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HANNAH ARENDT - Prisa Revistas

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Mayo 1999<br />

DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

Directores<br />

Mayo 1999<br />

Javier Pradera / Fernando Savater Precio 900 pesetas. 5,41 euros N.º92<br />

JUAN ANTONIO RIVERA<br />

¡Salud, virtuosos republicanos!<br />

J. M. SÁNCHEZ RON<br />

Isaac Newton<br />

CAYETANO LÓPEZ<br />

El dislate como método<br />

<strong>HANNAH</strong><br />

<strong>ARENDT</strong><br />

Nazismo y<br />

responsabilidad colectiva<br />

JESÚS MOTA<br />

El paraíso eléctrico<br />

RYSZARD KAPUSCINSKI ´ ´<br />

El mundo reflejado en los medios


DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

Dirección<br />

JAVIER PRADERA Y FERNANDO SAVATER<br />

Edita<br />

PROMOTORA GENERAL DE REVISTAS<br />

Presidente<br />

JESÚS DE POLANCO<br />

Consejero delegado<br />

JUAN LUIS CEBRIÁN<br />

Director general<br />

IGNACIO QUINTANA<br />

Coordinación editorial<br />

NURIA CLAVER<br />

Maquetación<br />

ANTONIO OTIÑANO<br />

Ilustraciones<br />

VICENTE CHUMILLA (Yecla, 1956)<br />

Aunque durante años ha trabajado la<br />

pintura y el grabado, sus últimas obras<br />

están realizadas sobre madera: reciclada,<br />

encolada, ensamblada, envejecida y<br />

tallada; soporte que el autor elige por<br />

motivos emocionales y desde el que<br />

transmite bellos y elocuentes mensajes.<br />

Desde el año 1984 ha realizado numerosas<br />

exposiciones individuales.<br />

Caricaturas<br />

LOREDANO<br />

Newton<br />

Correo electrónico: claves@progresa.es<br />

Internet: www.progresa.es/claves<br />

Correspondencia: PROGRESA.<br />

GRAN VÍA, 32; 2ª PLANTA. 28013 MADRID.<br />

TELÉFONO 915 38 61 04. FAX 915 22 22 91.<br />

Publicidad: GDM. GRAN VÍA, 32; 7ª.<br />

28013 MADRID. TELÉFONO 915 36 55 00.<br />

Impresión: MATEU CROMO.<br />

Depósito Legal: M. 10.162/1990.<br />

Esta revista es miembro de ARCE<br />

(Asociación de <strong>Revistas</strong><br />

Culturales Españolas)<br />

Distribución: ÍTACA<br />

LÓPEZ DE HOYOS, 141. 28002 MADRID.<br />

Para petición de suscripciones<br />

y números atrasados dirigirse a:<br />

Progresa. Gran Vía, 32; 2ª planta. 28013<br />

Madrid. Tel. 915 38 61 04 Fax 915 22 22 91<br />

S U M A R I O<br />

NÚMERO 92 MAYO 1999<br />

FERNANDO SAVATER 4 DE LAS CULTURAS A LA CIVILIZACIÓN<br />

EL RETORNO AL LUGAR<br />

JOAN NOGUÉ FONT 9 La creación de identidades territoriales<br />

LA ESFERA PÚBLICA DEL ANTIGUO RÉGIMEN<br />

VÍCTOR PÉREZ DÍAZ 12 2. El estado y la Ilustración<br />

RYSZARD KAPUSCINSKI ´ ´<br />

18 EL MUNDO REFLEJADO EN LOS MEDIOS<br />

JUAN ANTONIO RIVERA 22 ¡SALUD, VIRTUOSOS REPUBLICANOS!<br />

JESÚS MOTA 30 EL PARAÍSO ELÉCTRICO<br />

SIETE ARGUMENTOS (SIN UNA TEORÍA)<br />

UGO PIPITONE 40 PARA SALIR DEL SUBDESARROLLO<br />

Filosofía de la Ciencia<br />

Cayetano López 46 El dislate como método<br />

Historia Potsdam, 1945: El franquismo<br />

Enrique Moradiellos 54 en entredicho<br />

Galería de científicos Isaac Newton<br />

José Manuel Sánchez Ron 62 El grande entre los grandes<br />

Ensayo<br />

Mario Boero 68 El ‘comunismo’ de L. Wittgenstein<br />

Psicología<br />

Antonio Escohotado 72 Disfraces de la coacción<br />

Crítica literaria<br />

Laura Freixas 78 La novela femenil y sus lectrices<br />

Casa de citas<br />

José Ignacio Eguizabal 81 Hölderlin


“What is the matter with the day?” said Wimsey. “Is<br />

the world coming to an end?”.<br />

“No”, said Parker, “it is the eclipse”.<br />

(Dorothy L. Sayers, Unnatural Death)<br />

Antes de intentar hablar de las singularidades<br />

de nuestro presente o<br />

de los cambios que podría traer el<br />

futuro, mencionemos al menos una constante<br />

del pasado que sigue perviviendo<br />

hoy y que sin duda durará tanto como<br />

nosotros mismos: la de que nada impresiona<br />

tanto a los humanos como sus propias<br />

convenciones.<br />

El hombre primitivo prefería enfrentarse<br />

a cualquier fiera antes que profanar<br />

la tierra sagrada donde enterraba a sus<br />

muertos; en el Japón clásico, cometer una<br />

torpeza involuntaria en el protocolo de<br />

una recepción podía desembocar en suicidio<br />

(no nos riamos, porque la guerra de<br />

Troya fue motivada por algo tan convencional<br />

como un adulterio); una falta de<br />

ortografía o una equivocación trivial en<br />

los tiempos verbales basta hoy para descalificar<br />

socialmente a cualquiera; en la época<br />

de Franco, la censura prohibía con fervor<br />

que una mujer blanca mostrase públicamente<br />

sus senos, aunque admitía que<br />

en documentales más o menos folclóricos<br />

apareciesen mujeres negras desnudas de<br />

cintura para arriba (si no me equivoco,<br />

Juan Pablo II también expulsa de la basílica<br />

de San Pedro a las mujeres demasiado<br />

escotadas pero bendice a las que con muy<br />

sucinta indumentaria le dan la bienvenida<br />

en sus visitas pastorales a África… para<br />

luego, eso sí, recomendarles no utilizar la<br />

píldora antibaby). Hay gente capaz de envenenar<br />

a su vecino pero que temblaría<br />

ante la posibilidad de eructar ruidosamente<br />

en un concierto de Mozart. Por no<br />

hablar de la convención fundamental de<br />

la modernidad, el dinero: individuos que<br />

poseen más de lo que podrían gastar en<br />

DE LAS CULTURAS<br />

A LA CIVILIZACIÓN<br />

FERNANDO SAVATER<br />

10 vidas se consideran felices si aumentan<br />

su capital y se ponen tristes si lo ven disminuir,<br />

por poco que sea…<br />

Las convenciones cronológicas despiertan<br />

especial inquietud. Incluso las personas<br />

con menos prejuicios hacen interiormente<br />

propósitos constructivos cada Año<br />

Nuevo o se sienten notablemente más ancianos<br />

el día que cumplen 50 años que la<br />

víspera. ¡Y ahora nos acercamos a un nuevo<br />

milenio! El año 1000 estuvo marcado<br />

por múltiples espantos prospectivos (la tesis<br />

doctoral de Ortega y Gasset versó precisamente<br />

sobre Los terrores del año 1000) y<br />

el 2000, aunque en tono menos apocalíptico,<br />

también va a llegar rodeado de profecías,<br />

sobresaltos, augurios de bienaventuranza<br />

o negros indicios decadentistas. Desde<br />

luego, parece que en esta ocasión hay<br />

más de espectáculo comercial (¡vender<br />

nuevo milenio es buen negocio!) que de<br />

teología en el asunto. Incluso hay más tecnología<br />

que otra cosa, lo cual no tiene nada<br />

de extraño puesto que la tecnología es<br />

hoy la heredera más directa de los fervores<br />

teológicos del ayer: el nuevo jinete del<br />

Apocalipsis es la alteración de los ordenadores<br />

por un cambio de dígitos para el que<br />

sus programadores no les habían preparado…<br />

Pero, sea como sea, la convención<br />

sigue imponiéndose y tres ceros en el calendario<br />

nos parecen un augurio más significativo<br />

o más inquietante, en cualquier caso<br />

más digno de atención, que el hecho ya sabido<br />

de que 1.300 millones de seres humanos<br />

intentan vivir hoy mismo con un ingreso<br />

inferior a un dólar diario. ¡Por lo visto<br />

no hay realidad capaz de emocionarnos<br />

tanto como las ilusiones normativas establecidas<br />

por nosotros mismos… tal como<br />

el niño que juega a disfrazarse de vampiro<br />

se asusta al verse casualmente en el espejo!<br />

Por tanto, reverenciemos otra vez la<br />

convención y sintámonos convencionalmente<br />

preocupados ante el cambio de milenio.<br />

La primera reflexión (y sin duda la<br />

más trivial) es que la convención misma<br />

no parece estar demasiado clara. ¿Debemos<br />

sentir la especial conmoción milenarista<br />

el 1 de enero del año 2000 o un año<br />

más tarde, al comenzar el año 2001? En<br />

un largo milenio, la verdad es que 365<br />

días no cuentan demasiado, pero en la vida<br />

de un ser humano no son magnitud<br />

desdeñable. Y no quisiera yo preocuparme<br />

con excesiva antelación o con tanto<br />

retraso… Como otras disputas meramente<br />

convencionales, la que enfrenta a los<br />

milenaristas del 2000 con los milenaristas<br />

del 2001 es a la vez apasionada e insoluble,<br />

según ha demostrado con erudición y<br />

humor Stephen Jay Gould en un libro<br />

(Millenium) dedicado al caso.<br />

Los partidarios del 2001 cuentan con<br />

los argumentos más doctos y con los abogados<br />

más insignes, de Rafael Sánchez<br />

Ferlosio a Arthur C. Clarke. Resulta por<br />

lo demás evidente que si uno tiene 1.000<br />

pesetas (mejor dicho: 1.000 euros) no se<br />

quedará del todo sin dinero cuando se haya<br />

gastado 999, sino cuando logre invertir<br />

las 1.000 unidades monetarias. Y comenzará<br />

a derrochar su segundo millar al gastarse<br />

la peseta (¡o el euro!) 1.001, la cifra<br />

predilecta de Sherezade. Pero no es tan fácil<br />

zanjar el asunto, porque, en cambio,<br />

los años de nuestra vida los vivimos a partir<br />

de cero, no a partir de uno. Nos sentimos<br />

abrumados por los 40 o los 50 el día<br />

que los cumplimos, no cuando ya han<br />

transcurrido y cumplimos 41 o 51. En las<br />

biografías es el cero el que marca la entrada<br />

en una nueva época. Y resulta que la<br />

convención de los siglos o los milenios<br />

tiene más que ver en nuestra imaginación<br />

con lo biográfico que con cualquier otro<br />

respetable aspecto de nuestro sistema de<br />

pesas y medidas. De modo que apuesto<br />

por la victoria final en el imaginario colectivo<br />

de los tres ceros del 2000. Creo<br />

que los partidarios del 2001 son mejores<br />

matemáticos pero peores psicólogos…<br />

4 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


Sigamos adelante. Ortega y otros muchos<br />

hablaron de los terrores del año<br />

1000. Ahora, por todas partes oímos discutir<br />

sobre los temores, o al menos las<br />

preocupaciones, del año 2000. Un poco<br />

más adelante ofreceremos un somero catálogo<br />

de tales disturbios, poco o mucho<br />

conjeturales. Antes, otra cuestión previa:<br />

¿por qué se trata ante todo de sobresaltos,<br />

amenazas y negros presagios?, ¿por qué no<br />

oímos prioritariamente celebrar las conquistas<br />

y los logros de nuestro milenio? Es<br />

innegable que algunos beatos conmemoran,<br />

llegado el caso, con ingenuo entusiasmo<br />

la invención de la imprenta, la<br />

abolición de la esclavitud, la Declaración<br />

de Derechos Humanos, los viajes espaciales<br />

o Internet. Pero son escuchados por la<br />

mayoría con conmiseración, impaciencia<br />

y –si insisten demasiado– con franca irritación.<br />

¿Cómo se atreven? ¿Es que acaso<br />

no ven los males atroces del mundo en<br />

que vivimos ni son capaces de vislumbrar<br />

los escalofriantes síntomas del empeoramiento<br />

que nos acecha?<br />

Desde luego, nadie mínimamente<br />

sensato, y por tanto sensible al dolor y la<br />

injusticia, puede estar realmente satisfecho<br />

del mundo en que le ha tocado vivir. Pero<br />

esta constatación es igualmente válida para<br />

cualquier siglo y cualquier época. La<br />

nuestra es indudablemente mala, pero no,<br />

por cierto, peor que otras, aunque lógicamente<br />

nosotros estemos mucho más familiarizados<br />

con sus deficiencias y espantos<br />

que con los del pasado. Habrá quien<br />

arguya, no sin buenas razones, que quizá<br />

antaño se confiaba más en una justicia divina<br />

capaz de compensar en otra vida las<br />

miserias de ésta, al menos a quienes lo<br />

mereciesen: una fe tan consoladora como<br />

hoy universalmente debilitada. Y sin embargo,<br />

también en el cristianísimo año<br />

1000 prevalecieron, aparentemente, los<br />

terrores sobre las esperanzas… Otros señalan,<br />

no menos fundadamente, que es la<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

noción misma de progreso –esa versión laica<br />

de la Providencia– la que ha entrado<br />

definitivamente en quiebra tras un efímero<br />

reinado que se extendió desde finales<br />

del siglo XVIII hasta la primera gran guerra<br />

mundial. Y sin embargo, según han<br />

documentado historiadores como Jean-<br />

Pierre Rioux y otros, tampoco el último<br />

cambio de siglo ni el anterior dejaron de<br />

estar presididos por notables voces de alarma.<br />

Por cierto, que los vigías que alertaban<br />

sobre los nubarrones venideros a finales<br />

del XIX previnieron contra horrores<br />

tan veniales como la moda de incinerar los<br />

cadáveres o contra ideólogos tan escasamente<br />

atroces como los neokantianos<br />

(Rioux dixit), pero no vislumbraron la<br />

amenaza del nacionalismo o del racismo,<br />

que habían de traer dos guerras mundiales<br />

y el exterminio de millones de inocentes.<br />

Apliquémosnos la lección, ahora que intentamos<br />

profetizar las peores sombras<br />

que nos aguardan a la vuelta del 2000.<br />

¿Por qué somos más sensibles a los males<br />

que suponemos próximos que a los bie-<br />

nes de los que ya disfrutamos? No forzosamente<br />

porque éstos sean más escasos o menos<br />

relevantes que aquéllos. Más bien se<br />

diría que es la propia condición activa del<br />

ser humano la que le obliga a concebir<br />

siempre la realidad existente como un fiasco<br />

que debe ser corregido y no como un<br />

milagro que debe ser exaltado. Lo que está<br />

bien nos hace pararnos (por ejemplo,<br />

Alain señaló que “la belleza no es lo que<br />

nos gusta ni nos disgusta, sino lo que nos<br />

detiene”), mientras que lo malo nos acicatea,<br />

nos estimula, nos convoca, nos mantiene<br />

en marcha. Las imágenes recordadas<br />

de la Divina comedia son las correspondientes<br />

al infierno y al purgatorio, punzantemente<br />

perturbadoras porque se trata<br />

de sufrimientos contra los que la iniciativa<br />

humana nada puede emprender. Nadie<br />

llama “dantescas” a las imágenes de contento<br />

y beatitud, de modo que el paseo<br />

del poeta toscano por el paraíso ha dejado<br />

sin duda menos huella. Quizá la mejor<br />

explicación del fenómeno la ofrece una de<br />

las voces menos conformistas de nuestra<br />

5


DE LAS CULTURAS A LA CIVILIZACIÓN<br />

época, la del muy heterodoxo psicoanalista<br />

y pensador Thomas Szasz: “En la eterna<br />

lucha entre el bien y el mal, el bien tiene<br />

una irreductible desventaja: no tiene<br />

futuro, mientras que el mal sí. Como los<br />

humanos estamos fundamentalmente<br />

orientados hacia el futuro, tenemos un<br />

insaciable incentivo para ser orientados<br />

por el mal en todas sus formas; esto es,<br />

por la culpa y el arrepentimiento, la pobreza<br />

y la estupidez, el crimen, el pecado<br />

y la locura. Cada uno de estos daños es<br />

susceptible, al menos en principio, de ser<br />

remediado o corregido de una forma u<br />

otra. Pero ¿qué puede hacer una persona<br />

con lo que está bien salvo admirarlo? El<br />

bien frustra así, precisamente, esa ambición<br />

terapéutica en el alma humana que el<br />

mal satisface tan perfectamente. Por tanto,<br />

lo que Voltaire debería haber dicho es<br />

que si no hubiese diablo, habría que inventarlo”.<br />

Al mirar hacia el futuro, es, por tanto,<br />

casi inevitable que sea la denuncia o premonición<br />

de los males lo que prevalezca<br />

sobre la celebración de los bienes. ¿Cuáles<br />

son los que hoy –cara al mañana– más<br />

nos preocupan? Por lo general, las sombras<br />

siniestras que se alargan desde el presente<br />

hacia el inmediato porvenir suelen<br />

darse por parejas opuestamente amenazadoras.<br />

La mayoría de los que tocan a rebato<br />

contra uno de los perjuicios previsibles<br />

permanecen tenazmente ciegos ante<br />

el otro, denunciado con no menor brío<br />

por quienes, en cambio, no reputan como<br />

temible el fantasma anterior. De modo<br />

que la mayoría de nuestras Casandras son<br />

hemipléjicas. Salvemos al no tan reducido<br />

número de quienes –olvidadizos, inconsecuentes<br />

o partidarios de los dilemas agónicos–<br />

tanto nos previenen hoy contra<br />

uno de los extremos malignos como mañana<br />

alertan no menos urgentemente ante<br />

la inminencia de su contrario. Por decirlo<br />

del modo menos comprometido<br />

frente a los denunciantes y más comprometedor<br />

frente a lo denunciado, puede<br />

que todos tengan su parte de razón…<br />

La amenaza número uno incluye dos<br />

espectros antagónicos: por un lado, la homogeneización<br />

universal como consecuencia<br />

de la llamada mundialización y,<br />

por otro, la creciente heterofobia que<br />

convierte cada diferencia humana en pretexto<br />

de hostilidad o exclusión. Por culpa<br />

de la primera, el mundo se va uniformizando<br />

y por tanto empobreciendo, desaparecen<br />

las diferencias que constituyen la<br />

sal cultural de la vida, por mucho que<br />

viajemos siempre encontramos los mismos<br />

programas de televisión y los mismos<br />

anuncios de refrescos, nos dirigimos a<br />

marchas forzadas hacia un hamburguesamiento<br />

cósmico, etcétera. Por culpa de la<br />

segunda aumentan los desmanes del racismo,<br />

la xenofobia, el nacionalismo y la intolerancia<br />

religiosa. Crece la hostilidad al<br />

mestizaje, principio fecundo de las edades<br />

de oro culturales y de toda innovación<br />

(hasta de nuestra vida misma: la reproducción<br />

sexual –a diferencia de las mitosis<br />

clónicas de organismos inferiores– impone<br />

un mestizaje genético obligado). Se<br />

mitologiza hagiográficamente lo originario,<br />

lo puro, las raíces; la autodeterminación<br />

se convierte en un pretexto para que<br />

una parte de la población determine<br />

“quién” debe vivir y “cómo” debe vivirse<br />

en un territorio determinado; se decretan<br />

identidades culturales y se las acoraza<br />

frente a las demás, etcétera.<br />

La segunda pareja antitética de espantos<br />

pudieran formarla, por un lado, la<br />

proliferación ciegamente destructiva del<br />

terrorismo y, por otro, el establecimiento<br />

agobiante de un orden mundial con su<br />

capital en EE UU y el pensamiento único<br />

neoliberal como dogma ideológico. En el<br />

primero de los casos, gracias a la sofisticación<br />

y manejabilidad cada vez mayores de<br />

las armas de destrucción masiva, las sociedades<br />

democráticas se encontrarán a merced<br />

de fanáticos que practican no sólo<br />

una violencia instrumental –destinada a<br />

conseguir lo que quieren–, sino, ante todo,<br />

expresiva –cuyo fin es afirmar trágicamente<br />

lo que son–, los cuales, a fin de<br />

cuentas, terminarán por lograr literalmente<br />

imponer lo que quieran ser… o<br />

por no dejar títere con cabeza. Ésta es la<br />

perspectiva de perpetua guerra civil de<br />

la que nos previno Hans Magnus Enzesberger<br />

o el mundo que se resigna a la<br />

generalización del asesinato en cadena,<br />

según el irónico cuadro dibujado por el<br />

autor de ciencia-ficción Stanislam Lem<br />

en su trágicamente divertida novela El<br />

congreso de futurología. En el extremo<br />

opuesto están quienes advierten el posible<br />

triunfo de un control mundial manejado<br />

por el omnímodo poder oligárquico de<br />

quienes representan los intereses de los<br />

más privilegiados, aquellos que disponen<br />

de la información, la propaganda, los medios<br />

electrónicos de vigilancia de las vidas<br />

privadas y los más feroces elementos punitivos<br />

de represión colectiva. También de<br />

la legitimación para actuar: ayer la rebelión<br />

era un pecado contra el poder emanado<br />

de Dios, mañana puede convertirse<br />

en un crimen contra la humanidad… según<br />

lo entiendan quienes hablan en su<br />

nombre y decida el gendarme universal<br />

que desde Washington castiga o sostiene<br />

tiranos siempre en beneficio propio.<br />

La tercera plaga enfrenta la dualidad<br />

entre la creciente multitud de los miserables,<br />

a la vez dignos de compasión y objeto<br />

de temor por su vehemencia reivindicativa,<br />

y la extensión cada vez más general<br />

del bienestar sin alma de una abundancia<br />

consumista que convierte a sus supuestos<br />

beneficiarios en meros compradores o<br />

usuarios desprovistos de sosiego espiritual.<br />

Según la primera y alarmante perspectiva,<br />

se va haciendo más ancho el abismo que<br />

se abre en el mundo finisecular entre los<br />

pobres y los ricos. A quienes no tienen casi<br />

nada les resulta más fácil perder eso poco<br />

que conseguir algo más, porque la riqueza<br />

ya no sólo es cuestión de dotes personales<br />

ni de falta de escrúpulos, sino<br />

también de poseer la información adecuada<br />

en el momento adecuado… para lo<br />

cual hay que estar enchufado en la red comunicacional<br />

pertinente. La multitud de<br />

los miserables pone su esperanza en llegar<br />

a acercarse a los lugares donde es posible<br />

medrar un poco y recibir cierta protección<br />

social, por lo que se desborda invasora<br />

hacia los países más pudientes. En<br />

cambio, la inquietud opuesta profetiza la<br />

metástasis de un irrefrenable supermercado<br />

planetario en el que cada cual obtendrá<br />

más y más productos pero disfrutará<br />

de menos y menos alma, sentimiento, solidaridad,<br />

compañía comprensiva… hasta<br />

que llegue a quedar definitivamente anestesiada,<br />

a fuerza de cosas poseídas, la capacidad<br />

humana de rebelarse contra la embrutecedora<br />

acumulación: ¡el agobio del<br />

ser por el tener o, mejor dicho, por el adquirir!<br />

Cuarto dilema atroz: por una parte,<br />

las pandemias contagiosas de diferentes<br />

plagas ligadas a un uso vicioso de la libertad<br />

individual, desde el sida y la droga<br />

hasta la adicción estupidizante a la pequeña<br />

pantalla, de la que recibimos órdenes y<br />

estímulos; por otra, la imposición obligatoria<br />

de cierto tipo de salud pública física<br />

o mental por un paternalismo despótico<br />

que se considera autorizado para establecer<br />

lo que ha de sentar bien a cada cual.<br />

La primera denuncia la perversión de lo<br />

humano por promiscuidad, pedofilia, la<br />

droga que todo lo corrompe o la televisión<br />

que todo lo hipnotiza. Nuestros<br />

cuerpos están amenazados por los manipuladores<br />

psíquicos a través de la vía libidinal,<br />

química o catódica, favorecidos por<br />

medios que rebasan todas las fronteras y<br />

son difícilmente controlables. La segunda<br />

insiste en que gubernamentalmente sólo<br />

se entiende la vida como mero funciona-<br />

6 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


miento genérico de acuerdo a patrones de<br />

ortodoxia productiva y no como experimento<br />

personal. Así se pretende establecer<br />

de antemano un catálogo universal de vicios<br />

que han de ser extirpados por todos<br />

los medios, incluidos la eugenesia y la restricción<br />

supuestamente bienintencionada<br />

de la libertad de cada cual, de modo que<br />

sólo lo certificado como “sano” tenga socialmente<br />

derecho a existir. En algunos<br />

casos, siendo quizá el más evidente la cruzada<br />

contra las drogas, las contraindicaciones<br />

del remedio se demuestran peores<br />

que cualquier supuesta enfermedad…<br />

Este catálogo de amenazas contrapuestas<br />

podría sin duda extenderse aún<br />

bastante, incluyendo lúgubres perspectivas<br />

ecológicas o demográficas, etcétera.<br />

Todos los casos mencionados (y otros semejantes<br />

que añadiésemos) comparten<br />

dos características: primera, la de no ser<br />

cada uno de ambos extremos tan incompatible<br />

con el otro, como pudiera creerse<br />

a primera vista. Quizá sean, en cierto modo,<br />

complementarios y uno de ellos nazca<br />

precisamente como reacción exagerada<br />

contra su inverso. En segundo lugar, lo<br />

que se contrapone en todos los ejemplos<br />

es, por un lado, la pretensión de establecer<br />

pautas comunes universales que garanticen<br />

cierta armonía entre las sociedades<br />

ultramasificadas y, por otro, la exasperación<br />

de lo diverso y particular, que<br />

reivindica la irreductible variedad de las<br />

formas de entender lo humano. Por un<br />

lado, los peligros de la excesiva variedad,<br />

que impide la armonía y alimenta los antagonismos;<br />

por otro, los de una hegemonía<br />

que impone el beneficio o los ideales<br />

de unos cuantos a costa de todos los demás.<br />

¿Pueden intentarse propuestas que<br />

favorezcan la reconciliación de intereses a<br />

tan gran escala? Supongo que en eso consiste<br />

la principal tarea política y aun ética<br />

que deberemos afrontar a comienzos del<br />

nuevo milenio.<br />

Permítanme una breve digresión sobre<br />

el fundamento de la concordia entre<br />

seres pensantes. En las disputas científicas<br />

o filosóficas, el entramado causal de la<br />

realidad física, lo que llamamos el “mundo<br />

exterior”, es, a fin de cuentas, el arbitraje<br />

decisivo entre las diversas teorías<br />

propuestas. Por muy posmoderna que sea<br />

nuestra perspectiva y por más flexibles o<br />

relativos que sean nuestros criterios de verificación,<br />

la última instancia sigue siendo<br />

la adecuación o no de lo que profesamos<br />

con la terca realidad. Sólo las descripciones<br />

que se parecen al mundo logran funcionar<br />

en él. Pero, en cambio, cuando se<br />

trata de valores éticos o políticos (y desde<br />

luego también hay valores políticos, más<br />

allá de la simple apetencia de conquistar<br />

el poder y conservarlo a toda costa) falta<br />

ese último tribunal de apelación: en el terreno<br />

moral no hay algo análogo a la causalidad<br />

física o al “mundo exterior”, aunque<br />

muchos moralistas postulan un arbitraje<br />

semejante acudiendo a Dios –del<br />

que sabemos poco– o a la naturaleza, cuyos<br />

propósitos normativos conocemos<br />

aun peor. Como bien ha señalado Bernard<br />

Williams, cuando la pregunta es<br />

“¿qué debo creer?” (por ejemplo, sobre la<br />

altura del Mont Blanc o acerca de si el estroncio<br />

es un metal), cabe una respuesta<br />

en tercera persona basada en la realidad<br />

física; pero en lo tocante a la razón práctica,<br />

es decir, a la pregunta “¿qué debo hacer?”,<br />

sólo puedo ofrecer razonamientos<br />

en primera persona que justifiquen mis<br />

motivos de actuar. Tales argumentaciones<br />

FERNANDO SAVATER<br />

también procuran apoyarse en lo real,<br />

aunque siempre de un modo mucho más<br />

aleatorio que en el caso de las ciencias;<br />

busco ganarme las adhesiones razonables<br />

de mis interlocutores, pero no puedo aspirar<br />

–salvo superstición, es decir, salvo<br />

imponer una estructura valorativa arbitraria<br />

universal– a un árbitro objetivo y no<br />

meramente intersubjetivo que zanje suficientemente<br />

la disparidad de criterios. En<br />

los valores no todo es meramente relativo,<br />

pero nada resulta inequívocamente absoluto:<br />

el mejor razonamiento en este campo<br />

nunca excluye sino que toma en cuenta,<br />

tras el debido debate, las razones del<br />

otro.<br />

Tras declarar este planteamiento, voy<br />

a atreverme a proponer ciertas orientaciones<br />

sobre la forma de afrontar en la práctica<br />

los temores convencionales que marcan<br />

el cambio de milenio. Creo que todas<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA 7


DE LAS CULTURAS A LA CIVILIZACIÓN<br />

las culturas, desde la más primitiva hasta<br />

la tecnológicamente más desarrollada, tienen<br />

dimensiones que las cierran sobre sí<br />

mismas hasta llegar a blindarlas frente a<br />

las otras (la acertada expresión es de Giacomo<br />

Marramao). La proclamación defensiva<br />

o agresiva de “identidades culturales”<br />

responde a este repliegue belicoso,<br />

siempre basado en el neurótico esquema<br />

entre lo “nuestro” y lo “ajeno”, lo “propio”<br />

y lo “impropio”, etcétera. Pero las<br />

culturas no tienen como única función<br />

identificar a los miembros de un grupo:<br />

también sirven para desarrollar idiosincrásicamente<br />

lo que no pertenece a ningún<br />

grupo en concreto, aquello que nos<br />

identifica con lo distinto y no sólo con lo<br />

próximo y lo igual; en una palabra, lo que<br />

nos abre a la pluralidad universal de lo<br />

humano. En cada cultura, la superstición,<br />

el capricho o el afán de rapiña alejan de<br />

los otros, pero la creación artística, el conocimiento<br />

científico o la compasión moral<br />

nos aproximan al resto de nuestros<br />

congéneres. Podemos llamar “culta” a la<br />

persona que conoce bien su propia tradición<br />

cultural y quizá los rasgos importantes<br />

de algunas más, pero sólo es “civilizado”<br />

quien desde su propia cultura o desde<br />

varias aspira a reconocer, fomentar y reconciliar<br />

lo que tienen en común todos<br />

los seres humanos. Las culturas y subculturas<br />

son –y deben ser, tal es su encanto–<br />

voluntariosamente distintas, pero la civilización<br />

humana ya no puede ser más que<br />

una en lo esencial, y tal vez en ello estriba<br />

lo más noble de la por tantas otras razones<br />

sospechosa mundialización. Posiblemente,<br />

el reto del próximo siglo (me resisto<br />

hablar del próximo milenio, porque<br />

1.000 años no me parecen medida adecuada<br />

para proyectos humanos… ¡sólo la<br />

inhumanidad de las nazis pretendió un<br />

Reich de 1.000 años!) consista en potenciar<br />

la civilización a partir de cada una de<br />

las culturas y no cada cultura en detrimento<br />

de la común civilización…<br />

Hay un vínculo estrecho entre civilización<br />

y ciudadanía, entendida como el<br />

derecho de cada persona a su autonomía,<br />

inviolabilidad y dignidad propia, sea cual<br />

fuere su origen étnico, su nacionalidad, su<br />

sexo, su comunidad cultural de pertenencia.<br />

No es que la civilización exalte a los<br />

individuos como independientes de sus<br />

grupos culturales, sino que entiende tales<br />

grupos a partir de los individuos que los<br />

forman y a éstos como nunca del todo reducibles<br />

a sus rasgos de identificación colectiva.<br />

Tal es precisamente el sentido de<br />

la Declaración de Derechos Humanos,<br />

cuya prueba de fuego estriba en recono-<br />

cérselos no a los compatriotas o a quienes<br />

nos son más próximos y parecidos, sino al<br />

que viene de fuera: al inmigrante, al exilado,<br />

al apátrida, al distinto y distante, a<br />

quien no tiene el respaldo de su afiliación<br />

a un país poderoso sino sólo su pertenencia<br />

inerme a la humanidad que los demás<br />

han de confirmarle. Sin duda, los derechos<br />

humanos implican una concepción<br />

de lo social profundamente subversiva de<br />

prejuicios atávicos y modos de pensar tradicionales.<br />

Sus críticos los consideran meramente<br />

una imposición imperialista del<br />

etnocentrismo occidental y reivindican el<br />

derecho frente a ellos a la autoafirmación<br />

de colectivismos tribales, olvidando que<br />

en su raíz revolucionaria (se impusieron<br />

por primera vez en América gracias a una<br />

sublevación y en Francia tras cortar la cabeza<br />

a un rey) esos principios universalistas<br />

también subvirtieron a los viejos regímenes<br />

europeos y siguen hoy subvirtiendo<br />

cuando se los reclama de veras el<br />

propio tribalismo consumista, acumulativo,<br />

depredador y excluyente del modelo<br />

occidental de sociedad.<br />

Un mundo de ciudadanos no es meramente<br />

un conjunto de átomos regidos<br />

por el principio seudodarwinista de la ley<br />

del más fuerte, sino un campo abierto en<br />

el que las determinaciones tradicionales<br />

influyen pero no constriñen hasta la asfixia.<br />

Un pensador actual (Z. Bauman) habla<br />

de una pluralidad de hábitats de significado<br />

personales que se solapan y coexisten<br />

dentro de cada una de las áreas<br />

culturales y cuya proliferación armónica<br />

podría ser precisamente la cifra de esa civilización<br />

a la que aspiramos. Por supuesto,<br />

desde la vieja democracia ateniense sabemos<br />

que no puede haber ciudadanía<br />

efectiva sin un mínimo económico garantizado:<br />

la miseria sin remedio ni esperanza<br />

convierte a las democracias en parodia<br />

y a los ciudadanos en esclavos o marionetas.<br />

Por muy personal e individual que sea<br />

la iniciativa que enriquece a los unos, la<br />

creación misma de abundancia es un proceso<br />

social del que nadie debe verse plenamente<br />

descartado por sus circunstancias<br />

personales o por las exigencias del<br />

mercado. De modo que la exigencia de<br />

una renta básica de ciudadanía, un ingreso<br />

mínimo común garantizado a todos como<br />

un derecho y no como forma de caridad,<br />

es uno de los objetivos irrenunciables<br />

de la civilización venidera. Permitiría,<br />

además, que cada cual regulase de acuerdo<br />

con sus preferencias su entrega a la<br />

productividad y al ocio, favoreciendo el<br />

reparto del trabajo, que en muchos países<br />

aparece como la única alternativa digna<br />

imaginable (frente a la aniquilación de las<br />

garantías sociales y la degradación de la<br />

mano de obra) ante el paro endémico de<br />

las sociedades altamente industrializadas.<br />

Una última indicación: hablar del futuro<br />

de las culturas y de la civilización<br />

implica, necesariamente, hablar de educación.<br />

Mientras millones de niños en todos<br />

los continentes carezcan de los elementos<br />

básicos del conocimiento laico y racional,<br />

mientras crezcan desatendidos por sus<br />

mayores, abandonados a su suerte o aun<br />

peor –utilizados como minisoldados, como<br />

mano de obra barata, como esclavos<br />

del placer de adultos sin escrúpulos–, la<br />

civilización seguirá siendo un sueño impotente<br />

o una vil coartada para que las<br />

multinacionales extiendan la red de sus<br />

negocios. Y ésa es la sombra más oscura<br />

que lanza sus tinieblas sobre el nuevo milenio,<br />

como entenebrece ya nuestro presente<br />

ahora mismo. n<br />

Fernando Savater es catedrático de Ética en la<br />

Universidad del País Vasco. Autor de La ética como<br />

amor propio, Ética para Amador, El jardín de las dudas<br />

y Las preguntas de la vida.<br />

8 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


Tengo la absoluta certeza de que, hoy<br />

día, ningún tipo de intervención territorial,<br />

ya sea en espacios rurales o<br />

en espacios urbanos, puede abordarse seriamente,<br />

en profundidad, sin tener en<br />

cuenta el fenómeno de la identidad o,<br />

mejor dicho, de la creación de identidad,<br />

de identidad territorial, en nuestro caso.<br />

Es en este sentido en el que utilizo la expresión<br />

“retorno al lugar”, para expresar,<br />

desde un punto de vista metafórico, la<br />

creciente importancia que tiene en el<br />

mundo contemporáneo el lugar y su<br />

identidad. Veamos por qué ello es así, por<br />

qué las sociedades contemporáneas redescubren,<br />

reivindican, reinventan los lugares,<br />

muchos de los cuales eran ya presentes<br />

en las sociedades tradicionales.<br />

Hay que reconocer, de entrada, que<br />

este fenómeno se ve favorecido por la dinámica<br />

general de la economía, de la sociedad<br />

y de la cultura. Los diversos procesos<br />

de mundialización hoy existentes han<br />

desencadenado una interesante e inesperada<br />

tensión dialéctica entre lo global y lo<br />

local, que está en la base de este retorno al<br />

lugar que estamos comentando.<br />

Aunque con un cierto desfase cronológico,<br />

lo cierto es que dicha tensión dialéctica<br />

ha coincidido bastante con la transición<br />

del fordismo al posfordismo. Me<br />

explicaré. En el marco del capitalismo<br />

contemporáneo, el sistema fordista, caracterizado<br />

por la producción y el consumo<br />

en masa, por la estandarización del producto,<br />

por una especial forma de reproducción<br />

de la fuerza de trabajo, por una<br />

fuerte inversión en capital fijo y por el papel<br />

protector del Estado, entra en crisis a<br />

principios de la década de 1970 por la excesiva<br />

rigidez del sistema y por su incapacidad<br />

para adaptarse a las nuevas demandas<br />

sociales y culturales. Asistimos entonces<br />

a una excepcional reestructuración del<br />

sistema capitalista a escala mundial y entramos<br />

en una nueva etapa, denominada<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

EL RETORNO AL LUGAR<br />

La creación de identidades territoriales<br />

JOAN NOGUÉ FONT<br />

posfordista, caracterizada por la acumulación<br />

flexible, el cambio tecnológico, la<br />

automatización, la búsqueda de nuevos<br />

productos y de nuevos mercados, la relocalización<br />

industrial, la movilidad geográfica,<br />

la fugacidad y carácter efímero de las<br />

modas y de los gustos, la flexibilidad laboral,<br />

la menor presencia del Estado, el<br />

desmantelamiento progresivo del Estado<br />

de bienestar y la acelerada internacionalización<br />

de los procesos económicos.<br />

A simple vista, parecería que lo que<br />

prima en el nuevo sistema es la desorganización.<br />

Nada más lejos de la realidad. El<br />

capitalismo no se desorganiza, sino todo<br />

lo contrario: se reorganiza a través de la<br />

movilidad y de la dispersión geográficas, a<br />

través de la flexibilidad de los mercados y<br />

de los procesos laborales, a través de la innovación<br />

tecnológica y a través de una<br />

nueva concepción del espacio y del tiempo.<br />

En efecto, como ha demostrado de<br />

una manera brillante el geógrafo David<br />

Harvey (1989), en la transición del fordismo<br />

al posfordismo el espacio y el tiempo<br />

se han comprimido, lo que ha provocado<br />

un impacto inicialmente desorientador<br />

en las prácticas políticas y económicas<br />

y en las relaciones sociales y culturales. La<br />

distancia es más relativa que nunca, lo<br />

que sitúa a los lugares, a priori, en una similar<br />

posición de salida. Cada vez más lugares<br />

pueden aspirar a convertirse en el<br />

destino de una planta industrial, de un<br />

centro comercial o, simplemente, de un<br />

turista. Más y más lugares se convierten,<br />

progresivamente, en potenciales candidatos<br />

a desarrollar muchas y variadas actividades.<br />

Lo realmente paradójico de todo este<br />

proceso que estamos comentando es que,<br />

aunque el espacio y el tiempo se hayan<br />

comprimido, las distancias se hayan relativizado<br />

y las barreras espaciales se hayan<br />

suavizado, el espacio –o más específicamente<br />

el territorio– no sólo no ha perdi-<br />

do importancia, sino que ha aumentado<br />

su influencia y su peso específico en los<br />

ámbitos económico, político, social y cultural.<br />

Esto es, bajo unas condiciones de<br />

máxima flexibilidad general, la competencia<br />

se convierte en extremadamente dura<br />

y, por tanto, el capital, en su acepción<br />

más amplia, ha de prestar más atención<br />

que nunca a las ventajas del lugar. Dicho<br />

en otras palabras: la disminución de las<br />

barreras espaciales fuerza al capital a aprovechar<br />

al máximo –para competir mejor–<br />

las más mínimas diferenciaciones espaciales.<br />

En este sentido, las pequeñas –o no<br />

tan pequeñas– diferencias que puedan<br />

presentar dos espacios, dos lugares, dos<br />

ciudades, en lo referente a recursos, a infraestructuras,<br />

a mercado laboral, a paisaje,<br />

a patrimonio cultural, etcétera, se convierten<br />

ahora en muy significativas. Precisamente<br />

cuando parecíamos abocados a<br />

todo lo contrario, estamos asistiendo a un<br />

excepcional proceso de revalorización de<br />

los lugares que, a su vez, genera una competencia<br />

entre ellos inédita hasta el momento.<br />

De ahí la necesidad de singularizarse,<br />

de exhibir y resaltar todos aquellos<br />

elementos significativos que diferencian<br />

un lugar respecto a los demás, de salir en<br />

el mapa, en definitiva. ¿Cuál es, si no, el<br />

sentido y el objetivo último de los planes<br />

estratégicos que se están elaborando actualmente<br />

en tantas y tan diversas ciudades?<br />

Con el abierto apoyo en la mayoría<br />

de los casos de los sectores empresariales,<br />

de movimientos sociales varios e incluso<br />

de los sindicatos, los Gobiernos regionales<br />

y locales compiten encarnizadamente a<br />

todos los niveles, incluso a nivel mundial,<br />

por atraer magnos acontecimientos deportivos<br />

(los Juegos Olímpicos, por ejemplo),<br />

inversiones, capitales y equipamientos<br />

tales como grandes centros culturales,<br />

sedes de entidades políticas supraestatales,<br />

institutos de investigación y universidades.<br />

9


LA CREACIÓN DE IDENTIDADES TERRITORIALES<br />

“Pensar globalmente y actuar localmente”<br />

se ha convertido en una consigna<br />

fundamental que ya no sólo satisface a los<br />

grupos ecologistas, sino también a las empresas<br />

multinacionales, a los planificadores<br />

de las ciudades y de las regiones… e<br />

incluso a los líderes nacionalistas. En<br />

efecto, “lo local y lo global se entrecruzan<br />

y forman una red en la que ambos elementos<br />

se transforman como resultado de<br />

sus mismas interconexiones. La globalización<br />

se expresa a través de la tensión entre<br />

las fuerzas de la comunidad global y las<br />

de la particularidad cultural, la fragmentación<br />

étnica y la homogeneización”<br />

(Guibernau, 1996, pág. 146). Más aún: el<br />

lugar actúa a modo de vínculo, de punto<br />

de contacto e interacción entre los fenómenos<br />

mundiales y la experiencia individual.<br />

En efecto, glocal (de glocal y local) se<br />

ha convertido en un neologismo de moda.<br />

Es sorprendente, pero lo cierto es que,<br />

en vez de disminuir el papel del territorio,<br />

la internacionalización y la integración<br />

mundial han aumentado su peso específico;<br />

no sólo no han eclipsado al territorio,<br />

sino que han aumentado su importancia.<br />

Estamos, pues, ante una revalorización<br />

económica del lugar, sin duda: pero<br />

no sólo económica. Éste reaparece también<br />

en sus dimensiones culturales, sociales<br />

y políticas. Ante la crisis del Estadonación<br />

y los intentos de homogeneización<br />

cultural, las lenguas y las culturas minoritarias<br />

reafirman su identidad y reinventan<br />

el territorio, puesto que es innegable que<br />

una cultura con base territorial resiste<br />

mucho mejor los embates de la cultura de<br />

masas mundializada.<br />

Por otra parte, muchos movimientos<br />

sociales de nuevo y viejo cuño se organizan<br />

–y en algunos casos se definen– territorialmente.<br />

Los grupos ecologistas, por<br />

ejemplo, no sólo se organizan localmente,<br />

sino que su propia filosofía es descentralizadora<br />

y territorializada, en el sentido de<br />

que actúan en primera instancia para resolver<br />

los problemas más inmediatos y<br />

más locales de degradación ambiental, sin<br />

dejar por ello de preocuparse obviamente<br />

por temas de ámbito mundial, como el<br />

cambio climático o la disminución de la<br />

biodiversidad. Otro ejemplo sería el de las<br />

denominadas tribus urbanas, complejo fenómeno<br />

social de gran trascendencia y<br />

enormemente territorializado. En efecto,<br />

de nuevo nos encontramos aquí ante una<br />

suerte de paradoja espacial. El lugar (lo<br />

propio, lo cercano) se ve invadido por lo<br />

externo, por lo universal, por la globalización,<br />

en definitiva, y, por tanto, se convierte<br />

en un espacio abstracto, neutro,<br />

homogéneo. Así pues, aparentemente, estos<br />

jóvenes habitantes urbanos son cada<br />

vez menos de un lugar concreto, puesto<br />

que éste, como la cultura, la política o la<br />

economía, se ha globalizado. Sin embargo,<br />

“lo que se intenta arrojar por la puerta,<br />

entra por la ventana. El debilitamiento<br />

de la identidad tradicional fundada en el<br />

espacio propio provoca una sensación de<br />

vacío psicológico que propicia un movimiento<br />

de reacción, de vuelta atrás: perdida<br />

la seguridad que ofrecían las antiguas<br />

fronteras, se buscan, entonces, nuevas barreras,<br />

nuevas divisiones…” (Pere-Oriol<br />

Costa, José Manuel Pérez Tornero y Fabio<br />

Tropea, 1996, págs. 29 y 30). En los<br />

movimientos neotribales urbanos típicos<br />

de las sociedades posindustriales se observa<br />

con sorpresa que, cuanto más cosmopolita<br />

es una ciudad, más deseos de enraizamiento<br />

localista se detectan. Se produce<br />

así una especie de apropiación y delimitación<br />

del territorio guiada por un fuerte<br />

sentimiento de pertenencia al mismo.<br />

Finalmente, en lo referente a la dimensión<br />

política, hay que reconocer que<br />

el territorio tiene un peso específico cada<br />

vez mayor en el ámbito político, no sólo<br />

porque la política absorbe problemáticas<br />

sociales de carácter territorial, como las<br />

ambientales, sino porque las propias organizaciones<br />

políticas, incluidos los partidos,<br />

no tienen más remedio que descentralizarse<br />

para acercarse más y mejor al<br />

ciudadano. Lo más interesante del caso es<br />

que algunas experiencias políticas supraestatales,<br />

fundadas y constituidas formalmente<br />

por Estados-nación, han desarrollado<br />

intensas políticas regionales e incluso<br />

locales. El ejemplo más ilustrativo es<br />

sin duda el de la Unión Europea, un<br />

complicado entramado de foros y de iniciativas<br />

políticas en el que los Estados-nación<br />

tienen sin duda primacía, pero de<br />

una forma cada vez más difusa y condicionada<br />

por las estrategias regionales y locales.<br />

El resultado de todo ello es “un<br />

complejo orden político en el cual la política<br />

europea se regionaliza, la política regional<br />

se europeíza y la política nacional<br />

se europeíza a la vez que se regionaliza”<br />

(Keating, 1996, pág. 68).<br />

Siguiendo aún en la dimensión política,<br />

hay que reconocer que la radiografía<br />

geopolítica de nuestros días está cambiando<br />

radicalmente y a marchas forzadas. Sus<br />

rasgos esenciales son la heterogeneidad, el<br />

contraste y la simultaneidad de escalas, así<br />

como la alternancia entre unos espacios<br />

perfectamente delimitados sobre el territorio<br />

y otros de carácter más difuso y de<br />

límites imprecisos. Han empezado a rea-<br />

parecer tierras incógnitas en nuestros mapas,<br />

que poco o nada tienen que ver con<br />

aquellas terrae incognitae de los mapas<br />

medievales o con aquellos espacios en<br />

blanco en el mapa de África que tanto<br />

despertaron la imaginación y el interés de<br />

las sociedades geográficas decimonónicas.<br />

Marlow, el principal protagonista de la<br />

novela El corazón de las tinieblas, escrita<br />

por Joseph Conrad entre 1898 y 1899, en<br />

pleno apogeo de la expansión colonial europea,<br />

afirma en un momento determinado<br />

de la obra:<br />

“Cuando era pequeño tenía pasión por los<br />

mapas. Me pasaba horas y horas mirando Suramérica,<br />

o África, o Australia, y me perdía en todo el<br />

esplendor de la exploración. En aquellos tiempos<br />

había muchos espacios en blanco en la tierra, y<br />

cuando veía uno que parecía particularmente tentador<br />

en el mapa (y cuál no lo parece) ponía mi dedo<br />

sobre él y decía: ‘Cuando sea mayor iré allí”<br />

(Conrad, 1986, pág. 24).<br />

Un siglo más tarde, han aparecido de<br />

nuevo espacios en blanco en nuestros mapas.<br />

La geopolítica posmoderna se caracteriza<br />

por una caótica coexistencia de espacios<br />

absolutamente controlados y de territorios<br />

planificados, al lado de nuevas<br />

tierras incógnitas que funcionan con una<br />

lógica interna propia, al margen del sistema<br />

al que teóricamente pertenecen: la<br />

guerrilla zapatista, los narcotraficantes colombianos,<br />

los señores de la guerra somalíes,<br />

las tribus urbanas, las mafias rusas o,<br />

por qué no, los grandes espacios metropolitanos<br />

que no tienen entidad administrativa<br />

propia se nos aparecen como nuevos<br />

agentes sociales creadores de nuevas regiones,<br />

con unos límites imprecisos y cambiantes,<br />

difíciles de percibir y aún más de<br />

cartografiar, pero enormemente atractivas<br />

desde un punto de vista intelectual.<br />

Así pues, sea cual sea el punto de vista<br />

escogido, lo cierto es que el lugar reaparece<br />

con fuerza y vigor. La gente afirma, cada<br />

vez con más insistencia y de forma más<br />

organizada, sus raíces históricas, culturales,<br />

religiosas, étnicas y territoriales. Se<br />

reafirma, en otras palabras, en sus identidades<br />

singulares. Como indica Manuel<br />

Castells (1997), los movimientos sociales<br />

que se oponen a la globalización capitalista<br />

son, fundamentalmente, movimientos<br />

basados en la identidad, que defienden<br />

sus lugares ante la nueva lógica de los espacios<br />

sin lugares, de los espacios de flujos<br />

propios de la era informacional en la<br />

que ya nos hallamos inmersos. Reclaman<br />

su memoria histórica, la pervivencia de<br />

sus valores y el derecho a preservar su<br />

propia concepción del espacio y del tiem-<br />

10 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


po. He ahí la gran paradoja: el resurgimiento<br />

de las identidades colectivas en un<br />

mundo globalizado, identidades que, por<br />

otra parte, no son fijas e inmutables, sino<br />

que se hallan sometidas a un continuado<br />

proceso de reformulación.<br />

Es por todo ello por lo que la perspectiva<br />

geográfica reviste un enorme interés<br />

a la hora de entender los diversos fenómenos<br />

sociales que se dan en un espacio<br />

determinado, porque éstos están<br />

estructurados por el contexto, el medio y<br />

el lugar. Es en el lugar donde se materializan<br />

las grandes categorías sociales (sexo,<br />

clase, edad), donde tienen lugar las interacciones<br />

sociales que provocarán una respuesta<br />

u otra a un determinado fenómeno<br />

social.<br />

Lo que intento mostrar con todo lo<br />

dicho anteriormente es que nos encontramos<br />

ante una excepcional revalorización<br />

de los lugares en un contexto de máxima<br />

globalización y que este proceso favorece<br />

claramente la expansión de determinadas<br />

actitudes e ideologías. La sensación de indefensión,<br />

de impotencia, de inseguridad<br />

ante este nuevo contexto de globalización<br />

e internacionalización de los fenómenos<br />

sociales, culturales, políticos y económicos,<br />

provoca un retorno a los microterritorios,<br />

a las microsociedades, al lugar en<br />

definitiva. La necesidad de sentirse identificado<br />

con un espacio determinado es<br />

ahora, de nuevo, sentida vivamente, sin<br />

que ello signifique volver inevitablemente<br />

a formas premodernas de identidad territorial.<br />

Sobre el diagnóstico realizado hay relativamente<br />

poca controversia. Donde sí<br />

hay disparidad de opiniones es en su valoración.<br />

Por un lado, nos encontramos con<br />

los que valoran dicho proceso de una forma<br />

más bien negativa, pesimista, en términos<br />

de autodefensa, de repliegue por<br />

impotencia ante un mundo inseguro e incierto.<br />

David Harvey se muestra preocupado<br />

en este sentido porque, según él, “la<br />

disminución de las barreras espaciales crea<br />

un sentimiento de inseguridad y de amenaza<br />

que, combinado con la intensificación<br />

de la competitividad entre países, regiones<br />

y ciudades, produce un repliegue<br />

en la geopolítica local, el proteccionismo,<br />

la xenofobia y el espacio defendible” (1988,<br />

pág. 25). Desde esta perspectiva, el retorno<br />

a lo local conllevaría, en última instancia<br />

y en sus posiciones más extremas, el<br />

cultivo de actitudes retrógradas, conservadoras<br />

e incluso antiurbanas y antimetropolitanas.<br />

He ahí la cultura de la desesperanza<br />

que, ante un futuro incierto, invoca<br />

un pasado mítico, idealizado y, en defini-<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

tiva, tergiversado. En un vano intento por<br />

recuperar una territorialidad existencial<br />

hoy perdida, esta especie de localismo<br />

neorromántico reivindicaría costumbres,<br />

hábitos e incluso escalas, diseños urbanos<br />

y formas arquitectónicas propias de un<br />

pasado, olvidando –siempre según sus críticos–<br />

que las pequeñas comunidades locales<br />

han sido siempre los espacios por excelencia<br />

de la jerarquía, de la sumisión del<br />

individuo al grupo y del grupo a la tradición,<br />

del control social y del conformismo<br />

asfixiante. De ahí que, de una forma<br />

tajante, algunos autores nos pongan en<br />

guardia ante el peligro de volver a espacios<br />

microsociales, después de tantos esfuerzos<br />

realizados en los últimos siglos<br />

por intentar escapar precisamente a las lógicas<br />

tribales y corporativas: “Hay mucha<br />

nostalgia restauradora en tantas reivindicaciones<br />

locales… (afirma Sernini) una<br />

nostalgia análoga a las tentativas de encerrarse<br />

entre murallas medievales en un<br />

mundo que cambia en dirección opuesta”<br />

(1989, pág. 38).<br />

Como era de esperar, existen, por<br />

otro lado, valoraciones totalmente opuestas<br />

a las anteriores, de carácter positivo y<br />

optimista (Frampton, 1985; Cooke,<br />

1990). Éstas interpretan el fenómeno en<br />

términos progresistas y de resistencia cultural.<br />

El retorno a lo local sería un excelente<br />

antídoto contra la imposición de valores<br />

supuestamente universales, dictados<br />

por los grandes poderes económicos y<br />

transmitidos por los mass media. Es en los<br />

lugares concretos, en los microespacios<br />

(pueblos, barrios, ciudades pequeñas y<br />

medianas) donde, gracias a su peculiar<br />

química social, se crea y recrea la diversidad,<br />

y no en los grandes espacios abstractos,<br />

incluyendo también en esta categoría<br />

a las grandes metrópolis contemporáneas.<br />

En las megalópolis, la ciudad tradicional<br />

ha dejado de existir: ha explotado en mil<br />

fragmentos, se ha balcanizado y descontextualizado,<br />

ha perdido sus contornos y<br />

su cohesión y su estructura ya no es comprensible;<br />

en definitiva, ha dejado de ser<br />

humana, ha perdido su identidad. Contra<br />

todo ello se alzaría el redescubrimiento<br />

del lugar y de la dimensión local. Las comunidades<br />

locales serían la base fundamental<br />

de la nueva movilización social, al<br />

canalizar las reivindicaciones por conseguir<br />

una mayor descentralización del poder<br />

y de la toma de decisiones.<br />

Dejo en manos del lector la controversia<br />

y me limito a señalar que, como<br />

ocurre a menudo, es probable que las dos<br />

interpretaciones tengan algo de razón,<br />

por lo que cabría pensar en la posibilidad<br />

JOAN NOGUÉ FONT<br />

de una tercera vía que profundizara en<br />

aquellos elementos no incompatibles de<br />

las mismas. Sea como fuere, lo cierto es<br />

que estamos asistiendo a una revalorización<br />

del papel del lugar y a un renovado<br />

interés por una nueva forma de entender<br />

el territorio que sea capaz de conectar lo<br />

particular con lo general. n<br />

BIBLIOGRAFÍA<br />

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and Locality. Unwin Hyman, Londres,<br />

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Editorial, Madrid, 1986. La obra se publicó por<br />

primera vez entre 1898 y 1899.<br />

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y TROPEA, Fabio: Tribus urbanas. El ansia de identidad<br />

juvenil: entre el culto a la imagen y la autoafirmación<br />

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1996.<br />

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1989.<br />

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nacionalismo de Cataluña, Quebec y Escocia. Ariel,<br />

Barcelona, 1996.<br />

SERNINI, M.: ‘La città smorta e il tenente Colombo’,<br />

Archivio de Studi Urbani e Regionali, 35, págs.<br />

3-44, 1989.<br />

[Este texto se inspira en un capítulo del libro del<br />

mismo autor Nacionalismo y territorio, Milenio,<br />

Lérida, 1998].<br />

Joan Nogué Font es catedrático de Geografía<br />

Humana en la Universidad de Girona.<br />

11


LA ESFERA PÚBLICA<br />

DEL ANTIGUO RÉGIMEN<br />

2. El estado y la Ilustración*<br />

lo largo de los tres siglos del antiguo<br />

régimen español encontramos profundas<br />

continuidades en el carácter<br />

de su estado y su esfera pública, pero también<br />

discontinuidades significativas. El<br />

cambio de siglo en torno a 1700 trajo consigo<br />

un cambio de dinastía y una drástica<br />

redefinición del estado. Mientras los elementos<br />

esenciales del estado teleocrático<br />

permanecían incuestionados1 , se produjo<br />

entonces un nuevo robustecimiento de la<br />

autoridad real y una secularización parcial<br />

del estado y de la sociedad, y se intentó definir<br />

los objetivos estatales de manera más<br />

realista, aunque no menos exigente. Los<br />

Borbones llegaron a España con una<br />

mentalidad de gobernantes absolutos muy<br />

poco interesados en mantener una tradición<br />

constitucional. La suya era una<br />

tradición monárquica para la cual los pays<br />

d’ordres dotados de un marco constitucional<br />

propio, los estados generales y los parlamentos<br />

judiciales eran otros tantos obstáculos<br />

institucionales opuestos a su proyecto<br />

de monarquía absoluta (Venturi, 1971), el<br />

cual comprendía un aumento de su autoridad<br />

discrecional, la centralización administrativa<br />

y una mayor uniformidad territorial,<br />

y venían dispuestos a eliminar esos obstáculos.<br />

Era también una monarquía definida<br />

por un proyecto de regalismo ambicioso y<br />

sistemático, que utilizaba a la iglesia como<br />

instrumento de su voluntad política.<br />

El triunfo de esa tradición francesa sobre<br />

la tradición española de los Austrias2 A<br />

,<br />

de Richelieu sobre Olivares (y sobre el<br />

partido español o devoto en la política<br />

* La primera parte de este artículo fue publicada<br />

en el número 91 de CLAVES DE LA RAZÓN<br />

PRÁCTICA con el subtítulo El siglo de oro.<br />

1 Sobre este concepto de ‘estado teleocrático’<br />

véase la primera parte de este ensayo, publicado en<br />

CLAVES DE LA RAZÓN PRÁCTICA.<br />

2 En realidad, la monarquía española estaba más<br />

en la tradición de las monarquías europeas, como observó<br />

Leibniz (Frèmont, 1996).<br />

VÍCTOR PÉREZ-DÍAZ<br />

francesa) (Wollenberg, 1985) y de Luis<br />

XIV sobre Carlos II culminó con la subida<br />

de un Borbón al trono de España. La<br />

prueba suprema, por así decirlo, de la política<br />

de una dinastía, la de su supervivencia<br />

o su reemplazo por otra, pareció confirmar<br />

lo bien fundado de la visión política<br />

de Francia. En esas circunstancias, los<br />

Borbones españoles creyeron que la enseñanza<br />

que había que extraer de la decadencia<br />

del poderío español era la del fracaso<br />

de la tradición política de los Habsburgo,<br />

no por haber debilitado gradualmente<br />

la tradición constitucional anterior, sino<br />

por no haber llegado a destruirla del todo;<br />

por no haber sido lo bastante absoluta y<br />

no haber reforzado lo suficiente la presencia<br />

de un estado centralizado.<br />

Los Borbones procedieron en pos de<br />

ese objetivo con aplicación continua y sistemática<br />

3 . Aprovecharon la Guerra de Sucesión<br />

(1700-1714) para liquidar el régimen<br />

constitucional de los reinos de Aragón. No<br />

convocaron a las Cortes durante todo un<br />

siglo, salvo en unas cuantas ocasiones ceremoniales<br />

(aunque la memoria de las Cortes<br />

pervivió en la imaginación colectiva: [Castellano,<br />

1990]). Se beneficiaron de la falta<br />

de parlamentos judiciales, o de un cuerpo<br />

profesional de legistas, que hubieran podido,<br />

como en Francia, impugnar su autoridad<br />

o apoyar la tradición constitucional.<br />

Invirtieron el proceso de transferencia de<br />

poderes a las autoridades locales y reforzaron<br />

la presencia de intendentes reales en las<br />

provincias, aunque el alcance efectivo de<br />

esas medidas fue limitado (Lynch, 1989).<br />

En un plano más general, conservaron la<br />

sociedad estamental y dejaron intacta la estructura<br />

básica de los municipios.<br />

3 Más que a la determinación de los reyes, cuyos<br />

desarreglos mentales y emocionales, al menos los del<br />

primer medio siglo, son bien conocidos, se debió esto<br />

a los sucesivos ministros que les sirvieron durante largo<br />

tiempo.<br />

Complemento de su política de control<br />

sociopolítico fue su política eclesiástica.<br />

Sin la presencia engorrosa de una oposición<br />

jansenista apreciable (Sánchez-Blanco,<br />

1991: 306 y sigs.) ni enclaves<br />

protestantes como había en Francia, los<br />

Borbones españoles llevaron mucho más<br />

adelante el sometimiento de la iglesia nacional<br />

al estado cuando en 1767 expulsaron<br />

a los jesuitas (siempre sospechosos de<br />

encontrar buenas razones o excusas para<br />

no someterse del todo a la autoridad secular),<br />

con la mira puesta en convertir a la<br />

mayor parte del clero en una especie de<br />

funcionariado. Mantuvieron la Inquisición,<br />

con entusiasmo menguante, como<br />

instrumento de control o intimidación, según<br />

se había de evidenciar particularmente<br />

al final del siglo, en los intentos de combatir<br />

la propaganda de la Revolución Francesa<br />

(Caro Baroja, 1968; Sarrailh, 1957). En<br />

cuanto al sistema de universidades públicas,<br />

y dado que el objetivo prioritario no<br />

era crear nuevas instituciones culturales sino<br />

controlar las ya existentes, hubo algunos<br />

intentos de reforma por obra de funcionarios<br />

como Pedro Rodríguez de Campomanes,<br />

Pablo de Olavide y otros, pero la<br />

acción efectiva de los reyes en ese terreno<br />

fue escasa.<br />

A imitación de la monarquía administrativa<br />

de sus parientes franceses, los<br />

Borbones españoles quisieron impulsar el<br />

crecimiento económico para ensanchar<br />

así su base fiscal y poder costear los gastos<br />

de un ejército y una flota al servicio de su<br />

política imperial. Pero sus intervenciones<br />

fueron irregulares y poco eficaces, aunque<br />

algunos de sus últimos planes de reforma<br />

les muestran receptivos a las ideas de libertad<br />

económica limitada que iban a espolear<br />

la imaginación de generaciones futuras.<br />

Se vieron favorecidos, no obstante,<br />

por la evolución espontánea de la economía<br />

y los incrementos de la población y<br />

de la producción agrícolas registrados des-<br />

12 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


de las últimas décadas del siglo XVII, sobre<br />

todo a partir de 1740 (Lynch, 1989).<br />

En general, el estado propendió a conservar<br />

el statu quo social y la posición de las<br />

capas privilegiadas, a la vez que hacía crecer<br />

los ingresos públicos.<br />

Haciendo de la necesidad virtud, con<br />

la firma del Tratado de Utrecht los Borbones<br />

renunciaron a una parte de los antiguos<br />

dominios españoles en Europa 4 . Eso no<br />

significaba abandonar el proyecto imperial,<br />

sino simplemente reducir gastos y redefinir<br />

las posesiones de América y las Filipinas como<br />

colonias que había que explotar de forma<br />

más metódica (Pagden, 1995), aunque<br />

en los documentos se mantuviera el discurso<br />

tradicional sobre las Indias como una<br />

parte más de la monarquía, en igualdad<br />

con las restantes. Pero esa aparente racionalización<br />

de la política imperial iba a surtir<br />

efectos inesperados y contraproducentes. El<br />

intento de conservar una colonia que la<br />

metrópoli pudiera explotar en régimen de<br />

monopolio (o, en otros términos, de excluir<br />

del comercio entre España y las Indias a<br />

terceros países) condujo a guerras con In-<br />

4 Con ello se demostró el error de juicio del último<br />

de los Austrias al elegir como sucesor un Borbón<br />

precisamente porque imaginaba que de esa forma garantizaba<br />

la integridad territorial de la monarquía hispánica,<br />

evitando así su reparto. Aunque los Borbones<br />

recuperaron algunas de las antiguas posesiones españolas<br />

en Italia, lo hicieron en rigor para su familia, pero<br />

no para el reino de España.<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

glaterra que fueron la causa principal de la<br />

crisis fiscal de la que el estado fue incapaz<br />

de recuperarse (Lynch, 1989: 325 y sigs.).<br />

No sólo eso, sino que el empeño de racionalizar<br />

la explotación de las colonias significaba<br />

incrementar su carga tributaria, a la<br />

vez que para los cargos públicos se excluía,<br />

o cuando menos se marginaba, a la población<br />

criolla en favor de la española. Con<br />

ello se perdió el apoyo de unas élites locales,<br />

por otra parte ansiosas de aprovechar no<br />

sólo oportunidades de comercio y de cargos<br />

públicos, sino también de explotación de<br />

las masas indígenas a las que las leyes de la<br />

corona proporcionaban alguna protección.<br />

De este modo se preparó el camino para los<br />

movimientos independentistas de un par<br />

de generaciones después (Lynch, 1989: 339<br />

y sigs.).<br />

La respuesta de los ilustrados<br />

En la esfera pública española de la primera<br />

mitad del siglo XVIII hubo una serie de figuras<br />

interesantes, la más importante de las<br />

cuales es probablemente Benito Feijóo,<br />

continuador de la tradición de los arbitristas<br />

5 . Eran gentes que se reunían en tertulias<br />

donde se discutían los temas generales, y<br />

que se dirigían a un público extenso mediante<br />

la difusión de sus escritos. El notable<br />

5 Y de esas figuras menores de las letras del siglo<br />

XVII que fueron los llamados “novadores” o amantes<br />

de novedades (Sánchez-Blanco, 1991: 28 y sigs.).<br />

éxito de las cartas de Feijóo en las décadas<br />

de 1720 y 1730 representó un hito en la<br />

formación del espacio público (Domínguez<br />

Ortiz, 1990), pero en la segunda mitad del<br />

siglo el proceso de formación de un público<br />

atento se aceleró. Coincidió con una expansión<br />

moderada de la impresión de libros<br />

y periódicos, un fenómeno que también<br />

se observa en países como Francia,<br />

Alemania, Inglaterra y las colonias americanas<br />

de ésta (Darnton, 1992; Schulte, 1968;<br />

Wittmann, 1997; Sánchez Aranda y Barrera,<br />

1992). La aparición semiespontánea de<br />

las Sociedades de Amigos del País, academias<br />

locales consagradas al debate y al fomento<br />

de la instrucción, se produjo por las<br />

mismas fechas, en parte a imitación de lo<br />

que se hacía en Francia. Nacidas en las provincias<br />

vascongadas y más tarde apoyadas<br />

por las autoridades públicas (Carande,<br />

1969; Sarrailh, 1957; Anes, 1969), las Sociedades<br />

de Amigos del País aglutinaban a<br />

la nobleza local, hombres de leyes, clérigos<br />

y algunos comerciantes, pero en general tuvieron<br />

una existencia efímera, posiblemente<br />

debido a su sumisión a las autoridades y al<br />

cambio de actitud que éstas les mostraron a<br />

raíz de la Revolución Francesa. Durante un<br />

periodo de 20 o 30 años, la difusión de periódicos<br />

y libros impresos, el aumento del<br />

número de lectores, las tertulias y la tolerancia<br />

de las autoridades sentaron las bases<br />

de una corriente moderada de opinión ilustrada<br />

sobre los asuntos públicos.<br />

Se trataba de una nueva generación de<br />

profesionales y funcionarios interesados en<br />

aprender del repertorio cultural de su época,<br />

y principalmente de las experiencias de<br />

Francia e Inglaterra (por influencia directa<br />

de los escritos de Adam Smith o David<br />

Hume o, indirectamente, de la experiencia<br />

inglesa vista por escritores franceses). En<br />

realidad, eran respetuosos hacia la autoridad<br />

del rey, cautos frente a la iglesia y conservadores<br />

en cuanto a la sociedad estamental.<br />

Pero también tendían a coincidir<br />

13


LA ESFERA PÚBLICA DEL ANTIGUO RÉGIMEN<br />

en la conveniencia de establecer un sistema<br />

de incentivos para la iniciativa privada en<br />

la esfera económica, extendiendo los derechos<br />

de propiedad individual y las reglas<br />

del mercado, y en la esfera cultural mediante<br />

la difusión de una educación humanista<br />

y técnica (Sarrailh, 1957; Maravall,<br />

1991). En cierto modo estuvieron próximos<br />

a adoptar el juicio crítico de algunos<br />

de sus contemporáneos europeos sobre los<br />

resultados desastrosos de la gran estrategia<br />

de los monarcas del pasado, en tanto en<br />

cuanto ésta había hecho muy arduas, por<br />

no decir imposibles, la formación de una<br />

“sociedad educada y comercial” (a polite<br />

and commercial society [Langford, 1989]),<br />

la creación de la confianza mercantil y el<br />

desarrollo de una vita civile (Pagden,<br />

1990). En alguna medida estaban recuperando<br />

parte del programa erasmista en favor<br />

de una ética de cultivo del individuo<br />

que fomentara la confianza en sus recursos<br />

propios, su buen juicio, su sociabilidad y<br />

su laboriosidad. Pero así como los erasmistas<br />

habían sido hombres audaces que hablaban<br />

a una sociedad de gentes que tenían<br />

una afinidad electiva con su mensaje, los<br />

ilustrados eran más apocados y se enfrentaban<br />

a una sociedad de hombres (y mujeres<br />

[Perry, 1990]) domesticados, si vale decirlo<br />

así, por el estado y la iglesia durante dos siglos<br />

y medio de controles constitucionales<br />

débiles, rigideces socioeconómicas, adoctrinamiento<br />

masivo y vigilancia estrecha<br />

del espacio público.<br />

Sea como fuere, estos hombres de letras<br />

veían ante sí unos recursos que sus<br />

predecesores inmediatos no habían tenido,<br />

o habían tenido en grado mucho menor:<br />

un público lector más amplio (gracias a la<br />

recuperación parcial de los índices de alfabetización<br />

en el siglo XVIII [Egido,<br />

1995]) y una red más tupida de relaciones<br />

y organizaciones diseminadas por todo el<br />

país. Ambas circunstancias dibujaron los<br />

primeros contornos vagos de una comunidad<br />

política española que parecía integrar<br />

(al menos en sus élites) a las sociedades locales<br />

del centro y de la periferia (aragoneses,<br />

asturianos, catalanes o guipuzcoanos,<br />

por ejemplo) en torno a una lengua común,<br />

el español, y un discurso político<br />

común, el de súbditos que iban haciéndose<br />

miembros, posiblemente ciudadanos,<br />

de un cuerpo político común. También,<br />

durante un tiempo, se consideraron dichosos<br />

de tener acceso relativamente fácil<br />

y continuo a altos funcionarios (como<br />

Campomanes [Llombart, 1992]) que parecían<br />

compartir algunas de sus ideas. De<br />

hecho, esos ministros preferían mezclar<br />

una pequeña dosis de libertad económica<br />

con una dosis fuerte de activismo gubernamental.<br />

Los ilustrados lo entendieron<br />

como una oportunidad de traducir sus<br />

ideas en reformas efectivas, por ejemplo<br />

en lo tocante al libre comercio de cereales<br />

en el interior y la amortización de algunas<br />

tierras de propiedad eclesiástica, o en proyectos<br />

de reforma de la administración local,<br />

la educación popular o las universidades<br />

(que todavía en la década de 1780 se<br />

resistían tenazmente a enseñar la física de<br />

Newton [Sánchez-Blanco, 1991: 97]).<br />

Las posibilidades reales de los ilustrados<br />

eran bastante modestas, debido no<br />

sólo a las preferencias de los ministros, sino<br />

también a las condiciones generales de<br />

la vida española. Es verdad que ya en el<br />

último tercio del siglo XVII se apuntaron<br />

signos alentadores de recuperación económica<br />

y demográfica, relajación de los rigores<br />

de la Inquisición, una red de tertulias<br />

y una pequeña minoría de novadores<br />

(Kamen, 1984; Domínguez Ortiz, 1973).<br />

Pero, medida por los patrones de la experiencia<br />

británica, España siguió estando<br />

social y políticamente atrasada durante<br />

todo el siglo XVIII.<br />

Los primeros ministros británicos eran<br />

responsables ante el parlamento y la opinión<br />

pública, pues tenían que gobernar<br />

mediante una mezcla de patronazgo oficial<br />

y lealtad partidista, y en relación incómoda<br />

con la prensa popular. Servían a unos reyes<br />

cuyo control de la política exterior era limitado,<br />

como reducido era su patronazgo y<br />

mínima su independencia del poder legislativo<br />

(Langford, 1989: 23, 686). No podían<br />

controlar los tribunales de derecho común<br />

ni la administración local. Tenían que complacer<br />

a una sociedad efervescente y tumultuosa,<br />

y, de grado o a su pesar, permitieron<br />

el desarrollo de una tradición de prudente<br />

tolerancia ante la protesta popular. Presenciaron<br />

un auge de la agricultura comercial,<br />

en parte basado en las sucesivas Enclosure<br />

Acts, o leyes de cerramiento, que entre<br />

1750 y 1810 concentraron alrededor de un<br />

20% de las tierras de Inglaterra y Gales.<br />

Fue un siglo intensamente ajetreado en<br />

campañas de información y propaganda,<br />

instancias y cabildeos (Langford, 1989:<br />

721, 435), con una explosión de asociaciones<br />

de todas clases, incluidas asociaciones<br />

religiosas externas o marginales a la iglesia<br />

establecida (y a menudo dirigidas por predicadores<br />

laicos). En contraste, el más ilustrado<br />

de los monarcas españoles, Carlos III<br />

(que nunca superó sus miedos a cualquier<br />

forma de protesta popular tras la experiencia<br />

de los tumultos de 1766), fue extremadamente<br />

celoso de sus prerrogativas absolutas.<br />

Durante casi todo el siglo no hubo en<br />

España actividad parlamentaria, y cuando<br />

modestamente la hubo en 1789 se pidió a<br />

los procuradores que no divulgasen los resultados,<br />

que no se publicarían hasta 1830<br />

(Castellano, 1990: 228). La amortización<br />

de una parte limitada de las tierras eclesiásticas<br />

no fue viable hasta el final del periodo.<br />

La Inquisición siguió existiendo, con reactivaciones<br />

modestas en la década de 1720 y<br />

al final del siglo, y se empleó en pocas pero<br />

significativas ocasiones (por ejemplo, contra<br />

el ilustrado Olavide). La prensa estaba<br />

censurada y sometida a continuas injerencias<br />

del gobierno (sólo levemente atenuadas<br />

entre 1762 y 1788 [Schulte, 1968: págs. 99<br />

y sigs.]), que imposibilitaron el nacimiento<br />

de un periodismo crítico (Sánchez-Blanco,<br />

1991: 165). A pesar de la mejora de la alfabetización<br />

(Egido, 1995), había pocas librerías:<br />

una sola en Madrid hasta 1720 (Domínguez<br />

Ortiz, 1990: 104; Sarrailh, 1957:<br />

55 y sigs. y 303 y sigs.). El miedo a la censura,<br />

o incluso a la Inquisición, era endémico,<br />

y pesó tanto sobre Feijóo en la primera<br />

mitad del siglo (Maravall, 1991: 343) como<br />

sobre Jovellanos en la segunda (Sarrailh,<br />

1957: 306). Fue el mismo miedo<br />

que hizo que un geógrafo notable como<br />

Jorge Juan no se atreviera a expresar su opinión<br />

favorable a las teorías copernicanas<br />

hasta 1774 (Sarrailh, 1957: 497), y que escritores<br />

como Leandro Fernández de Moratín,<br />

José Cadalso y Juan Pablo Forner renunciaran<br />

a ver publicadas en vida algunas<br />

de sus obras (Domínguez Ortiz, 1990:<br />

481). No es extraño que Voltaire escribiera<br />

en 1767 a su amigo el español marqués de<br />

Miranda: “Ustedes no se atreven a decir al<br />

oído de un cortesano lo que un inglés diría<br />

públicamente desde la tribuna del parlamento”<br />

(Sarrailh, 1957: 315).<br />

El hecho es que siguió habiendo un<br />

abismo entre los sueños un tanto confusos<br />

de los ilustrados de igualarse con Europa y<br />

las duras realidades de la vida española, un<br />

abismo del que los propios ilustrados sólo<br />

a medias eran conscientes. Dos cuestiones<br />

muestran los límites de su entendimiento<br />

de la situación, y la naturaleza ambigua de<br />

su posición en la sociedad y de su relación<br />

con los niveles de arriba y de abajo, con la<br />

monarquía borbónica y con los estratos<br />

sociales inferiores, particularmente la población<br />

campesina.<br />

Los ilustrados pensaban que la llave<br />

del cambio estaba en el vértice de la pirámide<br />

social, no en su base. Era una premisa<br />

lógica para quienes formaban parte de<br />

una larga tradición cultural basada en los<br />

principios del estado (teleocrático) y educada<br />

en la sumisión indubitada a la monarquía<br />

(en cierto modo, lo contrario de<br />

14 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


sus homólogos ingleses de la misma época,<br />

que se habían educado en el diálogo crítico<br />

y el enfrentamiento esporádico entre la<br />

corte y la nación, Court and Country<br />

[Klein, 1994]). Toda transformación parecía<br />

requerir voluntad política en la cima: la<br />

economía dependería de ella, y la cultura<br />

debía ser dirigida desde el gobierno central<br />

(visión que compartía incluso Jovellanos<br />

[Sarrailh, 1957, 87 y sigs.]). La sensación<br />

de que era inimaginable que una coalición<br />

política poseyera la voluntad necesaria para<br />

efectuar reformas sin el asentimiento del<br />

monarca fomentó en muchos ilustrados la<br />

tendencia a atribuir dos virtudes a la monarquía<br />

borbónica y sus gobiernos, a saber,<br />

una enorme capacidad para transformar el<br />

país y la inspiración de un espíritu benéfico,<br />

construyendo así la figura imaginaria<br />

del “déspota ilustrado”. No veían que la capacidad<br />

del rey y sus ministros era en realidad<br />

limitada, y modesto su poder de transformación.<br />

Tampoco entendían la lógica<br />

absolutista de la tradición borbónica, conforme<br />

a la cual era lo lógico que en todo<br />

momento la voluntad del monarca y de<br />

sus funcionarios se orientase principalmente<br />

a la conservación y extensión de la autoridad<br />

regia. Ello les inclinaría a adoptar<br />

una estrategia de mantenimiento escrupuloso<br />

de los componentes esenciales del statu<br />

quo, y, en particular, a cultivar la relación<br />

con los grupos privilegiados de la iglesia<br />

y la nobleza. La corona se mostró<br />

siempre atenta a defender las tierras de la<br />

nobleza, sus jurisdicciones señoriales, sus<br />

exenciones fiscales y sus monopolios o cuasimonopolios<br />

de cargos públicos, así como<br />

siempre puso cuidado en afirmar la fe católica,<br />

mantener el lugar de honor de la<br />

iglesia y sostener a la Inquisición, utilizándola<br />

para sus propios fines.<br />

Por otra parte, los ilustrados no pasaron<br />

de vislumbrar la naturaleza de la sociedad<br />

que les rodeaba, y en particular la de<br />

los municipios, sus dispositivos institucionales,<br />

su estructura de poder local y su cultura<br />

tradicional; de ahí que no pudieran<br />

anclar sus apelaciones a una moral social<br />

(Sánchez-Blanco, 1991: 323; Maravall,<br />

1991: 259) en una visión realista de la sociedad<br />

contemporánea. Es curioso que la<br />

casi totalidad de los ilustrados, a pesar de su<br />

agudo interés por la reforma agraria, no<br />

percibieran el movimiento general de aumento<br />

de la producción agraria de la segunda<br />

mitad del siglo, ni entendieran la razón<br />

de ser de las prácticas agronómicas tradicionales<br />

de la España interior que se<br />

obstinaban en alterar (Anes, 1995: 138,<br />

258). En el fondo, no calibraban la distancia<br />

que separaba el mundo urbano al que<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

pertenecían de la sociedad rural a la que supuestamente<br />

debían educar y transformar.<br />

Los pueblos castellanos habían sufrido un<br />

proceso de decadencia económica, social y<br />

cultural, fruto de la presión fiscal, las dislocaciones<br />

de la vida económica y el sometimiento<br />

al servicio militar forzoso (Domínguez<br />

Ortiz, 1985: 30 y sigs.). Los niveles de<br />

prosperidad económica e intercambios comerciales<br />

a distancia, de alfabetización y de<br />

frecuencia de acceso a los tribunales reales<br />

descendieron o permanecieron bajos durante<br />

muy largo tiempo. Resultado de todo<br />

ello era una mentalidad que los ilustrados<br />

encontraban ajena, incomprensible por su<br />

inercia y su ignorancia (al menos en la gran<br />

mayoría de la población rural [Sarrailh,<br />

1957: 20-83]; véanse también los diarios<br />

de Jovellanos: 1982 [1790-1810]). Tampoco<br />

comprendieron la ambivalencia de las<br />

estructuras intermedias que subsistían entre<br />

los dos mundos. Los campesinos podían<br />

codiciar las tierras locales (eclesiásticas, nobiliarias<br />

o comunales), y eso podía embarcarles<br />

en un rumbo de colisión con clérigos<br />

y señores; pero seguían estando apegados a<br />

sus creencias y sentimientos religiosos (reforzados<br />

por el adoctrinamiento sistemático),<br />

que les inclinaban a dejarse guiar por el<br />

clero en algunas cuestiones políticas, y, sobre<br />

todo, dependían de redes de patronazgo<br />

y clientelismo que les vinculaban a esos<br />

grupos privilegiados (que en parte serían<br />

suplantados en el siglo siguiente por profesionales<br />

urbanos) y les retraían de aceptar<br />

una economía abierta de mercado, así como<br />

les impulsaban a pedir que el gobierno<br />

regulase el precio de los cereales y de los<br />

arrendamientos (Anes, 1990). Viceversa,<br />

no existía un gran segmento intermedio de<br />

agricultores comerciales ni se podía constituir<br />

una clase social de ese tipo por decreto<br />

(como pretendieron los ministros de<br />

Carlos III, importando colonias de agricultores<br />

extranjeros [Caro Baroja, 1957: 205 y<br />

sigs.]). Así, la cultura de los municipios y<br />

sus instituciones, unidas a su distancia política<br />

de los centros de poder, hicieron posible<br />

que en muchas partes del país persistiera<br />

una tradición de autogobierno local, desconocida<br />

o incomprendida por los<br />

ilustrados y los funcionarios reales, que<br />

muy pronto demostraría su vitalidad de<br />

forma dramática frente a la invasión francesa.<br />

Al mismo tiempo, eso dificultaría las cosas<br />

para una ulterior revitalización de la tradición<br />

constitucional.<br />

Balance de luces y sombras<br />

A fines del siglo XVIII, mientras Inglaterra<br />

se convertía en una “sociedad educada y<br />

comercial”, haciendo realidad tangible el<br />

VÍCTOR PÉREZ-DÍAZ<br />

sueño de una vita civile, España iba aún<br />

muy a la zaga, a pesar de su crecimiento<br />

económico y demográfico y de las tentativas<br />

ilustradas de apelar a la ciudadanía y<br />

jugar con el concepto de sociedad civil. Ese<br />

contraste da pie para que cierre mi argumento<br />

volviendo a la distinción inicial entre<br />

las formas nomocrática y teleocrática<br />

del estado, y a un peculiar híbrido social capaz<br />

de conjugar los elementos básicos de<br />

un orden nomocrático con el carácter particular<br />

de una comunidad concreta. Yo diría<br />

que ese peculiar híbrido social corresponde<br />

a lo que los escritores de la Ilustración<br />

escocesa designaron con el nombre de<br />

“sociedad civil” (Pérez-Díaz, 1993, 1996,<br />

1998). En ella, el estado nomocrático en<br />

tanto en cuanto la autoridad pública y su<br />

aparato administrativo estaban supeditados<br />

al imperio de la ley, respetaban los mercados<br />

abiertos y el pluralismo social y eran<br />

responsables en un espacio público ante<br />

una comunidad de ciudadanos interesados<br />

(ilustrados, educados, cívicos). Al mismo<br />

tiempo, ese estado estaba relacionado con<br />

una sociedad o comunidad particular (nacional<br />

o multinacional), con identidad<br />

propia y fronteras territoriales precisas, diferenciada<br />

de otras sociedades particulares<br />

dentro de un sistema internacional más<br />

amplio. Debido a esa particularidad, los<br />

miembros de esa civitas concreta eran convocados<br />

(de la manera más enfática por autores<br />

como Adam Ferguson) a desarrollar<br />

un sentimiento y una virtud de patriotismo<br />

cívico 6 , y su estado tenía el telos o misión<br />

de sostener esa identidad particular y<br />

defender esas fronteras, aunque las consecuencias<br />

de hacerlo para el orden internacional<br />

permanecieran casi siempre en la indefinición.<br />

De hecho, las sociedades civiles<br />

que surgieron a ambos lados del Atlántico<br />

al final del antiguo régimen oscilaron, a este<br />

respecto, entre lo que podríamos llamar<br />

una política exterior civil y otra incivil o<br />

predatoria. Quedó así abierta la cuestión<br />

de si la misión del estado era hacer sitio<br />

para que la voz de la comunidad a la que<br />

representaba se dejara oír, por decirlo así,<br />

dentro de la conversación de la humanidad<br />

o sólo acallando a las restantes.<br />

Desde el punto de vista del proceso de<br />

formación de una sociedad civil de esa cla-<br />

6 Pocock (1975) enfatiza este aspecto de Ferguson<br />

(pág. 499); sin embargo, también llama la atención<br />

sobre el optimismo de los escoceses a la hora de<br />

conciliar la virtud política y la cultura comercial (pág.<br />

1504), lo que debe ser visto en el contexto de la influencia<br />

de Hume y de la simbiosis entre Court y<br />

Country que había ido teniendo lugar previamente<br />

(pág. 486 y sigs.).<br />

15


LA ESFERA PÚBLICA DEL ANTIGUO RÉGIMEN<br />

se, en la España del antiguo régimen, del<br />

Siglo de Oro a la Ilustración, tuvo lugar un<br />

movimiento doble y contradictorio. Por<br />

una parte, la transición de imperio a potencia<br />

regional en camino de ser estado nacional<br />

facilitó la formación de una comunidad<br />

de ciudadanos, al ayudarles a centrar<br />

sus inquietudes públicas en esa comunidad<br />

particular y reforzar así los lazos políticomorales<br />

que los unían. Por otra, esa misma<br />

transición contribuyó a engendrar las condiciones<br />

de un nuevo modelo de estado teleocrático<br />

y la correspondiente política de<br />

fe, esta vez en torno a la definición del interés<br />

nacional que enfrentaba a unas naciones<br />

con otras, y que en la mayoría de los<br />

casos tenía una conexión bastante débil<br />

con la tradición constitucional del pasado.<br />

Así, el potencial de una sociedad civil vibrante<br />

y poderosa, que al principio parecía<br />

existir, se perdió (en parte) en el curso de los<br />

acontecimientos. A comienzos del siglo<br />

XVI, los estratos dirigentes de Castilla se<br />

orientaron hacia un universo abierto y en<br />

vías de expansión, que se definía por un<br />

orden económico mundial, un ancho espacio<br />

político, el ius gentium en la arena internacional<br />

y una tradición constitucional<br />

en la doméstica, y una fe religiosa todavía<br />

abierta a la influencia de un humanismo<br />

cosmopolita. Al final del camino y dos siglos<br />

y medio después, los ilustrados habían<br />

estrechado el radio de su compromiso cívico<br />

para acoplarlo al marco de una sociedad<br />

de orden al estilo francés, sometida a una<br />

autoridad semidespótica, y de un estado<br />

nacional dispuesto a jugar una partida de<br />

prestigio, riquezas y potencia militar con<br />

contrincantes parecidos. Es significativo, a<br />

este respecto, que a los ilustrados les costara<br />

tanto trabajo recobrar el sentido (que los<br />

escolásticos del siglo XVI tenían) de lo que<br />

podía significar un orden económico extenso,<br />

según se demuestra en cómo entendieron,<br />

o más bien no entendieron, el<br />

mensaje de Adam Smith. La riqueza de las<br />

naciones (cuya traducción se demoró casi<br />

veinte años) no despertó el menor interés<br />

entre los lectores de Smith por su explicación<br />

de cómo funcionaba el sistema económico<br />

ni su teoría subyacente de la acción<br />

humana: se interpretó como un estudio<br />

de teoría política y un instrumento útil<br />

de gobierno (Schwartz, 1998; Perdices,<br />

1998).<br />

Un final inquietante<br />

La historia de la España del antiguo régimen<br />

tiene un final revelador y significativo<br />

en el hundimiento de la monarquía<br />

frente a la invasión francesa y la guerra de<br />

1808-1814. Mientras el estado borbóni-<br />

co, con el contrapunto de la opinión pública<br />

ilustrada, parecía alcanzar su cenit<br />

en el reinado de Carlos III (1759-1788),<br />

la realidad iba a descubrir muy pronto lo<br />

débil y precario de ese triunfo. En efecto,<br />

durante los 20 o 30 años siguientes España<br />

conoció una situación de crisis permanente,<br />

que suministraría unos cimientos<br />

bastante frágiles para construir el estado<br />

de los siglos XIX y XX.<br />

Cuando cambió el siglo, la prolongada<br />

crisis del estado procedía de una confluencia<br />

de factores aparentemente fortuita.<br />

Los efectos contraproducentes de la<br />

política exterior de Carlos III se revelaron<br />

poco a poco, pero la crisis fiscal del estado<br />

se agravó de golpe. Había ido empeorando<br />

como consecuencia de la política exterior,<br />

que llevó a la guerra, primero contra<br />

Francia y después, en alianza con ésta,<br />

contra Inglaterra. A eso se añadió el descontento<br />

provocado por la crisis económica,<br />

la confusión causada por las noticias de<br />

los sucesos extraordinarios de Francia (y<br />

por la imposición de un cordón sanitario<br />

de censura con el que se pretendía controlar<br />

la difusión de esas noticias) y el descrédito<br />

que arrojó sobre la familia real el intenso<br />

odio paterno-filial que enfrentó a<br />

Carlos IV y su heredero, el futuro Fernando<br />

VII, y que culminó en un golpe de estado<br />

por parte del segundo. Durante cierto<br />

tiempo, algo de la irritación popular se<br />

canalizó hacia un chivo expiatorio, el ministro<br />

Manuel Godoy. Pero la invasión de<br />

España por los ejércitos franceses, introducidos<br />

en son de aliados, sería la prueba<br />

de tornasol de la solidez del estado borbónico,<br />

que se vino abajo como un castillo<br />

de naipes, arrastrando consigo a los escalones<br />

superiores de las clases privilegiadas.<br />

La familia real, padre e hijo, ya antes unidos<br />

por el odio recíproco, se concertaron<br />

aún más en un espectáculo de sumisión al<br />

invasor francés, abdicando ambos en su<br />

favor. Ningún otro órgano del estado asumió<br />

la menor responsabilidad en tal situación:<br />

ni consejos reales ni audiencias regionales,<br />

ni virreyes ni capitanes generales<br />

ni intendentes. El ejército real no presentó<br />

batalla al invasor; la cúpula de la jerarquía<br />

eclesiástica calló o se sometió, y otro tanto<br />

hizo la alta nobleza (Artola, 1959).<br />

En esas circunstancias, ausentes el estado<br />

y las élites dominantes, una miscelánea<br />

de agrupaciones sociales e individuos<br />

tomó las armas de forma bastante espontánea<br />

y por propia iniciativa, y al hacerlo<br />

descubrieron en sí, primero unos pocos y<br />

después muchos, fuertes vínculos con una<br />

identidad común a la que llamaban pueblo,<br />

patria, país o nación española. Esa re-<br />

acción fue iniciada por los más diversos<br />

protagonistas: autoridades locales, jefes y<br />

oficiales de algunas pequeñas unidades del<br />

ejército, y, sobre todo, guerrillas formadas<br />

por campesinos, arrieros, artesanos, pastores,<br />

sacerdotes y seminaristas, alentadas y<br />

sostenidas por los municipios. Es elocuente<br />

que el primero en declarar la guerra formalmente<br />

a Napoleón fuera el alcalde de<br />

un pueblo, Andrés Torrejón, alcalde de<br />

Móstoles. Los pueblos basaron su resistencia<br />

en los recursos organizativos que les<br />

proporcionaba una larga experiencia de<br />

control del poder y regulación de la economía<br />

a escala local, la costumbre de uso<br />

y tenencia de armas blancas y de fuego, y<br />

una memoria colectiva de hazañas de guerra<br />

que nutría una ética del honor casi caballeresca.<br />

Inventaron sobre la marcha una<br />

estrategia de combate, la guerra de guerrillas,<br />

y formas propias de coordinación interlocal<br />

o provincial. Sobre esa experiencia<br />

colectiva se alzó una estructura organizativa<br />

un tanto precaria, presidida por una<br />

junta central cuyo presidente era el ilustrado<br />

Gaspar de Jovellanos y subordinada a<br />

las Cortes de Cádiz. De ese modo la sociedad<br />

se embarcó en lo que iba a ser un largo<br />

periodo de contienda local intermitente,<br />

combinada con una sucesión vertiginosa<br />

de regímenes políticos: liberal<br />

(1812-1814), absolutista (1814-1820), liberal<br />

(1820-1823), absolutista (1823-<br />

1833) y, finalmente, la guerra civil entre<br />

un gobierno liberal y enclaves carlistas absolutistas,<br />

radicados sobre todo en el País<br />

Vasco y Cataluña (entre 1833 y 1840). En<br />

ese contexto dramático se verificó una<br />

aproximación entre esta experiencia colectiva<br />

de “anarquía organizada” y la invención<br />

de una nueva tradición liberal, influida<br />

por las corrientes intelectuales nacidas<br />

a fines del siglo anterior. Sería un paso decisivo,<br />

iniciador de una etapa totalmente<br />

nueva en la evolución del estado y la sociedad<br />

españoles de los siglos XIX y XX,<br />

así como en su esfera pública.<br />

Cabe dedicar una última reflexión a<br />

un grupo peculiar de intelectuales, herederos<br />

de los ilustrados, a quienes las vicisitudes<br />

de la época empujaron a una posición<br />

de incómoda ambigüedad: los llamados<br />

(en el más amplio sentido)<br />

“afrancesados”, cuyo destino fue permanecer<br />

entre bastidores o coexistir con el<br />

invasor (en régimen de desconfianza o de<br />

colaboración), y más tarde emigrar a<br />

Francia en lo que para muchos fue un<br />

viaje sin retorno. Eran gentes de sentimientos<br />

mezclados y de difícil clasificación,<br />

como el escritor Leandro Fernández<br />

de Moratín, o Juan Antonio Llorente,<br />

16 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


que escribió un libro clásico sobre, y contra,<br />

la Inquisición por orden del inquisidor<br />

general Manuel Abad y Lasierra, o el<br />

también inquisidor general Ramón José<br />

de Arce, contemporizador y acomodadizo,<br />

que se exilió y vivió el resto de su vida<br />

en París (Caro Baroja, 1968: 45-60).<br />

También pertenecía a ese ambiente<br />

Francisco de Goya, que moriría en<br />

Burdeos en 1825. Goya vivió observando<br />

su mundo desde una perspectiva equidistante<br />

entre la del retratista cortesano de<br />

unos reyes a quienes al parecer tenía en<br />

poca estima y la del pintor de escenas de<br />

lucha y violencia, que en la serie de grabados<br />

titulada Desastres de la guerra retrató a<br />

un pueblo llano animado por patriotismo<br />

auténtico, pero también por pasiones ciegas<br />

y terribles. Goya es testigo de una<br />

época de confusión, en la que, como en<br />

otro de sus aguafuertes, “el sueño de la razón<br />

produce monstruos”. Por contraste,<br />

Jovellanos fue un ilustrado egregio que no<br />

acabó como afrancesado, sino como cabeza<br />

visible de la lucha contra los franceses.<br />

Significativamente, sin embargo, parece<br />

haber ecos del mismo sentimiento, a la<br />

vez de fascinación y lejanía frente al pueblo<br />

y la sociedad, en las últimas palabras<br />

pronunciadas por Jovellanos en su lecho<br />

de muerte: “¡Nación sin cabeza! ¡Desgraciado<br />

de mí!”. Como dichas por un hombre<br />

en la frontera entre la lucidez y las tinieblas,<br />

es fácil no darles importancia; pero<br />

también se pueden tomar como el<br />

resumen de la larga trayectoria de un reformador<br />

prudente, o como una premonición<br />

de lo difícil que iba a ser, en los<br />

años venideros, que las instituciones civiles<br />

echaran raíz en suelo español.<br />

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Víctor Pérez-Díaz es catedrático de Sociología. Autor<br />

de La primacía de la sociedad civil.<br />

17


EL MUNDO<br />

REFLEJADO EN LOS MEDIOS<br />

En las discusiones sobre los medios se<br />

dedica demasiada atención a los problemas<br />

técnicos, a las leyes del mercado,<br />

a la competencia, a las innovaciones y a<br />

la audiencia, y muy poca a los aspectos humanos.<br />

No soy un teórico de los medios, sino<br />

un periodista, un escritor que, desde<br />

hace más de cuarenta años, me dedico a<br />

recoger y elaborar información, pero también<br />

a consumirla. Ahora quiero compartir<br />

las conclusiones a las que he llegado después<br />

de una experiencia tan larga dentro de<br />

los medios.<br />

Mi primera conclusión se relaciona con<br />

las proporciones. La afirmación bastante<br />

generalizada de que “toda la humanidad”<br />

vive pendiente de lo que hacen o dicen los<br />

medios, es una exageración. Incluso cuando<br />

hay acontecimientos como la inauguración<br />

de los Juegos Olímpicos, que suelen<br />

ser vistos por 2.000 millones de personas,<br />

tenemos que admitir que esa cifra constituye<br />

solamente una tercera parte de la población<br />

del planeta. Otras transmisiones de<br />

la televisión sobre grandes acontecimientos<br />

suelen ser vistas por un 10% o un 20% de<br />

los habitantes de la Tierra. Se trata de masas<br />

humanas enormes, pero ni mucho menos<br />

de “toda la humanidad”. Y es que hay<br />

cientos de millones de seres que viven totalmente<br />

aislados de los medios o que entran<br />

en contacto con ellos sólo de Pascuas a<br />

Ramos. Últimamente me tocó vivir en muchos<br />

lugares de África a los que no llegan la<br />

televisión, la radio ni los periódicos. En<br />

Malaui hay sólo un diario y en la República<br />

de Liberia, dos, por cierto, muy malos,<br />

pero no hay televisión.<br />

Existen aún muchos países en el mundo<br />

en los que la televisión funciona solamente<br />

entre dos y cuatro horas al día. En<br />

muchas grandes extensiones de Asia –por<br />

ejemplo, en Siberia, Kazajistán y Mongolia–<br />

hay emisoras de televisión, pero los<br />

equipos que la gente tiene hacen imposible<br />

la recepción de sus programas. Recuerdo<br />

RYSZARD KAPUSCINSKI ´ ´<br />

que, en los tiempos de Leonid Bréznev, en<br />

grandes áreas de Siberia no se interferían los<br />

programas emitidos por las radios occidentales,<br />

porque, por falta de receptores, nadie<br />

podía escucharlos. En una palabra, gran<br />

parte de la humanidad vive aislada de los<br />

medios y no tiene que preocuparse de que<br />

éstos traten de manipularla o de que sus hijos<br />

sean mal educados por las teleseries saturadas<br />

de violencia.<br />

En muchas partes, sobre todo en los<br />

países de África y de América Latina, la televisión<br />

tiene como única función divertir,<br />

y de ahí que los televisores estén instalados,<br />

ante todo, en los bares, restaurantes<br />

y mesones. La gente suele ir al bar a tomar<br />

una copa y a mirar de reojo la televisión. A<br />

nadie se le ocurre exigir de ese medio que<br />

sea serio, informe o eduque. Nadie espera<br />

de él que ofrezca una interpretación del<br />

mundo que le rodea, como nosotros tampoco<br />

esperamos semejante cosa de una función<br />

de circo.<br />

Vender bien<br />

La gran revolución electrónica, la que se<br />

ha producido en la esfera de la técnica y de<br />

la cultura, es un fenómeno reciente, de los<br />

últimos 30 o 40 años. Su primera gran consecuencia<br />

ha sido el cambio sufrido por el<br />

entorno del periodista. Recuerdo la primera<br />

conferencia de jefes de Estado de África.<br />

Se celebró en 1963 en Addis Abeba. Para<br />

cubrirla, llegaron periodistas del mundo<br />

entero. Nos reunimos, así, unos doscientos<br />

enviados especiales y corresponsales de los<br />

grandes diarios europeos, agencias de prensa<br />

y cadenas de radio. También había entre<br />

nosotros varios equipos que rodaban para<br />

las crónicas cinematográficas, pero no recuerdo<br />

que hubiese un solo equipo de televisión.<br />

Todos nos conocíamos, sabíamos lo<br />

que hacía cada uno y éramos incluso amigos.<br />

Había auténticos maestros de la pluma<br />

y verdaderos expertos en distintas cuestiones<br />

y en determinados países y continentes.<br />

Hoy me parece que aquella fue la última<br />

gran reunión de los reporteros del mundo, el<br />

cierre de una época en la que el periodismo<br />

había sido tratado como una profesión para<br />

maestros, como una noble vocación a la<br />

que la persona se entregaba plenamente,<br />

para toda la vida.<br />

Desde aquel momento todo empezó a<br />

cambiar. Hoy la recopilación y el suministro<br />

de información es una ocupación que<br />

practican miles y miles de personas. Se han<br />

multiplicado las escuelas de periodismo,<br />

que gradúan año tras año a miles de nuevos<br />

ejecutores de esa profesión. Pero hay una<br />

gran diferencia. Antes, el periodismo era<br />

una misión, una carrera anhelada. Hoy, son<br />

muchas las personas que trabajan en el periodismo<br />

pero que no lo hacen porque se<br />

identifiquen con la profesión y hayan ligado<br />

a ella su vida y ambiciones. La tratan como<br />

una ocupación más, que en cualquier<br />

momento pueden abandonar para dedicarse<br />

a otra. El periodista de hoy puede trabajar<br />

mañana en una agencia de publicidad y<br />

ser pasado mañana corredor de Bolsa.<br />

La revolución electrónica ha provocado<br />

una multiplicación de los medios, desconocida<br />

hasta ahora en la historia. Pero, además<br />

del progreso técnico, ¿qué otras consecuencias<br />

ha tenido esa explosión? La principal<br />

ha sido el descubrimiento de que la<br />

información es una mercancía cuya venta y<br />

distribución pueden reportar grandes beneficios.<br />

En el pasado, el valor de la información<br />

estaba asociado a procesos como<br />

la búsqueda de la verdad. Era también entendida<br />

como un arma que facilitaba la lucha<br />

política, la lucha por la influencia y el<br />

poder. Recuerdo cómo en los tiempos del<br />

comunismo los estudiantes quemaban en<br />

las calles ejemplares de los diarios comunistas<br />

y gritaban a coro: “¡La prensa miente!”.<br />

Hoy todo ha cambiado. El valor de la<br />

información se mide por el interés que puede<br />

despertar. Lo más importante es que la<br />

información pueda ser vendida. Por verda-<br />

18 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


dera que sea una información, carecerá de<br />

valor alguno si no está en condiciones de<br />

interesar al público, por otro lado cada vez<br />

más caprichoso.<br />

El descubrimiento de que la información<br />

era una mercancía que podía dar grandes<br />

ganancias hizo que afluyese a los medios<br />

el gran capital. Los románticos buscadores<br />

de la verdad que antes dirigían los<br />

medios fueron desplazados por hombres<br />

de negocios. Ese cambio puede advertirlo<br />

con facilidad todo aquel que desde hace<br />

años es asiduo visitante de las redacciones<br />

de los diarios o de los estudios de la radio.<br />

En el pasado, los medios estaban instalados<br />

en edificios de segunda categoría y disponían<br />

de pocas, estrechas y mal acondicionadas<br />

habitaciones, llenas de periodistas<br />

casi siempre mal vestidos y sin dinero en los<br />

bolsillos. Hoy, basta con visitar una emisora<br />

de televisión perteneciente a las grandes<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

cadenas. Sus edificios son suntuosos palacios<br />

llenos de mármoles y espejos. El visitante<br />

es conducido por silenciosos pasillos<br />

por azafatas deslumbrantes. En esos palacios<br />

empieza a concentrarse el poder que<br />

antes tenían los presidentes y los jefes de<br />

Gobierno. El poder está en manos de quien<br />

posee un estudio de televisión o, dicho con<br />

otras palabras, de quien posee los medios<br />

de comunicación. Lo confirman las sangrientas<br />

luchas que se libraron en los últimos<br />

años en Bucarest, Tbilisi, Vilna y Bakú<br />

cuando los sublevados contra los regímenes<br />

antidemocráticos trataron de<br />

conquistar las sedes de las televisiones en<br />

esas capitales. No es casual que no tratasen<br />

de tomar los palacios presidenciales ni las<br />

sedes de los parlamentos o Gobiernos.<br />

Desde que se descubrió que la información<br />

es una mercancía dejó de estar supeditada<br />

a los criterios tradicionales de la<br />

autenticidad y la falsedad. Ahora está supeditada<br />

a las leyes del mercado: conseguir<br />

una rentabilidad máxima y mantener el<br />

monopolio. Pienso que ese cambio es el<br />

más importante de cuantos se han operado<br />

en la esfera de la cultura. En consecuencia,<br />

los antiguos héroes del periodismo han sido<br />

reemplazados, por lo general, por un<br />

nutrido número de trabajadores de los medios,<br />

casi todos sumidos en el anonimato.<br />

En la terminología utilizada en Estados<br />

Unidos, ese cambio ya se refleja, porque la<br />

noción journalist está siendo reemplazada<br />

con creciente frecuencia por media worker.<br />

“Yo sólo estoy rodando”<br />

El mundo de los medios se ha agigantado<br />

de tal manera que empieza a vivir para sí<br />

mismo como ente autosuficiente. La guerra<br />

interna que libran las empresas y sus redes<br />

se ha convertido en algo más importante<br />

19


EL MUNDO REFLEJADO EN LOS MEDIOS<br />

que el mundo que les rodea. Nutridos grupos<br />

de enviados corren por el mundo. Forman<br />

una gran manada en la que todos vigilan<br />

a todos para impedir que la competencia<br />

tenga algo mejor. De ahí que, en los<br />

momentos en los que en el mundo tienen<br />

lugar a la vez varios acontecimientos, los<br />

medios cubran solamente uno, aquel que<br />

atrajo a la manada. Más de una vez fui<br />

miembro de esa manada. La describí en mi<br />

libro La guerra del fútbol y sé cómo funciona.<br />

Recuerdo la crisis generada por la toma<br />

de rehenes norteamericanos en Teherán.<br />

Aunque, en la práctica, en la capital de Irán<br />

nada sucedía, durante meses enteros permanecieron<br />

en esta ciudad miles de enviados<br />

especiales de medios del mundo entero.<br />

La misma manada se trasladó años después<br />

a la zona del golfo Pérsico, durante la<br />

guerra, aunque allí nada se podía hacer,<br />

porque los norteamericanos no dejaban<br />

acercarse al frente a nadie. En el mismo<br />

momento, en Mozambique y en Sudán sucedían<br />

cosas terribles, pero a nadie le importaban,<br />

porque la manada estaba en el<br />

golfo Pérsico. Algo similar ocurrió en Rusia<br />

en 1991 durante el golpe. Los acontecimientos<br />

auténticamente importantes, las<br />

huelgas y manifestaciones, tenían lugar en<br />

San Petersburgo; pero el mundo no lo sabía,<br />

porque los enviados de todos los medios<br />

no se movieron de la capital, esperando<br />

que algo ocurriese en Moscú, donde la<br />

calma era casi absoluta.<br />

El desarrollo de las técnicas de comunicación,<br />

y sobre todo de la telefonía móvil<br />

y del correo electrónico, ha cambiado radicalmente<br />

las relaciones entre los enviados<br />

de los medios y sus jefes. Antes, el enviado<br />

de un diario, el corresponsal de una agencia<br />

de prensa o de una emisora, disponía de<br />

gran libertad, podía desarrollar su iniciativa<br />

personal. Él buscaba la información, la<br />

descubría, la seleccionaba y la elaboraba.<br />

Actualmente, con creciente frecuencia, se<br />

ha convertido en un simple peón movido a<br />

través del mundo por su jefe desde la central,<br />

que puede estar en el otro extremo del<br />

planeta. El jefe, por su parte, dispone de informaciones<br />

facilitadas a la vez por muchas<br />

fuentes, y puede tener una imagen de los<br />

acontecimientos muy distinta a la que tiene<br />

el reportero que cubre el suceso. Pero la<br />

central no puede esperar paciente a que el<br />

reportero termine su labor. Por eso es la<br />

central la que informa al reportero sobre el<br />

desarrollo de los acontecimientos, y lo único<br />

que espera de él es que confirme la imagen<br />

que ya se ha hecho de todo el asunto.<br />

Muchos reporteros conocidos míos sienten<br />

miedo a buscar por su propia cuenta la<br />

verdad. En México tenía un amigo que tra-<br />

bajaba para una de las cadenas de televisión<br />

norteamericanas. Me lo encontré en cierta<br />

ocasión, cuando estaba filmando los enfrentamientos<br />

callejeros entre los estudiantes<br />

y la policía. “¿Qué pasa, John?”, le pregunté.<br />

“No tengo la menor idea”, me respondió,<br />

sin dejar de filmar. “Yo sólo estoy<br />

rodando: me limito a captar imágenes, las<br />

envío a la central y allí hacen lo que les parece<br />

con el material”.<br />

La ignorancia de los enviados de los<br />

medios sobre los acontecimientos que han<br />

de describir o comentar es a veces despampanante.<br />

Durante las huelgas que se produjeron<br />

en agosto de 1981 en Gdansk, de<br />

las que nació el sindicato Solidaridad, la<br />

mitad de los periodistas que llegaron de todo<br />

el mundo para cubrir el suceso no sabía<br />

dónde estaba exactamente la ciudad en el<br />

mapamundi. Aún menos sabían sobre<br />

Ruanda en el trágico año 1994. Muchos de<br />

ellos se encontraban por primera vez en<br />

África y abundaban los que habían llegado<br />

directamente a Kigala a bordo de aviones<br />

fletados por la Organización de las Naciones<br />

Unidas y no tenían la menor idea de<br />

dónde se encontraban. Prácticamente todos<br />

carecían de nociones sobre las causas y razones<br />

del conflicto, sobre sus condicionamientos<br />

y meollo.<br />

Pero la culpa no es de los reporteros.<br />

Ellos son las primeras víctimas de la arrogancia<br />

de sus jefes, de los grandes medios,<br />

en particular de las principales redes<br />

de televisión. “¿Qué pueden exigir de<br />

mí”, me dijo recientemente el cámara del<br />

equipo de una gran red de televisión norteamericana,<br />

“si en una sola semana he<br />

estado filmando en cinco países de tres<br />

continentes?”.<br />

“¿Cómo que no tengo razón, si lo he<br />

visto en la televisión?”<br />

La revolución de los medios ha planteado<br />

un problema fundamental: ¿cómo entender<br />

el mundo? La pregunta esencial es: ¿qué es<br />

la historia? Hasta ahora la historia se aprendía<br />

gracias al saber que nos dejaron en herencia<br />

los antepasados, a lo que descubrieron<br />

los científicos, a lo que contienen los<br />

archivos de documentos. En la práctica se<br />

trataba de una única fuente de saber, de<br />

algo que casi podíamos palpar. Hoy la pequeña<br />

pantalla se ha convertido en una<br />

nueva fuente de la historia, de la versión<br />

que elabora y relata la televisión. El problema<br />

consiste en que el acceso a las fuentes<br />

auténticas, a los documentos originales,<br />

etcétera, no es fácil y, por consiguiente, la<br />

versión que difunde la televisión, incompetente<br />

y errónea, es la que se impone sin<br />

que podamos contrastarla. Un ejemplo<br />

muy ilustrativo de ese fenómeno puede ser<br />

Ruanda, país en el que estuve muchas veces.<br />

Cientos de millones de personas vieron<br />

en el mundo escenas de las matanzas étnicas<br />

acompañadas de comentarios, por lo<br />

regular, muy equivocados. ¿Cuántos telespectadores<br />

tuvieron la oportunidad de leer<br />

alguno de los libros que explican de manera<br />

competente los conflictos de Ruanda?<br />

Nuestro problema consiste en que los medios<br />

se multiplican a una velocidad mucho<br />

mayor que los libros que contienen un<br />

saber concreto y sólido, y de ahí que la civilización<br />

caiga cada vez más en una dependencia<br />

de la versión de la historia que<br />

ofrece la televisión, una versión ficticia y no<br />

verdadera. El telespectador masivo, con el<br />

pasar del tiempo, conocerá solamente la<br />

historia falsificada, y sólo contadas personas,<br />

la historia verdadera.<br />

Rudolf Arheim, un gran teórico de la<br />

cultura, ya en los años treinta predijo, de<br />

manera profética, en su libro Film as Art<br />

que la gente confunde el mundo generado<br />

por las sensaciones con el mundo creado<br />

por el pensamiento, y cree que ver es lo<br />

mismo que entender. Pero no es así. Por el<br />

contrario, la creciente cantidad de imágenes<br />

que nos atacan constantemente limita el<br />

dominio de la palabra hablada y escrita y,<br />

por consiguiente, el dominio del pensamiento.<br />

La televisión –escribió hace tanto<br />

tiempo Arheim– “será un rigurosísimo examen<br />

para nuestra sabiduría. Podrá enriquecernos,<br />

pero también podrá aletargar<br />

nuestras mentes”. Tenía razón. Con muchísima<br />

frecuencia nos encontramos con<br />

personas que confunden ver con entender.<br />

Oímos, por ejemplo, a dos personas que<br />

discuten. Una le dice a la otra: “No, querido,<br />

no tienes razón; lo que dices es falso”; y<br />

la otra responde: “¿Cómo que no tengo razón,<br />

si lo he visto en la televisión?”.<br />

La identificación, por lo regular no<br />

consciente, del ver con el saber y entender es<br />

aprovechada por la televisión para manipular<br />

a la gente. En la dictadura funciona la<br />

censura; en la democracia, la manipulación.<br />

El blanco de esas agresiones siempre<br />

es el mismo hombre de la calle. Cuando los<br />

medios hablan de sí mismos reemplazan el<br />

problema de la sustancia por el de la forma,<br />

sustituyen la filosofía con la técnica. Hablan<br />

sólo de cómo editar, cómo relatar o<br />

cómo imprimir. Se discute sobre las técnicas<br />

de edición, sobre las bases de datos, la<br />

capacidad de los discos duros. No se habla,<br />

sin embargo, del meollo de lo que se quiere<br />

editar, relatar o imprimir. En definitiva,<br />

el problema del mensaje es reemplazado por<br />

el problema del mensajero. Lamentablemente,<br />

como se quejaba McLuhan, el men-<br />

20 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


sajero empieza a convertirse en el contenido<br />

del mensaje.<br />

Analicemos el problema de la pobreza<br />

seguramente el más grande de los que existen<br />

desde la terminación de la guerra fría.<br />

Veamos cómo es tratado por las grandes<br />

redes de la televisión. La primera manipulación<br />

llevada a cabo consiste en presentar<br />

la pobreza como sinónimo del drama del<br />

hambre. Sabemos que dos terceras partes de<br />

la humanidad viven en la miseria, provocada<br />

por una división injusta del mundo en<br />

ricos y pobres. Mientras tanto, el drama<br />

del hambre aparece sólo de vez en cuando<br />

y en territorios aislados, porque suele ser un<br />

drama de dimensión local. Además, sus<br />

fuentes están, con frecuencia, en cataclismos<br />

naturales como la sequía o las inundaciones.<br />

En otras ocasiones la causa son las<br />

guerras. Además, los mecanismos de liquidación<br />

del hambre, en tanto que plaga aparecida<br />

de manera repentina, son bastante<br />

eficaces. Para combatirla son aprovechados<br />

los excedentes de alimentos de que disponen<br />

los países ricos, enviados a los lugares<br />

de carencia de manera masiva y en operaciones<br />

de gran envergadura. Y esas operaciones<br />

de liquidación del hambre, por<br />

ejemplo en Sudán o Somalia, es lo que suele<br />

mostrar la televisión. Mientras tanto, no<br />

se dice ni una sola palabra sobre la necesidad<br />

de liquidar la miseria global.<br />

El segundo truco aplicado por quienes<br />

manipulan el tema de la miseria es su presentación<br />

en los programas de carácter<br />

geográfico, etnográfico y turístico, que<br />

muestran rincones exóticos del mundo. De<br />

esa manera la miseria se identifica con el<br />

exotismo y se transmite el mensaje de que<br />

su lugar idóneo son los sitios exóticos. La<br />

miseria, así mostrada, tiene el valor de algo<br />

curioso, casi de una atracción turística. Particularmente<br />

abundantes son las imágenes<br />

dedicadas a esa cuestión en los canales de<br />

televisión especializados en temas turísticos<br />

como Travel, Discovery, etcétera.<br />

El tercer gran truco de los manipuladores<br />

es la presentación de la miseria como<br />

un fenómeno estadístico, es decir, como<br />

un elemento normal del mundo real. La<br />

miseria vista así es algo imposible de erradicar<br />

y, por consiguiente, el hombre no<br />

puede entenderla como un reto para su civilización,<br />

ya que es algo con lo que hay<br />

que aprender a convivir.<br />

Seamos objetivos y justos<br />

Volvamos al punto de partida: ¿Cómo reflejan<br />

los medios el mundo? Desafortunadamente<br />

lo hacen de manera muy superficial<br />

y fragmentaria. Se centran en las visitas<br />

de los presidentes y en los atentados terro-<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

ristas, pero incluso a esos temas se dedican<br />

cada vez menos. Según Le Monde Diplomatique<br />

de agosto de 1998, en los últimos<br />

cuatro años la audiencia de los telediarios<br />

de las tres principales redes de la televisión<br />

norteamericana disminuyó de un 60% a<br />

un 38% del total de los telespectadores. En<br />

los tres telediarios indicados, el 72% de las<br />

noticias de primera plana son de carácter<br />

local y se relacionan con la violencia, las<br />

drogas, los atracos y las violaciones. Las<br />

noticias del extranjero ocupan no más del<br />

5% del tiempo de los telediarios, pero son<br />

muchas las ediciones en las que no se transmite<br />

ni una sola. En 1987 el semanario Time<br />

(su edición norteamericana) dedicó 11<br />

portadas a los temas internacionales, mientras<br />

que 10 años más tarde, en 1997, solamente<br />

una. La selección de las informaciones<br />

se basa cada vez más en la norma de<br />

que “si contiene sangre, sirve”.<br />

Vivimos en un mundo paradójico, porque,<br />

por un lado, se dice que el desarrollo<br />

de las comunicaciones ha conectado a todos<br />

los puntos del planeta entre sí, lo ha<br />

convertido en una aldea global, mientras<br />

que, por otro, la temática internacional<br />

ocupa cada vez menos espacio en los medios,<br />

desplazada por la información local,<br />

por las noticias sensacionalistas, por los<br />

chismes y por todas las novedades utilizables.<br />

Pero seamos objetivos y justos. La revolución<br />

de los medios está en pleno desarrollo.<br />

Se trata de un fenómeno totalmente<br />

nuevo en la civilización humana, demasiado<br />

nuevo para que ésta haya podido<br />

generar ya los anticuerpos necesarios para<br />

combatir las patologías que genera: la manipulación,<br />

la corrupción, la arrogancia, la<br />

veneración de la porquería. La literatura<br />

que trata sobre los medios es muy crítica, a<br />

veces incluso apabullante. Tarde o temprano<br />

influirá, al menos de manera parcial,<br />

sobre el desarrollo de los medios. Además,<br />

tenemos que reconocer que hay mucha<br />

gente que se sienta ante el televisor porque<br />

espera ver exactamente lo que las televisiones<br />

le ofrecen. Ya en los años treinta el gran<br />

filósofo español Ortega y Gasset escribió en<br />

su libro La rebelión de las masas que la sociedad<br />

es una colectividad de personas satisfechas<br />

de sí mismas y, en particular, de<br />

sus gustos y preferencias. Por último, el<br />

mundo de los medios es muy complejo y<br />

diverso. Se trata de una realidad con muchos<br />

niveles. Por eso, junto a los que constituyen<br />

la mayor basura, junto a los que<br />

ofrecen la falsedad, hay otros estupendos:<br />

hay magníficos programas de televisión,<br />

excelentes emisoras de radio y espléndidos<br />

diarios. Y de lo bueno también hay tanto<br />

que la persona que realmente quiere llegar<br />

hasta la información honesta, hasta la reflexión<br />

profunda y hasta el saber sólido,<br />

puede encontrar de todo y en grandes cantidades.<br />

Más difícil es disponer del tiempo<br />

necesario para poder asimilar toda la oferta<br />

existente. Con frecuencia acusamos a los<br />

medios para justificar así el letargo en que<br />

se encuentran sumidas nuestras propias<br />

conciencias, nuestra falta de sensibilidad y<br />

de imaginación, nuestra pasividad.<br />

Esos aspectos positivos de los medios<br />

existen porque en el mundo entero, en las<br />

redacciones de los diarios, estudios de la<br />

radio y emisoras de televisión, hay gente extraordinaria,<br />

gente sensible y de gran talento,<br />

gente que siente que el prójimo es algo<br />

muy valioso y el planeta en que vivimos<br />

un lugar apasionante, merecedor de ser conocido,<br />

comprendido y salvado. Esa gente<br />

trabaja con frecuencia con máxima abnegación<br />

y entrega, con entusiasmo y espíritu<br />

de sacrificio, renunciando a las comodidades,<br />

al bienestar e, incluso, a la seguridad<br />

personal. Su único objetivo es dar testimonio<br />

del mundo que nos rodea y mostrar<br />

los muchos peligros y esperanzas que encierra.<br />

n<br />

[Charla dictada el 19 de noviembre de 1998 en Estocolmo,<br />

en el acto de entrega de los premios nacionales<br />

de periodismo en Suecia Stora jurnalstpriset].<br />

Traducción: Jorge Ruiz Lardizábal<br />

RYSZARD ZAPUSZINSKI ´ ´<br />

Ryszard Kapus´cin´ski es periodista. Autor de El<br />

emperador, El sha y El imperio.<br />

21


¡SALUD,<br />

VIRTUOSOS REPUBLICANOS!<br />

Para Alberto Relancio Menéndez<br />

n Las razones del republicanismo1 ,<br />

Salvador Giner ha sumado su sugerente<br />

y bien modulada voz al coro<br />

cada vez más numeroso que, sobre todo<br />

desde medios académicos, entona las presuntas<br />

excelencias del republicanismo. El<br />

republicanismo es una filosofía política<br />

venerable: “Deriva de la filosofía moral<br />

romana”, nos informa Quentin Skinner,<br />

“y especialmente de aquellos autores que<br />

reservaron su mayor admiración para la<br />

condenada república: Tito Livio, Salustio<br />

y, particularmente, Cicerón” 2 E<br />

. Ha tenido<br />

luego cultivadores brillantísimos: Maquiavelo<br />

(nada menos), Montesquieu,<br />

Rousseau, el Tocqueville de La democracia<br />

en América… No obstante este pasado<br />

glorioso, arrastraba en este siglo una existencia<br />

más bien mortecina, hasta que ha<br />

conocido un nuevo e inopinado rebrote,<br />

en especial en ciertos departamentos de<br />

Humanidades y Teoría Política de algunas<br />

universidades anglosajonas. Este reverdecimiento<br />

es, por tanto y ante todo, una<br />

vicisitud intelectual y que tiene a los intelectuales<br />

como sus principales valedores.<br />

No es un fenómeno de masas: de hecho,<br />

uno de los puntos que me dispongo a defender<br />

con más ahínco es que la masificación<br />

de nuestras sociedades es uno de los<br />

más acerbos enemigos del republicanismo<br />

cuando éste es presentado como una forma<br />

alternativa y superior de poner en<br />

práctica la democracia.<br />

En realidad, Giner se muestra bastante<br />

ambiguo (o inseguro) a lo largo de to-<br />

1 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA, núm. 81,<br />

págs. 2-13, abril de 1998.<br />

2 Skinner, Q.: ‘Acerca de la justicia, el bien común<br />

y la prioridad de la libertad’, La política, 1, págs. 137-<br />

149, pág. 142, 1996.<br />

JUAN ANTONIO RIVERA<br />

do su artículo sobre la relevancia que hay<br />

que otorgar al republicanismo: en ciertos<br />

momentos, afirma de él que “no es en absoluto<br />

un programa político” y lo describe<br />

como “esencialmente modesto”<br />

(pág. 12). Pero en otros momentos lo<br />

presenta como una mezcla de lo mejor<br />

del liberalismo y del comunitarismo. Del<br />

liberalismo tomaría “el marco procedimental<br />

y de derechos civiles”; del comunitarismo,<br />

“los mutuos reconocimientos y<br />

respetos entre seres y agrupaciones distintas”<br />

(pág. 11) 3 . A todo lo cual añadiría<br />

excelencias de cosecha propia; señaladamente,<br />

el fomento de las virtudes cívicas<br />

y de una participación más activa de los<br />

ciudadanos en la arena pública. Suena<br />

bien, ¿no es cierto? Pero desde luego esto<br />

último dista ya de ser algo “esencialmente<br />

modesto”. Más bien se trata de una ambición<br />

esencial, superlativamente inmodesta,<br />

cuya viabilidad en el mundo en que<br />

vivimos y en el que se nos avecina es lo<br />

que me propongo discutir precisamente.<br />

Republicanismo clásico<br />

y humanismo cívico<br />

La versión más temperada del republicanismo<br />

es el republicanismo clásico, en el<br />

que se estimula a la ciudadanía a involucrarse<br />

de modo más firme y constante en<br />

la vida pública como medio o instrumento<br />

para mejor preservar sus derechos y libertades<br />

básicos; dándose por sobreentendido<br />

que el retraimiento individualista al<br />

espacio privado acabaría dejando a los<br />

ciudadanos antes o después a merced de<br />

gobernantes inescrupulosos que echarían<br />

3 Otro autor que ha tratado de encontrar acomodo<br />

al republicanismo entre el liberalismo y el comunitarismo<br />

es Félix Ovejero en sus muy interesantes ensayos<br />

‘Tres ciudadanos y el bienestar’, La política, 3,<br />

págs. 93-116, 1997, y ‘Teorías de la democracia y<br />

fundamentaciones de la democracia’, Doxa, 19, págs.<br />

309-355, 1996.<br />

a perder sus garantías constitucionales,<br />

tan arduamente alcanzadas.<br />

El humanismo cívico 4 , la versión más<br />

imperiosa del republicanismo, es un vástago<br />

de la filosofía moral y política de<br />

Aristóteles, para quien la gestión directa y<br />

sin intermediarios por los ciudadanos de<br />

los asuntos públicos no es tanto un instrumento<br />

para dejar a buen recaudo sus<br />

libertades, sino más bien el componente<br />

crucial e inerradicable de cualquier concepción<br />

de la vida buena. Como comenta<br />

Rawls, el humanismo cívico devuelve su<br />

puesto de privilegio a lo que Benjamin<br />

Constant llamaba “la libertad de los antiguos”,<br />

y tiene todos los defectos de esa<br />

concepción.<br />

Hoy tendemos a pensar que la dedicación<br />

a la esfera pública es un estilo de<br />

vida más entre otros. Creer que ha de formar<br />

parte necesariamente de toda forma<br />

de vida o que no hay forma de vida deseable<br />

sin este componente, como ásperamente<br />

sugieren los humanistas cívicos, es<br />

ignorar la diversidad de modos de afrontar<br />

la existencia que cohabitan en una sociedad<br />

abierta. Es lo cierto, además, que a<br />

la mayor parte de los ciudadanos les interesa<br />

sólo muy periféricamente la escena<br />

pública: prefieren la libertad de los modernos,<br />

ocuparse de sus negocios privados.<br />

No hay razón de suficiente peso en la mayoría<br />

de los casos, como trataré de mostrar<br />

en breve, para que nadie alarme a sus<br />

conciudadanos con las funestas consecuencias<br />

que se seguirán sin falta de su<br />

dejadez política.<br />

4 La denominación es de Charles Taylor y la caracterización<br />

que de él ofrezco (así como la que he ofrecido<br />

del republicanismo clásico) la tomo de John<br />

Rawls, Political Liberalism, págs. 205-206. Columbia<br />

University Press, Nueva York, 1993. Deseo aclarar<br />

que, para Rawls, que se desmarca del republicanismo,<br />

la participación política puede tener, sin embargo, un<br />

valor intrínseco.<br />

22 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


La insoportable levedad del ser<br />

Milan Kundera describe la progresiva levedad<br />

de nuestro ser como algo que crece<br />

en proporción directa con la cantidad de<br />

gente con que compartimos el planeta.<br />

Gombrowicz, dice:<br />

“Tuvo una idea tan chusca como genial. El<br />

peso de nuestro yo depende, según él, de la cantidad<br />

de población del planeta. Así, Demócrito representaba<br />

una cuatrocientosmillonésima parte de<br />

la humanidad; Brahms, una milmillonésima; el<br />

mismo Gombrowicz, una dos milmillonésima.<br />

Desde el punto de vista de esta aritmética, el peso<br />

del infinito proustiano, el peso de un yo, de la vida<br />

interior de un yo, se hace cada vez más leve. Y en<br />

esta carrera hacia la levedad hemos franqueado un<br />

límite fatal” 5 .<br />

Pienso, como Kundera, que las sociedades<br />

en que habitamos nos hacen perder<br />

peso a medida que ellas lo ganan, es decir,<br />

a medida que vivimos en grupos en que la<br />

dimensión espacial (el número de individuos<br />

anónimos con que podemos cruzarnos<br />

en nuestras vidas) aumenta sin tre-<br />

5 Kundera, M.: El arte de la novela, pág. 38. Tusquets,<br />

Barcelona, 1987.<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

gua, y a la vez que esto ocurre se empequeñece<br />

la dimensión temporal (la frecuencia<br />

e intensidad del trato con nuestros semejantes).<br />

Como individuos, perdemos<br />

peso político en el espacio público democrático:<br />

nuestra voz es una voz que se<br />

confunde en una maraña hecha de otras<br />

voces discordantes o afines; nuestro voto<br />

se diluye en un piélago de votos. También<br />

perdemos peso moral: podemos aspirar a<br />

que aquellos que forman parte de nuestro<br />

círculo íntimo compartan densamente<br />

con nosotros algunos anhelos, éxitos o pesares,<br />

pero sería tarea tan desesperada como<br />

ridícula pretender involucrar en estos<br />

asuntos a los muchos desconocidos que a<br />

lo largo de un día cualquiera ocupan efímeramente<br />

nuestra atención. Lo único<br />

que nos cabe esperar de los que integran<br />

esa indiferenciada multitud es respeto<br />

hacia nuestra persona y, en casos más excepcionales<br />

de apremiante necesidad, un<br />

gesto de humanitaria asistencia o una medida<br />

compensadora de nuestro azar adverso<br />

(normalmente llevada a cabo por un<br />

Estado nodriza en nombre de los contribuyentes).<br />

Por nuestra parte, dispensamos<br />

en reciprocidad a nuestros prójimos poco<br />

próximos un trato que no suele diferir, ni<br />

por exceso ni por defecto, de lo que acabo<br />

de describir 6 .<br />

En la esfera pública –que es de la que<br />

hablaré casi siempre en este escrito– los<br />

individuos han aprendido que pueden<br />

“ganar peso” si se presentan en ella integrando<br />

un grupo de intereses específicos y<br />

para defender aspiraciones corporativas.<br />

Si están bien organizados y su número no<br />

es excesivo, es difícil que los poderes públicos<br />

los ignoren. En un mercado intermedio<br />

en que se cambian prebendas por<br />

votos, los componentes del grupo de presión<br />

podrán alcanzar sus fines a trueque<br />

de apoyar electoralmente a los que les hacen<br />

favores políticos. De lo último de lo<br />

que se les puede acusar a los miembros de<br />

la sociedad civil es de ser apáticos o inactivos<br />

en este espacio intermedio, que no<br />

es ni del todo público ni del todo privado,<br />

y en el que comparecen no como individuos<br />

sino como miembros de un gru-<br />

6 Me he ocupado con más detalle de estas cuestiones,<br />

que ahora abordo con un trazo impresionista, en<br />

una trilogía de artículos: De la sociedad cerrada a la sociedad<br />

abierta, Mercado frente a la solidaridad y Moral<br />

fría y moral cálida, que aparecieron en CLAVES DE<br />

RAZÓN PRÁCTICA, núms. 62, 67 y 70, respectivamente.<br />

Allí explicaba que, en efecto, hemos franqueado<br />

ya hace tiempo un límite fatal en la carrera hacia la<br />

levedad, y que eso ha tenido repercusiones bien manifiestas<br />

y seguramente irreversibles en las esferas política,<br />

económica y moral. Todo parece indicar que estamos<br />

atravesando un nuevo umbral crítico en la frenética<br />

escapada hacia la levedad. Esto es patente ante todo<br />

en el ámbito económico, y ya tiene un nombre: globalización<br />

(véase Joaquín Estefanía, La nueva economía.<br />

La globalización, Debate, Madrid, 1996). Las repercusiones<br />

en el terreno político y cultural son aún asunto<br />

de cábala y conjetura. Para avizorar las consecuencias<br />

políticas, son estimulantes las dos primeras partes del<br />

libro de David Held, La democracia y el orden global,<br />

Paidós, Barcelona, 1997 (el resto del libro tiene mucho<br />

menos interés). Sobre las secuelas culturales que considero<br />

deseables de esta ampliación mundial de la escala,<br />

me he expresado en ‘Multiculturalismo frente a cosmopolitismo<br />

liberal’, recogido en Manuel Cruz<br />

(comp.), Tolerancia o barbarie, págs. 155-186, Gedisa,<br />

Barcelona, 1998.<br />

23


¡SALUD, VIRTUOSOS REPUBLICANOS!<br />

po. Aquí, por el contrario, lo que muchos<br />

agradecerían es una menor presteza y<br />

pugnacidad de todos en la disposición a<br />

“participar” en esta interminable y onerosa<br />

pendencia redistributiva.<br />

Evidentemente, lo que preocupa a republicanos<br />

y a gentes de otras observancias<br />

políticas es la poca diligencia y el escaso<br />

interés que se toman los ciudadanos,<br />

considerados de uno en uno, cuando se<br />

mueven en el espacio público, donde lo<br />

que está en juego no son canonjías o “bienes<br />

de club”, sino la decisión sobre qué<br />

cesta de bienes colectivos se producirá,<br />

qué equipo gobernante la producirá y cómo<br />

controlar la eficacia de su gestión. En<br />

este ámbito, en efecto, la mayor parte de<br />

la ciudadanía exhibe sin pudor su abulia y<br />

desinterés, lo que, según algunos, los deja<br />

en estado de indefensión frente a las previsibles<br />

tropelías de los gestores de los<br />

asuntos públicos (tanto más previsibles<br />

esas tropelías cuanto menos sujetos a control<br />

queden por parte de los gobernados).<br />

Los cantones suizos<br />

Lo primero que nos compete es entender<br />

las razones de esa manifiesta indiferencia<br />

de muchos ciudadanos hacia la calidad de<br />

la gestión de sus gobernantes. Luego<br />

abordaré la cuestión de si en realidad están<br />

tan indefensos –como alarmistamente<br />

hacen ver los republicanos– ante los malos<br />

administradores de la cosa pública; o,<br />

dicho de otra forma, si éstos gozan de la<br />

impunidad casi total que se les suele atribuir.<br />

En lo que hace a la incuria que exhiben<br />

sin recato –y hasta con provocativa<br />

arrogancia– muchos miembros de las superpobladas<br />

naciones modernas hacia lo<br />

que acontece en el albero político, me limitaré<br />

a recordar con brevedad lo que ya<br />

dije en uno de los artículos mencionados<br />

en la nota 6 (De la sociedad cerrada a la<br />

sociedad abierta). Allí presentaba a los ciudadanos<br />

como accionistas políticos de<br />

una empresa peculiar: “Estado, SA”. La<br />

empresa es peculiar porque en ella la propiedad<br />

está (y no puede dejar de estarlo)<br />

repartida alícuotamente entre sus titulares;<br />

éstos no pueden ni transferir ni acumular<br />

sus participaciones en Estado, SA,<br />

provocando con ello desigualdades en la<br />

tenencia de títulos. Apelando a la fórmula<br />

consagrada, todos cuentan como uno y<br />

nadie como más de uno (y esto también<br />

vale para los derechos políticos –el voto<br />

en especial– que lleva aparejados la condición<br />

de accionista). También es peculiar<br />

Estado, SA, en el sentido de que extrae<br />

por vía coactiva (a través de impuestos) la<br />

mayor parte (aunque no la única) de la<br />

contribución financiera de los ciudadanos<br />

a la empresa. En lo que sí se asemejan Estado,<br />

SA, y otras empresas que operan como<br />

sociedades anónimas es en las cuitas<br />

que padecen los accionistas para controlar<br />

la calidad de la gestión de los recursos públicos<br />

que lleva a cabo la junta directiva<br />

(en el caso de Estado, SA, los gobernantes).<br />

La dispersión de la propiedad entre<br />

tantos titulares hace que éstos perciban<br />

claramente la levedad de su peso político,<br />

como también que una participación más<br />

activa por su parte no estaría en absoluto<br />

compensada por un aumento de su influencia<br />

en las decisiones colectivas, con<br />

lo que muchos optan finalmente por desertar<br />

del ágora pública, dejar la política a<br />

los políticos y refugiarse en sus ocupaciones<br />

privadas, terreno en el que disfrutan<br />

de un mayor dominio sobre los resultados<br />

que vayan a producirse.<br />

Algunos de los republicanos más<br />

exasperados y exasperantes (Rousseau, digamos)<br />

ven en esta retirada individualista<br />

el principal y más grave error. Los ciudadanos<br />

que dejan que sus intereses queden<br />

en manos de representantes –que poseen<br />

sus propios intereses, que no han necesariamente<br />

de coincidir con los de sus representados<br />

7 – se exponen a que estos intereses<br />

sean tergiversados o desfigurados o<br />

que, sencillamente, se los ignore. La única<br />

forma de atajar estas aciagas consecuencias<br />

es la democracia directa: que los ciudadanos<br />

ocupen de forma permanente la<br />

plaza pública, y que la junta de accionistas<br />

se erija en junta directiva 8 .<br />

No es que Rousseau sea un orate que<br />

ignore los muy exigentes requisitos prácticos<br />

que entraña una forma de gobierno<br />

así. En especial, Rousseau sabe que, para<br />

la viabilidad de la “libertad de los antiguos”,<br />

el cuerpo ciudadano habrá de ser<br />

7 Este problema es conocido en economía como el<br />

del principal y el agente.<br />

8 He aquí algunas de las encendidas e incendiarias<br />

defensas que hace Rousseau de la democracia directa<br />

frente a la representativa: “Digo, pues, que no<br />

siendo la soberanía sino el ejercicio de la voluntad<br />

general, no puede enajenarse jamás, y el soberano,<br />

que no es sino un ser colectivo, no puede ser representado<br />

más que por sí mismo” (Contrato social, pág.<br />

51, Espasa Calpe, Madrid, 1921). “La soberanía no<br />

puede ser representada, por la misma razón que no<br />

puede ser enajenada; consiste esencialmente en la voluntad<br />

general, y ésta no puede ser representada: es<br />

ella misma o es otra; no hay término medio… El<br />

pueblo inglés cree ser libre: se equivoca mucho; no<br />

lo es sino durante la elección de los miembros del<br />

Parlamento; pero tan pronto como son elegidos es<br />

esclavo, no es nada. En los breves momentos de su<br />

libertad, el uso que hace de ella merece que la pierda”<br />

(Contrato social, pág. 122).<br />

de pequeña dimensión. Sus palabras son<br />

diáfanas a este respecto:<br />

“Por lo demás, ¡cuántas cosas difíciles de reunir<br />

no supone este gobierno! Primeramente, un Estado<br />

muy pequeño, en el que el pueblo sea fácil de congregar<br />

y en el que cada ciudadano pueda fácilmente<br />

conocer a los demás” (Contrato social, pág. 94).<br />

Incluso no se le escapa a Rousseau el<br />

problema de la insoportable levedad política<br />

del ciudadano a medida que crece el<br />

tamaño del Estado:<br />

“Supongamos que se componga el Estado de<br />

10.000 ciudadanos. El soberano no puede ser considerado<br />

sino colectivamente y en cuerpo; pero cada<br />

particular, en calidad de súbdito, es considerado<br />

como individuo; así, el soberano es al súbdito como<br />

10.000 es a 1: es decir, que cada miembro del<br />

Estado no tiene, por su parte, más que la diezmilésima<br />

parte de la autoridad soberana, aunque esté<br />

sometido a ella por completo. Si el pueblo se compone<br />

de 100.000 hombres, el estado de los súbditos<br />

no cambia y cada uno de ellos lleva igualmente<br />

el imperio de las leyes, mientras que su sufragio, reducido<br />

a una cienmilésima, tiene 10 veces menos<br />

influencia en la forma concreta del acuerdo. Entonces,<br />

permaneciendo el súbdito siempre uno, aumenta<br />

la relación del soberano en razón del número<br />

de ciudadanos; de donde se sigue que mientras<br />

más crece el Estado, más disminuye la libertad”<br />

(Contrato social, págs. 85-86).<br />

No sólo esto: Rousseau era también<br />

consciente –de un modo que no dejaría<br />

de complacer a los teóricos de la public<br />

choice– de que los costes de toma de decisión<br />

se incrementan de forma abrumadora<br />

a medida que aumenta el colegio de<br />

decisores activos, una “futesa” de la que,<br />

por ejemplo, Jürgen Habermas parece no<br />

haber tomado debida nota aún:<br />

“Es seguro, además”, afirma Rousseau, “que la<br />

resolución de los asuntos adviene más lenta a medida<br />

que se encargan de ellos mayor número de personas;<br />

concediendo demasiado a la prudencia, no se<br />

concede bastante a la fortuna, y se deja escapar la<br />

ocasión, ya que, a fuerza de deliberar, se pierde con<br />

frecuencia el fruto de la deliberación” (Contrato social,<br />

pág. 91) 9 .<br />

Comprobamos, según esto, que<br />

Rousseau era consciente de las estrictas<br />

constricciones de escala que ha de satisfacer<br />

un Estado para que en él medre una<br />

democracia directa, y entendemos sin dificultad<br />

su querencia por la “pequeña<br />

dimensión”, por el “pequeño mundo antiguo”,<br />

para emplear el título de la novela<br />

de Antonio Fogazzaro. Podemos llamar<br />

9 Sobre la elevación de los costes decisorios cuando<br />

se incrementa el número de electores, y no sólo cuando<br />

se amplía la inclusividad de la regla de decisión, véase<br />

Buchanan, J. M., y Tullock, G.: The calculus of consent,<br />

págs. 106-109, Ann Arbor, The University of<br />

Michigan Press, 1962.<br />

24 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


epublicanismo máximo (o maximalista) a<br />

aquel que promueve, como única forma<br />

deseable de ejercicio de la democracia, la<br />

democracia directa y considera degradaciones<br />

bastardeadoras cualesquiera otras<br />

de sus manifestaciones.<br />

Paso como sobre ascuas por las connotaciones<br />

románticas y antimodernas<br />

que están implícitas en esta nostalgia por<br />

el “pequeño mundo antiguo”, que Rousseau<br />

comparte con otros muchos republicanos.<br />

Dejo a Rousseau para poder hablar<br />

de un republicanismo intermedio, más capaz<br />

de hacerse cargo de la dimensión creciente<br />

de nuestras sociedades, de la consiguiente<br />

mayor liviandad política de los<br />

ciudadanos; y que, en concordancia con<br />

todo esto, limita sus pretensiones a abogar<br />

–de una forma más cauta pero también<br />

más ambigua– por una democracia<br />

“más participativa”. Para ver qué hay de<br />

hacedero en esta propuesta y qué no,<br />

abandonamos a Rousseau pero no su país<br />

natal: Suiza. Difícilmente los republicanos<br />

encontrarían una nación moderna<br />

donde se den condiciones más favorables<br />

para una democracia republicana –“más<br />

participativa” que la anodina democracia<br />

liberal–, tanto por tradición (Suiza virtualmente<br />

inventó la democracia participativa<br />

moderna, hace de ello unos 130<br />

años: en la década de 1860) cuanto por<br />

estructura política 10 . Además, el largo experimento<br />

político suizo permite calibrar<br />

algo de fundamental importancia: si una<br />

democracia más participativa resiste la<br />

prueba de la duración.<br />

En un informe publicado por The<br />

Economist el 21 de diciembre de 1996 sobre<br />

el sistema suizo 11 , que lleva por título<br />

‘Full Democracy’ [Democracia plena], se<br />

analiza con franca simpatía –algo curioso,<br />

dadas las conocidas inclinaciones liberales<br />

de la publicación– el modo suizo, más<br />

directo y participativo, de practicar la<br />

democracia. En el nivel federal, los particulares<br />

pueden expresar su deseo de intervenir<br />

en la res publica a través de la iniciativa<br />

(que la constitución les reconoce) de<br />

convocar referendos. Son suficientes<br />

50.000 firmas para desprenderse de cualquier<br />

nueva ley de rango nacional propuesta<br />

por el Parlamento, si así es aprobado<br />

en votación por el pueblo. Y el doble<br />

de firmas bastan para someter una fla-<br />

10 Hay tres niveles de gobierno –federal, cantonal<br />

y local–, que dejan a los ciudadanos suizos la posibilidad<br />

de modular de manera más afinada la expresión<br />

de su deseo de participación política.<br />

11 Debo esta referencia a mi amigo Jorge Mínguez,<br />

impenitente lector de esta revista.<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

mante nueva idea como ley a la decisión<br />

del pueblo, incluso si el Parlamento se<br />

desmarca completamente de la iniciativa.<br />

Lo que se observa en la práctica, sin embargo,<br />

es que el 48,7% de las leyes emanadas<br />

del Parlamento y llevadas a consulta<br />

popular salen adelante, frente a sólo el<br />

10% de las leyes propuestas fuera del Parlamento.<br />

No sólo esto: las contrapropuestas<br />

surgidas del Parlamento para corregir<br />

las leyes aprobadas por iniciativa extraparlamentaria<br />

han sido aceptadas por la ciudadanía<br />

en el 63% de las ocasiones. Y<br />

hasta un 72,7% de las enmiendas constitucionales<br />

promovidas por el Parlamento<br />

han sido refrendadas. En suma, “sólo en<br />

torno a un cuarto de las leyes del Parlamento<br />

sometidas a referéndum desde<br />

1960 han sido rechazadas, en comparación<br />

con algo más de la mitad hace 100<br />

años”. Lo más preocupante es, sin embargo,<br />

la fatiga creciente de la ciudadanía<br />

ante las convocatorias de referendo, provengan<br />

de donde provengan. Puede sonar<br />

casi a sarcasmo, pero el nivel de participación<br />

ciudadana en las votaciones de ámbito<br />

federal está en la actualidad en Suiza<br />

por debajo del de Reino Unido, Francia o<br />

incluso Estados Unidos: la concurrencia a<br />

las urnas empezó a caer ya en los años<br />

cincuenta de la media habitual de un<br />

50%-60% a poco más del 40% en los<br />

años ochenta y noventa. “El pueblo de<br />

Suiza ha perdido una parte de su entusiasmo<br />

por votar, si lo comparamos con lo<br />

que sucede en la mayoría de los pueblos<br />

con grandes democracias representativas”<br />

(pág. 5).<br />

Consideremos ahora lo que ocurre en<br />

los 26 cantones suizos. Para ser breves y<br />

ponernos en lo mejor, acerquémonos a<br />

uno de los cinco cantones más pequeños,<br />

el de Glarus, encaramado en las montañas<br />

de la Suiza oriental y con un censo de<br />

24.700 votantes potenciales. A una importante<br />

convocatoria efectuada en mayo<br />

de 1996 acudieron sólo unos 6.000, un<br />

cuarto de los electores con derecho a voto.<br />

El autor del informe manifiesta con<br />

un punto de melancolía: “La gente desea<br />

tener las grandes decisiones en sus manos,<br />

pero no quiere perder demasiado tiempo<br />

con las insignificantes”. Las cuestiones<br />

importantes se dirimen a escala federal,<br />

donde la amplitud del colegio electoral<br />

desalienta al ciudadano de votar. El cuerpo<br />

electoral se comprime cuando pasamos<br />

a la dimensión cantonal, pero entonces<br />

la comparativa menor relevancia de lo<br />

que está en juego es lo que aleja al ciudadano<br />

de las urnas. La conclusión es que el<br />

voto es minoritario en cualquier caso.<br />

JUAN ANTONIO RIVERA<br />

El problema se agrava aún más en la<br />

escala local, donde el grado de participación<br />

que se observa en las elecciones cantonales<br />

sería aquí considerado como un<br />

éxito estruendoso. La contraintuitiva conclusión<br />

que se sigue de lo ya expuesto es<br />

que, al menos en Suiza (feudo señero de<br />

la democracia republicana, si es que tal<br />

cosa existe en este mundo), las facilidades<br />

encontradas para la participación política<br />

acaban erosionando a la larga la participación<br />

efectiva.<br />

La astucia de la democracia<br />

Hemos estudiado ya las razones del retraimiento<br />

de buena parte de los ciudadanos<br />

frente a la sugerencia de un compromiso<br />

mayor con el espacio público a que acuciosamente<br />

les convidan los republicanos.<br />

Veamos ahora si eso les deja tan inermes<br />

como se dice frente a políticos profesionales<br />

desaprensivos. Empezaré contándoles<br />

un cuento de hadas político, al que pondré<br />

el hegelianizante título de La astucia<br />

de la democracia. El cuento dice más o<br />

menos lo siguiente:<br />

En economía, la integración vertical<br />

consiste en la realización por una misma<br />

empresa de fases distintas y sucesivas del<br />

mismo proceso de producción. Las grandes<br />

empresas petrolíferas son un buen<br />

ejemplo de integración vertical: llevan a<br />

cabo la exploración, perforación y extracción<br />

del crudo, su transporte a las refinerías,<br />

el refinado y el posterior acarreo a las<br />

estaciones de servicio, de las que también<br />

son propietarias. Volviendo a nuestra<br />

concepción del Estado como empresa, la<br />

división de poderes constituye un caso de<br />

desintegración vertical: la producción y administración<br />

de la ley y el orden (la competencia<br />

básica del Estado protector) es<br />

fragmentada en fases sucesivas, asignándose<br />

la realización de cada fase a una empresa<br />

o poder independiente (el Legislativo,<br />

el Ejecutivo y el Judicial), que con su<br />

actuación limita la capacidad de las demás<br />

para configurar el resultado o producto<br />

final 12 .<br />

La integración horizontal tiene lugar<br />

cuando se funden en una varias empresas<br />

12 La división de poderes guarda una estrecha relación<br />

con la secuencia en cuatro etapas para la aplicación<br />

de los principios de la justicia a las instituciones de<br />

que habla John Rawls (véanse A Theory of Justice,<br />

págs. 195-201, Harvard U. P., Cambridge, Mass.<br />

1971; y Habermas, J., y Rawls, J.: Debate sobre el liberalismo<br />

político, págs. 102 y 103, Paidós, Barcelona,<br />

1998). La idea es ésta: la primera etapa de la secuencia<br />

es la elección de los dos principios de la justicia tras<br />

un espeso velo de ignorancia en la posición original (los<br />

ya célebres principios rawlsianos de la justicia son PJ1:<br />

25


¡SALUD, VIRTUOSOS REPUBLICANOS!<br />

que operan en la misma industria. El federalismo<br />

(y también, en buena medida,<br />

el Estado de las autonomías) puede ser<br />

visto como un fenómeno –no hace falta<br />

decir que incompleto– de desintegración<br />

horizontal del Estado central en una serie<br />

de subunidades políticas que se reparten<br />

el territorio de la nación. La descentralización<br />

política del Estado, unida a la<br />

movilidad geográfica de los ciudadanos,<br />

puede promover la competencia entre las<br />

diversas subagencias políticas, que buscan<br />

(dentro de límites que impidan la congestión<br />

en el uso de los servicios públicos<br />

que ellas ofrecen) el asentamiento en el<br />

territorio por ellas administrado del mayor<br />

número de ciudadanos con rentas<br />

gravables. Para conseguir esto, habrán de<br />

ofrecer a sus clientes potenciales una<br />

combinación atractiva de impuestos y servicios<br />

públicos; en otro caso, los ciudadanos<br />

optarán por votar con los pies, trasladándose<br />

a otra circunscripción política.<br />

Este federalismo competitivo se espera que<br />

conduzca la gestión territorial del Estado<br />

a las orillas de la eficiencia.<br />

La competencia también hace acto de<br />

presencia en la consecución del Poder<br />

Ejecutivo –para muchos, el verdadero corazón<br />

del Estado–. El gabinete que ocupa<br />

en cada momento los despachos ministeriales<br />

queda cada cuatro años (o lo que<br />

dure la legislatura) en precario ante los<br />

votantes (la junta de accionistas políticos<br />

de Estado, SA), que pueden elegir otro<br />

equipo gobernante entre los diferentes<br />

grupos de la oposición. Éste es uno de los<br />

resortes cruciales con que cuentan los ciudadanos<br />

para forzar a sus gobernantes a<br />

gestionar de manera eficiente Estado, SA.<br />

Por otra parte, los ciudadanos disponen<br />

de autonomía para escoger, dentro de<br />

su espacio privado, los fines personales<br />

que consideren más estimables, sin tener<br />

Cualquier persona podrá reivindicar un esquema adecuado<br />

de derechos y libertades, y un esquema así habrá<br />

de ser compatible con el mismo esquema para todos;<br />

PJ2: Las desigualdades sociales y económicas han<br />

de satisfacer dos condiciones: han de estar vinculadas<br />

a posiciones y funciones abiertas a todos en condiciones<br />

de equitativa igualdad de oportunidades [PJ2a]; y<br />

tales desigualdades sociales y económicas han de fomentar<br />

el más alto beneficio de los menos aventajados<br />

miembros de la sociedad [PJ2b]. La segunda etapa estriba<br />

en la formación de un congreso constituyente, en<br />

el que los delegados de los ciudadanos escogen los derechos<br />

y libertades básicos compatibles con PJ1. La<br />

tercera etapa es la etapa legislativa, en que se delinean<br />

las políticas sociales y económicas congruentes con<br />

PJ2. La cuarta etapa no es otra cosa que la administración<br />

de justicia o aplicación de las leyes a casos particulares.<br />

Rawls hace notar que en cada etapa sucesiva el<br />

velo de la ignorancia va perdiendo más y más espesor<br />

hasta convertirse en un finísimo cendal transparente.<br />

que padecer injerencias constrictoras o<br />

paternalistas por parte de otros particulares<br />

o de los poderes públicos, y con la sola<br />

condición de que la persecución de esos<br />

fines privados se produzca en el marco<br />

compartido de la normativa legal vigente.<br />

En la práctica, estos derechos individuales<br />

(protectores de la autonomía y dignidad<br />

personales) operan como una limitación<br />

para que los gestores-gobernantes olviden<br />

o atemperen la tentación de establecer<br />

una agenda de fines colectivos. La inviolabilidad<br />

de los derechos individuales delimita<br />

desde el principio qué fines colectivos<br />

son legítimamente perseguibles y<br />

cuáles no. La primacía de los derechos individuales<br />

sobre cualesquiera fines colectivos<br />

ha de entenderse del modo en que la<br />

explica Carlos S. Nino:<br />

“Los derechos individuales constituyen por<br />

definición restricciones a la persecución del bien<br />

común” 13 .<br />

Cuando abordamos el asunto de las<br />

garantías constitucionales que defienden<br />

las libertades del individuo, la metáfora<br />

del Estado como empresa no sólo deja ya<br />

de ser útil sino que se convierte en peligrosa<br />

y embaucadora. No le es lícito a un<br />

Estado democrático fijarse fines o metas<br />

(objetivos sociales, en su caso) como una<br />

empresa más. Atribuir esta capacidad al<br />

Estado, y atribuírsela de manera irrestricta,<br />

equivale en la práctica a tener de él<br />

una concepción totalitaria. Cuando los<br />

objetivos sociales se adueñan del foro público<br />

no sólo desalojan de él a las normas<br />

del ordenamiento constitucional y las reducen<br />

a cenizas; también pasan un inmenso<br />

rodillo por los fines particulares<br />

que los individuos pudieran estar tratando<br />

afanosamente de alcanzar en sus espacios<br />

privados. La división misma entre espacio<br />

público y espacio privado queda<br />

aniquilada y las personas pasan a convertirse<br />

en recursos combustibles que pueden<br />

emplear los poderes públicos totalitarios<br />

para la obtención de sus metas colectivas.<br />

En este punto concreto de las garantías<br />

individuales, vale más abandonar la visión<br />

del espacio público como empresa de propiedad<br />

compartida entre los ciudadanos,<br />

y concebirlo antes bien como un macrojuego,<br />

en que la función asignada a los poderes<br />

públicos es servir de custodios y garantes<br />

de las reglas de ese macrojuego (las<br />

normas constitucionales), desalentando<br />

de antemano, a través de la exhibición de<br />

13 Nino, C. S.: Ética y derechos humanos, pág. 35.<br />

Ariel, Barcelona, 1989.<br />

sus medios coercitivos, cualquier conato<br />

de infracción de las mismas.<br />

Estas advertencias resultan oportunas<br />

porque muchos intelectuales son preocupantemente<br />

dados a perder la paciencia<br />

ante lo que ellos interpretan como falta de<br />

dirección o contenido de la vida pública,<br />

presuntamente desprovista de “objetivos<br />

sociales”. Las constituciones democráticas<br />

liberales dan acogida en su seno, y de<br />

buena gana, a los derechos civiles y políticos<br />

(los ahora llamados “derechos de primera<br />

generación”), pero dejan fuera los<br />

derechos sociales y económicos (“derechos<br />

de segunda generación”), que son los<br />

que dotan de “contenido” real a una convivencia<br />

social que se desea cooperativa y<br />

no meramente concurrencial: derechos al<br />

trabajo en condiciones dignas, a la Seguridad<br />

Social, a la salud, a la calidad de vida,<br />

a la educación y al acceso a la cultura,<br />

etcétera. En consecuencia, el liberalismo<br />

democrático es meramente procedimental<br />

y vacío 14 . Estos cargos son en parte falsos<br />

y en parte desencaminadores.<br />

Son falsos porque las constituciones<br />

liberales sí que incorporan como legítimamente<br />

perseguibles ciertas metas sociales<br />

(señaladamente, una mayor justicia<br />

distributiva) 15 . Es verdad, y no hacen falta<br />

especiales apremios para reconocerlo,<br />

que algunos de estos artículos constitucionales<br />

tienen un tono más declamatorio<br />

que otra cosa, por cuanto no son exigibles<br />

ante los tribunales, como sí lo son<br />

los derechos civiles y políticos. La reclamación<br />

de derechos sociales y económicos<br />

se suele sustanciar a través del proceso<br />

político, entendido como mercado de<br />

bienes colectivos cuyo suministro queda<br />

en manos de un Estado de bienestar.<br />

Hernando Valencia Villa lo expresa con<br />

suma claridad:<br />

“La sola idea de derechos sociales supone la<br />

existencia de un Estado benefactor o intervencionista<br />

que reconozca obligaciones de contenido económico<br />

en favor de los particulares en general y de<br />

ciertos grupos en especial, y cumpla con ellas. Mas<br />

las obligaciones estatales, puesto que no pueden reclamarse<br />

ante los jueces, deben tramitarse a través<br />

del proceso político y electoral, como parte de la<br />

dinámica partidista y parlamentaria que genera<br />

la relación política fundamental entre electores y<br />

elegidos o entre ciudadanos y gobernantes” 16 .<br />

14 El mismo Giner se une a estos cansinos reproches<br />

(pág. 4), si bien cumple reconocerle que resalta<br />

también los esfuerzos que, dentro del liberalismo, se<br />

hacen para dar cabida en él a derechos más “sustantivos”.<br />

15 Véase el título I, capítulo 3º, de nuestra propia<br />

Constitución.<br />

16 Valencia Villa, H., Los derechos humanos, pág.<br />

49. Acento, Madrid, 1997.<br />

26 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


Ahora bien, un analista político tan<br />

exquisitamente dotado como Rawls, aparte<br />

de persuadirnos de incluir en la Constitución<br />

ciertos fines sociales, nos ha prevenido<br />

también sobre la necesidad de ser<br />

modestos en lo que hace a su alcance.<br />

Querer avanzar demasiados pasos hacia<br />

una mayor justicia social, por ejemplo,<br />

erizará en torno nuestro un número cada<br />

vez mayor de efectos contraproducentes.<br />

La imputación de falta de direccionalidad<br />

en la vida pública es también desencaminadora.<br />

Después de las tenebrosas<br />

experiencias del totalitarismo nazi o soviético,<br />

deberíamos haber quedado ya todos<br />

vacunados contra la deseabilidad de<br />

una sociedad de fines o teleocrática, y preferir<br />

en su lugar una más modesta sociedad<br />

de normas o nomocrática, pues esta<br />

última es la única que permite a los individuos<br />

ir en pos de los fines que personalmente<br />

consideren más estimables, sin otra<br />

restricción que la atinencia a las normas<br />

compartidas 17 . En una sociedad nomocrática,<br />

la dirección que tomen las vicisitudes<br />

sociales será, en lo fundamental, la<br />

resultante inintencionada de la suma de<br />

una compleja multiplicidad de vectores<br />

desiderativos individuales. Que la escena<br />

pública no esté poblada de objetivos sociales<br />

que requieran perentoriamente la<br />

contribución de los ciudadanos es lo que<br />

deja a éstos en franquía, como particulares,<br />

para ocuparse de sus negocios privados.<br />

Lejos de ser un pasivo social, como<br />

algunos despistados piensan, esta ausencia<br />

de un proyecto de nación es la auténtica<br />

huella dactilar de las sociedades abiertas.<br />

Lo impredecible y errático del rumbo<br />

social en estas circunstancias es lo que desespera<br />

a tantos intelectuales –republicanos<br />

incluidos– que, lejos del propósito de<br />

enmienda ante pasados descalabros, continúan<br />

teniendo ideas muy claras sobre lo<br />

que sería una buena marcha de los asuntos<br />

públicos, y pretenden –¡el búho de<br />

17 Hablé de la distinción entre sociedad de<br />

fines/sociedad de normas en mi artículo Hayek, Tolstói<br />

y la batalla de Borodino, CLAVES DE RAZÓN<br />

PRÁCTICA, núm. 13, págs. 50-56, junio de 1991.<br />

Víctor Pérez Díaz también se manifiesta en favor de<br />

“un orden nomocrático y no teleocrático”, en Elogio<br />

de la universidad liberal, CLAVES DE RAZÓN<br />

PRÁCTICA, núm. 63, págs. 2-9, junio de 1996; pág.<br />

6. Las expresiones “nomocrático” y “teleocrático” son<br />

empleadas por Hayek en Law, Legislation and Liberty,<br />

vol. 2, pág. 15. Routledge, Londres, 1982, que a su<br />

vez atribuye la paternidad de la distinción a Michael<br />

Oakeshott. El mismo Rawls afirma que “una… diferencia<br />

básica entre una sociedad democrática bien ordenada<br />

y una asociación es que una sociedad tal no<br />

tiene fines y objetivos de la manera en que los tienen<br />

las personas o las asociaciones” (Political liberalism,<br />

cit., pág. 41).<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

Minerva nos coja confesados!– que la realización<br />

de sus más empedernidos anhelos<br />

es la base de cualquier regeneración política<br />

en profundidad. Me es muy grato<br />

constatar que Salvador Giner, a la vez que<br />

repudia estas motivaciones, ve en ellas<br />

una de las formas latentes de degeneración<br />

del republicanismo:<br />

“Una sociedad de ciudadanos plenamente virtuosos<br />

no sólo sería farisaica y ultrapuritana, sino<br />

que conduciría a la postre a la imposición violenta<br />

de la virtud. Los terrores virtuosos de Robespierre<br />

y de Stalin… bastan ya para ver en qué para la cosa”<br />

(pág. 7).<br />

El sistema inmunitario de<br />

la democracia liberal<br />

Las características del diseño constitucional<br />

de una democracia liberal contribuyen<br />

decisivamente al buen funcionamiento<br />

de su sistema inmunitario. Facilitan la<br />

fragmentación del conglomerado político<br />

(tanto en horizontal como en vertical) y<br />

la vigilancia recíproca de las partes. También<br />

colocan límites al ejercicio del poder<br />

político en su conjunto; límites que, por<br />

una parte, protegen al ciudadano de intrusiones<br />

ilegítimas en su esfera privada, y<br />

que, por otra, le facultan para deshacerse<br />

de los gobernantes que gestionan mal los<br />

recursos públicos. Conscientes de que<br />

los políticos en el poder quedan expuestos<br />

frente a los ciudadanos en los periodos de<br />

reelección, los grupos de oposición intensifican<br />

su lucha contra la mala memoria<br />

de los ciudadanos y les recuerdan con tenacidad<br />

los incumplimientos más flagran-<br />

JUAN ANTONIO RIVERA<br />

tes del programa electoral que en su día<br />

enarboló el actual equipo gobernante.<br />

El papel de la prensa, y de los medios<br />

de información en general, como cuarto<br />

poder, es crucial. En este cuarto poder se<br />

encuentran los intermediarios que informan<br />

a los ciudadanos de los entresijos del<br />

poder político. En especial, los periodistas<br />

(que se cuentan entre los leucocitos más<br />

activos del sistema inmunitario de la democracia)<br />

están interesados en destapar escándalos<br />

políticos, pues no necesitan que<br />

nadie les explique que eso aumenta las tiradas<br />

de los rotativos. Sin esta labor de información,<br />

los gobernantes se moverían<br />

mucho más a sus anchas en las densas<br />

opacidades de un poder inescrutado. La<br />

función ilustradora del público acerca de<br />

lo que sucede en los recintos de poder es<br />

tanto más importante cuanto mayor sea<br />

el grado de corporativismo que, en ciertos<br />

asuntos, manifiesten los partidos políticos<br />

con independencia de su signo. Javier<br />

Pradera menciona en concreto los casos<br />

de ilegalidad en los procedimientos de financiación<br />

que salpicaban a la mayoría de<br />

los partidos, y el pacto tácito de silencio<br />

que éstos mantenían sobre tal asunto innombrable,<br />

en la época de los gobiernos<br />

socialistas. Pacto que se vino abajo merced,<br />

en buena medida, a las “auditorías”<br />

de cuentas que espontáneamente practicaron<br />

diversos medios de comunicación:<br />

“Esa recuperación de la prensa de su papel autónomo<br />

frente a la política se produce siempre que<br />

el funcionamiento de las instituciones representativas<br />

queda bloqueado o dificultado por la connivencia<br />

de todos (o casi todos) los partidos en una<br />

estrategia de ocultación o silencio (…) Sin la contribución<br />

de los medios de comunicación, la mayoría<br />

de los escándalos del periodo habrían quedado<br />

sofocados” 18 .<br />

Los jueces, muchas veces puestos sobre<br />

la pista de la corrupción política por<br />

los insomnes sabuesos de la prensa, están<br />

investidos de poder para instruir expedientes,<br />

enjuiciar y, si procede, castigar<br />

los desmanes de los políticos profesionales.<br />

Los ciudadanos, consumidores de escándalos<br />

públicos a través de la diligente<br />

labor de la prensa escrita, la radio o la televisión,<br />

gozan por su parte del privilegio<br />

de la indignación moral: pueden proyectar<br />

sobre sus representantes las mezquindades<br />

y flaquezas de las que ellos se suponen<br />

ufanamente exentos.<br />

18 Pradera, J.: Jeringas, agendas y silencios. El poder<br />

de los medios de comunicación, CLAVES DE RAZÓN<br />

PRÁCTICA, núm. 32, págs. 48-55, pág. 54, mayo de<br />

1993.<br />

27


¡SALUD, VIRTUOSOS REPUBLICANOS!<br />

Por este sistema de tuberías, la actuación<br />

de los políticos con responsabilidades<br />

de gobierno queda finalmente expuesta<br />

al juicio de los ciudadanos; y no cada<br />

cuatro años, sino día por día, con lo que<br />

se convierte en parte del interés de los gobernantes<br />

presentar un rostro libre de impurezas<br />

ante los gobernados. La astucia de<br />

la democracia significa sólo esto: que la<br />

democracia funciona como si empleara las<br />

bajas pasiones de sus hijos para salir ella<br />

misma fortalecida y producir efectos que,<br />

en lo epifenoménico, parecen indiscernibles<br />

de los que resultarían de la virtud cívica<br />

más acrisolada y extendida. Lo más<br />

interesante es que este sistema inmunitario<br />

funciona espontáneamente, y de manera<br />

continua e institucional, como un<br />

perpetuum mobile, porque está firmemente<br />

anclado en el más eficaz sistema de incentivos<br />

posible: los intereses más personales<br />

(a veces descarnadamente exhibidos)<br />

de los que, trabajando en su propio obsequio,<br />

contribuyen, sin necesidad de proponérselo<br />

conscientemente como meta, a<br />

la salud pública. Los gobernantes se ven<br />

llamados, quieras que no, a gestionar bien<br />

los recursos públicos, pues saben que los<br />

políticos de la oposición –auxiliados por<br />

una nube difusa de periodistas y jueces<br />

desafectos al Gobierno– están siempre<br />

dispuestos a removerlos de sus asientos.<br />

Los ciudadanos aficionados a la reprobación<br />

moral de sus representantes (en buena<br />

medida por los secretos deleites morales<br />

que tener permanentemente fruncido<br />

el entrecejo les proporciona) acogen con<br />

júbilo mal disimulado la ración diaria de<br />

desvergüenza política que meticulosamente<br />

les describen los medios de información<br />

y toman nota de ella para futuras<br />

decisiones de voto. Hasta el más indolente<br />

ciudadano puede acabar encontrando<br />

interesante en ocasiones esta impúdica exhibición<br />

de obscenidades que contra su<br />

voluntad procuran los cargos electos.<br />

Fugas en las ‘cañerías democráticas’<br />

El cuento de hadas ha acabado, y es el<br />

momento de recordar que la “mano invisible”<br />

en política funciona aún peor que<br />

su homóloga económica. Los fallos de la<br />

democracia, las imperfecciones de su sistema<br />

inmunitario, son abundantes, y la<br />

relación de las mismas que me dispongo a<br />

ofrecer es, desde luego, incompleta. (No<br />

obstante lo cual, mantengo que hay un<br />

núcleo de verdad en el cuento de hadas<br />

de una democracia que sabe cuidar institucionalmente<br />

de sí misma; como también<br />

lo hay en la fábula smithiana de la “mano<br />

invisible”).<br />

El mercado político democrático es<br />

singular en más de un aspecto. No se venden<br />

en él mercancías ya producidas, sino<br />

promesas de producir tales mercancías.<br />

Además, por lo común no se especifican<br />

las cantidades en que se van a producir<br />

los artículos públicos (en algunos casos<br />

porque tal cosa no es viable) ni la fecha de<br />

entrega de los mismos. Todo lo cual<br />

favorece la evasión de responsabilidades<br />

cuando se acusa al Gobierno de haber<br />

convertido en papel mojado su programa<br />

electoral. La inminencia de unos comicios<br />

electorales y la cínica convicción de que<br />

los votantes sólo tienen una memoria a<br />

corto plazo pueden hacer que los miembros<br />

del Ejecutivo cedan a la irresponsable<br />

inclinación de emprender o intensificar<br />

prácticas redistributivas injustas<br />

orientadas a la captación de votos. La labor<br />

asistencial del Estado nodriza, aunque<br />

se presente movida por elevados empeños<br />

de justicia social, queda desvirtuada con<br />

suma facilidad en clientelismo y dispensación<br />

de sinecuras a grupos minoritarios<br />

disciplinadamente organizados, que no<br />

suelen coincidir con los colectivos más<br />

necesitados. Y así no ha de extrañar que<br />

los bocados más suculentos del botín de<br />

la redistribución vayan a parar a estómagos<br />

ya bien alimentados.<br />

Lo más probable es que el federalismo<br />

competitivo no sea otra cosa que una fábula<br />

piadosa, y que en realidad la descentralización<br />

territorial del poder del Estado<br />

no lleve a otra cosa que a duplicar las funciones<br />

y los gastos, y a espolear y dar oxígeno<br />

a los nacionalismos periféricos 19 .<br />

Los políticos pueden responder a la<br />

labor escudriñadora conjunta de periodistas<br />

y oposición volviendo más sutiles e intrincadas<br />

sus maniobras de corrupción,<br />

con lo que “a veces detectar la corrupción<br />

es tan complicado como darse cuenta<br />

de cuándo bebe agua un pez” 20 . Políticos,<br />

jueces, oposición e informadores es-<br />

19 Sobre esto, véase López Aguilar, J. F.: Estado<br />

autonómico y nuevos nacionalismos, CLAVES DE<br />

RAZÓN PRÁCTICA, núm. 65, págs. 32-39, septiembre<br />

de 1996.<br />

20 Éstas son palabras de Kautilya, un ladino y poco<br />

edificante consejero político hindú que vivió en el siglo<br />

III a. de J. C., autor de un texto parenético, el Arthasastra<br />

–dirigido al emperador Chanragupta–, que<br />

pasa por ser un esclarecido antecedente de El príncipe,<br />

de Maquiavelo, pero escrito en una vena aún más desenvuelta<br />

y alejada del concepto convencional de moral.<br />

Al menos así lo creía Max Weber, que en su conferencia<br />

‘La política como vocación’, decía del Arthasastra<br />

que “a su lado, El príncipe, de Maquiavelo, nos<br />

resulta perfectamente inocente” (El político y el científico,<br />

pág. 169, Alianza Editorial, Madrid, 1967).<br />

Quien quiera saber más cosas de este incitante personaje,<br />

habrá de acudir a la muy buena exposición que<br />

tán envueltos en “carreras coevolutivas”<br />

de resultado incierto y cambiante 21 .<br />

Decía antes que los periodistas están<br />

entre la legión de leucocitos más activos<br />

del sistema inmunitario democrático. Pero<br />

está claro que no todos estos leucocitos<br />

son inmaculados glóbulos blancos. Hay<br />

muchos glóbulos amarillos, informadores<br />

dados a inventar corruptelas y escabrosidades<br />

donde no las hay, a practicar el lema<br />

“calumnia, que algo queda”, etcétera.<br />

Estas prácticas estarán seguramente amparadas<br />

en la excesiva lenidad de una<br />

legislación antilibelo que permite una<br />

holgada impunidad a los difamadores, y<br />

movidas por el servicio a núcleos económicos<br />

o de poder, o por simples intereses<br />

corporativos 22 .<br />

También es verdad que algunos jueces<br />

pueden descubrir inopinadamente las satisfacciones<br />

íntimas que supone estar en<br />

el candelero y el halago de ser requeridos<br />

de continuo por la prensa; como, asimismo,<br />

para oficiar de conferenciantes en actos<br />

públicos, etcétera. Este adictivo tren<br />

de vida a veces sólo puede ser mantenido<br />

poniéndose a barrer lo que nunca ha estado<br />

sucio. La oposición acaso se dedique a<br />

hacer la vida imposible al Gobierno aplicando<br />

un sañudo todo vale con objeto de<br />

arrebatar sus poltronas a los que en la actualidad<br />

las ocupan y ponerse ellos en su<br />

lugar. Los medios de comunicación más<br />

amarillos y el público que morbosamente<br />

los sigue ignoran a menudo la presunción<br />

de inocencia que ampara inicialmente a<br />

cualquier ciudadano en el código penal, y<br />

se entregan a juicios paralelos que entorpecen<br />

o incluso condicionan el ejercicio de<br />

la justicia. El ciudadano, finalmente, puede<br />

acabar estragado por el –al parecer–<br />

interminable desfile de bajezas de toda laya<br />

y condición que a diario se destapan<br />

(impotente muchas veces para discernir y<br />

calibrar lo que hay de cierto en todo ese<br />

aluvión de inmundicias que se somete a<br />

su consideración), y esto le puede conducir<br />

en última instancia a no ser ya capaz<br />

de distinguir las churras de las merinas y a<br />

de su figura y pensamiento hace Roberto Rodríguez<br />

Aramayo en el ‘Epílogo’ a su libro La quimera del rey<br />

filósofo. Taurus, Madrid, 1997. (La cita que dio paso a<br />

esta nota se encuentra en las págs. 163 y 164).<br />

21 Sobre “carreras coevolutivas”, véase Rivera, J.<br />

A.: La hipótesis de la Reina Roja, y otras hipótesis, en<br />

CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA, núm. 78, págs.<br />

12-22, diciembre de 1997.<br />

22 Los artículos de Juan Alberto Belloch (Prensa,<br />

corporativismo y abuso de poder) y Javier Pradera (Políticos<br />

y periodistas) en CLAVES DE RAZÓN PRÁCTI-<br />

CA, núm. 15, septiembre de 1990; o el más reciente<br />

de Francisco J. Laporta (El derecho a informar y sus enemigos,<br />

en CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA, núm.<br />

28 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


proferir agudezas del estilo de “todos los<br />

políticos son iguales” o “la democracia es<br />

el bastión favorito de los canallas”.<br />

Republicanismo mínimo<br />

Este primer nivel del sistema inmunitario<br />

(francamente movido por intereses egoístas,<br />

algunos de los cuales no son reconducibles<br />

por una “mano invisible” a la<br />

promoción indeliberada de la salud democrática)<br />

puede no sólo quedar desbordado<br />

por infecciones propaladas por parásitos<br />

sociales sino contribuir, él mismo, a<br />

abrir fisuras en las cañerías de la democracia<br />

por donde supure abundante ponzoña<br />

antisocial. Estas fugas en la arquitectura<br />

de la democracia hay que atribuirlas en<br />

parte, como diría el propio Giner, a “la<br />

endémica imperfección moral de toda comunidad<br />

humana” (pág. 11).<br />

En cualquier caso, la democracia<br />

cuenta con un sistema inmunitario de<br />

segundo nivel, en el que los móviles morales<br />

son los que aparecen en primer término<br />

23 . Otros políticos procuran jugar<br />

limpio con la ciudadanía y esquivan, aun<br />

si ello les resta votos, el entregarse a las<br />

formas más groseras de populismo y desestabilización.<br />

Otros periodistas denuncian<br />

el color menos que blanco de algunos<br />

de sus colegas. Otros jueces encausan<br />

a los indeseables que habitan en su profesión<br />

(como en todas, por lo demás). A diferencia<br />

del primero, este segundo nivel<br />

de control inmunitario opera de manera<br />

mucho más discontinua (no institucional<br />

en la mayoría de los casos) y a fogonazos.<br />

Es en este segundo nivel en el que<br />

pueden encontrar acomodo los republicanos,<br />

a condición de que, en su variante de<br />

republicanos máximos, miniaturicen sus<br />

excéntricas pretensiones; y que incluso<br />

hagan lo propio los republicanos intermedios<br />

(que también navegan contra el viento<br />

de la dimensión espacial creciente de<br />

nuestras sociedades y cuya hora histórica<br />

ya ha pasado). Las infracciones al código<br />

72, mayo de 1997) ilustran profusamente acerca de este<br />

“lado infausto” (como lo llama Belloch) de algunos<br />

medios de información. El artículo de Rodríguez Bereijo<br />

en el núm. 72 de la misma publicación (La libertad<br />

de información) es también interesante porque expone<br />

la relación de preponderancia, cambiante a lo largo<br />

del tiempo en la jurisprudencia del Tribunal<br />

Constitucional, entre la libertad de expresión y otros<br />

derechos limitantes de la misma, como los derechos al<br />

honor, la intimidad y la propia imagen.<br />

23 Lo que no excluye en la práctica que estos móviles<br />

morales o altruistas admitan ser reconsiderados<br />

como formas más inconspicuas de egoísmo. He abordado<br />

esta para algunos incómoda cuestión en La improbable<br />

fundamentación de la moral, CLAVES DE<br />

RAZÓN PRÁCTICA, núm. 43, págs. 16-25, julio de<br />

1994.<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

de buena conducta democrática hacen<br />

que se movilice una segunda remesa de<br />

anticuerpos, entre los cuales los republicanos<br />

(que blasonan de tener una piel más<br />

fina que el resto de la ciudadanía para soportar<br />

los vejámenes inferidos a la democracia<br />

y que se muestran orgullosamente<br />

prestos al encrespamiento moral) tienen<br />

una nada desdeñable labor que desempeñar:<br />

sus voces ultrajadas, que se elevan característicamente<br />

unos cuantos decibelios<br />

por encima de la media pueden, en el mejor<br />

de los casos, despertar de su sopor a<br />

ciudadanos menos vigilantes, inocularles<br />

la oportuna cólera moral y, una vez inflamada<br />

y extendida la justa ira ciudadana,<br />

atajar con ella males mayores. Asimismo,<br />

las voces republicanas que llaman a rebato<br />

a la ciudadanía y que buscan generalizar<br />

hasta donde sea posible las virtudes cívicas<br />

pueden dar aliento y corroboración a<br />

los que ya las ponen en práctica. He mencionado<br />

antes las previsibles desviaciones<br />

del Estado de bienestar de los objetivos de<br />

mayor justicia social y su sustitución por<br />

prácticas más opacas y espurias. Los republicanos<br />

tienen también aquí un amplio<br />

campo para desfogar sus energías morales,<br />

no sólo denunciando esas derivaciones indeseables<br />

del Estado benefactor, sino también<br />

apoyando a los particulares u organizaciones<br />

que se mueven –aun si sólo en<br />

parte– al margen del Estado (las ONG)<br />

para tapar ese hueco de solidaridad social<br />

dejado por el uso electoralista del Estado<br />

redistribuidor y cubrirlo con altruismo cívico.<br />

Comprendo que encuadrar a los republicanos<br />

(algunos de los cuales –aunque<br />

desde luego no todos– me consta que<br />

tienen de sí mismos la augusta imagen de<br />

dragones de la democracia, celosos custodios<br />

de sus esencias) en una brigada más<br />

de operarios que velan por el buen funcionamiento<br />

de la fontanería democrática,<br />

puede parecer ofensivo, pero creo firmemente<br />

que es este republicanismo mínimo<br />

(adelgazado de sus desmedidas ínfulas) el<br />

JUAN ANTONIO RIVERA<br />

único que de verdad está “a la altura de<br />

los tiempos” (Giner). Un republicanismo<br />

así ya no es, desde luego, una “tercera forma<br />

de democracia”, una solución alternativa<br />

al liberalismo o al comunitarismo (ni,<br />

si se me quiere creer, a cosa alguna en especial),<br />

sino tan sólo una prótesis más de<br />

la democracia liberal, que puede hacer un<br />

servicio notable a su mejor funcionamiento<br />

24 . Convengo de buena gana en<br />

que, si cumplen satisfactoriamente esta<br />

tarea, es un asunto de mucha menor<br />

cuantía que los republicanos den en la<br />

flor de verse a sí mismos movidos por un<br />

ánimo más altruista que el resto de los<br />

que, sin tantos alardes morales, trabajan<br />

al servicio de la artera democracia.<br />

Por esto, y sin asomo alguno de chanza<br />

o cinismo, deseo un éxito limitado a los<br />

republicanos; con lo que quiero decir que<br />

espero que sus llamamientos a un rearme<br />

cívico-moral no caigan del todo en saco<br />

roto y consigan que otros ciudadanos menos<br />

motivados por lo público (la mayoría,<br />

a decir verdad) no bajen del todo la guardia<br />

ante las previsibles ignominias y venalidades<br />

de sus representantes y de otros<br />

que trabajan a tiempo completo en el circuito<br />

político de la democracia. Pero también<br />

encontraría alarmante que un exceso<br />

de celo y diligencia envalentonase a los<br />

republicanos hasta el extremo de querer<br />

adueñarse de la escena pública y convertirse<br />

en guionistas de lo que en ella ocurra.<br />

Como muy bien dice Giner, ya sabemos<br />

en qué pararía tal cosa. n<br />

[Antonia Nájar, Francisco Lapuerta y Jorge Mínguez<br />

leyeron una versión previa del artículo. Félix<br />

Ovejero, republicano convicto y confeso, también<br />

accedió a revisar un escrito procedente de “tierra de<br />

infieles” con la generosidad y simpatía que en él<br />

son habituales. Todos ellos me hicieron observaciones<br />

valiosas (en especial sobre cuestiones de forma),<br />

la mayoría de las cuales han quedado incorporadas<br />

al texto].<br />

24 Pero en última instancia, y dada la falibilidad en<br />

los asuntos humanos, no hay garantía plena de que el<br />

sistema inmunitario –en cualquiera de sus niveles de<br />

actividad– no quede súbitamente rebasado y la democracia<br />

entre en un colapso fulminante. El nazismo es<br />

en nuestro siglo un ominoso recordatorio de que esa<br />

eventualidad no puede ser definitivamente excluida.<br />

En la actualidad, y tocándonos más de cerca, está el<br />

caso del País Vasco, flagelado por el terrorismo. No<br />

hay que decir que es aquí sobre todo donde hacen falta<br />

hoy inyecciones urgentes y masivas de espíritu cívico;<br />

y los que se sientan republicanos (y también los<br />

que no) tienen (tenemos) mucho que hacer en la extirpación<br />

del terrorismo, uno de los peores tumores de<br />

la democracia. Juan Antonio Rivera es catedrático de Filosofía.<br />

29


EL PARAÍSO ELÉCTRICO<br />

Con el tiempo, resulta necesariamente de un bien falso<br />

un mal verdadero; porque la ambición de los ricos ha<br />

arruinado más Estados que la ambición de los pobres.<br />

Aristóteles<br />

Una leyenda muy extendida cuenta<br />

que al final de su primera reunión<br />

con el resto de los presidentes de las<br />

empresas eléctricas, José María Amusátegui,<br />

presidente del Banco Central Hispano<br />

y neófito presidente de Unión Fenosa,<br />

aturdido por la liviandad de los asuntos<br />

tratados en el encuentro y maravillado de<br />

su rentabilidad, exclamó: “¡Pero si esto que<br />

tenéis aquí es un chollo!”. La anécdota carece<br />

de confirmación, pero describe con<br />

justeza la diferencia entre el mundo bancario,<br />

identificable con un esfuerzo de gestión<br />

–similar, por otro lado, al de la mayoría<br />

de sectores y actividades de negocios en<br />

España–, y el eléctrico. Para Amusátegui,<br />

presidente de un banco entonces con dificultades<br />

de rentabilidad, proveniente de<br />

un negocio en el que es necesario tomar<br />

muchas decisiones arriesgadas y desplegar<br />

un trabajo intenso en cada oficina a cambio<br />

de un éxito casi siempre dudoso, el hecho<br />

de que bastaran una o varias reuniones<br />

de los presidentes eléctricos con el secretario<br />

de Estado de la Energía o con el ministro<br />

de Industria para obtener descomunales<br />

ingresos, como el billón 300.000 millones<br />

de pesetas que las compañías van a<br />

percibir inmediatamente en concepto de<br />

Costes de Transición a la Competencia<br />

(CTC), debió ser una revelación similar al<br />

descubrimiento de una especie de Camelot<br />

empresarial donde los arroyos manan leche y<br />

miel. En el sector eléctrico casi todo es ficticio<br />

y de papel. Sin nuevas decisiones de<br />

inversión que tomar, con las tarifas definidas<br />

anualmente por el Gobierno, con un<br />

mercado cautivo –lo será durante varios<br />

años todavía–, a salvo de cualquier compe-<br />

JESÚS MOTA<br />

tencia extranjera, con exigencias limitadas<br />

de gestión y con un flujo permanente de<br />

ingresos billonarios, los responsables de las<br />

compañías eléctricas se han limitado desde<br />

1996 a rentabilizar su poder ejerciendo de<br />

grupo de presión sobre un Gobierno sumiso<br />

a casi todas sus exigencias.<br />

El paisaje de fondo del negocio eléctrico<br />

en España es el de la falta de competencia,<br />

dicho sea en todos los sentidos. La<br />

cuestión eléctrica actual se ha desatado en<br />

España a cuenta de la fabulosa cantidad<br />

(1,3 billones) que una enmienda en la<br />

Ley de Acompañamiento de los Presupuestos<br />

de 1999 permite titulizar (percibir<br />

por anticipado a cambio de transferir<br />

los derechos de percepción del 4,5% de la<br />

tarifa eléctrica a los bancos o fondos de<br />

inversiones que anticipan el dinero) y que<br />

la Comisión Nacional del Sistema Eléctrico<br />

(CNSE) ha denunciado como una<br />

maniobra contraria a los intereses de los<br />

consumidores, destinada a engordar indebidamente<br />

las cuentas de resultados de las<br />

eléctricas. La denuncia pública de la comisión,<br />

impulsada personalmente por su<br />

presidente, Miguel Ángel Fernández Ordóñez,<br />

y las argumentaciones a favor de la<br />

titulización esgrimidas por el ministro de<br />

Industria, algún presidente eléctrico –el<br />

propio Amusátegui–, los consejeros delegados<br />

de las principales compañías eléctricas<br />

y, para remate, el propio presidente<br />

del Gobierno, metido en camisa de once<br />

varas en un asunto del que cualquier político<br />

competente se mantendría alejado,<br />

constituyen la esencia del virulento debate<br />

eléctrico que se ha cerrado en falso.<br />

El Marco Legal Estable<br />

La tarifa eléctrica es un precio regulado<br />

por el Gobierno. Para calcular sus subidas<br />

o bajadas, el Gobierno aplicaba, hasta la<br />

aparición de las leyes liberalizadoras, una<br />

fórmula derivada de un acuerdo con el<br />

sector eléctrico, conocido como Marco<br />

Legal Estable (MLE), aprobado en 1987.<br />

El paisaje político económico en el que se<br />

fraguó el MLE era de auténtico terror,<br />

compartido por el Gobierno y las empresas<br />

eléctricas, a un inminente rosario de<br />

quiebras, que finalmente no se produjo y<br />

quedó limitado al caso de Fecsa. El MLE<br />

consistía –y consiste– a grandes rasgos en<br />

reconocer e incorporar en la tarifa los costes<br />

variables de producción de energía<br />

eléctrica y una retribución a la inversión<br />

en generación y distribución, de forma<br />

que la recuperación de la inversión estaba<br />

garantizada, igual que el beneficio de las<br />

empresas…, con costes a cargo de los consumidores,<br />

por supuesto. Los costes reconocidos<br />

no eran los más baratos del mercado,<br />

sino aquellos en los que incurriesen<br />

las empresas, sin competencia alguna que<br />

pudiera reducirlos. El MLE fue el resultado<br />

de una crisis en la que había que<br />

sustanciar quién iba a pagar el error del<br />

disparatado programa de inversiones eléctricas<br />

decidido en la década de los setenta:<br />

si las compañías renunciando a sus dividendos,<br />

el Gobierno o los consumidores.<br />

El coste recayó sobre los consumidores.<br />

Durante más de diez años han pagado con<br />

creces la reconversión eléctrica, incluidos<br />

sus beneficios, soportando tarifas eléctricas<br />

muy superiores a la media europea y subidas<br />

de precios más altas de lo que imponía<br />

la racionalidad del mercado.<br />

Como refinamiento añadido, y además<br />

de la evidente manipulación de la tarifa<br />

a favor de los intereses de las compañías,<br />

varias de las privadas no hubieran<br />

podido sobrevivir sin otro subterfugio político-industrial-financiero,<br />

conocido<br />

como intercambio de activos. El invento<br />

permitió que, en varias ocasiones, las empresas<br />

privadas, trasladaran a la sociedad<br />

pública Endesa sus peores activos (plantas<br />

eléctricas cuyo coste de producción era<br />

más caro, centrales nucleares con elevado<br />

endeudamiento o inmovilizado) a cambio<br />

30 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


de otros más rentables y con menos hipotecas.<br />

A cambio de cargar con los muertos<br />

del sector privado, Endesa percibía una<br />

retribución especial por kilovatio producido.<br />

Como en las fábulas de Iriarte o Samaniego<br />

que topografían la ingratitud<br />

humana, las empresas privadas no sólo no<br />

apreciaron el regalo de que Endesa cargara<br />

con sus cuantiosos activos incompetentes<br />

y endeudados, una decisión que los<br />

Gobiernos del PSOE tuvieron que imponer<br />

por la fuerza al grupo del Estado, sino<br />

que se dedicaron a criticar la retribución<br />

especial como causa del encarecimiento de<br />

las tarifas y a explicar –y deplorar– los beneficios<br />

de Endesa en esta circunstancia.<br />

El MLE no podía ser la ortopedia<br />

permanente de un sector incapaz de remontar<br />

su elevado endeudamiento y su<br />

incapacidad de producción competitiva,<br />

habituado a obtener elevados beneficios y<br />

saneados dividendos a cuenta de la manipulación<br />

de la política tarifaria. Así que<br />

en tiempos del ministro de Industria<br />

Claudio Aranzadi se elaboró el primer borrador<br />

de una ley de liberalización del sector<br />

eléctrico, que posteriormente se<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

convertiría, retocada por Juan Manuel<br />

Eguiagaray y su equipo, en la Ley de Ordenación<br />

del Sistema Eléctrico Nacional<br />

(LOSEN). La liberalización propuesta<br />

por Aranzadi implicaba someter al libre<br />

mercado a la producción y a la comercialización<br />

de la electricidad; introducir<br />

competencia en la producción eléctrica<br />

mediante la subasta de las nuevas plantas<br />

de generación y, sobre los datos facilitados<br />

por este mercado abierto, reconfigurar<br />

paulatinamente la retribución del inmovilizado.<br />

Se trataba de sustituir poco a poco<br />

el MLE por los precios de mercado, y de<br />

favorecer una liberalización rápida de la<br />

comercialización. La propuesta de Aranzadi<br />

sufrió severas presiones de las compañías<br />

eléctricas, que no aceptaban (ni aceptan)<br />

una distribución comercial competitiva. El<br />

equipo de Eguiagaray cristalizó legalmente<br />

la propuesta socialista de liberalización<br />

eléctrica en la LOSEN. Esta ley creaba la<br />

CNSE, primer organismo de regulación<br />

sectorial existente en España; daba entrada<br />

a los consumidores en el proceso regulador<br />

a través del consejo consultivo de<br />

dicha comisión, y establecía la existencia<br />

de contratos de mercado entre productores<br />

y consumidores o comercializadores.<br />

Durante el segundo semestre de 1995, la<br />

presidencia española de la Unión Europea<br />

impulsó la aprobación de la directiva del<br />

Mercado Único de Electricidad, finalmente<br />

aprobada en 1996, que hoy es la<br />

norma de referencia de la regulación eléctrica<br />

en la Comunidad Europea; directiva<br />

que tendrá importancia después, como<br />

oportunamente se verá.<br />

El primer ministro de Industria del<br />

Gobierno de Aznar tomó la decisión de<br />

modificar el contenido de la LOSEN. Josep<br />

Piqué negoció un protocolo eléctrico,<br />

pactado con las empresas eléctricas, con el<br />

objetivo declarado de adaptar la ley a la<br />

nueva normativa comunitaria, que exigía<br />

una liberalización del mercado eléctrico<br />

más amplia y rápida de lo provisto por<br />

Gobiernos anteriores y, al mismo tiempo,<br />

facilitaba su aplicación por parte de las empresas.<br />

La negociación iniciada por Piqué<br />

presentaba desde el comienzo todos los estigmas<br />

de una estrategia subordinada a los<br />

intereses de las empresas eléctricas. Reconocía,<br />

probablemente de forma apresurada<br />

31


EL PARAÍSO ELÉCTRICO<br />

y gratuita, la obligación de negociar un<br />

acuerdo de compensación por la presunta<br />

modificación del compromiso regulatorio,<br />

puesto que el MLE establecía un modelo<br />

de mercado y la liberalización quebraba ese<br />

modelo. La Administración optaba así por<br />

la tesis más favorable a las empresas eléctricas<br />

de cuantas se habían aplicado en otros<br />

países. Además, la vía del protocolo sometía<br />

la negociación del futuro del mercado<br />

eléctrico a las reglas antañonas y reaccionarias<br />

de los pactos discretos entre el Gobierno<br />

y las empresas, de espaldas a los intereses<br />

de los consumidores. Estamos ante uno<br />

de esos acuerdos entre caballeros que trasladan<br />

el coste de los negocios que pactan a<br />

los bolsillos de quienes no están en la mesa<br />

de conversaciones. La lógica de la negociación<br />

restringida, clandestina, protegida por<br />

la discreción de los negociadores, es propia<br />

de tiempos arbitristas, cuando la economía<br />

era puro esoterismo; pero es muy querida<br />

por las empresas eléctricas, que han fundamentado<br />

en ella casi toda su estrategia de<br />

supervivencia desahogada. También es la<br />

lógica que reclama sin rubor el director general<br />

de Energía de la Comisión Europea,<br />

el español Pablo Benavides, próximo al PP,<br />

capaz de defender los arreglos entre compadres<br />

como sucedáneo de la negociación<br />

democrática: “Hubiéramos preferido que<br />

el asunto se arreglara en la discreción y el<br />

silencio de los despachos. Nadie había pedido<br />

este strip-tease sobre los costes de<br />

transición”. El despectivo lenguaje de Benavides<br />

explica mejor cualquier análisis la<br />

consideración que le merecen los consumidores.<br />

La Ley 54/1997, que venía a sustituir<br />

a la LOSEN, tiene ventajas evidentes sobre<br />

aquélla, centradas sobre todo en la<br />

definición del mercado eléctrico y la fijación<br />

de un calendario para la formación<br />

de este mercado. Tales ventajas procedían<br />

sobre todo de la aplicación a la ley de las<br />

exigencias de la directiva eléctrica europea.<br />

La ley del PP situaba la liberalización<br />

total en el presente, pero renunciaba<br />

totalmente a una comercialización eléctrica<br />

liberalizada. Sin embargo sufre de<br />

dos graves dolencias. La primera de ellas<br />

es que el ritmo de creación del mercado<br />

liberalizado resulta muy lento, como denunció<br />

inicialmente la comisión eléctrica<br />

y reconoció posteriormente la Secretaría<br />

de Estado de Energía; el número de grandes<br />

consumidores facultados para elegir<br />

suministrador eléctrico era bajo y su cadencia<br />

de ampliación a lo largo del tiempo<br />

parecía demasiado tranquila. El conflicto<br />

principal se ha suscitado en torno a<br />

la cuantía de los CTC pactados al eléctri-<br />

co modo (es decir, en “la discreción y silencio<br />

de los despachos”) por Piqué y las<br />

empresas eléctricas. En contra de la creencia<br />

extendida hoy, este conflicto no estalló<br />

solamente entre el Gobierno (con<br />

las eléctricas) y la comisión eléctrica, sino<br />

que provocó una tensión política severa<br />

entre el ministerio de Economía y el de<br />

Industria. Las empresas eléctricas, dejándose<br />

llevar de su atávica tendencia a la rapacidad,<br />

fueron acumulando activos y<br />

más activos susceptibles de ser subvencionados<br />

por no cumplir supuestamente las<br />

condiciones de producción competitiva<br />

marcadas en el plan de liberalización. En<br />

sus reclamaciones, las empresas parecían<br />

apoyadas por la proyección en el tiempo<br />

del MLE, que según sus cálculos les hubiera<br />

aportado en torno a 4,5 billones de<br />

pesetas en 10 años para la recuperación<br />

de las inversiones y garantía de beneficio.<br />

Cuando las empresas eléctricas, con la<br />

mansa aceptación de Industria, habían<br />

puesto sobre la mesa peticiones para percibir<br />

más de 2,5 billones de pesetas en<br />

concepto de CTC, el ministro de Economía,<br />

Rodrigo Rato, alarmado por las probables<br />

consecuencias políticas y las seguras<br />

inflacionistas, se plantó: no habría<br />

compensaciones CTC superiores a los<br />

dos billones de pesetas. Para disimular la<br />

imposición de Economía, Industria y las<br />

empresas fingieron que era conveniente<br />

aplicar un supuesto coeficiente de reducción<br />

de los CTC en concepto de mejora<br />

de eficiencia. Este coeficiente, cifrado<br />

misteriosamente en el 32%, situaba los<br />

CTC en los 1,98 billones, que es la cantidad<br />

que finalmente recoge la Ley<br />

54/1997.<br />

La CNSE discutió acaloradamente la<br />

cifra definitiva de compensaciones. No<br />

tanto porque la cifra de casi dos billones<br />

resultara excesiva –que resultaba, ¡y cómo!–,<br />

sino porque consideraba que era<br />

muy difícil calcular a priori la cantidad<br />

exacta que debían percibir las empresas.<br />

Tan difícil que, con los mismos parámetros<br />

básicos que las compañías y el Gobierno,<br />

la Comisión estimaba inicialmente<br />

que los activos dañados sujetos a compensación<br />

estaban valorados en un máximo<br />

de 1 billón y un mínimo de 450.000 millones.<br />

La diferencia con los cálculos de los<br />

discretos negociadores era abismal. Con el<br />

agravante de que, en el transcurso del<br />

tiempo, conforme se iban precisando datos<br />

correspondientes al mercado, la comisión<br />

ha ido reduciendo progresivamente<br />

sus estimaciones, hasta el punto de que<br />

con los cálculos de finales de 1998 las empresas<br />

probablemente no tendrían derecho<br />

económico ni legal a CTC. Aunque ningún<br />

representante de la comisión lo mencionó<br />

entonces –principios de 1997–, el<br />

análisis de esa diferencia sólo se entendería<br />

si, con el indisimulado apoyo del Gobierno,<br />

el volumen billonario de los CTC no<br />

solamente permitía a las eléctricas compensar<br />

la amortización de activos –como<br />

en una reconversión industrial cualquiera–<br />

sino que, además, se garantizaba que esos<br />

activos poco competitivos obtenían los<br />

mismos beneficios que con el sistema del<br />

MLE, como si realmente fueran competitivos.<br />

Los usuarios de electricidad pagan<br />

de su bolsillo los dividendos de los consejeros<br />

de las eléctricas.<br />

Los Costes de Transición<br />

a la Competencia<br />

Es imprescindible explicar de la manera<br />

más exacta y clara posible qué son los famosos<br />

CTC, un concepto que los lectores<br />

españoles conocen nominalmente pero<br />

cuya naturaleza permanece en tinieblas,<br />

en parte por el manoseo político que han<br />

sufrido en boca de gobernantes y polemistas.<br />

Los CTC, en teoría, son la compensación<br />

pública necesaria, en este caso<br />

pagada a través de un recargo en el recibo<br />

de la luz que abonan los consumidores,<br />

para que una central eléctrica, cuyo coste<br />

medio de producción de un kilovatio hora<br />

es superior a seis pesetas, pueda sobrevivir<br />

vendiendo electricidad a ese precio<br />

de seis pesetas por kilovatio. Como las<br />

empresas eléctricas tenían un compromiso<br />

regulatorio según el cual recuperaban las<br />

inversiones de sus activos a un precio entre<br />

9 y 11 pesetas por kilovatio, cuando la<br />

liberalización exige que produzcan al precio<br />

de seis pesetas su periodo de amortización<br />

varía: es superior. Y como debido a<br />

esa liberalización los activos –entiéndase<br />

nucleares, carbón, fuel, eléctricas– no<br />

pueden producir electricidad competitiva,<br />

deben darlos de baja como activos de producción,<br />

en algunos casos antes de la<br />

amortización. Esta pérdida es la que supuestamente<br />

se compensa con los CTC.<br />

De forma que la liberalización pactada<br />

con éstos, que es el modelo Piqué, plantea<br />

una paradoja curiosa e irresoluble. Por<br />

una parte, se comunica al consumidor de<br />

electricidad que pagará el kilovatio más<br />

barato, a un precio de referencia [para el<br />

sistema de producción] de unas 6 pesetas,<br />

frente a las, aproximadamente, 11 pesetas<br />

que pagaba anteriormente; pero cuando<br />

el consumidor se dispone a beneficiarse<br />

de esa diferencia, se encuentra con que<br />

debe entregarla a las compañías eléctricas<br />

para que, teóricamente, recuperen sus in-<br />

32 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


versiones, compensen la mala calidad de<br />

sus activos y, probablemente (esto no figura<br />

en la formulación teórica de los<br />

CTC), garanticen sus beneficios durante<br />

los próximos 10 años.<br />

En la memoria de la Ley 54/1997 se<br />

admiten dos fórmulas para calcular los famosos<br />

CTC; tales procedimientos ilustrarán<br />

sin duda todavía más la naturaleza de<br />

tan particulares subvenciones. En una primera<br />

aproximación, los CTC serían la<br />

proyección de ingresos reconocidos en el<br />

MLE hasta el año 2013 menos el valor<br />

actual de los ingresos que se proyectan<br />

mediante la actual regulación, hasta el<br />

mismo año. En otras palabras, la diferencia<br />

entre lo que percibirían con el sistema<br />

del marco legal y lo que percibirán con el<br />

sistema liberalizado, calculado este último<br />

concepto por el producto de la demanda<br />

eléctrica prevista en los próximos 15 años<br />

por el precio por kilovatio. El segundo<br />

método de aproximación sería calcular la<br />

diferencia entre el valor contable de los<br />

activos y el valor de reposición del parque<br />

de generación para que pueda producir<br />

electricidad a seis pesetas por kilovatio.<br />

Miguel Ángel Fernández Ordóñez y<br />

la CNSE acabaron por aceptar el contenido<br />

de la ley eléctrica, que incluía los 1,9<br />

billones de CTC, por una razón de peso.<br />

La Ley 54/1997 consideraba que la cantidad<br />

de 1,9 billones era un límite máximo,<br />

circunstancia que convertía tal cantidad<br />

en un tope infranqueable pero que no excluía<br />

la elevada probabilidad de que el<br />

pago final se aproximase a los 400.000<br />

millones –incluso menos– que había calculado<br />

la propia comisión. De forma que<br />

era políticamente irrelevante cuál era el<br />

máximo fijado, porque lo importante era<br />

–y es– la cantidad que finalmente se ajustara<br />

en la liquidación de las cuentas. De<br />

ahí que la comisión aceptara la ley e, incluso,<br />

considerara que el texto legal era el<br />

adecuado para desarrollar la liberalización<br />

del mercado eléctrico; porque aunque el<br />

ritmo de liberalización fuera lento, era<br />

una mejora considerable sobre la situación<br />

anterior.<br />

La titulización<br />

Empieza el conflicto real y no resuelto.<br />

Las eléctricas no podían esperar a que los<br />

CTC fueran calculados año a año y en<br />

función de la amortización real de las inversiones<br />

y su rentabilidad auténtica.<br />

Porque, en ese caso, la aplicación de los<br />

cálculos hubiera descubierto varias cuestiones<br />

desagradables para las empresas.<br />

Por ejemplo, que cuando se inicia el camino<br />

de las compensaciones de este tipo,<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

puede suceder que el cálculo final arroje<br />

que no hay CTC, sino Beneficios de<br />

Transición a la Competencia (BTC) –es<br />

decir, que las empresas tendrían que pagar,<br />

en lugar de percibir los 1,9 billones–;<br />

o que las centrales hidráulicas ya han sido<br />

amortizadas repetidas veces, por lo que<br />

incurrirían en los BTC; o que, como supone<br />

con cierto fundamento la CNSE, la<br />

capacidad de generación de beneficios de<br />

los activos, tan alegremente depreciados<br />

por las eléctricas, fuera tan elevada que los<br />

CTC fueran negativos y las empresas tuvieran<br />

que devolver dinero a los ciudadanos.<br />

Estas hipótesis no son especulaciones<br />

gratuitas; es muy probable que el cálculo<br />

real de los CTC de 1998 y 1999 arroje<br />

un saldo negativo.<br />

Para evitar estas desviaciones o, en todo<br />

caso, para asegurar el dinero que quizá,<br />

sólo quizá, iban a percibir en los años<br />

próximos, las eléctricas impusieron la fórmula<br />

financiera de la titulización al mansurrón<br />

Ministerio de Industria, cuyas decisiones<br />

se ajustan siempre al perfil de un<br />

agente político al servicio de las empresas.<br />

La titulización es un procedimiento financiero,<br />

aplicado ya en el caso de la deuda<br />

reconocida por el Estado en el caso de la<br />

moratoria nuclear, que permite obtener<br />

inmediatamente la cantidad acumulada<br />

que se iba a percibir por un derecho futuro.<br />

El agente financiador paga la cantidad<br />

calculada –en este caso, 1,3 billones– a<br />

cambio del derecho a percibir anualmente<br />

los CTC establecidos. Para transformar<br />

dinero futuro en liquidez presente, el<br />

agente financiero emite títulos, valores o<br />

bonos que, suscritos por los inversores,<br />

aportan la cantidad solicitada. El agente<br />

que paga el dinero –los 1,3 billones mencionados–<br />

adquiere el derecho a cobrar<br />

todos los años, durante 15 (éste es el plazo<br />

pactado en la enmienda de titulización),<br />

el 4,5% de la tarifa eléctrica. El<br />

procedimiento político para colar esta insólita<br />

exacción cierta de los derechos de los<br />

consumidores en nombre de una estimación<br />

incierta fue introducir una enmienda<br />

en la Ley de Acompañamiento de los Presupuestos<br />

Generales del Estado de 1999.<br />

El método político es tan innoble como<br />

la titulización en sí misma, porque soslaya<br />

el debate público adecuado sobre la decisión<br />

de titulizar, ya que las enmiendas a la<br />

ley de acompañamiento tienen el privilegio<br />

de tramitarse por un sistema similar al<br />

de la ley de presupuestos, es decir, casi de<br />

urgencia. Para la indisimulable villanía de<br />

titulizar (es decir, de fijar, cristalizar, convertir<br />

en inamovible) una deuda difusa y<br />

confusa, el PP contó con la ayuda política<br />

JESÚS MOTA<br />

de los nacionalistas catalanes de CiU,<br />

siempre proclives a explorar cuanto de<br />

negocio roza con la política.<br />

¿Por qué la titulización es un atropello<br />

a los consumidores? Pues porque eleva<br />

y convierte en fija una deuda hipotética.<br />

La comisión eléctrica estimó inicialmente<br />

unos CTC mínimos de 400.000 millones;<br />

pero los cálculos posteriores, una vez<br />

conocidos datos reales de costes de financiación,<br />

aumento de la demanda eléctrica<br />

y capacidad de generación, indican cantidades<br />

menores. La maniobra de la titulización<br />

coloca la cantidad mínima que<br />

percibirán las empresas en 1,3 billones,<br />

una cantidad tres veces superior a la que,<br />

como mucho, deberían percibir, según la<br />

comisión; pero se ha realizado con la suficiente<br />

habilidad para que suministre argumentos<br />

a quienes defienden la operación.<br />

Por ejemplo, se dice que queda un<br />

margen de 300.000 millones (los otros<br />

300.000, hasta 1,9 billones, serían para<br />

remunerar el sector del carbón) para ajustar<br />

el coste real al ficticio o calculado. No<br />

hay que apresurarse a alabar la generosidad<br />

de las eléctricas; si existe una diferencia<br />

entre los CTC reales y los calculados<br />

por el grupo Gobierno-empresas, no será<br />

de tan sólo 300.000 millones. Una vez<br />

cobrados, la posibilidad de que se reembolse<br />

la diferencia que haya entre los 1,3<br />

billones y los CTC reales será una pura<br />

entelequia.<br />

Desde el momento en que la CNSE<br />

hace públicas las contradicciones y abusos<br />

del acuerdo en la sombra y la titulización,<br />

tanto el Gobierno como los representantes<br />

de las empresas han desplegado un<br />

amplio mosaico de justificaciones que son<br />

tan reveladoras como el protocolo en sí.<br />

Su enunciación y refutación –al menos en<br />

primera instancia– es un ejercicio que<br />

merece la pena realizar; porque, al tiempo<br />

que desvela la verdadera naturaleza del<br />

negocio eléctrico, es un desfile colorista<br />

de los ropajes de racionalidad con los que<br />

se pretende vestirlo.<br />

Táctica de diversión:<br />

“Tenemos derecho”<br />

El argumento más repetido por el Gobierno<br />

y las empresas para contrarrestar<br />

las acusaciones de fraude al consumidor<br />

es que las compañías tienen derecho a los<br />

CTC como contraprestación a la modificación<br />

de un compromiso regulatorio tácito.<br />

La teoría del compromiso regulatorio y<br />

la obligación de compensar cualquier<br />

modificación que decida el regulador si<br />

perjudica al regulado es una habilidosa<br />

33


EL PARAÍSO ELÉCTRICO<br />

construcción teórica, fabricada por economistas<br />

prestigiosos como Paul L. Joskow<br />

o Richard Schmalensee (en estudios<br />

pagados por las empresas, por supuesto),<br />

que pretende establecer modelos de retribución<br />

en los que el inversor recupere los<br />

costes invertidos. Es el caso español. El<br />

compromiso regulatorio es un modelo de<br />

retribución evidentemente opuesto a las<br />

reglas de mercado y, por tanto, tan discutible<br />

o admisible como uno quiera. Es<br />

verdad que las condiciones de retribución<br />

de una compañía eléctrica no se pueden o<br />

no se deben variar de la noche a la mañana;<br />

pero también es cierto que la misma<br />

vulnerabilidad puede detectarse en empresas<br />

de telecomunicaciones o de fabricación<br />

de zapatos si perciben ayudas públicas.<br />

De hecho, uno de los problemas<br />

que plantea el concepto de CTC, inherente<br />

al modelo de compromiso regulatorio,<br />

es precisamente el peligro de que las<br />

peticiones de compensación se extiendan<br />

por mimetismo a otros sectores. No es casualidad<br />

que los responsables de Telefónica<br />

hayan expresado su opinión de que si<br />

las eléctricas tienen derecho a compensaciones<br />

públicas para mitigar el impacto de<br />

la competencia, la empresa de telefonía<br />

también tiene ese derecho.<br />

José María Amusátegui, presidente de<br />

Unión Fenosa y hoy copresidente del<br />

BSCH, explica así los derechos que asisten<br />

a las empresas:<br />

“El fundamento de los CTC descansa en la<br />

justa necesidad de compensar a las empresas por el<br />

perjuicio económico derivado del cambio en el régimen<br />

regulatorio. Si bien es cierto que, según<br />

nuestras leyes, la Administración pública conserva<br />

la potestad de modificar la regulación de los servicios<br />

que están sometidos a tarifa regulada, igualmente<br />

lo es su obligación de indemnizar a los<br />

agentes afectados por una variación sustancial de<br />

las condiciones económicas en las que prestaban<br />

dichos servicios (…). Éste es precisamente el caso<br />

de la Ley del Sector Eléctrico y, por ello, los CTC<br />

han de concebirse como un derecho adquirido por<br />

las empresas eléctricas y, en ningún caso, como una<br />

ayuda que necesiten para sobrevivir en el entorno<br />

de competencia” 1 .<br />

En teoría, el argumento del derecho<br />

legal de las eléctricas a las compensaciones,<br />

defendido hoy o en noviembre de<br />

1998, resulta aparentemente ocioso por la<br />

sencilla razón de que la Ley 54/1997,<br />

aprobada por el Parlamento, reconocía el<br />

pago de CTC. Resulta fuera de lugar dis-<br />

1 José María Amusátegui de la Cierva: ‘Debate sobre<br />

el mercado energético: Las empresas eléctricas impulsan<br />

la competencia’. Artículo publicado en El País<br />

el 3-12-1998.<br />

cutir el contenido de una ley, salvo que se<br />

proponga otra. Pero la repetición ad nauseam<br />

de tal justificación tiene como objetivo<br />

convertir en axioma un derecho muy<br />

discutible en términos económicos y éticos.<br />

Y, además, la repetición se convierte<br />

en una táctica de diversión para apartar la<br />

atención de los consumidores del auténtico<br />

centro del debate: que no está situado<br />

en si las compañías tienen derecho o no a<br />

CTC, sino en la cuantía de esos costes y<br />

en cómo y cuándo se calculan.<br />

Exculpación o “más perdemos<br />

nosotros”<br />

El argumentario del Gobierno y de las<br />

eléctricas sugiere, siempre con sutileza,<br />

que, una vez establecido el derecho de las<br />

empresas a percibir CTC, la generosidad y<br />

ánimo competitivo de las compañías les<br />

ha impulsado a renunciar a parte de los<br />

miles de millones a los que supuestamente<br />

tenían derecho. “Su importe global [el de<br />

los CTC] se calculó recortando en un<br />

32,5% los ingresos esperados por el sector<br />

de acuerdo con el Marco Legal Estable socialista”,<br />

dice Josep Piqué 2 . “Se contempla<br />

la posibilidad”, asegura Amusátegui en su<br />

artículo citado, “de titulizar una parte de<br />

dichos CTC (en torno a un billón de pesetas),<br />

previa renuncia de las empresas<br />

eléctricas a una cantidad superior a los<br />

250.000 millones de pesetas y manteniendo<br />

un importe por encima de los 300.000<br />

millones de pesetas sujeto al anterior sistema<br />

de diferencias”. Y los consejeros delegados<br />

de las eléctricas aseguraban 3 que<br />

“para llegar a esa cifra de casi dos billones,<br />

el importe de los CTC inicialmente calculado<br />

se redujo en un 32,5% –815.285 millones<br />

de pesetas– en concepto de factor<br />

de eficiencia y ajuste. El efecto de esta reducción<br />

ha sido una transferencia efectiva<br />

de valor de las empresas eléctricas a los<br />

consumidores de electricidad”.<br />

Pero no es así: las empresas sólo tienen<br />

derecho cierto a los ingresos que provengan<br />

del mercado.<br />

El artículo de Amusátegui incorpora<br />

otra afirmación tan resbaladiza como las<br />

anteriores: la idea de que las eléctricas renuncian<br />

a 250.000 millones a cambio de<br />

la titulización. A despecho de que las<br />

eléctricas y el propio Amusátegui lo expli-<br />

2 Artículo de Josep Piqué, ministro de Industria,<br />

titulado ‘La liberalización del sector eléctrico: ante la<br />

evidencia, niega’, El País, 5-10-1998.<br />

3 Rafael Miranda Robredo, Antonio Tuñón Álvarez,<br />

Javier Herrero Sorriqueta y Victoriano Reinoso y<br />

Reino: ‘Titulización: precisiones para serenar el debate’,<br />

El País, 22-12-1998.<br />

quen cuando tengan a bien, las cuentas<br />

públicas no detectan rebaja alguna en los<br />

dineros que cobrarán las empresas. Supuesto<br />

que la cantidad total de CTC sea<br />

1,9 billones, y que, de esa cantidad, unos<br />

250.000 millones se destinen al carbón,<br />

quedaría como resto 1,73 billones. Si se<br />

titulizan 1,3 billones y otros 300.000 millones<br />

quedan pendientes de cobro mediante<br />

el procedimiento de cobro anual,<br />

sumarían 1,6 billones. ¿Dónde están los<br />

250.000 millones a los que generosamente<br />

se renuncia? Ni siquiera la diferencia de<br />

130.000 millones (1,73 billones menos<br />

1,6 billones) es un ahorro para los consumidores,<br />

puesto que las eléctricas ya han<br />

cobrado 160.000 millones en 1998, en<br />

concepto de CTC anual.<br />

La elegante “transferencia efectiva de<br />

valor de las empresas eléctricas a los consumidores”<br />

que exhiben los consejeros delegados<br />

es tan falsa como sorprendente.<br />

Tal parece que son las empresas quienes<br />

han generado ese valor (de nuevo el subterfugio<br />

de considerar como propio un<br />

dinero cuya cantidad se desconoce y, en el<br />

peor de los casos [para las eléctricas] no<br />

existirá) y que, en un alarde de desprendimiento,<br />

lo trasladan a los ciudadanos que<br />

pagan el recibo de la luz. Pues bien, es<br />

exactamente al revés: el dinero es de los<br />

consumidores, que, gracias a una política<br />

eléctrica complaciente con las compañías,<br />

se ven obligados a transferir sin motivo<br />

explicado parte de sus rentas a las empresas<br />

para garantizar los beneficios de éstas<br />

con independencia de su grado de competencia<br />

en el mercado.<br />

Interludio político: Aznar<br />

La refriega sobre los billonarios CTC hace<br />

que el Gobierno en pleno se sienta<br />

concernido. El ministro Rato hace alguna<br />

aparición pública, pero la más notable<br />

es la del presidente José María Aznar en<br />

el Congreso (16-12-1998). Interrogado<br />

sobre el supuesto “regalo” que el Gobierno<br />

iba a autorizar a las compañías eléctricas,<br />

el presidente contestó: “Este Gobierno<br />

no hace regalos a nadie”. A continuación,<br />

no pudo evitar una nueva demostración<br />

su política favorita: “El PSOE más”.<br />

Abordó una explicación alambicada, según<br />

la cual “en régimen anterior [es decir,<br />

el Marco Legal Estable], las compañías<br />

tenían unos ingresos garantizados de<br />

tres billones de pesetas” 4 . La conclusión<br />

que Aznar ofrece a los parlamentarios es<br />

4 Comparecencia de José María Aznar en el Congreso<br />

(16-12-1998).<br />

34 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


que, siendo los CTC de una cuantía menor,<br />

estaban justificados. El argumento<br />

de Aznar no era nuevo. De hecho, procedía<br />

de un informe elaborado por las<br />

compañías eléctricas para justificar<br />

las compensaciones (o indemnizaciones,<br />

como indicaba Amusátegui) y anular, por<br />

referencia a una cantidad más alta, el<br />

efecto negativo que entre la opinión pública<br />

debía tener la propuesta de pagar<br />

1,9 billones de pesetas.<br />

Aznar utilizaba sin escrúpulos los<br />

argumentos de las empresas. Cuando parecía<br />

lógico utilizar las razones de la comisión<br />

eléctrica, un organismo de la Administración<br />

al fin y al cabo, el presidente<br />

del Gobierno, como el ministro de Industria<br />

antes, defendía los intereses de las<br />

compañías. La explicación exculpatoria<br />

de los tres billones pasó a ser utilizada públicamente<br />

de nuevo por los partidarios<br />

de la titulización. Pero el presidente, poco<br />

aficionado a las sutilezas y más proclive a<br />

ir al bulto, cambió ligeramente el sentido<br />

del informe de las eléctricas. Aseguraban<br />

éstas que, extrapolando los ingresos de las<br />

empresas durante los próximos 20 años,<br />

las eléctricas obtendrían tres billones más<br />

que los 1,9 billones acordados en el pro-<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

tocolo. Aznar estaba más interesado por el<br />

impacto político que por la precisión. El<br />

caso es que, a partir de ese momento, la<br />

justificación de los tres billones ha sido<br />

utilizada con profusión por los defensores<br />

de los CTC y de la titulización en el sentido<br />

más próximo a lo que ha sido la política<br />

habitual del PP, resumida en la invectiva<br />

“más eres tú”.<br />

La explicación de los tres billones es,<br />

como casi todas las que suele utilizar el<br />

PP, meramente instrumental. Si lo que<br />

quiso decir José María Aznar es que el<br />

último Gobierno de Felipe González literalmente<br />

estaba dispuesto a pagar tres billones<br />

a las eléctricas, y gracias a la intervención<br />

de Piqué se evitó tal desembolso,<br />

la conclusión sería falsa. Porque precisamente<br />

para no pagar ese dinero es por lo<br />

que el Gobierno socialista puso en marcha<br />

la Ley de Ordenación del Sistema<br />

Eléctrico Nacional, introduciendo paulatinamente<br />

la liberalización en el mercado<br />

eléctrico e integrando los precios de mercado<br />

en el sistema de retribución. Si la<br />

alocución del presidente Aznar pretendía<br />

simplemente fijar un punto de referencia<br />

en los tres billones, incurre en la distorsión<br />

de considerar un sistema pensado<br />

JESÚS MOTA<br />

para un momento excepcional (amenaza<br />

de quiebra en varias empresas) como un<br />

compromiso regulatorio permanente.<br />

En el meollo de la cuestión<br />

Los consejeros delegados de las eléctricas<br />

afrontaron abiertamente en su artículo la<br />

cuestión principal del debate, es decir, la<br />

inconveniencia de la titulización. Para la<br />

comisión eléctrica, la titulización de 1,3<br />

billones eleva el mínimo asegurado a las<br />

empresas desde cero (que es lo que debe<br />

ser, puesto que sólo la praxis económico-financiera<br />

de cada ejercicio determinará<br />

cuánto deben percibir… o pagar)<br />

hasta 1,3 billones. Es decir, la titulización<br />

asegura 1,3 billones de pesetas a<br />

Endesa, Iberdrola, Unión Fenosa, etcétera,<br />

con independencia de que tengan<br />

o no derecho a esa cantidad. Porque, entiende<br />

la comisión, solamente la cuenta<br />

de resultados anual y el flujo de valor<br />

añadido de las compañías determinará<br />

los CTC reales. Si se cobran por anticipado,<br />

se está cometiendo una estafa,<br />

aunque sea legal, y se está asestando un<br />

golpe muy duro a la racionalidad económica.<br />

Importa poco que unos 300.000<br />

35


EL PARAÍSO ELÉCTRICO<br />

millones queden sujetos a la evolución<br />

de los precios de mercado y de los costes<br />

del sector, porque, como se ha argumentado<br />

antes, lo que está en cuestión es<br />

que la liquidación definitiva otorgue a<br />

las empresas el derecho a percibir más<br />

de 400.000 millones, que es el cálculo<br />

de la CNSE. Las reticencias de la CNSE<br />

iban naturalmente más allá de su bien<br />

trabada argumentación económica y sugerían,<br />

además, que las empresas estaban<br />

haciendo trampas en la definición<br />

de la calidad de sus activos para percibir<br />

los CTC. Si las evaluaciones de los instrumentos<br />

de producción de las compañías<br />

que dieron lugar a los 1,9 billones<br />

de pesetas reconocidos en el protocolo<br />

fueran ciertas, ni una sola de las centrales<br />

eléctricas españolas se salvaría del<br />

cierre. Apreciación difícil de mantener<br />

cuando los resultados del primer año de<br />

vigencia de la ley parecen confirmar<br />

que, más que recibir dinero, las empresas<br />

deberían devolverlo al sistema y a los<br />

consumidores.<br />

Miranda (Endesa), Tuñón (Hidrocantábrico),<br />

Herrero (Iberdrola) y Reinoso<br />

(Unión Fenosa) entraron en el meollo de<br />

la cuestión; es decir, en si era legítimo<br />

apropiarse por anticipado de unos CTC<br />

cuyo cálculo era imposible de precisar.<br />

“Otro argumento en contra de la titulización<br />

se articula sobre la imposibilidad de<br />

calcular a priori el importe justo que las<br />

compañías eléctricas deben recuperar a<br />

través de los CTC”, afirman. Y concluyen:<br />

“Los CTC dependen, sobre todo, en<br />

primer lugar, de las inversiones que acometieron<br />

las empresas bajo un régimen<br />

regulatorio que garantizaba su recuperación<br />

y, en segundo lugar, del precio medio<br />

al que las empresas eléctricas puedan<br />

vender su energía en condiciones de competencia”.<br />

Por tanto, ese cálculo sería<br />

perfectamente posible –suponen los consejeros<br />

delegados– y la titulización una<br />

operación legítima.<br />

Hay varias objeciones que invalidan<br />

tal explicación. La más importante es que<br />

la amortización de “las inversiones<br />

que acometieron las empresas” no depende<br />

solamente de su cuantía inicial, sino de<br />

factores financieros que no están predeterminados.<br />

Por ejemplo, del nivel de tipos<br />

de interés. ¿Cómo puede determinar alguien<br />

qué nivel de ingresos serán necesarios<br />

en el ejercicio 2002 o 2005 para<br />

amortizar las inversiones pendientes? La<br />

respuesta es que no se puede.<br />

Mañana ya se verá: los mecanismos<br />

correctores<br />

Como prueba palpable de lo que se conoce<br />

como mala conciencia, o quizá con el<br />

ánimo de trasladar al futuro el ajuste de<br />

cuentas imposible con el presente, los<br />

partidarios de la titulización –el Gobierno,<br />

sus aliados políticos como CiU y las<br />

empresas– han extendido el argumento<br />

tranquilizador de que, a fin de cuentas, si<br />

las empresas percibieran más de lo debido,<br />

el Gobierno podrá utilizar medidas<br />

correctoras para evitarlo. Ésta es la justificación<br />

pública –más bien autojustificación–<br />

que encontró CiU para votar a<br />

favor de la famosa enmienda de titulización.<br />

Así expone el artículo de los consejeros<br />

delegados tesis tan tranquilizadora: “La<br />

titulización no impedirá en absoluto que<br />

puedan, y deban”, y así está previsto que se<br />

haga si finalmente la titulización se hace<br />

posible, “establecerse mecanismos que eviten<br />

que las empresas eléctricas reciban por<br />

el concepto de CTC ni una sola peseta<br />

más de las que legítimamente se les han reconocido”.<br />

De nuevo estamos ante un<br />

juego de palabras anestesiante. La Ley<br />

54/1997 menciona un máximo de 1,9 billones<br />

pero no reconoce exactamente cantidad<br />

alguna. Ésta es una diferencia decisiva<br />

para entender por qué la titulización<br />

de la deuda por moratoria nuclear no perjudica<br />

a los consumidores y la titulización<br />

de los CTC, sí. Cuando el presidente de<br />

Unión Fenosa adopta un tono didáctico<br />

para recordar que “este mecanismo [titulización]<br />

ya se ha empleado con éxito en el<br />

sector eléctrico español con motivo de la<br />

moratoria nuclear” y se sorprende –retóricamente,<br />

claro, para insinuar que existen<br />

razones políticas– de que la comisión “no<br />

se opusiera entonces a la titulización de la<br />

moratoria nuclear, mientras se desaconseja<br />

ahora la titulización de una parte de los<br />

CTC”, olvida que la deuda por moratoria<br />

nuclear era una cifra unívoca y reconocida<br />

oficialmente, con pesetas y céntimos<br />

cuantificados con toda precisión. Mientras<br />

que en el caso de los CTC, hay que<br />

insistir, estamos ante una estimación, un<br />

abanico reconocido por ley, entre cero pesetas<br />

y 1,9 billones.<br />

Pero volvamos a los mecanismos correctores,<br />

esos que deben evitar que las<br />

empresas eléctricas “reciban una sola peseta<br />

más de las que legítimamente se les han<br />

reconocido”. El problema es que no existen.<br />

Descontados los recargos, uno de los<br />

cuales responde al pago de la moratoria<br />

nuclear y otro al 4,5% de los CTC (que<br />

lógicamente desaparecería, además de las<br />

subvenciones al carbón u otras no relacionadas<br />

con el caso), el resto de los componentes<br />

de la tarifa está regulado por el<br />

mercado. No hay un procedimiento eficaz<br />

para que las compañías devuelvan el<br />

dinero que perciben mediante titulización<br />

en el caso de que se demuestre que han<br />

percibido dinero indebido del usuario. O,<br />

con más exactitud, habría uno: un impuesto<br />

especial. ¿Sería concebible crear un<br />

impuesto de carácter temporal y que respondiera<br />

a esta razón?<br />

La coartada de las tarifas<br />

La justificación por las tarifas es el argumento<br />

más eficaz de los defensores de la<br />

titulización. Es un argumento claro, aparentemente<br />

inatacable, y el usuario al que<br />

le rebajan el 2,5% el recibo de la luz quizá<br />

no se pregunte por qué ni tampoco si<br />

esa rebaja es suficiente. El ministro de Industria<br />

lo expone con ese tonillo de solterona<br />

revanchista que se complace en hurgar<br />

en las miserias ajenas, y que tan bien<br />

cuadra en el clima general del PP:<br />

“Una segunda evidencia es que entre 1983 y<br />

1996 (ambos inclusive) no se produjo ninguna bajada<br />

de la tarifa eléctrica. En 1997 la tarifa bajó un<br />

3% y en 1998 un 3,63%. Es decir, que los sucesivos<br />

Gobiernos socialistas no supieron, no pudieron<br />

o no quisieron bajar la tarifa. Este Gobierno ha tenido<br />

la voluntad de hacerlo, lo ha hecho y lo va a<br />

seguir haciendo, al menos durante los próximos<br />

tres años. Estas bajadas han sido posibles gracias a<br />

la aprobación de la Ley del Sector Eléctrico, que<br />

suprimió el marco legal y estable y, en segundo lugar,<br />

gracias al protocolo que permitió adelantar a<br />

1997 los efectos beneficiosos que el nuevo mercado<br />

de generación eléctrica iba a suponer”.<br />

Aquí, en esta retórica comparativa del<br />

niño prodigio del centrismo, está el haz y<br />

el envés del artefacto económico construido<br />

a medias por el equipo energético de<br />

Piqué y las presiones del lobby eléctrico.<br />

El ministro mezcla hábilmente un hecho<br />

cierto (entre 1983 y 1996 no se rebajaron<br />

las tarifas eléctricas) con mentiras evidentes,<br />

aunque legítimas en un ámbito de la<br />

política que permite apuntarse tantos sin<br />

rubor vengan de donde vengan. Las tarifas<br />

eléctricas bajan –o, por decirlo en términos<br />

más exactos, están en disposición de<br />

bajar– cuando los costes retribuidos descienden.<br />

En 1997 y 1998 las tarifas bajaron<br />

porque el descenso de los tipos de<br />

interés (y el aumento de la demanda eléctrica,<br />

añadiría un economista industrial)<br />

redujo sustancialmente los costes de financiación.<br />

Ya podría haberse empeñado<br />

mucho, muchísimo, poco o regular el<br />

Gobierno del PP “que ha tenido la voluntad<br />

de hacerlo”: que si los tipos de interés<br />

(u otros costes significativos) durante ambos<br />

ejercicios no hubieran descendido de<br />

forma sustancial (sin que, por otra parte,<br />

pesara en esta etapa histórica la amenaza<br />

36 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


de una quiebra en cadena de las empresas)<br />

el recibo de la luz no hubiera bajado.<br />

Y, que se sepa, el descenso de los tipos de<br />

interés no es imputable a la gestión del<br />

Gobierno o de Josep Piqué, porque ya en<br />

1996 el Banco de España comenzó a bajarlos<br />

cuando se cercioró de que el descenso<br />

de la inflación era algo más que una<br />

esperanza. A la vista de la evolución de los<br />

tipos de interés, la retórica de Piqué y de<br />

las eléctricas sobre la reducción de tarifas<br />

resulta ser falsa; porque resulta más arrojada<br />

y severa la decisión del anterior<br />

ministro, Juan Manuel Eguiagaray, de<br />

congelar las tarifas en 1996 con tipos<br />

de interés al 9% que la de Piqué de bajar<br />

las tarifas el 2,5% con tipos al 3%.<br />

Exagera además el ministro cuando<br />

atribuye “estas bajadas” a la Ley del Sector<br />

Eléctrico aprobada por su Gobierno. Nadie<br />

alcanza a advertir por qué suerte de<br />

milagro eso sería posible. Primero, porque<br />

la Ley 54/1997, como su propia identificación<br />

muestra, fue aprobada en 1997 y<br />

no empezó a aplicarse hasta 1998; así que<br />

la reducción de tarifas de 1997 no puede<br />

certificarse entre los méritos de la ley, salvo<br />

que entre los milagros de este Gobierno,<br />

y más concretamente de su presidente<br />

y máximo conductor hacia el paraíso centrista,<br />

pueda incluirse la facultad de que<br />

una ley produzca sustanciosos frutos antes<br />

de aplicarse. Pero es que, por añadidura, y<br />

atendiendo ya el truco principal del ilusionista,<br />

hay que preguntar qué tipo de<br />

rebaja de tarifas es aquella que nominalmente<br />

baja el coste del kilovatio en el<br />

3,3% y el 3,6% con una mano cuando<br />

cobra el 4,5% con otra durante 10 años.<br />

Las compañías eléctricas se llevan por<br />

adelantado más dinero del que dejarán de<br />

percibir por la supuesta reducción de tarifas<br />

cada año.<br />

Todo ello sin mencionar el mensaje insistente<br />

de la Comisión Eléctrica, que recuerda<br />

a los consumidores que, en función<br />

de la rebaja de tipos y de crecimiento de la<br />

demanda, las tarifas eléctricas en 1999 deberían<br />

bajar en realidad el 8%. Como bajarán<br />

en realidad, según lo anunciado oficialmente,<br />

el 2,5% en 1999 y el 1% en el<br />

2000 y 2001, resulta que las empresas todavía<br />

obtienen un beneficio evidente. En<br />

realidad, estas circunstancias confirman la<br />

relación estrecha entre CTC y tarifas. Los<br />

precios de la electricidad no bajan todo lo<br />

que deberían precisamente para hacer un<br />

hueco a los costes de transición.<br />

El argumento final<br />

La relación CTC-tarifas forma parte también<br />

del último razonamiento de los par-<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

tidarios de la titulización que tiene cierta<br />

trascendencia. “Ese 4,5% [porcentaje de<br />

la tarifa destinado a CTC] corresponde a<br />

un componente que ya existe en mayor<br />

proporción en las tarifas eléctricas actuales,<br />

por lo que no se trata de ningún recargo<br />

adicional”, explica el artículo de los<br />

consejeros delegados. Efectivamente, no<br />

es un recargo adicional, pero el hecho relevante<br />

es que si no se pagara, la tarifa<br />

descendería justamente en el 4,5%.<br />

Aquí puede acabar la refutación, digamos<br />

que socrática, del catálogo de argumentos<br />

desplegado por el Gobierno y los<br />

partidarios de la titulización. Pero, como<br />

todas las historias con morbo, el apresamiento<br />

de los 1,3 billones de pesetas –al fin<br />

y al cabo, eso es exactamente la titulización–<br />

tiene una versión europea, una derivada<br />

política y la revelación de una nueva<br />

canonjía o extracción injustificada de los<br />

dineros de los consumidores, la llamada<br />

Garantía de Potencia (GP). Sepa el lector<br />

que quiera conocer la versión europea que<br />

la elaboración de la enmienda de titulización<br />

y el reconocimiento de ayudas públicas<br />

a las empresas eléctricas en concepto<br />

de CTC por importe de 1,3 billones son<br />

decisiones que se toman a espaldas y en<br />

contra de la normativa establecida en la<br />

directiva del Mercado Único Eléctrico, ya<br />

mencionada, que es la regulación superior<br />

en materia de mercado eléctrico. El Gobierno<br />

podía haber comprobado fácilmente<br />

que el artículo 24 de la directiva<br />

impone taxativamente que si alguno de<br />

los Estados miembros [en este caso, España]<br />

tuviera dificultades para introducir la<br />

competencia en su mercado [por tener<br />

instalaciones o plantas obsoletas, por<br />

ejemplo, caso de España] puede solicitar a<br />

la Comisión Europea la apertura de un<br />

régimen transitorio a la competencia [para<br />

tales instalaciones o plantas]. Es decir,<br />

la directiva reconoce un régimen de exención<br />

a la competencia, pero no de ayudas<br />

en dinero. Así que quienes aprobaron la<br />

enmienda (el Gobierno y CiU) ignoraron<br />

–¿deliberadamente?– la norma comunitaria.<br />

Con un agravante. La comisión entiende<br />

que si en un régimen de transición<br />

a la competencia se conceden compensaciones<br />

monetarias, éstas son ayudas públicas<br />

para el régimen jurídico comunitario;<br />

y lo que principalmente se les exige, entonces,<br />

es que no perjudiquen a la competencia.<br />

De ahí que Bruselas haya anunciado<br />

que debe analizar y aprobar los<br />

CTC; de ahí que los expertos aseguren<br />

que el Gobierno se ha equivocado lamentablemente<br />

al plantear la transición a la<br />

competencia en términos monetarios; y<br />

JESÚS MOTA<br />

de ahí que, si bien en términos nacionales<br />

puede reconocerse que las compañías tienen<br />

derecho a los CTC, como repiten, en<br />

términos europeos ese derecho no exista.<br />

La consecuencia política es que el forcejeo<br />

entre las empresas y su aliado, el<br />

Gobierno, con la comisión eléctrica se ha<br />

cobrado un primer eliminado, arrojado a<br />

empujones del terreno de juego: Miguel<br />

Ángel Fernández Ordóñez, presidente de<br />

la comisión, ha anunciado que dimitirá<br />

con un año de antelación, con fecha 9 de<br />

abril de 1999. El Ministerio de Industria<br />

ha empujado poco a poco a Fernández<br />

Ordóñez contra las cuerdas y le ha hecho<br />

pagar sus posiciones públicas en contra de<br />

la titulización. La técnica utilizada para el<br />

arrinconamiento del presidente díscolo ha<br />

sido la creación de una atmósfera irrespirable<br />

en las relaciones entre la comisión y<br />

el ministerio, incluyendo la presión sobre<br />

el PSOE para que evitara la candidatura<br />

de Fernández Ordóñez como vocal en la<br />

nueva comisión de la energía que establece<br />

la Ley de Hidrocarburos. Entre las villanías<br />

ocultas utilizadas por el ministerio<br />

de Piqué se pueden mencionar la paralización<br />

de las negociaciones con el partido<br />

socialista para elegir a los vocales que formarán<br />

parte del Consejo de la Comisión<br />

Nacional de Energía mientras uno de los<br />

candidatos socialistas era el todavía presidente<br />

de la comisión eléctrica; la elaboración<br />

administrativa de un borrador de régimen<br />

interno aplicable a la comisión,<br />

que obliga a que las relaciones de ésta con<br />

la prensa pasen “por el gabinete del Ministerio<br />

de Industria”; o el informe jurídico<br />

que remitió el ministerio a la comisión<br />

para impedir que encargara un estudio a<br />

una consultora inglesa sobre la competencia<br />

eléctrica en España y realizara una<br />

evaluación aproximada de los CTC con<br />

carácter independiente. Hay más de estas<br />

vilezas administrativas de torsión, pero<br />

esas tres son un buen ejemplo de un estrechamiento<br />

del cerco político. La sustitución<br />

de Nemesio Fernández Cuesta en<br />

la Secretaría de Estado de Industria, un<br />

técnico de carácter abierto [hasta cierto<br />

punto] a las tesis de la comisión, por el<br />

abogado del Estado, José Manuel Serra,<br />

también ha influido poderosamente en la<br />

decisión del primer presidente de la comisión<br />

eléctrica.<br />

En el fondo y en la forma, al Gobierno<br />

del PP, se trate de ministros fraguistas,<br />

centristas descafeinados o semiliberales, le<br />

ofenden y le molestan las instituciones independientes<br />

y los controles externos. No<br />

cree en los equilibrios de poder, en el<br />

control del Ejecutivo ni en la rendición<br />

37


EL PARAÍSO ELÉCTRICO<br />

de cuentas ante los ciudadanos. Desde<br />

que en mayo de 1996 se formó el primer<br />

Gobierno de Aznar, una de las tareas persistentes<br />

de los responsables de Industria<br />

ha sido desmontar el poder y la independencia<br />

de la Comisión Eléctrica, diseñada<br />

inicialmente por el Gobierno anterior como<br />

un órgano regulador independiente,<br />

con autonomía financiera y con capacidad<br />

para decir la última palabra sobre aspectos<br />

cruciales para el sector eléctrico,<br />

como, por ejemplo, en tarifas. Piqué y su<br />

equipo convirtieron primero al regulador<br />

independiente que era la comisión en un<br />

órgano consultivo; limaron después las<br />

aristas posibles de sus análisis reservando<br />

para el ministro y el secretario de Estado<br />

la facultad de acudir a sus reuniones<br />

directivas; recortaron después su presupuesto,<br />

como toque de atención a las posiciones<br />

críticas de la institución en el<br />

caso de los CTC; se inventaron una Comisión<br />

Nacional de la Energía para neutralizar<br />

a la Eléctrica; y por fin, recurrieron<br />

a la guerra administrativa sucia de baja<br />

intensidad que se ha relatado. Pocos episodios<br />

políticos de los últimos dos años y<br />

medio definen mejor el carácter regresivo<br />

y jaquetón del Gobierno del PP que esta<br />

paciencia mezquina con que fue degradando<br />

las funciones de una institución independiente<br />

con el ánimo de convertirla<br />

en una filial domesticada del ministerio.<br />

El mercado eléctrico, tal como ha sido<br />

diseñado por la ley del PP, no solamente<br />

no introduce mayor competencia<br />

sino que de forma subrepticia concede a<br />

las empresas casi 200.000 millones anuales<br />

más, además de los CTC, a través del<br />

mecanismo conocido como GP. Este sistema<br />

permite que las compañías eléctricas<br />

reciban 1,30 pesetas por cada kilovatio<br />

hora como retribución extraordinaria para<br />

compensar la disponibilidad instantánea<br />

de producción eléctrica en las horas<br />

punta. Como la electricidad para uso doméstico<br />

e industrial no puede almacenarse,<br />

el cálculo de la potencia necesaria para<br />

abastecer de electricidad a toda la población<br />

debe hacerse sobre el máximo de demanda<br />

posible, con el fin de que no haya<br />

cortes en el suministro. Se supone que el<br />

concepto de potencia retribuye la disponibilidad<br />

de potencia eléctrica instalada<br />

que puede suministrarse en periodos de<br />

consumo punta.<br />

Pero en España esta retribución es<br />

simplemente un disparate por la sencilla<br />

razón de que existe un exceso de potencia<br />

instalada del orden del 20% o 25% respecto<br />

al máximo de demanda posible. No<br />

existe riesgo potencial de interrumpibili-<br />

dad, por emplear la terminología eléctrica.<br />

Lo cual demuestra de pasada el atropello<br />

histórico que supuso para el bolsillo<br />

de los españoles los planes energéticos de<br />

1979, con faraónicas centrales nucleares y<br />

un exceso de producción irracional, hasta<br />

el punto de que 20 años después de la<br />

puesta en marcha de tales planes todavía<br />

se da un exceso de oferta. De vuelta al<br />

análisis de la GP, hay que concluir que,<br />

puesto que no existe riesgo de interrupción<br />

del suministro por falta de producción, las<br />

1,30 pesetas que paga de más el consumidor<br />

por kilovatio hora, y que suponen algo<br />

más de 195.000 millones que se reparten<br />

las empresas eléctricas cada año, son una<br />

exacción abusiva a favor de las empresas o<br />

socaliña consentida por el Gobierno mucho<br />

más grave que los propios CTC. Si en<br />

concepto de Costes de Transición las eléctricas<br />

se apropian de 86.000 millones todos<br />

los años, según los plazos de liberalización<br />

y pago pactados en la ley, a través de<br />

un concepto tan ridículo como el de GP,<br />

que en los pocos países donde se aplica<br />

apenas llega al equivalente a 0,3 pesetas<br />

por kilovatio hora, las empresas se llevan<br />

más del doble. Mientras el debate se centra<br />

en unos CTC explícitos, las empresas se<br />

embolsan unos cuantiosos “CTC emboscados”<br />

pero mucho más onerosos para los<br />

ciudadanos y más injustificados si cabe.<br />

Tanto la titulización de los CTC como<br />

la Garantía de Potencia constituyen<br />

una falsificación del mercado eléctrico,<br />

un abordaje ilegítimo de las rentas de los<br />

consumidores y la certificación casi notarial<br />

de la incompetencia del Gobierno del<br />

PP para defender los derechos económicos<br />

de los consumidores, sea por incapacidad<br />

técnica o, lo que es más probable, por<br />

colusión con los intereses de las empresas<br />

eléctricas. La alianza del Gobierno y las<br />

empresas ha invertido dramáticamente la<br />

lógica social y económica mediante triquiñuelas<br />

políticas y argucias de salón;<br />

porque son Endesa, Iberdrola, Unión Fenosa,<br />

Fecsa, Hidrocantábrico y demás<br />

quienes tienen contraída una deuda colosal<br />

con la sociedad española y no al revés.<br />

Los ciudadanos financiaron y financian<br />

los caprichosos planes energéticos de las<br />

empresas de finales de la década de los<br />

setenta que han degenerado en el exceso<br />

actual de potencia instalada; también pagaron<br />

de su bolsillo la salvación de las<br />

empresas (y sus dividendos), en quiebra<br />

teórica casi todas, a mediados de los<br />

ochenta; y ahora se disponen a pagar con<br />

creces, gracias a los artificios legales preparados<br />

por el Gobierno de Aznar, una<br />

quimérica transición a la competencia.<br />

Que no será tal, porque Endesa e Iberdrola<br />

tienen el control absoluto del mercado.<br />

El mercado eléctrico no tendrá más competencia,<br />

a pesar de la escandalosa inyección<br />

de dinero que van a percibir; por el<br />

contrario, parte de ese dinero se invertirá<br />

probablemente en consolidar las situaciones<br />

actuales de dominio de mercado (como<br />

demuestra la compra de una participación<br />

de Repsol por parte de Endesa) o<br />

en aventuras de diversificación empresarial<br />

(entrada en el negocio de comunicación<br />

o telecomunicación), que son contrarias<br />

a las reglas de transparencia de la<br />

economía de mercado. n<br />

Jesús Mota es periodista.<br />

38 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


SIETE ARGUMENTOS (SIN UNA TEORÍA)<br />

PARA SALIR DEL SUBDESARROLLO<br />

Las consideraciones que siguen nacen<br />

de una sencilla constatación: en el curso<br />

de las últimas tres décadas la distancia<br />

entre ricos y pobres se ha incrementado<br />

a escala planetaria. En 1965, los países<br />

de ingresos altos (según la clasificación del<br />

Banco Mundial) producían 5,1 veces más<br />

que los países de ingresos bajos y medio<br />

bajos. Treinta años después el coeficiente se<br />

ha incrementado a 6,7 veces. La brecha aumenta<br />

y amenaza convertirse en una separación<br />

incolmable –tal vez por décadas y<br />

quizá por siglos–. En la actualidad, 900<br />

millones de personas producen casi siete<br />

veces más que 4.300 millones que habitan<br />

la extendida geografía del subdesarrollo.<br />

Las antiguas seguridades acerca del éxito<br />

de estrategias de desarrollo basadas en<br />

una industrialización protegida han entrado<br />

en crisis hace tiempo, y ahora gran parte<br />

de los países en desarrollo son presa de<br />

una nueva promesa de seguro éxito: el libre<br />

comercio. Y a uno se le ocurre la duda de<br />

que entre las muchas cosas que es, el subdesarrollo<br />

sea también esto: una búsqueda<br />

ininterrumpida de milagros asociados a una<br />

fórmula sencilla y poderosa. Las fórmulas<br />

redentoras siguen viniendo de afuera. Y periódicamente<br />

los países en desarrollo se<br />

convierten en seguidores, al mismo tiempo,<br />

exaltados e incondicionales, de las ideas dominantes<br />

procedentes de ese universo que,<br />

según humor o predilección, llamamos<br />

“centro”, “primer mundo” u “Occidente”.<br />

Entendámonos: leerse a sí mismos a través<br />

de los otros es siempre un signo de madurez.<br />

Pero los problemas de identidad son<br />

inevitables cuando, a fuerza de verse a través<br />

de los juicios y estrategias de los otros,<br />

uno deja de tener una percepción clara<br />

acerca de sí mismo.<br />

Frente a los resultados de las estrategias<br />

de desarrollo del pasado y del presente, tal<br />

vez no sea inútil hacer un esfuerzo de memoria<br />

y recordar qué hicieron y en cuáles<br />

circunstancias los países que, en distintos<br />

UGO PIPITONE<br />

momentos de sus historias, de una forma u<br />

otra dejaron de estar en vía de desarrollo<br />

para convertirse en realidades que la inadecuación<br />

del léxico consuetudinario indica<br />

como “desarrollados”. Comparar estrategias<br />

y trayectos exitosos podría revelarse un<br />

ejercicio de cierto interés. A este recurso<br />

comparativo estamos en parte obligados ya<br />

que las teorías del desarrollo no han dado<br />

en las últimas décadas grandes pruebas de<br />

éxito. Frente a los resultados insatisfactorios<br />

(a veces, desastrosos) de sus estrategias, los<br />

economistas tienen generalmente muchas<br />

coartadas que van de la realidad impredecible<br />

a la supuesta o real pusilanimidad de<br />

los políticos que se asustan frente a las dosis<br />

prescritas de medicinas naturalmente<br />

amargas. Y ni vale la pena mencionar a los<br />

gobernantes. La autoabsolución (ayudada<br />

por la desmemoria) en los países que aún<br />

no encuentran un camino fuera del atraso<br />

es todo un género, una de las bellas artes en<br />

las cuales la dialéctica, en su versión de arte<br />

de la fuga, ocupa, al lado del cantinflismo,<br />

un lugar de honor.<br />

Pero, volviendo a teorías y estrategias,<br />

la verdad es que cuando se pasa del describir<br />

al prescribir el salto resulta siempre más<br />

complejo, arriesgado e incierto que aquello<br />

que los economistas (u otras especies académicas<br />

del abigarrado jardín de la Scientia<br />

–habrá que recordar que esta voz latina viene<br />

justamente del deseo de anticipación<br />

del futuro de la presciencia, el vaticinio–)<br />

están normalmente dispuestos a reconocer.<br />

Periódicamente, apenas una corriente de<br />

pensamiento económico alcanza los laureles<br />

de la dignidad académica, se siente obligada<br />

a transmutar su (siempre precaria)<br />

capacidad de entender en deber de preceptuar.<br />

Otras veces ocurre que una experiencia<br />

nacional exitosa se convierta en paradigma,<br />

en camino obligado, para cualquier<br />

otro país que pretenda salir del atraso. Inglaterra,<br />

Estados Unidos, Alemania, Suecia,<br />

Japón, Corea del Sur o Malaisia: nunca fal-<br />

tan los modelos a seguir. Y así, de una manera<br />

u otra (en virtud de alguna teoría que<br />

pretende para sí la condición de destilado<br />

definitivo de las enseñanzas de la historia o<br />

de alguna experiencia concreta convertida<br />

en regla universal), la historia y la geografía<br />

son expulsadas de la reflexión como estorbos<br />

innecesarios y, obviamente, molestos.<br />

El deseo de certezas categóricas parecería ser<br />

enfermedad incurable, o por lo menos recurrente,<br />

en los territorios del pensamiento<br />

económico. Y con angustiosa regularidad<br />

asistimos a la aparición de recetarios prodigiosos,<br />

y valederos en todo tiempo y todo<br />

espacio. La única, endeble, defensa es el<br />

sentido común, que nos dice que necesitamos<br />

teorías para evitar que la inteligencia y<br />

la voluntad se ahoguen en océanos de datos<br />

y, sin embargo, necesitamos al mismo tiempo<br />

guardarnos de las teorías que explican<br />

demasiado y que esclarecen tanto como<br />

aprisionan cíclicamente al mundo en algún<br />

estrecho corsé interpretativo.<br />

Si bien es cierto que en estas últimas<br />

décadas del siglo las distancias entre ricos y<br />

pobres crecen tanto al interior como entre<br />

los países, también es cierto que ha habido<br />

entre fines del siglo pasado y fines del actual<br />

algunas experiencias exitosas de salida del<br />

atraso económico. ¿Por qué entonces no<br />

comparar estas experiencias y tratar de descubrir<br />

algún aspecto común que, repetido<br />

varias veces, podría sugerir alguna regularidad<br />

digna de consideración? Para comenzar,<br />

¿cuáles son estas experiencias? Si miramos<br />

a fines del siglo pasado: Suecia, Alemania,<br />

Japón, Dinamarca. Si miramos al<br />

final de este siglo: Corea del Sur, Taiwan,<br />

Singapur y Hong Kong. ¿Por qué no intentar<br />

una comparación y llamar la atención<br />

sobre los rasgos comunes a estos dos<br />

grupos de experiencias? Esto es lo que vamos<br />

a hacer aquí, y lo haremos concentrando<br />

la atención en siete puntos.<br />

Pero antes de entrar en materia, aclaremos<br />

algo: el proceso de desarrollo es siem-<br />

40 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


pre un proceso único, como únicas son las<br />

naciones que lo protagonizan en tanto que<br />

patrimonios de culturas, valores y comportamientos<br />

que se mueven, y cambian, al<br />

interior de ese fluido nunca visible y siempre<br />

rigurosamente medido que llamamos<br />

tiempo. Dicho de otra manera: por muy<br />

fuerte que sea la tentación de convertir las<br />

experiencias en normas, es ésta una tentación<br />

que es oportuno contrastar con cierta<br />

dosis de sana desconfianza. Eppur si muove,<br />

decía hace cuatro siglos alguien cuya combinación<br />

de empirismo metódico e íntima<br />

terquedad fue un acto fundacional de la<br />

ciencia moderna. Así que aun entre originalidades<br />

irreductibles, en medio de circunstancias<br />

históricas irrepetibles e inimitables,<br />

es necesario sondear y reflexionar<br />

sobre los rasgos comunes de las experiencias<br />

exitosas de salida del atraso. Señalaremos<br />

aquí estos rasgos con humildad intelectual,<br />

como coincidencias que quizá no sean casuales.<br />

Tal vez sea cierto que nunca nadie cruza<br />

el mismo río dos veces, como decía el<br />

aristocrático Heráclito de Éfeso; pero estirar<br />

la cuerda demasiado por el lado de la<br />

unicidad convierte al mundo en una maraña<br />

caótica de excepciones en cuyo interior<br />

ninguna experiencia resulta relevante. El<br />

hecho es que el río sigue ahí y muchos países<br />

aún no logran atravesarlo. Entender cómo<br />

lo hicieron aquellos que lo cruzaron, tal<br />

vez no sea tiempo perdido. Siempre y cuando<br />

se tenga clara conciencia de que los nadadores<br />

de mañana atravesarán corrientes<br />

distintas y dispondrán de técnicas de natación<br />

propias, adecuadas a las características<br />

físicas de cada individuo.<br />

Como quiera que sea, es siempre saludable<br />

tomar distancia de las modas intelectuales<br />

del momento. Frente al viejo recetario<br />

de la industrialización a toda costa, se<br />

yergue hoy la nueva promesa de progreso y<br />

bienestar: privatización y libre comercio.<br />

Tal vez no sea mala idea descubrir que los<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

procesos exitosos de salida del atraso, del<br />

pasado y del presente, fueron y son algo<br />

más complejos que estas simplificaciones<br />

sospechosamente ideológicas. Veamos entonces<br />

estos siete rasgos comunes –esos<br />

puentes silenciosos entre ayer y hoy– que<br />

deberían convertirse en otros tantos temas<br />

de discusión acerca de las disyuntivas actuales<br />

del subdesarrollo.<br />

1<br />

Del atraso, o se sale<br />

rápidamente, o no se sale<br />

No existen experiencias nacionales de salida<br />

del atraso construidas sobre una lenta<br />

acumulación de esfuerzos transferidos<br />

sucesivamente de generación en generación.<br />

Si comparamos a Suecia, Japón o<br />

Dinamarca de fines de siglo pasado con<br />

Corea del Sur, Taiwan o Singapur de las<br />

últimas décadas del presente, una cosa resulta<br />

clara: la salida del atraso económico<br />

ocurre en un tiempo históricamente breve,<br />

generalmente en dos generaciones, entre<br />

40 y 50 años. La magia del interés compuesto<br />

nos dice que si el producto interior<br />

bruto (PIB) per cápita crece a una tasa<br />

media de 3% anual, esto significará multiplicar<br />

por cuatro veces el nivel inicial del<br />

PIB en menos de medio siglo. Y puede<br />

ocurrir así que alguien nacido en un país<br />

con ingresos como Guatemala o Argelia<br />

termine su vida con ingresos similares a<br />

Inglaterra o Italia. Algo similar ocurrió en<br />

el pasado en Escandinavia y en Japón y<br />

vuelve a ocurrir hoy en varios países de<br />

Asia oriental. En los casos mencionados se<br />

mantuvo un crecimiento medio anual entre<br />

2% y 4% del PIB per cápita a lo largo<br />

41


SIETE ARGUMENTOS (SIN UNA TEORÍA) PARA SALIR DEL SUBDESARROLLO<br />

de 40 años o más. Después de eso los juegos<br />

estaban hechos: los países estaban del<br />

otro lado.<br />

Salir del atraso supone activar procesos<br />

tumultuosos de crecimiento capaces de alterar<br />

equilibrios socioeconómicos tradicionales<br />

y construir nuevas pautas de comportamiento<br />

para individuos, clases sociales,<br />

empresas e instituciones. Todo lo cual<br />

no es posible en medio de procesos ordinarios<br />

de acumulación. El proceso de desarrollo<br />

que se proyecte a sí mismo por muchas<br />

décadas hacia el futuro corre el riesgo<br />

de soslayar lo esencial: el desarrollo como<br />

ruptura de equilibrios existentes y construcción<br />

de otros nuevos, como solución de<br />

continuidad. Después de mucho tiempo<br />

es posible que los vivos ya no conozcan, ni<br />

les interese conocer, el rumbo supuestamente<br />

trazado para ellos por los muertos.<br />

Sin considerar que, después de mucho<br />

tiempo, no sería racional (suponiendo que<br />

sepamos el significado de esta palabra, nunca<br />

obvia y tan usada, a propósito y despropósito,<br />

en las últimas fechas) que los vivos<br />

dieran más peso a los proyectos ya borrosos<br />

de sus ancestros que a las realidades que<br />

los rodean en el presente. Keynes decía<br />

que en el largo plazo estaremos todos<br />

muertos y era algo más que una boutade;<br />

era el reconocimiento de que los proyectos<br />

de una generación son más relevantes<br />

cuanto más concentrados estén en el tiempo,<br />

cuanto menos le exijan a los nietos<br />

comportamientos determinados. Mejor no<br />

sobrecargar las espaldas de aquellos que aún<br />

no nacen. Hitler prometía un Tercer Reich<br />

de 1.000 años y el resultado fue que comenzó<br />

a alejarse imperceptiblemente, día<br />

tras día, del presente que lo estaba derrotando<br />

sin que él llegara a darse cuenta. Dicho<br />

de otra manera: vivir en el futuro puede<br />

volver incomprensible el presente, producir<br />

un desapego que lo vuelve<br />

indescifrable o, peor aún, moralmente<br />

anestesiado.<br />

El subdesarrollo es un castillo que no se<br />

rinde ante un largo asedio, sino sólo por<br />

asalto; o sea, en tiempos históricos restringidos.<br />

Obviamente, 40 o 50 años pueden parecer<br />

mucho tiempo en la vida de un individuo;<br />

en la historia de las naciones es, generalmente,<br />

poco más que un parpadeo.<br />

Como quiera que sea la experiencia, esto indica<br />

que vencer el subdesarrollo supone poner<br />

en acción motores poderosos de cambio,<br />

sin los cuales no podrá vencerse la fuerza<br />

gravitacional de segmentaciones tradicionales<br />

que son inercias, privilegios, costumbres<br />

que oponen resistencia a su eliminación.<br />

Ocurre a menudo que aquello que no se<br />

pueda hacer en 10 o 20 años menos aún<br />

podrá hacerse en 100 o 200. Crecer rápidamente<br />

es condición necesaria, si bien, naturalmente,<br />

no suficiente. Pero es necesario<br />

establecer una salvedad: un crecimiento acelerado<br />

que conserve desgarramientos e intereses<br />

arraigados es generalmente el camino,<br />

no infrecuente, de la modernización del subdesarrollo.<br />

Es decir, un crecimiento que, a<br />

partir de algún momento, deja de ser sustentable<br />

por las incoherencias y heterogeneidades<br />

herederas de un pasado que no se<br />

supo, o no se pudo, reformar en función de<br />

las nuevas necesidades.<br />

2<br />

Sin cambio agrícola<br />

las puertas están cerradas<br />

A este propósito los lejanos orígenes de la<br />

modernidad refrendan la historia contemporánea.<br />

Digámoslo en forma apodíctica:<br />

no existen casos de salida del atraso en presencia<br />

de estructuras agrarias de baja eficiencia<br />

y elevada segmentación social. Y<br />

tampoco nos entrega la historia, por lo menos<br />

desde la baja Edad Media, ningún caso<br />

de desarrollo económico sostenido en el<br />

tiempo que no haya tenido en la modernización<br />

de la agricultura uno de sus soportes.<br />

Quitemos del terreno una posible fuente<br />

de ambigüedad: la centralidad agrícola<br />

no es tema de edades lejanas de la historia<br />

del capitalismo; es asunto de persistente<br />

actualidad, excluyendo obviamente casos<br />

como Hong Kong o Singapur, donde, por<br />

carencia de tierra, no podía haber agricultura<br />

alguna. Los procesos de desarrollo acelerado<br />

que terminaron por ser viables a largo<br />

plazo generalmente presentan en sus fases<br />

iniciales profundas transformaciones<br />

agrarias. Desde la Dinamarca del conde<br />

Von Reventlow, a fines del siglo XVIII, que<br />

sobre las antiguas comunidades rurales crea<br />

un tejido de productores independientes,<br />

pasando por la abolición de la servidumbre<br />

en Suecia en 1878 y las enclosures, que<br />

crean ahí un amplio cuerpo de pequeños<br />

propietarios agrícolas, y por el Japón meiji<br />

que desde 1868 comienza su curiosa experiencia<br />

de reforma agraria por decreto imperial,<br />

hasta llegar a las reformas agrarias,<br />

con asesoría estadounidense, de Corea del<br />

Sur o de Taiwan entre finales de los cuarenta<br />

y comienzo de los cincuenta de este<br />

siglo. Y eso sin mencionar las transformaciones<br />

agrarias de China, Tailandia y Malaisia<br />

en los años posteriores.<br />

No ha sido de la agricultura de donde<br />

han surgido los mayores aportes del desarrollo<br />

económico de los últimos dos siglos;<br />

y, sin embargo, aunque una agricultura eficiente<br />

no cumpla generalmente un papel de<br />

acelerador del desarrollo, sin ella es como si<br />

fallara un factor capaz de consolidar a los<br />

cambios derivados del dinamismo de las<br />

actividades manufactureras. El proceso de<br />

desarrollo es siempre mucho más complejo<br />

que aquella industrialización que por décadas<br />

fue considerada su sinónimo. Un<br />

ejemplo: el grado de industrialización de<br />

Brasil (la relación entre la producción industrial<br />

y el PIB) es desde hace tiempo considerablemente<br />

superior al de Holanda.<br />

¿Cabe alguna duda acerca de cuál de estos<br />

dos países tenga que considerarse subdesarrollado?<br />

¿Cuáles son las tareas que en las fases<br />

iniciales de aceleración del crecimiento debe<br />

cumplir la agricultura y que, de no cumplirse,<br />

amenazan la sustentabilidad misma<br />

del proceso? Hay varias tareas, y todas ellas<br />

esenciales. La generación de ahorros para<br />

comenzar. Una agricultura que supere una<br />

realidad de excedentes concentrados en pocas<br />

manos (que a menudo dan lugar a consumos<br />

suntuarios o fuga de capitales) y de<br />

subsistencia precaria sin posibilidad de ahorro<br />

es una agricultura capaz de generación<br />

de ahorros que pueden canalizarse a otras<br />

actividades: financiamiento de infraestructura,<br />

modernización educativa, industrialización.<br />

Además de los encadenamientos<br />

hacia adelante y hacia atrás, que convierten<br />

al propio dinamismo agrícola en factor de<br />

impulso (vía demanda de bienes de consumo<br />

o de capital) para las otras actividades<br />

productivas: la posibilidad de obtener divisas<br />

vía exportación de productos agrícolas;<br />

la generación de empleos regionales que<br />

evitan procesos irracionales de urbanización<br />

salvaje; la conversión del espacio rural<br />

en un laboratorio de cultura y experiencia<br />

empresariales que pueden transferirse desde<br />

ahí al resto de la sociedad; la consolidación<br />

de economías locales con fuertes sinapsis<br />

intersectoriales, etcétera.<br />

La historia no nos dice cuáles son las<br />

estrategias y los modelos de transformación<br />

agraria que aseguran el éxito en cualquier<br />

tiempo o latitud; en realidad, los modelos<br />

exitosos han sido y son varios. Lo que<br />

sí nos dice es que las agriculturas que conserven<br />

estructuras altamente polarizadas<br />

(síntesis de esporádicos casos de eficiencia<br />

microeconómica rodeados de una multiplicidad<br />

de situaciones de escasa eficiencia<br />

y difundida miseria social) constituyen una<br />

pieza esencial en el camino de agudas distorsiones<br />

macroecónomicas (bajo nivel de<br />

ahorros, elevados desequilibrios externos,<br />

etcétera) y graves tensiones sociales que a<br />

largo plazo hacen del subdesarrollo una<br />

realidad de partenogénesis o, como se diría<br />

hoy, autorreplicante. En el universo rural,<br />

eficiencia productiva e integración de un<br />

tejido social sin excesivas polarizaciones<br />

42 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


constituyen dos condiciones que, o se acometen<br />

simultáneamente, o ninguna de las<br />

dos podrá ser alcanzada exitosamente. Esto,<br />

por lo menos, es lo que nos dicen, en<br />

formas distintas, casos como los de Suecia,<br />

en Europa, y Corea del Sur, en Extremo<br />

Oriente.<br />

3<br />

El desarrollo como reto<br />

nacional y como autodefensa<br />

En los comienzos la política es siempre más<br />

importante que la economía. Aun reconociendo<br />

que la salida del atraso no puede<br />

reducirse a estrictos actos de voluntad política<br />

(sin la tierra adecuada, incluso, las semillas<br />

seleccionadas fallan), en el origen están<br />

con frecuencia dos circunstancias: la<br />

respuesta a un reto y un acto de orgullo nacionalista.<br />

Y a menudo las dos cosas se reducen<br />

en la realidad a una y la misma. Tal<br />

vez tenga razón Toynbee al vincular el nacimiento<br />

de las civilizaciones con desafíos<br />

específicos (del ambiente natural o de la<br />

historia) que requieren el despliegue de<br />

prácticas sociales hasta entonces ignoradas.<br />

De manera no muy distinta debe proponerse<br />

el tema de los factores iniciales detonadores<br />

de procesos de salida del atraso:<br />

como reconocimiento de que un nuevo tipo<br />

de peligros obliga a las viejas clases dirigentes<br />

(o a algún sector emergente entre<br />

ellas) a renovar profundamente pautas de<br />

comportamiento tradicionales en política y<br />

en economía.<br />

Los campesinos daneses crean sus cooperativas<br />

rurales (sin las cuales la Dinamarca<br />

moderna sería inconcebible) a fines<br />

del siglo pasado como respuesta al invento<br />

de un separador de crema que amenazaba<br />

con reconcentrar las tierras en pocas manos.<br />

El Japón meiji nace sobre la base de una<br />

consigna: occidentalizarse para defenderse de<br />

Occidente. Y si vamos hacia atrás habrá que<br />

recordar que la Ley de Navegación de<br />

Cromwell, de 1651 (que convierte el desarrollo<br />

económico en urgencia política y en<br />

tema de orgullo nacionalista), ocurre inmediatamente<br />

después de que los holandeses<br />

rehusaron integrarse en una federación<br />

política con Inglaterra y decidieron seguir<br />

siendo una potencia comercial autónoma.<br />

¿Y la Alemania a finales del siglo XIX que<br />

busca crecer para no caer en el campo gravitacional<br />

del poderío inglés? Y llegando al<br />

Oriente de Asia en la segunda mitad de este<br />

siglo, ¿no es el sentido de precariedad del<br />

autoritarismo político tradicional, enfrentado<br />

al reto comunista, aquello que aguijonea<br />

la búsqueda de legitimación social sobre<br />

la base de nuevas formas de desarrollo<br />

económico? Sin la amenaza China (magnificada<br />

o no, poco importa), tal vez la reac-<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

ción desarrollista de Corea del Sur y de<br />

Taiwan no habría sido posible. Y algo similar<br />

ocurrió, probablemente, en Malaisia<br />

y Tailandia después de la derrota estadounidense<br />

en Vietnam, con lo cual resultó<br />

evidente que sin reformas agrarias internas<br />

y un desarrollo económico sostenido el solo<br />

apoyo militar de Estados Unidos habría<br />

sido insuficiente para evitar un ciclo de antagonismos<br />

políticos con graves amenazas a<br />

la estabilidad institucional.<br />

En ausencia de peligros (internos o externos)<br />

nunca existen razones poderosas<br />

para cambiar de ruta y experimentar nuevos<br />

caminos. La paradoja es obvia: no hay<br />

desarrollo posible en condiciones de aguda<br />

inestabilidad de las instituciones. Pero<br />

cuando las instituciones (y las amplias redes<br />

de intereses económicos que las sostienen)<br />

son demasiado fuertes y no advierten peligros<br />

a su solidez, puede faltar aquella percepción<br />

de riesgo inminente sin la cual no<br />

existen normalmente estímulos suficientes<br />

para experimentar nuevos rumbos distintos<br />

de la tradición consolidada. Sin considerar<br />

que es en condiciones de emergencia cuando<br />

a menudo es posible tomar decisiones,<br />

con el necesario consenso social, que en<br />

otras condiciones podrían resultar simplemente<br />

utópicas.<br />

4<br />

La desgracia de las<br />

seguridades ideológicas<br />

Sin confianza en sí mismos, como aconseja<br />

un psicologismo bastante primario, no se<br />

va a ningún lado. Lo que vale probablemente<br />

para los individuos como para las<br />

naciones. Pero hay que extremar cautelas<br />

cuando se hable de confianza a propósito<br />

de una nación y reconocer que tenemos<br />

aquí un síndrome proteico, un equilibrio<br />

móvil entre esperanzas, certidumbres y orgullos<br />

que cruzan a las sociedades entre clases<br />

sociales, generaciones, estamentos políticos,<br />

y en medio de conflictos, intereses<br />

UGO PIPITONE<br />

(divergentes o complementarios), percepciones,<br />

fantasías o delirios de uno y otros.<br />

Es casi imposible convertir la confianza en<br />

una pieza analítica inequívoca, y más aún<br />

en categoría económica. Sin embargo, si es<br />

permitido un comentario prosaico, el agua<br />

mojaba incluso antes de que se conociera su<br />

composición química.<br />

Y otra vez el problema es de más y menos,<br />

de cantidades variables de la misma<br />

sustancia que, como en homeopatía, pueden<br />

curar o matar. El punto de equilibrio,<br />

más allá del cual lo benéfico se vuelve una<br />

amenaza, difícilmente puede definirse en<br />

abstracto: la referencia al individuo (persona<br />

o nación) es ineludible. Dosis insuficientes<br />

para algunos pueden resultar mortales<br />

para otros. En resumen: sin certezas<br />

sobre el camino escogido todo puede desmoronarse<br />

a las primeras dificultades; con<br />

demasiadas certezas las dificultades en el<br />

camino pueden parecer accidentes fortuitos<br />

que no motivan revisión alguna del rumbo<br />

emprendido.<br />

El desarrollo, sobre todo en las iniciales<br />

fases críticas de transformación profunda<br />

de las estructuras económicas preexistentes,<br />

significa surgimiento de tensiones inesperadas,<br />

problemas inéditos, desequilibrios<br />

nuevos sin remedios canónicos. El proceso<br />

de desarrollo es un aprendizaje en tiempo<br />

real que impone ajustes sobre la marcha,<br />

correcciones de rumbo, capacidad autocrítica<br />

y una rara mezcla de inteligencia y<br />

competencia para conservar el sentido del<br />

rumbo, no obstante un permanente zigzaguear<br />

entre las corrientes de lo imprevisto o<br />

lo indeseado. En las fases iniciales de desarrollo<br />

acelerado los accidentes no son la excepción,<br />

son la regla, aunque se trate de<br />

una regla curiosa que, como la muerte, es<br />

impredecible en tiempos y causas.<br />

Es así cómo una intuición estratégica<br />

que pudiera haber sido correcta puede convertirse<br />

en un factor de rigidez capaz de<br />

hundir un proceso inicialmente exitoso si<br />

no va de la mano de una sana dosis de<br />

pragmatismo, con la capacidad suficiente<br />

para adaptarse a las circunstancias y encontrar<br />

entre ellas las líneas de menor resistencia<br />

que permitan alcanzar los objetivos<br />

deseados. Los aranceles selectivos, la<br />

capacidad para combinar estrategias de sustitución<br />

de importaciones y de promoción<br />

de exportaciones, el uso de tecnologías intermedias<br />

mientras se avanza en la investigación<br />

tecnológica de punta, la estatización<br />

de los bancos mientras se promueve la<br />

iniciativa privada, la planificación estratégica<br />

al tiempo que los precios relativos se<br />

convierten en criterio de eficiencia competitiva:<br />

todos estos criterios opuestos, y<br />

43


SIETE ARGUMENTOS (SIN UNA TEORÍA) PARA SALIR DEL SUBDESARROLLO<br />

varios otros, han convivido por años en las<br />

recientes experiencias de desarrollo de Asia<br />

oriental.<br />

Las certezas ideológicas que convierten<br />

a menudo los instrumentos en principios favorecen<br />

la incrustación de rigideces que han<br />

producido actitudes conservadoras, normalmente<br />

atraídas por la tentación autárquica<br />

frente a las dificultades sin respuestas<br />

canónicas. Es ésta una historia de impotencias,<br />

rigideces, burocratismos con no pocos<br />

puntos de contacto entre la ex URSS y varios<br />

países de América Latina y de África<br />

septentrional. O sea, la incapacidad de<br />

aprender sobre la marcha, de abrir espacios<br />

a la experimentación de alternativas inéditas.<br />

Moraleja: certezas y confianzas son esenciales,<br />

pero en proporciones excesivas suponen<br />

un velo entre voluntad y realidad.<br />

Saber hacia dónde se va es esencial; saberlo<br />

demasiado bien puede ser una forma de<br />

desdeñar los obstáculos en el camino y seguir<br />

una marcha en que la desatención hacia<br />

la realidad y el alegato ideológico (obviamente<br />

autoabsolutorio) se vuelvan las<br />

dos caras de una misma moneda.<br />

5<br />

La política económica<br />

no es todo<br />

La ley de probabilidades impide excluir que<br />

un país pueda encontrar en algún momento<br />

(o incluso en varios) la clave correcta de<br />

estrategias económicas destinadas a promover<br />

cambios positivos en sus curvas de<br />

eficiencia y bienestar de largo plazo. Pero es<br />

mucho más probable que un país acierte la<br />

política económica correcta (la combinación<br />

apropiada entre voluntad y circunstancias)<br />

a que construya los instrumentos<br />

adecuados para que esta política pueda ser<br />

orquestada con eficacia. Nunca se trata<br />

simplemente de ideas sino de la conjunción<br />

de éstas con los aparejos institucionales<br />

capaces de favorecer el milagro de la<br />

transustanciación del proyecto en realidad,<br />

de la idea en hecho. La historia (y, naturalmente,<br />

no sólo la del desarrollo) desborda<br />

de ideas correctas naufragadas en los escollos<br />

de instrumentaciones inadecuadas. Esto<br />

son en el fondo las utopías: ideas que no<br />

pueden pasar de su necesidad a su experimentación<br />

y persisten congeladas en eternos<br />

prototipos, como las máquinas de volar<br />

del italiano Leonardo o del portugués<br />

Lourenço.<br />

Para ser eficaz la política económica<br />

requiere de dos condiciones que son externas<br />

a sus ideas rectoras: un aparato técnico-administrativo<br />

de instrumentación<br />

eficiente y un alto grado de credibilidad<br />

pública de las estructuras del Estado. Y en<br />

ambos terrenos estamos evidentemente<br />

muy lejos de las profecías autorrealizadas y<br />

aún más de la racionalidad novohispánica<br />

del Obedézcase pero no se cumpla. Digámoslo<br />

en una forma tal vez demasiado<br />

contundente: ninguna política económica<br />

puede ser exitosa si los organismos públicos<br />

encargados de su implantación resultan<br />

erráticos y poco eficientes y, aún<br />

más, si están corroídos por la corrupción,<br />

el patrimonialismo, las obsesiones personales<br />

de dirigentes estatales sin control social<br />

o burocrático. Una política económica<br />

que quiera contar con algunas posibilidades<br />

de éxito necesita construirse sobre (o<br />

simultáneamente con) una administración<br />

pública profesional, con un alto espíritu de<br />

cuerpo, independiente de los vaivenes de la<br />

política y con mecanismos estandarizados<br />

de promoción de los funcionarios. Nada<br />

original a final de cuentas: sólo aquellos requisitos<br />

elementales (y tan difíciles de<br />

cumplir en la realidad) que Max Weber<br />

señalaba desde comienzos del siglo.<br />

Y no se trata de democracia o dictadura:<br />

se trata de algo más simple y más<br />

complejo al mismo tiempo: de eficacia y<br />

credibilidad social del Estado. A finales del<br />

siglo pasado la democracia resultó, en el<br />

norte de Europa, un instrumento político<br />

adecuado para sostener amplios procesos<br />

de modernización y salida del atraso,<br />

mientras que en Japón el autoritarismo<br />

meiji dio pruebas de similar eficacia. A finales<br />

de este siglo, son los regímenes autoritarios<br />

de Asia oriental los que han dado<br />

pruebas importantes de éxito económico<br />

en la salida del atraso. Pero ya sea democracia<br />

o dictadura, una cosa es obvia: no<br />

hay casos de éxito en condiciones de Estados<br />

dominados por la corrupción, la ineptitud<br />

técnica o la baja legitimación social.<br />

Ningún Estado puede pedir sacrificios y<br />

racionalidad a los agentes económicos si se<br />

comporta hacia sí mismo como hacia un<br />

montón de cargos y prebendas objeto de<br />

rapacidades, burocratismos irracionales y<br />

enriquecimientos inexplicables. De ahí a la<br />

conclusión el paso es corto: la política económica<br />

requiere siempre un paso previo<br />

(o simultáneo), la refundación –en eficacia<br />

técnica y legitimación social– del Estado.<br />

Una historia antigua y moderna, que va<br />

de la ley inglesa de reforma de 1832 al golpe<br />

de Estado contra Syngman Rhee; o, si<br />

se prefiere, desde las provincias unidas de<br />

Johan van Oldenbarneveldt al Singapur de<br />

Lee Kuan Yew, cuatro siglos después. Y<br />

otra vez, para usar el lenguaje del presidente<br />

Mao: la política al puesto de mando.<br />

El primer acto de una política económica<br />

con esperanzas de éxito es, casi siempre, la<br />

reforma del Estado.<br />

El éxito requiere ejemplos<br />

regionales exitosos<br />

Requiere que alguien antes de nosotros haya<br />

recorrido exitosamente el camino y que<br />

esté suficientemente cerca en geografía,<br />

historia y cultura para que las enseñanzas<br />

ajenas alimenten la confianza en que seguir<br />

un camino similar producirá resultados<br />

comparables. No es lo mismo penetrar en<br />

un espacio donde nadie ha puesto pie anteriormente<br />

que seguir las huellas de alguien<br />

que nos antecedió. El éxito es contagioso<br />

–como el fracaso– a escala regional.<br />

Insistamos sobre la dimensión regional para<br />

evitar trasnochadas hipótesis de convergencia<br />

universal, que no son otra cosa que<br />

ideologismos econometrizados. Insistir en<br />

la importancia de disponer de un ejemplo<br />

exitoso cercano es reconocer que cuando<br />

los países, por su cercanía, frecuentación y<br />

similitudes, disponen de materiales primarios<br />

análogos (en cultura, tradiciones,<br />

comportamientos) tienen serias posibilidades<br />

de que el éxito en uno de ellos termine<br />

por contagiar a los otros. En Asia<br />

Oriental el éxito japonés desde fines del siglo<br />

pasado, incluyendo su séquito imperialista,<br />

creó tensiones, rencores por humillaciones<br />

nacionales sufridas; y, después<br />

de la II Guerra Mundial, una voluntad de<br />

imitar al modelo dominante para defenderse<br />

de él. Si Japón tuvo que occidentalizarse<br />

para defenderse de Occidente, Taiwan,<br />

Corea del Sur, Malasia y Singapur<br />

tuvieron, en años recientes, que imitar a Japón<br />

para protegerse de los riesgos de quedar<br />

atrapados en una nueva forma de colonialismo<br />

económico japonés. E imitar a<br />

Japón significó el impulso a políticas de reforma<br />

agraria, construcción de aparatos<br />

administrativos de gran eficacia, planeación<br />

estratégica consensual entre Estado y<br />

empresas, promoción de las exportaciones<br />

mientras se conservaba hasta el límite de lo<br />

posible la exclusividad del mercado nacional.<br />

La experiencia japonesa previa dio a<br />

muchos países cercanos urgencia, confianza<br />

e inspiración para seguir un camino similar.<br />

La cercanía geográfica ha fracasado como<br />

conductor de emulaciones exitosas en<br />

dos casos muy notables: entre Europa occidental<br />

y África septentrional y entre Estados<br />

Unidos y México. Tanto el Mediterráneo<br />

como el río Bravo han revelado ser<br />

fronteras mucho más poderosas de lo previsto.<br />

Evidentemente la cercanía geográfica<br />

es factor de contagio sólo cuando se da<br />

simultáneamente con una sustancial homogeneidad<br />

cultural entre los países involucrados.<br />

Si esta homogeneidad no existe<br />

no queda a los países atrasados sino el reto<br />

44 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92<br />

6


de inventar su propio modelo de desarrollo<br />

a partir de sus datos culturales e históricos<br />

específicos. Tal vez el edificio final<br />

pueda ser similar, pero cuando los materiales<br />

de construcción son distintos habrá<br />

que poner en acción distintas técnicas de<br />

construcción, distintas maquinarias y diferentes<br />

ingenieros.<br />

7<br />

La distribución del ingreso no es sólo<br />

cuestión de justicia<br />

El debate a este propósito viene por lo menos<br />

desde que Simon Kuznets formuló su<br />

hipótesis de que el crecimiento acelerado<br />

inicial de un país implicaría el costo de<br />

una mayor polarización del ingreso. En<br />

realidad esta afirmación está lejos de haber<br />

sido demostrada. En el caso de los países<br />

escandinavos y de Japón a finales del siglo<br />

pasado, muchos indicios parecerían indicar<br />

lo contrario. Y a juzgar por la historia reciente<br />

de Corea del Sur y compañía, otra<br />

vez se tiene la impresión de que la realidad<br />

vaya en dirección exactamente contraria a<br />

la suposición del economista estadounidense.<br />

Aceleración del crecimiento y mejora<br />

distributiva parecerían compatibles.<br />

De cualquier manera, no debería descartarse<br />

a este propósito que no exista una<br />

ley universal por la cual el crecimiento acelerado<br />

en las fases iniciales de salida del<br />

atraso tenga que significar en todos los casos<br />

una mejora o un empeoramiento en la<br />

distribución del ingreso. Pero hay dos aspectos<br />

sobre los cuales no es posible tener<br />

dudas.<br />

El primero es que, en el largo plazo,<br />

una de las características de una economía<br />

que alcance la madurez es justamente una<br />

mejor distribución del ingreso respecto a<br />

sus etapas anteriores. El subdesarrollo no es<br />

solamente el lugar donde se produce menos<br />

riqueza (con igualdad de factores en<br />

uso); es también el lugar donde aquella riqueza<br />

se reparte en formas más polarizadas.<br />

Eficiencia y equidad no son dimensiones<br />

recíprocamente independientes. La segunda<br />

es que si comparamos las economías de<br />

América Latina y de Asia oriental en el<br />

curso de las últimas tres décadas, descubriremos<br />

que al elevado ritmo de crecimiento<br />

de la riqueza de las primeras corresponde<br />

una distribución considerablemente<br />

equitativa. Mientras que en<br />

América Latina al bajo crecimiento correspondió<br />

la conservación de una agudísima<br />

polarización del ingreso. Lo más significativo<br />

es que en los últimos 30 años no<br />

han existido a escala mundial casos de crecimiento<br />

acelerado en condiciones de aguda<br />

polarización de la riqueza. No se ha observado<br />

un solo caso de crecimiento acele-<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

rado a partir de una distribución tan polarizada<br />

como la brasileña, para entendernos.<br />

¿Una casualidad? Difícil creerlo.<br />

La conclusión es virtualmente inescapable:<br />

una mejora en el tiempo en el reparto<br />

de la riqueza no es solamente una cuestión<br />

de justicia es, sobre todo, una condición<br />

de viabilidad del desarrollo económico<br />

ulterior. Digámoslo en una forma intuitiva:<br />

no se pueden tener estructuras productivas<br />

del siglo XX con una distribución del ingreso<br />

del siglo XVIII. Cuando esto ocurre<br />

las estructuras productivas modernas terminan<br />

por no ser viables. Y el subdesarrollo<br />

asume sus inconfundible rasgos frankensteinianos:<br />

convivencia en un único<br />

cuerpo de órganos pertenecientes a tiempos<br />

y geografías que no pueden convivir<br />

sin ruidos de fondo que amenazan su<br />

solidez.<br />

Tanto en Asia oriental hoy como en<br />

los países escandinavos de finales del siglo<br />

pasado, la mejora en la distribución estuvo<br />

asociada, sobre todo, a procesos de desarrollo<br />

que implicaban un acercamiento progresivo<br />

al pleno empleo de la población activa.<br />

No es posible tener una distribución<br />

del ingreso apenas decentemente equitativa,<br />

en condiciones en que cuotas importantes<br />

de la población están al margen de la producción,<br />

ejerciendo desde ahí una presión<br />

silenciosa contra los salarios existentes y, a<br />

través de esto, contra la modernización tecnológica.<br />

El capitalismo, a final de cuentas,<br />

es la carrera ininterrumpida entre salarios y<br />

utilidades; y cuando esto no ocurre algo<br />

enfermo se desarrolla en su seno. Llamemos<br />

a esta enfermedad subdesarrollo.<br />

La observación del pasado, reciente y<br />

lejano, sugiere que la ruptura de las inercias<br />

del subdesarrollo implica una serie de tareas<br />

y de condiciones sin las cuales el crecimiento<br />

económico podrá ocurrir pero sin el<br />

tránsito a una nueva anatomía de estructuras<br />

productivas ni a una nueva fisiología<br />

de comportamientos socioeconómicos capaces<br />

de alimentar una elevación de largo<br />

plazo en la eficiencia y el bienestar. Sin embargo,<br />

las siete tareas-condiciones indicadas<br />

aquí necesitan ser contextualizadas para<br />

evitar suponer que constituyan, en bloque,<br />

una especie de fórmula taumatúrgica independiente<br />

del tiempo y el espacio. Habrá<br />

que reconocer dos limitaciones al discurso<br />

que se ha desplegado aquí.<br />

La primera es obvia: la observación del<br />

pasado es siempre decisiva para evitar errores<br />

ya cometidos, y a menudo olvidados,<br />

pero sus enseñanzas no pueden convertirse<br />

en un canon cerrado cuando se proyecta la<br />

mirada al tiempo por venir. Y, sin embargo,<br />

me atrevo a creer que el catálogo de siete<br />

UGO PIPITONE<br />

puntos que aquí se ha delineado tendrá que<br />

corregirse, mirando al futuro, más por adición<br />

que por sustracción. Resulta difícil<br />

imaginar que alguna salida del atraso sea<br />

posible con estructuras estatales ineficaces y<br />

sistémicamente corruptas, o a través de crecimientos<br />

lentos y erráticos, o en medio de<br />

situaciones agrarias arcaicas, o de políticas<br />

económicas incapaces de flexibilidad frente<br />

a circunstancias internacionales cambiantes<br />

–para sólo mencionar algunos elementos–.<br />

Tal vez no sea insensato decir que<br />

la historia, o, para decirlo en forma más<br />

laica, el tiempo que pasa, añade más retos<br />

que los que resuelve en su movimiento espontáneo.<br />

Pero existe un segundo problema. Los<br />

siete puntos discutidos en este ensayo no<br />

constituyen una especie de heptateuco del<br />

desarrollo en el cual cada punto tenga una<br />

importancia similar. La historia real de los<br />

países que encontraron su propio camino<br />

para salir del subdesarrollo indica que en<br />

cada uno de ellos los elementos aquí mencionados<br />

(y, naturalmente, otros más) operaron<br />

en un cruce de espacio-tiempo irreproducible.<br />

Los siete puntos indicados no<br />

tienen las mismas características ni el mismo<br />

peso específico en todas las experiencias<br />

concretas. Pero resulta tentador pensar que<br />

ahí donde haya fallado alguna de las condiciones<br />

indicadas, otras tuvieron probablemente<br />

que aumentar su importancia para<br />

compensar una función (o condición)<br />

que no pudo cumplirse adecuadamente. El<br />

desarrollo es siempre un esquema de imitaciones<br />

e invenciones, de compensaciones<br />

y suplencias. En el universo capitalista, que<br />

constituye el ámbito en el cual los procesos<br />

de subdesarrollo y de desarrollo han definido<br />

sus perfiles modernos, se llega a la<br />

meta común de la eficiencia y el bienestar<br />

con una mezcla de imitación e innovación<br />

que es inevitable, considerando los diferentes<br />

recursos materiales, culturales, estructurales<br />

y políticos a disposición de cada<br />

país específico. En conclusión: no hay<br />

caminos –fórmulas o recetas que quiera decirse–<br />

seguros. Pero hay requisitos que de<br />

alguna manera deben cumplirse. Los mismos<br />

vientos pueden impulsar la navegación<br />

de un buen barco y hundir otro<br />

armado con maderamen de baja calidad.<br />

Ningún armador es responsable de la dirección<br />

y la intensidad de los vientos. De la<br />

calidad del barco, sí. n<br />

Ugo Pipitone es economista. Autor de La salida<br />

del atraso.<br />

45


Imposturas intelectuales<br />

Alan Sokal y Jean Bricmont<br />

Paidós, Barcelona, 1999<br />

Impostures intel.lectuals<br />

Editorial Empúries, Barcelona, 1999<br />

“Es evidente que, por lo que se refiere<br />

al significado, éste ‘se apodera’ de la<br />

subfrase, seudomodal, se refleja desde<br />

el objeto mismo que, como verbo, envuelve<br />

en su sujeto gramatical, y que<br />

hay un falso efecto de sentido, una resonancia<br />

del imaginario inducida por<br />

la topología, según que el efecto del<br />

sujeto cree un torbellino de aesfera<br />

[sic] o que lo subjetivo de este efecto<br />

se ‘refleje’ a partir de él” 1 .<br />

“Nos enfrentamos así a una alternativa:<br />

o bien rechazamos la teoría capitalista<br />

neotextual o concluimos que<br />

la narratividad es capaz de significación.<br />

En un cierto sentido, el sujeto es<br />

interpolado en una narrativa posdeconstructivista<br />

que incluye a la cultura<br />

como una realidad”.<br />

Hans Reichenbach, enfrentado<br />

a un texto tan vacío de<br />

contenido como el reproducido<br />

en el párrafo precedente,<br />

pero de harto más digno vuelo<br />

literario, discurría:<br />

“El estudiante de filosofía [o de filología,<br />

de sociología, o de cualquier<br />

otra especialidad aplicable en el caso<br />

que nos ocupa] no se disgusta generalmente<br />

con las formulaciones oscuras.<br />

Por el contrario, al leer el pasaje citado<br />

muy probablemente se convencerá de<br />

que debe ser culpa suya si no lo entiende.<br />

Por tanto, lo leerá una y otra vez<br />

hasta llegar a una etapa en que crea haberlo<br />

entendido. En ese punto le pare-<br />

1 Todas las citas proceden del libro<br />

de Sokal y Bricmont de la versión castellana<br />

de Paidós excepto cuando se especifique<br />

lo contrario. La versión francesa,<br />

Impostures Intellectuelles, fue publicada<br />

por ed. Odile Jacob, París, 1997. Asimismo,<br />

la versión inglesa, Intellectual Impostures,<br />

fue editada por Profile Books, 1998.<br />

FILOSOFÍA DE LA CIENCIA<br />

EL DISLATE COMO MÉTODO<br />

cerá obvio que ‘[hay una resonancia del<br />

imaginario inducido de la topología, según<br />

que el efecto del sujeto haga torbellino,<br />

etcétera]’. Se ha condicionado de<br />

tal modo a esta manera de hablar que<br />

llega a olvidarse de las críticas que haría<br />

un hombre menos ilustrado” 2 .<br />

El problema añadido es que<br />

si quien escribe lo incomprensible<br />

tiene el poder universitario, y<br />

quienes lo jalean, halagan y citan<br />

abundantemente, y son a su vez<br />

jaleados, halagados y citados,<br />

ocupan la cúpula de departamentos<br />

e institutos, más vale<br />

que el estudiante citado por Reichenbach,<br />

o el joven investigador<br />

que inicia su carrera, haga<br />

como que comprende, que valora<br />

altamente la profundidad de<br />

esos textos e intente escribir de la<br />

misma guisa si no quiere ser expulsado<br />

del sancta sanctorum<br />

académico. Y aunque no tenga,<br />

o no le preocupe, ese problema,<br />

se verá impulsado a seguir la corriente<br />

para no ser tildado de ignorante<br />

o reaccionario.<br />

El mundo del pensamiento<br />

ha estado siempre expuesto al<br />

peligro de contaminación por la<br />

superchería intelectual o la verborrea<br />

inane, pero desde hace<br />

unos años la situación creada<br />

por la escuela posmoderna en<br />

ciertas disciplinas a caballo entre<br />

las humanidades y las ciencias<br />

sociales se ha hecho verdaderamente<br />

alarmante. En el libro<br />

Imposturas intelectuales, Alan Sokal<br />

y Jean Bricmont se aplican,<br />

precisamente, a desenmascarar<br />

esa impostura en la obra de algunos<br />

de los más influyentes<br />

pensadores contemporáneos,<br />

2 Hans Reichenbach: Filosofía de la<br />

Ciencia. Fondo de Cultura Económica,<br />

México, 1953.<br />

CAYETANO LÓPEZ<br />

aquellos que generalmente se<br />

agrupan bajo el término posmodernismo,<br />

especialmente la escuela<br />

francesa y sus seguidores<br />

en todo el mundo. En realidad,<br />

lo que afrontan Sokal y Bricmont<br />

es sólo un aspecto de la<br />

farsa, la que se refiere al uso incorrecto,<br />

arbitrario o simplemente<br />

sin sentido, de términos<br />

y nociones científicas. Los autores,<br />

físicos en activo en las universidades<br />

de Nueva York y Lovaina,<br />

y con suficiente solvencia<br />

para enjuiciar el uso de esa terminología,<br />

demuestran hasta<br />

qué punto: a) esas nociones se<br />

manejan primordialmente para<br />

oscurecer los textos e impresionar<br />

a los inexpertos; y b) no sólo<br />

esos conceptos aparentemente<br />

científicos son utilizados sin el<br />

más mínimo rigor, lo que ya sería<br />

censurable, sino que en general<br />

carecen de sentido y no tienen<br />

la menor relación con los<br />

temas tratados. Sokal y Bricmont<br />

se declaran incompetentes<br />

para desentrañar otras posibles<br />

imposturas, aquellas que no están<br />

directamente relacionadas<br />

con el uso de terminología científica,<br />

pero no dejan de señalar<br />

que la ocurrencia de tales desafueros<br />

en cualquier obra de pensamiento<br />

permitiría conjeturar<br />

la existencia de otros muchos en<br />

otros aspectos de la misma. No<br />

hay más que observar, por otra<br />

parte, la extrema violencia gramatical<br />

con que los textos<br />

examinados están construidos,<br />

hasta el punto de resultar literalmente<br />

indescifrables, para sospechar<br />

de su supuesta profundidad<br />

(repásese, por ejemplo, el<br />

primer párrafo reproducido en<br />

este artículo).<br />

Alan Sokal es un físico con<br />

un perfil de izquierda-de-toda-<br />

la-vida indiscutible, que enseñó<br />

matemáticas en la Nicaragua<br />

sandinista y ha escrito interesantes<br />

ensayos sobre educación,<br />

aparte de sus propios trabajos<br />

de especialidad. Más adelante<br />

se verá por qué he remarcado<br />

su perfil político. Sokal piensa,<br />

por lo demás, lo mismo que la<br />

mayoría de los científicos que<br />

se han enfrentado alguna vez a<br />

uno de esos textos plagados de<br />

referencias seudocientíficas fuera<br />

de contexto y sin significación<br />

aprovechable alguna. La<br />

siguiente obra maestra de Félix<br />

Guattari puede ser un ejemplo<br />

de la acumulación, sin orden ni<br />

concierto ni sentido, de no menos<br />

de una docena de términos<br />

utilizados normalmente, con<br />

un significado bien definido y<br />

en un contexto igualmente<br />

bien definido, en las ciencias de<br />

la naturaleza:<br />

“Aquí se observa perfectamente<br />

que no existe ninguna correspondencia<br />

biunívoca entre los eslabones lineales<br />

significativos o de arqueo-escritura,<br />

según los autores, y esta catálisis<br />

maquinal multidimensional, multirreferencial.<br />

La simetría de escala, la<br />

transversalidad, el carácter pático no<br />

discursivo de su expansión: todas estas<br />

dimensiones nos llevan más allá de la<br />

lógica del tercio excluso y nos invitan<br />

a renunciar al binarismo ontológico<br />

que ya hemos denunciado anteriormente.<br />

Una disposición maquinal, a<br />

través de sus diversos componentes,<br />

arranca su consistencia franqueando<br />

umbrales ontológicos, umbrales no lineales<br />

de irreversibilidad, umbrales<br />

creativos ontogenéticos y de autopóiesis.<br />

Aquí se debería ampliar la noción<br />

de escala para poder pensar las simetrías<br />

fractales en términos ontológicos.<br />

Lo que atraviesan las máquinas<br />

fractales son escalas sustanciales”.<br />

Por lo demás, también muchosno-científicos-de-la-naturaleza<br />

piensan que semejante<br />

46 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


palabrería no puede contener<br />

nada intelectualmente valioso.<br />

La parodia<br />

Lo que diferencia a Sokal de<br />

muchos otros es que hizo algo<br />

al respecto. En 1996, tras familiarizarse<br />

con la terminología<br />

dominante en los textos del posmodernismo,<br />

escribió un artículo<br />

con el formidable título de<br />

‘Transgrediendo los límites:<br />

hacia una hermenéutica transformativa<br />

de la gravitación<br />

cuántica’ y lo envió a la revista<br />

norteamericana de estudios culturales<br />

Social Text. En dicho artículo,<br />

una parodia de principio<br />

a fin, utilizaba todo el nomenclátor<br />

al uso e incidía en algunos<br />

de los más absurdos y extremosos<br />

puntos de vista de moda<br />

en este tipo de literatura. El uso<br />

de términos científicos era<br />

abundante, dado que el tema<br />

tenía relación directa con la física,<br />

aunque visto desde la perspectiva<br />

de la escuela a la que<br />

quería poner en evidencia. Al<br />

menos en este punto, en la<br />

oportunidad de acudir a la jerga<br />

científica, hay que reconocer<br />

que se mostró más coherente<br />

que la mayoría de los autores<br />

adscritos a dicha escuela. Junto<br />

con la general falta de sentido<br />

del texto, Sokal deslizó algunas<br />

afirmaciones groseramente falsas<br />

y fácilmente detectables, así<br />

como otras que, pudiendo ser<br />

aceptables o discutibles en principio,<br />

resultan incomprensibles<br />

o absurdas al llevarlas a la exageración<br />

a que normalmente se<br />

llevan en estos textos. Y no olvidó,<br />

por supuesto, trufar el artículo<br />

de multitud de referencias<br />

y alabanzas, algunas de ellas verdaderamente<br />

empalagosas, a<br />

textos que venían a cuento en<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

unas ocasiones y no tenían la<br />

menor relación con lo tratado<br />

en otras, pero eso sí, escritos<br />

por los autores más afamados<br />

del gremio, incluyendo de modo<br />

prominente algunos de los<br />

editores de la revista en cuestión.<br />

David Lodge, uno de los<br />

autores que con más agudeza ha<br />

satirizado el mundo de los profesores<br />

universitarios, señala:<br />

“En el mundo académico es imposible<br />

excederse en la adulación de<br />

los colegas”.<br />

Pero esta ley general encuentra<br />

su más acabada expresión<br />

en el ámbito denunciado<br />

por Sokal, como demuestra el<br />

que afirmaciones a todas luces<br />

absurdas pasaran sin el menor<br />

esfuerzo de argumentación con<br />

tan sólo sugerir que se debían<br />

al genio de tal o cual pensador.<br />

Además de poner un título<br />

grandilocuente a su artículo,<br />

una amalgama de<br />

“verdades, medias verdades, cuartos<br />

de verdades, falsedades, saltos ilógicos<br />

y frases sintácticamente correctas<br />

que carecen por completo de sentido”,<br />

según resumen del propio<br />

autor, Sokal lo aderezó con na-<br />

Alan Sokal<br />

da menos que 109 notas a pie<br />

de página y 219 referencias bibliográficas,<br />

todas verdaderas,<br />

entre las que se encontraban la<br />

casi totalidad de los pensadores<br />

posmodernos y muchos científicos<br />

eminentes.<br />

El artículo debió parecerles<br />

a los editores de Social Text una<br />

bendición del cielo. Se apresuraron<br />

a publicarlo en un número<br />

especial dedicado a rebatir<br />

las críticas que por entonces<br />

empezaban a menudear por<br />

parte de algunos prestigiosos<br />

científicos a la visión de la actividad<br />

científica y del status del<br />

mundo físico y sus leyes, difundida<br />

por la escuela posmoderna<br />

o por el llamado constructivismo<br />

social. Ese número especial llevaba<br />

como contribución estrella<br />

la parodia de Sokal, aunque<br />

los editores no la tomaron como<br />

tal sino muy en serio. Nada<br />

más eficaz, pensarían, que mostrar<br />

que en las propias filas de<br />

la ciencia dura cundía la buena<br />

nueva y que científicos profesionales<br />

abrazaban los puntos<br />

de vista defendidos en publicaciones<br />

como Social Text. Una<br />

vez consumada la farsa, Sokal<br />

se consideró obligado a comu-<br />

nicar a los editores y al público<br />

en general la verdadera naturaleza<br />

de su escrito y las razones<br />

que le habían llevado a escribirlo.<br />

Dicha aclaración fue enviada<br />

en primer lugar a Social<br />

Text, pero no fue publicada por<br />

no cumplir con los niveles intelectuales<br />

requeridos, según le<br />

contestaron con exquisita pulcritud<br />

quienes habían aceptado<br />

su primer manuscrito con entusiasmo,<br />

aunque más tarde fue<br />

publicada en Dissent y en Philosophy<br />

and Literature. La exigencia<br />

de nivel intelectual elevado<br />

como condición indispensable<br />

para que un texto fuera publicado<br />

en Social Text no impidió,<br />

sin embargo, que les fuera concedido<br />

a sus editores el Premio<br />

Ig Nobel de Literatura 1996.<br />

El trabajo de leer y analizar<br />

la literatura posmoderna puso a<br />

Sokal en contacto con multitud<br />

de libros y artículos de los<br />

autores más prestigiosos del ramo<br />

en los que había referencias,<br />

generalmente absurdas, a<br />

términos y nociones científicos.<br />

Y así concibió, en colaboración<br />

con Jean Bricmont, la<br />

idea de publicar un libro en el<br />

que se analizaran con cierto<br />

detalle los disparates perpetrados<br />

por algunos de esos autores:<br />

Jacques Lacan, Julia Kristeva,<br />

Luce Irigaray, Bruno<br />

Latour, Jean Baudrillard, Gilles<br />

Deleuze, Félix Guattari y Paul<br />

Virilio. Contiene el libro, además,<br />

el famoso texto-parodia,<br />

la aclaración que Sokal redactó<br />

después y una serie de consideraciones<br />

acerca de otra moda<br />

académica, la del llamado relativismo<br />

epistémico, íntimamente<br />

relacionada con la escuela de<br />

pensamiento que es el blanco<br />

principal de la obra.<br />

47


EL DISLATE COMO MÉTODO<br />

Usar la ciencia en vano<br />

En su aclaración posterior a la<br />

publicación del artículo en Social<br />

Text, Sokal afirma que sus<br />

motivos fueron intelectuales y<br />

políticos. No respondió su iniciativa<br />

a una defensa de la<br />

ciencia dura; por el contrario,<br />

a lo largo de ella, y después a<br />

lo largo del libro, delimita una<br />

y otra vez el ámbito de aplicación<br />

de las ciencias de la naturaleza<br />

y critica precisamente<br />

que se saquen de contexto y se<br />

utilicen para apoyar las más<br />

peregrinas afirmaciones en el<br />

mundo del psicoanálisis, la<br />

lingüística o la antropología,<br />

aprovechando su potencial<br />

amedrentador y su terminología<br />

críptica para la mayoría de<br />

la gente. Ni se trataba tampoco<br />

de señalar, con puntillosa<br />

aplicación, los errores en comas,<br />

números o conceptos relacionados<br />

con las ciencias de<br />

la naturaleza cometidos por<br />

ciertos pensadores en esas disciplinas.<br />

Lo que queda meridianamente<br />

claro, por el contrario,<br />

es su intención de<br />

demostrar la farsa intelectual,<br />

que va más allá de la inclusión<br />

de errores en tal o cual fórmula,<br />

sobre la que se configuran<br />

muchos textos que contienen,<br />

sin ton ni son, nociones procedentes<br />

de las matemáticas o de<br />

las ciencias de la naturaleza.<br />

Nociones que no significan literalmente<br />

nada pero que resultan<br />

impresionantes de tan<br />

grandilocuentes y tan oscuras.<br />

Véase, por ejemplo, una muestra<br />

en la que el reverenciado<br />

Jacques Lacan justifica el papel<br />

psicoanalítico de los números<br />

complejos:<br />

“Y puesto que la batería de significantes,<br />

en cuanto a tal, es por eso<br />

mismo completa, este significante no<br />

puede ser más que un trazo que se traza<br />

desde su círculo sin que se pueda<br />

contar como parte de él. Puede simbolizarse<br />

mediante la inherencia de<br />

un (-1) en el conjunto total de los significantes.<br />

Como tal, es impronunciable,<br />

pero no así su operación, ya que<br />

ésta es la que se produce cada vez<br />

que es pronunciado un nombre propio.<br />

Su enunciado se iguala a su significado.<br />

Así, calculando ese significado<br />

según el método algebraico que utilizamos,<br />

tendremos:<br />

S (significante<br />

s (significado)<br />

siendo S =(-1), da como resultado:<br />

s = √-1”.<br />

O bien el igualmente absurdo<br />

pero más divertido:<br />

“Es así como el órgano eréctil<br />

viene a simbolizar el lugar del goce,<br />

no en sí mismo, ni siquiera en forma<br />

de imagen, sino como parte que falta<br />

en la imagen deseada; de ahí que sea<br />

equivalente al √-1 del significado obtenido<br />

más arriba, del goce que restituye,<br />

a través del coeficiente de su<br />

enunciado a la función de falta de significante:<br />

(-1)”.<br />

Como Reichenbach diría,<br />

la principal tarea del filósofo es<br />

combatir lo que Francis Bacon<br />

llamaba los ídolos del teatro, es<br />

decir, el lenguaje vagoroso y altisonante<br />

que no significa gran<br />

cosa ni es susceptible de verificación,<br />

y así contribuir a<br />

“que esta neblina se desvanezca<br />

en el aire fresco de los significados<br />

claros” 3 .<br />

Por lo visto, no todo el<br />

mundo ve esa necesidad de razonar<br />

a partir de significados<br />

claros. Es difícil, por lo demás,<br />

calcular el número de veces<br />

que, conforme al esquema sugerido<br />

por el mismo Reichenbach,<br />

un estudiante de Lacan<br />

tendría que leer el texto anterior<br />

hasta llegar a convencerse<br />

de la equivalencia entre el órgano<br />

eréctil y la raíz cuadrada<br />

de menos uno. La demostración<br />

de que la alabanza desmesurada<br />

es moneda corriente en<br />

ciertos ambientes académicos<br />

es que Althusser, a la vista de<br />

textos como el mencionado,<br />

haya escrito:<br />

“Lacan dota, finalmente, al pensamiento<br />

de Freud de los conceptos<br />

científicos que exige”.<br />

La parodia de Sokal, aceptada<br />

con entusiasmo por los<br />

editores de la revista, contiene<br />

algunos hallazgos interesantes.<br />

Así, muy en su papel de azote<br />

de científicos obtusos que creen<br />

que existe un mundo objeti-<br />

3 Ibídem.<br />

= s (enunciado)<br />

vo del que puede llegar a saberse<br />

algo, empieza ridiculizando<br />

hasta la irrisión, sin ninguna<br />

argumentación pero utilizando<br />

algunos de los latiguillos más<br />

en boga,<br />

“el dogma impuesto por la larga<br />

hegemonía posilustrada en el pensamiento<br />

occidental, que se puede resumir,<br />

brevemente, de la siguiente forma:<br />

existe un mundo exterior, cuyas propiedades<br />

son independientes de cualquier<br />

ser humano individual e incluso<br />

de la humanidad en su conjunto; dichas<br />

propiedades están codificadas en<br />

leyes físicas ‘eternas’ y los seres humanos<br />

pueden obtener un conocimiento<br />

fidedigno, aunque imperfecto y tentativo,<br />

de estas leyes ateniéndose a los<br />

procedimientos ‘objetivos’ y las restricciones<br />

epistemológicas prescritos por el<br />

(así llamado) método científico”.<br />

En realidad todo el texto<br />

está compuesto a base de afirmaciones<br />

altisonantes, a veces<br />

con cierto sentido, otras completamente<br />

absurdas, y siempre<br />

llevadas más allá del límite de<br />

lo sensato. Nótese, por ejemplo,<br />

el tono rotundo e incuestionable<br />

con el que razona en<br />

una nota a pie de página:<br />

“No puedo estar de acuerdo con<br />

la conclusión de Argyros según la cual<br />

la desconstrucción derrideana es, en<br />

consecuencia, inaplicable a la hermenéutica<br />

de la cosmología del universo<br />

primitivo, ya que el argumento de<br />

Argyros se funda en un uso inadmisiblemente<br />

totalizador de la relatividad<br />

especial (en términos técnicos, las ‘coordenadas<br />

del cono de luz’) en un<br />

contexto en el que la relatividad general<br />

es inevitable”.<br />

Precisamente en relación<br />

con la relatividad, trae Sokal a<br />

colación un texto de Derrida<br />

en el que el pensador francés<br />

discurre sobre la constante G<br />

de Newton del siguiente modo:<br />

“La constante einsteiniana no es<br />

una constante, ni tampoco es un centro.<br />

Es el concepto mismo de variabilidad<br />

–es, a fin de cuentas, el concepto<br />

del juego–. Dicho en otras palabras,<br />

no es el concepto de una cosa –de un<br />

centro a partir del cual un observador<br />

podría dominar el campo–, sino el<br />

concepto mismo del juego…”.<br />

Para, a continuación, extrapolar<br />

el razonamiento espiral<br />

de Derrida, ampliarlo y lle-<br />

varlo a términos cada vez más<br />

absurdos, hasta sugerir que esa<br />

puesta en cuestión del carácter<br />

constante de la constante de<br />

Newton debe extenderse al<br />

mismísimo número π, que<br />

aparece junto con G en la<br />

ecuación de Einstein, y cuya<br />

constancia habría también que<br />

poner en cuestión.<br />

Las referencias a los autores<br />

más celebrados son siempre<br />

aduladoras, lo que responde a<br />

su propósito de poner de manifiesto<br />

los vicios de la tribu<br />

académica. Vicios que, de tan<br />

normales, pasan muchas veces<br />

desapercibidos, llegando en este<br />

tipo de literatura a cotas difícilmente<br />

superables. Y junto<br />

a la adulación, la demostración<br />

de la impostura. Así, después<br />

de una alusión especialmente<br />

lisonjera a Robert Markley, comenta<br />

Sokal uno de sus textos<br />

en el que, en medio de una<br />

confusión notable sobre términos<br />

matemáticos y físicos, enumera<br />

la acostumbrada lista de<br />

disciplinas que obligarían a<br />

abandonar la linealidad, el determinismo<br />

o la causalidad: Física<br />

Cuántica, Bootstrap hadrónico,<br />

teoría de los números<br />

complejos y teoría del caos.<br />

Pues bien, Sokal, en otra nota<br />

a pie de página, afirma:<br />

“Un pequeño detalle: no me parece<br />

evidente que la teoría de los números<br />

complejos, que constituye una<br />

rama nueva y todavía bastante especulativa<br />

de la física matemática, deba tener<br />

el mismo estatuto epistemológico<br />

que las tres ciencias sólidamente establecidas<br />

que cita Markley”.<br />

El pequeño detalle está en<br />

que los números complejos son<br />

una parte de las matemáticas<br />

desarrollada a lo largo del siglo<br />

pasado, al alcance de cualquier<br />

estudiante de COU, y no presenta<br />

ningún problema conceptual.<br />

No tendría, por tanto,<br />

sitio en esa lista propuesta por<br />

Markley, pero por razones diametralmente<br />

opuestas a las<br />

aducidas. Es imposible, por lo<br />

demás, tomarse en serio el<br />

amasijo incoherente de disciplinas<br />

que cita. La ignorancia<br />

se señala llevándola hasta el absurdo,<br />

pero en un ambiente de<br />

48 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


vale todo esa observación parece<br />

conferir todavía más autoridad<br />

intelectual y erudición a<br />

ambos autores, comentado y<br />

comentador. Como puede deducirse<br />

de lo dicho hasta ahora,<br />

Sokal usa y abusa de las notas<br />

a pie de página, que es uno<br />

de los aditamentos eruditos<br />

más usados y que dan mayor<br />

respetabilidad a los textos académicos.<br />

La izquierda y lo ‘real’<br />

La primera razón de la escritura<br />

de la parodia, y más tarde<br />

del libro, es estrictamente intelectual:<br />

se trataba de poner de<br />

manifiesto la falta de sentido<br />

de al menos una parte de los<br />

textos supuestamente innovadores<br />

del pensamiento llamado<br />

posmoderno. Pero la principal<br />

razón es para Sokal esencialmente<br />

política. Como un autocalificado<br />

hombre de izquierdas<br />

a la antigua, siempre ha<br />

creído en la superioridad de la<br />

razón sobre la irracionalidad,<br />

del conocimiento y la claridad<br />

sobre la confusión y la oscuridad,<br />

especialmente si se quiere<br />

avanzar hacia la emancipación<br />

de los más desfavorecidos. Como<br />

un izquierdista clásico,<br />

también ha creído siempre en<br />

la existencia de un mundo<br />

material externo a nuestras<br />

mentes, que los hechos, tanto<br />

naturales como sociales, tienen<br />

causas, y que es objetivo de la<br />

ciencia y de la política desentrañar<br />

esas causas, y más si el<br />

pensamiento quiere tener un<br />

fundamento progresista. La<br />

confusión intelectual y la ocultación<br />

de las causas han ido<br />

siempre en el sentido de<br />

acrecentar el poder de los que<br />

tenían acceso al conocimiento,<br />

mientras que el esfuerzo de la<br />

gente como Sokal se ha dirigido<br />

a aclarar los hechos y procesos,<br />

intentando que fueran<br />

comprendidos por la mayoría.<br />

Un intelectual, cuya competencia<br />

académica y cuyo compromiso<br />

con los valores tradicionales<br />

de la izquierda nadie<br />

puede negar, como es Noam<br />

Chomsky, se manifiesta de un<br />

modo parecido:<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

“Los intelectuales de izquierda<br />

participaban activamente en la vida<br />

cultural de la clase obrera. Algunos intentaban<br />

compensar el carácter clasista<br />

de las instituciones culturales mediante<br />

programas educativos dirigidos a los<br />

trabajadores o escribiendo obras divulgativas<br />

de gran éxito sobre matemáticas,<br />

ciencias y otras materias. Llama la<br />

atención que, en la actualidad, sus herederos<br />

de izquierda intenten, a menudo,<br />

privar a los trabajadores de estos<br />

instrumentos de emancipación, informándonos<br />

de que el ‘proyecto de la<br />

Ilustración’ está muerto, que debemos<br />

abandonar las ‘ilusiones’ de la ciencia<br />

y la racionalidad –un mensaje que llenará<br />

de gozo el corazón de los poderosos,<br />

que ansían monopolizar estos instrumentos<br />

para su propio uso”.<br />

Sokal se muestra especialmente<br />

beligerante en relación<br />

con el relativismo epistémico de<br />

quienes se adscriben a la escuela<br />

que, a partir de los años setenta,<br />

se ha ido conformando en lo<br />

que se llama Science Studies, o<br />

también Sociología de la Ciencia.<br />

La aportación básica de esta<br />

escuela consiste en la afirmación<br />

de que las teorías científicas no<br />

tienen nada, o muy poco, que<br />

ver con el mundo físico. Son<br />

una especie de convención, únicamente<br />

válida en relación con<br />

un grupo social o una cultura<br />

determinada, cuando no una<br />

simple narrativa que, en un momento<br />

y en un lugar dados, nadie<br />

pone en cuestión pero sin<br />

conexión alguna con la naturaleza,<br />

con la noción de experimento<br />

o con ideas tales como<br />

verdad u objetividad. El relativismo<br />

epistémico hunde sus raíces<br />

en la negación de un mundo externo<br />

cuya existencia es independiente<br />

de nuestros sentidos,<br />

o bien de la posibilidad de llegar<br />

a tener alguna noticia cierta de<br />

ese mundo exterior hipotético.<br />

En última instancia, está emparentado<br />

con el solipsismo que,<br />

como ya Bertrand Russell pusiera<br />

de manifiesto, es irrefutable<br />

desde el punto de vista lógico<br />

pero inconsistente desde el punto<br />

de vista práctico (en particular,<br />

con la propia práctica de los<br />

solipsistas) 4 . O con un escepti-<br />

4 Bertrand Russell: Fundamentos<br />

de la Filosofía. Editorial G.P., 1966.<br />

cismo radical acerca de la imposibilidad<br />

de conocer nada de ese<br />

mundo exterior, sólo que sin la<br />

claridad y el rigor de la argumentación<br />

de Hume 5 acerca de<br />

la inducción como fuente de conocimiento.<br />

Ese relativismo se apoya en<br />

una serie de confusiones. Una<br />

muy frecuente procede de no<br />

distinguir entre la motivación<br />

de un descubrimiento, generalmente<br />

ligada a factores sociales,<br />

culturales o incluso personales,<br />

y su verificación, que ha<br />

de trascender esas circunstancias.<br />

La mecánica de Newton,<br />

por citar un caso que ha aparecido<br />

en multitud de controversias,<br />

nació en un determinado<br />

contexto político y cultural; y<br />

en su concepción sin duda tuvieron<br />

influencia las creencias,<br />

unas veces racionales y otras<br />

intuitivas o simplemente irracionales,<br />

el orgullo, el temperamento,<br />

las manías o la ambición<br />

de un cierto número de<br />

personas. Y es interesante estudiar<br />

la correlación entre los<br />

factores personales, sociales o<br />

históricos con el planteamiento<br />

y la resolución de este y de<br />

otros problemas científicos. Pero<br />

la validez de la física de<br />

Newton no depende ya del poder<br />

de tal o cual persona, o de<br />

la hegemonía de tal o cual país<br />

o religión; no se ha impuesto<br />

en el mundo por la negociación<br />

de unos cuantos científicos ni<br />

menos aún por los intereses de<br />

la Iglesia anglicana (como oí<br />

decir en un debate en el que yo<br />

mismo participaba), de la Royal<br />

Navy o del comercio trasatlántico.<br />

Se ha impuesto, y sigue<br />

en vigor independientemente<br />

del contexto cultural o<br />

religioso, porque describe y<br />

permite predecir hechos de la<br />

naturaleza, por ejemplo, los<br />

movimientos de planetas y cometas.<br />

Y sus capacidades de explicación<br />

de esos hechos trascienden<br />

ya para siempre las cir-<br />

5 David Hume, Enquiries Concerning<br />

the Human Understanding and concerning<br />

the principles of morals”. Oxford<br />

Univ. Press., 1902.<br />

CAYETANO LÓPEZ<br />

cunstancias en las que nació;<br />

cualquier persona en cualquier<br />

lugar puede verificar sus predicciones<br />

de acuerdo a reglas<br />

objetivas y universales. Justamente,<br />

Bertrand Russell se refería<br />

a esta idea cuando afirmaba<br />

que<br />

“el propósito y el éxito del método<br />

científico era eliminar la subjetividad<br />

de las sensaciones individuales y<br />

sustituirlas por una clase de conocimiento<br />

que pudiera ser el mismo para<br />

todos los sujetos de percepción” 4 .<br />

Otra confusión que se<br />

prodiga con frecuencia es la<br />

que se produce entre hecho y<br />

la creencia en ese hecho. Para<br />

los relativistas epistémicos el<br />

que el Sol girara alrededor de<br />

la Tierra era un hecho que fue<br />

sustituido por otro, que la Tierra<br />

gira alrededor del Sol, en<br />

un momento histórico por razones<br />

sociales o culturales. Al<br />

parecer, el cambio de consenso<br />

entre los científicos es equivalente<br />

al cambio en los hechos<br />

sobre los que discuten esos<br />

científicos. De aceptar sin más<br />

su lógica, sería demasiada<br />

ingenuidad, lindando peligrosamente<br />

con la ignorancia,<br />

pensar que el Sol y la Tierra<br />

tuvieran un movimiento relativo,<br />

derivado de su interacción<br />

gravitatoria, del todo independiente<br />

de los esfuerzos hechos<br />

por los científicos para comprenderlo,<br />

y que la decisión<br />

sobre cuál sea el modo más<br />

aproximado de describir ese<br />

movimiento, existente antes de<br />

que se iniciara el debate, incluso<br />

antes de que existieran posibles<br />

debatidores, deba apoyarse<br />

en la evidencia empírica.<br />

Bruno Latour, en un pasaje<br />

comentado por Sokal y Bricmont<br />

en el libro, ridiculiza la<br />

pretensión de que sea la respuesta<br />

de la naturaleza a los<br />

experimentos, realizados o por<br />

realizar, la que finalmente decida<br />

si el número de neutrinos<br />

que emite el Sol es alguno de<br />

los que hoy por hoy, por razones<br />

teóricas o experimentales,<br />

están sobre el tapete y son incompatibles<br />

entre sí. Frente a<br />

la anticuada idea de que<br />

49


EL DISLATE COMO MÉTODO<br />

“habrá un momento en que el<br />

Sol real, con su verdadero número de<br />

neutrinos, cerrará las bocas de los discrepantes<br />

y les obligará a aceptar los<br />

hechos, cualesquiera que sean las cualidades<br />

literarias de sus artículos”,<br />

opina Latour que el Sol<br />

juega un modesto papel al respecto,<br />

hasta el punto de que si<br />

éste fuera decisivo, entonces<br />

los sociólogos de la ciencia no<br />

tendrían mucho que decir.<br />

Afortunadamente, en su opinión,<br />

lo que realmente importa<br />

para entender el final de la<br />

controversia es seguir las negociaciones<br />

entre científicos, sus<br />

alianzas y los recursos de que<br />

disponen. Ahí habrá de encontrarse<br />

la razón de que el número<br />

de neutrinos procedentes<br />

del Sol sea uno u otro, no en lo<br />

que esté ocurriendo realmente<br />

en el interior de nuestra estrella<br />

de referencia.<br />

Otro ejemplo de esta última<br />

confusión entre hecho y la<br />

creencia de ese hecho está íntimamente<br />

relacionado, como<br />

no podía ser de otro modo,<br />

con la noción de lo políticamente<br />

correcto, tan extendida<br />

en las universidades norteamericanas.<br />

Existe un consenso<br />

científico, digamos ordinario,<br />

acerca de la procedencia de las<br />

poblaciones nativas de América.<br />

A partir de evidencias paleontológicas<br />

y arqueológicas, se<br />

estima que los primeros pobladores<br />

del continente americano<br />

atravesaron el estrecho de Bering,<br />

procedentes de Asia hace<br />

unos 10.000 a 20.000 años.<br />

Pero la creencia de los nativos<br />

americanos es que siempre vivieron<br />

allí, emergiendo directamente<br />

sobre la tierra desde el<br />

subterráneo mundo de los espíritus.<br />

Está claro que, desde el<br />

punto de vista de los hechos,<br />

las dos explicaciones no pueden<br />

ser simultáneamente<br />

correctas. La que yo llamaría<br />

explicación mítica puede ser<br />

perfectamente útil o válida como<br />

creencia que cumple un<br />

papel en la integración social<br />

de una determinada población.<br />

Ser respetuoso con esa creencia<br />

no implica, sin embargo, tener<br />

que considerarla, desde el pun-<br />

to de vista del conocimiento de<br />

lo que realmente sucedió, en el<br />

mismo plano que la explicación<br />

basada en los indicios arqueológicos,<br />

como a veces se<br />

hace. Debatir sobre el origen<br />

de las poblaciones humanas en<br />

el continente americano e intentar<br />

dilucidar su historia remota<br />

no implica menospreciar<br />

a los nativos, como tampoco la<br />

renuncia a aplicar criterios de<br />

veracidad a las creencias de alguien<br />

equivale a respetarle<br />

más. Por lo demás, como Sokal<br />

y Bricmont argumentan:<br />

“Después de todo, para apoyar<br />

las reclamaciones territoriales de los<br />

indígenas americanos, ¿es realmente<br />

importante saber si éstos han permanecido<br />

en Norteamérica siempre o sólo<br />

10.000 años?”.<br />

Una cosa no tiene relación<br />

con la otra y no hay excusa racional<br />

para una tal confusión.<br />

Más aún, alentarla conduce, a<br />

la larga, a la indefensión de<br />

quien se ve privado de argumentación<br />

racional y se acostumbra<br />

a aceptar, como genuina<br />

descripción de los hechos y<br />

sus causas, afirmaciones que<br />

pueden ser convenientes o respetables<br />

como relatos míticos<br />

pero que nada tienen que ver<br />

con la realidad.<br />

Estas confusiones tienen<br />

efectos devastadores sobre el<br />

rigor en el razonamiento y la<br />

honestidad intelectual de profesores<br />

e investigadores en numerosas<br />

disciplinas. Y es que el<br />

escepticismo radical que subyace<br />

a estas teorías contiene<br />

siempre, según Bertrand Russell,<br />

“un elemento de frívola<br />

insinceridad” 6 . Es evidente que<br />

la relación entre el mundo físico<br />

y nuestros sentidos o nuestros<br />

instrumentos es compleja<br />

e indirecta; y que el conocimiento<br />

sólo puede derivarse de<br />

las observaciones a través de un<br />

proceso de mediación en el<br />

que entran factores teóricos y<br />

experimentales que no siempre<br />

6 Bertrand Russell: Human Knowledge,<br />

Its Scope and Limits. George Allen<br />

and Unwin Ldt, 1948.<br />

son fáciles de dilucidar. Y que,<br />

de un mismo dato empírico,<br />

pueden, a veces, deducirse cosas<br />

diferentes, aunque el paso<br />

del tiempo y la acumulación<br />

de nuevos datos van descartando<br />

alternativas. El proceso de<br />

aprendizaje en las ciencias de la<br />

naturaleza no se ajusta, pues, a<br />

un ingenuo esquema lineal. Pero<br />

es también evidente que las<br />

teorías científicas no se imponen<br />

sólo por la fuerza política<br />

de sus defensores, sino porque,<br />

a la larga, describen y nos permiten<br />

entender mejor la evidencia<br />

experimental. Salvo<br />

contadas excepciones, los científicos<br />

de la naturaleza son, por<br />

el momento, bastante inmunes<br />

a este tipo de modas; proceden<br />

en la suposición de que existe<br />

un mundo objetivo externo a<br />

nuestras mentes, que es posible<br />

conocer, al menos en parte<br />

y siempre tentativamente, mediante<br />

la elaboración de hipótesis<br />

y su contraste con la<br />

experimentación. Pero en disciplinas<br />

de humanidades y<br />

ciencias sociales, el relativismo<br />

epistémico se ha difundido hasta<br />

el punto de que Eric Hobsbawn<br />

ha tenido que llamar la<br />

atención sobre<br />

“el crecimiento de las modas intelectuales<br />

‘posmodernas’ en las universidades<br />

occidentales, sobre todo en<br />

los departamentos de literatura y antropología,<br />

que hacen que todos los<br />

‘hechos’ que aspiran a una existencia<br />

objetiva sean, simplemente, construcciones<br />

intelectuales. Resumiendo,<br />

que no existe ninguna diferencia clara<br />

entre los hechos y la ficción. Pero en<br />

realidad la hay y, para los historiadores,<br />

incluidos los antipositivistas más<br />

acérrimos de entre todos nosotros, es<br />

absolutamente esencial poder distinguirlos”.<br />

Sokal y Bricmont analizan<br />

y rebaten en Imposturas intelectuales<br />

la argumentación básica<br />

de esta escuela de pensamiento,<br />

pero se preguntan, además, sobre<br />

las causas de que estos puntos<br />

de vista, ligados desde antiguo<br />

al más añejo idealismo, pasen<br />

hoy en ciertos círculos<br />

académicos por la quintaesencia<br />

del progresismo. Justamente<br />

esa posición ideológica de que<br />

cualquier concepción, o des-<br />

cripción, del mundo es igualmente<br />

válida desde el punto de<br />

vista intelectual, y que sólo importa<br />

el poder que se tenga para<br />

imponerla, es el enemigo clásico<br />

de la izquierda tradicional,<br />

que ha defendido siempre que<br />

la investigación de la verdad<br />

puede llegar a desvelar, siquiera<br />

sea parcialmente y en aproximaciones<br />

sucesivas, las relaciones<br />

de causa y efecto en el<br />

mundo que nos rodea. Ahora<br />

bien, ese relativismo radical,<br />

tan de moda hoy, no podía estar<br />

ausente, y no lo está, en la<br />

argumentación de los autores<br />

examinados en el libro. Puede<br />

encontrarse en multitud de pasajes<br />

la negación de una realidad<br />

externa y la consideración<br />

de la ciencia como mera negociación<br />

o acuerdo entre científicos,<br />

con la particularidad que<br />

dichas nociones se entremezclan<br />

alegremente con la utilización<br />

pomposa de términos<br />

científicos para dar impresión<br />

de profundidad.<br />

Cuenta Sokal que una conferencia<br />

celebrada en la Universidad<br />

de California en Santa<br />

Cruz, en la que se debatía este<br />

tipo de problemas y en la que<br />

él mismo participó, se anunciaba<br />

con el siguiente terrorífico<br />

mensaje: “Un espectro recorre<br />

la vida intelectual de Estados<br />

Unidos: el espectro del conservadurismo<br />

de izquierdas”, es decir,<br />

el conservadurismo de gentes<br />

como Sokal y otros. Allí se<br />

les hizo una crítica, expresada<br />

en términos de la jerga a la<br />

moda, por su oposición al “trabajo<br />

teórico de los antifundacionalistas<br />

(es decir, de los posmodernos)”,<br />

y por –horror de<br />

horrores– su “intento de llegar<br />

a construir un consenso basado<br />

en la noción de lo real”. En<br />

una frase que es más bien un<br />

desahogo, Sokal declara:<br />

“Confieso que soy un viejo izquierdista<br />

impenitente que nunca ha<br />

entendido cómo se supone que la deconstrucción<br />

podría ayudar a la clase<br />

obrera. Y soy también un viejo científico<br />

pesado que cree, ingenuamente,<br />

que existe un mundo externo, que<br />

existen verdades objetivas sobre el<br />

mundo y que mi misión es descubrir<br />

alguna de ellas. (Si la ciencia no fue-<br />

50 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


a más que una negociación de convenciones<br />

sociales sobre lo que acordamos<br />

llamar ‘verdadero’, ¿por qué<br />

habría de molestarme en dedicar a<br />

ella una gran parte de mi cortísima<br />

vida?)”.<br />

Mientras que en tono más<br />

sereno ambos, Sokal y Bricmont,<br />

razonan que<br />

“la existencia de un vínculo de<br />

este género entre la izquierda y el posmodernismo<br />

constituye, a primera<br />

vista, una grave paradoja. A lo largo<br />

de los dos últimos siglos, la izquierda<br />

se ha identificado con la ciencia y<br />

contra el oscurantismo, por creer que<br />

el pensamiento racional y el análisis<br />

sin cortapisas de la realidad objetiva<br />

(natural o social) eran instrumentos<br />

eficaces para combatir las mistificaciones<br />

fomentadas por el poder –además<br />

de ser fines humanos perseguibles por<br />

sí mismos–. Sin embargo, durante los<br />

últimos 20 años, un buen número de<br />

estudiosos de las humanidades y científicos<br />

sociales ‘progresistas’ o de ‘izquierda’<br />

(aunque prácticamente ningún<br />

científico natural, de cualesquiera<br />

ideas políticas) se han apartado de esta<br />

herencia de la Ilustración e, impulsados<br />

por ideas importadas de Francia<br />

tales como la deconstrucción, y por<br />

doctrinas de cosecha propia, como la<br />

epistemología de orientación feminista,<br />

se han adherido a una u otra forma<br />

de relativismo epistémico”.<br />

El sexo de la ciencia<br />

Una de las secciones que pueden<br />

resultar más deprimentes,<br />

desde una concepción política<br />

y social de izquierdas en aspectos<br />

muy básicos, es la que<br />

se refiere a la extraña lógica de<br />

algunas pensadoras feministas<br />

encuadradas en el posmodernismo.<br />

En el capítulo dedicado<br />

a Luce Irigaray y algunas de<br />

sus incondicionales, se incluyen<br />

fragmentos representativos<br />

del modo de razonar común<br />

en esta escuela, como<br />

aquellos, entre otros, en los<br />

que sorprendentemente se asegura<br />

que<br />

“la única esperanza que nos deja<br />

[Einstein] es su Dios, dado su interés<br />

por las aceleraciones sin reequilibrios<br />

electromagnéticos”, o que “la mecánica<br />

cuántica está interesada en la desaparición<br />

del mundo”.<br />

En una incursión más relacionada<br />

con el género, discurre<br />

así Luce Irigaray sobre el sexo<br />

de una ecuación:<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

“¿La ecuación E = Mc 2 es una<br />

ecuación sexuada? Tal vez. Hagamos<br />

la hipótesis afirmativa en la medida en<br />

que privilegia la velocidad de la luz<br />

respecto de otras velocidades que son<br />

vitales para nosotros. Lo que me hace<br />

pensar en la posibilidad de la naturaleza<br />

sexuada de la ecuación no es, directamente,<br />

su utilización en los armamentos<br />

nucleares, sino por el hecho de<br />

haber privilegiado a lo que va más<br />

aprisa…”.<br />

Irigaray se concentra, en<br />

algunos de los textos estudiados<br />

por Sokal y Bricmont, en<br />

la relación entre género y física<br />

de los sólidos y de los fluidos.<br />

Más en concreto, parece querer<br />

demostrar que las dificultades<br />

en comprender la mecánica de<br />

fluidos sobre la más simple<br />

mecánica del sólido rígido tiene<br />

una innegable connotación<br />

de género, aunque la literalidad<br />

de lo que escribe hace difícil<br />

estar seguro:<br />

“Y, ¿cómo impedir que el inconsciente<br />

mismo (del) ‘sujeto’ sea<br />

prorrogado como tal, incluso reducido<br />

en su interpretación, por una sistemática<br />

que señala una ‘desatención’<br />

–histórica– a los fluidos? Dicho de<br />

otro modo: ¿qué estructuración de(l)<br />

lenguaje no mantiene una complicidad<br />

inveterada entre la racionalidad y mecánica<br />

exclusiva de los sólidos?”.<br />

O, en otro lugar:<br />

“Las consideraciones de matemáticas<br />

puras sólo habrán permitido analizar<br />

los fluidos según planos laminares,<br />

movimientos solenoidales (de una<br />

corriente que privilegiase la relación<br />

con un eje), puntos-fuente, puntossumidero,<br />

puntos-torbellino, que sólo<br />

tienen una relación aproximada con la<br />

realidad. Dejando un resto. Hasta el<br />

infinito: el centro de estos ‘movimientos’<br />

que corresponde a cero les supone<br />

una velocidad infinita, inadmisible físicamente.<br />

Ciertamente, estos fluidos<br />

teóricos habrán hecho progresar la tecnicidad<br />

del análisis –también matemático–,<br />

perdiendo alguna que otra<br />

relación con la realidad de los cuerpos”.<br />

Es posible que Irigaray se<br />

esté refiriendo a las aproximaciones<br />

que se hacen para resolver<br />

las complicadas ecuaciones<br />

que rigen el movimiento de los<br />

fluidos. Lo que olvida, o ignora,<br />

es que los sólidos, debido<br />

precisamente a la rigidez que<br />

los caracteriza, tienen muy pocos<br />

grados de libertad, y las<br />

ecuaciones que describen su<br />

movimiento, aunque no son<br />

triviales, son relativamente<br />

simples. Por el contrario, los<br />

fluidos tienen un número<br />

enorme de grados de libertad,<br />

en realidad infinito en la aproximación<br />

que los considera<br />

medios continuos obviando su<br />

estructura molecular. Así, las<br />

ecuaciones que describen su<br />

movimiento en esa aproximación<br />

son extremadamente difíciles<br />

de resolver; de ahí que se<br />

busquen soluciones parciales<br />

para el movimiento de los fluidos<br />

en determinadas circunstancias,<br />

como el régimen laminar<br />

al que Irigaray parece<br />

querer referirse, en el que el<br />

movimiento es más ordenado<br />

que, por ejemplo, en el régimen<br />

turbulento. Esa dificultad<br />

intrínseca es la que hace que se<br />

haya avanzado menos en la<br />

comprensión del movimiento<br />

de los fluidos que en la de los<br />

sólidos, aun cuando seguramente<br />

se ha dedicado más esfuerzo<br />

en la historia de la ciencia<br />

a aquéllos que a éstos.<br />

Afortunadamente, una de<br />

sus seguidoras norteamericanas,<br />

Katherine Hayles, ha tenido<br />

la gentileza de explicar con<br />

claridad meridiana el argumento<br />

de Luce Irigaray:<br />

“Atribuye [Irigaray] a la asociación<br />

de fluidez con feminidad el privilegio<br />

otorgado a la mecánica de los<br />

sólidos sobre la de los fluidos y la incapacidad<br />

de la ciencia para tratar los<br />

flujos turbulentos en general. Mientras<br />

que el hombre tiene unos órganos<br />

sexuales protuberantes y rígidos, la<br />

mujer los tiene abiertos y por ellos se<br />

filtra la sangre menstrual y los fluidos<br />

vaginales. Aunque el hombre en ocasiones<br />

también fluye, por ejemplo,<br />

cuando eyacula el semen, este aspecto<br />

de su sexualidad no se tiene muy en<br />

cuenta. Lo que cuenta es la rigidez de<br />

los órganos masculinos, no su complicidad<br />

en el flujo de fluidos. Estas<br />

idealizaciones son reinscritas en las<br />

matemáticas, que conciben los fluidos<br />

como planos laminados y otras formas<br />

sólidas modificadas. Del mismo<br />

modo que las mujeres quedan borradas<br />

en las teorías y en el lenguaje masculinos<br />

y existen sólo como no hombres,<br />

los fluidos han sido también borrados<br />

de la ciencia y existen sólo<br />

como no sólidos. Desde esta perspectiva<br />

no es sorprendente que la ciencia<br />

no haya podido trazar un modelo vá-<br />

CAYETANO LÓPEZ<br />

lido de la turbulencia. El problema<br />

del fluido turbulento no puede ser resuelto<br />

porque las concepciones acerca<br />

de los fluidos (y de la mujer) han sido<br />

formuladas para dejar necesariamente<br />

residuos inarticulados”.<br />

Hayles no deja, sin embargo,<br />

de advertir la falta de consistencia<br />

de los argumentos de<br />

Irigaray, al señalar que<br />

“después de haber hablado con<br />

varios expertos en matemática aplicada<br />

y en mecánica de los fluidos sobre<br />

las afirmaciones de Irigaray, puedo<br />

dar testimonio de su unanimidad en<br />

que [Irigaray] no sabe nada de sus disciplinas.<br />

En su opinión, sus argumentos<br />

no se deben tomar en serio”.<br />

Pero no se arredra Irigaray<br />

ante la crítica, sino que contraataca.<br />

Si a alguien le parece excesiva<br />

la relación entre el género<br />

y la fluidez o rigidez de los<br />

objetos estudiados por la física,<br />

es que todavía le queda mucho<br />

por aprender, no sólo en ese<br />

campo, sino en otros muy alejados,<br />

como el de la gramática:<br />

“Y si se objeta que la cuestión así<br />

planteada se apoya excesivamente en<br />

metáforas, será fácil responder que<br />

más bien impugna el privilegio de la<br />

metáfora (casi sólida) sobre la metonimia<br />

(que está mucho más relacionada<br />

con los fluidos)”.<br />

Lo verdaderamente desconcertante<br />

no es sólo la superficialidad<br />

de este tipo de<br />

argumentos, basados únicamente<br />

en analogías, en metáforas<br />

(o metonimias, más del<br />

gusto de Irigaray) y en la ignorancia<br />

de las dificultades intrínsecas<br />

de las teorías de los<br />

fluidos, sino la seriedad con<br />

que se integra en el pensamiento<br />

de algunas feministas.<br />

Desconcertante y, a mi juicio,<br />

peligroso, como las afirmaciones<br />

de una pedagoga norteamericana<br />

en un libro sobre la<br />

enseñanza de las matemáticas:<br />

“En el contexto proporcionado<br />

por Irigaray podemos observar una<br />

oposición entre, por una parte, el<br />

tiempo lineal de los problemas matemáticos<br />

de las reglas de proporcionalidad,<br />

de las fórmulas de la distancia y<br />

de las aceleraciones lineales y, por<br />

otra, el tiempo cíclico que preside la<br />

experiencia del cuerpo menstrual. ¿Es<br />

evidente para el cuerpo-espíritu femenino<br />

que los intervalos tienen puntos-<br />

51


EL DISLATE COMO MÉTODO<br />

límite, que las parábolas dividen el<br />

plano limpiamente y que, efectivamente,<br />

las matemáticas lineales de la<br />

escuela describen el mundo de la experiencia<br />

de un modo intuitivamente<br />

manifiesto?”.<br />

Es posible que no diga la autora<br />

en cuestión que las mujeres<br />

tienen una dificultad intrínseca,<br />

ligada a su biología, en comprender<br />

ciertos problemas de física<br />

y matemáticas; pero lo parece.<br />

Consultado el texto en cuestión<br />

con una amiga mía, vieja<br />

luchadora de la causa feminista,<br />

su respuesta fue algo así como<br />

“toda la vida argumentando que<br />

las mujeres no tienen ninguna<br />

dificultad especial para comprender<br />

y contribuir a la ciencia,<br />

incluyendo la física del sólido, el<br />

movimiento uniformemente<br />

acelerado, las trayectorias parabólicas<br />

y otras cosas mucho más<br />

complicadas; que sus supuestas<br />

dificultades eran únicamente<br />

consecuencia de su marginación<br />

tradicional en la escuela y en la<br />

sociedad culta. Y ahora la crème<br />

de la crème del feminismo radical<br />

posmoderno nos dice que aquellos<br />

con quienes nos enfrentábamos<br />

tenían razón: que el ciclo<br />

menstrual nos dificulta para entender<br />

algunas de esas nociones.<br />

Menudo desastre”.<br />

El poder de los radicales<br />

Podría esperarse que los pensadores<br />

posmodernos, tan dados a<br />

menospreciar lo real, a criticar<br />

las afirmaciones de los científicos<br />

sobre ese mundo real, a jugar<br />

con los vocablos y analogías verbales<br />

y a ponderar todo lo lúdico<br />

y lo inorgánico (o lo no lineal,<br />

como suelen decir) tendrían un<br />

estilo menos farragoso del que<br />

normalmente tienen, por una<br />

parte, y aceptarían con satisfacción<br />

un ejercicio como el de Sokal,<br />

por otra. Pero, al parecer, la<br />

desconstrucción y la crítica es<br />

siempre bienvenida excepto<br />

cuando se aplica a sus propios<br />

textos. Entonces fruncen el ceño,<br />

se ofenden y sus reacciones<br />

son inequívocamente lineales,<br />

como demostraron al hacerse<br />

patente que el artículo primeramente<br />

publicado por Sokal era<br />

una parodia. Por su parte, los re-<br />

lativistas epistémicos, que postulan<br />

la equivalencia de cualquier<br />

descripción del mundo real, la<br />

imposibilidad de distinguir objetivamente<br />

entre alternativas y<br />

que las teorías y hasta los hechos<br />

son el resultado de una negociación<br />

entre científicos, tampoco<br />

parecen demasiado inclinados a<br />

poner en solfa, con esos mismos<br />

procedimientos, sus propias teorías,<br />

que pretenden también<br />

describir una pequeña parte del<br />

mundo real, la que configuran<br />

científicos, teorías y experimentos.<br />

Aunque quizá no estaríamos<br />

muy lejos de la verdad al relacionar<br />

sus postulados con la<br />

sociología de determinados departamentos<br />

universitarios y<br />

profesionales del ramo más que<br />

con lo que ocurre en la parte del<br />

mundo que pretenden explicar.<br />

Por lo demás, la mayoría de<br />

estos sedicientes izquierdistas,<br />

críticos de lo que suelen calificar<br />

como ciencia ortodoxa, del<br />

poder de las ideas científicas lineales,<br />

o deterministas, o basadas<br />

en una discutible noción de lo<br />

real, y adelantados de la contestación<br />

de privilegios y hegemonías,<br />

son quienes ocupan los<br />

puestos de poder y gozan de<br />

privilegios en las instituciones<br />

académicas, ejerciendo una férrea<br />

hegemonía en sus disciplinas<br />

respectivas. Andrew Ross,<br />

uno de los editores de Social<br />

Text, se expresa con la franqueza<br />

que le permite su segura posición<br />

universitaria del siguiente<br />

modo: “Me alegro de haberme<br />

librado de los departamentos de<br />

inglés. En primer lugar, odio la<br />

literatura, y los departamentos<br />

de inglés tienden a estar llenos<br />

de gente que ama la literatura” 7 .<br />

Una confesión sin duda rompedora,<br />

pero algo brutal para mi<br />

gusto, como lo es, desde el punto<br />

de vista intelectual, su dedicatoria<br />

de un libro sobre Science<br />

Studies del que es autor: “A todos<br />

los profesores de ciencias<br />

que nunca tuve. Sólo sin ellos<br />

ha podido ser escrito” 7 bis .<br />

7 y 7 bis Citado en Richard Dawkins:<br />

‘Postmodernism Disrobed’, Nature 394,<br />

9 de julio de 1998.<br />

Para terminar, acabaré por<br />

identificar al autor de los dos<br />

primeros párrafos de este artículo.<br />

El primero de ellos se debe a<br />

la pluma de Jacques Lacan,<br />

mientras que el segundo es el<br />

producto de un programa creado<br />

por el australiano Andrew<br />

Bulhak y bautizado con el nombre<br />

de Generador de posmodernismo.<br />

Se trata de un programa<br />

informático que sabe construir<br />

frases gramaticalmente correctas<br />

y al que se le ha proporcionado<br />

una lista de todos los términos<br />

sagrados de la jerga posmoderna:<br />

hegemonía, privilegiar, indeterminación,<br />

linealidad, caos, etcétera,<br />

más los nombres de los escritores<br />

más reputados de la escuela.<br />

Puede accederse a través de Internet<br />

8 y devolverá un notable<br />

artículo posmoderno, trufado de<br />

referencias, y listo para mandar<br />

a publicar, con frases perfectamente<br />

correctas pero vacías, que<br />

recuerdan notablemente a algunas<br />

de las que pueden encontrarse<br />

en los textos de verdad. El<br />

párrafo en cuestión procede de<br />

uno de los que ha producido<br />

para mí y que, como por casualidad,<br />

lleva el título de Leyendo a<br />

Saussure: el libertarismo y la oscuridad<br />

lacaniana. Nótese que el<br />

párrafo de Lacan es mucho más<br />

incomprensible que el escrito<br />

por el programa informático. Y<br />

es que donde puede apreciarse el<br />

genio humano es en el increíble<br />

retorcimiento de la sintaxis de<br />

muchos de esos textos y la ruptura<br />

radical de las reglas de la<br />

gramática. El carácter de sociedad<br />

de bombos mutuos que ha<br />

ido adquiriendo la escuela posmoderna<br />

entre los adláteres, seguidores<br />

o simples admiradores<br />

queda puesta de manifiesto, a la<br />

vista de textos como los reproducidos,<br />

en la opinión expresada<br />

por Jean-Claude Milner:<br />

“Lacan es, como él mismo afirma,<br />

un autor cristalino”.<br />

El mismo Sokal confiesa que<br />

a lo más que ha podido llegar es<br />

a escribir textos por completo carentes<br />

de significado o claramen-<br />

8 http://www.cs.monash.edu.au/cgibin/postmodern.<br />

te erróneos, pero aun así formados<br />

por frases bien compuestas.<br />

Y que sólo en momentos de especial<br />

inspiración ha podido producir<br />

algún párrafo tan descoyuntado<br />

como suele estarlo el<br />

promedio de los que analiza. En<br />

ese aspecto la superioridad del<br />

hombre sobre la máquina es manifiesta,<br />

e indiscutible el genio de<br />

los autores de esa literatura.<br />

Nadie mejor que Noam<br />

Chomsky podría expresar el desaliento<br />

intelectual y político que<br />

las actitudes puestas en evidencia<br />

en el libro de Sokal y Bricmont<br />

produce en muchos intelectuales:<br />

“Si realmente pensáis: ‘Mira, es demasiado<br />

difícil tratar los verdaderos problemas’,<br />

tened en cuenta que existen<br />

muchas maneras de evitar tener que hacerlo.<br />

Una de ellas consiste en perseguir<br />

quimeras que carezcan de la menor importancia.<br />

Otra, en adherirse a cultos<br />

académicos alejados de cualquier realidad<br />

y que permiten no afrontar el mundo<br />

tal y como es. Esto es algo muy habitual,<br />

incluso en la izquierda. Con ocasión<br />

de un viaje a Egipto, hace algunas<br />

semanas, tuve la ocasión de ver algunos<br />

ejemplos deprimentes. Allí tenía que hablar<br />

de asuntos internacionales. En aquel<br />

país existe una comunidad intelectual<br />

muy dinámica y cultivada, formada por<br />

personas muy valientes, que pasaron<br />

años encarcelados bajo el régimen de<br />

Nasser, que fueron torturadas casi hasta<br />

la muerte y consiguieron salir para continuar<br />

luchando. Pero actualmente, en el<br />

conjunto del Tercer Mundo, abundan la<br />

desesperación y el desánimo. La forma<br />

en la que todo esto se manifestaba en<br />

aquel país, entre los medios cultivados<br />

vinculados a Europa, consistía en sumergirse<br />

completamente en las últimas locuras<br />

de la cultura parisina y concentrarse<br />

absolutamente en ellas. Así, por ejemplo,<br />

cuando daba conferencias sobre la situación<br />

actual, incluso en institutos de investigación<br />

dedicados al análisis de problemas<br />

estratégicos, los asistentes querían<br />

que eso se tradujera en términos de<br />

jerga posmoderna. Por ejemplo, en lugar<br />

de pedirme que hablara de los detalles de<br />

la política norteamericana o de Oriente<br />

Medio, donde ellos viven, algo demasiado<br />

sórdido y falto de interés, querían saber<br />

cómo la lingüística moderna brinda<br />

un nuevo paradigma discursivo sobre los<br />

asuntos internacionales que sustituirá al<br />

texto posestructuralista. Eso era lo que<br />

les fascinaba, y no lo que revelaban los<br />

archivos ministeriales israelíes sobre su<br />

planificación interior. Es verdaderamente<br />

deprimente”. n<br />

Cayetano López es catedrático de Física<br />

en la Universidad Autónoma de<br />

Madrid.<br />

52 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


HISTORIA<br />

POTSDAM, 1945: EL FRANQUISMO<br />

EN ENTREDICHO<br />

ntre el 17 de julio y el 2 de<br />

agosto de 1945, poco después<br />

de su victoria sobre<br />

Alemania en Europa y cuando<br />

todavía luchaban contra Japón<br />

en el Pacífico, los máximos<br />

mandatarios de las tres grandes<br />

potencias aliadas celebraron<br />

una crucial conferencia en<br />

la villa de Potsdam (Berlín).<br />

Era su tercera reunión después<br />

de las celebradas en Teherán<br />

(noviembre de 1943) y en Yalta<br />

(febrero de 1945). Participaron<br />

el presidente norteamericano<br />

Truman (sucesor del fallecido<br />

Roosevelt), el primer<br />

ministro británico Churchill<br />

(sustituido por Attlee el 28 de<br />

julio tras la victoria electoral<br />

laborista) y el jefe del Gobierno<br />

soviético Stalin1 E<br />

.<br />

El objetivo de la reunión<br />

era coordinar la política de<br />

ocupación aliada en Alemania<br />

y los países liberados, así como<br />

acordar las líneas básicas de la<br />

reorganización del sistema internacional.<br />

Las decisiones se<br />

publicaron en un comunicado<br />

emitido el 2 de agosto. El punto<br />

10, relativo a Conclusión de<br />

tratados de paz y admisión en la<br />

Organización de Naciones Unidas,<br />

incluía una referencia a la<br />

España regida por el general<br />

Franco:<br />

“Los tres Gobiernos, sin embargo,<br />

se sienten obligados a declarar<br />

que, por su parte, no apoyarán ninguna<br />

solicitud de ingreso del presente<br />

Gobierno español, el cual, habiendo<br />

sido establecido con el apoyo de las<br />

potencias del Eje, no posee, en razón<br />

de sus orígenes, su naturaleza, su his-<br />

1 P. de Senarclens: From Yalta to<br />

the Iron Curtain. The Great Powers and<br />

the Origins of the Cold War. Oxford,<br />

1995.<br />

torial y su asociación estrecha con los<br />

Estados agresores, las cualidades necesarias<br />

para justificar ese ingreso” 2 .<br />

Era la primera vez que las<br />

grandes potencias se referían a<br />

España en una declaración<br />

conjunta. Antes las relaciones<br />

con Franco habían sido materia<br />

exclusiva del Reino Unido<br />

y Estados Unidos, y sólo dos<br />

veces habían adquirido prioridad<br />

(verano de 1940, tras la<br />

derrota de Francia y la entrada<br />

en guerra de Italia, y noviembre<br />

de 1942, con el desembarco<br />

aliado en el norte de África).<br />

Además, esa referencia<br />

vetaba el ingreso del régimen<br />

franquista en la ONU y lo<br />

condenaba al ostracismo internacional<br />

por su naturaleza antidemocrática<br />

y su pasado apoyo<br />

al Eje.<br />

Sin embargo, pese a las<br />

apariencias retóricas, la declaración<br />

de Potsdam no suponía<br />

una intensificación de las<br />

muestras de rechazo internacional<br />

hacia el sistema político<br />

español vigente desde el final<br />

de la guerra civil en 1939.<br />

Sólo era una ratificación de<br />

otra previa condena aprobada<br />

por la conferencia fundacional<br />

de la ONU en San Francisco.<br />

El 19 de junio de 1945, a propuesta<br />

de México, dicha conferencia<br />

había resuelto vetar el<br />

ingreso de “Estados cuyos regímenes<br />

fueron establecidos<br />

con la ayuda de las fuerzas<br />

2 Acta de la conferencia elaborada<br />

por la delegación británica, 2 de agosto<br />

de 1945. Archivo del Foreign Office<br />

(FO), serie “Correspondencia General”<br />

(clave archivística: 371), legajo 50867,<br />

expediente U6197. En adelante se citará:<br />

FO 371/50867 U6197.<br />

ENRIQUE MORADIELLOS<br />

militares de países que han luchado<br />

contra las Naciones<br />

Unidas, mientras que estos regímenes<br />

permanezcan en el<br />

poder”.<br />

Aparte de reafirmar ese veto,<br />

la declaración no contenía<br />

ninguna sanción efectiva (diplomática,<br />

económica o militar)<br />

contra Franco. En realidad,<br />

la referencia constituía un<br />

acuerdo de mínimos laboriosamente<br />

alcanzado entre los dirigentes<br />

aliados después de<br />

arduas negociaciones. En consecuencia,<br />

se limitaba a imponer<br />

un ostracismo internacional<br />

desdentado dentro de cuyos<br />

contornos, al compás de la<br />

desintegración de la Gran<br />

Alianza y de su reemplazo por<br />

el clima de guerra fría, fue fraguándose<br />

la supervivencia de la<br />

dictadura franquista en la posguerra<br />

mundial.<br />

La política española<br />

de las grandes potencias<br />

ante la inminente victoria<br />

Durante los primeros años del<br />

conflicto mundial, cuando la<br />

suerte bélica había sido adversa,<br />

la política angloamericana<br />

hacia España había buscado un<br />

objetivo básico: evitar su entrada<br />

en la guerra al lado de Alemania<br />

e Italia aprovechando su<br />

dependencia de los vitales suministros<br />

alimenticios y petrolíferos<br />

aliados. Por eso se había<br />

atenido a una línea de no intervención<br />

en asuntos internos<br />

y había tolerado el apoyo del<br />

régimen al Eje: no beligerancia,<br />

envío de la División Azul a<br />

Rusia, etcétera. Sin embargo,<br />

con la decantación de la guerra<br />

a su favor en 1943, la tolerancia<br />

cedió paso a una demanda<br />

de estricta neutralidad. El hito<br />

clave lo constituyó el breve y<br />

lacerante embargo de petróleo<br />

impuesto por EE UU a España<br />

entre febrero y mayo de 1944,<br />

que supuso un notable triunfo<br />

para los aliados.<br />

Con la victoria sobre el nazismo<br />

en ciernes, desde fines<br />

de 1944 el Gobierno británico<br />

reexaminó el perfil de su política<br />

española. Dicho examen<br />

permitió apreciar el consenso<br />

básico existente entre los ministros<br />

laboristas y conservadores<br />

del gabinete de coalición<br />

presidido por Churchill. A tenor<br />

del mismo, en el orden estratégico,<br />

era vital preservar<br />

una España neutral o amiga<br />

para garantizar las comunicaciones<br />

imperiales a través del<br />

estrecho de Gibraltar y en el<br />

Atlántico Norte. También era<br />

esencial proteger las amplias<br />

relaciones comerciales y financieras<br />

entre el Reino Unido y<br />

España en vista de las dificultades<br />

de reconstrucción económica<br />

de la posguerra. Por tanto,<br />

“los intereses del Gobierno<br />

de Su Majestad requieren una<br />

España amiga y próspera” y<br />

“relaciones cordiales con el Gobierno<br />

español”. Sin embargo,<br />

la posibilidad de mantener tales<br />

relaciones con el régimen<br />

de Franco era dudosa, habida<br />

cuenta de su naturaleza, su<br />

conducta y la hostilidad de la<br />

opinión pública británica. Por<br />

eso era conveniente un cambio<br />

controlado que supusiera la desaparición<br />

de Franco y la Falange<br />

y su pacífica sustitución<br />

por un régimen “basado en<br />

principios democráticos, de<br />

tendencia moderada, estable y<br />

no dependiente para su existencia<br />

de ninguna influencia<br />

exterior”. Pero ese cambio no<br />

54 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


debía ser provocado por la intervención<br />

directa británica en<br />

los asuntos internos del país,<br />

sino por obra de los españoles<br />

y sin riesgo de “una recurrencia<br />

de la revolución o la guerra<br />

civil en España”. Ante todo,<br />

había que preservar la paz y la<br />

estabilidad en la Península y<br />

evitar todo conflicto y potencial<br />

expansión comunista. Así<br />

lo recordó Churchill a su secretario<br />

del Foreign Office, Anthony<br />

Eden, al oponerse a<br />

cualquier sanción económica o<br />

diplomática:<br />

“Lo que usted está proponiendo<br />

hacer es poco menos que provocar<br />

una revolución en España. Empieza<br />

con petróleo pero terminará rápidamente<br />

con sangre (…). Ya estamos<br />

siendo acusados en muchos ámbitos<br />

responsables de entregar los Balcanes<br />

y Europa central a los rusos y, si ahora<br />

ponemos las manos en España, estoy<br />

seguro de que nos crearemos infinidad<br />

de problemas y tomaremos partido<br />

definitivo en temas ideológicos. Si<br />

los comunistas se hacen dueños de España<br />

debemos esperar que la infección<br />

se extienda por Italia y por Francia<br />

(…). Sería mucho mejor permitir<br />

que esas tendencias españolas dieran<br />

su propio fruto en vez de precipitar<br />

una reanudación de la guerra civil” 3 .<br />

Dentro de esas coordenadas,<br />

la política británica se centró<br />

en mantener una actitud de<br />

3 Minuta de Churchill, 10 de noviembre<br />

de 1944. Archivo del gabinete<br />

(CAB), serie “Ministerio de Defensa”<br />

(120), legajo 692. En adelante, CAB<br />

120/692. Las citas previas son de un<br />

memorándum de Hoyer-Millar, jefe del<br />

Departamento de Europa Occidental en<br />

el Foreign Office, 10 de marzo de 1945,<br />

FO 371/49612 Z8401. Esa política se<br />

había decidido en la reunión del 27 de<br />

noviembre de 1944. Archivo del gabinete<br />

(CAB), serie “Actas del gabinete de<br />

guerra” (65), legajo 48. En adelante,<br />

CAB 65/48.<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

“fría reserva” hacia Franco y<br />

ocasionales “alfilerazos” declarativos,<br />

con la esperanza de<br />

forzar su retirada voluntaria del<br />

poder, bajo presión del alto<br />

mando militar, en favor de una<br />

alternativa de gobierno en torno<br />

al pretendiente, don Juan<br />

de Borbón, y con el apoyo de<br />

los grupos monárquicos y la izquierda<br />

moderada.<br />

Sin reserva, en abril de<br />

1945 la Administración demócrata<br />

de Roosevelt asumió esa<br />

política y aceptó coordinar sus<br />

iniciativas sobre la triple base<br />

del rechazo a Franco, el respeto<br />

al principio de no intervención<br />

en los asuntos internos y la voluntad<br />

de no provocar “una recurrencia<br />

del conflicto civil en<br />

España” 4 . Significativamente,<br />

también allí abrigaban el temor<br />

a que la caída del régimen pudiera<br />

acarrear una expansión<br />

comunista. En mayo de 1945,<br />

el embajador británico en Washington<br />

telegrafió a Londres<br />

que el Departamento de Estado<br />

le había informado:<br />

“… que aun estando en total<br />

acuerdo con nuestra política en principio,<br />

el Departamento de Estado temía<br />

en la práctica que si éramos demasiado<br />

duros con Franco podríamos dar un<br />

estímulo indebido a los elementos comunistas.<br />

En la actual disposición de<br />

Moscú, esos elementos podrían muy<br />

bien resultar tan hostiles a nuestros<br />

intereses a largo plazo como los propios<br />

falangistas. Al parecer, Armour<br />

[nuevo embajador de EE UU en Madrid]<br />

había recibido instrucciones para<br />

acelerar la caída del régimen. Ahora<br />

el Departamento de Estado está pensando<br />

en decirle que aminore cualquier<br />

presión que pueda estar ejer-<br />

4 Memoria del Departamento de<br />

Estado para el Foreign Office, 7 de abril<br />

de 1945, FO 371/49611 Z4450.<br />

ciendo y que, si bien no tiene que dar<br />

motivos a Franco para creer que puede<br />

congraciarse con el mundo democrático<br />

con algo menos que drásticas<br />

reformas, al menos desista por el momento<br />

de dar estímulo activo a los<br />

elementos de la oposición” 5 .<br />

La nueva política angloamericana<br />

estaba, por tanto, articulada<br />

sobre dos postulados<br />

poco armónicos: el rechazo público<br />

a Franco y el respeto al<br />

principio de no intervención<br />

en los asuntos internos de otro<br />

país. Además, su ejecución<br />

quedaba supeditada a un factor<br />

general de creciente importancia<br />

en la planificación de ambas<br />

potencias: el recelo hacia<br />

las intenciones del aliado soviético<br />

en Europa, una vez alcanzada<br />

la victoria sobre el nazismo.<br />

La influencia de ese factor<br />

haría cada vez más patentes las<br />

contradicciones de la política<br />

de “alfilerazos” y “fría reserva”<br />

hacia la España franquista. Las<br />

autoridades británicas, gracias<br />

a informes reservados, eran<br />

conscientes de que su actitud<br />

de rechazo formal hacia el régimen<br />

no tenía probabilidades<br />

de forzar a Franco a renunciar<br />

voluntariamente al poder:<br />

“La mayoría de los generales, incluyendo<br />

a Franco, están ahora convencidos<br />

de que la victoria aliada está<br />

próxima. La diferencia radica en que<br />

muchos de ellos temen un aislamiento<br />

peligroso y perjudicial de España si la<br />

paz llega con Franco y la Falange todavía<br />

en el poder. Pero Franco piensa<br />

complacientemente que los aliados<br />

apreciarán que su interés reside en<br />

una España en paz y en orden y que<br />

no intervendrán en los asuntos internos<br />

españoles en ningún caso. Y<br />

5 Telegrama del embajador en<br />

Washington al FO, 17 de mayo de<br />

1945, FO 371/49611 Z6002.<br />

siendo esto así, cree que puede seguir<br />

como está de modo indefinido. En el<br />

peor de los casos, piensa que podría<br />

salvarse sacrificando a la Falange” 6 .<br />

Si esa voluntad de permanencia<br />

en el poder de Franco<br />

hacía inútil la declaración de<br />

condena, el respeto al principio<br />

de no intervención aumentaba<br />

la debilidad de esa política para<br />

lograr un cambio pacífico. Sobre<br />

todo porque excluía tanto<br />

la presión efectiva sobre Franco<br />

para forzar su renuncia como el<br />

apoyo a la dividida oposición<br />

para articular una alternativa.<br />

Londres sabía que la oposición<br />

interna y exterior estaba fracturada<br />

por divisiones irreconciliables<br />

y carecía de fuerza propia<br />

para expulsar a Franco. Los republicanos<br />

en el exilio estaban<br />

paralizados por el antagonismo<br />

entre comunistas y anticomunistas.<br />

Tampoco merecían crédito<br />

los generales y políticos<br />

monárquicos del interior. Sus<br />

dudas, su temor a medidas de<br />

fuerza y, sobre todo, su pavor<br />

ante el hipotético regreso vengativo<br />

de los republicanos les<br />

condenaba a la inactividad:<br />

“Los elementos moderados, en<br />

particular los monárquicos, se han hecho<br />

más activos, pero siguen siendo<br />

tan ineficaces como siempre. Y está<br />

claro que los únicos elementos en España<br />

capaces de expulsar a Franco del<br />

poder son los generales del ejército<br />

(…). Pero a pesar de todas sus palabras<br />

no están haciendo nada para ello<br />

y el general Franco parece capaz de<br />

dominarlos por su mayor fortaleza de<br />

carácter. Además, con suma cautela<br />

ha colocado a sus fieles en las posiciones<br />

militares clave. No hay que ex-<br />

6 Informe del general de brigada<br />

Torr, agregado militar en Madrid, 30 de<br />

enero de 1945, FO 371/49587 Z1595.<br />

55


POTSDAM, 1945: EL FRANQUISMO EN ENTREDICHO<br />

cluir totalmente la posibilidad de una<br />

acción de los generales, pero todos los<br />

informes llegados de Madrid dan la<br />

impresión de que Franco está más firmemente<br />

asentado en el poder que<br />

nunca 7 .<br />

En definitiva, a principios<br />

de julio de 1945 las autoridades<br />

británicas eran conscientes<br />

del fracaso de su objetivo de<br />

expulsar a Franco mediante<br />

“alfilerazos” retóricos. Como<br />

apuntó entonces un analista<br />

diplomático: “En estas circunstancias,<br />

lo más que podemos<br />

esperar es una modificación del<br />

presente régimen y la supresión<br />

de sus elementos más reprobables”.<br />

Ésa sería la estrategia de<br />

Franco para lograr la supervivencia<br />

política de su régimen<br />

durante aquellos meses críticos<br />

y con posterioridad.<br />

La ‘cuestión española’ y la<br />

sombra de la Unión Soviética<br />

La confirmación del fracaso<br />

de la política de presión retórica<br />

sobre Franco fue paralela<br />

a una intensificación del temor<br />

a cualquier iniciativa soviética<br />

en el tema. Durante la<br />

guerra, Stalin se había abstenido<br />

de toda acción diplomática<br />

o militar contra España,<br />

pese a la hostilidad ideológica<br />

y la existencia de la División<br />

Azul. Sin embargo, ante la<br />

cercanía de la derrota nazi,<br />

fueron apareciendo síntomas<br />

del interés soviético por el futuro<br />

español.<br />

En febrero de 1945, Londres<br />

recibió la primera noticia<br />

al respecto. Durante la visita del<br />

general De Gaulle a Moscú el<br />

diciembre anterior, los soviéticos<br />

habían manifestado su convicción<br />

de que la no intervención<br />

anglo-francesa en la guerra<br />

civil había sido “una de las<br />

principales causas de la guerra<br />

mundial”. También comunicaron<br />

su deseo de abordar la cuestión<br />

española “tan pronto como<br />

la guerra hubiera finalizado”,<br />

7 Memorándum de Garran, funcionario<br />

encargado de España en el FO,<br />

1 de julio de 1945, FO 371/49612<br />

Z8559.<br />

considerando la colaboración<br />

francesa en el tema como “piedra<br />

de toque de la alianza franco-rusa”.<br />

La reacción británica<br />

fue expresiva: “Espero que<br />

Franco se haya marchado antes<br />

de que los rusos tengan tiempo<br />

de dedicarse a él” 8 .<br />

La ansiedad británica sobre<br />

las intenciones soviéticas en<br />

España se acentuó en las semanas<br />

que siguieron a febrero de<br />

1945: “La guerra fría comenzó<br />

entre las conferencias de Yalta<br />

y Potsdam con motivo de la<br />

cuestión polaca” 9 . Tras la apariencia<br />

de acuerdo alcanzada<br />

en Yalta con la declaración, garantizando<br />

elecciones libres en<br />

todos los países ocupados, la<br />

divergencia entre el bloque<br />

occidental y la URSS fue destruyendo<br />

la Gran Alianza contra<br />

el Eje. La victoria en Europa<br />

(8 de mayo) intensificó el<br />

proceso porque eliminó al enemigo<br />

común que había aunado<br />

al imperialismo británico, al<br />

capitalismo americano y al comunismo<br />

soviético. El núcleo<br />

de divergencia radicaba en la<br />

configuración política de los<br />

Estados de Europa Oriental liberados<br />

por el avance del Ejército<br />

Rojo. Durante la guerra,<br />

Stalin había reivindicado su<br />

derecho a restablecer las fronteras<br />

perdidas en junio de<br />

1941 por el ataque alemán<br />

(que incluían Polonia Oriental<br />

y los Estados bálticos) y a garantizar<br />

la seguridad de la<br />

URSS mediante Estados fronterizos<br />

“amigos”. Los occidentales<br />

habían asumido esa demanda<br />

y, en el caso británico,<br />

habían llegado a un reparto de<br />

influencias en los Balcanes en<br />

octubre de 1944 (Rumania y<br />

Bulgaria para la URSS, Grecia<br />

para el Reino Unido, y Hungría<br />

y Yugoslavia a partes iguales)<br />

10 . En la primavera de<br />

8 Minuta de Hoyer-Millar, 10 y 13<br />

de febrero de 1945, FO 371/49610<br />

Z2003.<br />

9 A. W. DePorte: Europe Between<br />

the Superpowers. The Enduring Balance,<br />

pág. 92. New Haven, 1986.<br />

10 W. S. Churchill: The Second<br />

World War, vol. 6, pág. 252. Londres,<br />

1954.<br />

Stalin, Truman y Churchill<br />

1945, con el avance de sus tropas,<br />

Stalin aseguró su hegemonía<br />

en Polonia, Rumania y<br />

Bulgaria mediante regímenes<br />

filosoviéticos dominados por<br />

comunistas.<br />

Ese proceso y la influencia<br />

soviética en Finlandia, Hungría,<br />

Austria, Checoslovaquia y<br />

este de Alemania causaron preocupación<br />

en Londres y Washington.<br />

El caso polaco se<br />

convirtió en piedra de toque<br />

de la crisis entre los aliados<br />

contra Japón. En esencia, la<br />

voluntad soviética de garantizar<br />

su seguridad mediante un<br />

estricto reparto de esferas de<br />

influencias se oponía a la pretensión<br />

occidental de celebrar<br />

elecciones libres y mantener su<br />

presencia en la zona oriental.<br />

El problema era la imposibilidad<br />

de conciliar demandas soviéticas<br />

con objetivos occidentales:<br />

“Habida cuenta de las<br />

tradiciones, prejuicios y estructuras<br />

sociales de Europa del<br />

Este, cualquier Gobierno libremente<br />

electo sería con seguri-<br />

dad antirruso” 11 . La respuesta<br />

de Stalin a las presiones fue tajante<br />

y recordaba su respeto a<br />

los acuerdos de reparto previos.<br />

En abril de 1945 escribió a<br />

Churchill que la URSS “no<br />

puede aceptar la existencia en<br />

Polonia de un gobierno hostil”<br />

y que “tampoco reclamaba el<br />

derecho a intervenir (en Bélgica<br />

y Grecia) porque se daba<br />

cuenta de cuán importantes<br />

eran para la seguridad de Gran<br />

Bretaña” 12 .<br />

Incapaces de cambiar la situación,<br />

las potencias occidentales<br />

aceptaron en mayo la voluntad<br />

soviética en Polonia<br />

(reconociendo al Gobierno ins-<br />

11 S. E. Ambrose: Rise to Globalism.<br />

American Foreign Policy since 1938,<br />

pág. 53. Harmonsworth, 1993. Según<br />

DePorte (pág. 92): “Si pudiéramos entender<br />

por qué Estados Unidos quiso<br />

negar a los rusos en 1945 lo que había<br />

concedido a los alemanes en 1939, nos<br />

encontraríamos cerca de explicarnos el<br />

origen de la guerra fría”.<br />

12 Citado en P. de Senarclens:<br />

From Yalta to the Iron Curtain, pág. 30.<br />

56 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


talado por Moscú) a cambio de<br />

su cooperación en la fundación<br />

de la ONU y en el esfuerzo bélico<br />

del Pacífico. Pero la crisis<br />

intensificó su recelo sobre las<br />

razones de la URSS: ¿se trataba<br />

de una política de seguridad<br />

realista o traducía una voluntad<br />

de expansión territorial alimentada<br />

por la ideología subversiva<br />

marxista-leninista? En<br />

todo caso, consideraron necesaria<br />

una actitud de firmeza<br />

frente a futuras demandas soviéticas<br />

porque, en palabras de<br />

Truman, “los rusos nos necesitan<br />

a nosotros mucho más que<br />

nosotros a ellos” con vistas a la<br />

reconstrucción de su devastado<br />

país 13 . Además, la supremacía<br />

militar americana se había reafirmado<br />

gracias a las pruebas<br />

de la bomba atómica realizadas<br />

el 16 de julio. La conferencia<br />

13 Afirmación de Truman en una<br />

reunión con sus asesores el 20 de abril<br />

de 1945. Citada en S. E. Ambrose: Rise<br />

to Globalism, pág. 57.<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

de Potsdam habría de ser el<br />

primer escenario de aplicación<br />

de esa firmeza occidental. Ni<br />

Londres ni Washington tenían<br />

intención de suscitar la espinosa<br />

cuestión de Franco en ella,<br />

aun cuando todos dudaran de<br />

las intenciones de Stalin.<br />

Potsdam: la hora de la verdad<br />

La primera sesión de la conferencia<br />

de Potsdam comenzó el<br />

17 de julio de 1945 y tuvo como<br />

objetivo acordar un orden<br />

del día para discutir las numerosas<br />

cuestiones planteadas. Encabezadas<br />

por Truman, Churchill<br />

y Stalin, las tres delegaciones estaban<br />

constituidas por nueve<br />

personas e incluían a los respectivos<br />

ministros de Asuntos Exteriores:<br />

James Byrnes, Anthony<br />

Eden y Vyacheslav Molotov 14 .<br />

La propuesta de orden del<br />

día de cada delegación reveló la<br />

diferencia entre Stalin y los occidentales<br />

que iba a lastrar el<br />

desarrollo de la conferencia 15 .<br />

La americana propuso una lista<br />

breve: creación de un consejo<br />

de ministros de Asuntos Exteriores<br />

para preparar los temas a<br />

tratar en sesión plenaria y redactar<br />

los tratados de paz con<br />

países vencidos; coordinación<br />

de la política de ocupación de<br />

Alemania; definición de una<br />

política para Italia; y examen de<br />

la aplicación de la declaración<br />

de Yalta sobre la Europa liberada.<br />

La británica incluía esos<br />

puntos y añadía otros tan polémicos:<br />

definición de la frontera<br />

occidental polaca; situación en<br />

los Balcanes; contencioso rusoturco<br />

sobre control de los estrechos,<br />

y retirada aliada de Persia.<br />

En resumen: un orden del día<br />

centrado en los problemas creados<br />

por la hegemonía de la<br />

URSS en Europa Oriental.<br />

Por su parte, la delegación<br />

soviética presentó una pro-<br />

14 Acta británica de la primera sesión<br />

plenaria, 17 de julio de 1945, FO<br />

371/50867 U6197. La versión americana<br />

en Foreign Relations of the United<br />

States. 1945 (The Conference of Berlin),<br />

vol. 2. Washington, 1960.<br />

15 Propuestas de orden del día, FO<br />

371/50863 Z5554.<br />

puesta alternativa. Asumía la<br />

discusión sobre Alemania, pero<br />

especificaba como tema vital el<br />

de las reparaciones. Mencionaba<br />

el futuro de las colonias italianas<br />

en África y de los mandatos<br />

franceses en Líbano y<br />

Siria. Pedía el reconocimiento<br />

de los nuevos Gobiernos de<br />

Europa Oriental. E incluía tres<br />

asuntos más: régimen en España;<br />

estatuto de Tánger; Polonia.<br />

En definitiva, la lista recogía<br />

las exigencias de seguridad<br />

soviéticas y abordaba materias<br />

hasta entonces de la órbita de<br />

interés exclusivo occidental.<br />

Acordada la agenda, se eligió<br />

a Truman como presidente<br />

de la conferencia y se aprobó la<br />

propuesta de formar un consejo<br />

de ministros de Exteriores<br />

para preparar los debates posteriores.<br />

A continuación, en la<br />

ronda de intervenciones de cada<br />

dirigente se apreció una<br />

pauta de conducta que iba a<br />

ser característica en el futuro:<br />

cada tema polémico esgrimido<br />

por los occidentales contra los<br />

soviéticos sería correspondido<br />

por otro asunto polémico suscitado<br />

por los soviéticos contra<br />

los occidentales; cada incursión<br />

anglo-americana en materias<br />

de la esfera de influencia soviética<br />

sería replicada por una soviética<br />

en asuntos de la órbita<br />

de interés occidental.<br />

La cuestión española habría<br />

de ser una de las bazas clave soviéticas<br />

para contrarrestar las<br />

críticas sobre la situación interna<br />

en los países liberados por<br />

tropas soviéticas y el incumplimiento<br />

de la declaración de<br />

Yalta. Stalin fijó los parámetros<br />

de esa estrategia el día 17 al declarar<br />

que “el presente régimen<br />

político en España no había<br />

surgido de la libre voluntad del<br />

pueblo español, sino que había<br />

sido impuesto por Alemania e<br />

Italia” y “abrigaba grandes peligros<br />

para las Naciones Unidas”.<br />

Por eso, habría que plantearse<br />

cómo hacer posible que<br />

“el pueblo español estableciera<br />

el régimen político que quisieran<br />

escoger”. Sin duda, el recordatorio<br />

de la existencia del<br />

régimen de Franco era una há-<br />

ENRIQUE MORADIELLOS<br />

bil maniobra para poner límites<br />

desde el principio a las críticas<br />

occidentales sobre la situación<br />

en los países del Este.<br />

Secundando a su superior, durante<br />

la reunión del consejo de<br />

ministros de Asuntos Exteriores,<br />

celebrada en la mañana del<br />

19 de julio, Molotov presentó<br />

una declaración sobre la cuestión<br />

española:<br />

“En vista del hecho de que (1º) el<br />

régimen de Franco no se originó como<br />

resultado del desarrollo de las fuerzas<br />

internas en España sino como resultado<br />

de la intervención de los principales<br />

países del Eje, la Alemania de Hitler<br />

y la Italia fascista, que impusieron<br />

al pueblo español el régimen fascista<br />

de Franco; (2º) el régimen de Franco<br />

constituye un grave peligro para las<br />

naciones amantes de la paz en Europa<br />

y América del Sur; (3º) el pueblo español,<br />

pese al brutal terror impuesto por<br />

Franco, se ha expresado repetidamente<br />

contra el régimen y en favor de la restauración<br />

de un Gobierno democrático<br />

en España; la Conferencia estima<br />

necesario recomendar a las Naciones<br />

Unidas: (1) la ruptura de todas las relaciones<br />

con el Gobierno de Franco;<br />

(2) conceder apoyo a las fuerzas democráticas<br />

en España para permitir al<br />

pueblo español establecer un régimen<br />

que responda a su voluntad” 16 .<br />

Tanto Eden como Byrnes<br />

rehusaron discutir el texto y lo<br />

remitieron a la sesión plenaria<br />

de la tarde. Así, el 19 de julio,<br />

los tres mandatarios volvieron<br />

a reunirse para debatir seis temas<br />

cruciales: situación de<br />

Grecia (donde fuerzas británicas<br />

combatían a guerrillas comunistas<br />

ante la pasividad soviética,<br />

conforme al pacto de<br />

1944); definición de la autoridad<br />

del Consejo de Control<br />

Aliado en Alemania; España;<br />

Yugoslavia y Rumania 17 .<br />

La propuesta soviética dio<br />

origen a la discusión más reveladora<br />

sobre la cuestión española<br />

de toda la conferencia. Fue<br />

16 Memorándum de la delegación<br />

rusa, 19 de julio de 1945, FO<br />

371/49612 Z8637. Acta de la segunda<br />

reunión del consejo de ministros de Exteriores,<br />

19 de julio de 1945, FO<br />

371/50867 U6197.<br />

17 Acta de la tercera sesión plenaria,<br />

19 de julio de 1945, FO 371/50867<br />

U6197.<br />

57


POTSDAM, 1945: EL FRANQUISMO EN ENTREDICHO<br />

Churchill el primero en hablar,<br />

recordando la “fuerte repugnancia”<br />

que sentía por el antidemocrático<br />

régimen de Franco y el<br />

rechazo a sus tentativas para<br />

aproximarse al Reino Unido en<br />

un frente antisoviético. Pero no<br />

aceptaba la “recomendación de<br />

que las Naciones Unidas rompieran<br />

todas las relaciones” porque<br />

sólo contribuiría a reforzar<br />

su posición dada la “orgullosa y<br />

suspicaz naturaleza del pueblo<br />

español”. Además, Franco podría<br />

resistir gracias a su ejército<br />

(“aunque probablemente no<br />

fuera muy bueno”) y a que España<br />

era fácilmente defendible<br />

al ser “un país montañoso”. Por<br />

tanto, o bien habría que “aceptar<br />

un desaire o utilizar la fuerza<br />

militar, a lo que él se oponía”.<br />

Apeló también al principio de<br />

no intervención en un país neutral<br />

y al temor a desencadenar<br />

una nueva guerra civil para desestimar<br />

toda medida seria:<br />

“Él no creía que debiéramos interferir<br />

en los asuntos internos de otro<br />

país; aunque, por supuesto, en el caso<br />

de un país que había luchado contra<br />

nosotros o que había sido liberado<br />

por nosotros, no podríamos consentir<br />

un sistema de gobierno que fuera repugnante<br />

para nosotros. Pero aquí había<br />

un país que no había luchado<br />

contra nosotros ni había sido liberado<br />

por nosotros y, por eso, lamentaría tomar<br />

el curso propuesto. Era de esperar<br />

que el régimen de Franco pronto desaparecería<br />

y nosotros deberíamos<br />

acelerar su terminación por todos los<br />

medios diplomáticos apropiados. Sin<br />

embargo, la ruptura de relaciones era<br />

una práctica peligrosa en los asuntos<br />

internacionales. Además, encontraba<br />

todavía más dificultad en consentir<br />

cualquier acción que condujera a una<br />

reanudación de la guerra civil. Aquélla<br />

había sido una guerra civil terrible; de<br />

una población de 18 millones, 2 millones<br />

habían muerto en la salvaje y<br />

pedregosa península de España” 18 .<br />

Reforzando esa exposición,<br />

Truman expresó su falta de<br />

aprecio por Franco y su paralelo<br />

rechazo a provocar “otra guerra<br />

civil española”. A su juicio,<br />

aunque sería muy grato “reconocer<br />

a otro Gobierno que no<br />

fuera el del general Franco”, el<br />

cambio pertinente era un asun-<br />

18 Ibídem.<br />

to interno de España.<br />

La réplica de Stalin a ese argumento<br />

no intervencionista<br />

fue lacónica e incisiva: “Eso significaba<br />

que nada cambiaría”.<br />

Aceptó la aversión anglo-americana<br />

hacia el régimen de Franco<br />

(“impuesto al pueblo español<br />

por Hitler y Mussolini, cuya<br />

obra nosotros estábamos destruyendo”),<br />

pero subrayó que<br />

“había que probarla mediante<br />

hechos”. Desmintió el propósito<br />

de “intervención militar” o<br />

“reapertura de la guerra civil en<br />

España”, pero insistió en que<br />

Franco estaba consolidándose y<br />

era imprescindible que “el pueblo<br />

español supiera que nosotros,<br />

como representantes de los<br />

pueblos democráticos, estábamos<br />

contra el régimen”. De lo<br />

contrario, “podría decirse que,<br />

puesto que no denunciamos a<br />

Franco, le apoyamos”. Seguidamente,<br />

en una calculada concesión<br />

a la sensibilidad occidental<br />

sobre una materia de su exclusiva<br />

esfera de influencia, aceptó<br />

excluir la ruptura de relaciones<br />

como “medida demasiado severa”.<br />

Pero demandó “otra medida<br />

democrática más flexible para<br />

hacer saber al pueblo español<br />

que nosotros no simpatizábamos<br />

con Franco” y no aceptábamos<br />

“este cáncer en silencio”.<br />

Churchill respondió a Stalin<br />

que no estaba dispuesto a<br />

tomar medidas drásticas “a menos<br />

que estuviera seguro de un<br />

resultado favorable” y de que<br />

no iban a dañar las “muy importantes”<br />

relaciones comerciales<br />

anglo-españolas. Mostró su<br />

comprensión por la hostilidad<br />

soviética habida cuenta de la<br />

División Azul, pero recordó<br />

que Franco no había entrado<br />

en la guerra ni obstaculizado el<br />

desembarco aliado en África.<br />

Stalin replicó que también el<br />

Reino Unido “había sufrido a<br />

manos de la España de Franco,<br />

puesto que se habían proporcionado<br />

bases para los submarinos<br />

alemanes” y “todas las<br />

potencias habían sufrido de ese<br />

modo y de otros”. Sin embargo,<br />

en otro gesto conciliador,<br />

subrayó que no quería abordar<br />

el asunto “desde ese punto de<br />

mira”, sino considerando “el<br />

grave peligro” que Franco suponía<br />

para Europa. Por eso, era<br />

necesario “declarar que no teníamos<br />

ninguna simpatía por<br />

el régimen de Franco y que las<br />

aspiraciones democráticas del<br />

pueblo español eran justas”. En<br />

consecuencia, proponía que el<br />

consejo de ministros tratara de<br />

encontrar “un método más<br />

suave y más flexible que el sugerido<br />

por la delegación soviética<br />

para dejar esto claro”.<br />

La nueva propuesta de Stalin<br />

provocó reacciones divergentes<br />

en Churchill y Truman.<br />

Éste se mostró dispuesto a<br />

aceptar que los ministros examinaran<br />

el tema, en tanto<br />

aquél insistía en su negativa<br />

basándose en el “principio de<br />

no intervención en asuntos internos<br />

de otro país”. A la réplica<br />

de Stalin de que no se trataba<br />

de “un asunto interno sino<br />

de un peligro internacional”,<br />

Churchill respondió que “eso<br />

podía decirse de casi cualquier<br />

país”. Y volvió a rechazar la<br />

idea porque provocaría una reacción<br />

nacionalista favorable a<br />

Franco, pese a confesar que<br />

“vería con agrado, hablando<br />

personalmente, que hubiera un<br />

cambio en España en favor de<br />

una monarquía constitucional<br />

según modelos democráticos y<br />

una amnistía”.<br />

La negativa de Churchill no<br />

fue secundada por Truman, que<br />

reiteró su disposición a que la<br />

materia fuera estudiada por los<br />

ministros. Stalin hizo entonces<br />

una tercera propuesta: que el<br />

consejo preparara “una valoración<br />

del régimen de Franco,<br />

dejando claro ante la opinión<br />

pública que nosotros no le apoyábamos”<br />

y que fuera incluida<br />

“en una declaración publicada<br />

al final de la Conferencia”. Y,<br />

recordando las presiones ejercidas<br />

previamente por sus aliados<br />

para examinar la situación interna<br />

en otros países de Europa<br />

Oriental, puso de relieve que la<br />

cuestión se había convertido en<br />

una baza esencial para imponer<br />

el respeto a las esferas de influencia<br />

y amortiguar las críticas<br />

sobre la falta de libertades<br />

democráticas en la zona:<br />

“Esta sugerencia era la forma<br />

más suave de acción que podría tomarse<br />

y, de hecho, era más suave que<br />

la aplicada a Grecia, Yugoslavia o Polonia.<br />

Por tanto, sugería que los ministros<br />

de Exteriores reflexionaran sobre<br />

el asunto en este sentido” 19 .<br />

La reacción de Churchill<br />

ante esa estrategia soviética fue<br />

enérgica. Puso en duda que<br />

hubiera acuerdo sobre la necesidad<br />

de “hacer ninguna declaración<br />

sobre España” y reiteró<br />

su negativa a intervenir en “un<br />

país que no había estado en<br />

guerra contra nosotros y que<br />

no habíamos liberado”. Por eso<br />

rechazaba toda analogía “entre<br />

la cuestión española y, por<br />

ejemplo, la de Yugoslavia, Bulgaria<br />

y Rumania, donde francamente<br />

había cosas que a él<br />

no le gustaban”. En consecuencia,<br />

se negó a que los ministros<br />

examinaran el tema puesto que<br />

“ya tenían bastante trabajo”.<br />

La firmeza de Churchill<br />

paralizó la discusión. Con la<br />

aprobación de Stalin, tras<br />

constatar que “no había posibilidad<br />

de acuerdo en el momento<br />

presente”, Truman suspendió<br />

el debate y pasó al<br />

siguiente punto del orden del<br />

día: Yugoslavia. Fue entonces<br />

cuando los occidentales pudieron<br />

apreciar el valor táctico de<br />

la baza española para la URSS.<br />

Cuando Churchill protestó por<br />

el carácter sovietizante del Gobierno<br />

de Tito y exigió “una<br />

declaración” demandando el<br />

respeto a la resolución de Yalta,<br />

Stalin replicó que sería una intervención<br />

en los asuntos internos<br />

de Yugoslavia y se negó a<br />

discutir “sin la presencia de representantes<br />

del Gobierno yugoslavo”.<br />

Con muestras de impaciencia,<br />

Truman también<br />

dio por clausurado el debate.<br />

La búsqueda<br />

de un compromiso<br />

Finalizada la sesión, la delegación<br />

británica se vio obligada a<br />

revisar su actitud sobre la cues-<br />

19 Ibídem.<br />

58 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


tión española para evitar nuevas<br />

parálisis. En la misma tarde<br />

del día 19, Hoyer-Millar, alto<br />

cargo del Foreign Office, sugirió<br />

una vía que podría “tanto<br />

satisfacer a la delegación rusa<br />

como indicar efectivamente<br />

nuestro desagrado con el régimen<br />

de Franco sin aparecer como<br />

interviniendo directamente<br />

en los asuntos internos españoles”.<br />

Aunque la propuesta original<br />

soviética “bajo ninguna<br />

circunstancia” era aceptable, la<br />

actitud conciliadora de Stalin<br />

permitía “intentar hallar alguna<br />

forma de resolución anti-<br />

Franco básicamente anodina”.<br />

Una mera resistencia sólo haría<br />

“a los rusos más obstinados en<br />

aspectos que consideramos importantes”<br />

y crearía la impresión<br />

“de que somos pro-Franco<br />

y reaccionarios”. En consecuencia,<br />

sobre la base de la<br />

moción aprobada en San Francisco,<br />

proponía una resolución<br />

“básicamente anodina”:<br />

“Los tres Gobiernos, aunque reconocen<br />

que sólo el pueblo español<br />

puede escoger el tipo de gobierno bajo<br />

el que quiere vivir, se sienten obligados<br />

a dejar claro que, por lo que a<br />

ellos respecta, les será muy difícil establecer<br />

sus relaciones con España sobre<br />

una base mejor en tanto que el general<br />

Franco y el régimen falangista permanezcan<br />

en el poder. En particular,<br />

mientras el presente régimen en España<br />

siga inalterado, los tres Gobiernos<br />

serán incapaces de apoyar ninguna solicitud<br />

del Gobierno español para ingresar<br />

en la Organización de las Naciones<br />

Unidas” 20 .<br />

Asumido el cambio táctico,<br />

la delegación británica mostró<br />

su flexibilidad en la tercera reunión<br />

del consejo de ministros,<br />

celebrada el 20 de julio, para<br />

debatir cuatro temas: Italia, España,<br />

Declaración de Yalta y<br />

Rumania. Nada más comenzar<br />

la sesión, Byrnes hizo una propuesta<br />

para superar la diferencia<br />

anglo-soviética sobre España.<br />

Apoyándose en una previa<br />

petición de Truman para que la<br />

conferencia hiciera público un<br />

comunicado de apoyo al ingre-<br />

20 Minuta, 19 de julio de 1945,<br />

FO 371/49613 Z9237.<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

so de Italia en la ONU, sugirió<br />

“que dicho anuncio pudiera indicar<br />

que las tres grandes potencias<br />

no favorecerían la admisión<br />

de España a las Naciones<br />

Unidas en tanto que permaneciera<br />

bajo control del presente<br />

régimen”. Eden aceptó y añadió<br />

que, para remarcar “el contraste<br />

con España”, podría incluirse<br />

en el comunicado una<br />

referencia a “otros países neutrales<br />

en la misma posición que<br />

Italia” (Suecia, Suiza y Portugal).<br />

Molotov también la aceptó,<br />

no sin añadir un matiz sustancial:<br />

que la declaración también<br />

hiciera referencia “a la<br />

admisión de Estados ex enemigos<br />

que se habían convertido<br />

en cobeligerantes” (Bulgaria y<br />

otros países ocupados por tropas<br />

soviéticas). En consecuencia,<br />

se aprobó la creación de un<br />

comité para redactar el proyecto<br />

de declaración.<br />

El comité designado emprendió<br />

su tarea el 21 de julio.<br />

Los británicos habían consensuado<br />

con los americanos que<br />

la referencia a España se limitara<br />

a vetar su ingreso en la<br />

ONU. Los soviéticos pretendieron<br />

introducir en ella “los<br />

mismos sentimientos que aparecían<br />

en la propuesta original<br />

soviética” y “todo tipo de frases<br />

sugiriendo que España era una<br />

amenaza a la paz mundial, que<br />

Franco era un criminal, etcétera”<br />

(según Hoyer-Millar). Sin<br />

embargo, aceptaron la propuesta<br />

anglo-americana a cambio de<br />

“ciertos añadidos finales para<br />

indicar por qué no nos gusta el<br />

régimen de Franco”. Por tanto,<br />

el comité acordó una referencia<br />

a España cuyo texto sería íntegramente<br />

asumido en el comunicado<br />

final de la conferencia y<br />

que, en opinión del representante<br />

británico, “es bastante<br />

más suave que la propuesta soviética<br />

original, la cual podría<br />

habernos causado una buena<br />

dosis de incomodidades si hu-<br />

21 Carta de Hoyer-Millar a Harvey,<br />

21 de julio de 1945, FO 371/-<br />

49612 Z8823. Minuta de Hoyer-Millar,<br />

16 de agosto de 1945, FO 371/-<br />

49613 Z9726.<br />

biera sido mantenida por la delegación<br />

soviética” 21 .<br />

Sin embargo, la actitud<br />

conciliadora soviética en la<br />

cuestión española no se extendió<br />

a los otros temas citados en<br />

la declaración. A tono con su<br />

estrategia de imponer el respeto<br />

a las esferas de influencia<br />

respectivas, los soviéticos se negaron<br />

a aceptar la inclusión de<br />

un párrafo apoyando el ingreso<br />

de Italia en la ONU si no se<br />

incluía otro igual relativo a los<br />

Estados de Europa Oriental,<br />

junto con una recomendación<br />

para que las potencias occidentales<br />

establecieran relaciones<br />

diplomáticas con ellos. Los anglo-americanos<br />

rechazaron la<br />

propuesta de equiparar a Italia<br />

con esos Estados, porque hubiera<br />

comprometido su política<br />

de firmeza y respeto a la<br />

declaración de Yalta. El desacuerdo<br />

fue tan radical que ni<br />

siquiera las reuniones del consejo<br />

del 23 y 24 de julio pudieron<br />

encontrar una solución 22 .<br />

Por tanto, la materia fue remitida<br />

a la octava sesión plenaria<br />

de la conferencia en la tarde<br />

del día 24.<br />

El debate sobre Admisión a<br />

las Naciones Unidas de Estados<br />

ex enemigos y neutrales, celebrado<br />

tras una nueva discusión sobre<br />

Polonia, dio origen a uno<br />

de los momentos de mayor tensión<br />

en toda la conferencia. Sin<br />

ambages, Stalin condicionó su<br />

apoyo al ingreso de Italia en la<br />

ONU al reconocimiento occidental<br />

de los Gobiernos de Rumania,<br />

Hungría, Bulgaria y<br />

Finlandia y su ingreso en la<br />

ONU. Se negaba a cualquier<br />

“distinción artificial” entre Estados<br />

ex enemigos (“¿cuáles<br />

eran los méritos de Italia en<br />

comparación con otros satélites<br />

de Alemania?”) y veía en el trato<br />

diferencial “la intención de<br />

desacreditar a la Unión Soviética”.<br />

Con la misma firmeza,<br />

Truman y Churchill justificaron<br />

la diferencia subrayando<br />

22 Actas del consejo de ministros<br />

de Exteriores, FO 371/50865 U5729 y<br />

U5730.<br />

ENRIQUE MORADIELLOS<br />

que en Italia “todos eran libres<br />

de ir y venir”, en tanto que en<br />

Europa Oriental “nosotros<br />

habíamos sido seriamente obstaculizados<br />

en nuestros esfuerzos<br />

para conseguir acceso libre<br />

a esos países y recibir información<br />

desde ellos y sobre ellos”.<br />

En un duelo de réplicas con<br />

Stalin, Churchill afirmó que en<br />

Rumania y Bulgaria “estaba alzándose<br />

un telón de acero”. La<br />

respuesta de su interlocutor fue<br />

lacónica: “Ésos eran cuentos de<br />

hadas”. El enfrentamiento traducía<br />

el antagonismo entre la<br />

política soviética de respeto a<br />

las esferas de influencia y la voluntad<br />

occidental de limitar ese<br />

proceso y mantener su presencia<br />

en Europa Oriental. La discusión<br />

finalizó con el encargo<br />

de que los ministros buscaran<br />

una solución de compromiso 23 .<br />

Tras el debate del 24 de julio,<br />

la conferencia fue suspendida<br />

varios días por indisposición<br />

de Stalin y por el regreso<br />

de Churchill a Londres para<br />

esperar los resultados de las<br />

elecciones generales. Se reanudó<br />

el 28 de julio, tras el triunfo<br />

laborista; y una vez remodelada<br />

la delegación británica con un<br />

nuevo primer ministro, Attlee,<br />

y secretario del Foreign Office,<br />

Ernest Bevin. Pero el cambio<br />

no significó variación de la<br />

firmeza británica ante las demandas<br />

soviéticas. Durante la<br />

décima sesión plenaria del 28,<br />

Attlee y Bevin se mostraron<br />

opuestos al reconocimiento de<br />

los Gobiernos de Europa<br />

Oriental y exigentes en el respeto<br />

a la declaración de Yalta.<br />

A la par, no pidieron ninguna<br />

modificación en el apartado relativo<br />

a España del texto. Incapaz<br />

de superar la parálisis, Truman<br />

propuso abandonar la<br />

idea de “una declaración sobre<br />

la admisión de Estados neutrales<br />

y ex enemigos en las Naciones<br />

Unidas”. Tanto Stalin como<br />

Attlee aceptaron 24 .<br />

Sin embargo, los america-<br />

23 Acta de la sesión, FO 371/-<br />

50867 U6197.<br />

24 FO 371/50867 U6197.<br />

59


POTSDAM, 1945: EL FRANQUISMO EN ENTREDICHO<br />

nos siguieron buscando un<br />

compromiso que evitara la revelación<br />

pública del desacuerdo<br />

entre las potencias sobre un tema<br />

crucial. El 31 de julio, víspera<br />

de la clausura de la conferencia,<br />

Byrnes propuso un nuevo<br />

texto de declaración donde<br />

las potencias afirmaban su voluntad<br />

de ver terminada “la<br />

presente situación anómala de<br />

Italia, Bulgaria, Finlandia,<br />

Hungría y Rumania” mediante<br />

“la conclusión de tratados de<br />

paz” y encargaban al consejo de<br />

ministros su redacción. En párrafos<br />

separados para Italia y los<br />

otros países, se manifestaba que<br />

dicha conclusión de tratados de<br />

paz con “gobiernos democráticos<br />

reconocidos” haría posible<br />

su ingreso en la ONU. También<br />

se recogía la voluntad de<br />

las potencias de “examinar separadamente”<br />

la posibilidad de<br />

establecer relaciones diplomáticas<br />

con los Gobiernos de Europa<br />

Oriental “antes de la conclusión<br />

de los tratados de paz” y “a<br />

la luz de las condiciones entonces<br />

prevalecientes”. La equilibrada<br />

redacción satisfizo a Stalin<br />

y Attlee, que dieron su conformidad<br />

al texto definitivo de<br />

la declaración, cuyo apartado<br />

sobre España no sufrió modificación<br />

ni suscitó nuevos debates<br />

25 . De este modo, el 2 de<br />

agosto de 1945, el comunicado<br />

final de la conferencia de Potsdam<br />

incluía la referencia a España<br />

que ya había sido consensuada<br />

el 24 de julio.<br />

Una concesión máxima,<br />

no un punto de partida<br />

Nominalmente, la referencia a<br />

la cuestión española era una condena<br />

al ostracismo internacional<br />

del franquismo por las tres<br />

grandes potencias. Pero sobre<br />

todo era el laborioso resultado<br />

de un mínimo común denominador<br />

entre las aspiraciones soviéticas<br />

y las concesiones angloamericanas.<br />

Churchill pudo<br />

vanagloriarse el 16 de agosto de<br />

que dicha declaración “contenía<br />

los términos más duros, de-<br />

25 Ibídem.<br />

liberada y calculadamente duros,<br />

contra ese régimen”. Mas<br />

reconocía sus límites al declarar<br />

que “sería equivocado intervenir<br />

en España por la fuerza o<br />

tratar de reanudar la guerra civil”<br />

26 . También Bevin reconoció<br />

ese aspecto en su primera<br />

declaración pública sobre la<br />

cuestión española el día 20: enfatizó<br />

que “no podemos admitir<br />

a España en el club”, pero<br />

reafirmó el principio de no intervención<br />

y la voluntad de “no<br />

tomar ninguna medida que<br />

promoviera o estimulara la guerra<br />

civil en ese país” 27 . Así<br />

pues, la declaración de Potsdam<br />

era la máxima condena prevista<br />

contra Franco y no el punto de<br />

partida de una campaña efectiva<br />

contra el régimen español.<br />

En Madrid no tardaron en<br />

apreciar el significado real de<br />

Potsdam. Carrero Blanco, principal<br />

consejero político de Franco,<br />

así lo anotaría a fines de<br />

agosto de 1945: la referencia a<br />

España era “una insigne impertinencia”,<br />

pero también “una<br />

fórmula platónica” y “a mí me<br />

satisfizo porque esperaba algo<br />

peor”. No en vano, demostraba<br />

que “los anglosajones aceptarán<br />

lo que sea de España si no nos<br />

dejamos avasallar, porque en<br />

modo alguno quieren desórdenes<br />

que puedan abocar a una situación<br />

filocomunista en la península<br />

Ibérica” 28 . El mismo<br />

alivio experimentó Alberto<br />

Martín Artajo, nuevo ministro<br />

de Asuntos Exteriores de Franco:<br />

era “menos de lo que se temía<br />

en España y de lo que se esperaba<br />

fuera” 29 .<br />

El deterioro de las relaciones<br />

entre los occidentales y la<br />

URSS que siguió a la conferen-<br />

26 Parliamentary Debates. House of<br />

Commons, cols. 89-90, 16 de agosto de<br />

1945. 27 Parliamentary Debates. House of<br />

Commons, col. 296, 20 de agosto de<br />

1945. 28 Nota del 29 de agosto. Citada<br />

en J. Tusell: Carrero. La eminencia gris<br />

del régimen de Franco, pág. 129. Madrid,<br />

1993.<br />

29 J. Tusell: Franco y los católicos.<br />

La política interior española entre 1945 y<br />

1957, págs. 96 y 97. Alianza, Madrid,<br />

1984.<br />

cia de Potsdam acentuó de modo<br />

proporcional esa política<br />

anglo-americana de no intervención<br />

en España y aceptación<br />

resignada de la continuidad<br />

de Franco en el poder. El<br />

fracaso de la conferencia de<br />

ministros de Exteriores celebrada<br />

en Londres (septiembre<br />

de 1945), una vez lograda la<br />

victoria sobre Japón, marcó un<br />

punto de no retorno en la desintegración<br />

de la Gran Alianza<br />

y el descenso hacia la guerra<br />

fría. Es significativo que Molotov<br />

volviera a utilizar la baza<br />

española en dicha conferencia.<br />

Ante la negativa occidental a<br />

reconocer a los Gobiernos de<br />

Europa Oriental por su carácter<br />

antidemocrático, Molotov<br />

replicó “los presentes Gobiernos<br />

de España y Argentina<br />

eran más fascistas que democráticos<br />

y, sin embargo, el Gobierno<br />

de EE UU mantiene relaciones<br />

diplomáticas con los<br />

mismos” 30 . Pero la estrategia<br />

soviética para imponer el respeto<br />

a las esferas de influencia<br />

no fructificó esa vez. En la atmósfera<br />

de recelos imperante,<br />

los occidentales estaban abandonando<br />

la política de cooperación<br />

en favor de la contención<br />

del temido expansionismo<br />

soviético.<br />

En ese nuevo contexto, las<br />

siempre escasas posibilidades<br />

de endurecer la presión occidental<br />

sobre Franco se redujeron<br />

drásticamente. Por el contrario,<br />

fueron resaltando las<br />

contradicciones inherentes en<br />

esa política. A principios de<br />

marzo de 1946, un día antes<br />

de que Churchill pronunciara<br />

su discurso en Fulton condenando<br />

el telón de acero en Europa<br />

Oriental, Hoyer-Millar<br />

redactaba esta nota sobre su<br />

conversación con Mr. George,<br />

consejero de la Embajada norteamericana<br />

en Londres:<br />

30 Declaración hecha durante la<br />

reunión del 21 de septiembre. P. de Senarclens:<br />

From Yalta to the Iron Curtain,<br />

pág. 96.<br />

31 Minuta del 4 de marzo de 1946.<br />

FO 371/60352 Z2193.<br />

“Se mostró totalmente de acuerdo<br />

conmigo en que más alfilerazos<br />

contra España serían inútiles y que no<br />

harían nada para acelerar la marcha de<br />

Franco. Pensaba que nuestra política<br />

actual, y la de Estados Unidos, no<br />

sólo era realmente ilógica, sino en alguna<br />

medida deshonesta. Si, como<br />

decíamos en público, estábamos realmente<br />

convencidos de que Franco debía<br />

irse de una vez, entonces deberíamos<br />

estar preparados para adoptar<br />

medidas drásticas para echarle e intervenir<br />

directamente en los asuntos españoles.<br />

En la práctica, asumiendo<br />

siempre que la intervención armada<br />

para echar a Franco estaba descartada,<br />

esto sólo podía significar que nosotros<br />

y los americanos adoptaríamos medidas<br />

activas para estimular la formación<br />

de un Gobierno alternativo aceptable<br />

(…). Por otro lado, si no estábamos<br />

preparados para intervenir de<br />

este modo y animar activamente a los<br />

elementos de la oposición en España,<br />

entonces no deberíamos tomar más<br />

medidas drásticas para librarnos de<br />

Franco antes de que los propios españoles<br />

hubieran tenido tiempo para<br />

aclararse sobre la mejor forma de gobierno<br />

alternativo” 31 .<br />

En efecto, entre 1946 y<br />

1947 la diplomacia anglo-americana<br />

fue renunciando gradualmente<br />

a la política de “alfilerazos”<br />

retóricos en la medida<br />

en que lo permitía el estado de<br />

la opinión pública occidental y<br />

al compás de la intensificación<br />

de la guerra fría. Así, apenas<br />

dos años después de su publicación,<br />

la referencia a España<br />

de la declaración de Potsdam<br />

se había convertido en vestigio<br />

del pasado. Su epitafio final<br />

llegaría 10 años después, en<br />

1955, con el ingreso en la<br />

ONU de una España todavía<br />

regida por el general Franco. n<br />

Enrique Moradiellos es profesor de<br />

Historia Contemporánea. Autor de La<br />

perfidia de Albión. El Gobierno británico<br />

y la guerra civil española.<br />

60 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


De Woolsthorpe a Cambridge<br />

Isaac Newton, la mente más poderosa<br />

de la que tiene constancia<br />

la humanidad, nació en las primeras<br />

horas del día de Navidad<br />

de 1642. Hijo póstumo –y prematuro–<br />

de un pequeño agricultor,<br />

creció en la casa paterna (que<br />

todavía existe), en el caserío de<br />

Woolsthorpe, situado cerca del<br />

pueblo de Colsterworth, 11 kilómetros<br />

al sur de Grantham, en<br />

Linconshire (Inglaterra). Como<br />

no podía ser menos tratándose<br />

de semejante personaje, no han<br />

faltado los intentos de justificar<br />

rasgos prominentes de su carácter<br />

a partir de argumentos de índole<br />

psicoanalítico: así, Frank Manuel<br />

(A Portrait of Isaac Newton) introdujo<br />

como elemento a considerar<br />

las relaciones que sostuvo<br />

con su madre, Hannah, que en<br />

1645 se casó de nuevo, esta vez<br />

con un clérigo –Barnabas Smith,<br />

rector de North Witham–. Isaac<br />

no acompañó a su madre, permaneciendo<br />

con su abuela en<br />

Woolsthorpe: cerca desde el punto<br />

de vista de las distancias (sólo<br />

le separaban dos kilómetros de<br />

North Witham), pero lejos, muy<br />

lejos, desde el más relativo, aunque<br />

no menos real, de las emociones.<br />

Barnabas, que entonces<br />

tenía 63 años, vivió hasta los 71,<br />

y Hannah tuvo tres hijos con él,<br />

con los que regresó a Woolsthorpe<br />

en 1653. Todos estos hechos<br />

no debieron ser fáciles para un<br />

espíritu tan obsesivo como el de<br />

Newton, dando ocasión, siglos<br />

más tarde, a que un investigador<br />

tan sutil e informado como Manuel<br />

explorase su subterráneo y<br />

poderoso universo mental.<br />

La carrera universitaria, y a la<br />

postre científica también, del joven<br />

Isaac comenzó en los primeros<br />

días de junio de 1661, cuan-<br />

I. Newton<br />

GALERÍA DE CIENTÍFICOS<br />

ISAAC NEWTON<br />

El grande entre los grandes<br />

do fue admitido en el Trinity College<br />

de Cambridge. Aunque gozó<br />

del privilegio de recibir una<br />

educación superior, lo hizo con la<br />

limitación de ingresar en la Universidad<br />

como subsizar, es decir,<br />

como un estudiante pobre que<br />

pagaba su estancia con trabajos<br />

serviles para los fellows (miembros<br />

del college) y estudiantes más<br />

ricos. El orgullo, el inmenso orgullo,<br />

de Isaac debió sufrir ante<br />

semejante situación, una situación<br />

que, de hecho, contiene elementos<br />

extraños: Hannah no era,<br />

tras acumular dos herencias y su<br />

propia dote, una mujer pobre.<br />

¿Se comportó de aquella manera<br />

JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ RON<br />

con Isaac –se ha preguntado Derek<br />

Gjertsen (The Newton Handbook)–<br />

debido a una innata tacañería,<br />

por hostilidad a su hijo,<br />

por dificultades financieras o<br />

porque creía que era bueno para<br />

él? No lo sabemos.<br />

El hecho incontrovertible es<br />

que las habilidades y conocimientos<br />

de Newton florecieron<br />

en Cambridge, lugar que sería<br />

su hogar durante una buena parte<br />

de su vida, hasta que en 1696,<br />

ya reconocido y poderoso, abandonó<br />

las orillas del Cam por<br />

Londres para ocuparse de la dirección<br />

del Mint, la Casa de la<br />

Moneda inglesa. Un momento<br />

culminante de su estancia en<br />

Cambridge fue cuando obtuvo<br />

la cátedra lucasiana. Instituida<br />

por Henri Lucas, el primer cátedrático<br />

lucasiano fue, en 1663, el<br />

matemático, filósofo natural y<br />

teólogo Isaac Barrow, uno de los<br />

maestros de Newton. De hecho,<br />

en 1669 Barrow renunció a su<br />

cátedra en favor de su antiguo<br />

alumno, no está claro si como<br />

un rasgo de generosidad ante<br />

una persona en quien reconocía<br />

extraordinarios méritos científicos<br />

o porque no deseaba seguir<br />

ocupándose de una cátedra que,<br />

aunque fuese de manera más nominal<br />

que real (los alumnos que<br />

asistían a sus clases eran –y seguirían<br />

siéndolo con su sucesor–<br />

muy pocos, ninguno a veces),<br />

implicaba dedicación a la física y<br />

las matemáticas, mientras que en<br />

lo que él estaba realmente interesado<br />

era en la teología.<br />

Matemático<br />

La cátedra y su pertenencia al<br />

Trinity College (fue elegido fellow<br />

en 1667) hicieron posible<br />

que Newton se dedicase por<br />

completo a la filosofía natural,<br />

el nombre empleado entonces<br />

para designar lo que ahora llamamos<br />

ciencias físico-químicas.<br />

La obra científica de Newton es<br />

tan extraordinaria que no es posible<br />

hacerle justicia en unas<br />

pocas páginas. Cuando se intenta<br />

resumirla uno tiene la impresión<br />

de que está cometiendo algo<br />

así como un crimen. Pero<br />

peor crimen es la ignorancia.<br />

En una primera aproximación,<br />

correcta pero tan poco fina<br />

que más parece una caricatura,<br />

habría que decir que Newton alcanzó<br />

su mayor altura en matemáticas<br />

y física. Se trata, además,<br />

de dos ciencias íntimamente re-<br />

62 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


lacionadas entre sí, especialmente<br />

en el sentido de que la física<br />

pretende codificar en forma de<br />

expresiones matemáticas las regularidades<br />

que detectamos en la<br />

naturaleza. Newton se aprovechó<br />

especialmente de este hecho, ya<br />

que una de sus grandes –seguramente<br />

la mayor– aportaciones a<br />

la matemática, la versión del<br />

cálculo diferencial denominada<br />

cálculo de fluxiones, le permitió<br />

explorar con una precisión y seguridad<br />

antes desconocida el universo<br />

de los movimientos. No es,<br />

por supuesto, que todo problema<br />

matemático tenga que poseer<br />

una conexión física, y el propio<br />

Newton planteó y resolvió muchas<br />

cuestiones matemáticas puras,<br />

tantas que habría pasado a la<br />

historia de la ciencia aunque no<br />

hubiera escrito una sola línea sobre<br />

los fenómenos que tienen lugar<br />

en la naturaleza, pero no hay<br />

duda de que su gran momento<br />

tuvo que ver con la manera en<br />

que combinó matemáticas (mezclando<br />

el antiguo, tradicional, estilo<br />

geométrico euclidiano con el<br />

fluxional) y física, una combinación<br />

con la que, de hecho, estableció<br />

el método científico de la<br />

ciencia moderna y que alcanzó<br />

su cumbre con la publicación, en<br />

1687, de uno de los clásicos universales<br />

de la ciencia: Philosophiae<br />

Naturalis Principia Mathematica<br />

(Principios matemáticos de<br />

la filosofía natural), seguramente<br />

el tratado científico más influyente<br />

jamás escrito. Pero es pronto<br />

todavía para abordar los Principia.<br />

El método newtoniano de<br />

las fluxiones introdujo una profunda<br />

revolución en la matemática;<br />

por lo que sabemos, data<br />

del verano de 1665, encontrándose<br />

expuesto en un tratado de<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

octubre de 1666, aunque su desarrollo<br />

más completo aparece<br />

en De methodis fluxionum<br />

(1670-1671). Ninguno de estos<br />

trabajos fue publicado entonces:<br />

el de 1665 vería la luz de la letra<br />

impresa en 1967 (The Mathematical<br />

Papers of Isaac Newton,<br />

vol. I, D. T. Whiteside, ed.), el<br />

de 1666 en 1962 (The Unpublished<br />

Scientific Papers of Isaac<br />

Newton. A Selection from the<br />

Portsmouth Collection in the University<br />

Library, Cambridge, A. R.<br />

Hall y M. B. Hall, eds.), y el de<br />

1670-16711 en 1736 (en versión<br />

al inglés de John Colson).<br />

Matemática sintética<br />

frente a analítica<br />

El método fluxional fue la primera<br />

versión de cálculo diferencial<br />

ideada, pero pronto encontró<br />

un competidor: el cálculo infinitesimal<br />

desarrollado por otro<br />

gran genio: Gottfried Wilhelm<br />

Leibniz. Ambos métodos son<br />

virtualmente equivalentes, lo que<br />

no quiere decir que sean igualmente<br />

recomendables. Pero antes<br />

de entrar en este punto es<br />

inevitable referirse a la agria polémica<br />

que surgió entre ambos<br />

pensadores y sus respectivos seguidores<br />

a propósito de la prioridad<br />

en la invención.<br />

Se ha escrito tanto sobre<br />

aquella polémica, que destiló una<br />

gran maldad en espíritus supuestamente<br />

elevados, que lo mejor<br />

es limitarse a apuntar algunos datos.<br />

Así, no hay dudas acerca de<br />

la prioridad de Newton, una<br />

prioridad que se complicó (en lo<br />

que a reconocimiento público se<br />

refiere) debido al patológico rechazo<br />

de éste a que se publicasen<br />

sus descubrimientos. Sin embargo,<br />

algunos datos salieron de su<br />

estudio: Barrow envió al mate-<br />

mático John Collis copia de uno<br />

de los manuscritos newtonianos,<br />

De analysi, que versaba sobre las<br />

series infinitas en su aplicación a<br />

las cuadraturas, una cuestión no<br />

centrada en el cálculo fluxional<br />

pero sí relacionada con él. Desde<br />

entonces, Collis (que preparó<br />

una copia de De analysi para su<br />

propio uso) persiguió con ahínco<br />

a Newton, cuyo genio matemático<br />

reconoció. Uno de los frutos<br />

de esta persecución fue la carta<br />

que el 10 de diciembre de 1672<br />

le escribió Newton, en la que incluía<br />

como comentario aparentemente<br />

casual, y no desarrollado,<br />

el que había desarrollado un<br />

método general que, además de<br />

permitirle encontrar la tangente a<br />

cualquier curva, servía asimismo<br />

para resolver “otros tipos de problemas<br />

más abstrusos”, como<br />

longitudes, áreas o centros de<br />

gravedad de curvas. Cuestiones<br />

éstas, por supuesto, que constituyen<br />

el primer objetivo de un<br />

cálculo diferencial e integral.<br />

Cuando el secretario de la<br />

Royal Society, Henry Oldenburg,<br />

una de cuyas funciones era mantener<br />

una red de corresponsales a<br />

los que informaba de logros científicos<br />

de interés, pidió ayuda a<br />

Collins para que le informase<br />

acerca de qué trabajos matemáticos<br />

se estaban llevando a cabo en<br />

Inglaterra, éste preparó un extenso<br />

sumario (conocido como Historiola),<br />

que incluía detalles de la<br />

carta de Newton de diciembre de<br />

1672. Y en este punto entra en la<br />

historia Leibniz, que visitó Londres<br />

entre enero y marzo de<br />

1673: allí conoció a Oldenburg,<br />

quien poco después, el 6 de abril,<br />

le envió una carta en la que utilizaba<br />

el informe preparado por<br />

Collis. En otoño de 1675, Leibniz<br />

desarrollaba las ideas princi-<br />

pales de su cálculo diferencial. El<br />

26 de junio de 1676, Oldenburg<br />

enviaba a Leibniz un resumen de<br />

la Historiola; éste, a su vez, realizó<br />

una nueva visita a Londres en octubre,<br />

momento en el que Collis<br />

le mostró su copia de De analysi y<br />

la versión completa de la Historiola.<br />

Todo, absolutamente todo,<br />

sin que Newton supiera nada. En<br />

1684, Leibniz publicaba Nova<br />

methodus pro maximis et minimis,<br />

su primera publicación sobre el<br />

cálculo, que se limitaba a la diferenciación;<br />

en 1686 aparecía De<br />

geometria recondita, que ya incluía<br />

la integración.<br />

No hay duda, por consiguiente,<br />

de que Newton fue el<br />

primero en descubrir el cálculo<br />

diferencial. Menos claro está cuál<br />

fue la deuda de Leibniz a los escritos<br />

newtonianos a que tuvo<br />

acceso, no muy explícitos, desde<br />

luego. En el peor de los casos,<br />

siempre se podría decir aquello<br />

que escribió Bernard le Bovier<br />

de Fontenelle, el literato secretario<br />

perpetuo de la Académie<br />

Royales des Sciences de París, en<br />

el éloge que dedicó a Newton,<br />

como associé étranger, tras la<br />

muerte de éste: “Y si [Leibniz]<br />

tomó [el cálculo diferencial] de<br />

sir Isaac, al menos se asemejó al<br />

Prometeo en la fábula, que robó<br />

fuego a los dioses para dárselo a<br />

la humanidad”. Para Fontenelle,<br />

Newton era, por supuesto, uno<br />

de esos dioses.<br />

Pero Leibniz hizo mucho<br />

más que poner a disposición del<br />

mundo un precioso instrumento<br />

que Newton no parecía dispuesto<br />

a compartir. La versión leibniziana<br />

del cálculo ofrece muchas ventajas.<br />

La notacional es una de<br />

ellas: la que él diseñó se ha mantenido,<br />

prácticamente inalterada,<br />

hasta la fecha. Pero no es la única,<br />

63


ISAAC NEWTON<br />

ni siquiera la principal: la versión<br />

newtoniana del cálculo depende<br />

mucho más de la idea (e imagen)<br />

de movimiento que la de Leibniz<br />

(las curvas aparecen descritas<br />

por el movimiento de un punto<br />

que fluye); es, en consecuencia,<br />

menos poderosa a la hora de manipular<br />

formalmente ecuaciones,<br />

menos, en definitiva, abstracta.<br />

Se trataba de una matemática sintética,<br />

porque involucraba la idea<br />

de movimiento, que no se consideraba<br />

algebraico. El cálculo infinitesimal<br />

de Leibniz, por el contrario,<br />

se amoldó perfectamente<br />

(más bien, habría que decir que<br />

propició) a la revolución analítica<br />

que se introdujo en la matemática<br />

europea durante la segunda<br />

mitad del siglo XVIII, gracias a<br />

los esfuerzos de, especialmente,<br />

Euler y Lagrange (éste avanzó sustancialmente<br />

en la dirección de<br />

reducir la mecánica al análisis, en<br />

lo que se vendría a denominar<br />

mecánica analítica). Se la llamó<br />

analítica porque sus principales<br />

características eran la manipulación<br />

formal de ecuaciones, el empleo<br />

de un método formal o algebraico,<br />

esto es, analítico. Frente<br />

al enfoque sintético, los<br />

“analíticos” negaban la necesidad<br />

de deducciones físicas o geométricas,<br />

argumentando que el enfoque<br />

intuitivo de la escuela sintética<br />

daba lugar a inconsistencias<br />

dentro del análisis: así, para<br />

llevar una mayor pureza algebraica<br />

a la teoría de límites, la dotaron<br />

de definiciones abstractas libres<br />

de cualquier artificio heurístico.<br />

Se abrió de esta manera un camino<br />

por el que transitaron, entre<br />

otros, Cauchy, Hamilton, Jacobi,<br />

Poisson o Poincaré. Un camino,<br />

por cierto, que tuvo que esperar<br />

algo más para ser frecuentado<br />

en Gran Bretaña, debido,<br />

precisamente, al prestigio de<br />

Newton. Sería gracias a William<br />

Whewell que esta situación comenzaría<br />

a cambiar. En su influyente<br />

tratado Philosophy of the Inductive<br />

Sciences (1840), Whewell,<br />

que ocupó cátedras de Mineralogía<br />

y Filosofía Moral en Cambridge,<br />

siendo, además, master del<br />

Trinity College entre 1841 y<br />

1866 (el año en que murió), expresó<br />

excelentemente la situación:<br />

“Los métodos sintéticos de investigación<br />

seguidos por Newton fueron…<br />

un instrumento sin duda poderoso en<br />

su excelsa mano pero demasiado pesado<br />

para que lo pudieran emplear con éxito<br />

otras personas. Los compatriotas de<br />

Newton fueron los que más tiempo se<br />

adhirieron a tales métodos, debido a la<br />

admiración que sentían por su maestro,<br />

y, por este motivo, los cultivadores ingleses<br />

de la astronomía física se quedaron<br />

rezagados, frente a los progresos de la<br />

ciencia matemática en Francia y Alemania,<br />

por un gran margen que sólo recientemente<br />

han superado. En el continente,<br />

las ventajas ofrecidas por un familiar<br />

uso de símbolos, y por la atención<br />

prestada a su simetría y otras relaciones,<br />

fueron aceptadas sin reserva. De esta manera,<br />

el Cálculo Diferencial de Leibniz,<br />

que fue, en su origen y significado, idéntico<br />

al Método de Fluxiones de Newton,<br />

pronto sobrepasó a su rival en la extensión<br />

y generalidad de sus aplicaciones<br />

a problemas”.<br />

Como saben muy bien los<br />

estudiosos de la economía, ser el<br />

primero no siempre es lo mejor:<br />

introduce unas ligaduras de las<br />

que no es fácil desprenderse.<br />

Investigador de la naturaleza<br />

A la par que sus indagaciones<br />

matemáticas, Newton comenzó a<br />

explorar el mundo de la naturaleza.<br />

Estimulado por las enseñanzas<br />

de Barrow y la teoría de la<br />

luz de Descartes, hacia 1664 empezó<br />

a interesarse por los fenómenos<br />

ópticos. No fue, sin embargo,<br />

hasta 1666 (año que pasó<br />

en Woolsthorpe debido a una<br />

epidemia que obligó a cerrar la<br />

universidad en agosto de 1665)<br />

cuando intensificó sus esfuerzos,<br />

recurriendo a un instrumento<br />

simple pero en sus manos extremadamente<br />

precioso: un prisma<br />

de vidrio. He aquí cómo se refirió<br />

al inicio de sus experimentos<br />

en el artículo que publicó en el<br />

número del 19 de febrero de<br />

1672 de las Philosophical Transactions<br />

de la Royal Society:<br />

“A comienzos del año 1666 (momento<br />

en el que me apliqué a pulir cristales<br />

ópticos de formas distintas a la esférica)<br />

me proporcioné un prisma triangular<br />

de cristal para ocuparme con él del celebrado<br />

fenómeno de los colores. Habiendo<br />

oscurecido mi habitación, hice<br />

un pequeño agujero en una contraventana<br />

para dejar pasar sólo una cantidad<br />

conveniente de luz del Sol y coloqué<br />

mi prisma en su entrada, de manera que<br />

pudiese ser refractado en la pared opues-<br />

ta. Al principio, ver los vivos e intensos<br />

colores así producidos constituyó una<br />

muy entretenida distracción, pero después<br />

de un rato intentando considerarlos<br />

más cuidadosamente me sorprendió<br />

verlos en forma oblonga, cuando, según<br />

las leyes aceptadas de la refracción,<br />

esperaba que hubiesen sido circulares”.<br />

Semejante anomalía le indujo<br />

a recurrir a un segundo prisma,<br />

con el que llegó a la conclusión<br />

de que los colores (observados<br />

desde hacía ya siglos) que<br />

aparecían al pasar la luz “blanca”<br />

inicial por los prismas no eran<br />

“cualidades de luz, derivadas de<br />

refracciones o reflexiones de cuerpos<br />

naturales (como se cree generalmente),<br />

sino propiedades<br />

originales o innatas”. La luz visible<br />

se convertía, en consecuencia,<br />

en la combinación de diferentes<br />

colores elementales.<br />

Sus análisis de la dispersión<br />

y composición de la luz le sugirieron<br />

una forma de perfeccionar<br />

el telescopio, el instrumento indispensable<br />

para escudriñar el<br />

cosmos desde que Galileo lo introdujera<br />

para tales fines a comienzos<br />

de aquel siglo: comprendiendo<br />

que era, como escribió<br />

en la Optica, “un intento<br />

desesperado el mejorar los telescopios<br />

de longitudes dadas, por<br />

refracción”, construyó un telescopio<br />

reflector, que superaba a<br />

los hasta entonces en uso. De<br />

hecho, construyó dos: uno lo<br />

guardó para utilizarlo él mismo y<br />

el otro lo donó a la Royal Society,<br />

como reconocimiento por<br />

haberle elegido uno de sus<br />

miembros (el número 290) el 11<br />

de enero de 1672. Llegaría el día<br />

en que sería el todopoderoso<br />

presidente de esa sociedad, una<br />

de las primeras corporaciones<br />

científicas auténticamente modernas<br />

creadas (lo fue en 1660),<br />

aunque fue en 1662 cuando recibió<br />

la Carta Real.<br />

El anuncio realizado en 1672,<br />

a través de las páginas de las Philosophical<br />

Transactions, de sus observaciones<br />

e interpretaciones en<br />

el dominio de los fenómenos ópticos<br />

dio origen a una de las cosas<br />

que Newton más detestaba: la polémica.<br />

Y si las detestaba era, por<br />

encima de todo, porque significaba<br />

que su autoridad era cues-<br />

tionada, algo que él no podía<br />

aceptar. Humilde, ciertamente,<br />

nunca fue; sí, por el contrario, huraño,<br />

susceptible y desconfiado<br />

(alguien dijo de él que padecía de<br />

un tipo de lo que vulgarmente llamamos<br />

neurosis aguda en grado<br />

extremo: “Uno de los más temerosos,<br />

cautos y suspicaces temperamentos<br />

que jamás conocí”, aseguraba<br />

William Whiston, su sucesor<br />

en la cátedra lucasiana).<br />

Entró en conflicto, en particular,<br />

con Robert Hooke, el conservador<br />

(curator) de la Royal Society,<br />

magnífico científico él mismo<br />

(entre sus obras se encuentra la<br />

célebre Micrographia, 1665).<br />

Aquel agrio choque retraería aún<br />

más a Isaac de cualquier inclinación<br />

a publicar sus resultados, como<br />

se pondría de manifiesto más<br />

tarde a propósito de los Principia,<br />

y explica en parte también por<br />

qué tardó tanto en dar a la imprenta<br />

la obra en la que englobó<br />

sus investigaciones e ideas ópticas:<br />

hasta 1704 no apareció la Optica,<br />

su otro gran libro.<br />

La Optica es una obra mucho<br />

más accesible que los Principia.<br />

Esto es debido a que su componente<br />

matemático es muy pequeño<br />

y elemental, fruto, naturalmente,<br />

de la inexistencia entonces<br />

de una teoría general de los fenómenos<br />

de que se ocupa. Aun así,<br />

se trata de un libro en el que se<br />

observa con prístina claridad un<br />

componente básico del método<br />

newtoniano: la relación dialéctica<br />

entre observación e interpretación<br />

teórica. Más que Newton el matemático,<br />

el protagonista principal<br />

de este texto es Newton el hábil<br />

experimentador. Digno de reseñar<br />

es, asimismo, la inclusión de<br />

una serie de cuestiones en las que<br />

Isaac proponía “algunos interrogantes<br />

para que otros emprendan<br />

ulteriores investigaciones”. Independientemente<br />

de su valor para<br />

tan –en principio– noble fin como<br />

el de estimular a otros, las<br />

Cuestiones de la Optica constituyen<br />

una de las raras ocasiones en<br />

las que Newton, el Newton que<br />

hizo norma de comportamiento<br />

el “Hipothesis non fingo” (“No<br />

hago hipótesis”) –aunque, por supuesto,<br />

las hiciese–, expresaba opiniones<br />

que no podía sostener con<br />

64 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


argumentos firmes. No es, desde<br />

luego, frecuente encontrarse con<br />

textos publicados mientras vivía<br />

en los que se lean sentencias como:<br />

“¿Acaso el calor de la habitación<br />

templada no se transmite a través del vacío<br />

por las vibraciones de un medio más<br />

sutil que el aire y que permanece en el<br />

vacío una vez eliminado el aire?” (Cuest.<br />

18; 2ª edición); “¿Acaso el movimiento<br />

animal no se debe a las vibraciones de<br />

este medio, excitadas en el cerebro por<br />

el poder de la voluntad y propagadas<br />

desde ahí a través de los capilamentos<br />

sólidos, transparentes y uniformes de<br />

los nervios hasta los músculos, a fin de<br />

contraerlos y dilatarlos?” (Cuest. 24).<br />

Sus investigaciones ópticas<br />

ofrecen, en suma, una magnífica<br />

oportunidad para acceder a facetas<br />

de la personalidad de Newton<br />

que, sin ser ignoradas, han quedado<br />

con frecuencia en un segundo<br />

plano, debido, precisamente,<br />

a sus grandes éxitos como<br />

matemático y, como diríamos<br />

hoy, físico teórico. Me estoy refiriendo<br />

a su gran destreza manual<br />

y extraordinario poder de introspección<br />

concentrada y sostenida.<br />

Una destreza manual que llegó a<br />

aplicar a sí mismo: en algunos de<br />

sus experimentos tomó una aguja<br />

de zurcir y –utilizando su propia<br />

descripción del hecho (recuperada<br />

de manuscritos por Westfall<br />

y Christianson)– “la puse<br />

entre mi ojo y el hueso tan cerca<br />

como pude de la parte posterior<br />

de mi ojo”. Luego, en un ensayo<br />

cuyo solo pensamiento le pone<br />

a uno enfermo, empujó la aguja<br />

contra el globo ocular una y otra<br />

vez, hasta que aparecieron –le cito<br />

de nuevo– “varios círculos<br />

blancos, oscuros y coloreados”,<br />

círculos que “siguieron haciéndose<br />

evidentes cuando seguí frotando<br />

mi ojo con el extremo del<br />

punzón; pero si mantenía mi ojo<br />

y el punzón quietos, aunque continuara<br />

apretando mi ojo con él,<br />

los círculos se hacían más débiles<br />

y a menudo desaparecían hasta<br />

que seguía el experimento moviendo<br />

mi ojo o el punzón”.<br />

¿Sorprenderá el que pudiese<br />

ser cruel con otros (como, por<br />

ejemplo, el astrónomo real John<br />

Flamsteed), él, que fue cruel incluso<br />

consigo mismo?<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

Los ‘Principia’<br />

Pero ya es hora de referirse a su<br />

obra suprema: Philosophiae Naturalis<br />

Principia Mathematica,<br />

publicada, como ya apunté, en<br />

1687. Las circunstancias que rodean<br />

la génesis del contenido de<br />

este libro, así como el que Newton<br />

aceptase prepararlo y que<br />

fuese publicado, nos llevarían<br />

demasiado lejos, aunque, ciertamente,<br />

hay que recordar –y agradecer–<br />

la participación decisiva<br />

de alguien cuyo nombre es recordado<br />

por otros –en última<br />

instancia menos trascendentales–<br />

menesteres: el astrónomo<br />

Edmond Halley. Me limitaré a<br />

algunos apuntes relativos al contenido<br />

de este gran libro.<br />

Lo primero que hay que decir<br />

es que Principia es una obra<br />

compleja y difícil. Entre sus<br />

múltiples aportaciones destaca,<br />

constituyendo lo que se puede<br />

denominar su núcleo central, el<br />

que en ella Newton desarrolló<br />

un sistema dinámico basado en<br />

tres leyes del movimiento; leyes<br />

que, a pesar de que hoy sabemos<br />

–desde que Albert Einstein formulara<br />

en 1905 la teoría especial<br />

de la relatividad– que no son<br />

completamente exactas, constituyen<br />

el fundamento de la inmensa<br />

mayoría de los instrumentos<br />

móviles de que disponemos<br />

(incluyendo las sondas<br />

espaciales que investigan el espacio<br />

profundo). Jamás elementos<br />

de una teoría científica han<br />

influido más en la humanidad<br />

que estas tres leyes newtonianas<br />

(de Newton, aunque también de<br />

otros, como Galileo y Descartes,<br />

a quienes se deben versiones de<br />

las dos primeras). Hay que señalar,<br />

no obstante, que la historia<br />

de la mecánica newtoniana<br />

no terminó en 1687: los Principia,<br />

por ejemplo, no contienen<br />

principios como los de conservación<br />

del momento o de la<br />

energía, que hoy consideramos<br />

como aspectos muy importantes<br />

de la mecánica teórica.<br />

Otra joya suprema de los<br />

Principia es la ley de la gravitación<br />

universal, que permitió<br />

contemplar como manifestaciones<br />

de un mismo fenómeno la<br />

caída de graves en la superficie<br />

terrestre y los movimientos de<br />

los planetas. Esta ley no hace su<br />

aparición en los Principia hasta<br />

el libro tercero, Sobre el sistema<br />

del mundo; más concretamente,<br />

y tras una elaborada gestación,<br />

en la ‘Proposición VII. Teorema<br />

VII’ y sus dos corolarios (“la gravedad<br />

ocurre en todos los cuerpos<br />

y es proporcional a la cantidad<br />

de materia existente en cada<br />

uno”, y “la gravitación hacia cada<br />

partícula igual de un cuerpo<br />

es inversamente proporcional al<br />

cuadrado de la distancia de los<br />

lugares a las partículas”). Nunca<br />

volvería la humanidad a mirar al<br />

universo de la manera en que lo<br />

había hecho hasta entonces.<br />

Éstas eran las vigas maestras<br />

del sistema newtoniano del mundo;<br />

pero ¿qué instrumento/concepto<br />

introdujo Newton para explicar<br />

cómo se relacionan entre sí<br />

los cuerpos sometidos al imperio<br />

de las leyes que había diseñado?<br />

La respuesta que se da en los<br />

Principia es: mediante fuerzas “a<br />

distancia”; esto es, fuerzas que no<br />

necesitan ningún soporte (o medio)<br />

para ir de un cuerpo a otro.<br />

No es preciso elaborar mucho<br />

para darse cuenta que se trata de<br />

una idea fracamente contraintuitiva.<br />

Pero funcionaba, para horror<br />

de –entre otros– aquellos<br />

que propugnaban el sistema del<br />

mundo –basado en un plenum<br />

colmado de vórtices/remolinos–<br />

de Descartes. Y Newton fue lo<br />

suficientemente buen científico<br />

como para no renunciar a un instrumento<br />

conceptual que mostraba<br />

su valor predictivo. Otra<br />

cosa es lo que él pensase, sin poderlo<br />

demostrar. Y qué pensaba<br />

acerca de esas misteriosas fuerzas<br />

a distancia es algo que sabemos a<br />

través de una carta que envió el<br />

25 de febrero de 1693 a Richard<br />

Bentley, que intervino en la preparación<br />

de la segunda edición<br />

de los Principia (reproducida en<br />

The Correspondence of Isaac Newton,<br />

H. W. Turnbull, ed., vol. 3,<br />

págs. 253 y 254, Cambridge<br />

University Press, Cambridge,<br />

1961):<br />

“Es inconcebible que la materia<br />

bruta inanimada opere y afecte (sin la<br />

mediación de otra cosa que no sea material)<br />

sobre otra materia sin contacto<br />

JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ RON<br />

mutuo, como debe ser si la gravitación<br />

en el sentido de Epicuro es esencial e inherente<br />

a ella. Y esta es la razón por la<br />

que deseo que no me adscriba la gravedad<br />

innata. Que la gravedad sea innata,<br />

inherente y esencial a la materia, de forma<br />

que un cuerpo pueda actuar a distancia<br />

a través de un vacío sin la mediación<br />

de otra cosa con la cual su acción o<br />

fuerza puede ser transmitida de [un lugar]<br />

a otro, es para mí una absurdidad<br />

tan grande que no creo que pueda caer<br />

en ella ninguna persona con facultades<br />

competentes de pensamiento en asuntos<br />

filosóficos”.<br />

El último de los antiguos y el<br />

primero de los modernos<br />

En las secciones precedentes he<br />

pasado revista –una muy breve<br />

revista– a algunas de las principales<br />

contribuciones científicas<br />

de Newton, pero he dejado al<br />

margen una faceta sin la cual es<br />

imposible formarse una imagen<br />

medianamente completa de su<br />

personalidad: sus intereses teológicos<br />

(tampoco me he ocupado<br />

–ni puedo hacerlo– de sus<br />

trabajos alquímicos). Para introducir<br />

esa faceta recurriré a un<br />

ensayo de John Maynard Keynes,<br />

en el que se refirió a Newton<br />

como el “último de los magos,<br />

el último de los babilonios y<br />

de los sumerios; la última de las<br />

grandes mentes que contempló<br />

al mundo visible e intelectual<br />

con los mismos ojos de aquellos<br />

que empezaron a construir nuestra<br />

heredad intelectual, hace casi<br />

10.000 años”.<br />

Es evidente que semejante<br />

caracterización contiene elementos<br />

inaceptables. Newton introdujo<br />

en el análisis de los fenómenos<br />

naturales –de los físicos,<br />

especialmente– un método radicalmente<br />

nuevo; un método que<br />

si ya le distinguía de sus predecesores<br />

más cercanos (como Galileo,<br />

Descartes o Kepler), más le<br />

separaba aun de todos aquellos<br />

que habían empezado, milenios<br />

antes, a “construir nuestra heredad<br />

intelectual”. En este sentido,<br />

ciertamente no contempló el<br />

mundo físico de la misma manera<br />

que los antiguos. Y sin embargo,<br />

a pesar de tales diferencias,<br />

las frases de Keynes –que<br />

llegó a reunir una de las colecciones<br />

más importantes de manuscritos<br />

no científicos newtonia-<br />

65


ISAAC NEWTON<br />

nos– contienen algo de verdad,<br />

tocando la esencia del pensamiento<br />

del catedrático lucasiano.<br />

Este elemento de verdad se aprecia<br />

con mayor claridad cuando,<br />

más adelante en su ensayo ‘Newton,<br />

the man’, en Essays in Biography,<br />

vol. X de The Collected<br />

Writings of John Maynard Keynes,<br />

págs. 363-374, Keynes explicaba<br />

los calificativos que había aplicado<br />

a Newton:<br />

“¿Por qué le llamo mago? Porque<br />

contemplaba el universo y todo lo que<br />

en él se contiene como un enigma, como<br />

un secreto que podía leerse aplicando<br />

el pensamiento puro a cierta evidencia,<br />

a ciertos indicios místicos que Dios<br />

había diseminado por el mundo para<br />

permitir una especie de búsqueda del<br />

tesoro filosófico a la hermandad esotérica.<br />

Creía que una parte de dichos indicios<br />

debía encontrarse en la evidencia<br />

de los cielos y en la constitución de los<br />

elementos (y esto es lo que erróneamente<br />

sugiere que fuera un filósofo experimental<br />

natural), y la otra, en ciertos<br />

escritos y tradiciones transmitidos por<br />

los miembros de una hermandad, en<br />

una cadena ininterrumpida desde la original<br />

revelación críptica, en Babilonia.<br />

Consideraba al universo como un criptograma<br />

trazado por el Todopoderoso”.<br />

Y a la tarea de desvelar semejante<br />

criptograma Newton<br />

dedicó esfuerzos inmensos, dejando<br />

tras de sí millones de palabras<br />

escritas, la mayoría de las<br />

cuales ni vieron la luz mientras<br />

vivió ni lo han hecho después.<br />

Un hereje arriano<br />

En lo que se refiere a sus ideas religiosas,<br />

Newton fue un arriano;<br />

esto es, no creía en la Trinidad.<br />

Era, en consecuencia, un hereje.<br />

En concreto, opinaba que el texto<br />

griego del Nuevo Testamento<br />

estaba gravemente contaminado<br />

por los trinitarios y que era preciso<br />

recuperar sus manifestaciones<br />

originales, en las que Jesús<br />

era el cordero de Dios pero no<br />

era consustancial o coeterno con<br />

Dios. El que se hubiese perdido<br />

la creencia en un único y todopoderoso<br />

Dios había sido, argumentaba<br />

Newton, debido muy<br />

especialmente a san Atanasio<br />

(296-373). Éste había asistido,<br />

siendo muy joven, al Concilio<br />

de Nicea del año 325, en el que,<br />

tras un largo y áspero debate, se<br />

aprobó la doctrina conocida co-<br />

mo homoousion (homousismo),<br />

que sostiene que Cristo es de la<br />

misma sustancia que el Padre.<br />

En el año 328 Atanasio fue<br />

nombrado obispo de Alejandría,<br />

empleando el resto de su vida en<br />

defender aquel dogma y en combatir<br />

a los arrianos, esto es, a los<br />

seguidores de Arrio (260-336),<br />

que había sostenido que Cristo,<br />

creado y no eterno, estaba subordinado<br />

a Dios.<br />

Atanasio se convirtió en la<br />

gran bestia negra de Newton,<br />

quien planeó escribir una obra<br />

en la que pondría al descubierto<br />

sus engaños, al igual que las atrocidades<br />

que suponía había cometido<br />

(incluyendo el asesinato<br />

del arzobispo Arsenio). De este<br />

tratado, que nunca llegó a completar,<br />

nos han llegado varios borradores,<br />

con el título de Paradoxical<br />

Questions concerning ye<br />

morals and actions of Athanasius<br />

and his followers. En la soledad<br />

de su estudio de Cambridge, la<br />

pasión e indignación del autor<br />

de los Principia contra Atanasio<br />

y la Iglesia de Roma se desbordaba:<br />

“Idólatras… blasfemos y<br />

fornicadores espirituales” son algunos<br />

de los adjetivos que utilizaba.<br />

Sin embargo, y a pesar de<br />

la vehemencia que en privado<br />

ponía en sus ataques al trinitarismo<br />

y defensa de Arrio, Newton<br />

mantuvo secreta su opinión<br />

de que las Escrituras habían sido<br />

corrompidas. Pocos accedieron<br />

a este mundo, histórico-teológico,<br />

newtoniano (John Locke fue<br />

uno de esos pocos).<br />

Hasta aquí algunos hechos<br />

escuetos, pero ahora surgen dos<br />

preguntas: ¿se puede decir algo<br />

sobre los motivos que llevaron a<br />

Newton a interesarse por estos<br />

temas? y ¿por qué deseaba mantenerlos<br />

en secreto? Los documentos<br />

existentes indican que<br />

Newton comenzó a estudiar seriamente<br />

Teología hacia 1670,<br />

cuando se acercaba a los 30 años<br />

de edad. No era, por tanto, un<br />

hombre mayor, como a veces se<br />

ha dicho, pretendiendo justificar<br />

un comportamiento que la<br />

ortodoxia científica, tal y como<br />

se fue configurando a partir de la<br />

Ilustración, considera poco menos<br />

que aberrante. Esos mismos<br />

documentos no ofrecen ninguna<br />

explicación de por qué se dedicó<br />

a estudiar Teología, estando como<br />

estaba sumergido en profundas<br />

investigaciones matemáticas<br />

y físicas. Una explicación<br />

plausible ha sido propuesta por<br />

Richard Westfall (‘Isaac Newton:<br />

Theologian’), que sostiene que<br />

los estatutos del Trinity College<br />

tuvieron bastante que ver: estos<br />

estatutos ordenaban que aquellos<br />

que ostentaban las 58 fellowships<br />

–y Newton era uno de<br />

ellos– tenían que ser ordenados<br />

clérigos de la Iglesia anglicana<br />

dentro de los siete años posteriores<br />

a la recepción del grado<br />

de Master of Arts o enfrentarse a<br />

la expulsión. Newton nunca fue<br />

alguien que se tomase una obligación<br />

a la ligera. Sus siete años<br />

habrían expirado en 1675, y el<br />

que la fecha se fuese acercando<br />

sería un buen incentivo.<br />

Hasta entonces, Isaac se había<br />

comportado como un creyente<br />

ortodoxo. Al tomar sus<br />

dos grados académicos, en 1665<br />

(Bachelor) y 1668, había jurado<br />

tres artículos, uno de los cuales<br />

afirmaba la fe en la Iglesia anglicana;<br />

y cuando aceptó –en<br />

1669– una fellowship en su<br />

college –denominado, recordemos,<br />

de la Holy and Undivided<br />

Trinity (Sagrada e Individida<br />

Trinidad)– juró que mantendría<br />

la única religión verdadera, en<br />

un contexto que igualaba esa<br />

única religión con la doctrina<br />

de la Iglesia anglicana. Aunque<br />

no había tenido que efectuar declaraciones<br />

semejantes para tomar<br />

posesión –también en<br />

1669– de la cátedra lucasiana,<br />

ésta llevaba consigo un requisito<br />

similar; sus estatutos indicaban<br />

qué opiniones heréticas constituían<br />

motivos de expulsión.<br />

El carácter de Newton no<br />

apoya la idea de que hubiese jurado<br />

en falso. Debió ser, por<br />

consiguiente, ortodoxo en aquella<br />

época. Ahora bien, aunque<br />

para tomar posesión de su fellowship<br />

no había necesitado recibir<br />

las ordenes sagradas, ésta<br />

era una situación transitoria. Para<br />

retenerla debía aceptar la ordenación<br />

en 1675. El rigor, la<br />

exigencia que su propio carácter<br />

le imponía de no dar nada por<br />

sentado, de comprender y justificar<br />

racionalmente lo que otros<br />

se contentaban con aceptar, junto<br />

a la tradición existente de estudios<br />

teológicos, debió llevarle a<br />

estudiar con toda la fuerza de su<br />

inteligencia y su increíble tenacidad<br />

las creencias religiosas que<br />

debería suscribir en el futuro<br />

próximo. Comenzó entonces a<br />

recopilar, a leer, a anotar, a comparar.<br />

Primero fue la Biblia el<br />

centro de su interés, pero luego<br />

pasó a otras fuentes. Y así hasta<br />

convencerse de que la tradición<br />

recibida era un fraude perpetrado<br />

en el siglo IV. La determinación<br />

de Newton de desenmascarar<br />

este antiguo crimen, junto<br />

con sus estudios alquímicos, absorbió<br />

virtualmente todo su<br />

tiempo durante los siguientes 15<br />

años, hasta que una visita de Halley<br />

inició la investigación que<br />

resultó en los Principia y alteró el<br />

tenor de su existencia.<br />

El que no aceptase el dogma<br />

trinitario le ponía, por tanto, en<br />

una situación muy difícil. No<br />

aceptaba un dogma central de<br />

su Iglesia y no podía fingir. Se<br />

trataba de algo vital, iba en ello<br />

su salvación eterna. Él creía en<br />

Dios, en un Dios, además, absoluto<br />

e imponente. Un Dios que,<br />

probablemente, no perdonaría a<br />

aquel que, sabiendo, engañaba.<br />

Una posible salida era acceder a<br />

una de las dos fellowships que no<br />

obligaban a ordenarse sacerdote,<br />

pero no pudo servirse de este<br />

recurso, frente a otros candidatos<br />

con más “antigüedad”. También<br />

podría permanecer en Cambridge<br />

solo como profesor lucasiano<br />

(la cátedra no requería una fellowship,<br />

lo que le abría la posibilidad<br />

de renunciar a la suya),<br />

pero habría sido el único profesor<br />

que no estuviese asociado a<br />

un college y le harían preguntas:<br />

¿por qué renunciaba a una fellowship<br />

que le aportaba 65 libras<br />

al año? La ordenación habría<br />

salido entonces a la palestra<br />

e inevitablemente se habría planteado<br />

la cuestión de cuáles podrían<br />

haber sido los motivos de<br />

Newton para no querer ordenarse.<br />

Habría sido difícil mantener<br />

sus opiniones en secreto; y<br />

66 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


una vez éstas se hiciesen públicas,<br />

perdería su cátedra.<br />

En el último momento el<br />

problema desapareció. Una dispensa<br />

real, promulgada el 27 de<br />

abril de 1675, libraba para siempre<br />

al ocupante de la cátedra lucasiana<br />

–y por tanto a Newton–<br />

de cualquier requisito colegial de<br />

ordenación (incluso en las fellowships).<br />

No sabemos de quién<br />

partió la iniciativa para lograr esa<br />

dispensa. Tal vez fuese de Barrow,<br />

entonces master del Trinity<br />

College y una persona con influencia<br />

ante el rey.<br />

Un personaje poderoso<br />

Y así pudo finalmente Newton<br />

convertirse en un personaje poderoso.<br />

Sus contribuciones científicas<br />

admiraron a sus compatriotas,<br />

lo que, una vez completados<br />

los Principia, fue utilizado<br />

por Isaac para sus propios fines:<br />

conseguir un puesto más importante<br />

y lucrativo que la cátedra<br />

lucasiana. Ya en enero de 1689<br />

fue elegido miembro del Parlamento<br />

en representación de su<br />

universidad. Pero la gran oportunidad<br />

tardaría todavía siete<br />

años en llegar: en abril de 1696<br />

tomaba posesión del puesto de<br />

Warden del Mint, la Casa de la<br />

Moneda inglesa, lo que implicaba<br />

trasladarse a vivir a Londres y,<br />

por supuesto, magníficas retribuciones.<br />

En febrero de 1700 ascendía<br />

en esta escala oficial, pasando<br />

a ocupar el puesto de<br />

Master del Mint. Finalmente, el<br />

10 de diciembre de 1701 renunciaba<br />

a su cátedra. Su vida, sus<br />

aspiraciones, eran ya otras. Pero<br />

no renunciaba a acumular más<br />

poder: el 30 de noviembre fue<br />

elegido presidente de la Royal<br />

Society. Y a fe que ejerció el poder<br />

que el puesto le confería: que<br />

le preguntasen si no a Flamsteed,<br />

al que presionó con toda la dureza<br />

–y triquiñuelas– de que era<br />

capaz para obtener las tablas astronómicas<br />

que éste había preparado<br />

durante años y que Newton<br />

necesitaba para componer<br />

una teoría de las mareas que añadir<br />

a una nueva edición de los<br />

Principia. Y es que todavía mantuvo<br />

una cierta (pequeña para su<br />

capacidad, enorme para otros)<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

actividad científica. Sus poderes<br />

decayeron, es verdad, pero no<br />

desaparecieron, haciendo bueno<br />

aquello de “quien tuvo retuvo”.<br />

Es ilustrativo en este sentido el<br />

siguiente episodio.<br />

Cuando, el 29 de enero de<br />

1697, Newton –ya sir Isaac– regresó<br />

a su casa desde la Torre de<br />

Londres, la sede del Mint (que<br />

entonces se encontraba en medio<br />

de una reacuñación), le<br />

aguardaba una carta. Su remitente<br />

era Johann Bernoulli,<br />

miembro de una famosa familia<br />

de matemáticos suizos, con el<br />

que Newton tenía algunas cuentas<br />

pendientes, especialmente en<br />

lo que se refería a su controversia<br />

con Leibniz sobre la prioridad<br />

en la invención del cálculo infinitesimal<br />

(Johann defendía a<br />

Leibniz). En el número de junio<br />

de 1696 de la famosa revista Acta<br />

eruditorium, Bernoulli había<br />

desafiado a “los mejores matemáticos<br />

que ahora viven en el<br />

mundo” a resolver el “problema<br />

de cuál sería el camino por el<br />

que un cuerpo pesado descendería<br />

más rápidamente desde un<br />

punto a otro que no estuviera<br />

directamente debajo”. Fijó un<br />

plazo de seis meses para la resolución<br />

del problema. Cuando<br />

pasaron éstos, sólo había recibido<br />

una respuesta: de Leibniz. Pero<br />

éste no incluía la solución, sólo<br />

la afirmación de que había resuelto<br />

la cuestión, junto con el<br />

ruego de que ampliase el plazo<br />

hasta Pascua y que volviese a<br />

anunciar el problema por toda<br />

Europa. ¿Quería, tal vez, disfrutar<br />

más humillando a sus colegas,<br />

incapaces de resolver la cuestión?<br />

Bernoulli aceptó, añadió<br />

un segundo problema y envió<br />

copias de ambos a dos grandes<br />

revistas científicas: las Philosophical<br />

Transactions y el Journal des<br />

Sçavans. Y también a dos científicos<br />

ingleses: Newton y John<br />

Wallis.<br />

Ésta fue la carta que Newton<br />

encontró esperándole el 29<br />

de enero de 1697. Catherine<br />

Barton, sobrina del gran físico y<br />

matemático, que vivía con éste,<br />

dejó escrito que su tío “no durmió<br />

hasta que hubo resuelto el<br />

problema, lo que sucedió hacia<br />

las cuatro de la madrugada”. Por<br />

la mañana, Newton fechó un<br />

carta a Charles Montague, presidente<br />

de la Royal Society, en la<br />

que consignaba las respuestas a<br />

ambos problemas. Indiferente a<br />

los planes y deseos de Bernoulli,<br />

dispuso que su respuesta apareciese<br />

de manera anónima en el<br />

número de febrero de las Philosophical<br />

Transactions. No obstante,<br />

el suizo (que también<br />

recibió una respuesta del matemático<br />

francés marqués de l’Hôpital)<br />

no tuvo dificultad en reconocer<br />

a su autor: “como se<br />

reconoce al león por sus garras”<br />

(“tanquam ex ungue leonem”), dicen<br />

que fueron sus palabras.<br />

Ningún humano, por aparentemente<br />

sobrehumano (e inhumano)<br />

que parezca, escapa de<br />

ese final que es la muerte. Isaac<br />

Newton, el gran Isaac, murió el<br />

20 de marzo de 1727. Era por<br />

entonces un hombre muy rico, y<br />

continuó recibiendo honores: el<br />

4 de abril fue enterrado en la<br />

abadía de Westminster, donde<br />

aún se puede contemplar su<br />

tumba.<br />

Bibliografía<br />

Obras de Newton traducidas al español:<br />

Optica o tratado de las reflexiones, refracciones,<br />

inflexiones y colores de la luz. Alfaguara,<br />

Madrid, 1977. Traducción de<br />

Carlos Solís.<br />

Principios matemáticos de la filosofía natural.<br />

Alianza, Madrid, 1987. Traducción<br />

de Eloy Rada García. Existe también<br />

una versión en Editorial Nacional,<br />

traducida por Antonio Escohotado.<br />

El templo de Salomón. Consejo Superior<br />

de Investigaciones Científicas, Madrid,<br />

1996. Edición de Ciriaca Morano,<br />

con introducción de José Manuel Sánchez<br />

Ron.<br />

Otras referencias:<br />

CHANDRASEKHAR, S.: Newton’s Principia<br />

for the Common Reader. Clarendon<br />

Press, Oxford, 1995. Una traducción<br />

del contenido de los Principia al lenguaje<br />

de la matemática y física moderna.<br />

COHEN, I. Bernard, ed.: Isaac Newton’s<br />

Papers and Letters on Natural Philosophy.<br />

JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ RON<br />

Harvard University Press, Cambridge,<br />

Mass., 1958.<br />

COHEN, I. Bernard: Introduction to<br />

Newton’s ‘Principia’. Cambridge University<br />

Press, Cambridge, 1971.<br />

DOBBS, B. J. T.: The Foundations of<br />

Newton’s Alchemy, or ‘The Hunting of<br />

the Greene Lyone’. Cambridge University<br />

Press, Cambridge, 1975.<br />

GALE, E. Christianson: Newton, Salvat,<br />

Barcelona, 1986, 2 vols.<br />

GJERTSEN, Derek: The Newton Handbook.<br />

Routledge & Kegan Paul, Londres,<br />

1986. Un instrumento difícilmente<br />

superable para informar sobre<br />

Newton y su mundo.<br />

HALL, A. Rupert: Philosophers at War.<br />

Cambridge University Press, Cambridge,<br />

1980. Sobre la controversia entre<br />

Newton y Leibniz.<br />

––– All Was Light. An Introduction to<br />

Newton’s Opticks. Clarendon Press, Oxford,<br />

1993.<br />

KEYNES, John Maynard: ‘Newton, the<br />

man’, en Essays in Biography, vol. X de<br />

The Collected Writings of John Maynard<br />

Keynes, págs. 363-374. Macmillan/Cambridge<br />

University Press, Cambridge,<br />

1985.<br />

MAMIANI, Maurizio: Introducción a<br />

Newton. Alianza, Madrid, 1995.<br />

MANUEL, Frank E.: A Portrait of Isaac<br />

Newton. The Belknap Press of Harvard<br />

University Press, Cambridge, Mass.,<br />

1968.<br />

WESTFALL, Richard S.: Never at Rest.<br />

Cambridge University Press, Cambridge,<br />

1980.<br />

––– ‘Isaac Newton: Theologian’, en<br />

The Scientific Enterprise, págs. 223-239.<br />

Edna Ullmann-Margalit, ed., Kluwer,<br />

Dordrecht 1992.<br />

––– Isaac Newton: una vida. Cambridge<br />

University Press, Cambridge, 1996.<br />

Un excelente resumen de Never at Rest.<br />

José Manuel Sánchez Ron es catedrático<br />

de Historia de la Ciencia en la<br />

Universidad Autónoma de Madrid.<br />

67


as recientes contribuciones<br />

de carácter biográfico de<br />

Kimberley Cornish en<br />

torno a la figura de Ludwig<br />

Wittgenstein (1889-1951) han<br />

terminado por añadir una etiqueta<br />

nueva a la serie de actividades<br />

vividas por el filósofo vienés.<br />

Además de haber desempeñado<br />

funciones de maestro,<br />

enfermero, jardinero, arquitecto<br />

y catedrático en Cambridge,<br />

durante algunos años Wittgenstein<br />

habría cumplido el papel<br />

de espía británico durante los<br />

años treinta a favor de la URSS.<br />

En un reciente libro de Cornish,<br />

aún no traducido al castellano,<br />

titulado The Jews of Linz<br />

(Century, Reino Unido, 284<br />

págs.), se ponen de relieve especulaciones<br />

en torno a este asunto.<br />

Dicho escritor transforma al<br />

autor del Tractatus en un posible<br />

colaborador de la causa comunista<br />

a partir del regreso de<br />

Wittgenstein al Reino Unido<br />

en 1929, después de permanecer<br />

entre 1920 y 1926 en los<br />

pueblos austriacos de Puchberg,<br />

Tratenbach y Otterthal<br />

como maestro de escuela. Junto<br />

con pasar revista en el libro a la<br />

relación crítica establecida<br />

entre el pensamiento nazi de<br />

Hitler y la postura de Wittgenstein,<br />

a partir del contexto<br />

escolar de ambos vivido en el<br />

instituto de Linz en 1903, Cornish<br />

considera que Wittgenstein<br />

en Cambridge pudo aglutinar<br />

a determinados agentes a<br />

favor de Moscú.<br />

Sin entrar a discutir las contribuciones<br />

de Cornish, y teniendo<br />

in mente la divulgación<br />

que se ha hecho de este estudio,<br />

The Jews of Linz, tanto en<br />

España como en el Reino<br />

Unido1 L<br />

, queremos presentar el<br />

contexto biográfico-documental<br />

de Wittgenstein y su contacto<br />

con la URSS con el fin de<br />

ilustrar la combinación Wittgenstein-Rusia.<br />

En este sentido,<br />

el tema de fondo de estas páginas<br />

tiene la pretensión de ofrecer<br />

un contenido mucho más<br />

descriptivo que analítico.<br />

1. Como primer testimonio,<br />

partamos de Fania Pascal: es<br />

una profesora que enseña ruso<br />

en Inglaterra a nuestro filósofo<br />

antes de partir hacia la URSS<br />

en 1935. Es miembro del Comité<br />

de Amigos de la Unión<br />

Soviética en Cambridge, y su<br />

Recuerdo personal 2 , escrito varios<br />

años después del fallecimiento<br />

de Wittgenstein, puede<br />

facilitarnos revelar y valorar las<br />

impresiones de Wittgenstein<br />

con Rusia. En primer lugar,<br />

Pascal habla de la estrecha relación<br />

del vienés con Nicolás Bajtin,<br />

“un exiliado de la revolución<br />

rusa, pero un comunista<br />

de corazón al inicio de la<br />

II Guerra Mundial; fue un<br />

maestro y un conferenciante<br />

inspirado” 3 . Considera Pascal<br />

que entre los dos se producía<br />

una especie de “inocencia infantil”<br />

que a ambos les caracterizaba<br />

de forma muy singular.<br />

Agrega que la enseñanza del<br />

ruso la imparte a Wittgenstein y<br />

a su amigo Francis Skinner, con<br />

el cual pensaba viajar a Rusia<br />

ese mismo otoño de 1935.<br />

ENSAYO<br />

EL ‘COMUNISMO’ DE L. WITTGENSTEIN<br />

Antecedentes para una crítica biográfica<br />

1 El País, págs. 14-15, 15-3-1998; The<br />

Sunday Times Bookshop, pág. 6, 15-3-<br />

1998.<br />

2 F. Pascal: ‘Wittgenstein. Un recuerdo<br />

personal’, en Recuerdos de Wittgenstein<br />

(R. Rhees ed.), págs. 43-100, FCE, México,<br />

1989.<br />

3 F. Pascal, op. cit., pág. 46.<br />

MARIO BOERO<br />

Las impresiones personales<br />

que saca F. Pascal de Wittgenstein<br />

respecto a Rusia son ambivalentes<br />

y contradictorias. Por<br />

una parte, habla del real interés<br />

del filósofo por la sociedad que<br />

se está implantando en la<br />

URSS, haciendo en cierto<br />

modo caso omiso de las duras<br />

condiciones políticas del momento,<br />

aunque quizá no siendo<br />

indiferente ante la represión<br />

ideológica de Moscú. Fania<br />

Pascal recuerda que 1935 es el<br />

año de enormes esfuerzos de<br />

industrialización soviéticas, y<br />

fecha en que el Kremlin “comenzó<br />

a establecer rígidas reglas<br />

que afectaban a los científicos<br />

que se habían establecido<br />

en la URSS como refugiados de<br />

la Alemania nazi” 4 . Sin embargo,<br />

otra fuente documental<br />

considera que cuando a Wittgenstein<br />

se le habla de tiranía<br />

en Rusia, el filósofo dice que<br />

“no me hace sentir indignado”<br />

5 . Por otro lado, Pascal<br />

comenta que, a partir de un estudio<br />

de John Moran titulado<br />

Wittgenstein y Rusia (1972), fue<br />

para ella una sorpresa saber que<br />

“Wittgenstein había leído a<br />

Marx”, lo cual, al parecer –gracias<br />

a Moran– revela que la actitud<br />

del filósofo “hacia el régimen<br />

soviético de aquella época<br />

era mucho más positiva de lo<br />

que la mayoría sabía o imaginaba”<br />

6 . Todo ello contribuye para<br />

que Cornish comente que en<br />

Trinity College a Wittgenstein<br />

se le consideraba un “izquierdista”.<br />

4 F. Pascal, pág. 95.<br />

5 R. Rhees: ‘Post Data’, en Recuerdos<br />

de Wittgenstein (R. Rhees ed.), pág. 318,<br />

FCE, México, 1989.<br />

6 F. Pascal, op. cit., pág. 93.<br />

Con todo, Pascal considera<br />

que si realmente J. Moran hubiese<br />

conocido el específico carácter<br />

humano de Wittgenstein<br />

no habría especulado en clave<br />

ideológico–política, pues Pascal<br />

considera “que Wittgenstein era<br />

una persona que, por encima de<br />

todo, buscaba su salvación espiritual”<br />

7 . Sospechamos que esta<br />

formulación es especialmente<br />

subrayada por Pascal a medida<br />

que comenta esa información<br />

de Moran, que ha “rebasado” la<br />

suya, en su Recuerdo personal referido<br />

a Wittgenstein y a Rusia,<br />

donde al parecer Moran pondría<br />

de relieve un talante ideológico<br />

especial en Wittgenstein<br />

por su opción por la URSS,<br />

donde efectivamente viajó. Para<br />

Fania Pascal, ese talante sería<br />

francamente incorrecto si<br />

Moran hubiese conocido el carácter<br />

de Wittgenstein, que en<br />

definitiva era una persona que,<br />

sobre todo, “buscaba su salvación<br />

espiritual”. Como la propia<br />

autora no especifica el contenido<br />

de esta “salvación” (mencionada<br />

en el contexto de Rusia),<br />

son muchas las conjeturas que<br />

pueden derivarse equívocamente<br />

de aquí, pues con esa mención<br />

de Pascal pueden caber en<br />

el lector sugerencias extrañas:<br />

desde un Wittgenstein que<br />

busca vivir como un eremita en<br />

la URSS hasta un Wittgenstein<br />

carismático que desea conducir<br />

masas.<br />

Lo que Pascal parece sugerir es<br />

que hay una dicotomía radical<br />

entre “salvación espiritual” y<br />

“compromisos temporales”, y<br />

todo aquello que vive y respira<br />

Wittgenstein en su vida –inclui-<br />

7 F. Pascal, pág. 93.<br />

68 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


do su viaje a Rusia– habría sido<br />

algo muy lejano a los intereses<br />

ideológicos de Wittgenstein (que<br />

parecen ser puestos en primer<br />

lugar por Moran). Por eso dice<br />

Pascal que “es necio colgarle cualquier<br />

etiqueta política” 8 por su<br />

viaje a la URSS. Pues, por muy<br />

interesado que veamos a Wittgenstein<br />

por esta nación, lo que<br />

en realidad él privilegia –según<br />

Pascal– sería un profundo deseo<br />

suyo por encontrar la moral y la<br />

mística de Tolstói y Dostoievski<br />

en el seno del pueblo ruso. Agrega<br />

Pascal que con ello Wittgenstein<br />

podría, en cierto modo, estar<br />

compartiendo “esa visión idealizada<br />

de Rusia con muchos intelectuales<br />

centroeuropeos de la<br />

época, algunos de los cuales todavía<br />

la consideraban como la<br />

Madre Rusia o la Santa Rusia” 9 .<br />

Es cierto que hay un contexto<br />

histórico europeo determinado<br />

antes de la II Guerra Mundial<br />

cargado de cuestiones políticas<br />

que inciden en muchos intelectuales<br />

(nacimiento del fascismo,<br />

frentes populares, compromiso<br />

de las izquierdas). Pero para Pascal<br />

son insuficientes para explicar<br />

esa “huida” wittgensteiniana<br />

hacia Rusia. Pues Pascal en realidad<br />

subraya las reiteradas tentativas<br />

de Wittgenstein por alejarse<br />

de la “civilización” buscando los<br />

espacios más apartados posibles<br />

para encontrarse a sí mismo.<br />

Esto parece que facilita trascender<br />

lo ideológico haciendo presente<br />

lo “espiritual” en la vida de<br />

nuestro filósofo. No olvidemos<br />

que ésta puede ser una actitud<br />

que guarda relación con la idealización<br />

ética tolstoiana asumida<br />

8 F. Pascal, pág. 92.<br />

9 F. Pascal, pág. 93.<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

por Wittgenstein en el sentido de<br />

retirarse y romper con todo ethos<br />

público generado en la urbe. La<br />

ciudad se transforma en corruptora<br />

moral de la comunión de<br />

comunidades populares hermanas,<br />

trastocando el genuino desarrollo<br />

de una vida interior de retorno<br />

a la naturaleza, y en este<br />

sentido la fuga mundi se constituye<br />

en una práctica del espíritu<br />

indispensable en la historia del<br />

tolstoianismo. Esta instancia humana<br />

existente en Wittgenstein<br />

adquiere un marcado carácter<br />

apolítico y, al parecer, no queda<br />

sujeta a formulaciones de naturaleza<br />

partidista. Por esto, incluso<br />

para algunos, la entrega de Wittgenstein<br />

a los niños en las escuelas<br />

de Austria parece ser fruto de<br />

la inspiración romántica referido<br />

a un encuentro con lo más noble<br />

de la vida campesina tirolesa, en<br />

L. Wittgenstein<br />

lugar de propósitos ideológicoeducacionales<br />

promovidos por la<br />

reforma escolar de Otto Glöckel<br />

de los años veinte, como piensan<br />

otros analistas.<br />

Como se ha estudiado, la figura<br />

de L. Tolstói es la destacada<br />

en ese contexto wittgensteiniano.<br />

La influencia del ruso en<br />

la biografía y en la mente de<br />

Wittgenstein es mucho más importante<br />

de lo que se ha creído,<br />

y la asimilación de determinados<br />

postulados del pensamiento<br />

de Tolstói en Wittgenstein resulta<br />

ser especialmente ilustrativa<br />

a partir de ciertas características<br />

estéticas, socio-religiosas y<br />

éticas formuladas por los dos 10 .<br />

10 A. Alonso: Tolstói y Wittgenstein.<br />

Una nueva encrucijada religiosa, págs.<br />

12-51. Euridice, III, 1993.<br />

Incluso examinando los antecedentes<br />

documentales de ambos<br />

nos permiten levantar una sospecha:<br />

en lugar de observar a un<br />

espía proestalinista en Wittgenstein<br />

con su viaje a la URSS,<br />

como sugiere Cornish, en cierto<br />

modo sería interesante (y tal vez<br />

pertinente) perfilar a nuestro filósofo<br />

como el profundo simpatizante<br />

en Cambridge por el<br />

“anarquismo tolstoiano” de comienzos<br />

de siglo, cuya permanencia<br />

en Rusia podría haber<br />

consistido –sin más– en observar<br />

y contribuir en algún sentido<br />

en los principios utópicos de<br />

Tolstói relativos a la real puesta<br />

en práctica de las propiedades<br />

en común y a la importancia del<br />

desarrollo del trabajo manual<br />

para la existencia humana (todo<br />

ello, sumado a la no violencia, al<br />

rechazo al poder estatal y sus críticas<br />

a toda Iglesia oficial, constituye<br />

referentes específicos del<br />

credo moral anarquista del maestro<br />

ruso, proclamado de forma<br />

reiterada en sus obras y a partir<br />

del testimonio que da Tolstói<br />

desde su mítica residencia de<br />

Yasnaia Poliana). ¿Por qué no?<br />

Dada la sensibilidad errabunda<br />

y el carácter antiautoritario de<br />

Wittgenstein, además del seguimiento<br />

que hizo de Tolstói, no<br />

es una intuición especialmente<br />

descabellada.<br />

2. Las siguientes consideraciones<br />

también tienen un carácter<br />

histórico-testimonial<br />

destacado porque provienen de<br />

uno de los tres albaceas de<br />

Wittgenstein, llamado Rush<br />

Rhees (los otros dos son G. E.<br />

Anscombre y G. H. von<br />

Wright). Son opiniones redactadas<br />

en 1981 en un artículo<br />

titulado ‘Post Data’ incluido<br />

69


EL ‘ COMUNISMO’ DE L. WITTGENSTEIN<br />

dentro del volumen Recuerdos<br />

de Wittgenstein 11 .<br />

Consiste en describir las impresiones<br />

del filósofo a propósito<br />

de Rusia y las estimaciones<br />

de Wittgenstein sobre el pensamiento<br />

marxista en su relación<br />

con Rhees.<br />

Nos transmite este albacea<br />

que, en realidad, en Wittgenstein,<br />

cuando llega a hablar del<br />

marxismo, existen en cierto<br />

modo consideraciones críticas<br />

del carácter ideológico-cultural<br />

respecto a términos como “progreso”,<br />

“ciencia” o “historia”,<br />

una vez planteados por el típico<br />

lenguaje de la intelligentsia soviética.<br />

Con todo, también<br />

Rhees nos transmite que cuando<br />

Wittgenstein establece un<br />

parangón entre Hitler y dirigentes<br />

comunistas, el vienés subraya<br />

que, para él, cuando<br />

“Lenin hablaba tenía algo que<br />

decir y quizá haya pensado que<br />

lo mismo era cierto en cuanto a<br />

Stalin” 12 . Cuestión francamente<br />

opuesta a lo dicho por el positivista<br />

lógico de Oxford Alfred<br />

Ayer, quien en el libro<br />

Wittgenstein estima que es precisamente<br />

“la creciente tiranía<br />

de Stalin” la que impide que<br />

nuestro filósofo se establezca de<br />

forma permanente en Rusia 13 .<br />

En todo caso, Rhees contribuye<br />

diciendo que las posibles simpatías<br />

de Wittgenstein por<br />

Rusia podrían estar dadas por<br />

lo importante que era en la<br />

URSS que toda la gente tuviera<br />

trabajo (la importancia del trabajo,<br />

y de modo singular el trabajo<br />

manual, es algo típico en<br />

las reivindicaciones humanas<br />

formuladas por Wittgenstein);<br />

además, porque el régimen<br />

buscaba abolir las distinciones<br />

de clases.<br />

Subraya también Rhees el<br />

carácter pasional –más que teorético–<br />

que Wittgenstein parece<br />

observar en la entrega de los<br />

rusos por la construcción del<br />

socialismo en la URSS indican-<br />

11 Recuerdos de Wittgenstein (R. Rhees<br />

ed.), págs. 271-326, FCE, México, 1989.<br />

12 R. Rhees, pág. 316.<br />

13 A. Ayer: Wittgenstein. Crítica, pág.<br />

22, Bacelona, 1986.<br />

do, a raíz de comentarios de<br />

Schlick de 1931, que “la pasión<br />

promete algo, mientras que<br />

nuestra cháchara no tiene el<br />

vigor para transformar nada” 14 .<br />

Lo dice en relación con el<br />

mundo cultural norteamericano<br />

y nuestra “semidecadente”<br />

civilización europea. Mencionemos<br />

que Wittgenstein tiene<br />

posibilidad de conocer EE UU<br />

muchos años después, en 1949,<br />

gracias a una invitación personal<br />

de su discípulo Norman<br />

Malcolm. Rhees, por otra<br />

parte, comenta –en conversaciones<br />

con nuestro filósofo en<br />

1945– qué opina sobre su propia<br />

intención de militar en el<br />

PCR (trotskista), ante lo cual<br />

Wittgenstein responde y explica<br />

las dificultades en el orden<br />

del pensamiento entre filosofar<br />

y asimilar una afiliación doctrinal<br />

determinada 15 .<br />

Respecto a las consideraciones<br />

de Wittgenstein sobre<br />

Rusia después de su viaje de<br />

1935, gracias a Rhees podemos<br />

deducir que existe silencio en<br />

el vienés por la nación soviética.<br />

Cuando conversan en 1936<br />

y 1937, Rhees declara que<br />

Wittgenstein no habló “de<br />

Rusia y nada en la conversación<br />

hubiera dado pie para<br />

ello”. En su lugar, comenta la<br />

necesidad que tiene Wittgenstein<br />

por concluir un primer<br />

borrador de Investigaciones filosóficas,<br />

cuyo contenido se avanza<br />

en Noruega (donde el filósofo<br />

tiene una cabaña en Skjolden)<br />

en lugar de la URSS,<br />

pues, como bien dice Rhees,<br />

“no puedo imaginarme que<br />

haya pensado en irse allá y trabajar<br />

en su libro” 16 .<br />

3. Con todo, las palabras más<br />

nítidas de Wittgenstein acerca<br />

del porqué de su viaje a la<br />

URSS las tenemos en tres cartas<br />

suyas de junio y julio de 1935<br />

dirigidas al famoso economista<br />

J. M. Keynes, donde se menciona<br />

a Iván Mijáilovich Maisky,<br />

14 R. Rhees, pág. 319.<br />

15 R. Rhees, pág. 322.<br />

16 R. Rhees, pág. 324.<br />

embajador soviético en el Reino<br />

Unido 17 .<br />

En la primera carta Wittgenstein<br />

señala que está decidido<br />

a ir a Rusia para ver si puede<br />

“conseguir allí un empleo adecuado”.<br />

Pero cree que todo esto<br />

se puede facilitar con una determinada<br />

acreditación. Por esto,<br />

en esta carta, Wittgenstein pide<br />

a Keynes si puede crear un contacto<br />

para una conversación<br />

entre él y el embajador con el<br />

fin de obtener “una carta de<br />

presentación para algunos funcionarios<br />

en Rusia”.<br />

En la segunda se retira este<br />

asunto, diciendo Wittgenstein a<br />

Keynes que espera que Maisky<br />

conozca:<br />

“a algún funcionario de Leningrado<br />

o Moscú al cual pueda presentarme.<br />

Quiero hablar con funcionarios de dos<br />

instituciones: una de ellas es el Instituto<br />

del Norte, de Leningrado, y la otra<br />

el Instituto de las Minorías Nacionales,<br />

de Moscú. Estos institutos, según me<br />

han dicho, se ocupan de las personas<br />

que quieren ir a las colonias, las partes<br />

recientemente colonizadas de la periferia<br />

de la URSS. Quiero obtener información<br />

y, de ser posible, ayuda de la<br />

gente de esos institutos”.<br />

En esta misma carta, Wittgenstein<br />

añade a Keynes lo siguiente:<br />

“Estoy seguro de que usted comprende<br />

en parte mis razones para ir a<br />

Rusia, y admito que en parte son razones<br />

malas y hasta infantiles, pero también<br />

es verdad que detrás de todo esto<br />

hay razones profundas y hasta buenas”.<br />

En la tercera carta confiesa a<br />

Keynes que su “entrevista con<br />

Maisky se desarrolló bien”.<br />

Añade que el embajador “prometió<br />

enviarme algunas direcciones<br />

de personas en Rusia”.<br />

Pero antes de esta correspondencia<br />

con Keynes ya existe en<br />

Wittgenstein interés por Rusia<br />

a propósito de un libro del<br />

mismo economista, titulado A<br />

Short View of Russia, que ha enviado<br />

a nuestro filósofo. En<br />

17 Las cartas de Wittgenstein, en L.<br />

Wittgenstein, Cartas a Rusell, Moore y<br />

Keynes, págs. 122-126. Taurus, Madrid,<br />

1979.<br />

una carta a Keynes agradece el<br />

envío de la obra y, al parecer,<br />

Wittgenstein se identifica con<br />

determinadas características del<br />

estudio. Sobre todo, Keynes<br />

pone de relieve el fervor religioso<br />

que acompaña el ideario comunista,<br />

cuya mística parece<br />

renovar de forma laica los postulados<br />

del cristianismo. Ray<br />

Monk examina esta combinación<br />

del libro de Keynes con la<br />

naturaleza del interés de Wittgenstein<br />

por Rusia. Monk declara:<br />

“Aunque Keynes se proclama no<br />

creyente, al presentar al marxismo soviético<br />

como una fe en que se muestran actitudes<br />

fervientemente religiosas (hacia,<br />

por ejemplo, el valor del hombre corriente<br />

y la maldad del amor al dinero),<br />

pero no creencias sobrenaturales, constituye,<br />

en mi opinión, un importante indicio<br />

de lo que Wittgenstein esperaba<br />

encontrar en la Rusia soviética” 18 .<br />

Por datos de Fania Pascal,<br />

sabemos que Wittgenstein visita<br />

en la URSS a la profesora<br />

Yanovska, de la Facultad de<br />

Matemáticas de la Universidad<br />

de Moscú, y en Kazán, lugar<br />

donde Tolstói había estudiado,<br />

ofrecen a Wittgenstein una<br />

plaza de Filosofía. Según<br />

Drury, parece que la idea era<br />

que en algún momento F.<br />

Skinner acompañara a Wittgenstein<br />

a Rusia.<br />

Los institutos soviéticos de<br />

los que habla Wittgenstein a<br />

Keynes consisten en proporcionar<br />

alfabetización a las minorías<br />

étnicas de Rusia; y en este<br />

sentido la reiteración de Wittgenstein<br />

por instalarse en esos<br />

centros vendría dada por finalidades<br />

de carácter didáctico-pedagógicas.<br />

No olvidemos que<br />

una de las pocas cosas que se<br />

publican de Wittgenstein en<br />

vida es, además del Tractatus,<br />

el Vocabulario para escuelas primarias<br />

(Wörtebuch für Volksschulen),<br />

en 1926, resultado de<br />

su práctica laboral como maestro<br />

en Austria. Monk, sin embargo,<br />

insiste en que el interés<br />

18 R. Monk: L. Wittgenstein. El deber<br />

de un genio, pág. 237. Anagrama, Barcelona,<br />

1994.<br />

70 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


de nuestro filósofo es intentar<br />

desempeñar una labor de naturaleza<br />

obrero-manual, evitando<br />

tanto el puesto de profesor<br />

como el de investigador en la<br />

URSS. Con todo, aún en<br />

1937, Wittgenstein acaricia la<br />

posibilidad de “aceptar el puesto<br />

docente que le habían ofrecido<br />

en Moscú” 19 .<br />

Más datos de consistencia<br />

que avalen de forma práctica la<br />

relación Wittgenstein-Rusia<br />

pueden transformarse en anécdotas.<br />

Pero dado el temperamento<br />

y las preocupaciones humanas<br />

de Ludwig Wittgenstein<br />

que zigzaguean entre maestro,<br />

enfermero o arquitecto, no nos<br />

resulta especialmente extraña la<br />

fuga wittgensteiniana a la<br />

URSS, aunque nos parece causada<br />

por motivos –digamos– de<br />

índole espiritual más que por<br />

fines de carácter doctrinarios,<br />

ideológicos o propios de militancias.<br />

Salvo que observemos,<br />

19 R. Monk, pág. 329.<br />

efectivamente, como doctrina y<br />

credo el paradigma de naturaleza<br />

ética que ofrece Tolstói a<br />

nuestro filósofo, y que su viaje<br />

consista en un proceso humano<br />

que busca identificarse con ese<br />

ideal. La visita de Wittgenstein<br />

a la Rusia soviética puede ser<br />

una actitud que revela una vez<br />

más las ambivalencias anímicas<br />

de Wittgenstein por “encontrar<br />

su destino” en territorios distintos<br />

al de su habitual desenvolvimiento<br />

cotidiano (recordemos<br />

sus permanentes retiros a su cabaña<br />

de Noruega).<br />

No es extraño pensar que<br />

Wittgenstein permanece interpelado<br />

por el proceso de carácter<br />

histórico-social que está en<br />

marcha en la URSS. Y a ello<br />

pueden sumarse los contenidos<br />

de carácter ético que proporcionan<br />

a Wittgenstein la naturaleza<br />

fraternal existente en el seno<br />

de la humanidad rusa gracias a<br />

sus lecturas de Tolstói y Dostoievski.<br />

Ese empeño por conocer<br />

Rusia brota en Wittgenstein<br />

a raíz de decisiones contradicto-<br />

rias. Por un lado, por testimonios<br />

sabemos que habla poco de<br />

ello después de 1935 y, por<br />

otro, nos informamos de que<br />

existe un interés vivo en el vienés<br />

por el viaje, buscando recursos<br />

y posibles contactos,<br />

como el de Keynes y el embajador<br />

Mayski. ¿Que al final todo<br />

queda en nada? No lo sabemos;<br />

se ha dicho que Wittgenstein,<br />

en cierto modo, se “desencanta”<br />

de ciertas cosas que vio allá;<br />

pero, por otra parte, no hay<br />

ninguna palabra explícitamente<br />

crítica respecto al régimen soviético<br />

después del viaje (ni a lo<br />

largo de su vida). Ambas conclusiones<br />

impiden contemplar<br />

una postura fija y unívoca respecto<br />

al vínculo histórico-biográfico<br />

establecido entre Rusia y<br />

Ludwig Wittgenstein. n<br />

Bibliografía<br />

BAUM, Wilhelm: Ludwig Wittgenstein.<br />

Vida y obra. Alianza, Madrid, 1988.<br />

BOERO, Mario: Ludwig Wittgenstein.<br />

Biografía y mística de un pensador. Skolar,<br />

Madrid, 1998.<br />

MARIO BOERO<br />

––– ¿Qué pasa con Wittgenstein?, en<br />

CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA,<br />

núm. 63, págs. 64-67, 1996.<br />

DRUDIS, Raimundo: Wittgenstein<br />

(1889-1951), Ed. del Orto, Madrid,<br />

1998.<br />

DUFFY, Bruce: El mundo tal como lo<br />

encontré. Ediciones B, Barcelona, 1996.<br />

HEATON, J., y GROVES, J.: Wittgenstein<br />

para principiantes. Era Naciente, Argentina,<br />

1995.<br />

IVANCIC, Tamara: ‘Dostoievski y Tolstói<br />

en Optina’. Quimera, núm. 170,<br />

págs. 21-24, 1998.<br />

STRATHERN, Paul: Wittgenstein en 90<br />

minutos, Siglo XXI, Madrid, 1998.<br />

WARREN, Bartley III: Wittgenstein. Cátedra-Teorema,<br />

Madrid, 1982.<br />

Mario Boero es licenciado en Teología<br />

Sistemática y actual director de la Asociación<br />

de Teólogos Laicos de España.


El mito de la enfermedad mental<br />

Thomas Szasz<br />

Círculo de Lectores,<br />

Barcelona, 1999<br />

Tras pasar largo tiempo<br />

descatalogada, acaba de<br />

reeditarse El mito de la<br />

enfermedad mental (1961),<br />

ópera prima de Thomas Szasz<br />

y partida de nacimiento para<br />

la corriente antipsiquiátrica.<br />

Aunque buena parte de su<br />

contenido merece recordarse<br />

ahora, cuando han pasado<br />

prácticamente cuatro décadas<br />

de densa historia universal, no<br />

me centraré en su análisis<br />

–ejemplar y quizá definitivo–<br />

de la histeria, sino en su aspiración<br />

de “plantear una ética<br />

igualitaria, democrática”, que<br />

sostenga posiciones de “mayor<br />

dignidad y autorresponsabilidad”.<br />

¿Cómo podría definirse<br />

algo semejante?<br />

Sin vacilaciones, Szasz<br />

propone investigar por qué<br />

“las reglas del juego de la vida<br />

deben definirse de modo que<br />

quienes son débiles, o se hallan<br />

incapacitados o enfermos,<br />

deban recibir ayuda”. Una<br />

manera de empezar a enfocarlo<br />

es exhumando la filosofía<br />

de Spencer, tal como se expone<br />

en El hombre contra el Estado.<br />

En contraste con los precociales,<br />

los animales altriciales<br />

o de desarrollo lento<br />

otorgan a su prole servicios<br />

que están en razón inversa de<br />

su capacidad, si bien eso sucede<br />

en el “régimen familiar”,<br />

mientras subsiste en todo momento<br />

lo contrario, representado<br />

por el “régimen de los<br />

adultos de la especie”. Oigamos<br />

al propio Spencer:<br />

“Durante todo el resto de su vida,<br />

el adulto recibe beneficios proporcionales<br />

a sus méritos (…). Si los<br />

beneficios fuesen proporcionales a su<br />

inferioridad, favoreciéndose la multiplicación<br />

de los inferiores y entorpeciéndose<br />

la de los mejor dotados, la<br />

especie degeneraría progresivamente.<br />

El hecho elocuentísimo es que los<br />

procedimientos de la naturaleza son<br />

diametralmente opuestos dentro y<br />

fuera del grupo familiar, y que la intrusión<br />

de cualquiera de ellos en la<br />

esfera del otro sería fatal para la especie,<br />

bien en el periodo inmediato o<br />

en el futuro”.<br />

Puede oponerse –y Szasz<br />

lo hace– que la animalidad<br />

humana es singular, no admitiendo<br />

comparaciones directas<br />

con otras especies. Sin embargo,<br />

es evidente que en nuestras<br />

sociedades el “régimen familiar”<br />

no se limita a menores<br />

y otros minusválidos físicos.<br />

Ya sea porque los psicoterapeutas<br />

otorgan liberalmente<br />

diagnósticos de enfermedad<br />

mental, o por motivos adicionales,<br />

el juego social básico<br />

entre adultos –el trabajo, que<br />

reparte los merecimientos– sólo<br />

compromete a algunos,<br />

mientras otros rehúsan participar<br />

en él. ¿Por qué toleran<br />

algunas sociedades humanas<br />

ese pasivo? ¿Acaso están caracterizadas<br />

por la generosidad<br />

gratuita, por el sistemático<br />

desprendimiento? En la nuestra,<br />

por ejemplo, ¿acaso es<br />

costumbre regalar al prójimo<br />

dinero o prestigio? ¿Acaso cada<br />

familia y grupo verifica periódicos<br />

repartos de los bienes<br />

acumulados, como sucede en<br />

el potlach de pueblos recolectores-cazadores?Evidentemente,<br />

no. Al contrario, se observa<br />

una implacable lucha por los<br />

medios de vida, dentro de una<br />

estructura competitiva que<br />

PSICOLOGÍA<br />

DISFRACES DE LA COACCIÓN<br />

ANTONIO ESCOHOTADO<br />

exige constantes tributos laborales.<br />

Rara vez, si alguna, ha<br />

sido más categórico el principio<br />

antiguo: tanto tienes, tanto<br />

vales. Con todo, esa exigencia<br />

de rendimiento se reparte<br />

también de modo desigual,<br />

como si además de ella estuviese<br />

vigente lo opuesto, y ese<br />

opuesto fuera lo idóneo.<br />

1.<br />

En efecto, la religión judeocristiana<br />

“fomenta la incapacidad<br />

y la enfermedad”. Su Dios<br />

ama a los sumisos, a los pobres<br />

de espíritu, a los débiles,<br />

a los necesitados, a los cobardes,<br />

a los impotentes. A la inversa,<br />

el éxito en la vida, la independencia,<br />

la salud, la fuerza<br />

de espíritu, el arrojo, la<br />

potencia sexual y los demás<br />

ingredientes de la alegría resultan<br />

sospechosos. Quienes<br />

posean esas cualidades positivas<br />

no sólo no tendrán premio en<br />

el cielo, sino que en la Tierra<br />

habrán de servir a los poseedores<br />

de cualidades opuestas, negativas.<br />

No en vano, hallamos<br />

en los evangelios observaciones<br />

como ésta: “Porque hay eunucos<br />

que nacieron así del vientre<br />

de su madre, y hay eunucos<br />

que fueron hechos tales<br />

por mano de los hombres, y<br />

hay eunucos que se hicieron a<br />

sí mismos por causa del reino<br />

de los cielos; el que sea capaz<br />

de hacer esto, hágalo” (Mateo,<br />

19, 12).<br />

Según Szasz, la “maniobra<br />

masoquista” de temer la felicidad<br />

en general consagra una<br />

“psicología de esclavo”, donde<br />

los individuos –y con buenos<br />

motivos– “se abstienen de expresar<br />

su satisfacción por temor<br />

a que el peso de su carga<br />

aumente”. La diferencia se halla<br />

en la manera de jugar el<br />

juego primario, la capacitación<br />

laboral.<br />

“Aunque el esclavo no haya terminado<br />

su trabajo, podrá influir en<br />

su amo para que le conceda un respiro<br />

si muestra signos de inminente<br />

colapso (…). Manifestar signos de<br />

cansancio –prescindiendo de que<br />

sean auténticos o no– quizá produzca<br />

un sentimiento de fatiga o agotamiento<br />

en el actor. Creo que éste es<br />

el mecanismo responsable de la gran<br />

mayoría de los estados de fatiga crónica,<br />

antes llamados de ‘neurastenia’<br />

(…). Muchos pacientes de esta índole<br />

están inconscientemente ‘en huelga’<br />

contra personas de quienes dependen.<br />

En contraste con el esclavo,<br />

el hombre fija sus propios límites, y<br />

trabaja hasta concluir satisfactoriamente<br />

su tarea. Entonces puede disfrutar<br />

de los resultados”.<br />

Dios –y también el rey, el<br />

padre, el médico, el director<br />

espiritual, el comisario, etcétera–<br />

se mostrará tanto más exigente<br />

y punitivo cuanto menos<br />

pasivo e incompetente sea<br />

el individuo, pues “complácese<br />

Jehová en los que le temen<br />

y esperan de su misericordia”<br />

(Salmos, 147, 10-11).<br />

La pregunta a hacerse es<br />

qué consecuencias tienen semejantes<br />

reglas cuando son<br />

asumidas por adultos no minusválidos.<br />

Según Szasz, apenas<br />

es conjeturable la medida<br />

en que:<br />

1. Reducen la confianza<br />

de hombres y mujeres en sí<br />

mismos.<br />

2. Fomentan su dependencia<br />

e imprevisión.<br />

3. Estimulan la hipocresía.<br />

4. Sugieren servirse de la<br />

propia incompetencia para coaccionar<br />

a otros, prolongando<br />

indefinidamente situaciones<br />

artificiales de parasitismo.<br />

72 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


El ejemplo más luminoso<br />

y universal de este cuadro de<br />

consecuencias es el propio<br />

clero encargado de administrar<br />

los cultos –tanto el cristiano<br />

como el de otras religiones–,<br />

que resulta por definición<br />

inútil para aquello<br />

donde, en principio, deben<br />

ser útiles las demás personas,<br />

y que será por eso mismo sostenido,<br />

además de quedar<br />

exento en materia tributaria,<br />

militar, etcétera. La única excepción<br />

a semejante pauta era<br />

la antigua tradición judaica<br />

–donde el rabino estaba obligado<br />

a conocer un oficio, para<br />

no enseñar la ley divina por<br />

interés crematístico–, pero<br />

hasta esa salvedad perdió vigencia.<br />

Mirado de cerca, el principio<br />

de tener fe y despreocuparse<br />

del resto –que se expone<br />

paradigmáticamente en las palabras<br />

del Mesías cuando propone<br />

ser tan imprevisor como<br />

los pájaros o las plantas– contiene<br />

una invitación al descuido,<br />

la pasividad y la incompetencia:<br />

“Puesto que el comportamiento<br />

de los llamados enfermos mentales –y<br />

en especial la histeria de conversión–<br />

está íntimamente vinculado a incapacidad<br />

o desgana por lo que respecta a<br />

participar en el juego de la vida, resultará<br />

instructivo llamar la atención<br />

sobre ciertos preceptos bíblicos (…)<br />

que condenan de forma explícita la<br />

autoayuda y la maestría. En realidad,<br />

se interpreta que quien desea ayudarse<br />

a sí mismo tiene ‘poca fe’ (…).<br />

Gran parte de la psicología analítica<br />

gira en torno al problema de descubrir<br />

exactamente quién enseñó al paciente<br />

a comportarse de ese modo, y<br />

por qué aceptó él esas enseñanzas”.<br />

Es llamativo que Szasz llegue<br />

a estas conclusiones sin<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

hacer mención de Nietzsche, y<br />

aparentemente sin recurrir a<br />

su tesis sobre una conspiración<br />

platónico-cristiana, basada<br />

sobre el resentimiento, cuya<br />

tarea es difamar a la Tierra.<br />

Szasz llega a citar a Marx (que<br />

sin duda no es santo de su devoción),<br />

concretamente cuando<br />

habla de la religión como<br />

opio del pueblo y pide dejar<br />

atrás “un estado de cosas que<br />

necesita ilusiones”. Pero no<br />

hay la más mínima alusión a<br />

la ética del superhombre ni a<br />

sus análisis de la oposición entre<br />

señorío y servilismo. Semejante<br />

cosa podría explicarse<br />

como consecuencia de que<br />

Szasz es un judío húngaro,<br />

emigrado con su familia a Estados<br />

Unidos –siendo aún<br />

adolescente– para huir de la<br />

persecución nazi, una ideología<br />

que enarboló al autor de<br />

Así hablaba Zaratustra como<br />

una de sus justificaciones. A<br />

mi entender, la explicación es<br />

otra, pues Szasz busca ante todo<br />

sentar las bases de una ética<br />

y una medicina igualitarias,<br />

y ni el amo ni el esclavo aceptan<br />

ser puestos en un plano de<br />

igualdad.<br />

“Si bien algunas reglas bíblicas<br />

se proponen aliviar la opresión, la tesis<br />

general fomenta el mismo espíritu<br />

opresor (…). Cada esclavo es un amo<br />

potencial, y cada amo un esclavo en<br />

potencia. Debemos recalcar este hecho,<br />

porque es inexacto y engañoso<br />

oponer la psicología del oprimido<br />

con la del opresor. Lo necesario es,<br />

más bien, oponer la orientación propia<br />

de ambos con la psicología de la<br />

persona que se siente igual a su prójimo”.<br />

2.<br />

Contemplada a vista de pájaro,<br />

la historia describe el pro-<br />

ceso donde el reino de una<br />

minoría compuesta por fuertes<br />

o capaces sobre una mayoría<br />

de débiles o incapaces –los<br />

imperios antiguos– se transforma<br />

en lo contrario, primero<br />

siguiendo orientaciones como<br />

el Sermón de la Montaña,<br />

y luego gracias a movimientos<br />

revolucionarios, que empiezan<br />

a triunfar desde finales del siglo<br />

XVIII. Aunque Szasz no<br />

entre en ello, dicha inversión<br />

contiene una dialéctica profunda<br />

–la del amo y el siervo<br />

precisamente–, en cuya virtud<br />

el originalmente oprimido o<br />

incapaz va fortaleciéndose o<br />

capacitándose en la misma<br />

medida en que el opresor, originalmente<br />

capaz, se va debilitando<br />

al disfrutar un régimen<br />

de molicie y privilegio.<br />

Quizá por omitir esa dinámica<br />

subyacente, Szasz entiende<br />

que “el destino ineludible<br />

de todas las revoluciones es el<br />

establecimiento de nuevas tiranías”,<br />

cosa tan evidente en<br />

un nivel como corta de vista o<br />

unilateral en otros. Eso hace<br />

que su propia posición no se<br />

conciba como una consecuencia<br />

de procesos históricos previos,<br />

sino en términos de alguna<br />

manera intemporales, semejantes<br />

al estatuto de los<br />

símbolos en lógica formal,<br />

aquejados por esa generalizada<br />

falta de sustancia que exhibe<br />

el pensamiento de sus maestros,<br />

los creadores de la filosofía<br />

analítica. De ahí que su<br />

pragmática democratizadora<br />

se contraponga a alternativas<br />

presentes y pasadas de organización<br />

política, si bien constituye<br />

en realidad el resultado<br />

–o uno de los resultados– de<br />

dichas alternativas. “Cuando<br />

la refutación es a fondo”, observaba<br />

Hegel, “se deriva del<br />

mismo principio y se desarrolla<br />

a base de él, y no se monta<br />

desde fuera, mediante aseveraciones<br />

y ocurrencias contrapuestas”<br />

1 .<br />

3.<br />

Por otra parte, la perspectiva<br />

estática de Szasz no está exenta<br />

de intuiciones valiosas, que<br />

se adelantan a su tiempo en<br />

muchos sentidos:<br />

“El principio general de que una<br />

regla liberadora puede convertirse, a<br />

su debido tiempo, en un método de<br />

opresión tiene amplia validez para<br />

todo tipo de maniobras destinadas a<br />

modificar las reglas. Esto explica por<br />

qué es tan difícil hoy abogar con sinceridad<br />

por nuevos sistemas sociales,<br />

que simplemente ofrecen otro conjunto<br />

de nuevas reglas. Aunque se<br />

necesiten constantemente nuevas reglas,<br />

si la vida social ha de proseguir<br />

como un proceso tendente a una autodeterminación<br />

y complejidad creciente<br />

del ser humano, es indispensable<br />

mucho más que un mero cambio<br />

de reglas”.<br />

Nuevo, sin más determinaciones,<br />

es desde luego un<br />

concepto gaseoso, que destila<br />

simple aburrimiento. Pero<br />

cuatro décadas después de escribir<br />

ese párrafo, hoy, el paradigma<br />

científico que ha jubilado<br />

a la física newtoniana<br />

(así como sus retoques relativistas<br />

y cuánticos) se articula<br />

precisamente sobre los conceptos<br />

de autoorganización y<br />

complejidad. Lo que no se<br />

encuentra ahora por ninguna<br />

parte es aquello ubicuo para<br />

Galileo y sus sucesores –fuer-<br />

1 Fenomenología del espíritu, versión<br />

W. Roces. FCE, pág. 18, México, 1966.<br />

73


DISFRACES DE LA COACCIÓN<br />

zas inmateriales rigiendo una<br />

materia inerte o pura masa,<br />

con arreglo a trayectorias lineales,<br />

regulares y reversibles–,<br />

pues en vez de esa construcción<br />

nos vemos devueltos a un<br />

mundo propiamente físico,<br />

donde la realidad descartada<br />

por caótica –lo fractal, bifurcado,<br />

irreversible– emerge como<br />

imprevisto aunque manifiesto<br />

factor estructurante, verdadera<br />

y única fuente de orden e invención<br />

en la naturaleza.<br />

Aquello que Szasz llama “mucho<br />

más que un cambio de reglas”<br />

se identifica finalmente<br />

con una ética (médica, social,<br />

política) basada en la reciprocidad.<br />

En otras palabras, ni<br />

reino de los fuertes sobre los<br />

débiles ni la inversa, sino una<br />

“igualdad humana universal<br />

(de los derechos y las obligaciones,<br />

es decir, para participar<br />

en todos los juegos de<br />

acuerdo con la capacidad de<br />

cada uno)”.<br />

Este igualitarismo no sólo<br />

no está reñido con un respeto<br />

por la singularidad de cada<br />

persona o grupo, sino que parece<br />

ser el único punto de<br />

apoyo firme para una soberanía<br />

social e individual de la libre<br />

diferencia. Es en realidad<br />

una meritocracia, que continuamente<br />

dirime quién debe<br />

ayudar y quién ser ayudado,<br />

hora a hora y época a época.<br />

De ahí que su principal adversario<br />

esté en “los mitos religiosos,<br />

nacionales y profesionales”,<br />

cuyo rasgo genérico<br />

es fomentar la perpetuación<br />

de juegos infantiles exclusivistas,<br />

basados en “pautas de<br />

conducta mutuamente destructivas”.<br />

Su propósito es<br />

idealizar hagiográficamente a<br />

cierto grupo –aquel al que<br />

pertenece o querría pertenecer<br />

el individuo–, y sus consecuencias<br />

son unas pésimas relaciones<br />

con la verdad.<br />

Lo esencial es que el sujeto<br />

no puede decirse la verdad,<br />

pues ese lujo sólo pueden permitírselo<br />

quienes intervienen<br />

en el juego de la vida sin semejante<br />

rémora. De ello derivan<br />

las trampas, estafas y tea-<br />

tralizaciones del llamado enfermo<br />

mental, prototipo de<br />

existencia inauténtica. Lo auténtico<br />

–y aquí se cuela un retazo<br />

de pensamiento existencialista–<br />

es jugar por jugar, sabiendo<br />

que cada juego tiene<br />

sus reglas, y aceptando también<br />

que no vale jugar dos o<br />

más juegos al mismo tiempo<br />

ni observar las reglas de uno<br />

en otro.<br />

Neurólogos por formación<br />

y vocación, los fundadores<br />

de la psiquiatría creían<br />

que todos los llamados pacientes<br />

mentales eran “imitadores<br />

y farsantes”. Sus herederos<br />

prefieren creer que todos<br />

los imitadores y farsantes son<br />

enfermos. Mostrar las etapas<br />

de ese proceso, y su incoherencia<br />

radical, funda la antipsiquiatría<br />

como corriente.<br />

Gorki dijo: “La mentira es la<br />

religión de los esclavos y los<br />

amos”, definiendo con notable<br />

anticipación por qué los<br />

psiquiatras contemporáneos<br />

no admitirán ese elemento<br />

como causa y efecto de lo que<br />

sus pacientes son y hacen.<br />

Justamente porque no rompen<br />

el círculo vicioso del señorío<br />

y la servidumbre, llamarán<br />

“antihumanitaria” (y “antipsiquiátrica”)<br />

a la mera<br />

franqueza. La mentira se ignora<br />

o se considera otra cosa<br />

(amnesia, disociación…), en<br />

la misma medida en que el<br />

médico trata a los adultos como<br />

si fuesen niños, arrogándose<br />

el papel del pater familias<br />

romano. A eso contesta<br />

Szasz que él se ha limitado a<br />

reformular una de las primeras<br />

observaciones de Freud:<br />

“La hipocresía es un problema<br />

psiquiátrico esencial”.<br />

¿No será la mentira histérica<br />

–y no serán otras mentiras,<br />

como las conyugales– un<br />

intento de hacer predecible la<br />

comunicación, de jugar a controlar<br />

los movimientos del<br />

otro jugador, por supuesto haciendo<br />

trampa? Se miente por<br />

seguridad, y el mismo motivo<br />

hace que se admitan las mentiras.<br />

“Al decir una mentira, el<br />

mentiroso informa a su inter-<br />

locutor que le teme y desea<br />

complacerlo (…). Quien<br />

acepta la mentira informa al<br />

mentiroso de que también necesita<br />

mantener la relación”.<br />

Hay igualmente mentiras piadosas,<br />

mentiras por respeto, y<br />

un largo etcétera de excepciones<br />

a una abierta expresión de<br />

la verdad. Pero lo que distingue<br />

al mentiroso por enfermedad<br />

mental de todos los demás<br />

es una adhesión tan firme a la<br />

insinceridad que, aparentemente<br />

al menos, ni siquiera en<br />

su fuero interno reconoce estar<br />

mintiendo.<br />

Desde la vida misma como<br />

juego, su desdicha deriva<br />

de que esa última trampa desvirtúa<br />

el juego de raíz –en tanto<br />

que algo apoyado sobre<br />

“sentimientos de placer y esperanza,<br />

y una actitud de expectativa<br />

curiosa y estimulante”–,<br />

pues no sólo traslada el<br />

objetivo desde dentro (orientación<br />

hacia el dominio de<br />

cierta actividad) hacia fuera<br />

(coacción aplicada al resto de<br />

los jugadores), sino que borra<br />

el fin primario de participar,<br />

convirtiendo cada juego en algo<br />

absolutamente sometido al<br />

resultado. De ahí que la persona<br />

histérica se asemeje tanto al<br />

deportista profesional, cuya<br />

satisfacción no deriva de jugar<br />

bien y honestamente, sino de<br />

ganar a cualquier precio, cosa<br />

del todo imposible ya a medio<br />

plazo si no median toda suerte<br />

de fraudes.<br />

4.<br />

La tesis de Szasz –que la enfermedad<br />

mental es un mito, y<br />

que los psiquiatras no se enfrentan<br />

con patologías, sino<br />

con dilemas éticos, sociales y<br />

personales– supone redefinir<br />

valores. En vez de apoyar pautas<br />

de acción (“reglas de juego”)<br />

que fomentan la puerilidad<br />

y la dependencia, el psiquiatra<br />

debería basarse en<br />

aquellas que apoyan lo contrario:<br />

“Reglas que subrayan la<br />

necesidad de que el ser humano<br />

se esfuerce por alcanzar<br />

maestría, responsabilidad, autoconfianza<br />

y cooperación”.<br />

En definitiva, la clientela<br />

del psicoterapeuta está formada<br />

ante todo por individuos<br />

que no quieren renunciar a<br />

juegos aprendidos en fases<br />

tempranas de su vida, siguiendo<br />

un triple esquema de conflicto.<br />

Unos se aferran a las reglas<br />

antiguas, rebelándose<br />

contra los retos que plantea<br />

aprender las actuales; otros<br />

tratan de superponerlas, mezclando<br />

juegos mutuamente<br />

incompatibles, y otros se aferran<br />

al generalizado desengaño,<br />

“convencidos de que no<br />

existe ningún juego digno de<br />

ser jugado”. Esto último, añade<br />

Szasz, parece afectar singularmente<br />

al occidental contemporáneo.<br />

En efecto, el<br />

cambio se ha acelerado allí<br />

tanto que hasta los opulentos<br />

tienden a “compartir el problema<br />

del inmigrante”, obligado<br />

a reaprender casi todas<br />

sus pautas de vida por el hecho<br />

mismo de mudarse a otra<br />

civilización.<br />

“Se diría que el hombre moderno<br />

hace frente al problema de elegir<br />

entre dos alternativas básicas (…).<br />

Una es desesperarse a raíz de la utilidad<br />

perdida o el rápido deterioro de<br />

juegos penosamente aprendidos. La<br />

otra es responder al desafío de la incesante<br />

necesidad de aprender (…) y<br />

tratar de hacerlo satisfactoriamente”.<br />

Por otra parte, la alternativa<br />

está resuelta para quien<br />

tenga “el deseo sincero de<br />

cambiar”, porque elegirá el escepticismo<br />

ante toda suerte de<br />

maestros oscurantistas, representados<br />

paradigmáticamente<br />

por mitos religiosos, nacionales<br />

y psiquiátricos. Para cambiar<br />

es preciso aprender a<br />

aprender, y semejante cosa demanda<br />

una alta medida de flexibilidad.<br />

Esta conclusión retiene<br />

evidentes elementos de validez.<br />

El revival islámico y nacionalista,<br />

por no hablar del<br />

terapeutismo coactivo, siguen<br />

siendo formas de jugar torpe o<br />

tramposamente el destino de<br />

insondable libertad y comprensión<br />

aparejado a nuestra<br />

especie. Singularmente, lo<br />

mismo sucede con los males<br />

74 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


DISFRACES DE LA COACCIÓN<br />

nerviosos, luego llamados enfermedad<br />

mental, que de un<br />

modo u otro pasan por alto el<br />

juego de aprender a aprender.<br />

Sin embargo, el aspecto quizá<br />

más actual de este ensayo sea<br />

su propuesta de una ética basada<br />

sobre principios de reciprocidad,<br />

que Szasz llama libertaria<br />

(libertarian), aunque<br />

quizá sería más exacto llamar<br />

ultraliberal.<br />

Muy debilitada por el paso<br />

del tiempo, la diferencia<br />

entre izquierdas y derechas<br />

depende de precisar qué bienes<br />

serán gratuitos, semigratuitos<br />

o –cuando menos– socializados,<br />

porque el conservador<br />

considerará beneficencia<br />

aquello que el progresista entiende<br />

como derecho. Inclinando<br />

por ahora la balanza, el<br />

catastrófico resultado del socialismo<br />

llamado real puso en<br />

la picota el proyecto de lograr<br />

policialmente que sociedades<br />

e individuos sean tan altruistas<br />

como laboriosos, preparando<br />

así una eventual desaparición<br />

del Estado como<br />

aparato coactivo.<br />

Lo sorprendente en el ultraliberalismo<br />

de Szasz es que<br />

–mirados de cerca– sus planteamientos<br />

no están tan lejos<br />

del Manifiesto comunista. Lo<br />

diferencial reside más bien en<br />

la desarmante franqueza de<br />

Szasz, comparada con el híbrido<br />

de voluntarismo y determinismo<br />

edificante de<br />

Proudhon o Marx. En efecto,<br />

El mito de la enfermedad mental<br />

acaba proponiendo que es<br />

una dura carga para los capaces<br />

o trabajadores aceptar una<br />

ética no igualitaria, cuya práctica<br />

social por excelencia consiste<br />

en recompensar la incapacidad.<br />

Dicho de otro modo,<br />

nos hemos acostumbrado<br />

a sentir la compasión por el<br />

débil como una de las pocas<br />

virtudes indiscutibles, quizá<br />

inconscientes de que eso se<br />

convertiría en palanca de<br />

chantaje para personas desprovistas<br />

de compasión alguna,<br />

a quienes conviene fingir<br />

una debilidad u otra para<br />

coaccionar al resto.<br />

Aunque la magnanimidad<br />

honra y honrará siempre a<br />

cualquiera, no es, para nada,<br />

lo mismo ser generoso por decisión<br />

propia que sostener una<br />

estructura institucional donde<br />

dar muestras de cuido, actividad<br />

y competencia supone ser<br />

obligado a compensar el descuido,<br />

la pasividad y la incompetencia<br />

de otros, los débiles<br />

de espíritu bendecidos<br />

por el Sermón. Szasz observa<br />

que un escenario semejante<br />

sólo puede promover fraudes.<br />

Los diligentes, honrados, previsores<br />

y cooperativos darán<br />

muestras de sensata prudencia<br />

ocultándolo –y hasta corrigiendo<br />

en lo posible esos rasgos–<br />

para no suscitar un peligroso<br />

rencor, primero, y una<br />

segura explotación, después,<br />

por parte del resto. El resto,<br />

evidentemente, será bien alguna<br />

variedad de sádico facha, o<br />

bien algún aspirante al parasitismo<br />

perpetuo, en nombre de<br />

una vendetta difusa que se<br />

arroga la representación del<br />

progreso.<br />

Psicoanalista crítico, pero<br />

psicoanalista a fin de cuentas,<br />

Szasz se explica las trampas<br />

del juego principal como un<br />

efecto de la envidia que el<br />

irresponsable siente por el responsable,<br />

y como un justificado<br />

miedo a ella por parte de<br />

este último. Sin embargo, la<br />

propuesta de jugar la partida<br />

democrática hasta el final, sin<br />

zancadillas, no está exenta de<br />

paradoja, ya que funciona como<br />

bisturí para situaciones<br />

de dependencia. Sólo son dependientes<br />

justificados o enriquecedores<br />

para sus cuidadores<br />

los niños, los viejos y<br />

los minusválidos 2 . El resto<br />

debería ser educado en la escuela<br />

del juego limpio, cuyas<br />

reglas carecen de misterio alguno.<br />

Implican no pedir sin<br />

dar, no recibir con ingratitud<br />

(en última instancia, eso sig-<br />

2 En el sentido de que atenderles<br />

produce una realimentación básicamente<br />

positiva –análoga al fenómeno que la<br />

bióloga L. Margulis llama “simbiogénesis”–<br />

para personas y grupos.<br />

nifica cooperar) y, correspondientemente,<br />

aprender cuanto<br />

antes a hacer algo que sea<br />

útil para nuestro prójimo, a<br />

quien por fuerza habremos de<br />

solicitar o comprar innumerables<br />

servicios durante la<br />

existencia.<br />

Nada tan sencillo de entender,<br />

al mismo tiempo que<br />

problemático. El Estado de<br />

bienestar, modelo tan indiscutible<br />

hace unos años como<br />

amenazado hoy de naufragio,<br />

tiene un reflejo de su crisis en<br />

la dificultad que experimentan<br />

padres y maestros a la hora<br />

de transmitir sus pautas de<br />

vida a hijos y alumnos. Dibujando<br />

otra parte del mismo<br />

cuadro, quienes antes depositaban<br />

sus ahorros en bancos a<br />

cambio de un interés atractivo<br />

–opulentos tanto como<br />

humildes– se ven obligados a<br />

apostar en la ruleta de la Bolsa,<br />

o asumir el riesgo de<br />

aprender a ser empresarios,<br />

esto es, autoempleados. Por<br />

su parte, el obrero a la antigua<br />

(revolucionario, altruista,<br />

explotado) dio paso a un epítome<br />

del inmovilismo, que ignora<br />

su responsabilidad en el<br />

éxito de la empresa donde cobra,<br />

y que la explotaría sin<br />

piedad de no ser porque ella<br />

flexibiliza su despido.<br />

5.<br />

Para completar el paisaje, una<br />

managerial revolution separó el<br />

control y la propiedad de las<br />

corporaciones, creando una<br />

clase ejecutiva a quien corresponde<br />

hoy gran parte del gobierno<br />

mundial. Correlativamente,<br />

los mecanismos de la<br />

democracia parlamentaria<br />

–adaptados a épocas donde difundir<br />

noticias resultaba muy<br />

caro y lento, pues llegaban a<br />

través de veleros y diligencias–<br />

se mantienen intactos en una<br />

era donde difundir noticias resulta<br />

baratísimo y rapidísimo.<br />

Aunque es perfectamente posible<br />

hoy que lo fundamental<br />

de las leyes y decisiones políticas<br />

se adopte por vía de referéndum,<br />

y que una rigurosa<br />

descentralización sea compati-<br />

ble con altos grados de coordinación,<br />

la consulta al ciudadano<br />

se restringe a votar gobernantes,<br />

y la descentralización<br />

es algo cada vez más ilusorio,<br />

que en vez de reducir el número<br />

de agencias gubernativas<br />

las multiplica. Por supuesto,<br />

eso asegura que cualesquiera<br />

nostálgicos del templo y la<br />

milicia puedan reciclarse como<br />

clase política.<br />

Impensable hace apenas<br />

medio siglo, el botín universal<br />

es ahora gestionar dinero o<br />

votos de otros, un insólito<br />

cuerno de la abundancia que<br />

invita a replantear la cuestión<br />

del parasitismo. Durante milenios,<br />

ser capataz del dueño era<br />

un oficio mal pagado, y dedicarse<br />

a la política costaba dinero<br />

(bien por daño emergente<br />

o bien por lucro cesante).<br />

La novedad del ahora –que el<br />

administrador sea el verdadero<br />

dueño, y que el verdadero representado<br />

sea el representante–<br />

supone un cambio de<br />

grandes e inagotadas consecuencias.<br />

Adoptando la perspectiva<br />

de Szasz en 1961,<br />

cuando se propuso narrar el<br />

mito de la enfermedad mental,<br />

podríamos plantear la génesis<br />

de una alegoría comparable, el<br />

mito de la tutela consustancial.<br />

Heredero de leyendas teológicas,<br />

nacionales y terapéuticas,<br />

este mito extiende el estatuto<br />

de dos estamentos<br />

decaídos –el eclesiástico y el<br />

nobiliario– a dos estamentos<br />

en ascenso –el ejecutivo y el<br />

político–, cuyo rasgo común<br />

consiste en gestionar patrimonios<br />

o voluntades de otros, pero<br />

obrando con la autonomía<br />

de los albaceas testamentarios,<br />

que administran la voluntad<br />

de los muertos.<br />

Al mismo tiempo, conviene<br />

tener presente que esas<br />

transformaciones son parte de<br />

la historia democrática, y corresponden<br />

a una fase precisa<br />

en el alumbramiento del pueblo,<br />

un ente político tan esencial<br />

como hipotético. Sujeto<br />

antes a las riendas de gobiernos<br />

dictados por el derecho<br />

de dioses y reyes, parte del<br />

76 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


pueblo –concretamente el colectivo<br />

de accionistas y votantes–<br />

ha delegado sus intereses<br />

en algunos villanos por origen,<br />

pero nobles por responsabilidad<br />

adquirida. Así, el<br />

gobierno de uno –monarca<br />

celestial o terrestre– cede paso<br />

al gobierno de algunos, cumpliendo<br />

la voluntad de un todos<br />

que permanece aún en la<br />

tesitura de mayoría simple. El<br />

desafío del futuro inmediato<br />

parece ser que esa mayoría<br />

simple no oprima demasiado<br />

al resto, y que dicho resto<br />

–convertido en mayoría reforzada<br />

por incorporarse a él la<br />

multitud de no accionistas y<br />

no votantes– encuentre formas<br />

de participar en el rumbo<br />

del mundo.<br />

Obsérvese, por último,<br />

que se trata de una opción ética.<br />

El etiquetado como enfermo<br />

mental pisotea la ética<br />

porque quiere coaccionar sin<br />

fundamentos convincentes a<br />

nivel discursivo, y para ejercer<br />

ese chantaje dramatiza una<br />

debilidad que convierte en dependiente<br />

suyo al independiente.<br />

No menos pisotean la<br />

eticidad quienes se erigen en<br />

albaceas de los vivos, sosteniendo<br />

el mito de una tutela<br />

consustancial. Llevándolo a<br />

sus últimos fundamentos, el<br />

mitologema que subyace a<br />

ambos es Hércules, un paradigma<br />

de autosuficiencia 3 forzado<br />

a trabajar para una variada<br />

colección de autoinsuficientes.<br />

Como observa Szasz,<br />

mientras reine cosa distinta de<br />

la reciprocidad, los no desidiosos<br />

ocultarán sus satisfacciones<br />

y logros, “por temor a<br />

que el peso de su carga aumente”.<br />

Pero no es mala época<br />

la actual para replantear el<br />

principio de la acción recíproca<br />

en economía y política. Por<br />

una parte, jamás hubo tanta<br />

3 Como algunos recordarán, prefería<br />

caminar a montar, dormir al raso antes<br />

que bajo techo, comer tortas de cebada<br />

a las delicadas viandas de un banquete,<br />

departir amistosamente a<br />

impartir órdenes.<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

prosperidad, tan prolongada<br />

paz y tantas libertades. Por<br />

otra, al engaño de hacer cumplir<br />

las reglas divinas ha seguido<br />

el engaño de gestionar vitaliciamente<br />

las humanas, lo<br />

cual significa que el representante<br />

suplantará sistemáticamente<br />

al representado, ofreciendo<br />

su candidatura al parasitismo<br />

como altruista devoción<br />

por el bien común. Es la sociedad<br />

del entretenimiento; sin<br />

duda, un momento apasionante<br />

en la historia del espíritu. n<br />

Antonio Escohotado es profesor de<br />

Filosofía de la UNED.


“Su novela es un centón, una muy astuta<br />

taracea bien dosificada de todos los tópicos<br />

(en su más alto sentido retórico)<br />

exigibles para convertir su texto en un<br />

éxito de ventas y lectrices (…). Si hace<br />

años la sagacidad de Lara [editor de Planeta]<br />

puso de moda en nuestro país la<br />

novela histórica y el reportaje periodístico<br />

y la crónica testimonial (…) desde<br />

hace un lustro más o menos estaba acechando,<br />

con su infalible ojo clínico, el<br />

amplio mercado de la novela femenil<br />

(…) en la que decaen hasta escritores de<br />

verdad (véanse las últimas novelas de<br />

Martín Gaite o Almudena Grandes)…”.<br />

(Crítica en Revista de libros de la novela<br />

de Carmen Posadas Pequeñas infamias,<br />

Premio Planeta 1998 1 ).<br />

¿Existe alguna relación entre<br />

literatura y sexo/género? Más<br />

concretamente –pues en estos<br />

términos suele plantearse–: ¿cabe<br />

hablar de una literatura de<br />

mujeres (según el sexo del autor),<br />

sobre mujeres (según el sexo<br />

de sus protagonistas), para mujeres<br />

(según el de los lectores a<br />

los que presuntamente se dirige)<br />

o femenina (por las características<br />

de los textos)? No pretendo,<br />

en este artículo, ni opinar<br />

sobre el tema de fondo ni exponer<br />

las tesis de los ensayistas que<br />

lo han abordado: quiero sólo<br />

poner de manifiesto ciertas actitudes<br />

de la crítica literaria española<br />

contemporánea, que parecen<br />

bastante necesitadas de luz y<br />

taquígrafos 2 .<br />

Sólo uno de los sexos<br />

tiene sexo<br />

Habiendo revisado cientos de artículos<br />

en revistas (Qué leer, Leer,<br />

Revista de libros…) y periódicos<br />

(El País, El Mundo, La Vanguardia,<br />

Abc…) en el curso de los últimos<br />

años, puedo afirmar que<br />

el porcentaje de los que mencionan<br />

la identidad o carácter masculino<br />

de una obra, de su autor o<br />

de sus lectores es, muy exactamente,<br />

cero. Son en cambio bastante<br />

frecuentes las alusiones a<br />

las mujeres y lo femenino. Veamos<br />

algunas:<br />

“Waltraud Anna Mitgusch sabe escribir,<br />

pero su prosa bordea siempre la<br />

línea semiborrada que separa la buena<br />

literatura de lo que suele llamarse ‘literatura<br />

de mujeres’. Si llegara a controlar<br />

sus efusiones y delirios, sus largas tiradas<br />

poéticas, podría escribir cualquier día<br />

una gran novela” 3 .<br />

“Usted, Umbral, no hace literatura<br />

obvia y cornucopística como los galos<br />

y los sampedros y los mojigatos. Usted<br />

hace escritura, y para apreciar la escritura<br />

hay que saber leer. Por eso no<br />

vende usted tantos libros como los galos<br />

que decíamos, pues ellos redactan<br />

para señoras desocupadas de mediana<br />

edad y fortuna media que saben leer<br />

bastante menos que su tía Algadefina<br />

[personaje de la novela de Umbral], pero<br />

constituyen la clientela básica de los<br />

novelones de 600 páginas y en cuanto<br />

acaban de engullir una cornucopia literaria<br />

exclaman arrobadas: ‘¡Qué bien<br />

escrito está!’, aunque es un poco fuerte…”<br />

4 .<br />

“Una vida inesperada es, sin duda,<br />

una novela desaprovechada a causa de<br />

CRÍTICA LITERARIA<br />

LA NOVELA FEMENIL Y SUS LECTRICES<br />

La crítica española frente a la narrativa de mujeres<br />

1 A. García Galiano: ‘Pura vida (subliteratura<br />

de diseño)’ en Revista de libros,<br />

diciembre de 1998.<br />

2 Me limito al campo de la ficción en<br />

prosa. Para la poesía, remito al lector al<br />

magnífico artículo de Roberta Quance<br />

‘Entre líneas: Posturas críticas ante la<br />

poesía escrita por mujeres’ (La balsa de la<br />

Medusa, núm. 4, 1987) y al prólogo de<br />

Noni Benegas a su antología poética Ellas<br />

tienen la palabra (Hiperión, Madrid,<br />

1997). Por lo demás, para una exposición<br />

de las distintas tesis sobre el tema de fondo,<br />

véase el transparente ensayo de Toril Moi<br />

Teoría literaria feminista (Cátedra, Madrid,<br />

1988). Utilizo el término “sexo” y<br />

no “género” para evitar confusiones con<br />

la acepción literaria de este último.<br />

3 M. Sáenz: ‘Otras mujeres’, crítica<br />

de la novela de W. A. Mitgusch Cara a cara,<br />

en Diario 16, 6-9-1990.<br />

4 I. Tubau:‘Umbral: la escritura’, crítica<br />

de Las señoritas de Aviñón, de Francisco<br />

Umbral, La Vanguardia, 10-2-1995.<br />

LAURA FREIXAS<br />

una solución ideológica fácil y complaciente<br />

con las lectoras” 5 .<br />

“Si bien puede decirse que Las hijas<br />

de Hanna [de Marianne Fredriksson]<br />

es una novela plagada de sentimientos<br />

y confesiones que nacen de la<br />

introspección, es necesario señalar que<br />

no se trata de una novela femenina al<br />

uso en la que abunden los estereotipos y<br />

clichés demasiado comunes” 6 .<br />

No es de extrañar que cuando<br />

alguien quiere utilizar en un<br />

sentido puramente descriptivo<br />

el adjetivo femenino aplicado a<br />

una obra literaria –“Irlanda es<br />

una novela femenina…”– deba<br />

precisar inmediatamente: “… en<br />

el mejor sentido de la palabra”;<br />

está claro que el sentido habitual<br />

es el peor 7 .<br />

Femenino, ¿es decir…?<br />

A fin de precisar qué entiende la<br />

crítica por “femenino”, añadiré<br />

un par de citas más:<br />

“Enriqueta Antolín, para conseguir<br />

su grupo de lectoras incondicionales,<br />

ha abierto la caja de la emotividad,<br />

la ha desparramado por las páginas de<br />

su novela con toda una maquinaria repetitiva<br />

y obsesiva…” 8 .<br />

“Sentimentalismo y cursilería. Existe<br />

un tipo de novela, normalmente escrito<br />

por mujeres, que habla de sentimientos<br />

a flor de piel y vive en los espacios<br />

donde las emociones constituyen el<br />

único eje en el que se sustenta la narración.<br />

Carla Cerati, al igual que Susanna<br />

Tamaro o Francesca Duranti, por nom-<br />

5 S. Alonso: ‘Una ocasión perdida’,<br />

crítica de la novela Una vida inesperada, de<br />

Soledad Puértolas, en Revista de libros, octubre<br />

de 1997.<br />

6 Boletín de novedades de la editorial<br />

Emecé, septiembre-diciembre de 1998.<br />

7 L. Etxebarría: Crítica de la novela<br />

Irlanda, de Espido Freire, en El Mundo,<br />

25-4-1998.<br />

8 S. Alonso: ‘De mujer a mujer’, crítica<br />

de la novela de Enriqueta Antolín<br />

Mujer de aire, en Revista de libros, junio de<br />

1997.<br />

brar a dos colegas suyas, no plantea grandes<br />

cuestiones en sus historias ni refleja<br />

posturas ideológicas ni se detiene en profundas<br />

reflexiones ni constituye un corpus<br />

narrativo con suficiente peso como<br />

para aguantar y alimentar ese complejo<br />

mundo donde las emociones habitan” 9 .<br />

Podríamos continuar hasta<br />

el infinito, pero más valdrá detenernos<br />

para señalar algunos denominadores<br />

comunes a todas<br />

las citas que llevamos hechas.<br />

1. Se confunde o identifica<br />

sin más la literatura de-sobre-para<br />

mujeres. La premisa implícita<br />

está clara: un libro escrito por<br />

una mujer y/o que versa sobre<br />

mujeres sólo puede interesar a<br />

las mujeres. Ya se sabe 10 que lo<br />

femenino es particular y lo masculino<br />

universal, por lo que no<br />

debemos temer que ningún crítico<br />

coloque a Ardor guerrero o<br />

Herrumbrosas lanzas el sambenito<br />

de “literatura masculina”.<br />

2. Parece existir entre los críticos<br />

un amplio consenso sobre<br />

qué se debe entender por “femenino”<br />

(“intimismo”, “emotividad”,<br />

“introspección”, “sentimientos”,<br />

“confesiones”…) sin<br />

ningún matiz geográfico, histórico<br />

ni ideológico. ¿Debemos deducir<br />

que, según ellos, la feminidad<br />

es una esencia eterna, determinada<br />

tal vez por la biología?<br />

¿Descartan toda interpretación de<br />

lo femenino como una condición<br />

9 M. Monteys: ‘Sentimentalismo y<br />

cursilería’, crítica de La amiga de la modista,<br />

de Carla Cerati, en Qué leer, octubre<br />

de 1997.<br />

10 En ‘Lo absoluto y lo relativo en el<br />

problema de los sexos’ (Cultura femenina<br />

y otros ensayos, Alba, Barcelona, 1999),<br />

G. Simmel explica brillantemente cómo la<br />

cultura patriarcal identifica universal con<br />

masculino.<br />

78 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92


políticamente variable, que influye<br />

sobre la escritura en la misma<br />

medida que otras circunstancias<br />

del autor (como la pertenencia a<br />

un país o generación) y respecto a<br />

la cual cada autora adopta una<br />

actitud determinada (como los<br />

escritores españoles toman postura<br />

en sus obras respecto a España)?<br />

No parece muy aventurado<br />

presumir que, con algunas excepciones<br />

11 , simplemente no se han<br />

parado a pensar en el asunto, limitándose<br />

a dar por buena la definición<br />

tradicional más rancia.<br />

3. Cuando un crítico afirma<br />

el carácter “femenino/de-sobrepara-mujeres”<br />

de una obra, en el<br />

90% de los casos dicha afirmación<br />

implica o introduce un juicio<br />

peyorativo. Véase si no: “tópicos”,<br />

“decaer”, “efusiones y delirios”,<br />

“obvia y cornucopística”,<br />

“fácil y complaciente”, “estereotipos<br />

y clichés”, “repetitiva y obsesiva”,<br />

“sentimentalismo y cursilería”…<br />

Por lo visto, todo el<br />

mundo está de acuerdo en que<br />

hay defectos literarios típicamente<br />

femeninos. No parece haber<br />

en cambio, qué curioso, ni<br />

defectos masculinos ni cualidades<br />

femeninas.<br />

Tampoco hay cualidades típicamente<br />

masculinas, pues ya se<br />

sabe que son universales, y quizá<br />

la explicación de que lo femenino<br />

sea visto siempre como defectuoso<br />

es precisamente que para la<br />

mentalidad patriarcal la feminidad<br />

es eso: carencia, defecto. No<br />

otra cosa parece pensar la autora<br />

11 Quiero citar especialmente a R.<br />

Buenaventura, J. Marín, C. Ortega, G.<br />

Gullón y E. Lago, entre otros, que en sus<br />

críticas no temen abordar abiertamente,<br />

con inteligencia y sin paternalismos, la<br />

cuestión que nos ocupa.<br />

Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

(sí, una mujer) de esa crítica, que<br />

comentando una obra representativa,<br />

según ella, del “tipo de novela<br />

escrita normalmente por<br />

mujeres”, la describe en negativo:<br />

“no plantea… ni refleja… ni se<br />

detiene… ni construye…”.<br />

Pero el mejor ejemplo (confesaré<br />

que es la perla de mi colección)<br />

de la actitud reinante<br />

nos lo da el siguiente artículo<br />

aparecido en El Mundo:<br />

“Lara debe de tener una encuesta de<br />

nombres conocidos por el gran público y<br />

aplica el baremo, la cuota de pantalla y<br />

suma el resultado al perfil de novela que<br />

dicen gusta en sociedad, sobre todo en el<br />

ámbito femenino –las damas leen más–,<br />

según el cual el relato ha de ser delicado,<br />

con encaje, intimismo, sentimiento, cursilería,<br />

mucho atardecer, lluvia tras los<br />

cristales y una depresión de caballo, y ya<br />

tenemos el retrato robot del autor premiado.<br />

(…) La fuerza, la buena literatura,<br />

la cruda realidad, la vida misma, ya no<br />

se lleva en la literatura de los premios.<br />

(…) Como si la literatura fuera un bálsamo<br />

o plumero para quitar el polvo a las<br />

marujas de clase media” 12 .<br />

Se divide la literatura en dos<br />

mitades. Una, la caracterizada<br />

por rasgos tradicionalmente<br />

Ana Martía Matute<br />

masculinos (“fuerza”, “crudeza”),<br />

que, sin embargo, no se califica<br />

de masculina sino de “buena literatura”:<br />

masculino = universal =<br />

bueno. Otra, la destinada a las<br />

mujeres (“gusta […] en el ámbito<br />

femenino”) y que es lo contrario<br />

de “buena”: femenino =<br />

12 A. Pavón: ‘El planeta de los simios’,<br />

El Mundo, 17-10-1996.<br />

particular = malo. Magistral.<br />

¿Literatura (de verdad)<br />

o literatura de mujeres?<br />

La ecuación, cuando se hace explícita,<br />

es como sigue: la literatura<br />

que se vende es la que gusta<br />

al gran público; el gran público<br />

no entiende; por tanto, la<br />

literatura que más se vende es<br />

mala; las mujeres forman el<br />

grueso del gran público; ergo la<br />

literatura que gusta a las mujeres<br />

es mala. En mi opinión, los críticos<br />

que así razonan confunden<br />

varias cosas. Vamos por partes.<br />

De entrada, confunden el<br />

gran público, que evidentemente<br />

es profano en literatura y cuyo<br />

juicio no es garantía de calidad<br />

(aunque desde que apareció el<br />

fenómeno llamado best seller culto<br />

las cosas ya no están tan claras),<br />

con el público formado por<br />

las mujeres. Se sabe, por distintas<br />

encuestas, que las mujeres leen<br />

más, sobre todo narrativa, pero<br />

también se sabe que son amplia<br />

mayoría en las carreras de letras;<br />

de todo lo cual puede deducirse<br />

que son mujeres la mayoría de<br />

lectores de toda literatura: de la<br />

novela rosa a las colecciones de<br />

clásicos (y también, dicho sea de<br />

paso, de esos suplementos y revistas<br />

culturales que tan generosamente<br />

las insultan). Y si se<br />

puede argumentar que existe<br />

una relación causa-efecto (por el<br />

bajo nivel educativo) entre gran<br />

público y mala literatura, no se<br />

ve en cambio cómo podría explicarse<br />

una presunta relación<br />

causal entre público femenino y<br />

mala literatura.<br />

Se da una segunda confusión.<br />

Por una parte, es evidente<br />

que las mujeres sienten un especial<br />

interés por las novelas de<br />

y sobre mujeres, por los mismos<br />

motivos que un lector barcelo-<br />

79


LA NOVELA FEMENIL Y SUS LECTRICES<br />

nés de los años noventa siente<br />

un especial interés (sociológico,<br />

si se quiere, y tanto menos exclusivo<br />

cuanto más culto sea el<br />

lector en cuestión) por la literatura<br />

barcelonesa de los años noventa.<br />

Por otra parte, la literatura<br />

escrita por mujeres y centrada<br />

en personajes femeninos, como<br />

la literatura barcelonesa de los<br />

años noventa, puede ser buena,<br />

mala o regular: incluye desde<br />

Corín Tellado hasta Ana María<br />

Matute, Mercè Rodoreda o Colette.<br />

El cortocircuito se produce<br />

cuando se confunde lo sociológico<br />

con lo estético: cuando<br />

se formula una crítica que en lugar<br />

de fundamentarse en razonamientos<br />

estéticos y dirigirse<br />

contra una obra en particular<br />

(crítica perfectamente legítima),<br />

ataca a tal obra o a su autora en<br />

tanto que representante de su<br />

sexo. En otras palabras, cuando<br />

se da a entender que una obra literaria<br />

es mala porque es de, sobre<br />

o para mujeres. Lo cual, a<br />

fin de cuentas, no es sino una<br />

muestra más –aunque no parece<br />

que nuestros críticos se hayan<br />

percatado de ello– de una tradición<br />

que se remonta por lo menos<br />

a la antigüedad clásica (Juvenal...)<br />

y llega, ay, hasta Roberto<br />

Arlt o Albert Cohen: la de<br />

descalificar o ridiculizar a las<br />

mujeres que escriben o que hacen<br />

uso, en general, de la palabra<br />

pública.<br />

Corazón de ‘maruja’<br />

Podría quizá alguna lectora o<br />

escritora ingenua creer que todo<br />

esto no va con ella; que una<br />

formación universitaria, unos<br />

cuantos cientos de libros leídos,<br />

o, en el caso de la escritora, una<br />

amplia obra, cierto número de<br />

tesis sobre la misma, unos<br />

cuantos premios literarios… la<br />

salvan de la quema. Eso sería<br />

conocer muy mal a los señores<br />

críticos españoles. Basta, en<br />

efecto, echar un vistazo a sus<br />

artículos para comprobar que a<br />

los ojos de los mandarines culturales<br />

de nuestro país toda<br />

mujer que lee, y no digamos<br />

que escribe, es algo así como<br />

los cristianos nuevos a los ojos<br />

de los inquisidores: sospechosa<br />

a priori.<br />

Sepan, pues, todas esas marisabidillas<br />

que:<br />

a) Si alguna vez, debido a la<br />

graciosa y libérrima clemencia<br />

de los señores críticos, y sin que<br />

siente precedente, se le concede<br />

a alguna la absolución, se está<br />

haciendo con ella una excepción<br />

que el crítico aprovecha<br />

para confirmar la consabida regla:<br />

“Hijas de la noche en llamas (...)<br />

constituye un bello soplo de aire fresco<br />

en el panorama actual de nuestra narrativa<br />

escrita por mujeres, más bien<br />

tendente en los últimos años a balancearse<br />

por igual entre cutreces y mojigaterías,<br />

o a caer en feminismos de cuño<br />

añejo o falsos intimismos propios de<br />

internados para señoritas.” 13 .<br />

b) No confundan la absolución,<br />

cuando un crítico tiene a<br />

bien concedérsela, con una patente<br />

de corso, pues si algunas<br />

escritoras consiguen a veces, elevándose<br />

por encima de su sexo,<br />

alcanzar la categoría de “escritores”,<br />

el corazón de maruja que<br />

toda mujer, así sea doctora, lleva<br />

dentro la arrastrará fatalmente al<br />

cieno:<br />

“… la novela femenil (…) en la<br />

que decaen hasta escritores de verdad”<br />

14 .<br />

c) Y de todas maneras, ¿a qué<br />

viene ese insensato furor de intentar<br />

crear personajes femeninos<br />

de fuste, en novelas que a fin de<br />

cuentas sólo leerán mujeres? Sería<br />

echar margaritas a los cerdos y,<br />

además, llover sobre mojado,<br />

pues los novelistas varones (competidores,<br />

cabe suponer a contrario<br />

sensu, por el trono masculino<br />

de la novela difícil e indigesta) ya<br />

dijeron hace un siglo todo lo que<br />

vale la pena decir sobre mujeres:<br />

“Mujeres y hombres compiten en<br />

la actualidad por el trono femenino de<br />

la novela fácil y digestiva que propor-<br />

13 Reseña sin firma de la novela de<br />

Irene Gracia Hijas de la noche en llamas, en<br />

Leer, número 101, primavera de 1999.<br />

(Es lo que Roberta Quance, en el artículo<br />

citado, nota 2, ha llamado “alabar denostando”<br />

y de lo que suministra numerosos<br />

ejemplos).<br />

14 Véase nota 1.<br />

ciona pingües beneficios, pero en ningún<br />

caso han creado ni crearán heroínas<br />

inolvidables como las de los novelistas<br />

del siglo XIX” 15 .<br />

Con todo respeto a aquellas<br />

de mis colegas escritoras que niegan<br />

cualquier especifidad en la<br />

literatura debida a mujeres, ¿no<br />

creen que pueden estar influidas,<br />

aunque sea inconscientemente,<br />

por esta actitud de buena parte<br />

de la crítica (la cual, dicho sea de<br />

paso, es ejercida muy mayoritariamente<br />

por varones 16 )? En<br />

otras palabras ¿han oído ustedes<br />

hablar alguna vez de un curioso<br />

fenómeno psicológico conocido<br />

como síndrome de Estocolmo?<br />

Entren, señores, al callejón<br />

del Gato<br />

Concluyo ya: si una imagen vale<br />

más que mil palabras, creo<br />

que hay una que será, para<br />

nuestros críticos, más elocuente<br />

que cualquier catilinaria: a saber,<br />

su propia imagen en un espejo<br />

que el simple cambio de<br />

un término por otro (de una<br />

víctima por otra, menos habitual<br />

y cómoda) convierte en deformante.<br />

Tomemos por ejemplo<br />

(cf. supra):<br />

“Sentimentalismo y cursilería. Existe<br />

un tipo de novela, normalmente escrito<br />

por mujeres, que habla de sentimientos<br />

a flor de piel y vive en los espacios<br />

donde las emociones constituyen<br />

el único eje en el que se sustenta la narración…”.<br />

Y supongamos:<br />

“Exhibicionismo y pedantería. Existe<br />

un tipo de autobiografía, normalmente<br />

escrito por varones, que habla de<br />

proezas a flor de piel y vive en los espacios<br />

donde las presuntas hazañas políticas,<br />

sexuales e intelectuales del autor<br />

constituyen el único eje en el que se<br />

15 R. Acín, ‘La biblioteca del mañana’,<br />

en Leer, número de verano de 1996.<br />

16 En una semana tomada al azar, la<br />

proporción de artículos de crítica literaria<br />

firmados por varones/por mujeres en los<br />

principales suplementos es la siguiente: en<br />

La Vanguardia de 11 de diciembre de<br />

1998 es de 6 a 2; en Abc (10-12-1998), de<br />

15 a 6; en El País (12-12-1998), de 14 a 1;<br />

en El Mundo (12-12-1998), también de<br />

14 a 1; en Revista de libros y Qué leer de ese<br />

mismo mes, de 25 a 2 y de 8 a 2, respectivamente.<br />

En total, 82 frente a 14.<br />

sustenta la narración…”.<br />

O bien:<br />

“Waltraud Anna Mitgusch sabe escribir,<br />

pero su prosa bordea siempre la<br />

línea semiborrada que separa la buena<br />

literatura de lo que suele llamarse ‘literatura<br />

de mujeres’. Si llegara a controlar<br />

sus efusiones y delirios, sus largas tiradas<br />

poéticas, podría escribir cualquier día<br />

una gran novela”.<br />

E imaginemos:<br />

“Gabriel García Márquez sabe escribir,<br />

pero su prosa bordea siempre la<br />

línea semiborrada que separa la buena<br />

literatura de lo que suele llamarse ‘literatura<br />

de sudacas’. Si llegara a controlar<br />

sus efusiones y delirios, su calenturienta<br />

confusión de lo real con lo mágico,<br />

podría escribir cualquier día una gran<br />

novela”.<br />

Tomemos por último:<br />

“… el perfil de novela que dicen<br />

gusta en sociedad, sobre todo en el ámbito<br />

femenino –las damas leen más–,<br />

según el cual el relato ha de ser delicado,<br />

con encaje, intimismo, sentimiento,<br />

cursilería, mucho atardecer, lluvia tras<br />

los cristales y una depresión de caballo<br />

(…). Como si la literatura fuera un bálsamo<br />

o plumero para quitar el polvo a<br />

las marujas de la clase media”.<br />

Y fantaseemos:<br />

“… el perfil de novela que dicen<br />

gusta en sociedad, sobre todo en el ámbito<br />

obrero –los proletarios leen más–,<br />

según el cual el relato ha de ser fortachón,<br />

con mucho torno, cadena de<br />

montaje, palabrotas, conciencia de clase<br />

y bocadillo de chorizo. Como si la literatura<br />

fuera un bálsamo o plumero<br />

para quitar el polvo a los obreretes”.<br />

Que ustedes lo pasen bien,<br />

señores. n<br />

Laura Freixas es escritora y crítica literaria.<br />

Su última obra publicada es la novela<br />

Entre amigas .<br />

80 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92

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