

por así decirlo, a escribir y que incluso lo<br />

corrige. Más de una vez se ha dicho que<br />

siempre se escriben aquellos libros que a<br />

uno le gustaría leer. La frase también sirve<br />

invirtiendo los términos: siempre se leen<br />

los libros que a uno le gustaría escribir.<br />

En cualquier caso, no hay poeta, novelista,<br />

profesional de la literatura tan retraído<br />

que no aspire a que su obra se difunda<br />

del mejor modo, llegue al mayor número<br />

posible de destinatarios. No se trata de<br />

una ventaja productiva, o no se trata sólo<br />

de eso, sino de una contribución de alcance<br />

colectivo y eminentemente cultural.<br />

Lo que un hombre escribe, suponiendo<br />

que lo haga con suficiente lucidez, debe ser<br />

leído. Sobre todo porque sólo así se cumple<br />

su destino categórico, se cierra ese círculo<br />

que une al autor con el lector (a través,<br />

por supuesto, del editor y el librero) y que<br />

completa el hecho mismo de la creación<br />

literaria. Ya se sabe que el lector es, en última<br />

instancia, quien recrea, interpreta a<br />

su modo, da un sentido personal –y hasta<br />

intransferible– a lo que el autor se propuso<br />

comunicarle. Se ha reiterado más de<br />

una vez que un libro reúne tantas lecturas<br />

como lectores, y que ninguna de ellas tiene<br />

necesariamente que coincidir con cualesquiera<br />

de las otras.<br />

Esa posibilidad de enriquecimiento<br />

adolece, sin embargo, en nuestro país de<br />

una grave deficiencia. No hay más remedio<br />

que recurrir a la aridez incómoda de<br />

las estadísticas. Según datos del año pasado,<br />

casi la mitad de los españoles –un<br />

46%– no lee nunca, cosa bastante más<br />

sorprendente si se tiene en cuenta que la<br />

industria editorial española es una de las<br />

que mayor número de libros edita en Europa.<br />

A pesar de esa amplísima oferta,<br />

nuestros índices de lectura son, en términos<br />

relativos, de los más bajos del mundo.<br />

A lo mejor es cierta la sospecha de que<br />

hay personas que compran libros, los<br />

usan como inanes objetos decorativos, pero<br />

no los leen, un disparate parecido a pasear<br />

por un museo con los ojos cerrados.<br />

O a desdeñar una gozosa oferta de placer<br />

que se tiene al alcance de la mano.<br />

¿Es posible que en un país donde surgieron<br />

algunas de las más preclaras creaciones<br />

de la literatura universal se lea tan<br />

escandalosamente poco? ¿A qué se debe<br />

ese despego, esa indiferencia, esa ignorancia?<br />

No es éste el momento ni el lugar para<br />

responder a esa pregunta inclemente.<br />

Pero ahí están los datos fríos y desdichados:<br />

sólo la mitad de los españoles suele<br />

aceptar ocasional o habitualmente el regalo<br />

inapreciable de la lectura. El resto permanece<br />

sordo. O ciego, mejor dicho. ¿Por<br />

medio de qué amorosas gestiones de parvulario,<br />

de qué solvente política cultural,<br />

podría remediarse semejante desafuero? Se<br />

ha comentado repetidas veces que esa<br />

mezquina tasa de lectores viene a ser como<br />

14 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


un mal endémico proveniente de las lacras<br />

históricas del subdesarrollo y el analfabetismo.<br />

Si la sociedad priva a alguien del<br />

derecho a cultivar su inteligencia, que es<br />

como decir del derecho a su dignidad<br />

personal, ¿de qué han servido tantas arrogantes<br />

proclamas educativas, tantas historias<br />

insignes, tantas marchas triunfales de<br />

la cultura? Lamento ser tan grandilocuente<br />

–o tan reiterativo–, pero si lo que pretendo<br />

ahora es recordar las excelencias<br />

inagotables de la lectura, tampoco podía<br />

eludir estas desconsoladas evidencias.<br />

Cualquier presumible aspiración a una sociedad<br />

lectora exigirá una adecuada transformación<br />

de la sociedad. Y esa transformación<br />

sólo será viable si se verifica a partir<br />

de esas bien llamadas primeras letras.<br />

Por eso siempre serán tan encomiables<br />

como oportunas todas las iniciativas<br />

encaminadas a alcanzar esa meta: la de<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

hacer partícipe a la colectividad de los<br />

productos nacidos de la imaginación del<br />

hombre. Recuerdo que hace algún tiempo<br />

se lanzó una campaña multimedia de fomento<br />

de la lectura, promovida por todos<br />

los sectores relacionados con el mundo<br />

del libro (y en la que yo mismo intervine).<br />

Parecía en principio una buena idea;<br />

al menos era la primera vez que se ponía<br />

en marcha algo semejante. En esa campaña<br />

se pretendía excluir todo el aparato<br />

academicista al uso, centrándose en la<br />

oferta de ese objeto precioso llamado libro<br />

de la mano de personajes populares y<br />

a través de una serie de pasatiempos<br />

y fiestas de las letras. Sin duda que se trataba<br />

de una nueva forma de invitación a<br />

la lectura, incluso de una estimulante posibilidad<br />

de encuentro del escritor con un<br />

nuevo público. Pero la verdad es que tan<br />

juiciosa iniciativa, por una u otra razón,<br />

fue languideciendo y no pasó de la animación<br />

en torno a algunas propuestas válidas<br />

pero efímeras.<br />

Téngase presente, en este mismo orden<br />

de cosas, no hace todavía mucho la<br />

Federación de Gremios de Editores de España<br />

puso en marcha un plan ciertamente<br />

ambicioso para captar el mayor número<br />

posible de lectores. Con esos fines se celebró<br />

en Madrid una Fiesta de la Lectura,<br />

donde se anunció la creación de un Servicio<br />

de Orientación del Lector y se habló<br />

del incremento de las bibliotecas públicas<br />

y de la canalización de los hábitos lectores,<br />

alentado todo ello con nuevas campañas<br />

publicitarias y nuevos diseños del material<br />

educativo. Me parece muy bien, claro.<br />

Seguro que algunos frutos se<br />

recogerán, aunque no sea a corto plazo.<br />

Pienso de todos modos que lo verdaderamente<br />

útil en este sentido debe centrarse<br />

siempre en una innovadora atención escolar.<br />

Todos sabemos de sobra que el niño<br />

que se habitúa a leer, ya leerá siempre. El<br />

lector infantil nunca dejará de ser un lector<br />

adulto. El amor o el desamor por la<br />

lectura depende del amor o el desamor<br />

que se haya sentido por el primer libro. Y<br />

eso tiene mucho que ver con la libre elección<br />

de ese primer libro o, mejor, con la<br />

ausencia de toda imposición lectora.<br />

Si hago hincapié en todo eso es porque<br />

siempre debe merecer el mayor respeto<br />

toda propuesta encaminada a fomentar<br />

la lectura (a “reinventar el libro”), sobre<br />

todo a través de la reforma del sistema<br />

educativo, el influjo familiar y una adecuada<br />

reconducción imaginativa. Porque<br />

algo se habrá conseguido a la larga. Nada<br />

más beneficioso que el hecho de que alguien<br />

encuentre de ese modo un libro y<br />

perciba el humano llamamiento que emana<br />

de ese libro. Tal vez se inicie de pronto<br />

en la lectura casi sin darse cuenta; tal vez<br />

un mundo ignorado llegue a ser así más<br />

inesperadamente descubierto. Quien no<br />

15


ELOGIO DE LA LECTURA<br />

traspase la frontera de esa dádiva magnífica<br />

habrá perdido la oportunidad de conocer<br />

una parcela, quién sabe si la más excitante,<br />

de ese otro caudal de experiencias<br />

generado por la literatura. Se ha repetido<br />

más de una vez que un libro puede llegar<br />

a cambiar la vida de un hombre. Es posible.<br />

Quien tiene un libro en sus manos<br />

nunca podrá quedarse al margen de la vida.<br />

Un lector verdadero siempre será un<br />

verdadero partidario de la vida. Decía Cervantes<br />

que “no hay libro tan malo que no<br />

contenga algo bueno”. Al margen de esa<br />

excesiva generosidad, es preferible creer<br />

que el libro y la maldad nunca pueden<br />

aliarse.<br />

Hay una anécdota muy conocida que<br />

podría aplicarse a lo que vengo diciendo.<br />

Se trata más bien de un cuento con moraleja.<br />

Permítanme recordarlo. Una niña salió<br />

una vez del colegio y se entretuvo jugando<br />

con unos amigos hasta que se hizo<br />

de noche. Para volver a su casa tenía que<br />

atravesar una calle solitaria y a oscuras. La<br />

niña tenía miedo. Vio acercarse en sentido<br />

contrario la silueta de un hombre. La<br />

niña pensó escapar, pero siguió adelante<br />

casi por instinto. Quizá ya era tarde para<br />

retroceder. La silueta se aproximaba. De<br />

pronto, la niña vio algo en la mano del<br />

hombre y se tranquilizó: era un libro. Había<br />

oído decir a su maestro que quien llevara<br />

un libro en la mano no podía infundir<br />

temor. Sin llegar a tan inocente hipérbole,<br />

sí cabría aplicar el cuento a no pocas<br />

argumentaciones sobre los provechos morales<br />

y sociales de la lectura, esto es, sobre<br />

la impecable dignidad de quienes defienden<br />

que un libro hace mejor al hombre.<br />

Tampoco sé si lo hará exactamente mejor,<br />

pero tal vez lo estimule a ser más íntegro,<br />

más pleno, más solidario. Es difícil dudar<br />

en todo caso del poder curativo de la lectura,<br />

de su capacidad última para preservar<br />

de sectarismos e intolerancias.<br />

Recuérdese que todos aquellos que<br />

han programado –desde los tiempos de<br />

los terrores inquisitoriales a los de cualquier<br />

censura dictatorial– el mantenimiento<br />

de sus poderes y privilegios han<br />

coartado la libre circulación de las ideas.<br />

Los abyectos enemigos históricos de los<br />

derechos del hombre han recurrido siempre<br />

a una suprema barbarie: la hoguera.<br />

O quemaban herejes o quemaban libros,<br />

dos crímenes idénticos: el de la asfixia de<br />

la libertad de la cultura. En las imágenes<br />

futuristas de un mundo despersonalizado,<br />

regido por computadoras, la quema de libros<br />

representa algo más que un mandamiento<br />

atroz: es una nueva metáfora de la<br />

esclavitud. Algo por el estilo podría argu-<br />

mentarse con respecto a la censura. La<br />

consabida iniquidad de vetar lo que se escribe<br />

equivale a amordazar también a<br />

quien lee.<br />

Todos sabemos que destruir, prohibir<br />

ciertas lecturas, ha supuesto siempre<br />

prohibir, destruir ciertas libertades.<br />

Conviene reiterarlo. Quien no leía, tampoco<br />

almacenaba conocimientos. Y quien<br />

no almacenaba conocimientos era apto<br />

para la sumisión. De lo que fácilmente se<br />

deduce que toda democracia será tanto<br />

más efectiva cuanto más propicie el ascenso<br />

cultural de los ciudadanos y, por<br />

ende, el amor al libro. Ese viejo y tan aireado<br />

lema de “ser cultos para ser libres”<br />

adquiere sin duda el rango de un designio<br />

sustancialmente democrático. Un libro<br />

que logre de una u otra forma iluminarnos<br />

o emocionarnos, que nos enseñe a<br />

desbrozar un camino o a enriquecer nuestra<br />

noción del mundo, nunca dejará de<br />

servir de vehículo para la tramitación<br />

de la libertad. No se olvide tampoco que<br />

la palabra “libro” y la palabra “libre” sólo<br />

se diferencian en un sonido final de muy<br />

parecida articulación. Incluso, en latín,<br />

liber y libertas remiten fonéticamente a la<br />

misma raíz.<br />

Todo eso lleva consigo un complicado<br />

planteamiento del problema: el de la enseñanza<br />

de la literatura. Ha habido voces<br />

eminentes empeñadas de modo ejemplar<br />

en resolver esta cuestión, aunque tampoco<br />

han faltado quienes han pretendido<br />

obstaculizarla con alguna que otra estulticia<br />

argumental. Yo, que he sido profesor<br />

de literatura, creo entender de qué intrincada<br />

labor se trata. Porque de lo que no<br />

cabe duda es de que una lección sobre literatura<br />

en ningún caso debe confundirse<br />

con una lección sobre archivos y contabilidades.<br />

Qué importan fechas, títulos, cánones,<br />

cuando lo que de verdad interesa<br />

es suscitar el amor por el libro, estimular<br />

de algún modo la atracción benéfica<br />

(educativa o simplemente placentera) por<br />

la lectura. Si el deber de un profesor es<br />

enseñar, su única misión en este caso<br />

es enseñar a leer. Pero ¿cómo, por medio<br />

de qué tácticas pedagógicas conseguir ese<br />

noble objetivo? A lo mejor el éxito se emparenta<br />

aquí también con la utopía, aunque<br />

lo sensato es suponer que la inteligencia<br />

de no pocos educadores habrá logrado<br />

subsanar tantos viejos lastres<br />

didácticos. Tal vez todo consista en una<br />

inicial sensibilización del niño, en una tarea<br />

cautelosa y delicada cuya efectividad<br />

dependerá de la cautela y la delicadeza<br />

con que el maestro convenza al alumno<br />

de las aventuras a que puede incorporarse<br />

si se aficiona a leer, incluso del esfuerzo<br />

personal que esa afición lleva consigo. A<br />

partir de ahí, algo –una curiosidad, un<br />

respeto, un cariño– habrá empezado a<br />

fraguarse. Y ese hábito gozoso ya no lo<br />

abandonará nunca. Incluso con el tiempo<br />

lo incitará no sólo a leer, sino a releer. Decía<br />

Juan Carlos Onetti que le gustaría sufrir<br />

de amnesia para olvidar los libros que<br />

amaba y volver a leerlos con la misma<br />

placentera sorpresa que la primera vez.<br />

Difícilmente podría encontrarse un más<br />

acabado elogio de la lectura.<br />

Conozco a un grupo de profesores<br />

que creó un taller de lectura y escritura<br />

para que, por procedimientos “irregulares”,<br />

los niños se aficionaran a leer y, lo<br />

que es más significativo, a escribir sus<br />

propias historias. Los resultados fueron<br />

realmente muy alentadores. Después de<br />

esas experiencias, incentivadas con juegos<br />

y escenificaciones, con ofertas festivas, he<br />

conocido a niños que anhelaban llegar a<br />

ser escritores. Quizá se les inculcó un sueño<br />

maravilloso: el de querer ver lo que<br />

había detrás del espejo de un libro, o del<br />

espejo de una vida, como la Alicia de Lewis<br />

Carroll. Si algún niño descubre así un<br />

espacio de la realidad –un país de las maravillas–<br />

desconocido, si consigue ampliar<br />

de ese modo su conocimiento del mundo,<br />

se habrá alcanzado una meta triunfante.<br />

Porque a estos efectos, ¿quién más previamente<br />

capacitado para elegir la hermosa<br />

aventura de leer que un niño? Porque ese<br />

niño que convierte, en sus juegos, una caja<br />

de zapatos en una carroza o el interior<br />

de un armario en la cueva del tesoro, es<br />

también quien sabrá encontrar, sin otra<br />

ayuda que su imaginación, el camino que<br />

conduce al secreto fascinante de un libro.<br />

Me gustaría hacer, al hilo de estas recapitulaciones,<br />

una última apelación al<br />

optimismo. Frente a quienes han reiterado<br />

las palmarias o presuntas amenazas<br />

que se ciernen sobre el libro, yo me permito<br />

defender una absoluta ausencia de<br />

riesgos. Conjeturar que los actuales avances<br />

tecnológicos y los nuevos sistemas audiovisuales<br />

acabarán destronando al libro<br />

no pasa de ser una conclusión de lo más<br />

apresurada. Téngase en cuenta que en los<br />

inicios de la difusión de la radio algún<br />

que otro eminente sociólogo de la cultura<br />

vaticinó la desaparición de los periódicos,<br />

y que, tiempo después, también cundió la<br />

sospecha de que la televisión acabaría con<br />

el libro. A partir sobre todo de los años<br />

sesenta, cuando alcanzaron cierta notoriedad<br />

las tesis de McLuhan, se pronosticó<br />

enfáticamente el fin de la prioridad de la<br />

imprenta como medio de difusión y el<br />

16 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


triunfo hegemónico de la imagen televisiva.<br />

El dominio de la cultura de masas desbancaría<br />

así a las formas de la cultura tradicional.<br />

Aparte de ese ingrato maximalismo<br />

de McLuhan, el tiempo ha ido poniendo<br />

en entredicho sus ideas, sobre todo en lo<br />

que respecta a la influencia universal de la<br />

imagen, es decir, de “la percepción ocular<br />

no reflexiva” que terminaría por desplazar<br />

esa otra influencia “reflexiva” del libro. El<br />

mensaje que nos llega de la lectura sería<br />

reemplazado en nuestro comportamiento<br />

cultural por el mensaje tecnológico de la<br />

comunicación. Más de un cuarto de siglo<br />

después de esas agoreras presunciones,<br />

ninguna se ha cumplido sustancialmente.<br />

De lo único que podría hablarse en términos<br />

objetivos es de una convivencia entre<br />

el libro y la imagen, es decir, entre dos<br />

vías de conocimiento –la visual y la mental–<br />

que no tienen por qué repelerse mutuamente.<br />

Estoy de acuerdo con quienes<br />

afirman que, en este terreno, lo más sensato<br />

es confiar en la coexistencia pacífica.<br />

Incluso podría añadirse que la televisión<br />

puede ser un estímulo para la lectura,<br />

pues en muchos casos –como decía Groucho<br />

Marx– “siempre que la encienden en<br />

la sala me retiro a mi cuarto a leer”.<br />

No creo para nada que el libro sea<br />

desplazado nunca por los envites consecutivos<br />

de la era del vídeo y la informática.<br />

La digitalización, la edición electrónica,<br />

ha creado sin duda nuevos soportes de<br />

acercamiento al libro, pero el placer de un<br />

texto encuadernado y en modo alguno<br />

virtual seguirá ofertando un insustituible<br />

atractivo. Jamás podrá extinguirse el acto<br />

gozoso y fecundo de la lectura, esa experiencia<br />

personal cuyo incitante desarrollo<br />

puede además disfrutarse en la soledad de<br />

un coloquio con uno mismo. Leer es recuperar<br />

lo que no hemos vivido, compensarnos<br />

de nuestras propias carencias. No<br />

existen sustituciones satisfactorias. El libro<br />

es un acompañante fiel y disponible,<br />

un confidente que estará siempre dispuesto<br />

no ya a confiarnos una y otra vez su intimidad,<br />

sino a oírnos. Incluso puede ser<br />

un buen antídoto contra cualquier sombra<br />

de dogmatismo o intolerancia. Su capacidad<br />

dialogante jamás se agota realmente.<br />

Quien lee nunca está solo. Tampoco<br />

lo está quien escribe. La lectura es<br />

una operación dinámica, generosa, de<br />

múltiples compensaciones sensoriales. Su<br />

variedad de sensaciones, su diversidad de<br />

sugerencias críticas, se contradice por definición<br />

con el pensamiento único. Comentaba<br />

Delibes que un libro siempre remite<br />

a otro libro y que, en contra de lo<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

que suele decirse, los libros no resuelven<br />

problemas, sino que los crean, “de modo<br />

que la curiosidad del lector siempre queda<br />

insatisfecha”. Estoy de acuerdo. La búsqueda<br />

de otros libros satisfactorios presuntamente<br />

acaba convirtiéndose en una<br />

costumbre inagotable. Si es cierto que un<br />

libro no está de veras terminado hasta que<br />

no lo leen los demás, los demás deben saber<br />

qué irrepetible experiencia supone esa<br />

participación. Ninguna innovación técnica,<br />

ninguna inquietante máquina que nos<br />

tenga preparada el futuro, será capaz de<br />

reemplazarla.<br />

Hay un conocido soneto de Quevedo<br />

que voy a usar como epílogo de todo<br />

lo que estoy tratando de evocar. El soneto<br />

es muy conocido y está escrito en la torre<br />

de Juan Abad, donde estuvo desterrado el<br />

poeta en 1620. En aquellas soledades aldeanas,<br />

Quevedo buscó en los libros esa<br />

complementaria comunicación con la vida<br />

que le faltaba entonces. Sólo voy a recordar<br />

los dos cuartetos del soneto, de tan<br />

sobria y magnífica expresividad:<br />

Retirado en la paz de estos desiertos,<br />

con pocos pero doctos libros juntos,<br />

vivo en conversación con los difuntos<br />

y escucho con mis ojos a los muertos.<br />

Si no siempre entendidos, siempre abiertos, o enmiendan<br />

o secundan mis asuntos, y en músicos callados<br />

contrapuntos al sueño de la vida hablan despiertos.<br />

Se trata, sin duda, de una lección de<br />

sabiduría y de un fervoroso canto a las<br />

impagables compensaciones que puede<br />

depararnos un libro. Todo el soneto supone<br />

en este sentido una síntesis magistral.<br />

Esa metafórica definición de la lectura de<br />

viejos textos –“vivo en conversación con<br />

los difuntos”, “escucho con mis ojos a los<br />

muertos”– o esa gratitud a los libros que<br />

“enmiendan o secundan” y “al sueño de la<br />

vida hablan despiertos”, constituyen sin<br />

duda como un lema que debería figurar<br />

en el frontispicio de todas las bibliotecas<br />

públicas. Y de todas las escuelas.<br />

Y termino con una apelación a la esperanza.<br />

Me inclino a creer que nunca<br />

faltarán, y que es posible que hasta proliferen,<br />

aquellas personas que, en el momento<br />

oportuno, escojan un libro como<br />

quien escoge el itinerario de un viaje, y se<br />

internen por él sabiendo que allí les<br />

aguarda un mundo cuya presunta fascinación<br />

ellos pueden encargarse de interpretar<br />

a su modo y asimilar como un espectáculo<br />

por ellos mismos programado. Es<br />

lo que alguien llamó “la hora del lector”,<br />

de un lector que incluso puede ir más allá<br />

que el autor, descubrir lo que éste quizá<br />

JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD<br />

sólo inconscientemente barruntara. Pues<br />

nada más cierto que ese lector, situado<br />

ante la reconversión de la realidad que todo<br />

libro entraña, colabora de algún modo<br />

con quien lo escribió para que se cumpla<br />

el fin último de la literatura.<br />

No se olvide que el escritor –usando el<br />

sentido etimológico del término– es un<br />

pontífice, es decir, un constructor de puentes,<br />

en este caso de un puente entre lo que<br />

él crea y el lector recrea, pasando naturalmente<br />

por la imprescindible gestión del<br />

editor y el librero. Sin esa contribución<br />

fructífera, ningún libro alcanzaría –insisto<br />

en ello– su más propio destino: el de servir<br />

de alianza enriquecedora entre el escritor<br />

y sus destinatarios. Sin el lector, el acto<br />

creador de la escritura estaría incompleto:<br />

el lector justifica la literatura. ¿Quién o<br />

qué mecanismo tecnológico, qué soporte<br />

audiovisual puede neutralizar el libérrimo<br />

placer de ese acto, de esa fértil aventura<br />

imaginativa? Y es a uno de los protagonistas<br />

de esa aventura, al amigo de los libros,<br />

a quien quiero ofrecer ahora mi más efusivo<br />

saludo. A él, es decir, a todos ustedes,<br />

muchas gracias.n<br />

José Manuel Caballero Bonald es poeta y novelista.<br />

Sus últimos libros publicados son Diario de<br />

Argónida y La costumbre de vivir.<br />

17


EL ASCENSO<br />

DE LA EXTREMA DERECHA<br />

Riesgos y retos de la transformación del Estado nacional<br />

En la construcción actual de Europa,<br />

se echa de menos una sociedad europea.<br />

La configura hoy tan sólo una<br />

minoría insignificante, que antepone el<br />

interés de Europa al del Estado al que<br />

pertenece. Pretendemos construir una<br />

unión política, imprescindible en el grado<br />

de integración económica alcanzado, sin<br />

contar con una base social. Aun en el caso<br />

de que avancemos en este proyecto –no es<br />

nada seguro–, tardará en cuajar una sociedad<br />

europea que, al fin y al cabo, sólo<br />

puede surgir de una larga convivencia en<br />

instituciones comunes. Por consiguiente,<br />

no puede exigirse como condición previa<br />

a la institucionalización política, tal como<br />

piden los que justamente no quieren rebasar<br />

el Estado nacional. Tenemos, primero,<br />

que levantar el edificio político, y<br />

luego se expandirá, poco a poco, la conciencia<br />

de formar un conjunto trabado, es<br />

decir, una sociedad europea que se identifique<br />

como tal.<br />

La transformación del Estado<br />

Ocurrió lo mismo en el emerger de las<br />

naciones –francesa, inglesa, española– a<br />

partir del Estado en su forma embrionaria<br />

de Monarquía absoluta. Primero fueron<br />

los reinos, y luego surgieron las naciones.<br />

Cierto que hubo países, Italia y Alemania,<br />

en los que la división política se superó<br />

muy tardíamente, en la segunda mitad<br />

del siglo XIX, cuando la nación estaba ya<br />

bien consolidada. Otras naciones, Cataluña<br />

o Flandes, que no lograron hacerse por<br />

motivos diversos con un Estado en el momento<br />

oportuno sufren ahora un doble<br />

tirón: hacia dentro, a la búsqueda de un<br />

Estado propio, precisamente cuando el<br />

Estado nacional ha perdido muchas de<br />

sus competencias anteriores y se halla en<br />

un proceso de profunda transformación;<br />

y otro, en sentido contrario, hacia Europa,<br />

que diluye elementos básicos del Estado<br />

nacional.<br />

IGNACIO SOTELO<br />

Cuando con la máxima urgencia se<br />

plantea la necesidad de construir la Europa<br />

política, los Estados reaccionan vigorosamente<br />

ante el reto de ser absorbidos por<br />

instituciones supranacionales, empezando<br />

por los más antiguos y, en su día, los más<br />

fuertes. Desde su adhesión a la Comunidad<br />

Europea, el Reino Unido ha dejado<br />

bien claro que no está dispuesto a ceder la<br />

soberanía que ejerce el Parlamento británico<br />

a ninguna otra institución supranacional.<br />

Incluso Francia, que es la inventora<br />

de la integración económica, militar y<br />

política de Europa como la única respuesta<br />

adecuada para acabar de una vez por todas<br />

con el peligro alemán y que por medio<br />

del eje franco-alemán ha liderado el<br />

proceso por casi cuarenta años, cada día<br />

que pasa se muestra más francesa y menos<br />

europea, al menos desde que la reunificación<br />

arrumbase el equilibrio anterior entre<br />

una Alemania, a la cabeza en la industria<br />

y en el comercio exterior, y una Francia<br />

en relación con una Alemania dividida<br />

y ocupada, sin duda potencia política, a la<br />

vez que militar, al disponer de armamento<br />

atómico.<br />

No sólo en el Reino Unido, desde un<br />

principio, y en Francia, desde la unificación<br />

de Alemania, sino también en el resto<br />

de la Unión, se observa una querencia<br />

del Estado nacional en ningún caso privativa<br />

de “las naciones sin Estado”. Nada se<br />

entiende de lo que está ocurriendo en Europa<br />

sin tomar buena nota de esta doble<br />

dinámica: por un lado, propensión a crear<br />

Estados nacionales nuevos (la caída del<br />

bloque soviético ha aumentado considerablemente<br />

su número); por otro, en todos<br />

ellos descuella la voluntad de integrarse<br />

en la Unión Europea, única forma de encontrar<br />

acomodo en un mundo globalizado.<br />

La construcción europea, lejos de dejar<br />

obsoletos a los Estados nacionales, les<br />

da nuevo impulso para que sobrevivan,<br />

eso sí, profundamente transformados.<br />

Perspectiva, no hace falta decirlo, que sostiene,<br />

en último término, a los nacionalismos<br />

vasco y catalán.<br />

El cuádruple proceso<br />

de la construcción de Europa<br />

La clave de buena parte de lo que está ocurriendo<br />

(desde el desprestigio de los partidos<br />

y de las instituciones hasta el ascenso<br />

de la extrema derecha) hay que buscarla en<br />

la crisis de transformación, no de desaparición,<br />

que afecta al Estado nacional, una de<br />

las creaciones más originales y productivas<br />

de Europa. Si en apretada síntesis quisiéramos<br />

expresar en una fórmula aquello que<br />

constituye a Europa, habría que mencionar<br />

un proceso cuádruple.<br />

1. El de urbanización, con el resurgir<br />

de ciudades (otras no habían existido antes)<br />

capaz de originar una nueva clase que<br />

introduce una cuña en la sociedad medieval<br />

tripartita, compuesta por el campesinado,<br />

libre o adscrito a la gleba, el mundo<br />

eclesiástico y la nobleza terrateniente.<br />

2. La Monarquía aprovecha el conflicto<br />

entre el Papado y el Imperio para impulsar,<br />

apoyándose en la nueva clase urbana,<br />

el desarrollo de una nueva forma de<br />

organización política: el Estado. Dos innovaciones<br />

fundamentales conlleva la noción<br />

moderna de Estado: sustituye la idea<br />

de un orden justo (en el fondo, una cuestión<br />

teológica) por la de poder, summa<br />

potestas, soberanía, categoría que traslada<br />

el saber político de la filosofía a la técnica,<br />

al saber instrumental. Introduce la idea<br />

de representación, que desconoció la antigüedad<br />

grecolatina y que es fundamental<br />

en el Estado moderno. La noción medieval<br />

de representación constituye el eje<br />

principal del tipo de democracia que desarrolla<br />

la sociedad europea en el siglo XX,<br />

la democracia representativa, muy distinta<br />

de la directa, aunque con exclusiones<br />

llamativas, de los griegos.<br />

18 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


3. El desarrollo de una economía capitalista<br />

(no solamente monetaria y que conoce<br />

la propiedad privada y el trabajo asalariado),<br />

sino caracterizada por lo que Max Weber ha<br />

llamado “el espíritu del capitalismo”, es decir,<br />

el “principio de la acumulación infinita”.<br />

Lo que distingue al capitalismo de otras<br />

economías de mercado es que convierte la<br />

búsqueda del beneficio en un fin en sí mismo.<br />

Al eliminar otros posibles objetivos del<br />

hacer económico, como el muy razonable<br />

de satisfacer las necesidades, pone de manifiesto<br />

un grado alto de irracionalidad, a la<br />

vez que al dirigir el comportamiento económico<br />

a un solo fin, la maximalización del<br />

beneficio, refuerza una racionalidad instrumental<br />

que determina la adecuación de los<br />

medios al único fin propuesto.<br />

4. A Europa la define el afán de hacer<br />

racionalmente plausible la fe (teología medieval),<br />

empeño que, al fracasar, desemboca<br />

en la necesaria ruptura entre creencia, que<br />

se instala más allá de la razón, y saber,<br />

que implica una nueva idea de razón empírica<br />

que va a posibilitar el nacimiento de la<br />

ciencia moderna. En cuanto el saber científico<br />

se aplica al desarrollo tecnológico nace<br />

la moderna sociedad industrial del entramado<br />

de estos cuatro elementos.<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

Urbanización, Estado, capitalismo y<br />

ciencia son las cuatro columnas sobre las<br />

que se asienta Europa. Tan importante como<br />

el papel que han desempeñado en la<br />

modernidad (constituyen, si se quiere,<br />

la modernidad) es su interdependencia.<br />

Mostrar con algún detalle el armazón, por<br />

lo demás harto conocido, que liga el desarrollo<br />

urbano, el capitalista y el científicoeducativo<br />

con el despliegue del Estado<br />

nos llevaría muy lejos. En esta ocasión<br />

basta con poner énfasis en la mutua relación<br />

entre capitalismo y Estado nacional.<br />

El mercado necesita para funcionar de un<br />

espacio público regulado: el derecho es la<br />

principal creación del Estado que justifica<br />

por sí solo su existencia.<br />

Disociación de Estado y mercado<br />

Pues bien, la disociación ocurrida en los<br />

últimos decenios entre Estado y mercado<br />

trastorna por completo el proceso en el<br />

que hasta ahora se ha ido haciendo Europa.<br />

El desarrollo tecnológico y financiero<br />

exige mercados mucho más amplios que<br />

los que ofrecen los Estados. Fracasado el<br />

intento de ampliar los mercados con la<br />

anexión de colonias, después de dos grandes<br />

guerras mundiales no queda otro re-<br />

medio que descolonizar (se ahorran gastos<br />

de administración, a la vez que quizá países<br />

independientes terminen siendo mejores<br />

clientes) y sobre todo integrar las derruidas<br />

economías europeas en entidades de mayores<br />

dimensiones que, al menos, tengan la<br />

virtud de evitar nuevas guerras. En 1952,<br />

con la Comunidad Europea del Carbón y<br />

del Acero (CECA), inician los seis el camino<br />

de la integración económica. Medio siglo<br />

que puede muy bien considerarse, desde<br />

una perspectiva histórica, la fase fundacional,<br />

que habrá que dar por terminada<br />

cuando, alcanzado el mercado único y una<br />

moneda común, se cierre el proceso con la<br />

admisión de todos los candidatos. No faltan,<br />

sin embargo, los que pretenden mantenerlo<br />

indefinidamente abierto (la aceptación<br />

de Turquía como candidato es ya una<br />

señal clara en este sentido), lo que conlleva<br />

una modificación sustancial del proyecto.<br />

Evidente, en todo caso, es el éxito económico<br />

de los primeros 50 años de integración.<br />

En un mundo cada vez más interdependiente,<br />

en el que se configuran<br />

bloques económicos muy fuertes, los europeos<br />

no tenemos alternativa a la unificación.<br />

Se subrayan a menudo las ventajas<br />

que se derivan de este proceso, pero suelen<br />

silenciarse los riesgos que entraña la actual<br />

transformación de los Estados nacionales,<br />

que pierden competencias importantes,<br />

desde el ámbito económico al de seguridad,<br />

interna y externa, que hasta hace<br />

muy poco las habíamos considerado nada<br />

menos que inherentes al Estado. Para hacerse<br />

cargo de la situación es preciso mencionar<br />

brevemente dos consecuencias graves<br />

de esta transformación del Estado.<br />

El Estado, soporte de la democracia<br />

representativa<br />

La primera hace referencia al funcionamiento<br />

de nuestras democracias. Después<br />

de varios siglos de maduración, los Estados<br />

nacionales logran organizarse demo-<br />

19


EL ASCENSO DE LA EXTREMA DERECHA<br />

cráticamente. Entendemos por tal sistemas<br />

políticos en los que se respetan los derechos<br />

humanos fundamentales y los Gobiernos<br />

se eligen en elecciones periódicas<br />

libres en las que pueden participar todos<br />

los ciudadanos mayores de edad. Con estos<br />

dos requisitos, las democracias europeas<br />

no son muy antiguas: los países escandinavos<br />

acceden al sufragio universal, que<br />

incluye a hombres y mujeres, después de<br />

la Primera Guerra Mundial; Italia y Francia,<br />

después de la Segunda; España, si dejamos<br />

de lado el brevísimo paréntesis de la<br />

Segunda República, en 1977; los países<br />

del este de Europa todavía en tiempos más<br />

cercanos. El hecho es que, siendo la democracia<br />

una adquisición tan reciente, se<br />

está quedando ya sin el soporte que le es<br />

propio: el Estado nacional.<br />

La democracia representativa surge en<br />

el Estado nacional y sólo puede existir con<br />

sus formas actuales dentro de él. Así como<br />

la democracia griega únicamente pudo desarrollarse<br />

en la polis y se desplomó cuando<br />

la ciudad-Estado perdió su autonomía.<br />

Acabar con las guerras intestinas que destruían<br />

Grecia implicaba superar la fragmentación<br />

política creando un orden por<br />

encima de la polis, a la que, sin embargo,<br />

el griego se aferraba al no concebir otra<br />

forma de convivencia en libertad. Una potencia<br />

externa, el reino macedonio de Alejandro,<br />

logra la unificación, pero al costo<br />

de destruir la autonomía de la polis, sobre<br />

la que se apoya la democracia. Las ciudades<br />

se subordinan a los reinos helenísticos,<br />

que preparan el camino para la ulterior<br />

dominación romana. Cada tipo de democracia<br />

tiene su base social propia: de la<br />

misma manera que la democracia griega<br />

necesita de la polis, la democracia representativa<br />

de nuestro tiempo precisa del Estado<br />

nacional. Están todavía por descubrir,<br />

por decisivas que sean para la persistencia<br />

de la humanidad, las formas de<br />

organizarse democráticamente en instituciones<br />

supraestatales. No se insiste lo suficiente<br />

en que la rapidísima transformación<br />

que ha sufrido el Estado nacional en<br />

los últimos años afecta de manera contundente<br />

al sistema democrático, tal como está<br />

establecido. Hecho de enorme trascendencia<br />

que ha de tenerse muy en cuenta.<br />

La impotencia de los Gobiernos<br />

En este contexto se detectan dos problemas<br />

de envergadura. El primero se muestra<br />

en la pérdida de legitimidad que se deriva<br />

de la impotencia de los Gobiernos<br />

para resolver las cuestiones que más directamente<br />

afectan a los ciudadanos. El desempleo<br />

es la que más preocupa a la gen-<br />

te. Ningún partido puede ganar unas<br />

elecciones sin prometer eliminar en un<br />

tiempo razonable esta lacra social. Recuerden<br />

los famosos 800.000 puestos de<br />

trabajo, que siguen prometiéndose, aunque<br />

ya nadie se atreva a concretar la oferta<br />

en cifras. Ahora bien, transferidas competencias<br />

económicas fundamentales a instituciones<br />

europeas supranacionales, es<br />

bien poco lo que los Gobiernos pueden<br />

hacer en este campo. Impresión que remacha<br />

el que algunos consejos europeos,<br />

como el de Lisboa en la primavera de<br />

2000, hayan presentado una política común<br />

frente al desempleo, lamentablemente<br />

con los mismos resultados. Ni los<br />

Estados miembros ni la Unión están en<br />

condiciones de poner en marcha una política<br />

que nos acerque al pleno empleo; y<br />

son ya muchos los años con índices de<br />

paro de dos dígitos. Tamaña distancia entre<br />

lo que cabe hacer y lo que se promete<br />

erosiona gravemente la credibilidad de las<br />

instituciones: Parlamentos, Gobiernos,<br />

partidos. Llevamos lustros hablando de la<br />

pérdida de legitimidad de las instituciones<br />

sin otro logro que reflexiones más o<br />

menos pesimistas sobre sus consecuencias.<br />

La internacionalización de la economía<br />

lleva consigo que los ciclos vengan determinados<br />

por factores exógenos. La coyuntura<br />

internacional es cada vez más claramente<br />

responsable del bienestar de nuestros países.<br />

Cuando mejoran los índices macroeconómicos,<br />

los Gobiernos se apuntan los méritos;<br />

pero cuando empeoran, acosados por<br />

una oposición que presume de tener la receta<br />

para salir del atolladero, lo pagan con<br />

el desprestigio. Unas elecciones se ganan o<br />

se pierden según sea la coyuntura, sin que<br />

los Gobiernos puedan hacer mucho al respecto.<br />

A ofertas de los partidos cada vez<br />

más parecidas se suman resultados aleatorios.<br />

La suerte es el factor decisivo; y dada<br />

la brevedad de los ciclos económicos, ningún<br />

partido puede perpetuarse en el Gobierno.<br />

Los de centro izquierda y centro derecha,<br />

únicos con posibilidad de gobernar,<br />

manejan un discurso en la oposición y otro<br />

en el Gobierno, perfectamente intercambiables<br />

en cada una de estas funciones. La<br />

pérdida creciente de legitimidad que padece<br />

el sistema democrático establecido es la<br />

consecuencia más obvia y de mayor alcance<br />

de las transformaciones que están sufriendo<br />

los Estados miembros de la Unión.<br />

El desmontaje del Estado social<br />

Un segundo problema grave proviene de<br />

los temores que levanta el paulatino desmontaje<br />

del Estado de bienestar. Sea cual<br />

fuere el que está en el Gobierno, el discurso<br />

se centra en la necesidad de reformar<br />

el sistema de protección social, como<br />

si fuera la panacea que nos ha de proporcionar<br />

el pleno empleo. Habría que liberalizar<br />

el mercado de trabajo, abaratando<br />

el despido; bajar los costos laborales, disminuyendo<br />

las prestaciones sociales; aminorar<br />

la presión fiscal para asegurar la inversión.<br />

El haz de medidas para llevar a<br />

cabo políticas sociales de que dispone un<br />

Estado que ha dejado la política macroeconómica<br />

en manos de instituciones supranacionales,<br />

empeñadas tan sólo en la<br />

estabilidad, es cada vez más reducido. En<br />

teoría, los europeos seguimos defendiendo<br />

una “economía social de mercado”,<br />

pero hemos suprimido la base operativa<br />

que la hacía posible: un Estado que maneja<br />

la política económica, fiscal y social.<br />

El Estado se ha quedado sin los elementos<br />

fundamentales de la política económica,<br />

incluida la monetaria; si queremos mantener<br />

un mercado único, antes o después<br />

la convergencia fiscal terminará por imponerse.<br />

Pero la política social sigue y seguirá<br />

siendo de competencia del Estado,<br />

aunque se haya quedado sin los instrumentos<br />

para llevarla a cabo. Sea un Gobierno<br />

de centro izquierda o de centro derecha,<br />

no tendrá más remedio que emprender<br />

reformas que cada vez semejan<br />

más un desmontaje.<br />

Las fórmulas neoliberales son claras y<br />

tajantes. Lo malo es que estas medidas<br />

tampoco parece que lleven al pleno empleo.<br />

Las ventajas tributarias dadas a las<br />

empresas rebajan la capacidad del Estado<br />

para mejorar los servicios públicos, empezando<br />

por los dos decisivos, de los que<br />

depende el futuro de cualquier país, educación<br />

de la población e investigación<br />

científica; pero en una economía internacionalizada<br />

no cabe impedir que los capitales<br />

no se inviertan en economías lejanas<br />

que prometen una mayor rentabilidad. Si<br />

es cierto que una política keynesiana de<br />

lucha contra el paro (el gasto público tira<br />

de la demanda) resulta eficaz sólo en una<br />

economía que se mueve dentro de fronteras<br />

cerradas, también el argumento neoliberal<br />

de que bajando los impuestos se<br />

consiguen mayores inversiones únicamente<br />

parece convincente en las condiciones<br />

de un mercado nacional en el que las empresas<br />

no pudieran invertir en el extranjero.<br />

Los altos beneficios de algunas empresas<br />

españolas en los noventa, al haberse<br />

invertido en otro continente, poco han<br />

contribuido a que descienda el paro. Si es<br />

harto dudoso que en una economía abierta<br />

una menor presión fiscal garantice ma-<br />

20 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


yores inversiones, lo que es seguro es que<br />

una presión fiscal alta retrae las inversiones<br />

extranjeras e invita a las empresas nacionales<br />

a llevar las plantas de producción<br />

a otros países.<br />

Si las políticas que se ofrecen para acabar<br />

con el paro no lucen por su eficacia, lo<br />

que sí está muy claro es a quiénes perjudican:<br />

a los sectores sociales más débiles, justamente<br />

a aquellos que se habían sentido<br />

protegidos con el Estado social. Se comprende<br />

que consideren una agresión insufrible<br />

el que se les presente como la única<br />

opción posible, bien asumir rebajas en los<br />

sistemas de protección, bien permanecer<br />

indefinidamente en el paro, máxime cuando<br />

se les amenaza con una disminución<br />

drástica del subsidio de desempleo y de las<br />

ayudas sociales. En efecto, en Europa, como<br />

ocurre también en Estados Unidos, se<br />

ha consolidado un sector social al margen<br />

del mercado de trabajo que sobrevive únicamente<br />

con las ayudas sociales, que a veces<br />

pasan de padres a hijos. Ha surgido<br />

así, si se me permite una expresión decimonónica,<br />

un proletariado lumpen que si<br />

bien se había mantenido hasta ahora al<br />

margen de la política, alimenta desde hace<br />

mucho tiempo en América Latina, donde<br />

su peso es considerable, a los populismos<br />

de derecha.<br />

Inmigración y paro<br />

El conflicto se emponzoña si con un paro<br />

que apenas decrece la inmigración va en<br />

rápido aumento. Comparado con otros<br />

países europeos, el porcentaje de inmigrantes<br />

en España es todavía bajo, pero la<br />

velocidad con la que ha aumentado en los<br />

dos últimos años bate todos los récords.<br />

Una figura nueva, la del trabajador extranjero,<br />

a la que tiene que acostumbrarse<br />

una sociedad que, como la española, hasta<br />

hace poco sólo conocía la del emigrante.<br />

Cierto que en el siglo XIX salieron cantidades<br />

ingentes de todos los países europeos<br />

(60 millones abandonaron Europa),<br />

pero en los del norte y el centro la inversión<br />

de tierra de emigrantes a tierra de<br />

acogida se produjo después de la Segunda<br />

Guerra Mundial, en España en los noventa,<br />

y aún no ha acontecido en la Europa<br />

del Este, que sigue expulsando población.<br />

Es un proceso con rasgos peculiares en cada<br />

país y desconocemos todavía cuál va a<br />

ser la reacción española.<br />

En todo caso, ese tercio de la población<br />

en paro o con dificultades de adaptación<br />

al mercado de trabajo, mano de obra no<br />

cualificada y jubilados con pensiones bajas,<br />

perciben la inmigración como una<br />

forma de agresión directa. Les parece in-<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

creíble que, sin que descienda el paro, aumente<br />

el número de trabajadores extranjeros.<br />

El argumento de que los inmigrantes<br />

no les quitan el puesto de trabajo porque<br />

los que ocupan no los quieren los<br />

nacionales suena especialmente hiriente.<br />

En efecto, no los quieren los nacionales<br />

con los salarios que ofrecen; claro que los<br />

aceptarían si estuvieran pagados de manera<br />

que considerasen decente. En mi juventud<br />

los carros de la basura en Madrid<br />

eran conducidos por gentes muy pobres;<br />

los basureros pertenecían al mundo marginal,<br />

sin el menor prestigio social. Hoy<br />

día, en las ciudades europeas las compañías<br />

modernas de recogida de basuras disponen<br />

de camiones apropiados, con un personal<br />

bien pagado y adecuadamente uniformado,<br />

que goza de un trabajo estable,<br />

aunque bastante duro. El hecho es que<br />

apenas lo agarra un inmigrante. En nuestras<br />

ciudades, cada vez más abigarradas,<br />

destaca la homogeneidad del personal que<br />

recoge la basura.<br />

Detrás de la afirmación de que el inmigrante<br />

sólo ocupa el puesto de trabajo<br />

que no quiere el nacional (y que, como<br />

digo, es preciso añadir a los salarios que<br />

se ofrecen) se esconde la función principal<br />

de la inmigración: constituir el “ejército<br />

de reserva” que mantenga a la larga<br />

los salarios dentro de ciertos límites. Sin<br />

este colchón, en determinados momentos<br />

del ciclo económico los salarios podrían<br />

dispararse, poniendo en cuestión todo el<br />

proceso productivo. Los más bajos (que<br />

son, justamente, los que reciben los inmigrantes<br />

sin papeles) marcan el nivel salarial<br />

de partida, incluso por debajo del<br />

salario mínimo allí donde esté legislado.<br />

El inmigrante alimenta buena parte de<br />

los canales de trabajo “negro”, desplazando<br />

al nacional de la economía sumergida.<br />

Para reducir el conflicto entre inmigrantes<br />

y nacionales, a la vez que ahorrar en<br />

los costos sociales, el Estado se esfuerza<br />

en integrar en el mercado de trabajo, eso<br />

sí, con el salario que se paga al inmigrante<br />

recién llegado, a una población marginal<br />

que hasta ahora ha vivido del subsidio.<br />

No habrá que insistir en la carga explosiva<br />

que conlleva este intento.<br />

Gracias a los salarios que se pagan al<br />

inmigrante cabe mantener empresas agrícolas<br />

y otras de muy baja tecnología, sobre<br />

todo en la construcción, que no resultarían<br />

viables si dependieran de la mano<br />

de obra nacional. Se puede discutir si a la<br />

larga compensa sobreexplotar el agua y<br />

la mano de obra extranjera, como es el caso<br />

en Almería, contribuyendo, de una<br />

parte, a la desertización con el agotamien-<br />

IGNACIO SOTELO<br />

to de los acuíferos y, de otra, a crear graves<br />

problemas sociales que luego la comunidad<br />

ha de cargar con ellos. Hay una<br />

economía poco modernizada y nada competitiva<br />

que sólo puede subsistir gracias a<br />

los inmigrantes. Es muy dudoso que en<br />

su conjunto la economía de un país se beneficie<br />

de empresas que sólo sobreviven<br />

pagando salarios muy bajos; evidentemente,<br />

los empresarios que explotan al<br />

trabajador extranjero sí se benefician, y<br />

mucho: por eso les llaman. Porque hay<br />

que decirlo abiertamente: la inmigración<br />

acude allí donde hay oferta de este tipo de<br />

trabajo. La mejor manera de contener<br />

una inmigración incontrolada es favoreciendo<br />

el trabajo altamente profesional y<br />

bien remunerado y obstaculizando (hay<br />

distintos mecanismos para ello) a las empresas<br />

que únicamente pueden subsistir<br />

con la superexplotación de la mano de<br />

obra. Si este tipo de oferta desapareciese,<br />

la inmigración disminuiría drásticamente.<br />

En teoría, no cabe la menor duda; ahora<br />

bien, la puesta en práctica de una política<br />

de este tenor chocaría con los intereses<br />

más variopintos y pondría de manifiesto<br />

el papel que la economía informal todavía<br />

desempeña en Europa.<br />

El inmigrante compite con la población<br />

marginal no sólo en el trabajo; sino también<br />

en la convivencia en los mismos barrios<br />

y con acceso a los mismos servicios:<br />

guarderías, colegios, hospitales. En este<br />

ambiente se reproducen comportamientos<br />

y agresiones que tuvieron su origen en las<br />

colonias. Así como el blanco pobre se consideró<br />

superior, con derechos especiales,<br />

frente al indígena, ahora se siente lo mismo<br />

ante el inmigrante. Las ideologías y estructuras<br />

racistas, propias del colonialismo,<br />

se reproducen en la metrópoli. La xenofobia<br />

racista actualiza los prejuicios que nacieron<br />

en las colonias y que ya en el pasado<br />

alimentaron a la extrema derecha. Es cosa<br />

bien probada que racismo, xenofobia y<br />

mentalidades de ultraderecha son un subproducto<br />

del colonialismo, así como no<br />

cabe la menor duda sobre el papel que al<br />

respecto han desempeñado los países que<br />

lograron grandes imperios coloniales, desde<br />

España a Gran Bretaña, pasando por<br />

Francia, Holanda y un largo etcétera. Ya<br />

en el siglo XVIII, Samuel Johnson escribió<br />

que el gran mérito de España no es haber<br />

colonizado América, sino haber creado el<br />

primer pensamiento anticolonialista y antirracista<br />

con Bartolomé de las Casas.<br />

El ascenso de la extrema derecha<br />

Para dar cuenta del ascenso de la extrema<br />

derecha en Europa en este último<br />

21


EL ASCENSO DE LA EXTREMA DERECHA<br />

tiempo basta con poner en relación la<br />

apertura económica, social y cultural a<br />

entidades más amplias, que implica una<br />

profunda transformación del Estado,<br />

con la creciente presión emigratoria,<br />

consecuencia también de la globalización.<br />

Entendemos por tal tanto la internacionalización<br />

de la producción, no ya<br />

sólo obra de las grandes multinacionales,<br />

como la rápida circulación de capitales, a<br />

menudo sólo especulativos, de un país<br />

a otro. Ambos procesos producen desequilibrios<br />

en los países en los que actúan,<br />

empujando a una parte de la población<br />

a intentar establecerse en los centros<br />

de poder económico y de bienestar<br />

social. La revolución en las comunicaciones<br />

y en la información facilita las inversiones<br />

extranjeras, pero también los movimientos<br />

masivos de población. Por<br />

mucho que nos empeñemos en negarlo y<br />

por grandes que sean los obstáculos que<br />

pongamos, el mercado de trabajo también<br />

se globaliza. El resultado es que los<br />

trabajadores no cualificados tienen que<br />

competir con los del Tercer Mundo (la<br />

producción se traslada a los países con<br />

salarios más bajos) y con los inmigrantes<br />

que de allí provienen, dispuestos también<br />

a trabajar por salarios inferiores. El<br />

proceso de globalización, ya imparable,<br />

tiene desde luego aspectos positivos (ha<br />

mostrado ser un factor importante de<br />

crecimiento económico), pero también<br />

negativos, incluso para los países ricos.<br />

El que la globalización implique también<br />

aspectos negativos para los grandes<br />

y poderosos fundamenta la esperanza de<br />

que algún día se regule la actividad económica<br />

internacional, que es justamente<br />

lo que exige el movimiento mal llamado<br />

antiglobalizador.<br />

La globalización favorece al mundo<br />

empresarial más competitivo y a los sectores<br />

sociales mejor preparados, es decir, a<br />

todos aquellos capaces de imponerse más<br />

allá de sus fronteras; perjudica, en cambio,<br />

a los grupos sociales que tienen que<br />

competir con el Tercer Mundo. En primer<br />

lugar, al sector agrario: aunque numéricamente<br />

pequeño, su estado de ánimo<br />

influye sobre la población rural, es<br />

decir, aquella que vive en poblaciones de<br />

menos de 5.000 habitantes. A la larga, no<br />

se podrán mantener las subvenciones a la<br />

agricultura; además de que contradicen<br />

la filosofía liberal que predicamos, habrá<br />

que terminar comprando los productos<br />

de los países menos desarrollados, si no<br />

queremos que sus habitantes emigren todos<br />

a nuestras ciudades. Ayudar al desarrollo<br />

significa, en primer lugar, abrir los<br />

mercados a sus productos. En 50.000 millones<br />

de dólares se cifra la ayuda del<br />

mundo desarrollado al Tercer Mundo. En<br />

150.000 millones las pérdidas por no poder<br />

exportarnos lo que producen. Estamos<br />

ya pagando con la presión emigratoria<br />

los altos costos de una agricultura subvencionada.<br />

En la llamada “sociedad de los tres tercios”,<br />

a dos partes les va cada vez mejor, pero<br />

la tercera lucha con el miedo en un<br />

mundo que cambia rápidamente, pero a<br />

peor para ellos, con la amenaza de que se<br />

desplome el Estado de las subvenciones y el<br />

Estado social a peor para ellos. Sin haberse<br />

resuelto aún el tema de la minería del<br />

carbón, seguimos, cara a la ampliación,<br />

sin formular una política agrícola que se<br />

sostenga. Cada vez peor protegidos, los<br />

sectores sociales más inseguros se enfrentan<br />

a una población inmigrante en rápido<br />

aumento que trabaja por salarios que no<br />

les parecen aceptables, a la vez que ocupa<br />

los servicios sociales que consideran propios.<br />

“Uno ya no se puede poner enfermo”,<br />

me decía un fontanero que hacía<br />

unos arreglos en casa, “los hospitales están<br />

llenos de turcos”.<br />

Desde los barrios elegantes, donde al inmigrante<br />

sólo se le percibe, si acaso, como<br />

servidor doméstico, oficio que estaba en<br />

trance de desaparecer, cabe elevar la voz<br />

contra el racismo y la xenofobia, pero ese<br />

discurso tiene otra lectura entre la población<br />

marginal que compite con el inmigrante.<br />

Evidentemente que no se debe bajar la<br />

guardia en cuestión tan importante como es<br />

la igualdad de derechos de todos los humanos;<br />

pero una cosa es el discurso y otra crear<br />

las condiciones para que lo que se propugna<br />

se vaya acercando a la realidad. Precisamente<br />

de la contradicción entre principios democráticos<br />

proclamados y experiencias sociales<br />

vividas se nutre la extrema derecha.<br />

Ello no impide reconocer que la propuesta<br />

de resucitar al Estado nacional, en su forma<br />

más descarnadamente autoritaria, no sólo<br />

no aguanta la menor crítica, sino que además<br />

es totalmente ilusoria. Imposible que<br />

pueda funcionar una Francia, aislada de Europa<br />

y del mundo, al servicio exclusivo de<br />

los franceses. El sueño retrógrado de un Estado<br />

autárquico conlleva en su seno el autoritarismo<br />

clasista más reaccionario, pero<br />

suena bien a muchos que creen descubrir en<br />

el extranjero el origen de todos sus males, o<br />

que no pueden soportar que se les iguale<br />

con los que consideran inferiores.<br />

El seísmo francés<br />

Con las ideas expuestas, a manera de resumen,<br />

estamos en condiciones de dar cuenta<br />

de los resultados de la primera vuelta en las<br />

elecciones presidenciales francesas. Las cifras<br />

se explican acudiendo a la abstención<br />

(sólo alta, medida con el rasero francés) y a<br />

la división del voto entre nada menos que<br />

16 candidaturas. Fragmentación que, pese<br />

a que venga facilitada por la ley electoral,<br />

no deja de mostrar la debilidad del sistema<br />

de partidos. Se trata, en todo caso, de una<br />

aclaración aritmética que mantiene en la<br />

penumbra los factores políticos, y sobre todo<br />

los sociales, que las cifras reflejan.<br />

Si entramos en la maraña del análisis<br />

político, lo más llamativo es que repitan los<br />

mismos candidatos de hace cinco años en<br />

las posiciones favoritas (hasta tal punto parecen<br />

inamovibles las cúpulas de los partidos)<br />

con el agravante de que han pasado<br />

cuatro “cohabitando”. No podía quedar<br />

más patente la idea de que ambas opciones<br />

son intercambiables que estar representada,<br />

una por el presidente de la República y la<br />

otra por el presidente del Gobierno. Cierto<br />

que al votante avisado no se le escapan las<br />

diferencias entre Chirac y Jospin; pero para<br />

una buena parte del electorado lo decisivo<br />

son las imágenes, y en la televisión se les ha<br />

visto caminar juntos en todas las cumbres<br />

europeas.<br />

La “cohabitación”, efecto perverso de la<br />

Constitución de la V República (lo que está<br />

mal hecho suele dar mal resultado) expande<br />

la imagen de un centro derecha y un<br />

centro izquierda que se reparten el poder<br />

en amigable componenda. Sucedía en Austria<br />

hasta el triunfo de los liberales xenófobos<br />

de Haider (la llamada proporcionalidad)<br />

y ha ocurrido en Francia, donde derecha<br />

e izquierda “cohabitaban” sin mayores<br />

problemas, delimitando lo que se ha dado<br />

en llamar “el sistema”. Se mantiene así la<br />

vieja dinámica entre partidos del sistema,<br />

defensores de lo establecido, y partidos antisistema,<br />

que recogen la protesta y el malestar<br />

social. En la IV República el partido<br />

comunista había desempeñado esta función.<br />

La cuestión es por qué el testigo ha<br />

pasado de la extrema izquierda a la derecha<br />

radical.<br />

Las causas de la ascensión de la extrema<br />

derecha hay que buscarlas en el ámbito<br />

político-social. El factor decisivo es la<br />

internalización de los capitales y de<br />

la producción, la llamada globalización,<br />

que después del desplome del bloque comunista<br />

ha recuperado la velocidad de<br />

crucero que mantenía antes de 1914. Al<br />

quedarse raquíticos los mercados nacionales,<br />

la respuesta adecuada ha sido ir trasladando<br />

las competencias económicas del<br />

Estado nacional a entidades supranacionales<br />

como la Unión Europea. Proceso<br />

22 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


imparable, dado el rápido desarrollo de<br />

las fuerzas productivas, pero que en la<br />

moderna sociedad de los tres tercios conlleva<br />

un tercio de perdedores: a la larga el<br />

sector rural (no cabe mantener indefinidamente<br />

una agricultura altamente subvencionada)<br />

y sobre todo la mano de obra<br />

no cualificada, que tiene que competir<br />

con la de sociedades menos desarrolladas<br />

con salarios mucho más bajos y con una<br />

inmigración en rápido ascenso como consecuencia<br />

necesaria, aunque no siempre<br />

querida, de la globalización.<br />

Le Pen lo ha dicho con toda claridad:<br />

en lo económico se considera de derechas,<br />

es decir, defensor de la economía capitalista<br />

con todas sus consecuencias, único<br />

modelo que permitiría un crecimiento<br />

económico continuado; en lo social, de<br />

izquierda, es decir, dispuesto a mantener<br />

una red que distribuya la riqueza. El reparto<br />

exige la acumulación previa de riqueza;<br />

no tiene sentido adjudicar pobreza.<br />

En estos dos puntos la alternativa antisistema<br />

no se separa de la posición en que<br />

convergen el centro izquierda y el centro<br />

derecha. La innovación consiste en afirmar<br />

que, dado que no hay para todos, la<br />

distribución ha de hacerse sólo entre nacionales.<br />

Fuera extranjeros y recuperemos<br />

una política económica nacional que posibilite<br />

una social, sólo para los de casa,<br />

aunque ello implique salir de la Unión<br />

Europea. El ascenso de la extrema derecha<br />

en Europa se revela, por lo pronto, como<br />

el canto de cisne de un Estado nacional<br />

condenado a desprenderse de sus antiguas<br />

ideologías, estructuras y buena parte de<br />

sus competencias.<br />

El futuro de la extrema derecha<br />

Después del ascenso de la extrema derecha<br />

en Austria, de su triunfo aplastante en Italia<br />

(ésta sí, la verdadera catástrofe con la<br />

que parece que nos hemos acomodado),<br />

de su consolidación en Portugal y del aviso<br />

recibido en la primera vuelta de las<br />

elecciones presidenciales en Francia, amén<br />

de los resultados obtenidos el 15 de mayo<br />

en Holanda por el partido del asesinado<br />

Pim Fortuyn, no cabe descartar en Alemania<br />

un triunfo de los democristianos, representados<br />

por su rama más conservadora,<br />

la bávara, en las elecciones del 22 de<br />

septiembre.<br />

Empezamos echando de menos una<br />

sociedad europea. En virtud de esta carencia,<br />

la opinión pública tiene un carácter<br />

marcadamente nacional; de ahí que las<br />

elecciones se decidan con una temática y<br />

en un contexto propios de cada país. Incluso<br />

en el ámbito regional (véase el caso<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

de Baviera o del País Vasco) las dinámicas<br />

políticas pueden ser muy distintas de las<br />

del resto del Estado. Ello no es óbice para<br />

dejar de constatar factores comunes (globalización,<br />

transformación del Estado al<br />

integrarse en la Unión, inmigración creciente)<br />

que marcan con una misma impronta<br />

a todos los países de la Unión. Al<br />

haber acudido a estos factores para explicar<br />

el ascenso de la extrema derecha, ha<br />

quedado bien claro el carácter europeo de<br />

su ascenso. No es un tema coyuntural (se<br />

trata de un proceso largo que se extiende<br />

en el tiempo) ni menos específico de un<br />

país, sino que responde a causas profundas<br />

que actúan por doquier. Dos me parecen<br />

las fundamentales: pérdida de legitimidad<br />

de las instituciones, cada vez más<br />

incapaces de cumplir con lo que prometen,<br />

a la que ya nos hemos referido. Crisis<br />

creciente de la izquierda socialdemócrata,<br />

que conviene mencionar muy someramente<br />

antes de terminar. Desaparecida la<br />

izquierda comunista, la socialdemócrata<br />

es la única que permanece con representación<br />

parlamentaria. Así como el “partido<br />

de nuevo tipo”, el “partido de los revolucionarios”<br />

que creara Lenin, hace ya mucho<br />

que ha pasado a la historia, estamos<br />

asistiendo al final de la última fase del<br />

modelo socialdemócrata de partido. El<br />

partido de masas, junto con el sindicato,<br />

constituyeron los dos ejes del movimiento<br />

obrero, creados ambos con el mismo fin<br />

de lograr la integración política y social<br />

de la clase obrera. Conseguida esta integración,<br />

en buena parte gracias a la repetida<br />

presencia en el Gobierno de la socialdemocracia,<br />

cuando la clase obrera se fue<br />

convirtiendo en una cada vez más minoritaria,<br />

hubo que abandonar la especificidad<br />

obrera (la denominación queda sólo<br />

en la sigla del PSOE) para convertirse en<br />

un gran partido interclasista de masas. Lo<br />

malo es que, a la larga, un partido de masas,<br />

desprendido del movimiento obrero,<br />

que ya hace tiempo que ha dejado de<br />

existir, deambulando el sindicato como<br />

un fantasma gremial, se revela una entelequia<br />

sin existencia real. Los partidos, también<br />

los socialdemócratas, han vuelto a lo<br />

que fueron antes de que la socialdemocracia<br />

inventara su modelo de partido: una<br />

asociación electoral con el único fin de<br />

ganar elecciones para repartirse luego los<br />

cargos. Ello explica el desprestigio creciente<br />

de los partidos políticos establecidos,<br />

de centro izquierda y de centro derecha,<br />

un factor no desdeñable en el ascenso<br />

de la extrema derecha.<br />

Pero importa no desorbitar las cosas.<br />

El mensaje de extrema derecha resulta<br />

IGNACIO SOTELO<br />

atractivo, incluyendo el voto de protesta,<br />

como máximo a un tercio de la población.<br />

Sin que se produzcan grandes cataclismos<br />

sociales que no son predecibles,<br />

no parece que pueda alcanzar los centros<br />

de poder. Es lo que distingue a la actual<br />

extrema derecha de los fascismos de los<br />

años treinta, que conquistaron el poder<br />

porque contaron con el apoyo decisivo de<br />

la industria y el capital, atemorizados por<br />

una Unión Soviética que parecía funcionar<br />

y unos fuertes partidos comunistas<br />

que se creían imparables. No existe hoy<br />

esta amenaza; pero una extrema derecha,<br />

permanentemente agazapada a la espera<br />

de su hora, tampoco puede dejarnos tranquilos.<br />

Es una incertidumbre más que se<br />

suma a las muchas ya acumuladas.<br />

Evaporados los comunismos y la socialdemocracia<br />

en su fase final, no se saque<br />

la falsa conclusión de que la izquierda<br />

hubiese desaparecido por completo y para<br />

siempre. De las “organizaciones no gubernamentales”,<br />

de los movimientos sociales<br />

–pacifismo, feminismo, ecologismo– en<br />

fin, de los más recientes que se denominan<br />

“alternativos”, ha ido emergiendo en<br />

los últimos 20 años una izquierda nueva<br />

pospartido, de la que, al estar dando aún<br />

los primeros pasos, poco se puede decir,<br />

como no sea que nada tiene ya que ver<br />

con la izquierda socialista que nació en el<br />

siglo XIX. n<br />

Ignacio Sotelo es catedrático de Sociología.<br />

23


FRANCIA Y LA ZONA GRIS<br />

Ajuzgar por las reflexiones y comentarios<br />

acerca del desarrollo de las recientes<br />

elecciones presidenciales en<br />

Francia, en cuya primera vuelta Jean-Marie<br />

Le Pen expulsó de la carrera a Lionel Jospin,<br />

un político de prestigio y con una<br />

honrosa gestión a sus espaldas, Europa ha<br />

adquirido una súbita conciencia de enfrentarse<br />

a unos síntomas alarmantes; el problema<br />

es que no sabe con qué enfermedad se<br />

corresponden. Para los conservadores, el<br />

mal que aqueja al Viejo Continente, y que<br />

se manifiesta en forma de avance electoral<br />

de los partidos xenófobos y racistas, es doble,<br />

aunque en todo caso vinculado al comportamiento<br />

reciente de la izquierda. Por<br />

una parte, la socialdemocracia ha inspirado<br />

y ha logrado imponer un discurso benévolo<br />

hacia los inmigrantes y la inmigración, lo<br />

que se ha traducido en una insensata política<br />

capaz de saturar en poco tiempo la capacidad<br />

de acogida de los países desarrollados.<br />

Por otra parte –siguen argumentando los<br />

conservadores–, esa misma izquierda que<br />

ha creado el problema no ha sabido adaptarse<br />

a los nuevos tiempos, lo que estaría<br />

propiciando una sangría de votos, de sus<br />

propios votos, hacia las opciones de ultraderecha.<br />

Para la izquierda, en cambio, el mal cuyos<br />

síntomas no han dejado de manifestarse<br />

en las convocatorias electorales celebradas<br />

durante los últimos años, desde Austria<br />

a Italia y desde Holanda a Francia y el Reino<br />

Unido, está relacionado con la deslealtad<br />

de los conservadores hacia los principios<br />

constitucionales, con su oportunismo<br />

electoral, que les ha llevado a apoyarse en<br />

una ultraderecha ajena a los valores democráticos<br />

para propiciar la derrota de una izquierda<br />

instalada en ellos desde hace décadas.<br />

En este sentido, ¿es preciso recordar<br />

quién abrió a Haider las puertas de un Gobierno<br />

democrático en Viena, quién ha<br />

sentado a Fini en la mesa del Consejo de<br />

Ministros italiano y quién ha respondido a<br />

JOSÉ MARIA RIDAO<br />

las agresiones racistas de El Ejido acogiendo<br />

en su partido a los alcaldes y cargos públicos<br />

que los instigaron? ¿Es preciso recordar<br />

–se sigue apuntando desde la izquierda–<br />

quiénes fueron los que diseñaron en Francia<br />

aquella campaña basada en una doble<br />

negativa: ni socialistas ni Le Pen? Y, a la vista<br />

de estos antecedentes, ¿es legítimo preguntarse,<br />

finalmente, si la derecha habría<br />

actuado como lo ha hecho la izquierda en<br />

el supuesto de que hubiese sido Jospin, y<br />

no Chirac, el encargado de defender los valores<br />

de la República en la segunda vuelta?<br />

Algunos intelectuales de izquierda han<br />

señalado, además, que el paulatino clima<br />

de racismo y xenofobia instalado en la Europa<br />

de la moneda única (una Europa tan<br />

próspera y confiada como la de los años<br />

veinte) podría estar apuntando a un lento<br />

pero indudable retorno de los fascismos<br />

que la arrasaron poco después. Porque,<br />

¿acaso la retórica y la iconografía de los partidos<br />

de la ultraderecha no es deliberadamente<br />

la misma que la de los camisas negras,<br />

pardas y azules que encendieron el odio y la<br />

violencia en el continente? Y otra cuestión<br />

en apariencia alejada, pero que podría en el<br />

fondo guardar estrecha relación: ¿acaso la<br />

recuperación del favor de los lectores por<br />

parte de autores como Zweig, Hörväth o<br />

Schnitzler, hasta ahora sepultados en sótanos<br />

editoriales y colecciones extintas, no<br />

puede interpretarse como prueba de que, en<br />

lo más recóndito de sí mismos, los europeos<br />

advierten un subterráneo paralelismo entre<br />

los tiempos ya vividos y los que ahora se viven?<br />

Por lo general, los análisis que se sitúan<br />

en esta órbita suelen concluir con una esotérica<br />

advertencia: y mucho ojo, se asegura,<br />

porque la historia parece haber dotado a<br />

Francia del extraño don de anticipar cuanto<br />

ha de ocurrir en Europa.<br />

La sombra de Argelía<br />

El estupor provocado por la inesperada presencia<br />

de Le Pen en la segunda vuelta de las<br />

elecciones presidenciales francesas confirma,<br />

sin duda, una de las evidencias innegables<br />

de la Europa de hoy: el creciente peso<br />

electoral de la ultraderecha. Pero quizá se<br />

cometa un severo error de perspectiva si<br />

se trata de explicar lo que ha ocurrido en<br />

Francia recurriendo a grandes construcciones<br />

que no extraen una conclusión general<br />

a partir de los casos concretos, sino<br />

que insertan los casos concretos en una<br />

conclusión general, por lo común establecida<br />

de antemano. Gran parte del avance<br />

experimentado por el Frente Nacional<br />

obedece a razones propias de la situación<br />

política en Francia, difíciles de extrapolar<br />

más allá de sus fronteras, y no a ese invariable<br />

cuadro clínico que algunos escritores<br />

y analistas aplican a cualquier situación<br />

de crisis y que remite, una y otra vez,<br />

a los avances tecnológicos y al miedo a la<br />

globalización, al carácter único y excepcional<br />

de nuestra época.<br />

Desde su primera irrupción en la vida<br />

pública, hace ahora dos décadas, Le Pen no<br />

ha buscado otra cosa que ofrecer a los franceses<br />

un soterrado desquite para una de las<br />

más graves e inconfesadas humillaciones<br />

sufridas por el país, para uno de sus más invencibles<br />

tabúes: la guerra de Argelia. Ése<br />

es el núcleo sobre el que, en último término,<br />

se construye la ideología lepenista, la<br />

clave que explica su rancio nacionalismo y<br />

su integrismo católico, el arranque de su<br />

odio cerval a los inmigrantes, en quienes<br />

sólo ve un trasunto de los independentistas<br />

argelinos que se alzaron con la victoria y<br />

que, todavía hoy, podrían desvelar pormenores<br />

poco edificantes de su actuación como<br />

miembro del ejército colonial. En este<br />

sentido, la fuerte implantación del Frente<br />

Nacional en los departamentos franceses<br />

del Mediterráneo no se explica, según suele<br />

decirse, por la elevada presencia de inmigrantes<br />

magrebíes, por el hecho de haberse<br />

sobrepasado en ellos ningún “umbral de tolerancia”;<br />

antes al contrario, se explica por<br />

24 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


la nutrida concentración de antiguos pieds<br />

noirs, de franceses con una biografía marcada<br />

por la dramática descolonización de Argelia<br />

(y capaces, por tanto, de comprender<br />

y simpatizar más que el resto de sus conciudadanos<br />

con las posiciones del Frente Nacional),<br />

que escogieron el Midi y las regiones<br />

adyacentes para instalarse en el momento<br />

del retorno a la metrópoli.<br />

Dirigiéndose a ellos, Le Pen llegó a preguntarse<br />

durante la reciente campaña electoral<br />

si resultaba razonable abrir las puertas de<br />

Francia a quienes, después de una guerra<br />

despiadada, habían expulsado de su país a<br />

los franceses.<br />

La habilidad más destacada del Frente<br />

Nacional, su indiscutible genio estratégico,<br />

reside en su portentoso sentido de la<br />

oportunidad; un sentido con el que Le<br />

Pen ha logrado disimular durante años el<br />

verdadero origen de su discurso racista y<br />

xenófobo, camuflando las anacrónicas cicatrices<br />

de su orgullo colonial, herido en<br />

Argelia, detrás de los problemas más acuciantes<br />

a los que los franceses deben enfrentarse<br />

en cada momento. Así, la recesión<br />

que padeció Europa en la primera<br />

mitad de los noventa, saldada en Francia<br />

con 3,5 millones de desempleados (una<br />

cifra que, por azar, coincidía con el número<br />

de extranjeros censados en aquellas<br />

fechas), le sirvió para formular su propuesta<br />

acerca de la preferencia nacional.<br />

De la misma manera, el aumento de la<br />

inseguridad ciudadana provocado por<br />

la limitación de las políticas redistributivas<br />

hoy en boga, por el coste en términos<br />

de cohesión exigido por el actual adelgazamiento<br />

del Estado, le ha ofrecido una<br />

ocasión inmejorable para sacar en procesión<br />

sus invariables fantasmas, vinculando<br />

la delincuencia con la inmigración, al<br />

igual que antes había hecho con el paro.<br />

Y todo ello en un contexto internacional<br />

en el que, tras los atentados del 11 de septiembre,<br />

la desconfianza hacia los inmi-<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

grantes que proceden del Magreb y de los<br />

países árabes, sean musulmanes o no, goza<br />

de auténtica patente de corso.<br />

El referéndum permanente<br />

La trampa que Le Pen ha tendido tradicionalmente<br />

a la República (basta que el debate<br />

democrático identifique un problema<br />

cualquiera para que su vieja obsesión argelina<br />

encuentre siempre la manera de anotarlo<br />

en la cuenta de los inmigrantes) se ha<br />

visto reforzada en este caso por el deterioro<br />

de la cohabitación entre Chirac y Jospin,<br />

convertida en un espectáculo de ruindad y<br />

deslealtades. Durante los meses previos a<br />

los comicios, Le Pen ha debido de asistir<br />

con incrédulo regocijo a unas disputas entre<br />

el presidente y el primer ministro, que,<br />

si por una parte transmitían una imagen de<br />

parálisis del Estado (una imagen que, por<br />

lo demás, era tan sólo eso, una imagen),<br />

por otra situaban en el centro mismo de la<br />

atención pública dos de los argumentos<br />

más poderosos del arsenal propagandístico<br />

del Frente Nacional: la inseguridad ciudadana<br />

y, a renglón seguido, ocupando un espacio<br />

tan próximo como para suscitar ambigüedades,<br />

la inmigración. Ahora con más<br />

razones que en las legislativas de 1997, Le<br />

Pen ha podido presentarse ante el electorado<br />

como el heraldo del grand changement,<br />

como el único líder que ha sabido anticipar<br />

las actuales preocupaciones de Francia y<br />

que, por consiguiente, mejor sabría resolverlas.<br />

Y las consecuencias no se han hecho<br />

esperar. Al término de la primera vuelta,<br />

Chirac cosechaba los peores resultados<br />

nunca obtenidos por un candidato finalmente<br />

instalado en el Elíseo. Jospin, por su<br />

parte, sucumbía a la apatía de unos ciudadanos<br />

que no alcanzaban a distinguir el<br />

perfil político de la alternativa que representaba,<br />

a la incapacidad de la izquierda<br />

plural para concentrar sus fuerzas y, por último,<br />

a la deserción de buena parte del tradicional<br />

electorado socialista, irritado por el<br />

hecho de que el primer ministro hubiese<br />

entrado a discutir la agenda clásica de Le<br />

Pen, y, además, desde el equívoco y la indecisión.<br />

El desquite de la segunda vuelta, en la<br />

que los franceses se volcaron en el apoyo a<br />

Chirac con el único propósito de cerrar el<br />

paso al racismo y a la xenofobia, fue recibido<br />

como un triunfo de los valores republicanos<br />

y, desde esta perspectiva, como una<br />

saludable reacción de la democracia frente<br />

al oscurantismo. Chirac –escribió a este respecto<br />

el director de Le Monde– “ha sido reelegido<br />

por unos principios y no por su<br />

proyecto”. Y añadía: “A una situación inédita,<br />

un presidente inédito”. En realidad,<br />

sorprende que la memoria política sea tan<br />

corta, incluso en un país de instituciones<br />

tan estables como Francia; sorprende que el<br />

25


FRANCIA Y LA ZONA GRIS<br />

asombro de ver a Jean-Marie Le Pen exhibiendo<br />

la vulgaridad de sus ideas y de su retórica<br />

sobre un escenario circular, decorado<br />

tan sólo por un haz de banderas tricolores,<br />

haya desvanecido de tal modo el pasado<br />

que ya nadie parezca recordar que argumentos<br />

idénticos a los que se han escuchado<br />

en estos días, y movilizaciones tan entusiastas<br />

como las que han encabezado ahora<br />

los jóvenes franceses, y declaraciones proclamando<br />

el triunfo definitivo de la república<br />

y sus valores con un ardor equivalente<br />

al empleado para saludar la aplastante victoria<br />

de Chirac, también proliferaron con<br />

motivo de las últimas elecciones para los<br />

consejos regionales, en las que ya se habló<br />

de un “pacto republicano” en contra del<br />

Frente Nacional. Allí donde los candidatos<br />

de Le Pen obtuvieron una mayoría relativa<br />

se encontraron con una coalición de conservadores<br />

y socialistas enfrente; allí donde la<br />

obtuvo alguno de los dos grandes partidos,<br />

el otro le apoyó para que el Frente Nacional<br />

no pudiese ejercer de árbitro. Cinco años<br />

después de aquel triunfo de “los valores” y<br />

no de “los proyectos”, de aquella respuesta<br />

inédita a una “situación inédita”, el pacto<br />

republicano no se circunscribe ya al ámbito<br />

de unas elecciones de segundo o tercer orden;<br />

ahora es el acceso a la máxima magistratura<br />

del Estado el que se dirime sobre él.<br />

Por más que Francia haya respirado aliviada<br />

tras la derrota de Le Pen, el futuro<br />

podría no depararle nada bueno si cada<br />

convocatoria electoral, si cada ámbito institucional<br />

elegido por sufragio, da ocasión a<br />

la celebración de un implícito referéndum<br />

sobre la República. La progresiva reducción<br />

de las alternativas políticas hasta desembocar<br />

en un único y persistente dilema (o con<br />

el Frente Nacional o contra él) conllevaría<br />

una grave fragilización del sistema democrático<br />

francés, puesto que vincularía su estabilidad<br />

con el éxito en la gestión de los<br />

asuntos corrientes por parte de los electos,<br />

cuando no con algo mucho más sensible<br />

para la opinión: la irreprochabilidad de las<br />

conductas públicas. En este sentido, los<br />

dos mensajes lanzados contra Chirac por<br />

los portavoces del Frente Nacional en la<br />

segunda vuelta (se trata, decían, de un<br />

mentiroso compulsivo que además prepara<br />

un fraude gigantesco) podrían ser sin<br />

duda resultado de un discurso político<br />

que ha hecho del exceso, del insulto puro<br />

y descarnado, uno de sus signos distintivos.<br />

Pero podrían ser, de igual manera, un<br />

calculado ataque contra uno de los flancos<br />

más débiles del resultado electoral, que ha<br />

llevado a que uno de los más veteranos políticos<br />

de la V República, sobre el que pesan<br />

crecientes sospechas de corrupción, sea<br />

precisamente el encargado de defenderla.<br />

Le Pen habría apostado fuerte y a plazo<br />

contra el pacto entre conservadores y socialistas:<br />

si las sospechas sobre Chirac se convirtiesen<br />

en evidencias y encontrasen un<br />

modo de prosperar judicialmente, la ultraderecha<br />

estaría en condiciones de jugar la<br />

baza de la regeneración, ganando un nuevo<br />

espacio en las próximas elecciones que se<br />

formulasen como un referéndum. Y si, llegado<br />

el caso, los tribunales franceses antepusieran<br />

la oportunidad política a la simple<br />

administración de justicia en las causas que<br />

pudieran afectar al presidente, entonces Le<br />

Pen tendría en sus manos el argumento de<br />

la corrupción del sistema, del que podría<br />

presentarse como su salvador y no como su<br />

verdugo. “¿Qué he hecho a lo largo de mi<br />

vida política”, declaró en el último tramo<br />

de campaña, cuando arreciaban en las calles<br />

las manifestaciones contra su candidatura,<br />

“sino solicitar el voto de los franceses para<br />

mi programa?”.<br />

Sacrificar a los extranjeros,<br />

salvar a los nacionales<br />

La voluntad de cerrar el paso al Frente Nacional<br />

a través del pacto republicano, a través<br />

de un implícito referéndum sobre los<br />

valores, está provocando, en segundo lugar,<br />

una sutil pero decisiva alteración en el concepto<br />

de democracia. De acuerdo con la<br />

idea vigente hasta ahora, la representación<br />

de Francia como tierra de asilo encontraba<br />

su fundamento en el hecho de que, gracias<br />

a la noción de ciudadanía, determinados<br />

rasgos individuales, como el origen, la raza,<br />

la lengua o el credo religioso, carecían de<br />

relevancia a la hora de definir el vínculo<br />

personal con la república. Paradójicamente,<br />

el desafío racista y xenófobo de Le Pen no<br />

ha sido atajado desde el presupuesto clásico<br />

de que los sistemas democráticos lo son<br />

porque no hacen depender los derechos y<br />

deberes de las características particulares de<br />

las personas. Empujados por el deseo<br />

de responder a la ultraderecha y su execrable<br />

ideología, muchos franceses han empezado<br />

a considerar, por el contrario, que<br />

el carácter democrático de la república<br />

procede, no de su absoluta y radical indiferencia<br />

hacia la raza o hacia la condición<br />

de extranjero, sino de una supuesta beligerancia<br />

antirracista y antixenófoba. De ahí<br />

que, incapaces de encontrar fórmulas políticas<br />

para reducir la creciente influencia de<br />

Le Pen, incapaces de comprender que no<br />

pocas de las medidas adoptadas por la<br />

Francia republicana podrían estar atizando<br />

el mismo fuego que se desea combatir, se<br />

hayan escuchado voces proponiendo la<br />

ilegalización del Frente Nacional.<br />

Favorecer el sentimiento de que Francia<br />

y Europa se encuentran ante una encrucijada,<br />

contribuir a la propagación de la<br />

alarma con la inmejorable intención de<br />

contener a una ultraderecha que, a día<br />

de hoy, no dispone de otra fuerza que la<br />

que quieran concederle los demócratas<br />

–dejándose arrastrar o no hacia debates saduceos<br />

y desde premisas igualmente saduceas–,<br />

constituye el riesgo mayor y más fehaciente<br />

al que se enfrenta la democracia<br />

de nuestro tiempo. Desengañémonos, seamos<br />

conscientes si de verdad queremos prevenir<br />

los errores del pasado: en la Europa<br />

de estos días, y quizá con la única excepción<br />

de Italia, no son los partidos de una<br />

ultraderecha siempre minoritaria los que<br />

están llevando a cabo una transformación<br />

del sistema de libertades que puede resultar<br />

irreversible; son los partidos democráticos<br />

los que están anticipando la aplicación de<br />

políticas racistas y xenófobas con el único<br />

propósito de mantener y consolidar sus<br />

mayorías; son ellos, y no el esperpéntico Le<br />

Pen o sus correligionarios europeos, los que<br />

están limitando las garantías en las que se<br />

apoya el funcionamiento de nuestros sistemas<br />

políticos; son ellos, y sólo ellos, los que<br />

están socavando los fundamentos de la<br />

convivencia con la mezquina y trágica esperanza<br />

de que sacrificar a los extranjeros dejará<br />

a salvo a los nacionales. Cuando, tras la<br />

lectura de Zweig, Hörväth o Schnitzler,<br />

muchos europeos de hoy vuelven a preguntarse<br />

cómo fue posible la catástrofe, algunos<br />

autores, como Adam Hoschild, se han atrevido<br />

a recordar que los sentimientos de humanismo<br />

y de piedad fueron abrogados en<br />

las colonias antes de desaparecer en las metrópolis.<br />

Lo que, sin embargo, no suele<br />

evocarse con tanta transparencia es que,<br />

inspirados por las normas dictadas para el<br />

trato con los colonizados, la mayor parte de<br />

los Gobiernos democráticos de la época habían<br />

adoptado además el discurso de la raza<br />

y habían implantado medidas eugenésicas y<br />

aprobado leyes antisemitas, antes, mucho<br />

antes, de que un caudillo alemán las utilizase<br />

para esclavizar a su propio país y a media<br />

Europa. En realidad, no es que los alemanes<br />

fueran los únicos locos en un mundo<br />

de cuerdos; fueron, sencillamente, los que<br />

más lejos llevaron una locura colectiva que<br />

entonces pasaba por ser una perentoria, categórica,<br />

evidencia.<br />

La lógica profunda<br />

Desde esta óptica, resulta hasta cierto punto<br />

incongruente el escándalo con el que<br />

buena parte de los actuales Gobiernos democráticos<br />

ha acogido el programa del<br />

Frente Nacional. Por lo que se refiere a la<br />

26 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


inmigración, el grueso de sus propuestas no<br />

contiene novedad alguna respecto de lo que<br />

ya se aplica en los países desarrollados. Si<br />

alguna diferencia se puede establecer, si algún<br />

matiz marca las distancias, es quizá el<br />

de que Le Pen formula con inmediatez populista<br />

lo que los Gobiernos democráticos<br />

ocultan bajo tecnicismos legales y humanitarios.<br />

¿Centros de retención para inmigrantes?<br />

Le Pen propone que los extranjeros<br />

sin documentar puedan pasar hasta seis<br />

meses en ellos, antes de ser reenviados a sus<br />

países de origen. En Calais o Fuerteventura<br />

ya se aplica esta medida, lo mismo que en<br />

el pavoroso campo de Woomera, en Australia.<br />

Las organizaciones no gubernamentales<br />

denuncian el hacinamiento de los internos,<br />

la dificultad para regularizar su situación.<br />

Nadie se levanta, sin embargo,<br />

contra la flagrante violación del habeas corpus<br />

que se comete en esas instituciones al<br />

retener más allá del plazo legalmente establecido<br />

a extranjeros contra los que no se<br />

formulan cargos ni se ponen a disposición<br />

del juez. ¿Preferencia nacional? Le Pen la<br />

sugiere con el objetivo de que ningún inmigrante<br />

acceda a un puesto de trabajo susceptible<br />

de ser ocupado por un francés. En<br />

realidad, el sistema de cuotas para trabajadores<br />

extranjeros aplicado en los países de<br />

la Unión Europea da por descontada la<br />

preferencia nacional; y no sólo en la versión<br />

demagógica utilizada por Le Pen –les<br />

français, d´abord–, sino también en la versión<br />

científica, en la versión que convierte la<br />

locura colectiva en evidencia, que argumenta<br />

a favor de los latinoamericanos en<br />

España porque comparten con los nativos<br />

la lengua y la religión, o a favor de las rumanas<br />

para las tareas de la recogida de la<br />

fresa, en virtud de que son más “fáciles de<br />

integrar” que los temporeros marroquíes.<br />

¿Expulsión de los inmigrantes? ¿Acaso no<br />

aparecen con regularidad noticias que, sin<br />

estar inspiradas por Le Pen, sino por Gobiernos<br />

democráticos reconocidos, informan<br />

de proyectos para deportar a las familias<br />

de los delincuentes extranjeros aunque<br />

dispongan de residencia legal? ¿Qué diferenciaría<br />

entonces la pena prevista en nuestros<br />

códigos democráticos de los castigos<br />

aplicados por la inquisición, en los que nadie<br />

del entorno íntimo o familiar de un<br />

condenado quedaba a salvo?<br />

La anticipación de los Gobiernos democráticos<br />

a la hora de aplicar las medidas<br />

publicitadas por Le Pen alcanza, incluso, a<br />

su exacerbado sentimiento antieuropeo. Su<br />

propuesta de sacar a Francia de la Unión<br />

provocó un seísmo en Bruselas y las demás<br />

capitales comunitarias, que por primera vez<br />

se enfrentaban a la cifra exacta de franceses<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

que no es que pongan objeciones al proyecto,<br />

sino que sencillamente lo rechazan y desean<br />

su parálisis, quizá su destrucción. Y,<br />

como viene siendo habitual en estas circunstancias,<br />

los europeístas volvieron a hablar<br />

de la necesidad de democratización y<br />

transparencia, de la cautela que debe presidir<br />

la ampliación, de la urgencia de adoptar<br />

nuevos objetivos si de verdad se quiere<br />

prosperar en la construcción de una Europa<br />

unida. En realidad, los pronunciamientos<br />

de Le Pen sobre la Unión operaban sobre<br />

una lógica más profunda, por desgracia<br />

desde hace tiempo aceptada y puesta en<br />

marcha. Si a la hora de pilotar el proyecto<br />

comunitario los actuales Gobiernos europeos<br />

han optado por lo que abiertamente<br />

se considera su renacionalización, ¿qué tiene<br />

de extraño que la ultraderecha se coloque a<br />

la cabeza de esta corriente y exija lo que parece<br />

obvio exigir una vez adoptadas las premisas,<br />

esto es, llegar cuanto antes al estadio<br />

último al que necesariamente conducen?<br />

Puestos a renacionalizar Europa, ¿en qué situación<br />

quedan los europeístas frente al nacionalismo<br />

de Le Pen?<br />

La democracia combatiente<br />

A juzgar por las reflexiones y comentarios<br />

acerca del desarrollo de las recientes elecciones<br />

presidenciales en Francia, Europa ha<br />

adquirido una súbita conciencia de enfrentarse<br />

a unos síntomas alarmantes; el problema,<br />

en efecto, es que no sabe con qué enfermedad<br />

se corresponde. Mientras que los<br />

conservadores los achacan a las dificultades<br />

de la izquierda para adaptarse a la “nueva<br />

era” que vive el mundo, ésta los relaciona<br />

con la permeabilidad de los conservadores<br />

hacia determinados discursos de la ultraderecha.<br />

Entre tanto, el deterioro de la democracia<br />

continúa incluso cuando parece que<br />

alcanza grandes victorias, como ocurrió en<br />

su día con la imposición de sanciones comunitarias<br />

contra Austria o con la presión<br />

política para que Fini abjurase públicamente<br />

de sus convicciones neofascistas o con la<br />

aplastante derrota de Le Pen en las presidenciales<br />

francesas. Se trata, en verdad, de<br />

un fenómeno singular en virtud del cual<br />

una ultraderecha incapaz de ganar en las<br />

urnas, una ultraderecha siempre minoritaria,<br />

acaba imponiendo paradójicamente sus<br />

soluciones porque, en el fondo, lo que ha<br />

logrado imponer es su análisis, su lectura de<br />

la realidad. Enfrentados al fenómeno de la<br />

inmigración, los demócratas han admitido<br />

la interpretación de Le Pen y sus correligionarios:<br />

que los inmigrantes vienen porque<br />

nuestra civilización es superior y no porque<br />

en nuestros países se ha generado una oferta<br />

de empleo en condiciones de miseria,<br />

inaceptables para nosotros pero rentables<br />

para ellos. Del mismo modo, enfrentados<br />

al crecimiento de la inseguridad ciudadana,<br />

los demócratas han admitido con la ultraderecha<br />

que la delincuencia ha aumentado<br />

porque lo ha hecho el número de extranjeros<br />

y no porque lo que ha aumentado es la<br />

desigualdad, y una sociedad desigual se<br />

convierte inevitablemente en una sociedad<br />

más insegura.<br />

Es precisamente esta espiral de concesiones<br />

a Le Pen y a otros líderes de su misma<br />

condición, esta candorosa actitud de<br />

creer que se les cierra el paso dando respuesta<br />

a las exigencias que plantean y en<br />

los términos en los que las plantean, lo que<br />

está provocando que nuestros principios<br />

democráticos empiecen a ofrecer la apariencia<br />

de una fotografía movida, que son<br />

pero no son, que operan pero no operan,<br />

que los defendemos pero no los defendemos.<br />

De día en día, una creciente zona gris<br />

se va instalando en nuestras democracias,<br />

en la que, para fortalecerla, comprometemos<br />

su futuro; en la que, para salvaguardarla,<br />

la traicionamos, y tratamos de exculpar<br />

nuestra torpeza y nuestra traición mediante<br />

un argumento clásico. Cercados por<br />

los inmigrantes, debemos renunciar a la<br />

igualdad; cercados por la ultraderecha, debemos<br />

renunciar a las garantías jurídicas;<br />

cercados por el terrorismo internacional,<br />

debemos renunciar al principio de la responsabilidad<br />

personal por los crímenes cometidos,<br />

y así, arrastrados por una progresiva<br />

aceleración, vamos haciendo de la democracia<br />

un credo cada vez más exclusivo<br />

y combatiente, vamos desentendiéndonos<br />

de esa fatalidad que siempre precedió a los<br />

tiempos sombríos: definir un sistema político<br />

por su esencia es definir al mismo<br />

tiempo la esencia de sus enemigos y, por<br />

tanto, cerrar las puertas a cualquier posibilidad<br />

de entendimiento. n<br />

Bibliografía<br />

JOSÉ MARÍA RIDAO<br />

BRETON, Ph. y REUMAUX, B.: L’appel de Strasbourg;<br />

La nuée bleue. Strasbourg, 1997.<br />

CRICK, Bernard: En defensa de la política. Tusquets,<br />

Barcelona, 2001.<br />

CIORAN, E. M.: Ensayo sobre el pensamiento reaccionario.<br />

Montesinos, Barcelona 2000.<br />

José María Ridao es licenciado en Filología Árabe<br />

y en Derecho. Autor de Contra la historia.<br />

27


a cuestión de la emigración, unida a<br />

su fuerte percepción como problema y<br />

conflicto, ha alcanzado en los últimos<br />

años una gran notoriedad en las sociedades<br />

europeas. Sin embargo, no es un fenómeno<br />

nuevo sino un proceso continuo, y las<br />

migraciones hoy no resultan más importantes<br />

que a fines del siglo XIX o durante<br />

todo el XX. ¿Qué es lo que ha cambiado<br />

para que hoy exista esta aprensión? Sin duda,<br />

la generalización y expansión que han<br />

alcanzado los medios de comunicación<br />

han contribuido a ampliar y difundir el fenómeno,<br />

y más aún si se tiene en cuenta<br />

que los medios desempeñan un papel clave<br />

en la formación de actitudes en materia de<br />

emigración. Es muy ilustrativa la constatación<br />

que de ello ha realizado el experto en<br />

medios de comunicación, T. A. van Dijk,<br />

quien ha comprobado a través de una serie<br />

de entrevistas hasta qué punto “la gente se<br />

refiere a los medios de comunicación<br />

cuando expresa o defiende una opinión étnica<br />

o sobre extranjeros” 1 L<br />

.<br />

También ha influido el hecho de que<br />

la cuestión migratoria se haya internacionalizado<br />

a partir de los años ochenta,<br />

cuando la contención de la emigración pasó<br />

a formar parte de la agenda de política<br />

exterior e interior de los Estados de la<br />

Unión Europea en el sentido de “armonizar”<br />

la política europea en la materia. Desde<br />

entonces la cuestión de la emigración<br />

sin papeles (los “ilegales” como frecuentemente<br />

se les llama) va a adquirir una gran<br />

sobredimensión, aunque la emigración<br />

irregular ha existido siempre, si bien subestimada.<br />

Es un hecho constatado que la contención<br />

de flujos genera “el negocio de la in-<br />

1 Teun A. van Dijk: Racismo y análisis crítico de<br />

los medios, pág. 76. Paidós Comunicación, Barcelona,<br />

1997. El análisis efectuado se hace a partir de más de<br />

170 entrevistas realizadas en las ciudades de Amsterdam<br />

y San Diego.<br />

EMIGRACIÓN E ISLAM<br />

GEMA MARTÍN MUÑOZ<br />

migración” en torno a redes de tráfico ilegal<br />

que se benefician de las dificultades<br />

que implica entrar ahora en los países receptores<br />

y la desesperada situación de miseria<br />

y empobrecimiento que se vive en los<br />

países subdesarrollados. Los Estados tratan<br />

de controlar los flujos estableciendo rígidos<br />

controles de sus fronteras, lo cual es legítimo,<br />

pero ello no solucionará por sí mismo<br />

una dinámica migratoria que depende de<br />

otros factores internacionales promovidos<br />

en buena medida por los propios países del<br />

Norte.<br />

El gran impulso que tienen hoy día los<br />

movimientos migratorios está en estrecha<br />

relación con el orden económico y político<br />

promovido por un proceso de globalización<br />

caracterizado por la creciente desigualdad<br />

económica en las diferentes regiones del<br />

planeta (la mundialización globaliza el sistema<br />

capitalista pero no el mercado, los<br />

problemas sociales no son prioritarios en<br />

los programas de desarrollo, la inversión extranjera<br />

está sobre todo en los países desarrollados,<br />

el crecimiento en los países en<br />

vías de desarrollo se realiza en un marco<br />

político local dominado por el autocratismo<br />

y la corrupción y, por tanto, no va unido<br />

a beneficios para las poblaciones); y por<br />

el progresivo abandono del respeto de los<br />

derechos humanos (los intereses económicos<br />

y estratégicos predominan sin disimulo<br />

sobre la reforma política democrática). A<br />

esto se une que la extensión de los conflictos<br />

que ha entrañado el cambio del orden<br />

internacional está generando muchas migraciones<br />

forzadas de poblaciones que huyen<br />

de la siniestra situación que se da en<br />

sus países de origen (limpiezas étnicas, persecuciones,<br />

bombardeos, embargos y sanciones<br />

internacionales…). Por tanto, la<br />

cuestión de los emigrantes no se reduce<br />

sólo a esa realidad en que se convierten<br />

una vez que se aproximan o entran en<br />

nuestros países, sino que también está muy<br />

relacionada con esas estrategias políticas y<br />

económicas globales lideradas por los más<br />

poderosos, y en tanto que no se modifiquen<br />

éstas, la solución a los flujos migratorios<br />

no deseados no se conseguirá limitándose<br />

al control de las fronteras.<br />

Tampoco hay que olvidar que la demanda<br />

real de trabajo que existe en los países<br />

europeos se encauza con bastante facilidad<br />

en el empleo irregular y, por tanto, las<br />

políticas oficiales contra los “ilegales” queda<br />

con frecuencia expuesta a la hipocresía.<br />

Algo parecido pasa con la recurrente tendencia<br />

a presentar la emigración como un<br />

tema crucial de seguridad, vinculando<br />

emigración y delincuencia. Las cifras a veces<br />

sirven para hacer lecturas interesadas<br />

que permiten culpabilizar al de fuera y<br />

exonerar los fracasos de las políticas nacionales.<br />

Igualar extranjeros y emigrantes en<br />

el cómputo de la delincuencia no es más<br />

que confundir a las opiniones públicas.<br />

Muchos extranjeros detenidos no son emigrantes<br />

sino mafias que llegan a nuestro<br />

país para delinquir, lo cual es particularmente<br />

general en países de atracción turística.<br />

Así mismo, muchos detenidos no lo<br />

son por delinquir sino simplemente por no<br />

tener papeles en regla. Y, finalmente, hay<br />

que tener en cuenta que las situaciones de<br />

exclusión social y explotación laboral a la<br />

que son sometidos muchos emigrantes son<br />

un caldo de cultivo para recurrir al robo<br />

como medio de subsistencia. Por supuesto<br />

que a todo ello se suman emigrantes con<br />

intenciones delictivas ajenas a estas circunstancias,<br />

pero en ningún caso son los<br />

actores y causa principal de que los índices<br />

de seguridad ciudadana hayan aumentado.<br />

Es más, si vemos los porcentajes de aumento<br />

de la delincuencia entre el 2001 y<br />

2002 por autonomías se observa que, en<br />

muchas de aquéllas donde se concentra un<br />

gran número de emigrantes (Cataluña,<br />

Andalucía, Murcia, Canarias, Ceuta, Melilla),<br />

la delincuencia no ha aumentado, e<br />

incluso, en algunos casos se ha reducido,<br />

28 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


en tanto que, por ejemplo, en<br />

Baleares, región turística por<br />

excelencia, ha aumentado un<br />

49,6% 2 .<br />

Tenemos que ser conscientes<br />

de que se ha ido creando<br />

un clima hostil hacia la<br />

emigración que contradice las<br />

necesidades demográficas y<br />

económicas que tenemos de<br />

la misma. Los miedos sociales<br />

de los que tienden hoy a beneficiarse<br />

los movimientos de<br />

extrema derecha no han surgido<br />

espontáneamente, sino<br />

que se han ido alimentando<br />

durante años en torno a una<br />

presentación de la emigración<br />

ante nuestra sociedad<br />

como problema. Si hoy ir en<br />

contra de la emigración da<br />

votos es porque se ha preparado<br />

a nuestras sociedades para<br />

que la perciban como una<br />

amenaza a su seguridad y a su<br />

identidad nacional. Este segundo<br />

aspecto ha tenido también<br />

una importancia clave porque<br />

en vez de sensibilizar a nuestras sociedades<br />

a favor de la comprensión de que la necesidad<br />

de mano de obra va acompañada de la<br />

llegada de personas que tienen derechos<br />

sociales y culturales, y<br />

que todo ello exige un esfuerzo de adaptación<br />

mutua, se les ha presentado como una<br />

amenaza a nuestra supuesta homogeneidad<br />

cultural. En el proceso migratorio entran<br />

muchos factores, y no podemos quedarnos<br />

sólo con la parte que nos interesa: la económica,<br />

e ignorar las otras dimensiones<br />

que componen el ser humano porque éstas<br />

nos exigen un esfuerzo de acomodación,<br />

2 Según los datos del SUP (Cuerpo Nacional de<br />

Policía) publicados por El País, el 29 de abril de 2002.<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

de alteración de nuestro paisaje habitual,<br />

e incluso, a veces de discriminación<br />

positiva. No sólo aceptamos<br />

mano de obra sino que<br />

con ello debemos asumir la responsabilidad<br />

de otros factores<br />

que modifican nuestra realidad.<br />

Esto es particularmente<br />

importante, ya que se da<br />

el hecho de que el fenómeno<br />

migratorio actual se caracteriza<br />

en gran parte por la<br />

instalación permanente en<br />

nuestro suelo de las personas<br />

emigradas. Como señalábamos<br />

más arriba, las<br />

razones de falta de futuro<br />

en sus países de origen,<br />

donde las crisis socioeconómicas<br />

y políticas no<br />

sólo se han agudizado,<br />

sino que nada hace<br />

pensar que puedan enderezarse<br />

a medio plazo,<br />

la idea del “retorno”<br />

hoy no forma<br />

parte del universo<br />

mental de la inmensa<br />

mayoría de los emigrantes<br />

como ocurría<br />

antaño. En consecuencia,<br />

esta situación exige a nuestras sociedades<br />

asumir que no se trata de una<br />

mano de obra temporal que practica una<br />

c u l t u r a<br />

de la discreción, propia de quienes se<br />

veían en una situación provisional y de<br />

tránsito en país ajeno, sino que van a formar<br />

parte plena de nuestra sociedad como<br />

nuevos ciudadanos. Esto ha hecho<br />

emerger en las sociedades de acogida<br />

grandes contradicciones entre exigencias<br />

sociales y económicas, entre principios<br />

éticos y práctica política.<br />

En este contexto, la sociedad española<br />

ha visto cómo en dos décadas se ha modi-<br />

ficado el paisaje urbano y la composición<br />

de los centros escolares, se ha desbaratado<br />

su uniformidad religiosa católica y tiene<br />

que compartir el imperfecto Estado de bienestar<br />

con nuevos colectivos de población.<br />

Así mismo debe ir asumiendo que, a diferencia<br />

de la primera generación, la segunda<br />

generación nacida ya en nuestro suelo no<br />

aceptará como sus padres su papel subsidiario<br />

en la economía dual sino que entrará<br />

en competencia con los “autóctonos” en<br />

su búsqueda de promoción social. Esa segunda<br />

generación deberá ser vista en su<br />

condición de ciudadanía plena, en competitividad<br />

individual en el sistema económico,<br />

y no percibida ya con menos derechos<br />

por su condición de “hijos de inmigrantes”<br />

que los “autóctonos”. No se nos pueden<br />

olvidar las violentas revueltas vividas en algunas<br />

ciudades inglesas en 2001, consecuencia,<br />

en realidad, de la falta de oportunidad<br />

y empleo de los jóvenes musulmanes<br />

de origen asiático, que acabó exacerbando<br />

su sentimiento de marginación y discriminación.<br />

A todas estas alteraciones se suma un<br />

factor con mayor connotación ideológica,<br />

como es el de la diversidad cultural, que<br />

monopoliza la atención sobre la “integración”,<br />

si bien la integración jurídico-legal,<br />

laboral, educativa, sanitaria, etc. son factores<br />

determinantes de la misma. El concepto<br />

de integración, complejo y no siempre<br />

utilizado en función de una reflexión y<br />

unos fundamentos claros, no se ha entendido<br />

y, por tanto, transmitido a nuestras<br />

sociedades, como “un proceso de adaptación<br />

recíproco entre los inmigrantes y la<br />

mayoría” 3 . Existe una manifiesta tendencia<br />

a entender que el esfuerzo de la integración<br />

es unilateral sólo por parte del inmigrante,<br />

confundiéndolo de hecho con la asimila-<br />

3 R. Bauböck: The Integration of immigrants.<br />

Council of Europe, 1994.<br />

29


EMIGRACIÓN E ISLAM<br />

ción, cuando en realidad se trata de un<br />

proceso de adecuación mutua en la que la<br />

mayoría o población autóctona también<br />

tiene que llevar a cabo ciertos cambios<br />

(en términos normativos, institucionales e<br />

ideológicos). Es un proceso dinámico y<br />

bilateral.<br />

Así mismo, la integración tiene dos<br />

vertientes principales, la socioeconómica y<br />

la cultural, y ambas deben complementarse<br />

sin enfatizar el peso de la cultura o confundirlas,<br />

porque “culturizando” a ultranza<br />

todas las situaciones sociales se oculta la incapacidad<br />

o la falta de voluntad del Estado<br />

para resolver de manera satisfactoria la<br />

nueva realidad social, o es, una vez más,<br />

la pantalla tras la que se ocultan los verdaderos<br />

debates que nuestra sociedad no acaba<br />

de afrontar. Por ejemplo, cómo puede<br />

organizarse una movilización social y mediática<br />

tan enorme en torno al uso de un<br />

pañuelo en la cabeza por una niña marroquí<br />

en la escuela 4 , y, sin embargo, no alcancen<br />

ni parecida dimensión de reacción<br />

social los ataques xenófobos ocurridos en<br />

El Ejido en febrero de 2000, o la situación<br />

infrahumana de los emigrantes hacinados<br />

en un hangar del aeropuerto de Lanzarote,<br />

denunciado por prestigiosas organizaciones<br />

internacionales de derechos humanos, como<br />

Human Rights Watch. De la misma<br />

manera, el debate en torno al pañuelo ha<br />

ocultado el verdadero debate: lo que está<br />

ocurriendo en la enseñanza concertada y<br />

su rechazo a acoger niños emigrantes en<br />

esas escuelas, todos los cuales deben ser absorbidos<br />

por la enseñanza pública. Su concentración<br />

en determinados centros en detrimento<br />

de su difusión equilibrada plantea<br />

importantes problemas de tendencia a<br />

la “guetización” y estigmatización de dichos<br />

centros de la red pública. Si bien la<br />

ley exige un reparto equilibrado, la realidad<br />

muestra que se da una enorme concentración<br />

no sólo debida a la elección de<br />

los propios padres de los niños inmigrantes<br />

(saber que en tal colegio les acogen, que<br />

hay primos o amigos de los niños ahí estu-<br />

4 Nos referimos al caso que se desencadenó<br />

cuando se descubrió en Febrero de este año que una<br />

niña marroquí llevaba varios meses sin escolarización<br />

porque el colegio concertado que le correspondía no<br />

le permitía entrar en la escuela usando el hiyab o pañuelo<br />

musulmán que cubre la cabeza, pero no la cara.<br />

El uso de dicho pañuelo fue presentado por una mayoría<br />

social como “una amenaza a nuestros valores<br />

modernos”. Los responsables políticos en materia<br />

educativa consideraron que la cuestión fundamental<br />

era la escolarización obligatoria de la niña e impusieron<br />

a una escuela pública su ingreso usando su pañuelo.<br />

No obstante, la escuela concertada, donde le correspondía<br />

a la niña estudiar, se vio libre de dicha<br />

obligación.<br />

diando ya, proximidad de la vivienda…),<br />

sino también, y mucho, a la negligencia de<br />

los responsables educativos que no exigen<br />

a los centros concertados que asuman sus<br />

obligaciones de aceptación de niños emigrantes<br />

ni han implantado enseñanza compensatoria<br />

en la mayor parte de los centros<br />

educativos 5 .<br />

La integración debe enfocarse desde<br />

un punto de vista global donde lo cultural<br />

sea un ingrediente, pero que no fagocite<br />

toda la dimensión social. Por ello, hay que<br />

tener como referencia reflexiones como la<br />

que propone Carlos Giménez en su trabajo<br />

La integración de los inmigrantes y la interculturalidad.<br />

Bases teóricas de una propuesta<br />

práctica 6 , donde, haciendo uso de la amplia<br />

literatura internacional generada al<br />

respecto, concluye en unas propuestas que<br />

a nuestro juicio son el camino que debe<br />

iluminar las políticas de integración. Es decir,<br />

los principios que deben presidir la<br />

aplicación práctica de la integración han<br />

de ser la igualdad de derechos, condiciones,<br />

obligaciones y oportunidades con la<br />

población autóctona, así como el principio<br />

de la igualdad de culturas y el derecho a la<br />

propia identidad; se deben combinar los<br />

planteamientos socioeconómicos con<br />

los culturales; y se debe trabajar en un<br />

marco de interculturalidad porque significa<br />

interrelación, dinamismo y adecuaciones<br />

mutuas. En este sentido la interculturalidad<br />

aleja los peligros de “guetización”<br />

que se pueden dar en algunas interpretaciones<br />

multiculturalistas (en las que “la<br />

tendencia a alentar la separación étnica y<br />

cultural y el repliegue comunitario de los<br />

individuos, con la excusa de proteger las minorías,<br />

se acompaña de la tendencia a hacer<br />

de la diferencia cultural el problema principal<br />

para la cohesión social, aunque en realidad<br />

los problemas son otros” 7 ), sin tener<br />

que renunciar al derecho a la propia identidad<br />

lingüística, religiosa o cultural. Desde<br />

esta concepción intercultural, no se parte de<br />

la concepción del inmigrante como sujeto<br />

culturalmente diferenciado sin más, sino<br />

desde su categoría de sujeto de derechos,<br />

inscribiendo su derecho a la diversidad en el<br />

marco más amplio de la igualdad general de<br />

derechos. Es decir, “la integración es, en<br />

suma, el proceso mediante el cual nativos<br />

5 Todos estos factores han sido analizados con<br />

detalle en el trabajo realizado por María Cuesta Azofra<br />

sobre ‘La escolarización de los hijos de los inmigrantes<br />

en España’ publicado en Cuadernos de Información<br />

Sindical, Comisiones Obreras, noviembre<br />

2000. 6 Arbor, págs. 119-147, CLIV, 607, julio 1996.<br />

7 M. Martiniello: Sortir des ghettos culturels, pág.<br />

92. Presses de Sciences Po, Paris, 1997, pg. 92.<br />

e inmigrantes reconstruyen la sociedad<br />

para devolverle la dinámica anterior que<br />

definía su unidad” 8 .<br />

Contra la visión esencialista<br />

de lo cultural<br />

En ese modelo intercultural que debemos<br />

tratar de construir es de enorme importancia<br />

resaltar la necesidad de desembarazarse<br />

de las concepciones esencialistas que<br />

ven la cultura como un ente inmutable,<br />

cerrado y monolítico que determina comunitariamente<br />

a toda una colectividad.<br />

Científicamente esa concepción esencialista<br />

está denostada y deslegitimada, pero no<br />

por ello deja de estar muy presente en la<br />

concepción de muchos a la hora de hablar<br />

de diversidad cultural e inmigración, y de<br />

manera particularmente intensa cuando se<br />

trata de los musulmanes.<br />

Lo cierto es que existe una concepción<br />

homogénea de las culturas que no se corresponde<br />

con la realidad, ni con la nuestra<br />

ni con la de los otros, porque ni la sociedad<br />

receptora es homogénea ni tampoco lo<br />

es la cultura de quienes vienen de otras<br />

áreas geográficas, ya sea la Europa del Este,<br />

América Latina o el norte de África.<br />

La integración –es un fenómeno<br />

constatado–, tiende a reforzar la identidad<br />

cultural, pero a su vez impulsa su evolución<br />

hacia cambios socioculturales en la<br />

búsqueda de adecuación entre la cultura de<br />

partida y la de destino. Es un proceso dinámico<br />

y no estático que debe tener como<br />

marco de referencia sustancial los derechos<br />

humanos y el cumplimiento de la ley igual<br />

para todos a fin impedir los relativismos<br />

culturales extremos (la clitoreptomía, por<br />

ejemplo), pero garantizar también el derecho<br />

a la identidad cultural (como el pañuelo,<br />

que no es un velo que cubra la cara,<br />

entre las mujeres musulmanas que deseen<br />

ponérselo) 9 .<br />

Otro ejemplo suscitado recientemente<br />

es la reivindicación por la Unión de Co-<br />

8 Giménez: op. cit, pág. 142.<br />

9 La inadmisible comparación entre el uso del pañuelo<br />

y la clitoreptomía realizada por el ministro de<br />

Trabajo y Asuntos Sociales y otros seguidores, es una<br />

irresponsable manera de confundir a nuestra sociedad,<br />

no sólo, y ya es bastante, porque la clitoreptomía es un<br />

delito y ponerse un signo de identidad en la cabeza no,<br />

sino también porque da a entender que existe una identificación<br />

entre islam y clitoreptomía que es completamente<br />

falsa. La ablación del clítoris es una costumbre<br />

que lleva el patriarcado a sus últimas consecuencias<br />

practicada en la región del África subsahariana. No es<br />

ninguna tradición islámica y es completamente inexistente<br />

en el mundo musulmán a excepción de Egipto<br />

donde, por sus intensas relaciones históricas, comerciales<br />

y sociales con el Sudán, fue adquirida e integrada en<br />

la cultura local. Por tanto, no existe una sola mujer ma-<br />

30 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


munidades Islámicas a favor de la enseñanza<br />

de la religión musulmana en las escuelas.<br />

La cuestión no está en si islam sí o no,<br />

dejando aflorar una vez más la islamofobia<br />

creciente que hay en este país; la cuestión<br />

está en que la ley establece que el Estado<br />

integra y paga la enseñanza de la religión<br />

en la escuela pública (y si hay que hacer un<br />

debate, ésa es la cuestión a suscitar) y, por<br />

tanto, ese derecho, como indica la ley, pertenece<br />

tanto a católicos como musulmanes,<br />

protestantes y judíos. Es una cuestión<br />

de igualdad ante la ley. ¿Por qué eludimos<br />

los verdaderos debates sociales globales y<br />

sólo construimos debates falsos y excluyentes<br />

en torno a la emigración y, particularmente,<br />

cuando llevan “denominación islámica”?<br />

La respuesta está en la permanente<br />

huida hacia delante de nuestra sociedad sobre<br />

los auténticos problemas y en cómo,<br />

sin embargo, se ensaña en sus mitos e imaginarios,<br />

poniendo al islam y a los musulmanes<br />

en su principal punto de mira.<br />

Los principales flujos de inmigración<br />

hacia España proceden del norte de África<br />

(países musulmanes), América Latina y<br />

Europa del Este. Pero la cuestión sobre su<br />

integración está muy focalizada en los primeros.<br />

Los latinoamericanos y europeos<br />

del Este son considerados culturalmente<br />

más próximos (ambos son católicos; los latinoamericanos<br />

comparten la misma lengua<br />

y los europeos del Este el mismo espacio<br />

europeo).<br />

En consecuencia, el discurso español<br />

mayoritario se ha articulado en torno a la<br />

concepción de que “los musulmanes no<br />

son capaces de integrarse” y que por tanto<br />

son un potencial conflicto para nuestra sociedad,<br />

sus valores e identidad. Se establece<br />

la divisoria entre “culturas conflictivas” y<br />

“culturas integrables”. Identificado entre las<br />

primeras, el islam se convierte en factor de<br />

distanciamiento y amenaza. Destacados<br />

líderes políticos y responsables de la política<br />

migratoria desarrollan un discurso público<br />

basado en la necesidad de orientar nuestra<br />

demanda laboral de inmigración hacia las<br />

comunidades latinoamericanas o de la Europa<br />

del Este porque su condición de católicos<br />

es un factor clave de integración 10 . Y<br />

la jerarquía católica clama por la amenaza<br />

que la expansión de otras religiones puede<br />

rroquí sometida a esta cruel práctica y todos los casos<br />

de ablación del clítoris conciernen a la población procedente<br />

de países subsaharianos, algunos de ellos también<br />

de mayoría musulmana, pero que practican tan cruel<br />

costumbre no porque sean musulmanes sino por su<br />

cultura subsahariana preislámica.<br />

10 Declaración realizada por el delegado del Gobierno<br />

para la Extranjería. El País, 12 de marzo de<br />

2001.<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

suponer para la católica en nuestro país,<br />

por el hecho de que en algunos establecimientos<br />

de enseñanza se imparta lengua<br />

árabe y civilización islámica en el marco de<br />

la ELCO (enseñanza de lengua y cultura<br />

de origen).<br />

No deja de ser interesante constatar<br />

que los inmigrantes subsaharianos procedentes<br />

de los países negros de África, la<br />

mayoría de ellos también musulmanes, no<br />

son incluidos en esta percepción negativa.<br />

Por el contrario, su imagen es la de ser<br />

tranquilos y dóciles (es más, ésta es la más<br />

frecuente argumentación utilizada por algunos<br />

para mostrar que su rechazo contra<br />

los magrebíes “no es racismo”). La reacción<br />

es en contra de los procedentes del norte<br />

de África y el Oriente Próximo, que son<br />

los que representan para la sociedad española<br />

el mundo del islam “real”.<br />

Esta situación no es ajena a toda una<br />

serie de prejuicios acumulados con respecto<br />

al islam y el mundo musulmán y proyectados<br />

en los inmigrantes procedentes de<br />

estos países. Y es aún más evidente si se tiene<br />

en cuenta que, aunque la inmigración<br />

musulmana –sobre todo compuesta de<br />

marroquíes– es la mayoritaria, representa<br />

un número muy restringido (en torno a<br />

300.000 de una población total de 40 millones).<br />

De ahí que el tema de los emigrantes<br />

musulmanes deba ser analizado en torno<br />

a dos dimensiones paralelas y en contradicción:<br />

la de la realidad de los propios<br />

musulmanes instalados en los países europeos,<br />

donde hay dinámicas de transformación<br />

y modernización, y la de la interpretación<br />

esencialista que las sociedades<br />

de origen hacen monolíticamente del<br />

islam y los musulmanes y trasplantan a<br />

los emigrantes.<br />

Empecemos por la segunda. El paradigma<br />

cultural consensuado que el mundo<br />

europeo y occidental se ha forjado del<br />

mundo musulmán se ha construido en<br />

torno a una compleja red de factores y evoluciones<br />

históricas. Por un lado está relacionado<br />

con la percepción occidental de su<br />

supremacía, que comenzó a construirse<br />

con el descubrimiento de América y la expulsión<br />

de musulmanes y judíos de España.<br />

Este momento histórico supuso el comienzo<br />

del establecimiento de una geografía<br />

nueva unida a la fundación de una<br />

ideología que, a través del Renacimiento,<br />

elaboró una interpretación selectiva de la<br />

historia en la que el Oriente desaparece del<br />

pensamiento europeo para asentar el mito<br />

–que prevalecerá hasta hoy día–, de que<br />

aquél se basa en una sola fuente original<br />

grecorromana y judeocristiana. Ignorando<br />

GEMA MARTÍN MUÑOZ<br />

la herencia oriental y la aportación del<br />

pensamiento musulmán (a quien se debe<br />

el rescate del pensamiento helenístico y su<br />

relectura, así como toda una aportación<br />

filosófica racional), la contribución científica,<br />

cultural e intelectual del mundo islámico,<br />

componente que participó en la<br />

emergencia del Renacimiento, será autoritariamente<br />

expulsada del mito fundador<br />

del pensamiento europeo. Mientras amplía<br />

sus fronteras al “Nuevo Mundo”, Europa<br />

va a ir construyendo una identidad cerrada<br />

que se proclama única depositaria de los<br />

atributos de la humanidad, inferiorizando a<br />

los otros pueblos (otras razas, según la terminología<br />

que desde el siglo XVII instaurarán<br />

los europeos para establecer jerarquías<br />

entre los seres humanos y legitimar su<br />

“derecho natural a dominar”).<br />

Un segundo “momento” histórico, el<br />

de la expansión colonial de los siglos XIX y<br />

XX, se traducirá en la europeización del<br />

mundo forjando un profundo sentimiento<br />

de etnocentrismo cultural. La misión civilizadora<br />

tras la que se justifica la dominación,<br />

degradación y aniquilación de las poblaciones<br />

dominadas tratará de arropar<br />

con valores éticos las barbaries que Europa<br />

cometió fuera de sus fronteras (sin olvidar<br />

el genocidio del “hombre blanco” americano<br />

contra la población autóctona india).<br />

El acta de Berlín de 1885, con la que los<br />

europeos se repartieron el continente africano,<br />

decía que las potencias europeas debían<br />

“instruir a los indígenas y hacerles<br />

comprender y apreciar las ventajas de la civilización”.<br />

El ministro británico responsable<br />

de las colonias entre 1895 y 1903 afirmará<br />

la superioridad de la raza blanca y su<br />

civilización, asegurando que “nuestra dominación<br />

es la única que puede asegurar la<br />

paz, la seguridad y la riqueza a tantos desgraciados<br />

que nunca antes conocieron esos<br />

beneficios. Llevando a cabo esta misión civilizadora<br />

es como cumpliremos nuestra<br />

misión nacional en beneficio de los pueblos<br />

bajo la sombra de nuestro ámbito imperial”.<br />

Por su parte, el francés Jules Ferry<br />

proclamaba en el Parlamento el 28 de julio<br />

de 1885 el deber “de las razas superiores de<br />

civilizar a las inferiores” 11 .<br />

En aquellas geografías como la china,<br />

la india o la islámica donde se habían erigido<br />

grandes civilizaciones, la catalogación<br />

de “pueblos salvajes” no era posible y frente<br />

a ellos se levantó el discurso de su decadencia<br />

e incapacidad para salir del oscurantismo<br />

que vivían frente al avance civili-<br />

11 Citados por Sophie Bessis en L’Occident et les<br />

Autres. págs. 49 y 15, La Découverte, París, 2001.<br />

31


EMIGRACIÓN E ISLAM<br />

zacional europeo. De esta manera en el<br />

mundo musulmán, y por supuesto árabe,<br />

se llevó a cabo un proceso de denigración<br />

de su legado cultural, histórico y civilizacional,<br />

presentado como incapaz de progresar<br />

y modernizarse. Es decir, todos los<br />

elementos culturales pertenecientes al ámbito<br />

islámico, incluida la lengua árabe,<br />

eran catalogados como regresionistas y bloqueadores<br />

de la evolución moderna. Con<br />

ello, se forjaba un imaginario europeo lleno<br />

de prejuicios hacia lo islámico y se volvía<br />

a expulsar autoritariamente el legado<br />

intelectual y cultural islámico del mundo<br />

de la modernización, apropiada en exclusiva<br />

por el modelo europeo.<br />

En esta coyuntura histórica se afianzarán<br />

las visiones culturales esencialistas destinadas<br />

a demostrar que el mundo islámico<br />

constituye una cultura cerrada, inmodificable<br />

en sus aspectos fundamentales, lo<br />

que desemboca en una visión de cultura<br />

inferior o atrasada (portadora de tradicionalismo<br />

inmutable, irracionalidad, agresividad)<br />

determinada a ese destino sin solución.<br />

Y el problema radica en que después<br />

se denunciarán la dominación política y la<br />

explotación económica del colonialismo,<br />

pero nunca se pondrá en duda hasta hoy el<br />

principio de la supremacía cultural occidental<br />

y el esencialismo cultural se seguirá<br />

desarrollando.<br />

Otro factor determinante va a ser el<br />

hecho de que el concepto de esta supremacía<br />

penetrará también en las élites nacionalistas<br />

que lideraron las independencias y se<br />

erigieron en los gobernantes de los nuevos<br />

Estados-nación árabe e islámicos, convencidas<br />

de que imitar el modelo europeo era<br />

la panacea. Los gobernantes de esos Estados<br />

nacieron, como la mayoría del Tercer<br />

Mundo, tendrán una concepción patrimonialista<br />

del poder por su legitimidad histórica<br />

(ser los “padres de la patria” que han<br />

cumplido la misión histórica de liberar del<br />

colonialismo a sus pueblos) y no concebirán<br />

la idea del reparto del poder y la alternancia.<br />

Así mismo, el sistema de valores<br />

poscolonial instauró la modernización política<br />

y económica al margen de la legitimación<br />

y cultura islámicas, siguiendo el<br />

universo simbólico antiislámico del modelo<br />

occidental. La “autenticidad islámica”,<br />

obsesivamente repetida por la propaganda<br />

oficial, quedará completamente al margen<br />

de la construcción moderna del Estado,<br />

anquilosada e inmóvil, sólo al servicio de la<br />

legitimidad del poder y como “prenda de<br />

trueque” con el establecimiento religioso<br />

institucionalizado por el Estado encargado<br />

de garantizar dicha legitimidad y a cambio<br />

lograr el control sociocultural y religioso a<br />

través de una interpretación ultratradicionalista<br />

del modelo de sociedad musulmán.<br />

Es decir, siguiendo ese modelo universal<br />

basado en la connivencia entre gobiernos<br />

autocráticos y establecimiento religioso ultraconservador<br />

que conocen y han conocido<br />

muchas poblaciones del mundo y que,<br />

por tanto, no es nada exclusivo del universo<br />

del islam.<br />

El Estado, en consecuencia, va a<br />

abandonar, e incluso reprimir, como hicieron<br />

los europeos, las corrientes modernistas<br />

del reformismo musulmán para<br />

apoyar a los sectores de ulemas tradicionalistas,<br />

“oficializándolos” de manera que<br />

sus fatuas 12 queden al servicio del poder<br />

como “máquinas de legitimación” de<br />

cualquier opción, posición o decisión del<br />

régimen. De ahí que en tanto se perennicen<br />

las formas de gobierno dictatoriales<br />

en el mundo musulmán, éstas irán inevitablemente<br />

unidas a versiones retrógradas<br />

del modelo sociocultural musulmán, al<br />

igual que ha ocurrido en nuestras sociedades.<br />

La cuestión está en entenderlo en este<br />

marco de explicación sociopolítica.<br />

Que existen versiones antimodernas en<br />

los países musulmanes, sí; que eso ocurre<br />

exclusivamente en esta parte del mundo,<br />

no; que ocurre simplemente porque son<br />

musulmanes, no. No es una tendencia<br />

congénita del islam; es una realidad política<br />

que conlleva una protección del patriarcado<br />

y el puritanismo y una instrumentalización<br />

de la religión al servicio de<br />

ese orden. Exactamente igual que ocurrió<br />

en la España franquista o en el Chile de<br />

Pinochet.<br />

La gran contradicción es que, obsesionados<br />

por el esencialismo cultural, seleccionamos<br />

lo que hay de antimoderno<br />

en los países del área árabe e islámica, lo<br />

aislamos de la explicación política; y sólo<br />

lo utilizamos para constatar nuestros viejos<br />

prejuicios contra el islam: determinante<br />

exclusivo del devenir retrasado de sus<br />

pueblos y de todo emigrante que llegue a<br />

nuestro suelo. Sin embargo, no nos movilizamos<br />

activamente en contra de esos poderes<br />

dictatoriales protegidos por estrechas<br />

alianzas con los Gobiernos occidentales,<br />

ni en contra de la violación de los<br />

derechos humanos que encubre esa situación,<br />

lo que, sin embargo, sería la única<br />

vía de contribuir a extender el cambio social<br />

y el librepensamiento reformador islámico.<br />

Es más, reaccionamos en contra de<br />

dinámicas reformadoras en cuanto éstas<br />

12 Dictamen sobre una cuestión en la que cabe<br />

duda sobre su legalidad islámica.<br />

vienen con signos de identidad cultural<br />

musulmana, para gran satisfacción de los<br />

autócratas y de las tendencias rigoristas<br />

del islam 13 .<br />

El nuevo orden monopolar<br />

y el 11 de septiembre<br />

Dos acontecimientos históricos de los últimos<br />

tiempos han fortalecido ese sentimiento<br />

de supremacía que estructura a la<br />

opinión pública, domina el discurso mediático<br />

y dicta el magisterio intelectual en<br />

nuestras sociedades occidentales, a la vez<br />

que han alimentado el prejuicio contra los<br />

musulmanes: el nuevo orden monopolar y<br />

los atentados del 11 de septiembre de<br />

2001. Con la legitimación del orden monopolar<br />

y su compañero de viaje, la mundialización,<br />

se ha promovido una dinámica<br />

en la que Occidente busca explicar en la<br />

diferencia cultural buena parte del origen<br />

de los conflictos.<br />

No hay que olvidar que fue la guerra<br />

del Golfo la primera puesta en escena de<br />

ese nuevo orden. No sólo representó la supremacía<br />

de EE UU en el mundo, sino<br />

también se utilizó para consolidar la autolegitimación<br />

de la supremacía de Occidente<br />

frente a los Otros (particularmente árabes y<br />

musulmanes). Lo que en teoría era la lucha<br />

contra un tirano concreto en un país árabe<br />

concreto (si bien para proteger a otros tiranos<br />

de la zona) se convirtió en una cruzada<br />

cultural global contra el islam en una concepción<br />

esencialista que fue muy útil para<br />

convencer a casi todos en Occidente y establecer<br />

con la anuencia general las líneas<br />

fundamentales de la política occidental en<br />

la zona: protección de los intereses de Israel,<br />

protección de las fuentes energéticas del<br />

Golfo, apoyo a las dictaduras árabes aliadas<br />

y dependientes de manera patética de Occidente<br />

y construcción de una nueva concepción<br />

mundial basada en Estados legítimos<br />

y Estados “parias” (rogue states) que<br />

permite identificar supuestas y aleatorias<br />

amenazas para justificar unos enormes gastos<br />

militares en la zona (sólo Arabia Saudí,<br />

Emiratos Árabes Unidos y Kuwait gastaron<br />

44,2 mil millones de dólares entre 1990-<br />

1994, para gran beneficio de las industrias<br />

armamentísticas occidentales).<br />

La promoción de la democracia y de<br />

13 Sobre cómo la amalgama en torno al “fundamentalismo<br />

islámico” ha contribuido a intoxicarnos<br />

sobre la realidad de lo que verdaderamente ocurre en<br />

estos países, al servicio tanto de los intereses concretos<br />

de las élites gobernantes locales como de los intereses<br />

políticos y estratégicos de los países occidentales, ver<br />

mi artículo publicado en esta revista ‘Occidente y los<br />

islamistas’, noviembre de 2001.<br />

32 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


los derechos humanos quedaron completamente<br />

olvidados (sólo hay que leer los informes<br />

de Amnistía Internacional y Human<br />

Rights Watch), mientras en Occidente<br />

se elaboraba toda una literatura ad hoc<br />

para, de hecho, eludir el verdadero análisis<br />

político y justificar la injusta política occidental<br />

en la zona centrando la atención en<br />

la “cuestión cultural”, tan querida de nuestro<br />

público occidental: en 1993 el norteamericano<br />

Samuel Huntington publicaba<br />

su teoría sobre “el choque de civilizaciones”<br />

14 .<br />

La teoría del choque de civilizaciones<br />

va a ser sobre todo la base ideológica sobre<br />

la que se sustente la solemnización de la<br />

supremacía occidental y la estigmatización<br />

cultural de aquellos actores que en otras<br />

áreas geográficas, donde la hegemonía política,<br />

económica y militar occidental tiene<br />

importantes intereses, se resistan a aceptar<br />

dicha hegemonía y superioridad. Construyendo<br />

el principio de la amenaza cultural<br />

del Otro, se logrará deshumanizar el sufrimiento<br />

de las poblaciones civiles que provoca<br />

la política internacional occidental.<br />

Concretamente a través del miedo en torno<br />

al “hecho islámico”, se logrará insensibilizar<br />

a las sociedades occidentales con<br />

respecto a la situación que padecen kurdos,<br />

palestinos, iraquíes, afganos… consecuencia<br />

de la confluencia de intereses entre sus<br />

dictatoriales gobernantes locales y los del<br />

mundo occidental (de hecho, EE UU y<br />

Europa).<br />

Los atentados del 11 de septiembre<br />

pasado en Nueva York y Washington han<br />

reforzado de manera alarmante tanto el<br />

sentimiento de superioridad occidental como<br />

la estigmatización esencialista del<br />

mundo musulmán, con una repercusión<br />

determinante para los musulmanes viviendo<br />

en suelo occidental. Ha resurgido un<br />

discurso de corte “neocolonial” que remacha<br />

la identificación de Occidente con “el<br />

mundo civilizado” y justifica sus acciones<br />

en el exterior en función de esa supremacía<br />

cultural para, una vez más, reforzar su control<br />

y no llevar al “otro mundo” más que<br />

arrogancia, opresión y refuerzo de las dictaduras.<br />

En los últimos meses hemos vivido<br />

un ejercicio de exaltación de las virtudes<br />

de “nuestra cultura” a la vez que se<br />

14 Huntington publicó su teoría en 1993: (Foreign<br />

Affairs, núm.3, págs. 22-49), y es sin duda el que<br />

más popularidad ha alcanzado, pero es interesante resaltar<br />

que desde el mismo momento en que terminó la<br />

guerra del Golfo esta literatura comenzó a abrirse camino:<br />

Barry Buzan (1991) ‘New Patterns of Global<br />

security in the Twenty-First Century’, International<br />

Affairs, 67, núm. 3, págs. 431-451.<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

contraponía monolíticamente al mundo<br />

musulmán como “medieval”, “primitivo”,<br />

“arcaico” 15 … Se ha hecho por parte de<br />

muchos (demasiados) una representación<br />

binaria que presenta el ataque de septiembre<br />

–adjudicado a un grupo terrorista concreto–<br />

como una confrontación entre dos<br />

modelos, dos mundos monolíticos en oposición,<br />

e incluso, en “guerra”, el occidental<br />

y el musulmán. Ni el mundo musulmán se<br />

siente identificado con Al Qaeda, ni Al<br />

Qaeda representa al mundo musulmán. Es<br />

una red, una banda terrorista limitada y<br />

concreta, por lo que nada explica que se<br />

hable o se escriba sistemática y remachadamente<br />

de “terrorismo islámico”. Es una<br />

ofensa a la dignidad de millones de musulmanes,<br />

como lo sería para otros si se hablase<br />

de terrorismo católico, protestante o judío.<br />

Frente a esto, entre las poblaciones árabes<br />

y musulmanas cunde un sentimiento<br />

enorme de “humillación” (concepto de<br />

gran calado cultural porque significa que le<br />

niegan a uno el respeto y la consideración)<br />

por el cúmulo de conflictos a los que la comunidad<br />

internacional “civilizada” no<br />

muestra verdadera voluntad de ayudar a<br />

resolver con justicia y democracia. Pero esa<br />

situación, lejos de generar en nuestras sociedades<br />

un sentimiento de simpatía por<br />

su condición de víctimas, los deshumaniza<br />

con la ayuda del esencialismo cultural antiislámico<br />

y los transmuta en falsos enemigos<br />

y potenciales amenazas en masa “porque<br />

odian nuestra civilización y nuestros<br />

valores”.<br />

Todo ello nos lleva a constatar que el<br />

discurso sobre la amenaza islámica o<br />

el conflicto civilizacional islam-Occidente<br />

que predomina en las sociedades occidentales,<br />

es sobre todo, el instrumento a través<br />

del cual se busca legitimar ante nuestras<br />

sociedades occidentales los efectos que la<br />

política occidental causa en el mundo musulmán.<br />

Unido a esto, ha habido una presentación<br />

mediática tan intensa extendiendo la<br />

idea de que cualquier musulmán en Europa<br />

puede ser un terrorista agazapado (y si<br />

está bien integrado más aún) que estamos<br />

alimentando una xenofobia de la que no<br />

somos conscientes o tratamos de eludir e<br />

ignorar con consecuencias sociales que, co-<br />

15 No hay más que hacer un trabajo de hemeroteca<br />

para constatar esta realidad. De hecho, parcialmente,<br />

pero suficientemente descriptivo, ya se ha<br />

hecho en el trabajo realizado por el Centro de Estudios<br />

Africanos de Barcelona: L’evolució de la imatge<br />

de l’immgrant en els diaris mes llegits a Catalunya després<br />

de l’11 de setembre de 2001.<br />

GEMA MARTÍN MUÑOZ<br />

mo siempre, lamentaremos demasiado tarde<br />

16 . Buena parte de los detenidos como<br />

presuntos individuos vinculados a Al Qaeda<br />

no han podido ser acusados en firme<br />

por falta de pruebas (lo cual puede que no<br />

sea ajeno al celo policial puesto en la “caza<br />

contra el terrorista islámico” cuando lo que<br />

hay es muchos opositores políticos contra<br />

los regímenes dictatoriales de sus países de<br />

origen, que les designan ante sus aliados<br />

políticos europeos como “terroristas” para<br />

lograr también su persecución en Europa);<br />

en cualquier caso esos detenidos representan<br />

una milésima parte de los musulmanes<br />

que viven en Europa (en torno a 13 millones);<br />

la capacidad de reclutamiento de Al<br />

Qaeda es tan limitada como la de todos los<br />

movimientos terroristas; y, desde luego,<br />

los españoles, irlandeses o franceses no se<br />

convierten globalmente en sospechosos<br />

universales porque existan ETA, el IRA o<br />

el Frente de Liberación Nacional Corso.<br />

Frente a esto, se está aprobando una legislación<br />

antiterrorista “sólo para extranjeros”<br />

completamente estigmatizadora contra los<br />

emigrantes –y en estos momentos concretamente<br />

los musulmanes– (tras EE UU, el<br />

Reino Unido es por el momento el primer<br />

caso en Europa: ha sacrificado su adhesión<br />

a un articulado de la Convención Europea<br />

de Derechos Humanos); se está aceptando<br />

en nuestro civilizado espacio común un<br />

trato degradante e indigno contra los prisioneros<br />

de Guantánamo, lo cual no resalta<br />

exactamente la diferencia civilizacional que<br />

pretende representar Occidente. Todas estas<br />

cuestiones son las que nos tienen que<br />

hacer reaccionar y pensar, escapando de la<br />

dualidad bloqueadora dominante: la angelización<br />

del modelo occidental y la sospecha<br />

generalizada ante “lo musulmán”.<br />

La diversa realidad de los emigrantes<br />

musulmanes en Europa<br />

El primer elemento a destacar sobre la realidad<br />

de los musulmanes afincados en los<br />

países de Europa es que se ha desarrollado<br />

en el marco de una dinámica propia, consecuencia<br />

de diversos factores que atañen a<br />

su experiencia particular en suelo europeo.<br />

Por un lado, a partir del momento en que<br />

conciben su devenir y el de sus hijos como<br />

futuros ciudadanos europeos, el planteamiento<br />

de los emigrantes musulmanes so-<br />

16 No es ajeno a esta situación que los trabajadores<br />

marroquíes estén siendo discriminados laboralmente<br />

a favor de otras nacionalidades. La reciente denuncia<br />

de esta realidad por el Defensor del Pueblo en<br />

Andalucía (El País, 6 de marzo de 2002) es la primera<br />

confirmación institucional de lo que viene ocurriendo<br />

en toda España desde hace tiempo.<br />

33


EMIGRACIÓN E ISLAM<br />

bre sí mismos cambia, como ocurre a cualquier<br />

otro colectivo en las mismas circunstancias:<br />

la cultura de la discreción propia<br />

de quienes se veían en una situación provisional<br />

y de tránsito en país ajeno es sustituida<br />

por una afirmación y reelaboración<br />

de su identidad como musulmanes que<br />

van a formar parte de la nueva sociedad<br />

que les acoge. Así, a la vez que manifiesten<br />

su voluntad de integrarse manifestarán<br />

también su deseo de visibilizar sus<br />

signos de identidad en un marco de igualdad<br />

de culturas, practicar su religión, que<br />

sus hijos no pierdan ciertas referencias de<br />

origen, étcetera.<br />

Ese ascenso de la identidad musulmana<br />

es consecuencia de la propia percepción de<br />

esos musulmanes europeos sobre sí mismos<br />

y de su condición de minoría dentro de<br />

una sociedad plural y no una derivación del<br />

desarrollo del llamado “fundamentalismo<br />

islámico” como de manera demasiado frecuente<br />

se ha transmitido a nuestras opiniones<br />

públicas. Es decir, es resultado de una<br />

dinámica interna europea y no influencia<br />

directa de acontecimientos exteriores que,<br />

coincidiendo con este proceso, han inundado<br />

los medios de comunicación presentados<br />

como amenaza para Occidente (revolución<br />

iraní, guerra del Golfo, guerra civil en<br />

Argelia, atentados contra las Torres Gemelas,<br />

por no citar más que los más relevantes).<br />

Lamentablemente la lectura “totalizadora”<br />

y en clave estrictamente negativa que<br />

se realiza en nuestras sociedades, analizada<br />

más arriba, lleva de manera general a uniformizar<br />

las conductas individuales y a subestimar<br />

la importancia de las dinámicas de<br />

transformación en curso con respecto a la<br />

cultura y religión islámicas (a pesar de que<br />

la historia del islam muestra que las maneras<br />

de ser musulmán varían sustancialmente<br />

en función de los contextos histórico y<br />

social), ocultando la relación moderna y diferenciada<br />

que las nuevas generaciones de<br />

musulmanes están desarrollando en el marco<br />

del islam 17 : en Europa les queda por<br />

descubrir su nueva condición de minoría<br />

donde se han de integrar en un nuevo orden<br />

de valores culturales que puede ofrecerles<br />

derechos y posibilidades de desarrollo<br />

que en sus países de origen no tienen.<br />

Por ello, en lugar de sucumbir a las visiones<br />

simplistas que entienden la visibilidad<br />

musulmana en Europa como una peligrosa<br />

deriva comunitaria, la comprensión<br />

del islam en Europa debe combinar una<br />

17 Gema Martín Muñoz (ed): Islam, Modernism<br />

and the West. Londres, IB Tauris & St. Martin’s<br />

Press, Nueva York, 1999.<br />

doble observación en términos positivos:<br />

cómo Europa está cambiando al islam, y cómo<br />

el islam está cambiando a Europa. Europa<br />

está cambiando al islam porque la experiencia<br />

de la democracia y el pluralismo está<br />

renovando el debate sobre la articulación<br />

entre islam y democracia. Es decir, el estatuto<br />

de los musulmanes como una minoría<br />

en Europa implica profundos cambios en la<br />

identidad y la práctica musulmanas, sobre<br />

todo, entre las nuevas generaciones nacidas<br />

ya en suelo europeo. La consolidación de<br />

las segundas y terceras generaciones de musulmanes<br />

en Europa no sólo está motivando<br />

importantes transformaciones en la vivencia<br />

islámica de estos jóvenes (se sienten<br />

europeos, se asocian, reorientan su formación<br />

religiosa, redefinen las modalidades de<br />

sus actividades sociales…), sino que está<br />

obligando al mundo musulmán a reconsiderar<br />

su forma de actuar y su posición intelectual<br />

con respecto a Europa. Es decir, el<br />

islam no sólo refuerza o crea lazos comunales<br />

para resistir la globalización (visión<br />

monolítica del islam para muchos), sino<br />

que puede proveer las fuentes que alimenten<br />

nuevas formas de individualización y<br />

modernización y contribuir a la integración<br />

de los inmigrantes en suelo europeo.<br />

Porque al ser el islam el más social de los<br />

monoteísmos, como dijo Jacques Berque,<br />

vive un proceso de transformación permanente.<br />

El islam está cambiando Europa porque<br />

está modificando su marco cultural y<br />

se está convirtiendo en un importante<br />

componente del mundo occidental, obligado<br />

a gestionar la demanda de diversidad<br />

cultural que, guste o no, es una realidad<br />

ineludible. Sin duda éste es un proceso en<br />

marcha que se encuentra en sus primeros<br />

estadios y que exige, más allá de la teoría,<br />

un trabajo empírico que vaya identificando<br />

y estudiando dicha evolución. No obstante,<br />

las investigaciones hasta ahora realizadas<br />

nos permiten realizar varias constataciones.<br />

La primera de las constataciones sería<br />

el carácter transnacional que va adquiriendo<br />

la realidad musulmana en Europa. A diferencia<br />

de las redes étnicas iniciales, todo<br />

indica que en los años por venir el lazo no<br />

se creará en torno a un lugar nacional o<br />

cultural de origen, sino a partir de un lazo<br />

universal de pertenencia común a la Umma<br />

(concepto extraterritorial que agrupa a toda<br />

la comunidad de musulmanes). En este<br />

sentido, el examen del futuro va dirigido a<br />

saber cómo las nuevas generaciones, en su<br />

mayoría nacidas y educadas en suelo europeo,<br />

más seguras de sí mismas y beneficiándose<br />

de las aportaciones de ambas culturas,<br />

van a vivir su pertenencia islámica, elabo-<br />

rando reajustes y reinterpretaciones que sepan<br />

adaptarse a esa nueva realidad cultural<br />

en la que se integran en minoría.<br />

En este marco, hay dos factores sociológicos<br />

del islam que funcionan a favor de<br />

la transformación y modernización. Por un<br />

lado, la inexistencia de iglesia y, por tanto,<br />

de una voz única que establezca la interpretación<br />

unívoca del dogma. El proceso<br />

de interpretación y relectura es, de hecho,<br />

abierto y autónomo, y en buena medida<br />

depende de la capacidad de generar autoridad<br />

y consenso social para ser aceptado y<br />

asumido por un grupo o una franja social<br />

amplia. De ahí, que en los propios países<br />

del área islámica, si bien la opresión de las<br />

dictaduras busca monopolizar el control de<br />

la interpretación e imponerla a la sociedad<br />

(dinámica dominante) mediante modelos<br />

antimodernos, existen otras interpretaciones<br />

reformistas cuya existencia no se conoce<br />

en Occidente porque rompe nuestro<br />

paradigma cultural consensuado en bases<br />

esencialistas sobre el universo del islam.<br />

Por otro lado, la condición de minoría<br />

de los musulmanes en Europa, les enfrenta<br />

a su replanteamiento sobre quienes son y<br />

cómo deben ser en su adecuación a esa<br />

nueva realidad, en tanto que en el país de<br />

origen es automático, una herencia. Ello<br />

impulsa la reinterpretación y transformación<br />

en función de su nueva realidad en<br />

un entorno sociocultural distinto y mayoritario.<br />

Todo ello, entiéndase bien, no<br />

quiere decir que vayan a dejar de ser musulmanes,<br />

pero sí que hay un gran potencial<br />

de legitimación desde el islam de una<br />

nueva interpretación modernizadora. Hoy<br />

día muchos musulmanes que viven en Europa<br />

o ya europeos resaltan la visibilidad<br />

de su diferencia como una identidad distintiva<br />

y reclaman participar como ciudadanos<br />

de pleno derecho siendo respetados<br />

como musulmanes. En este marco de necesaria<br />

adecuación a un entorno no musulmán,<br />

los musulmanes están llamados a hacer<br />

dos cosas, tal y como indica uno de los<br />

más destacados representantes de este nuevo<br />

islam europeo, el profesor de filosofía<br />

de la Universidad de Friburgo, Tariq Ramadán:<br />

“nuestras fuentes son efectivamente el Corán y<br />

la tradición del profeta (Sunna), y no existe en nosotros<br />

la idea de elegir una parte de este corpus, de<br />

prescindir de una parte, sino, por el contrario, renovar<br />

su lectura. Una primera actitud es, pues, la de la<br />

globalidad de todos los textos, los cuales deben ser<br />

sometidos a relectura en función del contexto en el<br />

18 Entrevista publicada en: Confluences Méditerranée,<br />

núm. 32, pág. 57, 1999-2000.<br />

34 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


que se vive” 18 .<br />

No obstante, todo esto es un proceso<br />

complejo que no puede desarrollarse en un<br />

abrir y cerrar de ojos y en el que, además, se<br />

conjugan muchos factores que pueden impulsarlo<br />

o entorpecerlo. Las reacciones de la<br />

sociedad europea mayoritaria es, desde luego,<br />

determinante; y en ese sentido el panorama<br />

existente más arriba analizado no es<br />

exactamente impulsor, porque se orienta a<br />

no aceptar la vertiente musulmana europea.<br />

Por otro lado, se impone un conocimiento<br />

mucho más profundo de estas dinámicas<br />

y de los diferentes actores presentes<br />

en el espacio del islam europeo hoy día,<br />

a fin de que las instituciones y los responsables<br />

políticos en la materia sepan bien el<br />

terreno que pisan y cómo actuar a favor de<br />

los sectores reformistas. Europa debe apoyar<br />

a ese islam reformista y autónomo y<br />

garantizar su independencia; y también vigilar<br />

la influencia de aquellos sectores vinculados<br />

a ciertos Gobiernos que representan<br />

un islam tradicionalista y reaccionario<br />

y que buscan controlar los espacios del islam<br />

en suelo europeo (entiéndase en este<br />

marco al tristemente famoso pero felizmente<br />

minoritario imam de Fuengirola 19 ).<br />

Muchas veces la resistencia a facilitar la<br />

construcción de mezquitas, oratorios o<br />

centros culturales desde las instituciones<br />

locales ofrecen a estos sectores la posibilidad<br />

de financiarlas y así extender su influencia<br />

desde esos espacios. Esto no es una<br />

realidad que afecte sólo a la religión islámica,<br />

porque esa situación se da también entre<br />

los actores de las otras religiones; pero<br />

ya que a los musulmanes en nuestro suelo<br />

se les pide un visado de perfección que<br />

no se le pide a nadie, habrá al menos que<br />

contribuir seriamente a ello.<br />

Por otro lado, el liderazgo musulmán<br />

en Europa se enfrenta en sí mismo a importantes<br />

desafíos como el de estructurarse<br />

frente al “bricolaje” actual existente, entre<br />

otras razones porque los Estados, de acuerdo<br />

con su tradición de relación con las religiones,<br />

piden que los musulmanes se estructuren<br />

en un conjunto unitario; habrán<br />

de afrontar la transición entre los líderes de<br />

la primera generación y los de la segunda,<br />

porque el islam en Europa tendrá en poco<br />

tiempo un componente mayoritario de segundas<br />

y terceras generaciones, y, lo que es<br />

muy importante, la incorporación pacífica<br />

del islam en nuestras sociedades depende<br />

19 Nos referimos al imam de la mezquita de<br />

Fuengirola que el año pasado publicó un opúsculo defendiendo<br />

el recurso de los hombres a pegar a sus mujeres<br />

de acuerdo con lo que para él es la lectura correcta<br />

del Corán.<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

también de la capacidad de ese liderazgo<br />

para producir una contra-información que<br />

contrapese las visiones esencialistas y negativas<br />

predominantes y formar interlocutores<br />

creíbles que debiliten la percepción sobre<br />

ellos como extranjeros hostiles y, por el<br />

contrario, sean vistos como una realidad<br />

local 20 . En España, como en Italia, todo<br />

este proceso es aún muy embrionario en<br />

relación a otros países europeos de larga<br />

tradición receptora de inmigración. En<br />

nuestro país, por el momento, las reivindicaciones<br />

culturales y religiosas están en un<br />

estadio incipiente y proceden de una minoría,<br />

y sobre todo de conversos, en tanto<br />

que las preocupaciones principales siguen<br />

siendo las socio-económicas. No obstante,<br />

todo parece indicar que en el seno de los<br />

barrios más poblados por estos inmigrantes<br />

está emergiendo un liderazgo religioso autónomo<br />

desde donde podría surgir un trabajo<br />

de adaptación o de reelaboración entre<br />

la identidad musulmana y su realidad<br />

en suelo español.<br />

Por ello, es enormemente preocupante<br />

que cuando aún no ha comenzado en<br />

nuestro país un proceso de organización,<br />

visibilización, integración en la vida política<br />

y social de los musulmanes y su liderazgo,<br />

como lleva ocurriendo desde hace mucho<br />

tiempo en otros países europeos, en<br />

nuestra sociedad exista una sobredimensión<br />

del “hecho musulmán”, buscando con<br />

lupa las imperfecciones de todo emigrante<br />

musulmán y haciendo noticia sensacionalista<br />

de ello. Y esto, que se halla más en<br />

nuestras cabezas que en la realidad, es fruto<br />

de la absoluta falta de contextualización<br />

del emigrante entre su realidad de origen y<br />

la de destino, cuando, sin embargo, es un<br />

componente inevitable de todo aquél que<br />

decide asumir la experiencia de ver desorganizado<br />

su marco de vida, sus referencias<br />

culturales y su forma de comunicación y<br />

de acción, venga del país que venga y practique<br />

la religión que practique. La aproximación<br />

al emigrante se hace de manera<br />

aislada como si acabase de nacer en nuestro<br />

suelo y no tuviese un pasado y otra experiencia.<br />

Pero por el hecho de poner el<br />

pié en Algeciras los emigrantes no se transforman<br />

en impecables modernos, como no<br />

20 Interesantes son las propuestas que en este<br />

sentido apunta Edward W. Said en: Covering Islam.<br />

How the media and the experts determine how we see<br />

the rest of the World. Vintage books, Nueva York,<br />

1997. 21 Por supuesto que también se alzan voces,<br />

aunque minoritarias, denunciando esta situación.<br />

Véase el artículo de Joan Barril ‘Lupa para todos’<br />

publicado en El Periódico de Cataluña el 26 de febrero<br />

de 2002.<br />

GEMA MARTÍN MUÑOZ<br />

lo hacían los españoles que en los años cincuenta<br />

dejaban su pueblo de Jaén y ponían<br />

el pié en Berlín o Bruselas, o como tampoco<br />

hacen otros emigrantes que llegan a<br />

nuestro país procedentes de Ecuador o Rumania.<br />

Claro que se dan y se van a dar actitudes<br />

patriarcales, que por otro lado se siguen<br />

manifestando también en sectores de<br />

nuestra sociedad profunda, porque nuestra<br />

presunta homogeneidad, de la que se parte<br />

en esta representación sobre la emigración,<br />

es completamente falsa. El problema está<br />

en que se buscan con lupa esas situaciones<br />

relacionadas con musulmanes para colocarlas<br />

en la primera línea de la información y<br />

del debate social e interpretarlas exclusivamente<br />

como una amenaza para nuestra sociedad<br />

“pura”, distorsionando la realidad e<br />

intoxicando a nuestra opinión pública con<br />

un envasado ideológico contra el islam<br />

con consecuencias excluyentes y discriminatorias<br />

21 .<br />

El problema añadido es que, por estar<br />

aún en un estadio muy incipiente, la emigración<br />

musulmana se encuentra aún muy<br />

desestructurada y desorganizada, con una<br />

falta importante de élites y liderazgo; por<br />

tanto, no existe una elaboración de respuestas<br />

en reacción a la xenofobia e islamofobia<br />

emergente que contrarreste esta situación.<br />

Se trata, sobre todo, de una mayoría silenciosa<br />

sin mecanismos de respuesta ante la<br />

visión generalizada de que “es incapaz de<br />

integrarse”. En conclusión, el panorama es<br />

complejo, tiene multitud de dimensiones y<br />

plantea un reto social que hoy por hoy sólo<br />

encuentra respuestas a través de la improvisación<br />

y los prejuicios. n<br />

Gema Martín Muñoz es profesora de Sociología del<br />

Mundo Árabe e Islámico en la Universidad Autóno-<br />

35


LOS DERECHOS DE LA MUJER<br />

EN UN PAÑUELO<br />

a reivindicación de los derechos de las<br />

mujeres cuenta con una larga historia<br />

que en los países occidentales ha conseguido<br />

plasmarse en la igualdad jurídica<br />

entre hombres y mujeres, una igualdad<br />

formal que en muchos casos es un logro<br />

muy reciente. A pesar de estas importantes<br />

conquistas, las mujeres de los países más<br />

democráticos y ricos del mundo siguen luchando<br />

para superar las innumerables desigualdades<br />

que en distintos ámbitos de la<br />

vida –públicos y privados– las enfrentan<br />

con actitudes sexistas. Resulta por ello<br />

alentador ver que a veces la opinión pública,<br />

los medios de comunicación y quienes<br />

representan el poder político se interesan<br />

por preservar –o tal vez deberíamos decir<br />

materializar– el principio de igualdad entre<br />

los sexos, aunque en algunos casos no<br />

queda claro si se trata de un interés genuino<br />

o de una mera excusa para manifestar<br />

otros sentimientos menos igualitaristas.<br />

Así parece haber sucedido a raíz de la<br />

polémica en torno a la alumna Fátima<br />

Elidrisi, a la que en un principio se le impidió<br />

asistir a un colegio financiado por el<br />

Estado si no lo hacía sin cubrirse el cabello<br />

con un velo o pañuelo. La polémica en<br />

torno a ésta y otras cuestiones que ponen<br />

en evidencia el creciente pluralismo de la<br />

sociedad española parece tan inevitable<br />

como positiva en la medida en que da<br />

cuenta de la creciente integración de los<br />

inmigrantes en los distintos ámbitos de la<br />

vida pública. Como sabemos, polémicas similares<br />

han tenido lugar ya en otros países<br />

del entorno europeo en los que la inmigración<br />

es una realidad que comenzó hace<br />

tiempo1 L<br />

. Sería lamentable, sin embargo,<br />

1 La resolución tomada en Francia por el Consejo<br />

de Estado, en la que se estableció que los alumnos y<br />

las alumnas de las escuelas públicas tenían derecho a<br />

expresar sus creencias religiosas siempre que con ello<br />

no interfiriesen con el proceso de enseñanza, es de noviembre<br />

de 1989.<br />

SILVINA ÁLVAREZ<br />

que una desacertada solución de estas<br />

cuestiones alimentara la segregación y el<br />

odio en lugar de servir para aumentar las<br />

oportunidades de integración y autonomía<br />

para las mujeres. En los párrafos que<br />

siguen expongo algunas de las ideas que<br />

parecen estar detrás de las inquietudes<br />

que suscitan algunos comportamientos<br />

que identificamos con culturas determinadas,<br />

con el fin de intentar ver con algo<br />

más de claridad cuáles son los intereses<br />

que libran la batalla entre las culturas.<br />

Los derechos en juego<br />

Varios argumentos de distinta naturaleza<br />

se han alegado para justificar el malestar<br />

que puede producir la presencia de una<br />

niña con velo. Se ha hablado de los límites<br />

a las manifestaciones religiosas en el<br />

ámbito escolar, se ha debatido sobre la legitimidad<br />

de la defensa del multiculturalismo,<br />

se invoca la tolerancia como un<br />

presupuesto que no puede contemplar la<br />

vulneración de derechos fundamentales y<br />

se defiende también la igualdad entre niños<br />

y niñas, que debe ser manifiesta en<br />

un aula donde se aspira a educar sin sesgos<br />

sexistas. En estos argumentos subyacen<br />

al menos cuatro valores que las sociedades<br />

democráticas consagran en sus<br />

constituciones y que sus Estados han convertido<br />

en intereses jurídicamente protegidos,<br />

es decir, en derechos. Se trata de la<br />

libertad religiosa, el derecho a la educación,<br />

la igualdad entre los sexos y la tolerancia.<br />

Esta última, la tolerancia, actúa como<br />

un principio que refuerza el ejercicio de<br />

los derechos subjetivos. Tal ejercicio debe<br />

ser protegido siempre que no vulnere derechos<br />

de otras personas, es decir, siempre<br />

que nuestras acciones no comporten un<br />

daño o una invasión a la esfera de autonomía<br />

de otros individuos. Así, la interferencia<br />

estatal está justificada sólo cuando<br />

se produce una lesión de este tipo y no lo<br />

está cuando la intervención responde al<br />

deseo de realizar ciertos valores, como los<br />

religiosos, que revelan preferencias sobre<br />

la vida buena que deben quedar reservadas<br />

a las elecciones privadas de las personas;<br />

este tipo de actitudes intervencionistas<br />

por parte del Estado suelen incluirse<br />

dentro de lo que se denomina perfeccionismo<br />

estatal.<br />

Si estos valores están en juego, entonces<br />

resolver la cuestión planteada por el<br />

pañuelo (utilizo este término para referirme<br />

al velo que sólo cubre el cabello, o hiyab,<br />

y no a otro tipo de velos) respecto de<br />

si es admisible o no que las niñas asistan a<br />

la escuela con él, exige ponderar dichos<br />

valores o principios para ver en el caso<br />

concreto cuál de ellos debe prevalecer. Si<br />

todos son valores que reconocemos como<br />

legítimos intereses a proteger, cuando se<br />

plantean conflictos entre ellos hay que dilucidar<br />

cuál es aplicable en el caso en<br />

cuestión, sin que hacerlo signifique rechazar<br />

o despreciar unos valores a favor de<br />

otros. Se trata, en cambio, de permitir su<br />

realización de una manera coherente.<br />

Veamos, en primer lugar, la libertad<br />

religiosa. Resulta complicado delimitar<br />

cuál es la extensión de lo permisible como<br />

manifestación de la libertad religiosa, pero<br />

parecería claro que aquellos preceptos<br />

o acciones que vulneren los principios del<br />

Estado liberal no podrían subsistir al amparo<br />

de la libertad religiosa. Sin embargo,<br />

la mayoría de las religiones imponen límites<br />

a las acciones de sus fieles 2 , y, aunque<br />

estos límites pueden formar parte de la<br />

decisión autónoma de la persona adulta,<br />

son menos fáciles de aceptar cuando son<br />

impuestos por los padres a menores de<br />

edad. El pañuelo que utilizan las mujeres<br />

musulmanas es, indudablemente, una<br />

2 Ver Michael Walzer: Tratado sobre la tolerancia,<br />

pág. 83. Paidós, Barcelona, 1998.<br />

36 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


forma de manifestación religiosa.<br />

Se trata de un símbolo<br />

que da a conocer<br />

una cierta fe y un cierto<br />

credo, del mismo modo<br />

que lo hace la cruz que<br />

muchos cristianos y<br />

cristianas llevan colgada<br />

al cuello. Puede<br />

haber razones para<br />

pensar que la simbología<br />

de uno y<br />

otro elemento no<br />

es la misma, y tal<br />

vez algunas de las<br />

razones que pueden<br />

estar detrás del uso del<br />

pañuelo nos obliguen a<br />

reflexionar sobre otro de<br />

los valores en cuestión: la<br />

igualdad entre los sexos. Pero<br />

en lo que respecta al uso<br />

del pañuelo como exteriorización<br />

de una fe religiosa, la musulmana,<br />

cuya práctica está permitida<br />

por la libertad de credos, no<br />

se aprecia ninguna consecuencia directa,<br />

ni para la menor que viste de<br />

esta manera ni para el resto de sus compañeros<br />

de clase, que justifique la prohibición<br />

del pañuelo.<br />

En este sentido parece interesante<br />

analizar el argumento según el cual el elemento<br />

diferenciador que introduce la niña<br />

con velo en medio de una clase en la<br />

que ninguna alumna lleva velo alteraría<br />

las condiciones de igualdad que deben<br />

imperar en el aula para que se pueda llevar<br />

a cabo un proceso de aprendizaje en<br />

igualdad. Claramente no se trataría en este<br />

caso de un daño infligido directamente<br />

a una persona, sino de un daño difuso<br />

que repercutiría indirectamente en el resto<br />

de las niñas y niños de la clase, así como<br />

en las enseñantes, que se encontrarían<br />

con dificultades en el momento de apren-<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

der y enseñar, respectivamente,<br />

el valor de la igualdad. Incluso<br />

admitiendo las connotaciones de<br />

desigualdad entre los sexos que pudiera<br />

reflejar el uso del velo, este argumento resulta<br />

difícilmente sostenible cuando el hecho<br />

se produce en un contexto en el que<br />

la presencia de este elemento diferenciador<br />

es claramente minoritaria y en la que<br />

los contenidos de una enseñanza impartida<br />

de acuerdo con los principios de la<br />

educación laica y liberal tienen una clara<br />

posición dominante. Hay otros casos de<br />

manifestaciones inequívocamente discriminatorias<br />

en los que sería interesante<br />

que se planteara el debate en torno a los<br />

efectos perjudiciales que dichas manifes-<br />

taciones pueden tener con<br />

miras a la consolidación de<br />

la igualdad efectiva entre<br />

hombres y mujeres: mensajes<br />

publicitarios, discursos<br />

pronunciados<br />

por personas que ostentan<br />

algún grado<br />

de autoridad pública,<br />

políticas empresariales<br />

o laborales,<br />

son algunos de estos<br />

casos. El pañuelo<br />

de una niña musulmana<br />

dentro del contexto<br />

referido, en cambio,<br />

no parece generar<br />

los efectos perturbadores<br />

pretendidos.<br />

Esto nos introduce<br />

directamente en la cuestión<br />

de la igualdad. Aunque dentro<br />

del mundo islámico existe<br />

una gran variedad de manifestaciones<br />

religiosas y sociales, muchas<br />

de las sociedades de los países en los<br />

que el islam es la religión imperante<br />

muestran ejemplos de comportamientos y<br />

actitudes que nos dan sobradas razones para<br />

pensar que el velo, en sus diversas formas<br />

(algunas claramente humillantes, como<br />

el burka), denota una situación de inferioridad<br />

de la mujer con respecto al varón<br />

en cuanto a su capacidad de elección y decisión.<br />

La poligamia, el repudio, la lapidación,<br />

la rígida estructura patriarcal que invisibiliza<br />

a las mujeres y anula su capacidad<br />

de decisión, en muchos casos la imposibilidad<br />

de acceder a la educación, la ablación<br />

del clítoris, la falta de derechos civiles o políticos<br />

y la desigual participación en el culto<br />

religioso son algunas pautas de la situación<br />

de la mujer en algunas sociedades en las<br />

que el uso de algún tipo de velo es una exteriorización<br />

–a veces inofensiva en sí misma–<br />

de otras y más profundas diferencias<br />

37


LOS DERECHOS DE LA MUJER EN UN PAÑUELO<br />

entre varones y mujeres.<br />

Esta condición de marginación y subordinación<br />

que sufren algunas mujeres<br />

puede presentarse como una amenaza para<br />

las sociedades occidentales que han logrado<br />

consolidar importantes niveles de igualdad.<br />

Sin embargo, condensar la situación<br />

de las mujeres musulmanas en algunos países<br />

en la figura del pañuelo de una alumna<br />

en una escuela de nuestro entorno es dar<br />

un salto importante. Aceptar a una niña<br />

con velo en una escuela pública no implica<br />

aceptar la ideología de discriminación u<br />

opresión que podamos representarnos detrás<br />

del pañuelo, precisamente porque el<br />

pañuelo en sí no tiene connotaciones discriminatorias;<br />

estas connotaciones las agregamos<br />

cuando, como observadores con<br />

cierta información, ligamos el pañuelo a<br />

actitudes que sí conllevan un trato diferencial<br />

y discriminatorio.<br />

Por otro lado, no se puede dejar de<br />

considerar, al sopesar los valores en juego,<br />

el derecho a la educación. Asumir una postura<br />

intransigente con respecto al pañuelo<br />

podría llevar, en la práctica, a buscar soluciones<br />

alternativas, como permitir la educación<br />

en casa 3 , que pueden resultar inconvenientes<br />

para la educación de las niñas<br />

afectadas, o incluso a negar la posibilidad<br />

de educación. La mejor forma de ofrecerles<br />

la posibilidad de escoger entre distintas<br />

formas de vida es integrarlas en un ámbito<br />

que pueda enseñarles esos principios de libertad,<br />

autonomía e igualdad que creemos<br />

que enriquecen nuestras acciones. La visualización<br />

de éste y otros aspectos de la<br />

religión y su irrupción en el ámbito público<br />

(en lugar de su reclusión al estricto e<br />

impenetrable ámbito privado) ayuda más<br />

que amenaza al debate y la discusión en<br />

torno al alcance de sus aspectos simbólicos.<br />

Podría sostenerse que los padres y las<br />

madres pueden pedir a sus hijas que utilicen<br />

el velo en distintos ámbitos de la vida<br />

privada pero que deben asistir sin él a la<br />

escuela. Esta posición, que responde a la<br />

necesidad de garantizar que el ámbito privado<br />

sea una esfera protegida en la que el<br />

Estado no debe intervenir, no debería impedirnos<br />

ver algunos de los problemas<br />

que la teoría feminista ha puesto de manifiesto<br />

a propósito de la situación de las<br />

mujeres en el ámbito doméstico. Suele ser<br />

en el restringido contexto del hogar en el<br />

que algunas mujeres se ven privadas de<br />

sus derechos. En muchos casos es de<br />

puertas adentro donde se encuentran más<br />

desprotegidas y donde padecen las peores<br />

situaciones de opresión; la violencia doméstica<br />

es el mejor ejemplo de ello. La escuela,<br />

en cambio, como espacio público<br />

especialmente custodiado, es precisamente<br />

el ámbito en el que menos probablemente<br />

el pañuelo pueda transformarse en<br />

un elemento de estigmatización o desprecio.<br />

La escuela pública ofrecerá a las niñas<br />

la oportunidad de conocer cuáles son sus<br />

derechos, mientras que el hogar puede<br />

llegar a ser un escenario de impunidad<br />

3 En Estados Unidos se siguió esta solución en el<br />

caso de los amish. Ver Michael Walzer (págs. 79 y<br />

sigs., 1998).<br />

para la discriminación.<br />

Se podría alegar que si se acepta el pañuelo<br />

o hiyab, luego se tendrá que aceptar<br />

también el chador o quizá el burka, o incluso<br />

se tendrá que llegar a modificar el<br />

contenido de la educación recibida si es<br />

que los padres objetan que sus hijas asistan<br />

a clase de educación física, de natación<br />

o de biología. El argumento del efecto<br />

dominó, sin embargo, suele ser un mal<br />

argumento ya que la coherencia en la utilización<br />

de ciertas soluciones a ciertos casos<br />

indica que no hay por qué aplicar soluciones<br />

idénticas a casos distintos. Precisamente,<br />

la dificultad de la tolerancia está<br />

en saber qué tolerar y qué no. Las diferencias<br />

culturales o el polémico multiculturalismo<br />

pueden variar en un espectro de casos<br />

de intensidad tan diferente que exigen<br />

un análisis más detallado para poder evaluar<br />

sus consecuencias. Generalmente, los<br />

problemas se plantean cuando entran en<br />

conflicto los principios o valores considerados<br />

universales, aquellos que normalmente<br />

llamamos derechos humanos.<br />

Entre los derechos humanos<br />

y la diferencia cultural<br />

Existe entre la defensa de los derechos humanos<br />

y la reivindicación de la diferencia<br />

cultural (o, planteado en otros términos,<br />

entre la defensa de los derechos individuales,<br />

por un lado, y la defensa de supuestos<br />

intereses colectivos, por otro) un<br />

continuo de casos que podríamos someter<br />

a consideración a fin de evaluar los conflictos<br />

que se presentan y las posibles soluciones<br />

en juego. Algunos de estos casos,<br />

que podríamos ubicar en los extremos del<br />

continuo, presentan una solución clara.<br />

Así, por ejemplo, si un colectivo de<br />

mujeres decide preservar una vestimenta<br />

particular que las identifica con su grupo<br />

étnico, usando tejidos y colores que no<br />

sólo las definen como integrantes de ese<br />

grupo sino que las diferencian respecto de<br />

otros grupos, no veríamos en principio<br />

fuentes de conflicto. Una decisión tal no<br />

sólo no estaría vulnerando los derechos<br />

humanos de las mujeres involucradas, sino<br />

que sería expresión de los mismos, expresión<br />

de la autonomía de la voluntad, y<br />

podría ser a su vez una manifestación de<br />

creatividad estética o artística. A este caso<br />

podríamos llamarlo un caso fácil, que no<br />

nos enfrenta con la necesidad de tener<br />

que optar entre la preservación o no de la<br />

conducta en cuestión porque dicha conducta<br />

no interfiere con valores cuya vulneración<br />

suscite conflictos. La preservación<br />

de los distintos hábitos que podemos<br />

llamar culturales surge en la medida en<br />

38 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


que las personas crean pautas y formas de<br />

comportamiento que valoran especialmente<br />

y con las que a menudo suelen<br />

sentirse mejor para llevar a cabo sus decisiones<br />

y planes de vida, y la aceptación de<br />

la diferencia tiene lugar precisamente en<br />

la medida en que las mencionadas pautas<br />

no vulneren esos principios garantes de la<br />

autonomía individual que conocemos como<br />

derechos humanos.<br />

Podemos pensar también en casos que<br />

se encontrarían al otro extremo del continuo.<br />

Pensemos, por ejemplo, en una cultura<br />

en la que las tradiciones propias de un<br />

grupo enseñan a sus integrantes que las<br />

mujeres son simples objetos sexuales al servicio<br />

de los varones y que éstos son dueños<br />

de la vida de aquéllas, pudiendo decidir sobre<br />

todos sus aspectos. Un caso como éste<br />

no nos haría dudar en ningún momento a<br />

la hora de decidirnos por la defensa de los<br />

derechos humanos de la mujer para impugnar<br />

una práctica como la señalada, que<br />

vulnera el más elemental derecho de la<br />

mujer a decidir sobre su propia vida. En<br />

un caso tal no consideraríamos válida la invocación<br />

del relativismo cultural y entenderíamos<br />

que una tradición de esta índole,<br />

por arraigada que estuviera y ancestral que<br />

fuera, debería quedar eliminada al amparo<br />

de los derechos humanos. Éste sería entonces<br />

otro caso fácil, pero ubicado en el otro<br />

extremo del continuo, ya que si en el primer<br />

caso nos decidíamos a favor de la diversidad<br />

cultural, en este último nos decidimos<br />

a favor de los derechos humanos.<br />

¿Por qué resultan claros estos casos?<br />

¿Qué tipo de relativismo está en juego en<br />

una y otra situación? En el caso de la diversidad<br />

en el vestir, lo que estamos aceptando<br />

es la existencia de una diversidad respecto<br />

de costumbres que podemos llamar<br />

triviales o moralmente irrelevantes. Al hacerlo<br />

aceptamos la diversidad de hechos o<br />

acciones que no encierran en sí mismos valor<br />

moral ni generan conflictos de carácter<br />

ético o moral. El hecho de que las mujeres<br />

de una comunidad étnica elijan vestirse de<br />

rojo no contiene en sí mismo ninguna<br />

connotación moral; vestirse de rojo –o de<br />

verde o de azul– no es valioso ni disvalioso.<br />

Lo valioso es reconocer el derecho a escoger<br />

opciones diferentes.<br />

El segundo caso es distinto del primero.<br />

En el ejemplo que considera a las mujeres<br />

como objetos sexuales, aceptar la diversidad,<br />

y con ella el relativismo, equivaldría<br />

a ignorar que hemos pasado del terreno de<br />

la cultura al terreno de la moral y que, por<br />

tanto, los criterios de evaluación en uno y<br />

otro caso no pueden ser los mismos. Si<br />

aplicamos los mismos criterios de evalua-<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

ción que en el primer caso estaremos aceptando<br />

el relativismo moral. Esto se opone a<br />

la defensa de los derechos humanos, que,<br />

como derechos morales, se distinguen por<br />

ser universales, absolutos e inalienables 4 .<br />

Por tanto, si defendemos los derechos humanos<br />

como principios universalizables,<br />

nos vemos obligados a rechazar el relativismo<br />

moral 5 .<br />

Estos dos casos constituyen casos fáciles<br />

por encontrarse, como he intentado explicar,<br />

en los respectivos extremos del continuo<br />

que va de la sola diversidad cultural<br />

(como enunciado descriptivo) a los derechos<br />

humanos (como premisa normativa<br />

de contenido moral). Podríamos reformular<br />

el caso de la diversidad en el vestido<br />

agregando algunos elementos que lo transformen<br />

en un caso moralmente relevante.<br />

Dijimos que las mujeres de un grupo étnico<br />

determinado pueden reivindicar su especial<br />

forma de vestir como una característica<br />

de su identidad grupal e individual.<br />

En esta formulación es esencial remarcar<br />

que cada una de ellas elige preservar la tradición<br />

en el vestido, ya que el supuesto<br />

cambiaría si dentro del colectivo hubiese<br />

mujeres que rechazaran aceptar esta tradición.<br />

¿Podría en tal caso obligarse a una integrante<br />

de dicho grupo étnico a vestir<br />

conforme a las pautas colectivas? ¿Pueden<br />

sacrificarse derechos individuales –el derecho<br />

a la autonomía personal, a la libertad<br />

de elección– para proteger supuestos derechos<br />

colectivos? El ejemplo del vestir puede<br />

parecer trivial; sin embargo, existen supuestos<br />

en los que decidir si priman los derechos<br />

individuales sobre las decisiones de<br />

la comunidad, o viceversa, adquiere una<br />

especial relevancia. (Piénsese, por ejemplo,<br />

en grupos en los cuales se rechace la medicina<br />

moderna: ¿podría el Estado intervenir<br />

para proteger los derechos de una persona<br />

al momento de ser necesaria una intervención<br />

quirúrgica para proteger su vida?).<br />

Los conflictos que surgen a raíz de algunos<br />

postulados religiosos suelen presentar<br />

casos cuya solución no siempre es fácil.<br />

4 Ver Francisco Laporta (1987): ‘Sobre el concepto<br />

de derechos humanos’, en Doxa. Cuadernos de<br />

Filosofía del Derecho, número 4; Silvina Álvarez<br />

(2000): ‘Derechos humanos de las mujeres y relativismo<br />

cultural’, en Pilar Pérez Cantó y Elena Postigo<br />

Castellanos (eds.), Autoras y protagonistas. Universidad<br />

Autónoma de Madrid.<br />

5 La fundamentación de los principios morales<br />

da lugar a importantes discrepancias, en cuyo análisis<br />

no voy a extenderme aquí. Sólo podría señalarse que,<br />

incluso si cuestionásemos la fundamentación objetivista<br />

de la moral, podríamos convenir en el alto consenso<br />

que avala la aceptación de algunos de los mencionados<br />

principios como valores susceptibles de ser<br />

objeto de las más diversas preferencias individuales.<br />

SILVINA ÁLVAREZ<br />

Mientras la libertad de culto es un derecho<br />

ampliamente reconocido, no cualquier<br />

práctica religiosa resulta compatible con la<br />

defensa de los derechos humanos. No basta<br />

con invocar la religión para defender<br />

ciertas prácticas. No podemos alegar las<br />

enseñanzas de los libros considerados sagrados<br />

como argumento válido en favor de<br />

la subordinación de la mujer. En primer<br />

lugar, y sin entrar en el contenido de las<br />

prácticas que se pretenda defender, porque<br />

la religión es una cuestión de fe individual<br />

en ciertas creencias y ninguna pauta social<br />

–intersubjetiva– válida puede basarse en<br />

una cuestión de fe individual, sino que debe<br />

hacerlo en principios susceptibles de ser<br />

aceptados por todos y por todas 6 . Otra<br />

vez, aquí nos encontraríamos con casos fáciles<br />

y casos difíciles. Mientras que los casos<br />

de mutilación resultan claros, otros casos,<br />

en cambio, tienen más aristas. El uso<br />

del velo se ha presentado como un caso en<br />

el que se revelan distintos derechos en juego.<br />

¿Puede su uso entenderse como equivalente<br />

a la opción por un tipo determinado<br />

de vestimenta o, por el contrario, debe interpretarse<br />

como un signo de sometimiento<br />

de la mujer respecto del varón, violándose<br />

en tal caso el derecho de igualdad de<br />

las mujeres respecto de los varones? El caso<br />

de la mutilación genital de las niñas suscita<br />

una repulsión instantánea 7 , basada en la<br />

violación de derechos tan elementales como<br />

la integridad física o la capacidad para<br />

decidir sobre el propio cuerpo, que está<br />

muy alejada de las inquietudes que pueda<br />

despertar el uso del velo.<br />

Puede pensarse, sin embargo, que, en<br />

el caso del pañuelo de las niñas musulmanas,<br />

las razones últimas que están detrás de<br />

la idea de ocultar una parte del cuerpo que<br />

a los varones se les permite hacer visible<br />

son las mismas que subyacen a otras prácticas<br />

que nos resultan tan aberrantes como<br />

la ablación del clítoris: razones que tienen<br />

que ver con la consideración de la mujer<br />

como un ser sin capacidad de decisión sobre<br />

su propio cuerpo, un ser sobre el que<br />

disponen otros. Puede ser que esto sea así<br />

en muchos casos o que lo haya sido en el<br />

origen de la práctica, aunque en otros casos<br />

las razones que algunas mujeres mu-<br />

6 Ver Ernesto Garzón Valdés: Cinco confusiones<br />

acerca de la relevancia moral de la diversidad cultural,<br />

CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA, julio/agosto 1997,<br />

pág. 11.<br />

7 En la declaración de Pekín (IV Conferencia<br />

Mundial de Naciones Unidas sobre las Mujeres; Pekín,<br />

China, 4-15 de septiembre de 1995) se subraya<br />

con especial énfasis el rechazo de las costumbres, tradiciones<br />

y pautas religiosas que someten a la mujer a<br />

prácticas como la mutilación genital femenina.<br />

39


LOS DERECHOS DE LA MUJER EN UN PAÑUELO<br />

sulmanas tienen para usar un velo son variadas<br />

y responden en muchos casos a una<br />

decisión personal. Pero incluso si considerásemos<br />

que las razones subyacentes son<br />

las mismas y tan reprochables en un caso<br />

como en otro, el hecho de llevar un pañuelo<br />

no repercute sobre la niña de la<br />

misma manera en que lo hace la irreversible<br />

y cruel acción de someterla a una mutilación,<br />

y, por tanto, la respuesta en uno<br />

y otro caso no tiene que ser la misma.<br />

Por último, las consideraciones de tolerancia<br />

no parecen mal invocadas cuando<br />

se trata del uso de un pañuelo. Sabemos<br />

que la tolerancia debe funcionar como un<br />

mecanismo para la convivencia entre distintas<br />

concepciones de la vida, siempre que<br />

lo tolerado no vulnere aquellos principios<br />

que sustentan la propia idea de tolerancia.<br />

Llevar una cruz colgada al cuello y llevar<br />

un pañuelo en la cabeza son manifestaciones<br />

religiosas que, en tanto símbolos, no<br />

difieren demasiado la una de la otra 8 . Como<br />

expresión de los principios religiosos<br />

que alimentan dichos comportamientos, el<br />

velo puede aparecer en algunos supuestos<br />

como portador de una simbología de discriminación.<br />

Pero no sólo el velo respecto<br />

de la religión musulmana. Quienes profesan<br />

otras religiones a menudo están consintiendo<br />

también muchos comportamientos<br />

discriminatorios, como los que tienen<br />

lugar en la jerarquía de la Iglesia católica,<br />

en la que las mujeres no pueden acceder a<br />

los mismos cargos de responsabilidad que<br />

los hombres ni visten de la misma manera.<br />

Volviendo al caso que nos ocupa, impedir<br />

el uso del velo exigiría una argumentación<br />

que fuera más allá del simple hecho de llevar<br />

un pañuelo, una argumentación que<br />

no parece basarse en la existencia de un daño<br />

claro y cuya consecución llevaría a cuotas<br />

importantes, y probablemente indeseables,<br />

de intervencionismo estatal 9 .<br />

Para que la vindicación<br />

no se interrumpa<br />

Preservar la libertad de expresar, a través de<br />

símbolos, la propia religión (o la de los padres,<br />

como suele ser el caso cuando se trata<br />

de menores) no debe confundirse con la<br />

defensa de la diferencia cultural como bien<br />

en sí. Los derechos, como el de libertad,<br />

tienen su justificación en el reconocimiento<br />

del individuo como sujeto cuya autonomía<br />

debe ser protegida. Es a partir de con-<br />

8 Ver Anna Elisabetta Galeotti: ‘Citizenship and<br />

equality. The place of toleration’, en Political Theory,<br />

vol 21, núm. 4, págs. 585-605, noviembre 1993.<br />

9 Galeotti, op. cit., pág. 588.<br />

siderar a las personas como titulares de los<br />

derechos que reconocen y protegen su capacidad<br />

para decidir sobre sus propias acciones<br />

como tiene sentido hablar de pluralismo<br />

y diferencia 10 (de ahí que la defensa<br />

de los derechos de las mujeres y de la igualdad<br />

con el varón en el ejercicio de tales derechos<br />

debe hacerse en nombre de las propias<br />

mujeres y no de las culturas o las religiones<br />

a las que ellas puedan adherirse).<br />

No se trata, por tanto, de preservar tales<br />

derechos en nombre de ninguna identidad<br />

colectiva –y me atrevería a decir que tampoco<br />

en nombre de la identidad personal,<br />

pero esto exigiría mayores precisiones–. La<br />

noción de identidad no es más que una<br />

construcción social, a veces peligrosa, que<br />

puede constreñir a las personas a permanecer<br />

fieles a comportamientos, costumbres o<br />

tradiciones que a menudo son fuente de<br />

desigualdad y opresión. Las culturas suelen<br />

reflejar una asignación diferenciada de posiciones<br />

sociales que legitima el mayor poder<br />

o prestigio de unas personas sobre<br />

otras 11 . Algunas culturas y comunidades<br />

han defendido su creencia en la superioridad<br />

del varón ario: Occidente lleva consigo<br />

una larguísima tradición patriarcal 12 reflejada<br />

en reglas sociales que confieren las<br />

posiciones de poder y prestigio a los varones<br />

y las tareas de cuidado y crianza a las<br />

mujeres. Algunas culturas creen todavía tener<br />

el derecho de mutilar a las mujeres o<br />

de condenarlas a la reclusión y la invisibilidad.<br />

Otras comunidades confieren derechos<br />

asimétricos respecto del matrimonio:<br />

ellos –y no ellas– pueden tener varias esposas,<br />

sobre las que deciden.<br />

Los derechos de las mujeres han sido<br />

ampliamente negados por las estructuras<br />

de dominación de muchas y variadas culturas,<br />

y en la historia de la vindicación de<br />

10 Ver Francisco Laporta: Inmigración y respeto,<br />

en CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA, julio/agosto 2001,<br />

págs. 64-68.<br />

11 Ver Virginia Maquieira: ‘Cultura y derechos<br />

humanos de las mujeres’, en Pilar Pérez Cantó (coord.),<br />

Las mujeres del Caribe en el umbral de 2000. Dirección<br />

General de la Mujer, Consejería de Sanidad y<br />

Servicios Sociales y Comunidad de Madrid, págs.<br />

171-203, 1998.<br />

12 Ver Silvina Álvarez (2001): ‘Feminismo radical’,<br />

en E. Beltrán y V. Maquieira (eds.), Feminismos.<br />

Debates teóricos contemporáneos, págs. 104 y sigs.,<br />

Alianza, Madrid; Kate Millet (1970): Política sexual,<br />

Cátedra, Madrid (trad. de Ana María Bravo García,<br />

revisada por Carmen Martínez Gimenos); Celia Amorós<br />

(1991): Hacia una crítica de la razón patriarcal,<br />

Anthropos, Barcelona.<br />

13 Ver Cristina Sánchez: ‘Modernidad y ciudadanía:<br />

el debate ilustrado’, en E. Beltrán y V. Maquieira<br />

(eds.), op. cit., págs. 17-35.<br />

14 Ver Elena Beltrán: ‘La mística de la feminidad:<br />

el problema que no tiene nombre’, en E. Beltrán<br />

y V. Maquieira (eds.), op. cit., págs. 89-92.<br />

los derechos de la mujer la lucha por el acceso<br />

a la educación y la cultura ha sido una<br />

constante de quienes nos precedieron. Lo<br />

fue para la inglesa Mary Wollstonecraft y<br />

las ilustradas de la edad de la razón 13 ; para<br />

las radicales, las socialistas y las liberales,<br />

que con Betty Friedam denunciaban en<br />

Estados Unidos ese malestar generado por<br />

el eterno retorno a la mística de la feminidad<br />

14 ; para las sufragistas, que pedían el<br />

reconocimiento de su individualidad como<br />

ciudadanas para poder salir de la minoría<br />

de edad política a la que estaban sometidas.<br />

En España, mujeres como Concepción<br />

Arenal (disfrazada de varón para poder<br />

entrar en las aulas universitarias), Emilia<br />

Pardo Bazán o María de Maeztu (que<br />

insistiera en el principio de la coeducación,<br />

la educación conjunta de niños y niñas, y,<br />

podríamos agregar, de niños y niñas de<br />

creencias plurales), entre muchas otras, vieron<br />

en la educación la condición indispensable<br />

para lograr la autonomía y la igualdad.<br />

Desde los márgenes de la historia oficial,<br />

las mujeres no han interrumpido una<br />

tradición de reivindicación de sus derechos,<br />

que no es de dos o tres generaciones,<br />

sino de siglos, y que está aún lejos de haber<br />

llegado a su fin.<br />

Esgrimir el argumento de la igualdad<br />

entre los sexos para exigir a una niña musulmana<br />

que deje su velo al entrar en las<br />

aulas es un mal argumento: no sólo porque<br />

olvida considerar los otros derechos en juego<br />

en la situación creada, sino porque en<br />

nombre de la igualdad interfiere con una<br />

decisión individual cuyo supuesto daño no<br />

queda configurado por el solo hecho de la<br />

presencia del pañuelo. A esto se suma el<br />

interés prioritario que para el logro de esa<br />

misma igualdad entre mujeres y varones<br />

tiene el derecho a la educación. Un interés<br />

genuino por las desiguales oportunidades<br />

que tienen las mujeres frente a los varones<br />

debería fijar la vista en reforzar la preparación<br />

y la integración de las niñas en contextos<br />

más favorables para el desarrollo de<br />

sus elecciones autónomas. El derecho a la<br />

educación –a una educación no sexista–<br />

parece confirmar su actualidad y nos emplaza<br />

a defenderlo, para que la vindicación<br />

no se interrumpa. n<br />

[Agradezco a Francisco Laporta y Elena Beltrán sus<br />

valiosos comentarios a este texto.]<br />

Silvina Álvarez es profesora de Filosofía del Dere-<br />

40 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


¿UN PARLAMENTARISMO<br />

PRESIDENCIALISTA?<br />

1. Las previsiones constitucionales:<br />

un parlamentarismo “racionalizado”<br />

La transición política española instauró<br />

una democracia que, como cualquiera de<br />

las que existen en el mundo, se articula,<br />

primordialmente, a través de la representación.<br />

La democracia constitucional es,<br />

por principio, democracia representativa,<br />

sin que el caso de Suiza, tan peculiar, venga<br />

a desmentir por completo esta afirmación.<br />

Por ello las formas de participación<br />

directa de los ciudadanos en el ejercicio<br />

del poder, previstas en nuestra Constitución<br />

o en otras constituciones próximas<br />

(por ejemplo, la francesa o la italiana)<br />

mediante la figura del referéndum, se presentan<br />

como un complemento, pero no<br />

como una sustitución, de la participación<br />

indirecta a través de representantes libremente<br />

elegidos. Más aún, en términos jurídicos,<br />

tales vías de participación directa<br />

han de considerarse como excepciones (y<br />

por lo mismo interpretables restrictivamente)<br />

frente a la regla general de la democracia<br />

representativa.<br />

De ahí que en los Estados democráticos<br />

el Parlamento constituya la pieza fundamental<br />

de la organización política, hasta<br />

el punto de dar su nombre al modelo<br />

actual de democracia representativa. La<br />

democracia parlamentaria es, pues, la forma<br />

común del Estado constitucional democrático<br />

de nuestro tiempo. Y ello es así<br />

incluso en los sistemas presidencialistas,<br />

donde el poder ejecutivo también es producto<br />

de la elección popular pero donde<br />

el Parlamento sigue siendo, constitucionalmente,<br />

el máximo poder del Estado al<br />

estarle atribuida la capacidad de adoptar,<br />

por medio de las leyes, las decisiones políticas<br />

más importantes. Sin embargo, no<br />

cabe duda de que, al menos en teoría, la<br />

función del Parlamento aparece acrecentada<br />

en los llamados sistemas parlamentarios;<br />

es decir, en los Estados con forma<br />

parlamentaria de gobierno, donde, a dife-<br />

MANUEL ARAGÓN<br />

rencia de los sistemas presidencialistas, la<br />

Cámara legislativa es el único poder que<br />

recibe la inmediata legitimación popular.<br />

Por ello, en el sistema parlamentario el<br />

Ejecutivo ha de gozar de la confianza de<br />

la Cámara, que aparece así no sólo como<br />

la institución encargada de hacer las leyes,<br />

sino también como la institución de la<br />

que emana el gobierno, al que controla<br />

hasta el punto de poderlo derribar mediante<br />

un voto de censura.<br />

Este último es nuestro sistema, consecuencia<br />

de la doble opción por la democracia<br />

y la monarquía. El Estado<br />

democrático, en una república, puede tener<br />

como formas de gobierno la presidencialista<br />

o la parlamentaria; el Estado<br />

democrático, en una monarquía, difícilmente<br />

puede tener otra forma de gobierno<br />

distinta de la parlamentaria. Ahora<br />

bien, dentro de la forma parlamentaria de<br />

gobierno caben diversas modalidades según<br />

la manera específica en que se regulen<br />

las relaciones entre el legislativo y el<br />

Ejecutivo. Nuestra Constitución optó por<br />

un modelo de parlamentarismo “racionalizado”<br />

mediante el establecimiento de<br />

determinadas reglas que, de un lado, favorecen<br />

la estabilidad gubernamental y,<br />

de otro, realzan notoriamente la figura<br />

del presidente del Gobierno. Si acudimos<br />

a una terminología bien conocida puede<br />

decirse que en España el sistema parlamentario<br />

no es de “Gabinete”, sino de<br />

“canciller” o de “primer ministro”.<br />

La estructura de la forma de gobierno<br />

está muy clara en el texto constitucional.<br />

Allí aparece, incluso, su propia definición<br />

(una “Monarquía parlamentaria”,<br />

art. 1.3); así como la declaración de que<br />

el parlamento es la institución directamente<br />

representativa de los ciudadanos<br />

(“las Cortes Generales representan al<br />

pueblo español”, art. 66.1) y a la que<br />

compete el control del Ejecutivo (“controlan<br />

la acción del Gobierno”, art. 66.2)<br />

mediante una serie de dispositivos entre<br />

los que destacan la investidura parlamentaria<br />

del presidente (art. 99), la votación<br />

de confianza (art. 112) y la moción de<br />

censura (art. 113); como contrapartida,<br />

el presidente del Gobierno puede proponer<br />

al Rey la disolución de las Cámaras<br />

(art. 115).<br />

A partir de esas líneas básicas, definidoras<br />

de unos rasgos en buena parte comunes<br />

de cualquier sistema parlamentario,<br />

lo que importa verdaderamente es<br />

analizar cuáles son los caracteres específicos<br />

de nuestra forma de gobierno, esto es,<br />

su singularidad respecto de otras del mismo<br />

género. Para ello conviene examinar,<br />

en primer lugar, el tipo de Parlamento<br />

que la Constitución establece, ya que, por<br />

principio, se trata de la institución central<br />

del sistema.<br />

Las dos Cámaras, Congreso de los Diputados<br />

y Senado, que componen nuestras<br />

Cortes Generales, pese a que existan diferencias<br />

en el modo de elección de sus<br />

miembros (sistema electoral proporcional<br />

corregido para el Congreso y mayoritario<br />

corregido para el Senado), responden al<br />

mismo tipo de representación. Ambas se<br />

integran por elección directa de los ciudadanos<br />

y, en uno y otro proceso electoral, la<br />

circunscripción es también la misma: la<br />

provincia. La minoría de senadores elegidos<br />

por los parlamentos de las comunidades<br />

autónomas, precisamente por la escasa<br />

importancia de su número en relación con<br />

el total de la Cámara, no supone una verdadera<br />

alteración de aquel esquema representativo.<br />

En ese sentido, la declaración<br />

constitucional de que el Senado es “la Cámara<br />

de representación territorial” (art.<br />

69.1) alcanza muy escasa (por no decir<br />

ninguna) operatividad 1 . La primera característica<br />

de nuestro Parlamento bicameral<br />

es, pues, la duplicidad representativa.<br />

La segunda característica es la duplicidad<br />

funcional en todo lo que se refiere a la<br />

42 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


potestad legislativa.<br />

En ese plano podría<br />

hablarse de un bicameralismo<br />

por repetición,<br />

en cuanto que el<br />

procedimiento legislativo<br />

ha de reiterarse,<br />

de modo sustancialmente<br />

idéntico, en una<br />

y otra Cámara, con la<br />

salvedad de que la mayoría<br />

absoluta requerida para<br />

las leyes orgánicas sólo se exige<br />

en el Congreso (art. 81.2 CE) y<br />

de que, como es razonable,<br />

en caso de conflicto<br />

en la elaboración de cualquier ley<br />

prevalece la voluntad de una de las Cámaras<br />

(el Congreso) sobre la voluntad de la<br />

otra (el Senado) (art. 90 CE).<br />

La tercera característica es el monopolio<br />

por el Congreso de la verificación<br />

de la responsabilidad política gubernamental.<br />

El Gobierno sólo “responde solidariamente<br />

en su gestión política ante el<br />

Congreso de los Diputados” (art. 108<br />

CE). Es el Congreso el que vota la investidura<br />

del presidente del Gobierno (art.<br />

99 CE) y, en consecuencia, sólo ante el<br />

Congreso puede plantear el presidente del<br />

Gobierno la cuestión de confianza (art.<br />

112 CE), correspondiéndole también<br />

únicamente al Congreso adoptar una moción<br />

de censura (art. 113 CE). En nuestro<br />

1 De ahí la necesidad de reformar el Senado para<br />

convertirlo en Cámara de auténtica representación territorial,<br />

como exige un Estado compuesto de tan amplia<br />

e intensa distribución territorial del poder como<br />

lo es el actual Estado autonómico español. Sin embargo,<br />

las dificultades para ello son grandes; y no sólo<br />

porque para dotar de efectividad a esa Cámara habría,<br />

muy probablemente, que modificar la Constitución,<br />

sino porque las diferencias “políticas” de nuestras comunidades<br />

autónomas hacen sumamente improbable<br />

la existencia de una Cámara de integración territorial<br />

como debiera ser el Senado.<br />

sistema, pues, al no participar el Senado<br />

de ninguna manera en la relación de confianza,<br />

los instrumentos más característicos<br />

de la forma parlamentaria de gobierno<br />

no se ejercen de manera bicameral,<br />

sino unicameral. Es cierto que la función<br />

parlamentaria de control se desempeña,<br />

además, por otros medios (preguntas, interpelaciones,<br />

etcétera) de los que sí dispone<br />

el Senado de igual manera que el<br />

Congreso; pero la exclusividad de éste sobre<br />

la exigencia de responsabilidad política<br />

hace que aquellos otros medios pierdan<br />

en el Senado una buena parte de su eficacia.<br />

El monopolio del Congreso se extiende,<br />

además, a otras materias. Así sólo el<br />

Congreso convalida o deroga los Decretos-Ley<br />

(art. 86.2 CE), autoriza la convocatoria<br />

de referéndum (art. 92.2 CE) e<br />

interviene en los procesos de declaración<br />

o prórroga de los Estados de alarma, excepción<br />

y sitio (art. 117 CE). Frente a<br />

ello, la única competencia que monopoliza<br />

el Senado es la aprobación de las medidas<br />

extraordinarias de intervención estatal<br />

en las comunidades autónomas (art. 155<br />

CE).<br />

Una vez expuestas, muy resumidamente,<br />

las características de las Cortes<br />

Generales, procede<br />

examinar el tipo de<br />

Gobierno que la<br />

Constitución ha previsto<br />

2 . Como antes se<br />

dijo, nuestro modelo<br />

de parlamentarismo<br />

“racionalizado” destaca<br />

por la pretensión de fomentar<br />

la estabilidad gubernamental<br />

y por la relevancia<br />

que se otorga a la figura del presidente<br />

del Gobierno. El instrumento<br />

básico para lo primero es la configuración<br />

“constructiva” de la moción de censura,<br />

a la manera alemana. Para poder<br />

presentarse, la moción de censura habrá<br />

de incluir un candidato a la Presidencia<br />

del Gobierno; y, para que triunfe, habrá<br />

de obtener la mayoría absoluta de los<br />

miembros del Congreso (art. 113 CE).<br />

En consecuencia, no es suficiente, para<br />

derribar al Gobierno, que haya una mayoría<br />

en la Cámara contraria a su permanencia;<br />

ha de haber, al mismo tiempo,<br />

una mayoría absoluta que, censurando al<br />

Gobierno, apoye a un nuevo presidente.<br />

Es innegable que esta fórmula fomenta la<br />

estabilidad gubernamental; pero también<br />

que facilita notablemente los Gobiernos<br />

de minoría, habida cuenta, además, de<br />

que la investidura del presidente del Gobierno<br />

sólo requiere de mayoría absoluta<br />

del Congreso en la primera votación, bastando<br />

en la segunda la mayoría simple<br />

(art. 99.3 CE).<br />

Sobre la posición preeminente del<br />

presidente del Gobierno en la estructura<br />

2 Y que ha concretado o desarrollado la Ley<br />

50/1997, de 27 de noviembre, del Gobierno, en la<br />

que se contienen todas las precisiones acerca de<br />

la configuración del Gobierno, del estatuto de sus<br />

miembros, del presidente del Gobierno, del Gobierno<br />

“en funciones” y, en general, del régimen jurídico de<br />

los actos del Gobierno.<br />

43


¿UN PARLAMENTARISMO PRESIDENCIALISTA?<br />

del Ejecutivo, la Constitución es bastante<br />

clara. No se trata sólo de que aparezca al<br />

presidente como auténtico “director” del<br />

Gobierno y no exactamente como un<br />

“primer ministro”, lo que es patente (“el<br />

presidente dirige la acción del Gobierno<br />

y coordina las funciones de los demás<br />

miembros del mismo”, art. 98.2 CE), sino<br />

también de que esa función directora<br />

se encuentra muy reforzada en la medida<br />

en que es el presidente (y no el Gobierno)<br />

el que recibe la primera confianza de<br />

la Cámara: en el acto de investidura se<br />

elige un presidente y no un Gobierno<br />

que, obviamente, aún no se ha formado.<br />

La cuestión de confianza la puede plantear<br />

el presidente (sobre “su programa o sobre<br />

una declaración de política general”, art.<br />

112 CE), previa deliberación del Consejo<br />

de Ministros, claro está, pero sin que ello<br />

convierta en colegiada una decisión que<br />

sigue siendo personal. La moción de censura<br />

se presenta frente al Gobierno, pero<br />

su triunfo no supone sólo el cese de éste,<br />

sino además la elección automática de un<br />

nuevo presidente, esto es, el otorgamiento<br />

de una nueva confianza a otra persona<br />

(y no a otro Gobierno). Y en fin, es el<br />

presidente, previa deliberación del Consejo<br />

de Ministros, pero “bajo su exclusiva<br />

responsabilidad” quien puede proponer<br />

al Rey la disolución de las Cámaras (art.<br />

115.1 CE).<br />

El Gobierno responde solidariamente<br />

de su gestión ante el Congreso de los Diputados,<br />

pero los ministros responden, individualmente,<br />

de sus propios cometidos ante<br />

el presidente del Gobierno (esa parece ser la<br />

interpretación correcta que se deriva del<br />

98.2 CE), que libremente propone al Rey<br />

su nombramiento y cese (art. 100 CE). En<br />

resumen, puede decirse que el Gobierno lo<br />

es del presidente y no de la Cámara o de la<br />

mayoría de la Cámara. Esta preeminencia<br />

del presidente se refuerza aún más en la<br />

medida en que determinadas decisiones le<br />

están atribuidas personalmente, esto es, como<br />

órgano separado, y no al Consejo de<br />

Ministros. Así, la propuesta de convocatoria<br />

de referéndum (art. 92.2 CE) o la facultad<br />

de interponer el recurso de inconstitucionalidad<br />

(art. 162.1.a) CE).<br />

2. La práctica política:<br />

entre el parlamentarismo “presidencial”<br />

y parlamentarismo “presidencialista”<br />

La concepción clásica del parlamentarismo<br />

según la cual el Gobierno está subordinado<br />

al Parlamento, del que recibe su legitimación<br />

y al que ha de rendir cuentas permanentemente<br />

de su gestión como si fuese<br />

una especie de comisión delegada del órga-<br />

no que representa a la soberanía popular,<br />

no se corresponde hoy exactamente con la<br />

realidad. La organización de la democracia<br />

a través de los partidos políticos ha originado<br />

una notable alteración en aquel viejo<br />

esquema que, por lo demás, nunca llegó a<br />

funcionar como idealmente se había concebido.<br />

Hoy los partidos, y no los parlamentarios<br />

individuales, son, por lo general,<br />

los verdaderos protagonistas de la actividad<br />

de las Cámaras. La disciplina de partido ha<br />

hecho que sea el Gobierno el que dirija a<br />

su mayoría parlamentaria, invirtiéndose<br />

la relación de subordinación, hasta el punto<br />

de que ha podido decirse que en la<br />

actualidad es el Parlamento el comité legislativo<br />

del Gobierno. Por todo ello, la<br />

posibilidad de que triunfe una moción parlamentaria<br />

de censura es bastante remota y,<br />

en consecuencia, la responsabilidad política<br />

del Gobierno parece más una proclamación<br />

retórica que una regla efectiva.<br />

Por otra parte, el sistema electoral de<br />

listas cerradas y bloqueadas (que es el español<br />

por obra de la Ley Electoral) potencia<br />

la disciplina interna en el seno de los partidos<br />

y, por lo mismo, la cohesión de los grupos<br />

parlamentarios. Los reglamentos de las<br />

Cámaras contribuyen a acentuar la dependencia<br />

de los parlamentarios respecto de<br />

sus correspondientes grupos, de tal manera<br />

que son los portavoces o presidentes de éstos<br />

los auténticos directores (o impulsores)<br />

de las actividades parlamentarias. La nueva<br />

forma de la responsabilidad política es la de<br />

una estructura jerárquica bien distinta a la<br />

“ideal” subordinación del Gobierno al Parlamento.<br />

Esa estructura ahora, en un buen<br />

número de países, pero muy especialmente<br />

en España, es la que descansa en la subordinación<br />

del parlamentario individual a su jefe<br />

de grupo, la de éste a su partido y la del<br />

partido a su líder. Como el líder del partido<br />

mayoritario es (o suele ser) a su vez el presidente<br />

del Gobierno, éste ocupa la cúspide<br />

del poder; a él están subordinados el Gobierno,<br />

el partido y el grupo parlamentario,<br />

esto es, a él está subordinada la voluntad<br />

del Ejecutivo y del legislativo. Esta situación<br />

no parece, en modo alguno, una perversión<br />

del sistema, sino su normal consecuencia<br />

si añadimos, además de los factores<br />

ya aludidos, la forma de gobierno de<br />

la Unión Europea (que potencia a los Ejecutivos<br />

y, sobre todo, a los primeros ministros<br />

o presidentes del Gobierno) y, por<br />

3 Es cierto que el fenómeno ocurre también en<br />

los demás sistemas parlamentarios europeos, pero<br />

entre nosotros se manifiesta con mayor intensidad debido,<br />

sobre todo, al sistema electoral de listas cerradas<br />

y bloqueadas.<br />

supuesto, la realidad de unas elecciones<br />

parlamentarias, como las españolas 3 , que,<br />

por obra de una propaganda en la que<br />

predomina sobre todo la imagen, se manifiestan<br />

más como elecciones plebiscitarías<br />

que como elecciones representativas, es<br />

decir, como elecciones no tanto a diputados<br />

o senadores cuanto a presidente de<br />

Gobierno. Los aspirantes a parlamentarios<br />

que componen las listas electorales<br />

quedan en muy segundo plano; puede decirse<br />

incluso que se difuminan, máxime<br />

cuando la relación de los aspirantes con la<br />

circunscripción en la que se presentan o<br />

no existe o juega muy escaso papel. Celebradas<br />

las elecciones y constituidas las nuevas<br />

Cámaras, los parlamentarios continúan<br />

virtualmente en el anonimato: la suerte del<br />

Gobierno, las leyes que se dicten, los Presupuestos<br />

que se aprueben, no van a depender<br />

ni de sus discursos ni de sus decisiones,<br />

sino de los jefes de sus respectivos grupos<br />

políticos, que serán los que actúen en los<br />

debates parlamentarios más importantes y<br />

los que les impartan instrucciones para votar<br />

de una u otra manera.<br />

Ahora bien, la difuminación de los<br />

parlamentarios individuales no tendría<br />

por qué conducir necesariamente a la difuminación<br />

del parlamento; sólo llevaría a<br />

un parlamento oficialmente numeroso,<br />

pero virtualmente reducido: un Parlamento<br />

de jefes de grupo, es decir, un parlamento<br />

de “portavoces”. Ocurre, sin embargo,<br />

que la forma en que están organizados<br />

en nuestro país los debates<br />

parlamentarios contribuye a que incluso<br />

ese parlamento reducido continúe difuminado.<br />

De un lado, el presidente del<br />

Gobierno, que sí se somete (por fin, desde<br />

hace sólo varios años) periódicamente<br />

a las preguntas de los parlamentarios (en<br />

las llamadas “sesiones de control” en el<br />

Congreso de los Diputados), no interviene<br />

con asiduidad en los debates, reservándose<br />

generalmente para las grandes ocasiones.<br />

De otro, los debates se celebran<br />

con muy escasa vivacidad: los miembros<br />

del Gobierno y los portavoces de los grupos<br />

ocupan sucesivamente la tarima de<br />

oradores y leen (muy pocas veces improvisan)<br />

sus discursos preparados. Por último,<br />

los problemas políticos importantes<br />

no siempre son tratados de inmediato en<br />

el parlamento, con el consiguiente desprestigio<br />

de éste. A todo ello ha de añadirse<br />

la tendencia a “consensuar” las grandes<br />

decisiones (e incluso, las que han de<br />

revestir forma de ley) con los llamados<br />

“protagonistas sociales”, utilizándose a las<br />

Cámaras como órganos de mera ratificación<br />

de lo ya acordado fuera de ellas.<br />

44 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


Es cierto que el Parlamento español<br />

trabaja y que es una imagen muy poco fidedigna<br />

de la actividad parlamentaria la<br />

que a veces se propaga con ocasión de una<br />

eventual sesión en que aparezcan vacíos la<br />

mayoría de los escaños. Se presentan infinidad<br />

de preguntas e interpelaciones, se preparan<br />

proposiciones de ley (aunque muchas<br />

no prosperen), se hacen y discuten enmiendas<br />

a los proyectos de ley presentados<br />

por el Gobierno, hay un continuo laborar<br />

en ponencias y comisiones. En esas tareas<br />

desempeñan un gran papel los parlamentarios<br />

individuales. Pero ello trasciende muy<br />

poco a la opinión pública, que sólo recibe<br />

del Congreso y del Senado las imágenes<br />

que transmiten sus plenos. Y no podrían<br />

ser de otra manera, ya que a los ciudadanos,<br />

más que las cuestiones técnicas, lo que<br />

les interesan son los auténticos problemas<br />

políticos, esto es, los que, por su propia naturaleza,<br />

debieran tratarse en el pleno de la<br />

Cámara. La falta de protagonismo del parlamento<br />

provoca un vacío en la vida democrática<br />

de un país que suele ser llenado por<br />

otras instituciones: especialmente por los<br />

medios de comunicación y por la judicatura.<br />

No se trata, en modo alguno, de que estos<br />

nuevos protagonistas vengan a invadir<br />

campos que no son suyos. Una sociedad<br />

democrática no puede existir sin una prensa<br />

libre, se decía hace ya más de un siglo;<br />

hoy podríamos añadir: ni sin una radio y<br />

una televisión libres. Un Estado de derecho<br />

no lo es tal sin control jurisdiccional. El<br />

problema surge cuando el control social y<br />

el control jurisdiccional del poder han de<br />

sustituir casi enteramente al control parlamentario.<br />

En ese caso los ciudadanos tienen<br />

muy poco que ganar y la democracia<br />

parlamentaria mucho que perder.<br />

Podría pensarse, sin embargo, que<br />

esta práctica política de la forma parlamentaria<br />

de gobierno no tiene necesariamente,<br />

consecuencias negativas, sino<br />

que en realidad lo que supone es la<br />

transformación del sistema, que de parlamentario<br />

habría pasado a ser presidencialista,<br />

produciéndose una especie de<br />

mutación constitucional mediante la<br />

cual, sin cambiar la letra de la Constitución<br />

y por obra de la práctica política,<br />

tendríamos en España una forma de gobierno<br />

más próxima a la de Estados<br />

Unidos que a la del Reino Unido (que<br />

siempre ha sido el modelo de la monarquía<br />

parlamentaria).<br />

Nuestro presidente del Gobierno disfrutaría,<br />

igual que el norteamericano, de<br />

una legitimación democrática directa,<br />

pues al fin y al cabo nuestras elecciones,<br />

formalmente parlamentarias, son realmen-<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

te presidencialistas. Que no responda, de<br />

facto, un presidente así (ni “su” Gobierno,<br />

y aquí aparece otra analogía con el modelo<br />

norteamericano) ante el Parlamento es lo<br />

que ocurre en el modelo presidencialista; y<br />

ello no significa que ese modelo no sea democrático:<br />

al fin y al cabo, el presidente<br />

responde ante el pueblo, que lo elige. Que<br />

el presidente comparezca poco (y muchas<br />

veces tarde) ante el Parlamento, también<br />

sería normal: en Estados Unidos, salvo en<br />

situaciones de crisis, sólo va a la Cámara<br />

para pronunciar el discurso anual “sobre el<br />

estado de la Unión” (aquí, y otra vez surge<br />

la analogía, ya está importada la figura: el<br />

debate “sobre el estado de la nación”).<br />

Ahora bien, un diagnóstico así sería<br />

sumamente engañoso. En primer lugar,<br />

por los impedimentos “constitucionales”<br />

con que tropezaría, ya que sistema presidencialista<br />

y monarquía son difíciles de<br />

conjuntar. Un presidente del Gobierno<br />

elegido tendería, por la fuerza de las cosas,<br />

a desplazar excesivamente al Rey, que tiene<br />

unas funciones constitucionalmente establecidas<br />

y cuyo encaje, con un ejecutivo<br />

de elección popular, podría resultar muy<br />

problemático. No en vano la Jefatura del<br />

Estado hereditaria ha podido subsistir<br />

en el Estado democrático en la medida en<br />

que se ha residenciado en el Parlamento, y<br />

no en el ejecutivo, la representación popular;<br />

esto es, en cuanto que la Monarquía es<br />

“parlamentaria”.<br />

Pero, aparte de ello, el diagnóstico seguiría<br />

siendo engañoso en cuanto que<br />

tampoco se correspondería con la realidad<br />

pues no es cierto que, pese a los obstáculos<br />

teóricos antes expuestos, la práctica haya<br />

conducido a un sistema presidencialista.<br />

Ese sistema se basa en la separación de poderes;<br />

la práctica política que se ha expuesto<br />

lleva a lo contrario: a la confusión<br />

entre Parlamento y Gobierno, es decir, a la<br />

unidad del poder “político”, del que estaría<br />

separado sólo el poder jurisdiccional.<br />

En un sistema presidencial, los ciudadanos<br />

eligen al Parlamento, y en otra elección<br />

bien distinta al presidente, con la consecuencia<br />

de que, al recibir ambas instituciones,<br />

de manera independiente, la legitimación<br />

popular, la coincidencia partidista<br />

entre mayoría parlamentaria y presidente<br />

no tiene por qué darse, necesariamente;<br />

esa coincidencia, en cambio, es requisito<br />

del sistema parlamentario. Pero como la<br />

práctica política ha hecho que en este sistema<br />

no sea el Gobierno el que esté sometido<br />

a la mayoría parlamentaria, sino ésta<br />

la que esté dirigida por aquél, se da la paradoja<br />

de que en una estructura constitucional<br />

como la presidencialista, no basada<br />

MANUEL ARAGÓN<br />

por principio en la relación de confianza<br />

entre Legislativo y Ejecutivo, puede haber<br />

(y lo hay, de hecho, al menos en el caso<br />

norteamericano) mayor control parlamentario<br />

del Gobierno que en aquel otro sistema<br />

teóricamente sustentado en la confianza<br />

y el control. En España, el presidente<br />

compone libremente “su” Gobierno; en<br />

Estados Unidos, los secretarios de los departamentos<br />

(y otros altos cargos, entre<br />

ellos los embajadores) los designa el presidente,<br />

pero no libremente: tales nombramientos<br />

requieren de la aprobación, por<br />

mayoría de dos tercios, del Senado. Si la<br />

comparación la extendemos al control<br />

presupuestario y a la eficacia de las comisiones<br />

parlamentarias de investigación, la<br />

diferencia se acrecienta aún más en favor<br />

del sistema norteamericano y en detrimento<br />

del nuestro.<br />

En resumen, nuestra práctica política<br />

del sistema parlamentario no parece que<br />

haya originado su mutación en un sistema<br />

presidencialista, sino más bien su transformación<br />

en un híbrido en el que se reúnen<br />

muchos de los inconveniente de aquellos<br />

dos sistemas y muy pocas de sus ventajas.<br />

El resultado es una mezcla de presidencialismo<br />

incompleto y de parlamentarismo<br />

distorsionado, es decir, una amalgama que<br />

produce el debilitamiento de la división<br />

de poderes y la correspondiente atonía de<br />

la democracia parlamentaria como forma<br />

de organización política. Porque una cosa<br />

es el parlamentarismo de presidente de<br />

Gobierno (o incluso, si se quiere, el parlamentarismo<br />

“presidencial”) y otra bien<br />

distinta su aparente transformación, que<br />

creo patológica, en un parlamentarismo<br />

“presidencialista”.<br />

3. Parlamento y democracia<br />

3.1. Democracia y control del poder<br />

Como la práctica ha demostrado y la razón<br />

reconoce, la libertad de los ciudadanos<br />

sólo puede garantizarse si el poder se<br />

encuentra limitado. De ahí que esa libertad<br />

sea incompatible con el poder absoluto,<br />

aunque éste se atribuya al pueblo. La<br />

democracia directa, que quizá pueda ser<br />

un complemento eficaz de la democracia<br />

representativa, no es capaz, sin embargo,<br />

de organizar por sí sola un sistema de gobierno<br />

respetuoso con la libertad, ya que<br />

ésta no es producto de la identidad, sino<br />

de la distinción. Por ello, el Estado constitucional,<br />

cuya base es la democracia representativa<br />

y cuya estructura descansa en la<br />

división del poder, ha sido la única forma<br />

histórica capaz hasta hoy, de garantizar al<br />

mismo tiempo la libertad y la democracia<br />

(ambos términos, en realidad, se requieren<br />

45


¿UN PARLAMENTARISMO PRESIDENCIALISTA?<br />

mutuamente, puesto que la libertad de los<br />

ciudadanos sólo está asegurada si la soberanía<br />

pertenece al pueblo y éste es soberano<br />

únicamente si está compuesto por personas<br />

libres).<br />

Siempre al dividir se distribuye, por<br />

eso la división del poder significa su distribución:<br />

una distribución de potestades y<br />

de competencias, esto es, de capacidad de<br />

actuar, que supone la asignación de medios,<br />

pero también de ámbitos para ejercitarlos.<br />

Si no hay distribución, obviamente<br />

no hay limitación. De ahí la ineficacia de<br />

una división que distribuyese con arreglo a<br />

criterios exclusivamente formales. Para<br />

que la distribución (y con ello la limitación)<br />

sea efectiva ha de articularse, además,<br />

a través de criterios materiales. Y así<br />

ocurre en el conjunto de divisiones que<br />

caracterizan al Estado constitucional.<br />

En primer lugar, en la división más<br />

básica o primaria: la que distingue el poder<br />

constituyente del poder constituido. Distinción<br />

que da el ser a la Constitución misma<br />

y que se basa tanto en ingredientes formales<br />

(el modo de actuar del poder constituyente<br />

–aquí vale decir del poder de emanar<br />

la Constitución y de cambiarla– ha de<br />

tener unas formalidades diferentes al modo<br />

de actuar del poder constituido) como<br />

en ingredientes materiales (el poder constituido<br />

no puede hacer lo mismo que el<br />

poder constituyente, esto es, ha de ser un<br />

poder materialmente limitado).<br />

En segundo lugar, en la división del<br />

propio poder constituido, organizado por<br />

la Constitución en un entramado de órganos<br />

a los que están asignados formas y<br />

ámbitos distintos de actuación. Al margen<br />

de que el entendimiento clásico de la división<br />

de poderes haya sufrido transformaciones,<br />

lo cierto es que el esquema básico<br />

de tal división es la que distribuye en órganos<br />

diferentes las potestades de legislar,<br />

gobernar y juzgar, potestades que para estar<br />

respectivamente aseguradas (reservadas)<br />

han de incluir tanto elementos formales<br />

como materiales. De igual manera,<br />

ambos tipos de elementos deben darse en<br />

la división territorial del poder y, por lo<br />

mismo, en la correspondiente distribución<br />

territorial de competencias.<br />

Poder dividido es, pues, poder limitado<br />

(formal y materialmente), pero las limitaciones<br />

sólo pueden ser efectivas si están<br />

garantizadas, esto es, si van acompañadas<br />

de los correspondientes instrumentos<br />

de control. No hay democracia sin limitación<br />

y no hay limitación sin control. De<br />

ahí que el control sea elemento inescindible<br />

de la democracia; o hablando en términos<br />

jurídicos, en cuanto que el Estado<br />

constitucional no es otra cosa que la democracia<br />

juridificada, que el control sea<br />

elemento inseparable del concepto de<br />

Constitución.<br />

3.2. La necesidad de “parlamentarizar”<br />

el régimen parlamentario<br />

Si aceptamos, y la práctica no ha hecho<br />

más que confirmar esta afirmación de<br />

Kelsen, que la democracia no puede ser<br />

más que parlamentaria, parece claro que<br />

su suerte está ligada, entonces, a la del<br />

propio Parlamento, que es sin duda la<br />

pieza capital del sistema. El Parlamento<br />

constituye (o debe constituir) la institución<br />

central de la democracia como forma<br />

de Estado, es decir, del Estado constitucional<br />

democrático, sea su forma de gobierno<br />

parlamentaria o presidencialista. Y<br />

ello es así, en primer lugar, porque la representación<br />

política tiene allí (en una<br />

Cámara de composición plural) su más<br />

fiel expresión; en segundo lugar, porque<br />

el control político del Ejecutivo sólo en<br />

el Parlamento puede ejercerse de manera<br />

permanente u ordinaria; y, en tercer y último<br />

lugar, porque únicamente a través de<br />

los debates parlamentarios pueden alcanzar<br />

suficiente legitimación democrática las<br />

decisiones del poder público (difíciles de<br />

predecir en el momento del voto popular<br />

y más difíciles aún de cubrir con el genérico<br />

y periódico mandato electoral).<br />

En Estados Unidos, ejemplo de país<br />

presidencialista, la fortaleza del Parlamento<br />

no la pone nadie en duda. Más aún, es<br />

razonable sostener que no puede haber un<br />

presidencialismo que funcione correctamente<br />

sin el contrapeso de un fuerte parlamento.<br />

De ahí que hoy se esté planteando<br />

en algunos países, por ejemplo iberoamericanos,<br />

después de la experiencia de<br />

presidencialismos problemáticos, la necesidad<br />

de “parlamentarizar” el sistema no<br />

sólo para vigorizar la democracia sino<br />

también para hacer funcionar correctamente<br />

al propio presidencialismo. Pues<br />

bien, algo muy parecido ocurre en el régimen<br />

parlamentario, que en muchos países<br />

ha experimentado un debilitamiento de<br />

las Cámaras parlamentarias como consecuencia<br />

de los factores a que más atrás ya<br />

aludimos, es decir, como resultado del llamado<br />

“Estado de partidos”. Sin partidos<br />

no hay democracia, ello es claro, y en ese<br />

sentido la democracia lo es “con partidos<br />

políticos”; pero con igual claridad ha decirse<br />

que eso es una cosa y otra bien distinta<br />

que el Estado (y la totalidad de la vida<br />

pública) sea patrimonio de los partidos.<br />

La defensa de la democracia incluye sin<br />

duda la defensa de los partidos, pero no<br />

pueden dejar de ocultarse que un mal entendimiento<br />

del papel y el significado de<br />

éstos ha generado consecuencias muy nocivas<br />

para la democracia parlamentaria.<br />

Una de esas consecuencias, entre las más<br />

graves, es precisamente la atonía del parlamento.<br />

Si el régimen presidencialista no puede<br />

funcionar correctamente sin un parlamento<br />

fuerte, mucho menos lo puede hacer<br />

obviamente el régimen parlamentario.<br />

Por ello el fortalecimiento de las Cámaras<br />

se presenta hoy como una de las necesidades<br />

primordiales de muchos países, entre<br />

ellos España, aquejados de esa atonía parlamentaria<br />

a que acabamos de referirnos.<br />

Aquí, para vigorizar la democracia y para<br />

hacer funcionar con mayor corrección al<br />

propio sistema de gobierno, en lugar de<br />

“presidencializar” el parlamentarismo (ya<br />

suficientemente “racionalizado” por diversas<br />

técnicas constitucionales y por la<br />

disciplina de partido) lo que se necesita es<br />

“parlamentarizarlo”. Hoy, como antes recordábamos,<br />

los medios de comunicación<br />

de masas y los tribunales de justicia están<br />

ocupando, en detrimento del Parlamento,<br />

el lugar central de la vida política. Y no<br />

precisamente por un exceso de aquéllos,<br />

sino por un defecto de éste. Es preciso,<br />

pues, que la vigorización del parlamento<br />

haga posible que sea la prensa la que habitualmente<br />

trate de lo que se dice en el<br />

Parlamento en lugar de que, como ahora<br />

ocurre, sea el Parlamento el que habitualmente<br />

trata de lo que se dice en la prensa.<br />

El fortalecimiento del Parlamento pasa<br />

por la adopción de diversas medidas normativas,<br />

entre ellas las relacionadas con el<br />

sistema electoral, la organización de las<br />

elecciones, la organización (democratización)<br />

y financiación de los partidos y la organización<br />

y funcionamiento interno de<br />

las Cámaras. También pasa por la adopción<br />

de determinadas reglas de conducta,<br />

que no normas jurídicas, por parte de los<br />

políticos encaminadas a la dignificación<br />

institucional de la vida pública y por ello a<br />

un entendimiento amplio de la responsabilidad<br />

política como exigencia derivada de<br />

las “buenas prácticas” y no sólo de las normas<br />

jurídicas. Sin embargo, cualesquiera<br />

medidas encaminadas a fortalecer el Parlamento<br />

alcanzarían poco resultado si no se<br />

tiene claro el tipo de Parlamento que se<br />

puede tener, o mejor dicho, el cometido<br />

que hoy el Parlamento puede realizar.<br />

Al Parlamento no puede pedírsele lo<br />

que el Parlamento hoy no puede dar. Por<br />

muchas razones, entre ellas las relacionadas<br />

con la internacionalización (y en España<br />

supranacionalización) de la política,<br />

46 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


sería imposible (y pernicioso) gobernar<br />

desde el Parlamento. En la actualidad el<br />

Gobierno de un país no puede dirigirse<br />

desde la Cámara parlamentaria, de tal manera<br />

que el Ejecutivo no puede ser de ningún<br />

modo un comité delegado del legislativo<br />

(lo que por otro lado, tampoco lo ha<br />

sido siempre en el pasado del “parlamentarismo<br />

clásico”). En el presente, complementariamente<br />

a la división de poderes o<br />

competencias jurídicas (legislar de un lado,<br />

reglamentar y ejecutar de otro), existe<br />

una división de funciones políticas entre<br />

Ejecutivo y Legislativo bastante clara: el<br />

Gobierno dirige la política y el Parlamento<br />

la controla.<br />

Es la función de control la que caracteriza<br />

(es decir, singulariza) al parlamento.<br />

Función de control ligada a la<br />

consideración de la representación parlamentaria<br />

como representación plural; al<br />

entendimiento del Parlamento como institución<br />

y no sólo como órgano; en fin,<br />

a la concepción de la democracia como<br />

democracia pluralista. Ahora bien, si lo<br />

que puede y debe pedirse al Parlamento<br />

es que ejerza con la mayor plenitud posible<br />

la función de control, es preciso aclarar<br />

previamente lo que el propio control<br />

parlamentario significa, dada la diversidad<br />

de entendimientos que sobre ese término<br />

ha habido.<br />

3.3. El significado<br />

del control parlamentario<br />

Controlar la acción del Gobierno es una<br />

de las principales funciones del Parlamento<br />

en el Estado constitucional precisamente<br />

porque ese tipo de Estado se<br />

basa no sólo en la división de los poderes<br />

sino también en el equilibrio entre<br />

ellos; esto es, en la existencia de controles<br />

recíprocos, de frenos y contrapesos<br />

que impidan el ejercicio ilimitado e<br />

irresponsable de la autoridad. Por exigencias<br />

de principio, pues, el poder político<br />

en el Estado constitucional es un<br />

poder limitado; pero como no hay limitación<br />

sin control, poder limitado significa<br />

necesariamente poder controlado.<br />

De ahí que en el Estado constitucional<br />

haya una extensa red de controles de<br />

muy variada especie: jurisdiccionales,<br />

políticos y sociales. El control parlamentario<br />

es uno de esos controles: un<br />

control de carácter político cuyo agente<br />

es el Parlamento y cuyo objeto es la acción<br />

del Gobierno y, por extensión,<br />

también la acción de cualesquiera otras<br />

entidades públicas, excepto las incluidas<br />

en la esfera del poder jurisdiccional que,<br />

por principio, es un poder que debe go-<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

zar de total independencia respecto de<br />

los demás poderes del Estado.<br />

Dos significados<br />

del control parlamentario<br />

Ahora bien, cabría decir que existen dos<br />

significados del control parlamentario.<br />

Uno, al que podría llamarse significado estricto,<br />

consistiría en entender que el control<br />

parlamentario lo es sobre órganos y<br />

no sobre normas, debiendo incluir además<br />

y necesariamente la capacidad de remover<br />

al titular del órgano controlado. En consecuencia,<br />

no se integrarían en la función de<br />

control parlamentario los actos de las Cámaras<br />

que tienen por objeto aprobar o rechazar<br />

normas o proyectos de normas, así<br />

como tampoco las actividades parlamentarias<br />

de información y crítica que aun teniendo<br />

por objeto la actuación política (y<br />

no las disposiciones normativas) de órganos<br />

públicos no permitan desembocar en<br />

la remoción de sus titulares. El control<br />

parlamentario estaría ligado así a la estricta<br />

relación de responsabilidad política del<br />

Gobierno, esto es, a la verificación de la<br />

confianza que ha de existir entre el parlamento<br />

y el ejecutivo; sus instrumentos serían,<br />

entonces, la moción de censura y la<br />

votación de confianza.<br />

Ni que decir tiene que este significado<br />

estricto del control parlamentario resulta<br />

muy escasamente operativo. En primer lugar,<br />

porque sólo podría hablarse de la existencia<br />

de este tipo de control respecto de<br />

la forma parlamentaria de gobierno, pero<br />

no de la forma presidencialista, pese a que<br />

en ésta, que es también una especie del género<br />

democracia parlamentaria, el Parlamento<br />

desempeña una función de contrapeso,<br />

de freno, de fiscalización, en suma,<br />

de la actividad gubernamental aunque las<br />

relaciones entre uno y otro órgano no se<br />

basen en el nexo de la confianza política.<br />

En segundo lugar porque, dada la disciplina<br />

de partido y el papel que hoy desempeñan<br />

los partidos en el Parlamento, el control<br />

parlamentario así entendido sería casi<br />

inexistente: se trataría, o bien del control<br />

de la mayoría sobre la propia mayoría, o<br />

quizá más exactamente (por la relación actual<br />

Gobierno-mayoría parlamentaria) del<br />

control del Gobierno sobre sí mismo; en<br />

definitiva, un autocontrol, es decir, lo<br />

contrario de un auténtico control, que<br />

presupone la distinción real entre controlante<br />

y controlado. Más aún, ese control,<br />

además de su escasa operatividad, sólo podría<br />

efectuarse, en el caso de ciertos Parlamentos<br />

bicamerales, en la Cámara a la que<br />

corresponda la exigencia de la responsabilidad<br />

política, esto es, en el ejemplo español,<br />

en el Congreso de los Diputados y no<br />

MANUEL ARAGÓN<br />

en el Senado, Cámara que no podría realizar<br />

funciones de control parlamentario pese<br />

a que el artículo 66 CE atribuye esa<br />

función a las Cortes Generales (lo que<br />

quiere decir, sin duda alguna, a las dos<br />

Cámaras que la componen).<br />

Por todo lo que acaba de exponerse<br />

no es este significado, sino otro, el significado<br />

amplio de control parlamentario, el<br />

que parece más correcto. Por control parlamentario<br />

en sentido amplio se entiende<br />

toda la actividad de las Cámaras destinada<br />

a fiscalizar la acción (normativa y no normativa)<br />

del Gobierno (o de otros entes<br />

públicos), lleve o no aparejada la posibilidad<br />

de sanción o de exigencia de responsabilidad<br />

política inmediata. Junto con el<br />

control que se realiza a través del voto popular,<br />

el control parlamentario constituye<br />

(o debe constituir) uno de los medios más<br />

específicos y más eficaces del control político.<br />

La defensa de su validez como instrumento<br />

de limitación del poder no radica,<br />

sin embargo, en pretender su reducción<br />

conceptual (que es lo que se hace cuando<br />

se sostiene el significado estricto de control<br />

antes aludido) dejándolo, prácticamente,<br />

sin sentido.<br />

Es cierto que la derrota del Gobierno<br />

es uno de los resultados que el control<br />

parlamentario puede alcanzar y que el hecho<br />

de que hoy, por la disciplina de partido,<br />

eso sea muy poco probable no lo convierte<br />

por ello en un resultado imposible.<br />

Pero también es cierto que muy escaso papel<br />

tendría esta función parlamentaria de<br />

control si se manifestase sólo a través de la<br />

remota posibilidad de que el Gobierno<br />

perdiese la confianza de la Cámara o si requiriese,<br />

para ser efectiva, de la fractura<br />

del partido o partidos que forman la mayoría<br />

gubernamental. Por otro lado, la derrota<br />

del Gobierno, siendo uno (el más<br />

fuerte, sin duda) de los efectos del control<br />

parlamentario, no es ni mucho menos el<br />

único ni el más común. De una parte,<br />

el control parlamentario existe en formas<br />

de gobierno (como la presidencialista) en<br />

las que no es posible la exigencia de la responsabilidad<br />

política; allí, sin embargo,<br />

hay control parlamentario, ya que éste no<br />

es un instituto privativo de la forma parlamentaria<br />

de gobierno, sino de la democracia<br />

parlamentaria como forma de Estado.<br />

De otra parte, en los llamados regímenes<br />

parlamentarios, en los que la responsabilidad<br />

política es posible en teoría aunque<br />

improbable en la práctica, la fiscalización<br />

parlamentaria del Gobierno se manifiesta<br />

por otras muchas vías, además de por la<br />

que pudiese conducir a su remoción.<br />

Por todo ello, cabe decir que la fuerza<br />

47


¿UN PARLAMENTARISMO PRESIDENCIALISTA?<br />

del control parlamentario descansa, pues,<br />

más que en la sanción directa; en la indirecta;<br />

más que en la obstaculización inmediata<br />

en la capacidad de crear o fomentar<br />

obstaculizaciones futuras; más que en derrocar<br />

al Gobierno en desgastarlo o en<br />

contribuir a su remoción por el cuerpo<br />

electoral. Esta labor de crítica, de fiscalización,<br />

constituye el significado propio del<br />

control parlamentario. Se ha dicho a veces<br />

que un significado así sería rechazable por<br />

demasiado amplio y general, en cuanto<br />

que emplea un sentido excesivamente elástico<br />

de control. Cabe sostener, por el contrario,<br />

que ahí se encuentra justamente la<br />

cualidad más importante (y más operativa)<br />

del control parlamentario, cuyos efectos<br />

pueden recorrer una amplia escala que<br />

va desde la prevención a la remoción, pasando<br />

por las diversas situaciones intermedias<br />

de fiscalización, corrección y obstaculización.<br />

Una de las notas del control político<br />

(y que lo diferencian del control<br />

jurisdiccional) es el carácter no necesariamente<br />

directo o inmediato de la sanción<br />

en todos los supuestos de resultado desfavorable<br />

para el objeto controlado. No<br />

siempre habrá sanción, pero siempre habrá<br />

al menos esperanza de sanción. De ahí<br />

que la eficacia del control político resida,<br />

además de en sus resultados intrínsecos,<br />

en la capacidad que tiene para poner en<br />

marcha otros controles políticos o sociales.<br />

Eso es lo que ocurre exactamente con el<br />

control parlamentario.<br />

Entendido así, el control parlamentario<br />

no se circunscribe a unos determinados<br />

procedimientos, sino que puede operar<br />

a través de todas las funciones que desempeñan<br />

las Cámaras. No sólo, pues, en<br />

las preguntas, interpelaciones, mociones,<br />

comisiones de investigación, control de<br />

normas legislativas del Gobierno (instrumentos<br />

más característicos del control) se<br />

realiza la función fiscalizadora, sino también<br />

en el procedimiento legislativo (crítica<br />

al proyecto presentado, defensa de enmiendas,<br />

etcétera), en los actos de aprobación<br />

o autorización, de nombramiento o<br />

elección de personas y, en general, en la<br />

total actividad parlamentaria. En todos<br />

esos casos hay (o debe haber) debate y, en<br />

consecuencia, en todos hay (o puede haber)<br />

control parlamentario. Precisamente<br />

por ello, y al contrario de lo que a veces se<br />

dice con cierta ligereza (confundiéndose la<br />

posibilidad práctica de remoción del Gobierno<br />

con la existencia y el vigor del control<br />

parlamentario), hoy día en la actividad<br />

de control reside la misión primordial<br />

de las Cámaras, por encima, pues, de la<br />

que había sido siempre su función más ca-<br />

racterística: hacer las leyes. En el presente,<br />

aprobar una ley (u otra decisión que adopte<br />

la Cámara) es más bien una prolongación<br />

de la voluntad del Gobierno que una<br />

manifestación de la voluntad independiente<br />

de los parlamentarios. Ello no significa<br />

caer en las fáciles críticas a la función<br />

legislativa parlamentaria, que ignoran<br />

simplemente que lo que ha cambiado es el<br />

concepto de ley, pero no su sentido y menos<br />

su legitimación, inseparables de la pública<br />

y plural discusión parlamentaria. Lo<br />

que quería decirse es que el control resulta<br />

imprescindible para la existencia misma<br />

del Parlamento, ya que éste sólo tiene razón<br />

de ser en la medida en que se presente<br />

como un poder distinto del Poder Ejecutivo,<br />

es decir, en cuanto que sea capaz de<br />

actuar como Cámara de crítica y no de resonancia<br />

de la política gubernamental.<br />

Control “por” y “en” el Parlamento<br />

Para comprender mejor el significado actual<br />

del control parlamentario (comprensión<br />

sin la cual difícilmente puede mejorarse<br />

con realismo su eficacia) conviene distinguir<br />

entre el control “por” el Parlamento y<br />

el control “en” el Parlamento. No se trata<br />

de referirse a la simple distinción entre el<br />

agente y el “locus” del control, ya que ello<br />

ni siquiera sería una descripción correcta<br />

del fenómeno, puesto que ni toda la actividad<br />

de control se realiza “por” el Parlamento<br />

como órgano (es decir, por el Pleno e incluso<br />

por las Comisiones) ni opera exclusivamente<br />

en el ámbito reducido de la<br />

Cámara. Lo que quiere expresarse es algo<br />

más complejo: que el control se lleva a cabo<br />

no sólo mediante actos que expresan la voluntad<br />

de la Cámara sino también a través<br />

de las actividades de los parlamentarios o<br />

los grupos parlamentarios desarrolladas en<br />

la Cámara, aunque no culminen en un acto<br />

de control adoptado por ésta. Y ello es así,<br />

cabe insistir una vez más, porque el resultado<br />

sancionatorio “inmediato” no es consustancial<br />

al control parlamentario y porque la<br />

puesta en marcha de instrumentos de fiscalización<br />

gubernamental no tiene por objeto<br />

sólo el obtener una decisión “conminatoria”<br />

de la Cámara, sino también, y cada vez<br />

más, el influir en la opinión pública de tal<br />

manera que en tales supuestos el Parlamento<br />

es el “locus” de donde parte el control,<br />

pero la sociedad es el “locus” al que se dirige,<br />

puesto que es allí donde pueden operar<br />

sus efectos.<br />

De esta manera, el control parlamentario<br />

puede manifestarse a través de decisiones<br />

de la Cámara (adoptadas en el procedimiento<br />

legislativo, o en actos de aprobación<br />

o autorización, o en mociones) que<br />

son siempre, inevitablemente, decisiones<br />

de la mayoría, porque así se forma la voluntad<br />

del Parlamento; pero también el<br />

control puede manifestarse a través de actuaciones<br />

de los parlamentarios o de los<br />

grupos parlamentarios (preguntas, interpelaciones,<br />

intervención en debates) que<br />

no expresan la voluntad de la Cámara, pero<br />

cuya capacidad de fiscalización sobre el<br />

Gobierno no cabe negar, bien porque pueden<br />

hacerlo rectificar, o debilitarlo en sus<br />

posiciones, bien porque pueden incidir en<br />

el control social o en el control político<br />

electoral. Y esa labor fiscalizadora del Gobierno,<br />

realizada no por la mayoría sino<br />

por la minoría, es indudablemente un<br />

modo de control parlamentario gracias a<br />

la publicidad y al debate que acompañan<br />

o deben acompañar (sin su existencia, como<br />

antes se dijo, no habría, sencillamente,<br />

Parlamento) a las actividades de la Cámara.<br />

Aquí no hay, pues, control “por” el Parlamento<br />

(que sólo puede ejercitar la mayoría<br />

y que hoy, por razones conocidas a las<br />

que ya se aludió, es o puede ser relativamente<br />

ineficaz), pero sí control “en” el Parlamento<br />

(control que no realiza la mayoría<br />

sino exactamente la oposición). La Cámara<br />

puede ejercer siempre, claro está, por<br />

mayoría “competencias” de control. Las<br />

minorías parlamentarios y los parlamentarios<br />

individuales pueden y deben ejercer<br />

“derechos” de control. Derechos que, incluso<br />

en España, están jurisdiccionalmente<br />

garantizados a través del recurso de amparo<br />

ante el Tribunal Constitucional, que<br />

los ha incluido dentro del derecho general<br />

del artículo 23 (participación política) y<br />

más específicamente como una faceta de<br />

ese derecho: el de los parlamentarios a<br />

ejercer las funciones del cargo en plenitud.<br />

Cuando en el presente se discute<br />

acerca de la necesidad y las dificultades<br />

del control parlamentario, suele decirse<br />

que el requisito de la independencia entre<br />

controlante y controlado no se da hoy<br />

en las relaciones entre el Parlamento y el<br />

Gobierno debido a que aquél está dominado<br />

por el partido o partidos que apoyan<br />

a éste, con la consecuencia de que el<br />

Parlamento no pueda controlar verdaderamente<br />

al Gobierno; a lo sumo, lo que<br />

podría producirse es la simple autocrítica<br />

de los partidos gubernamentales. Sin embargo,<br />

si se repara con mayor profundidad<br />

en el fenómeno puede advertirse que<br />

dicha situación no conduce por sí misma<br />

a la desaparición del control parlamentario<br />

sino a una nueva comprensión de éste<br />

como instrumento básicamente de la<br />

oposición.<br />

Ésa es la razón por la que ciertos me-<br />

48 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


dios de control, como se ha dicho, debieran<br />

configurarse como derechos de las<br />

minorías que pueden ser ejercitados incluso<br />

contra la voluntad de la mayoría<br />

(peticiones de información, preguntas,<br />

interpelaciones, constitución de comisiones<br />

de investigación). Las minorías (y a<br />

veces los parlamentarios individuales)<br />

han de tener reconocido los derechos a<br />

debatir, criticar e investigar, aunque como<br />

es obvio la mayoría tenga al final la<br />

capacidad de decidir. Junto a la clásica<br />

contraposición Gobierno-Parlamento,<br />

hoy la que resulta más relevante es la<br />

contraposición Gobierno-oposición. La<br />

nueva contraposición no viene a sustituir<br />

enteramente a la vieja y clásica, ya que en<br />

la diferenciación entre Parlamento y Gobierno<br />

y en la configuración jurídica de<br />

ambos como órganos distintos descansa<br />

la división de poderes, sin la cual no hay<br />

sistema constitucional digno de ese nombre,<br />

pero plantea determinadas exigencias,<br />

entre las que está la atribución de<br />

derechos de control a las minorías parlamentarias.<br />

Esos derechos primordialmente<br />

debieran ser al menos cuatro: derecho<br />

a la información, derecho al debate, derecho<br />

a la investigación y derecho al “tiempo”<br />

parlamentario (es decir, a la inclusión<br />

de puntos en el orden del día de las sesiones<br />

de la Cámara).<br />

El Parlamento como órgano<br />

y como institución<br />

El control “en” el Parlamento no sustituye<br />

al control “por” el Parlamento pero hace<br />

del control una actividad de ordinario<br />

(mejor sería decir cotidiano) ejercicio en la<br />

Cámara. Y esta distinción conceptual respecto<br />

del control parlamentario corre paralela<br />

a otra distinción que, conviene hacer<br />

sobre el significado actual del Parlamento:<br />

la que diferencia entre el<br />

Parlamento como órgano y el Parlamento<br />

como institución. El Parlamento no es sólo<br />

un órgano del Estado que, como todo<br />

órgano colegiado, adopta sus decisiones<br />

por mayoría, sino que es también una institución<br />

cuya significación compleja no<br />

puede ser borrada por el artificio orgánico.<br />

Más aún, el Parlamento es la única institución<br />

del Estado donde está representada<br />

toda la sociedad y donde en consecuencia<br />

ha de expresarse y manifestarse frente a la<br />

opinión pública, a través del debate parlamentario,<br />

el pluralismo político democrático<br />

(es decir, la diversidad de voluntades<br />

presentes en la Cámara y no sólo una de<br />

ellas, aunque sea mayoritaria). Por ello el<br />

control parlamentario no es eficaz sólo en<br />

MANUEL ARAGÓN<br />

cuanto permita la limitación del Gobierno<br />

sino también, y sobre todo, cuando permita<br />

el debate y la crítica gubernamental<br />

con publicidad en todas las actividades de<br />

la Cámara. Esto es, en cuanto se enlace el<br />

control con la dimensión institucionalpluralista<br />

del Parlamento. La mayoría puede<br />

frenar el control “por” el Parlamento,<br />

pero no debiera de ninguna manera (a<br />

menos que se destruya el presupuesto básico<br />

de la democracia representativa) frenar<br />

el control “en” el Parlamento. Nuestra<br />

forma de gobierno es, probablemente, el<br />

“parlamentarismo presidencial”, pero una<br />

vigorización del Parlamento, y por ello un<br />

eficaz control parlamentario, pueden evitar<br />

que se convierta, patológicamente, en<br />

un “parlamentarismo presidencialista”. n<br />

Manuel Aragón es catedrático de Derecho Cons-


icen que nadie puede tomar<br />

en serio la posibilidad<br />

de su propia muerte, pero<br />

esto no es del todo exacto (¿Todos<br />

toman en serio la posibilidad de<br />

su propia vida?). La muerte se<br />

vuelve real para una persona después<br />

de la muerte de ambos padres.<br />

Hasta entonces, había alguien<br />

que ‘debía’ morir antes;<br />

ahora que nadie se interpone entre<br />

esa persona y la muerte, le toca<br />

el ‘turno”. Así se expresaba el<br />

filósofo nortemaericano Robert<br />

Nozick, en uno de sus textos más<br />

íntimos1 D<br />

. En la mañana del 23<br />

de enero de 2002 le llegó el turno<br />

al propio Nozick. Un cáncer de<br />

estómago que arrastraba desde<br />

1994 se encargó de arrebatarle el<br />

último aliento. Y más allá de la<br />

obviedad que supone afirmar que<br />

la muerte de cualquier persona<br />

(necesariamente única) es una<br />

pérdida irreparable, lo cierto es<br />

que la filosofía occidental del siglo<br />

XX ha perdido lamentablemente a<br />

uno de sus más destacados pensadores.<br />

Y no deja de ser sorprendente<br />

el poco eco que la noticia<br />

ha recibido en los medios de comunicación<br />

españoles. Y más sorprendente<br />

resulta aún que todos<br />

aquéllos que se reclaman a sí mismos<br />

como neo-liberales no hayan<br />

tenido un recuerdo más explícito<br />

por aquél que, en su día,<br />

les ofreció una sólida fundamentación<br />

filosófica a su posición.<br />

Biografía<br />

Robert Nozick nació (1938) y<br />

creció en Brooklyn (Nueva York),<br />

1 Robert Nozick: The Examined<br />

Life. Philosophical Meditations. Touchstone,<br />

Nueva York, 1990. Hay traducción<br />

castellana de Carlos Gardini, por la<br />

que se cita Meditaciones sobre la vida,<br />

pág. 18. Gedisa, Barcelona.<br />

en el seno de una familia judía<br />

humilde de origen ruso, y estudió<br />

en una escuela pública. Cierto<br />

día, cayó en sus manos una edición<br />

de bolsillo de la República<br />

de Platón, de la que leyó sólo una<br />

parte y, como él mismo admitió,<br />

entendió más bien poco, pero<br />

que sin embargo le hizo descubrir<br />

un mundo maravilloso que le<br />

abría las puertas y al que destinaría<br />

el resto de su vida 2 . A partir de<br />

ese momento, inició una carrera<br />

académica meteórica. Se licenció<br />

en Filosofía en la Universidad de<br />

Columbia en 1959 y obtuvo los<br />

grados de Master y Doctorado en<br />

Princeton en 1961 y 1963 respectivamente,<br />

con una tesis titulada<br />

“The Normative Theory of<br />

Individual Choice” 3 . Como nos<br />

cuenta Nozick, sus primeros pasos<br />

académicos estuvieron marcados<br />

por un fuerte interés por la<br />

filosofía de la ciencia, si bien rápidamente<br />

sus inquietudes se desplazarían<br />

hacia las cuestiones sociales<br />

y la filosofía política 4 . Poco<br />

después, en 1969, conseguía ser<br />

contratado como Catedrático por<br />

la Universidad de Harvard, a la<br />

tempranísima edad de 30 años.<br />

Desde entonces dedicó todas sus<br />

energías a encarnar el ideal del<br />

profesor universitario: con una<br />

curiosidad insaciable, durante sus<br />

más de treinta años de carrera do-<br />

SEMBLANZA<br />

ROBERT NOZICK<br />

Una pérdida irreparable<br />

JOSÉ JUAN MORESO Y JOSÉ LUIS MARTÍ MÁRMOL<br />

2 Robert Nozick: Meditaciones sobre<br />

la vida, pág. 240.<br />

3 Publicada mucho más tarde en Robert<br />

Nozick: The Normative Theory of Individual<br />

Choice, Garland Press, 1990.<br />

4 Así lo reconoció en la entrevista que<br />

le hizo Giovanna Borradori en un volumen<br />

que incluía otras entrevistas con<br />

otros ocho filósofos nortemaricanos: Giovanna<br />

Borradori, The American Philosopher.<br />

Conversations with Quine, Davidson,<br />

Putnam, Nozick, Danto, Cavell, MacIntyre,<br />

and Kuhn, pág. 76. The University of<br />

Chicago Press, Chicago, 1990.<br />

cente sólo en una ocasión repitió<br />

un mismo programa académico.<br />

Y fue sin duda un profesor excelente,<br />

discutió hasta la extenuación<br />

con sus colegas sus respectivos<br />

trabajos, dirigió con ilusión<br />

los primeros pasos de investigación<br />

de innumerables jóvenes<br />

profesores y nos dejó una obra<br />

propia de gran impacto en la filosofía<br />

occidental de la segunda<br />

mitad del siglo XX. Más allá de<br />

su carrera estrictamente docente e<br />

investigadora, Nozick fue miembro<br />

de la American Academy of<br />

Arts and Sciences, miembro asociado<br />

de la British Academy, y<br />

Presidente de la American Philosophical<br />

Association (Eastern Division)<br />

durante los años 1997 y<br />

1998, entre otros cargos honoríficos.<br />

En 1989 escribió:<br />

“Comprendo el impulso de aferrarse<br />

a la vida hasta el final, pero hay otro<br />

rumbo que me resulta más atractivo. Al<br />

cabo de una vida plena, una persona que<br />

aún posee energía, lucidez y capacidad de<br />

decisión podría escoger arriesgar seriamente<br />

la vida o entregarla por otra persona<br />

o por una causa noble y decente<br />

(…). Ese camino no será para todos, pero<br />

algunos quizá consideren seriamente la<br />

posibilidad de dedicar sus penúltimos<br />

años a una gallarda y noble empresa para<br />

beneficiar a otros, una aventura para<br />

promover la causa de la verdad, la bondad,la<br />

belleza o la santidad. No perderse<br />

con sigilo en esa benévola noche ni rabiar<br />

contra la muerte de la luz sino, cerca del<br />

fin, fulgurar con el máximo esplendor.” 5<br />

La noble causa a que se entregó<br />

Nozick fue sin duda la académica.<br />

Habiendo impartido este<br />

otoño pasado un curso sobre la<br />

Revolución Rusa, ya preparaba<br />

para la primavera iniciar un nuevo<br />

programa. Y, como confiesa<br />

su viejo amigo Alan Dershowitz,<br />

5 Robert Nozick: Meditaciones sobre<br />

la vida, pàg. 23.<br />

Nozick siguió discutiendo los trabajos<br />

de sus colegas hasta la semana<br />

anterior a su muerte.<br />

Filosofía política<br />

Pero veamos cuál fue la obra que<br />

nos legó, y por qué ha sido y es<br />

tan relevante para la filosofía occidental.<br />

Sin ninguna duda, su<br />

trabajo más célebre e influyente es<br />

su primer libro: Anarchy, State<br />

and Utopia 6 , publicado en 1974,<br />

cuando tenía sólo 36 años. Esta<br />

obra, galardonada con el National<br />

Book Award, pronto se convertiría<br />

en un clásico de la filosofía<br />

política liberal. De ella, otro importante<br />

filósofo, probablemente<br />

uno de los más importantes del<br />

siglo XX, Willard van Orman<br />

Quine, dijo más tarde que se trataba<br />

de<br />

“un libro brillante e importante, destinado<br />

a contribuir notablemente tanto a<br />

la teoría como, con el tiempo, al bien de<br />

la sociedad”.<br />

Este trabajo, que comenzó a<br />

gestarse en 1971, cuando Nozick<br />

era miembro del Center for Advanced<br />

Study in the Behavioral<br />

Sciences de Palo Alto, intentaba<br />

dar una justificación libertariana<br />

(basada en un principio radical<br />

de libertad individual) al Estado,<br />

y por tanto de neutralizar los argumentos<br />

anarquistas, y a su vez,<br />

destruir las bases del liberalismo<br />

igualitario que defendía la intervención<br />

del Estado en diversos<br />

ámbitos, como la economía, con<br />

el fin de asegurar una mayor<br />

igualdad y cohesión sociales. Es<br />

decir, es un libro escrito en buena<br />

6 Robert Nozick: Anarchy, State and<br />

Utopia. Basic Books, Nueva York,<br />

1974. Hay traducción castellana de Rolando<br />

Tamayo: Anarquía, Estado y Utopía.<br />

FCE, México, 1990.<br />

50 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


Robert Nozick<br />

medida para rebatir los argumentos<br />

de otro gran clásico de la filosofía<br />

política, A Theory of Justice,<br />

de John Rawls 7 .<br />

Tradicionalmente se entiende<br />

que la filosofía política, al menos<br />

la filosofía política de metodología<br />

analítica, desde el siglo XIX y<br />

hasta la década de los sesenta en el<br />

siglo XX había prácticamente desaparecido.<br />

Como anunciaba con<br />

dureza Peter Laslett en 1956, “la<br />

filosofía política ha muerto” 8 . Y<br />

esta afirmación se justificaba por<br />

la situación de casi absoluta predominancia<br />

del utilitarismo como<br />

único paradigma de criterio<br />

7 John Rawls: A Theory of Justice.<br />

The Belknap Press of Harvard University<br />

Press, Cambridge (Mass.), 1971.<br />

Hay traducción castellana de María Dolores<br />

González: Una teoría de la justicia.<br />

Fondo de Cultura Económica, México<br />

D.F., 1985.<br />

8 Peter Laslett (comp.): Philosophy,<br />

Politics and Society, series I, pág. vii.<br />

Blackwell, Oxford, 1056.<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

de justicia durante todo este periodo.<br />

Aun con algunos precedentes<br />

que datan de los sesenta 9 ,<br />

generalmente se acepta que la<br />

obra que revertió esta situación,<br />

iniciando una época dorada para<br />

la filosofía política de base deontológica,<br />

fue el libro de Rawls de<br />

1971 10 . Y es difícil negar que la<br />

filosofía política que se ha hecho<br />

durante los últimos treinta años<br />

ha estado profundamente marcada<br />

por la obra de Rawls, bien sea<br />

para reconstruirla o tratar de me-<br />

9 Estos precedentes fueron principalmente<br />

H. L. A. Hart, The Concept of Law,<br />

Oxford, Oxford University Press, 1961<br />

(hay traducción castellana de Genaro Carrió:<br />

El concepto de derecho. Abeledo Perrot,<br />

Buenos Aires, 1963); y Brian Barry,<br />

Political Argument, Londres, Routledge,<br />

1965.<br />

10 Vid., por ejemplo, Philip Pettit:<br />

‘The Contribution of Analytical Philosophy’,<br />

en Robert Goodin y Philip Pettit<br />

(comps.), A Companion to Contemporary<br />

Political Philosophy, págs. 7 y 12.<br />

Blackwell, Oxford, 1993.<br />

jorarla, bien sea para desarticularla.<br />

Sin embargo, a menudo se<br />

olvida el importantísimo papel<br />

que ejerció el primer libro de Nozick,<br />

tanto en contribuir a esta<br />

revitalización de la discusión normativa<br />

filosófico-política como<br />

en mostrar la relevancia de la propia<br />

obra de Rawls. A riesgo de ser<br />

un tanto reduccionistas, podríamos<br />

afirmar que la dialéctica establecida<br />

entre los textos de Rawls<br />

y de Nozick sirvió de base para<br />

gran parte del desarrollo posterior<br />

en este ámbito. ¿Qué hubiera<br />

sucedido en el panorama filosófico-político<br />

si Robert Nozick<br />

no hubiera publicado su Anarchy,<br />

State and Utopia? Como pasa a<br />

menudo con los contrafácticos,<br />

es imposible responder con seguridad<br />

a esta pregunta. Pero parece<br />

sensato presumir, como vaticinaba<br />

Quine, que la contribución<br />

de Nozick, casi tanto como la de<br />

Rawls, influyó de forma notable<br />

en la filosofía política posterior.<br />

Es suficiente echar un vistazo a<br />

la inabarcable bibliografía de comentaristas<br />

y críticos que generó,<br />

y sigue generando, este singular<br />

libro. Nozick compartía con<br />

Rawls una perspectiva deontológica<br />

y contractualista de la<br />

justicia, y juntos resquebrajaron<br />

los fundamentos del liberalismo<br />

utilitarista dominante. Ambos<br />

consiguieron dotar de nuevo<br />

de sentido la discusión normativa<br />

filosófico-política acerca<br />

de la justicia; ambos pusieron los<br />

cimientos para el poderoso desarrollo<br />

de la filosofía política posterior.<br />

El proyecto de Anarchy, State<br />

and Utopia, basado en tres pilares<br />

fundamentales (el principio de libertad<br />

como autopropiedad, una<br />

teoría de las transacciones justas y<br />

una teoría de la adquisición jus-<br />

ta), junto a un cuarto que ejercía<br />

de factor de corrección (el principio<br />

de rectificación), desembocaba<br />

en una concepción robusta de<br />

los derechos de libertad en sentido<br />

negativo (esto es, en la protección<br />

férrea del ámbito de privacidad<br />

del individuo frente a los<br />

demás y frente al Estado) y su célebre<br />

defensa del Estado mínimo:<br />

un Estado que no interviene en el<br />

ámbito económico, que confía en<br />

las instituciones del mercado y en<br />

la mano invisible, y que se abstiene<br />

al máximo de inmiscuirse en<br />

los asuntos y planes de vida de<br />

sus ciudadanos. El libro es brillante<br />

y sorprendentemente maduro.<br />

El sólido aparato conceptual<br />

que desarrolla, reforzado por<br />

numerosos ejemplos divertidos y<br />

a la vez poderosos que apelan a<br />

nuestras intuiciones más extendidas,<br />

cierra en un círculo hermético<br />

al que es difícil encontrar<br />

fallas. La asombrosa sencillez con<br />

la que Nozick va infiriendo consecuencias<br />

de sus puntos de partida<br />

deja estupefacto al lector, sobre<br />

todo a aquel que no comparte<br />

sus conclusiones radicalmente<br />

conservadoras y así le induce a<br />

tratar de encontrar el truco, el<br />

error en su argumentación, sus<br />

posibles puntos débiles. Así lo hicieron<br />

sus críticos más célebres,<br />

como Ronald Dworkin, Thomas<br />

Nagel, Gerald A. Cohen o<br />

Amartya Sen. Y, al fin, uno queda<br />

convencido de que la única<br />

forma de atacar su teoría es desafiar<br />

sus propios puntos de partida,<br />

así como algunas peticiones de<br />

principio que están implícitas en<br />

cada uno de sus tres pilares fundamentales<br />

11 .<br />

Nozick, en definitiva, defendió<br />

una concepción libertariana<br />

o, como algunos la han denominado,<br />

una concepción liberal<br />

51


ROBERT NOZICK<br />

conservadora, que encajaba perfectamente<br />

con los presupuestos<br />

de la teoría económica neoclásica<br />

o neoliberal que Hayek y Friedman<br />

habían cimentado recientemente.<br />

Esto situó a Nozick, frente<br />

a la posición liberal igualitaria e<br />

izquierdista de Rawls, en el ala<br />

derecha del liberalismo. Desde<br />

1974, Rawls y Nozick pasaron a<br />

convertirse en las figuras académicas<br />

paradigmáticas de cada posición.<br />

Lo cual, como han dicho<br />

algunos, no deja de tener un delicioso<br />

aire paradójico, ya que<br />

John Rawls, proveniente de una<br />

acomodada familia y prototipo<br />

del wasp norteamericano, defendía<br />

un igualitarismo progresista<br />

robusto, mientras que Nozick, de<br />

origen humilde como ya hemos<br />

señalado, defendió un modelo liberal<br />

conservador. Sin embargo,<br />

Nozick no se sintió nunca muy<br />

cómodo en la posición que le había<br />

tocado ocupar. Primero, en<br />

un artículo publicado en 1978 en<br />

The New York Times Magazine,<br />

declaraba que “a la gente de la<br />

‘derecha’ le gusta el argumento en<br />

favor del libre mercado, pero no<br />

le gustan los argumentos en favor<br />

de la libertad individual en casos<br />

como en el de los derechos de los<br />

homosexuales –mientras que yo<br />

veo ambos argumentos como un<br />

todo interconectado–”. En este<br />

sentido, Nozick se apartaba de<br />

aquellos que defendían simultáneamente<br />

teorías económicas<br />

neoliberales y teorías sociales conservadoras.<br />

Y en segundo lugar, lo<br />

que es más importante, con el<br />

tiempo, Nozick fue abandonando<br />

sus propias posiciones defendidas<br />

en Anarchy, State and Utopia,<br />

demostrando que su propia<br />

curiosidad y honestidad intelectual<br />

le había hecho variar de plan-<br />

11 Para entender mejor esta obra de<br />

Nozick, pueden consultarse las excelentes<br />

reconstrucciones que encontramos<br />

en los respectivos capítulos de Will<br />

Kymlicka, Contemporary Political Philosophy.<br />

An Introduction, capítulo 4, Oxford<br />

University Press, Oxford, 1990<br />

(hay traducción castellana de Roberto<br />

Gargarella, Filosofía política contemporánea.<br />

Una introducción, Ariel, Barcelona,<br />

1995); y Roberto Gargarella, Las teorías<br />

de la justcia después de Rawls. Un breve<br />

manual de filosofía política, capítulo 2,<br />

Paidós, Barcelona, 1999.<br />

teamiento. De hecho, más tarde<br />

escribiría en favor del cambio de<br />

concepción como algo natural al<br />

ser humano y admitiría explícitamente<br />

que su obra de juventud<br />

había dejado de satisfacerle 12 .<br />

En cualquier caso, más allá de<br />

las simpatías o antipatías que genere<br />

su posición, más allá de que<br />

el propio Nozick modificara su<br />

planteamiento, y más allá del paso<br />

del tiempo, lo cierto es que<br />

Anarchy, State and Utopia sigue<br />

siendo hoy un libro de referencia<br />

y una teoría pasmosamente sólida<br />

a la que debemos adherirnos o<br />

bien aceptar el reto de refutarla.<br />

Incluso aquellos que, como nosotros,<br />

no compartimos las consecuencias<br />

profundamente antiigualitarias<br />

de tal planteamiento,<br />

estamos en deuda con Nozick<br />

por obligarnos a refinar nuestros<br />

argumentos. Y este enriquecimiento<br />

del debate es, sin duda,<br />

uno de sus principales méritos: el<br />

utilitarismo, el liberalismo igualitario,<br />

el marxismo analítico y<br />

otras concepciones políticas desarrolladas<br />

con posterioridad, se<br />

han visto obligadas a reforzar sus<br />

posiciones. Sin embargo, y a pesar<br />

de la gran repercusión de esta<br />

obra, Nozick diría ya hacia el final<br />

de su vida:<br />

“Otros me han identificado como un<br />

‘filósofo político’, pero en cambio yo<br />

nunca me he definido a mí mismo en estos<br />

términos. La mayor parte de mis escritos<br />

y de mi atención se han centrado<br />

en otras materias” 13 .<br />

Así, de los seis libros y numerosos<br />

artículos que publicó en vida,<br />

prácticamente todos estaban<br />

dedicados a otros temas filosóficos,<br />

como la ética, la epistemología,<br />

la metodología, la teoría de la<br />

decisión racional, la metafísica, la<br />

filosofía de la mente, la filosofía<br />

de la religión, etcétera. De hecho,<br />

podríamos afirmar que desde la<br />

publicación de Anarchy, State and<br />

Utopia, Nozick ya no publicó<br />

ningún trabajo propiamente de<br />

filosofía política.<br />

12 Robert Nozick: Meditaciones sobre<br />

la vida, pág. 15.<br />

13 Robert Nozick: Socratic Puzzles,<br />

pág. 1. Harvard University Press, Cambridge<br />

(Mass.), 1997.<br />

Metafísica y epistemología<br />

En 1981, Nozick publicó un<br />

nuevo libro, Philosophical Explanations<br />

14 , que recibió el Premio<br />

Ralph Waldo Emerson. Se trata<br />

de una obra ambiciosa y profunda<br />

en la que analiza en tres partes<br />

(metafísica, epistemología y valor)<br />

algunos de los problemas<br />

centrales de cualquier empresa filosófica,<br />

como son el problema<br />

de la identidad personal, el escepticismo<br />

o el determinismo y el<br />

libre albedrío. Este libro termina<br />

con un capítulo dedicado al significado<br />

de la vida. Por ello no es<br />

de extrañar que su próxima obra<br />

fuera The Examined Life. Philosophical<br />

Meditations, de 1989,<br />

una reflexión sobre los problemas<br />

más importantes de la existencia<br />

humana, concebida como un<br />

conjunto impresionista de argumentos<br />

filosóficos interconectados<br />

que no pretenden ser una<br />

teoría filosófica, sobre la que volveremos<br />

más adelante. En realidad,<br />

este estilo filosófico de Nozick<br />

responde a una forma de<br />

concebir la filosofía, con arreglo a<br />

la cual ésta no ha de adoptar el<br />

método de la prueba matemática,<br />

(esto es, partir de una tesis ya determinada<br />

y tratar de demostrar<br />

todas sus consecuencias lógicas)<br />

sino más bien tratar de elucidar<br />

qué consideraciones filosóficas<br />

son plausibles, iluminadoras, intelectualmente<br />

fecundas y fundadas<br />

en razones dado un punto de<br />

partida determinado. Sin embargo,<br />

ni el punto de partida ni las<br />

consideraciones que alcanzamos a<br />

partir de él están establecidos de<br />

una vez para siempre, sino que<br />

pueden ser permanentemente revisados.<br />

Ésta es la idea principal<br />

que se ampara en su distinción<br />

entre explicación y comprensión;<br />

y aunque Nozick admite que el<br />

objetivo primario de la filosofía es<br />

la explicación, más adelante afirmaría<br />

que su deseo fue el de “estructurar<br />

la tarea filosófica sobre la<br />

actividad de la comprensión”. 15<br />

Para entender bien la distinción,<br />

según Nozick la explicación trata<br />

14 Robert Nozick: Philosophical Explanations,<br />

Harvard University Press<br />

Cambridge (Mass.), 1981.<br />

de conectar (derivar) aquello que<br />

quiere explicar con otras cosas o<br />

hechos reales, mientras que la<br />

comprensión se sitúa sólo en una<br />

“red de posibilidad”. En otros términos,<br />

una hipótesis que sabemos<br />

falsa no explica nada (precisamente<br />

por ser falsa), pero en<br />

cambio puede ser iluminadora en<br />

una red conceptual de comprensión.<br />

En manos de Nozick, este<br />

método se convierte en un modo<br />

extremadamente original de plantear<br />

viejos y nuevos problemas filosóficos.<br />

Basta presentar sólo un ejemplo<br />

de dicha originalidad referido<br />

a la teoría del conocimiento, es<br />

decir, al problema de en qué condiciones<br />

podemos afirmar que sabemos<br />

alguna cosa, planteado en<br />

Philosophical Explanations. Tradicionalmente,<br />

desde unas famosas<br />

reflexiones de Platón en el Teeteto,<br />

se considera que el conocimiento<br />

es creencia verdadera justificada,<br />

esto es, que podemos<br />

afirmar que un sujeto A sabe que<br />

p (cualquier proposición acerca<br />

de la realidad) si y sólo si a) A<br />

cree que p, b) esta creencia de<br />

A está justificada y c) p es verdadero.<br />

Sin embargo, en 1963, E.<br />

Gettier escribió un breve artículo<br />

desafiando esta noción de conocimiento<br />

con algunos contraejemplos,<br />

que ponen de manifiesto<br />

que pueden darse los tres<br />

requisitos y todavía no diríamos<br />

que A sabe que p 16 . Pensemos en<br />

el siguiente ejemplo: una persona<br />

prende el televisor una calurosa<br />

tarde de julio y ve cómo Miguel<br />

Induráin cruza en primera posición<br />

la meta de la etapa de Alpe<br />

d’Huez, apaga el televisor y se dedica<br />

a otra cosa. A partir de lo<br />

que vio, cree que Induráin ganó<br />

esa etapa; dicha creencia está justificada<br />

y, supongamos además,<br />

es verdadera. Ahora bien, ese espectador<br />

desconoce que ha habido<br />

un fallo en la transmisión te-<br />

15 Giovanna Borradori: The American<br />

Philosopher. Conversations with<br />

Quine, Davidson, Putnam, Nozick,<br />

Danto, Cavell, MacIntyre, and Kuhn,<br />

pág. 75. The University of Chicago<br />

Press, Chicago, 1990.<br />

16 E. L. Gettier: ‘Is Justified True<br />

Belief Knowledge?’, Analysis, 23, págs.<br />

121-123 (1963).<br />

52 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


levisiva y han decidido transmitir<br />

la etapa del año anterior también<br />

ganada por Induráin. Entonces,<br />

aunque se cumplen todos los requisitos<br />

de la teoría tradicional,<br />

no diríamos que esa persona sabe<br />

que p (que sabe que Induráin ganó<br />

la etapa en ese año), porque<br />

–por así decirlo– acertó por casualidad.<br />

Pues bien, en Philosophical<br />

Explanations, Nozick desarrolla<br />

una concepción del conocimiento<br />

que trate de dar cuenta<br />

de contraejemplos como estos. El<br />

núcleo de dicha concepción reside<br />

en la idea conforme a la cual,<br />

cuando hay conocimiento, nuestras<br />

creencias siguen el rastro de la<br />

verdad (track the truth). Para el<br />

contraejemplo que hemos propuesto,<br />

la solución viene dada por<br />

la sustitución del requisito b)<br />

por el siguiente b’): si p no fuese<br />

verdadera, A no creería que p. Esta<br />

cláusula evita el problema<br />

puesto que nuestro espectador<br />

habría creído que Induráin había<br />

vencido dicha etapa del Tour,<br />

aunque no hubiese sido verdad.<br />

Obviamente, esta concepción,<br />

aquí presentada muy sumariamente,<br />

incorpora todo el debate<br />

acerca de los condicionales contrafácticos<br />

y los mundos posibles,<br />

en el que ahora no podemos detenernos.<br />

El sentido de la vida humana<br />

En cuanto a The Examined Life.<br />

Philosophical Meditations, al que<br />

nos referíamos antes, y a cuyo título<br />

castellano se le escapa la importante<br />

connotación del título<br />

principal inglés, es sin duda su<br />

obra más íntima, que nace con la<br />

pretensión de examinar los aspectos<br />

fundamentales de la vida<br />

humana. En definitiva, es una<br />

obra que recupera las principales<br />

preocupaciones de toda la historia<br />

de la filosofía, ocupándose sin<br />

vocación académica, pero con su<br />

característica profundidad de análisis<br />

de temas como la vida, la<br />

muerte, la familia, la sexualidad,<br />

la creación, la felicidad, Dios, las<br />

emociones, el significado y sentido<br />

de la realidad, etcétera. Es un<br />

texto de lectura placentera, que<br />

invita a la propia reflexión, valiente<br />

y, como siempre, brillante.<br />

La naturaleza de la racionalidad<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

Esta concepción nozickiana de la<br />

filosofía alcanza un grado excepcional<br />

de madurez en The Nature<br />

of Rationality, de 1993 17 , donde<br />

desarrolla una aguda concepción<br />

de la racionalidad de las<br />

creencias y de las acciones humanas,<br />

recuperando y revisando un<br />

lejano interés en los aspectos formales<br />

de la racionalidad que procedía<br />

de su formación filosófica<br />

en Princeton con Carl Hempel.<br />

De esta otra importante obra de<br />

Nozick podemos rescatar, a modo<br />

de ejemplo, otra muestra de su<br />

originalidad, que consiste en el<br />

planteamiento de una paradoja<br />

en el ámbito de la teoría de la<br />

elección racional. Se trata de una<br />

paradoja formulada de manera<br />

articulada por primera vez por<br />

Nozick, denominada paradoja de<br />

Newcomb (porque fue planteada<br />

por el físico norteamericano<br />

William Newcomb a Nozick a<br />

través de un amigo común y Nozick<br />

la publicó por primera vez,<br />

con permiso del propio Newcomb,<br />

en un libro en homenaje a<br />

C.G. Hempel en 1969 18 , y más<br />

tarde en el capítulo 2 de The Nature<br />

of Rationality). Supongamos<br />

que un ser capaz de predecir el<br />

futuro, llamémosle Ojo-que-todolo-ve,<br />

nos propone lo siguiente:<br />

debéis elegir entre dos urnas de<br />

cristal, una transparente y la otra<br />

opaca. En su interior, la urna opaca<br />

puede contener o bien un millón<br />

de euros o bien nada; la urna<br />

transparente contendrá en todo<br />

caso mil euros. El Ojo-que-todolo-ve<br />

os comunica que podéis elegir<br />

entre llevaros o bien sólo la<br />

urna opaca o bien las dos urnas;<br />

pero, como él puede predecir el<br />

futuro y, por tanto, sabe cuál será<br />

vuestra decisión, si os lleváis la<br />

urna opaca ésta contendrá el millón<br />

de euros; si os lleváis las dos<br />

urnas, entonces la urna opaca es-<br />

17 Robert Nozick: The Nature of Rationality,<br />

Princeton University Press,<br />

Princeton (N. J.), 1993. Hay traducción<br />

castellana: La naturaleza de la racionalidad,<br />

Paidós, Barcelona, 1995.<br />

18 Que más adelante sería reeditado<br />

en Socratic Puzzles, en 1997. De hecho, su<br />

primer análisis de esta paradoja formaba<br />

parte de su tesis doctoral de 1963, aunque,<br />

como sabemos, no fue publicada<br />

hasta mucho más tarde, en 1990.<br />

tará vacía. Las reacciones ante la<br />

paradoja son diversas y hay argumentos<br />

racionales en favor de las<br />

dos opciones. Algunos argumentan<br />

que a la hora de elegir, o bien<br />

la urna opaca contiene el millón<br />

de euros o no lo contiene; por<br />

tanto, es racional llevarse ambas<br />

urnas. Otros dicen que tal vez<br />

pueda determinarse el futuro a<br />

partir de la predicción de otro<br />

acontecimiento futuro y, entonces,<br />

conviene llevarse sólo la urna<br />

opaca. Sea como fuere, la paradoja<br />

muestra la perspicacia de<br />

Nozick en plantear un problema<br />

que afecta al núcleo de nuestras<br />

nociones de racionalidad humana<br />

y de causalidad y determinismo.<br />

El último Nozick<br />

En 1997 publicó una colección<br />

de ensayos con el título Socratic<br />

Puzzles 19 , un libro divertido y fecundo<br />

en el que Nozick rinde homenaje<br />

al que él mismo reconoce<br />

como su único gran Maestro de<br />

toda la historia de la filosofía y<br />

que le permitió comprender que<br />

en su vida ha estado “partiendo<br />

una y otra vez de cero” 20 . Y, finalmente,<br />

el año pasado publicó<br />

su última obra, Invariances: The<br />

Structure of the Objective World21,<br />

en la que puede hallarse su posición<br />

filosófica más acabada, más<br />

refinada, sobre la naturaleza de la<br />

verdad en conexión con el desafío<br />

del relativismo y de la objetividad,<br />

en conexión con el lugar de<br />

la experiencia subjetiva en un<br />

mundo objetivo, con una última<br />

parte dedicada al análisis de la<br />

verdad y la objetividad en el ámbito<br />

de la ética.<br />

De su obra filosófica más ge-<br />

19 Robert Nozick: Socratic Puzzles,<br />

Harvard University Press, Cambridge<br />

(Mass.), 1997. Hay traducción castellana<br />

de Agustín Coletes: Puzzles socráticos,<br />

Cátedra, Madrid, 1999.<br />

20 Robert Nozick: Socratic Puzzles,<br />

págs. 2 y 3.<br />

21 Robert Nozick: Invariances: The<br />

Structure of the Objective World, The<br />

Belknap Press of Harvard University<br />

Press, Cambridge (Mass.), 2001.<br />

22 A. R. Lacey: Robert Nozick, Acumen,<br />

Chesham (RU), 2001. Este libro de Lacey<br />

es una excelente exposición y reconstrucción<br />

de todo el pensamiento de Nozick, a<br />

excepción de su último libro, que se publicó<br />

con posterioridad al de Lacey.<br />

JOSÉ JUAN MORESO Y JOSÉ LUIS MARTÍ MÁRMOL<br />

neral se podría inferir, utilizando<br />

la clasificación de los filósofos de<br />

Isaiah Berlin, como afirma A. R.<br />

Lacey, que Nozick fue un zorro, y<br />

no un erizo; es decir, que destinó<br />

su trabajo a hacer pequeños descubrimientos<br />

y operaciones quirúrgicas<br />

de encaje conceptual,<br />

más que a construir y desarrollar<br />

una concepción filosófica correcta<br />

y omnicomprensiva 22 . Por otra<br />

parte, es conveniente advertir antes<br />

de finalizar este breve artículo,<br />

que la obra de Nozick, como la<br />

de muchos de los grandes filósofos<br />

de la segunda mitad del siglo<br />

XX, se construyó luchando contra<br />

muchos de los dogmas que se habían<br />

establecido en el seno del<br />

positivismo lógico, a pesar de que<br />

el mismo Nozick fue discípulo de<br />

Carl Hempel, uno de los filósofos<br />

de la ciencia más relevantes dentro<br />

de dicho positivismo lógico.<br />

La filosofía actual se ha desprendido<br />

completamente de tales<br />

dogmas: ya no queda tesis sustantiva<br />

alguna característica de la<br />

filosofía analítica. Sin embargo,<br />

sí ha permanecido un estilo filosófico<br />

basado en el análisis conceptual<br />

y en la precisión en la<br />

construcción y revisión de los argumentos,<br />

un estilo atribuible en<br />

realidad a los mejores filósofos de<br />

la historia.<br />

En resumen, aunque Robert<br />

Nozick es más conocido por su<br />

primer libro, Anarchy, State and<br />

Utopia, y, como hemos ya visto,<br />

no faltan razones para que sea así,<br />

sería un grave error descuidar la<br />

importante obra filosófica desarrollada<br />

en sus obras posteriores,<br />

muchas de las cuáles están llamadas<br />

a ejercer tan o más influencia<br />

en la filosofía contemporánea occidental.<br />

No es fácil encontrar en<br />

la discusión filosófica la afortunada<br />

combinación de profundidad,<br />

amplitud, apertura de miras<br />

y originalidad que la obra de Robert<br />

Nozick encierra. Por estas razones,<br />

sus lectores le echaremos<br />

de menos. n<br />

José Juan Moreso y José Luis Martí<br />

Mármol, profesores de Filosofía del Derecho<br />

en la Universitat Pompeu Fabra.<br />

53


La propiedad social consistió<br />

principalmente en vincular<br />

protecciones al trabajo de<br />

modo que el trabajador pudiese<br />

construir su propia seguridad a<br />

partir de su trabajo. En esta<br />

construcción, el Estado jugó un<br />

papel esencial. En realidad, el denominado<br />

“Estado de bienestar”<br />

(para evitar la menor connotación<br />

caritativa, creo que sería<br />

preferible denominarlo “Estado<br />

social”) intervino sobre todo como<br />

una instancia reductora de<br />

inseguridad y proveedora de servicios,<br />

una instancia que proporcionó<br />

derechos, protecciones,<br />

servicios para luchar contra la<br />

inseguridad social. La principal<br />

mediación que permitió al Estado<br />

jugar este papel protector fue<br />

la constitución de una forma<br />

original de propiedad: la propiedad<br />

social. La propiedad social<br />

es un tipo de propiedad diferente<br />

de la propiedad privada,<br />

que proporcionó seguridad a<br />

quienes se encontraban fuera de<br />

la propiedad; más concretamente<br />

a quienes para vivir, o para<br />

sobrevivir tan sólo contaban con<br />

la fuerza de su trabajo. De este<br />

modo, lo que en la actualidad<br />

se denomina la crisis o el retroceso<br />

del Estado social o del Estado<br />

de bienestar,puede ser interpretado<br />

en términos generales<br />

como una crisis o un retroceso<br />

de la propiedad social.<br />

Mi intervención se centrará,<br />

por tanto, en la profunda solidaridad<br />

que liga al Estado social con<br />

la propiedad social; y ello tanto<br />

en el proceso de su construcción<br />

simultánea, que permitió asegurar<br />

una seguridad para todos, o para<br />

casi todos, como en la actualidad,<br />

cuando se produce su crisis, cuando<br />

tanto el Estado como la pro-<br />

piedad social son objeto de impugnaciones<br />

promovidas por la<br />

marejada de la ideología y de las<br />

prácticas neoliberales.<br />

La “clase no propietaria”<br />

Para comprender bien la naturaleza<br />

y la importancia de la propiedad<br />

social hay que remontarse<br />

a la situación existente con<br />

anterioridad a que este tipo de<br />

propiedad se impusiese; más<br />

concretamente, a la situación en<br />

la que se encontraban aquellos<br />

que estaban privados de propiedad<br />

y que para subsistir tan sólo<br />

podían contar con la fuerza de<br />

sus brazos, es decir, es preciso<br />

remontarse a la situación compartida<br />

por la mayoría de los<br />

trabajadores. Su condición fue<br />

durante mucho tiempo bastante<br />

miserable. La verdad es que, sin<br />

exagerar, quienes no tenían nada<br />

en términos sociales no eran nada.<br />

Para probarlo me serviré únicamente<br />

de un dato representativo<br />

que se remonta al momento<br />

en el que la cuestión comenzó a<br />

plantearse a finales del siglo XVIII;<br />

pero no ha sido elegido al azar,<br />

pues proviene del abate Sièyes, el<br />

principal valedor de la Declaración<br />

de los derechos del hombre y<br />

del ciudadano, alguien, por tanto,<br />

que no tenía especialmente una<br />

mentalidad reaccionaria. Sièyes,<br />

en una nota de comienzos de los<br />

años 1780, se refiere a<br />

“esos desgraciados destinados a los<br />

trabajos más penosos, productores del<br />

beneficio ajeno, que apenas reciben medios<br />

para sostener su dolorido y lastimoso<br />

cuerpo; esa muchedumbre inmensa<br />

de instrumentos bípedos que<br />

únicamente poseen torpes manos y un<br />

alma descarriada”.<br />

Y Sièyes plantea una cuestión<br />

bastante terrible: “¿A ésos los lla-<br />

CIENCIAS SOCIALES<br />

LA PROPIEDAD SOCIAL<br />

ROBERT CASTEL<br />

máis seres humanos?” 1 . Me parece<br />

que con esta frase no expresa,<br />

o al menos no expresa<br />

únicamente, un desprecio de<br />

clase, sino que realiza, a la vez,<br />

una comprobación sociológica.<br />

Esos individuos “que únicamente<br />

poseen torpes manos” son literalmente<br />

aquellos a quienes Marx<br />

denominará proletarios, “productores<br />

del beneficio ajeno”,<br />

gentes que no tienen nada y que<br />

para sí mismos no representan<br />

nada. Y, puesto que el proletariado<br />

industrial aún no existía, se<br />

podría incluso decir que constituyen<br />

esa informe nebulosa de<br />

los que ejercen los oficios más<br />

bajos: jornaleros, peones de las<br />

ciudades y de los campos, “gente<br />

con los brazos curtidos”, cómo<br />

aún se dice hoy, que luchan cotidianamente<br />

por su supervivencia.<br />

No son únicamente miserables,<br />

sino también socialmente<br />

indignos y, como tales, despreciados<br />

hasta por las mentes mas<br />

ilustradas (Voltaire, cuando se<br />

refiere a ellos, habla de “la canaille”).<br />

Como afirmaba un autor de<br />

la época, en esta existencia<br />

de una clase no propietaria podemos<br />

descubrir la formación de<br />

la moderna cuestión social. Esta<br />

clase constituye el núcleo de los<br />

modernos asalariados que parecen<br />

condenados a la miseria y a<br />

la indignidad social. Esta cuestión,<br />

que surge a finales del siglo<br />

XVIII en Francia y en Europa occidental,<br />

se va a convertir en la<br />

gran cuestión del siglo XIX y va a<br />

adquirir con la industrialización<br />

un protagonismo cada vez mas<br />

central, pues el trabajador in-<br />

1 Sieyès, E: Textes choisis. Ed. des Archives<br />

contemporaines, París, 1985.<br />

dustrial pasó a ser la punta de<br />

lanza del proceso productivo: es<br />

alguien absolutamente necesario<br />

para la producción de las riquezas.<br />

Así fue como los proletarios<br />

fueron cada vez más numerosos,<br />

a la vez que permanecían sin bienes<br />

y sin protección. De aquí<br />

surgió el riesgo de ver instalarse y<br />

desarrollarse en el centro mismo<br />

de la estructura social a una masa<br />

de semi-instrumentos bípedos<br />

(por utilizar la expresión de Sièyes),<br />

una multitud formada por<br />

trabajadores y por sus miserables<br />

familias, seres humanos percibidos<br />

a la vez como inmorales y<br />

peligrosos, una proliferación de<br />

nuevos bárbaros, como con frecuencia<br />

se decía en la época, instalados<br />

en el corazón de las fábricas<br />

y de las ciudades. Clases<br />

laboriosas, clases peligrosas.<br />

Se podría precisar que este<br />

problema se agrava a medida<br />

que avanza el siglo XIX, pues con<br />

la industrialización y la urbanización<br />

la condición salarial se<br />

generaliza. Se empieza a tener<br />

conciencia de que la condición<br />

de ser asalariado, en términos<br />

generales, es un estado irreversible<br />

cuya expansión está orgánicamente<br />

vinculada a las transformaciones<br />

de la sociedad moderna.<br />

Por lo general cuando<br />

alguien es un asalariado lo es de<br />

por vida. Se produciría así un<br />

incremento cada vez mayor de<br />

asalariados en la sociedad moderna<br />

que en su mayor parte no<br />

se convertirán en propietarios.<br />

Se puede, por tanto, percibir<br />

con claridad el problema que<br />

plantea una condición obrera<br />

que permanece en este estado<br />

de miseria y de indignidad. Es<br />

esta condición la que se va a desarrollar<br />

en el corazón de la moderna<br />

sociedad de masas: masas<br />

54 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


cada vez más numerosas y en estado<br />

de inseguridad permanente<br />

que no están integradas en la<br />

sociedad industrial y que corren<br />

el riesgo de inclinarse del lado<br />

de la desesperación y de la revuelta,<br />

así como de subvertir el<br />

orden social.<br />

La invención<br />

de la propiedad social<br />

La invención de la propiedad<br />

social es la respuesta a este enorme<br />

reto, una respuesta que consiste<br />

en vincular protecciones,<br />

seguridad, a la condición del<br />

propio trabajador. En realidad<br />

existía otra respuesta posible: la<br />

supresión de la propiedad privada<br />

y su substitución por la<br />

propiedad colectiva. Era la opción<br />

que en la época defendían<br />

diferentes corrientes que se reclamaban<br />

del socialismo revolucionario,<br />

al igual que los marxistas,<br />

una opción que evidente-<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

mente ni los gobernantes ni las<br />

clases propietarias deseaban. Se<br />

podría afirmar que la invención<br />

de la propiedad social fue el modo<br />

de evitar la solución radical,<br />

revolucionaria, de la propiedad<br />

colectiva. Esta nueva solución<br />

permitió salir del dilema, encontrar<br />

una tercera vía entre<br />

los defensores a ultranza de la<br />

propiedad privada, partidarios<br />

del statu quo pese a que reenviaban<br />

a una mayoría de los trabajadores<br />

a la inexistencia social,<br />

y los partidarios, por otra parte, de<br />

un socialismo colectivista o de un<br />

comunismo que efectivamente se<br />

llegó a imponer a partir de 1917<br />

en Rusia bajo la forma de lo que<br />

se denominó “socialismo real”.<br />

El modo de superar este antagonismo<br />

consistió en vincular la<br />

seguridad al propio trabajo, en<br />

construir a partir del trabajo soportes<br />

que proporcionan protecciones<br />

equivalentes o casi<br />

Abate Sièyes<br />

equivalentes a las que proporciona<br />

la propiedad privada. Y es<br />

precisamente este suelo protector<br />

lo que la propiedad social va<br />

a promover.<br />

La expresión “propiedad social”<br />

circula en Francia desde finales<br />

del siglo XIX entre esa familia<br />

de pensadores ligados a la<br />

Tercera República que intentan<br />

fundar esta vía media entre los<br />

liberales, que se aferran al laissez-faire,<br />

y los defensores de una<br />

revolución social radical. Uno<br />

de esos autores, Alfred Fouillée,<br />

que publicó en 1884 un libro<br />

titulado La propiedad social y la<br />

democracia, proporciona la caracterización<br />

más explícita que<br />

encontré de la propiedad social:<br />

“Sin violar la justicia, e incluso, en<br />

nombre de la justicia, el Estado puede<br />

exigir a los trabajadores un mínimo de<br />

previsión y de garantías para el porvenir,<br />

pues esas garantías del capital humano,<br />

que son como un mínimo de<br />

propiedad esencial a todo ciudadano<br />

verdaderamente libre e igual a los otros,<br />

son cada vez más necesarias para evitar<br />

la formación de una clase de proletarios<br />

fatalmente condenada a la servidumbre<br />

o a la rebelión” 2 .<br />

Esta cita, extraordinariamente<br />

enjundiosa, muestra bien cómo<br />

se articuló un nuevo papel<br />

del Estado, pues es el núcleo del<br />

Estado social quien puede y debe<br />

intervenir en nombre de la<br />

justicia, y quien transgrede el tabú<br />

del liberalismo que se opone<br />

a la menor intervención pública<br />

en materia social. El Estado asume<br />

un modo privilegiado de intervención:<br />

debe promover el seguro<br />

obligatorio, obligar a los<br />

trabajadores a asegurarse contra<br />

los riesgos sociales, lo que les<br />

proporcionará una seguridad<br />

para el futuro en lugar de vivir<br />

al día a merced del menor accidente.<br />

También queda bien precisado<br />

el efecto de esta intervención:<br />

proporciona algo así como<br />

un mínimo de propiedad, un<br />

equivalente de la propiedad que<br />

asegura al trabajador un mínimo<br />

de independencia: contar con<br />

los recursos necesarios para no<br />

depender de un tercero, gozar<br />

de una cierta libertad, ser un<br />

ciudadano como los demás, es<br />

decir, como aquellos que tienen<br />

seguridad porque gozan de propiedad.<br />

Por último, la finalidad<br />

política de la operación es también<br />

pregonada con claridad:<br />

se trata de neutralizar el riesgo<br />

de la subversión propio de<br />

un proletariado o de una clase<br />

obrera no estabilizada y que, por<br />

tanto, como señaló Marx, “no<br />

tiene nada que perder, excepto<br />

2 Fouillé, A: La propriété sociale et la démocratie.<br />

París, 1884.<br />

55


LA PROPIEDAD SOCIAL<br />

sus cadenas”.<br />

Tal fue, en suma, el programa<br />

que constituyó el eje principal<br />

de las leyes sociales de la Tercera<br />

República y que, más allá incluso<br />

de ésta, constituyó el centro<br />

de desarrollo de ese Estado<br />

social que intervino (y esto es<br />

algo que hoy se ve con más claridad),<br />

como un reductor de inseguridad<br />

al proporcionar un<br />

mínimo de seguridad a quienes<br />

se encontraban en la inseguridad<br />

social permanente. En realidad<br />

esta política de reducción<br />

de riesgos pasa por la construcción<br />

de un tipo inédito de recursos<br />

que tienen funciones homólogas<br />

a las de la propiedad<br />

privada. Se podría afirmar que la<br />

propiedad social presenta una<br />

analogía con la propiedad privada:<br />

es una propiedad para la<br />

seguridad. Dicho de otro modo,<br />

la propiedad social difiere<br />

de la propiedad privada, a la vez<br />

que desempeña una de sus esenciales<br />

funciones. No se trata de<br />

un patrimonio privado del que<br />

se dispone libremente en el mercado.<br />

Esta propiedad depende<br />

de un sistema reglado de derechos<br />

y de obligaciones. En el caso<br />

de la jubilación, por ejemplo,<br />

no se puede vender el propio derecho<br />

de jubilación, pero una<br />

vez que se cumplen las obligaciones<br />

legales requeridas y garantizadas<br />

por el Estado, se cobra<br />

una pensión que asegura ese<br />

mínimo de propiedad de la que<br />

hablaba Fouillée. La pensión de<br />

jubilación no da para lujos, pero<br />

al menos libra de la miseria y<br />

de la indignidad, conjura ese<br />

verdadero drama que con anterioridad<br />

era consustancial a la<br />

condición de los viejos trabajadores<br />

que ya no podían seguir<br />

trabajando y que se veían condenados,<br />

a menos que sus hijos<br />

pudiesen hacerse cargo de ellos,<br />

a pudrirse para finalmente morir<br />

en el hospicio. Esta eventualidad<br />

representó un temor secular<br />

para la gran mayoría de lo que<br />

se denominó “el pueblo”.<br />

La propiedad social hace posible<br />

un cambio muy considerable<br />

respecto a la condición en<br />

la que se encontraban los proletarios<br />

en los inicios de la indus-<br />

trialización que literalmente gastaban<br />

su vida ganándose la vida.<br />

Esta forma de propiedad proporciona<br />

también una cierta limitación<br />

a la total hegemonía<br />

del mercado sobre el trabajo. Las<br />

exigencias del beneficio ya no<br />

dominan por completo en la<br />

condición del trabajador, pues<br />

el beneficio va acompañado de<br />

contrapartidas sociales destinadas<br />

a la protección de los trabajadores.<br />

En cierto sentido se podría<br />

decir que el mercado se ve<br />

domesticado, moldeado por la<br />

protección social. Sin duda, evidentemente<br />

el mercado no queda<br />

eliminado, pero se establece<br />

un cierto compromiso que me<br />

parece que constituye el eje de lo<br />

que se denominó el “pacto social”<br />

que va a culminar en los<br />

años 1970; pacto que supone,<br />

por una parte, aceptar las exigencias<br />

del mercado, es decir, las<br />

condiciones necesarias para producir<br />

riqueza, y la exigencia, por<br />

otra, de asegurar las condiciones<br />

de una mínima seguridad<br />

para aquellos y aquellas que son<br />

los principales productores de<br />

esta riqueza, es decir, las trabajadoras<br />

y los trabajadores asalariados.<br />

La expansión<br />

de la propiedad social<br />

En esta un tanto esquemática<br />

representación de la propiedad<br />

social que acabo de presentar<br />

hay dos importantes lagunas<br />

que exigen algunas precisiones<br />

con el fin de que tengamos una<br />

visión más completa de los retos<br />

que giran en la actualidad en<br />

torno a la propiedad social.<br />

En primer lugar, me he ceñido<br />

al momento del nacimiento de<br />

esta noción a finales del siglo XIX<br />

y comienzos del siglo XX, que dio<br />

lugar en una primera época a<br />

realizaciones prácticas muy modestas,<br />

por no decir irrisorias. Así,<br />

por ejemplo, la ley sobre las jubilaciones<br />

de obreros y campesinos,<br />

que se votó en Francia en 1910<br />

tras 20 años de encarnizados debates,<br />

únicamente afectó a un número<br />

muy limitado de trabajadores;<br />

por una parte únicamente<br />

concernía a los asalariados con<br />

menores ingresos, situados por<br />

debajo de un umbral salarial muy<br />

bajo, y, por otra, en esa época la<br />

mayoría de los trabajadores morían<br />

antes de que les llegase la<br />

edad de la jubilación. La cuestión,<br />

por tanto, estriba, en saber<br />

cómo éstas más que tímidas realizaciones<br />

de comienzos de siglo<br />

se reforzaron y se extendieron para<br />

formar la osamenta de lo que<br />

Fraçois Ewald denominó una “sociedad<br />

aseguradora” que vino a<br />

cubrir contra los principales riesgos<br />

sociales, en un primer momento<br />

a todos los asalariados, y,<br />

posteriormente, a prácticamente<br />

todo el conjunto de la población<br />

3 . ¿Cómo se produjo el paso<br />

de la sociedad industrial a una sociedad<br />

salarial, el paso a una sociedad<br />

en la que el salario se generalizó?<br />

Las transformaciones<br />

–en las que no podemos detenernos<br />

ahora– han sido de larga duración,<br />

han sido complejas, dieron<br />

lugar a numerosos conflictos<br />

y en ellas el papel del Estado social<br />

ha sido preponderante. Pero<br />

al menos lo que se puede decir es<br />

que la sociedad salarial no es tan<br />

sólo una sociedad en la que la<br />

mayoría de la población activa es<br />

asalariada, sino también, y, sobre<br />

todo, una sociedad en la que los<br />

seguros, las protecciones instituidas<br />

en un primer momento para<br />

cubrir los riesgos de los obreros<br />

asalariados, llegaron a cubrir prácticamente<br />

a todo el mundo. Y se<br />

podría incluso añadir que esta sociedad<br />

salarial es la sociedad en<br />

la que aún nos encontramos hoy,<br />

aunque se vea amenazada, pues la<br />

sociedad a la que hemos llegado<br />

es en buena medida el resultado<br />

de la generalización de la propiedad<br />

social.<br />

Es preciso plantear una segunda<br />

cuestión que está además<br />

vinculada a la primera. Presenté<br />

la propiedad social a partir de<br />

lo que yo considero su centro<br />

nuclear, o al menos su realización<br />

más original, es decir, la<br />

transferencia directa del trabajo<br />

a la seguridad por medio del seguro<br />

obligatorio. Me parece que<br />

el derecho a la jubilación repre-<br />

3 Ewald, F: L’Etat Providence. Grasset,<br />

París, 1986.<br />

senta sin duda la ejemplificación<br />

más clara de una protección<br />

construida a partir del trabajo<br />

que asegura la protección del<br />

asalariado al margen del trabajo<br />

y hasta el final de sus días. Pero<br />

la propiedad social no se reduce<br />

tan sólo a este tipo de prestaciones<br />

sociales, pues consiste también<br />

en asegurar la participación<br />

de los individuos no propietarios<br />

en los bienes y servicios colectivos<br />

de los que es promotor<br />

el Estado social. Se trata, en primer<br />

lugar, del desarrollo de los<br />

servicios públicos que un jurista<br />

de principios del siglo XX, Leon<br />

Duguit, definía como<br />

“toda actividad cuya realización debe<br />

ser asegurada, regulada por los gobernantes,<br />

ya que el cumplimiento de esta<br />

actividad es indispensable para la realización<br />

y el desarrollo de la interdependencia<br />

social, puesto que es de tal naturaleza<br />

que no puede ser completamente<br />

realizada más que mediante la intervención<br />

de la fuerza gubernamental” 4 .<br />

Esta idea de la interdependencia<br />

social (idea que reenvía a<br />

la solidaridad orgánica de Durkheim)<br />

es fundamental. Es una<br />

idea que expresa la necesidad de<br />

mantener un vínculo de reciprocidad<br />

en el que se pone de<br />

manifiesto la participación<br />

de los ciudadanos en un mismo<br />

conjunto con el fin de que, contra<br />

lo que se denominaba en la<br />

época los riesgos de disociación<br />

social (en la actualidad se habla<br />

de la exclusión), los ciudadanos<br />

continúen haciendo sociedad en<br />

el sentido fuerte del término,<br />

continúen siendo interdependientes<br />

unos de otros, para formar<br />

lo que en términos políticos<br />

se denomina una nación y, en<br />

términos sociológicos, la cohesión<br />

social. Y es precisamente la<br />

fuerza gubernamental, el Estado<br />

social, quien construye los medios<br />

de esta interdependencia<br />

poniendo a disposición de todos<br />

bienes y servicios comunes.<br />

Una de las funciones esenciales<br />

del Estado moderno es, por tan-<br />

4 Duguit, L: Le droit social, le droit individuel<br />

et la transformation de l’Etat. Paris,<br />

1908.<br />

56 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


to, ser el agente de una distribución<br />

concertada de servicios en<br />

nombre del interés general. La<br />

distribución es necesaria pues las<br />

empresas privadas –precisamente<br />

porque representan intereses<br />

privados– no pueden asumir suficientemente<br />

esta función.<br />

Esta concepción del servicio<br />

público desembocará tras la Segunda<br />

Guerra Mundial, en el<br />

marco de una economía dirigida<br />

de inspiración keynesiana, en la<br />

nacionalización de determinadas<br />

empresas. La idea es que los<br />

poderes públicos deben también<br />

administrar determinadas empresas<br />

porque los bienes que éstas<br />

producen representan un interés<br />

colectivo cuya gestión no<br />

puede ser dejada en manos de la<br />

iniciativa privada.<br />

Se comprueba así que existen<br />

fuertes disparidades entre estas<br />

diferentes configuraciones de la<br />

propiedad social, a las que sería<br />

preciso añadir además al menos<br />

las viviendas de protección oficial,<br />

otro medio de facilitar a los<br />

no propietarios el acceso a un<br />

bien esencial.<br />

No trato de afirmar que la<br />

propiedad social goce de una<br />

unidad conceptual sin fisuras (en<br />

todo caso confieso que no soy<br />

capaz de establecer totalmente<br />

esta unidad), pero las diferentes<br />

realizaciones de la propiedad social<br />

presentan al menos un mismo<br />

objetivo, que se podría definir<br />

como la rehabilitación social<br />

de los no propietarios. Incluso<br />

aquellos que carecen de propiedad<br />

privada participan, sin embargo,<br />

de la riqueza social, bien<br />

porque disponen de una Seguridad<br />

Social bajo la forma de seguros<br />

garantizados por el Estado,<br />

bien bajo la forma del acceso<br />

a bienes y servicios colectivos<br />

puestos a su disposición por el<br />

poder público en una lógica que<br />

no es la del puro mercado. Sugería<br />

que se encuentran aquí los<br />

dos polos de la propiedad social<br />

que sirven de fundamento a una<br />

ciudadanía social en el sentido<br />

fuerte del término. Si esta noción<br />

de ciudadanía social, demasiado<br />

manida en la actualidad,<br />

tiene un sentido preciso,<br />

me parece que es precisamente<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

éste. La propiedad privada ya no<br />

es el único fundamento de la<br />

ciudadanía. El no propietario<br />

goza también de derechos sociales<br />

y de seguros sociales, participa<br />

de prestaciones y servicios colectivos<br />

garantizados por el Estado<br />

que tienen una función<br />

análoga a la de la propiedad privada<br />

para los no propietarios.<br />

El debilitamiento<br />

de la propiedad social<br />

Una vez realizadas estas precisiones<br />

acerca de la naturaleza y<br />

las funciones de la propiedad social<br />

¿cómo analizar el cuestionamiento<br />

y la conmoción de la<br />

propiedad social, y del papel del<br />

Estado que le sirve de soporte,<br />

en el marco de la crisis de la sociedad<br />

salarial? Esta crisis, que<br />

sin duda es algo más que una<br />

crisis transitoria, señala una recomposición<br />

bastante profunda<br />

de las relaciones entre lo económico<br />

y lo social; supone también<br />

cuestionar el pacto social, al<br />

que ya nos hemos referido, todo<br />

él vertebrado por la propiedad<br />

social. Resulta imposible realizar<br />

ahora un balance de las considerables<br />

transformaciones que<br />

se produjeron desde hace 25<br />

años. Simplemente me contentaré<br />

con señalar su repercusión<br />

en los diferentes aspectos de la<br />

propiedad social que he distinguido,<br />

lo que no deja de ser una<br />

prueba a contrario de la unidad,<br />

al menos relativa, de esta noción<br />

pues, aunque de forma desigual,<br />

sus diferentes configuraciones se<br />

ven todas ellas afectadas.<br />

He señalado que la nacionalización<br />

de determinadas empresas<br />

había sido la punta de lanza<br />

de la propiedad social en el sector<br />

económico, en el marco de<br />

una economía dirigida de tipo<br />

keynesiano, al asumir el poder<br />

público directamente su administración<br />

en nombre del interés<br />

colectivo. Se trata, sin duda,<br />

del sector más degradado actualmente<br />

de la propiedad social,<br />

en situación de liquidación<br />

total, pues incluso bajo un gobierno<br />

socialista se ha acentuado<br />

la privatización de empresas nacionalizadas.<br />

Creo que se puede<br />

afirmar que en términos genera-<br />

les triunfa en el mundo la tendencia<br />

a incorporar al mercado<br />

la producción o la gestión de<br />

bienes y servicios que tienen directamente<br />

un valor mercantil.<br />

Lo que acontece en la esfera<br />

de los servicios públicos propiamente<br />

dichos me parece más<br />

complejo. Por una parte se observa<br />

una tendencia general a<br />

asumir la gestión de esos servicios<br />

a partir del modo de funcionamiento<br />

de los servicios privados.<br />

También en los servicios<br />

públicos se habla de eficacia, de<br />

flexibilidad en los servicios a la<br />

clientela, etcétera, algo que en<br />

sí mismo no es como para echar<br />

las campanas al vuelo. Pero se<br />

observa también la tendencia a<br />

reenviar a lo privado, a privatizar<br />

servicios que en un principio<br />

fueron puestos en marcha por<br />

los poderes públicos. Por ejemplo,<br />

en Francia las telecomunicaciones<br />

fueron desarrolladas<br />

por el poder público, lo que supuso,<br />

además, un fuerte coste<br />

para los contribuyentes, pues sólo<br />

el Estado era capaz de ese tipo<br />

de inversión, o en todo caso no<br />

le interesaba al sector privado ya<br />

que no era rentable. Pues bien,<br />

recientemente se privatizó, al<br />

menos parcialmente, France Telecom,<br />

pues gestiona bienes que<br />

pueden ser rentables. Este tipo<br />

ROBERT CASTEL<br />

de transferencia de lo público a<br />

lo privado también es una tendencia<br />

general, una tendencia<br />

concretamente muy acentuada<br />

en determinados países, como<br />

sucedió, por ejemplo, en la Inglaterra<br />

de la señora Thatcher.<br />

Esta orientación privatizadora<br />

suscita una cuestión de fondo.<br />

¿Existen bienes que no son comercializables,<br />

es decir, cuya naturaleza<br />

es tal que no deberían<br />

ser incorporados al mercado, incluso<br />

aunque esos bienes puedan<br />

resultar vendibles? ¿Es posible<br />

remercantilizarlos con la seguridad<br />

de que van a continuar<br />

desempeñando su función colectiva,<br />

es decir, la de ser, como<br />

decía Leon Duguit, los instrumentos<br />

de la interdependencia<br />

social? Me lo planteo en relación<br />

concretamente a esos dos bienes<br />

esenciales que son la educación<br />

y la salud, los dos principales pilares<br />

del servicio público. En este<br />

ámbito también asistimos a<br />

los avances de una mentalidad<br />

impregnada de contabilidad y<br />

de gestión. Sin duda, la preocupación<br />

por aligerar el peso de<br />

los gastos públicos es legítimo,<br />

pero la cuestión a dilucidar es si<br />

el coste de un servicio público<br />

puede ser reducido a su precio<br />

en el mercado, pues la vocación<br />

del servicio público es la de si-<br />

57


LA PROPIEDAD SOCIAL<br />

tuar en un primer plano el interés<br />

general y, sin duda, sólo el<br />

poder público puede ser el garante<br />

de este interés colectivo,<br />

simplemente porque la lógica de<br />

lo privado es la lógica del beneficio.<br />

Existe al menos una tensión,<br />

por no hablar de una contradicción,<br />

entre esas dos lógicas; y en<br />

la actualidad la progresión de la<br />

lógica mercantilizadora tiende en<br />

la misma proporción a reducir la<br />

preeminencia de la jurisdicción<br />

pública y el lugar del Estado social.<br />

La misma tensión se pone de<br />

manifiesto en la actual recomposición<br />

de la protección social.<br />

La institución del seguro obligatorio<br />

que desembocó en una<br />

Seguridad Social generalizada,<br />

fue el medio a través del cual se<br />

reafirmo la propiedad social del<br />

modo más brillante; y en este<br />

punto, una vez más, se habla<br />

hoy de una “crisis” de este sistema<br />

de protección que se presenta<br />

ante todo como una crisis de<br />

su financiación. Y en realidad,<br />

en la medida en que lo esencial<br />

de la protección debe ser financiado<br />

por las cotizaciones sociales<br />

a partir del trabajo, se entiende<br />

que el paro masivo, la<br />

precarización creciente de los<br />

empleos, el envejecimiento de<br />

la población activa, etcétera,<br />

amenacen con bloquear los mecanismos<br />

de financiación. De<br />

ahí surgen reformas, entre ellas<br />

algunas que funcionan ya como<br />

la financiación parcial de la protección<br />

mediante la Contribución<br />

Social Generalizada (CSG),<br />

algunas en estado de proyecto<br />

como, por ejemplo, la discusión<br />

sobre la financiación de los regímenes<br />

de jubilación.<br />

En realidad más allá de estas<br />

cuestiones de financiación ¿no<br />

es la lógica misma del sistema<br />

de protección social la que está<br />

siendo amenazada? El punto de<br />

llegada de la protección social<br />

era cubrir al conjunto de la población<br />

mediante medidas generales<br />

tendentes al universalismo,<br />

es decir, tendentes a asegurar<br />

a todo el mundo, o, a casi<br />

todo el mundo, a partir de grandes<br />

regulaciones homogéneas.<br />

Estamos en las antípodas de la<br />

lógica de la asistencia que consiste<br />

en dispensar ayudas a poblaciones<br />

específicas en la medida<br />

en que sufren dificultades<br />

particulares siguiendo la lógica<br />

de lo singular, o, como se dice<br />

en América del Norte, de la discriminación<br />

positiva. Asistimos<br />

así a la multiplicación de lo que<br />

se denominan los “mínima” sociales,<br />

es decir, prestaciones atribuidas<br />

en función de los ingresos<br />

a grupos que sufren determinadas<br />

dificultades. En Francia<br />

existen actualmente siete mínima<br />

sociales, de los cuales el último<br />

cronológicamente es el Ingreso<br />

Mínimo de Inserción<br />

(RMI).<br />

Sin que ello suponga condenar<br />

estas nuevas disposiciones,<br />

que son intentos de hacer frente<br />

a una situación cada vez más difícil,<br />

es preciso plantearse si no<br />

estamos asistiendo a una transformación<br />

del propio régimen<br />

de protecciones. En lugar de regímenes<br />

generales de protección<br />

de la sociedad salarial nos encontramos<br />

con un régimen de<br />

protección que funciona a dos<br />

velocidades: seguros generales y<br />

sólidos para quienes continúan<br />

estando fuertemente integrados<br />

en las estructuras de la sociedad<br />

salarial; y prestaciones particulares<br />

para quienes se han descolgado<br />

de las regulaciones generales y<br />

a quienes se les conceden compensaciones,<br />

pero a partir de su<br />

inferioridad. Son prestaciones no<br />

sólo inferiores a las que se derivan<br />

del trabajo sino que además<br />

pueden llegar incluso a adquirir<br />

una dimensión estigmatizante<br />

en la medida en que se conceden<br />

sobre la base de una deficiencia<br />

o al menos de la comprobación<br />

de que el individuo<br />

ha dejado de pertenecer al régimen<br />

común.<br />

¿No estamos asistiendo a través<br />

de todas estas transformaciones<br />

a una profunda alteración<br />

de la noción misma de solidaridad<br />

cuyo sentido fuerte significa<br />

la interdependencia de las<br />

partes en relación al todo? En la<br />

actualidad la solidaridad tiende<br />

a convertirse en un tranquilizante,<br />

en una especie de benevolencia<br />

para con determinadas<br />

categorías de gente tirada a quienes<br />

se les conceden, sin embargo,<br />

determinadas ayudas, pero<br />

a partir de un modelo que se<br />

asemeja más al de la filantropía<br />

que al del reconocimiento de<br />

una verdadera ciudadanía social.<br />

Un ejemplo es el “subsidio específico<br />

de solidaridad” reconocido<br />

a los parados a quienes se les<br />

acaba el seguro de desempleo,<br />

es decir, a quienes se han quedado<br />

sin los derechos que estaban<br />

vinculados al trabajo y que<br />

se inscribían en la lógica de la<br />

propiedad social.<br />

Generalizando estas reflexiones<br />

nos podríamos preguntar si<br />

no estamos asistiendo actualmente<br />

a una especie de revancha<br />

de la propiedad privada sobre la<br />

propiedad social. La propiedad<br />

social nunca suprimió la propiedad<br />

privada. Se podría incluso<br />

sostener la tesis de que la salvó<br />

al ahorrar la opción colectivista.<br />

Sin embargo, limitó su<br />

hegemonía al asegurar la seguridad<br />

de los no propietarios. En<br />

realidad lo que hoy vuelve a<br />

ocupar el primer plano es la figura<br />

del propietario, aunque<br />

adoptando formas muy nuevas.<br />

Ya no se trata del propietario<br />

agrícola que dominaba en la sociedad<br />

preindustrial; ni tampoco<br />

del rentista, dibujado con finos<br />

trazos por escritores como Balzac<br />

y que fue tan pujante en el<br />

siglo XIX, e incluso, más tarde;<br />

tampoco estamos ante el capitán<br />

de la industria de la gran<br />

época de la industrialización, sino<br />

más bien ante el capital financiero,<br />

la búsqueda del beneficio<br />

por el beneficio a cualquier<br />

precio. Si esta propiedad triunfase<br />

en toda la línea ya no habría<br />

espacio para la propiedad social<br />

ni para el Estado social en tanto<br />

que instancia de regulación, a la<br />

vez como reductor de inseguridad<br />

y proveedor de servicios públicos,<br />

por recordar los dos principales<br />

papeles que desempeñó<br />

en la sociedad salarial.<br />

No nos encontramos, sin embargo,<br />

en esta situación, o al<br />

menos aún no hemos llegado a<br />

ella. Me parece que el diagnóstico<br />

que se puede plantear a partir<br />

de la situación actual es el del<br />

debilitamiento de la propiedad<br />

social y no el de su derrumbamiento.<br />

Sin duda se observa un<br />

desarrollo de la precariedad, pero<br />

se trata de una precariedad<br />

aún rodeada y atravesada por<br />

protecciones. La Seguridad Social,<br />

por lo que yo sé, aún existe<br />

en Francia y para casi todo el<br />

mundo. También existe el Estado<br />

social y se podría incluso afirmar<br />

que sus intervenciones nunca<br />

han sido tan numerosas y variadas<br />

como en la actualidad,<br />

incluso, aunque no siempre sean<br />

eficaces. Por ejemplo, la ley que<br />

acaba de ser votada sobre la cobertura<br />

sanitaria universal es una<br />

extensión de la protección social<br />

a aquellos que hasta la actualidad<br />

habían sido excluidos<br />

de ella. Sin duda el Estado social<br />

es objeto de impugnaciones y se<br />

ve amenazado, pero no está<br />

muerto ni tampoco está moribundo.<br />

Su función protectora<br />

aún está pujante, como lo muestra<br />

a contrario la virulencia de<br />

los ataques de los que es objeto<br />

por parte de la ideología liberal.<br />

Los análisis que predicen su desplome<br />

son extrapolaciones unilaterales<br />

de la fuerte tendencia a<br />

la des-regulación que efectivamente<br />

atraviesa la situación actual,<br />

pero no son tendencias hegemónicas.<br />

La situación actual<br />

implica demasiados parámetros<br />

como para que se pueda pretender<br />

que la suerte ya está echada;<br />

y ello tanto más si se piensa que<br />

lo que sucederá dependerá también<br />

de lo que hagamos o no<br />

hagamos en la actualidad por<br />

asumirla.<br />

Conclusión<br />

La invención de la propiedad<br />

social supuso una revolución y<br />

su importancia no siempre ha<br />

sido suficientemente subrayada,<br />

pues se trata de una revolución<br />

silenciosa que se desplegó a lo<br />

largo del tiempo –al menos durante<br />

un siglo– sin convulsiones<br />

violentas, lo que no quiere decir<br />

que se produjese sin conflictos.<br />

Esta invención ha conmovido<br />

profundamente la condición social<br />

de la mayoría de la población<br />

de las sociedades occidentales,<br />

y consiguió como mínimo<br />

58 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


yugular el estado de precariedad<br />

y de inseguridad social permanente<br />

que había sido el destino<br />

secular de la mayoría de los trabajadores.<br />

No se trata de un juicio<br />

de valor, sino de un hecho<br />

comprobado por la historia social<br />

desde el comienzo del siglo<br />

XIX. Apoyándome en este análisis<br />

defiendo –posiblemente se<br />

trata de un juicio de valor que<br />

asumo con gusto– que se trata<br />

de una noción que merece consideración<br />

y que estaría bien repensarla<br />

dos veces antes de proclamar<br />

que ya ha periclitado y<br />

que es hora de pasar a otra cosa:<br />

por ejemplo, a la aceptación de<br />

la hegemonía total del mercado.<br />

Esto no quiere decir que haya<br />

que conservarla en la forma<br />

exacta que adoptó cuando se<br />

produjo el pacto social de comienzos<br />

de los años setenta, por<br />

ejemplo. Efectivamente hay algo<br />

de irreversible en las transformaciones<br />

que se han operado<br />

desde hace 25 años y que han<br />

conmovido profundamente la<br />

sociedad salarial. Pero permanece<br />

tan actual como esencial la<br />

cuestión de saber si es posible<br />

volver a desplegar la propiedad<br />

social en una coyuntura nueva<br />

marcada por una mayor movilidad,<br />

por exigencias de competitividad,<br />

por una mayor concurrencia,<br />

etcétera.<br />

¿Es posible poner en marcha,<br />

como decía antes, nuevas formas<br />

de un pacto entre, por una<br />

parte, las condiciones requeridas<br />

para producir las riquezas<br />

que reenvían a exigencias que<br />

pueden ser legítimas del mercado,<br />

y por otra, las condiciones<br />

requeridas para asegurar la protección<br />

y el reconocimiento social<br />

de aquellos que con su trabajo<br />

producen esas riquezas? Se<br />

trata evidentemente de una pregunta<br />

que suscita dificultades<br />

importantes, pero la pregunta se<br />

impone si se acepta la importancia<br />

que revistió, y que reviste<br />

aún, la propiedad social en la<br />

sociedad salarial. Si no encontramos<br />

una respuesta, sin duda<br />

se saldría de la sociedad salarial<br />

pero se correría el riesgo de reanudar,<br />

en nombre de la búsqueda<br />

de la eficacia y de la compe-<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

titividad a cualquier precio, esa<br />

indignidad de la condición trabajadora<br />

a la que me refería al<br />

comienzo para mostrar lo que<br />

en términos globales era el mundo<br />

del trabajo antes de la instauración<br />

de la propiedad social.<br />

En suma, en nombre de las alabanzas<br />

a un futuro libre de coacciones,<br />

de reglamentaciones y<br />

de burocracias estatales, se correría<br />

el riesgo de volver a encontrarnos<br />

con las más viejas expresiones<br />

de la miseria de los<br />

trabajadores y con la inseguridad<br />

social. n<br />

Traducción de Fernando Álvarez-Uría.<br />

Robert Castel es director del Centro<br />

de Estudios de los Movimientos Socia-<br />

ROBERT CASTEL


Revuelta y resignación.<br />

Acerca del envejecer<br />

Jean Améry<br />

Pre-Textos, Valencia, 2001<br />

Para reflexionar sobre la existencia<br />

no hace falta una mente<br />

filosófica; es más, una mente filosófica,<br />

una mente analítica,<br />

representa casi siempre un obstáculo<br />

cuando de lo que se trata<br />

es de pensar la vida propia<br />

(ya la misma denominación de<br />

existencia a esa vida constituye<br />

el primer obstáculo). Y si bien<br />

nadie se atrevería a defender que<br />

una mente cansada, fatigada, débil,<br />

está en mejores condiciones<br />

para la reflexión que una mente<br />

lúcida y despierta, lo cierto es<br />

que han sido esas mentes las que<br />

han producido los mejores pensamientos,<br />

las que se han extraviado<br />

menos y las que, cuando<br />

han cometido errores, éstos apenas<br />

han tenido consecuencias serias<br />

para la humanidad. No se<br />

puede decir lo mismo de las<br />

mentes lúcidas. Y si nos preguntáramos<br />

por qué la mente<br />

está cansada, fatigada o débil,<br />

no encontraríamos seguramente<br />

otra respuesta que ésta: por el<br />

paso de los años, por el uso, por<br />

la práctica, por la experiencia.<br />

La conciencia del tiempo<br />

Los libros de Jean Améry poseen<br />

una sabiduría especial. La razón,<br />

la lógica, tan sólidos pilares del<br />

conocimiento humano, no sirven<br />

en cambio de nada cuando<br />

lo que se trata de conocer es al<br />

propio ser humano. Améry sabe<br />

esto, y en consecuencia no se<br />

propone demostrar nada, sino<br />

únicamente mostrar; y para<br />

mostrar nada mejor que el “uso<br />

lingüístico habitual”, es decir,<br />

ese lenguaje de todos y de nadie,<br />

tan impreciso a veces, tan inexacto,<br />

tan equívoco, pero tan cabal<br />

siempre. Y ese uso lingüístico<br />

habitual, por mucho que nos<br />

digan los fenomenólogos que el<br />

tiempo no existe, que es una<br />

abstracción, un concepto vacío,<br />

una idea relativa, nos habla de<br />

presente, de pasado y de futuro;<br />

y siempre entendemos lo que estos<br />

tres tiempos significan, siempre<br />

entendemos su sentido, aunque<br />

en ocasiones presintamos<br />

también su sinsentido. Y el<br />

tiempo presente es el momento<br />

éste en que escribo, el momento<br />

en que leo este texto, aunque esté<br />

enmarcado entre un pasado<br />

y un futuro que, como se suele<br />

decir, le confieren su verdadera<br />

dimensión. La mejor y más<br />

completa experiencia que el<br />

hombre tiene del tiempo, aunque<br />

no la única, es el envejecimiento,<br />

el propio envejecimiento<br />

que es, acerca de lo que trata<br />

este libro de Jean Améry, los términos<br />

de cuyo título, muy inteligentemente,<br />

han invertido los<br />

editores: Revuelta y resignación.<br />

Acerca de envejecer (originalmente<br />

Über das Altern. Revolte<br />

und Resignation).<br />

Así pues, según Améry, sólo<br />

quien ha vivido suficiente tiene<br />

la experiencia del tiempo, conoce<br />

y sabe lo que es el tiempo.<br />

¿Pero cuándo se ha vivido suficiente?<br />

¿Cuándo alguien puede<br />

decir: ya he vivido suficiente?<br />

Precisamente, nos dice el autor,<br />

cuando se hace consciente del<br />

tiempo, del paso del tiempo. Suficiente<br />

no quiere decir bastante;<br />

el suficiente se puede prolongar<br />

indefinidamente, todo puede ser<br />

suficiente, pero no bastante,<br />

nunca bastante. Ser consciente<br />

del tiempo es reconocerse temporal.<br />

El hombre siempre ha sa-<br />

FILOSOFÍA<br />

ENVEJECER Y MORIR<br />

Un insano compromiso<br />

MANUEL ARRANZ<br />

bido que es temporal, siempre<br />

ha sabido que él también envejecerá<br />

y acabará por morir un<br />

día. Lo sabe pero, como dice<br />

Jankélévitch, no se lo cree 1 . Sólo<br />

a partir del momento en que<br />

empieza a creérselo empieza a<br />

ser consciente de verdad de ese<br />

hecho, que es el más común y<br />

cotidiano de los hechos: envejecemos.<br />

Y sin embargo es un hecho<br />

extraordinario. Envejecemos<br />

y el tiempo que nos queda<br />

por delante, indefinido y cada<br />

vez más corto pero el único que<br />

nos importa, hace que volvamos<br />

la mirada atrás, al pasado de este<br />

presente sin casi ya futuro.<br />

Envejecemos y el paso del tiempo<br />

de pronto empieza a dejar<br />

sentir su peso. El peso del tiempo<br />

no son todos esos recuerdos<br />

que conforman el pasado del<br />

hombre. El hombre que no recuerda,<br />

o que apenas tiene recuerdos,<br />

también siente el peso<br />

del tiempo. Y es que el tiempo,<br />

cuanto menos es más pesa, pues<br />

el tiempo que le pesa al hombre<br />

es el tiempo del futuro, y cuanto<br />

menos futuro le queda, más<br />

le pesa. Lo contrario también es<br />

cierto.<br />

La conciencia del cuerpo<br />

Podemos considerar el envejecimiento<br />

una enfermedad, como<br />

hace Jean Améry, una enfermedad<br />

común e incurable, aunque<br />

no mortal, pues el hombre siempre<br />

acaba muriendo de alguna<br />

otra cosa, un paro cardiaco, una<br />

rotura de aneurisma, un ictus,<br />

algo sin duda propiciado por<br />

el envejecimiento de los órganos,<br />

por su deterioro, pero no<br />

1 Vladímir Jankélévitch: La muerte.<br />

Pre-Textos, Valencia, 2002.<br />

muere de envejecimiento propiamente<br />

dicho. El hombre teóricamente<br />

siempre puede envejecer<br />

más, como de hecho está<br />

sucediendo. No es por tanto una<br />

enfermedad, o sólo lo es metafóricamente<br />

hablando, aunque<br />

sí sea un estado “propicio a las<br />

enfermedades”; y, particularmente,<br />

según Améry, a una especie<br />

de disociación del yo provocada<br />

por la conciencia aguda<br />

del cuerpo.<br />

Así, el cuerpo se hace consciente<br />

en el envejecimiento del<br />

mismo modo que se dice que la<br />

salud se hace consciente en<br />

la enfermedad. El cuerpo, nuestro<br />

propio-cuerpo, se nos aparece,<br />

por obra y gracia del envejecimiento,<br />

como un cuerpo extraño,<br />

un cuerpo que ya no nos<br />

responde, que nos obliga a pensar<br />

en él, a que le tengamos en<br />

cuenta, a que le sirvamos, cuando<br />

siempre fue él el que nos sirvió.<br />

Y el cuerpo nos impone el<br />

dolor: el dolor físico y el dolor<br />

de la contemplación de su decadencia,<br />

a cual más doloroso.<br />

Ambos dolores, materializados<br />

en el cuerpo que los sufre, hacen<br />

que el hombre cobre una conciencia<br />

de sí mismo que no había<br />

tenido hasta entonces. No<br />

es una conciencia de su fragilidad,<br />

de su vulnerabilidad, de su<br />

indefensión, sino conciencia de<br />

su estar en el mundo, conciencia<br />

de que él no es el mundo. Conciencia<br />

también de su impotente<br />

fuerza.<br />

La mirada del otro<br />

Pero esa disociación del yo provocada<br />

por la conciencia del<br />

cuerpo que envejece y que se<br />

produce ante nuestros ojos un<br />

día repentinamente, se produce<br />

también ante la mirada de los<br />

60 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


Jean Améry<br />

otros. En realidad, ésta es la<br />

esencia de la disociación. Nosotros,<br />

de pronto, ya no nos vemos<br />

como éramos, ya “no nos<br />

reconocemos”; pero los otros<br />

tampoco nos ven como nos<br />

veían. Aunque en realidad, posiblemente,<br />

los otros nunca nos<br />

vieron como pensábamos que<br />

nos veían; en el caso de que llegaran<br />

realmente a vernos alguna<br />

vez; en el caso de que, fuera<br />

del amor, alguien llegue a ver a<br />

alguien realmente como es. Pero,<br />

en el fondo, ¿qué importa<br />

cómo realmente somos?, ¿qué<br />

importa cómo pensemos que<br />

somos? Hay un momento, nos<br />

dice Améry, en que para la sociedad<br />

sencillamente somos, sin<br />

importarle lo más mínimo el<br />

cómo, y nos juzga con sus valores,<br />

valores sociales, claro está,<br />

con un juicio inapelable. Nadie<br />

puede salirse del papel que<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

le asigna la sociedad y al que<br />

consciente o inconscientemente<br />

ha contribuido. Somos una<br />

edad determinada, una profesión,<br />

un estado civil, un estado<br />

de salud, aunque sigamos insistiendo<br />

en que todo esto es circunstancial<br />

y puede cambiar y,<br />

de hecho, está cambiando continuamente.<br />

Y esa edad, esa<br />

profesión, ese estado civil y esa<br />

salud están investidos de valores,<br />

es decir, tienen más o menos<br />

valor según las circunstancias<br />

de cada cual y una compleja<br />

combinatoria social, o<br />

dicho de otro modo, son valores<br />

fluctuantes sometidos a<br />

unas leyes y una cotización tan<br />

inapelable como ciega e injusta<br />

en ocasiones.<br />

Pero por algo a la justicia se<br />

la representa con una venda en<br />

los ojos. Naturalmente, no hace<br />

falta insistir, los valores en<br />

alza en la sociedad, independientemente<br />

de otros factores<br />

susceptibles de devaluarlos provisional<br />

u ocasionalmente, son<br />

la juventud, la salud, y una profesión<br />

con reconocimiento social<br />

y elevada remuneración<br />

económica. El matrimonio, en<br />

cambio, es un valor que apenas<br />

cotiza hoy día. De la misma<br />

enumeración de los valores salta<br />

a la vista su injusticia. No<br />

son valores, son determinaciones,<br />

son circunstancias, algunas<br />

insoslayables y otras, como su<br />

nombre indica, meramente circunstanciales.<br />

Pero eso es problema<br />

del hombre, no de la sociedad<br />

que le juzga. Un enfermo<br />

es un enfermo y un viejo<br />

es un viejo, y poco le importa a<br />

la sociedad que ese viejo enfermo<br />

se llame Beethoven, Joseph<br />

Rooth o Robert Walser. Esos<br />

hombres son excepciones, se<br />

nos dirá. Sin duda lo son, pero<br />

también y en primer lugar son<br />

hombres.<br />

No entender el mundo<br />

Un fenómeno característico, relacionado<br />

con este juicio de la<br />

sociedad sobre el hombre que<br />

envejece, es el juicio de ese hombre<br />

que envejece sobre la sociedad.<br />

Jean Améry lo llama “no<br />

entender ya el mundo” en un<br />

capítulo clave del libro. En realidad<br />

este no entender el mundo<br />

es un proceso estrechamente ligado<br />

al proceso de envejecer. Y<br />

no puede decirse que los jóvenes<br />

entiendan el mundo y los viejos<br />

no, aunque esto sólo fuera porque<br />

al parecer, pero sólo al parecer,<br />

insistimos, el mundo es de<br />

los jóvenes y los viejos están<br />

siendo expulsados de él. No, los<br />

jóvenes sencillamente no necesitan<br />

entender el mundo; los<br />

que sí lo necesitan son los viejos,<br />

no se resignan a irse de este<br />

mundo sin haber entendido nada.<br />

A este no entender el mundo,<br />

que se manifiesta en un rechazo<br />

instintivo de todo lo<br />

nuevo, en una sensación de<br />

malestar y agravio ante cualquier<br />

experimento cultural que<br />

ponga en solfa las pocas certezas<br />

que nos quedaban al respecto,<br />

se corresponde, como las<br />

dos caras de la misma moneda,<br />

el fenómeno contrario: entender<br />

el mundo, y, para justificarlo,<br />

traer a colación los casos<br />

célebres de violento rechazo y<br />

posterior ensalzamiento. Améry<br />

cita, cómo no, la exposición impresionista<br />

de 1874 en París, y<br />

podrían citarse, sin duda, docenas<br />

de ejemplos de este tipo. Argumento<br />

éste peligroso donde<br />

los haya y que paraliza a los más<br />

lúcidos, y casi siempre viejos,<br />

61


ENVEJECER Y MORIR<br />

tanto por miedo a ser injustos<br />

como por miedo a caer en el ridículo<br />

algunos años después.<br />

Quizá, para desbaratar el argumento,<br />

bastara con recordar<br />

todo aquello otro que la sociedad<br />

recibió alborozada como valores<br />

seguros y no resistió el paso<br />

de los años, en ocasiones ni el<br />

cambio de temporada. Pero este<br />

argumento nunca ha bastado.<br />

Parece que más vale equivocarse<br />

al aceptar algo y luego rectificar,<br />

que equivocarse rechazando lo<br />

que debía haber sido aceptado.<br />

Esto no quiere decir, naturalmente,<br />

que haya que poner bajo<br />

sospecha cualquier innovación<br />

cultural, pero tampoco que<br />

debamos comulgar con ruedas<br />

de molino por miedo a equivocarnos.<br />

Otro ejemplo que pone<br />

Améry es el nouveau roman,<br />

contemporáneo de su libro<br />

(1968), que había venido a sentenciar<br />

a la novela realista y estaba<br />

refrendado por el sistema<br />

de signos imperante en aquel<br />

momento de la historia literaria<br />

tanto en Francia como en parte<br />

de Europa. Sin embargo, hoy<br />

nadie lee aquellas novelas y se<br />

sigue leyendo en cambio a Balzac.<br />

Compárese este hecho con<br />

el de los impresionistas. La conclusión:<br />

no se pueden generalizar<br />

todos los procesos, no todo<br />

es comparable, no se puede predecir<br />

la evolución. Sin embargo,<br />

este no entender el mundo<br />

parece no perturbar demasiado<br />

al hombre cuando de lo que se<br />

trata ya no es de la cultura, sino<br />

de la ciencia. El hombre acepta<br />

de buen grado no entender en<br />

este campo y recibe siempre con<br />

entusiasmo cualquier adelanto<br />

de la ciencia, a pesar de que aquí<br />

los errores de perspectiva, por<br />

llamarlos de algún modo, se pagan<br />

mucho más caros.<br />

Los signos imperantes<br />

Todo esto lo explica Améry por<br />

los sistemas de signos imperantes<br />

dentro de otros sistemas<br />

mayores y sus continuas fluctuaciones<br />

y transacciones. Naturalmente,<br />

cuando uno ha crecido<br />

con un sistema de signos<br />

determinado, no le va a ser fácil<br />

desenvolverse en otro distinto.<br />

Esta argumentación sólo tiene<br />

un fallo, y es que el hombre<br />

siempre es contemporáneo del<br />

mundo en el que vive, independientemente<br />

de su edad. Pero<br />

en cambio donde el argumento<br />

se demuestra irrefutable es en<br />

que el hombre envejece, mientras<br />

que el mundo aparentemente,<br />

y de nuevo sólo aparentemente,<br />

se renueva. Claro que<br />

renovación no quiere decir ne-<br />

cesariamente progreso, pues no<br />

puede decirse, por seguir utilizando<br />

los ejemplos que utiliza<br />

Améry, que Sollers haya superado<br />

a Joyce o que Sarraute haya<br />

superado a Proust.<br />

Pero si, como dijimos al principio,<br />

para reflexionar sobre la<br />

existencia no hace falta una<br />

mente filosófica, menos todavía<br />

para reflexionar sobre la muerte,<br />

que es el final de esa existencia.<br />

Las reflexiones ontológicas no<br />

sólo nos dejan insatisfechos, sino<br />

que nos producen cierto malestar<br />

y desazón. La muerte no<br />

es buen tema de reflexión; aunque<br />

no podamos dejar de pensar<br />

en ella, no podemos en cambio<br />

reflexionar sobre ella. Para pensar<br />

no necesitamos argumentos;<br />

pensamos sin darnos cuenta de<br />

que estamos pensando, como<br />

respiramos sin darnos cuenta de<br />

que estamos respirando, y a veces<br />

sin saber siquiera qué pensamos;<br />

sólo cuando por algún motivo<br />

se interrumpe la función<br />

cobramos conciencia de ella. Para<br />

reflexionar, en cambio, hace<br />

falta voluntad, y algo a lo que<br />

podríamos llamar un sistema de<br />

referencias; es decir, un fundamento,<br />

un conjunto de verdades<br />

demostrables que no sean<br />

meras tautologías. Pero cuando<br />

pensamos en la muerte, todos<br />

los temas, todos los problemas<br />

que suscitaba en nosotros el envejecimiento,<br />

la consideración<br />

del tiempo, el afrontamiento del<br />

dolor, la exclusión social, cobran<br />

una crudeza y una crueldad especiales.<br />

Pensar en la muerte es<br />

un privilegio, un extraño privilegio,<br />

del hombre que envejece.<br />

Lo mismo que el joven no puede<br />

pensar en el mundo, tampoco<br />

puede pensar en la muerte,<br />

aunque hable de ella. Y no puede<br />

por las mismas razones: ni la<br />

muerte ni el mundo le conciernen.<br />

Le falta distancia crítica:<br />

uno lo tiene demasiado cerca y<br />

la otra la tiene demasiado lejos<br />

para preocuparse por ellos. Al<br />

viejo, en cambio, sí le concierne<br />

la muerte, sí se siente concernido<br />

por ella, y por mucho que la<br />

2 Vladímir Jankélévitch: op. cit.<br />

piense no la comprende, no<br />

puede comprenderla porque no<br />

hay nada que comprender en la<br />

muerte, como tampoco comprende<br />

ya el mundo, un mundo<br />

que se nos ha regalado sin que lo<br />

hubiéramos pedido, y que ahora,<br />

cuando nos habíamos acostumbrado<br />

a él, se nos exige que<br />

lo devolvamos 2 . n<br />

Manuel Arranz es traductor y autor<br />

de Con las palabras.<br />

62 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


Hace un siglo, Key West era<br />

un pequeño pueblo de tabaqueros<br />

cubanos. En<br />

aquella colonia de pobres emigrantes,<br />

José Martí estableció<br />

una de las delegaciones del Partido<br />

Revolucionario Cubano, la<br />

institución que organizó y financió<br />

la última guerra por la<br />

independencia de Cuba, entre<br />

1895 y 1898. Antes del 20 de<br />

mayo de 1902, día en que finalizó<br />

la ocupación militar de la<br />

isla por Estados Unidos y se<br />

inauguró la primera República<br />

cubana, cientos de emigrantes<br />

de Key West ya habían regresado<br />

a su patria. Hoy, Cayo Hueso<br />

–como le conocen los cubanos–<br />

es una ciudad mayoritariamente<br />

anglosajona, habitada por<br />

jóvenes liberales que peregrinan<br />

desde Boston, Nueva York y<br />

otras ciudades de la Costa Este<br />

hasta el punto más al sur de Estados<br />

Unidos. Quien camine<br />

por Duval St., la calle que tantas<br />

veces recorrió Martí, encontrará<br />

decenas de restaurantes, cafés,<br />

tiendas, discotecas y, por supuesto,<br />

el Sloppy Joe’s, la barra<br />

preferida de Ernest Hemingway.<br />

A mitad de camino, entre el<br />

puerto y la playa, verá el Museo<br />

San Carlos, un edificio neoclásico<br />

con el escudo nacional de<br />

Cuba en el frontispicio que, como<br />

un fantasma del pasado,<br />

guarda las reliquias de la inmigración<br />

cubana del siglo XIX.<br />

En este interregno anglosajón,<br />

a media distancia entre dos<br />

Cubas –la isla y Miami–, escribo<br />

cinco tesis sobre el centenario<br />

de la independencia de la última<br />

colonia española en América.<br />

Un centenario que será ignorado<br />

en La Habana y celebrado<br />

en Miami. Un hito nacional que<br />

no se transformó en ritual cívi-<br />

co, que no pudo fijarse en la<br />

precaria simbología del republicanismo<br />

cubano. Esa debilidad<br />

hace del centenario de nuestra<br />

independencia casi una ficción<br />

histórica que servirá, acaso, para<br />

pacificar un poco la memoria de<br />

esa isla.<br />

Mutaciones del nacionalismo<br />

Si los Estados nacionales tienen<br />

una fecha de nacimiento, el 20<br />

de mayo es el cumpleaños de<br />

Cuba. La incomodidad simbólica<br />

que los cubanos hemos sentido<br />

en relación con ese día durante<br />

todo un siglo ha provocado<br />

varios intentos de corrección<br />

bautismal por medio del desplazamiento<br />

de la fecha de fundación<br />

hacia otros hitos nacionales<br />

como el 10 de octubre de 1868,<br />

el 24 de febrero de 1895 o el 1<br />

de enero de 1959. Rara nación<br />

americana, Cuba no celebra el<br />

día de su independencia con<br />

una fiesta cívica.<br />

Dicha incomodidad está relacionada<br />

con el hecho de que la<br />

asunción presidencial de Tomás<br />

Estrada Palma, aquel mediodía<br />

de 1902, se produjo bajo los<br />

auspicios legales de la Enmienda<br />

Platt, agregada como apéndice a<br />

la Constitución de 1901. Esta<br />

anomalía, más la singularidad<br />

de que el primer Gobierno estuviera<br />

precedido por una ocupación<br />

militar de la isla y terminara<br />

solicitando, en 1906,<br />

otra intervención norteamericana,<br />

imprimió en la cultura cubana<br />

la sensación de que la independencia<br />

nacía incompleta.<br />

Era una sensación real, aunque<br />

proclive a magnificar los límites<br />

de la soberanía.<br />

En su temprana reacción<br />

contra el 20 de mayo, los actores<br />

políticos republicanos atri-<br />

HISTORIA<br />

CINCO TESIS SOBRE EL CENTENARIO<br />

DE LA INDEPENDENCIA DE CUBA<br />

RAFAEL ROJAS<br />

buyeron una excesiva responsabilidad<br />

a la variable norteamericana<br />

y olvidaron o subestimaron<br />

eventos tan palpables como<br />

el intenso cabildeo del<br />

Partido Revolucionario Cubano,<br />

la presidencia de la República<br />

en armas y el Estado Mayor<br />

del Ejército a favor de la intervención<br />

norteamericana o el<br />

largo debate y las tres cerradas<br />

votaciones de la Enmienda<br />

Platt en la Asamblea Constituyente<br />

de 1901. Esta percepción,<br />

síntoma imperial en el<br />

discurso nacionalista cubano,<br />

se volvió predominante en los<br />

años veinte y treinta dentro del<br />

amplio espectro de la revolución<br />

antimachadista.<br />

El proceso político que Cuba<br />

experimentó entre el triunfo de<br />

la revolución de 1933 y el establecimiento<br />

de la Constitución<br />

de 1940 estuvo determinado, en<br />

buena medida, por el rechazo<br />

inmoderado de los actores revolucionarios<br />

a una supuesta condición<br />

neocolonial de la República<br />

de 1901. Esto no sólo se<br />

evidenció en la abrogación de la<br />

Enmienda Platt en 1934, logro<br />

diplomático del primer Gobierno<br />

revolucionario, sino en el<br />

cambio de régimen constitucional<br />

que se produciría en 1940.<br />

Como prueban los debates en<br />

el Congreso Constituyente de<br />

1939, las principales innovaciones<br />

políticas que introdujo<br />

aquella legislatura (sufragio directo<br />

para todos los cargos públicos,<br />

tribunal de garantías<br />

constitucionales y sociales, semiparlamentarismo,introducción<br />

del cargo de primer ministro,<br />

facultad del Poder Legislativo<br />

para interpelar o impugnar<br />

el gabinete presidencial, amplio<br />

registro de derechos sociales en<br />

materias de familia, cultura, trabajo<br />

y educación…) se inspiraron<br />

en una crítica de la Constitución<br />

de 1901, la cual argumentaba<br />

que el perfil liberal clásico de<br />

aquella carta era obra de una<br />

mímesis extemporánea de la<br />

Constitución norteamericana<br />

de 1787.<br />

Como quería Martí, los constituyentes<br />

de 1940 siguieron la<br />

recomendación de Montesquieu<br />

de adaptar el canon doctrinal de<br />

la política moderna a las condiciones<br />

sociales del país histórico.<br />

El resultado fue una legislación<br />

desmesurada del orden civil que<br />

se inspiraba en una cultura jurídica<br />

nacionalista. Ya para entonces,<br />

el nacionalismo se había<br />

difundido en los discursos y las<br />

prácticas de casi todos los actores<br />

políticos. Pero en relación<br />

con Estados Unidos, ese nacionalismo<br />

de los años treinta, cuarenta<br />

y cincuenta no era, como<br />

diría Jorge Domínguez, adversarial.<br />

Es decir, se trataba de un<br />

nacionalismo cívico o revolucionario<br />

que reaccionaba contra<br />

la subordinación económica y<br />

política de Cuba a Estados Unidos<br />

sin cuestionar la hegemonía<br />

mundial norteamericana. Ese<br />

nacionalismo no adversarial de<br />

la segunda posguerra prevaleció<br />

dentro de las organizaciones que<br />

encabezaron la insurrección<br />

contra la dictadura de Fulgencio<br />

Batista.<br />

La mutación de ese nacionalismo<br />

en un antiimperialismo,<br />

ahora sí, adversarial, de corte<br />

marxista-leninista, no fue demanda<br />

de ningún programa revolucionario<br />

antes de 1959 (ni<br />

siquiera del comunismo precastrista),<br />

sino una elección racional<br />

de las nuevas élites del poder<br />

en algún momento de 1960. El<br />

64 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


desenlace de aquel pacto fue la<br />

instrumentación de la isla como<br />

aliado del bloque soviético en la<br />

guerra fría. Durante 30 años<br />

la política nacional e internacional<br />

de Cuba se basó en la certeza<br />

de que la sociedad cubana debía<br />

consolidarse como un enclave<br />

comunista en el Caribe, el<br />

cual prestaría valiosos servicios<br />

en la lucha ideológica, política y<br />

militar contra el capitalismo<br />

mundial.<br />

La descomposición de la<br />

URSS en 1992, último acto del<br />

declive comunista, despojó a<br />

Cuba de su rol en la guerra fría.<br />

Ese mismo año la isla vivió su<br />

último reajuste constitucional<br />

del siglo XX, el cual insinuaría<br />

un cambio sutil aunque decisivo.<br />

La política interna se abocó<br />

a la subsistencia de un socialismo<br />

nacional, cuyo adjetivo más<br />

al uso en la jerga oficial es todo<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

un oxímoron (“socialismo diferente”),<br />

refractario al legado soviético<br />

y capaz de asimilar prácticas<br />

capitalistas. La política exterior,<br />

por su lado, suprimió su<br />

importante dimensión de amenaza<br />

militar, aunque en los noventa<br />

encontró nuevas formas<br />

de impugnación de la hegemonía<br />

norteamericana por medio<br />

de curiosas alianzas con el fundamentalismo<br />

islámico, los movimientos<br />

antiglobalización y la<br />

Venezuela de Chávez.<br />

Diez años después del reacomodo<br />

constitucional de 1992,<br />

el objetivo –bastante ambicioso<br />

por cierto– del Gobierno cubano<br />

parece ser el mismo: integrarse<br />

al mercado mundial sin<br />

realizar cambios estructurales en<br />

la economía ni conceder derechos<br />

políticos a la ciudadanía;<br />

lograr el levantamiento del embargo<br />

norteamericano sin facili-<br />

tar una transición a la democracia;<br />

alcanzar la derogación de la<br />

Ley de Ajuste Cubano sin flexibilizar<br />

su rígido control migratorio;<br />

en suma, ser socio comercial<br />

y colaborador de Estados<br />

Unidos en materias de narcotráfico,<br />

terrorismo y migración y, a<br />

la vez, consolidarse como una<br />

pequeña gran nación, campeona<br />

en la lucha política, ideológica y<br />

diplomática contra el imperialismo<br />

yanqui.<br />

Culpabilidad y plattismo<br />

Por alguna tara paulina que nos<br />

llega de la contrarreforma, acostumbramos<br />

a clasificar a los sujetos<br />

del pasado en víctimas y<br />

culpables. Esta manía es frecuente<br />

en aquellas naciones que,<br />

como Cuba, son dadas a la narrativa<br />

trágica de su historia. La<br />

historiografía y la memoria cubanas<br />

del siglo XX, en contraste<br />

Castro, Martí y Batista<br />

con la experiencia popular de la<br />

cultura, han sido trágicas. Casi<br />

todos nuestros historiadores<br />

(Ramiro Guerra, Emeterio Santovenia,<br />

Herminio Portell Vilá,<br />

Leví Marrero, Julio Le Riverend…)<br />

y pensadores (Enrique<br />

José Varona, Fernando Ortiz,<br />

Jorge Mañach, José Lezama Lima,<br />

Cintio Vitier…) han presentado<br />

al cubano como un<br />

pueblo que sufre las calamidades<br />

del destino. Esa narrativa trágica<br />

de la historia tiene dos variantes<br />

paralelas en la mentalidad de los<br />

actores políticos. La de quienes<br />

culpan a Estados Unidos de todos<br />

los males de Cuba y la de<br />

aquellos que encuentran la culpabilidad<br />

en los vicios del cubano.<br />

Ambos relatos conllevan un<br />

tipo específico de plattismo. Los<br />

primeros son, por lo general,<br />

plattistas intelectuales. Los segundos<br />

han llegado, incluso, al<br />

65


CINCO TESIS SOBRE EL CENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DE CUBA<br />

plattismo político. Fidel Castro<br />

es un plattista del primer tipo.<br />

Jorge Mas Canosa, un plattista<br />

del segundo tipo.<br />

¿Qué es el plattismo? Este síntoma<br />

de la cultura política cubana<br />

tuvo su origen en una famosa<br />

enmienda presentada en<br />

1901 al Congreso de Estados<br />

Unidos por el senador de Connecticut,<br />

Orville Hitchcock<br />

Platt, que establecía el derecho<br />

de intervención del Ejército y la<br />

Armada norteamericanos en<br />

la isla de Cuba. Luego de un largo<br />

proceso de debate y tres reñidas<br />

votaciones, el primer Congreso<br />

cubano incorporó dicha<br />

enmienda como apéndice a la<br />

Constitución liberal de 1901.<br />

Desde las primeras décadas poscoloniales,<br />

la opinión pública de<br />

la isla reprobó la Enmienda<br />

Platt. A fines de los años veinte,<br />

casi todas las fuerzas políticas<br />

que se oponían a la dictadura de<br />

Gerardo Machado incluyeron<br />

en sus programas la abrogación<br />

de aquel apéndice constitucional,<br />

que atribuía a Washington<br />

la autoridad sobre las relaciones<br />

internacionales cubanas. El decreto<br />

fue derogado finalmente<br />

en 1934, cuando Cuba era gobernada<br />

por un gabinete nacionalista<br />

y en Estados Unidos se<br />

estrenaba la primera Administración<br />

de Franklin Delano Roosevelt.<br />

Sin embargo, ya para entonces<br />

el plattismo se había arraigado<br />

no sólo en las relaciones entre<br />

Cuba y Estados Unidos, sino<br />

en la mentalidad de los actores<br />

políticos de la isla. Hubo políticos<br />

autoritarios, como Gerardo<br />

Machado y Fulgencio Batista,<br />

que desarmaban a sus opositores<br />

con el pretexto de que, en caso<br />

de guerra civil, Estados Unidos<br />

intervendría. Pero también hubo<br />

presidentes como Tomás Estrada<br />

Palma, en 1906, y Mario<br />

García Menocal, en 1917, que<br />

solicitaron intervenciones norteamericanas<br />

antes de agotar posibilidades<br />

de solución a sus<br />

conflictos electorales en la esfera<br />

doméstica.<br />

Intentemos un concepto amplio:<br />

plattismo implica lograr fines<br />

en la política cubana con<br />

medios norteamericanos. Si esto<br />

es así, en la historia de Cuba hubo<br />

plattismo antes del establecimiento<br />

de la Enmienda Platt<br />

(por ejemplo, el cabildeo de<br />

anexionistas y separatistas en<br />

Nueva York y Washington a fines<br />

del siglo XIX); y no sólo fue<br />

plattista Jorge Mas Canosa, sino<br />

que también lo ha sido, de<br />

una manera sofisticada, el propio<br />

Fidel Castro. Al igual que<br />

Machado y Batista, este político<br />

llegó al poder gracias, entre otras<br />

cosas, al apoyo de Estados Unidos,<br />

potencia que impuso un<br />

embargo de armas a la dictadura<br />

que él combatía. Pero, a diferencia<br />

de sus predecesores, Castro<br />

se ha mantenido en el poder<br />

durante 43 años con el argumento<br />

de que en Cuba no puede<br />

haber libertades públicas porque,<br />

de haberlas, Estados Unidos<br />

las aprovecharía para crear<br />

un nuevo Gobierno que cumplirá<br />

la ficción de anexar la isla a<br />

su territorio.<br />

Al final, el plattismo logra un<br />

rendimiento múltiple en la política<br />

cubana. Quienes han pensado<br />

o piensan que el pueblo cubano<br />

es ingobernable, que entre<br />

cubanos son imposibles las<br />

transacciones y los pactos, el<br />

acuerdo y la convivencia, y que<br />

la única vía para producir política<br />

entre sujetos tan crispados<br />

es Washington, han sido y son<br />

plattistas. Quienes han pensado<br />

o piensan que Estados Unidos es<br />

el causante de todas las miserias<br />

cubanas y que el único modo de<br />

sobrevivir en esa perversa vecindad<br />

es la confrontación también<br />

han sido y son plattistas.<br />

Poéticas nihilistas<br />

El lapso histórico que conocemos<br />

como La República (1902-<br />

1959) produjo –qué duda cabe–<br />

lo mejor de la cultura cubana<br />

moderna. En narrativa: Miguel<br />

de Carrión, Carlos Loveira, Enrique<br />

Labrador Ruiz, Lino Novás<br />

Calvo, Carlos Montenegro,<br />

Alejo Carpentier, José Lezama<br />

Lima, Virgilio Piñera, Guillermo<br />

Cabrera Infante… En poesía:<br />

Regino Boti, José Manuel<br />

Poveda, Eugenio Florit, Emilio<br />

Ballagas, Nicolás Guillén, Gas-<br />

tón Baquero, Dulce María Loynaz,<br />

Eliseo Diego, José Lezama<br />

Lima, Fina García Marruz… En<br />

ensayo: Enrique José Varona,<br />

Ramiro Guerra, Fernando Ortiz,<br />

Lydia Cabrera, Jorge Mañach,<br />

José Lezama Lima, Cintio<br />

Vitier… En pintura: Víctor Manuel,<br />

Carlos Enríquez, Amelia<br />

Peláez, Wifredo Lam, Fidelio<br />

Ponce, Eduardo Abela, Mariano<br />

Rodríguez, René Portocarrero…<br />

En música: los Matamoros, Sindo<br />

Garay, Manuel Corona, Alejandro<br />

García Caturla, Amadeo<br />

Roldán, Ernesto Lecuona,<br />

Benny Moré, Julián Orbón, Aurelio<br />

de la Vega…<br />

El esplendor de esta modernidad<br />

resulta enigmático frente<br />

al lamentable escenario de la política<br />

republicana. Este desencuentro<br />

entre cultura y política<br />

en el campo intelectual cubano<br />

facilitó la emergencia de poéticas<br />

nihilistas que rechazaban<br />

las intervenciones cívicas y preferían<br />

las jeremiadas de una aristocracia<br />

espiritual. Salvo raras<br />

excepciones, los mayores esfuerzos<br />

por crear ciudades letradas<br />

autónomas, con vocación de estilo,<br />

abusaron del testimonio de<br />

la frustración política. Tal vez<br />

ese desencuentro estuvo motivado<br />

por el hecho de que entre<br />

los intelectuales y artistas predominaba<br />

una imagen europea<br />

de la nación, asociada a un espíritu<br />

de alta cultura, mientras<br />

que la política intentaba construir<br />

un orden republicano de<br />

raíz americana sobre una ciudadanía<br />

multicultural. Lo cierto es<br />

que la revolución, tras un breve<br />

lapso de entusiasmo creador, liberó<br />

aquella tensión por medio<br />

del cierre del espacio público y<br />

la subordinación del intelectual<br />

al poder.<br />

Del fetichismo constitucional<br />

Durante los últimos 100 años,<br />

Cuba ha experimentado cuatro<br />

repúblicas constitucionales: la<br />

de 1901, la de 1940, la de 1976<br />

y la de 1992. La primera fue un<br />

régimen liberal y presidencialista;<br />

la segunda, una democracia<br />

semiparlamentaria y populista;<br />

la tercera, un régimen totalitario<br />

comunista; y la cuarta, aún vi-<br />

gente, uno postotalitario, con<br />

rasgos sultanísticos, autodenominado<br />

socialista. Las dos primeras<br />

fueron acuerdos políticos<br />

posrevolucionarios. Las dos últimas,<br />

en cambio, fueron normalizaciones<br />

jurídicas de un régimen<br />

institucionalmente consolidado.<br />

Como veremos, esta<br />

diferencia determina la disímil<br />

relación entre el funcionamiento<br />

de jure y de facto de aquellas<br />

cuatro repúblicas.<br />

La discontinuidad en la historia<br />

constitucional cubana parece<br />

evidente. Sin embargo, pocas<br />

veces se repara en el hecho<br />

de que las rupturas responden a<br />

aprendizajes y correcciones que<br />

intercambian unos textos constitucionales<br />

con los otros. Por<br />

ejemplo, la ampliación del sufragio<br />

y el ensanchamiento del<br />

sistema de partidos en el título<br />

VII o el semiparlamentarismo<br />

en el título XIII de la Constitución<br />

de 1940 respondieron al<br />

deseo de los actores de contener<br />

jurídicamente las tentaciones<br />

oligárquicas y caudillistas de la<br />

primera República. De igual<br />

modo, el reforzamiento del<br />

principio plebiscitario y del<br />

Consejo de Ministros, ya previsto<br />

en los artículos 41 y 42 de<br />

la Ley Fundamental de 1959 y<br />

ratificado por la Constitución<br />

de 1976, buscó contraponer a<br />

los rasgos representativos y democráticos<br />

del 40 las premisas<br />

participativas y ejecutivistas del<br />

modelo soviético.<br />

A nivel doctrinal, los tres<br />

cortes más significativos de la<br />

historia constitucional cubana<br />

son los que marcan el liberalismo<br />

de 1901, la democracia de<br />

1940 y el comunismo de 1976.<br />

No obstante, existe una línea<br />

de continuidad entre estos tres<br />

momentos que está relacionada<br />

con el principio republicano.<br />

Todas las constituciones cubanas<br />

han sido republicanas en el<br />

sentido que dan al republicanismo<br />

autores como Quentin<br />

Skinner o Philip Pettit, ya que<br />

balancean la lógica representativa<br />

con la lógica participativa<br />

por medio de un énfasis en los<br />

derechos y obligaciones del ciudadano.<br />

66 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


La inscripción de un modelo<br />

cívico en el cual una ciudadanía<br />

virtuosa y homogénea, que disuelve<br />

sus identidades étnicas,<br />

religiosas y sexuales, presta servicios<br />

a la patria aparece tímidamente<br />

en los artículos 9, 11 y<br />

28 de la Constitución de 1901.<br />

El republicanismo de 1940 es<br />

mucho más evidente, ya que especifica<br />

en su artículo 102 la<br />

imposibilidad de formación de<br />

agrupaciones políticas de raza,<br />

sexo y clase, y enfatiza, en la sección<br />

de derechos culturales, la<br />

importancia de una educación<br />

cívica ejercida por maestros cubanos<br />

de nacimiento. Pero si el<br />

republicanismo de 1901 es tímido<br />

y el de 1940 evidente, el<br />

de 1976 será apoteósico. El ciudadano<br />

comunista tiene más deberes<br />

que derechos, y estos últimos<br />

se ejercen únicamente dentro<br />

de instituciones estatales que<br />

difunden la ideología marxistaleninista<br />

y aseguran una solidaridad<br />

controlada por el Partido<br />

Comunista.<br />

De modo que si en la historia<br />

constitucional cubana el liberalismo<br />

decrece de 1901 en adelante<br />

y la democracia crece hasta<br />

1940, para luego caer hasta<br />

su punto más bajo en 1976, el<br />

republicanismo siempre asciende.<br />

Sólo en 1992 se produjo una<br />

inflexión en este crescendo republicano<br />

al abandonar el Estado<br />

su identidad doctrinal marxista-leninista.<br />

Hoy, el régimen<br />

de la isla no es ideológico, a la<br />

usanza del modelo totalitario, lo<br />

cual implica una retirada o, al<br />

menos, un debilitamiento del<br />

republicanismo comunista que<br />

podría funcionar como plataforma<br />

para introducir principios<br />

liberales y democráticos. Sin<br />

embargo, un abandono total de<br />

la tradición republicana podría<br />

ser muy peligroso en una posible<br />

transición, ya que desaprovecharía<br />

el capital simbólico del<br />

nacionalismo y produciría sujetos<br />

apáticos y despolitizados.<br />

Aunque parezca paradójico,<br />

las constituciones de 1976 y<br />

1992 tienen una ventaja fundamental<br />

sobre las de 1901 y<br />

1940. Estas últimas fueron pactos<br />

legales, transacciones jurídi-<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

cas entre los actores revolucionarios<br />

de 1895 y 1933. De ahí<br />

que ambos textos emergieran<br />

con un alto grado de idealización,<br />

en el que la letra y el espíritu<br />

de las leyes estaban muy<br />

lejos de los ciudadanos que debían<br />

cumplirlas y respetarlas.<br />

En cambio, las constituciones<br />

de 1976 y 1992 son adaptaciones<br />

jurídicas de un régimen político<br />

cuyos actores ya han desarrollado<br />

la pragmática legal<br />

avant la lettre. Esto produce, a<br />

mi juicio, una interesante coyuntura<br />

que podría aprovecharse<br />

en la transición: en la Cuba<br />

revolucionaria, aunque no exista<br />

un Estado de derecho, las leyes<br />

se cumplen más que en la<br />

Cuba republicana, o, mejor dicho,<br />

el régimen se parece más a<br />

su Constitución.<br />

Las constituciones republicanas<br />

padecían de aquello que<br />

Benjamin Constant llamó “fetichismo<br />

constitucional”; es decir,<br />

suponían que la república de<br />

jure crearía la república de facto.<br />

Las constituciones revolucionarias,<br />

en cambio, han sido más<br />

realistas, ya que han codificado<br />

legalmente las prácticas políticas<br />

del régimen. Éste es uno de<br />

los argumentos más fuertes para<br />

recomendar que la transición a<br />

la democracia no parta de la readaptación<br />

de alguna de las<br />

constituciones republicanas o de<br />

un nuevo congreso constituyente<br />

sino de la actual Constitución<br />

de 1992, que ofrece muchas vías<br />

hacia un cambio de régimen.<br />

El otro es que los actores posibles<br />

de la transición –incluida<br />

la disidencia– han aprendido a<br />

actuar dentro de los márgenes<br />

de ese código legal.<br />

Política de la memoria<br />

La generación que protagonizará<br />

el cambio de régimen en Cuba<br />

en algún momento de las primeras<br />

décadas del siglo XXI tendrá<br />

una educación cívica más<br />

deficiente que la generación que<br />

encabezó el movimiento revolucionario<br />

de 1959. Sabrá menos<br />

de historia y geografía cubanas,<br />

desconocerá muchas efemérides<br />

patrióticas, no se emocionará<br />

tanto al escuchar el himno de<br />

Bayamo ni al ver ondularse la<br />

bandera de la estrella solitaria o<br />

al contemplar la fijeza del escudo<br />

nacional; tampoco venerará a<br />

sus héroes, ni a Maceo, Gómez<br />

y Martí, ni a Fidel, Camilo y el<br />

Che. Será, en suma, una generación<br />

desencantada, menos cívica,<br />

menos emotiva, más secular<br />

e iconoclasta, como corresponde<br />

a una era transnacional,<br />

regida por los intensos flujos de<br />

la globalización.<br />

Aunque parezca inquietante,<br />

esta ausencia de religiosidad civil<br />

puede tener sus ventajas. Los revolucionarios<br />

de 1959 fueron<br />

sujetos producidos por la educación<br />

cívica republicana. Como<br />

narra Fidel Castro en La historia<br />

me absolverá (un texto que<br />

hoy muchos jóvenes de la isla<br />

leen en clave disidente), a esa<br />

generación le enseñaron a adorar<br />

a los héroes de la independencia,<br />

a despreciar la intervención<br />

norteamericana de 1898 y<br />

la Enmienda Platt y a identificar<br />

la política republicana con una<br />

farsa escenificada por élites autoritarias,<br />

corruptas y cobardes.<br />

Por eso, aquellos jóvenes, que<br />

crecieron leyendo a Ramiro<br />

Guerra, a Emilio Roig, a Herminio<br />

Portell Vilá, a Emeterio<br />

Santovenia y a Jorge Mañach,<br />

cuando llegaron al poder impusieron<br />

un relato de la historia de<br />

Cuba en el que el tiempo se interrumpía<br />

en 1898, saltaba los<br />

50 años del lapso republicano y<br />

aterrizaba triunfalmente el 1 de<br />

enero de 1959: todo un hito<br />

que encarnaba la verdadera consumación<br />

de la independencia<br />

y el renacimiento nacional de la<br />

isla.<br />

En cambio, si en la futura<br />

transición la cultura cubana experimenta<br />

una suficiente libertad<br />

intelectual, la educación cívica<br />

del nuevo régimen podría<br />

surgir de un consenso entre la<br />

memoria de los diferentes actores.<br />

El vacío simbólico de las élites<br />

políticas sería llenado con<br />

una narrativa plural y serena de<br />

la historia de Cuba, en la que<br />

todos los sujetos del pasado ocupen<br />

su lugar en la memoria. Sólo<br />

así se evitaría que la reivindicación<br />

de la República no im-<br />

plique el olvido o la expulsión<br />

de la experiencia revolucionaria<br />

del patrimonio simbólico de los<br />

cubanos. Con una inteligente<br />

política de la memoria, que no<br />

sea nihilista ni acrítica, los demócratas<br />

cubanos del siglo XXI<br />

podrían reconocerse en el legado<br />

de los siglos XIX y XX, de la República<br />

y la revolución, de España<br />

y África, de Estados Unidos<br />

y la Unión Soviética, y acabar<br />

de una vez y por todas con<br />

la maldita manía de legitimar el<br />

poder con tergiversaciones del<br />

pasado.n<br />

Key West, enero de 2002<br />

RAFAEL ROJAS<br />

Rafael Rojas es doctor en Historia por<br />

el Colegio de México y miembro del<br />

consejo de redacción de la revista Encuentro.<br />

Autor de José Martí: la invención<br />

de Cuba.<br />

67


l siglo XVII fue uno de los<br />

más terribles que padeció el<br />

continente europeo, y esto<br />

se puede afirmar incluso con la<br />

visión que se tiene de la historia<br />

del siglo XX. El siglo XVII fue desolador<br />

no sólo por sufrir una<br />

de las peores guerras de la historia<br />

europea, la de los Treinta<br />

Años, sino porque todo él estuvo<br />

cruzado de conflictos en los<br />

que pocos Estados europeos se<br />

abstuvieron de participar. Y es<br />

que todos los factores que podían<br />

llevar a la guerra a las naciones<br />

europeas se pusieron en<br />

juego a la vez: religión, comercio,<br />

disputas dinásticas y problemas<br />

políticos. Europa luchaba<br />

contra los turcos y contra sí<br />

misma, dando como resultado<br />

el agotamiento de casi todas las<br />

potencias europeas, con la excepción<br />

de Francia e Inglaterra.<br />

Además, las inquisiciones,<br />

tanto católica como protestante,<br />

tuvieron una amplia actividad a<br />

lo largo de todo el siglo realizando<br />

persecuciones de forma continuada<br />

y sistemática. Así, no<br />

creo exagerado afirmar que la<br />

mayor parte de Europa termina<br />

el siglo estancada económica y<br />

demográficamente1 E<br />

, aunque con<br />

diferencias entre países. En el siglo<br />

XVII, una de las pocas convicciones<br />

políticas que parecen<br />

compartirse es que ninguna nación<br />

puede dominar de forma<br />

absoluta sobre las demás. Existe<br />

la convicción de que la paz tiene<br />

que venir del equilibrio de fuerzas<br />

general; unas naciones pue-<br />

1 E. Fernández de Pinedo afirma en su<br />

artículo Demografía y vida económica (en<br />

el siglo XVII) que Europa pasó de 104,7<br />

millones de habitantes en el 1600 a 115,3<br />

a principios del siglo XVIII (Gran Historia<br />

Universal Nájera, volumen XI, pág. 379).<br />

den ascender y otras hundirse,<br />

pero el juego de fuerzas no debía,<br />

no podía, alterarse dramáticamente.<br />

En el siglo XVII, cuando<br />

estalla el conflicto, todos están<br />

interesados en ir a desactivarlo.<br />

En el siglo ilustrado una nueva<br />

concepción de la riqueza de<br />

las naciones ayuda a conseguir<br />

un equilibrio menos agresivo: ya<br />

no es el Mercantilismo con su<br />

obsesión por conseguir metales<br />

preciosos a cualquier precio, incluida<br />

la piratería, sino la fisiocracia<br />

(“el poder de la naturaleza”),<br />

pariente cercana del liberalismo,<br />

que considera que la<br />

libertad de comercio y el trabajo<br />

sobre tierra y minas aportan a<br />

un Estado todo lo que éste necesita<br />

para su prosperidad, siempre<br />

y cuando respete la propiedad<br />

privada. Por tanto, en el siglo<br />

XVIII, Inglaterra, Francia y<br />

Holanda ya no intentan arrebatar<br />

colonias y metales preciosos<br />

a quienes las tienen, sino hacerse<br />

con un imperio allí donde<br />

quedan tierras libres para la colonización<br />

y explotación. Con<br />

lo cual desaparece una de las<br />

principales fuentes de tensiones.<br />

El crecimiento demográfico que<br />

resulta de la paz, el comercio y la<br />

ausencia de epidemias ayuda a<br />

la colonización de los nuevos territorios.<br />

En el plano intelectual la consecuencia<br />

positiva que tuvo la<br />

guerra de los Treinta Años fue<br />

la búsqueda de fórmulas de convivencia<br />

basadas en lo común a<br />

todos los seres humanos, la razón,<br />

en lugar de intentar extender<br />

a cualquier precio unas creencias<br />

concretas. La solución debía ser<br />

algo más compleja que simplemente<br />

propugnar la libertad religiosa,<br />

porque al final de la guerra<br />

se habían enfrentado naciones ca-<br />

ENSAYO<br />

LA ILUSTRADA LUCHA POR LOS<br />

DERECHOS HOMOSEXUALES<br />

F. JAVIER UGARTE PÉREZ<br />

tólicas, lo que evidenciaba que no<br />

se trataba sólo de un conflicto religioso.<br />

Había que buscar bases<br />

que hicieran posible un acuerdo<br />

estable, justo, y que proporcionara<br />

caminos para llegar a entendimiento<br />

en caso de conflicto.<br />

Newton, desarrollando el método<br />

científico, proporcionó una<br />

fuente segura de conocimiento<br />

que, a través de la Ilustración inglesa,<br />

se extendió por todo el<br />

continente. Newton había conseguido<br />

reducir a una fórmula<br />

simple el conjunto de fenómenos<br />

observados en el universo.<br />

Afirmaba que los demás, incluyendo<br />

al ser humano, debían reducirse<br />

también a principios<br />

simples y universales, todo ello<br />

a partir de la observación y no a<br />

través de la especulación 2 . Si la<br />

razón puede descubrir las complejas<br />

relaciones del universo,<br />

también podría ayudar a comprender<br />

los asuntos humanos 3 .<br />

Las ideas de la revolución gloriosa<br />

inglesa también fueron la<br />

base de las ideas políticas dieciochescas.<br />

Su sistematización la<br />

realizó Montesquieu poniendo el<br />

énfasis en la separación de poderes<br />

como el camino más adecuado<br />

para evitar el despotismo. Se<br />

debía ser muy cuidadoso con las<br />

leyes que se promulgaban porque<br />

acaban formando el carácter de<br />

las generaciones futuras. Rousseau,<br />

en el Discurso sobre el origen<br />

de la desigualdad, afirma que toda<br />

desigualdad política y moral es<br />

consecuencia del derecho de propiedad<br />

que ha convertido al<br />

“buen salvaje” en el “salvaje civi-<br />

2 La famosa “hypotheses non fingo”<br />

de Newton.<br />

3 Cassirer, Ernst (1943): Filosofía de la<br />

Ilustración. Fondo de Cultura Económica.<br />

México.<br />

lizado” desapareciendo la igualdad<br />

natural y convirtiéndose la<br />

libertad original en esclavitud. Pero<br />

el “progresismo” de este autor<br />

es rechazado por sus contemporáneos<br />

como excesivo, y acaba rompiendo<br />

sus relaciones con todos<br />

ellos: Voltaire, Diderot, Hume.<br />

Sus ideales políticos, sin embargo,<br />

se reflejaron en la declaraciones<br />

de derechos americana y francesa.<br />

Rousseau llevó a los ilustrados a<br />

las últimas conclusiones de los<br />

principios políticos compartidos.<br />

En materia de religión la<br />

coincidencia fue mucho mayor;<br />

existió unanimidad en el rechazo<br />

de las iglesias, especialmente<br />

de la católica. Todos coinciden<br />

en que la moral religiosa o revelada<br />

debe ser sustituida por la<br />

natural. Se piensa que la naturaleza<br />

es buena, no ha sido corrompida<br />

por el pecado y todo<br />

ser humano está capacitado para<br />

practicar la virtud sin ayuda<br />

de fuerzas sobrenaturales o personas<br />

especialmente capacitadas<br />

para ello. El mundo grecorromano<br />

sirve de modelo, pero de<br />

una forma menos estética a como<br />

lo había hecho en el Renacimiento.<br />

A su vez, la idea de<br />

naturaleza fue convertida en criterio<br />

regulador del orden natural<br />

y, sobre todo, social. Si todo es<br />

naturaleza, entonces también lo<br />

es el ser humano y la sociedad,<br />

así que no habría que temer las<br />

consecuencias de analizar de forma<br />

natural este otro universo.<br />

El más importante proyecto<br />

divulgativo y editorial fue la Enciclopedia<br />

4 . Fue, junto a la nue-<br />

4 Su título completo es Encyclopédie<br />

ou Dictionnaire raisonné des sciences, des<br />

arts et des métiers (Enciclopedia o diccionario<br />

razonado de las ciencias, las artes y los<br />

oficios).<br />

68 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


va visión de la historia y su estudio,<br />

lo que le dio la mayor coherencia<br />

y lo que caracterizó a la<br />

Ilustración francesa. Fue sobre<br />

todo en forma de enciclopedismo<br />

como las ideas ilustradas llegaron<br />

a Italia y España; de ahí la<br />

enorme influencia de la cultura<br />

francesa en estos países y el relativo<br />

desconocimiento de la Ilustración<br />

británica. La Enciclopedia<br />

recogió colaboraciones de<br />

Mably, Rousseau, Helvetius,<br />

Holbach y, sobre todo, D´Alambert<br />

y Diderot. Y es que los ilustrados<br />

parecen asumir un proyecto<br />

generacional común, bien<br />

que las relaciones personales entre<br />

ellos no fuese siempre excelentes:<br />

sacar a Europa de la edad<br />

de las tinieblas y llevarla a la<br />

Edad de las Luces 5 .<br />

La Ilustración como proyecto<br />

cultural y social<br />

El proyecto ilustrado es sorprendente<br />

por varios motivos: la coincidencia<br />

en el diagnóstico y la solución<br />

a los males son similares,<br />

de Edimburgo a Köningsberg pasando<br />

por París. Además se enfrentaban<br />

a los problemas con el<br />

solo apoyo de la razón, es decir,<br />

sin el auxilio de la ciencia, la técnica<br />

y el dinero, instrumentos sin<br />

los cuales ninguna iniciativa actualmente<br />

parecería sensata ni capaz<br />

de éxito; sólo por carecer de<br />

estos medios el proyecto resulta<br />

admirable. También consiguie-<br />

5 La luz es el símbolo de la inteligencia<br />

y la bondad. A lo largo de todo el siglo encontramos<br />

la metáfora de la luz para el conocimiento,<br />

en paralelo a la importancia<br />

del sentido de la vista para el mismo conocimiento,<br />

en particular la luz pura de la<br />

mañana. La variación en la cantidad de<br />

luz es la causa de los errores porque el exceso<br />

de luz ciega ojo y mente, y causa también<br />

de los prejuicios por “falta de luces”.<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

ron inclinar a su favor a varios<br />

monarcas europeos; incluso alguno<br />

llegó a presumir de ilustrado,<br />

como Federico II de Prusia. Durante<br />

gran parte del siglo XVIII sus<br />

objetivos consistieron en la supresión<br />

de formas de violencia<br />

heredada, tradicional y que no<br />

desafiaban las formas oficiales del<br />

poder. Por ese acomodo en la política<br />

oficial o estatal encontraron<br />

el apoyo de numerosos monarcas.<br />

El objetivo ilustrado era la<br />

supresión de la Inquisición, la intolerancia<br />

religiosa, la caza de<br />

brujas, la superstición y el fanatismo<br />

popular, etcétera. Tenían<br />

por enemigo todo lo que de “medieval”<br />

podían encontrar en las<br />

sociedades en las que vivían.<br />

Sus críticos contemporáneos<br />

pueden argumentar que el favor<br />

de los monarcas lo consiguieron<br />

porque apoyaban la causa real<br />

frente a la religiosa y porque su<br />

lucha contra la superstición, la<br />

irracionalidad y el fanatismo sirvieron<br />

para depurar los instrumentos<br />

de dominación, dando<br />

lugar incluso al nacimiento de<br />

nuevas ciencias que se utilizaron<br />

para el control social, como la Psicología<br />

o la Aritmética Política<br />

(Estadística). Todo ello para beneficio<br />

de la burguesía ascendente<br />

6 . Pero hacer responsable a los<br />

ilustrados de los horrores del siglo<br />

XX es una tarea intelectualmente<br />

muy arriesgada, difícil; no se ve la<br />

forma en que se pueden establecer<br />

relaciones de causa-efecto entre<br />

este proyecto y las experiencias<br />

más dramáticas del siglo recién<br />

terminado. Entre otras cosas por-<br />

6 Éstas son el tipo de críticas que podemos<br />

encontrar en uno de los libros que,<br />

incomprensiblemente, más éxito tuvo en<br />

el pasado siglo, La dialéctica de la Ilustración,<br />

de Horkheimer y Adorno.<br />

que quienes fueron los responsables<br />

de estos horrores no eran precisamente<br />

admiradores ni continuadores<br />

de la Ilustración.<br />

Siguiendo con la argumentación<br />

anterior debo recordar<br />

que, por sorprendente que pueda<br />

resultar, la Ilustración no se<br />

caracterizó por desafiar el poder<br />

político constituido porque su<br />

único desafío político de envergadura<br />

fue el que realizó a<br />

la Iglesia católica 7 . Por eso, que<br />

la Ilustración como fenómeno<br />

histórico tuviera influencia, y<br />

mucha, en la Revolución Francesa<br />

no debe hacer pensar que<br />

ellos mismos fuesen revolucionarios.<br />

Cuando se habla de<br />

Ilustración como proyecto cultural<br />

no se debe pensar en la<br />

revolución como su vocación<br />

política, sino en la reforma. Los<br />

ilustrados fueron reformadores,<br />

así como lo son quienes se consideran<br />

sus continuadores; la<br />

revolución, al menos en los últimos<br />

150 años, ha sido fundamentalmente<br />

la apuesta del<br />

marxismo. Confundir esto es<br />

ser injusto con ilustrados y<br />

marxistas (y anarquistas) al<br />

mismo tiempo. Como ejemplo<br />

puedo señalar que cuando los<br />

ilustrados analizaron el fenómeno<br />

de la riqueza su objetivo<br />

no era exactamente cómo repartirla<br />

mejor sino cómo hacerla<br />

crecer, cómo hacer más<br />

próspera la economía nacional.<br />

Se formó, sobre todo en Escocia,<br />

un clima de preocupación<br />

sobre el tema que, aunque culminó<br />

en la famosa obra de<br />

7 La excepción, ya señalada, fue el<br />

Rousseau del Discurso sobre el origen de la<br />

desigualdad, pero no así el de El contrato<br />

social, mucho más en la línea de Locke o<br />

Montesquieu.<br />

Adam Smith, tuvo como precursores<br />

a Locke y a Hume 8 .<br />

Tanto el proyecto histórico como<br />

el cultural coincidirían en<br />

buscar la reforma social y moral<br />

para que cada ser humano alcance<br />

su mayoría de edad 9 . Porque el<br />

enemigo más peligroso no es la<br />

duda sino el dogma, no la simple<br />

ignorancia sino el prejuicio que<br />

trata de imponerse como verdad<br />

10 . Kant es el mejor representante<br />

de esta doble misión y su<br />

artículo enlaza muy bien con sus<br />

Críticas, las continúa expresando<br />

en los límites políticos y sociales<br />

del conocimiento. Veamos una de<br />

sus afirmaciones más conocidas:<br />

“La ilustración es la liberación<br />

del hombre de su culpable incapacidad.<br />

La incapacidad significa la imposibilidad<br />

de servirse de su inteligencia<br />

sin la guía de otro. Esta incapacidad<br />

es culpable porque su<br />

causa no reside en la falta de inteligencia<br />

sino de decisión y valor para<br />

servirse por sí mismo de ella sin<br />

la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten<br />

el valor de servirte de tu propia razón!:<br />

he aquí el lema de la Ilustración”<br />

11 [la cursiva es del original].<br />

8 Véase, por ejemplo, el texto de Locke,<br />

Some considerations of the Consequences<br />

of the Lowering of Interest and Raising<br />

the Value of Money de 1691. También el<br />

ensayo de Hume On Money, de 1752.<br />

9 R. Schürmann, en su artículo Se constituir<br />

soi-même comme sujet anarchique,<br />

opone el término alemán “Aufklärung” y el<br />

inglés “Enlightenment” al francés “Lumières”<br />

y al italiano “Illuminismo”. Los primeros<br />

suelen referirse al proyecto intelectual,<br />

los segundos al histórico (el artículo se<br />

encuentra en la revista Les Études Philosophiques,<br />

octubre-diciembre 1986). Es importante<br />

no confundir ambas cosas.<br />

10 Cassirer, Ernst: Op. Cit. pág. 184.<br />

11 Kant, Emmanuel (1989): ¿Qué es<br />

la Ilustración?, volumen ‘Filosofía de la<br />

Historia’, pág. 25. Fondo de Cultura Económica,<br />

Madrid.<br />

69


LA ILUSTRADA LUCHA POR LOS DERECHOS HOMOSEXUALES<br />

Visto lo anterior, ¿es necesario<br />

el proyecto ilustrado o se han<br />

superado las condiciones que lo<br />

hicieron necesario en el pasado?<br />

¿Han desaparecido las viejas<br />

convicciones que se niegan a la<br />

investigación? Creo que se puede<br />

argumentar que el proyecto<br />

es intemporal porque los motivos<br />

que existían en el siglo XVIII<br />

para resistirse a utilizar la propia<br />

razón son aproximadamente los<br />

mismos que hoy día: la vigencia<br />

de poderosos intereses para<br />

mantener las formas de vida heredadas,<br />

la incertidumbre y ansiedad<br />

ante los cambios, las pequeñas<br />

ventajas que se obtienen<br />

incluso en situaciones de desigualdad,<br />

la inmersión –irreflexiva<br />

o no– en lo cotidiano, etcétera.<br />

Puede resultar, por ejemplo,<br />

sorprendente lo poco que<br />

ha contribuido la educación general<br />

y universal al aumento del<br />

sentido crítico de la población;<br />

filósofos y filántropos del pasado<br />

hubieran esperado quizá una actitud<br />

diferente de masas ampliamente<br />

instruidas y con información<br />

abundante y actualizada<br />

sobre los problemas que les afectan.<br />

Por tanto, lo que era necesario<br />

en tiempos de Kant sigue<br />

siéndolo hoy día.<br />

Pero ¿cuáles pueden ser esas<br />

situaciones que la razón, una razón<br />

forzosamente universal y<br />

asexuada, abstracta y criticable<br />

por formal (aunque por ser justamente<br />

así obtenga una parte<br />

importante de su fuerza), no<br />

aceptaría actualmente? Es evidente<br />

que no puede aceptar la<br />

violencia contra las mujeres,<br />

la discriminación contra personas<br />

de otras etnias o culturas,<br />

etcétera, pero como nadie la defiende<br />

porque forma parte del<br />

consenso social que esta violencia<br />

es ilegítima, entonces no es<br />

una tarea propia de una ilustración<br />

actual luchar contra ella.<br />

Los poderes públicos, durante<br />

los últimos cincuenta años al<br />

menos, se han encargado de esto.<br />

Por tanto, la pregunta se dirige<br />

hacia las instituciones estatales,<br />

hacia la capacidad legislativa,<br />

por ejemplo, para saber si<br />

existe algún elemento social que<br />

sigue estando marginado por la<br />

tradición, sufriendo por tanto<br />

discriminaciones legales por los<br />

poderes públicos (algo que le<br />

puede suceder a personas muy<br />

concretas) e ilegales por la violencia<br />

privada (algo que nos<br />

puede suceder a todos).<br />

A primera vista podría parecer<br />

que no existen lagunas de<br />

despotismo en las leyes ni constituciones<br />

europeas. La desigualdad<br />

de hecho entre sexos,<br />

razas y etnias no tiene reflejo legal;<br />

el objetivo actual es conseguir<br />

que la igualdad legal lo sea<br />

también social. Para poder contestar<br />

a esta pregunta puede resultar<br />

más conveniente intentar<br />

un acercamiento indirecto al tema,<br />

a partir de los datos históricos<br />

viendo, por ejemplo, los sujetos<br />

que condenaba la Inquisición,<br />

los motivos de la condena<br />

y comprobando después si alguna<br />

de estas prácticas, o de estos<br />

personajes, son todavía perseguidos<br />

en la actualidad.<br />

Se puede utilizar como acercamiento<br />

general una voluminosa<br />

obra clásica sobre el tema,<br />

la de Henry C. Lea, elaborada a<br />

finales del siglo XIX y que nos<br />

señala los grupos sobre los que<br />

actuaba la Inquisición española.<br />

He aquí la lista: judaizantes,<br />

moriscos, protestantes (sobre todo<br />

luteranos), jansenistas, místicos,<br />

magos y brujas, masones,<br />

activistas políticos, blasfemos y,<br />

en el numeroso grupo de “temas<br />

varios”, clérigos casados, usureros,<br />

sodomitas, individuos que<br />

simulaban ser sacerdotes, poseídos,<br />

etcétera 12 . Sorprende, sin<br />

duda, un grupo tan amplio de<br />

individuos cuando la tarea específica<br />

de la Inquisición era<br />

perseguir herejes, es decir, sujetos<br />

que difundían supuestas falsas<br />

doctrinas religiosas o que se<br />

mofaban y hacían escarnio de<br />

las que se consideraban verdaderas.<br />

El resto de los delitos debían<br />

quedar para tribunales civiles<br />

que usualmente eran más rigurosos<br />

que los inquisitoriales,<br />

como sucedía en los territorios<br />

12 Lea Henry Charles: Historia de la Inquisición<br />

española (1983). Editorial Fundación<br />

Universitaria Española. Volumen III.<br />

bajo jurisdicción castellana. Así<br />

lo señala R. Carrasco en una<br />

obra más contemporánea y específica<br />

sobre el tema, quien nos<br />

da una lista más concreta y referida<br />

fundamentalmente a Valencia.<br />

En su estudio documenta<br />

que la principal persecución inquisitorial<br />

se centró en los moriscos<br />

y los judaizantes, quedando<br />

los luteranos por detrás de los<br />

sodomitas. Estos últimos representaron<br />

entre el 4% y el 5% del<br />

total de causas en Valencia y en<br />

Zaragoza 13 , y su extracción social<br />

solía ser predominantemente<br />

baja, del mundo del trabajo, la<br />

servidumbre, la falta de empleo<br />

fijo y, como excepción, la Iglesia.<br />

El grupo de personas que fueron<br />

objeto de las persecuciones<br />

indica que la represión de la homosexualidad<br />

se encuadra dentro<br />

de la represión de la libertad<br />

religiosa, de pensamiento, etcétera.<br />

Es decir, que se reprimen<br />

las actividades sexuales dentro<br />

del conjunto de represiones de<br />

los derechos políticos y civiles 14 .<br />

La lucha por los derechos<br />

homosexuales: una batalla<br />

ilustrada<br />

Pues bien, al comienzo del siglo<br />

XXI, ¿están abolidas todas estas<br />

persecuciones? Reitero que la<br />

pregunta no se refiere a las violencias<br />

cotidianas sino a las institucionales.<br />

Precisando la cuestión:<br />

¿existe algún tipo de violencia<br />

o de discriminación legal<br />

e institucional contra judaizantes,<br />

moriscos (entiéndase musulmanes),<br />

protestantes, místicos,<br />

magos y brujas, sodomitas y<br />

usureros? Destaco sólo las figu-<br />

13 Carrasco, Rafael (1986): Inquisición<br />

y represión sexual en Valencia. Historia<br />

de los sodomitas (1565-1785). Ed.<br />

Laertes (ver pág. 76 y sigs.). Ver también<br />

Tomás y Valiente, Francisco: El crimen y<br />

pecado contra natura, volumen ‘Sexo Barroco<br />

y otras transgresiones premodernas’.<br />

Alianza Editorial. Existe una reedición<br />

reciente del artículo en el primer volumen<br />

de la revista OrientacioneS.<br />

14 Señalo la represión de la homosexualidad,<br />

pese a que los delitos fuesen de<br />

sodomía porque, tanto Lea como Carrasco,<br />

señalan que la condena por sodomía se<br />

efectuó fundamentalmente sobre los homosexuales<br />

masculinos (ver Carrasco, pág.<br />

32 y sigs. Este autor señala que fueron el<br />

99% de los condenados por sodomía).<br />

ras que podemos seguir reconociendo<br />

en la sociedad que nos<br />

rodea; otros, como jansenistas y<br />

poseídos, ya no son identificables<br />

como tales. ¿Es positiva para<br />

la sociedad esta discriminación?<br />

¿Y para quienes la sufren?<br />

¿La ampara la razón o la tradición?<br />

Es innegable que los niños<br />

están discriminados con respecto<br />

a los adultos, pero nadie consideraría<br />

esto un acto que deba<br />

ser reparado porque se supone<br />

que esta falta de derechos infantiles<br />

es positiva para ellos, porque,<br />

al impedirles equivocarse<br />

en cosas importantes, no les exige<br />

ser responsables de actos cuyas<br />

consecuencias no siempre<br />

conocen. En realidad, esta discriminación<br />

es una forma de<br />

protección que beneficia a los<br />

niños y a la sociedad, en cuanto<br />

consigue que los menores lleguen<br />

a la edad adulta más formados,<br />

en mejores condiciones.<br />

Resulta evidente que el principal<br />

grupo de ciudadanos todavía<br />

afectado por una discriminación<br />

y culpa originaria nada<br />

beneficiosa para ellos son los<br />

homosexuales. Otros personajes<br />

de la lista, como quienes prestan<br />

dinero con interés, no sólo no<br />

siguen perseguidos sino que gozan<br />

de los mayores reconocimientos<br />

sociales y políticos; incluso<br />

alguno cultiva el papel de<br />

filántropo por sus donaciones a<br />

fundaciones culturales, universitarias,<br />

etcétera. ¿Beneficia esta<br />

discriminación a la sociedad?<br />

Podría ser que si las brujas tuviesen<br />

realmente el poder de<br />

convocar al diablo y pedirle que<br />

traiga daños a la comunidad<br />

donde viven, entonces no sería<br />

injusta su persecución; antes<br />

bien, sería una tarea loable y todos<br />

estaríamos ojo avizor por si<br />

alguna de nuestras vecinas, o vecinos,<br />

posee esa capacidad de<br />

pacto con las potencias sobrenaturales.<br />

Sin embargo, considero evidente,<br />

y cada vez más documentado,<br />

que esta discriminación<br />

perjudica tanto a los homosexuales<br />

como a la sociedad.<br />

Digo homosexuales y no sodomitas,<br />

porque lo que se sigue<br />

70 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


discriminando desde la abolición<br />

de la Inquisición no es el<br />

delictum et crimen contra naturam,<br />

sino las relaciones entre<br />

personas del mismo sexo y género;<br />

particularmente, las relaciones<br />

de afecto, porque ante las<br />

sexuales hace tiempo que los poderes<br />

públicos, en lugar de perseguirlas,<br />

miran hacia otro lado,<br />

hacia el lado económico para ser<br />

más exacto (pago de impuestos,<br />

actividades económicas y empleo<br />

que generan tanto negocios<br />

como colectivos, etcétera). Es el<br />

afecto lo que no se reconoce. En<br />

cambio, las mismas prácticas<br />

contra naturam en Europa ya no<br />

se persiguen, ni dentro ni fuera<br />

del matrimonio.<br />

Por tanto, al afirmar que se<br />

sigue discriminando a los homosexuales<br />

no se quiere decir<br />

que se les persiga por sus relaciones<br />

sexuales, sino por las afectivas,<br />

al fin y al cabo aquellas<br />

que la ley reconoce y ampara bajo<br />

la fórmula del matrimonio 15 .<br />

Así que aunque existan sodomitas<br />

heterosexuales, éstos no están<br />

discriminados por ser tales, lo<br />

que indica que no es el sexo sodomítico<br />

lo que se prohíbe, sino<br />

el afecto homosexual. No reconocer<br />

el afecto independientemente<br />

de la orientación sexual,<br />

con las consecuencias personales<br />

que conlleva para las personas<br />

implicadas y para la sociedad en<br />

la que viven, es criticable desde<br />

una posición ilustrada, es decir,<br />

intentando restaurar la razón y<br />

la humanidad como base de la<br />

vida en sociedad.<br />

Es cierto que los ilustrados<br />

que trataron el tema de las relaciones<br />

entre personas del mismo<br />

sexo, así como sus continuadores<br />

románticos, no fueron<br />

especialmente tolerantes ni pers-<br />

15 Hace tiempo que la no consumación<br />

del matrimonio no es causa de disolución<br />

del matrimonio civil, al menos en<br />

España y gran parte de Europa. Cuestión<br />

diferente es el matrimonio eclesiástico,<br />

pero aquí tampoco se persigue ya la sodomía;<br />

se contempla más bien en el conjunto<br />

de leves condenas que se aplican a<br />

las prácticas sexuales no procreadoras.<br />

Asunto distinto es la opinión que le merece<br />

a la Iglesia las relaciones homosexuales,<br />

algo para lo que no encuentra palabras<br />

suficientemente duras.<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

picaces ante esta realidad. Apenas<br />

fue un tema analizado por<br />

ellos, por lo que desconocemos<br />

en buena medida su reacción ante<br />

el redescubrimiento que hace<br />

la época de la antigüedad grecorromana,<br />

donde las relaciones<br />

entre personas del mismo sexo<br />

eran aceptadas, e incluso se puede<br />

afirmar que fueron promovidas<br />

(Esparta, Tebas, Lesbos, etcétera).<br />

Pero es que el análisis de<br />

los ilustrados de las relaciones<br />

entre los sexos no fue la parte<br />

más brillante de su pensamiento;<br />

en general se acercaban al tema<br />

en clave naturalista, como<br />

he señalado, y mezclando sexo y<br />

género 16 . Al tiempo que resulta<br />

admirable su innovador espíritu<br />

pedagógico y su humanitarismo<br />

(ante las penas, por ejemplo) decepciona<br />

su enfoque sexual. Anteriormente<br />

ya se habían comentado<br />

algunas de sus insuficiencias<br />

políticas, pero unas y<br />

otras no tienen por qué suponer<br />

el abandono de la Ilustración como<br />

proyecto social y cultural<br />

mientras se conserva el siglo XVIII<br />

como fenómeno histórico con<br />

muchas de las limitaciones de su<br />

tiempo.<br />

No se puede afirmar que la<br />

discriminación sea positiva para<br />

los homosexuales, por los<br />

subproductos positivos que<br />

pueda conllevar la discriminación<br />

17 , como las creaciones artísticas<br />

o culturales novedosas,<br />

porque éstas también podrían<br />

existir en una situación de plena<br />

igualdad. Es decir, si los homosexuales<br />

como consecuencia<br />

de la discriminación han<br />

generado una subcultura propia<br />

con algunos rasgos positi-<br />

16 Para un adecuado tratamiento del<br />

tema, véase Sánchez Martínez, Olga: ‘La<br />

homosexualidad y la familia ante el moralista,<br />

el médico y el jurista’. Revista OrientacioneS,<br />

número 1, págs. 69-82. Por otro<br />

lado, las relaciones entre sexos tal como son<br />

propuestas por Rousseau en el Emilio están<br />

lejos de ser aceptables según criterios actuales;<br />

es más, son claramente misóginas.<br />

17 Para un desarrollo de la idea de<br />

productos propios y subproductos de determinados<br />

comportamientos o principios<br />

sociales, véase Jon Elster (1988):<br />

Uvas amargas. Sobre la subversión de la<br />

racionalidad. Ed. Península. Ver especialmente<br />

página 135 y sigs.<br />

vos (y otros no tanto, como el<br />

excesivo culto a la juventud)<br />

dentro de la cultura mayoritaria,<br />

no por ello la marginación<br />

se vuelve una vivencia positiva<br />

ni un hecho social a conservar.<br />

Voy a poner un ejemplo sencillo<br />

de lo que son productos<br />

propios y subproductos: si alguien<br />

contrae una grave enfermedad,<br />

sus consecuencias más<br />

probables son que esa persona<br />

se vea obligada a dejar su trabajo,<br />

permanecer encerrada en<br />

su domicilio la mayor parte del<br />

tiempo, restringir al máximo<br />

sus relaciones sociales, etcétera.<br />

Si sucede que, a fuerza de tener<br />

que encontrar un uso al tiempo,<br />

comienza a escribir y llega<br />

a convertirse en Marcel Proust,<br />

entonces el desarrollo y reconocimiento<br />

de este talento es<br />

un subproducto de la enfermedad,<br />

pero no un producto propio,<br />

porque escasísimas personas<br />

con enfermedades graves<br />

obtienen este tipo de subproductos.<br />

Por tanto, un análisis<br />

racional tiene que sopesar los<br />

aspectos favorables y los perjudiciales<br />

de las situaciones por<br />

sus productos propios, no<br />

por hipotéticos subproductos<br />

que impedirían elecciones racionales.<br />

Pues bien, con una concepción<br />

de la racionalidad como<br />

la expuesta, hay que analizar<br />

los productos propios con los<br />

que se encuentran las personas<br />

homosexuales. Al no ver reconocida<br />

su convivencia como<br />

una situación familiar estas<br />

personas no disfrutan de la extensión<br />

de cobertura de la Seguridad<br />

Social ni pueden poseer<br />

bienes legalmente comunes;<br />

no tienen la posibilidad de<br />

adoptar niños en concurrencia<br />

con el resto de las parejas ni, en<br />

general, la posibilidad de beneficiarse<br />

de todas las medidas<br />

de apoyo a la familia en un Estado<br />

democrático. Esto no sucede,<br />

evidentemente, en el caso<br />

de los judíos o los masones, cuyo<br />

matrimonio recibe el mismo<br />

trato legal que el católico o<br />

el civil y, por tanto, todos los<br />

beneficios inherentes a ese reconocimiento.<br />

F. JAVIER UGARTE PÉREZ<br />

Establecida la discriminación<br />

se puede preguntar: ¿es<br />

buena para la sociedad? Quizá<br />

lo que es malo para el individuo<br />

pueda ser bueno para la<br />

sociedad. En el caso de la situación<br />

de los homosexuales la<br />

sociedad no recibe ningún beneficio<br />

propio, antes bien al<br />

contrario. Esta afirmación debe<br />

ser documentada, lo que no resulta<br />

fácil dada la carencia de<br />

estudios sobre el estado real<br />

de las personas como consecuencia<br />

de su orientación sexual,<br />

dato que a menudo se ignora<br />

como relevante, lo que es<br />

también significativo. Uno de<br />

los pocos estudios existentes en<br />

este caso sobre un país también<br />

europeo y de tradición católica<br />

como Irlanda señala que estas<br />

personas sufren por la acumulación<br />

de procesos interdependientes<br />

de discriminación en<br />

áreas socioeconómicas claves<br />

que aumentan el riesgo de que<br />

caigan en la pobreza. Por ejemplo,<br />

la discriminación complementaria<br />

en la escuela y el trabajo<br />

que produce que muchos<br />

homosexuales no lleguen a terminar<br />

sus estudios por los insultos<br />

y agresiones que sufren<br />

de sus compañeros de clase, y<br />

que luego vuelven a sufrir en el<br />

trabajo por saberse, o suponerse,<br />

que tenían esta orientación<br />

sexual.<br />

El estudio documenta 13 casos<br />

concretos de abandono de la<br />

enseñanza secundaria (school),<br />

ocho de bachillerato (college) y<br />

otros tres de cursos de capacitación<br />

profesional (training courses)<br />

18 . También sufren discriminación<br />

en su promoción laboral.<br />

A esto se añade un tema apenas<br />

esbozado todavía como problema<br />

social: la mayor tasa de suicidio<br />

entre homosexuales, especialmente<br />

adolescentes y jóvenes.<br />

En este asunto el Consejo<br />

18 Poverty. Lesbian and Gay Men –<br />

The Economic and Social Effects of Discrimination<br />

(GLEN/Nexus. Dublín, 1995,<br />

101 págs.). Publicado por Combat Poverty<br />

Agency; se trata de una ONG que,<br />

como su nombre indica, está especializada<br />

en estudiar y luchar contra la pobreza<br />

y la marginación social. Ver págs. 43-52.<br />

71


LA ILUSTRADA LUCHA POR LOS DERECHOS HOMOSEXUALES<br />

de Europa ha sido una de las<br />

pocas instituciones claras e innovadoras<br />

al señalar la relación<br />

que existe entre homofobia, discriminación<br />

y mayores tentativas<br />

de suicidio entre los jóvenes<br />

homosexuales, así como el excesivo<br />

consumo de alcohol, droga<br />

y comportamientos de alto<br />

riesgo 19 .<br />

Por tanto, las sociedades occidentales<br />

están pagando el precio<br />

de una costosa sangría humana.<br />

Si se me permite la analogía:<br />

la carne de las brujas en la<br />

hoguera y de los torturados por<br />

la Inquisición es ahora la carne<br />

de los jóvenes que han cometido<br />

suicidio y la sangre de los enfermos<br />

de sida. Sin duda, se puede<br />

afirmar la libertad para el suicidio<br />

y el sexo sin protección, pero<br />

cuando las estadísticas son<br />

tan sesgadas respecto a determinados<br />

grupos de población, hasta<br />

el más ingenuo de los sociólogos<br />

sabe que detrás existen<br />

medidas que han provocado, o<br />

no han impedido, estos fenómenos.<br />

¿Puede la razón apoyar esta<br />

falta de derechos? Es evidente<br />

que no. La razón difícilmente<br />

podría rechazar la desigualdad<br />

de trato para los judíos, musulmanes<br />

o masones y aceptar la de<br />

los homosexuales. No sólo por<br />

coherencia histórica y lógica, sino<br />

porque no es fácil encontrar<br />

argumentos que apoyen la discriminación<br />

y que no sean circulares:<br />

impedir que los homosexuales<br />

adopten niños porque<br />

éstos podrían sufrir las consecuencias<br />

de una relación inestable,<br />

o la marginación de otros<br />

niños, es circular, porque si las<br />

relaciones homosexuales son<br />

más inestables que las heterosexuales<br />

se debe a que la sociedad<br />

no aprueba leyes ni medidas<br />

concretas para apoyarlas como<br />

19 Situación de los gais y las lesbianas en<br />

los Estados miembros del Consejo de Europa.<br />

Este informe fue elaborado por la Comisión<br />

de Temas Jurídicos y Derechos<br />

Humanos y aprobado el 26 de septiembre<br />

de 2000. Las informaciones señaladas<br />

aparecen en las páginas 8 y 9. Se puede<br />

consultar el mismo en la página web de la<br />

Fundación Triángulo: www.fundaciontriangulo.es/informes.<br />

se hace con las heterosexuales.<br />

Por otro lado, debe recordarse<br />

que éste era también uno de<br />

los argumentos utilizados para<br />

combatir la aprobación del divorcio;<br />

afortunadamente, los hechos<br />

demostraron con el tiempo<br />

la falsedad de estas posiciones. Y<br />

es que no resulta fácil encontrar<br />

otro grupo social, minoría o cultura<br />

en Europa actualmente con<br />

un componente de discriminación<br />

tan marcado, a excepción<br />

quizá de los gitanos 20 .<br />

Se trataría ahora de saber si<br />

los grupos que luchan por los<br />

derechos de los homosexuales<br />

en Europa pueden considerarse<br />

herederos del proyecto ilustrado.<br />

Como primer acercamiento<br />

al tema hay que decir que no<br />

existe un único conjunto de objetivos<br />

perseguidos por todos los<br />

grupos y utilizando estrategias<br />

idénticas. Pero tampoco se puede<br />

decir que exista un único tipo<br />

de socialismo o de conservadurismo<br />

en Europa. Así que a<br />

continuación destacaré los objetivos<br />

más consensuados en<br />

manifestaciones, propuestas políticas,<br />

etcétera, y que encajarían<br />

dentro del análisis racional, ilustrado.<br />

Serían los siguientes:<br />

1. La orientación sexual de las<br />

personas no es sólo heterosexual,<br />

también existe la homosexual.<br />

La base última de la orientación,<br />

sea genética, psicosocial, el resultado<br />

de una elección personal<br />

o una combinación de todas<br />

ellas, no está del todo clara ni en<br />

un caso ni en el otro, y además<br />

es irrelevante a efectos políticos<br />

porque la plena ciudadanía se<br />

consigue sin tener en cuenta el<br />

género, el nivel de educación o<br />

la función social que cumple cada<br />

persona.<br />

20 Aunque tradicionalmente se ha<br />

comparado a los homosexuales con los<br />

judíos, creo que sería más acertada la<br />

comparación con los gitanos. La base para<br />

esta afirmación está en que los tres grupos<br />

(judíos, homosexuales y gitanos) forman<br />

minorías características dentro de la<br />

cultura europea. Los tres padecieron el<br />

exterminio nazi y la situación de los gitanos<br />

es tan precaria como la de los homosexuales.<br />

Por otro lado su presencia y dispersión<br />

actual en Europa es más numerosa<br />

que la de los judíos.<br />

2. Quienes poseen la orientación<br />

homosexual se encuentran<br />

legalmente discriminados en<br />

cuanto no tienen la facultad de<br />

ver su forma de convivencia reconocida<br />

como unidad familiar,<br />

con todas las consecuencias negativas<br />

que implica esta falta de<br />

reconocimiento. Tanto para<br />

ellos como para sus hijos y cuya<br />

patria potestad no puede ser<br />

compartida por su pareja, con<br />

quien forma una familia real<br />

aunque no, todavía, legal.<br />

3. La discriminación que viven<br />

las personas de orientación homosexual<br />

no se asienta más que<br />

en determinada tradición occidental.<br />

No fue algo permanente<br />

en Europa, porque no se dio,<br />

por ejemplo, en el mundo grecorromano.<br />

Así pues, no se trata<br />

de un fenómeno universal ni<br />

al margen de la historia.<br />

4. El sentido de la existencia de<br />

las asociaciones de gays y lesbianas<br />

es mostrar a la sociedad la<br />

injusticia de esta discriminación<br />

y combatirla activa y argumentadamente<br />

en la escuela, la universidad,<br />

los medios de comunicación,<br />

etcétera.<br />

La tradición más reacia al<br />

cumplimiento de estos objetivos<br />

es la religiosa, especialmente<br />

la Iglesia católica allí donde es la<br />

forma de cristianismo más extendida,<br />

como sucede en el sur<br />

de Europa y en América Latina.<br />

Pero justamente este enemigo es<br />

el más viejo enemigo ilustrado;<br />

nada haría más feliz a Voltaire<br />

que combatir de nuevo en este<br />

frente. Que éste sea el mayor<br />

obstáculo indica, precisamente,<br />

que estamos ante un problema<br />

heredado, antiguo, “contrarreformista”,<br />

y para el que el paso<br />

de los siglos parece haber sido<br />

inútil porque la jerarquía católica<br />

apenas se ha movido en su<br />

posición desde entonces.<br />

Para resolver éste y otros obstáculos,<br />

los dirigentes e intelectuales<br />

de los grupos homosexuales<br />

utilizan los mismos recursos<br />

que los ilustrados: la<br />

libertad de expresión a través de<br />

los medios de comunicación<br />

de masas, la reforma de los contenidos<br />

de la enseñanza y el trabajo<br />

en escuelas e institutos para<br />

erradicar los prejuicios, las<br />

protestas ante los medios de poder,<br />

la reflexión intelectual y el<br />

trabajo erudito. Allí donde aparecen<br />

nuevos prejuicios en un<br />

camino de lucha contra las supersticiones<br />

heredadas, la solución<br />

debe consistir en aportar<br />

nuevas luces al problema siguiendo<br />

el viejo principio ilustrado<br />

“los males de la Ilustración<br />

sólo se curan con más ilustración”,<br />

complementario del<br />

famoso grabado de Goya El sueño<br />

de la razón (es decir, su descuido,<br />

su pereza) produce monstruos.<br />

Y es que la Ilustración no es<br />

sólo un proyecto intelectual o<br />

cultural. También es un proyecto<br />

ético: la superación de la minoría<br />

de edad en que la humanidad<br />

se encuentra, como señalaba<br />

Kant. Se trata de superar los límites<br />

de la Moral que constriñen<br />

las vidas de todas las personas,<br />

homosexuales y heterosexuales;<br />

estos últimos a veces verdugos y<br />

víctimas de la homofobia. Si la<br />

Moral son los hábitos sociales<br />

sobre lo bueno y malo en relación<br />

con las conductas intencionales<br />

que afectan a los demás,<br />

y la Ética es la reflexión sobre<br />

los términos morales y sus límites<br />

en una sociedad, entonces la<br />

lucha por los derechos homosexuales<br />

es a la vez un proyecto<br />

moral, en cuanto propuesta de<br />

nuevas mores y ético, en cuanto<br />

pensamiento sobre la dominación<br />

en la confianza de que este<br />

pensamiento y este trabajo ayuden<br />

a superar formas de injusticia.<br />

Así se desarrolla a la vez este<br />

proyecto moral e ilustrado,<br />

uno de los pocos que encontramos<br />

a comienzos del nuevo milenio.<br />

n<br />

[El autor quiere agradecer las sugerencias<br />

y comentarios realizados por Antoni<br />

Mora y Natividad González].<br />

F. Javier Ugarte Pérez es doctor en<br />

Filosofía y director de la revista OrientacioneS.<br />

72 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


La ciencia moderna instituida<br />

en el paradigma reduccionista,<br />

aquel que busca<br />

explicar la materia, la vida y la<br />

naturaleza a partir de sus componentes<br />

más básicos e interpretarlos<br />

matemáticamente, es<br />

la cosmología dominante en<br />

nuestra concepción del mundo.<br />

Sus tres siglos de ejercicio se<br />

apoyan en la tradición dualista<br />

de Occidente. Desde Platón organizamos<br />

la interpretación del<br />

mundo en realidades separadas:<br />

materia y espíritu, cuerpo y<br />

mente, hombre y naturaleza.<br />

Consideramos que las cosas tienen<br />

existencia independiente de<br />

su relación con las demás, dando<br />

lugar a una concepción de la<br />

salud limitada en sus conceptos<br />

y a una práctica médica con fracasos<br />

de terapéuticos.<br />

Otras teorías ponen el acento<br />

en la relación y, como resultado,<br />

en su interdependencia,<br />

por ejemplo, la teoría de sistemas<br />

de Bertalanffy; la teoría<br />

Gaia de Lovelock de la ecología<br />

de la Tierra; la trama de la vida<br />

(metáfora utilizada en física<br />

cuántica) de Fritjof Capra; las<br />

resonancias mórficas en la constitución<br />

de los organismos de<br />

Rupert Sheldrake; la autopoiesis<br />

de la célula de Humberto Maturana.<br />

No es lo mismo buscar<br />

como funcionan las cosas que<br />

percibir su constitución. Debido<br />

a ello, se dan muchas ambigüedades<br />

en el nivel de lo que es la<br />

vida, el cuerpo, el bienestar y<br />

la salud. Entender el cuerpo humano,<br />

por ejemplo, fragmentariamente,<br />

porque es más fácil<br />

detectar un diagnóstico en el nivel<br />

molecular, el modelo de excelencia<br />

en medicina, y, por ello,<br />

reducir el ser humano a un mecanismo<br />

físico-químico, dice<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

muy poco sobre la alegría, la vitalidad,<br />

las ganas de vivir, términos<br />

fundamentales para hablar<br />

de salud.<br />

Es cierto que la terapia génica<br />

puede ayudar a mejorar la calidad<br />

de vida de los enfermos de<br />

miopatías, por ejemplo, pero<br />

también es cierto que lo único<br />

que se sabe hacer actualmente,<br />

nos dice el genetista francés Bertrand<br />

Jordan (Los impostores de<br />

la genética, (pág. 98) Península,<br />

Barcelona, 2001),<br />

“es integrar un gen al azar, en un<br />

punto cualquiera de cierto cromosoma.<br />

La terapia génica no consiste en<br />

reemplazar el gen defectuoso por su homólogo<br />

funcional, sino en añadir ese<br />

homólogo en otra parte del genoma,<br />

lo que acarrea una serie de dificultades”.<br />

Si el ámbito molecular no<br />

nos conduce a las células y éstas<br />

al organismo entero, que es relación<br />

con otros, con el medio,<br />

con la cultura, entonces el error<br />

aparece en el punto de partida,<br />

esto es, en los conceptos de lo<br />

que son las cosas. La polarización<br />

entre nivel molecular y<br />

ADN, asentado en el determinismo<br />

biológico, dominante en<br />

EEUU, particularmente el papel<br />

que atribuye a la herencia, y,<br />

por otro lado, la postura ecológica<br />

y psicológica, que atribuye<br />

un papel esencial al ámbito familiar<br />

y social, debe superarse,<br />

ya que ambas concepciones son<br />

necesarias. Sin embargo, resaltar<br />

la importancia de esta segunda<br />

concepción se debe a la<br />

necesidad de equilibrar la euforia<br />

científica y de los medios de<br />

comunicación entorno a las posibilidades<br />

terapéuticas de las<br />

biotecnologías. Fragmentar la<br />

realidad es causa de deterioro y<br />

SOCIOLOGÍA<br />

LA INTEGRACIÓN DE LA SALUD<br />

JESÚS VIÇENS<br />

las especialidades médicas que<br />

no se someten a un diagnóstico<br />

entero (holístico) son causa de<br />

errores. En esta “enteridad” está<br />

la psicología, el medio social y el<br />

medio ambiente.<br />

En todas las esferas de la vida<br />

social se proyecta un enfrentamiento<br />

entre sus componentes<br />

sin suficiente énfasis en las implicaciones<br />

mutuas. En política<br />

encontramos ejemplos de todo<br />

tipo: conflictos entre etnias, religiones,<br />

civilizaciones, lejos del<br />

arte de la convivencia, que ha<br />

pasado a ser un imperativo para<br />

convivir en paz en el mundo.<br />

En la vida cotidiana se corroe el<br />

carácter, como expone Sennett,<br />

en La corrosión del carácter cuando<br />

las formas flexibles de liberalización<br />

económica en el trabajo<br />

nos aíslan de los demás, del sentido<br />

y la función del mismo, en<br />

lugar de ser un contexto para<br />

nuestra emancipación y realización,<br />

sin compensación social<br />

de carácter económico ni participativo.<br />

Cualquier ámbito de<br />

nuestra vida está separado de los<br />

demás con el pretexto de ser aspectos<br />

independientes, chocando<br />

constantemente con conflictos<br />

duales enconados y con la<br />

dificultad de ver la interrelación<br />

constitutiva que tienen todas las<br />

situaciones. Este es el marco de<br />

las enfermedades modernas.<br />

Para comprender la complejidad<br />

del mundo orgánico que<br />

se expande a través de la diversidad<br />

biológica no podemos separar<br />

las situaciones, aunque sí<br />

podamos distinguirlas. La separación<br />

es una de las causas principales<br />

de enfermedad. Al hacerlo<br />

rompemos la red relacional<br />

que une a las personas y sus generaciones,<br />

a las comunidades y<br />

sus territorios, al cuerpo y sus<br />

sistemas orgánicos. Sin embargo,<br />

la especialización, que es una<br />

consecuencia directa de la separación,<br />

ocupa un lugar central<br />

en la manera de ver el mundo y<br />

de analizarlo, sin la contrapartida<br />

global que requiere cualquier<br />

análisis y cualquier forma de mirar<br />

el mundo. También en la<br />

disciplina médica, desplazando<br />

el lugar que correspondería a los<br />

complejos sistemas orgánicos, la<br />

síntesis queda relegada por el<br />

predominio de lo particular y<br />

éste es, molecular, genético y hereditario.<br />

La aspiración a una mejor calidad<br />

de vida exige reorientar<br />

nuestra concepción del cuerpo,<br />

de la sociedad y de sus comunidades,<br />

y avanzar hacia una forma<br />

íntegra de percibir y tratar el<br />

mundo. Aquella que está cerca<br />

de la alegría en las buenas maneras<br />

y de la capacidad de disfrutar<br />

de las relaciones con los<br />

demás. Que permite relajarse y<br />

tener unas actitudes que representen<br />

un acercamiento a la reciprocidad<br />

con el entorno, con<br />

todo el reino de lo vivo, en lugar<br />

de vivir a medias en un egoísmo<br />

aislante.<br />

Estamos ante uno de los momentos<br />

significativos del devenir<br />

humano, uno de los tiempos<br />

donde las ideas y las percepciones<br />

se remueven con intensidad<br />

y pueden hacer emerger un orden<br />

diferente. En el ámbito de<br />

la salud, la consideración del<br />

cuerpo como una máquina ha<br />

llegado al límite con la creencia<br />

de que en los cromosomas de<br />

ADN encontraremos el sentido<br />

del hombre. Es un síntoma de la<br />

extrema ignorancia a que nos ha<br />

conducido el reduccionismo, a<br />

la confusión de la información<br />

con el conocimiento. Lewontin<br />

73


LA INTEGRACIÓN DE LA SALUD<br />

(El sueño del genoma humano y<br />

otras ilusiones, págs. 126-134<br />

Paidós, Barcelona, 2001,) nos<br />

recuerda que la mayor parte de<br />

la información genética es irrelevante.<br />

En relación con el medio,<br />

hay una oposición y un cansancio<br />

a seguir habitando un planeta<br />

donde los árboles, los<br />

paisajes y las especies desaparecen,<br />

en función del nivel de vida<br />

que es un concepto abstracto.<br />

Hay desavenencias frontales en<br />

lo ecológico y conflictos que<br />

cuestionan seriamente los beneficios<br />

del sistema económico liberal.<br />

Las medicinas suaves y los<br />

movimientos ecologistas han<br />

contribuido al debate sobre la<br />

salud y la calidad de vida. Muestran<br />

que no están en el mismo<br />

orden de cosas la economía del<br />

lucro, que necesita liberalizar los<br />

obstáculos sindicales y sociales,<br />

con el hecho ineludible de que el<br />

mundo moderno es insano y los<br />

ecosistemas están enfermos. La<br />

salud y la ecología pertenecen al<br />

orden del gusto por la vida.<br />

Ideas y salud<br />

Si concebimos la realidad de forma<br />

interdependiente, nos ampliamos<br />

como seres humanos.<br />

Las ideas de integración e interdependencia<br />

influyen saludablemente.<br />

Si entendemos la salud<br />

como armonía y plenitud, el<br />

cuerpo debe comprenderse como<br />

un conjunto de partes en las<br />

que cada una refleja la totalidad<br />

íntegra del organismo. Cuando<br />

las personas son una cosa y los<br />

contextos otra se rompe la relación.<br />

Hay muchos contextos sociales<br />

y políticos que son destructivos<br />

por hallarse en conflicto<br />

y haberse desatado violencias<br />

sin freno. Hay un enorme vacío<br />

de integridad en la sociedad<br />

contemporánea que diluye los<br />

vínculos entre las personas y los<br />

lugares que habitan.<br />

El conocimiento y la vida social<br />

se hallan también separados.<br />

Ambos procesos son necesarios<br />

para el bienestar. Si dividimos<br />

la vida social en categorías abstractas,<br />

como hacen las ciencias<br />

sociales, pero confundimos éstas<br />

con la vida social misma, entonces<br />

obscurecemos el conoci-<br />

miento. En las formas institucionales<br />

de organizar nuestro<br />

mundo colectivo, nos alejamos<br />

del vivir social concreto de la<br />

gente, de las relaciones por las<br />

que se mueven las personas.<br />

Con las categorías sociales y las<br />

instituciones corremos el riesgo<br />

de dejar a un lado la vida que<br />

transcurre en las relaciones comunes<br />

de cada día.<br />

La sociología debe distinguir<br />

las categorías que establece como<br />

instrumentos de análisis de<br />

la realidad que intenta interpretar.<br />

De la misma manera que la<br />

física no puede confundir las<br />

fuerzas de la materia con las cosas<br />

materiales y la biología no<br />

puede confundir las moléculas<br />

con los organismos. Materialidad<br />

o corporalidad son algo diferente,<br />

como sociedad y cultura<br />

lo son de las categorías de<br />

análisis. La biología no puede<br />

reducir un organismo a sus movimientos<br />

químicos, aunque ello<br />

le permita un análisis para facilitar<br />

un diagnóstico. Tanto las<br />

categorías sociales, como las partículas<br />

elementales o los microorganismos<br />

son parte de la realidad<br />

y útiles, pero insuficientes<br />

para comprender lo que es un<br />

cuerpo, una sociedad o un sistema<br />

montañoso. La estructura<br />

relacional y el reflejo del todo, es<br />

lo que da existencia a los ecosistemas,<br />

vida a los organismos y<br />

cohesión a las comunidades sociales.<br />

Son la riqueza creadora<br />

de tramas y tejidos. Las partes<br />

separadas extraen el ritmo propio<br />

de cada cosa y en el caso de<br />

los organismos vivos es arriesgado.<br />

La medicina antigua de la<br />

China lo ha entendido así desde<br />

hace milenios. Igual que la medicina<br />

ayurvédica de la India o<br />

la versión contemporánea occidental<br />

de la medicina homeopática.<br />

Otro ejemplo de interdependencia<br />

es la ecología. El cambio<br />

más urgente para liberar la presión<br />

sobre los ecosistemas es<br />

cambiar la idea de la naturaleza<br />

como almacén de recursos y la<br />

creencia de que sus fuerzas y ritmos<br />

deben dominarse. Es un<br />

planteamiento enfermizo que<br />

nos lleva a los límites del declive<br />

y a la mentalidad de que en ella<br />

se pueden verter todo tipo de<br />

residuos. Nuestras relaciones<br />

con los sistemas ecológicos de la<br />

Tierra determinan el nivel de salud<br />

que tenemos. Si aspiramos a<br />

un mejor nivel de vida en el futuro<br />

debemos cambiar, obviamente,<br />

nuestra mentalidad de<br />

lo que es un medio ambiente.<br />

Un cambio de orientación en la<br />

manera de pensar que es la humanidad<br />

y qué es la Tierra.<br />

Otro concepto que va modelando<br />

un cambio profundo en la<br />

percepción del mundo es el de<br />

wholeness (totalidad), esto es, ver<br />

las situaciones, las personas y las<br />

culturas como imagen del todo,<br />

con sus complejidades y sus potencialidades.<br />

Una manera diferente<br />

de mirar. Las parcelas se<br />

contraponen. Las dicotomías<br />

generan presión y tensión. Tensión<br />

que se ha extremado en la<br />

cultura moderna por una excesiva<br />

valoración de la cualidad racional,<br />

negando la emocional.<br />

La psicología gestalt, que conoce<br />

algo mejor el valor de las<br />

emociones, le atribuye un lugar<br />

para el equilibrio de la personalidad.<br />

Igualmente, la vida moderna<br />

prima la acción, la iniciativa,<br />

la competencia, impulsada<br />

por el proceso de industrialización<br />

y las nuevas tecnologías de<br />

la información, a costa de no<br />

hacer, que es el descanso. La capacidad<br />

de experimentar la cualidad<br />

receptiva, de la que dispone<br />

también la naturaleza humana,<br />

es tan necesaria como la<br />

anterior para un buen estado de<br />

salud. En términos de valores<br />

colectivos la valoración excesiva<br />

de los aspectos materiales sobre<br />

los intangibles, esto es, del nivel<br />

de vida sobre la calidad de vida,<br />

supone un desequilibrio sobre<br />

el nivel salud social. Las enfermedades<br />

sociales son muy claras:<br />

desigualdad, pobreza, exclusión,<br />

desequilibrios emocionales<br />

y desajustes cardíacos.<br />

No hay un intento de mirar<br />

la situación enteramente. En<br />

nuestra propia tradición occidental,<br />

en Goethe por ejemplo,<br />

y desde una perspectiva intercultural,<br />

en el buddhismo mahayana,<br />

en el taoísmo y en el<br />

hinduismo adváitico, observamos<br />

que las confrontaciones<br />

pueden orientarse hacia la constitución<br />

de polaridades creativas.<br />

La combinación del yin y<br />

del yang en un diagnóstico en la<br />

medicina china, la planta primordial<br />

o arquetípica en la biología<br />

de Goethe, las medidas<br />

mínimas y equilibradas en los<br />

medicamentos ayurvédicos (precedentes<br />

de la homeopatía), son<br />

alternativas que ofrecen otras sabidurías<br />

para reconocer primero<br />

la polarización de la realidad y<br />

del cuerpo en particular, para<br />

después superarla inteligentemente.<br />

La integración de las<br />

partes simboliza otra concepción<br />

saludable. Es diferente de la<br />

homogeneización y toma su<br />

sentido precisamente en las distinciones.<br />

Es la pluralidad diferencial<br />

que caracteriza a las personas,<br />

las sociedades, las culturas,<br />

los ecosistemas, las cosmovisiones,<br />

y da significado al conjunto<br />

entero. En medicina es un factor<br />

decisivo para la curación y en<br />

ecología para la preservación de<br />

la vida. Sin integración de todas<br />

las partes de un organismo,<br />

de la psicología de la persona,<br />

de la biodiversidad de un ecosistema<br />

y de los componentes<br />

de la naturaleza, no hay salud y<br />

aparece la degeneración y la enfermedad.<br />

Por último, hay que volver a<br />

pensar la confrontación entre<br />

la capacidad interceptiva de la<br />

ciencia moderna y la cualidad<br />

receptiva que ha distinguido a<br />

las culturas antiguas. En éstas,<br />

la actitud receptiva ha ocupado<br />

un lugar central. La consideración<br />

sagrada de la naturaleza en<br />

las culturas animistas, el respeto<br />

por los ciclos y los ritmos naturales,<br />

como explica Mircea Eliade<br />

en Mito y realidad, son expresiones<br />

de la cualidad receptiva.<br />

Lo sagrado simboliza esta<br />

actitud y evidencia una predisposición<br />

a recibir. No se trata<br />

de pasividad, ni de indiferencia,<br />

ya que hay más atención en la<br />

receptividad.<br />

La actitud de interceptar nos<br />

ha llevado a modificar la trama<br />

relacional que caracteriza la realidad,<br />

por ejemplo, de los eco-<br />

74 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


sistemas, de los átomos y de los<br />

genes. A manipular la materia<br />

en general, la Tierra y el tiempo,<br />

aumentando los riesgos. Interceptar<br />

nos lleva a modificar el<br />

mundo en el que vivimos, pero<br />

sintiéndonos fuera del mismo,<br />

a instrumentalizarlo y por ello a<br />

alienarnos. Todo ello conduce a<br />

un mundo moderno en el que<br />

hemos quedado atrapados en las<br />

propias abstracciones e invenciones.<br />

No sentimos la gravedad<br />

del deterioro de la Tierra. Las<br />

enfermedades actuales han modificado<br />

nuestra percepción y el<br />

cuerpo nos es extraño rodeado<br />

de medicamentos y de tecnologías,<br />

aunque hay un cierto interés<br />

social por recuperar los ritmos<br />

de la naturaleza y apreciar<br />

nuevamente su dimensión sagrada.<br />

Hay movimientos sociales<br />

que insisten en la solidaridad<br />

entre los pueblos y en proteger<br />

la diversidad de las especies. Ello<br />

indica un cambio favorable a<br />

reintegrar lo que ha quedado roto.<br />

No obstante, los desafíos<br />

contemporáneos de signo ecológico,<br />

climático y las violencias<br />

ponen el mundo al riesgo de un<br />

colapso.<br />

Emerge la necesidad de una<br />

“filosofía de la Tierra” como concepción<br />

que reúne el interés de<br />

los movimientos sociales dinámicos,<br />

pero que a su vez elabora<br />

un conocimiento capaz de afrontar<br />

el desequilibrio de la mente<br />

que solo instrumentaliza. La ecología<br />

profunda, de Arne Naess,<br />

ha sido un intento desde la filosofía<br />

de construir un conocimiento<br />

en favor de una integración<br />

entre el hombre y la naturaleza.<br />

Es un movimiento que<br />

recoge unas actitudes en las<br />

que valora profundamente la vida,<br />

no sólo la del ser humano<br />

sino también de todos los seres<br />

vivos. La ecosofía, hace referencia<br />

a la integración y fecundación<br />

entre ecología y filosofía.<br />

Una aporta la sabiduría y el<br />

amor, de donde surgió la filosofía,<br />

y la otra aporta el saber y la<br />

estima que surge de la Tierra<br />

cuando somos receptivos. La<br />

crisis ecológica en el planeta y<br />

la crisis psicológica del hombre<br />

contemporáneo requieren re-<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

descubrir y cultivar la cualidad<br />

receptiva y equilibrarla con la<br />

interceptiva, excesivamente desarrollada.<br />

En resumen, la interdependencia,<br />

el holismo, la integración<br />

y la receptividad son ideas<br />

que aportan salud y vitalidad. La<br />

fragmentación, la parcialidad, la<br />

separación y la interceptación si<br />

no se relacionan con las anteriores,<br />

sino que las desplazan entonces,<br />

aportan enfermedad y<br />

ruptura. Unas y otras tienen su<br />

mayor importancia cuando se<br />

convierten en maneras de comprender<br />

el mundo y de analizarlo,<br />

porque impregnan la mentalidad<br />

de la gente y condicionan<br />

su percepción. De ello derivan<br />

actitudes enfermizas ante la vida,<br />

encarándonos con situaciones<br />

destructivas y violentas.<br />

Lo mismo ocurre con las percepciones.<br />

Si experimentamos el<br />

tiempo, por ejemplo, como un<br />

movimiento lineal hacia adelante<br />

al son de los bits que marca un<br />

metrónomo estamos ante una<br />

percepción limitada del mismo.<br />

Un tiempo así fuerza a correr rápidamente<br />

y alcanzar los primeros<br />

puestos, agotándonos en la<br />

carrera. Sin embargo, si percibimos<br />

el tiempo como algo propio<br />

a las personas y a las cosas, nos<br />

acercamos a la experiencia de libertad.<br />

Ya no tenemos necesidad<br />

de correr hacia la meta sino que<br />

el tiempo se presenta ante nosotros<br />

como la realidad misma de<br />

nuestro existir, como la textura<br />

de la realidad.<br />

Si entendemos la conciencia,<br />

un segundo ejemplo, como un<br />

apéndice de la psique humana<br />

sometida a los impulsos del inconsciente,<br />

estamos ante una visión<br />

limitada de la misma. Vemos<br />

el subconsciente, algo primario,<br />

ante lo que no podemos<br />

hacer nada, más que dilucidar<br />

alguna luz de su dominio sobre<br />

el ser humano. No obstante, entender<br />

la conciencia al estilo<br />

buddhista como mente, pero<br />

también donde se abarca y se<br />

presencia, las apariciones del inconsciente<br />

o de subconsciente<br />

son como residuos que la misma<br />

mente recicla con la respiración<br />

del cuerpo y la ecuanimidad del<br />

espíritu. La mente aparece como<br />

un lugar desde donde contemplar,<br />

silenciar y observar, Estamos<br />

entonces ante un poder<br />

de la mente que trasparenta lo<br />

intangible e inconmensurable,<br />

aquello que nos da la posibilidad<br />

de vivenciar la unicidad. Si<br />

la medicina china taoista es un<br />

conocimiento y un arte de la<br />

energía sutil, como sucede en<br />

la acupuntura y en las artes<br />

del tai chi taoista; si las culturas<br />

vinculadas a la tierra son sabedoras<br />

de un tiempo libre por sus<br />

ritmos, como indican las ceremonias<br />

sagradas de renovación<br />

del tiempo cíclico; el buddhismo<br />

zen, es una experiencia sobre<br />

la mente, la práctica concreta de<br />

la ecuanimidad de la misma, de<br />

la atención de la conciencia.<br />

Otra percepción saludable,<br />

por último, procede de la ciencia<br />

contemporánea: la concepción<br />

de la Tierra como un ser<br />

viviente, esto es, la teoría Gaia<br />

de James Lovelock. Es una percepción<br />

urgente en el mundo<br />

actual para enderezar la destrucción<br />

del medio en el que vivimos.<br />

Habla de una implicación<br />

entre todos los componentes de<br />

la biosfera: aire, agua, fertilidad,<br />

árboles, biótica, clima y ecosistemas.<br />

Señala que la interferencia<br />

en uno de ellos provoca interferencias<br />

en todo el sistema<br />

de la Tierra. Aunque dispone de<br />

la capacidad de autorregulación<br />

y equilibrio, los excesos contaminantes<br />

de la sociedad industrial<br />

generan desajustes en los<br />

ritmos de regeneración. Concebir<br />

el cuerpo como una maquina<br />

y someterlo a la intervención<br />

de la medicina científica y sus<br />

biotecnologías, así como someter<br />

al planeta a todas las tecnologías<br />

conocidas, es haber perdido<br />

la capacidad de comprenderlos<br />

como organismos.<br />

Ideas y percepciones se entrelazan<br />

y de ambas surgen actitudes<br />

y comportamientos. Hemos<br />

reducido la experiencia de la libertad<br />

a la elección en función<br />

de nuestro poder adquisitivo. La<br />

tremenda apuesta de la modernidad<br />

por el conocimiento racional<br />

y su socialización en el<br />

sistema educativo, ha obscure-<br />

JESÚS VICENS<br />

cido nuestra sensibilidad para<br />

distinguir las percepciones de las<br />

ideas. Nuestras intuiciones para<br />

desenvolvernos en un entorno<br />

se han diluido. En la sociedad<br />

moderna predominan las ideas y<br />

las ideologías que se aplican para<br />

funcionar. Una sociedad de<br />

imágenes y de informaciones.<br />

Ignora las percepciones fundamentales<br />

de nuestro ser con la<br />

naturaleza, con las generaciones<br />

y con el tiempo. Ha perdido el<br />

saber de la integridad y de los<br />

entramados relacionales. Limita<br />

el conocimiento a lo cuantificable<br />

y ello es una interpretación<br />

reducida. Para tener calidad<br />

en la vida hay que cultivar<br />

otras formas de acceso a la realidad,<br />

como la que nos viene de<br />

las intuiciones. Ello genera una<br />

tensión con el conocimiento de<br />

la socialización racional. La racionalización<br />

intercepta la realidad<br />

y la percepción la recibe.<br />

Cómo se entiende la salud<br />

Reducir la salud a de ausencia<br />

de enfermedad, como hace la<br />

medicina convencional, es insuficiente<br />

y ha provocado críticas<br />

de profesionales de las mismas<br />

filas sanitarias. Desde la sociología<br />

consideramos relevante retomar<br />

el concepto de salud a<br />

partir de los vínculos con el bienestar.<br />

Las percepciones y las actitudes<br />

que el hombre tiene y<br />

siente del mundo en que vive<br />

y del entorno con el que se relaciona<br />

son tan importantes para<br />

la salud, como pueda serlo una<br />

terapia médica, tal como hemos<br />

querido analizar en el apartado<br />

anterior. El cuerpo no es una<br />

pantalla donde se proyectan los<br />

órganos, sino un todo integrado<br />

en el que está implicado la realización<br />

del ser y la posibilidad de<br />

sentir el goce de la vida. No<br />

puede reducirse a un objeto, sino<br />

que hay un sujeto que lo<br />

constituye y debe aparecer en el<br />

diagnóstico de una enfermedad<br />

y en las formas de curarla.<br />

En este sentido, la salud de<br />

una persona y la vitalidad de una<br />

población no pueden evaluarse<br />

sólo en términos de buscar un<br />

funcionamiento adecuado en el<br />

nivel biomolecular, sino que es<br />

75


LA INTEGRACIÓN DE LA SALUD<br />

necesario también un bienestar<br />

general. Este incluye el buen hacer<br />

social, esto es, la paz, la convivencia,<br />

la comunicación. El<br />

bienestar implica: a) la vinculación<br />

de la persona con su forma<br />

de vida y de una comunidad<br />

cultural con su estilo de vida; y<br />

b) el tipo de persona que una<br />

sociedad quiere favorecer. No<br />

podemos quedarnos en la observación<br />

de los síntomas orgánicos.<br />

Habitar un cuerpo es vivirlo.<br />

Experimentar un paisaje<br />

es percibirlo. La salud hace referencia<br />

a esta sensibilidad que debe<br />

aprenderse y cultivarse y no<br />

solamente a las funciones del organismo,<br />

aunque ello pertenezca<br />

al ámbito del diagnóstico y<br />

terapia médica. La reciprocidad<br />

entre uno y los demás, entre la<br />

comunidad y el medio, es constitutiva<br />

de la salud. Así como,<br />

respetar el ritmo de la vida y solventar<br />

el estrés. La relación de<br />

equilibrio con el medio ambiente,<br />

por ejemplo, es decisiva<br />

para la salud. En los países del<br />

sur, donde viven dos tercios de<br />

la humanidad, muchas enfermedades<br />

son debidas a la escasez<br />

de elementos básicos, como el<br />

agua, y a la contaminación de<br />

dichos elementos básicos.<br />

Otra aclaración al concepto<br />

de salud es metodológica. Debemos<br />

concebir la persona y la sociedad<br />

como mutuamente constituyentes,<br />

comprender que no<br />

pueden existir una sin la otra. La<br />

modernidad, ha separado a<br />

la persona de sus compromisos<br />

sociales. La ha reducido a una<br />

unidad cuantitativa. Ello provoca<br />

conflicto y tensión. Emerge<br />

la impotencia del individuo<br />

ante la sociedad, la persona deja<br />

de ser creadora de la cultura<br />

y pasa a ser consumidora de la<br />

misma. Los movimientos ecologistas<br />

y las medicinas suaves,<br />

apuntan a una revinculación<br />

entre persona y sociedad, entre<br />

cultura y medio ambiente.<br />

Son aspectos de la realidad social<br />

que forman parte de las terapias<br />

de curación en disfunciones<br />

como cánceres o enfermedades<br />

degenerativas. Algo<br />

que encontramos en el trabajo<br />

de Deepak Chopra, en sus for-<br />

mas de curación cuántica, en<br />

Boston.<br />

Las medicinas suaves<br />

El trabajo realizado por las medicinas<br />

suaves en los últimos 25<br />

años abarca todas las esferas de<br />

la salud tal como la hemos definido:<br />

bienestar, armonía, relación,<br />

reciprocidad, receptividad<br />

y capacidad de ver las cosas holisticamente.<br />

Ello implica tanto<br />

el cuerpo como la psicología y la<br />

convivencia social. Estas prácticas<br />

tienen en cuenta la complejidad<br />

de los factores que intervienen<br />

en la prevención de la salud<br />

o, en caso de enfermedad,<br />

en su restablecimiento. Hallamos<br />

varios denominadores comunes<br />

dentro de la variedad que<br />

las identifica como medicinas<br />

suaves frente a la medicina convencional.<br />

No nos referimos a la cirugía<br />

sino a la medicina. La cirugía<br />

puede estar al servicio de la medicina<br />

convencional, como sucede<br />

en la mayoría de los casos,<br />

pero puede igualmente estar al<br />

servicio de las medicinas suaves.<br />

Centramos la crítica en la concepción<br />

reduccionista y en las<br />

aplicaciones terapéuticas que no<br />

potencian a toda la persona para<br />

mejorar el sistema inmunológico,<br />

sino que la inhiben con los<br />

medicamentos. Devuelven a la<br />

persona la responsabilidad principal<br />

de la curación. Quieren<br />

que se impliquen en el proceso<br />

de curación y en el mantenimiento<br />

de su salud.<br />

La medicina científica no ha<br />

obtenido los éxitos prometidos.<br />

La terapia génica y el proyecto<br />

genoma humano, la investigación<br />

más ambiciosa del siglo, siguen<br />

el mismo paradigma y la<br />

misma promesa de cornucopia.<br />

La relación entre la inversión y<br />

los resultados es muy grande.<br />

Debemos añadir a ello que el<br />

sistema hospitalario necesario<br />

para aplicar la medicina científica<br />

ha creado la enfermedad yatrogénica,<br />

que es una de las causas<br />

primeras. Por ello, el tema<br />

de la salud, y particularmente la<br />

modificación genética es una<br />

cuestión pública, política y ética,<br />

y hay que evaluarla en su di-<br />

mensión sociológica tanto como<br />

en su validez científica.<br />

Las medicinas suaves se orientan<br />

en el sentido siguiente: Primero,<br />

el paradigma que las sustenta<br />

es integral y su concepción<br />

holística, la persona y su entorno<br />

participan en el proceso de curación,<br />

y por ello evalúan el estilo<br />

de vida, las presiones ambientales,<br />

la satisfacción, el potencial<br />

realizado y el sentido de su vida.<br />

Segundo, para entender la enfermedad<br />

y la salud contemplan la<br />

dimensión corporal, la conciencia,<br />

la experiencia del tiempo y<br />

del medio donde se habita, es decir,<br />

la química del organismo, la<br />

mente y el ánimo de la persona,<br />

y el momento de la vida en que<br />

uno se encuentra, donde se equilibran<br />

edad y madurez. Las medicinas<br />

suaves quieren recuperar<br />

la función vocacional del médico.<br />

El valor de acompañar y atender<br />

a la persona en su enfermedad y<br />

en su situación vital.<br />

La salud es, ante todo, una<br />

cuestión social, moral y de responsabilidad<br />

personal. Solo en segundo<br />

lugar, es un tema técnico y<br />

científico. Es el punto de partida<br />

de cualquier realización humana.<br />

Y, ésta, no puede reducirse a un<br />

conocimiento instrumental o<br />

profesional. Todo lo contrario,<br />

cuanto más importante es un tema,<br />

en términos de cuestión central<br />

para la vida de las personas y<br />

para la sociedad, mayor es su interés<br />

para el debate público. La<br />

ciencia puede ser beneficiosa si<br />

acompaña a las decisiones reflexionadas<br />

dentro de una comunidad,<br />

no al revés. Y, es perniciosa<br />

cuando excluye la reflexión y se<br />

impone como verdad.<br />

Las instituciones políticas democráticas<br />

otorgan a los informes<br />

que presentan los expertos,<br />

el grado mayor de verdad ante<br />

un conflicto social, lo que convierte,<br />

paradójicamente, en antidemocrática<br />

a la misma sociedad.<br />

Son muchos los ejemplos<br />

en medicina, en impacto ambiental,<br />

en energía, en agua, que<br />

reducen los debates a informes<br />

técnicos. Los profesionales deben<br />

estar al lado del sentir de la<br />

gente y hacer una doble tarea de<br />

análisis y educación. Las grandes<br />

cuestiones sociales deben debatirse<br />

en las instituciones cercanas<br />

a las personas.<br />

La confusión sobre lo social<br />

es enorme. La democracia implica<br />

correlacionar intereses diferentes,<br />

opuestos muy a menudo<br />

y en conflicto. La búsqueda del<br />

compromiso social es un proceso<br />

que permite integrar las tensiones<br />

y resolver los conflictos, pero requiere<br />

tiempo, sosiego, reflexión,<br />

algo que está fuera de los cronómetros<br />

de la modernidad. Para<br />

ésta, lo importante es la rapidez y<br />

la eficiencia en términos económicos.<br />

Sin embargo, el compromiso<br />

tiene la capacidad de cambiar<br />

la orientación de las tensiones.<br />

Las medicinas suaves abogan<br />

por la paciencia. La medicina, la<br />

ecología, la política, el hábitat, el<br />

tiempo son ejemplos de cuestiones<br />

sociales que la cultura moderna<br />

ha puesto fuera del alcance<br />

de la gente.<br />

Las medicinas suaves siguen<br />

dirigiéndose a una minoría, a pesar<br />

del tiempo que llevan aplicando<br />

terapias. El interés ha crecido<br />

debido, en parte, a la desconfianza<br />

hacia la medicina<br />

convencional. La participación<br />

social en debates públicos y cursos<br />

de formación puede cambiar<br />

la opinión en favor de estas medicinas<br />

de tratamiento suave.<br />

Aunque este objetivo no está cerca,<br />

hoy podemos vislumbrar su<br />

dirección. Hay dos contradicciones<br />

a que se ven sometidas en el<br />

marco de la economía de mercado.<br />

Una, la falta de apoyo institucional<br />

para aquellos que la requieran.<br />

Dos, han surgido para<br />

mejorar la calidad de vida y usar<br />

mejor el potencial humano pero,<br />

trabajan en condiciones desiguales<br />

y se enfrentan a un vacío legal<br />

sobre los conocimientos requeridos.<br />

Salud y ecología se oponen a<br />

concepciones y a prácticas con<br />

fines instrumentales, donde prevalece<br />

la manipulación. La salud<br />

requiere del compromiso, de la<br />

ética y de la responsabilidad. n<br />

Jesús Viçens es profesor de Sociología<br />

en la Universidad de Barcelona. Autor<br />

del Valor de la salud.<br />

76 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


Hay un cine necesario, imprescindible,<br />

impagable<br />

(palabra que de tanto sonar<br />

a desprendido parece un torpedo<br />

de los friedmanianos de<br />

Chicago a la línea de flotación<br />

del pensamiento izquierdista),<br />

que azuza las conciencias y nos<br />

deja un poco limpios del polvo y<br />

la paja del campeonato mundial<br />

de consumismo fruto de nuestros<br />

días, y hay un cine pleno que<br />

escarba en los rincones tiernos o<br />

abruptos del pasado y en un presente<br />

que no sabe cómo parecer<br />

más moderno, más desquiciado<br />

todavía. Ese cine impetuoso, de<br />

tormenta sin pararrayos –con la<br />

que está cayendo–, que lo mismo<br />

da un chispazo terrorífico que<br />

hiela la sangre que nos ilumina la<br />

razón con la idea de lo bendito,<br />

lo eternamente joven, inocente y<br />

gracioso, pertenece en gran parte<br />

a los hermanos Joel (director) y<br />

Ethan (productor) Coen, ambos<br />

excelentes guionistas y contumaces<br />

constructores de un universo<br />

en el que las pistolas hablan de<br />

amor y los besos van envueltos<br />

en mensajes no siempre tranquilizadores<br />

para la vida del destinatario.<br />

Las primeras películas<br />

Sangre fácil<br />

Así ha sido desde Sangre fácil<br />

(1984), su recordada ópera prima<br />

en la que demostraban poseer<br />

un nuevo libro de ruta para<br />

transitar los hermosos y oscuros<br />

callejones del thriller, que por entonces<br />

estaba buscando una redefinición<br />

de su estética y una<br />

posición crítica frente a la ola reaganiana<br />

de conservadurismo.<br />

Haciendo frente a estos retos, los<br />

Coen ofrecían una gama de personajes<br />

unidos por el mismo deterioro,<br />

la misma ansiedad e<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

idéntica propensión a confundir<br />

el dinero con la felicidad. Era<br />

fundamental evitar las adocenadas<br />

respuestas del cine seudoclásico<br />

a un género que no pedía<br />

disculpas baratas de bandas sonoras<br />

intentando dar ritmo a las<br />

sombras ni actores estelares empeñados<br />

en un primer plano<br />

eterno. Mucho mejor acudir a la<br />

violencia seca y a la locura de<br />

sensaciones que a menudo procuraron<br />

las películas negras de<br />

los años cincuenta que tendían a<br />

una cierta idealización de algunos<br />

de los valores (los mencionados)<br />

de la serie B norteamericana.<br />

Hablamos de títulos tan<br />

reconocidos como The Narrow<br />

Margin (Richard Fleischer,<br />

1952), El beso mortal (Robert Aldrich,<br />

1955) o The Crimson Kimono<br />

(Samuel Fuller, 1959).<br />

Con este bagaje y una mirada<br />

lúcida al entorno viciado en el<br />

que estaban inmersos, los hermanos<br />

Coen conseguían, paradójicamente,<br />

una película fresca,<br />

ágil y vibrante. Una auténtica caja<br />

de sorpresas en la que había<br />

muchos caramelos de sabores a<br />

veces extraños, pero siempre con<br />

un regusto acogedor que podría<br />

recordar la imagen de un cuento<br />

infantil a la luz de las llamas del<br />

hogar. No importaba que la huella<br />

del crimen se paseara con horror<br />

o que las traiciones tuvieran<br />

un aire shakespeariano en las que<br />

el corazón destilaba un humor<br />

que podía corroer las entrañas<br />

más duras. En el fondo, Frances<br />

McDormand, encarnando a la<br />

inquietante Abby, tenía la psicología<br />

de un personaje de cómic y,<br />

como Jessica, el voluptuoso dibujo<br />

animado de ¿Quién engañó<br />

a Roger Rabbit? (Robert Zemeckis,<br />

1988), podría decir aquello<br />

de “yo no soy mala, es que me<br />

CINE<br />

HERMANOS COEN<br />

Un equilibrio basculante entre la fascinación ‘en negro’ y el humor<br />

ALBERTO ÚBEDA-PORTUGUÉS<br />

han hecho así”; el detective asesino<br />

que incorporaba M. Emmet<br />

Walsh ponía mucha más atención<br />

en satisfacer con incontinencia<br />

histérica su codicia que<br />

en resolver adecuadamente su siniestro<br />

trabajo; el amante indómito,<br />

Ray (John Getz), se convertía<br />

en un artista de la ansiedad<br />

y la sospecha, con una eficacia<br />

chistosa y perdularia a la par. Elementos<br />

doloridos, patéticos, de<br />

un mosaico redentor de tantos<br />

laberintos oscurantistas en los<br />

que el Minotauro se empacha en<br />

la olla de los géneros, que dejaba<br />

en una posición ventajosa a los<br />

hermanos Coen para sus siguientes<br />

aventuras.<br />

Arizona Baby<br />

En la frenética Arizona Baby<br />

(1987), la inspiración llegaba directamente<br />

de Woody Allen y su<br />

delirante primera película Toma<br />

el dinero y corre (1969), y de las<br />

mejores tradiciones de la screwball<br />

comedy, tanto en el periodo<br />

silente como en el sonoro 1 . Los<br />

Coen, eso sí, no se privaban de<br />

utilizar ópticas aberrantes si ello<br />

redundaba en la sensación de pérdida,<br />

de descontrol, de deflagración<br />

que destruye los circuitos internos<br />

por los que viaja la información<br />

adecuada para que la<br />

familia continúe siendo la célula<br />

madre del ordenamiento económico<br />

capitalista. El joven ex convicto<br />

Hi McDonnough (Nicolas<br />

Cage) está dispuesto a trabajar en<br />

lo que haga falta con tal de que<br />

no se malogre su pequeño sueño<br />

1 Comedia típica de los años treinta<br />

en la que preponderaban los diálogos vertiginosos<br />

y la acción constante, característica<br />

esencial esta última del slapstick<br />

que auparon Charles Chaplin, Buster Keaton<br />

y otras luminarias del cine mudo.<br />

americano de vida independiente,<br />

aunque sea en una caravana en<br />

medio del desierto de Arizona<br />

junto a su mujer, ex policía, Ed<br />

(Holly Hunter), que también hace<br />

frente a las pequeñas o grandes<br />

estrecheces y que, quizá para invocar<br />

un reino de futura prosperidad,<br />

quiere un hijo que sea testigo<br />

de estas conquistas.<br />

Pero el maná a veces no encuentra<br />

ningún tren para llegar a<br />

casa y es preciso adentrarse en el<br />

nido del vecino y sustraer un crío<br />

de un parto de quintillizos. La<br />

estrecha línea que separa al bien<br />

del mal, la ley del delito, desaparece<br />

con este acto, elogiable en<br />

rigor, de procurar la dicha a<br />

quien no la tiene, pensando que<br />

los dones que Dios ha concedido<br />

tan abundantemente a los demás<br />

deben ser compartidos con otros<br />

bienaventurados o aspirantes a<br />

esa plenitud. De forma que resulta<br />

natural el secuestro, infantil<br />

en su ejecución –como corresponde<br />

al rapto de un bebé–, delicado<br />

y arduo tal cual fuera un<br />

alumbramiento. Disquisiciones<br />

aparte, la película es una invitación<br />

a la danza, al tumulto, un<br />

completo carnaval de máscaras<br />

abrumador en el que todos los<br />

personajes salen malparados, escarnecidos,<br />

descompuestos por<br />

sus jorobas picassianas de facto<br />

que les hace extraviar el rumbo<br />

hasta vagar abandonados en un<br />

rincón, sin cuerda, sin cordura.<br />

Otra cosa no se puede pensar de<br />

apariciones como la del satánico<br />

motociclista cazador de recompensas<br />

que incluso en sueños<br />

se alimenta del rastro inconfundible<br />

de los wanted man; del ejército<br />

de perseguidores gubernamentales<br />

digno de un episodio<br />

del Conejo de la suerte que acosan<br />

a Hi cuando decide volver a su<br />

77


HERMANOS COEN<br />

Hermanos Coen<br />

resultona vida de atracador. El<br />

mundo parece haber dado una<br />

vuelta de más sobre su eje o,<br />

atendiendo a un añejo reproche<br />

de Humphrey Bogart, ha logrado<br />

ponerse al día en las copas de retraso<br />

que tenía. Y en esa melopea<br />

universal los padres protagonistas,<br />

inocentes, despreciados, tan<br />

cómicos para los que tienen el<br />

dinero y la autoridad, tendrían<br />

que cantar con Bob Dylan su famosa<br />

prédica “para vivir al margen<br />

de la ley, debes ser honesto”<br />

2 . Lo difícil es llevarla a la<br />

práctica.<br />

Los archivos secretos<br />

de la meca del cine<br />

Los hermanos Coen habían<br />

puesto sobre el tapete dos largometrajes<br />

constituidos, en teoría,<br />

del riesgo y de un indesmayable<br />

amor a la entraña literaria<br />

del guión, a su fondo melancó-<br />

2 De su canción Absolutely Sweet Marie,<br />

perteneciente al álbum Blonde on<br />

Blonde (1966).<br />

lico primigenio del que siempre<br />

es difícil destacar una trama en<br />

perjuicio de otras que quedarán<br />

como sueños de grandeza de futuras<br />

películas. Con la mirada y<br />

el ingenio de los detectives privados<br />

del viejo estilo, los cineastas<br />

–entre nubes de polvo y ratones<br />

anticinéfilos– chapotearon en los<br />

sótanos de las filmotecas hollywoodienses,<br />

y de allí surgieron,<br />

como fantasmas, el quejido ronco<br />

de una metralleta y los ojos<br />

desorbitados de hombres incapaces<br />

de creer en su propio fin. Elementos<br />

incorporados de inmediato<br />

a la médula de Muerte entre<br />

las flores (1990), en la que los Coen<br />

describían con energía una<br />

América en el periodo de mayor<br />

hegemonía del gangsterismo y de<br />

la corrupción institucionalizada.<br />

La película era también un encendido<br />

tributo a un cine amoral<br />

que nació en 1927 con La ley<br />

del hampa, de Josef Von Sternberg,<br />

y que prosiguió su trayecto<br />

homicida en los años treinta<br />

con títulos como Hampa dorada<br />

(Mervyn LeRoy, 1930), Public<br />

Enemy (William A. Wellman,<br />

1931), Scarface (Howard Hawks,<br />

1932) o Los violentos años veinte<br />

(Raoul Walsh, 1939), filme este<br />

último erigido en balance definitivo<br />

de una época de “cosecha<br />

roja” (valga la analogía con la novela<br />

de Dashiell Hammett).<br />

Muerte entre las flores<br />

Muerte entre las flores 3 es el álbum<br />

de fotos querido –pese a<br />

todo– y olvidado de ese imperio<br />

sangriento. El dolor y la pasión<br />

que muestran las instantáneas<br />

han adquirido un tono mate,<br />

pero eso no es óbice para que<br />

refuljan aquí y allá paradigmas<br />

de las sombras, contrastes de las<br />

emociones 4 . En estas condiciones,<br />

es una aventura casi física el<br />

seguir los pasos del extraño<br />

3 El título original es Miller’s Crossing,<br />

pero es mucho más sugerente el castellano<br />

porque alude al poético y surreal<br />

entorno campestre que los Coen escogen<br />

como escenario de ajustes de cuentas, en<br />

los que resalta una insospechada relación<br />

hamletiana entre ejecutor y víctima.<br />

hombre de acción encarnado<br />

por Gabriel Byrne, que aprovecha<br />

el humo de los tiroteos para<br />

encender un cigarrillo y quemar<br />

sus dudas existenciales y políticas;<br />

el atravesar las estancias del<br />

amor en las que un jefe mafioso<br />

(Albert Finney) se desnuda ante<br />

su adorada (Marcia Gay Harden)<br />

sin saber que en cada beso<br />

está jugándose la vida, ya que<br />

ella no es la muñequita de trapo<br />

fiel que supone; el contar los<br />

dientes de la ira de un gánster<br />

menor (Jon Polito) que pide<br />

sangre. Sangre desde los archivos<br />

–húmedos y llenos de telarañas–<br />

de los cuales los cineastas entresacaron<br />

esta pieza nostálgica y<br />

4 La iluminación de este filme es un<br />

hallazgo por sí solo, porque supone, en<br />

consonancia con los Coen, un esfuerzo<br />

de investigación historicista que propone<br />

razones para la utilización del color y su<br />

temperatura, dotándolo de un matiz cartográfico<br />

por el que se extienden las pequeñas<br />

verdades del relato. El mérito es de<br />

Barry Sonnenfeld, director de fotografía<br />

de la película y después afamado realizador<br />

(Hombres de negro, 1997).<br />

78 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


enfrentada al cine preñado de<br />

actualidad que sólo ofrece prisa<br />

para dejar de ser noticia.<br />

Bartyon Fink<br />

Con los ojos empañados por ese<br />

pasado legendario que remite a<br />

la meca del cine cuando en realidad<br />

lo era, los hermanos Coen<br />

bucearon hasta perderse en su<br />

interior de guionistas de raza, la<br />

misma de hombres mucho más<br />

anónimos que ellos que crearon,<br />

desde un despacho en Beverly<br />

Hills, esferas de luz en las que<br />

corrían montaña arriba manadas<br />

de caballos salvajes, trompetistas<br />

que podrían ser Louis<br />

Armstrong anunciaban el Apocalipsis<br />

y parejas alegres se enamoraban<br />

descorchando botellas<br />

de champaña y riendo a mandíbula<br />

batiente. En esos tiempos<br />

de esplendor, los Coen situaban<br />

al dramaturgo neoyorquino Barton<br />

Fink (John Turturro) (dando<br />

título a la película de 1991)<br />

que emprende un viaje de pleitesía<br />

a Hollywood para escribir<br />

los guiones que serán de sobra<br />

criticados por directores celosos<br />

de su poder, escenógrafos que<br />

no encuentran en el texto el pretexto<br />

para unos decorados a la<br />

altura de su talento, cámaras que<br />

no tienen el menor interés en<br />

lo que piensen los artistas, actores<br />

que no saben decir los diálogos<br />

o que no los comprenden o<br />

que no les gustan, y al estrenarse<br />

la película no hay nada o muy<br />

poco de lo que el guionista imaginara<br />

en una habitación de hotel,<br />

como cualquier otra, luchando<br />

por encontrar a su musa<br />

frente a una pared impersonal<br />

en la que hay un pequeño cuadro<br />

de temática playera.<br />

La historia de Barton Fink<br />

era la de centenares de escritores,<br />

encabezados por nombres<br />

como Francis Scott Fitzgerald,<br />

James M. Cain, Bertolt Brecht,<br />

Dashiell Hammett, Raymond<br />

Chandler o William Faulkner,<br />

que pensaron en el periodo de<br />

entreguerras al que la película se<br />

refiere que Hollywood había logrado<br />

deshacer el nudo gordiano<br />

que separaba al capitalismo<br />

de la libertad, pero más pronto<br />

que tarde fueron oyendo un<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

tam-tam del que huyeron despavoridos<br />

y que Rafael Azcona,<br />

entre otros, ha verbalizado en<br />

alguna ocasión: “El guionista es<br />

una puta”. Sólo un rostro en la<br />

multitud sin imagen que vender,<br />

alguien a quien no se invita<br />

a las fiestas piramidales de Sunset<br />

Boulevard, un mucamo cuyo<br />

genio en almoneda forma parte<br />

del ajuar industrial del productor.<br />

Con todo, la excitación de<br />

vivir en un mundo de estrellatos<br />

ansiados y obscenos también llega<br />

a la habitación olvidada de<br />

Barton Fink, que se convierte<br />

en coprotagonista de un psicothriller<br />

que no puede explicar;<br />

exactamente igual que cuando<br />

llega la inspiración volando como<br />

una corneja sobre un paisaje<br />

fétido y repulsivo.<br />

El guión –ya no su guión– se<br />

escribe automáticamente, él<br />

mismo elige el género y apenas<br />

atiende a las indicaciones del<br />

creador; lo que es una falta de<br />

respeto intolerable y al mismo<br />

tiempo una extraña ayuda narrativa<br />

que no consigue utilizar<br />

porque quema. Incluso le exige<br />

que abandone el hotel, que está<br />

siendo pasto de las llamas de un<br />

violento incendio. Desnudo de<br />

ideas, con las manos en los bolsillos,<br />

Barton Fink no sabe<br />

adónde ir. ¿Quién querrá acoger<br />

a un pobre escribidor con<br />

las ideas chamuscadas y vecino<br />

de habitación de un viajante de<br />

comercio (John Goodman) que<br />

prefiere asesinar a sus posibles<br />

clientes que venderles una corbata?<br />

¿Tendría que acercarse a<br />

una casa de empeño para que le<br />

tasasen las secuencias que dan el<br />

éxito y las que abocan al fracaso?<br />

¿Debería seguir ejerciendo su<br />

oficio pese a esta rebelión del<br />

caos y del crimen no escrito? El<br />

jefe de los estudios (Michael<br />

Lerner) le recuerda al atribulado<br />

guionista que está bajo contrato<br />

y los Coen asienten, sintiéndose<br />

herederos de este drama interior<br />

equívoco que hace ondear la<br />

bandera de los años dorados californianos.<br />

Probablemente, Barton Fink<br />

sea la película más difícil de los<br />

hermanos Coen. La que con<br />

más encono se afana en produ-<br />

cir excitación de una intertextualidad<br />

que parece la razón<br />

de ser de estos cineastas. El árido<br />

y laborioso proceso de la<br />

composición artística sobre la<br />

que divagan se zafa de su –a<br />

veces natural– fastidioso envoltorio<br />

libresco y avanza con ímpetu<br />

hacia una concepción valiosa<br />

de un cine intimista y<br />

perfectamente dotado para el<br />

espectáculo; un cóctel irresistible<br />

que los grandes estudios no pueden<br />

ignorar, aunque quisieran,<br />

porque en realidad es una vía de<br />

un único sentido en la que tantas<br />

películas se atascan desde<br />

que, a finales de los años cincuenta,<br />

la Nouvelle Vague impusiera<br />

su doctrina de cine de autor<br />

frente a las obsoletas fórmulas<br />

del cine clásico.<br />

El gran salto<br />

Con más medios, con una trinidad<br />

de estrellas de la talla de<br />

Paul Newman, Tim Robbins y<br />

Jennifer Jason Leigh, los hermanos<br />

Coen se acercaron a la orilla<br />

bienhechora de Frank Capra<br />

–más archivos recuperados de la<br />

polilla– y sus cuentos morales<br />

sobre ricos malvados y pobres<br />

en los que palpita el genio de la<br />

inocencia. El gran salto (1994)<br />

iniciaba su exposición fijándose<br />

en el vértigo del poder y de los<br />

oscuros y pulcros salones que albergan<br />

las juntas de los consejos<br />

de administración, donde el<br />

cuero indiscreto de los sillones y<br />

el brillo luciferino de la mesa de<br />

reuniones coadyuvan a que la<br />

mano pesada del destino se pose<br />

como una maldición en el<br />

hombro de los directivos y les<br />

acerque mucho más a la hecatombe<br />

que al triunfo en ese conciliábulo<br />

de ambiciones. Se necesitaba<br />

para la función a un tiburón<br />

de las finanzas (Newman)<br />

que trabaja para hundir a sus<br />

adversarios; un hombre de paja<br />

(Robbins) que vive en el País de<br />

Nunca Jamás y cree que el éxito<br />

se recoge igual que el maíz, y<br />

una periodista (Leigh) que está<br />

especializada en destrozar reputaciones<br />

caiga quien caiga. Todos<br />

sonríen y son felices porque<br />

suponen haberse salido con la<br />

suya, pero no han contado con<br />

ALBERTO ÚBEDA-PORTUGUÉS<br />

el azar y la química que alteran<br />

los planes y las ideas más preconcebidas.<br />

Sucede que a un niño<br />

sin importancia, muy lejos<br />

de esos pináculos de la toma de<br />

decisiones que no creen en la<br />

gente, se le ocurre qué hacer con<br />

el absurdo invento del hula-hop<br />

que el personaje de Robbins había<br />

diseñado sin una finalidad<br />

concreta. Como si fuera una peonza<br />

humana, lo hace girar sobre<br />

sí, y la armonía de su movimiento<br />

circular arrastra en cadena<br />

a millones de cuerpos más<br />

bien jóvenes que en cada vuelta<br />

notan cómo crece su confianza<br />

en el futuro mientras que los temores<br />

y las miserias pierden, en<br />

el frenesí del vaivén, su consistencia.<br />

Sucede, además, que Cupido<br />

asaetea y une a los que parecen<br />

tontos de nación (y encantadores)<br />

con las despiadadas<br />

(y atractivas) mujeres en un universo<br />

laboral masculino en el<br />

que están obligadas a ser siempre<br />

las primeras.<br />

En cierta manera, El gran salto<br />

es un noticiario apócrifo de<br />

ese instinto norteamericano para<br />

crear burbujas, pura y simple<br />

coca-cola, rock and roll alrededor<br />

del reloj: fantasías glamourosas<br />

que sirven de consuelo para no<br />

hacer demasiado caso de la elemental<br />

injusticia social. Pese a<br />

su distinta condición, los personajes<br />

principales son como<br />

aquellos chicos de antaño que<br />

frente a las puertas giratorias de<br />

un banco, o a la salida de un cine<br />

o de cualquier boca de metro,<br />

vendían periódicos voceando<br />

los titulares y daban sorprendentemente<br />

un poco de calor a<br />

los transeúntes, que encontraban<br />

un atisbo de humanidad bajo<br />

la lluvia fría y desabrida de la<br />

calle de los años cincuenta, década<br />

en la que la película ancla<br />

sus intereses. Uno no puede evitar<br />

que casi cualquier comentario<br />

a la obra de Franklin Delano<br />

Roosevelt y de su adlátere cinematográfico<br />

Frank Capra goce,<br />

a priori, de un beneplácito rayano<br />

en lo improcedente; pero su<br />

creencia en el bien a secas, en la<br />

libertad a secas, nos deja desarmados<br />

y ruborizados como colegiales.<br />

Y de esa fascinación se<br />

79


HERMANOS COEN<br />

imbuyeron los hermanos Coen<br />

para hacer esta divertida película<br />

de esperanzas y soflamas cara<br />

al viento del norte.<br />

De vuelta a Ítaca<br />

Fargo<br />

El oráculo de Delfos arbitró un<br />

primer regreso a casa con el<br />

equipaje sentimental lleno de<br />

imágenes necesarias, de películas<br />

preferidas que homogeneizaban<br />

un lenguaje propio, aunque<br />

sin ninguna pretensión de<br />

teorizar a lo André Bazin 5 ,o como<br />

los brillantes exploradores<br />

del Dogma danés 6 . Fargo<br />

(1996) es un reencuentro con<br />

la nieve de Minneapolis, Minnesota,<br />

el hogar del Medio<br />

Oeste de Joel y Ethan Coen.<br />

Un circunloquio entre risueño<br />

y lúgubre sobre la incredulidad<br />

que produce verse en una ventisca<br />

polar. El mayor mérito alcanzable<br />

es, de pronto, intuir<br />

sombras huidizas en las tinieblas<br />

blancas. Quizá sea la silueta<br />

de un oso, el corazón en la<br />

garganta; quizá una cabaña sin<br />

5 Fundador en 1951 de la célebre revista<br />

cinematográfica Cahiers du Cinéma.<br />

6 Vid. mi artículo Lars Von Trier: la<br />

conquista de la mirada.CLAVES DE RAZÓN<br />

PRÁCTICA, núm. 116, julio-agosto de<br />

2001.<br />

signos de vida… porque el lobo<br />

entró y se comió a una helada<br />

Caperucita Roja.’<br />

Tenían los Coen dos asesinos<br />

muy brutales y tan diferentes<br />

como la morsa y la perdiz; tenían<br />

un caso de infidelidad y avaricia<br />

que era perfecto para escenificar<br />

la perdición de un hombre,<br />

y tenían a una mujer policía<br />

embarazada que debía detener<br />

el coche patrulla de vez en cuando<br />

para vomitar sobre la nieve.<br />

Efectivamente, daba la impresión<br />

de que Fargo, deudora en<br />

su estructura de thriller de la primera<br />

película de los hermanos<br />

cineastas, quería mostrarse leal<br />

con lo que ellos consideraban<br />

un asunto de la incumbencia exclusiva<br />

de la leche materna recibida:<br />

la que les ayudó a ser hombres<br />

y alumbró su deseo de historias<br />

en movimiento. Eso, de<br />

suyo, implicaba aparcar un tanto<br />

los efectos de la sala de montaje<br />

que distorsionaban en momentos<br />

puntuales de sus filmes<br />

la formalidad del conjunto y remachaban<br />

la consabida e hiriente<br />

ironía a la que por ley no<br />

pueden renunciar los Coen.<br />

Querían alcanzar una austeridad<br />

estética libre de matizaciones,<br />

aun a costa de ser impúdicamente<br />

rudos. Pretendían acceder<br />

a un nirvana de calma en los<br />

primeros planos. Retarse bajo<br />

una tensión enervante a mantener<br />

la disposición de la toma,<br />

sin tener en cuenta la inquietud<br />

del espectador ante el deleite de<br />

unos rostros concluyentes 7 .<br />

Comprometerse, entonces, cuidadosamente<br />

con la mirada de<br />

buena esperanza de Frances Mc-<br />

Dormand, que en su vehículo<br />

celular pregunta, a través de las<br />

rejas que separan los asientos, al<br />

asesino incorporado por Peter<br />

Stormare si los crímenes, mutilaciones<br />

y descuartizamientos de<br />

los que es autor los ha cometido<br />

“solamente por un poco de dinero”.<br />

Fijarse a su vez en el contraplano<br />

expectante de la cara<br />

vencida, aunque todavía imponente,<br />

del asesino, al que de seguro<br />

le gustaría asentir y disculparse<br />

por lo que dice de él la señora<br />

de uniforme; pero para<br />

explicar el horror no hay razones<br />

objetivas, discursos racionales<br />

que eluciden actos execrables. A<br />

fuer de sincero, debería recurrir<br />

a apuntaciones balísticas. Movimientos<br />

termodinámicos de flexión<br />

y extensión del brazo, por<br />

ejemplo, para serrar miembros<br />

de cadáver que se hacen de rogar<br />

y pasarlos después por una trituradora<br />

(un momento del filme<br />

que certifica la buena estirpe<br />

del humor macabro al que, en<br />

ocasiones, los hermanos Coen<br />

se acogen, y en el que reverencian<br />

–¿o se mofan?– de algunas<br />

colaboraciones iniciáticas y alimenticias<br />

en el género terrorífico);<br />

velocidad cerebral para la<br />

emisión de una orden que exige<br />

sacar el arma (se acabaron las<br />

dudas metafísicas de Muerte entre<br />

las flores) y disparar a que-<br />

7 Viene al caso el recuerdo de una proyección<br />

pública de La mirada de Ulises<br />

(1995), protagonizada por Harvey Keitel<br />

y dirigida por Theo Angelopoulos –cineasta,<br />

por otra parte, muy alejado de los<br />

presupuestos de los hermanos Coen–, en<br />

la que había una cincuentena de asistentes.<br />

A la conclusión del metraje éramos sólo<br />

tres los acólitos a los que no nos importaba<br />

en absoluto que Keitel no ejerciera de<br />

estrella y, sin imponerse, buscara su lugar<br />

en los largos y meditativos planos de la<br />

plegaria filmada por Angelopoulos sobre el<br />

conflicto que en los últimos años ha asolado<br />

los Balcanes, una Ítaca funeraria.<br />

marropa.<br />

Los instantes de paz en los<br />

que no se promueven estas barbaridades;<br />

o la inmensa desdicha<br />

del asesino locuaz Steve<br />

Buscemi que, con un tiro en la<br />

cara, intenta averiguar en el<br />

campo abierto dónde escondió<br />

un maletín repleto de dólares,<br />

sepultado por las toneladas de<br />

nieve caídas desde entonces; o la<br />

dulzura casi femenina del marido<br />

pintor (John Carroll Lynch),<br />

que despide cada día a la puerta<br />

de casa a su esposa policía,<br />

deseándole que tenga un buen<br />

día y que esté atenta a las posibles<br />

contracciones de su abultado<br />

vientre preparturiento, son<br />

como pequeños regalos de enorme<br />

sensibilidad de unos artistas<br />

que no sólo saben escribir y<br />

filmar de una manera única<br />

(controvertida, claro; desde que<br />

Nietzsche proclamó la muerte<br />

de Dios no hay Orson Welles<br />

que resista de una pieza todos<br />

los embates), sino que también<br />

han recogido unas briznas de<br />

sabiduría (experiencia de vida),<br />

y con ellas nos conmueven hasta<br />

las lágrimas, si es que fuera<br />

posible que brotaran de estos<br />

espacios desolados en los que<br />

no es raro encontrar la paz de<br />

espíritu. Aunque, conforme a la<br />

poética de los Coen, puede que<br />

sea el espíritu de un fantasma<br />

que recorre tranquila y fríamente,<br />

con una botella de<br />

whisky en la mano, los bosques<br />

en donde cruje el aire boreal.<br />

Los asesinos pagan sus crímenes<br />

y los Oscar premian a<br />

Fargo 8 . Todo muy conveniente<br />

y ordenado, pero lo que finalmente<br />

quería jalear el filme es<br />

que hay un tipo de recompensas<br />

que se sueldan indeleblemente<br />

al alma y no se pueden<br />

contar porque ensucian su<br />

transparencia. Cuando rueda el<br />

sinfín de los créditos y nos levantamos<br />

con más parsimonia<br />

de la habitual, comprendemos<br />

que la justicia que nos merecemos,<br />

la serenidad de la que no<br />

8 Fue galardonada con el Oscar al mejor<br />

guión y el Oscar a la mejor actriz<br />

(Frances McDormand).<br />

80 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123


nos hemos dado de alta como<br />

era menester, se quedan a oscuras<br />

y ausentes frente al telón<br />

blanco en el que volverán a<br />

proyectar Fargo para quizá renombrar<br />

la armonía.<br />

El Gran Lebowski<br />

Como nuevos apóstoles de santa<br />

Teresa de Jesús, los hermanos<br />

Coen trataban de proseguir<br />

su camino de perfección, que,<br />

en los tiempos que corren, suele<br />

ser una carretera de circunvalación<br />

mal señalizada. La casa<br />

del protagonista de El Gran Lebowski<br />

(1997) no estaba lejos<br />

de esos nudos de serpientes de<br />

hormigón y asfalto que asfixian<br />

las ciudades. El cielo más limpio<br />

que vio el personaje se deshizo<br />

como polvo de estrellas<br />

cuando los ochenta llamaron a<br />

su puerta. Desde entonces ha<br />

seguido fumando marihuana,<br />

escuchando a la Creedence Clearwater<br />

Revival y ha jugado,<br />

uno tras otro, campeonatos de<br />

bolos sin saber muy bien el porqué<br />

de una pasión tan exacerbada<br />

y ridícula, el porqué de<br />

que sus mejores amigos sean un<br />

veterano del Vietnam, donde<br />

quedaron su lucidez y sus esperanzas,<br />

y otro marginado social,<br />

surfista retirado, que no encuentra<br />

solución en estar con<br />

los amigos pero tampoco la encontraría<br />

en estar solo y sin nadie<br />

a quien no hablar. El supuesto<br />

Gran Lebowski, más conocido<br />

por el Nota, no busca<br />

trabajo, y si lo encuentra, procura<br />

perderlo. No tiene ninguna<br />

ropa o traje formal para grandes<br />

ocasiones porque no las hay; y si<br />

se pone triste de repente, enciende<br />

otro porro, hasta que todo<br />

lo que tiene cerca vuelve a<br />

surgir en su mente con ese aspecto<br />

sucio y enrollado que tanto<br />

le acomoda. Fantaseando sobre<br />

esto y lo otro dentro de los<br />

estrechos márgenes que se permite,<br />

unos matones allanan su<br />

morada, le conminan a que salde<br />

las cuantiosas deudas de su<br />

mujer, se dan cuenta de que no<br />

es la persona que buscan y vejan<br />

su adorada alfombra. Todo, en<br />

un tiempo récord.<br />

Nº 123 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

“Tras ese universo perfectamente reconocible<br />

irrumpe el miedo. El hombre<br />

se encuentra atrapado en ese lugar<br />

que creía seguro; los límites de la realidad<br />

se desmoronan” 9 .<br />

La irrupción de lo real exhala<br />

dinero por todos los poros. Contiene,<br />

además, esencia de poder,<br />

corrupción, sexo, chantaje e ideales<br />

patrióticos que van muy bien<br />

con las maderas nobles del amplio<br />

salón en el que el verdadero<br />

Gran Lebowski recibe a un malhumorado<br />

Nota. Posee Lebowski<br />

una gran fortuna y sin embargo<br />

no puede levantarse de su silla de<br />

ruedas. Está casado con una mujer<br />

bella que muy apropiadamente<br />

toma el sol en la piscina mientras<br />

espera la hora de citarse con el<br />

jardinero o con algún enemigo<br />

político de su marido, y nadie duda<br />

de su incapacidad como amante.<br />

Se burla del Nota porque la<br />

sociedad estima que un Gran Lebowski<br />

debe burlarse de un parado<br />

ex hippy (“ex”, el gran prefijo<br />

de nuestra época, cuando todas<br />

las utopías se han ido por el sumidero),<br />

y, sin embargo, es un<br />

personaje patético hasta lo inimaginable<br />

10 . Para comprobar la temperatura<br />

del desastre encarnada en<br />

el Nota le contrata como intermediario<br />

para hacer efectivo el<br />

rescate de su mujer, ahora secuestrada.<br />

Y el Lebowski anónimo intenta<br />

timar al Lebowski respetable,<br />

sin sospechar que éste ya le ha<br />

engañado de antemano. Sin sospechar<br />

que la esposa deshonrosa<br />

ha organizado su secuestro para<br />

no tener que depender de la tiranía<br />

del magnate. Sin sospechar<br />

que la arrebatadora hija de Lebowski<br />

hace el amor con él para<br />

que un futuro Lebowski menos<br />

impedido que el patriarca ponga<br />

9 Mercedes Miguel Borrás: La representación<br />

de la mirada (La ventana indiscreta;<br />

Alfred Hitchcock, 1954), pág. 23.<br />

Ediciones de La Mirada, Valencia, 1997.<br />

10 “Su imagen [la del Nota] en bañador,<br />

bata y sandalias es un puñetazo a la<br />

corbata y al Rolex de los que tienen siempre<br />

la razón”. Mercedes Miguel Borrás:<br />

Historia del cine con cien películas, pág.<br />

114. Acento Editorial, col. Flash Más,<br />

Madrid, 2001.<br />

un poco de orden o de buenos<br />

sentimientos en el viciado entorno<br />

familiar.<br />

No es ningún secreto que los<br />

hermanos Coen repasaron la novela<br />

de Raymond Chandler y película<br />

de Howard Hawks El sueño<br />

eterno (1946), en la que<br />

Humphrey Bogart, incorporando<br />

al célebre detective Philip<br />

Marlowe, era contratado por la<br />

familia Sternwood para resolver<br />

un chantaje y terminaba luchando<br />

apuradamente por salvar su<br />

vida entre las garras de las hermosas<br />

y pérfidas hermanas Sternwood.<br />

Pero el Nota que interpreta<br />

Jeff Bridges jamás será un<br />

duro de Hollywood (basta con<br />

echar una mirada a sus consejeros<br />

áulicos), y aunque comprende<br />

que es una marioneta apellidada<br />

Lebowski que nadie se digna<br />

considerar, salvo su misterioso<br />

benefactor con aspecto de vaquero<br />

granítico (puro humo de<br />

marihuana) que suele encontrar<br />

en la barra del bar de la bolera,<br />

nada puede hacer para impedirlo,<br />

para no tomar partido siempre<br />

equivocado por las distintas<br />

facciones que aspiran a llevarse<br />

una porción de la gran tarta Lebowski,<br />

cuando él ya se daba por<br />

pagado con una alfombra nueva<br />

en la que ningún sicario volviera<br />

a orinar.<br />

No es posible sustraerse a los<br />

intereses del mundo ni a sus<br />

equívocos, que llevan de un extremo<br />

a otro del columpio a todos<br />

los que encuentra a su paso,<br />

desactivando cualquier resistencia<br />

a su empuje corrosivo. Esta<br />

certeza de lo real (de lo siniestro<br />

en cuanto a destrucción de tabúes<br />

salvadores e introducción<br />

de marcas purulentas en el proceso<br />

narrativo que conduce a la<br />

barca de Caronte 11 ), que alcanza<br />

con sus flechas cualquier paraíso<br />

artificial (si las utopías se<br />

han ido por el sumidero, todos<br />

los paraísos son artificiales), desanima<br />

al Nota tanto como le<br />

hace concebir algún proyecto<br />

11 “Lo siniestro es aquello que, debiendo<br />

permanecer oculto y secreto, se ha<br />

revelado, se ha hecho presente ante nuestros<br />

ojos”. Eugenio Trías: Lo bello y lo siniestro,<br />

pág. 74. Ariel, Barcelona, 1988.<br />

ALBERTO ÚBEDA-PORTUGUÉS<br />

mercantil que por el momento<br />

se irá pensando entre humos.<br />

En ese ínterin, qué mejor que<br />

volver a la bolera y desafiar a la<br />

historia con un nihilista “no ha<br />

pasado nada y todo sigue igual”.<br />

La materialidad de El Gran Lebowski<br />

desmonta este propósito<br />

y, aunque encogidos por el desfile<br />

de tiburones en la costa, esbozamos<br />

una amplia sonrisa de<br />

gratitud a los hermanos Coen<br />

por el conocimiento de una<br />

simpática caterva de ineptos<br />

que el Estado de bienestar tiene<br />

que mantener o soportar, sin<br />

que hasta el momento se le haya<br />

ocurrido la eliminación masiva<br />

de estos descarriados que<br />

no hacen más grande a un país,<br />

pero, en cambio, desde la barricada<br />

coeniana, sí que crean<br />

espectadores más felices.<br />

O Brother!<br />

Acostumbrados a frecuentar el<br />

telar de Penélope y a consultarle<br />

sobre los nuevos tejidos con<br />

los que obtener los acentos de la<br />

parodia, Joel y Ethan Coen pusieron<br />

de nuevo rumbo a Ítaca<br />

para invocar nada menos que el<br />

nombre de los nombres, Homero,<br />

clave ritual de la que todos<br />

procedemos: escritores, lectores,<br />

mecenas de fin de semana<br />

y popes de la comunicación. Estuvo<br />

de acuerdo en la cesión de<br />

su Odisea (no hay testigos ni fotografías<br />

de la reunión, pero es<br />

previsible que ocurriera, incluso<br />

si hay 3.000 años de separación<br />

entre el rapsoda y los cineastas)<br />

para una versión libérrima de la<br />

epopeya en el delta del Misisipí<br />

durante la depresión. O Brother!<br />

(2000) pintaba Troya en<br />

una prisión rodeada de campos<br />

de algodón, y desde allí tres<br />

hombres encadenados y con el<br />

llamativo traje de los presidiarios<br />

huyen a la desesperada, si<br />

no en busca de Penélope, sí de<br />

un herrero con ganas de trabajar<br />

y que no cobre mucho o nada<br />

por liberar de grilletes sus tobillos.<br />

Tirios, troyanos y policía<br />

federal siguen sus huellas por<br />

las tierras yermas en las que encuentran<br />

parientes pobres y un<br />

hombre de color que, hechizado<br />

por los misterios del gran río,<br />

81


HERMANOS COEN<br />

ha vendido a medianoche su alma<br />

al diablo en un cruce de caminos<br />

y a cambio le ha sobrevenido<br />

en la caja de su guitarra<br />

el espíritu sin dueño del blues 12 .<br />

Así, La Odisea ya tiene música,<br />

y si el guitarrista no tañe su instrumento,<br />

aparece un atracador<br />

de bancos innato que sueña con<br />

morir en la silla eléctrica y dejar<br />

sin luz a todo el Estado. Y si,<br />

pese a todo, no hay manera de<br />

comer decentemente, un hombre<br />

ciego en el páramo tiene un<br />

pequeño estudio de grabación<br />

y ofrece unos pocos dólares a<br />

quien registre un poco de su arte.<br />

Seis cuerdas sincopadas presentan<br />

a Ulises (George Clooney)<br />

de vocalista y los coros de<br />

los otros fugados, que se convierten<br />

en las estrellas de las<br />

Producciones Homero: los Traseros<br />

Mojados. Nadie les conoce<br />

y todo el mundo les oye. Los<br />

políticos quieren su apoyo y a la<br />

policía le encanta su ritmo.<br />

Hasta Penélope (Holly Hunter)<br />

les ha escuchado, pero, atareada<br />

con sacar adelante a sus<br />

seis hijos, no comprende que<br />

Ulises está anunciando su llegada.<br />

Antes debe resistir a la<br />

tentación de las ninfas del río<br />

que quieren ser amadas y desenmascarar<br />

a las hordas del Ku<br />

Klux Klan que se refugian en<br />

sus prejuicios de casta para negar<br />

la tristeza de los tiempos.<br />

Como O Brother! es una película<br />

sensual donde las haya,<br />

Ulises y sus amigos son salvados<br />

de la trenza áspera de la soga<br />

con una inundación del cielo<br />

o de una presa del Misisipí,<br />

dios indomeñable que ya cantó<br />

Mark Twain en Huckleberry<br />

Finn, cuya resonancia líquida es<br />

otra de las delicias de esta maravillosa<br />

aventura de los hermanos<br />

Coen. Las aguas turbulentas<br />

y fogosas lavan las penas (a<br />

la manera de ese bautismo adventista<br />

por inmersión al que se<br />

lanza entusiasmado uno de los<br />

prófugos), borran las persecuciones<br />

y los malos augurios. Las<br />

vacas mugen encima de los te-<br />

12 Fervoroso trazo del bluesman Robert<br />

Johnson (1911-1938).<br />

jados casi cubiertos y del fondo<br />

del diluvio cauterizador y de la<br />

vida en sombras surge Ulises a<br />

la superficie y al renacimiento;<br />

en Ítaca, con Penélope y su descendencia<br />

de odiseos. Mientras,<br />

los vagabundos de primera, como<br />

Lee Marvin adujera en El<br />

Emperador del Norte (Robert Aldrich,<br />

1972), seguirán recorriendo<br />

las vías y los trenes en<br />

busca de otras historias fértiles<br />

que contar 13 .<br />

El hombre que nunca estuvo allí<br />

Después del banquete en el<br />

que Homero y los hermanos<br />

Coen se despidieron hablando<br />

de géneros, de mitología y de<br />

amores que aún están por llegar,<br />

los autores de O Brother!<br />

permitieron que el thriller, pleno<br />

de erudición (una forma de<br />

permanecer en Ítaca con Penélope),<br />

fuera el armazón y el<br />

contenido de El hombre que<br />

nunca estuvo allí (2001), su más<br />

reciente estreno; corrobora esta<br />

visión de estancias en las que se<br />

dan la mano el crimen, el sexo<br />

y los negocios, impregnando<br />

el mobiliario de moléculas que<br />

se juntan para levantar un personaje,<br />

Ed Crane (Billy Bob<br />

Thornton), con sombrero de<br />

fieltro y fatalidad humeante<br />

que conduce un Packard años<br />

cuarenta y, para pasar el rato, o<br />

una vida de mañanas, es peluquero<br />

de cine negro en 35 milímetros.<br />

No tenía intención de<br />

13 El itinerante personaje A número 1<br />

(Marvin), subido en un tren de carga despacioso,<br />

amonesta con saña al despreciable<br />

ventajista que interpreta Keith Carradine<br />

y pone las condiciones de un auténtico<br />

viaje a Ítaca: “Quédate en los<br />

graneros. Corre como el diablo, busca<br />

una lata vacía y pide limosna, llama a las<br />

puertas para que te den un centavo.<br />

Cuéntales tu historia. Hazles llorar de pena,<br />

podrías haber sido un vagabundo de<br />

primera clase, pero no me escuchaste<br />

cuando te lo dije. No te acerques a las<br />

vías, olvídalas. Éste es un mundo vagabundo<br />

para vagabundos. Nunca podrías<br />

ser El Emperador del Norte, muchacho.<br />

Tenías la esencia, pero te falta corazón; y<br />

se necesitan las dos cosas. Eres todo ambición,<br />

sin sentimientos. Y nadie puede<br />

enseñarte a tener sentimientos. Ni siquiera<br />

A número 1. Así que no te acerques<br />

al tren, porque él mismo te arrojara<br />

a la vía. No olvides nunca lo que te he dicho.<br />

¡Adiós, muchacho!”.<br />

meterse en líos, pero entonces<br />

los Coen no le hubieran conocido.<br />

El peligro es la condición<br />

sine qua non del contrato que<br />

el dúo de creadores exige para<br />

entrar en su templo de heterodoxias<br />

báquicas.<br />

En blanco y negro, y con<br />

una estudiada pátina de El cartero<br />

siempre llama dos veces (Tay<br />

Garnett, 1946) 14 , bordeando el<br />

crimen y robando nostalgia de<br />

los años cuarenta, rebuscando<br />

la plácida sensación de qquienes<br />

miran las llamas de la chimenea<br />

y se disponen a escuchar<br />

otra letanía: en un pueblo del<br />

norte de California, un marido<br />

deprimido (Billy Bob Thornton),<br />

una mujer fatal (Frances<br />

McDormand) y un amante en<br />

el desolladero (James Gandolfini)<br />

juegan una partida de póquer,<br />

a modo de filme al rojo vivo,<br />

en la que se decide cómo se<br />

pierde y en qué momento (carismático<br />

leitmotiv de los guiones<br />

de los Coen), y procuran la<br />

efervescencia y las caricias frías<br />

de un torrente de vida que no<br />

podemos atrapar. Como el éxtasis<br />

amargo en el que se sumege<br />

el protagonista cuando suena<br />

la música de Schubert en los dedos<br />

virginales de una adolescente<br />

(Scarlett Johansson) con<br />

muchas escalas aún por aprender.<br />

Pero estaba claro en el<br />

guión: nunca se entenderían.<br />

Contrastes, lejanías, perplejidades<br />

de aventureros que se van<br />

hundiendo en arenas movedizas<br />

sin parar de reír. Una película<br />

más de los hermanos Coen<br />

que es la plantación para otros<br />

raros placeres en la excelsa tradición<br />

cinéfila, preferiblemente<br />

negra, que desbrozan caso a<br />

caso desde su oficina de investigación,<br />

en la que se agolpan expedientes<br />

de asesinatos sin resolver,<br />

historias de mujeres de<br />

melena rubia, con gabardina<br />

14 James M. Cain, autor de la novela<br />

El cartero siempre llama dos veces y del relato<br />

Pacto de sangre, que dio lugar a Perdición<br />

(Billy Wilder, 1944), fue uno de<br />

los máximos exponentes de las historias<br />

hard-boiled (literalmente, duro-cocido)<br />

que describían un ambiente delictivo, corrupto,<br />

de gran carga erótica.<br />

prestada por Bogart, que una<br />

noche de lluvia se alejaron hacia<br />

la playa de Malibú y el mar sólo<br />

devolvió unas medias de seda<br />

transparentes y unos zapatos casi<br />

nuevos con tacones de aguja.<br />

Vale la pena descubrir con<br />

calma los tiernos suicidios de<br />

esta pareja de cineastas, que han<br />

suscrito contrato con los meandros<br />

de la fascinación y el humor<br />

y a los que aún les falta una<br />

película sobre la infancia. Hasta<br />

que fijen su atención en Los<br />

cuatrocientos golpes (1959) y La<br />

piel dura (1976), ambas de<br />

François Truffaut, y tengan en<br />

cuenta los tesoros o botines que<br />

los niños capturan y entierran.<br />

De ladrones a la desbandada o<br />

del monedero de su madre. Joyas<br />

valiosas, dinero contante y<br />

sonante o caramelos llenos de<br />

tierra. Algo así se merece la edad<br />

tierna y consentida de los hermanos<br />

Coen. n<br />

82 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123

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