HANNAH ARENDT - Prisa Revistas
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epublicanismo máximo (o maximalista) a<br />
aquel que promueve, como única forma<br />
deseable de ejercicio de la democracia, la<br />
democracia directa y considera degradaciones<br />
bastardeadoras cualesquiera otras<br />
de sus manifestaciones.<br />
Paso como sobre ascuas por las connotaciones<br />
románticas y antimodernas<br />
que están implícitas en esta nostalgia por<br />
el “pequeño mundo antiguo”, que Rousseau<br />
comparte con otros muchos republicanos.<br />
Dejo a Rousseau para poder hablar<br />
de un republicanismo intermedio, más capaz<br />
de hacerse cargo de la dimensión creciente<br />
de nuestras sociedades, de la consiguiente<br />
mayor liviandad política de los<br />
ciudadanos; y que, en concordancia con<br />
todo esto, limita sus pretensiones a abogar<br />
–de una forma más cauta pero también<br />
más ambigua– por una democracia<br />
“más participativa”. Para ver qué hay de<br />
hacedero en esta propuesta y qué no,<br />
abandonamos a Rousseau pero no su país<br />
natal: Suiza. Difícilmente los republicanos<br />
encontrarían una nación moderna<br />
donde se den condiciones más favorables<br />
para una democracia republicana –“más<br />
participativa” que la anodina democracia<br />
liberal–, tanto por tradición (Suiza virtualmente<br />
inventó la democracia participativa<br />
moderna, hace de ello unos 130<br />
años: en la década de 1860) cuanto por<br />
estructura política 10 . Además, el largo experimento<br />
político suizo permite calibrar<br />
algo de fundamental importancia: si una<br />
democracia más participativa resiste la<br />
prueba de la duración.<br />
En un informe publicado por The<br />
Economist el 21 de diciembre de 1996 sobre<br />
el sistema suizo 11 , que lleva por título<br />
‘Full Democracy’ [Democracia plena], se<br />
analiza con franca simpatía –algo curioso,<br />
dadas las conocidas inclinaciones liberales<br />
de la publicación– el modo suizo, más<br />
directo y participativo, de practicar la<br />
democracia. En el nivel federal, los particulares<br />
pueden expresar su deseo de intervenir<br />
en la res publica a través de la iniciativa<br />
(que la constitución les reconoce) de<br />
convocar referendos. Son suficientes<br />
50.000 firmas para desprenderse de cualquier<br />
nueva ley de rango nacional propuesta<br />
por el Parlamento, si así es aprobado<br />
en votación por el pueblo. Y el doble<br />
de firmas bastan para someter una fla-<br />
10 Hay tres niveles de gobierno –federal, cantonal<br />
y local–, que dejan a los ciudadanos suizos la posibilidad<br />
de modular de manera más afinada la expresión<br />
de su deseo de participación política.<br />
11 Debo esta referencia a mi amigo Jorge Mínguez,<br />
impenitente lector de esta revista.<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
mante nueva idea como ley a la decisión<br />
del pueblo, incluso si el Parlamento se<br />
desmarca completamente de la iniciativa.<br />
Lo que se observa en la práctica, sin embargo,<br />
es que el 48,7% de las leyes emanadas<br />
del Parlamento y llevadas a consulta<br />
popular salen adelante, frente a sólo el<br />
10% de las leyes propuestas fuera del Parlamento.<br />
No sólo esto: las contrapropuestas<br />
surgidas del Parlamento para corregir<br />
las leyes aprobadas por iniciativa extraparlamentaria<br />
han sido aceptadas por la ciudadanía<br />
en el 63% de las ocasiones. Y<br />
hasta un 72,7% de las enmiendas constitucionales<br />
promovidas por el Parlamento<br />
han sido refrendadas. En suma, “sólo en<br />
torno a un cuarto de las leyes del Parlamento<br />
sometidas a referéndum desde<br />
1960 han sido rechazadas, en comparación<br />
con algo más de la mitad hace 100<br />
años”. Lo más preocupante es, sin embargo,<br />
la fatiga creciente de la ciudadanía<br />
ante las convocatorias de referendo, provengan<br />
de donde provengan. Puede sonar<br />
casi a sarcasmo, pero el nivel de participación<br />
ciudadana en las votaciones de ámbito<br />
federal está en la actualidad en Suiza<br />
por debajo del de Reino Unido, Francia o<br />
incluso Estados Unidos: la concurrencia a<br />
las urnas empezó a caer ya en los años<br />
cincuenta de la media habitual de un<br />
50%-60% a poco más del 40% en los<br />
años ochenta y noventa. “El pueblo de<br />
Suiza ha perdido una parte de su entusiasmo<br />
por votar, si lo comparamos con lo<br />
que sucede en la mayoría de los pueblos<br />
con grandes democracias representativas”<br />
(pág. 5).<br />
Consideremos ahora lo que ocurre en<br />
los 26 cantones suizos. Para ser breves y<br />
ponernos en lo mejor, acerquémonos a<br />
uno de los cinco cantones más pequeños,<br />
el de Glarus, encaramado en las montañas<br />
de la Suiza oriental y con un censo de<br />
24.700 votantes potenciales. A una importante<br />
convocatoria efectuada en mayo<br />
de 1996 acudieron sólo unos 6.000, un<br />
cuarto de los electores con derecho a voto.<br />
El autor del informe manifiesta con<br />
un punto de melancolía: “La gente desea<br />
tener las grandes decisiones en sus manos,<br />
pero no quiere perder demasiado tiempo<br />
con las insignificantes”. Las cuestiones<br />
importantes se dirimen a escala federal,<br />
donde la amplitud del colegio electoral<br />
desalienta al ciudadano de votar. El cuerpo<br />
electoral se comprime cuando pasamos<br />
a la dimensión cantonal, pero entonces<br />
la comparativa menor relevancia de lo<br />
que está en juego es lo que aleja al ciudadano<br />
de las urnas. La conclusión es que el<br />
voto es minoritario en cualquier caso.<br />
JUAN ANTONIO RIVERA<br />
El problema se agrava aún más en la<br />
escala local, donde el grado de participación<br />
que se observa en las elecciones cantonales<br />
sería aquí considerado como un<br />
éxito estruendoso. La contraintuitiva conclusión<br />
que se sigue de lo ya expuesto es<br />
que, al menos en Suiza (feudo señero de<br />
la democracia republicana, si es que tal<br />
cosa existe en este mundo), las facilidades<br />
encontradas para la participación política<br />
acaban erosionando a la larga la participación<br />
efectiva.<br />
La astucia de la democracia<br />
Hemos estudiado ya las razones del retraimiento<br />
de buena parte de los ciudadanos<br />
frente a la sugerencia de un compromiso<br />
mayor con el espacio público a que acuciosamente<br />
les convidan los republicanos.<br />
Veamos ahora si eso les deja tan inermes<br />
como se dice frente a políticos profesionales<br />
desaprensivos. Empezaré contándoles<br />
un cuento de hadas político, al que pondré<br />
el hegelianizante título de La astucia<br />
de la democracia. El cuento dice más o<br />
menos lo siguiente:<br />
En economía, la integración vertical<br />
consiste en la realización por una misma<br />
empresa de fases distintas y sucesivas del<br />
mismo proceso de producción. Las grandes<br />
empresas petrolíferas son un buen<br />
ejemplo de integración vertical: llevan a<br />
cabo la exploración, perforación y extracción<br />
del crudo, su transporte a las refinerías,<br />
el refinado y el posterior acarreo a las<br />
estaciones de servicio, de las que también<br />
son propietarias. Volviendo a nuestra<br />
concepción del Estado como empresa, la<br />
división de poderes constituye un caso de<br />
desintegración vertical: la producción y administración<br />
de la ley y el orden (la competencia<br />
básica del Estado protector) es<br />
fragmentada en fases sucesivas, asignándose<br />
la realización de cada fase a una empresa<br />
o poder independiente (el Legislativo,<br />
el Ejecutivo y el Judicial), que con su<br />
actuación limita la capacidad de las demás<br />
para configurar el resultado o producto<br />
final 12 .<br />
La integración horizontal tiene lugar<br />
cuando se funden en una varias empresas<br />
12 La división de poderes guarda una estrecha relación<br />
con la secuencia en cuatro etapas para la aplicación<br />
de los principios de la justicia a las instituciones de<br />
que habla John Rawls (véanse A Theory of Justice,<br />
págs. 195-201, Harvard U. P., Cambridge, Mass.<br />
1971; y Habermas, J., y Rawls, J.: Debate sobre el liberalismo<br />
político, págs. 102 y 103, Paidós, Barcelona,<br />
1998). La idea es ésta: la primera etapa de la secuencia<br />
es la elección de los dos principios de la justicia tras<br />
un espeso velo de ignorancia en la posición original (los<br />
ya célebres principios rawlsianos de la justicia son PJ1:<br />
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