ZEEV STERNHELL - Prisa Revistas
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EL ASCENSO DE LA EXTREMA DERECHA<br />
cráticamente. Entendemos por tal sistemas<br />
políticos en los que se respetan los derechos<br />
humanos fundamentales y los Gobiernos<br />
se eligen en elecciones periódicas<br />
libres en las que pueden participar todos<br />
los ciudadanos mayores de edad. Con estos<br />
dos requisitos, las democracias europeas<br />
no son muy antiguas: los países escandinavos<br />
acceden al sufragio universal, que<br />
incluye a hombres y mujeres, después de<br />
la Primera Guerra Mundial; Italia y Francia,<br />
después de la Segunda; España, si dejamos<br />
de lado el brevísimo paréntesis de la<br />
Segunda República, en 1977; los países<br />
del este de Europa todavía en tiempos más<br />
cercanos. El hecho es que, siendo la democracia<br />
una adquisición tan reciente, se<br />
está quedando ya sin el soporte que le es<br />
propio: el Estado nacional.<br />
La democracia representativa surge en<br />
el Estado nacional y sólo puede existir con<br />
sus formas actuales dentro de él. Así como<br />
la democracia griega únicamente pudo desarrollarse<br />
en la polis y se desplomó cuando<br />
la ciudad-Estado perdió su autonomía.<br />
Acabar con las guerras intestinas que destruían<br />
Grecia implicaba superar la fragmentación<br />
política creando un orden por<br />
encima de la polis, a la que, sin embargo,<br />
el griego se aferraba al no concebir otra<br />
forma de convivencia en libertad. Una potencia<br />
externa, el reino macedonio de Alejandro,<br />
logra la unificación, pero al costo<br />
de destruir la autonomía de la polis, sobre<br />
la que se apoya la democracia. Las ciudades<br />
se subordinan a los reinos helenísticos,<br />
que preparan el camino para la ulterior<br />
dominación romana. Cada tipo de democracia<br />
tiene su base social propia: de la<br />
misma manera que la democracia griega<br />
necesita de la polis, la democracia representativa<br />
de nuestro tiempo precisa del Estado<br />
nacional. Están todavía por descubrir,<br />
por decisivas que sean para la persistencia<br />
de la humanidad, las formas de<br />
organizarse democráticamente en instituciones<br />
supraestatales. No se insiste lo suficiente<br />
en que la rapidísima transformación<br />
que ha sufrido el Estado nacional en<br />
los últimos años afecta de manera contundente<br />
al sistema democrático, tal como está<br />
establecido. Hecho de enorme trascendencia<br />
que ha de tenerse muy en cuenta.<br />
La impotencia de los Gobiernos<br />
En este contexto se detectan dos problemas<br />
de envergadura. El primero se muestra<br />
en la pérdida de legitimidad que se deriva<br />
de la impotencia de los Gobiernos<br />
para resolver las cuestiones que más directamente<br />
afectan a los ciudadanos. El desempleo<br />
es la que más preocupa a la gen-<br />
te. Ningún partido puede ganar unas<br />
elecciones sin prometer eliminar en un<br />
tiempo razonable esta lacra social. Recuerden<br />
los famosos 800.000 puestos de<br />
trabajo, que siguen prometiéndose, aunque<br />
ya nadie se atreva a concretar la oferta<br />
en cifras. Ahora bien, transferidas competencias<br />
económicas fundamentales a instituciones<br />
europeas supranacionales, es<br />
bien poco lo que los Gobiernos pueden<br />
hacer en este campo. Impresión que remacha<br />
el que algunos consejos europeos,<br />
como el de Lisboa en la primavera de<br />
2000, hayan presentado una política común<br />
frente al desempleo, lamentablemente<br />
con los mismos resultados. Ni los<br />
Estados miembros ni la Unión están en<br />
condiciones de poner en marcha una política<br />
que nos acerque al pleno empleo; y<br />
son ya muchos los años con índices de<br />
paro de dos dígitos. Tamaña distancia entre<br />
lo que cabe hacer y lo que se promete<br />
erosiona gravemente la credibilidad de las<br />
instituciones: Parlamentos, Gobiernos,<br />
partidos. Llevamos lustros hablando de la<br />
pérdida de legitimidad de las instituciones<br />
sin otro logro que reflexiones más o<br />
menos pesimistas sobre sus consecuencias.<br />
La internacionalización de la economía<br />
lleva consigo que los ciclos vengan determinados<br />
por factores exógenos. La coyuntura<br />
internacional es cada vez más claramente<br />
responsable del bienestar de nuestros países.<br />
Cuando mejoran los índices macroeconómicos,<br />
los Gobiernos se apuntan los méritos;<br />
pero cuando empeoran, acosados por<br />
una oposición que presume de tener la receta<br />
para salir del atolladero, lo pagan con<br />
el desprestigio. Unas elecciones se ganan o<br />
se pierden según sea la coyuntura, sin que<br />
los Gobiernos puedan hacer mucho al respecto.<br />
A ofertas de los partidos cada vez<br />
más parecidas se suman resultados aleatorios.<br />
La suerte es el factor decisivo; y dada<br />
la brevedad de los ciclos económicos, ningún<br />
partido puede perpetuarse en el Gobierno.<br />
Los de centro izquierda y centro derecha,<br />
únicos con posibilidad de gobernar,<br />
manejan un discurso en la oposición y otro<br />
en el Gobierno, perfectamente intercambiables<br />
en cada una de estas funciones. La<br />
pérdida creciente de legitimidad que padece<br />
el sistema democrático establecido es la<br />
consecuencia más obvia y de mayor alcance<br />
de las transformaciones que están sufriendo<br />
los Estados miembros de la Unión.<br />
El desmontaje del Estado social<br />
Un segundo problema grave proviene de<br />
los temores que levanta el paulatino desmontaje<br />
del Estado de bienestar. Sea cual<br />
fuere el que está en el Gobierno, el discurso<br />
se centra en la necesidad de reformar<br />
el sistema de protección social, como<br />
si fuera la panacea que nos ha de proporcionar<br />
el pleno empleo. Habría que liberalizar<br />
el mercado de trabajo, abaratando<br />
el despido; bajar los costos laborales, disminuyendo<br />
las prestaciones sociales; aminorar<br />
la presión fiscal para asegurar la inversión.<br />
El haz de medidas para llevar a<br />
cabo políticas sociales de que dispone un<br />
Estado que ha dejado la política macroeconómica<br />
en manos de instituciones supranacionales,<br />
empeñadas tan sólo en la<br />
estabilidad, es cada vez más reducido. En<br />
teoría, los europeos seguimos defendiendo<br />
una “economía social de mercado”,<br />
pero hemos suprimido la base operativa<br />
que la hacía posible: un Estado que maneja<br />
la política económica, fiscal y social.<br />
El Estado se ha quedado sin los elementos<br />
fundamentales de la política económica,<br />
incluida la monetaria; si queremos mantener<br />
un mercado único, antes o después<br />
la convergencia fiscal terminará por imponerse.<br />
Pero la política social sigue y seguirá<br />
siendo de competencia del Estado,<br />
aunque se haya quedado sin los instrumentos<br />
para llevarla a cabo. Sea un Gobierno<br />
de centro izquierda o de centro derecha,<br />
no tendrá más remedio que emprender<br />
reformas que cada vez semejan<br />
más un desmontaje.<br />
Las fórmulas neoliberales son claras y<br />
tajantes. Lo malo es que estas medidas<br />
tampoco parece que lleven al pleno empleo.<br />
Las ventajas tributarias dadas a las<br />
empresas rebajan la capacidad del Estado<br />
para mejorar los servicios públicos, empezando<br />
por los dos decisivos, de los que<br />
depende el futuro de cualquier país, educación<br />
de la población e investigación<br />
científica; pero en una economía internacionalizada<br />
no cabe impedir que los capitales<br />
no se inviertan en economías lejanas<br />
que prometen una mayor rentabilidad. Si<br />
es cierto que una política keynesiana de<br />
lucha contra el paro (el gasto público tira<br />
de la demanda) resulta eficaz sólo en una<br />
economía que se mueve dentro de fronteras<br />
cerradas, también el argumento neoliberal<br />
de que bajando los impuestos se<br />
consiguen mayores inversiones únicamente<br />
parece convincente en las condiciones<br />
de un mercado nacional en el que las empresas<br />
no pudieran invertir en el extranjero.<br />
Los altos beneficios de algunas empresas<br />
españolas en los noventa, al haberse<br />
invertido en otro continente, poco han<br />
contribuido a que descienda el paro. Si es<br />
harto dudoso que en una economía abierta<br />
una menor presión fiscal garantice ma-<br />
20 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123