HANNAH ARENDT - Prisa Revistas
HANNAH ARENDT - Prisa Revistas
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Mayo 1999<br />
DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
Directores<br />
Mayo 1999<br />
Javier Pradera / Fernando Savater Precio 900 pesetas. 5,41 euros N.º92<br />
JUAN ANTONIO RIVERA<br />
¡Salud, virtuosos republicanos!<br />
J. M. SÁNCHEZ RON<br />
Isaac Newton<br />
CAYETANO LÓPEZ<br />
El dislate como método<br />
<strong>HANNAH</strong><br />
<strong>ARENDT</strong><br />
Nazismo y<br />
responsabilidad colectiva<br />
JESÚS MOTA<br />
El paraíso eléctrico<br />
RYSZARD KAPUSCINSKI ´ ´<br />
El mundo reflejado en los medios
DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
Dirección<br />
JAVIER PRADERA Y FERNANDO SAVATER<br />
Edita<br />
PROMOTORA GENERAL DE REVISTAS<br />
Presidente<br />
JESÚS DE POLANCO<br />
Consejero delegado<br />
JUAN LUIS CEBRIÁN<br />
Director general<br />
IGNACIO QUINTANA<br />
Coordinación editorial<br />
NURIA CLAVER<br />
Maquetación<br />
ANTONIO OTIÑANO<br />
Ilustraciones<br />
VICENTE CHUMILLA (Yecla, 1956)<br />
Aunque durante años ha trabajado la<br />
pintura y el grabado, sus últimas obras<br />
están realizadas sobre madera: reciclada,<br />
encolada, ensamblada, envejecida y<br />
tallada; soporte que el autor elige por<br />
motivos emocionales y desde el que<br />
transmite bellos y elocuentes mensajes.<br />
Desde el año 1984 ha realizado numerosas<br />
exposiciones individuales.<br />
Caricaturas<br />
LOREDANO<br />
Newton<br />
Correo electrónico: claves@progresa.es<br />
Internet: www.progresa.es/claves<br />
Correspondencia: PROGRESA.<br />
GRAN VÍA, 32; 2ª PLANTA. 28013 MADRID.<br />
TELÉFONO 915 38 61 04. FAX 915 22 22 91.<br />
Publicidad: GDM. GRAN VÍA, 32; 7ª.<br />
28013 MADRID. TELÉFONO 915 36 55 00.<br />
Impresión: MATEU CROMO.<br />
Depósito Legal: M. 10.162/1990.<br />
Esta revista es miembro de ARCE<br />
(Asociación de <strong>Revistas</strong><br />
Culturales Españolas)<br />
Distribución: ÍTACA<br />
LÓPEZ DE HOYOS, 141. 28002 MADRID.<br />
Para petición de suscripciones<br />
y números atrasados dirigirse a:<br />
Progresa. Gran Vía, 32; 2ª planta. 28013<br />
Madrid. Tel. 915 38 61 04 Fax 915 22 22 91<br />
S U M A R I O<br />
NÚMERO 92 MAYO 1999<br />
FERNANDO SAVATER 4 DE LAS CULTURAS A LA CIVILIZACIÓN<br />
EL RETORNO AL LUGAR<br />
JOAN NOGUÉ FONT 9 La creación de identidades territoriales<br />
LA ESFERA PÚBLICA DEL ANTIGUO RÉGIMEN<br />
VÍCTOR PÉREZ DÍAZ 12 2. El estado y la Ilustración<br />
RYSZARD KAPUSCINSKI ´ ´<br />
18 EL MUNDO REFLEJADO EN LOS MEDIOS<br />
JUAN ANTONIO RIVERA 22 ¡SALUD, VIRTUOSOS REPUBLICANOS!<br />
JESÚS MOTA 30 EL PARAÍSO ELÉCTRICO<br />
SIETE ARGUMENTOS (SIN UNA TEORÍA)<br />
UGO PIPITONE 40 PARA SALIR DEL SUBDESARROLLO<br />
Filosofía de la Ciencia<br />
Cayetano López 46 El dislate como método<br />
Historia Potsdam, 1945: El franquismo<br />
Enrique Moradiellos 54 en entredicho<br />
Galería de científicos Isaac Newton<br />
José Manuel Sánchez Ron 62 El grande entre los grandes<br />
Ensayo<br />
Mario Boero 68 El ‘comunismo’ de L. Wittgenstein<br />
Psicología<br />
Antonio Escohotado 72 Disfraces de la coacción<br />
Crítica literaria<br />
Laura Freixas 78 La novela femenil y sus lectrices<br />
Casa de citas<br />
José Ignacio Eguizabal 81 Hölderlin
“What is the matter with the day?” said Wimsey. “Is<br />
the world coming to an end?”.<br />
“No”, said Parker, “it is the eclipse”.<br />
(Dorothy L. Sayers, Unnatural Death)<br />
Antes de intentar hablar de las singularidades<br />
de nuestro presente o<br />
de los cambios que podría traer el<br />
futuro, mencionemos al menos una constante<br />
del pasado que sigue perviviendo<br />
hoy y que sin duda durará tanto como<br />
nosotros mismos: la de que nada impresiona<br />
tanto a los humanos como sus propias<br />
convenciones.<br />
El hombre primitivo prefería enfrentarse<br />
a cualquier fiera antes que profanar<br />
la tierra sagrada donde enterraba a sus<br />
muertos; en el Japón clásico, cometer una<br />
torpeza involuntaria en el protocolo de<br />
una recepción podía desembocar en suicidio<br />
(no nos riamos, porque la guerra de<br />
Troya fue motivada por algo tan convencional<br />
como un adulterio); una falta de<br />
ortografía o una equivocación trivial en<br />
los tiempos verbales basta hoy para descalificar<br />
socialmente a cualquiera; en la época<br />
de Franco, la censura prohibía con fervor<br />
que una mujer blanca mostrase públicamente<br />
sus senos, aunque admitía que<br />
en documentales más o menos folclóricos<br />
apareciesen mujeres negras desnudas de<br />
cintura para arriba (si no me equivoco,<br />
Juan Pablo II también expulsa de la basílica<br />
de San Pedro a las mujeres demasiado<br />
escotadas pero bendice a las que con muy<br />
sucinta indumentaria le dan la bienvenida<br />
en sus visitas pastorales a África… para<br />
luego, eso sí, recomendarles no utilizar la<br />
píldora antibaby). Hay gente capaz de envenenar<br />
a su vecino pero que temblaría<br />
ante la posibilidad de eructar ruidosamente<br />
en un concierto de Mozart. Por no<br />
hablar de la convención fundamental de<br />
la modernidad, el dinero: individuos que<br />
poseen más de lo que podrían gastar en<br />
DE LAS CULTURAS<br />
A LA CIVILIZACIÓN<br />
FERNANDO SAVATER<br />
10 vidas se consideran felices si aumentan<br />
su capital y se ponen tristes si lo ven disminuir,<br />
por poco que sea…<br />
Las convenciones cronológicas despiertan<br />
especial inquietud. Incluso las personas<br />
con menos prejuicios hacen interiormente<br />
propósitos constructivos cada Año<br />
Nuevo o se sienten notablemente más ancianos<br />
el día que cumplen 50 años que la<br />
víspera. ¡Y ahora nos acercamos a un nuevo<br />
milenio! El año 1000 estuvo marcado<br />
por múltiples espantos prospectivos (la tesis<br />
doctoral de Ortega y Gasset versó precisamente<br />
sobre Los terrores del año 1000) y<br />
el 2000, aunque en tono menos apocalíptico,<br />
también va a llegar rodeado de profecías,<br />
sobresaltos, augurios de bienaventuranza<br />
o negros indicios decadentistas. Desde<br />
luego, parece que en esta ocasión hay<br />
más de espectáculo comercial (¡vender<br />
nuevo milenio es buen negocio!) que de<br />
teología en el asunto. Incluso hay más tecnología<br />
que otra cosa, lo cual no tiene nada<br />
de extraño puesto que la tecnología es<br />
hoy la heredera más directa de los fervores<br />
teológicos del ayer: el nuevo jinete del<br />
Apocalipsis es la alteración de los ordenadores<br />
por un cambio de dígitos para el que<br />
sus programadores no les habían preparado…<br />
Pero, sea como sea, la convención<br />
sigue imponiéndose y tres ceros en el calendario<br />
nos parecen un augurio más significativo<br />
o más inquietante, en cualquier caso<br />
más digno de atención, que el hecho ya sabido<br />
de que 1.300 millones de seres humanos<br />
intentan vivir hoy mismo con un ingreso<br />
inferior a un dólar diario. ¡Por lo visto<br />
no hay realidad capaz de emocionarnos<br />
tanto como las ilusiones normativas establecidas<br />
por nosotros mismos… tal como<br />
el niño que juega a disfrazarse de vampiro<br />
se asusta al verse casualmente en el espejo!<br />
Por tanto, reverenciemos otra vez la<br />
convención y sintámonos convencionalmente<br />
preocupados ante el cambio de milenio.<br />
La primera reflexión (y sin duda la<br />
más trivial) es que la convención misma<br />
no parece estar demasiado clara. ¿Debemos<br />
sentir la especial conmoción milenarista<br />
el 1 de enero del año 2000 o un año<br />
más tarde, al comenzar el año 2001? En<br />
un largo milenio, la verdad es que 365<br />
días no cuentan demasiado, pero en la vida<br />
de un ser humano no son magnitud<br />
desdeñable. Y no quisiera yo preocuparme<br />
con excesiva antelación o con tanto<br />
retraso… Como otras disputas meramente<br />
convencionales, la que enfrenta a los<br />
milenaristas del 2000 con los milenaristas<br />
del 2001 es a la vez apasionada e insoluble,<br />
según ha demostrado con erudición y<br />
humor Stephen Jay Gould en un libro<br />
(Millenium) dedicado al caso.<br />
Los partidarios del 2001 cuentan con<br />
los argumentos más doctos y con los abogados<br />
más insignes, de Rafael Sánchez<br />
Ferlosio a Arthur C. Clarke. Resulta por<br />
lo demás evidente que si uno tiene 1.000<br />
pesetas (mejor dicho: 1.000 euros) no se<br />
quedará del todo sin dinero cuando se haya<br />
gastado 999, sino cuando logre invertir<br />
las 1.000 unidades monetarias. Y comenzará<br />
a derrochar su segundo millar al gastarse<br />
la peseta (¡o el euro!) 1.001, la cifra<br />
predilecta de Sherezade. Pero no es tan fácil<br />
zanjar el asunto, porque, en cambio,<br />
los años de nuestra vida los vivimos a partir<br />
de cero, no a partir de uno. Nos sentimos<br />
abrumados por los 40 o los 50 el día<br />
que los cumplimos, no cuando ya han<br />
transcurrido y cumplimos 41 o 51. En las<br />
biografías es el cero el que marca la entrada<br />
en una nueva época. Y resulta que la<br />
convención de los siglos o los milenios<br />
tiene más que ver en nuestra imaginación<br />
con lo biográfico que con cualquier otro<br />
respetable aspecto de nuestro sistema de<br />
pesas y medidas. De modo que apuesto<br />
por la victoria final en el imaginario colectivo<br />
de los tres ceros del 2000. Creo<br />
que los partidarios del 2001 son mejores<br />
matemáticos pero peores psicólogos…<br />
4 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
Sigamos adelante. Ortega y otros muchos<br />
hablaron de los terrores del año<br />
1000. Ahora, por todas partes oímos discutir<br />
sobre los temores, o al menos las<br />
preocupaciones, del año 2000. Un poco<br />
más adelante ofreceremos un somero catálogo<br />
de tales disturbios, poco o mucho<br />
conjeturales. Antes, otra cuestión previa:<br />
¿por qué se trata ante todo de sobresaltos,<br />
amenazas y negros presagios?, ¿por qué no<br />
oímos prioritariamente celebrar las conquistas<br />
y los logros de nuestro milenio? Es<br />
innegable que algunos beatos conmemoran,<br />
llegado el caso, con ingenuo entusiasmo<br />
la invención de la imprenta, la<br />
abolición de la esclavitud, la Declaración<br />
de Derechos Humanos, los viajes espaciales<br />
o Internet. Pero son escuchados por la<br />
mayoría con conmiseración, impaciencia<br />
y –si insisten demasiado– con franca irritación.<br />
¿Cómo se atreven? ¿Es que acaso<br />
no ven los males atroces del mundo en<br />
que vivimos ni son capaces de vislumbrar<br />
los escalofriantes síntomas del empeoramiento<br />
que nos acecha?<br />
Desde luego, nadie mínimamente<br />
sensato, y por tanto sensible al dolor y la<br />
injusticia, puede estar realmente satisfecho<br />
del mundo en que le ha tocado vivir. Pero<br />
esta constatación es igualmente válida para<br />
cualquier siglo y cualquier época. La<br />
nuestra es indudablemente mala, pero no,<br />
por cierto, peor que otras, aunque lógicamente<br />
nosotros estemos mucho más familiarizados<br />
con sus deficiencias y espantos<br />
que con los del pasado. Habrá quien<br />
arguya, no sin buenas razones, que quizá<br />
antaño se confiaba más en una justicia divina<br />
capaz de compensar en otra vida las<br />
miserias de ésta, al menos a quienes lo<br />
mereciesen: una fe tan consoladora como<br />
hoy universalmente debilitada. Y sin embargo,<br />
también en el cristianísimo año<br />
1000 prevalecieron, aparentemente, los<br />
terrores sobre las esperanzas… Otros señalan,<br />
no menos fundadamente, que es la<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
noción misma de progreso –esa versión laica<br />
de la Providencia– la que ha entrado<br />
definitivamente en quiebra tras un efímero<br />
reinado que se extendió desde finales<br />
del siglo XVIII hasta la primera gran guerra<br />
mundial. Y sin embargo, según han<br />
documentado historiadores como Jean-<br />
Pierre Rioux y otros, tampoco el último<br />
cambio de siglo ni el anterior dejaron de<br />
estar presididos por notables voces de alarma.<br />
Por cierto, que los vigías que alertaban<br />
sobre los nubarrones venideros a finales<br />
del XIX previnieron contra horrores<br />
tan veniales como la moda de incinerar los<br />
cadáveres o contra ideólogos tan escasamente<br />
atroces como los neokantianos<br />
(Rioux dixit), pero no vislumbraron la<br />
amenaza del nacionalismo o del racismo,<br />
que habían de traer dos guerras mundiales<br />
y el exterminio de millones de inocentes.<br />
Apliquémosnos la lección, ahora que intentamos<br />
profetizar las peores sombras<br />
que nos aguardan a la vuelta del 2000.<br />
¿Por qué somos más sensibles a los males<br />
que suponemos próximos que a los bie-<br />
nes de los que ya disfrutamos? No forzosamente<br />
porque éstos sean más escasos o menos<br />
relevantes que aquéllos. Más bien se<br />
diría que es la propia condición activa del<br />
ser humano la que le obliga a concebir<br />
siempre la realidad existente como un fiasco<br />
que debe ser corregido y no como un<br />
milagro que debe ser exaltado. Lo que está<br />
bien nos hace pararnos (por ejemplo,<br />
Alain señaló que “la belleza no es lo que<br />
nos gusta ni nos disgusta, sino lo que nos<br />
detiene”), mientras que lo malo nos acicatea,<br />
nos estimula, nos convoca, nos mantiene<br />
en marcha. Las imágenes recordadas<br />
de la Divina comedia son las correspondientes<br />
al infierno y al purgatorio, punzantemente<br />
perturbadoras porque se trata<br />
de sufrimientos contra los que la iniciativa<br />
humana nada puede emprender. Nadie<br />
llama “dantescas” a las imágenes de contento<br />
y beatitud, de modo que el paseo<br />
del poeta toscano por el paraíso ha dejado<br />
sin duda menos huella. Quizá la mejor<br />
explicación del fenómeno la ofrece una de<br />
las voces menos conformistas de nuestra<br />
5
DE LAS CULTURAS A LA CIVILIZACIÓN<br />
época, la del muy heterodoxo psicoanalista<br />
y pensador Thomas Szasz: “En la eterna<br />
lucha entre el bien y el mal, el bien tiene<br />
una irreductible desventaja: no tiene<br />
futuro, mientras que el mal sí. Como los<br />
humanos estamos fundamentalmente<br />
orientados hacia el futuro, tenemos un<br />
insaciable incentivo para ser orientados<br />
por el mal en todas sus formas; esto es,<br />
por la culpa y el arrepentimiento, la pobreza<br />
y la estupidez, el crimen, el pecado<br />
y la locura. Cada uno de estos daños es<br />
susceptible, al menos en principio, de ser<br />
remediado o corregido de una forma u<br />
otra. Pero ¿qué puede hacer una persona<br />
con lo que está bien salvo admirarlo? El<br />
bien frustra así, precisamente, esa ambición<br />
terapéutica en el alma humana que el<br />
mal satisface tan perfectamente. Por tanto,<br />
lo que Voltaire debería haber dicho es<br />
que si no hubiese diablo, habría que inventarlo”.<br />
Al mirar hacia el futuro, es, por tanto,<br />
casi inevitable que sea la denuncia o premonición<br />
de los males lo que prevalezca<br />
sobre la celebración de los bienes. ¿Cuáles<br />
son los que hoy –cara al mañana– más<br />
nos preocupan? Por lo general, las sombras<br />
siniestras que se alargan desde el presente<br />
hacia el inmediato porvenir suelen<br />
darse por parejas opuestamente amenazadoras.<br />
La mayoría de los que tocan a rebato<br />
contra uno de los perjuicios previsibles<br />
permanecen tenazmente ciegos ante<br />
el otro, denunciado con no menor brío<br />
por quienes, en cambio, no reputan como<br />
temible el fantasma anterior. De modo<br />
que la mayoría de nuestras Casandras son<br />
hemipléjicas. Salvemos al no tan reducido<br />
número de quienes –olvidadizos, inconsecuentes<br />
o partidarios de los dilemas agónicos–<br />
tanto nos previenen hoy contra<br />
uno de los extremos malignos como mañana<br />
alertan no menos urgentemente ante<br />
la inminencia de su contrario. Por decirlo<br />
del modo menos comprometido<br />
frente a los denunciantes y más comprometedor<br />
frente a lo denunciado, puede<br />
que todos tengan su parte de razón…<br />
La amenaza número uno incluye dos<br />
espectros antagónicos: por un lado, la homogeneización<br />
universal como consecuencia<br />
de la llamada mundialización y,<br />
por otro, la creciente heterofobia que<br />
convierte cada diferencia humana en pretexto<br />
de hostilidad o exclusión. Por culpa<br />
de la primera, el mundo se va uniformizando<br />
y por tanto empobreciendo, desaparecen<br />
las diferencias que constituyen la<br />
sal cultural de la vida, por mucho que<br />
viajemos siempre encontramos los mismos<br />
programas de televisión y los mismos<br />
anuncios de refrescos, nos dirigimos a<br />
marchas forzadas hacia un hamburguesamiento<br />
cósmico, etcétera. Por culpa de la<br />
segunda aumentan los desmanes del racismo,<br />
la xenofobia, el nacionalismo y la intolerancia<br />
religiosa. Crece la hostilidad al<br />
mestizaje, principio fecundo de las edades<br />
de oro culturales y de toda innovación<br />
(hasta de nuestra vida misma: la reproducción<br />
sexual –a diferencia de las mitosis<br />
clónicas de organismos inferiores– impone<br />
un mestizaje genético obligado). Se<br />
mitologiza hagiográficamente lo originario,<br />
lo puro, las raíces; la autodeterminación<br />
se convierte en un pretexto para que<br />
una parte de la población determine<br />
“quién” debe vivir y “cómo” debe vivirse<br />
en un territorio determinado; se decretan<br />
identidades culturales y se las acoraza<br />
frente a las demás, etcétera.<br />
La segunda pareja antitética de espantos<br />
pudieran formarla, por un lado, la<br />
proliferación ciegamente destructiva del<br />
terrorismo y, por otro, el establecimiento<br />
agobiante de un orden mundial con su<br />
capital en EE UU y el pensamiento único<br />
neoliberal como dogma ideológico. En el<br />
primero de los casos, gracias a la sofisticación<br />
y manejabilidad cada vez mayores de<br />
las armas de destrucción masiva, las sociedades<br />
democráticas se encontrarán a merced<br />
de fanáticos que practican no sólo<br />
una violencia instrumental –destinada a<br />
conseguir lo que quieren–, sino, ante todo,<br />
expresiva –cuyo fin es afirmar trágicamente<br />
lo que son–, los cuales, a fin de<br />
cuentas, terminarán por lograr literalmente<br />
imponer lo que quieran ser… o<br />
por no dejar títere con cabeza. Ésta es la<br />
perspectiva de perpetua guerra civil de<br />
la que nos previno Hans Magnus Enzesberger<br />
o el mundo que se resigna a la<br />
generalización del asesinato en cadena,<br />
según el irónico cuadro dibujado por el<br />
autor de ciencia-ficción Stanislam Lem<br />
en su trágicamente divertida novela El<br />
congreso de futurología. En el extremo<br />
opuesto están quienes advierten el posible<br />
triunfo de un control mundial manejado<br />
por el omnímodo poder oligárquico de<br />
quienes representan los intereses de los<br />
más privilegiados, aquellos que disponen<br />
de la información, la propaganda, los medios<br />
electrónicos de vigilancia de las vidas<br />
privadas y los más feroces elementos punitivos<br />
de represión colectiva. También de<br />
la legitimación para actuar: ayer la rebelión<br />
era un pecado contra el poder emanado<br />
de Dios, mañana puede convertirse<br />
en un crimen contra la humanidad… según<br />
lo entiendan quienes hablan en su<br />
nombre y decida el gendarme universal<br />
que desde Washington castiga o sostiene<br />
tiranos siempre en beneficio propio.<br />
La tercera plaga enfrenta la dualidad<br />
entre la creciente multitud de los miserables,<br />
a la vez dignos de compasión y objeto<br />
de temor por su vehemencia reivindicativa,<br />
y la extensión cada vez más general<br />
del bienestar sin alma de una abundancia<br />
consumista que convierte a sus supuestos<br />
beneficiarios en meros compradores o<br />
usuarios desprovistos de sosiego espiritual.<br />
Según la primera y alarmante perspectiva,<br />
se va haciendo más ancho el abismo que<br />
se abre en el mundo finisecular entre los<br />
pobres y los ricos. A quienes no tienen casi<br />
nada les resulta más fácil perder eso poco<br />
que conseguir algo más, porque la riqueza<br />
ya no sólo es cuestión de dotes personales<br />
ni de falta de escrúpulos, sino<br />
también de poseer la información adecuada<br />
en el momento adecuado… para lo<br />
cual hay que estar enchufado en la red comunicacional<br />
pertinente. La multitud de<br />
los miserables pone su esperanza en llegar<br />
a acercarse a los lugares donde es posible<br />
medrar un poco y recibir cierta protección<br />
social, por lo que se desborda invasora<br />
hacia los países más pudientes. En<br />
cambio, la inquietud opuesta profetiza la<br />
metástasis de un irrefrenable supermercado<br />
planetario en el que cada cual obtendrá<br />
más y más productos pero disfrutará<br />
de menos y menos alma, sentimiento, solidaridad,<br />
compañía comprensiva… hasta<br />
que llegue a quedar definitivamente anestesiada,<br />
a fuerza de cosas poseídas, la capacidad<br />
humana de rebelarse contra la embrutecedora<br />
acumulación: ¡el agobio del<br />
ser por el tener o, mejor dicho, por el adquirir!<br />
Cuarto dilema atroz: por una parte,<br />
las pandemias contagiosas de diferentes<br />
plagas ligadas a un uso vicioso de la libertad<br />
individual, desde el sida y la droga<br />
hasta la adicción estupidizante a la pequeña<br />
pantalla, de la que recibimos órdenes y<br />
estímulos; por otra, la imposición obligatoria<br />
de cierto tipo de salud pública física<br />
o mental por un paternalismo despótico<br />
que se considera autorizado para establecer<br />
lo que ha de sentar bien a cada cual.<br />
La primera denuncia la perversión de lo<br />
humano por promiscuidad, pedofilia, la<br />
droga que todo lo corrompe o la televisión<br />
que todo lo hipnotiza. Nuestros<br />
cuerpos están amenazados por los manipuladores<br />
psíquicos a través de la vía libidinal,<br />
química o catódica, favorecidos por<br />
medios que rebasan todas las fronteras y<br />
son difícilmente controlables. La segunda<br />
insiste en que gubernamentalmente sólo<br />
se entiende la vida como mero funciona-<br />
6 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
miento genérico de acuerdo a patrones de<br />
ortodoxia productiva y no como experimento<br />
personal. Así se pretende establecer<br />
de antemano un catálogo universal de vicios<br />
que han de ser extirpados por todos<br />
los medios, incluidos la eugenesia y la restricción<br />
supuestamente bienintencionada<br />
de la libertad de cada cual, de modo que<br />
sólo lo certificado como “sano” tenga socialmente<br />
derecho a existir. En algunos<br />
casos, siendo quizá el más evidente la cruzada<br />
contra las drogas, las contraindicaciones<br />
del remedio se demuestran peores<br />
que cualquier supuesta enfermedad…<br />
Este catálogo de amenazas contrapuestas<br />
podría sin duda extenderse aún<br />
bastante, incluyendo lúgubres perspectivas<br />
ecológicas o demográficas, etcétera.<br />
Todos los casos mencionados (y otros semejantes<br />
que añadiésemos) comparten<br />
dos características: primera, la de no ser<br />
cada uno de ambos extremos tan incompatible<br />
con el otro, como pudiera creerse<br />
a primera vista. Quizá sean, en cierto modo,<br />
complementarios y uno de ellos nazca<br />
precisamente como reacción exagerada<br />
contra su inverso. En segundo lugar, lo<br />
que se contrapone en todos los ejemplos<br />
es, por un lado, la pretensión de establecer<br />
pautas comunes universales que garanticen<br />
cierta armonía entre las sociedades<br />
ultramasificadas y, por otro, la exasperación<br />
de lo diverso y particular, que<br />
reivindica la irreductible variedad de las<br />
formas de entender lo humano. Por un<br />
lado, los peligros de la excesiva variedad,<br />
que impide la armonía y alimenta los antagonismos;<br />
por otro, los de una hegemonía<br />
que impone el beneficio o los ideales<br />
de unos cuantos a costa de todos los demás.<br />
¿Pueden intentarse propuestas que<br />
favorezcan la reconciliación de intereses a<br />
tan gran escala? Supongo que en eso consiste<br />
la principal tarea política y aun ética<br />
que deberemos afrontar a comienzos del<br />
nuevo milenio.<br />
Permítanme una breve digresión sobre<br />
el fundamento de la concordia entre<br />
seres pensantes. En las disputas científicas<br />
o filosóficas, el entramado causal de la<br />
realidad física, lo que llamamos el “mundo<br />
exterior”, es, a fin de cuentas, el arbitraje<br />
decisivo entre las diversas teorías<br />
propuestas. Por muy posmoderna que sea<br />
nuestra perspectiva y por más flexibles o<br />
relativos que sean nuestros criterios de verificación,<br />
la última instancia sigue siendo<br />
la adecuación o no de lo que profesamos<br />
con la terca realidad. Sólo las descripciones<br />
que se parecen al mundo logran funcionar<br />
en él. Pero, en cambio, cuando se<br />
trata de valores éticos o políticos (y desde<br />
luego también hay valores políticos, más<br />
allá de la simple apetencia de conquistar<br />
el poder y conservarlo a toda costa) falta<br />
ese último tribunal de apelación: en el terreno<br />
moral no hay algo análogo a la causalidad<br />
física o al “mundo exterior”, aunque<br />
muchos moralistas postulan un arbitraje<br />
semejante acudiendo a Dios –del<br />
que sabemos poco– o a la naturaleza, cuyos<br />
propósitos normativos conocemos<br />
aun peor. Como bien ha señalado Bernard<br />
Williams, cuando la pregunta es<br />
“¿qué debo creer?” (por ejemplo, sobre la<br />
altura del Mont Blanc o acerca de si el estroncio<br />
es un metal), cabe una respuesta<br />
en tercera persona basada en la realidad<br />
física; pero en lo tocante a la razón práctica,<br />
es decir, a la pregunta “¿qué debo hacer?”,<br />
sólo puedo ofrecer razonamientos<br />
en primera persona que justifiquen mis<br />
motivos de actuar. Tales argumentaciones<br />
FERNANDO SAVATER<br />
también procuran apoyarse en lo real,<br />
aunque siempre de un modo mucho más<br />
aleatorio que en el caso de las ciencias;<br />
busco ganarme las adhesiones razonables<br />
de mis interlocutores, pero no puedo aspirar<br />
–salvo superstición, es decir, salvo<br />
imponer una estructura valorativa arbitraria<br />
universal– a un árbitro objetivo y no<br />
meramente intersubjetivo que zanje suficientemente<br />
la disparidad de criterios. En<br />
los valores no todo es meramente relativo,<br />
pero nada resulta inequívocamente absoluto:<br />
el mejor razonamiento en este campo<br />
nunca excluye sino que toma en cuenta,<br />
tras el debido debate, las razones del<br />
otro.<br />
Tras declarar este planteamiento, voy<br />
a atreverme a proponer ciertas orientaciones<br />
sobre la forma de afrontar en la práctica<br />
los temores convencionales que marcan<br />
el cambio de milenio. Creo que todas<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA 7
DE LAS CULTURAS A LA CIVILIZACIÓN<br />
las culturas, desde la más primitiva hasta<br />
la tecnológicamente más desarrollada, tienen<br />
dimensiones que las cierran sobre sí<br />
mismas hasta llegar a blindarlas frente a<br />
las otras (la acertada expresión es de Giacomo<br />
Marramao). La proclamación defensiva<br />
o agresiva de “identidades culturales”<br />
responde a este repliegue belicoso,<br />
siempre basado en el neurótico esquema<br />
entre lo “nuestro” y lo “ajeno”, lo “propio”<br />
y lo “impropio”, etcétera. Pero las<br />
culturas no tienen como única función<br />
identificar a los miembros de un grupo:<br />
también sirven para desarrollar idiosincrásicamente<br />
lo que no pertenece a ningún<br />
grupo en concreto, aquello que nos<br />
identifica con lo distinto y no sólo con lo<br />
próximo y lo igual; en una palabra, lo que<br />
nos abre a la pluralidad universal de lo<br />
humano. En cada cultura, la superstición,<br />
el capricho o el afán de rapiña alejan de<br />
los otros, pero la creación artística, el conocimiento<br />
científico o la compasión moral<br />
nos aproximan al resto de nuestros<br />
congéneres. Podemos llamar “culta” a la<br />
persona que conoce bien su propia tradición<br />
cultural y quizá los rasgos importantes<br />
de algunas más, pero sólo es “civilizado”<br />
quien desde su propia cultura o desde<br />
varias aspira a reconocer, fomentar y reconciliar<br />
lo que tienen en común todos<br />
los seres humanos. Las culturas y subculturas<br />
son –y deben ser, tal es su encanto–<br />
voluntariosamente distintas, pero la civilización<br />
humana ya no puede ser más que<br />
una en lo esencial, y tal vez en ello estriba<br />
lo más noble de la por tantas otras razones<br />
sospechosa mundialización. Posiblemente,<br />
el reto del próximo siglo (me resisto<br />
hablar del próximo milenio, porque<br />
1.000 años no me parecen medida adecuada<br />
para proyectos humanos… ¡sólo la<br />
inhumanidad de las nazis pretendió un<br />
Reich de 1.000 años!) consista en potenciar<br />
la civilización a partir de cada una de<br />
las culturas y no cada cultura en detrimento<br />
de la común civilización…<br />
Hay un vínculo estrecho entre civilización<br />
y ciudadanía, entendida como el<br />
derecho de cada persona a su autonomía,<br />
inviolabilidad y dignidad propia, sea cual<br />
fuere su origen étnico, su nacionalidad, su<br />
sexo, su comunidad cultural de pertenencia.<br />
No es que la civilización exalte a los<br />
individuos como independientes de sus<br />
grupos culturales, sino que entiende tales<br />
grupos a partir de los individuos que los<br />
forman y a éstos como nunca del todo reducibles<br />
a sus rasgos de identificación colectiva.<br />
Tal es precisamente el sentido de<br />
la Declaración de Derechos Humanos,<br />
cuya prueba de fuego estriba en recono-<br />
cérselos no a los compatriotas o a quienes<br />
nos son más próximos y parecidos, sino al<br />
que viene de fuera: al inmigrante, al exilado,<br />
al apátrida, al distinto y distante, a<br />
quien no tiene el respaldo de su afiliación<br />
a un país poderoso sino sólo su pertenencia<br />
inerme a la humanidad que los demás<br />
han de confirmarle. Sin duda, los derechos<br />
humanos implican una concepción<br />
de lo social profundamente subversiva de<br />
prejuicios atávicos y modos de pensar tradicionales.<br />
Sus críticos los consideran meramente<br />
una imposición imperialista del<br />
etnocentrismo occidental y reivindican el<br />
derecho frente a ellos a la autoafirmación<br />
de colectivismos tribales, olvidando que<br />
en su raíz revolucionaria (se impusieron<br />
por primera vez en América gracias a una<br />
sublevación y en Francia tras cortar la cabeza<br />
a un rey) esos principios universalistas<br />
también subvirtieron a los viejos regímenes<br />
europeos y siguen hoy subvirtiendo<br />
cuando se los reclama de veras el<br />
propio tribalismo consumista, acumulativo,<br />
depredador y excluyente del modelo<br />
occidental de sociedad.<br />
Un mundo de ciudadanos no es meramente<br />
un conjunto de átomos regidos<br />
por el principio seudodarwinista de la ley<br />
del más fuerte, sino un campo abierto en<br />
el que las determinaciones tradicionales<br />
influyen pero no constriñen hasta la asfixia.<br />
Un pensador actual (Z. Bauman) habla<br />
de una pluralidad de hábitats de significado<br />
personales que se solapan y coexisten<br />
dentro de cada una de las áreas<br />
culturales y cuya proliferación armónica<br />
podría ser precisamente la cifra de esa civilización<br />
a la que aspiramos. Por supuesto,<br />
desde la vieja democracia ateniense sabemos<br />
que no puede haber ciudadanía<br />
efectiva sin un mínimo económico garantizado:<br />
la miseria sin remedio ni esperanza<br />
convierte a las democracias en parodia<br />
y a los ciudadanos en esclavos o marionetas.<br />
Por muy personal e individual que sea<br />
la iniciativa que enriquece a los unos, la<br />
creación misma de abundancia es un proceso<br />
social del que nadie debe verse plenamente<br />
descartado por sus circunstancias<br />
personales o por las exigencias del<br />
mercado. De modo que la exigencia de<br />
una renta básica de ciudadanía, un ingreso<br />
mínimo común garantizado a todos como<br />
un derecho y no como forma de caridad,<br />
es uno de los objetivos irrenunciables<br />
de la civilización venidera. Permitiría,<br />
además, que cada cual regulase de acuerdo<br />
con sus preferencias su entrega a la<br />
productividad y al ocio, favoreciendo el<br />
reparto del trabajo, que en muchos países<br />
aparece como la única alternativa digna<br />
imaginable (frente a la aniquilación de las<br />
garantías sociales y la degradación de la<br />
mano de obra) ante el paro endémico de<br />
las sociedades altamente industrializadas.<br />
Una última indicación: hablar del futuro<br />
de las culturas y de la civilización<br />
implica, necesariamente, hablar de educación.<br />
Mientras millones de niños en todos<br />
los continentes carezcan de los elementos<br />
básicos del conocimiento laico y racional,<br />
mientras crezcan desatendidos por sus<br />
mayores, abandonados a su suerte o aun<br />
peor –utilizados como minisoldados, como<br />
mano de obra barata, como esclavos<br />
del placer de adultos sin escrúpulos–, la<br />
civilización seguirá siendo un sueño impotente<br />
o una vil coartada para que las<br />
multinacionales extiendan la red de sus<br />
negocios. Y ésa es la sombra más oscura<br />
que lanza sus tinieblas sobre el nuevo milenio,<br />
como entenebrece ya nuestro presente<br />
ahora mismo. n<br />
Fernando Savater es catedrático de Ética en la<br />
Universidad del País Vasco. Autor de La ética como<br />
amor propio, Ética para Amador, El jardín de las dudas<br />
y Las preguntas de la vida.<br />
8 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
Tengo la absoluta certeza de que, hoy<br />
día, ningún tipo de intervención territorial,<br />
ya sea en espacios rurales o<br />
en espacios urbanos, puede abordarse seriamente,<br />
en profundidad, sin tener en<br />
cuenta el fenómeno de la identidad o,<br />
mejor dicho, de la creación de identidad,<br />
de identidad territorial, en nuestro caso.<br />
Es en este sentido en el que utilizo la expresión<br />
“retorno al lugar”, para expresar,<br />
desde un punto de vista metafórico, la<br />
creciente importancia que tiene en el<br />
mundo contemporáneo el lugar y su<br />
identidad. Veamos por qué ello es así, por<br />
qué las sociedades contemporáneas redescubren,<br />
reivindican, reinventan los lugares,<br />
muchos de los cuales eran ya presentes<br />
en las sociedades tradicionales.<br />
Hay que reconocer, de entrada, que<br />
este fenómeno se ve favorecido por la dinámica<br />
general de la economía, de la sociedad<br />
y de la cultura. Los diversos procesos<br />
de mundialización hoy existentes han<br />
desencadenado una interesante e inesperada<br />
tensión dialéctica entre lo global y lo<br />
local, que está en la base de este retorno al<br />
lugar que estamos comentando.<br />
Aunque con un cierto desfase cronológico,<br />
lo cierto es que dicha tensión dialéctica<br />
ha coincidido bastante con la transición<br />
del fordismo al posfordismo. Me<br />
explicaré. En el marco del capitalismo<br />
contemporáneo, el sistema fordista, caracterizado<br />
por la producción y el consumo<br />
en masa, por la estandarización del producto,<br />
por una especial forma de reproducción<br />
de la fuerza de trabajo, por una<br />
fuerte inversión en capital fijo y por el papel<br />
protector del Estado, entra en crisis a<br />
principios de la década de 1970 por la excesiva<br />
rigidez del sistema y por su incapacidad<br />
para adaptarse a las nuevas demandas<br />
sociales y culturales. Asistimos entonces<br />
a una excepcional reestructuración del<br />
sistema capitalista a escala mundial y entramos<br />
en una nueva etapa, denominada<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
EL RETORNO AL LUGAR<br />
La creación de identidades territoriales<br />
JOAN NOGUÉ FONT<br />
posfordista, caracterizada por la acumulación<br />
flexible, el cambio tecnológico, la<br />
automatización, la búsqueda de nuevos<br />
productos y de nuevos mercados, la relocalización<br />
industrial, la movilidad geográfica,<br />
la fugacidad y carácter efímero de las<br />
modas y de los gustos, la flexibilidad laboral,<br />
la menor presencia del Estado, el<br />
desmantelamiento progresivo del Estado<br />
de bienestar y la acelerada internacionalización<br />
de los procesos económicos.<br />
A simple vista, parecería que lo que<br />
prima en el nuevo sistema es la desorganización.<br />
Nada más lejos de la realidad. El<br />
capitalismo no se desorganiza, sino todo<br />
lo contrario: se reorganiza a través de la<br />
movilidad y de la dispersión geográficas, a<br />
través de la flexibilidad de los mercados y<br />
de los procesos laborales, a través de la innovación<br />
tecnológica y a través de una<br />
nueva concepción del espacio y del tiempo.<br />
En efecto, como ha demostrado de<br />
una manera brillante el geógrafo David<br />
Harvey (1989), en la transición del fordismo<br />
al posfordismo el espacio y el tiempo<br />
se han comprimido, lo que ha provocado<br />
un impacto inicialmente desorientador<br />
en las prácticas políticas y económicas<br />
y en las relaciones sociales y culturales. La<br />
distancia es más relativa que nunca, lo<br />
que sitúa a los lugares, a priori, en una similar<br />
posición de salida. Cada vez más lugares<br />
pueden aspirar a convertirse en el<br />
destino de una planta industrial, de un<br />
centro comercial o, simplemente, de un<br />
turista. Más y más lugares se convierten,<br />
progresivamente, en potenciales candidatos<br />
a desarrollar muchas y variadas actividades.<br />
Lo realmente paradójico de todo este<br />
proceso que estamos comentando es que,<br />
aunque el espacio y el tiempo se hayan<br />
comprimido, las distancias se hayan relativizado<br />
y las barreras espaciales se hayan<br />
suavizado, el espacio –o más específicamente<br />
el territorio– no sólo no ha perdi-<br />
do importancia, sino que ha aumentado<br />
su influencia y su peso específico en los<br />
ámbitos económico, político, social y cultural.<br />
Esto es, bajo unas condiciones de<br />
máxima flexibilidad general, la competencia<br />
se convierte en extremadamente dura<br />
y, por tanto, el capital, en su acepción<br />
más amplia, ha de prestar más atención<br />
que nunca a las ventajas del lugar. Dicho<br />
en otras palabras: la disminución de las<br />
barreras espaciales fuerza al capital a aprovechar<br />
al máximo –para competir mejor–<br />
las más mínimas diferenciaciones espaciales.<br />
En este sentido, las pequeñas –o no<br />
tan pequeñas– diferencias que puedan<br />
presentar dos espacios, dos lugares, dos<br />
ciudades, en lo referente a recursos, a infraestructuras,<br />
a mercado laboral, a paisaje,<br />
a patrimonio cultural, etcétera, se convierten<br />
ahora en muy significativas. Precisamente<br />
cuando parecíamos abocados a<br />
todo lo contrario, estamos asistiendo a un<br />
excepcional proceso de revalorización de<br />
los lugares que, a su vez, genera una competencia<br />
entre ellos inédita hasta el momento.<br />
De ahí la necesidad de singularizarse,<br />
de exhibir y resaltar todos aquellos<br />
elementos significativos que diferencian<br />
un lugar respecto a los demás, de salir en<br />
el mapa, en definitiva. ¿Cuál es, si no, el<br />
sentido y el objetivo último de los planes<br />
estratégicos que se están elaborando actualmente<br />
en tantas y tan diversas ciudades?<br />
Con el abierto apoyo en la mayoría<br />
de los casos de los sectores empresariales,<br />
de movimientos sociales varios e incluso<br />
de los sindicatos, los Gobiernos regionales<br />
y locales compiten encarnizadamente a<br />
todos los niveles, incluso a nivel mundial,<br />
por atraer magnos acontecimientos deportivos<br />
(los Juegos Olímpicos, por ejemplo),<br />
inversiones, capitales y equipamientos<br />
tales como grandes centros culturales,<br />
sedes de entidades políticas supraestatales,<br />
institutos de investigación y universidades.<br />
9
LA CREACIÓN DE IDENTIDADES TERRITORIALES<br />
“Pensar globalmente y actuar localmente”<br />
se ha convertido en una consigna<br />
fundamental que ya no sólo satisface a los<br />
grupos ecologistas, sino también a las empresas<br />
multinacionales, a los planificadores<br />
de las ciudades y de las regiones… e<br />
incluso a los líderes nacionalistas. En<br />
efecto, “lo local y lo global se entrecruzan<br />
y forman una red en la que ambos elementos<br />
se transforman como resultado de<br />
sus mismas interconexiones. La globalización<br />
se expresa a través de la tensión entre<br />
las fuerzas de la comunidad global y las<br />
de la particularidad cultural, la fragmentación<br />
étnica y la homogeneización”<br />
(Guibernau, 1996, pág. 146). Más aún: el<br />
lugar actúa a modo de vínculo, de punto<br />
de contacto e interacción entre los fenómenos<br />
mundiales y la experiencia individual.<br />
En efecto, glocal (de glocal y local) se<br />
ha convertido en un neologismo de moda.<br />
Es sorprendente, pero lo cierto es que,<br />
en vez de disminuir el papel del territorio,<br />
la internacionalización y la integración<br />
mundial han aumentado su peso específico;<br />
no sólo no han eclipsado al territorio,<br />
sino que han aumentado su importancia.<br />
Estamos, pues, ante una revalorización<br />
económica del lugar, sin duda: pero<br />
no sólo económica. Éste reaparece también<br />
en sus dimensiones culturales, sociales<br />
y políticas. Ante la crisis del Estadonación<br />
y los intentos de homogeneización<br />
cultural, las lenguas y las culturas minoritarias<br />
reafirman su identidad y reinventan<br />
el territorio, puesto que es innegable que<br />
una cultura con base territorial resiste<br />
mucho mejor los embates de la cultura de<br />
masas mundializada.<br />
Por otra parte, muchos movimientos<br />
sociales de nuevo y viejo cuño se organizan<br />
–y en algunos casos se definen– territorialmente.<br />
Los grupos ecologistas, por<br />
ejemplo, no sólo se organizan localmente,<br />
sino que su propia filosofía es descentralizadora<br />
y territorializada, en el sentido de<br />
que actúan en primera instancia para resolver<br />
los problemas más inmediatos y<br />
más locales de degradación ambiental, sin<br />
dejar por ello de preocuparse obviamente<br />
por temas de ámbito mundial, como el<br />
cambio climático o la disminución de la<br />
biodiversidad. Otro ejemplo sería el de las<br />
denominadas tribus urbanas, complejo fenómeno<br />
social de gran trascendencia y<br />
enormemente territorializado. En efecto,<br />
de nuevo nos encontramos aquí ante una<br />
suerte de paradoja espacial. El lugar (lo<br />
propio, lo cercano) se ve invadido por lo<br />
externo, por lo universal, por la globalización,<br />
en definitiva, y, por tanto, se convierte<br />
en un espacio abstracto, neutro,<br />
homogéneo. Así pues, aparentemente, estos<br />
jóvenes habitantes urbanos son cada<br />
vez menos de un lugar concreto, puesto<br />
que éste, como la cultura, la política o la<br />
economía, se ha globalizado. Sin embargo,<br />
“lo que se intenta arrojar por la puerta,<br />
entra por la ventana. El debilitamiento<br />
de la identidad tradicional fundada en el<br />
espacio propio provoca una sensación de<br />
vacío psicológico que propicia un movimiento<br />
de reacción, de vuelta atrás: perdida<br />
la seguridad que ofrecían las antiguas<br />
fronteras, se buscan, entonces, nuevas barreras,<br />
nuevas divisiones…” (Pere-Oriol<br />
Costa, José Manuel Pérez Tornero y Fabio<br />
Tropea, 1996, págs. 29 y 30). En los<br />
movimientos neotribales urbanos típicos<br />
de las sociedades posindustriales se observa<br />
con sorpresa que, cuanto más cosmopolita<br />
es una ciudad, más deseos de enraizamiento<br />
localista se detectan. Se produce<br />
así una especie de apropiación y delimitación<br />
del territorio guiada por un fuerte<br />
sentimiento de pertenencia al mismo.<br />
Finalmente, en lo referente a la dimensión<br />
política, hay que reconocer que<br />
el territorio tiene un peso específico cada<br />
vez mayor en el ámbito político, no sólo<br />
porque la política absorbe problemáticas<br />
sociales de carácter territorial, como las<br />
ambientales, sino porque las propias organizaciones<br />
políticas, incluidos los partidos,<br />
no tienen más remedio que descentralizarse<br />
para acercarse más y mejor al<br />
ciudadano. Lo más interesante del caso es<br />
que algunas experiencias políticas supraestatales,<br />
fundadas y constituidas formalmente<br />
por Estados-nación, han desarrollado<br />
intensas políticas regionales e incluso<br />
locales. El ejemplo más ilustrativo es<br />
sin duda el de la Unión Europea, un<br />
complicado entramado de foros y de iniciativas<br />
políticas en el que los Estados-nación<br />
tienen sin duda primacía, pero de<br />
una forma cada vez más difusa y condicionada<br />
por las estrategias regionales y locales.<br />
El resultado de todo ello es “un<br />
complejo orden político en el cual la política<br />
europea se regionaliza, la política regional<br />
se europeíza y la política nacional<br />
se europeíza a la vez que se regionaliza”<br />
(Keating, 1996, pág. 68).<br />
Siguiendo aún en la dimensión política,<br />
hay que reconocer que la radiografía<br />
geopolítica de nuestros días está cambiando<br />
radicalmente y a marchas forzadas. Sus<br />
rasgos esenciales son la heterogeneidad, el<br />
contraste y la simultaneidad de escalas, así<br />
como la alternancia entre unos espacios<br />
perfectamente delimitados sobre el territorio<br />
y otros de carácter más difuso y de<br />
límites imprecisos. Han empezado a rea-<br />
parecer tierras incógnitas en nuestros mapas,<br />
que poco o nada tienen que ver con<br />
aquellas terrae incognitae de los mapas<br />
medievales o con aquellos espacios en<br />
blanco en el mapa de África que tanto<br />
despertaron la imaginación y el interés de<br />
las sociedades geográficas decimonónicas.<br />
Marlow, el principal protagonista de la<br />
novela El corazón de las tinieblas, escrita<br />
por Joseph Conrad entre 1898 y 1899, en<br />
pleno apogeo de la expansión colonial europea,<br />
afirma en un momento determinado<br />
de la obra:<br />
“Cuando era pequeño tenía pasión por los<br />
mapas. Me pasaba horas y horas mirando Suramérica,<br />
o África, o Australia, y me perdía en todo el<br />
esplendor de la exploración. En aquellos tiempos<br />
había muchos espacios en blanco en la tierra, y<br />
cuando veía uno que parecía particularmente tentador<br />
en el mapa (y cuál no lo parece) ponía mi dedo<br />
sobre él y decía: ‘Cuando sea mayor iré allí”<br />
(Conrad, 1986, pág. 24).<br />
Un siglo más tarde, han aparecido de<br />
nuevo espacios en blanco en nuestros mapas.<br />
La geopolítica posmoderna se caracteriza<br />
por una caótica coexistencia de espacios<br />
absolutamente controlados y de territorios<br />
planificados, al lado de nuevas<br />
tierras incógnitas que funcionan con una<br />
lógica interna propia, al margen del sistema<br />
al que teóricamente pertenecen: la<br />
guerrilla zapatista, los narcotraficantes colombianos,<br />
los señores de la guerra somalíes,<br />
las tribus urbanas, las mafias rusas o,<br />
por qué no, los grandes espacios metropolitanos<br />
que no tienen entidad administrativa<br />
propia se nos aparecen como nuevos<br />
agentes sociales creadores de nuevas regiones,<br />
con unos límites imprecisos y cambiantes,<br />
difíciles de percibir y aún más de<br />
cartografiar, pero enormemente atractivas<br />
desde un punto de vista intelectual.<br />
Así pues, sea cual sea el punto de vista<br />
escogido, lo cierto es que el lugar reaparece<br />
con fuerza y vigor. La gente afirma, cada<br />
vez con más insistencia y de forma más<br />
organizada, sus raíces históricas, culturales,<br />
religiosas, étnicas y territoriales. Se<br />
reafirma, en otras palabras, en sus identidades<br />
singulares. Como indica Manuel<br />
Castells (1997), los movimientos sociales<br />
que se oponen a la globalización capitalista<br />
son, fundamentalmente, movimientos<br />
basados en la identidad, que defienden<br />
sus lugares ante la nueva lógica de los espacios<br />
sin lugares, de los espacios de flujos<br />
propios de la era informacional en la<br />
que ya nos hallamos inmersos. Reclaman<br />
su memoria histórica, la pervivencia de<br />
sus valores y el derecho a preservar su<br />
propia concepción del espacio y del tiem-<br />
10 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
po. He ahí la gran paradoja: el resurgimiento<br />
de las identidades colectivas en un<br />
mundo globalizado, identidades que, por<br />
otra parte, no son fijas e inmutables, sino<br />
que se hallan sometidas a un continuado<br />
proceso de reformulación.<br />
Es por todo ello por lo que la perspectiva<br />
geográfica reviste un enorme interés<br />
a la hora de entender los diversos fenómenos<br />
sociales que se dan en un espacio<br />
determinado, porque éstos están<br />
estructurados por el contexto, el medio y<br />
el lugar. Es en el lugar donde se materializan<br />
las grandes categorías sociales (sexo,<br />
clase, edad), donde tienen lugar las interacciones<br />
sociales que provocarán una respuesta<br />
u otra a un determinado fenómeno<br />
social.<br />
Lo que intento mostrar con todo lo<br />
dicho anteriormente es que nos encontramos<br />
ante una excepcional revalorización<br />
de los lugares en un contexto de máxima<br />
globalización y que este proceso favorece<br />
claramente la expansión de determinadas<br />
actitudes e ideologías. La sensación de indefensión,<br />
de impotencia, de inseguridad<br />
ante este nuevo contexto de globalización<br />
e internacionalización de los fenómenos<br />
sociales, culturales, políticos y económicos,<br />
provoca un retorno a los microterritorios,<br />
a las microsociedades, al lugar en<br />
definitiva. La necesidad de sentirse identificado<br />
con un espacio determinado es<br />
ahora, de nuevo, sentida vivamente, sin<br />
que ello signifique volver inevitablemente<br />
a formas premodernas de identidad territorial.<br />
Sobre el diagnóstico realizado hay relativamente<br />
poca controversia. Donde sí<br />
hay disparidad de opiniones es en su valoración.<br />
Por un lado, nos encontramos con<br />
los que valoran dicho proceso de una forma<br />
más bien negativa, pesimista, en términos<br />
de autodefensa, de repliegue por<br />
impotencia ante un mundo inseguro e incierto.<br />
David Harvey se muestra preocupado<br />
en este sentido porque, según él, “la<br />
disminución de las barreras espaciales crea<br />
un sentimiento de inseguridad y de amenaza<br />
que, combinado con la intensificación<br />
de la competitividad entre países, regiones<br />
y ciudades, produce un repliegue<br />
en la geopolítica local, el proteccionismo,<br />
la xenofobia y el espacio defendible” (1988,<br />
pág. 25). Desde esta perspectiva, el retorno<br />
a lo local conllevaría, en última instancia<br />
y en sus posiciones más extremas, el<br />
cultivo de actitudes retrógradas, conservadoras<br />
e incluso antiurbanas y antimetropolitanas.<br />
He ahí la cultura de la desesperanza<br />
que, ante un futuro incierto, invoca<br />
un pasado mítico, idealizado y, en defini-<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
tiva, tergiversado. En un vano intento por<br />
recuperar una territorialidad existencial<br />
hoy perdida, esta especie de localismo<br />
neorromántico reivindicaría costumbres,<br />
hábitos e incluso escalas, diseños urbanos<br />
y formas arquitectónicas propias de un<br />
pasado, olvidando –siempre según sus críticos–<br />
que las pequeñas comunidades locales<br />
han sido siempre los espacios por excelencia<br />
de la jerarquía, de la sumisión del<br />
individuo al grupo y del grupo a la tradición,<br />
del control social y del conformismo<br />
asfixiante. De ahí que, de una forma<br />
tajante, algunos autores nos pongan en<br />
guardia ante el peligro de volver a espacios<br />
microsociales, después de tantos esfuerzos<br />
realizados en los últimos siglos<br />
por intentar escapar precisamente a las lógicas<br />
tribales y corporativas: “Hay mucha<br />
nostalgia restauradora en tantas reivindicaciones<br />
locales… (afirma Sernini) una<br />
nostalgia análoga a las tentativas de encerrarse<br />
entre murallas medievales en un<br />
mundo que cambia en dirección opuesta”<br />
(1989, pág. 38).<br />
Como era de esperar, existen, por<br />
otro lado, valoraciones totalmente opuestas<br />
a las anteriores, de carácter positivo y<br />
optimista (Frampton, 1985; Cooke,<br />
1990). Éstas interpretan el fenómeno en<br />
términos progresistas y de resistencia cultural.<br />
El retorno a lo local sería un excelente<br />
antídoto contra la imposición de valores<br />
supuestamente universales, dictados<br />
por los grandes poderes económicos y<br />
transmitidos por los mass media. Es en los<br />
lugares concretos, en los microespacios<br />
(pueblos, barrios, ciudades pequeñas y<br />
medianas) donde, gracias a su peculiar<br />
química social, se crea y recrea la diversidad,<br />
y no en los grandes espacios abstractos,<br />
incluyendo también en esta categoría<br />
a las grandes metrópolis contemporáneas.<br />
En las megalópolis, la ciudad tradicional<br />
ha dejado de existir: ha explotado en mil<br />
fragmentos, se ha balcanizado y descontextualizado,<br />
ha perdido sus contornos y<br />
su cohesión y su estructura ya no es comprensible;<br />
en definitiva, ha dejado de ser<br />
humana, ha perdido su identidad. Contra<br />
todo ello se alzaría el redescubrimiento<br />
del lugar y de la dimensión local. Las comunidades<br />
locales serían la base fundamental<br />
de la nueva movilización social, al<br />
canalizar las reivindicaciones por conseguir<br />
una mayor descentralización del poder<br />
y de la toma de decisiones.<br />
Dejo en manos del lector la controversia<br />
y me limito a señalar que, como<br />
ocurre a menudo, es probable que las dos<br />
interpretaciones tengan algo de razón,<br />
por lo que cabría pensar en la posibilidad<br />
JOAN NOGUÉ FONT<br />
de una tercera vía que profundizara en<br />
aquellos elementos no incompatibles de<br />
las mismas. Sea como fuere, lo cierto es<br />
que estamos asistiendo a una revalorización<br />
del papel del lugar y a un renovado<br />
interés por una nueva forma de entender<br />
el territorio que sea capaz de conectar lo<br />
particular con lo general. n<br />
BIBLIOGRAFÍA<br />
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SERNINI, M.: ‘La città smorta e il tenente Colombo’,<br />
Archivio de Studi Urbani e Regionali, 35, págs.<br />
3-44, 1989.<br />
[Este texto se inspira en un capítulo del libro del<br />
mismo autor Nacionalismo y territorio, Milenio,<br />
Lérida, 1998].<br />
Joan Nogué Font es catedrático de Geografía<br />
Humana en la Universidad de Girona.<br />
11
LA ESFERA PÚBLICA<br />
DEL ANTIGUO RÉGIMEN<br />
2. El estado y la Ilustración*<br />
lo largo de los tres siglos del antiguo<br />
régimen español encontramos profundas<br />
continuidades en el carácter<br />
de su estado y su esfera pública, pero también<br />
discontinuidades significativas. El<br />
cambio de siglo en torno a 1700 trajo consigo<br />
un cambio de dinastía y una drástica<br />
redefinición del estado. Mientras los elementos<br />
esenciales del estado teleocrático<br />
permanecían incuestionados1 , se produjo<br />
entonces un nuevo robustecimiento de la<br />
autoridad real y una secularización parcial<br />
del estado y de la sociedad, y se intentó definir<br />
los objetivos estatales de manera más<br />
realista, aunque no menos exigente. Los<br />
Borbones llegaron a España con una<br />
mentalidad de gobernantes absolutos muy<br />
poco interesados en mantener una tradición<br />
constitucional. La suya era una<br />
tradición monárquica para la cual los pays<br />
d’ordres dotados de un marco constitucional<br />
propio, los estados generales y los parlamentos<br />
judiciales eran otros tantos obstáculos<br />
institucionales opuestos a su proyecto<br />
de monarquía absoluta (Venturi, 1971), el<br />
cual comprendía un aumento de su autoridad<br />
discrecional, la centralización administrativa<br />
y una mayor uniformidad territorial,<br />
y venían dispuestos a eliminar esos obstáculos.<br />
Era también una monarquía definida<br />
por un proyecto de regalismo ambicioso y<br />
sistemático, que utilizaba a la iglesia como<br />
instrumento de su voluntad política.<br />
El triunfo de esa tradición francesa sobre<br />
la tradición española de los Austrias2 A<br />
,<br />
de Richelieu sobre Olivares (y sobre el<br />
partido español o devoto en la política<br />
* La primera parte de este artículo fue publicada<br />
en el número 91 de CLAVES DE LA RAZÓN<br />
PRÁCTICA con el subtítulo El siglo de oro.<br />
1 Sobre este concepto de ‘estado teleocrático’<br />
véase la primera parte de este ensayo, publicado en<br />
CLAVES DE LA RAZÓN PRÁCTICA.<br />
2 En realidad, la monarquía española estaba más<br />
en la tradición de las monarquías europeas, como observó<br />
Leibniz (Frèmont, 1996).<br />
VÍCTOR PÉREZ-DÍAZ<br />
francesa) (Wollenberg, 1985) y de Luis<br />
XIV sobre Carlos II culminó con la subida<br />
de un Borbón al trono de España. La<br />
prueba suprema, por así decirlo, de la política<br />
de una dinastía, la de su supervivencia<br />
o su reemplazo por otra, pareció confirmar<br />
lo bien fundado de la visión política<br />
de Francia. En esas circunstancias, los<br />
Borbones españoles creyeron que la enseñanza<br />
que había que extraer de la decadencia<br />
del poderío español era la del fracaso<br />
de la tradición política de los Habsburgo,<br />
no por haber debilitado gradualmente<br />
la tradición constitucional anterior, sino<br />
por no haber llegado a destruirla del todo;<br />
por no haber sido lo bastante absoluta y<br />
no haber reforzado lo suficiente la presencia<br />
de un estado centralizado.<br />
Los Borbones procedieron en pos de<br />
ese objetivo con aplicación continua y sistemática<br />
3 . Aprovecharon la Guerra de Sucesión<br />
(1700-1714) para liquidar el régimen<br />
constitucional de los reinos de Aragón. No<br />
convocaron a las Cortes durante todo un<br />
siglo, salvo en unas cuantas ocasiones ceremoniales<br />
(aunque la memoria de las Cortes<br />
pervivió en la imaginación colectiva: [Castellano,<br />
1990]). Se beneficiaron de la falta<br />
de parlamentos judiciales, o de un cuerpo<br />
profesional de legistas, que hubieran podido,<br />
como en Francia, impugnar su autoridad<br />
o apoyar la tradición constitucional.<br />
Invirtieron el proceso de transferencia de<br />
poderes a las autoridades locales y reforzaron<br />
la presencia de intendentes reales en las<br />
provincias, aunque el alcance efectivo de<br />
esas medidas fue limitado (Lynch, 1989).<br />
En un plano más general, conservaron la<br />
sociedad estamental y dejaron intacta la estructura<br />
básica de los municipios.<br />
3 Más que a la determinación de los reyes, cuyos<br />
desarreglos mentales y emocionales, al menos los del<br />
primer medio siglo, son bien conocidos, se debió esto<br />
a los sucesivos ministros que les sirvieron durante largo<br />
tiempo.<br />
Complemento de su política de control<br />
sociopolítico fue su política eclesiástica.<br />
Sin la presencia engorrosa de una oposición<br />
jansenista apreciable (Sánchez-Blanco,<br />
1991: 306 y sigs.) ni enclaves<br />
protestantes como había en Francia, los<br />
Borbones españoles llevaron mucho más<br />
adelante el sometimiento de la iglesia nacional<br />
al estado cuando en 1767 expulsaron<br />
a los jesuitas (siempre sospechosos de<br />
encontrar buenas razones o excusas para<br />
no someterse del todo a la autoridad secular),<br />
con la mira puesta en convertir a la<br />
mayor parte del clero en una especie de<br />
funcionariado. Mantuvieron la Inquisición,<br />
con entusiasmo menguante, como<br />
instrumento de control o intimidación, según<br />
se había de evidenciar particularmente<br />
al final del siglo, en los intentos de combatir<br />
la propaganda de la Revolución Francesa<br />
(Caro Baroja, 1968; Sarrailh, 1957). En<br />
cuanto al sistema de universidades públicas,<br />
y dado que el objetivo prioritario no<br />
era crear nuevas instituciones culturales sino<br />
controlar las ya existentes, hubo algunos<br />
intentos de reforma por obra de funcionarios<br />
como Pedro Rodríguez de Campomanes,<br />
Pablo de Olavide y otros, pero la<br />
acción efectiva de los reyes en ese terreno<br />
fue escasa.<br />
A imitación de la monarquía administrativa<br />
de sus parientes franceses, los<br />
Borbones españoles quisieron impulsar el<br />
crecimiento económico para ensanchar<br />
así su base fiscal y poder costear los gastos<br />
de un ejército y una flota al servicio de su<br />
política imperial. Pero sus intervenciones<br />
fueron irregulares y poco eficaces, aunque<br />
algunos de sus últimos planes de reforma<br />
les muestran receptivos a las ideas de libertad<br />
económica limitada que iban a espolear<br />
la imaginación de generaciones futuras.<br />
Se vieron favorecidos, no obstante,<br />
por la evolución espontánea de la economía<br />
y los incrementos de la población y<br />
de la producción agrícolas registrados des-<br />
12 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
de las últimas décadas del siglo XVII, sobre<br />
todo a partir de 1740 (Lynch, 1989).<br />
En general, el estado propendió a conservar<br />
el statu quo social y la posición de las<br />
capas privilegiadas, a la vez que hacía crecer<br />
los ingresos públicos.<br />
Haciendo de la necesidad virtud, con<br />
la firma del Tratado de Utrecht los Borbones<br />
renunciaron a una parte de los antiguos<br />
dominios españoles en Europa 4 . Eso no<br />
significaba abandonar el proyecto imperial,<br />
sino simplemente reducir gastos y redefinir<br />
las posesiones de América y las Filipinas como<br />
colonias que había que explotar de forma<br />
más metódica (Pagden, 1995), aunque<br />
en los documentos se mantuviera el discurso<br />
tradicional sobre las Indias como una<br />
parte más de la monarquía, en igualdad<br />
con las restantes. Pero esa aparente racionalización<br />
de la política imperial iba a surtir<br />
efectos inesperados y contraproducentes. El<br />
intento de conservar una colonia que la<br />
metrópoli pudiera explotar en régimen de<br />
monopolio (o, en otros términos, de excluir<br />
del comercio entre España y las Indias a<br />
terceros países) condujo a guerras con In-<br />
4 Con ello se demostró el error de juicio del último<br />
de los Austrias al elegir como sucesor un Borbón<br />
precisamente porque imaginaba que de esa forma garantizaba<br />
la integridad territorial de la monarquía hispánica,<br />
evitando así su reparto. Aunque los Borbones<br />
recuperaron algunas de las antiguas posesiones españolas<br />
en Italia, lo hicieron en rigor para su familia, pero<br />
no para el reino de España.<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
glaterra que fueron la causa principal de la<br />
crisis fiscal de la que el estado fue incapaz<br />
de recuperarse (Lynch, 1989: 325 y sigs.).<br />
No sólo eso, sino que el empeño de racionalizar<br />
la explotación de las colonias significaba<br />
incrementar su carga tributaria, a la<br />
vez que para los cargos públicos se excluía,<br />
o cuando menos se marginaba, a la población<br />
criolla en favor de la española. Con<br />
ello se perdió el apoyo de unas élites locales,<br />
por otra parte ansiosas de aprovechar no<br />
sólo oportunidades de comercio y de cargos<br />
públicos, sino también de explotación de<br />
las masas indígenas a las que las leyes de la<br />
corona proporcionaban alguna protección.<br />
De este modo se preparó el camino para los<br />
movimientos independentistas de un par<br />
de generaciones después (Lynch, 1989: 339<br />
y sigs.).<br />
La respuesta de los ilustrados<br />
En la esfera pública española de la primera<br />
mitad del siglo XVIII hubo una serie de figuras<br />
interesantes, la más importante de las<br />
cuales es probablemente Benito Feijóo,<br />
continuador de la tradición de los arbitristas<br />
5 . Eran gentes que se reunían en tertulias<br />
donde se discutían los temas generales, y<br />
que se dirigían a un público extenso mediante<br />
la difusión de sus escritos. El notable<br />
5 Y de esas figuras menores de las letras del siglo<br />
XVII que fueron los llamados “novadores” o amantes<br />
de novedades (Sánchez-Blanco, 1991: 28 y sigs.).<br />
éxito de las cartas de Feijóo en las décadas<br />
de 1720 y 1730 representó un hito en la<br />
formación del espacio público (Domínguez<br />
Ortiz, 1990), pero en la segunda mitad del<br />
siglo el proceso de formación de un público<br />
atento se aceleró. Coincidió con una expansión<br />
moderada de la impresión de libros<br />
y periódicos, un fenómeno que también<br />
se observa en países como Francia,<br />
Alemania, Inglaterra y las colonias americanas<br />
de ésta (Darnton, 1992; Schulte, 1968;<br />
Wittmann, 1997; Sánchez Aranda y Barrera,<br />
1992). La aparición semiespontánea de<br />
las Sociedades de Amigos del País, academias<br />
locales consagradas al debate y al fomento<br />
de la instrucción, se produjo por las<br />
mismas fechas, en parte a imitación de lo<br />
que se hacía en Francia. Nacidas en las provincias<br />
vascongadas y más tarde apoyadas<br />
por las autoridades públicas (Carande,<br />
1969; Sarrailh, 1957; Anes, 1969), las Sociedades<br />
de Amigos del País aglutinaban a<br />
la nobleza local, hombres de leyes, clérigos<br />
y algunos comerciantes, pero en general tuvieron<br />
una existencia efímera, posiblemente<br />
debido a su sumisión a las autoridades y al<br />
cambio de actitud que éstas les mostraron a<br />
raíz de la Revolución Francesa. Durante un<br />
periodo de 20 o 30 años, la difusión de periódicos<br />
y libros impresos, el aumento del<br />
número de lectores, las tertulias y la tolerancia<br />
de las autoridades sentaron las bases<br />
de una corriente moderada de opinión ilustrada<br />
sobre los asuntos públicos.<br />
Se trataba de una nueva generación de<br />
profesionales y funcionarios interesados en<br />
aprender del repertorio cultural de su época,<br />
y principalmente de las experiencias de<br />
Francia e Inglaterra (por influencia directa<br />
de los escritos de Adam Smith o David<br />
Hume o, indirectamente, de la experiencia<br />
inglesa vista por escritores franceses). En<br />
realidad, eran respetuosos hacia la autoridad<br />
del rey, cautos frente a la iglesia y conservadores<br />
en cuanto a la sociedad estamental.<br />
Pero también tendían a coincidir<br />
13
LA ESFERA PÚBLICA DEL ANTIGUO RÉGIMEN<br />
en la conveniencia de establecer un sistema<br />
de incentivos para la iniciativa privada en<br />
la esfera económica, extendiendo los derechos<br />
de propiedad individual y las reglas<br />
del mercado, y en la esfera cultural mediante<br />
la difusión de una educación humanista<br />
y técnica (Sarrailh, 1957; Maravall,<br />
1991). En cierto modo estuvieron próximos<br />
a adoptar el juicio crítico de algunos<br />
de sus contemporáneos europeos sobre los<br />
resultados desastrosos de la gran estrategia<br />
de los monarcas del pasado, en tanto en<br />
cuanto ésta había hecho muy arduas, por<br />
no decir imposibles, la formación de una<br />
“sociedad educada y comercial” (a polite<br />
and commercial society [Langford, 1989]),<br />
la creación de la confianza mercantil y el<br />
desarrollo de una vita civile (Pagden,<br />
1990). En alguna medida estaban recuperando<br />
parte del programa erasmista en favor<br />
de una ética de cultivo del individuo<br />
que fomentara la confianza en sus recursos<br />
propios, su buen juicio, su sociabilidad y<br />
su laboriosidad. Pero así como los erasmistas<br />
habían sido hombres audaces que hablaban<br />
a una sociedad de gentes que tenían<br />
una afinidad electiva con su mensaje, los<br />
ilustrados eran más apocados y se enfrentaban<br />
a una sociedad de hombres (y mujeres<br />
[Perry, 1990]) domesticados, si vale decirlo<br />
así, por el estado y la iglesia durante dos siglos<br />
y medio de controles constitucionales<br />
débiles, rigideces socioeconómicas, adoctrinamiento<br />
masivo y vigilancia estrecha<br />
del espacio público.<br />
Sea como fuere, estos hombres de letras<br />
veían ante sí unos recursos que sus<br />
predecesores inmediatos no habían tenido,<br />
o habían tenido en grado mucho menor:<br />
un público lector más amplio (gracias a la<br />
recuperación parcial de los índices de alfabetización<br />
en el siglo XVIII [Egido,<br />
1995]) y una red más tupida de relaciones<br />
y organizaciones diseminadas por todo el<br />
país. Ambas circunstancias dibujaron los<br />
primeros contornos vagos de una comunidad<br />
política española que parecía integrar<br />
(al menos en sus élites) a las sociedades locales<br />
del centro y de la periferia (aragoneses,<br />
asturianos, catalanes o guipuzcoanos,<br />
por ejemplo) en torno a una lengua común,<br />
el español, y un discurso político<br />
común, el de súbditos que iban haciéndose<br />
miembros, posiblemente ciudadanos,<br />
de un cuerpo político común. También,<br />
durante un tiempo, se consideraron dichosos<br />
de tener acceso relativamente fácil<br />
y continuo a altos funcionarios (como<br />
Campomanes [Llombart, 1992]) que parecían<br />
compartir algunas de sus ideas. De<br />
hecho, esos ministros preferían mezclar<br />
una pequeña dosis de libertad económica<br />
con una dosis fuerte de activismo gubernamental.<br />
Los ilustrados lo entendieron<br />
como una oportunidad de traducir sus<br />
ideas en reformas efectivas, por ejemplo<br />
en lo tocante al libre comercio de cereales<br />
en el interior y la amortización de algunas<br />
tierras de propiedad eclesiástica, o en proyectos<br />
de reforma de la administración local,<br />
la educación popular o las universidades<br />
(que todavía en la década de 1780 se<br />
resistían tenazmente a enseñar la física de<br />
Newton [Sánchez-Blanco, 1991: 97]).<br />
Las posibilidades reales de los ilustrados<br />
eran bastante modestas, debido no<br />
sólo a las preferencias de los ministros, sino<br />
también a las condiciones generales de<br />
la vida española. Es verdad que ya en el<br />
último tercio del siglo XVII se apuntaron<br />
signos alentadores de recuperación económica<br />
y demográfica, relajación de los rigores<br />
de la Inquisición, una red de tertulias<br />
y una pequeña minoría de novadores<br />
(Kamen, 1984; Domínguez Ortiz, 1973).<br />
Pero, medida por los patrones de la experiencia<br />
británica, España siguió estando<br />
social y políticamente atrasada durante<br />
todo el siglo XVIII.<br />
Los primeros ministros británicos eran<br />
responsables ante el parlamento y la opinión<br />
pública, pues tenían que gobernar<br />
mediante una mezcla de patronazgo oficial<br />
y lealtad partidista, y en relación incómoda<br />
con la prensa popular. Servían a unos reyes<br />
cuyo control de la política exterior era limitado,<br />
como reducido era su patronazgo y<br />
mínima su independencia del poder legislativo<br />
(Langford, 1989: 23, 686). No podían<br />
controlar los tribunales de derecho común<br />
ni la administración local. Tenían que complacer<br />
a una sociedad efervescente y tumultuosa,<br />
y, de grado o a su pesar, permitieron<br />
el desarrollo de una tradición de prudente<br />
tolerancia ante la protesta popular. Presenciaron<br />
un auge de la agricultura comercial,<br />
en parte basado en las sucesivas Enclosure<br />
Acts, o leyes de cerramiento, que entre<br />
1750 y 1810 concentraron alrededor de un<br />
20% de las tierras de Inglaterra y Gales.<br />
Fue un siglo intensamente ajetreado en<br />
campañas de información y propaganda,<br />
instancias y cabildeos (Langford, 1989:<br />
721, 435), con una explosión de asociaciones<br />
de todas clases, incluidas asociaciones<br />
religiosas externas o marginales a la iglesia<br />
establecida (y a menudo dirigidas por predicadores<br />
laicos). En contraste, el más ilustrado<br />
de los monarcas españoles, Carlos III<br />
(que nunca superó sus miedos a cualquier<br />
forma de protesta popular tras la experiencia<br />
de los tumultos de 1766), fue extremadamente<br />
celoso de sus prerrogativas absolutas.<br />
Durante casi todo el siglo no hubo en<br />
España actividad parlamentaria, y cuando<br />
modestamente la hubo en 1789 se pidió a<br />
los procuradores que no divulgasen los resultados,<br />
que no se publicarían hasta 1830<br />
(Castellano, 1990: 228). La amortización<br />
de una parte limitada de las tierras eclesiásticas<br />
no fue viable hasta el final del periodo.<br />
La Inquisición siguió existiendo, con reactivaciones<br />
modestas en la década de 1720 y<br />
al final del siglo, y se empleó en pocas pero<br />
significativas ocasiones (por ejemplo, contra<br />
el ilustrado Olavide). La prensa estaba<br />
censurada y sometida a continuas injerencias<br />
del gobierno (sólo levemente atenuadas<br />
entre 1762 y 1788 [Schulte, 1968: págs. 99<br />
y sigs.]), que imposibilitaron el nacimiento<br />
de un periodismo crítico (Sánchez-Blanco,<br />
1991: 165). A pesar de la mejora de la alfabetización<br />
(Egido, 1995), había pocas librerías:<br />
una sola en Madrid hasta 1720 (Domínguez<br />
Ortiz, 1990: 104; Sarrailh, 1957:<br />
55 y sigs. y 303 y sigs.). El miedo a la censura,<br />
o incluso a la Inquisición, era endémico,<br />
y pesó tanto sobre Feijóo en la primera<br />
mitad del siglo (Maravall, 1991: 343) como<br />
sobre Jovellanos en la segunda (Sarrailh,<br />
1957: 306). Fue el mismo miedo<br />
que hizo que un geógrafo notable como<br />
Jorge Juan no se atreviera a expresar su opinión<br />
favorable a las teorías copernicanas<br />
hasta 1774 (Sarrailh, 1957: 497), y que escritores<br />
como Leandro Fernández de Moratín,<br />
José Cadalso y Juan Pablo Forner renunciaran<br />
a ver publicadas en vida algunas<br />
de sus obras (Domínguez Ortiz, 1990:<br />
481). No es extraño que Voltaire escribiera<br />
en 1767 a su amigo el español marqués de<br />
Miranda: “Ustedes no se atreven a decir al<br />
oído de un cortesano lo que un inglés diría<br />
públicamente desde la tribuna del parlamento”<br />
(Sarrailh, 1957: 315).<br />
El hecho es que siguió habiendo un<br />
abismo entre los sueños un tanto confusos<br />
de los ilustrados de igualarse con Europa y<br />
las duras realidades de la vida española, un<br />
abismo del que los propios ilustrados sólo<br />
a medias eran conscientes. Dos cuestiones<br />
muestran los límites de su entendimiento<br />
de la situación, y la naturaleza ambigua de<br />
su posición en la sociedad y de su relación<br />
con los niveles de arriba y de abajo, con la<br />
monarquía borbónica y con los estratos<br />
sociales inferiores, particularmente la población<br />
campesina.<br />
Los ilustrados pensaban que la llave<br />
del cambio estaba en el vértice de la pirámide<br />
social, no en su base. Era una premisa<br />
lógica para quienes formaban parte de<br />
una larga tradición cultural basada en los<br />
principios del estado (teleocrático) y educada<br />
en la sumisión indubitada a la monarquía<br />
(en cierto modo, lo contrario de<br />
14 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
sus homólogos ingleses de la misma época,<br />
que se habían educado en el diálogo crítico<br />
y el enfrentamiento esporádico entre la<br />
corte y la nación, Court and Country<br />
[Klein, 1994]). Toda transformación parecía<br />
requerir voluntad política en la cima: la<br />
economía dependería de ella, y la cultura<br />
debía ser dirigida desde el gobierno central<br />
(visión que compartía incluso Jovellanos<br />
[Sarrailh, 1957, 87 y sigs.]). La sensación<br />
de que era inimaginable que una coalición<br />
política poseyera la voluntad necesaria para<br />
efectuar reformas sin el asentimiento del<br />
monarca fomentó en muchos ilustrados la<br />
tendencia a atribuir dos virtudes a la monarquía<br />
borbónica y sus gobiernos, a saber,<br />
una enorme capacidad para transformar el<br />
país y la inspiración de un espíritu benéfico,<br />
construyendo así la figura imaginaria<br />
del “déspota ilustrado”. No veían que la capacidad<br />
del rey y sus ministros era en realidad<br />
limitada, y modesto su poder de transformación.<br />
Tampoco entendían la lógica<br />
absolutista de la tradición borbónica, conforme<br />
a la cual era lo lógico que en todo<br />
momento la voluntad del monarca y de<br />
sus funcionarios se orientase principalmente<br />
a la conservación y extensión de la autoridad<br />
regia. Ello les inclinaría a adoptar<br />
una estrategia de mantenimiento escrupuloso<br />
de los componentes esenciales del statu<br />
quo, y, en particular, a cultivar la relación<br />
con los grupos privilegiados de la iglesia<br />
y la nobleza. La corona se mostró<br />
siempre atenta a defender las tierras de la<br />
nobleza, sus jurisdicciones señoriales, sus<br />
exenciones fiscales y sus monopolios o cuasimonopolios<br />
de cargos públicos, así como<br />
siempre puso cuidado en afirmar la fe católica,<br />
mantener el lugar de honor de la<br />
iglesia y sostener a la Inquisición, utilizándola<br />
para sus propios fines.<br />
Por otra parte, los ilustrados no pasaron<br />
de vislumbrar la naturaleza de la sociedad<br />
que les rodeaba, y en particular la de<br />
los municipios, sus dispositivos institucionales,<br />
su estructura de poder local y su cultura<br />
tradicional; de ahí que no pudieran<br />
anclar sus apelaciones a una moral social<br />
(Sánchez-Blanco, 1991: 323; Maravall,<br />
1991: 259) en una visión realista de la sociedad<br />
contemporánea. Es curioso que la<br />
casi totalidad de los ilustrados, a pesar de su<br />
agudo interés por la reforma agraria, no<br />
percibieran el movimiento general de aumento<br />
de la producción agraria de la segunda<br />
mitad del siglo, ni entendieran la razón<br />
de ser de las prácticas agronómicas tradicionales<br />
de la España interior que se<br />
obstinaban en alterar (Anes, 1995: 138,<br />
258). En el fondo, no calibraban la distancia<br />
que separaba el mundo urbano al que<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
pertenecían de la sociedad rural a la que supuestamente<br />
debían educar y transformar.<br />
Los pueblos castellanos habían sufrido un<br />
proceso de decadencia económica, social y<br />
cultural, fruto de la presión fiscal, las dislocaciones<br />
de la vida económica y el sometimiento<br />
al servicio militar forzoso (Domínguez<br />
Ortiz, 1985: 30 y sigs.). Los niveles de<br />
prosperidad económica e intercambios comerciales<br />
a distancia, de alfabetización y de<br />
frecuencia de acceso a los tribunales reales<br />
descendieron o permanecieron bajos durante<br />
muy largo tiempo. Resultado de todo<br />
ello era una mentalidad que los ilustrados<br />
encontraban ajena, incomprensible por su<br />
inercia y su ignorancia (al menos en la gran<br />
mayoría de la población rural [Sarrailh,<br />
1957: 20-83]; véanse también los diarios<br />
de Jovellanos: 1982 [1790-1810]). Tampoco<br />
comprendieron la ambivalencia de las<br />
estructuras intermedias que subsistían entre<br />
los dos mundos. Los campesinos podían<br />
codiciar las tierras locales (eclesiásticas, nobiliarias<br />
o comunales), y eso podía embarcarles<br />
en un rumbo de colisión con clérigos<br />
y señores; pero seguían estando apegados a<br />
sus creencias y sentimientos religiosos (reforzados<br />
por el adoctrinamiento sistemático),<br />
que les inclinaban a dejarse guiar por el<br />
clero en algunas cuestiones políticas, y, sobre<br />
todo, dependían de redes de patronazgo<br />
y clientelismo que les vinculaban a esos<br />
grupos privilegiados (que en parte serían<br />
suplantados en el siglo siguiente por profesionales<br />
urbanos) y les retraían de aceptar<br />
una economía abierta de mercado, así como<br />
les impulsaban a pedir que el gobierno<br />
regulase el precio de los cereales y de los<br />
arrendamientos (Anes, 1990). Viceversa,<br />
no existía un gran segmento intermedio de<br />
agricultores comerciales ni se podía constituir<br />
una clase social de ese tipo por decreto<br />
(como pretendieron los ministros de<br />
Carlos III, importando colonias de agricultores<br />
extranjeros [Caro Baroja, 1957: 205 y<br />
sigs.]). Así, la cultura de los municipios y<br />
sus instituciones, unidas a su distancia política<br />
de los centros de poder, hicieron posible<br />
que en muchas partes del país persistiera<br />
una tradición de autogobierno local, desconocida<br />
o incomprendida por los<br />
ilustrados y los funcionarios reales, que<br />
muy pronto demostraría su vitalidad de<br />
forma dramática frente a la invasión francesa.<br />
Al mismo tiempo, eso dificultaría las cosas<br />
para una ulterior revitalización de la tradición<br />
constitucional.<br />
Balance de luces y sombras<br />
A fines del siglo XVIII, mientras Inglaterra<br />
se convertía en una “sociedad educada y<br />
comercial”, haciendo realidad tangible el<br />
VÍCTOR PÉREZ-DÍAZ<br />
sueño de una vita civile, España iba aún<br />
muy a la zaga, a pesar de su crecimiento<br />
económico y demográfico y de las tentativas<br />
ilustradas de apelar a la ciudadanía y<br />
jugar con el concepto de sociedad civil. Ese<br />
contraste da pie para que cierre mi argumento<br />
volviendo a la distinción inicial entre<br />
las formas nomocrática y teleocrática<br />
del estado, y a un peculiar híbrido social capaz<br />
de conjugar los elementos básicos de<br />
un orden nomocrático con el carácter particular<br />
de una comunidad concreta. Yo diría<br />
que ese peculiar híbrido social corresponde<br />
a lo que los escritores de la Ilustración<br />
escocesa designaron con el nombre de<br />
“sociedad civil” (Pérez-Díaz, 1993, 1996,<br />
1998). En ella, el estado nomocrático en<br />
tanto en cuanto la autoridad pública y su<br />
aparato administrativo estaban supeditados<br />
al imperio de la ley, respetaban los mercados<br />
abiertos y el pluralismo social y eran<br />
responsables en un espacio público ante<br />
una comunidad de ciudadanos interesados<br />
(ilustrados, educados, cívicos). Al mismo<br />
tiempo, ese estado estaba relacionado con<br />
una sociedad o comunidad particular (nacional<br />
o multinacional), con identidad<br />
propia y fronteras territoriales precisas, diferenciada<br />
de otras sociedades particulares<br />
dentro de un sistema internacional más<br />
amplio. Debido a esa particularidad, los<br />
miembros de esa civitas concreta eran convocados<br />
(de la manera más enfática por autores<br />
como Adam Ferguson) a desarrollar<br />
un sentimiento y una virtud de patriotismo<br />
cívico 6 , y su estado tenía el telos o misión<br />
de sostener esa identidad particular y<br />
defender esas fronteras, aunque las consecuencias<br />
de hacerlo para el orden internacional<br />
permanecieran casi siempre en la indefinición.<br />
De hecho, las sociedades civiles<br />
que surgieron a ambos lados del Atlántico<br />
al final del antiguo régimen oscilaron, a este<br />
respecto, entre lo que podríamos llamar<br />
una política exterior civil y otra incivil o<br />
predatoria. Quedó así abierta la cuestión<br />
de si la misión del estado era hacer sitio<br />
para que la voz de la comunidad a la que<br />
representaba se dejara oír, por decirlo así,<br />
dentro de la conversación de la humanidad<br />
o sólo acallando a las restantes.<br />
Desde el punto de vista del proceso de<br />
formación de una sociedad civil de esa cla-<br />
6 Pocock (1975) enfatiza este aspecto de Ferguson<br />
(pág. 499); sin embargo, también llama la atención<br />
sobre el optimismo de los escoceses a la hora de<br />
conciliar la virtud política y la cultura comercial (pág.<br />
1504), lo que debe ser visto en el contexto de la influencia<br />
de Hume y de la simbiosis entre Court y<br />
Country que había ido teniendo lugar previamente<br />
(pág. 486 y sigs.).<br />
15
LA ESFERA PÚBLICA DEL ANTIGUO RÉGIMEN<br />
se, en la España del antiguo régimen, del<br />
Siglo de Oro a la Ilustración, tuvo lugar un<br />
movimiento doble y contradictorio. Por<br />
una parte, la transición de imperio a potencia<br />
regional en camino de ser estado nacional<br />
facilitó la formación de una comunidad<br />
de ciudadanos, al ayudarles a centrar<br />
sus inquietudes públicas en esa comunidad<br />
particular y reforzar así los lazos políticomorales<br />
que los unían. Por otra, esa misma<br />
transición contribuyó a engendrar las condiciones<br />
de un nuevo modelo de estado teleocrático<br />
y la correspondiente política de<br />
fe, esta vez en torno a la definición del interés<br />
nacional que enfrentaba a unas naciones<br />
con otras, y que en la mayoría de los<br />
casos tenía una conexión bastante débil<br />
con la tradición constitucional del pasado.<br />
Así, el potencial de una sociedad civil vibrante<br />
y poderosa, que al principio parecía<br />
existir, se perdió (en parte) en el curso de los<br />
acontecimientos. A comienzos del siglo<br />
XVI, los estratos dirigentes de Castilla se<br />
orientaron hacia un universo abierto y en<br />
vías de expansión, que se definía por un<br />
orden económico mundial, un ancho espacio<br />
político, el ius gentium en la arena internacional<br />
y una tradición constitucional<br />
en la doméstica, y una fe religiosa todavía<br />
abierta a la influencia de un humanismo<br />
cosmopolita. Al final del camino y dos siglos<br />
y medio después, los ilustrados habían<br />
estrechado el radio de su compromiso cívico<br />
para acoplarlo al marco de una sociedad<br />
de orden al estilo francés, sometida a una<br />
autoridad semidespótica, y de un estado<br />
nacional dispuesto a jugar una partida de<br />
prestigio, riquezas y potencia militar con<br />
contrincantes parecidos. Es significativo, a<br />
este respecto, que a los ilustrados les costara<br />
tanto trabajo recobrar el sentido (que los<br />
escolásticos del siglo XVI tenían) de lo que<br />
podía significar un orden económico extenso,<br />
según se demuestra en cómo entendieron,<br />
o más bien no entendieron, el<br />
mensaje de Adam Smith. La riqueza de las<br />
naciones (cuya traducción se demoró casi<br />
veinte años) no despertó el menor interés<br />
entre los lectores de Smith por su explicación<br />
de cómo funcionaba el sistema económico<br />
ni su teoría subyacente de la acción<br />
humana: se interpretó como un estudio<br />
de teoría política y un instrumento útil<br />
de gobierno (Schwartz, 1998; Perdices,<br />
1998).<br />
Un final inquietante<br />
La historia de la España del antiguo régimen<br />
tiene un final revelador y significativo<br />
en el hundimiento de la monarquía<br />
frente a la invasión francesa y la guerra de<br />
1808-1814. Mientras el estado borbóni-<br />
co, con el contrapunto de la opinión pública<br />
ilustrada, parecía alcanzar su cenit<br />
en el reinado de Carlos III (1759-1788),<br />
la realidad iba a descubrir muy pronto lo<br />
débil y precario de ese triunfo. En efecto,<br />
durante los 20 o 30 años siguientes España<br />
conoció una situación de crisis permanente,<br />
que suministraría unos cimientos<br />
bastante frágiles para construir el estado<br />
de los siglos XIX y XX.<br />
Cuando cambió el siglo, la prolongada<br />
crisis del estado procedía de una confluencia<br />
de factores aparentemente fortuita.<br />
Los efectos contraproducentes de la<br />
política exterior de Carlos III se revelaron<br />
poco a poco, pero la crisis fiscal del estado<br />
se agravó de golpe. Había ido empeorando<br />
como consecuencia de la política exterior,<br />
que llevó a la guerra, primero contra<br />
Francia y después, en alianza con ésta,<br />
contra Inglaterra. A eso se añadió el descontento<br />
provocado por la crisis económica,<br />
la confusión causada por las noticias de<br />
los sucesos extraordinarios de Francia (y<br />
por la imposición de un cordón sanitario<br />
de censura con el que se pretendía controlar<br />
la difusión de esas noticias) y el descrédito<br />
que arrojó sobre la familia real el intenso<br />
odio paterno-filial que enfrentó a<br />
Carlos IV y su heredero, el futuro Fernando<br />
VII, y que culminó en un golpe de estado<br />
por parte del segundo. Durante cierto<br />
tiempo, algo de la irritación popular se<br />
canalizó hacia un chivo expiatorio, el ministro<br />
Manuel Godoy. Pero la invasión de<br />
España por los ejércitos franceses, introducidos<br />
en son de aliados, sería la prueba<br />
de tornasol de la solidez del estado borbónico,<br />
que se vino abajo como un castillo<br />
de naipes, arrastrando consigo a los escalones<br />
superiores de las clases privilegiadas.<br />
La familia real, padre e hijo, ya antes unidos<br />
por el odio recíproco, se concertaron<br />
aún más en un espectáculo de sumisión al<br />
invasor francés, abdicando ambos en su<br />
favor. Ningún otro órgano del estado asumió<br />
la menor responsabilidad en tal situación:<br />
ni consejos reales ni audiencias regionales,<br />
ni virreyes ni capitanes generales<br />
ni intendentes. El ejército real no presentó<br />
batalla al invasor; la cúpula de la jerarquía<br />
eclesiástica calló o se sometió, y otro tanto<br />
hizo la alta nobleza (Artola, 1959).<br />
En esas circunstancias, ausentes el estado<br />
y las élites dominantes, una miscelánea<br />
de agrupaciones sociales e individuos<br />
tomó las armas de forma bastante espontánea<br />
y por propia iniciativa, y al hacerlo<br />
descubrieron en sí, primero unos pocos y<br />
después muchos, fuertes vínculos con una<br />
identidad común a la que llamaban pueblo,<br />
patria, país o nación española. Esa re-<br />
acción fue iniciada por los más diversos<br />
protagonistas: autoridades locales, jefes y<br />
oficiales de algunas pequeñas unidades del<br />
ejército, y, sobre todo, guerrillas formadas<br />
por campesinos, arrieros, artesanos, pastores,<br />
sacerdotes y seminaristas, alentadas y<br />
sostenidas por los municipios. Es elocuente<br />
que el primero en declarar la guerra formalmente<br />
a Napoleón fuera el alcalde de<br />
un pueblo, Andrés Torrejón, alcalde de<br />
Móstoles. Los pueblos basaron su resistencia<br />
en los recursos organizativos que les<br />
proporcionaba una larga experiencia de<br />
control del poder y regulación de la economía<br />
a escala local, la costumbre de uso<br />
y tenencia de armas blancas y de fuego, y<br />
una memoria colectiva de hazañas de guerra<br />
que nutría una ética del honor casi caballeresca.<br />
Inventaron sobre la marcha una<br />
estrategia de combate, la guerra de guerrillas,<br />
y formas propias de coordinación interlocal<br />
o provincial. Sobre esa experiencia<br />
colectiva se alzó una estructura organizativa<br />
un tanto precaria, presidida por una<br />
junta central cuyo presidente era el ilustrado<br />
Gaspar de Jovellanos y subordinada a<br />
las Cortes de Cádiz. De ese modo la sociedad<br />
se embarcó en lo que iba a ser un largo<br />
periodo de contienda local intermitente,<br />
combinada con una sucesión vertiginosa<br />
de regímenes políticos: liberal<br />
(1812-1814), absolutista (1814-1820), liberal<br />
(1820-1823), absolutista (1823-<br />
1833) y, finalmente, la guerra civil entre<br />
un gobierno liberal y enclaves carlistas absolutistas,<br />
radicados sobre todo en el País<br />
Vasco y Cataluña (entre 1833 y 1840). En<br />
ese contexto dramático se verificó una<br />
aproximación entre esta experiencia colectiva<br />
de “anarquía organizada” y la invención<br />
de una nueva tradición liberal, influida<br />
por las corrientes intelectuales nacidas<br />
a fines del siglo anterior. Sería un paso decisivo,<br />
iniciador de una etapa totalmente<br />
nueva en la evolución del estado y la sociedad<br />
españoles de los siglos XIX y XX,<br />
así como en su esfera pública.<br />
Cabe dedicar una última reflexión a<br />
un grupo peculiar de intelectuales, herederos<br />
de los ilustrados, a quienes las vicisitudes<br />
de la época empujaron a una posición<br />
de incómoda ambigüedad: los llamados<br />
(en el más amplio sentido)<br />
“afrancesados”, cuyo destino fue permanecer<br />
entre bastidores o coexistir con el<br />
invasor (en régimen de desconfianza o de<br />
colaboración), y más tarde emigrar a<br />
Francia en lo que para muchos fue un<br />
viaje sin retorno. Eran gentes de sentimientos<br />
mezclados y de difícil clasificación,<br />
como el escritor Leandro Fernández<br />
de Moratín, o Juan Antonio Llorente,<br />
16 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
que escribió un libro clásico sobre, y contra,<br />
la Inquisición por orden del inquisidor<br />
general Manuel Abad y Lasierra, o el<br />
también inquisidor general Ramón José<br />
de Arce, contemporizador y acomodadizo,<br />
que se exilió y vivió el resto de su vida<br />
en París (Caro Baroja, 1968: 45-60).<br />
También pertenecía a ese ambiente<br />
Francisco de Goya, que moriría en<br />
Burdeos en 1825. Goya vivió observando<br />
su mundo desde una perspectiva equidistante<br />
entre la del retratista cortesano de<br />
unos reyes a quienes al parecer tenía en<br />
poca estima y la del pintor de escenas de<br />
lucha y violencia, que en la serie de grabados<br />
titulada Desastres de la guerra retrató a<br />
un pueblo llano animado por patriotismo<br />
auténtico, pero también por pasiones ciegas<br />
y terribles. Goya es testigo de una<br />
época de confusión, en la que, como en<br />
otro de sus aguafuertes, “el sueño de la razón<br />
produce monstruos”. Por contraste,<br />
Jovellanos fue un ilustrado egregio que no<br />
acabó como afrancesado, sino como cabeza<br />
visible de la lucha contra los franceses.<br />
Significativamente, sin embargo, parece<br />
haber ecos del mismo sentimiento, a la<br />
vez de fascinación y lejanía frente al pueblo<br />
y la sociedad, en las últimas palabras<br />
pronunciadas por Jovellanos en su lecho<br />
de muerte: “¡Nación sin cabeza! ¡Desgraciado<br />
de mí!”. Como dichas por un hombre<br />
en la frontera entre la lucidez y las tinieblas,<br />
es fácil no darles importancia; pero<br />
también se pueden tomar como el<br />
resumen de la larga trayectoria de un reformador<br />
prudente, o como una premonición<br />
de lo difícil que iba a ser, en los<br />
años venideros, que las instituciones civiles<br />
echaran raíz en suelo español.<br />
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Víctor Pérez-Díaz es catedrático de Sociología. Autor<br />
de La primacía de la sociedad civil.<br />
17
EL MUNDO<br />
REFLEJADO EN LOS MEDIOS<br />
En las discusiones sobre los medios se<br />
dedica demasiada atención a los problemas<br />
técnicos, a las leyes del mercado,<br />
a la competencia, a las innovaciones y a<br />
la audiencia, y muy poca a los aspectos humanos.<br />
No soy un teórico de los medios, sino<br />
un periodista, un escritor que, desde<br />
hace más de cuarenta años, me dedico a<br />
recoger y elaborar información, pero también<br />
a consumirla. Ahora quiero compartir<br />
las conclusiones a las que he llegado después<br />
de una experiencia tan larga dentro de<br />
los medios.<br />
Mi primera conclusión se relaciona con<br />
las proporciones. La afirmación bastante<br />
generalizada de que “toda la humanidad”<br />
vive pendiente de lo que hacen o dicen los<br />
medios, es una exageración. Incluso cuando<br />
hay acontecimientos como la inauguración<br />
de los Juegos Olímpicos, que suelen<br />
ser vistos por 2.000 millones de personas,<br />
tenemos que admitir que esa cifra constituye<br />
solamente una tercera parte de la población<br />
del planeta. Otras transmisiones de<br />
la televisión sobre grandes acontecimientos<br />
suelen ser vistas por un 10% o un 20% de<br />
los habitantes de la Tierra. Se trata de masas<br />
humanas enormes, pero ni mucho menos<br />
de “toda la humanidad”. Y es que hay<br />
cientos de millones de seres que viven totalmente<br />
aislados de los medios o que entran<br />
en contacto con ellos sólo de Pascuas a<br />
Ramos. Últimamente me tocó vivir en muchos<br />
lugares de África a los que no llegan la<br />
televisión, la radio ni los periódicos. En<br />
Malaui hay sólo un diario y en la República<br />
de Liberia, dos, por cierto, muy malos,<br />
pero no hay televisión.<br />
Existen aún muchos países en el mundo<br />
en los que la televisión funciona solamente<br />
entre dos y cuatro horas al día. En<br />
muchas grandes extensiones de Asia –por<br />
ejemplo, en Siberia, Kazajistán y Mongolia–<br />
hay emisoras de televisión, pero los<br />
equipos que la gente tiene hacen imposible<br />
la recepción de sus programas. Recuerdo<br />
RYSZARD KAPUSCINSKI ´ ´<br />
que, en los tiempos de Leonid Bréznev, en<br />
grandes áreas de Siberia no se interferían los<br />
programas emitidos por las radios occidentales,<br />
porque, por falta de receptores, nadie<br />
podía escucharlos. En una palabra, gran<br />
parte de la humanidad vive aislada de los<br />
medios y no tiene que preocuparse de que<br />
éstos traten de manipularla o de que sus hijos<br />
sean mal educados por las teleseries saturadas<br />
de violencia.<br />
En muchas partes, sobre todo en los<br />
países de África y de América Latina, la televisión<br />
tiene como única función divertir,<br />
y de ahí que los televisores estén instalados,<br />
ante todo, en los bares, restaurantes<br />
y mesones. La gente suele ir al bar a tomar<br />
una copa y a mirar de reojo la televisión. A<br />
nadie se le ocurre exigir de ese medio que<br />
sea serio, informe o eduque. Nadie espera<br />
de él que ofrezca una interpretación del<br />
mundo que le rodea, como nosotros tampoco<br />
esperamos semejante cosa de una función<br />
de circo.<br />
Vender bien<br />
La gran revolución electrónica, la que se<br />
ha producido en la esfera de la técnica y de<br />
la cultura, es un fenómeno reciente, de los<br />
últimos 30 o 40 años. Su primera gran consecuencia<br />
ha sido el cambio sufrido por el<br />
entorno del periodista. Recuerdo la primera<br />
conferencia de jefes de Estado de África.<br />
Se celebró en 1963 en Addis Abeba. Para<br />
cubrirla, llegaron periodistas del mundo<br />
entero. Nos reunimos, así, unos doscientos<br />
enviados especiales y corresponsales de los<br />
grandes diarios europeos, agencias de prensa<br />
y cadenas de radio. También había entre<br />
nosotros varios equipos que rodaban para<br />
las crónicas cinematográficas, pero no recuerdo<br />
que hubiese un solo equipo de televisión.<br />
Todos nos conocíamos, sabíamos lo<br />
que hacía cada uno y éramos incluso amigos.<br />
Había auténticos maestros de la pluma<br />
y verdaderos expertos en distintas cuestiones<br />
y en determinados países y continentes.<br />
Hoy me parece que aquella fue la última<br />
gran reunión de los reporteros del mundo, el<br />
cierre de una época en la que el periodismo<br />
había sido tratado como una profesión para<br />
maestros, como una noble vocación a la<br />
que la persona se entregaba plenamente,<br />
para toda la vida.<br />
Desde aquel momento todo empezó a<br />
cambiar. Hoy la recopilación y el suministro<br />
de información es una ocupación que<br />
practican miles y miles de personas. Se han<br />
multiplicado las escuelas de periodismo,<br />
que gradúan año tras año a miles de nuevos<br />
ejecutores de esa profesión. Pero hay una<br />
gran diferencia. Antes, el periodismo era<br />
una misión, una carrera anhelada. Hoy, son<br />
muchas las personas que trabajan en el periodismo<br />
pero que no lo hacen porque se<br />
identifiquen con la profesión y hayan ligado<br />
a ella su vida y ambiciones. La tratan como<br />
una ocupación más, que en cualquier<br />
momento pueden abandonar para dedicarse<br />
a otra. El periodista de hoy puede trabajar<br />
mañana en una agencia de publicidad y<br />
ser pasado mañana corredor de Bolsa.<br />
La revolución electrónica ha provocado<br />
una multiplicación de los medios, desconocida<br />
hasta ahora en la historia. Pero, además<br />
del progreso técnico, ¿qué otras consecuencias<br />
ha tenido esa explosión? La principal<br />
ha sido el descubrimiento de que la<br />
información es una mercancía cuya venta y<br />
distribución pueden reportar grandes beneficios.<br />
En el pasado, el valor de la información<br />
estaba asociado a procesos como<br />
la búsqueda de la verdad. Era también entendida<br />
como un arma que facilitaba la lucha<br />
política, la lucha por la influencia y el<br />
poder. Recuerdo cómo en los tiempos del<br />
comunismo los estudiantes quemaban en<br />
las calles ejemplares de los diarios comunistas<br />
y gritaban a coro: “¡La prensa miente!”.<br />
Hoy todo ha cambiado. El valor de la<br />
información se mide por el interés que puede<br />
despertar. Lo más importante es que la<br />
información pueda ser vendida. Por verda-<br />
18 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
dera que sea una información, carecerá de<br />
valor alguno si no está en condiciones de<br />
interesar al público, por otro lado cada vez<br />
más caprichoso.<br />
El descubrimiento de que la información<br />
era una mercancía que podía dar grandes<br />
ganancias hizo que afluyese a los medios<br />
el gran capital. Los románticos buscadores<br />
de la verdad que antes dirigían los<br />
medios fueron desplazados por hombres<br />
de negocios. Ese cambio puede advertirlo<br />
con facilidad todo aquel que desde hace<br />
años es asiduo visitante de las redacciones<br />
de los diarios o de los estudios de la radio.<br />
En el pasado, los medios estaban instalados<br />
en edificios de segunda categoría y disponían<br />
de pocas, estrechas y mal acondicionadas<br />
habitaciones, llenas de periodistas<br />
casi siempre mal vestidos y sin dinero en los<br />
bolsillos. Hoy, basta con visitar una emisora<br />
de televisión perteneciente a las grandes<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
cadenas. Sus edificios son suntuosos palacios<br />
llenos de mármoles y espejos. El visitante<br />
es conducido por silenciosos pasillos<br />
por azafatas deslumbrantes. En esos palacios<br />
empieza a concentrarse el poder que<br />
antes tenían los presidentes y los jefes de<br />
Gobierno. El poder está en manos de quien<br />
posee un estudio de televisión o, dicho con<br />
otras palabras, de quien posee los medios<br />
de comunicación. Lo confirman las sangrientas<br />
luchas que se libraron en los últimos<br />
años en Bucarest, Tbilisi, Vilna y Bakú<br />
cuando los sublevados contra los regímenes<br />
antidemocráticos trataron de<br />
conquistar las sedes de las televisiones en<br />
esas capitales. No es casual que no tratasen<br />
de tomar los palacios presidenciales ni las<br />
sedes de los parlamentos o Gobiernos.<br />
Desde que se descubrió que la información<br />
es una mercancía dejó de estar supeditada<br />
a los criterios tradicionales de la<br />
autenticidad y la falsedad. Ahora está supeditada<br />
a las leyes del mercado: conseguir<br />
una rentabilidad máxima y mantener el<br />
monopolio. Pienso que ese cambio es el<br />
más importante de cuantos se han operado<br />
en la esfera de la cultura. En consecuencia,<br />
los antiguos héroes del periodismo han sido<br />
reemplazados, por lo general, por un<br />
nutrido número de trabajadores de los medios,<br />
casi todos sumidos en el anonimato.<br />
En la terminología utilizada en Estados<br />
Unidos, ese cambio ya se refleja, porque la<br />
noción journalist está siendo reemplazada<br />
con creciente frecuencia por media worker.<br />
“Yo sólo estoy rodando”<br />
El mundo de los medios se ha agigantado<br />
de tal manera que empieza a vivir para sí<br />
mismo como ente autosuficiente. La guerra<br />
interna que libran las empresas y sus redes<br />
se ha convertido en algo más importante<br />
19
EL MUNDO REFLEJADO EN LOS MEDIOS<br />
que el mundo que les rodea. Nutridos grupos<br />
de enviados corren por el mundo. Forman<br />
una gran manada en la que todos vigilan<br />
a todos para impedir que la competencia<br />
tenga algo mejor. De ahí que, en los<br />
momentos en los que en el mundo tienen<br />
lugar a la vez varios acontecimientos, los<br />
medios cubran solamente uno, aquel que<br />
atrajo a la manada. Más de una vez fui<br />
miembro de esa manada. La describí en mi<br />
libro La guerra del fútbol y sé cómo funciona.<br />
Recuerdo la crisis generada por la toma<br />
de rehenes norteamericanos en Teherán.<br />
Aunque, en la práctica, en la capital de Irán<br />
nada sucedía, durante meses enteros permanecieron<br />
en esta ciudad miles de enviados<br />
especiales de medios del mundo entero.<br />
La misma manada se trasladó años después<br />
a la zona del golfo Pérsico, durante la<br />
guerra, aunque allí nada se podía hacer,<br />
porque los norteamericanos no dejaban<br />
acercarse al frente a nadie. En el mismo<br />
momento, en Mozambique y en Sudán sucedían<br />
cosas terribles, pero a nadie le importaban,<br />
porque la manada estaba en el<br />
golfo Pérsico. Algo similar ocurrió en Rusia<br />
en 1991 durante el golpe. Los acontecimientos<br />
auténticamente importantes, las<br />
huelgas y manifestaciones, tenían lugar en<br />
San Petersburgo; pero el mundo no lo sabía,<br />
porque los enviados de todos los medios<br />
no se movieron de la capital, esperando<br />
que algo ocurriese en Moscú, donde la<br />
calma era casi absoluta.<br />
El desarrollo de las técnicas de comunicación,<br />
y sobre todo de la telefonía móvil<br />
y del correo electrónico, ha cambiado radicalmente<br />
las relaciones entre los enviados<br />
de los medios y sus jefes. Antes, el enviado<br />
de un diario, el corresponsal de una agencia<br />
de prensa o de una emisora, disponía de<br />
gran libertad, podía desarrollar su iniciativa<br />
personal. Él buscaba la información, la<br />
descubría, la seleccionaba y la elaboraba.<br />
Actualmente, con creciente frecuencia, se<br />
ha convertido en un simple peón movido a<br />
través del mundo por su jefe desde la central,<br />
que puede estar en el otro extremo del<br />
planeta. El jefe, por su parte, dispone de informaciones<br />
facilitadas a la vez por muchas<br />
fuentes, y puede tener una imagen de los<br />
acontecimientos muy distinta a la que tiene<br />
el reportero que cubre el suceso. Pero la<br />
central no puede esperar paciente a que el<br />
reportero termine su labor. Por eso es la<br />
central la que informa al reportero sobre el<br />
desarrollo de los acontecimientos, y lo único<br />
que espera de él es que confirme la imagen<br />
que ya se ha hecho de todo el asunto.<br />
Muchos reporteros conocidos míos sienten<br />
miedo a buscar por su propia cuenta la<br />
verdad. En México tenía un amigo que tra-<br />
bajaba para una de las cadenas de televisión<br />
norteamericanas. Me lo encontré en cierta<br />
ocasión, cuando estaba filmando los enfrentamientos<br />
callejeros entre los estudiantes<br />
y la policía. “¿Qué pasa, John?”, le pregunté.<br />
“No tengo la menor idea”, me respondió,<br />
sin dejar de filmar. “Yo sólo estoy<br />
rodando: me limito a captar imágenes, las<br />
envío a la central y allí hacen lo que les parece<br />
con el material”.<br />
La ignorancia de los enviados de los<br />
medios sobre los acontecimientos que han<br />
de describir o comentar es a veces despampanante.<br />
Durante las huelgas que se produjeron<br />
en agosto de 1981 en Gdansk, de<br />
las que nació el sindicato Solidaridad, la<br />
mitad de los periodistas que llegaron de todo<br />
el mundo para cubrir el suceso no sabía<br />
dónde estaba exactamente la ciudad en el<br />
mapamundi. Aún menos sabían sobre<br />
Ruanda en el trágico año 1994. Muchos de<br />
ellos se encontraban por primera vez en<br />
África y abundaban los que habían llegado<br />
directamente a Kigala a bordo de aviones<br />
fletados por la Organización de las Naciones<br />
Unidas y no tenían la menor idea de<br />
dónde se encontraban. Prácticamente todos<br />
carecían de nociones sobre las causas y razones<br />
del conflicto, sobre sus condicionamientos<br />
y meollo.<br />
Pero la culpa no es de los reporteros.<br />
Ellos son las primeras víctimas de la arrogancia<br />
de sus jefes, de los grandes medios,<br />
en particular de las principales redes<br />
de televisión. “¿Qué pueden exigir de<br />
mí”, me dijo recientemente el cámara del<br />
equipo de una gran red de televisión norteamericana,<br />
“si en una sola semana he<br />
estado filmando en cinco países de tres<br />
continentes?”.<br />
“¿Cómo que no tengo razón, si lo he<br />
visto en la televisión?”<br />
La revolución de los medios ha planteado<br />
un problema fundamental: ¿cómo entender<br />
el mundo? La pregunta esencial es: ¿qué es<br />
la historia? Hasta ahora la historia se aprendía<br />
gracias al saber que nos dejaron en herencia<br />
los antepasados, a lo que descubrieron<br />
los científicos, a lo que contienen los<br />
archivos de documentos. En la práctica se<br />
trataba de una única fuente de saber, de<br />
algo que casi podíamos palpar. Hoy la pequeña<br />
pantalla se ha convertido en una<br />
nueva fuente de la historia, de la versión<br />
que elabora y relata la televisión. El problema<br />
consiste en que el acceso a las fuentes<br />
auténticas, a los documentos originales,<br />
etcétera, no es fácil y, por consiguiente, la<br />
versión que difunde la televisión, incompetente<br />
y errónea, es la que se impone sin<br />
que podamos contrastarla. Un ejemplo<br />
muy ilustrativo de ese fenómeno puede ser<br />
Ruanda, país en el que estuve muchas veces.<br />
Cientos de millones de personas vieron<br />
en el mundo escenas de las matanzas étnicas<br />
acompañadas de comentarios, por lo<br />
regular, muy equivocados. ¿Cuántos telespectadores<br />
tuvieron la oportunidad de leer<br />
alguno de los libros que explican de manera<br />
competente los conflictos de Ruanda?<br />
Nuestro problema consiste en que los medios<br />
se multiplican a una velocidad mucho<br />
mayor que los libros que contienen un<br />
saber concreto y sólido, y de ahí que la civilización<br />
caiga cada vez más en una dependencia<br />
de la versión de la historia que<br />
ofrece la televisión, una versión ficticia y no<br />
verdadera. El telespectador masivo, con el<br />
pasar del tiempo, conocerá solamente la<br />
historia falsificada, y sólo contadas personas,<br />
la historia verdadera.<br />
Rudolf Arheim, un gran teórico de la<br />
cultura, ya en los años treinta predijo, de<br />
manera profética, en su libro Film as Art<br />
que la gente confunde el mundo generado<br />
por las sensaciones con el mundo creado<br />
por el pensamiento, y cree que ver es lo<br />
mismo que entender. Pero no es así. Por el<br />
contrario, la creciente cantidad de imágenes<br />
que nos atacan constantemente limita el<br />
dominio de la palabra hablada y escrita y,<br />
por consiguiente, el dominio del pensamiento.<br />
La televisión –escribió hace tanto<br />
tiempo Arheim– “será un rigurosísimo examen<br />
para nuestra sabiduría. Podrá enriquecernos,<br />
pero también podrá aletargar<br />
nuestras mentes”. Tenía razón. Con muchísima<br />
frecuencia nos encontramos con<br />
personas que confunden ver con entender.<br />
Oímos, por ejemplo, a dos personas que<br />
discuten. Una le dice a la otra: “No, querido,<br />
no tienes razón; lo que dices es falso”; y<br />
la otra responde: “¿Cómo que no tengo razón,<br />
si lo he visto en la televisión?”.<br />
La identificación, por lo regular no<br />
consciente, del ver con el saber y entender es<br />
aprovechada por la televisión para manipular<br />
a la gente. En la dictadura funciona la<br />
censura; en la democracia, la manipulación.<br />
El blanco de esas agresiones siempre<br />
es el mismo hombre de la calle. Cuando los<br />
medios hablan de sí mismos reemplazan el<br />
problema de la sustancia por el de la forma,<br />
sustituyen la filosofía con la técnica. Hablan<br />
sólo de cómo editar, cómo relatar o<br />
cómo imprimir. Se discute sobre las técnicas<br />
de edición, sobre las bases de datos, la<br />
capacidad de los discos duros. No se habla,<br />
sin embargo, del meollo de lo que se quiere<br />
editar, relatar o imprimir. En definitiva,<br />
el problema del mensaje es reemplazado por<br />
el problema del mensajero. Lamentablemente,<br />
como se quejaba McLuhan, el men-<br />
20 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
sajero empieza a convertirse en el contenido<br />
del mensaje.<br />
Analicemos el problema de la pobreza<br />
seguramente el más grande de los que existen<br />
desde la terminación de la guerra fría.<br />
Veamos cómo es tratado por las grandes<br />
redes de la televisión. La primera manipulación<br />
llevada a cabo consiste en presentar<br />
la pobreza como sinónimo del drama del<br />
hambre. Sabemos que dos terceras partes de<br />
la humanidad viven en la miseria, provocada<br />
por una división injusta del mundo en<br />
ricos y pobres. Mientras tanto, el drama<br />
del hambre aparece sólo de vez en cuando<br />
y en territorios aislados, porque suele ser un<br />
drama de dimensión local. Además, sus<br />
fuentes están, con frecuencia, en cataclismos<br />
naturales como la sequía o las inundaciones.<br />
En otras ocasiones la causa son las<br />
guerras. Además, los mecanismos de liquidación<br />
del hambre, en tanto que plaga aparecida<br />
de manera repentina, son bastante<br />
eficaces. Para combatirla son aprovechados<br />
los excedentes de alimentos de que disponen<br />
los países ricos, enviados a los lugares<br />
de carencia de manera masiva y en operaciones<br />
de gran envergadura. Y esas operaciones<br />
de liquidación del hambre, por<br />
ejemplo en Sudán o Somalia, es lo que suele<br />
mostrar la televisión. Mientras tanto, no<br />
se dice ni una sola palabra sobre la necesidad<br />
de liquidar la miseria global.<br />
El segundo truco aplicado por quienes<br />
manipulan el tema de la miseria es su presentación<br />
en los programas de carácter<br />
geográfico, etnográfico y turístico, que<br />
muestran rincones exóticos del mundo. De<br />
esa manera la miseria se identifica con el<br />
exotismo y se transmite el mensaje de que<br />
su lugar idóneo son los sitios exóticos. La<br />
miseria, así mostrada, tiene el valor de algo<br />
curioso, casi de una atracción turística. Particularmente<br />
abundantes son las imágenes<br />
dedicadas a esa cuestión en los canales de<br />
televisión especializados en temas turísticos<br />
como Travel, Discovery, etcétera.<br />
El tercer gran truco de los manipuladores<br />
es la presentación de la miseria como<br />
un fenómeno estadístico, es decir, como<br />
un elemento normal del mundo real. La<br />
miseria vista así es algo imposible de erradicar<br />
y, por consiguiente, el hombre no<br />
puede entenderla como un reto para su civilización,<br />
ya que es algo con lo que hay<br />
que aprender a convivir.<br />
Seamos objetivos y justos<br />
Volvamos al punto de partida: ¿Cómo reflejan<br />
los medios el mundo? Desafortunadamente<br />
lo hacen de manera muy superficial<br />
y fragmentaria. Se centran en las visitas<br />
de los presidentes y en los atentados terro-<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
ristas, pero incluso a esos temas se dedican<br />
cada vez menos. Según Le Monde Diplomatique<br />
de agosto de 1998, en los últimos<br />
cuatro años la audiencia de los telediarios<br />
de las tres principales redes de la televisión<br />
norteamericana disminuyó de un 60% a<br />
un 38% del total de los telespectadores. En<br />
los tres telediarios indicados, el 72% de las<br />
noticias de primera plana son de carácter<br />
local y se relacionan con la violencia, las<br />
drogas, los atracos y las violaciones. Las<br />
noticias del extranjero ocupan no más del<br />
5% del tiempo de los telediarios, pero son<br />
muchas las ediciones en las que no se transmite<br />
ni una sola. En 1987 el semanario Time<br />
(su edición norteamericana) dedicó 11<br />
portadas a los temas internacionales, mientras<br />
que 10 años más tarde, en 1997, solamente<br />
una. La selección de las informaciones<br />
se basa cada vez más en la norma de<br />
que “si contiene sangre, sirve”.<br />
Vivimos en un mundo paradójico, porque,<br />
por un lado, se dice que el desarrollo<br />
de las comunicaciones ha conectado a todos<br />
los puntos del planeta entre sí, lo ha<br />
convertido en una aldea global, mientras<br />
que, por otro, la temática internacional<br />
ocupa cada vez menos espacio en los medios,<br />
desplazada por la información local,<br />
por las noticias sensacionalistas, por los<br />
chismes y por todas las novedades utilizables.<br />
Pero seamos objetivos y justos. La revolución<br />
de los medios está en pleno desarrollo.<br />
Se trata de un fenómeno totalmente<br />
nuevo en la civilización humana, demasiado<br />
nuevo para que ésta haya podido<br />
generar ya los anticuerpos necesarios para<br />
combatir las patologías que genera: la manipulación,<br />
la corrupción, la arrogancia, la<br />
veneración de la porquería. La literatura<br />
que trata sobre los medios es muy crítica, a<br />
veces incluso apabullante. Tarde o temprano<br />
influirá, al menos de manera parcial,<br />
sobre el desarrollo de los medios. Además,<br />
tenemos que reconocer que hay mucha<br />
gente que se sienta ante el televisor porque<br />
espera ver exactamente lo que las televisiones<br />
le ofrecen. Ya en los años treinta el gran<br />
filósofo español Ortega y Gasset escribió en<br />
su libro La rebelión de las masas que la sociedad<br />
es una colectividad de personas satisfechas<br />
de sí mismas y, en particular, de<br />
sus gustos y preferencias. Por último, el<br />
mundo de los medios es muy complejo y<br />
diverso. Se trata de una realidad con muchos<br />
niveles. Por eso, junto a los que constituyen<br />
la mayor basura, junto a los que<br />
ofrecen la falsedad, hay otros estupendos:<br />
hay magníficos programas de televisión,<br />
excelentes emisoras de radio y espléndidos<br />
diarios. Y de lo bueno también hay tanto<br />
que la persona que realmente quiere llegar<br />
hasta la información honesta, hasta la reflexión<br />
profunda y hasta el saber sólido,<br />
puede encontrar de todo y en grandes cantidades.<br />
Más difícil es disponer del tiempo<br />
necesario para poder asimilar toda la oferta<br />
existente. Con frecuencia acusamos a los<br />
medios para justificar así el letargo en que<br />
se encuentran sumidas nuestras propias<br />
conciencias, nuestra falta de sensibilidad y<br />
de imaginación, nuestra pasividad.<br />
Esos aspectos positivos de los medios<br />
existen porque en el mundo entero, en las<br />
redacciones de los diarios, estudios de la<br />
radio y emisoras de televisión, hay gente extraordinaria,<br />
gente sensible y de gran talento,<br />
gente que siente que el prójimo es algo<br />
muy valioso y el planeta en que vivimos<br />
un lugar apasionante, merecedor de ser conocido,<br />
comprendido y salvado. Esa gente<br />
trabaja con frecuencia con máxima abnegación<br />
y entrega, con entusiasmo y espíritu<br />
de sacrificio, renunciando a las comodidades,<br />
al bienestar e, incluso, a la seguridad<br />
personal. Su único objetivo es dar testimonio<br />
del mundo que nos rodea y mostrar<br />
los muchos peligros y esperanzas que encierra.<br />
n<br />
[Charla dictada el 19 de noviembre de 1998 en Estocolmo,<br />
en el acto de entrega de los premios nacionales<br />
de periodismo en Suecia Stora jurnalstpriset].<br />
Traducción: Jorge Ruiz Lardizábal<br />
RYSZARD ZAPUSZINSKI ´ ´<br />
Ryszard Kapus´cin´ski es periodista. Autor de El<br />
emperador, El sha y El imperio.<br />
21
¡SALUD,<br />
VIRTUOSOS REPUBLICANOS!<br />
Para Alberto Relancio Menéndez<br />
n Las razones del republicanismo1 ,<br />
Salvador Giner ha sumado su sugerente<br />
y bien modulada voz al coro<br />
cada vez más numeroso que, sobre todo<br />
desde medios académicos, entona las presuntas<br />
excelencias del republicanismo. El<br />
republicanismo es una filosofía política<br />
venerable: “Deriva de la filosofía moral<br />
romana”, nos informa Quentin Skinner,<br />
“y especialmente de aquellos autores que<br />
reservaron su mayor admiración para la<br />
condenada república: Tito Livio, Salustio<br />
y, particularmente, Cicerón” 2 E<br />
. Ha tenido<br />
luego cultivadores brillantísimos: Maquiavelo<br />
(nada menos), Montesquieu,<br />
Rousseau, el Tocqueville de La democracia<br />
en América… No obstante este pasado<br />
glorioso, arrastraba en este siglo una existencia<br />
más bien mortecina, hasta que ha<br />
conocido un nuevo e inopinado rebrote,<br />
en especial en ciertos departamentos de<br />
Humanidades y Teoría Política de algunas<br />
universidades anglosajonas. Este reverdecimiento<br />
es, por tanto y ante todo, una<br />
vicisitud intelectual y que tiene a los intelectuales<br />
como sus principales valedores.<br />
No es un fenómeno de masas: de hecho,<br />
uno de los puntos que me dispongo a defender<br />
con más ahínco es que la masificación<br />
de nuestras sociedades es uno de los<br />
más acerbos enemigos del republicanismo<br />
cuando éste es presentado como una forma<br />
alternativa y superior de poner en<br />
práctica la democracia.<br />
En realidad, Giner se muestra bastante<br />
ambiguo (o inseguro) a lo largo de to-<br />
1 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA, núm. 81,<br />
págs. 2-13, abril de 1998.<br />
2 Skinner, Q.: ‘Acerca de la justicia, el bien común<br />
y la prioridad de la libertad’, La política, 1, págs. 137-<br />
149, pág. 142, 1996.<br />
JUAN ANTONIO RIVERA<br />
do su artículo sobre la relevancia que hay<br />
que otorgar al republicanismo: en ciertos<br />
momentos, afirma de él que “no es en absoluto<br />
un programa político” y lo describe<br />
como “esencialmente modesto”<br />
(pág. 12). Pero en otros momentos lo<br />
presenta como una mezcla de lo mejor<br />
del liberalismo y del comunitarismo. Del<br />
liberalismo tomaría “el marco procedimental<br />
y de derechos civiles”; del comunitarismo,<br />
“los mutuos reconocimientos y<br />
respetos entre seres y agrupaciones distintas”<br />
(pág. 11) 3 . A todo lo cual añadiría<br />
excelencias de cosecha propia; señaladamente,<br />
el fomento de las virtudes cívicas<br />
y de una participación más activa de los<br />
ciudadanos en la arena pública. Suena<br />
bien, ¿no es cierto? Pero desde luego esto<br />
último dista ya de ser algo “esencialmente<br />
modesto”. Más bien se trata de una ambición<br />
esencial, superlativamente inmodesta,<br />
cuya viabilidad en el mundo en que<br />
vivimos y en el que se nos avecina es lo<br />
que me propongo discutir precisamente.<br />
Republicanismo clásico<br />
y humanismo cívico<br />
La versión más temperada del republicanismo<br />
es el republicanismo clásico, en el<br />
que se estimula a la ciudadanía a involucrarse<br />
de modo más firme y constante en<br />
la vida pública como medio o instrumento<br />
para mejor preservar sus derechos y libertades<br />
básicos; dándose por sobreentendido<br />
que el retraimiento individualista al<br />
espacio privado acabaría dejando a los<br />
ciudadanos antes o después a merced de<br />
gobernantes inescrupulosos que echarían<br />
3 Otro autor que ha tratado de encontrar acomodo<br />
al republicanismo entre el liberalismo y el comunitarismo<br />
es Félix Ovejero en sus muy interesantes ensayos<br />
‘Tres ciudadanos y el bienestar’, La política, 3,<br />
págs. 93-116, 1997, y ‘Teorías de la democracia y<br />
fundamentaciones de la democracia’, Doxa, 19, págs.<br />
309-355, 1996.<br />
a perder sus garantías constitucionales,<br />
tan arduamente alcanzadas.<br />
El humanismo cívico 4 , la versión más<br />
imperiosa del republicanismo, es un vástago<br />
de la filosofía moral y política de<br />
Aristóteles, para quien la gestión directa y<br />
sin intermediarios por los ciudadanos de<br />
los asuntos públicos no es tanto un instrumento<br />
para dejar a buen recaudo sus<br />
libertades, sino más bien el componente<br />
crucial e inerradicable de cualquier concepción<br />
de la vida buena. Como comenta<br />
Rawls, el humanismo cívico devuelve su<br />
puesto de privilegio a lo que Benjamin<br />
Constant llamaba “la libertad de los antiguos”,<br />
y tiene todos los defectos de esa<br />
concepción.<br />
Hoy tendemos a pensar que la dedicación<br />
a la esfera pública es un estilo de<br />
vida más entre otros. Creer que ha de formar<br />
parte necesariamente de toda forma<br />
de vida o que no hay forma de vida deseable<br />
sin este componente, como ásperamente<br />
sugieren los humanistas cívicos, es<br />
ignorar la diversidad de modos de afrontar<br />
la existencia que cohabitan en una sociedad<br />
abierta. Es lo cierto, además, que a<br />
la mayor parte de los ciudadanos les interesa<br />
sólo muy periféricamente la escena<br />
pública: prefieren la libertad de los modernos,<br />
ocuparse de sus negocios privados.<br />
No hay razón de suficiente peso en la mayoría<br />
de los casos, como trataré de mostrar<br />
en breve, para que nadie alarme a sus<br />
conciudadanos con las funestas consecuencias<br />
que se seguirán sin falta de su<br />
dejadez política.<br />
4 La denominación es de Charles Taylor y la caracterización<br />
que de él ofrezco (así como la que he ofrecido<br />
del republicanismo clásico) la tomo de John<br />
Rawls, Political Liberalism, págs. 205-206. Columbia<br />
University Press, Nueva York, 1993. Deseo aclarar<br />
que, para Rawls, que se desmarca del republicanismo,<br />
la participación política puede tener, sin embargo, un<br />
valor intrínseco.<br />
22 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
La insoportable levedad del ser<br />
Milan Kundera describe la progresiva levedad<br />
de nuestro ser como algo que crece<br />
en proporción directa con la cantidad de<br />
gente con que compartimos el planeta.<br />
Gombrowicz, dice:<br />
“Tuvo una idea tan chusca como genial. El<br />
peso de nuestro yo depende, según él, de la cantidad<br />
de población del planeta. Así, Demócrito representaba<br />
una cuatrocientosmillonésima parte de<br />
la humanidad; Brahms, una milmillonésima; el<br />
mismo Gombrowicz, una dos milmillonésima.<br />
Desde el punto de vista de esta aritmética, el peso<br />
del infinito proustiano, el peso de un yo, de la vida<br />
interior de un yo, se hace cada vez más leve. Y en<br />
esta carrera hacia la levedad hemos franqueado un<br />
límite fatal” 5 .<br />
Pienso, como Kundera, que las sociedades<br />
en que habitamos nos hacen perder<br />
peso a medida que ellas lo ganan, es decir,<br />
a medida que vivimos en grupos en que la<br />
dimensión espacial (el número de individuos<br />
anónimos con que podemos cruzarnos<br />
en nuestras vidas) aumenta sin tre-<br />
5 Kundera, M.: El arte de la novela, pág. 38. Tusquets,<br />
Barcelona, 1987.<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
gua, y a la vez que esto ocurre se empequeñece<br />
la dimensión temporal (la frecuencia<br />
e intensidad del trato con nuestros semejantes).<br />
Como individuos, perdemos<br />
peso político en el espacio público democrático:<br />
nuestra voz es una voz que se<br />
confunde en una maraña hecha de otras<br />
voces discordantes o afines; nuestro voto<br />
se diluye en un piélago de votos. También<br />
perdemos peso moral: podemos aspirar a<br />
que aquellos que forman parte de nuestro<br />
círculo íntimo compartan densamente<br />
con nosotros algunos anhelos, éxitos o pesares,<br />
pero sería tarea tan desesperada como<br />
ridícula pretender involucrar en estos<br />
asuntos a los muchos desconocidos que a<br />
lo largo de un día cualquiera ocupan efímeramente<br />
nuestra atención. Lo único<br />
que nos cabe esperar de los que integran<br />
esa indiferenciada multitud es respeto<br />
hacia nuestra persona y, en casos más excepcionales<br />
de apremiante necesidad, un<br />
gesto de humanitaria asistencia o una medida<br />
compensadora de nuestro azar adverso<br />
(normalmente llevada a cabo por un<br />
Estado nodriza en nombre de los contribuyentes).<br />
Por nuestra parte, dispensamos<br />
en reciprocidad a nuestros prójimos poco<br />
próximos un trato que no suele diferir, ni<br />
por exceso ni por defecto, de lo que acabo<br />
de describir 6 .<br />
En la esfera pública –que es de la que<br />
hablaré casi siempre en este escrito– los<br />
individuos han aprendido que pueden<br />
“ganar peso” si se presentan en ella integrando<br />
un grupo de intereses específicos y<br />
para defender aspiraciones corporativas.<br />
Si están bien organizados y su número no<br />
es excesivo, es difícil que los poderes públicos<br />
los ignoren. En un mercado intermedio<br />
en que se cambian prebendas por<br />
votos, los componentes del grupo de presión<br />
podrán alcanzar sus fines a trueque<br />
de apoyar electoralmente a los que les hacen<br />
favores políticos. De lo último de lo<br />
que se les puede acusar a los miembros de<br />
la sociedad civil es de ser apáticos o inactivos<br />
en este espacio intermedio, que no<br />
es ni del todo público ni del todo privado,<br />
y en el que comparecen no como individuos<br />
sino como miembros de un gru-<br />
6 Me he ocupado con más detalle de estas cuestiones,<br />
que ahora abordo con un trazo impresionista, en<br />
una trilogía de artículos: De la sociedad cerrada a la sociedad<br />
abierta, Mercado frente a la solidaridad y Moral<br />
fría y moral cálida, que aparecieron en CLAVES DE<br />
RAZÓN PRÁCTICA, núms. 62, 67 y 70, respectivamente.<br />
Allí explicaba que, en efecto, hemos franqueado<br />
ya hace tiempo un límite fatal en la carrera hacia la<br />
levedad, y que eso ha tenido repercusiones bien manifiestas<br />
y seguramente irreversibles en las esferas política,<br />
económica y moral. Todo parece indicar que estamos<br />
atravesando un nuevo umbral crítico en la frenética<br />
escapada hacia la levedad. Esto es patente ante todo<br />
en el ámbito económico, y ya tiene un nombre: globalización<br />
(véase Joaquín Estefanía, La nueva economía.<br />
La globalización, Debate, Madrid, 1996). Las repercusiones<br />
en el terreno político y cultural son aún asunto<br />
de cábala y conjetura. Para avizorar las consecuencias<br />
políticas, son estimulantes las dos primeras partes del<br />
libro de David Held, La democracia y el orden global,<br />
Paidós, Barcelona, 1997 (el resto del libro tiene mucho<br />
menos interés). Sobre las secuelas culturales que considero<br />
deseables de esta ampliación mundial de la escala,<br />
me he expresado en ‘Multiculturalismo frente a cosmopolitismo<br />
liberal’, recogido en Manuel Cruz<br />
(comp.), Tolerancia o barbarie, págs. 155-186, Gedisa,<br />
Barcelona, 1998.<br />
23
¡SALUD, VIRTUOSOS REPUBLICANOS!<br />
po. Aquí, por el contrario, lo que muchos<br />
agradecerían es una menor presteza y<br />
pugnacidad de todos en la disposición a<br />
“participar” en esta interminable y onerosa<br />
pendencia redistributiva.<br />
Evidentemente, lo que preocupa a republicanos<br />
y a gentes de otras observancias<br />
políticas es la poca diligencia y el escaso<br />
interés que se toman los ciudadanos,<br />
considerados de uno en uno, cuando se<br />
mueven en el espacio público, donde lo<br />
que está en juego no son canonjías o “bienes<br />
de club”, sino la decisión sobre qué<br />
cesta de bienes colectivos se producirá,<br />
qué equipo gobernante la producirá y cómo<br />
controlar la eficacia de su gestión. En<br />
este ámbito, en efecto, la mayor parte de<br />
la ciudadanía exhibe sin pudor su abulia y<br />
desinterés, lo que, según algunos, los deja<br />
en estado de indefensión frente a las previsibles<br />
tropelías de los gestores de los<br />
asuntos públicos (tanto más previsibles<br />
esas tropelías cuanto menos sujetos a control<br />
queden por parte de los gobernados).<br />
Los cantones suizos<br />
Lo primero que nos compete es entender<br />
las razones de esa manifiesta indiferencia<br />
de muchos ciudadanos hacia la calidad de<br />
la gestión de sus gobernantes. Luego<br />
abordaré la cuestión de si en realidad están<br />
tan indefensos –como alarmistamente<br />
hacen ver los republicanos– ante los malos<br />
administradores de la cosa pública; o,<br />
dicho de otra forma, si éstos gozan de la<br />
impunidad casi total que se les suele atribuir.<br />
En lo que hace a la incuria que exhiben<br />
sin recato –y hasta con provocativa<br />
arrogancia– muchos miembros de las superpobladas<br />
naciones modernas hacia lo<br />
que acontece en el albero político, me limitaré<br />
a recordar con brevedad lo que ya<br />
dije en uno de los artículos mencionados<br />
en la nota 6 (De la sociedad cerrada a la<br />
sociedad abierta). Allí presentaba a los ciudadanos<br />
como accionistas políticos de<br />
una empresa peculiar: “Estado, SA”. La<br />
empresa es peculiar porque en ella la propiedad<br />
está (y no puede dejar de estarlo)<br />
repartida alícuotamente entre sus titulares;<br />
éstos no pueden ni transferir ni acumular<br />
sus participaciones en Estado, SA,<br />
provocando con ello desigualdades en la<br />
tenencia de títulos. Apelando a la fórmula<br />
consagrada, todos cuentan como uno y<br />
nadie como más de uno (y esto también<br />
vale para los derechos políticos –el voto<br />
en especial– que lleva aparejados la condición<br />
de accionista). También es peculiar<br />
Estado, SA, en el sentido de que extrae<br />
por vía coactiva (a través de impuestos) la<br />
mayor parte (aunque no la única) de la<br />
contribución financiera de los ciudadanos<br />
a la empresa. En lo que sí se asemejan Estado,<br />
SA, y otras empresas que operan como<br />
sociedades anónimas es en las cuitas<br />
que padecen los accionistas para controlar<br />
la calidad de la gestión de los recursos públicos<br />
que lleva a cabo la junta directiva<br />
(en el caso de Estado, SA, los gobernantes).<br />
La dispersión de la propiedad entre<br />
tantos titulares hace que éstos perciban<br />
claramente la levedad de su peso político,<br />
como también que una participación más<br />
activa por su parte no estaría en absoluto<br />
compensada por un aumento de su influencia<br />
en las decisiones colectivas, con<br />
lo que muchos optan finalmente por desertar<br />
del ágora pública, dejar la política a<br />
los políticos y refugiarse en sus ocupaciones<br />
privadas, terreno en el que disfrutan<br />
de un mayor dominio sobre los resultados<br />
que vayan a producirse.<br />
Algunos de los republicanos más<br />
exasperados y exasperantes (Rousseau, digamos)<br />
ven en esta retirada individualista<br />
el principal y más grave error. Los ciudadanos<br />
que dejan que sus intereses queden<br />
en manos de representantes –que poseen<br />
sus propios intereses, que no han necesariamente<br />
de coincidir con los de sus representados<br />
7 – se exponen a que estos intereses<br />
sean tergiversados o desfigurados o<br />
que, sencillamente, se los ignore. La única<br />
forma de atajar estas aciagas consecuencias<br />
es la democracia directa: que los ciudadanos<br />
ocupen de forma permanente la<br />
plaza pública, y que la junta de accionistas<br />
se erija en junta directiva 8 .<br />
No es que Rousseau sea un orate que<br />
ignore los muy exigentes requisitos prácticos<br />
que entraña una forma de gobierno<br />
así. En especial, Rousseau sabe que, para<br />
la viabilidad de la “libertad de los antiguos”,<br />
el cuerpo ciudadano habrá de ser<br />
7 Este problema es conocido en economía como el<br />
del principal y el agente.<br />
8 He aquí algunas de las encendidas e incendiarias<br />
defensas que hace Rousseau de la democracia directa<br />
frente a la representativa: “Digo, pues, que no<br />
siendo la soberanía sino el ejercicio de la voluntad<br />
general, no puede enajenarse jamás, y el soberano,<br />
que no es sino un ser colectivo, no puede ser representado<br />
más que por sí mismo” (Contrato social, pág.<br />
51, Espasa Calpe, Madrid, 1921). “La soberanía no<br />
puede ser representada, por la misma razón que no<br />
puede ser enajenada; consiste esencialmente en la voluntad<br />
general, y ésta no puede ser representada: es<br />
ella misma o es otra; no hay término medio… El<br />
pueblo inglés cree ser libre: se equivoca mucho; no<br />
lo es sino durante la elección de los miembros del<br />
Parlamento; pero tan pronto como son elegidos es<br />
esclavo, no es nada. En los breves momentos de su<br />
libertad, el uso que hace de ella merece que la pierda”<br />
(Contrato social, pág. 122).<br />
de pequeña dimensión. Sus palabras son<br />
diáfanas a este respecto:<br />
“Por lo demás, ¡cuántas cosas difíciles de reunir<br />
no supone este gobierno! Primeramente, un Estado<br />
muy pequeño, en el que el pueblo sea fácil de congregar<br />
y en el que cada ciudadano pueda fácilmente<br />
conocer a los demás” (Contrato social, pág. 94).<br />
Incluso no se le escapa a Rousseau el<br />
problema de la insoportable levedad política<br />
del ciudadano a medida que crece el<br />
tamaño del Estado:<br />
“Supongamos que se componga el Estado de<br />
10.000 ciudadanos. El soberano no puede ser considerado<br />
sino colectivamente y en cuerpo; pero cada<br />
particular, en calidad de súbdito, es considerado<br />
como individuo; así, el soberano es al súbdito como<br />
10.000 es a 1: es decir, que cada miembro del<br />
Estado no tiene, por su parte, más que la diezmilésima<br />
parte de la autoridad soberana, aunque esté<br />
sometido a ella por completo. Si el pueblo se compone<br />
de 100.000 hombres, el estado de los súbditos<br />
no cambia y cada uno de ellos lleva igualmente<br />
el imperio de las leyes, mientras que su sufragio, reducido<br />
a una cienmilésima, tiene 10 veces menos<br />
influencia en la forma concreta del acuerdo. Entonces,<br />
permaneciendo el súbdito siempre uno, aumenta<br />
la relación del soberano en razón del número<br />
de ciudadanos; de donde se sigue que mientras<br />
más crece el Estado, más disminuye la libertad”<br />
(Contrato social, págs. 85-86).<br />
No sólo esto: Rousseau era también<br />
consciente –de un modo que no dejaría<br />
de complacer a los teóricos de la public<br />
choice– de que los costes de toma de decisión<br />
se incrementan de forma abrumadora<br />
a medida que aumenta el colegio de<br />
decisores activos, una “futesa” de la que,<br />
por ejemplo, Jürgen Habermas parece no<br />
haber tomado debida nota aún:<br />
“Es seguro, además”, afirma Rousseau, “que la<br />
resolución de los asuntos adviene más lenta a medida<br />
que se encargan de ellos mayor número de personas;<br />
concediendo demasiado a la prudencia, no se<br />
concede bastante a la fortuna, y se deja escapar la<br />
ocasión, ya que, a fuerza de deliberar, se pierde con<br />
frecuencia el fruto de la deliberación” (Contrato social,<br />
pág. 91) 9 .<br />
Comprobamos, según esto, que<br />
Rousseau era consciente de las estrictas<br />
constricciones de escala que ha de satisfacer<br />
un Estado para que en él medre una<br />
democracia directa, y entendemos sin dificultad<br />
su querencia por la “pequeña<br />
dimensión”, por el “pequeño mundo antiguo”,<br />
para emplear el título de la novela<br />
de Antonio Fogazzaro. Podemos llamar<br />
9 Sobre la elevación de los costes decisorios cuando<br />
se incrementa el número de electores, y no sólo cuando<br />
se amplía la inclusividad de la regla de decisión, véase<br />
Buchanan, J. M., y Tullock, G.: The calculus of consent,<br />
págs. 106-109, Ann Arbor, The University of<br />
Michigan Press, 1962.<br />
24 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
epublicanismo máximo (o maximalista) a<br />
aquel que promueve, como única forma<br />
deseable de ejercicio de la democracia, la<br />
democracia directa y considera degradaciones<br />
bastardeadoras cualesquiera otras<br />
de sus manifestaciones.<br />
Paso como sobre ascuas por las connotaciones<br />
románticas y antimodernas<br />
que están implícitas en esta nostalgia por<br />
el “pequeño mundo antiguo”, que Rousseau<br />
comparte con otros muchos republicanos.<br />
Dejo a Rousseau para poder hablar<br />
de un republicanismo intermedio, más capaz<br />
de hacerse cargo de la dimensión creciente<br />
de nuestras sociedades, de la consiguiente<br />
mayor liviandad política de los<br />
ciudadanos; y que, en concordancia con<br />
todo esto, limita sus pretensiones a abogar<br />
–de una forma más cauta pero también<br />
más ambigua– por una democracia<br />
“más participativa”. Para ver qué hay de<br />
hacedero en esta propuesta y qué no,<br />
abandonamos a Rousseau pero no su país<br />
natal: Suiza. Difícilmente los republicanos<br />
encontrarían una nación moderna<br />
donde se den condiciones más favorables<br />
para una democracia republicana –“más<br />
participativa” que la anodina democracia<br />
liberal–, tanto por tradición (Suiza virtualmente<br />
inventó la democracia participativa<br />
moderna, hace de ello unos 130<br />
años: en la década de 1860) cuanto por<br />
estructura política 10 . Además, el largo experimento<br />
político suizo permite calibrar<br />
algo de fundamental importancia: si una<br />
democracia más participativa resiste la<br />
prueba de la duración.<br />
En un informe publicado por The<br />
Economist el 21 de diciembre de 1996 sobre<br />
el sistema suizo 11 , que lleva por título<br />
‘Full Democracy’ [Democracia plena], se<br />
analiza con franca simpatía –algo curioso,<br />
dadas las conocidas inclinaciones liberales<br />
de la publicación– el modo suizo, más<br />
directo y participativo, de practicar la<br />
democracia. En el nivel federal, los particulares<br />
pueden expresar su deseo de intervenir<br />
en la res publica a través de la iniciativa<br />
(que la constitución les reconoce) de<br />
convocar referendos. Son suficientes<br />
50.000 firmas para desprenderse de cualquier<br />
nueva ley de rango nacional propuesta<br />
por el Parlamento, si así es aprobado<br />
en votación por el pueblo. Y el doble<br />
de firmas bastan para someter una fla-<br />
10 Hay tres niveles de gobierno –federal, cantonal<br />
y local–, que dejan a los ciudadanos suizos la posibilidad<br />
de modular de manera más afinada la expresión<br />
de su deseo de participación política.<br />
11 Debo esta referencia a mi amigo Jorge Mínguez,<br />
impenitente lector de esta revista.<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
mante nueva idea como ley a la decisión<br />
del pueblo, incluso si el Parlamento se<br />
desmarca completamente de la iniciativa.<br />
Lo que se observa en la práctica, sin embargo,<br />
es que el 48,7% de las leyes emanadas<br />
del Parlamento y llevadas a consulta<br />
popular salen adelante, frente a sólo el<br />
10% de las leyes propuestas fuera del Parlamento.<br />
No sólo esto: las contrapropuestas<br />
surgidas del Parlamento para corregir<br />
las leyes aprobadas por iniciativa extraparlamentaria<br />
han sido aceptadas por la ciudadanía<br />
en el 63% de las ocasiones. Y<br />
hasta un 72,7% de las enmiendas constitucionales<br />
promovidas por el Parlamento<br />
han sido refrendadas. En suma, “sólo en<br />
torno a un cuarto de las leyes del Parlamento<br />
sometidas a referéndum desde<br />
1960 han sido rechazadas, en comparación<br />
con algo más de la mitad hace 100<br />
años”. Lo más preocupante es, sin embargo,<br />
la fatiga creciente de la ciudadanía<br />
ante las convocatorias de referendo, provengan<br />
de donde provengan. Puede sonar<br />
casi a sarcasmo, pero el nivel de participación<br />
ciudadana en las votaciones de ámbito<br />
federal está en la actualidad en Suiza<br />
por debajo del de Reino Unido, Francia o<br />
incluso Estados Unidos: la concurrencia a<br />
las urnas empezó a caer ya en los años<br />
cincuenta de la media habitual de un<br />
50%-60% a poco más del 40% en los<br />
años ochenta y noventa. “El pueblo de<br />
Suiza ha perdido una parte de su entusiasmo<br />
por votar, si lo comparamos con lo<br />
que sucede en la mayoría de los pueblos<br />
con grandes democracias representativas”<br />
(pág. 5).<br />
Consideremos ahora lo que ocurre en<br />
los 26 cantones suizos. Para ser breves y<br />
ponernos en lo mejor, acerquémonos a<br />
uno de los cinco cantones más pequeños,<br />
el de Glarus, encaramado en las montañas<br />
de la Suiza oriental y con un censo de<br />
24.700 votantes potenciales. A una importante<br />
convocatoria efectuada en mayo<br />
de 1996 acudieron sólo unos 6.000, un<br />
cuarto de los electores con derecho a voto.<br />
El autor del informe manifiesta con<br />
un punto de melancolía: “La gente desea<br />
tener las grandes decisiones en sus manos,<br />
pero no quiere perder demasiado tiempo<br />
con las insignificantes”. Las cuestiones<br />
importantes se dirimen a escala federal,<br />
donde la amplitud del colegio electoral<br />
desalienta al ciudadano de votar. El cuerpo<br />
electoral se comprime cuando pasamos<br />
a la dimensión cantonal, pero entonces<br />
la comparativa menor relevancia de lo<br />
que está en juego es lo que aleja al ciudadano<br />
de las urnas. La conclusión es que el<br />
voto es minoritario en cualquier caso.<br />
JUAN ANTONIO RIVERA<br />
El problema se agrava aún más en la<br />
escala local, donde el grado de participación<br />
que se observa en las elecciones cantonales<br />
sería aquí considerado como un<br />
éxito estruendoso. La contraintuitiva conclusión<br />
que se sigue de lo ya expuesto es<br />
que, al menos en Suiza (feudo señero de<br />
la democracia republicana, si es que tal<br />
cosa existe en este mundo), las facilidades<br />
encontradas para la participación política<br />
acaban erosionando a la larga la participación<br />
efectiva.<br />
La astucia de la democracia<br />
Hemos estudiado ya las razones del retraimiento<br />
de buena parte de los ciudadanos<br />
frente a la sugerencia de un compromiso<br />
mayor con el espacio público a que acuciosamente<br />
les convidan los republicanos.<br />
Veamos ahora si eso les deja tan inermes<br />
como se dice frente a políticos profesionales<br />
desaprensivos. Empezaré contándoles<br />
un cuento de hadas político, al que pondré<br />
el hegelianizante título de La astucia<br />
de la democracia. El cuento dice más o<br />
menos lo siguiente:<br />
En economía, la integración vertical<br />
consiste en la realización por una misma<br />
empresa de fases distintas y sucesivas del<br />
mismo proceso de producción. Las grandes<br />
empresas petrolíferas son un buen<br />
ejemplo de integración vertical: llevan a<br />
cabo la exploración, perforación y extracción<br />
del crudo, su transporte a las refinerías,<br />
el refinado y el posterior acarreo a las<br />
estaciones de servicio, de las que también<br />
son propietarias. Volviendo a nuestra<br />
concepción del Estado como empresa, la<br />
división de poderes constituye un caso de<br />
desintegración vertical: la producción y administración<br />
de la ley y el orden (la competencia<br />
básica del Estado protector) es<br />
fragmentada en fases sucesivas, asignándose<br />
la realización de cada fase a una empresa<br />
o poder independiente (el Legislativo,<br />
el Ejecutivo y el Judicial), que con su<br />
actuación limita la capacidad de las demás<br />
para configurar el resultado o producto<br />
final 12 .<br />
La integración horizontal tiene lugar<br />
cuando se funden en una varias empresas<br />
12 La división de poderes guarda una estrecha relación<br />
con la secuencia en cuatro etapas para la aplicación<br />
de los principios de la justicia a las instituciones de<br />
que habla John Rawls (véanse A Theory of Justice,<br />
págs. 195-201, Harvard U. P., Cambridge, Mass.<br />
1971; y Habermas, J., y Rawls, J.: Debate sobre el liberalismo<br />
político, págs. 102 y 103, Paidós, Barcelona,<br />
1998). La idea es ésta: la primera etapa de la secuencia<br />
es la elección de los dos principios de la justicia tras<br />
un espeso velo de ignorancia en la posición original (los<br />
ya célebres principios rawlsianos de la justicia son PJ1:<br />
25
¡SALUD, VIRTUOSOS REPUBLICANOS!<br />
que operan en la misma industria. El federalismo<br />
(y también, en buena medida,<br />
el Estado de las autonomías) puede ser<br />
visto como un fenómeno –no hace falta<br />
decir que incompleto– de desintegración<br />
horizontal del Estado central en una serie<br />
de subunidades políticas que se reparten<br />
el territorio de la nación. La descentralización<br />
política del Estado, unida a la<br />
movilidad geográfica de los ciudadanos,<br />
puede promover la competencia entre las<br />
diversas subagencias políticas, que buscan<br />
(dentro de límites que impidan la congestión<br />
en el uso de los servicios públicos<br />
que ellas ofrecen) el asentamiento en el<br />
territorio por ellas administrado del mayor<br />
número de ciudadanos con rentas<br />
gravables. Para conseguir esto, habrán de<br />
ofrecer a sus clientes potenciales una<br />
combinación atractiva de impuestos y servicios<br />
públicos; en otro caso, los ciudadanos<br />
optarán por votar con los pies, trasladándose<br />
a otra circunscripción política.<br />
Este federalismo competitivo se espera que<br />
conduzca la gestión territorial del Estado<br />
a las orillas de la eficiencia.<br />
La competencia también hace acto de<br />
presencia en la consecución del Poder<br />
Ejecutivo –para muchos, el verdadero corazón<br />
del Estado–. El gabinete que ocupa<br />
en cada momento los despachos ministeriales<br />
queda cada cuatro años (o lo que<br />
dure la legislatura) en precario ante los<br />
votantes (la junta de accionistas políticos<br />
de Estado, SA), que pueden elegir otro<br />
equipo gobernante entre los diferentes<br />
grupos de la oposición. Éste es uno de los<br />
resortes cruciales con que cuentan los ciudadanos<br />
para forzar a sus gobernantes a<br />
gestionar de manera eficiente Estado, SA.<br />
Por otra parte, los ciudadanos disponen<br />
de autonomía para escoger, dentro de<br />
su espacio privado, los fines personales<br />
que consideren más estimables, sin tener<br />
Cualquier persona podrá reivindicar un esquema adecuado<br />
de derechos y libertades, y un esquema así habrá<br />
de ser compatible con el mismo esquema para todos;<br />
PJ2: Las desigualdades sociales y económicas han<br />
de satisfacer dos condiciones: han de estar vinculadas<br />
a posiciones y funciones abiertas a todos en condiciones<br />
de equitativa igualdad de oportunidades [PJ2a]; y<br />
tales desigualdades sociales y económicas han de fomentar<br />
el más alto beneficio de los menos aventajados<br />
miembros de la sociedad [PJ2b]. La segunda etapa estriba<br />
en la formación de un congreso constituyente, en<br />
el que los delegados de los ciudadanos escogen los derechos<br />
y libertades básicos compatibles con PJ1. La<br />
tercera etapa es la etapa legislativa, en que se delinean<br />
las políticas sociales y económicas congruentes con<br />
PJ2. La cuarta etapa no es otra cosa que la administración<br />
de justicia o aplicación de las leyes a casos particulares.<br />
Rawls hace notar que en cada etapa sucesiva el<br />
velo de la ignorancia va perdiendo más y más espesor<br />
hasta convertirse en un finísimo cendal transparente.<br />
que padecer injerencias constrictoras o<br />
paternalistas por parte de otros particulares<br />
o de los poderes públicos, y con la sola<br />
condición de que la persecución de esos<br />
fines privados se produzca en el marco<br />
compartido de la normativa legal vigente.<br />
En la práctica, estos derechos individuales<br />
(protectores de la autonomía y dignidad<br />
personales) operan como una limitación<br />
para que los gestores-gobernantes olviden<br />
o atemperen la tentación de establecer<br />
una agenda de fines colectivos. La inviolabilidad<br />
de los derechos individuales delimita<br />
desde el principio qué fines colectivos<br />
son legítimamente perseguibles y<br />
cuáles no. La primacía de los derechos individuales<br />
sobre cualesquiera fines colectivos<br />
ha de entenderse del modo en que la<br />
explica Carlos S. Nino:<br />
“Los derechos individuales constituyen por<br />
definición restricciones a la persecución del bien<br />
común” 13 .<br />
Cuando abordamos el asunto de las<br />
garantías constitucionales que defienden<br />
las libertades del individuo, la metáfora<br />
del Estado como empresa no sólo deja ya<br />
de ser útil sino que se convierte en peligrosa<br />
y embaucadora. No le es lícito a un<br />
Estado democrático fijarse fines o metas<br />
(objetivos sociales, en su caso) como una<br />
empresa más. Atribuir esta capacidad al<br />
Estado, y atribuírsela de manera irrestricta,<br />
equivale en la práctica a tener de él<br />
una concepción totalitaria. Cuando los<br />
objetivos sociales se adueñan del foro público<br />
no sólo desalojan de él a las normas<br />
del ordenamiento constitucional y las reducen<br />
a cenizas; también pasan un inmenso<br />
rodillo por los fines particulares<br />
que los individuos pudieran estar tratando<br />
afanosamente de alcanzar en sus espacios<br />
privados. La división misma entre espacio<br />
público y espacio privado queda<br />
aniquilada y las personas pasan a convertirse<br />
en recursos combustibles que pueden<br />
emplear los poderes públicos totalitarios<br />
para la obtención de sus metas colectivas.<br />
En este punto concreto de las garantías<br />
individuales, vale más abandonar la visión<br />
del espacio público como empresa de propiedad<br />
compartida entre los ciudadanos,<br />
y concebirlo antes bien como un macrojuego,<br />
en que la función asignada a los poderes<br />
públicos es servir de custodios y garantes<br />
de las reglas de ese macrojuego (las<br />
normas constitucionales), desalentando<br />
de antemano, a través de la exhibición de<br />
13 Nino, C. S.: Ética y derechos humanos, pág. 35.<br />
Ariel, Barcelona, 1989.<br />
sus medios coercitivos, cualquier conato<br />
de infracción de las mismas.<br />
Estas advertencias resultan oportunas<br />
porque muchos intelectuales son preocupantemente<br />
dados a perder la paciencia<br />
ante lo que ellos interpretan como falta de<br />
dirección o contenido de la vida pública,<br />
presuntamente desprovista de “objetivos<br />
sociales”. Las constituciones democráticas<br />
liberales dan acogida en su seno, y de<br />
buena gana, a los derechos civiles y políticos<br />
(los ahora llamados “derechos de primera<br />
generación”), pero dejan fuera los<br />
derechos sociales y económicos (“derechos<br />
de segunda generación”), que son los<br />
que dotan de “contenido” real a una convivencia<br />
social que se desea cooperativa y<br />
no meramente concurrencial: derechos al<br />
trabajo en condiciones dignas, a la Seguridad<br />
Social, a la salud, a la calidad de vida,<br />
a la educación y al acceso a la cultura,<br />
etcétera. En consecuencia, el liberalismo<br />
democrático es meramente procedimental<br />
y vacío 14 . Estos cargos son en parte falsos<br />
y en parte desencaminadores.<br />
Son falsos porque las constituciones<br />
liberales sí que incorporan como legítimamente<br />
perseguibles ciertas metas sociales<br />
(señaladamente, una mayor justicia<br />
distributiva) 15 . Es verdad, y no hacen falta<br />
especiales apremios para reconocerlo,<br />
que algunos de estos artículos constitucionales<br />
tienen un tono más declamatorio<br />
que otra cosa, por cuanto no son exigibles<br />
ante los tribunales, como sí lo son<br />
los derechos civiles y políticos. La reclamación<br />
de derechos sociales y económicos<br />
se suele sustanciar a través del proceso<br />
político, entendido como mercado de<br />
bienes colectivos cuyo suministro queda<br />
en manos de un Estado de bienestar.<br />
Hernando Valencia Villa lo expresa con<br />
suma claridad:<br />
“La sola idea de derechos sociales supone la<br />
existencia de un Estado benefactor o intervencionista<br />
que reconozca obligaciones de contenido económico<br />
en favor de los particulares en general y de<br />
ciertos grupos en especial, y cumpla con ellas. Mas<br />
las obligaciones estatales, puesto que no pueden reclamarse<br />
ante los jueces, deben tramitarse a través<br />
del proceso político y electoral, como parte de la<br />
dinámica partidista y parlamentaria que genera<br />
la relación política fundamental entre electores y<br />
elegidos o entre ciudadanos y gobernantes” 16 .<br />
14 El mismo Giner se une a estos cansinos reproches<br />
(pág. 4), si bien cumple reconocerle que resalta<br />
también los esfuerzos que, dentro del liberalismo, se<br />
hacen para dar cabida en él a derechos más “sustantivos”.<br />
15 Véase el título I, capítulo 3º, de nuestra propia<br />
Constitución.<br />
16 Valencia Villa, H., Los derechos humanos, pág.<br />
49. Acento, Madrid, 1997.<br />
26 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
Ahora bien, un analista político tan<br />
exquisitamente dotado como Rawls, aparte<br />
de persuadirnos de incluir en la Constitución<br />
ciertos fines sociales, nos ha prevenido<br />
también sobre la necesidad de ser<br />
modestos en lo que hace a su alcance.<br />
Querer avanzar demasiados pasos hacia<br />
una mayor justicia social, por ejemplo,<br />
erizará en torno nuestro un número cada<br />
vez mayor de efectos contraproducentes.<br />
La imputación de falta de direccionalidad<br />
en la vida pública es también desencaminadora.<br />
Después de las tenebrosas<br />
experiencias del totalitarismo nazi o soviético,<br />
deberíamos haber quedado ya todos<br />
vacunados contra la deseabilidad de<br />
una sociedad de fines o teleocrática, y preferir<br />
en su lugar una más modesta sociedad<br />
de normas o nomocrática, pues esta<br />
última es la única que permite a los individuos<br />
ir en pos de los fines que personalmente<br />
consideren más estimables, sin otra<br />
restricción que la atinencia a las normas<br />
compartidas 17 . En una sociedad nomocrática,<br />
la dirección que tomen las vicisitudes<br />
sociales será, en lo fundamental, la<br />
resultante inintencionada de la suma de<br />
una compleja multiplicidad de vectores<br />
desiderativos individuales. Que la escena<br />
pública no esté poblada de objetivos sociales<br />
que requieran perentoriamente la<br />
contribución de los ciudadanos es lo que<br />
deja a éstos en franquía, como particulares,<br />
para ocuparse de sus negocios privados.<br />
Lejos de ser un pasivo social, como<br />
algunos despistados piensan, esta ausencia<br />
de un proyecto de nación es la auténtica<br />
huella dactilar de las sociedades abiertas.<br />
Lo impredecible y errático del rumbo<br />
social en estas circunstancias es lo que desespera<br />
a tantos intelectuales –republicanos<br />
incluidos– que, lejos del propósito de<br />
enmienda ante pasados descalabros, continúan<br />
teniendo ideas muy claras sobre lo<br />
que sería una buena marcha de los asuntos<br />
públicos, y pretenden –¡el búho de<br />
17 Hablé de la distinción entre sociedad de<br />
fines/sociedad de normas en mi artículo Hayek, Tolstói<br />
y la batalla de Borodino, CLAVES DE RAZÓN<br />
PRÁCTICA, núm. 13, págs. 50-56, junio de 1991.<br />
Víctor Pérez Díaz también se manifiesta en favor de<br />
“un orden nomocrático y no teleocrático”, en Elogio<br />
de la universidad liberal, CLAVES DE RAZÓN<br />
PRÁCTICA, núm. 63, págs. 2-9, junio de 1996; pág.<br />
6. Las expresiones “nomocrático” y “teleocrático” son<br />
empleadas por Hayek en Law, Legislation and Liberty,<br />
vol. 2, pág. 15. Routledge, Londres, 1982, que a su<br />
vez atribuye la paternidad de la distinción a Michael<br />
Oakeshott. El mismo Rawls afirma que “una… diferencia<br />
básica entre una sociedad democrática bien ordenada<br />
y una asociación es que una sociedad tal no<br />
tiene fines y objetivos de la manera en que los tienen<br />
las personas o las asociaciones” (Political liberalism,<br />
cit., pág. 41).<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
Minerva nos coja confesados!– que la realización<br />
de sus más empedernidos anhelos<br />
es la base de cualquier regeneración política<br />
en profundidad. Me es muy grato<br />
constatar que Salvador Giner, a la vez que<br />
repudia estas motivaciones, ve en ellas<br />
una de las formas latentes de degeneración<br />
del republicanismo:<br />
“Una sociedad de ciudadanos plenamente virtuosos<br />
no sólo sería farisaica y ultrapuritana, sino<br />
que conduciría a la postre a la imposición violenta<br />
de la virtud. Los terrores virtuosos de Robespierre<br />
y de Stalin… bastan ya para ver en qué para la cosa”<br />
(pág. 7).<br />
El sistema inmunitario de<br />
la democracia liberal<br />
Las características del diseño constitucional<br />
de una democracia liberal contribuyen<br />
decisivamente al buen funcionamiento<br />
de su sistema inmunitario. Facilitan la<br />
fragmentación del conglomerado político<br />
(tanto en horizontal como en vertical) y<br />
la vigilancia recíproca de las partes. También<br />
colocan límites al ejercicio del poder<br />
político en su conjunto; límites que, por<br />
una parte, protegen al ciudadano de intrusiones<br />
ilegítimas en su esfera privada, y<br />
que, por otra, le facultan para deshacerse<br />
de los gobernantes que gestionan mal los<br />
recursos públicos. Conscientes de que<br />
los políticos en el poder quedan expuestos<br />
frente a los ciudadanos en los periodos de<br />
reelección, los grupos de oposición intensifican<br />
su lucha contra la mala memoria<br />
de los ciudadanos y les recuerdan con tenacidad<br />
los incumplimientos más flagran-<br />
JUAN ANTONIO RIVERA<br />
tes del programa electoral que en su día<br />
enarboló el actual equipo gobernante.<br />
El papel de la prensa, y de los medios<br />
de información en general, como cuarto<br />
poder, es crucial. En este cuarto poder se<br />
encuentran los intermediarios que informan<br />
a los ciudadanos de los entresijos del<br />
poder político. En especial, los periodistas<br />
(que se cuentan entre los leucocitos más<br />
activos del sistema inmunitario de la democracia)<br />
están interesados en destapar escándalos<br />
políticos, pues no necesitan que<br />
nadie les explique que eso aumenta las tiradas<br />
de los rotativos. Sin esta labor de información,<br />
los gobernantes se moverían<br />
mucho más a sus anchas en las densas<br />
opacidades de un poder inescrutado. La<br />
función ilustradora del público acerca de<br />
lo que sucede en los recintos de poder es<br />
tanto más importante cuanto mayor sea<br />
el grado de corporativismo que, en ciertos<br />
asuntos, manifiesten los partidos políticos<br />
con independencia de su signo. Javier<br />
Pradera menciona en concreto los casos<br />
de ilegalidad en los procedimientos de financiación<br />
que salpicaban a la mayoría de<br />
los partidos, y el pacto tácito de silencio<br />
que éstos mantenían sobre tal asunto innombrable,<br />
en la época de los gobiernos<br />
socialistas. Pacto que se vino abajo merced,<br />
en buena medida, a las “auditorías”<br />
de cuentas que espontáneamente practicaron<br />
diversos medios de comunicación:<br />
“Esa recuperación de la prensa de su papel autónomo<br />
frente a la política se produce siempre que<br />
el funcionamiento de las instituciones representativas<br />
queda bloqueado o dificultado por la connivencia<br />
de todos (o casi todos) los partidos en una<br />
estrategia de ocultación o silencio (…) Sin la contribución<br />
de los medios de comunicación, la mayoría<br />
de los escándalos del periodo habrían quedado<br />
sofocados” 18 .<br />
Los jueces, muchas veces puestos sobre<br />
la pista de la corrupción política por<br />
los insomnes sabuesos de la prensa, están<br />
investidos de poder para instruir expedientes,<br />
enjuiciar y, si procede, castigar<br />
los desmanes de los políticos profesionales.<br />
Los ciudadanos, consumidores de escándalos<br />
públicos a través de la diligente<br />
labor de la prensa escrita, la radio o la televisión,<br />
gozan por su parte del privilegio<br />
de la indignación moral: pueden proyectar<br />
sobre sus representantes las mezquindades<br />
y flaquezas de las que ellos se suponen<br />
ufanamente exentos.<br />
18 Pradera, J.: Jeringas, agendas y silencios. El poder<br />
de los medios de comunicación, CLAVES DE RAZÓN<br />
PRÁCTICA, núm. 32, págs. 48-55, pág. 54, mayo de<br />
1993.<br />
27
¡SALUD, VIRTUOSOS REPUBLICANOS!<br />
Por este sistema de tuberías, la actuación<br />
de los políticos con responsabilidades<br />
de gobierno queda finalmente expuesta<br />
al juicio de los ciudadanos; y no cada<br />
cuatro años, sino día por día, con lo que<br />
se convierte en parte del interés de los gobernantes<br />
presentar un rostro libre de impurezas<br />
ante los gobernados. La astucia de<br />
la democracia significa sólo esto: que la<br />
democracia funciona como si empleara las<br />
bajas pasiones de sus hijos para salir ella<br />
misma fortalecida y producir efectos que,<br />
en lo epifenoménico, parecen indiscernibles<br />
de los que resultarían de la virtud cívica<br />
más acrisolada y extendida. Lo más<br />
interesante es que este sistema inmunitario<br />
funciona espontáneamente, y de manera<br />
continua e institucional, como un<br />
perpetuum mobile, porque está firmemente<br />
anclado en el más eficaz sistema de incentivos<br />
posible: los intereses más personales<br />
(a veces descarnadamente exhibidos)<br />
de los que, trabajando en su propio obsequio,<br />
contribuyen, sin necesidad de proponérselo<br />
conscientemente como meta, a<br />
la salud pública. Los gobernantes se ven<br />
llamados, quieras que no, a gestionar bien<br />
los recursos públicos, pues saben que los<br />
políticos de la oposición –auxiliados por<br />
una nube difusa de periodistas y jueces<br />
desafectos al Gobierno– están siempre<br />
dispuestos a removerlos de sus asientos.<br />
Los ciudadanos aficionados a la reprobación<br />
moral de sus representantes (en buena<br />
medida por los secretos deleites morales<br />
que tener permanentemente fruncido<br />
el entrecejo les proporciona) acogen con<br />
júbilo mal disimulado la ración diaria de<br />
desvergüenza política que meticulosamente<br />
les describen los medios de información<br />
y toman nota de ella para futuras<br />
decisiones de voto. Hasta el más indolente<br />
ciudadano puede acabar encontrando<br />
interesante en ocasiones esta impúdica exhibición<br />
de obscenidades que contra su<br />
voluntad procuran los cargos electos.<br />
Fugas en las ‘cañerías democráticas’<br />
El cuento de hadas ha acabado, y es el<br />
momento de recordar que la “mano invisible”<br />
en política funciona aún peor que<br />
su homóloga económica. Los fallos de la<br />
democracia, las imperfecciones de su sistema<br />
inmunitario, son abundantes, y la<br />
relación de las mismas que me dispongo a<br />
ofrecer es, desde luego, incompleta. (No<br />
obstante lo cual, mantengo que hay un<br />
núcleo de verdad en el cuento de hadas<br />
de una democracia que sabe cuidar institucionalmente<br />
de sí misma; como también<br />
lo hay en la fábula smithiana de la “mano<br />
invisible”).<br />
El mercado político democrático es<br />
singular en más de un aspecto. No se venden<br />
en él mercancías ya producidas, sino<br />
promesas de producir tales mercancías.<br />
Además, por lo común no se especifican<br />
las cantidades en que se van a producir<br />
los artículos públicos (en algunos casos<br />
porque tal cosa no es viable) ni la fecha de<br />
entrega de los mismos. Todo lo cual<br />
favorece la evasión de responsabilidades<br />
cuando se acusa al Gobierno de haber<br />
convertido en papel mojado su programa<br />
electoral. La inminencia de unos comicios<br />
electorales y la cínica convicción de que<br />
los votantes sólo tienen una memoria a<br />
corto plazo pueden hacer que los miembros<br />
del Ejecutivo cedan a la irresponsable<br />
inclinación de emprender o intensificar<br />
prácticas redistributivas injustas<br />
orientadas a la captación de votos. La labor<br />
asistencial del Estado nodriza, aunque<br />
se presente movida por elevados empeños<br />
de justicia social, queda desvirtuada con<br />
suma facilidad en clientelismo y dispensación<br />
de sinecuras a grupos minoritarios<br />
disciplinadamente organizados, que no<br />
suelen coincidir con los colectivos más<br />
necesitados. Y así no ha de extrañar que<br />
los bocados más suculentos del botín de<br />
la redistribución vayan a parar a estómagos<br />
ya bien alimentados.<br />
Lo más probable es que el federalismo<br />
competitivo no sea otra cosa que una fábula<br />
piadosa, y que en realidad la descentralización<br />
territorial del poder del Estado<br />
no lleve a otra cosa que a duplicar las funciones<br />
y los gastos, y a espolear y dar oxígeno<br />
a los nacionalismos periféricos 19 .<br />
Los políticos pueden responder a la<br />
labor escudriñadora conjunta de periodistas<br />
y oposición volviendo más sutiles e intrincadas<br />
sus maniobras de corrupción,<br />
con lo que “a veces detectar la corrupción<br />
es tan complicado como darse cuenta<br />
de cuándo bebe agua un pez” 20 . Políticos,<br />
jueces, oposición e informadores es-<br />
19 Sobre esto, véase López Aguilar, J. F.: Estado<br />
autonómico y nuevos nacionalismos, CLAVES DE<br />
RAZÓN PRÁCTICA, núm. 65, págs. 32-39, septiembre<br />
de 1996.<br />
20 Éstas son palabras de Kautilya, un ladino y poco<br />
edificante consejero político hindú que vivió en el siglo<br />
III a. de J. C., autor de un texto parenético, el Arthasastra<br />
–dirigido al emperador Chanragupta–, que<br />
pasa por ser un esclarecido antecedente de El príncipe,<br />
de Maquiavelo, pero escrito en una vena aún más desenvuelta<br />
y alejada del concepto convencional de moral.<br />
Al menos así lo creía Max Weber, que en su conferencia<br />
‘La política como vocación’, decía del Arthasastra<br />
que “a su lado, El príncipe, de Maquiavelo, nos<br />
resulta perfectamente inocente” (El político y el científico,<br />
pág. 169, Alianza Editorial, Madrid, 1967).<br />
Quien quiera saber más cosas de este incitante personaje,<br />
habrá de acudir a la muy buena exposición que<br />
tán envueltos en “carreras coevolutivas”<br />
de resultado incierto y cambiante 21 .<br />
Decía antes que los periodistas están<br />
entre la legión de leucocitos más activos<br />
del sistema inmunitario democrático. Pero<br />
está claro que no todos estos leucocitos<br />
son inmaculados glóbulos blancos. Hay<br />
muchos glóbulos amarillos, informadores<br />
dados a inventar corruptelas y escabrosidades<br />
donde no las hay, a practicar el lema<br />
“calumnia, que algo queda”, etcétera.<br />
Estas prácticas estarán seguramente amparadas<br />
en la excesiva lenidad de una<br />
legislación antilibelo que permite una<br />
holgada impunidad a los difamadores, y<br />
movidas por el servicio a núcleos económicos<br />
o de poder, o por simples intereses<br />
corporativos 22 .<br />
También es verdad que algunos jueces<br />
pueden descubrir inopinadamente las satisfacciones<br />
íntimas que supone estar en<br />
el candelero y el halago de ser requeridos<br />
de continuo por la prensa; como, asimismo,<br />
para oficiar de conferenciantes en actos<br />
públicos, etcétera. Este adictivo tren<br />
de vida a veces sólo puede ser mantenido<br />
poniéndose a barrer lo que nunca ha estado<br />
sucio. La oposición acaso se dedique a<br />
hacer la vida imposible al Gobierno aplicando<br />
un sañudo todo vale con objeto de<br />
arrebatar sus poltronas a los que en la actualidad<br />
las ocupan y ponerse ellos en su<br />
lugar. Los medios de comunicación más<br />
amarillos y el público que morbosamente<br />
los sigue ignoran a menudo la presunción<br />
de inocencia que ampara inicialmente a<br />
cualquier ciudadano en el código penal, y<br />
se entregan a juicios paralelos que entorpecen<br />
o incluso condicionan el ejercicio de<br />
la justicia. El ciudadano, finalmente, puede<br />
acabar estragado por el –al parecer–<br />
interminable desfile de bajezas de toda laya<br />
y condición que a diario se destapan<br />
(impotente muchas veces para discernir y<br />
calibrar lo que hay de cierto en todo ese<br />
aluvión de inmundicias que se somete a<br />
su consideración), y esto le puede conducir<br />
en última instancia a no ser ya capaz<br />
de distinguir las churras de las merinas y a<br />
de su figura y pensamiento hace Roberto Rodríguez<br />
Aramayo en el ‘Epílogo’ a su libro La quimera del rey<br />
filósofo. Taurus, Madrid, 1997. (La cita que dio paso a<br />
esta nota se encuentra en las págs. 163 y 164).<br />
21 Sobre “carreras coevolutivas”, véase Rivera, J.<br />
A.: La hipótesis de la Reina Roja, y otras hipótesis, en<br />
CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA, núm. 78, págs.<br />
12-22, diciembre de 1997.<br />
22 Los artículos de Juan Alberto Belloch (Prensa,<br />
corporativismo y abuso de poder) y Javier Pradera (Políticos<br />
y periodistas) en CLAVES DE RAZÓN PRÁCTI-<br />
CA, núm. 15, septiembre de 1990; o el más reciente<br />
de Francisco J. Laporta (El derecho a informar y sus enemigos,<br />
en CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA, núm.<br />
28 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
proferir agudezas del estilo de “todos los<br />
políticos son iguales” o “la democracia es<br />
el bastión favorito de los canallas”.<br />
Republicanismo mínimo<br />
Este primer nivel del sistema inmunitario<br />
(francamente movido por intereses egoístas,<br />
algunos de los cuales no son reconducibles<br />
por una “mano invisible” a la<br />
promoción indeliberada de la salud democrática)<br />
puede no sólo quedar desbordado<br />
por infecciones propaladas por parásitos<br />
sociales sino contribuir, él mismo, a<br />
abrir fisuras en las cañerías de la democracia<br />
por donde supure abundante ponzoña<br />
antisocial. Estas fugas en la arquitectura<br />
de la democracia hay que atribuirlas en<br />
parte, como diría el propio Giner, a “la<br />
endémica imperfección moral de toda comunidad<br />
humana” (pág. 11).<br />
En cualquier caso, la democracia<br />
cuenta con un sistema inmunitario de<br />
segundo nivel, en el que los móviles morales<br />
son los que aparecen en primer término<br />
23 . Otros políticos procuran jugar<br />
limpio con la ciudadanía y esquivan, aun<br />
si ello les resta votos, el entregarse a las<br />
formas más groseras de populismo y desestabilización.<br />
Otros periodistas denuncian<br />
el color menos que blanco de algunos<br />
de sus colegas. Otros jueces encausan<br />
a los indeseables que habitan en su profesión<br />
(como en todas, por lo demás). A diferencia<br />
del primero, este segundo nivel<br />
de control inmunitario opera de manera<br />
mucho más discontinua (no institucional<br />
en la mayoría de los casos) y a fogonazos.<br />
Es en este segundo nivel en el que<br />
pueden encontrar acomodo los republicanos,<br />
a condición de que, en su variante de<br />
republicanos máximos, miniaturicen sus<br />
excéntricas pretensiones; y que incluso<br />
hagan lo propio los republicanos intermedios<br />
(que también navegan contra el viento<br />
de la dimensión espacial creciente de<br />
nuestras sociedades y cuya hora histórica<br />
ya ha pasado). Las infracciones al código<br />
72, mayo de 1997) ilustran profusamente acerca de este<br />
“lado infausto” (como lo llama Belloch) de algunos<br />
medios de información. El artículo de Rodríguez Bereijo<br />
en el núm. 72 de la misma publicación (La libertad<br />
de información) es también interesante porque expone<br />
la relación de preponderancia, cambiante a lo largo<br />
del tiempo en la jurisprudencia del Tribunal<br />
Constitucional, entre la libertad de expresión y otros<br />
derechos limitantes de la misma, como los derechos al<br />
honor, la intimidad y la propia imagen.<br />
23 Lo que no excluye en la práctica que estos móviles<br />
morales o altruistas admitan ser reconsiderados<br />
como formas más inconspicuas de egoísmo. He abordado<br />
esta para algunos incómoda cuestión en La improbable<br />
fundamentación de la moral, CLAVES DE<br />
RAZÓN PRÁCTICA, núm. 43, págs. 16-25, julio de<br />
1994.<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
de buena conducta democrática hacen<br />
que se movilice una segunda remesa de<br />
anticuerpos, entre los cuales los republicanos<br />
(que blasonan de tener una piel más<br />
fina que el resto de la ciudadanía para soportar<br />
los vejámenes inferidos a la democracia<br />
y que se muestran orgullosamente<br />
prestos al encrespamiento moral) tienen<br />
una nada desdeñable labor que desempeñar:<br />
sus voces ultrajadas, que se elevan característicamente<br />
unos cuantos decibelios<br />
por encima de la media pueden, en el mejor<br />
de los casos, despertar de su sopor a<br />
ciudadanos menos vigilantes, inocularles<br />
la oportuna cólera moral y, una vez inflamada<br />
y extendida la justa ira ciudadana,<br />
atajar con ella males mayores. Asimismo,<br />
las voces republicanas que llaman a rebato<br />
a la ciudadanía y que buscan generalizar<br />
hasta donde sea posible las virtudes cívicas<br />
pueden dar aliento y corroboración a<br />
los que ya las ponen en práctica. He mencionado<br />
antes las previsibles desviaciones<br />
del Estado de bienestar de los objetivos de<br />
mayor justicia social y su sustitución por<br />
prácticas más opacas y espurias. Los republicanos<br />
tienen también aquí un amplio<br />
campo para desfogar sus energías morales,<br />
no sólo denunciando esas derivaciones indeseables<br />
del Estado benefactor, sino también<br />
apoyando a los particulares u organizaciones<br />
que se mueven –aun si sólo en<br />
parte– al margen del Estado (las ONG)<br />
para tapar ese hueco de solidaridad social<br />
dejado por el uso electoralista del Estado<br />
redistribuidor y cubrirlo con altruismo cívico.<br />
Comprendo que encuadrar a los republicanos<br />
(algunos de los cuales –aunque<br />
desde luego no todos– me consta que<br />
tienen de sí mismos la augusta imagen de<br />
dragones de la democracia, celosos custodios<br />
de sus esencias) en una brigada más<br />
de operarios que velan por el buen funcionamiento<br />
de la fontanería democrática,<br />
puede parecer ofensivo, pero creo firmemente<br />
que es este republicanismo mínimo<br />
(adelgazado de sus desmedidas ínfulas) el<br />
JUAN ANTONIO RIVERA<br />
único que de verdad está “a la altura de<br />
los tiempos” (Giner). Un republicanismo<br />
así ya no es, desde luego, una “tercera forma<br />
de democracia”, una solución alternativa<br />
al liberalismo o al comunitarismo (ni,<br />
si se me quiere creer, a cosa alguna en especial),<br />
sino tan sólo una prótesis más de<br />
la democracia liberal, que puede hacer un<br />
servicio notable a su mejor funcionamiento<br />
24 . Convengo de buena gana en<br />
que, si cumplen satisfactoriamente esta<br />
tarea, es un asunto de mucha menor<br />
cuantía que los republicanos den en la<br />
flor de verse a sí mismos movidos por un<br />
ánimo más altruista que el resto de los<br />
que, sin tantos alardes morales, trabajan<br />
al servicio de la artera democracia.<br />
Por esto, y sin asomo alguno de chanza<br />
o cinismo, deseo un éxito limitado a los<br />
republicanos; con lo que quiero decir que<br />
espero que sus llamamientos a un rearme<br />
cívico-moral no caigan del todo en saco<br />
roto y consigan que otros ciudadanos menos<br />
motivados por lo público (la mayoría,<br />
a decir verdad) no bajen del todo la guardia<br />
ante las previsibles ignominias y venalidades<br />
de sus representantes y de otros<br />
que trabajan a tiempo completo en el circuito<br />
político de la democracia. Pero también<br />
encontraría alarmante que un exceso<br />
de celo y diligencia envalentonase a los<br />
republicanos hasta el extremo de querer<br />
adueñarse de la escena pública y convertirse<br />
en guionistas de lo que en ella ocurra.<br />
Como muy bien dice Giner, ya sabemos<br />
en qué pararía tal cosa. n<br />
[Antonia Nájar, Francisco Lapuerta y Jorge Mínguez<br />
leyeron una versión previa del artículo. Félix<br />
Ovejero, republicano convicto y confeso, también<br />
accedió a revisar un escrito procedente de “tierra de<br />
infieles” con la generosidad y simpatía que en él<br />
son habituales. Todos ellos me hicieron observaciones<br />
valiosas (en especial sobre cuestiones de forma),<br />
la mayoría de las cuales han quedado incorporadas<br />
al texto].<br />
24 Pero en última instancia, y dada la falibilidad en<br />
los asuntos humanos, no hay garantía plena de que el<br />
sistema inmunitario –en cualquiera de sus niveles de<br />
actividad– no quede súbitamente rebasado y la democracia<br />
entre en un colapso fulminante. El nazismo es<br />
en nuestro siglo un ominoso recordatorio de que esa<br />
eventualidad no puede ser definitivamente excluida.<br />
En la actualidad, y tocándonos más de cerca, está el<br />
caso del País Vasco, flagelado por el terrorismo. No<br />
hay que decir que es aquí sobre todo donde hacen falta<br />
hoy inyecciones urgentes y masivas de espíritu cívico;<br />
y los que se sientan republicanos (y también los<br />
que no) tienen (tenemos) mucho que hacer en la extirpación<br />
del terrorismo, uno de los peores tumores de<br />
la democracia. Juan Antonio Rivera es catedrático de Filosofía.<br />
29
EL PARAÍSO ELÉCTRICO<br />
Con el tiempo, resulta necesariamente de un bien falso<br />
un mal verdadero; porque la ambición de los ricos ha<br />
arruinado más Estados que la ambición de los pobres.<br />
Aristóteles<br />
Una leyenda muy extendida cuenta<br />
que al final de su primera reunión<br />
con el resto de los presidentes de las<br />
empresas eléctricas, José María Amusátegui,<br />
presidente del Banco Central Hispano<br />
y neófito presidente de Unión Fenosa,<br />
aturdido por la liviandad de los asuntos<br />
tratados en el encuentro y maravillado de<br />
su rentabilidad, exclamó: “¡Pero si esto que<br />
tenéis aquí es un chollo!”. La anécdota carece<br />
de confirmación, pero describe con<br />
justeza la diferencia entre el mundo bancario,<br />
identificable con un esfuerzo de gestión<br />
–similar, por otro lado, al de la mayoría<br />
de sectores y actividades de negocios en<br />
España–, y el eléctrico. Para Amusátegui,<br />
presidente de un banco entonces con dificultades<br />
de rentabilidad, proveniente de<br />
un negocio en el que es necesario tomar<br />
muchas decisiones arriesgadas y desplegar<br />
un trabajo intenso en cada oficina a cambio<br />
de un éxito casi siempre dudoso, el hecho<br />
de que bastaran una o varias reuniones<br />
de los presidentes eléctricos con el secretario<br />
de Estado de la Energía o con el ministro<br />
de Industria para obtener descomunales<br />
ingresos, como el billón 300.000 millones<br />
de pesetas que las compañías van a<br />
percibir inmediatamente en concepto de<br />
Costes de Transición a la Competencia<br />
(CTC), debió ser una revelación similar al<br />
descubrimiento de una especie de Camelot<br />
empresarial donde los arroyos manan leche y<br />
miel. En el sector eléctrico casi todo es ficticio<br />
y de papel. Sin nuevas decisiones de<br />
inversión que tomar, con las tarifas definidas<br />
anualmente por el Gobierno, con un<br />
mercado cautivo –lo será durante varios<br />
años todavía–, a salvo de cualquier compe-<br />
JESÚS MOTA<br />
tencia extranjera, con exigencias limitadas<br />
de gestión y con un flujo permanente de<br />
ingresos billonarios, los responsables de las<br />
compañías eléctricas se han limitado desde<br />
1996 a rentabilizar su poder ejerciendo de<br />
grupo de presión sobre un Gobierno sumiso<br />
a casi todas sus exigencias.<br />
El paisaje de fondo del negocio eléctrico<br />
en España es el de la falta de competencia,<br />
dicho sea en todos los sentidos. La<br />
cuestión eléctrica actual se ha desatado en<br />
España a cuenta de la fabulosa cantidad<br />
(1,3 billones) que una enmienda en la<br />
Ley de Acompañamiento de los Presupuestos<br />
de 1999 permite titulizar (percibir<br />
por anticipado a cambio de transferir<br />
los derechos de percepción del 4,5% de la<br />
tarifa eléctrica a los bancos o fondos de<br />
inversiones que anticipan el dinero) y que<br />
la Comisión Nacional del Sistema Eléctrico<br />
(CNSE) ha denunciado como una<br />
maniobra contraria a los intereses de los<br />
consumidores, destinada a engordar indebidamente<br />
las cuentas de resultados de las<br />
eléctricas. La denuncia pública de la comisión,<br />
impulsada personalmente por su<br />
presidente, Miguel Ángel Fernández Ordóñez,<br />
y las argumentaciones a favor de la<br />
titulización esgrimidas por el ministro de<br />
Industria, algún presidente eléctrico –el<br />
propio Amusátegui–, los consejeros delegados<br />
de las principales compañías eléctricas<br />
y, para remate, el propio presidente<br />
del Gobierno, metido en camisa de once<br />
varas en un asunto del que cualquier político<br />
competente se mantendría alejado,<br />
constituyen la esencia del virulento debate<br />
eléctrico que se ha cerrado en falso.<br />
El Marco Legal Estable<br />
La tarifa eléctrica es un precio regulado<br />
por el Gobierno. Para calcular sus subidas<br />
o bajadas, el Gobierno aplicaba, hasta la<br />
aparición de las leyes liberalizadoras, una<br />
fórmula derivada de un acuerdo con el<br />
sector eléctrico, conocido como Marco<br />
Legal Estable (MLE), aprobado en 1987.<br />
El paisaje político económico en el que se<br />
fraguó el MLE era de auténtico terror,<br />
compartido por el Gobierno y las empresas<br />
eléctricas, a un inminente rosario de<br />
quiebras, que finalmente no se produjo y<br />
quedó limitado al caso de Fecsa. El MLE<br />
consistía –y consiste– a grandes rasgos en<br />
reconocer e incorporar en la tarifa los costes<br />
variables de producción de energía<br />
eléctrica y una retribución a la inversión<br />
en generación y distribución, de forma<br />
que la recuperación de la inversión estaba<br />
garantizada, igual que el beneficio de las<br />
empresas…, con costes a cargo de los consumidores,<br />
por supuesto. Los costes reconocidos<br />
no eran los más baratos del mercado,<br />
sino aquellos en los que incurriesen<br />
las empresas, sin competencia alguna que<br />
pudiera reducirlos. El MLE fue el resultado<br />
de una crisis en la que había que<br />
sustanciar quién iba a pagar el error del<br />
disparatado programa de inversiones eléctricas<br />
decidido en la década de los setenta:<br />
si las compañías renunciando a sus dividendos,<br />
el Gobierno o los consumidores.<br />
El coste recayó sobre los consumidores.<br />
Durante más de diez años han pagado con<br />
creces la reconversión eléctrica, incluidos<br />
sus beneficios, soportando tarifas eléctricas<br />
muy superiores a la media europea y subidas<br />
de precios más altas de lo que imponía<br />
la racionalidad del mercado.<br />
Como refinamiento añadido, y además<br />
de la evidente manipulación de la tarifa<br />
a favor de los intereses de las compañías,<br />
varias de las privadas no hubieran<br />
podido sobrevivir sin otro subterfugio político-industrial-financiero,<br />
conocido<br />
como intercambio de activos. El invento<br />
permitió que, en varias ocasiones, las empresas<br />
privadas, trasladaran a la sociedad<br />
pública Endesa sus peores activos (plantas<br />
eléctricas cuyo coste de producción era<br />
más caro, centrales nucleares con elevado<br />
endeudamiento o inmovilizado) a cambio<br />
30 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
de otros más rentables y con menos hipotecas.<br />
A cambio de cargar con los muertos<br />
del sector privado, Endesa percibía una<br />
retribución especial por kilovatio producido.<br />
Como en las fábulas de Iriarte o Samaniego<br />
que topografían la ingratitud<br />
humana, las empresas privadas no sólo no<br />
apreciaron el regalo de que Endesa cargara<br />
con sus cuantiosos activos incompetentes<br />
y endeudados, una decisión que los<br />
Gobiernos del PSOE tuvieron que imponer<br />
por la fuerza al grupo del Estado, sino<br />
que se dedicaron a criticar la retribución<br />
especial como causa del encarecimiento de<br />
las tarifas y a explicar –y deplorar– los beneficios<br />
de Endesa en esta circunstancia.<br />
El MLE no podía ser la ortopedia<br />
permanente de un sector incapaz de remontar<br />
su elevado endeudamiento y su<br />
incapacidad de producción competitiva,<br />
habituado a obtener elevados beneficios y<br />
saneados dividendos a cuenta de la manipulación<br />
de la política tarifaria. Así que<br />
en tiempos del ministro de Industria<br />
Claudio Aranzadi se elaboró el primer borrador<br />
de una ley de liberalización del sector<br />
eléctrico, que posteriormente se<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
convertiría, retocada por Juan Manuel<br />
Eguiagaray y su equipo, en la Ley de Ordenación<br />
del Sistema Eléctrico Nacional<br />
(LOSEN). La liberalización propuesta<br />
por Aranzadi implicaba someter al libre<br />
mercado a la producción y a la comercialización<br />
de la electricidad; introducir<br />
competencia en la producción eléctrica<br />
mediante la subasta de las nuevas plantas<br />
de generación y, sobre los datos facilitados<br />
por este mercado abierto, reconfigurar<br />
paulatinamente la retribución del inmovilizado.<br />
Se trataba de sustituir poco a poco<br />
el MLE por los precios de mercado, y de<br />
favorecer una liberalización rápida de la<br />
comercialización. La propuesta de Aranzadi<br />
sufrió severas presiones de las compañías<br />
eléctricas, que no aceptaban (ni aceptan)<br />
una distribución comercial competitiva. El<br />
equipo de Eguiagaray cristalizó legalmente<br />
la propuesta socialista de liberalización<br />
eléctrica en la LOSEN. Esta ley creaba la<br />
CNSE, primer organismo de regulación<br />
sectorial existente en España; daba entrada<br />
a los consumidores en el proceso regulador<br />
a través del consejo consultivo de<br />
dicha comisión, y establecía la existencia<br />
de contratos de mercado entre productores<br />
y consumidores o comercializadores.<br />
Durante el segundo semestre de 1995, la<br />
presidencia española de la Unión Europea<br />
impulsó la aprobación de la directiva del<br />
Mercado Único de Electricidad, finalmente<br />
aprobada en 1996, que hoy es la<br />
norma de referencia de la regulación eléctrica<br />
en la Comunidad Europea; directiva<br />
que tendrá importancia después, como<br />
oportunamente se verá.<br />
El primer ministro de Industria del<br />
Gobierno de Aznar tomó la decisión de<br />
modificar el contenido de la LOSEN. Josep<br />
Piqué negoció un protocolo eléctrico,<br />
pactado con las empresas eléctricas, con el<br />
objetivo declarado de adaptar la ley a la<br />
nueva normativa comunitaria, que exigía<br />
una liberalización del mercado eléctrico<br />
más amplia y rápida de lo provisto por<br />
Gobiernos anteriores y, al mismo tiempo,<br />
facilitaba su aplicación por parte de las empresas.<br />
La negociación iniciada por Piqué<br />
presentaba desde el comienzo todos los estigmas<br />
de una estrategia subordinada a los<br />
intereses de las empresas eléctricas. Reconocía,<br />
probablemente de forma apresurada<br />
31
EL PARAÍSO ELÉCTRICO<br />
y gratuita, la obligación de negociar un<br />
acuerdo de compensación por la presunta<br />
modificación del compromiso regulatorio,<br />
puesto que el MLE establecía un modelo<br />
de mercado y la liberalización quebraba ese<br />
modelo. La Administración optaba así por<br />
la tesis más favorable a las empresas eléctricas<br />
de cuantas se habían aplicado en otros<br />
países. Además, la vía del protocolo sometía<br />
la negociación del futuro del mercado<br />
eléctrico a las reglas antañonas y reaccionarias<br />
de los pactos discretos entre el Gobierno<br />
y las empresas, de espaldas a los intereses<br />
de los consumidores. Estamos ante uno<br />
de esos acuerdos entre caballeros que trasladan<br />
el coste de los negocios que pactan a<br />
los bolsillos de quienes no están en la mesa<br />
de conversaciones. La lógica de la negociación<br />
restringida, clandestina, protegida por<br />
la discreción de los negociadores, es propia<br />
de tiempos arbitristas, cuando la economía<br />
era puro esoterismo; pero es muy querida<br />
por las empresas eléctricas, que han fundamentado<br />
en ella casi toda su estrategia de<br />
supervivencia desahogada. También es la<br />
lógica que reclama sin rubor el director general<br />
de Energía de la Comisión Europea,<br />
el español Pablo Benavides, próximo al PP,<br />
capaz de defender los arreglos entre compadres<br />
como sucedáneo de la negociación<br />
democrática: “Hubiéramos preferido que<br />
el asunto se arreglara en la discreción y el<br />
silencio de los despachos. Nadie había pedido<br />
este strip-tease sobre los costes de<br />
transición”. El despectivo lenguaje de Benavides<br />
explica mejor cualquier análisis la<br />
consideración que le merecen los consumidores.<br />
La Ley 54/1997, que venía a sustituir<br />
a la LOSEN, tiene ventajas evidentes sobre<br />
aquélla, centradas sobre todo en la<br />
definición del mercado eléctrico y la fijación<br />
de un calendario para la formación<br />
de este mercado. Tales ventajas procedían<br />
sobre todo de la aplicación a la ley de las<br />
exigencias de la directiva eléctrica europea.<br />
La ley del PP situaba la liberalización<br />
total en el presente, pero renunciaba<br />
totalmente a una comercialización eléctrica<br />
liberalizada. Sin embargo sufre de<br />
dos graves dolencias. La primera de ellas<br />
es que el ritmo de creación del mercado<br />
liberalizado resulta muy lento, como denunció<br />
inicialmente la comisión eléctrica<br />
y reconoció posteriormente la Secretaría<br />
de Estado de Energía; el número de grandes<br />
consumidores facultados para elegir<br />
suministrador eléctrico era bajo y su cadencia<br />
de ampliación a lo largo del tiempo<br />
parecía demasiado tranquila. El conflicto<br />
principal se ha suscitado en torno a<br />
la cuantía de los CTC pactados al eléctri-<br />
co modo (es decir, en “la discreción y silencio<br />
de los despachos”) por Piqué y las<br />
empresas eléctricas. En contra de la creencia<br />
extendida hoy, este conflicto no estalló<br />
solamente entre el Gobierno (con<br />
las eléctricas) y la comisión eléctrica, sino<br />
que provocó una tensión política severa<br />
entre el ministerio de Economía y el de<br />
Industria. Las empresas eléctricas, dejándose<br />
llevar de su atávica tendencia a la rapacidad,<br />
fueron acumulando activos y<br />
más activos susceptibles de ser subvencionados<br />
por no cumplir supuestamente las<br />
condiciones de producción competitiva<br />
marcadas en el plan de liberalización. En<br />
sus reclamaciones, las empresas parecían<br />
apoyadas por la proyección en el tiempo<br />
del MLE, que según sus cálculos les hubiera<br />
aportado en torno a 4,5 billones de<br />
pesetas en 10 años para la recuperación<br />
de las inversiones y garantía de beneficio.<br />
Cuando las empresas eléctricas, con la<br />
mansa aceptación de Industria, habían<br />
puesto sobre la mesa peticiones para percibir<br />
más de 2,5 billones de pesetas en<br />
concepto de CTC, el ministro de Economía,<br />
Rodrigo Rato, alarmado por las probables<br />
consecuencias políticas y las seguras<br />
inflacionistas, se plantó: no habría<br />
compensaciones CTC superiores a los<br />
dos billones de pesetas. Para disimular la<br />
imposición de Economía, Industria y las<br />
empresas fingieron que era conveniente<br />
aplicar un supuesto coeficiente de reducción<br />
de los CTC en concepto de mejora<br />
de eficiencia. Este coeficiente, cifrado<br />
misteriosamente en el 32%, situaba los<br />
CTC en los 1,98 billones, que es la cantidad<br />
que finalmente recoge la Ley<br />
54/1997.<br />
La CNSE discutió acaloradamente la<br />
cifra definitiva de compensaciones. No<br />
tanto porque la cifra de casi dos billones<br />
resultara excesiva –que resultaba, ¡y cómo!–,<br />
sino porque consideraba que era<br />
muy difícil calcular a priori la cantidad<br />
exacta que debían percibir las empresas.<br />
Tan difícil que, con los mismos parámetros<br />
básicos que las compañías y el Gobierno,<br />
la Comisión estimaba inicialmente<br />
que los activos dañados sujetos a compensación<br />
estaban valorados en un máximo<br />
de 1 billón y un mínimo de 450.000 millones.<br />
La diferencia con los cálculos de los<br />
discretos negociadores era abismal. Con el<br />
agravante de que, en el transcurso del<br />
tiempo, conforme se iban precisando datos<br />
correspondientes al mercado, la comisión<br />
ha ido reduciendo progresivamente<br />
sus estimaciones, hasta el punto de que<br />
con los cálculos de finales de 1998 las empresas<br />
probablemente no tendrían derecho<br />
económico ni legal a CTC. Aunque ningún<br />
representante de la comisión lo mencionó<br />
entonces –principios de 1997–, el<br />
análisis de esa diferencia sólo se entendería<br />
si, con el indisimulado apoyo del Gobierno,<br />
el volumen billonario de los CTC no<br />
solamente permitía a las eléctricas compensar<br />
la amortización de activos –como<br />
en una reconversión industrial cualquiera–<br />
sino que, además, se garantizaba que esos<br />
activos poco competitivos obtenían los<br />
mismos beneficios que con el sistema del<br />
MLE, como si realmente fueran competitivos.<br />
Los usuarios de electricidad pagan<br />
de su bolsillo los dividendos de los consejeros<br />
de las eléctricas.<br />
Los Costes de Transición<br />
a la Competencia<br />
Es imprescindible explicar de la manera<br />
más exacta y clara posible qué son los famosos<br />
CTC, un concepto que los lectores<br />
españoles conocen nominalmente pero<br />
cuya naturaleza permanece en tinieblas,<br />
en parte por el manoseo político que han<br />
sufrido en boca de gobernantes y polemistas.<br />
Los CTC, en teoría, son la compensación<br />
pública necesaria, en este caso<br />
pagada a través de un recargo en el recibo<br />
de la luz que abonan los consumidores,<br />
para que una central eléctrica, cuyo coste<br />
medio de producción de un kilovatio hora<br />
es superior a seis pesetas, pueda sobrevivir<br />
vendiendo electricidad a ese precio<br />
de seis pesetas por kilovatio. Como las<br />
empresas eléctricas tenían un compromiso<br />
regulatorio según el cual recuperaban las<br />
inversiones de sus activos a un precio entre<br />
9 y 11 pesetas por kilovatio, cuando la<br />
liberalización exige que produzcan al precio<br />
de seis pesetas su periodo de amortización<br />
varía: es superior. Y como debido a<br />
esa liberalización los activos –entiéndase<br />
nucleares, carbón, fuel, eléctricas– no<br />
pueden producir electricidad competitiva,<br />
deben darlos de baja como activos de producción,<br />
en algunos casos antes de la<br />
amortización. Esta pérdida es la que supuestamente<br />
se compensa con los CTC.<br />
De forma que la liberalización pactada<br />
con éstos, que es el modelo Piqué, plantea<br />
una paradoja curiosa e irresoluble. Por<br />
una parte, se comunica al consumidor de<br />
electricidad que pagará el kilovatio más<br />
barato, a un precio de referencia [para el<br />
sistema de producción] de unas 6 pesetas,<br />
frente a las, aproximadamente, 11 pesetas<br />
que pagaba anteriormente; pero cuando<br />
el consumidor se dispone a beneficiarse<br />
de esa diferencia, se encuentra con que<br />
debe entregarla a las compañías eléctricas<br />
para que, teóricamente, recuperen sus in-<br />
32 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
versiones, compensen la mala calidad de<br />
sus activos y, probablemente (esto no figura<br />
en la formulación teórica de los<br />
CTC), garanticen sus beneficios durante<br />
los próximos 10 años.<br />
En la memoria de la Ley 54/1997 se<br />
admiten dos fórmulas para calcular los famosos<br />
CTC; tales procedimientos ilustrarán<br />
sin duda todavía más la naturaleza de<br />
tan particulares subvenciones. En una primera<br />
aproximación, los CTC serían la<br />
proyección de ingresos reconocidos en el<br />
MLE hasta el año 2013 menos el valor<br />
actual de los ingresos que se proyectan<br />
mediante la actual regulación, hasta el<br />
mismo año. En otras palabras, la diferencia<br />
entre lo que percibirían con el sistema<br />
del marco legal y lo que percibirán con el<br />
sistema liberalizado, calculado este último<br />
concepto por el producto de la demanda<br />
eléctrica prevista en los próximos 15 años<br />
por el precio por kilovatio. El segundo<br />
método de aproximación sería calcular la<br />
diferencia entre el valor contable de los<br />
activos y el valor de reposición del parque<br />
de generación para que pueda producir<br />
electricidad a seis pesetas por kilovatio.<br />
Miguel Ángel Fernández Ordóñez y<br />
la CNSE acabaron por aceptar el contenido<br />
de la ley eléctrica, que incluía los 1,9<br />
billones de CTC, por una razón de peso.<br />
La Ley 54/1997 consideraba que la cantidad<br />
de 1,9 billones era un límite máximo,<br />
circunstancia que convertía tal cantidad<br />
en un tope infranqueable pero que no excluía<br />
la elevada probabilidad de que el<br />
pago final se aproximase a los 400.000<br />
millones –incluso menos– que había calculado<br />
la propia comisión. De forma que<br />
era políticamente irrelevante cuál era el<br />
máximo fijado, porque lo importante era<br />
–y es– la cantidad que finalmente se ajustara<br />
en la liquidación de las cuentas. De<br />
ahí que la comisión aceptara la ley e, incluso,<br />
considerara que el texto legal era el<br />
adecuado para desarrollar la liberalización<br />
del mercado eléctrico; porque aunque el<br />
ritmo de liberalización fuera lento, era<br />
una mejora considerable sobre la situación<br />
anterior.<br />
La titulización<br />
Empieza el conflicto real y no resuelto.<br />
Las eléctricas no podían esperar a que los<br />
CTC fueran calculados año a año y en<br />
función de la amortización real de las inversiones<br />
y su rentabilidad auténtica.<br />
Porque, en ese caso, la aplicación de los<br />
cálculos hubiera descubierto varias cuestiones<br />
desagradables para las empresas.<br />
Por ejemplo, que cuando se inicia el camino<br />
de las compensaciones de este tipo,<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
puede suceder que el cálculo final arroje<br />
que no hay CTC, sino Beneficios de<br />
Transición a la Competencia (BTC) –es<br />
decir, que las empresas tendrían que pagar,<br />
en lugar de percibir los 1,9 billones–;<br />
o que las centrales hidráulicas ya han sido<br />
amortizadas repetidas veces, por lo que<br />
incurrirían en los BTC; o que, como supone<br />
con cierto fundamento la CNSE, la<br />
capacidad de generación de beneficios de<br />
los activos, tan alegremente depreciados<br />
por las eléctricas, fuera tan elevada que los<br />
CTC fueran negativos y las empresas tuvieran<br />
que devolver dinero a los ciudadanos.<br />
Estas hipótesis no son especulaciones<br />
gratuitas; es muy probable que el cálculo<br />
real de los CTC de 1998 y 1999 arroje<br />
un saldo negativo.<br />
Para evitar estas desviaciones o, en todo<br />
caso, para asegurar el dinero que quizá,<br />
sólo quizá, iban a percibir en los años<br />
próximos, las eléctricas impusieron la fórmula<br />
financiera de la titulización al mansurrón<br />
Ministerio de Industria, cuyas decisiones<br />
se ajustan siempre al perfil de un<br />
agente político al servicio de las empresas.<br />
La titulización es un procedimiento financiero,<br />
aplicado ya en el caso de la deuda<br />
reconocida por el Estado en el caso de la<br />
moratoria nuclear, que permite obtener<br />
inmediatamente la cantidad acumulada<br />
que se iba a percibir por un derecho futuro.<br />
El agente financiador paga la cantidad<br />
calculada –en este caso, 1,3 billones– a<br />
cambio del derecho a percibir anualmente<br />
los CTC establecidos. Para transformar<br />
dinero futuro en liquidez presente, el<br />
agente financiero emite títulos, valores o<br />
bonos que, suscritos por los inversores,<br />
aportan la cantidad solicitada. El agente<br />
que paga el dinero –los 1,3 billones mencionados–<br />
adquiere el derecho a cobrar<br />
todos los años, durante 15 (éste es el plazo<br />
pactado en la enmienda de titulización),<br />
el 4,5% de la tarifa eléctrica. El<br />
procedimiento político para colar esta insólita<br />
exacción cierta de los derechos de los<br />
consumidores en nombre de una estimación<br />
incierta fue introducir una enmienda<br />
en la Ley de Acompañamiento de los Presupuestos<br />
Generales del Estado de 1999.<br />
El método político es tan innoble como<br />
la titulización en sí misma, porque soslaya<br />
el debate público adecuado sobre la decisión<br />
de titulizar, ya que las enmiendas a la<br />
ley de acompañamiento tienen el privilegio<br />
de tramitarse por un sistema similar al<br />
de la ley de presupuestos, es decir, casi de<br />
urgencia. Para la indisimulable villanía de<br />
titulizar (es decir, de fijar, cristalizar, convertir<br />
en inamovible) una deuda difusa y<br />
confusa, el PP contó con la ayuda política<br />
JESÚS MOTA<br />
de los nacionalistas catalanes de CiU,<br />
siempre proclives a explorar cuanto de<br />
negocio roza con la política.<br />
¿Por qué la titulización es un atropello<br />
a los consumidores? Pues porque eleva<br />
y convierte en fija una deuda hipotética.<br />
La comisión eléctrica estimó inicialmente<br />
unos CTC mínimos de 400.000 millones;<br />
pero los cálculos posteriores, una vez<br />
conocidos datos reales de costes de financiación,<br />
aumento de la demanda eléctrica<br />
y capacidad de generación, indican cantidades<br />
menores. La maniobra de la titulización<br />
coloca la cantidad mínima que<br />
percibirán las empresas en 1,3 billones,<br />
una cantidad tres veces superior a la que,<br />
como mucho, deberían percibir, según la<br />
comisión; pero se ha realizado con la suficiente<br />
habilidad para que suministre argumentos<br />
a quienes defienden la operación.<br />
Por ejemplo, se dice que queda un<br />
margen de 300.000 millones (los otros<br />
300.000, hasta 1,9 billones, serían para<br />
remunerar el sector del carbón) para ajustar<br />
el coste real al ficticio o calculado. No<br />
hay que apresurarse a alabar la generosidad<br />
de las eléctricas; si existe una diferencia<br />
entre los CTC reales y los calculados<br />
por el grupo Gobierno-empresas, no será<br />
de tan sólo 300.000 millones. Una vez<br />
cobrados, la posibilidad de que se reembolse<br />
la diferencia que haya entre los 1,3<br />
billones y los CTC reales será una pura<br />
entelequia.<br />
Desde el momento en que la CNSE<br />
hace públicas las contradicciones y abusos<br />
del acuerdo en la sombra y la titulización,<br />
tanto el Gobierno como los representantes<br />
de las empresas han desplegado un<br />
amplio mosaico de justificaciones que son<br />
tan reveladoras como el protocolo en sí.<br />
Su enunciación y refutación –al menos en<br />
primera instancia– es un ejercicio que<br />
merece la pena realizar; porque, al tiempo<br />
que desvela la verdadera naturaleza del<br />
negocio eléctrico, es un desfile colorista<br />
de los ropajes de racionalidad con los que<br />
se pretende vestirlo.<br />
Táctica de diversión:<br />
“Tenemos derecho”<br />
El argumento más repetido por el Gobierno<br />
y las empresas para contrarrestar<br />
las acusaciones de fraude al consumidor<br />
es que las compañías tienen derecho a los<br />
CTC como contraprestación a la modificación<br />
de un compromiso regulatorio tácito.<br />
La teoría del compromiso regulatorio y<br />
la obligación de compensar cualquier<br />
modificación que decida el regulador si<br />
perjudica al regulado es una habilidosa<br />
33
EL PARAÍSO ELÉCTRICO<br />
construcción teórica, fabricada por economistas<br />
prestigiosos como Paul L. Joskow<br />
o Richard Schmalensee (en estudios<br />
pagados por las empresas, por supuesto),<br />
que pretende establecer modelos de retribución<br />
en los que el inversor recupere los<br />
costes invertidos. Es el caso español. El<br />
compromiso regulatorio es un modelo de<br />
retribución evidentemente opuesto a las<br />
reglas de mercado y, por tanto, tan discutible<br />
o admisible como uno quiera. Es<br />
verdad que las condiciones de retribución<br />
de una compañía eléctrica no se pueden o<br />
no se deben variar de la noche a la mañana;<br />
pero también es cierto que la misma<br />
vulnerabilidad puede detectarse en empresas<br />
de telecomunicaciones o de fabricación<br />
de zapatos si perciben ayudas públicas.<br />
De hecho, uno de los problemas<br />
que plantea el concepto de CTC, inherente<br />
al modelo de compromiso regulatorio,<br />
es precisamente el peligro de que las<br />
peticiones de compensación se extiendan<br />
por mimetismo a otros sectores. No es casualidad<br />
que los responsables de Telefónica<br />
hayan expresado su opinión de que si<br />
las eléctricas tienen derecho a compensaciones<br />
públicas para mitigar el impacto de<br />
la competencia, la empresa de telefonía<br />
también tiene ese derecho.<br />
José María Amusátegui, presidente de<br />
Unión Fenosa y hoy copresidente del<br />
BSCH, explica así los derechos que asisten<br />
a las empresas:<br />
“El fundamento de los CTC descansa en la<br />
justa necesidad de compensar a las empresas por el<br />
perjuicio económico derivado del cambio en el régimen<br />
regulatorio. Si bien es cierto que, según<br />
nuestras leyes, la Administración pública conserva<br />
la potestad de modificar la regulación de los servicios<br />
que están sometidos a tarifa regulada, igualmente<br />
lo es su obligación de indemnizar a los<br />
agentes afectados por una variación sustancial de<br />
las condiciones económicas en las que prestaban<br />
dichos servicios (…). Éste es precisamente el caso<br />
de la Ley del Sector Eléctrico y, por ello, los CTC<br />
han de concebirse como un derecho adquirido por<br />
las empresas eléctricas y, en ningún caso, como una<br />
ayuda que necesiten para sobrevivir en el entorno<br />
de competencia” 1 .<br />
En teoría, el argumento del derecho<br />
legal de las eléctricas a las compensaciones,<br />
defendido hoy o en noviembre de<br />
1998, resulta aparentemente ocioso por la<br />
sencilla razón de que la Ley 54/1997,<br />
aprobada por el Parlamento, reconocía el<br />
pago de CTC. Resulta fuera de lugar dis-<br />
1 José María Amusátegui de la Cierva: ‘Debate sobre<br />
el mercado energético: Las empresas eléctricas impulsan<br />
la competencia’. Artículo publicado en El País<br />
el 3-12-1998.<br />
cutir el contenido de una ley, salvo que se<br />
proponga otra. Pero la repetición ad nauseam<br />
de tal justificación tiene como objetivo<br />
convertir en axioma un derecho muy<br />
discutible en términos económicos y éticos.<br />
Y, además, la repetición se convierte<br />
en una táctica de diversión para apartar la<br />
atención de los consumidores del auténtico<br />
centro del debate: que no está situado<br />
en si las compañías tienen derecho o no a<br />
CTC, sino en la cuantía de esos costes y<br />
en cómo y cuándo se calculan.<br />
Exculpación o “más perdemos<br />
nosotros”<br />
El argumentario del Gobierno y de las<br />
eléctricas sugiere, siempre con sutileza,<br />
que, una vez establecido el derecho de las<br />
empresas a percibir CTC, la generosidad y<br />
ánimo competitivo de las compañías les<br />
ha impulsado a renunciar a parte de los<br />
miles de millones a los que supuestamente<br />
tenían derecho. “Su importe global [el de<br />
los CTC] se calculó recortando en un<br />
32,5% los ingresos esperados por el sector<br />
de acuerdo con el Marco Legal Estable socialista”,<br />
dice Josep Piqué 2 . “Se contempla<br />
la posibilidad”, asegura Amusátegui en su<br />
artículo citado, “de titulizar una parte de<br />
dichos CTC (en torno a un billón de pesetas),<br />
previa renuncia de las empresas<br />
eléctricas a una cantidad superior a los<br />
250.000 millones de pesetas y manteniendo<br />
un importe por encima de los 300.000<br />
millones de pesetas sujeto al anterior sistema<br />
de diferencias”. Y los consejeros delegados<br />
de las eléctricas aseguraban 3 que<br />
“para llegar a esa cifra de casi dos billones,<br />
el importe de los CTC inicialmente calculado<br />
se redujo en un 32,5% –815.285 millones<br />
de pesetas– en concepto de factor<br />
de eficiencia y ajuste. El efecto de esta reducción<br />
ha sido una transferencia efectiva<br />
de valor de las empresas eléctricas a los<br />
consumidores de electricidad”.<br />
Pero no es así: las empresas sólo tienen<br />
derecho cierto a los ingresos que provengan<br />
del mercado.<br />
El artículo de Amusátegui incorpora<br />
otra afirmación tan resbaladiza como las<br />
anteriores: la idea de que las eléctricas renuncian<br />
a 250.000 millones a cambio de<br />
la titulización. A despecho de que las<br />
eléctricas y el propio Amusátegui lo expli-<br />
2 Artículo de Josep Piqué, ministro de Industria,<br />
titulado ‘La liberalización del sector eléctrico: ante la<br />
evidencia, niega’, El País, 5-10-1998.<br />
3 Rafael Miranda Robredo, Antonio Tuñón Álvarez,<br />
Javier Herrero Sorriqueta y Victoriano Reinoso y<br />
Reino: ‘Titulización: precisiones para serenar el debate’,<br />
El País, 22-12-1998.<br />
quen cuando tengan a bien, las cuentas<br />
públicas no detectan rebaja alguna en los<br />
dineros que cobrarán las empresas. Supuesto<br />
que la cantidad total de CTC sea<br />
1,9 billones, y que, de esa cantidad, unos<br />
250.000 millones se destinen al carbón,<br />
quedaría como resto 1,73 billones. Si se<br />
titulizan 1,3 billones y otros 300.000 millones<br />
quedan pendientes de cobro mediante<br />
el procedimiento de cobro anual,<br />
sumarían 1,6 billones. ¿Dónde están los<br />
250.000 millones a los que generosamente<br />
se renuncia? Ni siquiera la diferencia de<br />
130.000 millones (1,73 billones menos<br />
1,6 billones) es un ahorro para los consumidores,<br />
puesto que las eléctricas ya han<br />
cobrado 160.000 millones en 1998, en<br />
concepto de CTC anual.<br />
La elegante “transferencia efectiva de<br />
valor de las empresas eléctricas a los consumidores”<br />
que exhiben los consejeros delegados<br />
es tan falsa como sorprendente.<br />
Tal parece que son las empresas quienes<br />
han generado ese valor (de nuevo el subterfugio<br />
de considerar como propio un<br />
dinero cuya cantidad se desconoce y, en el<br />
peor de los casos [para las eléctricas] no<br />
existirá) y que, en un alarde de desprendimiento,<br />
lo trasladan a los ciudadanos que<br />
pagan el recibo de la luz. Pues bien, es<br />
exactamente al revés: el dinero es de los<br />
consumidores, que, gracias a una política<br />
eléctrica complaciente con las compañías,<br />
se ven obligados a transferir sin motivo<br />
explicado parte de sus rentas a las empresas<br />
para garantizar los beneficios de éstas<br />
con independencia de su grado de competencia<br />
en el mercado.<br />
Interludio político: Aznar<br />
La refriega sobre los billonarios CTC hace<br />
que el Gobierno en pleno se sienta<br />
concernido. El ministro Rato hace alguna<br />
aparición pública, pero la más notable<br />
es la del presidente José María Aznar en<br />
el Congreso (16-12-1998). Interrogado<br />
sobre el supuesto “regalo” que el Gobierno<br />
iba a autorizar a las compañías eléctricas,<br />
el presidente contestó: “Este Gobierno<br />
no hace regalos a nadie”. A continuación,<br />
no pudo evitar una nueva demostración<br />
su política favorita: “El PSOE más”.<br />
Abordó una explicación alambicada, según<br />
la cual “en régimen anterior [es decir,<br />
el Marco Legal Estable], las compañías<br />
tenían unos ingresos garantizados de<br />
tres billones de pesetas” 4 . La conclusión<br />
que Aznar ofrece a los parlamentarios es<br />
4 Comparecencia de José María Aznar en el Congreso<br />
(16-12-1998).<br />
34 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
que, siendo los CTC de una cuantía menor,<br />
estaban justificados. El argumento<br />
de Aznar no era nuevo. De hecho, procedía<br />
de un informe elaborado por las<br />
compañías eléctricas para justificar<br />
las compensaciones (o indemnizaciones,<br />
como indicaba Amusátegui) y anular, por<br />
referencia a una cantidad más alta, el<br />
efecto negativo que entre la opinión pública<br />
debía tener la propuesta de pagar<br />
1,9 billones de pesetas.<br />
Aznar utilizaba sin escrúpulos los<br />
argumentos de las empresas. Cuando parecía<br />
lógico utilizar las razones de la comisión<br />
eléctrica, un organismo de la Administración<br />
al fin y al cabo, el presidente<br />
del Gobierno, como el ministro de Industria<br />
antes, defendía los intereses de las<br />
compañías. La explicación exculpatoria<br />
de los tres billones pasó a ser utilizada públicamente<br />
de nuevo por los partidarios<br />
de la titulización. Pero el presidente, poco<br />
aficionado a las sutilezas y más proclive a<br />
ir al bulto, cambió ligeramente el sentido<br />
del informe de las eléctricas. Aseguraban<br />
éstas que, extrapolando los ingresos de las<br />
empresas durante los próximos 20 años,<br />
las eléctricas obtendrían tres billones más<br />
que los 1,9 billones acordados en el pro-<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
tocolo. Aznar estaba más interesado por el<br />
impacto político que por la precisión. El<br />
caso es que, a partir de ese momento, la<br />
justificación de los tres billones ha sido<br />
utilizada con profusión por los defensores<br />
de los CTC y de la titulización en el sentido<br />
más próximo a lo que ha sido la política<br />
habitual del PP, resumida en la invectiva<br />
“más eres tú”.<br />
La explicación de los tres billones es,<br />
como casi todas las que suele utilizar el<br />
PP, meramente instrumental. Si lo que<br />
quiso decir José María Aznar es que el<br />
último Gobierno de Felipe González literalmente<br />
estaba dispuesto a pagar tres billones<br />
a las eléctricas, y gracias a la intervención<br />
de Piqué se evitó tal desembolso,<br />
la conclusión sería falsa. Porque precisamente<br />
para no pagar ese dinero es por lo<br />
que el Gobierno socialista puso en marcha<br />
la Ley de Ordenación del Sistema<br />
Eléctrico Nacional, introduciendo paulatinamente<br />
la liberalización en el mercado<br />
eléctrico e integrando los precios de mercado<br />
en el sistema de retribución. Si la<br />
alocución del presidente Aznar pretendía<br />
simplemente fijar un punto de referencia<br />
en los tres billones, incurre en la distorsión<br />
de considerar un sistema pensado<br />
JESÚS MOTA<br />
para un momento excepcional (amenaza<br />
de quiebra en varias empresas) como un<br />
compromiso regulatorio permanente.<br />
En el meollo de la cuestión<br />
Los consejeros delegados de las eléctricas<br />
afrontaron abiertamente en su artículo la<br />
cuestión principal del debate, es decir, la<br />
inconveniencia de la titulización. Para la<br />
comisión eléctrica, la titulización de 1,3<br />
billones eleva el mínimo asegurado a las<br />
empresas desde cero (que es lo que debe<br />
ser, puesto que sólo la praxis económico-financiera<br />
de cada ejercicio determinará<br />
cuánto deben percibir… o pagar)<br />
hasta 1,3 billones. Es decir, la titulización<br />
asegura 1,3 billones de pesetas a<br />
Endesa, Iberdrola, Unión Fenosa, etcétera,<br />
con independencia de que tengan<br />
o no derecho a esa cantidad. Porque, entiende<br />
la comisión, solamente la cuenta<br />
de resultados anual y el flujo de valor<br />
añadido de las compañías determinará<br />
los CTC reales. Si se cobran por anticipado,<br />
se está cometiendo una estafa,<br />
aunque sea legal, y se está asestando un<br />
golpe muy duro a la racionalidad económica.<br />
Importa poco que unos 300.000<br />
35
EL PARAÍSO ELÉCTRICO<br />
millones queden sujetos a la evolución<br />
de los precios de mercado y de los costes<br />
del sector, porque, como se ha argumentado<br />
antes, lo que está en cuestión es<br />
que la liquidación definitiva otorgue a<br />
las empresas el derecho a percibir más<br />
de 400.000 millones, que es el cálculo<br />
de la CNSE. Las reticencias de la CNSE<br />
iban naturalmente más allá de su bien<br />
trabada argumentación económica y sugerían,<br />
además, que las empresas estaban<br />
haciendo trampas en la definición<br />
de la calidad de sus activos para percibir<br />
los CTC. Si las evaluaciones de los instrumentos<br />
de producción de las compañías<br />
que dieron lugar a los 1,9 billones<br />
de pesetas reconocidos en el protocolo<br />
fueran ciertas, ni una sola de las centrales<br />
eléctricas españolas se salvaría del<br />
cierre. Apreciación difícil de mantener<br />
cuando los resultados del primer año de<br />
vigencia de la ley parecen confirmar<br />
que, más que recibir dinero, las empresas<br />
deberían devolverlo al sistema y a los<br />
consumidores.<br />
Miranda (Endesa), Tuñón (Hidrocantábrico),<br />
Herrero (Iberdrola) y Reinoso<br />
(Unión Fenosa) entraron en el meollo de<br />
la cuestión; es decir, en si era legítimo<br />
apropiarse por anticipado de unos CTC<br />
cuyo cálculo era imposible de precisar.<br />
“Otro argumento en contra de la titulización<br />
se articula sobre la imposibilidad de<br />
calcular a priori el importe justo que las<br />
compañías eléctricas deben recuperar a<br />
través de los CTC”, afirman. Y concluyen:<br />
“Los CTC dependen, sobre todo, en<br />
primer lugar, de las inversiones que acometieron<br />
las empresas bajo un régimen<br />
regulatorio que garantizaba su recuperación<br />
y, en segundo lugar, del precio medio<br />
al que las empresas eléctricas puedan<br />
vender su energía en condiciones de competencia”.<br />
Por tanto, ese cálculo sería<br />
perfectamente posible –suponen los consejeros<br />
delegados– y la titulización una<br />
operación legítima.<br />
Hay varias objeciones que invalidan<br />
tal explicación. La más importante es que<br />
la amortización de “las inversiones<br />
que acometieron las empresas” no depende<br />
solamente de su cuantía inicial, sino de<br />
factores financieros que no están predeterminados.<br />
Por ejemplo, del nivel de tipos<br />
de interés. ¿Cómo puede determinar alguien<br />
qué nivel de ingresos serán necesarios<br />
en el ejercicio 2002 o 2005 para<br />
amortizar las inversiones pendientes? La<br />
respuesta es que no se puede.<br />
Mañana ya se verá: los mecanismos<br />
correctores<br />
Como prueba palpable de lo que se conoce<br />
como mala conciencia, o quizá con el<br />
ánimo de trasladar al futuro el ajuste de<br />
cuentas imposible con el presente, los<br />
partidarios de la titulización –el Gobierno,<br />
sus aliados políticos como CiU y las<br />
empresas– han extendido el argumento<br />
tranquilizador de que, a fin de cuentas, si<br />
las empresas percibieran más de lo debido,<br />
el Gobierno podrá utilizar medidas<br />
correctoras para evitarlo. Ésta es la justificación<br />
pública –más bien autojustificación–<br />
que encontró CiU para votar a<br />
favor de la famosa enmienda de titulización.<br />
Así expone el artículo de los consejeros<br />
delegados tesis tan tranquilizadora: “La<br />
titulización no impedirá en absoluto que<br />
puedan, y deban”, y así está previsto que se<br />
haga si finalmente la titulización se hace<br />
posible, “establecerse mecanismos que eviten<br />
que las empresas eléctricas reciban por<br />
el concepto de CTC ni una sola peseta<br />
más de las que legítimamente se les han reconocido”.<br />
De nuevo estamos ante un<br />
juego de palabras anestesiante. La Ley<br />
54/1997 menciona un máximo de 1,9 billones<br />
pero no reconoce exactamente cantidad<br />
alguna. Ésta es una diferencia decisiva<br />
para entender por qué la titulización<br />
de la deuda por moratoria nuclear no perjudica<br />
a los consumidores y la titulización<br />
de los CTC, sí. Cuando el presidente de<br />
Unión Fenosa adopta un tono didáctico<br />
para recordar que “este mecanismo [titulización]<br />
ya se ha empleado con éxito en el<br />
sector eléctrico español con motivo de la<br />
moratoria nuclear” y se sorprende –retóricamente,<br />
claro, para insinuar que existen<br />
razones políticas– de que la comisión “no<br />
se opusiera entonces a la titulización de la<br />
moratoria nuclear, mientras se desaconseja<br />
ahora la titulización de una parte de los<br />
CTC”, olvida que la deuda por moratoria<br />
nuclear era una cifra unívoca y reconocida<br />
oficialmente, con pesetas y céntimos<br />
cuantificados con toda precisión. Mientras<br />
que en el caso de los CTC, hay que<br />
insistir, estamos ante una estimación, un<br />
abanico reconocido por ley, entre cero pesetas<br />
y 1,9 billones.<br />
Pero volvamos a los mecanismos correctores,<br />
esos que deben evitar que las<br />
empresas eléctricas “reciban una sola peseta<br />
más de las que legítimamente se les han<br />
reconocido”. El problema es que no existen.<br />
Descontados los recargos, uno de los<br />
cuales responde al pago de la moratoria<br />
nuclear y otro al 4,5% de los CTC (que<br />
lógicamente desaparecería, además de las<br />
subvenciones al carbón u otras no relacionadas<br />
con el caso), el resto de los componentes<br />
de la tarifa está regulado por el<br />
mercado. No hay un procedimiento eficaz<br />
para que las compañías devuelvan el<br />
dinero que perciben mediante titulización<br />
en el caso de que se demuestre que han<br />
percibido dinero indebido del usuario. O,<br />
con más exactitud, habría uno: un impuesto<br />
especial. ¿Sería concebible crear un<br />
impuesto de carácter temporal y que respondiera<br />
a esta razón?<br />
La coartada de las tarifas<br />
La justificación por las tarifas es el argumento<br />
más eficaz de los defensores de la<br />
titulización. Es un argumento claro, aparentemente<br />
inatacable, y el usuario al que<br />
le rebajan el 2,5% el recibo de la luz quizá<br />
no se pregunte por qué ni tampoco si<br />
esa rebaja es suficiente. El ministro de Industria<br />
lo expone con ese tonillo de solterona<br />
revanchista que se complace en hurgar<br />
en las miserias ajenas, y que tan bien<br />
cuadra en el clima general del PP:<br />
“Una segunda evidencia es que entre 1983 y<br />
1996 (ambos inclusive) no se produjo ninguna bajada<br />
de la tarifa eléctrica. En 1997 la tarifa bajó un<br />
3% y en 1998 un 3,63%. Es decir, que los sucesivos<br />
Gobiernos socialistas no supieron, no pudieron<br />
o no quisieron bajar la tarifa. Este Gobierno ha tenido<br />
la voluntad de hacerlo, lo ha hecho y lo va a<br />
seguir haciendo, al menos durante los próximos<br />
tres años. Estas bajadas han sido posibles gracias a<br />
la aprobación de la Ley del Sector Eléctrico, que<br />
suprimió el marco legal y estable y, en segundo lugar,<br />
gracias al protocolo que permitió adelantar a<br />
1997 los efectos beneficiosos que el nuevo mercado<br />
de generación eléctrica iba a suponer”.<br />
Aquí, en esta retórica comparativa del<br />
niño prodigio del centrismo, está el haz y<br />
el envés del artefacto económico construido<br />
a medias por el equipo energético de<br />
Piqué y las presiones del lobby eléctrico.<br />
El ministro mezcla hábilmente un hecho<br />
cierto (entre 1983 y 1996 no se rebajaron<br />
las tarifas eléctricas) con mentiras evidentes,<br />
aunque legítimas en un ámbito de la<br />
política que permite apuntarse tantos sin<br />
rubor vengan de donde vengan. Las tarifas<br />
eléctricas bajan –o, por decirlo en términos<br />
más exactos, están en disposición de<br />
bajar– cuando los costes retribuidos descienden.<br />
En 1997 y 1998 las tarifas bajaron<br />
porque el descenso de los tipos de<br />
interés (y el aumento de la demanda eléctrica,<br />
añadiría un economista industrial)<br />
redujo sustancialmente los costes de financiación.<br />
Ya podría haberse empeñado<br />
mucho, muchísimo, poco o regular el<br />
Gobierno del PP “que ha tenido la voluntad<br />
de hacerlo”: que si los tipos de interés<br />
(u otros costes significativos) durante ambos<br />
ejercicios no hubieran descendido de<br />
forma sustancial (sin que, por otra parte,<br />
pesara en esta etapa histórica la amenaza<br />
36 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
de una quiebra en cadena de las empresas)<br />
el recibo de la luz no hubiera bajado.<br />
Y, que se sepa, el descenso de los tipos de<br />
interés no es imputable a la gestión del<br />
Gobierno o de Josep Piqué, porque ya en<br />
1996 el Banco de España comenzó a bajarlos<br />
cuando se cercioró de que el descenso<br />
de la inflación era algo más que una<br />
esperanza. A la vista de la evolución de los<br />
tipos de interés, la retórica de Piqué y de<br />
las eléctricas sobre la reducción de tarifas<br />
resulta ser falsa; porque resulta más arrojada<br />
y severa la decisión del anterior<br />
ministro, Juan Manuel Eguiagaray, de<br />
congelar las tarifas en 1996 con tipos<br />
de interés al 9% que la de Piqué de bajar<br />
las tarifas el 2,5% con tipos al 3%.<br />
Exagera además el ministro cuando<br />
atribuye “estas bajadas” a la Ley del Sector<br />
Eléctrico aprobada por su Gobierno. Nadie<br />
alcanza a advertir por qué suerte de<br />
milagro eso sería posible. Primero, porque<br />
la Ley 54/1997, como su propia identificación<br />
muestra, fue aprobada en 1997 y<br />
no empezó a aplicarse hasta 1998; así que<br />
la reducción de tarifas de 1997 no puede<br />
certificarse entre los méritos de la ley, salvo<br />
que entre los milagros de este Gobierno,<br />
y más concretamente de su presidente<br />
y máximo conductor hacia el paraíso centrista,<br />
pueda incluirse la facultad de que<br />
una ley produzca sustanciosos frutos antes<br />
de aplicarse. Pero es que, por añadidura, y<br />
atendiendo ya el truco principal del ilusionista,<br />
hay que preguntar qué tipo de<br />
rebaja de tarifas es aquella que nominalmente<br />
baja el coste del kilovatio en el<br />
3,3% y el 3,6% con una mano cuando<br />
cobra el 4,5% con otra durante 10 años.<br />
Las compañías eléctricas se llevan por<br />
adelantado más dinero del que dejarán de<br />
percibir por la supuesta reducción de tarifas<br />
cada año.<br />
Todo ello sin mencionar el mensaje insistente<br />
de la Comisión Eléctrica, que recuerda<br />
a los consumidores que, en función<br />
de la rebaja de tipos y de crecimiento de la<br />
demanda, las tarifas eléctricas en 1999 deberían<br />
bajar en realidad el 8%. Como bajarán<br />
en realidad, según lo anunciado oficialmente,<br />
el 2,5% en 1999 y el 1% en el<br />
2000 y 2001, resulta que las empresas todavía<br />
obtienen un beneficio evidente. En<br />
realidad, estas circunstancias confirman la<br />
relación estrecha entre CTC y tarifas. Los<br />
precios de la electricidad no bajan todo lo<br />
que deberían precisamente para hacer un<br />
hueco a los costes de transición.<br />
El argumento final<br />
La relación CTC-tarifas forma parte también<br />
del último razonamiento de los par-<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
tidarios de la titulización que tiene cierta<br />
trascendencia. “Ese 4,5% [porcentaje de<br />
la tarifa destinado a CTC] corresponde a<br />
un componente que ya existe en mayor<br />
proporción en las tarifas eléctricas actuales,<br />
por lo que no se trata de ningún recargo<br />
adicional”, explica el artículo de los<br />
consejeros delegados. Efectivamente, no<br />
es un recargo adicional, pero el hecho relevante<br />
es que si no se pagara, la tarifa<br />
descendería justamente en el 4,5%.<br />
Aquí puede acabar la refutación, digamos<br />
que socrática, del catálogo de argumentos<br />
desplegado por el Gobierno y los<br />
partidarios de la titulización. Pero, como<br />
todas las historias con morbo, el apresamiento<br />
de los 1,3 billones de pesetas –al fin<br />
y al cabo, eso es exactamente la titulización–<br />
tiene una versión europea, una derivada<br />
política y la revelación de una nueva<br />
canonjía o extracción injustificada de los<br />
dineros de los consumidores, la llamada<br />
Garantía de Potencia (GP). Sepa el lector<br />
que quiera conocer la versión europea que<br />
la elaboración de la enmienda de titulización<br />
y el reconocimiento de ayudas públicas<br />
a las empresas eléctricas en concepto<br />
de CTC por importe de 1,3 billones son<br />
decisiones que se toman a espaldas y en<br />
contra de la normativa establecida en la<br />
directiva del Mercado Único Eléctrico, ya<br />
mencionada, que es la regulación superior<br />
en materia de mercado eléctrico. El Gobierno<br />
podía haber comprobado fácilmente<br />
que el artículo 24 de la directiva<br />
impone taxativamente que si alguno de<br />
los Estados miembros [en este caso, España]<br />
tuviera dificultades para introducir la<br />
competencia en su mercado [por tener<br />
instalaciones o plantas obsoletas, por<br />
ejemplo, caso de España] puede solicitar a<br />
la Comisión Europea la apertura de un<br />
régimen transitorio a la competencia [para<br />
tales instalaciones o plantas]. Es decir,<br />
la directiva reconoce un régimen de exención<br />
a la competencia, pero no de ayudas<br />
en dinero. Así que quienes aprobaron la<br />
enmienda (el Gobierno y CiU) ignoraron<br />
–¿deliberadamente?– la norma comunitaria.<br />
Con un agravante. La comisión entiende<br />
que si en un régimen de transición<br />
a la competencia se conceden compensaciones<br />
monetarias, éstas son ayudas públicas<br />
para el régimen jurídico comunitario;<br />
y lo que principalmente se les exige, entonces,<br />
es que no perjudiquen a la competencia.<br />
De ahí que Bruselas haya anunciado<br />
que debe analizar y aprobar los<br />
CTC; de ahí que los expertos aseguren<br />
que el Gobierno se ha equivocado lamentablemente<br />
al plantear la transición a la<br />
competencia en términos monetarios; y<br />
JESÚS MOTA<br />
de ahí que, si bien en términos nacionales<br />
puede reconocerse que las compañías tienen<br />
derecho a los CTC, como repiten, en<br />
términos europeos ese derecho no exista.<br />
La consecuencia política es que el forcejeo<br />
entre las empresas y su aliado, el<br />
Gobierno, con la comisión eléctrica se ha<br />
cobrado un primer eliminado, arrojado a<br />
empujones del terreno de juego: Miguel<br />
Ángel Fernández Ordóñez, presidente de<br />
la comisión, ha anunciado que dimitirá<br />
con un año de antelación, con fecha 9 de<br />
abril de 1999. El Ministerio de Industria<br />
ha empujado poco a poco a Fernández<br />
Ordóñez contra las cuerdas y le ha hecho<br />
pagar sus posiciones públicas en contra de<br />
la titulización. La técnica utilizada para el<br />
arrinconamiento del presidente díscolo ha<br />
sido la creación de una atmósfera irrespirable<br />
en las relaciones entre la comisión y<br />
el ministerio, incluyendo la presión sobre<br />
el PSOE para que evitara la candidatura<br />
de Fernández Ordóñez como vocal en la<br />
nueva comisión de la energía que establece<br />
la Ley de Hidrocarburos. Entre las villanías<br />
ocultas utilizadas por el ministerio<br />
de Piqué se pueden mencionar la paralización<br />
de las negociaciones con el partido<br />
socialista para elegir a los vocales que formarán<br />
parte del Consejo de la Comisión<br />
Nacional de Energía mientras uno de los<br />
candidatos socialistas era el todavía presidente<br />
de la comisión eléctrica; la elaboración<br />
administrativa de un borrador de régimen<br />
interno aplicable a la comisión,<br />
que obliga a que las relaciones de ésta con<br />
la prensa pasen “por el gabinete del Ministerio<br />
de Industria”; o el informe jurídico<br />
que remitió el ministerio a la comisión<br />
para impedir que encargara un estudio a<br />
una consultora inglesa sobre la competencia<br />
eléctrica en España y realizara una<br />
evaluación aproximada de los CTC con<br />
carácter independiente. Hay más de estas<br />
vilezas administrativas de torsión, pero<br />
esas tres son un buen ejemplo de un estrechamiento<br />
del cerco político. La sustitución<br />
de Nemesio Fernández Cuesta en<br />
la Secretaría de Estado de Industria, un<br />
técnico de carácter abierto [hasta cierto<br />
punto] a las tesis de la comisión, por el<br />
abogado del Estado, José Manuel Serra,<br />
también ha influido poderosamente en la<br />
decisión del primer presidente de la comisión<br />
eléctrica.<br />
En el fondo y en la forma, al Gobierno<br />
del PP, se trate de ministros fraguistas,<br />
centristas descafeinados o semiliberales, le<br />
ofenden y le molestan las instituciones independientes<br />
y los controles externos. No<br />
cree en los equilibrios de poder, en el<br />
control del Ejecutivo ni en la rendición<br />
37
EL PARAÍSO ELÉCTRICO<br />
de cuentas ante los ciudadanos. Desde<br />
que en mayo de 1996 se formó el primer<br />
Gobierno de Aznar, una de las tareas persistentes<br />
de los responsables de Industria<br />
ha sido desmontar el poder y la independencia<br />
de la Comisión Eléctrica, diseñada<br />
inicialmente por el Gobierno anterior como<br />
un órgano regulador independiente,<br />
con autonomía financiera y con capacidad<br />
para decir la última palabra sobre aspectos<br />
cruciales para el sector eléctrico,<br />
como, por ejemplo, en tarifas. Piqué y su<br />
equipo convirtieron primero al regulador<br />
independiente que era la comisión en un<br />
órgano consultivo; limaron después las<br />
aristas posibles de sus análisis reservando<br />
para el ministro y el secretario de Estado<br />
la facultad de acudir a sus reuniones<br />
directivas; recortaron después su presupuesto,<br />
como toque de atención a las posiciones<br />
críticas de la institución en el<br />
caso de los CTC; se inventaron una Comisión<br />
Nacional de la Energía para neutralizar<br />
a la Eléctrica; y por fin, recurrieron<br />
a la guerra administrativa sucia de baja<br />
intensidad que se ha relatado. Pocos episodios<br />
políticos de los últimos dos años y<br />
medio definen mejor el carácter regresivo<br />
y jaquetón del Gobierno del PP que esta<br />
paciencia mezquina con que fue degradando<br />
las funciones de una institución independiente<br />
con el ánimo de convertirla<br />
en una filial domesticada del ministerio.<br />
El mercado eléctrico, tal como ha sido<br />
diseñado por la ley del PP, no solamente<br />
no introduce mayor competencia<br />
sino que de forma subrepticia concede a<br />
las empresas casi 200.000 millones anuales<br />
más, además de los CTC, a través del<br />
mecanismo conocido como GP. Este sistema<br />
permite que las compañías eléctricas<br />
reciban 1,30 pesetas por cada kilovatio<br />
hora como retribución extraordinaria para<br />
compensar la disponibilidad instantánea<br />
de producción eléctrica en las horas<br />
punta. Como la electricidad para uso doméstico<br />
e industrial no puede almacenarse,<br />
el cálculo de la potencia necesaria para<br />
abastecer de electricidad a toda la población<br />
debe hacerse sobre el máximo de demanda<br />
posible, con el fin de que no haya<br />
cortes en el suministro. Se supone que el<br />
concepto de potencia retribuye la disponibilidad<br />
de potencia eléctrica instalada<br />
que puede suministrarse en periodos de<br />
consumo punta.<br />
Pero en España esta retribución es<br />
simplemente un disparate por la sencilla<br />
razón de que existe un exceso de potencia<br />
instalada del orden del 20% o 25% respecto<br />
al máximo de demanda posible. No<br />
existe riesgo potencial de interrumpibili-<br />
dad, por emplear la terminología eléctrica.<br />
Lo cual demuestra de pasada el atropello<br />
histórico que supuso para el bolsillo<br />
de los españoles los planes energéticos de<br />
1979, con faraónicas centrales nucleares y<br />
un exceso de producción irracional, hasta<br />
el punto de que 20 años después de la<br />
puesta en marcha de tales planes todavía<br />
se da un exceso de oferta. De vuelta al<br />
análisis de la GP, hay que concluir que,<br />
puesto que no existe riesgo de interrupción<br />
del suministro por falta de producción, las<br />
1,30 pesetas que paga de más el consumidor<br />
por kilovatio hora, y que suponen algo<br />
más de 195.000 millones que se reparten<br />
las empresas eléctricas cada año, son una<br />
exacción abusiva a favor de las empresas o<br />
socaliña consentida por el Gobierno mucho<br />
más grave que los propios CTC. Si en<br />
concepto de Costes de Transición las eléctricas<br />
se apropian de 86.000 millones todos<br />
los años, según los plazos de liberalización<br />
y pago pactados en la ley, a través de<br />
un concepto tan ridículo como el de GP,<br />
que en los pocos países donde se aplica<br />
apenas llega al equivalente a 0,3 pesetas<br />
por kilovatio hora, las empresas se llevan<br />
más del doble. Mientras el debate se centra<br />
en unos CTC explícitos, las empresas se<br />
embolsan unos cuantiosos “CTC emboscados”<br />
pero mucho más onerosos para los<br />
ciudadanos y más injustificados si cabe.<br />
Tanto la titulización de los CTC como<br />
la Garantía de Potencia constituyen<br />
una falsificación del mercado eléctrico,<br />
un abordaje ilegítimo de las rentas de los<br />
consumidores y la certificación casi notarial<br />
de la incompetencia del Gobierno del<br />
PP para defender los derechos económicos<br />
de los consumidores, sea por incapacidad<br />
técnica o, lo que es más probable, por<br />
colusión con los intereses de las empresas<br />
eléctricas. La alianza del Gobierno y las<br />
empresas ha invertido dramáticamente la<br />
lógica social y económica mediante triquiñuelas<br />
políticas y argucias de salón;<br />
porque son Endesa, Iberdrola, Unión Fenosa,<br />
Fecsa, Hidrocantábrico y demás<br />
quienes tienen contraída una deuda colosal<br />
con la sociedad española y no al revés.<br />
Los ciudadanos financiaron y financian<br />
los caprichosos planes energéticos de las<br />
empresas de finales de la década de los<br />
setenta que han degenerado en el exceso<br />
actual de potencia instalada; también pagaron<br />
de su bolsillo la salvación de las<br />
empresas (y sus dividendos), en quiebra<br />
teórica casi todas, a mediados de los<br />
ochenta; y ahora se disponen a pagar con<br />
creces, gracias a los artificios legales preparados<br />
por el Gobierno de Aznar, una<br />
quimérica transición a la competencia.<br />
Que no será tal, porque Endesa e Iberdrola<br />
tienen el control absoluto del mercado.<br />
El mercado eléctrico no tendrá más competencia,<br />
a pesar de la escandalosa inyección<br />
de dinero que van a percibir; por el<br />
contrario, parte de ese dinero se invertirá<br />
probablemente en consolidar las situaciones<br />
actuales de dominio de mercado (como<br />
demuestra la compra de una participación<br />
de Repsol por parte de Endesa) o<br />
en aventuras de diversificación empresarial<br />
(entrada en el negocio de comunicación<br />
o telecomunicación), que son contrarias<br />
a las reglas de transparencia de la<br />
economía de mercado. n<br />
Jesús Mota es periodista.<br />
38 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
SIETE ARGUMENTOS (SIN UNA TEORÍA)<br />
PARA SALIR DEL SUBDESARROLLO<br />
Las consideraciones que siguen nacen<br />
de una sencilla constatación: en el curso<br />
de las últimas tres décadas la distancia<br />
entre ricos y pobres se ha incrementado<br />
a escala planetaria. En 1965, los países<br />
de ingresos altos (según la clasificación del<br />
Banco Mundial) producían 5,1 veces más<br />
que los países de ingresos bajos y medio<br />
bajos. Treinta años después el coeficiente se<br />
ha incrementado a 6,7 veces. La brecha aumenta<br />
y amenaza convertirse en una separación<br />
incolmable –tal vez por décadas y<br />
quizá por siglos–. En la actualidad, 900<br />
millones de personas producen casi siete<br />
veces más que 4.300 millones que habitan<br />
la extendida geografía del subdesarrollo.<br />
Las antiguas seguridades acerca del éxito<br />
de estrategias de desarrollo basadas en<br />
una industrialización protegida han entrado<br />
en crisis hace tiempo, y ahora gran parte<br />
de los países en desarrollo son presa de<br />
una nueva promesa de seguro éxito: el libre<br />
comercio. Y a uno se le ocurre la duda de<br />
que entre las muchas cosas que es, el subdesarrollo<br />
sea también esto: una búsqueda<br />
ininterrumpida de milagros asociados a una<br />
fórmula sencilla y poderosa. Las fórmulas<br />
redentoras siguen viniendo de afuera. Y periódicamente<br />
los países en desarrollo se<br />
convierten en seguidores, al mismo tiempo,<br />
exaltados e incondicionales, de las ideas dominantes<br />
procedentes de ese universo que,<br />
según humor o predilección, llamamos<br />
“centro”, “primer mundo” u “Occidente”.<br />
Entendámonos: leerse a sí mismos a través<br />
de los otros es siempre un signo de madurez.<br />
Pero los problemas de identidad son<br />
inevitables cuando, a fuerza de verse a través<br />
de los juicios y estrategias de los otros,<br />
uno deja de tener una percepción clara<br />
acerca de sí mismo.<br />
Frente a los resultados de las estrategias<br />
de desarrollo del pasado y del presente, tal<br />
vez no sea inútil hacer un esfuerzo de memoria<br />
y recordar qué hicieron y en cuáles<br />
circunstancias los países que, en distintos<br />
UGO PIPITONE<br />
momentos de sus historias, de una forma u<br />
otra dejaron de estar en vía de desarrollo<br />
para convertirse en realidades que la inadecuación<br />
del léxico consuetudinario indica<br />
como “desarrollados”. Comparar estrategias<br />
y trayectos exitosos podría revelarse un<br />
ejercicio de cierto interés. A este recurso<br />
comparativo estamos en parte obligados ya<br />
que las teorías del desarrollo no han dado<br />
en las últimas décadas grandes pruebas de<br />
éxito. Frente a los resultados insatisfactorios<br />
(a veces, desastrosos) de sus estrategias, los<br />
economistas tienen generalmente muchas<br />
coartadas que van de la realidad impredecible<br />
a la supuesta o real pusilanimidad de<br />
los políticos que se asustan frente a las dosis<br />
prescritas de medicinas naturalmente<br />
amargas. Y ni vale la pena mencionar a los<br />
gobernantes. La autoabsolución (ayudada<br />
por la desmemoria) en los países que aún<br />
no encuentran un camino fuera del atraso<br />
es todo un género, una de las bellas artes en<br />
las cuales la dialéctica, en su versión de arte<br />
de la fuga, ocupa, al lado del cantinflismo,<br />
un lugar de honor.<br />
Pero, volviendo a teorías y estrategias,<br />
la verdad es que cuando se pasa del describir<br />
al prescribir el salto resulta siempre más<br />
complejo, arriesgado e incierto que aquello<br />
que los economistas (u otras especies académicas<br />
del abigarrado jardín de la Scientia<br />
–habrá que recordar que esta voz latina viene<br />
justamente del deseo de anticipación<br />
del futuro de la presciencia, el vaticinio–)<br />
están normalmente dispuestos a reconocer.<br />
Periódicamente, apenas una corriente de<br />
pensamiento económico alcanza los laureles<br />
de la dignidad académica, se siente obligada<br />
a transmutar su (siempre precaria)<br />
capacidad de entender en deber de preceptuar.<br />
Otras veces ocurre que una experiencia<br />
nacional exitosa se convierta en paradigma,<br />
en camino obligado, para cualquier<br />
otro país que pretenda salir del atraso. Inglaterra,<br />
Estados Unidos, Alemania, Suecia,<br />
Japón, Corea del Sur o Malaisia: nunca fal-<br />
tan los modelos a seguir. Y así, de una manera<br />
u otra (en virtud de alguna teoría que<br />
pretende para sí la condición de destilado<br />
definitivo de las enseñanzas de la historia o<br />
de alguna experiencia concreta convertida<br />
en regla universal), la historia y la geografía<br />
son expulsadas de la reflexión como estorbos<br />
innecesarios y, obviamente, molestos.<br />
El deseo de certezas categóricas parecería ser<br />
enfermedad incurable, o por lo menos recurrente,<br />
en los territorios del pensamiento<br />
económico. Y con angustiosa regularidad<br />
asistimos a la aparición de recetarios prodigiosos,<br />
y valederos en todo tiempo y todo<br />
espacio. La única, endeble, defensa es el<br />
sentido común, que nos dice que necesitamos<br />
teorías para evitar que la inteligencia y<br />
la voluntad se ahoguen en océanos de datos<br />
y, sin embargo, necesitamos al mismo tiempo<br />
guardarnos de las teorías que explican<br />
demasiado y que esclarecen tanto como<br />
aprisionan cíclicamente al mundo en algún<br />
estrecho corsé interpretativo.<br />
Si bien es cierto que en estas últimas<br />
décadas del siglo las distancias entre ricos y<br />
pobres crecen tanto al interior como entre<br />
los países, también es cierto que ha habido<br />
entre fines del siglo pasado y fines del actual<br />
algunas experiencias exitosas de salida del<br />
atraso económico. ¿Por qué entonces no<br />
comparar estas experiencias y tratar de descubrir<br />
algún aspecto común que, repetido<br />
varias veces, podría sugerir alguna regularidad<br />
digna de consideración? Para comenzar,<br />
¿cuáles son estas experiencias? Si miramos<br />
a fines del siglo pasado: Suecia, Alemania,<br />
Japón, Dinamarca. Si miramos al<br />
final de este siglo: Corea del Sur, Taiwan,<br />
Singapur y Hong Kong. ¿Por qué no intentar<br />
una comparación y llamar la atención<br />
sobre los rasgos comunes a estos dos<br />
grupos de experiencias? Esto es lo que vamos<br />
a hacer aquí, y lo haremos concentrando<br />
la atención en siete puntos.<br />
Pero antes de entrar en materia, aclaremos<br />
algo: el proceso de desarrollo es siem-<br />
40 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
pre un proceso único, como únicas son las<br />
naciones que lo protagonizan en tanto que<br />
patrimonios de culturas, valores y comportamientos<br />
que se mueven, y cambian, al<br />
interior de ese fluido nunca visible y siempre<br />
rigurosamente medido que llamamos<br />
tiempo. Dicho de otra manera: por muy<br />
fuerte que sea la tentación de convertir las<br />
experiencias en normas, es ésta una tentación<br />
que es oportuno contrastar con cierta<br />
dosis de sana desconfianza. Eppur si muove,<br />
decía hace cuatro siglos alguien cuya combinación<br />
de empirismo metódico e íntima<br />
terquedad fue un acto fundacional de la<br />
ciencia moderna. Así que aun entre originalidades<br />
irreductibles, en medio de circunstancias<br />
históricas irrepetibles e inimitables,<br />
es necesario sondear y reflexionar<br />
sobre los rasgos comunes de las experiencias<br />
exitosas de salida del atraso. Señalaremos<br />
aquí estos rasgos con humildad intelectual,<br />
como coincidencias que quizá no sean casuales.<br />
Tal vez sea cierto que nunca nadie cruza<br />
el mismo río dos veces, como decía el<br />
aristocrático Heráclito de Éfeso; pero estirar<br />
la cuerda demasiado por el lado de la<br />
unicidad convierte al mundo en una maraña<br />
caótica de excepciones en cuyo interior<br />
ninguna experiencia resulta relevante. El<br />
hecho es que el río sigue ahí y muchos países<br />
aún no logran atravesarlo. Entender cómo<br />
lo hicieron aquellos que lo cruzaron, tal<br />
vez no sea tiempo perdido. Siempre y cuando<br />
se tenga clara conciencia de que los nadadores<br />
de mañana atravesarán corrientes<br />
distintas y dispondrán de técnicas de natación<br />
propias, adecuadas a las características<br />
físicas de cada individuo.<br />
Como quiera que sea, es siempre saludable<br />
tomar distancia de las modas intelectuales<br />
del momento. Frente al viejo recetario<br />
de la industrialización a toda costa, se<br />
yergue hoy la nueva promesa de progreso y<br />
bienestar: privatización y libre comercio.<br />
Tal vez no sea mala idea descubrir que los<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
procesos exitosos de salida del atraso, del<br />
pasado y del presente, fueron y son algo<br />
más complejos que estas simplificaciones<br />
sospechosamente ideológicas. Veamos entonces<br />
estos siete rasgos comunes –esos<br />
puentes silenciosos entre ayer y hoy– que<br />
deberían convertirse en otros tantos temas<br />
de discusión acerca de las disyuntivas actuales<br />
del subdesarrollo.<br />
1<br />
Del atraso, o se sale<br />
rápidamente, o no se sale<br />
No existen experiencias nacionales de salida<br />
del atraso construidas sobre una lenta<br />
acumulación de esfuerzos transferidos<br />
sucesivamente de generación en generación.<br />
Si comparamos a Suecia, Japón o<br />
Dinamarca de fines de siglo pasado con<br />
Corea del Sur, Taiwan o Singapur de las<br />
últimas décadas del presente, una cosa resulta<br />
clara: la salida del atraso económico<br />
ocurre en un tiempo históricamente breve,<br />
generalmente en dos generaciones, entre<br />
40 y 50 años. La magia del interés compuesto<br />
nos dice que si el producto interior<br />
bruto (PIB) per cápita crece a una tasa<br />
media de 3% anual, esto significará multiplicar<br />
por cuatro veces el nivel inicial del<br />
PIB en menos de medio siglo. Y puede<br />
ocurrir así que alguien nacido en un país<br />
con ingresos como Guatemala o Argelia<br />
termine su vida con ingresos similares a<br />
Inglaterra o Italia. Algo similar ocurrió en<br />
el pasado en Escandinavia y en Japón y<br />
vuelve a ocurrir hoy en varios países de<br />
Asia oriental. En los casos mencionados se<br />
mantuvo un crecimiento medio anual entre<br />
2% y 4% del PIB per cápita a lo largo<br />
41
SIETE ARGUMENTOS (SIN UNA TEORÍA) PARA SALIR DEL SUBDESARROLLO<br />
de 40 años o más. Después de eso los juegos<br />
estaban hechos: los países estaban del<br />
otro lado.<br />
Salir del atraso supone activar procesos<br />
tumultuosos de crecimiento capaces de alterar<br />
equilibrios socioeconómicos tradicionales<br />
y construir nuevas pautas de comportamiento<br />
para individuos, clases sociales,<br />
empresas e instituciones. Todo lo cual<br />
no es posible en medio de procesos ordinarios<br />
de acumulación. El proceso de desarrollo<br />
que se proyecte a sí mismo por muchas<br />
décadas hacia el futuro corre el riesgo<br />
de soslayar lo esencial: el desarrollo como<br />
ruptura de equilibrios existentes y construcción<br />
de otros nuevos, como solución de<br />
continuidad. Después de mucho tiempo<br />
es posible que los vivos ya no conozcan, ni<br />
les interese conocer, el rumbo supuestamente<br />
trazado para ellos por los muertos.<br />
Sin considerar que, después de mucho<br />
tiempo, no sería racional (suponiendo que<br />
sepamos el significado de esta palabra, nunca<br />
obvia y tan usada, a propósito y despropósito,<br />
en las últimas fechas) que los vivos<br />
dieran más peso a los proyectos ya borrosos<br />
de sus ancestros que a las realidades que<br />
los rodean en el presente. Keynes decía<br />
que en el largo plazo estaremos todos<br />
muertos y era algo más que una boutade;<br />
era el reconocimiento de que los proyectos<br />
de una generación son más relevantes<br />
cuanto más concentrados estén en el tiempo,<br />
cuanto menos le exijan a los nietos<br />
comportamientos determinados. Mejor no<br />
sobrecargar las espaldas de aquellos que aún<br />
no nacen. Hitler prometía un Tercer Reich<br />
de 1.000 años y el resultado fue que comenzó<br />
a alejarse imperceptiblemente, día<br />
tras día, del presente que lo estaba derrotando<br />
sin que él llegara a darse cuenta. Dicho<br />
de otra manera: vivir en el futuro puede<br />
volver incomprensible el presente, producir<br />
un desapego que lo vuelve<br />
indescifrable o, peor aún, moralmente<br />
anestesiado.<br />
El subdesarrollo es un castillo que no se<br />
rinde ante un largo asedio, sino sólo por<br />
asalto; o sea, en tiempos históricos restringidos.<br />
Obviamente, 40 o 50 años pueden parecer<br />
mucho tiempo en la vida de un individuo;<br />
en la historia de las naciones es, generalmente,<br />
poco más que un parpadeo.<br />
Como quiera que sea la experiencia, esto indica<br />
que vencer el subdesarrollo supone poner<br />
en acción motores poderosos de cambio,<br />
sin los cuales no podrá vencerse la fuerza<br />
gravitacional de segmentaciones tradicionales<br />
que son inercias, privilegios, costumbres<br />
que oponen resistencia a su eliminación.<br />
Ocurre a menudo que aquello que no se<br />
pueda hacer en 10 o 20 años menos aún<br />
podrá hacerse en 100 o 200. Crecer rápidamente<br />
es condición necesaria, si bien, naturalmente,<br />
no suficiente. Pero es necesario<br />
establecer una salvedad: un crecimiento acelerado<br />
que conserve desgarramientos e intereses<br />
arraigados es generalmente el camino,<br />
no infrecuente, de la modernización del subdesarrollo.<br />
Es decir, un crecimiento que, a<br />
partir de algún momento, deja de ser sustentable<br />
por las incoherencias y heterogeneidades<br />
herederas de un pasado que no se<br />
supo, o no se pudo, reformar en función de<br />
las nuevas necesidades.<br />
2<br />
Sin cambio agrícola<br />
las puertas están cerradas<br />
A este propósito los lejanos orígenes de la<br />
modernidad refrendan la historia contemporánea.<br />
Digámoslo en forma apodíctica:<br />
no existen casos de salida del atraso en presencia<br />
de estructuras agrarias de baja eficiencia<br />
y elevada segmentación social. Y<br />
tampoco nos entrega la historia, por lo menos<br />
desde la baja Edad Media, ningún caso<br />
de desarrollo económico sostenido en el<br />
tiempo que no haya tenido en la modernización<br />
de la agricultura uno de sus soportes.<br />
Quitemos del terreno una posible fuente<br />
de ambigüedad: la centralidad agrícola<br />
no es tema de edades lejanas de la historia<br />
del capitalismo; es asunto de persistente<br />
actualidad, excluyendo obviamente casos<br />
como Hong Kong o Singapur, donde, por<br />
carencia de tierra, no podía haber agricultura<br />
alguna. Los procesos de desarrollo acelerado<br />
que terminaron por ser viables a largo<br />
plazo generalmente presentan en sus fases<br />
iniciales profundas transformaciones<br />
agrarias. Desde la Dinamarca del conde<br />
Von Reventlow, a fines del siglo XVIII, que<br />
sobre las antiguas comunidades rurales crea<br />
un tejido de productores independientes,<br />
pasando por la abolición de la servidumbre<br />
en Suecia en 1878 y las enclosures, que<br />
crean ahí un amplio cuerpo de pequeños<br />
propietarios agrícolas, y por el Japón meiji<br />
que desde 1868 comienza su curiosa experiencia<br />
de reforma agraria por decreto imperial,<br />
hasta llegar a las reformas agrarias,<br />
con asesoría estadounidense, de Corea del<br />
Sur o de Taiwan entre finales de los cuarenta<br />
y comienzo de los cincuenta de este<br />
siglo. Y eso sin mencionar las transformaciones<br />
agrarias de China, Tailandia y Malaisia<br />
en los años posteriores.<br />
No ha sido de la agricultura de donde<br />
han surgido los mayores aportes del desarrollo<br />
económico de los últimos dos siglos;<br />
y, sin embargo, aunque una agricultura eficiente<br />
no cumpla generalmente un papel de<br />
acelerador del desarrollo, sin ella es como si<br />
fallara un factor capaz de consolidar a los<br />
cambios derivados del dinamismo de las<br />
actividades manufactureras. El proceso de<br />
desarrollo es siempre mucho más complejo<br />
que aquella industrialización que por décadas<br />
fue considerada su sinónimo. Un<br />
ejemplo: el grado de industrialización de<br />
Brasil (la relación entre la producción industrial<br />
y el PIB) es desde hace tiempo considerablemente<br />
superior al de Holanda.<br />
¿Cabe alguna duda acerca de cuál de estos<br />
dos países tenga que considerarse subdesarrollado?<br />
¿Cuáles son las tareas que en las fases<br />
iniciales de aceleración del crecimiento debe<br />
cumplir la agricultura y que, de no cumplirse,<br />
amenazan la sustentabilidad misma<br />
del proceso? Hay varias tareas, y todas ellas<br />
esenciales. La generación de ahorros para<br />
comenzar. Una agricultura que supere una<br />
realidad de excedentes concentrados en pocas<br />
manos (que a menudo dan lugar a consumos<br />
suntuarios o fuga de capitales) y de<br />
subsistencia precaria sin posibilidad de ahorro<br />
es una agricultura capaz de generación<br />
de ahorros que pueden canalizarse a otras<br />
actividades: financiamiento de infraestructura,<br />
modernización educativa, industrialización.<br />
Además de los encadenamientos<br />
hacia adelante y hacia atrás, que convierten<br />
al propio dinamismo agrícola en factor de<br />
impulso (vía demanda de bienes de consumo<br />
o de capital) para las otras actividades<br />
productivas: la posibilidad de obtener divisas<br />
vía exportación de productos agrícolas;<br />
la generación de empleos regionales que<br />
evitan procesos irracionales de urbanización<br />
salvaje; la conversión del espacio rural<br />
en un laboratorio de cultura y experiencia<br />
empresariales que pueden transferirse desde<br />
ahí al resto de la sociedad; la consolidación<br />
de economías locales con fuertes sinapsis<br />
intersectoriales, etcétera.<br />
La historia no nos dice cuáles son las<br />
estrategias y los modelos de transformación<br />
agraria que aseguran el éxito en cualquier<br />
tiempo o latitud; en realidad, los modelos<br />
exitosos han sido y son varios. Lo que<br />
sí nos dice es que las agriculturas que conserven<br />
estructuras altamente polarizadas<br />
(síntesis de esporádicos casos de eficiencia<br />
microeconómica rodeados de una multiplicidad<br />
de situaciones de escasa eficiencia<br />
y difundida miseria social) constituyen una<br />
pieza esencial en el camino de agudas distorsiones<br />
macroecónomicas (bajo nivel de<br />
ahorros, elevados desequilibrios externos,<br />
etcétera) y graves tensiones sociales que a<br />
largo plazo hacen del subdesarrollo una<br />
realidad de partenogénesis o, como se diría<br />
hoy, autorreplicante. En el universo rural,<br />
eficiencia productiva e integración de un<br />
tejido social sin excesivas polarizaciones<br />
42 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
constituyen dos condiciones que, o se acometen<br />
simultáneamente, o ninguna de las<br />
dos podrá ser alcanzada exitosamente. Esto,<br />
por lo menos, es lo que nos dicen, en<br />
formas distintas, casos como los de Suecia,<br />
en Europa, y Corea del Sur, en Extremo<br />
Oriente.<br />
3<br />
El desarrollo como reto<br />
nacional y como autodefensa<br />
En los comienzos la política es siempre más<br />
importante que la economía. Aun reconociendo<br />
que la salida del atraso no puede<br />
reducirse a estrictos actos de voluntad política<br />
(sin la tierra adecuada, incluso, las semillas<br />
seleccionadas fallan), en el origen están<br />
con frecuencia dos circunstancias: la<br />
respuesta a un reto y un acto de orgullo nacionalista.<br />
Y a menudo las dos cosas se reducen<br />
en la realidad a una y la misma. Tal<br />
vez tenga razón Toynbee al vincular el nacimiento<br />
de las civilizaciones con desafíos<br />
específicos (del ambiente natural o de la<br />
historia) que requieren el despliegue de<br />
prácticas sociales hasta entonces ignoradas.<br />
De manera no muy distinta debe proponerse<br />
el tema de los factores iniciales detonadores<br />
de procesos de salida del atraso:<br />
como reconocimiento de que un nuevo tipo<br />
de peligros obliga a las viejas clases dirigentes<br />
(o a algún sector emergente entre<br />
ellas) a renovar profundamente pautas de<br />
comportamiento tradicionales en política y<br />
en economía.<br />
Los campesinos daneses crean sus cooperativas<br />
rurales (sin las cuales la Dinamarca<br />
moderna sería inconcebible) a fines<br />
del siglo pasado como respuesta al invento<br />
de un separador de crema que amenazaba<br />
con reconcentrar las tierras en pocas manos.<br />
El Japón meiji nace sobre la base de una<br />
consigna: occidentalizarse para defenderse de<br />
Occidente. Y si vamos hacia atrás habrá que<br />
recordar que la Ley de Navegación de<br />
Cromwell, de 1651 (que convierte el desarrollo<br />
económico en urgencia política y en<br />
tema de orgullo nacionalista), ocurre inmediatamente<br />
después de que los holandeses<br />
rehusaron integrarse en una federación<br />
política con Inglaterra y decidieron seguir<br />
siendo una potencia comercial autónoma.<br />
¿Y la Alemania a finales del siglo XIX que<br />
busca crecer para no caer en el campo gravitacional<br />
del poderío inglés? Y llegando al<br />
Oriente de Asia en la segunda mitad de este<br />
siglo, ¿no es el sentido de precariedad del<br />
autoritarismo político tradicional, enfrentado<br />
al reto comunista, aquello que aguijonea<br />
la búsqueda de legitimación social sobre<br />
la base de nuevas formas de desarrollo<br />
económico? Sin la amenaza China (magnificada<br />
o no, poco importa), tal vez la reac-<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
ción desarrollista de Corea del Sur y de<br />
Taiwan no habría sido posible. Y algo similar<br />
ocurrió, probablemente, en Malaisia<br />
y Tailandia después de la derrota estadounidense<br />
en Vietnam, con lo cual resultó<br />
evidente que sin reformas agrarias internas<br />
y un desarrollo económico sostenido el solo<br />
apoyo militar de Estados Unidos habría<br />
sido insuficiente para evitar un ciclo de antagonismos<br />
políticos con graves amenazas a<br />
la estabilidad institucional.<br />
En ausencia de peligros (internos o externos)<br />
nunca existen razones poderosas<br />
para cambiar de ruta y experimentar nuevos<br />
caminos. La paradoja es obvia: no hay<br />
desarrollo posible en condiciones de aguda<br />
inestabilidad de las instituciones. Pero<br />
cuando las instituciones (y las amplias redes<br />
de intereses económicos que las sostienen)<br />
son demasiado fuertes y no advierten peligros<br />
a su solidez, puede faltar aquella percepción<br />
de riesgo inminente sin la cual no<br />
existen normalmente estímulos suficientes<br />
para experimentar nuevos rumbos distintos<br />
de la tradición consolidada. Sin considerar<br />
que es en condiciones de emergencia cuando<br />
a menudo es posible tomar decisiones,<br />
con el necesario consenso social, que en<br />
otras condiciones podrían resultar simplemente<br />
utópicas.<br />
4<br />
La desgracia de las<br />
seguridades ideológicas<br />
Sin confianza en sí mismos, como aconseja<br />
un psicologismo bastante primario, no se<br />
va a ningún lado. Lo que vale probablemente<br />
para los individuos como para las<br />
naciones. Pero hay que extremar cautelas<br />
cuando se hable de confianza a propósito<br />
de una nación y reconocer que tenemos<br />
aquí un síndrome proteico, un equilibrio<br />
móvil entre esperanzas, certidumbres y orgullos<br />
que cruzan a las sociedades entre clases<br />
sociales, generaciones, estamentos políticos,<br />
y en medio de conflictos, intereses<br />
UGO PIPITONE<br />
(divergentes o complementarios), percepciones,<br />
fantasías o delirios de uno y otros.<br />
Es casi imposible convertir la confianza en<br />
una pieza analítica inequívoca, y más aún<br />
en categoría económica. Sin embargo, si es<br />
permitido un comentario prosaico, el agua<br />
mojaba incluso antes de que se conociera su<br />
composición química.<br />
Y otra vez el problema es de más y menos,<br />
de cantidades variables de la misma<br />
sustancia que, como en homeopatía, pueden<br />
curar o matar. El punto de equilibrio,<br />
más allá del cual lo benéfico se vuelve una<br />
amenaza, difícilmente puede definirse en<br />
abstracto: la referencia al individuo (persona<br />
o nación) es ineludible. Dosis insuficientes<br />
para algunos pueden resultar mortales<br />
para otros. En resumen: sin certezas<br />
sobre el camino escogido todo puede desmoronarse<br />
a las primeras dificultades; con<br />
demasiadas certezas las dificultades en el<br />
camino pueden parecer accidentes fortuitos<br />
que no motivan revisión alguna del rumbo<br />
emprendido.<br />
El desarrollo, sobre todo en las iniciales<br />
fases críticas de transformación profunda<br />
de las estructuras económicas preexistentes,<br />
significa surgimiento de tensiones inesperadas,<br />
problemas inéditos, desequilibrios<br />
nuevos sin remedios canónicos. El proceso<br />
de desarrollo es un aprendizaje en tiempo<br />
real que impone ajustes sobre la marcha,<br />
correcciones de rumbo, capacidad autocrítica<br />
y una rara mezcla de inteligencia y<br />
competencia para conservar el sentido del<br />
rumbo, no obstante un permanente zigzaguear<br />
entre las corrientes de lo imprevisto o<br />
lo indeseado. En las fases iniciales de desarrollo<br />
acelerado los accidentes no son la excepción,<br />
son la regla, aunque se trate de<br />
una regla curiosa que, como la muerte, es<br />
impredecible en tiempos y causas.<br />
Es así cómo una intuición estratégica<br />
que pudiera haber sido correcta puede convertirse<br />
en un factor de rigidez capaz de<br />
hundir un proceso inicialmente exitoso si<br />
no va de la mano de una sana dosis de<br />
pragmatismo, con la capacidad suficiente<br />
para adaptarse a las circunstancias y encontrar<br />
entre ellas las líneas de menor resistencia<br />
que permitan alcanzar los objetivos<br />
deseados. Los aranceles selectivos, la<br />
capacidad para combinar estrategias de sustitución<br />
de importaciones y de promoción<br />
de exportaciones, el uso de tecnologías intermedias<br />
mientras se avanza en la investigación<br />
tecnológica de punta, la estatización<br />
de los bancos mientras se promueve la<br />
iniciativa privada, la planificación estratégica<br />
al tiempo que los precios relativos se<br />
convierten en criterio de eficiencia competitiva:<br />
todos estos criterios opuestos, y<br />
43
SIETE ARGUMENTOS (SIN UNA TEORÍA) PARA SALIR DEL SUBDESARROLLO<br />
varios otros, han convivido por años en las<br />
recientes experiencias de desarrollo de Asia<br />
oriental.<br />
Las certezas ideológicas que convierten<br />
a menudo los instrumentos en principios favorecen<br />
la incrustación de rigideces que han<br />
producido actitudes conservadoras, normalmente<br />
atraídas por la tentación autárquica<br />
frente a las dificultades sin respuestas<br />
canónicas. Es ésta una historia de impotencias,<br />
rigideces, burocratismos con no pocos<br />
puntos de contacto entre la ex URSS y varios<br />
países de América Latina y de África<br />
septentrional. O sea, la incapacidad de<br />
aprender sobre la marcha, de abrir espacios<br />
a la experimentación de alternativas inéditas.<br />
Moraleja: certezas y confianzas son esenciales,<br />
pero en proporciones excesivas suponen<br />
un velo entre voluntad y realidad.<br />
Saber hacia dónde se va es esencial; saberlo<br />
demasiado bien puede ser una forma de<br />
desdeñar los obstáculos en el camino y seguir<br />
una marcha en que la desatención hacia<br />
la realidad y el alegato ideológico (obviamente<br />
autoabsolutorio) se vuelvan las<br />
dos caras de una misma moneda.<br />
5<br />
La política económica<br />
no es todo<br />
La ley de probabilidades impide excluir que<br />
un país pueda encontrar en algún momento<br />
(o incluso en varios) la clave correcta de<br />
estrategias económicas destinadas a promover<br />
cambios positivos en sus curvas de<br />
eficiencia y bienestar de largo plazo. Pero es<br />
mucho más probable que un país acierte la<br />
política económica correcta (la combinación<br />
apropiada entre voluntad y circunstancias)<br />
a que construya los instrumentos<br />
adecuados para que esta política pueda ser<br />
orquestada con eficacia. Nunca se trata<br />
simplemente de ideas sino de la conjunción<br />
de éstas con los aparejos institucionales<br />
capaces de favorecer el milagro de la<br />
transustanciación del proyecto en realidad,<br />
de la idea en hecho. La historia (y, naturalmente,<br />
no sólo la del desarrollo) desborda<br />
de ideas correctas naufragadas en los escollos<br />
de instrumentaciones inadecuadas. Esto<br />
son en el fondo las utopías: ideas que no<br />
pueden pasar de su necesidad a su experimentación<br />
y persisten congeladas en eternos<br />
prototipos, como las máquinas de volar<br />
del italiano Leonardo o del portugués<br />
Lourenço.<br />
Para ser eficaz la política económica<br />
requiere de dos condiciones que son externas<br />
a sus ideas rectoras: un aparato técnico-administrativo<br />
de instrumentación<br />
eficiente y un alto grado de credibilidad<br />
pública de las estructuras del Estado. Y en<br />
ambos terrenos estamos evidentemente<br />
muy lejos de las profecías autorrealizadas y<br />
aún más de la racionalidad novohispánica<br />
del Obedézcase pero no se cumpla. Digámoslo<br />
en una forma tal vez demasiado<br />
contundente: ninguna política económica<br />
puede ser exitosa si los organismos públicos<br />
encargados de su implantación resultan<br />
erráticos y poco eficientes y, aún<br />
más, si están corroídos por la corrupción,<br />
el patrimonialismo, las obsesiones personales<br />
de dirigentes estatales sin control social<br />
o burocrático. Una política económica<br />
que quiera contar con algunas posibilidades<br />
de éxito necesita construirse sobre (o<br />
simultáneamente con) una administración<br />
pública profesional, con un alto espíritu de<br />
cuerpo, independiente de los vaivenes de la<br />
política y con mecanismos estandarizados<br />
de promoción de los funcionarios. Nada<br />
original a final de cuentas: sólo aquellos requisitos<br />
elementales (y tan difíciles de<br />
cumplir en la realidad) que Max Weber<br />
señalaba desde comienzos del siglo.<br />
Y no se trata de democracia o dictadura:<br />
se trata de algo más simple y más<br />
complejo al mismo tiempo: de eficacia y<br />
credibilidad social del Estado. A finales del<br />
siglo pasado la democracia resultó, en el<br />
norte de Europa, un instrumento político<br />
adecuado para sostener amplios procesos<br />
de modernización y salida del atraso,<br />
mientras que en Japón el autoritarismo<br />
meiji dio pruebas de similar eficacia. A finales<br />
de este siglo, son los regímenes autoritarios<br />
de Asia oriental los que han dado<br />
pruebas importantes de éxito económico<br />
en la salida del atraso. Pero ya sea democracia<br />
o dictadura, una cosa es obvia: no<br />
hay casos de éxito en condiciones de Estados<br />
dominados por la corrupción, la ineptitud<br />
técnica o la baja legitimación social.<br />
Ningún Estado puede pedir sacrificios y<br />
racionalidad a los agentes económicos si se<br />
comporta hacia sí mismo como hacia un<br />
montón de cargos y prebendas objeto de<br />
rapacidades, burocratismos irracionales y<br />
enriquecimientos inexplicables. De ahí a la<br />
conclusión el paso es corto: la política económica<br />
requiere siempre un paso previo<br />
(o simultáneo), la refundación –en eficacia<br />
técnica y legitimación social– del Estado.<br />
Una historia antigua y moderna, que va<br />
de la ley inglesa de reforma de 1832 al golpe<br />
de Estado contra Syngman Rhee; o, si<br />
se prefiere, desde las provincias unidas de<br />
Johan van Oldenbarneveldt al Singapur de<br />
Lee Kuan Yew, cuatro siglos después. Y<br />
otra vez, para usar el lenguaje del presidente<br />
Mao: la política al puesto de mando.<br />
El primer acto de una política económica<br />
con esperanzas de éxito es, casi siempre, la<br />
reforma del Estado.<br />
El éxito requiere ejemplos<br />
regionales exitosos<br />
Requiere que alguien antes de nosotros haya<br />
recorrido exitosamente el camino y que<br />
esté suficientemente cerca en geografía,<br />
historia y cultura para que las enseñanzas<br />
ajenas alimenten la confianza en que seguir<br />
un camino similar producirá resultados<br />
comparables. No es lo mismo penetrar en<br />
un espacio donde nadie ha puesto pie anteriormente<br />
que seguir las huellas de alguien<br />
que nos antecedió. El éxito es contagioso<br />
–como el fracaso– a escala regional.<br />
Insistamos sobre la dimensión regional para<br />
evitar trasnochadas hipótesis de convergencia<br />
universal, que no son otra cosa que<br />
ideologismos econometrizados. Insistir en<br />
la importancia de disponer de un ejemplo<br />
exitoso cercano es reconocer que cuando<br />
los países, por su cercanía, frecuentación y<br />
similitudes, disponen de materiales primarios<br />
análogos (en cultura, tradiciones,<br />
comportamientos) tienen serias posibilidades<br />
de que el éxito en uno de ellos termine<br />
por contagiar a los otros. En Asia<br />
Oriental el éxito japonés desde fines del siglo<br />
pasado, incluyendo su séquito imperialista,<br />
creó tensiones, rencores por humillaciones<br />
nacionales sufridas; y, después<br />
de la II Guerra Mundial, una voluntad de<br />
imitar al modelo dominante para defenderse<br />
de él. Si Japón tuvo que occidentalizarse<br />
para defenderse de Occidente, Taiwan,<br />
Corea del Sur, Malasia y Singapur<br />
tuvieron, en años recientes, que imitar a Japón<br />
para protegerse de los riesgos de quedar<br />
atrapados en una nueva forma de colonialismo<br />
económico japonés. E imitar a<br />
Japón significó el impulso a políticas de reforma<br />
agraria, construcción de aparatos<br />
administrativos de gran eficacia, planeación<br />
estratégica consensual entre Estado y<br />
empresas, promoción de las exportaciones<br />
mientras se conservaba hasta el límite de lo<br />
posible la exclusividad del mercado nacional.<br />
La experiencia japonesa previa dio a<br />
muchos países cercanos urgencia, confianza<br />
e inspiración para seguir un camino similar.<br />
La cercanía geográfica ha fracasado como<br />
conductor de emulaciones exitosas en<br />
dos casos muy notables: entre Europa occidental<br />
y África septentrional y entre Estados<br />
Unidos y México. Tanto el Mediterráneo<br />
como el río Bravo han revelado ser<br />
fronteras mucho más poderosas de lo previsto.<br />
Evidentemente la cercanía geográfica<br />
es factor de contagio sólo cuando se da<br />
simultáneamente con una sustancial homogeneidad<br />
cultural entre los países involucrados.<br />
Si esta homogeneidad no existe<br />
no queda a los países atrasados sino el reto<br />
44 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92<br />
6
de inventar su propio modelo de desarrollo<br />
a partir de sus datos culturales e históricos<br />
específicos. Tal vez el edificio final<br />
pueda ser similar, pero cuando los materiales<br />
de construcción son distintos habrá<br />
que poner en acción distintas técnicas de<br />
construcción, distintas maquinarias y diferentes<br />
ingenieros.<br />
7<br />
La distribución del ingreso no es sólo<br />
cuestión de justicia<br />
El debate a este propósito viene por lo menos<br />
desde que Simon Kuznets formuló su<br />
hipótesis de que el crecimiento acelerado<br />
inicial de un país implicaría el costo de<br />
una mayor polarización del ingreso. En<br />
realidad esta afirmación está lejos de haber<br />
sido demostrada. En el caso de los países<br />
escandinavos y de Japón a finales del siglo<br />
pasado, muchos indicios parecerían indicar<br />
lo contrario. Y a juzgar por la historia reciente<br />
de Corea del Sur y compañía, otra<br />
vez se tiene la impresión de que la realidad<br />
vaya en dirección exactamente contraria a<br />
la suposición del economista estadounidense.<br />
Aceleración del crecimiento y mejora<br />
distributiva parecerían compatibles.<br />
De cualquier manera, no debería descartarse<br />
a este propósito que no exista una<br />
ley universal por la cual el crecimiento acelerado<br />
en las fases iniciales de salida del<br />
atraso tenga que significar en todos los casos<br />
una mejora o un empeoramiento en la<br />
distribución del ingreso. Pero hay dos aspectos<br />
sobre los cuales no es posible tener<br />
dudas.<br />
El primero es que, en el largo plazo,<br />
una de las características de una economía<br />
que alcance la madurez es justamente una<br />
mejor distribución del ingreso respecto a<br />
sus etapas anteriores. El subdesarrollo no es<br />
solamente el lugar donde se produce menos<br />
riqueza (con igualdad de factores en<br />
uso); es también el lugar donde aquella riqueza<br />
se reparte en formas más polarizadas.<br />
Eficiencia y equidad no son dimensiones<br />
recíprocamente independientes. La segunda<br />
es que si comparamos las economías de<br />
América Latina y de Asia oriental en el<br />
curso de las últimas tres décadas, descubriremos<br />
que al elevado ritmo de crecimiento<br />
de la riqueza de las primeras corresponde<br />
una distribución considerablemente<br />
equitativa. Mientras que en<br />
América Latina al bajo crecimiento correspondió<br />
la conservación de una agudísima<br />
polarización del ingreso. Lo más significativo<br />
es que en los últimos 30 años no<br />
han existido a escala mundial casos de crecimiento<br />
acelerado en condiciones de aguda<br />
polarización de la riqueza. No se ha observado<br />
un solo caso de crecimiento acele-<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
rado a partir de una distribución tan polarizada<br />
como la brasileña, para entendernos.<br />
¿Una casualidad? Difícil creerlo.<br />
La conclusión es virtualmente inescapable:<br />
una mejora en el tiempo en el reparto<br />
de la riqueza no es solamente una cuestión<br />
de justicia es, sobre todo, una condición<br />
de viabilidad del desarrollo económico<br />
ulterior. Digámoslo en una forma intuitiva:<br />
no se pueden tener estructuras productivas<br />
del siglo XX con una distribución del ingreso<br />
del siglo XVIII. Cuando esto ocurre<br />
las estructuras productivas modernas terminan<br />
por no ser viables. Y el subdesarrollo<br />
asume sus inconfundible rasgos frankensteinianos:<br />
convivencia en un único<br />
cuerpo de órganos pertenecientes a tiempos<br />
y geografías que no pueden convivir<br />
sin ruidos de fondo que amenazan su<br />
solidez.<br />
Tanto en Asia oriental hoy como en<br />
los países escandinavos de finales del siglo<br />
pasado, la mejora en la distribución estuvo<br />
asociada, sobre todo, a procesos de desarrollo<br />
que implicaban un acercamiento progresivo<br />
al pleno empleo de la población activa.<br />
No es posible tener una distribución<br />
del ingreso apenas decentemente equitativa,<br />
en condiciones en que cuotas importantes<br />
de la población están al margen de la producción,<br />
ejerciendo desde ahí una presión<br />
silenciosa contra los salarios existentes y, a<br />
través de esto, contra la modernización tecnológica.<br />
El capitalismo, a final de cuentas,<br />
es la carrera ininterrumpida entre salarios y<br />
utilidades; y cuando esto no ocurre algo<br />
enfermo se desarrolla en su seno. Llamemos<br />
a esta enfermedad subdesarrollo.<br />
La observación del pasado, reciente y<br />
lejano, sugiere que la ruptura de las inercias<br />
del subdesarrollo implica una serie de tareas<br />
y de condiciones sin las cuales el crecimiento<br />
económico podrá ocurrir pero sin el<br />
tránsito a una nueva anatomía de estructuras<br />
productivas ni a una nueva fisiología<br />
de comportamientos socioeconómicos capaces<br />
de alimentar una elevación de largo<br />
plazo en la eficiencia y el bienestar. Sin embargo,<br />
las siete tareas-condiciones indicadas<br />
aquí necesitan ser contextualizadas para<br />
evitar suponer que constituyan, en bloque,<br />
una especie de fórmula taumatúrgica independiente<br />
del tiempo y el espacio. Habrá<br />
que reconocer dos limitaciones al discurso<br />
que se ha desplegado aquí.<br />
La primera es obvia: la observación del<br />
pasado es siempre decisiva para evitar errores<br />
ya cometidos, y a menudo olvidados,<br />
pero sus enseñanzas no pueden convertirse<br />
en un canon cerrado cuando se proyecta la<br />
mirada al tiempo por venir. Y, sin embargo,<br />
me atrevo a creer que el catálogo de siete<br />
UGO PIPITONE<br />
puntos que aquí se ha delineado tendrá que<br />
corregirse, mirando al futuro, más por adición<br />
que por sustracción. Resulta difícil<br />
imaginar que alguna salida del atraso sea<br />
posible con estructuras estatales ineficaces y<br />
sistémicamente corruptas, o a través de crecimientos<br />
lentos y erráticos, o en medio de<br />
situaciones agrarias arcaicas, o de políticas<br />
económicas incapaces de flexibilidad frente<br />
a circunstancias internacionales cambiantes<br />
–para sólo mencionar algunos elementos–.<br />
Tal vez no sea insensato decir que<br />
la historia, o, para decirlo en forma más<br />
laica, el tiempo que pasa, añade más retos<br />
que los que resuelve en su movimiento espontáneo.<br />
Pero existe un segundo problema. Los<br />
siete puntos discutidos en este ensayo no<br />
constituyen una especie de heptateuco del<br />
desarrollo en el cual cada punto tenga una<br />
importancia similar. La historia real de los<br />
países que encontraron su propio camino<br />
para salir del subdesarrollo indica que en<br />
cada uno de ellos los elementos aquí mencionados<br />
(y, naturalmente, otros más) operaron<br />
en un cruce de espacio-tiempo irreproducible.<br />
Los siete puntos indicados no<br />
tienen las mismas características ni el mismo<br />
peso específico en todas las experiencias<br />
concretas. Pero resulta tentador pensar que<br />
ahí donde haya fallado alguna de las condiciones<br />
indicadas, otras tuvieron probablemente<br />
que aumentar su importancia para<br />
compensar una función (o condición)<br />
que no pudo cumplirse adecuadamente. El<br />
desarrollo es siempre un esquema de imitaciones<br />
e invenciones, de compensaciones<br />
y suplencias. En el universo capitalista, que<br />
constituye el ámbito en el cual los procesos<br />
de subdesarrollo y de desarrollo han definido<br />
sus perfiles modernos, se llega a la<br />
meta común de la eficiencia y el bienestar<br />
con una mezcla de imitación e innovación<br />
que es inevitable, considerando los diferentes<br />
recursos materiales, culturales, estructurales<br />
y políticos a disposición de cada<br />
país específico. En conclusión: no hay<br />
caminos –fórmulas o recetas que quiera decirse–<br />
seguros. Pero hay requisitos que de<br />
alguna manera deben cumplirse. Los mismos<br />
vientos pueden impulsar la navegación<br />
de un buen barco y hundir otro<br />
armado con maderamen de baja calidad.<br />
Ningún armador es responsable de la dirección<br />
y la intensidad de los vientos. De la<br />
calidad del barco, sí. n<br />
Ugo Pipitone es economista. Autor de La salida<br />
del atraso.<br />
45
Imposturas intelectuales<br />
Alan Sokal y Jean Bricmont<br />
Paidós, Barcelona, 1999<br />
Impostures intel.lectuals<br />
Editorial Empúries, Barcelona, 1999<br />
“Es evidente que, por lo que se refiere<br />
al significado, éste ‘se apodera’ de la<br />
subfrase, seudomodal, se refleja desde<br />
el objeto mismo que, como verbo, envuelve<br />
en su sujeto gramatical, y que<br />
hay un falso efecto de sentido, una resonancia<br />
del imaginario inducida por<br />
la topología, según que el efecto del<br />
sujeto cree un torbellino de aesfera<br />
[sic] o que lo subjetivo de este efecto<br />
se ‘refleje’ a partir de él” 1 .<br />
“Nos enfrentamos así a una alternativa:<br />
o bien rechazamos la teoría capitalista<br />
neotextual o concluimos que<br />
la narratividad es capaz de significación.<br />
En un cierto sentido, el sujeto es<br />
interpolado en una narrativa posdeconstructivista<br />
que incluye a la cultura<br />
como una realidad”.<br />
Hans Reichenbach, enfrentado<br />
a un texto tan vacío de<br />
contenido como el reproducido<br />
en el párrafo precedente,<br />
pero de harto más digno vuelo<br />
literario, discurría:<br />
“El estudiante de filosofía [o de filología,<br />
de sociología, o de cualquier<br />
otra especialidad aplicable en el caso<br />
que nos ocupa] no se disgusta generalmente<br />
con las formulaciones oscuras.<br />
Por el contrario, al leer el pasaje citado<br />
muy probablemente se convencerá de<br />
que debe ser culpa suya si no lo entiende.<br />
Por tanto, lo leerá una y otra vez<br />
hasta llegar a una etapa en que crea haberlo<br />
entendido. En ese punto le pare-<br />
1 Todas las citas proceden del libro<br />
de Sokal y Bricmont de la versión castellana<br />
de Paidós excepto cuando se especifique<br />
lo contrario. La versión francesa,<br />
Impostures Intellectuelles, fue publicada<br />
por ed. Odile Jacob, París, 1997. Asimismo,<br />
la versión inglesa, Intellectual Impostures,<br />
fue editada por Profile Books, 1998.<br />
FILOSOFÍA DE LA CIENCIA<br />
EL DISLATE COMO MÉTODO<br />
cerá obvio que ‘[hay una resonancia del<br />
imaginario inducido de la topología, según<br />
que el efecto del sujeto haga torbellino,<br />
etcétera]’. Se ha condicionado de<br />
tal modo a esta manera de hablar que<br />
llega a olvidarse de las críticas que haría<br />
un hombre menos ilustrado” 2 .<br />
El problema añadido es que<br />
si quien escribe lo incomprensible<br />
tiene el poder universitario, y<br />
quienes lo jalean, halagan y citan<br />
abundantemente, y son a su vez<br />
jaleados, halagados y citados,<br />
ocupan la cúpula de departamentos<br />
e institutos, más vale<br />
que el estudiante citado por Reichenbach,<br />
o el joven investigador<br />
que inicia su carrera, haga<br />
como que comprende, que valora<br />
altamente la profundidad de<br />
esos textos e intente escribir de la<br />
misma guisa si no quiere ser expulsado<br />
del sancta sanctorum<br />
académico. Y aunque no tenga,<br />
o no le preocupe, ese problema,<br />
se verá impulsado a seguir la corriente<br />
para no ser tildado de ignorante<br />
o reaccionario.<br />
El mundo del pensamiento<br />
ha estado siempre expuesto al<br />
peligro de contaminación por la<br />
superchería intelectual o la verborrea<br />
inane, pero desde hace<br />
unos años la situación creada<br />
por la escuela posmoderna en<br />
ciertas disciplinas a caballo entre<br />
las humanidades y las ciencias<br />
sociales se ha hecho verdaderamente<br />
alarmante. En el libro<br />
Imposturas intelectuales, Alan Sokal<br />
y Jean Bricmont se aplican,<br />
precisamente, a desenmascarar<br />
esa impostura en la obra de algunos<br />
de los más influyentes<br />
pensadores contemporáneos,<br />
2 Hans Reichenbach: Filosofía de la<br />
Ciencia. Fondo de Cultura Económica,<br />
México, 1953.<br />
CAYETANO LÓPEZ<br />
aquellos que generalmente se<br />
agrupan bajo el término posmodernismo,<br />
especialmente la escuela<br />
francesa y sus seguidores<br />
en todo el mundo. En realidad,<br />
lo que afrontan Sokal y Bricmont<br />
es sólo un aspecto de la<br />
farsa, la que se refiere al uso incorrecto,<br />
arbitrario o simplemente<br />
sin sentido, de términos<br />
y nociones científicas. Los autores,<br />
físicos en activo en las universidades<br />
de Nueva York y Lovaina,<br />
y con suficiente solvencia<br />
para enjuiciar el uso de esa terminología,<br />
demuestran hasta<br />
qué punto: a) esas nociones se<br />
manejan primordialmente para<br />
oscurecer los textos e impresionar<br />
a los inexpertos; y b) no sólo<br />
esos conceptos aparentemente<br />
científicos son utilizados sin el<br />
más mínimo rigor, lo que ya sería<br />
censurable, sino que en general<br />
carecen de sentido y no tienen<br />
la menor relación con los<br />
temas tratados. Sokal y Bricmont<br />
se declaran incompetentes<br />
para desentrañar otras posibles<br />
imposturas, aquellas que no están<br />
directamente relacionadas<br />
con el uso de terminología científica,<br />
pero no dejan de señalar<br />
que la ocurrencia de tales desafueros<br />
en cualquier obra de pensamiento<br />
permitiría conjeturar<br />
la existencia de otros muchos en<br />
otros aspectos de la misma. No<br />
hay más que observar, por otra<br />
parte, la extrema violencia gramatical<br />
con que los textos<br />
examinados están construidos,<br />
hasta el punto de resultar literalmente<br />
indescifrables, para sospechar<br />
de su supuesta profundidad<br />
(repásese, por ejemplo, el<br />
primer párrafo reproducido en<br />
este artículo).<br />
Alan Sokal es un físico con<br />
un perfil de izquierda-de-toda-<br />
la-vida indiscutible, que enseñó<br />
matemáticas en la Nicaragua<br />
sandinista y ha escrito interesantes<br />
ensayos sobre educación,<br />
aparte de sus propios trabajos<br />
de especialidad. Más adelante<br />
se verá por qué he remarcado<br />
su perfil político. Sokal piensa,<br />
por lo demás, lo mismo que la<br />
mayoría de los científicos que<br />
se han enfrentado alguna vez a<br />
uno de esos textos plagados de<br />
referencias seudocientíficas fuera<br />
de contexto y sin significación<br />
aprovechable alguna. La<br />
siguiente obra maestra de Félix<br />
Guattari puede ser un ejemplo<br />
de la acumulación, sin orden ni<br />
concierto ni sentido, de no menos<br />
de una docena de términos<br />
utilizados normalmente, con<br />
un significado bien definido y<br />
en un contexto igualmente<br />
bien definido, en las ciencias de<br />
la naturaleza:<br />
“Aquí se observa perfectamente<br />
que no existe ninguna correspondencia<br />
biunívoca entre los eslabones lineales<br />
significativos o de arqueo-escritura,<br />
según los autores, y esta catálisis<br />
maquinal multidimensional, multirreferencial.<br />
La simetría de escala, la<br />
transversalidad, el carácter pático no<br />
discursivo de su expansión: todas estas<br />
dimensiones nos llevan más allá de la<br />
lógica del tercio excluso y nos invitan<br />
a renunciar al binarismo ontológico<br />
que ya hemos denunciado anteriormente.<br />
Una disposición maquinal, a<br />
través de sus diversos componentes,<br />
arranca su consistencia franqueando<br />
umbrales ontológicos, umbrales no lineales<br />
de irreversibilidad, umbrales<br />
creativos ontogenéticos y de autopóiesis.<br />
Aquí se debería ampliar la noción<br />
de escala para poder pensar las simetrías<br />
fractales en términos ontológicos.<br />
Lo que atraviesan las máquinas<br />
fractales son escalas sustanciales”.<br />
Por lo demás, también muchosno-científicos-de-la-naturaleza<br />
piensan que semejante<br />
46 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
palabrería no puede contener<br />
nada intelectualmente valioso.<br />
La parodia<br />
Lo que diferencia a Sokal de<br />
muchos otros es que hizo algo<br />
al respecto. En 1996, tras familiarizarse<br />
con la terminología<br />
dominante en los textos del posmodernismo,<br />
escribió un artículo<br />
con el formidable título de<br />
‘Transgrediendo los límites:<br />
hacia una hermenéutica transformativa<br />
de la gravitación<br />
cuántica’ y lo envió a la revista<br />
norteamericana de estudios culturales<br />
Social Text. En dicho artículo,<br />
una parodia de principio<br />
a fin, utilizaba todo el nomenclátor<br />
al uso e incidía en algunos<br />
de los más absurdos y extremosos<br />
puntos de vista de moda<br />
en este tipo de literatura. El uso<br />
de términos científicos era<br />
abundante, dado que el tema<br />
tenía relación directa con la física,<br />
aunque visto desde la perspectiva<br />
de la escuela a la que<br />
quería poner en evidencia. Al<br />
menos en este punto, en la<br />
oportunidad de acudir a la jerga<br />
científica, hay que reconocer<br />
que se mostró más coherente<br />
que la mayoría de los autores<br />
adscritos a dicha escuela. Junto<br />
con la general falta de sentido<br />
del texto, Sokal deslizó algunas<br />
afirmaciones groseramente falsas<br />
y fácilmente detectables, así<br />
como otras que, pudiendo ser<br />
aceptables o discutibles en principio,<br />
resultan incomprensibles<br />
o absurdas al llevarlas a la exageración<br />
a que normalmente se<br />
llevan en estos textos. Y no olvidó,<br />
por supuesto, trufar el artículo<br />
de multitud de referencias<br />
y alabanzas, algunas de ellas verdaderamente<br />
empalagosas, a<br />
textos que venían a cuento en<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
unas ocasiones y no tenían la<br />
menor relación con lo tratado<br />
en otras, pero eso sí, escritos<br />
por los autores más afamados<br />
del gremio, incluyendo de modo<br />
prominente algunos de los<br />
editores de la revista en cuestión.<br />
David Lodge, uno de los<br />
autores que con más agudeza ha<br />
satirizado el mundo de los profesores<br />
universitarios, señala:<br />
“En el mundo académico es imposible<br />
excederse en la adulación de<br />
los colegas”.<br />
Pero esta ley general encuentra<br />
su más acabada expresión<br />
en el ámbito denunciado<br />
por Sokal, como demuestra el<br />
que afirmaciones a todas luces<br />
absurdas pasaran sin el menor<br />
esfuerzo de argumentación con<br />
tan sólo sugerir que se debían<br />
al genio de tal o cual pensador.<br />
Además de poner un título<br />
grandilocuente a su artículo,<br />
una amalgama de<br />
“verdades, medias verdades, cuartos<br />
de verdades, falsedades, saltos ilógicos<br />
y frases sintácticamente correctas<br />
que carecen por completo de sentido”,<br />
según resumen del propio<br />
autor, Sokal lo aderezó con na-<br />
Alan Sokal<br />
da menos que 109 notas a pie<br />
de página y 219 referencias bibliográficas,<br />
todas verdaderas,<br />
entre las que se encontraban la<br />
casi totalidad de los pensadores<br />
posmodernos y muchos científicos<br />
eminentes.<br />
El artículo debió parecerles<br />
a los editores de Social Text una<br />
bendición del cielo. Se apresuraron<br />
a publicarlo en un número<br />
especial dedicado a rebatir<br />
las críticas que por entonces<br />
empezaban a menudear por<br />
parte de algunos prestigiosos<br />
científicos a la visión de la actividad<br />
científica y del status del<br />
mundo físico y sus leyes, difundida<br />
por la escuela posmoderna<br />
o por el llamado constructivismo<br />
social. Ese número especial llevaba<br />
como contribución estrella<br />
la parodia de Sokal, aunque<br />
los editores no la tomaron como<br />
tal sino muy en serio. Nada<br />
más eficaz, pensarían, que mostrar<br />
que en las propias filas de<br />
la ciencia dura cundía la buena<br />
nueva y que científicos profesionales<br />
abrazaban los puntos<br />
de vista defendidos en publicaciones<br />
como Social Text. Una<br />
vez consumada la farsa, Sokal<br />
se consideró obligado a comu-<br />
nicar a los editores y al público<br />
en general la verdadera naturaleza<br />
de su escrito y las razones<br />
que le habían llevado a escribirlo.<br />
Dicha aclaración fue enviada<br />
en primer lugar a Social<br />
Text, pero no fue publicada por<br />
no cumplir con los niveles intelectuales<br />
requeridos, según le<br />
contestaron con exquisita pulcritud<br />
quienes habían aceptado<br />
su primer manuscrito con entusiasmo,<br />
aunque más tarde fue<br />
publicada en Dissent y en Philosophy<br />
and Literature. La exigencia<br />
de nivel intelectual elevado<br />
como condición indispensable<br />
para que un texto fuera publicado<br />
en Social Text no impidió,<br />
sin embargo, que les fuera concedido<br />
a sus editores el Premio<br />
Ig Nobel de Literatura 1996.<br />
El trabajo de leer y analizar<br />
la literatura posmoderna puso a<br />
Sokal en contacto con multitud<br />
de libros y artículos de los<br />
autores más prestigiosos del ramo<br />
en los que había referencias,<br />
generalmente absurdas, a<br />
términos y nociones científicos.<br />
Y así concibió, en colaboración<br />
con Jean Bricmont, la<br />
idea de publicar un libro en el<br />
que se analizaran con cierto<br />
detalle los disparates perpetrados<br />
por algunos de esos autores:<br />
Jacques Lacan, Julia Kristeva,<br />
Luce Irigaray, Bruno<br />
Latour, Jean Baudrillard, Gilles<br />
Deleuze, Félix Guattari y Paul<br />
Virilio. Contiene el libro, además,<br />
el famoso texto-parodia,<br />
la aclaración que Sokal redactó<br />
después y una serie de consideraciones<br />
acerca de otra moda<br />
académica, la del llamado relativismo<br />
epistémico, íntimamente<br />
relacionada con la escuela de<br />
pensamiento que es el blanco<br />
principal de la obra.<br />
47
EL DISLATE COMO MÉTODO<br />
Usar la ciencia en vano<br />
En su aclaración posterior a la<br />
publicación del artículo en Social<br />
Text, Sokal afirma que sus<br />
motivos fueron intelectuales y<br />
políticos. No respondió su iniciativa<br />
a una defensa de la<br />
ciencia dura; por el contrario,<br />
a lo largo de ella, y después a<br />
lo largo del libro, delimita una<br />
y otra vez el ámbito de aplicación<br />
de las ciencias de la naturaleza<br />
y critica precisamente<br />
que se saquen de contexto y se<br />
utilicen para apoyar las más<br />
peregrinas afirmaciones en el<br />
mundo del psicoanálisis, la<br />
lingüística o la antropología,<br />
aprovechando su potencial<br />
amedrentador y su terminología<br />
críptica para la mayoría de<br />
la gente. Ni se trataba tampoco<br />
de señalar, con puntillosa<br />
aplicación, los errores en comas,<br />
números o conceptos relacionados<br />
con las ciencias de<br />
la naturaleza cometidos por<br />
ciertos pensadores en esas disciplinas.<br />
Lo que queda meridianamente<br />
claro, por el contrario,<br />
es su intención de<br />
demostrar la farsa intelectual,<br />
que va más allá de la inclusión<br />
de errores en tal o cual fórmula,<br />
sobre la que se configuran<br />
muchos textos que contienen,<br />
sin ton ni son, nociones procedentes<br />
de las matemáticas o de<br />
las ciencias de la naturaleza.<br />
Nociones que no significan literalmente<br />
nada pero que resultan<br />
impresionantes de tan<br />
grandilocuentes y tan oscuras.<br />
Véase, por ejemplo, una muestra<br />
en la que el reverenciado<br />
Jacques Lacan justifica el papel<br />
psicoanalítico de los números<br />
complejos:<br />
“Y puesto que la batería de significantes,<br />
en cuanto a tal, es por eso<br />
mismo completa, este significante no<br />
puede ser más que un trazo que se traza<br />
desde su círculo sin que se pueda<br />
contar como parte de él. Puede simbolizarse<br />
mediante la inherencia de<br />
un (-1) en el conjunto total de los significantes.<br />
Como tal, es impronunciable,<br />
pero no así su operación, ya que<br />
ésta es la que se produce cada vez<br />
que es pronunciado un nombre propio.<br />
Su enunciado se iguala a su significado.<br />
Así, calculando ese significado<br />
según el método algebraico que utilizamos,<br />
tendremos:<br />
S (significante<br />
s (significado)<br />
siendo S =(-1), da como resultado:<br />
s = √-1”.<br />
O bien el igualmente absurdo<br />
pero más divertido:<br />
“Es así como el órgano eréctil<br />
viene a simbolizar el lugar del goce,<br />
no en sí mismo, ni siquiera en forma<br />
de imagen, sino como parte que falta<br />
en la imagen deseada; de ahí que sea<br />
equivalente al √-1 del significado obtenido<br />
más arriba, del goce que restituye,<br />
a través del coeficiente de su<br />
enunciado a la función de falta de significante:<br />
(-1)”.<br />
Como Reichenbach diría,<br />
la principal tarea del filósofo es<br />
combatir lo que Francis Bacon<br />
llamaba los ídolos del teatro, es<br />
decir, el lenguaje vagoroso y altisonante<br />
que no significa gran<br />
cosa ni es susceptible de verificación,<br />
y así contribuir a<br />
“que esta neblina se desvanezca<br />
en el aire fresco de los significados<br />
claros” 3 .<br />
Por lo visto, no todo el<br />
mundo ve esa necesidad de razonar<br />
a partir de significados<br />
claros. Es difícil, por lo demás,<br />
calcular el número de veces<br />
que, conforme al esquema sugerido<br />
por el mismo Reichenbach,<br />
un estudiante de Lacan<br />
tendría que leer el texto anterior<br />
hasta llegar a convencerse<br />
de la equivalencia entre el órgano<br />
eréctil y la raíz cuadrada<br />
de menos uno. La demostración<br />
de que la alabanza desmesurada<br />
es moneda corriente en<br />
ciertos ambientes académicos<br />
es que Althusser, a la vista de<br />
textos como el mencionado,<br />
haya escrito:<br />
“Lacan dota, finalmente, al pensamiento<br />
de Freud de los conceptos<br />
científicos que exige”.<br />
La parodia de Sokal, aceptada<br />
con entusiasmo por los<br />
editores de la revista, contiene<br />
algunos hallazgos interesantes.<br />
Así, muy en su papel de azote<br />
de científicos obtusos que creen<br />
que existe un mundo objeti-<br />
3 Ibídem.<br />
= s (enunciado)<br />
vo del que puede llegar a saberse<br />
algo, empieza ridiculizando<br />
hasta la irrisión, sin ninguna<br />
argumentación pero utilizando<br />
algunos de los latiguillos más<br />
en boga,<br />
“el dogma impuesto por la larga<br />
hegemonía posilustrada en el pensamiento<br />
occidental, que se puede resumir,<br />
brevemente, de la siguiente forma:<br />
existe un mundo exterior, cuyas propiedades<br />
son independientes de cualquier<br />
ser humano individual e incluso<br />
de la humanidad en su conjunto; dichas<br />
propiedades están codificadas en<br />
leyes físicas ‘eternas’ y los seres humanos<br />
pueden obtener un conocimiento<br />
fidedigno, aunque imperfecto y tentativo,<br />
de estas leyes ateniéndose a los<br />
procedimientos ‘objetivos’ y las restricciones<br />
epistemológicas prescritos por el<br />
(así llamado) método científico”.<br />
En realidad todo el texto<br />
está compuesto a base de afirmaciones<br />
altisonantes, a veces<br />
con cierto sentido, otras completamente<br />
absurdas, y siempre<br />
llevadas más allá del límite de<br />
lo sensato. Nótese, por ejemplo,<br />
el tono rotundo e incuestionable<br />
con el que razona en<br />
una nota a pie de página:<br />
“No puedo estar de acuerdo con<br />
la conclusión de Argyros según la cual<br />
la desconstrucción derrideana es, en<br />
consecuencia, inaplicable a la hermenéutica<br />
de la cosmología del universo<br />
primitivo, ya que el argumento de<br />
Argyros se funda en un uso inadmisiblemente<br />
totalizador de la relatividad<br />
especial (en términos técnicos, las ‘coordenadas<br />
del cono de luz’) en un<br />
contexto en el que la relatividad general<br />
es inevitable”.<br />
Precisamente en relación<br />
con la relatividad, trae Sokal a<br />
colación un texto de Derrida<br />
en el que el pensador francés<br />
discurre sobre la constante G<br />
de Newton del siguiente modo:<br />
“La constante einsteiniana no es<br />
una constante, ni tampoco es un centro.<br />
Es el concepto mismo de variabilidad<br />
–es, a fin de cuentas, el concepto<br />
del juego–. Dicho en otras palabras,<br />
no es el concepto de una cosa –de un<br />
centro a partir del cual un observador<br />
podría dominar el campo–, sino el<br />
concepto mismo del juego…”.<br />
Para, a continuación, extrapolar<br />
el razonamiento espiral<br />
de Derrida, ampliarlo y lle-<br />
varlo a términos cada vez más<br />
absurdos, hasta sugerir que esa<br />
puesta en cuestión del carácter<br />
constante de la constante de<br />
Newton debe extenderse al<br />
mismísimo número π, que<br />
aparece junto con G en la<br />
ecuación de Einstein, y cuya<br />
constancia habría también que<br />
poner en cuestión.<br />
Las referencias a los autores<br />
más celebrados son siempre<br />
aduladoras, lo que responde a<br />
su propósito de poner de manifiesto<br />
los vicios de la tribu<br />
académica. Vicios que, de tan<br />
normales, pasan muchas veces<br />
desapercibidos, llegando en este<br />
tipo de literatura a cotas difícilmente<br />
superables. Y junto<br />
a la adulación, la demostración<br />
de la impostura. Así, después<br />
de una alusión especialmente<br />
lisonjera a Robert Markley, comenta<br />
Sokal uno de sus textos<br />
en el que, en medio de una<br />
confusión notable sobre términos<br />
matemáticos y físicos, enumera<br />
la acostumbrada lista de<br />
disciplinas que obligarían a<br />
abandonar la linealidad, el determinismo<br />
o la causalidad: Física<br />
Cuántica, Bootstrap hadrónico,<br />
teoría de los números<br />
complejos y teoría del caos.<br />
Pues bien, Sokal, en otra nota<br />
a pie de página, afirma:<br />
“Un pequeño detalle: no me parece<br />
evidente que la teoría de los números<br />
complejos, que constituye una<br />
rama nueva y todavía bastante especulativa<br />
de la física matemática, deba tener<br />
el mismo estatuto epistemológico<br />
que las tres ciencias sólidamente establecidas<br />
que cita Markley”.<br />
El pequeño detalle está en<br />
que los números complejos son<br />
una parte de las matemáticas<br />
desarrollada a lo largo del siglo<br />
pasado, al alcance de cualquier<br />
estudiante de COU, y no presenta<br />
ningún problema conceptual.<br />
No tendría, por tanto,<br />
sitio en esa lista propuesta por<br />
Markley, pero por razones diametralmente<br />
opuestas a las<br />
aducidas. Es imposible, por lo<br />
demás, tomarse en serio el<br />
amasijo incoherente de disciplinas<br />
que cita. La ignorancia<br />
se señala llevándola hasta el absurdo,<br />
pero en un ambiente de<br />
48 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
vale todo esa observación parece<br />
conferir todavía más autoridad<br />
intelectual y erudición a<br />
ambos autores, comentado y<br />
comentador. Como puede deducirse<br />
de lo dicho hasta ahora,<br />
Sokal usa y abusa de las notas<br />
a pie de página, que es uno<br />
de los aditamentos eruditos<br />
más usados y que dan mayor<br />
respetabilidad a los textos académicos.<br />
La izquierda y lo ‘real’<br />
La primera razón de la escritura<br />
de la parodia, y más tarde<br />
del libro, es estrictamente intelectual:<br />
se trataba de poner de<br />
manifiesto la falta de sentido<br />
de al menos una parte de los<br />
textos supuestamente innovadores<br />
del pensamiento llamado<br />
posmoderno. Pero la principal<br />
razón es para Sokal esencialmente<br />
política. Como un autocalificado<br />
hombre de izquierdas<br />
a la antigua, siempre ha<br />
creído en la superioridad de la<br />
razón sobre la irracionalidad,<br />
del conocimiento y la claridad<br />
sobre la confusión y la oscuridad,<br />
especialmente si se quiere<br />
avanzar hacia la emancipación<br />
de los más desfavorecidos. Como<br />
un izquierdista clásico,<br />
también ha creído siempre en<br />
la existencia de un mundo<br />
material externo a nuestras<br />
mentes, que los hechos, tanto<br />
naturales como sociales, tienen<br />
causas, y que es objetivo de la<br />
ciencia y de la política desentrañar<br />
esas causas, y más si el<br />
pensamiento quiere tener un<br />
fundamento progresista. La<br />
confusión intelectual y la ocultación<br />
de las causas han ido<br />
siempre en el sentido de<br />
acrecentar el poder de los que<br />
tenían acceso al conocimiento,<br />
mientras que el esfuerzo de la<br />
gente como Sokal se ha dirigido<br />
a aclarar los hechos y procesos,<br />
intentando que fueran<br />
comprendidos por la mayoría.<br />
Un intelectual, cuya competencia<br />
académica y cuyo compromiso<br />
con los valores tradicionales<br />
de la izquierda nadie<br />
puede negar, como es Noam<br />
Chomsky, se manifiesta de un<br />
modo parecido:<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
“Los intelectuales de izquierda<br />
participaban activamente en la vida<br />
cultural de la clase obrera. Algunos intentaban<br />
compensar el carácter clasista<br />
de las instituciones culturales mediante<br />
programas educativos dirigidos a los<br />
trabajadores o escribiendo obras divulgativas<br />
de gran éxito sobre matemáticas,<br />
ciencias y otras materias. Llama la<br />
atención que, en la actualidad, sus herederos<br />
de izquierda intenten, a menudo,<br />
privar a los trabajadores de estos<br />
instrumentos de emancipación, informándonos<br />
de que el ‘proyecto de la<br />
Ilustración’ está muerto, que debemos<br />
abandonar las ‘ilusiones’ de la ciencia<br />
y la racionalidad –un mensaje que llenará<br />
de gozo el corazón de los poderosos,<br />
que ansían monopolizar estos instrumentos<br />
para su propio uso”.<br />
Sokal se muestra especialmente<br />
beligerante en relación<br />
con el relativismo epistémico de<br />
quienes se adscriben a la escuela<br />
que, a partir de los años setenta,<br />
se ha ido conformando en lo<br />
que se llama Science Studies, o<br />
también Sociología de la Ciencia.<br />
La aportación básica de esta<br />
escuela consiste en la afirmación<br />
de que las teorías científicas no<br />
tienen nada, o muy poco, que<br />
ver con el mundo físico. Son<br />
una especie de convención, únicamente<br />
válida en relación con<br />
un grupo social o una cultura<br />
determinada, cuando no una<br />
simple narrativa que, en un momento<br />
y en un lugar dados, nadie<br />
pone en cuestión pero sin<br />
conexión alguna con la naturaleza,<br />
con la noción de experimento<br />
o con ideas tales como<br />
verdad u objetividad. El relativismo<br />
epistémico hunde sus raíces<br />
en la negación de un mundo externo<br />
cuya existencia es independiente<br />
de nuestros sentidos,<br />
o bien de la posibilidad de llegar<br />
a tener alguna noticia cierta de<br />
ese mundo exterior hipotético.<br />
En última instancia, está emparentado<br />
con el solipsismo que,<br />
como ya Bertrand Russell pusiera<br />
de manifiesto, es irrefutable<br />
desde el punto de vista lógico<br />
pero inconsistente desde el punto<br />
de vista práctico (en particular,<br />
con la propia práctica de los<br />
solipsistas) 4 . O con un escepti-<br />
4 Bertrand Russell: Fundamentos<br />
de la Filosofía. Editorial G.P., 1966.<br />
cismo radical acerca de la imposibilidad<br />
de conocer nada de ese<br />
mundo exterior, sólo que sin la<br />
claridad y el rigor de la argumentación<br />
de Hume 5 acerca de<br />
la inducción como fuente de conocimiento.<br />
Ese relativismo se apoya en<br />
una serie de confusiones. Una<br />
muy frecuente procede de no<br />
distinguir entre la motivación<br />
de un descubrimiento, generalmente<br />
ligada a factores sociales,<br />
culturales o incluso personales,<br />
y su verificación, que ha<br />
de trascender esas circunstancias.<br />
La mecánica de Newton,<br />
por citar un caso que ha aparecido<br />
en multitud de controversias,<br />
nació en un determinado<br />
contexto político y cultural; y<br />
en su concepción sin duda tuvieron<br />
influencia las creencias,<br />
unas veces racionales y otras<br />
intuitivas o simplemente irracionales,<br />
el orgullo, el temperamento,<br />
las manías o la ambición<br />
de un cierto número de<br />
personas. Y es interesante estudiar<br />
la correlación entre los<br />
factores personales, sociales o<br />
históricos con el planteamiento<br />
y la resolución de este y de<br />
otros problemas científicos. Pero<br />
la validez de la física de<br />
Newton no depende ya del poder<br />
de tal o cual persona, o de<br />
la hegemonía de tal o cual país<br />
o religión; no se ha impuesto<br />
en el mundo por la negociación<br />
de unos cuantos científicos ni<br />
menos aún por los intereses de<br />
la Iglesia anglicana (como oí<br />
decir en un debate en el que yo<br />
mismo participaba), de la Royal<br />
Navy o del comercio trasatlántico.<br />
Se ha impuesto, y sigue<br />
en vigor independientemente<br />
del contexto cultural o<br />
religioso, porque describe y<br />
permite predecir hechos de la<br />
naturaleza, por ejemplo, los<br />
movimientos de planetas y cometas.<br />
Y sus capacidades de explicación<br />
de esos hechos trascienden<br />
ya para siempre las cir-<br />
5 David Hume, Enquiries Concerning<br />
the Human Understanding and concerning<br />
the principles of morals”. Oxford<br />
Univ. Press., 1902.<br />
CAYETANO LÓPEZ<br />
cunstancias en las que nació;<br />
cualquier persona en cualquier<br />
lugar puede verificar sus predicciones<br />
de acuerdo a reglas<br />
objetivas y universales. Justamente,<br />
Bertrand Russell se refería<br />
a esta idea cuando afirmaba<br />
que<br />
“el propósito y el éxito del método<br />
científico era eliminar la subjetividad<br />
de las sensaciones individuales y<br />
sustituirlas por una clase de conocimiento<br />
que pudiera ser el mismo para<br />
todos los sujetos de percepción” 4 .<br />
Otra confusión que se<br />
prodiga con frecuencia es la<br />
que se produce entre hecho y<br />
la creencia en ese hecho. Para<br />
los relativistas epistémicos el<br />
que el Sol girara alrededor de<br />
la Tierra era un hecho que fue<br />
sustituido por otro, que la Tierra<br />
gira alrededor del Sol, en<br />
un momento histórico por razones<br />
sociales o culturales. Al<br />
parecer, el cambio de consenso<br />
entre los científicos es equivalente<br />
al cambio en los hechos<br />
sobre los que discuten esos<br />
científicos. De aceptar sin más<br />
su lógica, sería demasiada<br />
ingenuidad, lindando peligrosamente<br />
con la ignorancia,<br />
pensar que el Sol y la Tierra<br />
tuvieran un movimiento relativo,<br />
derivado de su interacción<br />
gravitatoria, del todo independiente<br />
de los esfuerzos hechos<br />
por los científicos para comprenderlo,<br />
y que la decisión<br />
sobre cuál sea el modo más<br />
aproximado de describir ese<br />
movimiento, existente antes de<br />
que se iniciara el debate, incluso<br />
antes de que existieran posibles<br />
debatidores, deba apoyarse<br />
en la evidencia empírica.<br />
Bruno Latour, en un pasaje<br />
comentado por Sokal y Bricmont<br />
en el libro, ridiculiza la<br />
pretensión de que sea la respuesta<br />
de la naturaleza a los<br />
experimentos, realizados o por<br />
realizar, la que finalmente decida<br />
si el número de neutrinos<br />
que emite el Sol es alguno de<br />
los que hoy por hoy, por razones<br />
teóricas o experimentales,<br />
están sobre el tapete y son incompatibles<br />
entre sí. Frente a<br />
la anticuada idea de que<br />
49
EL DISLATE COMO MÉTODO<br />
“habrá un momento en que el<br />
Sol real, con su verdadero número de<br />
neutrinos, cerrará las bocas de los discrepantes<br />
y les obligará a aceptar los<br />
hechos, cualesquiera que sean las cualidades<br />
literarias de sus artículos”,<br />
opina Latour que el Sol<br />
juega un modesto papel al respecto,<br />
hasta el punto de que si<br />
éste fuera decisivo, entonces<br />
los sociólogos de la ciencia no<br />
tendrían mucho que decir.<br />
Afortunadamente, en su opinión,<br />
lo que realmente importa<br />
para entender el final de la<br />
controversia es seguir las negociaciones<br />
entre científicos, sus<br />
alianzas y los recursos de que<br />
disponen. Ahí habrá de encontrarse<br />
la razón de que el número<br />
de neutrinos procedentes<br />
del Sol sea uno u otro, no en lo<br />
que esté ocurriendo realmente<br />
en el interior de nuestra estrella<br />
de referencia.<br />
Otro ejemplo de esta última<br />
confusión entre hecho y la<br />
creencia de ese hecho está íntimamente<br />
relacionado, como<br />
no podía ser de otro modo,<br />
con la noción de lo políticamente<br />
correcto, tan extendida<br />
en las universidades norteamericanas.<br />
Existe un consenso<br />
científico, digamos ordinario,<br />
acerca de la procedencia de las<br />
poblaciones nativas de América.<br />
A partir de evidencias paleontológicas<br />
y arqueológicas, se<br />
estima que los primeros pobladores<br />
del continente americano<br />
atravesaron el estrecho de Bering,<br />
procedentes de Asia hace<br />
unos 10.000 a 20.000 años.<br />
Pero la creencia de los nativos<br />
americanos es que siempre vivieron<br />
allí, emergiendo directamente<br />
sobre la tierra desde el<br />
subterráneo mundo de los espíritus.<br />
Está claro que, desde el<br />
punto de vista de los hechos,<br />
las dos explicaciones no pueden<br />
ser simultáneamente<br />
correctas. La que yo llamaría<br />
explicación mítica puede ser<br />
perfectamente útil o válida como<br />
creencia que cumple un<br />
papel en la integración social<br />
de una determinada población.<br />
Ser respetuoso con esa creencia<br />
no implica, sin embargo, tener<br />
que considerarla, desde el pun-<br />
to de vista del conocimiento de<br />
lo que realmente sucedió, en el<br />
mismo plano que la explicación<br />
basada en los indicios arqueológicos,<br />
como a veces se<br />
hace. Debatir sobre el origen<br />
de las poblaciones humanas en<br />
el continente americano e intentar<br />
dilucidar su historia remota<br />
no implica menospreciar<br />
a los nativos, como tampoco la<br />
renuncia a aplicar criterios de<br />
veracidad a las creencias de alguien<br />
equivale a respetarle<br />
más. Por lo demás, como Sokal<br />
y Bricmont argumentan:<br />
“Después de todo, para apoyar<br />
las reclamaciones territoriales de los<br />
indígenas americanos, ¿es realmente<br />
importante saber si éstos han permanecido<br />
en Norteamérica siempre o sólo<br />
10.000 años?”.<br />
Una cosa no tiene relación<br />
con la otra y no hay excusa racional<br />
para una tal confusión.<br />
Más aún, alentarla conduce, a<br />
la larga, a la indefensión de<br />
quien se ve privado de argumentación<br />
racional y se acostumbra<br />
a aceptar, como genuina<br />
descripción de los hechos y<br />
sus causas, afirmaciones que<br />
pueden ser convenientes o respetables<br />
como relatos míticos<br />
pero que nada tienen que ver<br />
con la realidad.<br />
Estas confusiones tienen<br />
efectos devastadores sobre el<br />
rigor en el razonamiento y la<br />
honestidad intelectual de profesores<br />
e investigadores en numerosas<br />
disciplinas. Y es que el<br />
escepticismo radical que subyace<br />
a estas teorías contiene<br />
siempre, según Bertrand Russell,<br />
“un elemento de frívola<br />
insinceridad” 6 . Es evidente que<br />
la relación entre el mundo físico<br />
y nuestros sentidos o nuestros<br />
instrumentos es compleja<br />
e indirecta; y que el conocimiento<br />
sólo puede derivarse de<br />
las observaciones a través de un<br />
proceso de mediación en el<br />
que entran factores teóricos y<br />
experimentales que no siempre<br />
6 Bertrand Russell: Human Knowledge,<br />
Its Scope and Limits. George Allen<br />
and Unwin Ldt, 1948.<br />
son fáciles de dilucidar. Y que,<br />
de un mismo dato empírico,<br />
pueden, a veces, deducirse cosas<br />
diferentes, aunque el paso<br />
del tiempo y la acumulación<br />
de nuevos datos van descartando<br />
alternativas. El proceso de<br />
aprendizaje en las ciencias de la<br />
naturaleza no se ajusta, pues, a<br />
un ingenuo esquema lineal. Pero<br />
es también evidente que las<br />
teorías científicas no se imponen<br />
sólo por la fuerza política<br />
de sus defensores, sino porque,<br />
a la larga, describen y nos permiten<br />
entender mejor la evidencia<br />
experimental. Salvo<br />
contadas excepciones, los científicos<br />
de la naturaleza son, por<br />
el momento, bastante inmunes<br />
a este tipo de modas; proceden<br />
en la suposición de que existe<br />
un mundo objetivo externo a<br />
nuestras mentes, que es posible<br />
conocer, al menos en parte<br />
y siempre tentativamente, mediante<br />
la elaboración de hipótesis<br />
y su contraste con la<br />
experimentación. Pero en disciplinas<br />
de humanidades y<br />
ciencias sociales, el relativismo<br />
epistémico se ha difundido hasta<br />
el punto de que Eric Hobsbawn<br />
ha tenido que llamar la<br />
atención sobre<br />
“el crecimiento de las modas intelectuales<br />
‘posmodernas’ en las universidades<br />
occidentales, sobre todo en<br />
los departamentos de literatura y antropología,<br />
que hacen que todos los<br />
‘hechos’ que aspiran a una existencia<br />
objetiva sean, simplemente, construcciones<br />
intelectuales. Resumiendo,<br />
que no existe ninguna diferencia clara<br />
entre los hechos y la ficción. Pero en<br />
realidad la hay y, para los historiadores,<br />
incluidos los antipositivistas más<br />
acérrimos de entre todos nosotros, es<br />
absolutamente esencial poder distinguirlos”.<br />
Sokal y Bricmont analizan<br />
y rebaten en Imposturas intelectuales<br />
la argumentación básica<br />
de esta escuela de pensamiento,<br />
pero se preguntan, además, sobre<br />
las causas de que estos puntos<br />
de vista, ligados desde antiguo<br />
al más añejo idealismo, pasen<br />
hoy en ciertos círculos<br />
académicos por la quintaesencia<br />
del progresismo. Justamente<br />
esa posición ideológica de que<br />
cualquier concepción, o des-<br />
cripción, del mundo es igualmente<br />
válida desde el punto de<br />
vista intelectual, y que sólo importa<br />
el poder que se tenga para<br />
imponerla, es el enemigo clásico<br />
de la izquierda tradicional,<br />
que ha defendido siempre que<br />
la investigación de la verdad<br />
puede llegar a desvelar, siquiera<br />
sea parcialmente y en aproximaciones<br />
sucesivas, las relaciones<br />
de causa y efecto en el<br />
mundo que nos rodea. Ahora<br />
bien, ese relativismo radical,<br />
tan de moda hoy, no podía estar<br />
ausente, y no lo está, en la<br />
argumentación de los autores<br />
examinados en el libro. Puede<br />
encontrarse en multitud de pasajes<br />
la negación de una realidad<br />
externa y la consideración<br />
de la ciencia como mera negociación<br />
o acuerdo entre científicos,<br />
con la particularidad que<br />
dichas nociones se entremezclan<br />
alegremente con la utilización<br />
pomposa de términos<br />
científicos para dar impresión<br />
de profundidad.<br />
Cuenta Sokal que una conferencia<br />
celebrada en la Universidad<br />
de California en Santa<br />
Cruz, en la que se debatía este<br />
tipo de problemas y en la que<br />
él mismo participó, se anunciaba<br />
con el siguiente terrorífico<br />
mensaje: “Un espectro recorre<br />
la vida intelectual de Estados<br />
Unidos: el espectro del conservadurismo<br />
de izquierdas”, es decir,<br />
el conservadurismo de gentes<br />
como Sokal y otros. Allí se<br />
les hizo una crítica, expresada<br />
en términos de la jerga a la<br />
moda, por su oposición al “trabajo<br />
teórico de los antifundacionalistas<br />
(es decir, de los posmodernos)”,<br />
y por –horror de<br />
horrores– su “intento de llegar<br />
a construir un consenso basado<br />
en la noción de lo real”. En<br />
una frase que es más bien un<br />
desahogo, Sokal declara:<br />
“Confieso que soy un viejo izquierdista<br />
impenitente que nunca ha<br />
entendido cómo se supone que la deconstrucción<br />
podría ayudar a la clase<br />
obrera. Y soy también un viejo científico<br />
pesado que cree, ingenuamente,<br />
que existe un mundo externo, que<br />
existen verdades objetivas sobre el<br />
mundo y que mi misión es descubrir<br />
alguna de ellas. (Si la ciencia no fue-<br />
50 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
a más que una negociación de convenciones<br />
sociales sobre lo que acordamos<br />
llamar ‘verdadero’, ¿por qué<br />
habría de molestarme en dedicar a<br />
ella una gran parte de mi cortísima<br />
vida?)”.<br />
Mientras que en tono más<br />
sereno ambos, Sokal y Bricmont,<br />
razonan que<br />
“la existencia de un vínculo de<br />
este género entre la izquierda y el posmodernismo<br />
constituye, a primera<br />
vista, una grave paradoja. A lo largo<br />
de los dos últimos siglos, la izquierda<br />
se ha identificado con la ciencia y<br />
contra el oscurantismo, por creer que<br />
el pensamiento racional y el análisis<br />
sin cortapisas de la realidad objetiva<br />
(natural o social) eran instrumentos<br />
eficaces para combatir las mistificaciones<br />
fomentadas por el poder –además<br />
de ser fines humanos perseguibles por<br />
sí mismos–. Sin embargo, durante los<br />
últimos 20 años, un buen número de<br />
estudiosos de las humanidades y científicos<br />
sociales ‘progresistas’ o de ‘izquierda’<br />
(aunque prácticamente ningún<br />
científico natural, de cualesquiera<br />
ideas políticas) se han apartado de esta<br />
herencia de la Ilustración e, impulsados<br />
por ideas importadas de Francia<br />
tales como la deconstrucción, y por<br />
doctrinas de cosecha propia, como la<br />
epistemología de orientación feminista,<br />
se han adherido a una u otra forma<br />
de relativismo epistémico”.<br />
El sexo de la ciencia<br />
Una de las secciones que pueden<br />
resultar más deprimentes,<br />
desde una concepción política<br />
y social de izquierdas en aspectos<br />
muy básicos, es la que<br />
se refiere a la extraña lógica de<br />
algunas pensadoras feministas<br />
encuadradas en el posmodernismo.<br />
En el capítulo dedicado<br />
a Luce Irigaray y algunas de<br />
sus incondicionales, se incluyen<br />
fragmentos representativos<br />
del modo de razonar común<br />
en esta escuela, como<br />
aquellos, entre otros, en los<br />
que sorprendentemente se asegura<br />
que<br />
“la única esperanza que nos deja<br />
[Einstein] es su Dios, dado su interés<br />
por las aceleraciones sin reequilibrios<br />
electromagnéticos”, o que “la mecánica<br />
cuántica está interesada en la desaparición<br />
del mundo”.<br />
En una incursión más relacionada<br />
con el género, discurre<br />
así Luce Irigaray sobre el sexo<br />
de una ecuación:<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
“¿La ecuación E = Mc 2 es una<br />
ecuación sexuada? Tal vez. Hagamos<br />
la hipótesis afirmativa en la medida en<br />
que privilegia la velocidad de la luz<br />
respecto de otras velocidades que son<br />
vitales para nosotros. Lo que me hace<br />
pensar en la posibilidad de la naturaleza<br />
sexuada de la ecuación no es, directamente,<br />
su utilización en los armamentos<br />
nucleares, sino por el hecho de<br />
haber privilegiado a lo que va más<br />
aprisa…”.<br />
Irigaray se concentra, en<br />
algunos de los textos estudiados<br />
por Sokal y Bricmont, en<br />
la relación entre género y física<br />
de los sólidos y de los fluidos.<br />
Más en concreto, parece querer<br />
demostrar que las dificultades<br />
en comprender la mecánica de<br />
fluidos sobre la más simple<br />
mecánica del sólido rígido tiene<br />
una innegable connotación<br />
de género, aunque la literalidad<br />
de lo que escribe hace difícil<br />
estar seguro:<br />
“Y, ¿cómo impedir que el inconsciente<br />
mismo (del) ‘sujeto’ sea<br />
prorrogado como tal, incluso reducido<br />
en su interpretación, por una sistemática<br />
que señala una ‘desatención’<br />
–histórica– a los fluidos? Dicho de<br />
otro modo: ¿qué estructuración de(l)<br />
lenguaje no mantiene una complicidad<br />
inveterada entre la racionalidad y mecánica<br />
exclusiva de los sólidos?”.<br />
O, en otro lugar:<br />
“Las consideraciones de matemáticas<br />
puras sólo habrán permitido analizar<br />
los fluidos según planos laminares,<br />
movimientos solenoidales (de una<br />
corriente que privilegiase la relación<br />
con un eje), puntos-fuente, puntossumidero,<br />
puntos-torbellino, que sólo<br />
tienen una relación aproximada con la<br />
realidad. Dejando un resto. Hasta el<br />
infinito: el centro de estos ‘movimientos’<br />
que corresponde a cero les supone<br />
una velocidad infinita, inadmisible físicamente.<br />
Ciertamente, estos fluidos<br />
teóricos habrán hecho progresar la tecnicidad<br />
del análisis –también matemático–,<br />
perdiendo alguna que otra<br />
relación con la realidad de los cuerpos”.<br />
Es posible que Irigaray se<br />
esté refiriendo a las aproximaciones<br />
que se hacen para resolver<br />
las complicadas ecuaciones<br />
que rigen el movimiento de los<br />
fluidos. Lo que olvida, o ignora,<br />
es que los sólidos, debido<br />
precisamente a la rigidez que<br />
los caracteriza, tienen muy pocos<br />
grados de libertad, y las<br />
ecuaciones que describen su<br />
movimiento, aunque no son<br />
triviales, son relativamente<br />
simples. Por el contrario, los<br />
fluidos tienen un número<br />
enorme de grados de libertad,<br />
en realidad infinito en la aproximación<br />
que los considera<br />
medios continuos obviando su<br />
estructura molecular. Así, las<br />
ecuaciones que describen su<br />
movimiento en esa aproximación<br />
son extremadamente difíciles<br />
de resolver; de ahí que se<br />
busquen soluciones parciales<br />
para el movimiento de los fluidos<br />
en determinadas circunstancias,<br />
como el régimen laminar<br />
al que Irigaray parece<br />
querer referirse, en el que el<br />
movimiento es más ordenado<br />
que, por ejemplo, en el régimen<br />
turbulento. Esa dificultad<br />
intrínseca es la que hace que se<br />
haya avanzado menos en la<br />
comprensión del movimiento<br />
de los fluidos que en la de los<br />
sólidos, aun cuando seguramente<br />
se ha dedicado más esfuerzo<br />
en la historia de la ciencia<br />
a aquéllos que a éstos.<br />
Afortunadamente, una de<br />
sus seguidoras norteamericanas,<br />
Katherine Hayles, ha tenido<br />
la gentileza de explicar con<br />
claridad meridiana el argumento<br />
de Luce Irigaray:<br />
“Atribuye [Irigaray] a la asociación<br />
de fluidez con feminidad el privilegio<br />
otorgado a la mecánica de los<br />
sólidos sobre la de los fluidos y la incapacidad<br />
de la ciencia para tratar los<br />
flujos turbulentos en general. Mientras<br />
que el hombre tiene unos órganos<br />
sexuales protuberantes y rígidos, la<br />
mujer los tiene abiertos y por ellos se<br />
filtra la sangre menstrual y los fluidos<br />
vaginales. Aunque el hombre en ocasiones<br />
también fluye, por ejemplo,<br />
cuando eyacula el semen, este aspecto<br />
de su sexualidad no se tiene muy en<br />
cuenta. Lo que cuenta es la rigidez de<br />
los órganos masculinos, no su complicidad<br />
en el flujo de fluidos. Estas<br />
idealizaciones son reinscritas en las<br />
matemáticas, que conciben los fluidos<br />
como planos laminados y otras formas<br />
sólidas modificadas. Del mismo<br />
modo que las mujeres quedan borradas<br />
en las teorías y en el lenguaje masculinos<br />
y existen sólo como no hombres,<br />
los fluidos han sido también borrados<br />
de la ciencia y existen sólo<br />
como no sólidos. Desde esta perspectiva<br />
no es sorprendente que la ciencia<br />
no haya podido trazar un modelo vá-<br />
CAYETANO LÓPEZ<br />
lido de la turbulencia. El problema<br />
del fluido turbulento no puede ser resuelto<br />
porque las concepciones acerca<br />
de los fluidos (y de la mujer) han sido<br />
formuladas para dejar necesariamente<br />
residuos inarticulados”.<br />
Hayles no deja, sin embargo,<br />
de advertir la falta de consistencia<br />
de los argumentos de<br />
Irigaray, al señalar que<br />
“después de haber hablado con<br />
varios expertos en matemática aplicada<br />
y en mecánica de los fluidos sobre<br />
las afirmaciones de Irigaray, puedo<br />
dar testimonio de su unanimidad en<br />
que [Irigaray] no sabe nada de sus disciplinas.<br />
En su opinión, sus argumentos<br />
no se deben tomar en serio”.<br />
Pero no se arredra Irigaray<br />
ante la crítica, sino que contraataca.<br />
Si a alguien le parece excesiva<br />
la relación entre el género<br />
y la fluidez o rigidez de los<br />
objetos estudiados por la física,<br />
es que todavía le queda mucho<br />
por aprender, no sólo en ese<br />
campo, sino en otros muy alejados,<br />
como el de la gramática:<br />
“Y si se objeta que la cuestión así<br />
planteada se apoya excesivamente en<br />
metáforas, será fácil responder que<br />
más bien impugna el privilegio de la<br />
metáfora (casi sólida) sobre la metonimia<br />
(que está mucho más relacionada<br />
con los fluidos)”.<br />
Lo verdaderamente desconcertante<br />
no es sólo la superficialidad<br />
de este tipo de<br />
argumentos, basados únicamente<br />
en analogías, en metáforas<br />
(o metonimias, más del<br />
gusto de Irigaray) y en la ignorancia<br />
de las dificultades intrínsecas<br />
de las teorías de los<br />
fluidos, sino la seriedad con<br />
que se integra en el pensamiento<br />
de algunas feministas.<br />
Desconcertante y, a mi juicio,<br />
peligroso, como las afirmaciones<br />
de una pedagoga norteamericana<br />
en un libro sobre la<br />
enseñanza de las matemáticas:<br />
“En el contexto proporcionado<br />
por Irigaray podemos observar una<br />
oposición entre, por una parte, el<br />
tiempo lineal de los problemas matemáticos<br />
de las reglas de proporcionalidad,<br />
de las fórmulas de la distancia y<br />
de las aceleraciones lineales y, por<br />
otra, el tiempo cíclico que preside la<br />
experiencia del cuerpo menstrual. ¿Es<br />
evidente para el cuerpo-espíritu femenino<br />
que los intervalos tienen puntos-<br />
51
EL DISLATE COMO MÉTODO<br />
límite, que las parábolas dividen el<br />
plano limpiamente y que, efectivamente,<br />
las matemáticas lineales de la<br />
escuela describen el mundo de la experiencia<br />
de un modo intuitivamente<br />
manifiesto?”.<br />
Es posible que no diga la autora<br />
en cuestión que las mujeres<br />
tienen una dificultad intrínseca,<br />
ligada a su biología, en comprender<br />
ciertos problemas de física<br />
y matemáticas; pero lo parece.<br />
Consultado el texto en cuestión<br />
con una amiga mía, vieja<br />
luchadora de la causa feminista,<br />
su respuesta fue algo así como<br />
“toda la vida argumentando que<br />
las mujeres no tienen ninguna<br />
dificultad especial para comprender<br />
y contribuir a la ciencia,<br />
incluyendo la física del sólido, el<br />
movimiento uniformemente<br />
acelerado, las trayectorias parabólicas<br />
y otras cosas mucho más<br />
complicadas; que sus supuestas<br />
dificultades eran únicamente<br />
consecuencia de su marginación<br />
tradicional en la escuela y en la<br />
sociedad culta. Y ahora la crème<br />
de la crème del feminismo radical<br />
posmoderno nos dice que aquellos<br />
con quienes nos enfrentábamos<br />
tenían razón: que el ciclo<br />
menstrual nos dificulta para entender<br />
algunas de esas nociones.<br />
Menudo desastre”.<br />
El poder de los radicales<br />
Podría esperarse que los pensadores<br />
posmodernos, tan dados a<br />
menospreciar lo real, a criticar<br />
las afirmaciones de los científicos<br />
sobre ese mundo real, a jugar<br />
con los vocablos y analogías verbales<br />
y a ponderar todo lo lúdico<br />
y lo inorgánico (o lo no lineal,<br />
como suelen decir) tendrían un<br />
estilo menos farragoso del que<br />
normalmente tienen, por una<br />
parte, y aceptarían con satisfacción<br />
un ejercicio como el de Sokal,<br />
por otra. Pero, al parecer, la<br />
desconstrucción y la crítica es<br />
siempre bienvenida excepto<br />
cuando se aplica a sus propios<br />
textos. Entonces fruncen el ceño,<br />
se ofenden y sus reacciones<br />
son inequívocamente lineales,<br />
como demostraron al hacerse<br />
patente que el artículo primeramente<br />
publicado por Sokal era<br />
una parodia. Por su parte, los re-<br />
lativistas epistémicos, que postulan<br />
la equivalencia de cualquier<br />
descripción del mundo real, la<br />
imposibilidad de distinguir objetivamente<br />
entre alternativas y<br />
que las teorías y hasta los hechos<br />
son el resultado de una negociación<br />
entre científicos, tampoco<br />
parecen demasiado inclinados a<br />
poner en solfa, con esos mismos<br />
procedimientos, sus propias teorías,<br />
que pretenden también<br />
describir una pequeña parte del<br />
mundo real, la que configuran<br />
científicos, teorías y experimentos.<br />
Aunque quizá no estaríamos<br />
muy lejos de la verdad al relacionar<br />
sus postulados con la<br />
sociología de determinados departamentos<br />
universitarios y<br />
profesionales del ramo más que<br />
con lo que ocurre en la parte del<br />
mundo que pretenden explicar.<br />
Por lo demás, la mayoría de<br />
estos sedicientes izquierdistas,<br />
críticos de lo que suelen calificar<br />
como ciencia ortodoxa, del<br />
poder de las ideas científicas lineales,<br />
o deterministas, o basadas<br />
en una discutible noción de lo<br />
real, y adelantados de la contestación<br />
de privilegios y hegemonías,<br />
son quienes ocupan los<br />
puestos de poder y gozan de<br />
privilegios en las instituciones<br />
académicas, ejerciendo una férrea<br />
hegemonía en sus disciplinas<br />
respectivas. Andrew Ross,<br />
uno de los editores de Social<br />
Text, se expresa con la franqueza<br />
que le permite su segura posición<br />
universitaria del siguiente<br />
modo: “Me alegro de haberme<br />
librado de los departamentos de<br />
inglés. En primer lugar, odio la<br />
literatura, y los departamentos<br />
de inglés tienden a estar llenos<br />
de gente que ama la literatura” 7 .<br />
Una confesión sin duda rompedora,<br />
pero algo brutal para mi<br />
gusto, como lo es, desde el punto<br />
de vista intelectual, su dedicatoria<br />
de un libro sobre Science<br />
Studies del que es autor: “A todos<br />
los profesores de ciencias<br />
que nunca tuve. Sólo sin ellos<br />
ha podido ser escrito” 7 bis .<br />
7 y 7 bis Citado en Richard Dawkins:<br />
‘Postmodernism Disrobed’, Nature 394,<br />
9 de julio de 1998.<br />
Para terminar, acabaré por<br />
identificar al autor de los dos<br />
primeros párrafos de este artículo.<br />
El primero de ellos se debe a<br />
la pluma de Jacques Lacan,<br />
mientras que el segundo es el<br />
producto de un programa creado<br />
por el australiano Andrew<br />
Bulhak y bautizado con el nombre<br />
de Generador de posmodernismo.<br />
Se trata de un programa<br />
informático que sabe construir<br />
frases gramaticalmente correctas<br />
y al que se le ha proporcionado<br />
una lista de todos los términos<br />
sagrados de la jerga posmoderna:<br />
hegemonía, privilegiar, indeterminación,<br />
linealidad, caos, etcétera,<br />
más los nombres de los escritores<br />
más reputados de la escuela.<br />
Puede accederse a través de Internet<br />
8 y devolverá un notable<br />
artículo posmoderno, trufado de<br />
referencias, y listo para mandar<br />
a publicar, con frases perfectamente<br />
correctas pero vacías, que<br />
recuerdan notablemente a algunas<br />
de las que pueden encontrarse<br />
en los textos de verdad. El<br />
párrafo en cuestión procede de<br />
uno de los que ha producido<br />
para mí y que, como por casualidad,<br />
lleva el título de Leyendo a<br />
Saussure: el libertarismo y la oscuridad<br />
lacaniana. Nótese que el<br />
párrafo de Lacan es mucho más<br />
incomprensible que el escrito<br />
por el programa informático. Y<br />
es que donde puede apreciarse el<br />
genio humano es en el increíble<br />
retorcimiento de la sintaxis de<br />
muchos de esos textos y la ruptura<br />
radical de las reglas de la<br />
gramática. El carácter de sociedad<br />
de bombos mutuos que ha<br />
ido adquiriendo la escuela posmoderna<br />
entre los adláteres, seguidores<br />
o simples admiradores<br />
queda puesta de manifiesto, a la<br />
vista de textos como los reproducidos,<br />
en la opinión expresada<br />
por Jean-Claude Milner:<br />
“Lacan es, como él mismo afirma,<br />
un autor cristalino”.<br />
El mismo Sokal confiesa que<br />
a lo más que ha podido llegar es<br />
a escribir textos por completo carentes<br />
de significado o claramen-<br />
8 http://www.cs.monash.edu.au/cgibin/postmodern.<br />
te erróneos, pero aun así formados<br />
por frases bien compuestas.<br />
Y que sólo en momentos de especial<br />
inspiración ha podido producir<br />
algún párrafo tan descoyuntado<br />
como suele estarlo el<br />
promedio de los que analiza. En<br />
ese aspecto la superioridad del<br />
hombre sobre la máquina es manifiesta,<br />
e indiscutible el genio de<br />
los autores de esa literatura.<br />
Nadie mejor que Noam<br />
Chomsky podría expresar el desaliento<br />
intelectual y político que<br />
las actitudes puestas en evidencia<br />
en el libro de Sokal y Bricmont<br />
produce en muchos intelectuales:<br />
“Si realmente pensáis: ‘Mira, es demasiado<br />
difícil tratar los verdaderos problemas’,<br />
tened en cuenta que existen<br />
muchas maneras de evitar tener que hacerlo.<br />
Una de ellas consiste en perseguir<br />
quimeras que carezcan de la menor importancia.<br />
Otra, en adherirse a cultos<br />
académicos alejados de cualquier realidad<br />
y que permiten no afrontar el mundo<br />
tal y como es. Esto es algo muy habitual,<br />
incluso en la izquierda. Con ocasión<br />
de un viaje a Egipto, hace algunas<br />
semanas, tuve la ocasión de ver algunos<br />
ejemplos deprimentes. Allí tenía que hablar<br />
de asuntos internacionales. En aquel<br />
país existe una comunidad intelectual<br />
muy dinámica y cultivada, formada por<br />
personas muy valientes, que pasaron<br />
años encarcelados bajo el régimen de<br />
Nasser, que fueron torturadas casi hasta<br />
la muerte y consiguieron salir para continuar<br />
luchando. Pero actualmente, en el<br />
conjunto del Tercer Mundo, abundan la<br />
desesperación y el desánimo. La forma<br />
en la que todo esto se manifestaba en<br />
aquel país, entre los medios cultivados<br />
vinculados a Europa, consistía en sumergirse<br />
completamente en las últimas locuras<br />
de la cultura parisina y concentrarse<br />
absolutamente en ellas. Así, por ejemplo,<br />
cuando daba conferencias sobre la situación<br />
actual, incluso en institutos de investigación<br />
dedicados al análisis de problemas<br />
estratégicos, los asistentes querían<br />
que eso se tradujera en términos de<br />
jerga posmoderna. Por ejemplo, en lugar<br />
de pedirme que hablara de los detalles de<br />
la política norteamericana o de Oriente<br />
Medio, donde ellos viven, algo demasiado<br />
sórdido y falto de interés, querían saber<br />
cómo la lingüística moderna brinda<br />
un nuevo paradigma discursivo sobre los<br />
asuntos internacionales que sustituirá al<br />
texto posestructuralista. Eso era lo que<br />
les fascinaba, y no lo que revelaban los<br />
archivos ministeriales israelíes sobre su<br />
planificación interior. Es verdaderamente<br />
deprimente”. n<br />
Cayetano López es catedrático de Física<br />
en la Universidad Autónoma de<br />
Madrid.<br />
52 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
HISTORIA<br />
POTSDAM, 1945: EL FRANQUISMO<br />
EN ENTREDICHO<br />
ntre el 17 de julio y el 2 de<br />
agosto de 1945, poco después<br />
de su victoria sobre<br />
Alemania en Europa y cuando<br />
todavía luchaban contra Japón<br />
en el Pacífico, los máximos<br />
mandatarios de las tres grandes<br />
potencias aliadas celebraron<br />
una crucial conferencia en<br />
la villa de Potsdam (Berlín).<br />
Era su tercera reunión después<br />
de las celebradas en Teherán<br />
(noviembre de 1943) y en Yalta<br />
(febrero de 1945). Participaron<br />
el presidente norteamericano<br />
Truman (sucesor del fallecido<br />
Roosevelt), el primer<br />
ministro británico Churchill<br />
(sustituido por Attlee el 28 de<br />
julio tras la victoria electoral<br />
laborista) y el jefe del Gobierno<br />
soviético Stalin1 E<br />
.<br />
El objetivo de la reunión<br />
era coordinar la política de<br />
ocupación aliada en Alemania<br />
y los países liberados, así como<br />
acordar las líneas básicas de la<br />
reorganización del sistema internacional.<br />
Las decisiones se<br />
publicaron en un comunicado<br />
emitido el 2 de agosto. El punto<br />
10, relativo a Conclusión de<br />
tratados de paz y admisión en la<br />
Organización de Naciones Unidas,<br />
incluía una referencia a la<br />
España regida por el general<br />
Franco:<br />
“Los tres Gobiernos, sin embargo,<br />
se sienten obligados a declarar<br />
que, por su parte, no apoyarán ninguna<br />
solicitud de ingreso del presente<br />
Gobierno español, el cual, habiendo<br />
sido establecido con el apoyo de las<br />
potencias del Eje, no posee, en razón<br />
de sus orígenes, su naturaleza, su his-<br />
1 P. de Senarclens: From Yalta to<br />
the Iron Curtain. The Great Powers and<br />
the Origins of the Cold War. Oxford,<br />
1995.<br />
torial y su asociación estrecha con los<br />
Estados agresores, las cualidades necesarias<br />
para justificar ese ingreso” 2 .<br />
Era la primera vez que las<br />
grandes potencias se referían a<br />
España en una declaración<br />
conjunta. Antes las relaciones<br />
con Franco habían sido materia<br />
exclusiva del Reino Unido<br />
y Estados Unidos, y sólo dos<br />
veces habían adquirido prioridad<br />
(verano de 1940, tras la<br />
derrota de Francia y la entrada<br />
en guerra de Italia, y noviembre<br />
de 1942, con el desembarco<br />
aliado en el norte de África).<br />
Además, esa referencia<br />
vetaba el ingreso del régimen<br />
franquista en la ONU y lo<br />
condenaba al ostracismo internacional<br />
por su naturaleza antidemocrática<br />
y su pasado apoyo<br />
al Eje.<br />
Sin embargo, pese a las<br />
apariencias retóricas, la declaración<br />
de Potsdam no suponía<br />
una intensificación de las<br />
muestras de rechazo internacional<br />
hacia el sistema político<br />
español vigente desde el final<br />
de la guerra civil en 1939.<br />
Sólo era una ratificación de<br />
otra previa condena aprobada<br />
por la conferencia fundacional<br />
de la ONU en San Francisco.<br />
El 19 de junio de 1945, a propuesta<br />
de México, dicha conferencia<br />
había resuelto vetar el<br />
ingreso de “Estados cuyos regímenes<br />
fueron establecidos<br />
con la ayuda de las fuerzas<br />
2 Acta de la conferencia elaborada<br />
por la delegación británica, 2 de agosto<br />
de 1945. Archivo del Foreign Office<br />
(FO), serie “Correspondencia General”<br />
(clave archivística: 371), legajo 50867,<br />
expediente U6197. En adelante se citará:<br />
FO 371/50867 U6197.<br />
ENRIQUE MORADIELLOS<br />
militares de países que han luchado<br />
contra las Naciones<br />
Unidas, mientras que estos regímenes<br />
permanezcan en el<br />
poder”.<br />
Aparte de reafirmar ese veto,<br />
la declaración no contenía<br />
ninguna sanción efectiva (diplomática,<br />
económica o militar)<br />
contra Franco. En realidad,<br />
la referencia constituía un<br />
acuerdo de mínimos laboriosamente<br />
alcanzado entre los dirigentes<br />
aliados después de<br />
arduas negociaciones. En consecuencia,<br />
se limitaba a imponer<br />
un ostracismo internacional<br />
desdentado dentro de cuyos<br />
contornos, al compás de la<br />
desintegración de la Gran<br />
Alianza y de su reemplazo por<br />
el clima de guerra fría, fue fraguándose<br />
la supervivencia de la<br />
dictadura franquista en la posguerra<br />
mundial.<br />
La política española<br />
de las grandes potencias<br />
ante la inminente victoria<br />
Durante los primeros años del<br />
conflicto mundial, cuando la<br />
suerte bélica había sido adversa,<br />
la política angloamericana<br />
hacia España había buscado un<br />
objetivo básico: evitar su entrada<br />
en la guerra al lado de Alemania<br />
e Italia aprovechando su<br />
dependencia de los vitales suministros<br />
alimenticios y petrolíferos<br />
aliados. Por eso se había<br />
atenido a una línea de no intervención<br />
en asuntos internos<br />
y había tolerado el apoyo del<br />
régimen al Eje: no beligerancia,<br />
envío de la División Azul a<br />
Rusia, etcétera. Sin embargo,<br />
con la decantación de la guerra<br />
a su favor en 1943, la tolerancia<br />
cedió paso a una demanda<br />
de estricta neutralidad. El hito<br />
clave lo constituyó el breve y<br />
lacerante embargo de petróleo<br />
impuesto por EE UU a España<br />
entre febrero y mayo de 1944,<br />
que supuso un notable triunfo<br />
para los aliados.<br />
Con la victoria sobre el nazismo<br />
en ciernes, desde fines<br />
de 1944 el Gobierno británico<br />
reexaminó el perfil de su política<br />
española. Dicho examen<br />
permitió apreciar el consenso<br />
básico existente entre los ministros<br />
laboristas y conservadores<br />
del gabinete de coalición<br />
presidido por Churchill. A tenor<br />
del mismo, en el orden estratégico,<br />
era vital preservar<br />
una España neutral o amiga<br />
para garantizar las comunicaciones<br />
imperiales a través del<br />
estrecho de Gibraltar y en el<br />
Atlántico Norte. También era<br />
esencial proteger las amplias<br />
relaciones comerciales y financieras<br />
entre el Reino Unido y<br />
España en vista de las dificultades<br />
de reconstrucción económica<br />
de la posguerra. Por tanto,<br />
“los intereses del Gobierno<br />
de Su Majestad requieren una<br />
España amiga y próspera” y<br />
“relaciones cordiales con el Gobierno<br />
español”. Sin embargo,<br />
la posibilidad de mantener tales<br />
relaciones con el régimen<br />
de Franco era dudosa, habida<br />
cuenta de su naturaleza, su<br />
conducta y la hostilidad de la<br />
opinión pública británica. Por<br />
eso era conveniente un cambio<br />
controlado que supusiera la desaparición<br />
de Franco y la Falange<br />
y su pacífica sustitución<br />
por un régimen “basado en<br />
principios democráticos, de<br />
tendencia moderada, estable y<br />
no dependiente para su existencia<br />
de ninguna influencia<br />
exterior”. Pero ese cambio no<br />
54 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
debía ser provocado por la intervención<br />
directa británica en<br />
los asuntos internos del país,<br />
sino por obra de los españoles<br />
y sin riesgo de “una recurrencia<br />
de la revolución o la guerra<br />
civil en España”. Ante todo,<br />
había que preservar la paz y la<br />
estabilidad en la Península y<br />
evitar todo conflicto y potencial<br />
expansión comunista. Así<br />
lo recordó Churchill a su secretario<br />
del Foreign Office, Anthony<br />
Eden, al oponerse a<br />
cualquier sanción económica o<br />
diplomática:<br />
“Lo que usted está proponiendo<br />
hacer es poco menos que provocar<br />
una revolución en España. Empieza<br />
con petróleo pero terminará rápidamente<br />
con sangre (…). Ya estamos<br />
siendo acusados en muchos ámbitos<br />
responsables de entregar los Balcanes<br />
y Europa central a los rusos y, si ahora<br />
ponemos las manos en España, estoy<br />
seguro de que nos crearemos infinidad<br />
de problemas y tomaremos partido<br />
definitivo en temas ideológicos. Si<br />
los comunistas se hacen dueños de España<br />
debemos esperar que la infección<br />
se extienda por Italia y por Francia<br />
(…). Sería mucho mejor permitir<br />
que esas tendencias españolas dieran<br />
su propio fruto en vez de precipitar<br />
una reanudación de la guerra civil” 3 .<br />
Dentro de esas coordenadas,<br />
la política británica se centró<br />
en mantener una actitud de<br />
3 Minuta de Churchill, 10 de noviembre<br />
de 1944. Archivo del gabinete<br />
(CAB), serie “Ministerio de Defensa”<br />
(120), legajo 692. En adelante, CAB<br />
120/692. Las citas previas son de un<br />
memorándum de Hoyer-Millar, jefe del<br />
Departamento de Europa Occidental en<br />
el Foreign Office, 10 de marzo de 1945,<br />
FO 371/49612 Z8401. Esa política se<br />
había decidido en la reunión del 27 de<br />
noviembre de 1944. Archivo del gabinete<br />
(CAB), serie “Actas del gabinete de<br />
guerra” (65), legajo 48. En adelante,<br />
CAB 65/48.<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
“fría reserva” hacia Franco y<br />
ocasionales “alfilerazos” declarativos,<br />
con la esperanza de<br />
forzar su retirada voluntaria del<br />
poder, bajo presión del alto<br />
mando militar, en favor de una<br />
alternativa de gobierno en torno<br />
al pretendiente, don Juan<br />
de Borbón, y con el apoyo de<br />
los grupos monárquicos y la izquierda<br />
moderada.<br />
Sin reserva, en abril de<br />
1945 la Administración demócrata<br />
de Roosevelt asumió esa<br />
política y aceptó coordinar sus<br />
iniciativas sobre la triple base<br />
del rechazo a Franco, el respeto<br />
al principio de no intervención<br />
en los asuntos internos y la voluntad<br />
de no provocar “una recurrencia<br />
del conflicto civil en<br />
España” 4 . Significativamente,<br />
también allí abrigaban el temor<br />
a que la caída del régimen pudiera<br />
acarrear una expansión<br />
comunista. En mayo de 1945,<br />
el embajador británico en Washington<br />
telegrafió a Londres<br />
que el Departamento de Estado<br />
le había informado:<br />
“… que aun estando en total<br />
acuerdo con nuestra política en principio,<br />
el Departamento de Estado temía<br />
en la práctica que si éramos demasiado<br />
duros con Franco podríamos dar un<br />
estímulo indebido a los elementos comunistas.<br />
En la actual disposición de<br />
Moscú, esos elementos podrían muy<br />
bien resultar tan hostiles a nuestros<br />
intereses a largo plazo como los propios<br />
falangistas. Al parecer, Armour<br />
[nuevo embajador de EE UU en Madrid]<br />
había recibido instrucciones para<br />
acelerar la caída del régimen. Ahora<br />
el Departamento de Estado está pensando<br />
en decirle que aminore cualquier<br />
presión que pueda estar ejer-<br />
4 Memoria del Departamento de<br />
Estado para el Foreign Office, 7 de abril<br />
de 1945, FO 371/49611 Z4450.<br />
ciendo y que, si bien no tiene que dar<br />
motivos a Franco para creer que puede<br />
congraciarse con el mundo democrático<br />
con algo menos que drásticas<br />
reformas, al menos desista por el momento<br />
de dar estímulo activo a los<br />
elementos de la oposición” 5 .<br />
La nueva política angloamericana<br />
estaba, por tanto, articulada<br />
sobre dos postulados<br />
poco armónicos: el rechazo público<br />
a Franco y el respeto al<br />
principio de no intervención<br />
en los asuntos internos de otro<br />
país. Además, su ejecución<br />
quedaba supeditada a un factor<br />
general de creciente importancia<br />
en la planificación de ambas<br />
potencias: el recelo hacia<br />
las intenciones del aliado soviético<br />
en Europa, una vez alcanzada<br />
la victoria sobre el nazismo.<br />
La influencia de ese factor<br />
haría cada vez más patentes las<br />
contradicciones de la política<br />
de “alfilerazos” y “fría reserva”<br />
hacia la España franquista. Las<br />
autoridades británicas, gracias<br />
a informes reservados, eran<br />
conscientes de que su actitud<br />
de rechazo formal hacia el régimen<br />
no tenía probabilidades<br />
de forzar a Franco a renunciar<br />
voluntariamente al poder:<br />
“La mayoría de los generales, incluyendo<br />
a Franco, están ahora convencidos<br />
de que la victoria aliada está<br />
próxima. La diferencia radica en que<br />
muchos de ellos temen un aislamiento<br />
peligroso y perjudicial de España si la<br />
paz llega con Franco y la Falange todavía<br />
en el poder. Pero Franco piensa<br />
complacientemente que los aliados<br />
apreciarán que su interés reside en<br />
una España en paz y en orden y que<br />
no intervendrán en los asuntos internos<br />
españoles en ningún caso. Y<br />
5 Telegrama del embajador en<br />
Washington al FO, 17 de mayo de<br />
1945, FO 371/49611 Z6002.<br />
siendo esto así, cree que puede seguir<br />
como está de modo indefinido. En el<br />
peor de los casos, piensa que podría<br />
salvarse sacrificando a la Falange” 6 .<br />
Si esa voluntad de permanencia<br />
en el poder de Franco<br />
hacía inútil la declaración de<br />
condena, el respeto al principio<br />
de no intervención aumentaba<br />
la debilidad de esa política para<br />
lograr un cambio pacífico. Sobre<br />
todo porque excluía tanto<br />
la presión efectiva sobre Franco<br />
para forzar su renuncia como el<br />
apoyo a la dividida oposición<br />
para articular una alternativa.<br />
Londres sabía que la oposición<br />
interna y exterior estaba fracturada<br />
por divisiones irreconciliables<br />
y carecía de fuerza propia<br />
para expulsar a Franco. Los republicanos<br />
en el exilio estaban<br />
paralizados por el antagonismo<br />
entre comunistas y anticomunistas.<br />
Tampoco merecían crédito<br />
los generales y políticos<br />
monárquicos del interior. Sus<br />
dudas, su temor a medidas de<br />
fuerza y, sobre todo, su pavor<br />
ante el hipotético regreso vengativo<br />
de los republicanos les<br />
condenaba a la inactividad:<br />
“Los elementos moderados, en<br />
particular los monárquicos, se han hecho<br />
más activos, pero siguen siendo<br />
tan ineficaces como siempre. Y está<br />
claro que los únicos elementos en España<br />
capaces de expulsar a Franco del<br />
poder son los generales del ejército<br />
(…). Pero a pesar de todas sus palabras<br />
no están haciendo nada para ello<br />
y el general Franco parece capaz de<br />
dominarlos por su mayor fortaleza de<br />
carácter. Además, con suma cautela<br />
ha colocado a sus fieles en las posiciones<br />
militares clave. No hay que ex-<br />
6 Informe del general de brigada<br />
Torr, agregado militar en Madrid, 30 de<br />
enero de 1945, FO 371/49587 Z1595.<br />
55
POTSDAM, 1945: EL FRANQUISMO EN ENTREDICHO<br />
cluir totalmente la posibilidad de una<br />
acción de los generales, pero todos los<br />
informes llegados de Madrid dan la<br />
impresión de que Franco está más firmemente<br />
asentado en el poder que<br />
nunca 7 .<br />
En definitiva, a principios<br />
de julio de 1945 las autoridades<br />
británicas eran conscientes<br />
del fracaso de su objetivo de<br />
expulsar a Franco mediante<br />
“alfilerazos” retóricos. Como<br />
apuntó entonces un analista<br />
diplomático: “En estas circunstancias,<br />
lo más que podemos<br />
esperar es una modificación del<br />
presente régimen y la supresión<br />
de sus elementos más reprobables”.<br />
Ésa sería la estrategia de<br />
Franco para lograr la supervivencia<br />
política de su régimen<br />
durante aquellos meses críticos<br />
y con posterioridad.<br />
La ‘cuestión española’ y la<br />
sombra de la Unión Soviética<br />
La confirmación del fracaso<br />
de la política de presión retórica<br />
sobre Franco fue paralela<br />
a una intensificación del temor<br />
a cualquier iniciativa soviética<br />
en el tema. Durante la<br />
guerra, Stalin se había abstenido<br />
de toda acción diplomática<br />
o militar contra España,<br />
pese a la hostilidad ideológica<br />
y la existencia de la División<br />
Azul. Sin embargo, ante la<br />
cercanía de la derrota nazi,<br />
fueron apareciendo síntomas<br />
del interés soviético por el futuro<br />
español.<br />
En febrero de 1945, Londres<br />
recibió la primera noticia<br />
al respecto. Durante la visita del<br />
general De Gaulle a Moscú el<br />
diciembre anterior, los soviéticos<br />
habían manifestado su convicción<br />
de que la no intervención<br />
anglo-francesa en la guerra<br />
civil había sido “una de las<br />
principales causas de la guerra<br />
mundial”. También comunicaron<br />
su deseo de abordar la cuestión<br />
española “tan pronto como<br />
la guerra hubiera finalizado”,<br />
7 Memorándum de Garran, funcionario<br />
encargado de España en el FO,<br />
1 de julio de 1945, FO 371/49612<br />
Z8559.<br />
considerando la colaboración<br />
francesa en el tema como “piedra<br />
de toque de la alianza franco-rusa”.<br />
La reacción británica<br />
fue expresiva: “Espero que<br />
Franco se haya marchado antes<br />
de que los rusos tengan tiempo<br />
de dedicarse a él” 8 .<br />
La ansiedad británica sobre<br />
las intenciones soviéticas en<br />
España se acentuó en las semanas<br />
que siguieron a febrero de<br />
1945: “La guerra fría comenzó<br />
entre las conferencias de Yalta<br />
y Potsdam con motivo de la<br />
cuestión polaca” 9 . Tras la apariencia<br />
de acuerdo alcanzada<br />
en Yalta con la declaración, garantizando<br />
elecciones libres en<br />
todos los países ocupados, la<br />
divergencia entre el bloque<br />
occidental y la URSS fue destruyendo<br />
la Gran Alianza contra<br />
el Eje. La victoria en Europa<br />
(8 de mayo) intensificó el<br />
proceso porque eliminó al enemigo<br />
común que había aunado<br />
al imperialismo británico, al<br />
capitalismo americano y al comunismo<br />
soviético. El núcleo<br />
de divergencia radicaba en la<br />
configuración política de los<br />
Estados de Europa Oriental liberados<br />
por el avance del Ejército<br />
Rojo. Durante la guerra,<br />
Stalin había reivindicado su<br />
derecho a restablecer las fronteras<br />
perdidas en junio de<br />
1941 por el ataque alemán<br />
(que incluían Polonia Oriental<br />
y los Estados bálticos) y a garantizar<br />
la seguridad de la<br />
URSS mediante Estados fronterizos<br />
“amigos”. Los occidentales<br />
habían asumido esa demanda<br />
y, en el caso británico,<br />
habían llegado a un reparto de<br />
influencias en los Balcanes en<br />
octubre de 1944 (Rumania y<br />
Bulgaria para la URSS, Grecia<br />
para el Reino Unido, y Hungría<br />
y Yugoslavia a partes iguales)<br />
10 . En la primavera de<br />
8 Minuta de Hoyer-Millar, 10 y 13<br />
de febrero de 1945, FO 371/49610<br />
Z2003.<br />
9 A. W. DePorte: Europe Between<br />
the Superpowers. The Enduring Balance,<br />
pág. 92. New Haven, 1986.<br />
10 W. S. Churchill: The Second<br />
World War, vol. 6, pág. 252. Londres,<br />
1954.<br />
Stalin, Truman y Churchill<br />
1945, con el avance de sus tropas,<br />
Stalin aseguró su hegemonía<br />
en Polonia, Rumania y<br />
Bulgaria mediante regímenes<br />
filosoviéticos dominados por<br />
comunistas.<br />
Ese proceso y la influencia<br />
soviética en Finlandia, Hungría,<br />
Austria, Checoslovaquia y<br />
este de Alemania causaron preocupación<br />
en Londres y Washington.<br />
El caso polaco se<br />
convirtió en piedra de toque<br />
de la crisis entre los aliados<br />
contra Japón. En esencia, la<br />
voluntad soviética de garantizar<br />
su seguridad mediante un<br />
estricto reparto de esferas de<br />
influencias se oponía a la pretensión<br />
occidental de celebrar<br />
elecciones libres y mantener su<br />
presencia en la zona oriental.<br />
El problema era la imposibilidad<br />
de conciliar demandas soviéticas<br />
con objetivos occidentales:<br />
“Habida cuenta de las<br />
tradiciones, prejuicios y estructuras<br />
sociales de Europa del<br />
Este, cualquier Gobierno libremente<br />
electo sería con seguri-<br />
dad antirruso” 11 . La respuesta<br />
de Stalin a las presiones fue tajante<br />
y recordaba su respeto a<br />
los acuerdos de reparto previos.<br />
En abril de 1945 escribió a<br />
Churchill que la URSS “no<br />
puede aceptar la existencia en<br />
Polonia de un gobierno hostil”<br />
y que “tampoco reclamaba el<br />
derecho a intervenir (en Bélgica<br />
y Grecia) porque se daba<br />
cuenta de cuán importantes<br />
eran para la seguridad de Gran<br />
Bretaña” 12 .<br />
Incapaces de cambiar la situación,<br />
las potencias occidentales<br />
aceptaron en mayo la voluntad<br />
soviética en Polonia<br />
(reconociendo al Gobierno ins-<br />
11 S. E. Ambrose: Rise to Globalism.<br />
American Foreign Policy since 1938,<br />
pág. 53. Harmonsworth, 1993. Según<br />
DePorte (pág. 92): “Si pudiéramos entender<br />
por qué Estados Unidos quiso<br />
negar a los rusos en 1945 lo que había<br />
concedido a los alemanes en 1939, nos<br />
encontraríamos cerca de explicarnos el<br />
origen de la guerra fría”.<br />
12 Citado en P. de Senarclens:<br />
From Yalta to the Iron Curtain, pág. 30.<br />
56 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
talado por Moscú) a cambio de<br />
su cooperación en la fundación<br />
de la ONU y en el esfuerzo bélico<br />
del Pacífico. Pero la crisis<br />
intensificó su recelo sobre las<br />
razones de la URSS: ¿se trataba<br />
de una política de seguridad<br />
realista o traducía una voluntad<br />
de expansión territorial alimentada<br />
por la ideología subversiva<br />
marxista-leninista? En<br />
todo caso, consideraron necesaria<br />
una actitud de firmeza<br />
frente a futuras demandas soviéticas<br />
porque, en palabras de<br />
Truman, “los rusos nos necesitan<br />
a nosotros mucho más que<br />
nosotros a ellos” con vistas a la<br />
reconstrucción de su devastado<br />
país 13 . Además, la supremacía<br />
militar americana se había reafirmado<br />
gracias a las pruebas<br />
de la bomba atómica realizadas<br />
el 16 de julio. La conferencia<br />
13 Afirmación de Truman en una<br />
reunión con sus asesores el 20 de abril<br />
de 1945. Citada en S. E. Ambrose: Rise<br />
to Globalism, pág. 57.<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
de Potsdam habría de ser el<br />
primer escenario de aplicación<br />
de esa firmeza occidental. Ni<br />
Londres ni Washington tenían<br />
intención de suscitar la espinosa<br />
cuestión de Franco en ella,<br />
aun cuando todos dudaran de<br />
las intenciones de Stalin.<br />
Potsdam: la hora de la verdad<br />
La primera sesión de la conferencia<br />
de Potsdam comenzó el<br />
17 de julio de 1945 y tuvo como<br />
objetivo acordar un orden<br />
del día para discutir las numerosas<br />
cuestiones planteadas. Encabezadas<br />
por Truman, Churchill<br />
y Stalin, las tres delegaciones estaban<br />
constituidas por nueve<br />
personas e incluían a los respectivos<br />
ministros de Asuntos Exteriores:<br />
James Byrnes, Anthony<br />
Eden y Vyacheslav Molotov 14 .<br />
La propuesta de orden del<br />
día de cada delegación reveló la<br />
diferencia entre Stalin y los occidentales<br />
que iba a lastrar el<br />
desarrollo de la conferencia 15 .<br />
La americana propuso una lista<br />
breve: creación de un consejo<br />
de ministros de Asuntos Exteriores<br />
para preparar los temas a<br />
tratar en sesión plenaria y redactar<br />
los tratados de paz con<br />
países vencidos; coordinación<br />
de la política de ocupación de<br />
Alemania; definición de una<br />
política para Italia; y examen de<br />
la aplicación de la declaración<br />
de Yalta sobre la Europa liberada.<br />
La británica incluía esos<br />
puntos y añadía otros tan polémicos:<br />
definición de la frontera<br />
occidental polaca; situación en<br />
los Balcanes; contencioso rusoturco<br />
sobre control de los estrechos,<br />
y retirada aliada de Persia.<br />
En resumen: un orden del día<br />
centrado en los problemas creados<br />
por la hegemonía de la<br />
URSS en Europa Oriental.<br />
Por su parte, la delegación<br />
soviética presentó una pro-<br />
14 Acta británica de la primera sesión<br />
plenaria, 17 de julio de 1945, FO<br />
371/50867 U6197. La versión americana<br />
en Foreign Relations of the United<br />
States. 1945 (The Conference of Berlin),<br />
vol. 2. Washington, 1960.<br />
15 Propuestas de orden del día, FO<br />
371/50863 Z5554.<br />
puesta alternativa. Asumía la<br />
discusión sobre Alemania, pero<br />
especificaba como tema vital el<br />
de las reparaciones. Mencionaba<br />
el futuro de las colonias italianas<br />
en África y de los mandatos<br />
franceses en Líbano y<br />
Siria. Pedía el reconocimiento<br />
de los nuevos Gobiernos de<br />
Europa Oriental. E incluía tres<br />
asuntos más: régimen en España;<br />
estatuto de Tánger; Polonia.<br />
En definitiva, la lista recogía<br />
las exigencias de seguridad<br />
soviéticas y abordaba materias<br />
hasta entonces de la órbita de<br />
interés exclusivo occidental.<br />
Acordada la agenda, se eligió<br />
a Truman como presidente<br />
de la conferencia y se aprobó la<br />
propuesta de formar un consejo<br />
de ministros de Exteriores<br />
para preparar los debates posteriores.<br />
A continuación, en la<br />
ronda de intervenciones de cada<br />
dirigente se apreció una<br />
pauta de conducta que iba a<br />
ser característica en el futuro:<br />
cada tema polémico esgrimido<br />
por los occidentales contra los<br />
soviéticos sería correspondido<br />
por otro asunto polémico suscitado<br />
por los soviéticos contra<br />
los occidentales; cada incursión<br />
anglo-americana en materias<br />
de la esfera de influencia soviética<br />
sería replicada por una soviética<br />
en asuntos de la órbita<br />
de interés occidental.<br />
La cuestión española habría<br />
de ser una de las bazas clave soviéticas<br />
para contrarrestar las<br />
críticas sobre la situación interna<br />
en los países liberados por<br />
tropas soviéticas y el incumplimiento<br />
de la declaración de<br />
Yalta. Stalin fijó los parámetros<br />
de esa estrategia el día 17 al declarar<br />
que “el presente régimen<br />
político en España no había<br />
surgido de la libre voluntad del<br />
pueblo español, sino que había<br />
sido impuesto por Alemania e<br />
Italia” y “abrigaba grandes peligros<br />
para las Naciones Unidas”.<br />
Por eso, habría que plantearse<br />
cómo hacer posible que<br />
“el pueblo español estableciera<br />
el régimen político que quisieran<br />
escoger”. Sin duda, el recordatorio<br />
de la existencia del<br />
régimen de Franco era una há-<br />
ENRIQUE MORADIELLOS<br />
bil maniobra para poner límites<br />
desde el principio a las críticas<br />
occidentales sobre la situación<br />
en los países del Este.<br />
Secundando a su superior, durante<br />
la reunión del consejo de<br />
ministros de Asuntos Exteriores,<br />
celebrada en la mañana del<br />
19 de julio, Molotov presentó<br />
una declaración sobre la cuestión<br />
española:<br />
“En vista del hecho de que (1º) el<br />
régimen de Franco no se originó como<br />
resultado del desarrollo de las fuerzas<br />
internas en España sino como resultado<br />
de la intervención de los principales<br />
países del Eje, la Alemania de Hitler<br />
y la Italia fascista, que impusieron<br />
al pueblo español el régimen fascista<br />
de Franco; (2º) el régimen de Franco<br />
constituye un grave peligro para las<br />
naciones amantes de la paz en Europa<br />
y América del Sur; (3º) el pueblo español,<br />
pese al brutal terror impuesto por<br />
Franco, se ha expresado repetidamente<br />
contra el régimen y en favor de la restauración<br />
de un Gobierno democrático<br />
en España; la Conferencia estima<br />
necesario recomendar a las Naciones<br />
Unidas: (1) la ruptura de todas las relaciones<br />
con el Gobierno de Franco;<br />
(2) conceder apoyo a las fuerzas democráticas<br />
en España para permitir al<br />
pueblo español establecer un régimen<br />
que responda a su voluntad” 16 .<br />
Tanto Eden como Byrnes<br />
rehusaron discutir el texto y lo<br />
remitieron a la sesión plenaria<br />
de la tarde. Así, el 19 de julio,<br />
los tres mandatarios volvieron<br />
a reunirse para debatir seis temas<br />
cruciales: situación de<br />
Grecia (donde fuerzas británicas<br />
combatían a guerrillas comunistas<br />
ante la pasividad soviética,<br />
conforme al pacto de<br />
1944); definición de la autoridad<br />
del Consejo de Control<br />
Aliado en Alemania; España;<br />
Yugoslavia y Rumania 17 .<br />
La propuesta soviética dio<br />
origen a la discusión más reveladora<br />
sobre la cuestión española<br />
de toda la conferencia. Fue<br />
16 Memorándum de la delegación<br />
rusa, 19 de julio de 1945, FO<br />
371/49612 Z8637. Acta de la segunda<br />
reunión del consejo de ministros de Exteriores,<br />
19 de julio de 1945, FO<br />
371/50867 U6197.<br />
17 Acta de la tercera sesión plenaria,<br />
19 de julio de 1945, FO 371/50867<br />
U6197.<br />
57
POTSDAM, 1945: EL FRANQUISMO EN ENTREDICHO<br />
Churchill el primero en hablar,<br />
recordando la “fuerte repugnancia”<br />
que sentía por el antidemocrático<br />
régimen de Franco y el<br />
rechazo a sus tentativas para<br />
aproximarse al Reino Unido en<br />
un frente antisoviético. Pero no<br />
aceptaba la “recomendación de<br />
que las Naciones Unidas rompieran<br />
todas las relaciones” porque<br />
sólo contribuiría a reforzar<br />
su posición dada la “orgullosa y<br />
suspicaz naturaleza del pueblo<br />
español”. Además, Franco podría<br />
resistir gracias a su ejército<br />
(“aunque probablemente no<br />
fuera muy bueno”) y a que España<br />
era fácilmente defendible<br />
al ser “un país montañoso”. Por<br />
tanto, o bien habría que “aceptar<br />
un desaire o utilizar la fuerza<br />
militar, a lo que él se oponía”.<br />
Apeló también al principio de<br />
no intervención en un país neutral<br />
y al temor a desencadenar<br />
una nueva guerra civil para desestimar<br />
toda medida seria:<br />
“Él no creía que debiéramos interferir<br />
en los asuntos internos de otro<br />
país; aunque, por supuesto, en el caso<br />
de un país que había luchado contra<br />
nosotros o que había sido liberado<br />
por nosotros, no podríamos consentir<br />
un sistema de gobierno que fuera repugnante<br />
para nosotros. Pero aquí había<br />
un país que no había luchado<br />
contra nosotros ni había sido liberado<br />
por nosotros y, por eso, lamentaría tomar<br />
el curso propuesto. Era de esperar<br />
que el régimen de Franco pronto desaparecería<br />
y nosotros deberíamos<br />
acelerar su terminación por todos los<br />
medios diplomáticos apropiados. Sin<br />
embargo, la ruptura de relaciones era<br />
una práctica peligrosa en los asuntos<br />
internacionales. Además, encontraba<br />
todavía más dificultad en consentir<br />
cualquier acción que condujera a una<br />
reanudación de la guerra civil. Aquélla<br />
había sido una guerra civil terrible; de<br />
una población de 18 millones, 2 millones<br />
habían muerto en la salvaje y<br />
pedregosa península de España” 18 .<br />
Reforzando esa exposición,<br />
Truman expresó su falta de<br />
aprecio por Franco y su paralelo<br />
rechazo a provocar “otra guerra<br />
civil española”. A su juicio,<br />
aunque sería muy grato “reconocer<br />
a otro Gobierno que no<br />
fuera el del general Franco”, el<br />
cambio pertinente era un asun-<br />
18 Ibídem.<br />
to interno de España.<br />
La réplica de Stalin a ese argumento<br />
no intervencionista<br />
fue lacónica e incisiva: “Eso significaba<br />
que nada cambiaría”.<br />
Aceptó la aversión anglo-americana<br />
hacia el régimen de Franco<br />
(“impuesto al pueblo español<br />
por Hitler y Mussolini, cuya<br />
obra nosotros estábamos destruyendo”),<br />
pero subrayó que<br />
“había que probarla mediante<br />
hechos”. Desmintió el propósito<br />
de “intervención militar” o<br />
“reapertura de la guerra civil en<br />
España”, pero insistió en que<br />
Franco estaba consolidándose y<br />
era imprescindible que “el pueblo<br />
español supiera que nosotros,<br />
como representantes de los<br />
pueblos democráticos, estábamos<br />
contra el régimen”. De lo<br />
contrario, “podría decirse que,<br />
puesto que no denunciamos a<br />
Franco, le apoyamos”. Seguidamente,<br />
en una calculada concesión<br />
a la sensibilidad occidental<br />
sobre una materia de su exclusiva<br />
esfera de influencia, aceptó<br />
excluir la ruptura de relaciones<br />
como “medida demasiado severa”.<br />
Pero demandó “otra medida<br />
democrática más flexible para<br />
hacer saber al pueblo español<br />
que nosotros no simpatizábamos<br />
con Franco” y no aceptábamos<br />
“este cáncer en silencio”.<br />
Churchill respondió a Stalin<br />
que no estaba dispuesto a<br />
tomar medidas drásticas “a menos<br />
que estuviera seguro de un<br />
resultado favorable” y de que<br />
no iban a dañar las “muy importantes”<br />
relaciones comerciales<br />
anglo-españolas. Mostró su<br />
comprensión por la hostilidad<br />
soviética habida cuenta de la<br />
División Azul, pero recordó<br />
que Franco no había entrado<br />
en la guerra ni obstaculizado el<br />
desembarco aliado en África.<br />
Stalin replicó que también el<br />
Reino Unido “había sufrido a<br />
manos de la España de Franco,<br />
puesto que se habían proporcionado<br />
bases para los submarinos<br />
alemanes” y “todas las<br />
potencias habían sufrido de ese<br />
modo y de otros”. Sin embargo,<br />
en otro gesto conciliador,<br />
subrayó que no quería abordar<br />
el asunto “desde ese punto de<br />
mira”, sino considerando “el<br />
grave peligro” que Franco suponía<br />
para Europa. Por eso, era<br />
necesario “declarar que no teníamos<br />
ninguna simpatía por<br />
el régimen de Franco y que las<br />
aspiraciones democráticas del<br />
pueblo español eran justas”. En<br />
consecuencia, proponía que el<br />
consejo de ministros tratara de<br />
encontrar “un método más<br />
suave y más flexible que el sugerido<br />
por la delegación soviética<br />
para dejar esto claro”.<br />
La nueva propuesta de Stalin<br />
provocó reacciones divergentes<br />
en Churchill y Truman.<br />
Éste se mostró dispuesto a<br />
aceptar que los ministros examinaran<br />
el tema, en tanto<br />
aquél insistía en su negativa<br />
basándose en el “principio de<br />
no intervención en asuntos internos<br />
de otro país”. A la réplica<br />
de Stalin de que no se trataba<br />
de “un asunto interno sino<br />
de un peligro internacional”,<br />
Churchill respondió que “eso<br />
podía decirse de casi cualquier<br />
país”. Y volvió a rechazar la<br />
idea porque provocaría una reacción<br />
nacionalista favorable a<br />
Franco, pese a confesar que<br />
“vería con agrado, hablando<br />
personalmente, que hubiera un<br />
cambio en España en favor de<br />
una monarquía constitucional<br />
según modelos democráticos y<br />
una amnistía”.<br />
La negativa de Churchill no<br />
fue secundada por Truman, que<br />
reiteró su disposición a que la<br />
materia fuera estudiada por los<br />
ministros. Stalin hizo entonces<br />
una tercera propuesta: que el<br />
consejo preparara “una valoración<br />
del régimen de Franco,<br />
dejando claro ante la opinión<br />
pública que nosotros no le apoyábamos”<br />
y que fuera incluida<br />
“en una declaración publicada<br />
al final de la Conferencia”. Y,<br />
recordando las presiones ejercidas<br />
previamente por sus aliados<br />
para examinar la situación interna<br />
en otros países de Europa<br />
Oriental, puso de relieve que la<br />
cuestión se había convertido en<br />
una baza esencial para imponer<br />
el respeto a las esferas de influencia<br />
y amortiguar las críticas<br />
sobre la falta de libertades<br />
democráticas en la zona:<br />
“Esta sugerencia era la forma<br />
más suave de acción que podría tomarse<br />
y, de hecho, era más suave que<br />
la aplicada a Grecia, Yugoslavia o Polonia.<br />
Por tanto, sugería que los ministros<br />
de Exteriores reflexionaran sobre<br />
el asunto en este sentido” 19 .<br />
La reacción de Churchill<br />
ante esa estrategia soviética fue<br />
enérgica. Puso en duda que<br />
hubiera acuerdo sobre la necesidad<br />
de “hacer ninguna declaración<br />
sobre España” y reiteró<br />
su negativa a intervenir en “un<br />
país que no había estado en<br />
guerra contra nosotros y que<br />
no habíamos liberado”. Por eso<br />
rechazaba toda analogía “entre<br />
la cuestión española y, por<br />
ejemplo, la de Yugoslavia, Bulgaria<br />
y Rumania, donde francamente<br />
había cosas que a él<br />
no le gustaban”. En consecuencia,<br />
se negó a que los ministros<br />
examinaran el tema puesto que<br />
“ya tenían bastante trabajo”.<br />
La firmeza de Churchill<br />
paralizó la discusión. Con la<br />
aprobación de Stalin, tras<br />
constatar que “no había posibilidad<br />
de acuerdo en el momento<br />
presente”, Truman suspendió<br />
el debate y pasó al<br />
siguiente punto del orden del<br />
día: Yugoslavia. Fue entonces<br />
cuando los occidentales pudieron<br />
apreciar el valor táctico de<br />
la baza española para la URSS.<br />
Cuando Churchill protestó por<br />
el carácter sovietizante del Gobierno<br />
de Tito y exigió “una<br />
declaración” demandando el<br />
respeto a la resolución de Yalta,<br />
Stalin replicó que sería una intervención<br />
en los asuntos internos<br />
de Yugoslavia y se negó a<br />
discutir “sin la presencia de representantes<br />
del Gobierno yugoslavo”.<br />
Con muestras de impaciencia,<br />
Truman también<br />
dio por clausurado el debate.<br />
La búsqueda<br />
de un compromiso<br />
Finalizada la sesión, la delegación<br />
británica se vio obligada a<br />
revisar su actitud sobre la cues-<br />
19 Ibídem.<br />
58 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
tión española para evitar nuevas<br />
parálisis. En la misma tarde<br />
del día 19, Hoyer-Millar, alto<br />
cargo del Foreign Office, sugirió<br />
una vía que podría “tanto<br />
satisfacer a la delegación rusa<br />
como indicar efectivamente<br />
nuestro desagrado con el régimen<br />
de Franco sin aparecer como<br />
interviniendo directamente<br />
en los asuntos internos españoles”.<br />
Aunque la propuesta original<br />
soviética “bajo ninguna<br />
circunstancia” era aceptable, la<br />
actitud conciliadora de Stalin<br />
permitía “intentar hallar alguna<br />
forma de resolución anti-<br />
Franco básicamente anodina”.<br />
Una mera resistencia sólo haría<br />
“a los rusos más obstinados en<br />
aspectos que consideramos importantes”<br />
y crearía la impresión<br />
“de que somos pro-Franco<br />
y reaccionarios”. En consecuencia,<br />
sobre la base de la<br />
moción aprobada en San Francisco,<br />
proponía una resolución<br />
“básicamente anodina”:<br />
“Los tres Gobiernos, aunque reconocen<br />
que sólo el pueblo español<br />
puede escoger el tipo de gobierno bajo<br />
el que quiere vivir, se sienten obligados<br />
a dejar claro que, por lo que a<br />
ellos respecta, les será muy difícil establecer<br />
sus relaciones con España sobre<br />
una base mejor en tanto que el general<br />
Franco y el régimen falangista permanezcan<br />
en el poder. En particular,<br />
mientras el presente régimen en España<br />
siga inalterado, los tres Gobiernos<br />
serán incapaces de apoyar ninguna solicitud<br />
del Gobierno español para ingresar<br />
en la Organización de las Naciones<br />
Unidas” 20 .<br />
Asumido el cambio táctico,<br />
la delegación británica mostró<br />
su flexibilidad en la tercera reunión<br />
del consejo de ministros,<br />
celebrada el 20 de julio, para<br />
debatir cuatro temas: Italia, España,<br />
Declaración de Yalta y<br />
Rumania. Nada más comenzar<br />
la sesión, Byrnes hizo una propuesta<br />
para superar la diferencia<br />
anglo-soviética sobre España.<br />
Apoyándose en una previa<br />
petición de Truman para que la<br />
conferencia hiciera público un<br />
comunicado de apoyo al ingre-<br />
20 Minuta, 19 de julio de 1945,<br />
FO 371/49613 Z9237.<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
so de Italia en la ONU, sugirió<br />
“que dicho anuncio pudiera indicar<br />
que las tres grandes potencias<br />
no favorecerían la admisión<br />
de España a las Naciones<br />
Unidas en tanto que permaneciera<br />
bajo control del presente<br />
régimen”. Eden aceptó y añadió<br />
que, para remarcar “el contraste<br />
con España”, podría incluirse<br />
en el comunicado una<br />
referencia a “otros países neutrales<br />
en la misma posición que<br />
Italia” (Suecia, Suiza y Portugal).<br />
Molotov también la aceptó,<br />
no sin añadir un matiz sustancial:<br />
que la declaración también<br />
hiciera referencia “a la<br />
admisión de Estados ex enemigos<br />
que se habían convertido<br />
en cobeligerantes” (Bulgaria y<br />
otros países ocupados por tropas<br />
soviéticas). En consecuencia,<br />
se aprobó la creación de un<br />
comité para redactar el proyecto<br />
de declaración.<br />
El comité designado emprendió<br />
su tarea el 21 de julio.<br />
Los británicos habían consensuado<br />
con los americanos que<br />
la referencia a España se limitara<br />
a vetar su ingreso en la<br />
ONU. Los soviéticos pretendieron<br />
introducir en ella “los<br />
mismos sentimientos que aparecían<br />
en la propuesta original<br />
soviética” y “todo tipo de frases<br />
sugiriendo que España era una<br />
amenaza a la paz mundial, que<br />
Franco era un criminal, etcétera”<br />
(según Hoyer-Millar). Sin<br />
embargo, aceptaron la propuesta<br />
anglo-americana a cambio de<br />
“ciertos añadidos finales para<br />
indicar por qué no nos gusta el<br />
régimen de Franco”. Por tanto,<br />
el comité acordó una referencia<br />
a España cuyo texto sería íntegramente<br />
asumido en el comunicado<br />
final de la conferencia y<br />
que, en opinión del representante<br />
británico, “es bastante<br />
más suave que la propuesta soviética<br />
original, la cual podría<br />
habernos causado una buena<br />
dosis de incomodidades si hu-<br />
21 Carta de Hoyer-Millar a Harvey,<br />
21 de julio de 1945, FO 371/-<br />
49612 Z8823. Minuta de Hoyer-Millar,<br />
16 de agosto de 1945, FO 371/-<br />
49613 Z9726.<br />
biera sido mantenida por la delegación<br />
soviética” 21 .<br />
Sin embargo, la actitud<br />
conciliadora soviética en la<br />
cuestión española no se extendió<br />
a los otros temas citados en<br />
la declaración. A tono con su<br />
estrategia de imponer el respeto<br />
a las esferas de influencia<br />
respectivas, los soviéticos se negaron<br />
a aceptar la inclusión de<br />
un párrafo apoyando el ingreso<br />
de Italia en la ONU si no se<br />
incluía otro igual relativo a los<br />
Estados de Europa Oriental,<br />
junto con una recomendación<br />
para que las potencias occidentales<br />
establecieran relaciones<br />
diplomáticas con ellos. Los anglo-americanos<br />
rechazaron la<br />
propuesta de equiparar a Italia<br />
con esos Estados, porque hubiera<br />
comprometido su política<br />
de firmeza y respeto a la<br />
declaración de Yalta. El desacuerdo<br />
fue tan radical que ni<br />
siquiera las reuniones del consejo<br />
del 23 y 24 de julio pudieron<br />
encontrar una solución 22 .<br />
Por tanto, la materia fue remitida<br />
a la octava sesión plenaria<br />
de la conferencia en la tarde<br />
del día 24.<br />
El debate sobre Admisión a<br />
las Naciones Unidas de Estados<br />
ex enemigos y neutrales, celebrado<br />
tras una nueva discusión sobre<br />
Polonia, dio origen a uno<br />
de los momentos de mayor tensión<br />
en toda la conferencia. Sin<br />
ambages, Stalin condicionó su<br />
apoyo al ingreso de Italia en la<br />
ONU al reconocimiento occidental<br />
de los Gobiernos de Rumania,<br />
Hungría, Bulgaria y<br />
Finlandia y su ingreso en la<br />
ONU. Se negaba a cualquier<br />
“distinción artificial” entre Estados<br />
ex enemigos (“¿cuáles<br />
eran los méritos de Italia en<br />
comparación con otros satélites<br />
de Alemania?”) y veía en el trato<br />
diferencial “la intención de<br />
desacreditar a la Unión Soviética”.<br />
Con la misma firmeza,<br />
Truman y Churchill justificaron<br />
la diferencia subrayando<br />
22 Actas del consejo de ministros<br />
de Exteriores, FO 371/50865 U5729 y<br />
U5730.<br />
ENRIQUE MORADIELLOS<br />
que en Italia “todos eran libres<br />
de ir y venir”, en tanto que en<br />
Europa Oriental “nosotros<br />
habíamos sido seriamente obstaculizados<br />
en nuestros esfuerzos<br />
para conseguir acceso libre<br />
a esos países y recibir información<br />
desde ellos y sobre ellos”.<br />
En un duelo de réplicas con<br />
Stalin, Churchill afirmó que en<br />
Rumania y Bulgaria “estaba alzándose<br />
un telón de acero”. La<br />
respuesta de su interlocutor fue<br />
lacónica: “Ésos eran cuentos de<br />
hadas”. El enfrentamiento traducía<br />
el antagonismo entre la<br />
política soviética de respeto a<br />
las esferas de influencia y la voluntad<br />
occidental de limitar ese<br />
proceso y mantener su presencia<br />
en Europa Oriental. La discusión<br />
finalizó con el encargo<br />
de que los ministros buscaran<br />
una solución de compromiso 23 .<br />
Tras el debate del 24 de julio,<br />
la conferencia fue suspendida<br />
varios días por indisposición<br />
de Stalin y por el regreso<br />
de Churchill a Londres para<br />
esperar los resultados de las<br />
elecciones generales. Se reanudó<br />
el 28 de julio, tras el triunfo<br />
laborista; y una vez remodelada<br />
la delegación británica con un<br />
nuevo primer ministro, Attlee,<br />
y secretario del Foreign Office,<br />
Ernest Bevin. Pero el cambio<br />
no significó variación de la<br />
firmeza británica ante las demandas<br />
soviéticas. Durante la<br />
décima sesión plenaria del 28,<br />
Attlee y Bevin se mostraron<br />
opuestos al reconocimiento de<br />
los Gobiernos de Europa<br />
Oriental y exigentes en el respeto<br />
a la declaración de Yalta.<br />
A la par, no pidieron ninguna<br />
modificación en el apartado relativo<br />
a España del texto. Incapaz<br />
de superar la parálisis, Truman<br />
propuso abandonar la<br />
idea de “una declaración sobre<br />
la admisión de Estados neutrales<br />
y ex enemigos en las Naciones<br />
Unidas”. Tanto Stalin como<br />
Attlee aceptaron 24 .<br />
Sin embargo, los america-<br />
23 Acta de la sesión, FO 371/-<br />
50867 U6197.<br />
24 FO 371/50867 U6197.<br />
59
POTSDAM, 1945: EL FRANQUISMO EN ENTREDICHO<br />
nos siguieron buscando un<br />
compromiso que evitara la revelación<br />
pública del desacuerdo<br />
entre las potencias sobre un tema<br />
crucial. El 31 de julio, víspera<br />
de la clausura de la conferencia,<br />
Byrnes propuso un nuevo<br />
texto de declaración donde<br />
las potencias afirmaban su voluntad<br />
de ver terminada “la<br />
presente situación anómala de<br />
Italia, Bulgaria, Finlandia,<br />
Hungría y Rumania” mediante<br />
“la conclusión de tratados de<br />
paz” y encargaban al consejo de<br />
ministros su redacción. En párrafos<br />
separados para Italia y los<br />
otros países, se manifestaba que<br />
dicha conclusión de tratados de<br />
paz con “gobiernos democráticos<br />
reconocidos” haría posible<br />
su ingreso en la ONU. También<br />
se recogía la voluntad de<br />
las potencias de “examinar separadamente”<br />
la posibilidad de<br />
establecer relaciones diplomáticas<br />
con los Gobiernos de Europa<br />
Oriental “antes de la conclusión<br />
de los tratados de paz” y “a<br />
la luz de las condiciones entonces<br />
prevalecientes”. La equilibrada<br />
redacción satisfizo a Stalin<br />
y Attlee, que dieron su conformidad<br />
al texto definitivo de<br />
la declaración, cuyo apartado<br />
sobre España no sufrió modificación<br />
ni suscitó nuevos debates<br />
25 . De este modo, el 2 de<br />
agosto de 1945, el comunicado<br />
final de la conferencia de Potsdam<br />
incluía la referencia a España<br />
que ya había sido consensuada<br />
el 24 de julio.<br />
Una concesión máxima,<br />
no un punto de partida<br />
Nominalmente, la referencia a<br />
la cuestión española era una condena<br />
al ostracismo internacional<br />
del franquismo por las tres<br />
grandes potencias. Pero sobre<br />
todo era el laborioso resultado<br />
de un mínimo común denominador<br />
entre las aspiraciones soviéticas<br />
y las concesiones angloamericanas.<br />
Churchill pudo<br />
vanagloriarse el 16 de agosto de<br />
que dicha declaración “contenía<br />
los términos más duros, de-<br />
25 Ibídem.<br />
liberada y calculadamente duros,<br />
contra ese régimen”. Mas<br />
reconocía sus límites al declarar<br />
que “sería equivocado intervenir<br />
en España por la fuerza o<br />
tratar de reanudar la guerra civil”<br />
26 . También Bevin reconoció<br />
ese aspecto en su primera<br />
declaración pública sobre la<br />
cuestión española el día 20: enfatizó<br />
que “no podemos admitir<br />
a España en el club”, pero<br />
reafirmó el principio de no intervención<br />
y la voluntad de “no<br />
tomar ninguna medida que<br />
promoviera o estimulara la guerra<br />
civil en ese país” 27 . Así<br />
pues, la declaración de Potsdam<br />
era la máxima condena prevista<br />
contra Franco y no el punto de<br />
partida de una campaña efectiva<br />
contra el régimen español.<br />
En Madrid no tardaron en<br />
apreciar el significado real de<br />
Potsdam. Carrero Blanco, principal<br />
consejero político de Franco,<br />
así lo anotaría a fines de<br />
agosto de 1945: la referencia a<br />
España era “una insigne impertinencia”,<br />
pero también “una<br />
fórmula platónica” y “a mí me<br />
satisfizo porque esperaba algo<br />
peor”. No en vano, demostraba<br />
que “los anglosajones aceptarán<br />
lo que sea de España si no nos<br />
dejamos avasallar, porque en<br />
modo alguno quieren desórdenes<br />
que puedan abocar a una situación<br />
filocomunista en la península<br />
Ibérica” 28 . El mismo<br />
alivio experimentó Alberto<br />
Martín Artajo, nuevo ministro<br />
de Asuntos Exteriores de Franco:<br />
era “menos de lo que se temía<br />
en España y de lo que se esperaba<br />
fuera” 29 .<br />
El deterioro de las relaciones<br />
entre los occidentales y la<br />
URSS que siguió a la conferen-<br />
26 Parliamentary Debates. House of<br />
Commons, cols. 89-90, 16 de agosto de<br />
1945. 27 Parliamentary Debates. House of<br />
Commons, col. 296, 20 de agosto de<br />
1945. 28 Nota del 29 de agosto. Citada<br />
en J. Tusell: Carrero. La eminencia gris<br />
del régimen de Franco, pág. 129. Madrid,<br />
1993.<br />
29 J. Tusell: Franco y los católicos.<br />
La política interior española entre 1945 y<br />
1957, págs. 96 y 97. Alianza, Madrid,<br />
1984.<br />
cia de Potsdam acentuó de modo<br />
proporcional esa política<br />
anglo-americana de no intervención<br />
en España y aceptación<br />
resignada de la continuidad<br />
de Franco en el poder. El<br />
fracaso de la conferencia de<br />
ministros de Exteriores celebrada<br />
en Londres (septiembre<br />
de 1945), una vez lograda la<br />
victoria sobre Japón, marcó un<br />
punto de no retorno en la desintegración<br />
de la Gran Alianza<br />
y el descenso hacia la guerra<br />
fría. Es significativo que Molotov<br />
volviera a utilizar la baza<br />
española en dicha conferencia.<br />
Ante la negativa occidental a<br />
reconocer a los Gobiernos de<br />
Europa Oriental por su carácter<br />
antidemocrático, Molotov<br />
replicó “los presentes Gobiernos<br />
de España y Argentina<br />
eran más fascistas que democráticos<br />
y, sin embargo, el Gobierno<br />
de EE UU mantiene relaciones<br />
diplomáticas con los<br />
mismos” 30 . Pero la estrategia<br />
soviética para imponer el respeto<br />
a las esferas de influencia<br />
no fructificó esa vez. En la atmósfera<br />
de recelos imperante,<br />
los occidentales estaban abandonando<br />
la política de cooperación<br />
en favor de la contención<br />
del temido expansionismo<br />
soviético.<br />
En ese nuevo contexto, las<br />
siempre escasas posibilidades<br />
de endurecer la presión occidental<br />
sobre Franco se redujeron<br />
drásticamente. Por el contrario,<br />
fueron resaltando las<br />
contradicciones inherentes en<br />
esa política. A principios de<br />
marzo de 1946, un día antes<br />
de que Churchill pronunciara<br />
su discurso en Fulton condenando<br />
el telón de acero en Europa<br />
Oriental, Hoyer-Millar<br />
redactaba esta nota sobre su<br />
conversación con Mr. George,<br />
consejero de la Embajada norteamericana<br />
en Londres:<br />
30 Declaración hecha durante la<br />
reunión del 21 de septiembre. P. de Senarclens:<br />
From Yalta to the Iron Curtain,<br />
pág. 96.<br />
31 Minuta del 4 de marzo de 1946.<br />
FO 371/60352 Z2193.<br />
“Se mostró totalmente de acuerdo<br />
conmigo en que más alfilerazos<br />
contra España serían inútiles y que no<br />
harían nada para acelerar la marcha de<br />
Franco. Pensaba que nuestra política<br />
actual, y la de Estados Unidos, no<br />
sólo era realmente ilógica, sino en alguna<br />
medida deshonesta. Si, como<br />
decíamos en público, estábamos realmente<br />
convencidos de que Franco debía<br />
irse de una vez, entonces deberíamos<br />
estar preparados para adoptar<br />
medidas drásticas para echarle e intervenir<br />
directamente en los asuntos españoles.<br />
En la práctica, asumiendo<br />
siempre que la intervención armada<br />
para echar a Franco estaba descartada,<br />
esto sólo podía significar que nosotros<br />
y los americanos adoptaríamos medidas<br />
activas para estimular la formación<br />
de un Gobierno alternativo aceptable<br />
(…). Por otro lado, si no estábamos<br />
preparados para intervenir de<br />
este modo y animar activamente a los<br />
elementos de la oposición en España,<br />
entonces no deberíamos tomar más<br />
medidas drásticas para librarnos de<br />
Franco antes de que los propios españoles<br />
hubieran tenido tiempo para<br />
aclararse sobre la mejor forma de gobierno<br />
alternativo” 31 .<br />
En efecto, entre 1946 y<br />
1947 la diplomacia anglo-americana<br />
fue renunciando gradualmente<br />
a la política de “alfilerazos”<br />
retóricos en la medida<br />
en que lo permitía el estado de<br />
la opinión pública occidental y<br />
al compás de la intensificación<br />
de la guerra fría. Así, apenas<br />
dos años después de su publicación,<br />
la referencia a España<br />
de la declaración de Potsdam<br />
se había convertido en vestigio<br />
del pasado. Su epitafio final<br />
llegaría 10 años después, en<br />
1955, con el ingreso en la<br />
ONU de una España todavía<br />
regida por el general Franco. n<br />
Enrique Moradiellos es profesor de<br />
Historia Contemporánea. Autor de La<br />
perfidia de Albión. El Gobierno británico<br />
y la guerra civil española.<br />
60 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
De Woolsthorpe a Cambridge<br />
Isaac Newton, la mente más poderosa<br />
de la que tiene constancia<br />
la humanidad, nació en las primeras<br />
horas del día de Navidad<br />
de 1642. Hijo póstumo –y prematuro–<br />
de un pequeño agricultor,<br />
creció en la casa paterna (que<br />
todavía existe), en el caserío de<br />
Woolsthorpe, situado cerca del<br />
pueblo de Colsterworth, 11 kilómetros<br />
al sur de Grantham, en<br />
Linconshire (Inglaterra). Como<br />
no podía ser menos tratándose<br />
de semejante personaje, no han<br />
faltado los intentos de justificar<br />
rasgos prominentes de su carácter<br />
a partir de argumentos de índole<br />
psicoanalítico: así, Frank Manuel<br />
(A Portrait of Isaac Newton) introdujo<br />
como elemento a considerar<br />
las relaciones que sostuvo<br />
con su madre, Hannah, que en<br />
1645 se casó de nuevo, esta vez<br />
con un clérigo –Barnabas Smith,<br />
rector de North Witham–. Isaac<br />
no acompañó a su madre, permaneciendo<br />
con su abuela en<br />
Woolsthorpe: cerca desde el punto<br />
de vista de las distancias (sólo<br />
le separaban dos kilómetros de<br />
North Witham), pero lejos, muy<br />
lejos, desde el más relativo, aunque<br />
no menos real, de las emociones.<br />
Barnabas, que entonces<br />
tenía 63 años, vivió hasta los 71,<br />
y Hannah tuvo tres hijos con él,<br />
con los que regresó a Woolsthorpe<br />
en 1653. Todos estos hechos<br />
no debieron ser fáciles para un<br />
espíritu tan obsesivo como el de<br />
Newton, dando ocasión, siglos<br />
más tarde, a que un investigador<br />
tan sutil e informado como Manuel<br />
explorase su subterráneo y<br />
poderoso universo mental.<br />
La carrera universitaria, y a la<br />
postre científica también, del joven<br />
Isaac comenzó en los primeros<br />
días de junio de 1661, cuan-<br />
I. Newton<br />
GALERÍA DE CIENTÍFICOS<br />
ISAAC NEWTON<br />
El grande entre los grandes<br />
do fue admitido en el Trinity College<br />
de Cambridge. Aunque gozó<br />
del privilegio de recibir una<br />
educación superior, lo hizo con la<br />
limitación de ingresar en la Universidad<br />
como subsizar, es decir,<br />
como un estudiante pobre que<br />
pagaba su estancia con trabajos<br />
serviles para los fellows (miembros<br />
del college) y estudiantes más<br />
ricos. El orgullo, el inmenso orgullo,<br />
de Isaac debió sufrir ante<br />
semejante situación, una situación<br />
que, de hecho, contiene elementos<br />
extraños: Hannah no era,<br />
tras acumular dos herencias y su<br />
propia dote, una mujer pobre.<br />
¿Se comportó de aquella manera<br />
JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ RON<br />
con Isaac –se ha preguntado Derek<br />
Gjertsen (The Newton Handbook)–<br />
debido a una innata tacañería,<br />
por hostilidad a su hijo,<br />
por dificultades financieras o<br />
porque creía que era bueno para<br />
él? No lo sabemos.<br />
El hecho incontrovertible es<br />
que las habilidades y conocimientos<br />
de Newton florecieron<br />
en Cambridge, lugar que sería<br />
su hogar durante una buena parte<br />
de su vida, hasta que en 1696,<br />
ya reconocido y poderoso, abandonó<br />
las orillas del Cam por<br />
Londres para ocuparse de la dirección<br />
del Mint, la Casa de la<br />
Moneda inglesa. Un momento<br />
culminante de su estancia en<br />
Cambridge fue cuando obtuvo<br />
la cátedra lucasiana. Instituida<br />
por Henri Lucas, el primer cátedrático<br />
lucasiano fue, en 1663, el<br />
matemático, filósofo natural y<br />
teólogo Isaac Barrow, uno de los<br />
maestros de Newton. De hecho,<br />
en 1669 Barrow renunció a su<br />
cátedra en favor de su antiguo<br />
alumno, no está claro si como<br />
un rasgo de generosidad ante<br />
una persona en quien reconocía<br />
extraordinarios méritos científicos<br />
o porque no deseaba seguir<br />
ocupándose de una cátedra que,<br />
aunque fuese de manera más nominal<br />
que real (los alumnos que<br />
asistían a sus clases eran –y seguirían<br />
siéndolo con su sucesor–<br />
muy pocos, ninguno a veces),<br />
implicaba dedicación a la física y<br />
las matemáticas, mientras que en<br />
lo que él estaba realmente interesado<br />
era en la teología.<br />
Matemático<br />
La cátedra y su pertenencia al<br />
Trinity College (fue elegido fellow<br />
en 1667) hicieron posible<br />
que Newton se dedicase por<br />
completo a la filosofía natural,<br />
el nombre empleado entonces<br />
para designar lo que ahora llamamos<br />
ciencias físico-químicas.<br />
La obra científica de Newton es<br />
tan extraordinaria que no es posible<br />
hacerle justicia en unas<br />
pocas páginas. Cuando se intenta<br />
resumirla uno tiene la impresión<br />
de que está cometiendo algo<br />
así como un crimen. Pero<br />
peor crimen es la ignorancia.<br />
En una primera aproximación,<br />
correcta pero tan poco fina<br />
que más parece una caricatura,<br />
habría que decir que Newton alcanzó<br />
su mayor altura en matemáticas<br />
y física. Se trata, además,<br />
de dos ciencias íntimamente re-<br />
62 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
lacionadas entre sí, especialmente<br />
en el sentido de que la física<br />
pretende codificar en forma de<br />
expresiones matemáticas las regularidades<br />
que detectamos en la<br />
naturaleza. Newton se aprovechó<br />
especialmente de este hecho, ya<br />
que una de sus grandes –seguramente<br />
la mayor– aportaciones a<br />
la matemática, la versión del<br />
cálculo diferencial denominada<br />
cálculo de fluxiones, le permitió<br />
explorar con una precisión y seguridad<br />
antes desconocida el universo<br />
de los movimientos. No es,<br />
por supuesto, que todo problema<br />
matemático tenga que poseer<br />
una conexión física, y el propio<br />
Newton planteó y resolvió muchas<br />
cuestiones matemáticas puras,<br />
tantas que habría pasado a la<br />
historia de la ciencia aunque no<br />
hubiera escrito una sola línea sobre<br />
los fenómenos que tienen lugar<br />
en la naturaleza, pero no hay<br />
duda de que su gran momento<br />
tuvo que ver con la manera en<br />
que combinó matemáticas (mezclando<br />
el antiguo, tradicional, estilo<br />
geométrico euclidiano con el<br />
fluxional) y física, una combinación<br />
con la que, de hecho, estableció<br />
el método científico de la<br />
ciencia moderna y que alcanzó<br />
su cumbre con la publicación, en<br />
1687, de uno de los clásicos universales<br />
de la ciencia: Philosophiae<br />
Naturalis Principia Mathematica<br />
(Principios matemáticos de<br />
la filosofía natural), seguramente<br />
el tratado científico más influyente<br />
jamás escrito. Pero es pronto<br />
todavía para abordar los Principia.<br />
El método newtoniano de<br />
las fluxiones introdujo una profunda<br />
revolución en la matemática;<br />
por lo que sabemos, data<br />
del verano de 1665, encontrándose<br />
expuesto en un tratado de<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
octubre de 1666, aunque su desarrollo<br />
más completo aparece<br />
en De methodis fluxionum<br />
(1670-1671). Ninguno de estos<br />
trabajos fue publicado entonces:<br />
el de 1665 vería la luz de la letra<br />
impresa en 1967 (The Mathematical<br />
Papers of Isaac Newton,<br />
vol. I, D. T. Whiteside, ed.), el<br />
de 1666 en 1962 (The Unpublished<br />
Scientific Papers of Isaac<br />
Newton. A Selection from the<br />
Portsmouth Collection in the University<br />
Library, Cambridge, A. R.<br />
Hall y M. B. Hall, eds.), y el de<br />
1670-16711 en 1736 (en versión<br />
al inglés de John Colson).<br />
Matemática sintética<br />
frente a analítica<br />
El método fluxional fue la primera<br />
versión de cálculo diferencial<br />
ideada, pero pronto encontró<br />
un competidor: el cálculo infinitesimal<br />
desarrollado por otro<br />
gran genio: Gottfried Wilhelm<br />
Leibniz. Ambos métodos son<br />
virtualmente equivalentes, lo que<br />
no quiere decir que sean igualmente<br />
recomendables. Pero antes<br />
de entrar en este punto es<br />
inevitable referirse a la agria polémica<br />
que surgió entre ambos<br />
pensadores y sus respectivos seguidores<br />
a propósito de la prioridad<br />
en la invención.<br />
Se ha escrito tanto sobre<br />
aquella polémica, que destiló una<br />
gran maldad en espíritus supuestamente<br />
elevados, que lo mejor<br />
es limitarse a apuntar algunos datos.<br />
Así, no hay dudas acerca de<br />
la prioridad de Newton, una<br />
prioridad que se complicó (en lo<br />
que a reconocimiento público se<br />
refiere) debido al patológico rechazo<br />
de éste a que se publicasen<br />
sus descubrimientos. Sin embargo,<br />
algunos datos salieron de su<br />
estudio: Barrow envió al mate-<br />
mático John Collis copia de uno<br />
de los manuscritos newtonianos,<br />
De analysi, que versaba sobre las<br />
series infinitas en su aplicación a<br />
las cuadraturas, una cuestión no<br />
centrada en el cálculo fluxional<br />
pero sí relacionada con él. Desde<br />
entonces, Collis (que preparó<br />
una copia de De analysi para su<br />
propio uso) persiguió con ahínco<br />
a Newton, cuyo genio matemático<br />
reconoció. Uno de los frutos<br />
de esta persecución fue la carta<br />
que el 10 de diciembre de 1672<br />
le escribió Newton, en la que incluía<br />
como comentario aparentemente<br />
casual, y no desarrollado,<br />
el que había desarrollado un<br />
método general que, además de<br />
permitirle encontrar la tangente a<br />
cualquier curva, servía asimismo<br />
para resolver “otros tipos de problemas<br />
más abstrusos”, como<br />
longitudes, áreas o centros de<br />
gravedad de curvas. Cuestiones<br />
éstas, por supuesto, que constituyen<br />
el primer objetivo de un<br />
cálculo diferencial e integral.<br />
Cuando el secretario de la<br />
Royal Society, Henry Oldenburg,<br />
una de cuyas funciones era mantener<br />
una red de corresponsales a<br />
los que informaba de logros científicos<br />
de interés, pidió ayuda a<br />
Collins para que le informase<br />
acerca de qué trabajos matemáticos<br />
se estaban llevando a cabo en<br />
Inglaterra, éste preparó un extenso<br />
sumario (conocido como Historiola),<br />
que incluía detalles de la<br />
carta de Newton de diciembre de<br />
1672. Y en este punto entra en la<br />
historia Leibniz, que visitó Londres<br />
entre enero y marzo de<br />
1673: allí conoció a Oldenburg,<br />
quien poco después, el 6 de abril,<br />
le envió una carta en la que utilizaba<br />
el informe preparado por<br />
Collis. En otoño de 1675, Leibniz<br />
desarrollaba las ideas princi-<br />
pales de su cálculo diferencial. El<br />
26 de junio de 1676, Oldenburg<br />
enviaba a Leibniz un resumen de<br />
la Historiola; éste, a su vez, realizó<br />
una nueva visita a Londres en octubre,<br />
momento en el que Collis<br />
le mostró su copia de De analysi y<br />
la versión completa de la Historiola.<br />
Todo, absolutamente todo,<br />
sin que Newton supiera nada. En<br />
1684, Leibniz publicaba Nova<br />
methodus pro maximis et minimis,<br />
su primera publicación sobre el<br />
cálculo, que se limitaba a la diferenciación;<br />
en 1686 aparecía De<br />
geometria recondita, que ya incluía<br />
la integración.<br />
No hay duda, por consiguiente,<br />
de que Newton fue el<br />
primero en descubrir el cálculo<br />
diferencial. Menos claro está cuál<br />
fue la deuda de Leibniz a los escritos<br />
newtonianos a que tuvo<br />
acceso, no muy explícitos, desde<br />
luego. En el peor de los casos,<br />
siempre se podría decir aquello<br />
que escribió Bernard le Bovier<br />
de Fontenelle, el literato secretario<br />
perpetuo de la Académie<br />
Royales des Sciences de París, en<br />
el éloge que dedicó a Newton,<br />
como associé étranger, tras la<br />
muerte de éste: “Y si [Leibniz]<br />
tomó [el cálculo diferencial] de<br />
sir Isaac, al menos se asemejó al<br />
Prometeo en la fábula, que robó<br />
fuego a los dioses para dárselo a<br />
la humanidad”. Para Fontenelle,<br />
Newton era, por supuesto, uno<br />
de esos dioses.<br />
Pero Leibniz hizo mucho<br />
más que poner a disposición del<br />
mundo un precioso instrumento<br />
que Newton no parecía dispuesto<br />
a compartir. La versión leibniziana<br />
del cálculo ofrece muchas ventajas.<br />
La notacional es una de<br />
ellas: la que él diseñó se ha mantenido,<br />
prácticamente inalterada,<br />
hasta la fecha. Pero no es la única,<br />
63
ISAAC NEWTON<br />
ni siquiera la principal: la versión<br />
newtoniana del cálculo depende<br />
mucho más de la idea (e imagen)<br />
de movimiento que la de Leibniz<br />
(las curvas aparecen descritas<br />
por el movimiento de un punto<br />
que fluye); es, en consecuencia,<br />
menos poderosa a la hora de manipular<br />
formalmente ecuaciones,<br />
menos, en definitiva, abstracta.<br />
Se trataba de una matemática sintética,<br />
porque involucraba la idea<br />
de movimiento, que no se consideraba<br />
algebraico. El cálculo infinitesimal<br />
de Leibniz, por el contrario,<br />
se amoldó perfectamente<br />
(más bien, habría que decir que<br />
propició) a la revolución analítica<br />
que se introdujo en la matemática<br />
europea durante la segunda<br />
mitad del siglo XVIII, gracias a<br />
los esfuerzos de, especialmente,<br />
Euler y Lagrange (éste avanzó sustancialmente<br />
en la dirección de<br />
reducir la mecánica al análisis, en<br />
lo que se vendría a denominar<br />
mecánica analítica). Se la llamó<br />
analítica porque sus principales<br />
características eran la manipulación<br />
formal de ecuaciones, el empleo<br />
de un método formal o algebraico,<br />
esto es, analítico. Frente<br />
al enfoque sintético, los<br />
“analíticos” negaban la necesidad<br />
de deducciones físicas o geométricas,<br />
argumentando que el enfoque<br />
intuitivo de la escuela sintética<br />
daba lugar a inconsistencias<br />
dentro del análisis: así, para<br />
llevar una mayor pureza algebraica<br />
a la teoría de límites, la dotaron<br />
de definiciones abstractas libres<br />
de cualquier artificio heurístico.<br />
Se abrió de esta manera un camino<br />
por el que transitaron, entre<br />
otros, Cauchy, Hamilton, Jacobi,<br />
Poisson o Poincaré. Un camino,<br />
por cierto, que tuvo que esperar<br />
algo más para ser frecuentado<br />
en Gran Bretaña, debido,<br />
precisamente, al prestigio de<br />
Newton. Sería gracias a William<br />
Whewell que esta situación comenzaría<br />
a cambiar. En su influyente<br />
tratado Philosophy of the Inductive<br />
Sciences (1840), Whewell,<br />
que ocupó cátedras de Mineralogía<br />
y Filosofía Moral en Cambridge,<br />
siendo, además, master del<br />
Trinity College entre 1841 y<br />
1866 (el año en que murió), expresó<br />
excelentemente la situación:<br />
“Los métodos sintéticos de investigación<br />
seguidos por Newton fueron…<br />
un instrumento sin duda poderoso en<br />
su excelsa mano pero demasiado pesado<br />
para que lo pudieran emplear con éxito<br />
otras personas. Los compatriotas de<br />
Newton fueron los que más tiempo se<br />
adhirieron a tales métodos, debido a la<br />
admiración que sentían por su maestro,<br />
y, por este motivo, los cultivadores ingleses<br />
de la astronomía física se quedaron<br />
rezagados, frente a los progresos de la<br />
ciencia matemática en Francia y Alemania,<br />
por un gran margen que sólo recientemente<br />
han superado. En el continente,<br />
las ventajas ofrecidas por un familiar<br />
uso de símbolos, y por la atención<br />
prestada a su simetría y otras relaciones,<br />
fueron aceptadas sin reserva. De esta manera,<br />
el Cálculo Diferencial de Leibniz,<br />
que fue, en su origen y significado, idéntico<br />
al Método de Fluxiones de Newton,<br />
pronto sobrepasó a su rival en la extensión<br />
y generalidad de sus aplicaciones<br />
a problemas”.<br />
Como saben muy bien los<br />
estudiosos de la economía, ser el<br />
primero no siempre es lo mejor:<br />
introduce unas ligaduras de las<br />
que no es fácil desprenderse.<br />
Investigador de la naturaleza<br />
A la par que sus indagaciones<br />
matemáticas, Newton comenzó a<br />
explorar el mundo de la naturaleza.<br />
Estimulado por las enseñanzas<br />
de Barrow y la teoría de la<br />
luz de Descartes, hacia 1664 empezó<br />
a interesarse por los fenómenos<br />
ópticos. No fue, sin embargo,<br />
hasta 1666 (año que pasó<br />
en Woolsthorpe debido a una<br />
epidemia que obligó a cerrar la<br />
universidad en agosto de 1665)<br />
cuando intensificó sus esfuerzos,<br />
recurriendo a un instrumento<br />
simple pero en sus manos extremadamente<br />
precioso: un prisma<br />
de vidrio. He aquí cómo se refirió<br />
al inicio de sus experimentos<br />
en el artículo que publicó en el<br />
número del 19 de febrero de<br />
1672 de las Philosophical Transactions<br />
de la Royal Society:<br />
“A comienzos del año 1666 (momento<br />
en el que me apliqué a pulir cristales<br />
ópticos de formas distintas a la esférica)<br />
me proporcioné un prisma triangular<br />
de cristal para ocuparme con él del celebrado<br />
fenómeno de los colores. Habiendo<br />
oscurecido mi habitación, hice<br />
un pequeño agujero en una contraventana<br />
para dejar pasar sólo una cantidad<br />
conveniente de luz del Sol y coloqué<br />
mi prisma en su entrada, de manera que<br />
pudiese ser refractado en la pared opues-<br />
ta. Al principio, ver los vivos e intensos<br />
colores así producidos constituyó una<br />
muy entretenida distracción, pero después<br />
de un rato intentando considerarlos<br />
más cuidadosamente me sorprendió<br />
verlos en forma oblonga, cuando, según<br />
las leyes aceptadas de la refracción,<br />
esperaba que hubiesen sido circulares”.<br />
Semejante anomalía le indujo<br />
a recurrir a un segundo prisma,<br />
con el que llegó a la conclusión<br />
de que los colores (observados<br />
desde hacía ya siglos) que<br />
aparecían al pasar la luz “blanca”<br />
inicial por los prismas no eran<br />
“cualidades de luz, derivadas de<br />
refracciones o reflexiones de cuerpos<br />
naturales (como se cree generalmente),<br />
sino propiedades<br />
originales o innatas”. La luz visible<br />
se convertía, en consecuencia,<br />
en la combinación de diferentes<br />
colores elementales.<br />
Sus análisis de la dispersión<br />
y composición de la luz le sugirieron<br />
una forma de perfeccionar<br />
el telescopio, el instrumento indispensable<br />
para escudriñar el<br />
cosmos desde que Galileo lo introdujera<br />
para tales fines a comienzos<br />
de aquel siglo: comprendiendo<br />
que era, como escribió<br />
en la Optica, “un intento<br />
desesperado el mejorar los telescopios<br />
de longitudes dadas, por<br />
refracción”, construyó un telescopio<br />
reflector, que superaba a<br />
los hasta entonces en uso. De<br />
hecho, construyó dos: uno lo<br />
guardó para utilizarlo él mismo y<br />
el otro lo donó a la Royal Society,<br />
como reconocimiento por<br />
haberle elegido uno de sus<br />
miembros (el número 290) el 11<br />
de enero de 1672. Llegaría el día<br />
en que sería el todopoderoso<br />
presidente de esa sociedad, una<br />
de las primeras corporaciones<br />
científicas auténticamente modernas<br />
creadas (lo fue en 1660),<br />
aunque fue en 1662 cuando recibió<br />
la Carta Real.<br />
El anuncio realizado en 1672,<br />
a través de las páginas de las Philosophical<br />
Transactions, de sus observaciones<br />
e interpretaciones en<br />
el dominio de los fenómenos ópticos<br />
dio origen a una de las cosas<br />
que Newton más detestaba: la polémica.<br />
Y si las detestaba era, por<br />
encima de todo, porque significaba<br />
que su autoridad era cues-<br />
tionada, algo que él no podía<br />
aceptar. Humilde, ciertamente,<br />
nunca fue; sí, por el contrario, huraño,<br />
susceptible y desconfiado<br />
(alguien dijo de él que padecía de<br />
un tipo de lo que vulgarmente llamamos<br />
neurosis aguda en grado<br />
extremo: “Uno de los más temerosos,<br />
cautos y suspicaces temperamentos<br />
que jamás conocí”, aseguraba<br />
William Whiston, su sucesor<br />
en la cátedra lucasiana).<br />
Entró en conflicto, en particular,<br />
con Robert Hooke, el conservador<br />
(curator) de la Royal Society,<br />
magnífico científico él mismo<br />
(entre sus obras se encuentra la<br />
célebre Micrographia, 1665).<br />
Aquel agrio choque retraería aún<br />
más a Isaac de cualquier inclinación<br />
a publicar sus resultados, como<br />
se pondría de manifiesto más<br />
tarde a propósito de los Principia,<br />
y explica en parte también por<br />
qué tardó tanto en dar a la imprenta<br />
la obra en la que englobó<br />
sus investigaciones e ideas ópticas:<br />
hasta 1704 no apareció la Optica,<br />
su otro gran libro.<br />
La Optica es una obra mucho<br />
más accesible que los Principia.<br />
Esto es debido a que su componente<br />
matemático es muy pequeño<br />
y elemental, fruto, naturalmente,<br />
de la inexistencia entonces<br />
de una teoría general de los fenómenos<br />
de que se ocupa. Aun así,<br />
se trata de un libro en el que se<br />
observa con prístina claridad un<br />
componente básico del método<br />
newtoniano: la relación dialéctica<br />
entre observación e interpretación<br />
teórica. Más que Newton el matemático,<br />
el protagonista principal<br />
de este texto es Newton el hábil<br />
experimentador. Digno de reseñar<br />
es, asimismo, la inclusión de<br />
una serie de cuestiones en las que<br />
Isaac proponía “algunos interrogantes<br />
para que otros emprendan<br />
ulteriores investigaciones”. Independientemente<br />
de su valor para<br />
tan –en principio– noble fin como<br />
el de estimular a otros, las<br />
Cuestiones de la Optica constituyen<br />
una de las raras ocasiones en<br />
las que Newton, el Newton que<br />
hizo norma de comportamiento<br />
el “Hipothesis non fingo” (“No<br />
hago hipótesis”) –aunque, por supuesto,<br />
las hiciese–, expresaba opiniones<br />
que no podía sostener con<br />
64 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
argumentos firmes. No es, desde<br />
luego, frecuente encontrarse con<br />
textos publicados mientras vivía<br />
en los que se lean sentencias como:<br />
“¿Acaso el calor de la habitación<br />
templada no se transmite a través del vacío<br />
por las vibraciones de un medio más<br />
sutil que el aire y que permanece en el<br />
vacío una vez eliminado el aire?” (Cuest.<br />
18; 2ª edición); “¿Acaso el movimiento<br />
animal no se debe a las vibraciones de<br />
este medio, excitadas en el cerebro por<br />
el poder de la voluntad y propagadas<br />
desde ahí a través de los capilamentos<br />
sólidos, transparentes y uniformes de<br />
los nervios hasta los músculos, a fin de<br />
contraerlos y dilatarlos?” (Cuest. 24).<br />
Sus investigaciones ópticas<br />
ofrecen, en suma, una magnífica<br />
oportunidad para acceder a facetas<br />
de la personalidad de Newton<br />
que, sin ser ignoradas, han quedado<br />
con frecuencia en un segundo<br />
plano, debido, precisamente,<br />
a sus grandes éxitos como<br />
matemático y, como diríamos<br />
hoy, físico teórico. Me estoy refiriendo<br />
a su gran destreza manual<br />
y extraordinario poder de introspección<br />
concentrada y sostenida.<br />
Una destreza manual que llegó a<br />
aplicar a sí mismo: en algunos de<br />
sus experimentos tomó una aguja<br />
de zurcir y –utilizando su propia<br />
descripción del hecho (recuperada<br />
de manuscritos por Westfall<br />
y Christianson)– “la puse<br />
entre mi ojo y el hueso tan cerca<br />
como pude de la parte posterior<br />
de mi ojo”. Luego, en un ensayo<br />
cuyo solo pensamiento le pone<br />
a uno enfermo, empujó la aguja<br />
contra el globo ocular una y otra<br />
vez, hasta que aparecieron –le cito<br />
de nuevo– “varios círculos<br />
blancos, oscuros y coloreados”,<br />
círculos que “siguieron haciéndose<br />
evidentes cuando seguí frotando<br />
mi ojo con el extremo del<br />
punzón; pero si mantenía mi ojo<br />
y el punzón quietos, aunque continuara<br />
apretando mi ojo con él,<br />
los círculos se hacían más débiles<br />
y a menudo desaparecían hasta<br />
que seguía el experimento moviendo<br />
mi ojo o el punzón”.<br />
¿Sorprenderá el que pudiese<br />
ser cruel con otros (como, por<br />
ejemplo, el astrónomo real John<br />
Flamsteed), él, que fue cruel incluso<br />
consigo mismo?<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
Los ‘Principia’<br />
Pero ya es hora de referirse a su<br />
obra suprema: Philosophiae Naturalis<br />
Principia Mathematica,<br />
publicada, como ya apunté, en<br />
1687. Las circunstancias que rodean<br />
la génesis del contenido de<br />
este libro, así como el que Newton<br />
aceptase prepararlo y que<br />
fuese publicado, nos llevarían<br />
demasiado lejos, aunque, ciertamente,<br />
hay que recordar –y agradecer–<br />
la participación decisiva<br />
de alguien cuyo nombre es recordado<br />
por otros –en última<br />
instancia menos trascendentales–<br />
menesteres: el astrónomo<br />
Edmond Halley. Me limitaré a<br />
algunos apuntes relativos al contenido<br />
de este gran libro.<br />
Lo primero que hay que decir<br />
es que Principia es una obra<br />
compleja y difícil. Entre sus<br />
múltiples aportaciones destaca,<br />
constituyendo lo que se puede<br />
denominar su núcleo central, el<br />
que en ella Newton desarrolló<br />
un sistema dinámico basado en<br />
tres leyes del movimiento; leyes<br />
que, a pesar de que hoy sabemos<br />
–desde que Albert Einstein formulara<br />
en 1905 la teoría especial<br />
de la relatividad– que no son<br />
completamente exactas, constituyen<br />
el fundamento de la inmensa<br />
mayoría de los instrumentos<br />
móviles de que disponemos<br />
(incluyendo las sondas<br />
espaciales que investigan el espacio<br />
profundo). Jamás elementos<br />
de una teoría científica han<br />
influido más en la humanidad<br />
que estas tres leyes newtonianas<br />
(de Newton, aunque también de<br />
otros, como Galileo y Descartes,<br />
a quienes se deben versiones de<br />
las dos primeras). Hay que señalar,<br />
no obstante, que la historia<br />
de la mecánica newtoniana<br />
no terminó en 1687: los Principia,<br />
por ejemplo, no contienen<br />
principios como los de conservación<br />
del momento o de la<br />
energía, que hoy consideramos<br />
como aspectos muy importantes<br />
de la mecánica teórica.<br />
Otra joya suprema de los<br />
Principia es la ley de la gravitación<br />
universal, que permitió<br />
contemplar como manifestaciones<br />
de un mismo fenómeno la<br />
caída de graves en la superficie<br />
terrestre y los movimientos de<br />
los planetas. Esta ley no hace su<br />
aparición en los Principia hasta<br />
el libro tercero, Sobre el sistema<br />
del mundo; más concretamente,<br />
y tras una elaborada gestación,<br />
en la ‘Proposición VII. Teorema<br />
VII’ y sus dos corolarios (“la gravedad<br />
ocurre en todos los cuerpos<br />
y es proporcional a la cantidad<br />
de materia existente en cada<br />
uno”, y “la gravitación hacia cada<br />
partícula igual de un cuerpo<br />
es inversamente proporcional al<br />
cuadrado de la distancia de los<br />
lugares a las partículas”). Nunca<br />
volvería la humanidad a mirar al<br />
universo de la manera en que lo<br />
había hecho hasta entonces.<br />
Éstas eran las vigas maestras<br />
del sistema newtoniano del mundo;<br />
pero ¿qué instrumento/concepto<br />
introdujo Newton para explicar<br />
cómo se relacionan entre sí<br />
los cuerpos sometidos al imperio<br />
de las leyes que había diseñado?<br />
La respuesta que se da en los<br />
Principia es: mediante fuerzas “a<br />
distancia”; esto es, fuerzas que no<br />
necesitan ningún soporte (o medio)<br />
para ir de un cuerpo a otro.<br />
No es preciso elaborar mucho<br />
para darse cuenta que se trata de<br />
una idea fracamente contraintuitiva.<br />
Pero funcionaba, para horror<br />
de –entre otros– aquellos<br />
que propugnaban el sistema del<br />
mundo –basado en un plenum<br />
colmado de vórtices/remolinos–<br />
de Descartes. Y Newton fue lo<br />
suficientemente buen científico<br />
como para no renunciar a un instrumento<br />
conceptual que mostraba<br />
su valor predictivo. Otra<br />
cosa es lo que él pensase, sin poderlo<br />
demostrar. Y qué pensaba<br />
acerca de esas misteriosas fuerzas<br />
a distancia es algo que sabemos a<br />
través de una carta que envió el<br />
25 de febrero de 1693 a Richard<br />
Bentley, que intervino en la preparación<br />
de la segunda edición<br />
de los Principia (reproducida en<br />
The Correspondence of Isaac Newton,<br />
H. W. Turnbull, ed., vol. 3,<br />
págs. 253 y 254, Cambridge<br />
University Press, Cambridge,<br />
1961):<br />
“Es inconcebible que la materia<br />
bruta inanimada opere y afecte (sin la<br />
mediación de otra cosa que no sea material)<br />
sobre otra materia sin contacto<br />
JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ RON<br />
mutuo, como debe ser si la gravitación<br />
en el sentido de Epicuro es esencial e inherente<br />
a ella. Y esta es la razón por la<br />
que deseo que no me adscriba la gravedad<br />
innata. Que la gravedad sea innata,<br />
inherente y esencial a la materia, de forma<br />
que un cuerpo pueda actuar a distancia<br />
a través de un vacío sin la mediación<br />
de otra cosa con la cual su acción o<br />
fuerza puede ser transmitida de [un lugar]<br />
a otro, es para mí una absurdidad<br />
tan grande que no creo que pueda caer<br />
en ella ninguna persona con facultades<br />
competentes de pensamiento en asuntos<br />
filosóficos”.<br />
El último de los antiguos y el<br />
primero de los modernos<br />
En las secciones precedentes he<br />
pasado revista –una muy breve<br />
revista– a algunas de las principales<br />
contribuciones científicas<br />
de Newton, pero he dejado al<br />
margen una faceta sin la cual es<br />
imposible formarse una imagen<br />
medianamente completa de su<br />
personalidad: sus intereses teológicos<br />
(tampoco me he ocupado<br />
–ni puedo hacerlo– de sus<br />
trabajos alquímicos). Para introducir<br />
esa faceta recurriré a un<br />
ensayo de John Maynard Keynes,<br />
en el que se refirió a Newton<br />
como el “último de los magos,<br />
el último de los babilonios y<br />
de los sumerios; la última de las<br />
grandes mentes que contempló<br />
al mundo visible e intelectual<br />
con los mismos ojos de aquellos<br />
que empezaron a construir nuestra<br />
heredad intelectual, hace casi<br />
10.000 años”.<br />
Es evidente que semejante<br />
caracterización contiene elementos<br />
inaceptables. Newton introdujo<br />
en el análisis de los fenómenos<br />
naturales –de los físicos,<br />
especialmente– un método radicalmente<br />
nuevo; un método que<br />
si ya le distinguía de sus predecesores<br />
más cercanos (como Galileo,<br />
Descartes o Kepler), más le<br />
separaba aun de todos aquellos<br />
que habían empezado, milenios<br />
antes, a “construir nuestra heredad<br />
intelectual”. En este sentido,<br />
ciertamente no contempló el<br />
mundo físico de la misma manera<br />
que los antiguos. Y sin embargo,<br />
a pesar de tales diferencias,<br />
las frases de Keynes –que<br />
llegó a reunir una de las colecciones<br />
más importantes de manuscritos<br />
no científicos newtonia-<br />
65
ISAAC NEWTON<br />
nos– contienen algo de verdad,<br />
tocando la esencia del pensamiento<br />
del catedrático lucasiano.<br />
Este elemento de verdad se aprecia<br />
con mayor claridad cuando,<br />
más adelante en su ensayo ‘Newton,<br />
the man’, en Essays in Biography,<br />
vol. X de The Collected<br />
Writings of John Maynard Keynes,<br />
págs. 363-374, Keynes explicaba<br />
los calificativos que había aplicado<br />
a Newton:<br />
“¿Por qué le llamo mago? Porque<br />
contemplaba el universo y todo lo que<br />
en él se contiene como un enigma, como<br />
un secreto que podía leerse aplicando<br />
el pensamiento puro a cierta evidencia,<br />
a ciertos indicios místicos que Dios<br />
había diseminado por el mundo para<br />
permitir una especie de búsqueda del<br />
tesoro filosófico a la hermandad esotérica.<br />
Creía que una parte de dichos indicios<br />
debía encontrarse en la evidencia<br />
de los cielos y en la constitución de los<br />
elementos (y esto es lo que erróneamente<br />
sugiere que fuera un filósofo experimental<br />
natural), y la otra, en ciertos<br />
escritos y tradiciones transmitidos por<br />
los miembros de una hermandad, en<br />
una cadena ininterrumpida desde la original<br />
revelación críptica, en Babilonia.<br />
Consideraba al universo como un criptograma<br />
trazado por el Todopoderoso”.<br />
Y a la tarea de desvelar semejante<br />
criptograma Newton<br />
dedicó esfuerzos inmensos, dejando<br />
tras de sí millones de palabras<br />
escritas, la mayoría de las<br />
cuales ni vieron la luz mientras<br />
vivió ni lo han hecho después.<br />
Un hereje arriano<br />
En lo que se refiere a sus ideas religiosas,<br />
Newton fue un arriano;<br />
esto es, no creía en la Trinidad.<br />
Era, en consecuencia, un hereje.<br />
En concreto, opinaba que el texto<br />
griego del Nuevo Testamento<br />
estaba gravemente contaminado<br />
por los trinitarios y que era preciso<br />
recuperar sus manifestaciones<br />
originales, en las que Jesús<br />
era el cordero de Dios pero no<br />
era consustancial o coeterno con<br />
Dios. El que se hubiese perdido<br />
la creencia en un único y todopoderoso<br />
Dios había sido, argumentaba<br />
Newton, debido muy<br />
especialmente a san Atanasio<br />
(296-373). Éste había asistido,<br />
siendo muy joven, al Concilio<br />
de Nicea del año 325, en el que,<br />
tras un largo y áspero debate, se<br />
aprobó la doctrina conocida co-<br />
mo homoousion (homousismo),<br />
que sostiene que Cristo es de la<br />
misma sustancia que el Padre.<br />
En el año 328 Atanasio fue<br />
nombrado obispo de Alejandría,<br />
empleando el resto de su vida en<br />
defender aquel dogma y en combatir<br />
a los arrianos, esto es, a los<br />
seguidores de Arrio (260-336),<br />
que había sostenido que Cristo,<br />
creado y no eterno, estaba subordinado<br />
a Dios.<br />
Atanasio se convirtió en la<br />
gran bestia negra de Newton,<br />
quien planeó escribir una obra<br />
en la que pondría al descubierto<br />
sus engaños, al igual que las atrocidades<br />
que suponía había cometido<br />
(incluyendo el asesinato<br />
del arzobispo Arsenio). De este<br />
tratado, que nunca llegó a completar,<br />
nos han llegado varios borradores,<br />
con el título de Paradoxical<br />
Questions concerning ye<br />
morals and actions of Athanasius<br />
and his followers. En la soledad<br />
de su estudio de Cambridge, la<br />
pasión e indignación del autor<br />
de los Principia contra Atanasio<br />
y la Iglesia de Roma se desbordaba:<br />
“Idólatras… blasfemos y<br />
fornicadores espirituales” son algunos<br />
de los adjetivos que utilizaba.<br />
Sin embargo, y a pesar de<br />
la vehemencia que en privado<br />
ponía en sus ataques al trinitarismo<br />
y defensa de Arrio, Newton<br />
mantuvo secreta su opinión<br />
de que las Escrituras habían sido<br />
corrompidas. Pocos accedieron<br />
a este mundo, histórico-teológico,<br />
newtoniano (John Locke fue<br />
uno de esos pocos).<br />
Hasta aquí algunos hechos<br />
escuetos, pero ahora surgen dos<br />
preguntas: ¿se puede decir algo<br />
sobre los motivos que llevaron a<br />
Newton a interesarse por estos<br />
temas? y ¿por qué deseaba mantenerlos<br />
en secreto? Los documentos<br />
existentes indican que<br />
Newton comenzó a estudiar seriamente<br />
Teología hacia 1670,<br />
cuando se acercaba a los 30 años<br />
de edad. No era, por tanto, un<br />
hombre mayor, como a veces se<br />
ha dicho, pretendiendo justificar<br />
un comportamiento que la<br />
ortodoxia científica, tal y como<br />
se fue configurando a partir de la<br />
Ilustración, considera poco menos<br />
que aberrante. Esos mismos<br />
documentos no ofrecen ninguna<br />
explicación de por qué se dedicó<br />
a estudiar Teología, estando como<br />
estaba sumergido en profundas<br />
investigaciones matemáticas<br />
y físicas. Una explicación<br />
plausible ha sido propuesta por<br />
Richard Westfall (‘Isaac Newton:<br />
Theologian’), que sostiene que<br />
los estatutos del Trinity College<br />
tuvieron bastante que ver: estos<br />
estatutos ordenaban que aquellos<br />
que ostentaban las 58 fellowships<br />
–y Newton era uno de<br />
ellos– tenían que ser ordenados<br />
clérigos de la Iglesia anglicana<br />
dentro de los siete años posteriores<br />
a la recepción del grado<br />
de Master of Arts o enfrentarse a<br />
la expulsión. Newton nunca fue<br />
alguien que se tomase una obligación<br />
a la ligera. Sus siete años<br />
habrían expirado en 1675, y el<br />
que la fecha se fuese acercando<br />
sería un buen incentivo.<br />
Hasta entonces, Isaac se había<br />
comportado como un creyente<br />
ortodoxo. Al tomar sus<br />
dos grados académicos, en 1665<br />
(Bachelor) y 1668, había jurado<br />
tres artículos, uno de los cuales<br />
afirmaba la fe en la Iglesia anglicana;<br />
y cuando aceptó –en<br />
1669– una fellowship en su<br />
college –denominado, recordemos,<br />
de la Holy and Undivided<br />
Trinity (Sagrada e Individida<br />
Trinidad)– juró que mantendría<br />
la única religión verdadera, en<br />
un contexto que igualaba esa<br />
única religión con la doctrina<br />
de la Iglesia anglicana. Aunque<br />
no había tenido que efectuar declaraciones<br />
semejantes para tomar<br />
posesión –también en<br />
1669– de la cátedra lucasiana,<br />
ésta llevaba consigo un requisito<br />
similar; sus estatutos indicaban<br />
qué opiniones heréticas constituían<br />
motivos de expulsión.<br />
El carácter de Newton no<br />
apoya la idea de que hubiese jurado<br />
en falso. Debió ser, por<br />
consiguiente, ortodoxo en aquella<br />
época. Ahora bien, aunque<br />
para tomar posesión de su fellowship<br />
no había necesitado recibir<br />
las ordenes sagradas, ésta<br />
era una situación transitoria. Para<br />
retenerla debía aceptar la ordenación<br />
en 1675. El rigor, la<br />
exigencia que su propio carácter<br />
le imponía de no dar nada por<br />
sentado, de comprender y justificar<br />
racionalmente lo que otros<br />
se contentaban con aceptar, junto<br />
a la tradición existente de estudios<br />
teológicos, debió llevarle a<br />
estudiar con toda la fuerza de su<br />
inteligencia y su increíble tenacidad<br />
las creencias religiosas que<br />
debería suscribir en el futuro<br />
próximo. Comenzó entonces a<br />
recopilar, a leer, a anotar, a comparar.<br />
Primero fue la Biblia el<br />
centro de su interés, pero luego<br />
pasó a otras fuentes. Y así hasta<br />
convencerse de que la tradición<br />
recibida era un fraude perpetrado<br />
en el siglo IV. La determinación<br />
de Newton de desenmascarar<br />
este antiguo crimen, junto<br />
con sus estudios alquímicos, absorbió<br />
virtualmente todo su<br />
tiempo durante los siguientes 15<br />
años, hasta que una visita de Halley<br />
inició la investigación que<br />
resultó en los Principia y alteró el<br />
tenor de su existencia.<br />
El que no aceptase el dogma<br />
trinitario le ponía, por tanto, en<br />
una situación muy difícil. No<br />
aceptaba un dogma central de<br />
su Iglesia y no podía fingir. Se<br />
trataba de algo vital, iba en ello<br />
su salvación eterna. Él creía en<br />
Dios, en un Dios, además, absoluto<br />
e imponente. Un Dios que,<br />
probablemente, no perdonaría a<br />
aquel que, sabiendo, engañaba.<br />
Una posible salida era acceder a<br />
una de las dos fellowships que no<br />
obligaban a ordenarse sacerdote,<br />
pero no pudo servirse de este<br />
recurso, frente a otros candidatos<br />
con más “antigüedad”. También<br />
podría permanecer en Cambridge<br />
solo como profesor lucasiano<br />
(la cátedra no requería una fellowship,<br />
lo que le abría la posibilidad<br />
de renunciar a la suya),<br />
pero habría sido el único profesor<br />
que no estuviese asociado a<br />
un college y le harían preguntas:<br />
¿por qué renunciaba a una fellowship<br />
que le aportaba 65 libras<br />
al año? La ordenación habría<br />
salido entonces a la palestra<br />
e inevitablemente se habría planteado<br />
la cuestión de cuáles podrían<br />
haber sido los motivos de<br />
Newton para no querer ordenarse.<br />
Habría sido difícil mantener<br />
sus opiniones en secreto; y<br />
66 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
una vez éstas se hiciesen públicas,<br />
perdería su cátedra.<br />
En el último momento el<br />
problema desapareció. Una dispensa<br />
real, promulgada el 27 de<br />
abril de 1675, libraba para siempre<br />
al ocupante de la cátedra lucasiana<br />
–y por tanto a Newton–<br />
de cualquier requisito colegial de<br />
ordenación (incluso en las fellowships).<br />
No sabemos de quién<br />
partió la iniciativa para lograr esa<br />
dispensa. Tal vez fuese de Barrow,<br />
entonces master del Trinity<br />
College y una persona con influencia<br />
ante el rey.<br />
Un personaje poderoso<br />
Y así pudo finalmente Newton<br />
convertirse en un personaje poderoso.<br />
Sus contribuciones científicas<br />
admiraron a sus compatriotas,<br />
lo que, una vez completados<br />
los Principia, fue utilizado<br />
por Isaac para sus propios fines:<br />
conseguir un puesto más importante<br />
y lucrativo que la cátedra<br />
lucasiana. Ya en enero de 1689<br />
fue elegido miembro del Parlamento<br />
en representación de su<br />
universidad. Pero la gran oportunidad<br />
tardaría todavía siete<br />
años en llegar: en abril de 1696<br />
tomaba posesión del puesto de<br />
Warden del Mint, la Casa de la<br />
Moneda inglesa, lo que implicaba<br />
trasladarse a vivir a Londres y,<br />
por supuesto, magníficas retribuciones.<br />
En febrero de 1700 ascendía<br />
en esta escala oficial, pasando<br />
a ocupar el puesto de<br />
Master del Mint. Finalmente, el<br />
10 de diciembre de 1701 renunciaba<br />
a su cátedra. Su vida, sus<br />
aspiraciones, eran ya otras. Pero<br />
no renunciaba a acumular más<br />
poder: el 30 de noviembre fue<br />
elegido presidente de la Royal<br />
Society. Y a fe que ejerció el poder<br />
que el puesto le confería: que<br />
le preguntasen si no a Flamsteed,<br />
al que presionó con toda la dureza<br />
–y triquiñuelas– de que era<br />
capaz para obtener las tablas astronómicas<br />
que éste había preparado<br />
durante años y que Newton<br />
necesitaba para componer<br />
una teoría de las mareas que añadir<br />
a una nueva edición de los<br />
Principia. Y es que todavía mantuvo<br />
una cierta (pequeña para su<br />
capacidad, enorme para otros)<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
actividad científica. Sus poderes<br />
decayeron, es verdad, pero no<br />
desaparecieron, haciendo bueno<br />
aquello de “quien tuvo retuvo”.<br />
Es ilustrativo en este sentido el<br />
siguiente episodio.<br />
Cuando, el 29 de enero de<br />
1697, Newton –ya sir Isaac– regresó<br />
a su casa desde la Torre de<br />
Londres, la sede del Mint (que<br />
entonces se encontraba en medio<br />
de una reacuñación), le<br />
aguardaba una carta. Su remitente<br />
era Johann Bernoulli,<br />
miembro de una famosa familia<br />
de matemáticos suizos, con el<br />
que Newton tenía algunas cuentas<br />
pendientes, especialmente en<br />
lo que se refería a su controversia<br />
con Leibniz sobre la prioridad<br />
en la invención del cálculo infinitesimal<br />
(Johann defendía a<br />
Leibniz). En el número de junio<br />
de 1696 de la famosa revista Acta<br />
eruditorium, Bernoulli había<br />
desafiado a “los mejores matemáticos<br />
que ahora viven en el<br />
mundo” a resolver el “problema<br />
de cuál sería el camino por el<br />
que un cuerpo pesado descendería<br />
más rápidamente desde un<br />
punto a otro que no estuviera<br />
directamente debajo”. Fijó un<br />
plazo de seis meses para la resolución<br />
del problema. Cuando<br />
pasaron éstos, sólo había recibido<br />
una respuesta: de Leibniz. Pero<br />
éste no incluía la solución, sólo<br />
la afirmación de que había resuelto<br />
la cuestión, junto con el<br />
ruego de que ampliase el plazo<br />
hasta Pascua y que volviese a<br />
anunciar el problema por toda<br />
Europa. ¿Quería, tal vez, disfrutar<br />
más humillando a sus colegas,<br />
incapaces de resolver la cuestión?<br />
Bernoulli aceptó, añadió<br />
un segundo problema y envió<br />
copias de ambos a dos grandes<br />
revistas científicas: las Philosophical<br />
Transactions y el Journal des<br />
Sçavans. Y también a dos científicos<br />
ingleses: Newton y John<br />
Wallis.<br />
Ésta fue la carta que Newton<br />
encontró esperándole el 29<br />
de enero de 1697. Catherine<br />
Barton, sobrina del gran físico y<br />
matemático, que vivía con éste,<br />
dejó escrito que su tío “no durmió<br />
hasta que hubo resuelto el<br />
problema, lo que sucedió hacia<br />
las cuatro de la madrugada”. Por<br />
la mañana, Newton fechó un<br />
carta a Charles Montague, presidente<br />
de la Royal Society, en la<br />
que consignaba las respuestas a<br />
ambos problemas. Indiferente a<br />
los planes y deseos de Bernoulli,<br />
dispuso que su respuesta apareciese<br />
de manera anónima en el<br />
número de febrero de las Philosophical<br />
Transactions. No obstante,<br />
el suizo (que también<br />
recibió una respuesta del matemático<br />
francés marqués de l’Hôpital)<br />
no tuvo dificultad en reconocer<br />
a su autor: “como se<br />
reconoce al león por sus garras”<br />
(“tanquam ex ungue leonem”), dicen<br />
que fueron sus palabras.<br />
Ningún humano, por aparentemente<br />
sobrehumano (e inhumano)<br />
que parezca, escapa de<br />
ese final que es la muerte. Isaac<br />
Newton, el gran Isaac, murió el<br />
20 de marzo de 1727. Era por<br />
entonces un hombre muy rico, y<br />
continuó recibiendo honores: el<br />
4 de abril fue enterrado en la<br />
abadía de Westminster, donde<br />
aún se puede contemplar su<br />
tumba.<br />
Bibliografía<br />
Obras de Newton traducidas al español:<br />
Optica o tratado de las reflexiones, refracciones,<br />
inflexiones y colores de la luz. Alfaguara,<br />
Madrid, 1977. Traducción de<br />
Carlos Solís.<br />
Principios matemáticos de la filosofía natural.<br />
Alianza, Madrid, 1987. Traducción<br />
de Eloy Rada García. Existe también<br />
una versión en Editorial Nacional,<br />
traducida por Antonio Escohotado.<br />
El templo de Salomón. Consejo Superior<br />
de Investigaciones Científicas, Madrid,<br />
1996. Edición de Ciriaca Morano,<br />
con introducción de José Manuel Sánchez<br />
Ron.<br />
Otras referencias:<br />
CHANDRASEKHAR, S.: Newton’s Principia<br />
for the Common Reader. Clarendon<br />
Press, Oxford, 1995. Una traducción<br />
del contenido de los Principia al lenguaje<br />
de la matemática y física moderna.<br />
COHEN, I. Bernard, ed.: Isaac Newton’s<br />
Papers and Letters on Natural Philosophy.<br />
JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ RON<br />
Harvard University Press, Cambridge,<br />
Mass., 1958.<br />
COHEN, I. Bernard: Introduction to<br />
Newton’s ‘Principia’. Cambridge University<br />
Press, Cambridge, 1971.<br />
DOBBS, B. J. T.: The Foundations of<br />
Newton’s Alchemy, or ‘The Hunting of<br />
the Greene Lyone’. Cambridge University<br />
Press, Cambridge, 1975.<br />
GALE, E. Christianson: Newton, Salvat,<br />
Barcelona, 1986, 2 vols.<br />
GJERTSEN, Derek: The Newton Handbook.<br />
Routledge & Kegan Paul, Londres,<br />
1986. Un instrumento difícilmente<br />
superable para informar sobre<br />
Newton y su mundo.<br />
HALL, A. Rupert: Philosophers at War.<br />
Cambridge University Press, Cambridge,<br />
1980. Sobre la controversia entre<br />
Newton y Leibniz.<br />
––– All Was Light. An Introduction to<br />
Newton’s Opticks. Clarendon Press, Oxford,<br />
1993.<br />
KEYNES, John Maynard: ‘Newton, the<br />
man’, en Essays in Biography, vol. X de<br />
The Collected Writings of John Maynard<br />
Keynes, págs. 363-374. Macmillan/Cambridge<br />
University Press, Cambridge,<br />
1985.<br />
MAMIANI, Maurizio: Introducción a<br />
Newton. Alianza, Madrid, 1995.<br />
MANUEL, Frank E.: A Portrait of Isaac<br />
Newton. The Belknap Press of Harvard<br />
University Press, Cambridge, Mass.,<br />
1968.<br />
WESTFALL, Richard S.: Never at Rest.<br />
Cambridge University Press, Cambridge,<br />
1980.<br />
––– ‘Isaac Newton: Theologian’, en<br />
The Scientific Enterprise, págs. 223-239.<br />
Edna Ullmann-Margalit, ed., Kluwer,<br />
Dordrecht 1992.<br />
––– Isaac Newton: una vida. Cambridge<br />
University Press, Cambridge, 1996.<br />
Un excelente resumen de Never at Rest.<br />
José Manuel Sánchez Ron es catedrático<br />
de Historia de la Ciencia en la<br />
Universidad Autónoma de Madrid.<br />
67
as recientes contribuciones<br />
de carácter biográfico de<br />
Kimberley Cornish en<br />
torno a la figura de Ludwig<br />
Wittgenstein (1889-1951) han<br />
terminado por añadir una etiqueta<br />
nueva a la serie de actividades<br />
vividas por el filósofo vienés.<br />
Además de haber desempeñado<br />
funciones de maestro,<br />
enfermero, jardinero, arquitecto<br />
y catedrático en Cambridge,<br />
durante algunos años Wittgenstein<br />
habría cumplido el papel<br />
de espía británico durante los<br />
años treinta a favor de la URSS.<br />
En un reciente libro de Cornish,<br />
aún no traducido al castellano,<br />
titulado The Jews of Linz<br />
(Century, Reino Unido, 284<br />
págs.), se ponen de relieve especulaciones<br />
en torno a este asunto.<br />
Dicho escritor transforma al<br />
autor del Tractatus en un posible<br />
colaborador de la causa comunista<br />
a partir del regreso de<br />
Wittgenstein al Reino Unido<br />
en 1929, después de permanecer<br />
entre 1920 y 1926 en los<br />
pueblos austriacos de Puchberg,<br />
Tratenbach y Otterthal<br />
como maestro de escuela. Junto<br />
con pasar revista en el libro a la<br />
relación crítica establecida<br />
entre el pensamiento nazi de<br />
Hitler y la postura de Wittgenstein,<br />
a partir del contexto<br />
escolar de ambos vivido en el<br />
instituto de Linz en 1903, Cornish<br />
considera que Wittgenstein<br />
en Cambridge pudo aglutinar<br />
a determinados agentes a<br />
favor de Moscú.<br />
Sin entrar a discutir las contribuciones<br />
de Cornish, y teniendo<br />
in mente la divulgación<br />
que se ha hecho de este estudio,<br />
The Jews of Linz, tanto en<br />
España como en el Reino<br />
Unido1 L<br />
, queremos presentar el<br />
contexto biográfico-documental<br />
de Wittgenstein y su contacto<br />
con la URSS con el fin de<br />
ilustrar la combinación Wittgenstein-Rusia.<br />
En este sentido,<br />
el tema de fondo de estas páginas<br />
tiene la pretensión de ofrecer<br />
un contenido mucho más<br />
descriptivo que analítico.<br />
1. Como primer testimonio,<br />
partamos de Fania Pascal: es<br />
una profesora que enseña ruso<br />
en Inglaterra a nuestro filósofo<br />
antes de partir hacia la URSS<br />
en 1935. Es miembro del Comité<br />
de Amigos de la Unión<br />
Soviética en Cambridge, y su<br />
Recuerdo personal 2 , escrito varios<br />
años después del fallecimiento<br />
de Wittgenstein, puede<br />
facilitarnos revelar y valorar las<br />
impresiones de Wittgenstein<br />
con Rusia. En primer lugar,<br />
Pascal habla de la estrecha relación<br />
del vienés con Nicolás Bajtin,<br />
“un exiliado de la revolución<br />
rusa, pero un comunista<br />
de corazón al inicio de la<br />
II Guerra Mundial; fue un<br />
maestro y un conferenciante<br />
inspirado” 3 . Considera Pascal<br />
que entre los dos se producía<br />
una especie de “inocencia infantil”<br />
que a ambos les caracterizaba<br />
de forma muy singular.<br />
Agrega que la enseñanza del<br />
ruso la imparte a Wittgenstein y<br />
a su amigo Francis Skinner, con<br />
el cual pensaba viajar a Rusia<br />
ese mismo otoño de 1935.<br />
ENSAYO<br />
EL ‘COMUNISMO’ DE L. WITTGENSTEIN<br />
Antecedentes para una crítica biográfica<br />
1 El País, págs. 14-15, 15-3-1998; The<br />
Sunday Times Bookshop, pág. 6, 15-3-<br />
1998.<br />
2 F. Pascal: ‘Wittgenstein. Un recuerdo<br />
personal’, en Recuerdos de Wittgenstein<br />
(R. Rhees ed.), págs. 43-100, FCE, México,<br />
1989.<br />
3 F. Pascal, op. cit., pág. 46.<br />
MARIO BOERO<br />
Las impresiones personales<br />
que saca F. Pascal de Wittgenstein<br />
respecto a Rusia son ambivalentes<br />
y contradictorias. Por<br />
una parte, habla del real interés<br />
del filósofo por la sociedad que<br />
se está implantando en la<br />
URSS, haciendo en cierto<br />
modo caso omiso de las duras<br />
condiciones políticas del momento,<br />
aunque quizá no siendo<br />
indiferente ante la represión<br />
ideológica de Moscú. Fania<br />
Pascal recuerda que 1935 es el<br />
año de enormes esfuerzos de<br />
industrialización soviéticas, y<br />
fecha en que el Kremlin “comenzó<br />
a establecer rígidas reglas<br />
que afectaban a los científicos<br />
que se habían establecido<br />
en la URSS como refugiados de<br />
la Alemania nazi” 4 . Sin embargo,<br />
otra fuente documental<br />
considera que cuando a Wittgenstein<br />
se le habla de tiranía<br />
en Rusia, el filósofo dice que<br />
“no me hace sentir indignado”<br />
5 . Por otro lado, Pascal<br />
comenta que, a partir de un estudio<br />
de John Moran titulado<br />
Wittgenstein y Rusia (1972), fue<br />
para ella una sorpresa saber que<br />
“Wittgenstein había leído a<br />
Marx”, lo cual, al parecer –gracias<br />
a Moran– revela que la actitud<br />
del filósofo “hacia el régimen<br />
soviético de aquella época<br />
era mucho más positiva de lo<br />
que la mayoría sabía o imaginaba”<br />
6 . Todo ello contribuye para<br />
que Cornish comente que en<br />
Trinity College a Wittgenstein<br />
se le consideraba un “izquierdista”.<br />
4 F. Pascal, pág. 95.<br />
5 R. Rhees: ‘Post Data’, en Recuerdos<br />
de Wittgenstein (R. Rhees ed.), pág. 318,<br />
FCE, México, 1989.<br />
6 F. Pascal, op. cit., pág. 93.<br />
Con todo, Pascal considera<br />
que si realmente J. Moran hubiese<br />
conocido el específico carácter<br />
humano de Wittgenstein<br />
no habría especulado en clave<br />
ideológico–política, pues Pascal<br />
considera “que Wittgenstein era<br />
una persona que, por encima de<br />
todo, buscaba su salvación espiritual”<br />
7 . Sospechamos que esta<br />
formulación es especialmente<br />
subrayada por Pascal a medida<br />
que comenta esa información<br />
de Moran, que ha “rebasado” la<br />
suya, en su Recuerdo personal referido<br />
a Wittgenstein y a Rusia,<br />
donde al parecer Moran pondría<br />
de relieve un talante ideológico<br />
especial en Wittgenstein<br />
por su opción por la URSS,<br />
donde efectivamente viajó. Para<br />
Fania Pascal, ese talante sería<br />
francamente incorrecto si<br />
Moran hubiese conocido el carácter<br />
de Wittgenstein, que en<br />
definitiva era una persona que,<br />
sobre todo, “buscaba su salvación<br />
espiritual”. Como la propia<br />
autora no especifica el contenido<br />
de esta “salvación” (mencionada<br />
en el contexto de Rusia),<br />
son muchas las conjeturas que<br />
pueden derivarse equívocamente<br />
de aquí, pues con esa mención<br />
de Pascal pueden caber en<br />
el lector sugerencias extrañas:<br />
desde un Wittgenstein que<br />
busca vivir como un eremita en<br />
la URSS hasta un Wittgenstein<br />
carismático que desea conducir<br />
masas.<br />
Lo que Pascal parece sugerir es<br />
que hay una dicotomía radical<br />
entre “salvación espiritual” y<br />
“compromisos temporales”, y<br />
todo aquello que vive y respira<br />
Wittgenstein en su vida –inclui-<br />
7 F. Pascal, pág. 93.<br />
68 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
do su viaje a Rusia– habría sido<br />
algo muy lejano a los intereses<br />
ideológicos de Wittgenstein (que<br />
parecen ser puestos en primer<br />
lugar por Moran). Por eso dice<br />
Pascal que “es necio colgarle cualquier<br />
etiqueta política” 8 por su<br />
viaje a la URSS. Pues, por muy<br />
interesado que veamos a Wittgenstein<br />
por esta nación, lo que<br />
en realidad él privilegia –según<br />
Pascal– sería un profundo deseo<br />
suyo por encontrar la moral y la<br />
mística de Tolstói y Dostoievski<br />
en el seno del pueblo ruso. Agrega<br />
Pascal que con ello Wittgenstein<br />
podría, en cierto modo, estar<br />
compartiendo “esa visión idealizada<br />
de Rusia con muchos intelectuales<br />
centroeuropeos de la<br />
época, algunos de los cuales todavía<br />
la consideraban como la<br />
Madre Rusia o la Santa Rusia” 9 .<br />
Es cierto que hay un contexto<br />
histórico europeo determinado<br />
antes de la II Guerra Mundial<br />
cargado de cuestiones políticas<br />
que inciden en muchos intelectuales<br />
(nacimiento del fascismo,<br />
frentes populares, compromiso<br />
de las izquierdas). Pero para Pascal<br />
son insuficientes para explicar<br />
esa “huida” wittgensteiniana<br />
hacia Rusia. Pues Pascal en realidad<br />
subraya las reiteradas tentativas<br />
de Wittgenstein por alejarse<br />
de la “civilización” buscando los<br />
espacios más apartados posibles<br />
para encontrarse a sí mismo.<br />
Esto parece que facilita trascender<br />
lo ideológico haciendo presente<br />
lo “espiritual” en la vida de<br />
nuestro filósofo. No olvidemos<br />
que ésta puede ser una actitud<br />
que guarda relación con la idealización<br />
ética tolstoiana asumida<br />
8 F. Pascal, pág. 92.<br />
9 F. Pascal, pág. 93.<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
por Wittgenstein en el sentido de<br />
retirarse y romper con todo ethos<br />
público generado en la urbe. La<br />
ciudad se transforma en corruptora<br />
moral de la comunión de<br />
comunidades populares hermanas,<br />
trastocando el genuino desarrollo<br />
de una vida interior de retorno<br />
a la naturaleza, y en este<br />
sentido la fuga mundi se constituye<br />
en una práctica del espíritu<br />
indispensable en la historia del<br />
tolstoianismo. Esta instancia humana<br />
existente en Wittgenstein<br />
adquiere un marcado carácter<br />
apolítico y, al parecer, no queda<br />
sujeta a formulaciones de naturaleza<br />
partidista. Por esto, incluso<br />
para algunos, la entrega de Wittgenstein<br />
a los niños en las escuelas<br />
de Austria parece ser fruto de<br />
la inspiración romántica referido<br />
a un encuentro con lo más noble<br />
de la vida campesina tirolesa, en<br />
L. Wittgenstein<br />
lugar de propósitos ideológicoeducacionales<br />
promovidos por la<br />
reforma escolar de Otto Glöckel<br />
de los años veinte, como piensan<br />
otros analistas.<br />
Como se ha estudiado, la figura<br />
de L. Tolstói es la destacada<br />
en ese contexto wittgensteiniano.<br />
La influencia del ruso en<br />
la biografía y en la mente de<br />
Wittgenstein es mucho más importante<br />
de lo que se ha creído,<br />
y la asimilación de determinados<br />
postulados del pensamiento<br />
de Tolstói en Wittgenstein resulta<br />
ser especialmente ilustrativa<br />
a partir de ciertas características<br />
estéticas, socio-religiosas y<br />
éticas formuladas por los dos 10 .<br />
10 A. Alonso: Tolstói y Wittgenstein.<br />
Una nueva encrucijada religiosa, págs.<br />
12-51. Euridice, III, 1993.<br />
Incluso examinando los antecedentes<br />
documentales de ambos<br />
nos permiten levantar una sospecha:<br />
en lugar de observar a un<br />
espía proestalinista en Wittgenstein<br />
con su viaje a la URSS,<br />
como sugiere Cornish, en cierto<br />
modo sería interesante (y tal vez<br />
pertinente) perfilar a nuestro filósofo<br />
como el profundo simpatizante<br />
en Cambridge por el<br />
“anarquismo tolstoiano” de comienzos<br />
de siglo, cuya permanencia<br />
en Rusia podría haber<br />
consistido –sin más– en observar<br />
y contribuir en algún sentido<br />
en los principios utópicos de<br />
Tolstói relativos a la real puesta<br />
en práctica de las propiedades<br />
en común y a la importancia del<br />
desarrollo del trabajo manual<br />
para la existencia humana (todo<br />
ello, sumado a la no violencia, al<br />
rechazo al poder estatal y sus críticas<br />
a toda Iglesia oficial, constituye<br />
referentes específicos del<br />
credo moral anarquista del maestro<br />
ruso, proclamado de forma<br />
reiterada en sus obras y a partir<br />
del testimonio que da Tolstói<br />
desde su mítica residencia de<br />
Yasnaia Poliana). ¿Por qué no?<br />
Dada la sensibilidad errabunda<br />
y el carácter antiautoritario de<br />
Wittgenstein, además del seguimiento<br />
que hizo de Tolstói, no<br />
es una intuición especialmente<br />
descabellada.<br />
2. Las siguientes consideraciones<br />
también tienen un carácter<br />
histórico-testimonial<br />
destacado porque provienen de<br />
uno de los tres albaceas de<br />
Wittgenstein, llamado Rush<br />
Rhees (los otros dos son G. E.<br />
Anscombre y G. H. von<br />
Wright). Son opiniones redactadas<br />
en 1981 en un artículo<br />
titulado ‘Post Data’ incluido<br />
69
EL ‘ COMUNISMO’ DE L. WITTGENSTEIN<br />
dentro del volumen Recuerdos<br />
de Wittgenstein 11 .<br />
Consiste en describir las impresiones<br />
del filósofo a propósito<br />
de Rusia y las estimaciones<br />
de Wittgenstein sobre el pensamiento<br />
marxista en su relación<br />
con Rhees.<br />
Nos transmite este albacea<br />
que, en realidad, en Wittgenstein,<br />
cuando llega a hablar del<br />
marxismo, existen en cierto<br />
modo consideraciones críticas<br />
del carácter ideológico-cultural<br />
respecto a términos como “progreso”,<br />
“ciencia” o “historia”,<br />
una vez planteados por el típico<br />
lenguaje de la intelligentsia soviética.<br />
Con todo, también<br />
Rhees nos transmite que cuando<br />
Wittgenstein establece un<br />
parangón entre Hitler y dirigentes<br />
comunistas, el vienés subraya<br />
que, para él, cuando<br />
“Lenin hablaba tenía algo que<br />
decir y quizá haya pensado que<br />
lo mismo era cierto en cuanto a<br />
Stalin” 12 . Cuestión francamente<br />
opuesta a lo dicho por el positivista<br />
lógico de Oxford Alfred<br />
Ayer, quien en el libro<br />
Wittgenstein estima que es precisamente<br />
“la creciente tiranía<br />
de Stalin” la que impide que<br />
nuestro filósofo se establezca de<br />
forma permanente en Rusia 13 .<br />
En todo caso, Rhees contribuye<br />
diciendo que las posibles simpatías<br />
de Wittgenstein por<br />
Rusia podrían estar dadas por<br />
lo importante que era en la<br />
URSS que toda la gente tuviera<br />
trabajo (la importancia del trabajo,<br />
y de modo singular el trabajo<br />
manual, es algo típico en<br />
las reivindicaciones humanas<br />
formuladas por Wittgenstein);<br />
además, porque el régimen<br />
buscaba abolir las distinciones<br />
de clases.<br />
Subraya también Rhees el<br />
carácter pasional –más que teorético–<br />
que Wittgenstein parece<br />
observar en la entrega de los<br />
rusos por la construcción del<br />
socialismo en la URSS indican-<br />
11 Recuerdos de Wittgenstein (R. Rhees<br />
ed.), págs. 271-326, FCE, México, 1989.<br />
12 R. Rhees, pág. 316.<br />
13 A. Ayer: Wittgenstein. Crítica, pág.<br />
22, Bacelona, 1986.<br />
do, a raíz de comentarios de<br />
Schlick de 1931, que “la pasión<br />
promete algo, mientras que<br />
nuestra cháchara no tiene el<br />
vigor para transformar nada” 14 .<br />
Lo dice en relación con el<br />
mundo cultural norteamericano<br />
y nuestra “semidecadente”<br />
civilización europea. Mencionemos<br />
que Wittgenstein tiene<br />
posibilidad de conocer EE UU<br />
muchos años después, en 1949,<br />
gracias a una invitación personal<br />
de su discípulo Norman<br />
Malcolm. Rhees, por otra<br />
parte, comenta –en conversaciones<br />
con nuestro filósofo en<br />
1945– qué opina sobre su propia<br />
intención de militar en el<br />
PCR (trotskista), ante lo cual<br />
Wittgenstein responde y explica<br />
las dificultades en el orden<br />
del pensamiento entre filosofar<br />
y asimilar una afiliación doctrinal<br />
determinada 15 .<br />
Respecto a las consideraciones<br />
de Wittgenstein sobre<br />
Rusia después de su viaje de<br />
1935, gracias a Rhees podemos<br />
deducir que existe silencio en<br />
el vienés por la nación soviética.<br />
Cuando conversan en 1936<br />
y 1937, Rhees declara que<br />
Wittgenstein no habló “de<br />
Rusia y nada en la conversación<br />
hubiera dado pie para<br />
ello”. En su lugar, comenta la<br />
necesidad que tiene Wittgenstein<br />
por concluir un primer<br />
borrador de Investigaciones filosóficas,<br />
cuyo contenido se avanza<br />
en Noruega (donde el filósofo<br />
tiene una cabaña en Skjolden)<br />
en lugar de la URSS,<br />
pues, como bien dice Rhees,<br />
“no puedo imaginarme que<br />
haya pensado en irse allá y trabajar<br />
en su libro” 16 .<br />
3. Con todo, las palabras más<br />
nítidas de Wittgenstein acerca<br />
del porqué de su viaje a la<br />
URSS las tenemos en tres cartas<br />
suyas de junio y julio de 1935<br />
dirigidas al famoso economista<br />
J. M. Keynes, donde se menciona<br />
a Iván Mijáilovich Maisky,<br />
14 R. Rhees, pág. 319.<br />
15 R. Rhees, pág. 322.<br />
16 R. Rhees, pág. 324.<br />
embajador soviético en el Reino<br />
Unido 17 .<br />
En la primera carta Wittgenstein<br />
señala que está decidido<br />
a ir a Rusia para ver si puede<br />
“conseguir allí un empleo adecuado”.<br />
Pero cree que todo esto<br />
se puede facilitar con una determinada<br />
acreditación. Por esto,<br />
en esta carta, Wittgenstein pide<br />
a Keynes si puede crear un contacto<br />
para una conversación<br />
entre él y el embajador con el<br />
fin de obtener “una carta de<br />
presentación para algunos funcionarios<br />
en Rusia”.<br />
En la segunda se retira este<br />
asunto, diciendo Wittgenstein a<br />
Keynes que espera que Maisky<br />
conozca:<br />
“a algún funcionario de Leningrado<br />
o Moscú al cual pueda presentarme.<br />
Quiero hablar con funcionarios de dos<br />
instituciones: una de ellas es el Instituto<br />
del Norte, de Leningrado, y la otra<br />
el Instituto de las Minorías Nacionales,<br />
de Moscú. Estos institutos, según me<br />
han dicho, se ocupan de las personas<br />
que quieren ir a las colonias, las partes<br />
recientemente colonizadas de la periferia<br />
de la URSS. Quiero obtener información<br />
y, de ser posible, ayuda de la<br />
gente de esos institutos”.<br />
En esta misma carta, Wittgenstein<br />
añade a Keynes lo siguiente:<br />
“Estoy seguro de que usted comprende<br />
en parte mis razones para ir a<br />
Rusia, y admito que en parte son razones<br />
malas y hasta infantiles, pero también<br />
es verdad que detrás de todo esto<br />
hay razones profundas y hasta buenas”.<br />
En la tercera carta confiesa a<br />
Keynes que su “entrevista con<br />
Maisky se desarrolló bien”.<br />
Añade que el embajador “prometió<br />
enviarme algunas direcciones<br />
de personas en Rusia”.<br />
Pero antes de esta correspondencia<br />
con Keynes ya existe en<br />
Wittgenstein interés por Rusia<br />
a propósito de un libro del<br />
mismo economista, titulado A<br />
Short View of Russia, que ha enviado<br />
a nuestro filósofo. En<br />
17 Las cartas de Wittgenstein, en L.<br />
Wittgenstein, Cartas a Rusell, Moore y<br />
Keynes, págs. 122-126. Taurus, Madrid,<br />
1979.<br />
una carta a Keynes agradece el<br />
envío de la obra y, al parecer,<br />
Wittgenstein se identifica con<br />
determinadas características del<br />
estudio. Sobre todo, Keynes<br />
pone de relieve el fervor religioso<br />
que acompaña el ideario comunista,<br />
cuya mística parece<br />
renovar de forma laica los postulados<br />
del cristianismo. Ray<br />
Monk examina esta combinación<br />
del libro de Keynes con la<br />
naturaleza del interés de Wittgenstein<br />
por Rusia. Monk declara:<br />
“Aunque Keynes se proclama no<br />
creyente, al presentar al marxismo soviético<br />
como una fe en que se muestran actitudes<br />
fervientemente religiosas (hacia,<br />
por ejemplo, el valor del hombre corriente<br />
y la maldad del amor al dinero),<br />
pero no creencias sobrenaturales, constituye,<br />
en mi opinión, un importante indicio<br />
de lo que Wittgenstein esperaba<br />
encontrar en la Rusia soviética” 18 .<br />
Por datos de Fania Pascal,<br />
sabemos que Wittgenstein visita<br />
en la URSS a la profesora<br />
Yanovska, de la Facultad de<br />
Matemáticas de la Universidad<br />
de Moscú, y en Kazán, lugar<br />
donde Tolstói había estudiado,<br />
ofrecen a Wittgenstein una<br />
plaza de Filosofía. Según<br />
Drury, parece que la idea era<br />
que en algún momento F.<br />
Skinner acompañara a Wittgenstein<br />
a Rusia.<br />
Los institutos soviéticos de<br />
los que habla Wittgenstein a<br />
Keynes consisten en proporcionar<br />
alfabetización a las minorías<br />
étnicas de Rusia; y en este<br />
sentido la reiteración de Wittgenstein<br />
por instalarse en esos<br />
centros vendría dada por finalidades<br />
de carácter didáctico-pedagógicas.<br />
No olvidemos que<br />
una de las pocas cosas que se<br />
publican de Wittgenstein en<br />
vida es, además del Tractatus,<br />
el Vocabulario para escuelas primarias<br />
(Wörtebuch für Volksschulen),<br />
en 1926, resultado de<br />
su práctica laboral como maestro<br />
en Austria. Monk, sin embargo,<br />
insiste en que el interés<br />
18 R. Monk: L. Wittgenstein. El deber<br />
de un genio, pág. 237. Anagrama, Barcelona,<br />
1994.<br />
70 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
de nuestro filósofo es intentar<br />
desempeñar una labor de naturaleza<br />
obrero-manual, evitando<br />
tanto el puesto de profesor<br />
como el de investigador en la<br />
URSS. Con todo, aún en<br />
1937, Wittgenstein acaricia la<br />
posibilidad de “aceptar el puesto<br />
docente que le habían ofrecido<br />
en Moscú” 19 .<br />
Más datos de consistencia<br />
que avalen de forma práctica la<br />
relación Wittgenstein-Rusia<br />
pueden transformarse en anécdotas.<br />
Pero dado el temperamento<br />
y las preocupaciones humanas<br />
de Ludwig Wittgenstein<br />
que zigzaguean entre maestro,<br />
enfermero o arquitecto, no nos<br />
resulta especialmente extraña la<br />
fuga wittgensteiniana a la<br />
URSS, aunque nos parece causada<br />
por motivos –digamos– de<br />
índole espiritual más que por<br />
fines de carácter doctrinarios,<br />
ideológicos o propios de militancias.<br />
Salvo que observemos,<br />
19 R. Monk, pág. 329.<br />
efectivamente, como doctrina y<br />
credo el paradigma de naturaleza<br />
ética que ofrece Tolstói a<br />
nuestro filósofo, y que su viaje<br />
consista en un proceso humano<br />
que busca identificarse con ese<br />
ideal. La visita de Wittgenstein<br />
a la Rusia soviética puede ser<br />
una actitud que revela una vez<br />
más las ambivalencias anímicas<br />
de Wittgenstein por “encontrar<br />
su destino” en territorios distintos<br />
al de su habitual desenvolvimiento<br />
cotidiano (recordemos<br />
sus permanentes retiros a su cabaña<br />
de Noruega).<br />
No es extraño pensar que<br />
Wittgenstein permanece interpelado<br />
por el proceso de carácter<br />
histórico-social que está en<br />
marcha en la URSS. Y a ello<br />
pueden sumarse los contenidos<br />
de carácter ético que proporcionan<br />
a Wittgenstein la naturaleza<br />
fraternal existente en el seno<br />
de la humanidad rusa gracias a<br />
sus lecturas de Tolstói y Dostoievski.<br />
Ese empeño por conocer<br />
Rusia brota en Wittgenstein<br />
a raíz de decisiones contradicto-<br />
rias. Por un lado, por testimonios<br />
sabemos que habla poco de<br />
ello después de 1935 y, por<br />
otro, nos informamos de que<br />
existe un interés vivo en el vienés<br />
por el viaje, buscando recursos<br />
y posibles contactos,<br />
como el de Keynes y el embajador<br />
Mayski. ¿Que al final todo<br />
queda en nada? No lo sabemos;<br />
se ha dicho que Wittgenstein,<br />
en cierto modo, se “desencanta”<br />
de ciertas cosas que vio allá;<br />
pero, por otra parte, no hay<br />
ninguna palabra explícitamente<br />
crítica respecto al régimen soviético<br />
después del viaje (ni a lo<br />
largo de su vida). Ambas conclusiones<br />
impiden contemplar<br />
una postura fija y unívoca respecto<br />
al vínculo histórico-biográfico<br />
establecido entre Rusia y<br />
Ludwig Wittgenstein. n<br />
Bibliografía<br />
BAUM, Wilhelm: Ludwig Wittgenstein.<br />
Vida y obra. Alianza, Madrid, 1988.<br />
BOERO, Mario: Ludwig Wittgenstein.<br />
Biografía y mística de un pensador. Skolar,<br />
Madrid, 1998.<br />
MARIO BOERO<br />
––– ¿Qué pasa con Wittgenstein?, en<br />
CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA,<br />
núm. 63, págs. 64-67, 1996.<br />
DRUDIS, Raimundo: Wittgenstein<br />
(1889-1951), Ed. del Orto, Madrid,<br />
1998.<br />
DUFFY, Bruce: El mundo tal como lo<br />
encontré. Ediciones B, Barcelona, 1996.<br />
HEATON, J., y GROVES, J.: Wittgenstein<br />
para principiantes. Era Naciente, Argentina,<br />
1995.<br />
IVANCIC, Tamara: ‘Dostoievski y Tolstói<br />
en Optina’. Quimera, núm. 170,<br />
págs. 21-24, 1998.<br />
STRATHERN, Paul: Wittgenstein en 90<br />
minutos, Siglo XXI, Madrid, 1998.<br />
WARREN, Bartley III: Wittgenstein. Cátedra-Teorema,<br />
Madrid, 1982.<br />
Mario Boero es licenciado en Teología<br />
Sistemática y actual director de la Asociación<br />
de Teólogos Laicos de España.
El mito de la enfermedad mental<br />
Thomas Szasz<br />
Círculo de Lectores,<br />
Barcelona, 1999<br />
Tras pasar largo tiempo<br />
descatalogada, acaba de<br />
reeditarse El mito de la<br />
enfermedad mental (1961),<br />
ópera prima de Thomas Szasz<br />
y partida de nacimiento para<br />
la corriente antipsiquiátrica.<br />
Aunque buena parte de su<br />
contenido merece recordarse<br />
ahora, cuando han pasado<br />
prácticamente cuatro décadas<br />
de densa historia universal, no<br />
me centraré en su análisis<br />
–ejemplar y quizá definitivo–<br />
de la histeria, sino en su aspiración<br />
de “plantear una ética<br />
igualitaria, democrática”, que<br />
sostenga posiciones de “mayor<br />
dignidad y autorresponsabilidad”.<br />
¿Cómo podría definirse<br />
algo semejante?<br />
Sin vacilaciones, Szasz<br />
propone investigar por qué<br />
“las reglas del juego de la vida<br />
deben definirse de modo que<br />
quienes son débiles, o se hallan<br />
incapacitados o enfermos,<br />
deban recibir ayuda”. Una<br />
manera de empezar a enfocarlo<br />
es exhumando la filosofía<br />
de Spencer, tal como se expone<br />
en El hombre contra el Estado.<br />
En contraste con los precociales,<br />
los animales altriciales<br />
o de desarrollo lento<br />
otorgan a su prole servicios<br />
que están en razón inversa de<br />
su capacidad, si bien eso sucede<br />
en el “régimen familiar”,<br />
mientras subsiste en todo momento<br />
lo contrario, representado<br />
por el “régimen de los<br />
adultos de la especie”. Oigamos<br />
al propio Spencer:<br />
“Durante todo el resto de su vida,<br />
el adulto recibe beneficios proporcionales<br />
a sus méritos (…). Si los<br />
beneficios fuesen proporcionales a su<br />
inferioridad, favoreciéndose la multiplicación<br />
de los inferiores y entorpeciéndose<br />
la de los mejor dotados, la<br />
especie degeneraría progresivamente.<br />
El hecho elocuentísimo es que los<br />
procedimientos de la naturaleza son<br />
diametralmente opuestos dentro y<br />
fuera del grupo familiar, y que la intrusión<br />
de cualquiera de ellos en la<br />
esfera del otro sería fatal para la especie,<br />
bien en el periodo inmediato o<br />
en el futuro”.<br />
Puede oponerse –y Szasz<br />
lo hace– que la animalidad<br />
humana es singular, no admitiendo<br />
comparaciones directas<br />
con otras especies. Sin embargo,<br />
es evidente que en nuestras<br />
sociedades el “régimen familiar”<br />
no se limita a menores<br />
y otros minusválidos físicos.<br />
Ya sea porque los psicoterapeutas<br />
otorgan liberalmente<br />
diagnósticos de enfermedad<br />
mental, o por motivos adicionales,<br />
el juego social básico<br />
entre adultos –el trabajo, que<br />
reparte los merecimientos– sólo<br />
compromete a algunos,<br />
mientras otros rehúsan participar<br />
en él. ¿Por qué toleran<br />
algunas sociedades humanas<br />
ese pasivo? ¿Acaso están caracterizadas<br />
por la generosidad<br />
gratuita, por el sistemático<br />
desprendimiento? En la nuestra,<br />
por ejemplo, ¿acaso es<br />
costumbre regalar al prójimo<br />
dinero o prestigio? ¿Acaso cada<br />
familia y grupo verifica periódicos<br />
repartos de los bienes<br />
acumulados, como sucede en<br />
el potlach de pueblos recolectores-cazadores?Evidentemente,<br />
no. Al contrario, se observa<br />
una implacable lucha por los<br />
medios de vida, dentro de una<br />
estructura competitiva que<br />
PSICOLOGÍA<br />
DISFRACES DE LA COACCIÓN<br />
ANTONIO ESCOHOTADO<br />
exige constantes tributos laborales.<br />
Rara vez, si alguna, ha<br />
sido más categórico el principio<br />
antiguo: tanto tienes, tanto<br />
vales. Con todo, esa exigencia<br />
de rendimiento se reparte<br />
también de modo desigual,<br />
como si además de ella estuviese<br />
vigente lo opuesto, y ese<br />
opuesto fuera lo idóneo.<br />
1.<br />
En efecto, la religión judeocristiana<br />
“fomenta la incapacidad<br />
y la enfermedad”. Su Dios<br />
ama a los sumisos, a los pobres<br />
de espíritu, a los débiles,<br />
a los necesitados, a los cobardes,<br />
a los impotentes. A la inversa,<br />
el éxito en la vida, la independencia,<br />
la salud, la fuerza<br />
de espíritu, el arrojo, la<br />
potencia sexual y los demás<br />
ingredientes de la alegría resultan<br />
sospechosos. Quienes<br />
posean esas cualidades positivas<br />
no sólo no tendrán premio en<br />
el cielo, sino que en la Tierra<br />
habrán de servir a los poseedores<br />
de cualidades opuestas, negativas.<br />
No en vano, hallamos<br />
en los evangelios observaciones<br />
como ésta: “Porque hay eunucos<br />
que nacieron así del vientre<br />
de su madre, y hay eunucos<br />
que fueron hechos tales<br />
por mano de los hombres, y<br />
hay eunucos que se hicieron a<br />
sí mismos por causa del reino<br />
de los cielos; el que sea capaz<br />
de hacer esto, hágalo” (Mateo,<br />
19, 12).<br />
Según Szasz, la “maniobra<br />
masoquista” de temer la felicidad<br />
en general consagra una<br />
“psicología de esclavo”, donde<br />
los individuos –y con buenos<br />
motivos– “se abstienen de expresar<br />
su satisfacción por temor<br />
a que el peso de su carga<br />
aumente”. La diferencia se halla<br />
en la manera de jugar el<br />
juego primario, la capacitación<br />
laboral.<br />
“Aunque el esclavo no haya terminado<br />
su trabajo, podrá influir en<br />
su amo para que le conceda un respiro<br />
si muestra signos de inminente<br />
colapso (…). Manifestar signos de<br />
cansancio –prescindiendo de que<br />
sean auténticos o no– quizá produzca<br />
un sentimiento de fatiga o agotamiento<br />
en el actor. Creo que éste es<br />
el mecanismo responsable de la gran<br />
mayoría de los estados de fatiga crónica,<br />
antes llamados de ‘neurastenia’<br />
(…). Muchos pacientes de esta índole<br />
están inconscientemente ‘en huelga’<br />
contra personas de quienes dependen.<br />
En contraste con el esclavo,<br />
el hombre fija sus propios límites, y<br />
trabaja hasta concluir satisfactoriamente<br />
su tarea. Entonces puede disfrutar<br />
de los resultados”.<br />
Dios –y también el rey, el<br />
padre, el médico, el director<br />
espiritual, el comisario, etcétera–<br />
se mostrará tanto más exigente<br />
y punitivo cuanto menos<br />
pasivo e incompetente sea<br />
el individuo, pues “complácese<br />
Jehová en los que le temen<br />
y esperan de su misericordia”<br />
(Salmos, 147, 10-11).<br />
La pregunta a hacerse es<br />
qué consecuencias tienen semejantes<br />
reglas cuando son<br />
asumidas por adultos no minusválidos.<br />
Según Szasz, apenas<br />
es conjeturable la medida<br />
en que:<br />
1. Reducen la confianza<br />
de hombres y mujeres en sí<br />
mismos.<br />
2. Fomentan su dependencia<br />
e imprevisión.<br />
3. Estimulan la hipocresía.<br />
4. Sugieren servirse de la<br />
propia incompetencia para coaccionar<br />
a otros, prolongando<br />
indefinidamente situaciones<br />
artificiales de parasitismo.<br />
72 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
El ejemplo más luminoso<br />
y universal de este cuadro de<br />
consecuencias es el propio<br />
clero encargado de administrar<br />
los cultos –tanto el cristiano<br />
como el de otras religiones–,<br />
que resulta por definición<br />
inútil para aquello<br />
donde, en principio, deben<br />
ser útiles las demás personas,<br />
y que será por eso mismo sostenido,<br />
además de quedar<br />
exento en materia tributaria,<br />
militar, etcétera. La única excepción<br />
a semejante pauta era<br />
la antigua tradición judaica<br />
–donde el rabino estaba obligado<br />
a conocer un oficio, para<br />
no enseñar la ley divina por<br />
interés crematístico–, pero<br />
hasta esa salvedad perdió vigencia.<br />
Mirado de cerca, el principio<br />
de tener fe y despreocuparse<br />
del resto –que se expone<br />
paradigmáticamente en las palabras<br />
del Mesías cuando propone<br />
ser tan imprevisor como<br />
los pájaros o las plantas– contiene<br />
una invitación al descuido,<br />
la pasividad y la incompetencia:<br />
“Puesto que el comportamiento<br />
de los llamados enfermos mentales –y<br />
en especial la histeria de conversión–<br />
está íntimamente vinculado a incapacidad<br />
o desgana por lo que respecta a<br />
participar en el juego de la vida, resultará<br />
instructivo llamar la atención<br />
sobre ciertos preceptos bíblicos (…)<br />
que condenan de forma explícita la<br />
autoayuda y la maestría. En realidad,<br />
se interpreta que quien desea ayudarse<br />
a sí mismo tiene ‘poca fe’ (…).<br />
Gran parte de la psicología analítica<br />
gira en torno al problema de descubrir<br />
exactamente quién enseñó al paciente<br />
a comportarse de ese modo, y<br />
por qué aceptó él esas enseñanzas”.<br />
Es llamativo que Szasz llegue<br />
a estas conclusiones sin<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
hacer mención de Nietzsche, y<br />
aparentemente sin recurrir a<br />
su tesis sobre una conspiración<br />
platónico-cristiana, basada<br />
sobre el resentimiento, cuya<br />
tarea es difamar a la Tierra.<br />
Szasz llega a citar a Marx (que<br />
sin duda no es santo de su devoción),<br />
concretamente cuando<br />
habla de la religión como<br />
opio del pueblo y pide dejar<br />
atrás “un estado de cosas que<br />
necesita ilusiones”. Pero no<br />
hay la más mínima alusión a<br />
la ética del superhombre ni a<br />
sus análisis de la oposición entre<br />
señorío y servilismo. Semejante<br />
cosa podría explicarse<br />
como consecuencia de que<br />
Szasz es un judío húngaro,<br />
emigrado con su familia a Estados<br />
Unidos –siendo aún<br />
adolescente– para huir de la<br />
persecución nazi, una ideología<br />
que enarboló al autor de<br />
Así hablaba Zaratustra como<br />
una de sus justificaciones. A<br />
mi entender, la explicación es<br />
otra, pues Szasz busca ante todo<br />
sentar las bases de una ética<br />
y una medicina igualitarias,<br />
y ni el amo ni el esclavo aceptan<br />
ser puestos en un plano de<br />
igualdad.<br />
“Si bien algunas reglas bíblicas<br />
se proponen aliviar la opresión, la tesis<br />
general fomenta el mismo espíritu<br />
opresor (…). Cada esclavo es un amo<br />
potencial, y cada amo un esclavo en<br />
potencia. Debemos recalcar este hecho,<br />
porque es inexacto y engañoso<br />
oponer la psicología del oprimido<br />
con la del opresor. Lo necesario es,<br />
más bien, oponer la orientación propia<br />
de ambos con la psicología de la<br />
persona que se siente igual a su prójimo”.<br />
2.<br />
Contemplada a vista de pájaro,<br />
la historia describe el pro-<br />
ceso donde el reino de una<br />
minoría compuesta por fuertes<br />
o capaces sobre una mayoría<br />
de débiles o incapaces –los<br />
imperios antiguos– se transforma<br />
en lo contrario, primero<br />
siguiendo orientaciones como<br />
el Sermón de la Montaña,<br />
y luego gracias a movimientos<br />
revolucionarios, que empiezan<br />
a triunfar desde finales del siglo<br />
XVIII. Aunque Szasz no<br />
entre en ello, dicha inversión<br />
contiene una dialéctica profunda<br />
–la del amo y el siervo<br />
precisamente–, en cuya virtud<br />
el originalmente oprimido o<br />
incapaz va fortaleciéndose o<br />
capacitándose en la misma<br />
medida en que el opresor, originalmente<br />
capaz, se va debilitando<br />
al disfrutar un régimen<br />
de molicie y privilegio.<br />
Quizá por omitir esa dinámica<br />
subyacente, Szasz entiende<br />
que “el destino ineludible<br />
de todas las revoluciones es el<br />
establecimiento de nuevas tiranías”,<br />
cosa tan evidente en<br />
un nivel como corta de vista o<br />
unilateral en otros. Eso hace<br />
que su propia posición no se<br />
conciba como una consecuencia<br />
de procesos históricos previos,<br />
sino en términos de alguna<br />
manera intemporales, semejantes<br />
al estatuto de los<br />
símbolos en lógica formal,<br />
aquejados por esa generalizada<br />
falta de sustancia que exhibe<br />
el pensamiento de sus maestros,<br />
los creadores de la filosofía<br />
analítica. De ahí que su<br />
pragmática democratizadora<br />
se contraponga a alternativas<br />
presentes y pasadas de organización<br />
política, si bien constituye<br />
en realidad el resultado<br />
–o uno de los resultados– de<br />
dichas alternativas. “Cuando<br />
la refutación es a fondo”, observaba<br />
Hegel, “se deriva del<br />
mismo principio y se desarrolla<br />
a base de él, y no se monta<br />
desde fuera, mediante aseveraciones<br />
y ocurrencias contrapuestas”<br />
1 .<br />
3.<br />
Por otra parte, la perspectiva<br />
estática de Szasz no está exenta<br />
de intuiciones valiosas, que<br />
se adelantan a su tiempo en<br />
muchos sentidos:<br />
“El principio general de que una<br />
regla liberadora puede convertirse, a<br />
su debido tiempo, en un método de<br />
opresión tiene amplia validez para<br />
todo tipo de maniobras destinadas a<br />
modificar las reglas. Esto explica por<br />
qué es tan difícil hoy abogar con sinceridad<br />
por nuevos sistemas sociales,<br />
que simplemente ofrecen otro conjunto<br />
de nuevas reglas. Aunque se<br />
necesiten constantemente nuevas reglas,<br />
si la vida social ha de proseguir<br />
como un proceso tendente a una autodeterminación<br />
y complejidad creciente<br />
del ser humano, es indispensable<br />
mucho más que un mero cambio<br />
de reglas”.<br />
Nuevo, sin más determinaciones,<br />
es desde luego un<br />
concepto gaseoso, que destila<br />
simple aburrimiento. Pero<br />
cuatro décadas después de escribir<br />
ese párrafo, hoy, el paradigma<br />
científico que ha jubilado<br />
a la física newtoniana<br />
(así como sus retoques relativistas<br />
y cuánticos) se articula<br />
precisamente sobre los conceptos<br />
de autoorganización y<br />
complejidad. Lo que no se<br />
encuentra ahora por ninguna<br />
parte es aquello ubicuo para<br />
Galileo y sus sucesores –fuer-<br />
1 Fenomenología del espíritu, versión<br />
W. Roces. FCE, pág. 18, México, 1966.<br />
73
DISFRACES DE LA COACCIÓN<br />
zas inmateriales rigiendo una<br />
materia inerte o pura masa,<br />
con arreglo a trayectorias lineales,<br />
regulares y reversibles–,<br />
pues en vez de esa construcción<br />
nos vemos devueltos a un<br />
mundo propiamente físico,<br />
donde la realidad descartada<br />
por caótica –lo fractal, bifurcado,<br />
irreversible– emerge como<br />
imprevisto aunque manifiesto<br />
factor estructurante, verdadera<br />
y única fuente de orden e invención<br />
en la naturaleza.<br />
Aquello que Szasz llama “mucho<br />
más que un cambio de reglas”<br />
se identifica finalmente<br />
con una ética (médica, social,<br />
política) basada en la reciprocidad.<br />
En otras palabras, ni<br />
reino de los fuertes sobre los<br />
débiles ni la inversa, sino una<br />
“igualdad humana universal<br />
(de los derechos y las obligaciones,<br />
es decir, para participar<br />
en todos los juegos de<br />
acuerdo con la capacidad de<br />
cada uno)”.<br />
Este igualitarismo no sólo<br />
no está reñido con un respeto<br />
por la singularidad de cada<br />
persona o grupo, sino que parece<br />
ser el único punto de<br />
apoyo firme para una soberanía<br />
social e individual de la libre<br />
diferencia. Es en realidad<br />
una meritocracia, que continuamente<br />
dirime quién debe<br />
ayudar y quién ser ayudado,<br />
hora a hora y época a época.<br />
De ahí que su principal adversario<br />
esté en “los mitos religiosos,<br />
nacionales y profesionales”,<br />
cuyo rasgo genérico<br />
es fomentar la perpetuación<br />
de juegos infantiles exclusivistas,<br />
basados en “pautas de<br />
conducta mutuamente destructivas”.<br />
Su propósito es<br />
idealizar hagiográficamente a<br />
cierto grupo –aquel al que<br />
pertenece o querría pertenecer<br />
el individuo–, y sus consecuencias<br />
son unas pésimas relaciones<br />
con la verdad.<br />
Lo esencial es que el sujeto<br />
no puede decirse la verdad,<br />
pues ese lujo sólo pueden permitírselo<br />
quienes intervienen<br />
en el juego de la vida sin semejante<br />
rémora. De ello derivan<br />
las trampas, estafas y tea-<br />
tralizaciones del llamado enfermo<br />
mental, prototipo de<br />
existencia inauténtica. Lo auténtico<br />
–y aquí se cuela un retazo<br />
de pensamiento existencialista–<br />
es jugar por jugar, sabiendo<br />
que cada juego tiene<br />
sus reglas, y aceptando también<br />
que no vale jugar dos o<br />
más juegos al mismo tiempo<br />
ni observar las reglas de uno<br />
en otro.<br />
Neurólogos por formación<br />
y vocación, los fundadores<br />
de la psiquiatría creían<br />
que todos los llamados pacientes<br />
mentales eran “imitadores<br />
y farsantes”. Sus herederos<br />
prefieren creer que todos<br />
los imitadores y farsantes son<br />
enfermos. Mostrar las etapas<br />
de ese proceso, y su incoherencia<br />
radical, funda la antipsiquiatría<br />
como corriente.<br />
Gorki dijo: “La mentira es la<br />
religión de los esclavos y los<br />
amos”, definiendo con notable<br />
anticipación por qué los<br />
psiquiatras contemporáneos<br />
no admitirán ese elemento<br />
como causa y efecto de lo que<br />
sus pacientes son y hacen.<br />
Justamente porque no rompen<br />
el círculo vicioso del señorío<br />
y la servidumbre, llamarán<br />
“antihumanitaria” (y “antipsiquiátrica”)<br />
a la mera<br />
franqueza. La mentira se ignora<br />
o se considera otra cosa<br />
(amnesia, disociación…), en<br />
la misma medida en que el<br />
médico trata a los adultos como<br />
si fuesen niños, arrogándose<br />
el papel del pater familias<br />
romano. A eso contesta<br />
Szasz que él se ha limitado a<br />
reformular una de las primeras<br />
observaciones de Freud:<br />
“La hipocresía es un problema<br />
psiquiátrico esencial”.<br />
¿No será la mentira histérica<br />
–y no serán otras mentiras,<br />
como las conyugales– un<br />
intento de hacer predecible la<br />
comunicación, de jugar a controlar<br />
los movimientos del<br />
otro jugador, por supuesto haciendo<br />
trampa? Se miente por<br />
seguridad, y el mismo motivo<br />
hace que se admitan las mentiras.<br />
“Al decir una mentira, el<br />
mentiroso informa a su inter-<br />
locutor que le teme y desea<br />
complacerlo (…). Quien<br />
acepta la mentira informa al<br />
mentiroso de que también necesita<br />
mantener la relación”.<br />
Hay igualmente mentiras piadosas,<br />
mentiras por respeto, y<br />
un largo etcétera de excepciones<br />
a una abierta expresión de<br />
la verdad. Pero lo que distingue<br />
al mentiroso por enfermedad<br />
mental de todos los demás<br />
es una adhesión tan firme a la<br />
insinceridad que, aparentemente<br />
al menos, ni siquiera en<br />
su fuero interno reconoce estar<br />
mintiendo.<br />
Desde la vida misma como<br />
juego, su desdicha deriva<br />
de que esa última trampa desvirtúa<br />
el juego de raíz –en tanto<br />
que algo apoyado sobre<br />
“sentimientos de placer y esperanza,<br />
y una actitud de expectativa<br />
curiosa y estimulante”–,<br />
pues no sólo traslada el<br />
objetivo desde dentro (orientación<br />
hacia el dominio de<br />
cierta actividad) hacia fuera<br />
(coacción aplicada al resto de<br />
los jugadores), sino que borra<br />
el fin primario de participar,<br />
convirtiendo cada juego en algo<br />
absolutamente sometido al<br />
resultado. De ahí que la persona<br />
histérica se asemeje tanto al<br />
deportista profesional, cuya<br />
satisfacción no deriva de jugar<br />
bien y honestamente, sino de<br />
ganar a cualquier precio, cosa<br />
del todo imposible ya a medio<br />
plazo si no median toda suerte<br />
de fraudes.<br />
4.<br />
La tesis de Szasz –que la enfermedad<br />
mental es un mito, y<br />
que los psiquiatras no se enfrentan<br />
con patologías, sino<br />
con dilemas éticos, sociales y<br />
personales– supone redefinir<br />
valores. En vez de apoyar pautas<br />
de acción (“reglas de juego”)<br />
que fomentan la puerilidad<br />
y la dependencia, el psiquiatra<br />
debería basarse en<br />
aquellas que apoyan lo contrario:<br />
“Reglas que subrayan la<br />
necesidad de que el ser humano<br />
se esfuerce por alcanzar<br />
maestría, responsabilidad, autoconfianza<br />
y cooperación”.<br />
En definitiva, la clientela<br />
del psicoterapeuta está formada<br />
ante todo por individuos<br />
que no quieren renunciar a<br />
juegos aprendidos en fases<br />
tempranas de su vida, siguiendo<br />
un triple esquema de conflicto.<br />
Unos se aferran a las reglas<br />
antiguas, rebelándose<br />
contra los retos que plantea<br />
aprender las actuales; otros<br />
tratan de superponerlas, mezclando<br />
juegos mutuamente<br />
incompatibles, y otros se aferran<br />
al generalizado desengaño,<br />
“convencidos de que no<br />
existe ningún juego digno de<br />
ser jugado”. Esto último, añade<br />
Szasz, parece afectar singularmente<br />
al occidental contemporáneo.<br />
En efecto, el<br />
cambio se ha acelerado allí<br />
tanto que hasta los opulentos<br />
tienden a “compartir el problema<br />
del inmigrante”, obligado<br />
a reaprender casi todas<br />
sus pautas de vida por el hecho<br />
mismo de mudarse a otra<br />
civilización.<br />
“Se diría que el hombre moderno<br />
hace frente al problema de elegir<br />
entre dos alternativas básicas (…).<br />
Una es desesperarse a raíz de la utilidad<br />
perdida o el rápido deterioro de<br />
juegos penosamente aprendidos. La<br />
otra es responder al desafío de la incesante<br />
necesidad de aprender (…) y<br />
tratar de hacerlo satisfactoriamente”.<br />
Por otra parte, la alternativa<br />
está resuelta para quien<br />
tenga “el deseo sincero de<br />
cambiar”, porque elegirá el escepticismo<br />
ante toda suerte de<br />
maestros oscurantistas, representados<br />
paradigmáticamente<br />
por mitos religiosos, nacionales<br />
y psiquiátricos. Para cambiar<br />
es preciso aprender a<br />
aprender, y semejante cosa demanda<br />
una alta medida de flexibilidad.<br />
Esta conclusión retiene<br />
evidentes elementos de validez.<br />
El revival islámico y nacionalista,<br />
por no hablar del<br />
terapeutismo coactivo, siguen<br />
siendo formas de jugar torpe o<br />
tramposamente el destino de<br />
insondable libertad y comprensión<br />
aparejado a nuestra<br />
especie. Singularmente, lo<br />
mismo sucede con los males<br />
74 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
DISFRACES DE LA COACCIÓN<br />
nerviosos, luego llamados enfermedad<br />
mental, que de un<br />
modo u otro pasan por alto el<br />
juego de aprender a aprender.<br />
Sin embargo, el aspecto quizá<br />
más actual de este ensayo sea<br />
su propuesta de una ética basada<br />
sobre principios de reciprocidad,<br />
que Szasz llama libertaria<br />
(libertarian), aunque<br />
quizá sería más exacto llamar<br />
ultraliberal.<br />
Muy debilitada por el paso<br />
del tiempo, la diferencia<br />
entre izquierdas y derechas<br />
depende de precisar qué bienes<br />
serán gratuitos, semigratuitos<br />
o –cuando menos– socializados,<br />
porque el conservador<br />
considerará beneficencia<br />
aquello que el progresista entiende<br />
como derecho. Inclinando<br />
por ahora la balanza, el<br />
catastrófico resultado del socialismo<br />
llamado real puso en<br />
la picota el proyecto de lograr<br />
policialmente que sociedades<br />
e individuos sean tan altruistas<br />
como laboriosos, preparando<br />
así una eventual desaparición<br />
del Estado como<br />
aparato coactivo.<br />
Lo sorprendente en el ultraliberalismo<br />
de Szasz es que<br />
–mirados de cerca– sus planteamientos<br />
no están tan lejos<br />
del Manifiesto comunista. Lo<br />
diferencial reside más bien en<br />
la desarmante franqueza de<br />
Szasz, comparada con el híbrido<br />
de voluntarismo y determinismo<br />
edificante de<br />
Proudhon o Marx. En efecto,<br />
El mito de la enfermedad mental<br />
acaba proponiendo que es<br />
una dura carga para los capaces<br />
o trabajadores aceptar una<br />
ética no igualitaria, cuya práctica<br />
social por excelencia consiste<br />
en recompensar la incapacidad.<br />
Dicho de otro modo,<br />
nos hemos acostumbrado<br />
a sentir la compasión por el<br />
débil como una de las pocas<br />
virtudes indiscutibles, quizá<br />
inconscientes de que eso se<br />
convertiría en palanca de<br />
chantaje para personas desprovistas<br />
de compasión alguna,<br />
a quienes conviene fingir<br />
una debilidad u otra para<br />
coaccionar al resto.<br />
Aunque la magnanimidad<br />
honra y honrará siempre a<br />
cualquiera, no es, para nada,<br />
lo mismo ser generoso por decisión<br />
propia que sostener una<br />
estructura institucional donde<br />
dar muestras de cuido, actividad<br />
y competencia supone ser<br />
obligado a compensar el descuido,<br />
la pasividad y la incompetencia<br />
de otros, los débiles<br />
de espíritu bendecidos<br />
por el Sermón. Szasz observa<br />
que un escenario semejante<br />
sólo puede promover fraudes.<br />
Los diligentes, honrados, previsores<br />
y cooperativos darán<br />
muestras de sensata prudencia<br />
ocultándolo –y hasta corrigiendo<br />
en lo posible esos rasgos–<br />
para no suscitar un peligroso<br />
rencor, primero, y una<br />
segura explotación, después,<br />
por parte del resto. El resto,<br />
evidentemente, será bien alguna<br />
variedad de sádico facha, o<br />
bien algún aspirante al parasitismo<br />
perpetuo, en nombre de<br />
una vendetta difusa que se<br />
arroga la representación del<br />
progreso.<br />
Psicoanalista crítico, pero<br />
psicoanalista a fin de cuentas,<br />
Szasz se explica las trampas<br />
del juego principal como un<br />
efecto de la envidia que el<br />
irresponsable siente por el responsable,<br />
y como un justificado<br />
miedo a ella por parte de<br />
este último. Sin embargo, la<br />
propuesta de jugar la partida<br />
democrática hasta el final, sin<br />
zancadillas, no está exenta de<br />
paradoja, ya que funciona como<br />
bisturí para situaciones<br />
de dependencia. Sólo son dependientes<br />
justificados o enriquecedores<br />
para sus cuidadores<br />
los niños, los viejos y<br />
los minusválidos 2 . El resto<br />
debería ser educado en la escuela<br />
del juego limpio, cuyas<br />
reglas carecen de misterio alguno.<br />
Implican no pedir sin<br />
dar, no recibir con ingratitud<br />
(en última instancia, eso sig-<br />
2 En el sentido de que atenderles<br />
produce una realimentación básicamente<br />
positiva –análoga al fenómeno que la<br />
bióloga L. Margulis llama “simbiogénesis”–<br />
para personas y grupos.<br />
nifica cooperar) y, correspondientemente,<br />
aprender cuanto<br />
antes a hacer algo que sea<br />
útil para nuestro prójimo, a<br />
quien por fuerza habremos de<br />
solicitar o comprar innumerables<br />
servicios durante la<br />
existencia.<br />
Nada tan sencillo de entender,<br />
al mismo tiempo que<br />
problemático. El Estado de<br />
bienestar, modelo tan indiscutible<br />
hace unos años como<br />
amenazado hoy de naufragio,<br />
tiene un reflejo de su crisis en<br />
la dificultad que experimentan<br />
padres y maestros a la hora<br />
de transmitir sus pautas de<br />
vida a hijos y alumnos. Dibujando<br />
otra parte del mismo<br />
cuadro, quienes antes depositaban<br />
sus ahorros en bancos a<br />
cambio de un interés atractivo<br />
–opulentos tanto como<br />
humildes– se ven obligados a<br />
apostar en la ruleta de la Bolsa,<br />
o asumir el riesgo de<br />
aprender a ser empresarios,<br />
esto es, autoempleados. Por<br />
su parte, el obrero a la antigua<br />
(revolucionario, altruista,<br />
explotado) dio paso a un epítome<br />
del inmovilismo, que ignora<br />
su responsabilidad en el<br />
éxito de la empresa donde cobra,<br />
y que la explotaría sin<br />
piedad de no ser porque ella<br />
flexibiliza su despido.<br />
5.<br />
Para completar el paisaje, una<br />
managerial revolution separó el<br />
control y la propiedad de las<br />
corporaciones, creando una<br />
clase ejecutiva a quien corresponde<br />
hoy gran parte del gobierno<br />
mundial. Correlativamente,<br />
los mecanismos de la<br />
democracia parlamentaria<br />
–adaptados a épocas donde difundir<br />
noticias resultaba muy<br />
caro y lento, pues llegaban a<br />
través de veleros y diligencias–<br />
se mantienen intactos en una<br />
era donde difundir noticias resulta<br />
baratísimo y rapidísimo.<br />
Aunque es perfectamente posible<br />
hoy que lo fundamental<br />
de las leyes y decisiones políticas<br />
se adopte por vía de referéndum,<br />
y que una rigurosa<br />
descentralización sea compati-<br />
ble con altos grados de coordinación,<br />
la consulta al ciudadano<br />
se restringe a votar gobernantes,<br />
y la descentralización<br />
es algo cada vez más ilusorio,<br />
que en vez de reducir el número<br />
de agencias gubernativas<br />
las multiplica. Por supuesto,<br />
eso asegura que cualesquiera<br />
nostálgicos del templo y la<br />
milicia puedan reciclarse como<br />
clase política.<br />
Impensable hace apenas<br />
medio siglo, el botín universal<br />
es ahora gestionar dinero o<br />
votos de otros, un insólito<br />
cuerno de la abundancia que<br />
invita a replantear la cuestión<br />
del parasitismo. Durante milenios,<br />
ser capataz del dueño era<br />
un oficio mal pagado, y dedicarse<br />
a la política costaba dinero<br />
(bien por daño emergente<br />
o bien por lucro cesante).<br />
La novedad del ahora –que el<br />
administrador sea el verdadero<br />
dueño, y que el verdadero representado<br />
sea el representante–<br />
supone un cambio de<br />
grandes e inagotadas consecuencias.<br />
Adoptando la perspectiva<br />
de Szasz en 1961,<br />
cuando se propuso narrar el<br />
mito de la enfermedad mental,<br />
podríamos plantear la génesis<br />
de una alegoría comparable, el<br />
mito de la tutela consustancial.<br />
Heredero de leyendas teológicas,<br />
nacionales y terapéuticas,<br />
este mito extiende el estatuto<br />
de dos estamentos<br />
decaídos –el eclesiástico y el<br />
nobiliario– a dos estamentos<br />
en ascenso –el ejecutivo y el<br />
político–, cuyo rasgo común<br />
consiste en gestionar patrimonios<br />
o voluntades de otros, pero<br />
obrando con la autonomía<br />
de los albaceas testamentarios,<br />
que administran la voluntad<br />
de los muertos.<br />
Al mismo tiempo, conviene<br />
tener presente que esas<br />
transformaciones son parte de<br />
la historia democrática, y corresponden<br />
a una fase precisa<br />
en el alumbramiento del pueblo,<br />
un ente político tan esencial<br />
como hipotético. Sujeto<br />
antes a las riendas de gobiernos<br />
dictados por el derecho<br />
de dioses y reyes, parte del<br />
76 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
pueblo –concretamente el colectivo<br />
de accionistas y votantes–<br />
ha delegado sus intereses<br />
en algunos villanos por origen,<br />
pero nobles por responsabilidad<br />
adquirida. Así, el<br />
gobierno de uno –monarca<br />
celestial o terrestre– cede paso<br />
al gobierno de algunos, cumpliendo<br />
la voluntad de un todos<br />
que permanece aún en la<br />
tesitura de mayoría simple. El<br />
desafío del futuro inmediato<br />
parece ser que esa mayoría<br />
simple no oprima demasiado<br />
al resto, y que dicho resto<br />
–convertido en mayoría reforzada<br />
por incorporarse a él la<br />
multitud de no accionistas y<br />
no votantes– encuentre formas<br />
de participar en el rumbo<br />
del mundo.<br />
Obsérvese, por último,<br />
que se trata de una opción ética.<br />
El etiquetado como enfermo<br />
mental pisotea la ética<br />
porque quiere coaccionar sin<br />
fundamentos convincentes a<br />
nivel discursivo, y para ejercer<br />
ese chantaje dramatiza una<br />
debilidad que convierte en dependiente<br />
suyo al independiente.<br />
No menos pisotean la<br />
eticidad quienes se erigen en<br />
albaceas de los vivos, sosteniendo<br />
el mito de una tutela<br />
consustancial. Llevándolo a<br />
sus últimos fundamentos, el<br />
mitologema que subyace a<br />
ambos es Hércules, un paradigma<br />
de autosuficiencia 3 forzado<br />
a trabajar para una variada<br />
colección de autoinsuficientes.<br />
Como observa Szasz,<br />
mientras reine cosa distinta de<br />
la reciprocidad, los no desidiosos<br />
ocultarán sus satisfacciones<br />
y logros, “por temor a<br />
que el peso de su carga aumente”.<br />
Pero no es mala época<br />
la actual para replantear el<br />
principio de la acción recíproca<br />
en economía y política. Por<br />
una parte, jamás hubo tanta<br />
3 Como algunos recordarán, prefería<br />
caminar a montar, dormir al raso antes<br />
que bajo techo, comer tortas de cebada<br />
a las delicadas viandas de un banquete,<br />
departir amistosamente a<br />
impartir órdenes.<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
prosperidad, tan prolongada<br />
paz y tantas libertades. Por<br />
otra, al engaño de hacer cumplir<br />
las reglas divinas ha seguido<br />
el engaño de gestionar vitaliciamente<br />
las humanas, lo<br />
cual significa que el representante<br />
suplantará sistemáticamente<br />
al representado, ofreciendo<br />
su candidatura al parasitismo<br />
como altruista devoción<br />
por el bien común. Es la sociedad<br />
del entretenimiento; sin<br />
duda, un momento apasionante<br />
en la historia del espíritu. n<br />
Antonio Escohotado es profesor de<br />
Filosofía de la UNED.
“Su novela es un centón, una muy astuta<br />
taracea bien dosificada de todos los tópicos<br />
(en su más alto sentido retórico)<br />
exigibles para convertir su texto en un<br />
éxito de ventas y lectrices (…). Si hace<br />
años la sagacidad de Lara [editor de Planeta]<br />
puso de moda en nuestro país la<br />
novela histórica y el reportaje periodístico<br />
y la crónica testimonial (…) desde<br />
hace un lustro más o menos estaba acechando,<br />
con su infalible ojo clínico, el<br />
amplio mercado de la novela femenil<br />
(…) en la que decaen hasta escritores de<br />
verdad (véanse las últimas novelas de<br />
Martín Gaite o Almudena Grandes)…”.<br />
(Crítica en Revista de libros de la novela<br />
de Carmen Posadas Pequeñas infamias,<br />
Premio Planeta 1998 1 ).<br />
¿Existe alguna relación entre<br />
literatura y sexo/género? Más<br />
concretamente –pues en estos<br />
términos suele plantearse–: ¿cabe<br />
hablar de una literatura de<br />
mujeres (según el sexo del autor),<br />
sobre mujeres (según el sexo<br />
de sus protagonistas), para mujeres<br />
(según el de los lectores a<br />
los que presuntamente se dirige)<br />
o femenina (por las características<br />
de los textos)? No pretendo,<br />
en este artículo, ni opinar<br />
sobre el tema de fondo ni exponer<br />
las tesis de los ensayistas que<br />
lo han abordado: quiero sólo<br />
poner de manifiesto ciertas actitudes<br />
de la crítica literaria española<br />
contemporánea, que parecen<br />
bastante necesitadas de luz y<br />
taquígrafos 2 .<br />
Sólo uno de los sexos<br />
tiene sexo<br />
Habiendo revisado cientos de artículos<br />
en revistas (Qué leer, Leer,<br />
Revista de libros…) y periódicos<br />
(El País, El Mundo, La Vanguardia,<br />
Abc…) en el curso de los últimos<br />
años, puedo afirmar que<br />
el porcentaje de los que mencionan<br />
la identidad o carácter masculino<br />
de una obra, de su autor o<br />
de sus lectores es, muy exactamente,<br />
cero. Son en cambio bastante<br />
frecuentes las alusiones a<br />
las mujeres y lo femenino. Veamos<br />
algunas:<br />
“Waltraud Anna Mitgusch sabe escribir,<br />
pero su prosa bordea siempre la<br />
línea semiborrada que separa la buena<br />
literatura de lo que suele llamarse ‘literatura<br />
de mujeres’. Si llegara a controlar<br />
sus efusiones y delirios, sus largas tiradas<br />
poéticas, podría escribir cualquier día<br />
una gran novela” 3 .<br />
“Usted, Umbral, no hace literatura<br />
obvia y cornucopística como los galos<br />
y los sampedros y los mojigatos. Usted<br />
hace escritura, y para apreciar la escritura<br />
hay que saber leer. Por eso no<br />
vende usted tantos libros como los galos<br />
que decíamos, pues ellos redactan<br />
para señoras desocupadas de mediana<br />
edad y fortuna media que saben leer<br />
bastante menos que su tía Algadefina<br />
[personaje de la novela de Umbral], pero<br />
constituyen la clientela básica de los<br />
novelones de 600 páginas y en cuanto<br />
acaban de engullir una cornucopia literaria<br />
exclaman arrobadas: ‘¡Qué bien<br />
escrito está!’, aunque es un poco fuerte…”<br />
4 .<br />
“Una vida inesperada es, sin duda,<br />
una novela desaprovechada a causa de<br />
CRÍTICA LITERARIA<br />
LA NOVELA FEMENIL Y SUS LECTRICES<br />
La crítica española frente a la narrativa de mujeres<br />
1 A. García Galiano: ‘Pura vida (subliteratura<br />
de diseño)’ en Revista de libros,<br />
diciembre de 1998.<br />
2 Me limito al campo de la ficción en<br />
prosa. Para la poesía, remito al lector al<br />
magnífico artículo de Roberta Quance<br />
‘Entre líneas: Posturas críticas ante la<br />
poesía escrita por mujeres’ (La balsa de la<br />
Medusa, núm. 4, 1987) y al prólogo de<br />
Noni Benegas a su antología poética Ellas<br />
tienen la palabra (Hiperión, Madrid,<br />
1997). Por lo demás, para una exposición<br />
de las distintas tesis sobre el tema de fondo,<br />
véase el transparente ensayo de Toril Moi<br />
Teoría literaria feminista (Cátedra, Madrid,<br />
1988). Utilizo el término “sexo” y<br />
no “género” para evitar confusiones con<br />
la acepción literaria de este último.<br />
3 M. Sáenz: ‘Otras mujeres’, crítica<br />
de la novela de W. A. Mitgusch Cara a cara,<br />
en Diario 16, 6-9-1990.<br />
4 I. Tubau:‘Umbral: la escritura’, crítica<br />
de Las señoritas de Aviñón, de Francisco<br />
Umbral, La Vanguardia, 10-2-1995.<br />
LAURA FREIXAS<br />
una solución ideológica fácil y complaciente<br />
con las lectoras” 5 .<br />
“Si bien puede decirse que Las hijas<br />
de Hanna [de Marianne Fredriksson]<br />
es una novela plagada de sentimientos<br />
y confesiones que nacen de la<br />
introspección, es necesario señalar que<br />
no se trata de una novela femenina al<br />
uso en la que abunden los estereotipos y<br />
clichés demasiado comunes” 6 .<br />
No es de extrañar que cuando<br />
alguien quiere utilizar en un<br />
sentido puramente descriptivo<br />
el adjetivo femenino aplicado a<br />
una obra literaria –“Irlanda es<br />
una novela femenina…”– deba<br />
precisar inmediatamente: “… en<br />
el mejor sentido de la palabra”;<br />
está claro que el sentido habitual<br />
es el peor 7 .<br />
Femenino, ¿es decir…?<br />
A fin de precisar qué entiende la<br />
crítica por “femenino”, añadiré<br />
un par de citas más:<br />
“Enriqueta Antolín, para conseguir<br />
su grupo de lectoras incondicionales,<br />
ha abierto la caja de la emotividad,<br />
la ha desparramado por las páginas de<br />
su novela con toda una maquinaria repetitiva<br />
y obsesiva…” 8 .<br />
“Sentimentalismo y cursilería. Existe<br />
un tipo de novela, normalmente escrito<br />
por mujeres, que habla de sentimientos<br />
a flor de piel y vive en los espacios<br />
donde las emociones constituyen el<br />
único eje en el que se sustenta la narración.<br />
Carla Cerati, al igual que Susanna<br />
Tamaro o Francesca Duranti, por nom-<br />
5 S. Alonso: ‘Una ocasión perdida’,<br />
crítica de la novela Una vida inesperada, de<br />
Soledad Puértolas, en Revista de libros, octubre<br />
de 1997.<br />
6 Boletín de novedades de la editorial<br />
Emecé, septiembre-diciembre de 1998.<br />
7 L. Etxebarría: Crítica de la novela<br />
Irlanda, de Espido Freire, en El Mundo,<br />
25-4-1998.<br />
8 S. Alonso: ‘De mujer a mujer’, crítica<br />
de la novela de Enriqueta Antolín<br />
Mujer de aire, en Revista de libros, junio de<br />
1997.<br />
brar a dos colegas suyas, no plantea grandes<br />
cuestiones en sus historias ni refleja<br />
posturas ideológicas ni se detiene en profundas<br />
reflexiones ni constituye un corpus<br />
narrativo con suficiente peso como<br />
para aguantar y alimentar ese complejo<br />
mundo donde las emociones habitan” 9 .<br />
Podríamos continuar hasta<br />
el infinito, pero más valdrá detenernos<br />
para señalar algunos denominadores<br />
comunes a todas<br />
las citas que llevamos hechas.<br />
1. Se confunde o identifica<br />
sin más la literatura de-sobre-para<br />
mujeres. La premisa implícita<br />
está clara: un libro escrito por<br />
una mujer y/o que versa sobre<br />
mujeres sólo puede interesar a<br />
las mujeres. Ya se sabe 10 que lo<br />
femenino es particular y lo masculino<br />
universal, por lo que no<br />
debemos temer que ningún crítico<br />
coloque a Ardor guerrero o<br />
Herrumbrosas lanzas el sambenito<br />
de “literatura masculina”.<br />
2. Parece existir entre los críticos<br />
un amplio consenso sobre<br />
qué se debe entender por “femenino”<br />
(“intimismo”, “emotividad”,<br />
“introspección”, “sentimientos”,<br />
“confesiones”…) sin<br />
ningún matiz geográfico, histórico<br />
ni ideológico. ¿Debemos deducir<br />
que, según ellos, la feminidad<br />
es una esencia eterna, determinada<br />
tal vez por la biología?<br />
¿Descartan toda interpretación de<br />
lo femenino como una condición<br />
9 M. Monteys: ‘Sentimentalismo y<br />
cursilería’, crítica de La amiga de la modista,<br />
de Carla Cerati, en Qué leer, octubre<br />
de 1997.<br />
10 En ‘Lo absoluto y lo relativo en el<br />
problema de los sexos’ (Cultura femenina<br />
y otros ensayos, Alba, Barcelona, 1999),<br />
G. Simmel explica brillantemente cómo la<br />
cultura patriarcal identifica universal con<br />
masculino.<br />
78 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92
políticamente variable, que influye<br />
sobre la escritura en la misma<br />
medida que otras circunstancias<br />
del autor (como la pertenencia a<br />
un país o generación) y respecto a<br />
la cual cada autora adopta una<br />
actitud determinada (como los<br />
escritores españoles toman postura<br />
en sus obras respecto a España)?<br />
No parece muy aventurado<br />
presumir que, con algunas excepciones<br />
11 , simplemente no se han<br />
parado a pensar en el asunto, limitándose<br />
a dar por buena la definición<br />
tradicional más rancia.<br />
3. Cuando un crítico afirma<br />
el carácter “femenino/de-sobrepara-mujeres”<br />
de una obra, en el<br />
90% de los casos dicha afirmación<br />
implica o introduce un juicio<br />
peyorativo. Véase si no: “tópicos”,<br />
“decaer”, “efusiones y delirios”,<br />
“obvia y cornucopística”,<br />
“fácil y complaciente”, “estereotipos<br />
y clichés”, “repetitiva y obsesiva”,<br />
“sentimentalismo y cursilería”…<br />
Por lo visto, todo el<br />
mundo está de acuerdo en que<br />
hay defectos literarios típicamente<br />
femeninos. No parece haber<br />
en cambio, qué curioso, ni<br />
defectos masculinos ni cualidades<br />
femeninas.<br />
Tampoco hay cualidades típicamente<br />
masculinas, pues ya se<br />
sabe que son universales, y quizá<br />
la explicación de que lo femenino<br />
sea visto siempre como defectuoso<br />
es precisamente que para la<br />
mentalidad patriarcal la feminidad<br />
es eso: carencia, defecto. No<br />
otra cosa parece pensar la autora<br />
11 Quiero citar especialmente a R.<br />
Buenaventura, J. Marín, C. Ortega, G.<br />
Gullón y E. Lago, entre otros, que en sus<br />
críticas no temen abordar abiertamente,<br />
con inteligencia y sin paternalismos, la<br />
cuestión que nos ocupa.<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
(sí, una mujer) de esa crítica, que<br />
comentando una obra representativa,<br />
según ella, del “tipo de novela<br />
escrita normalmente por<br />
mujeres”, la describe en negativo:<br />
“no plantea… ni refleja… ni se<br />
detiene… ni construye…”.<br />
Pero el mejor ejemplo (confesaré<br />
que es la perla de mi colección)<br />
de la actitud reinante<br />
nos lo da el siguiente artículo<br />
aparecido en El Mundo:<br />
“Lara debe de tener una encuesta de<br />
nombres conocidos por el gran público y<br />
aplica el baremo, la cuota de pantalla y<br />
suma el resultado al perfil de novela que<br />
dicen gusta en sociedad, sobre todo en el<br />
ámbito femenino –las damas leen más–,<br />
según el cual el relato ha de ser delicado,<br />
con encaje, intimismo, sentimiento, cursilería,<br />
mucho atardecer, lluvia tras los<br />
cristales y una depresión de caballo, y ya<br />
tenemos el retrato robot del autor premiado.<br />
(…) La fuerza, la buena literatura,<br />
la cruda realidad, la vida misma, ya no<br />
se lleva en la literatura de los premios.<br />
(…) Como si la literatura fuera un bálsamo<br />
o plumero para quitar el polvo a las<br />
marujas de clase media” 12 .<br />
Se divide la literatura en dos<br />
mitades. Una, la caracterizada<br />
por rasgos tradicionalmente<br />
Ana Martía Matute<br />
masculinos (“fuerza”, “crudeza”),<br />
que, sin embargo, no se califica<br />
de masculina sino de “buena literatura”:<br />
masculino = universal =<br />
bueno. Otra, la destinada a las<br />
mujeres (“gusta […] en el ámbito<br />
femenino”) y que es lo contrario<br />
de “buena”: femenino =<br />
12 A. Pavón: ‘El planeta de los simios’,<br />
El Mundo, 17-10-1996.<br />
particular = malo. Magistral.<br />
¿Literatura (de verdad)<br />
o literatura de mujeres?<br />
La ecuación, cuando se hace explícita,<br />
es como sigue: la literatura<br />
que se vende es la que gusta<br />
al gran público; el gran público<br />
no entiende; por tanto, la<br />
literatura que más se vende es<br />
mala; las mujeres forman el<br />
grueso del gran público; ergo la<br />
literatura que gusta a las mujeres<br />
es mala. En mi opinión, los críticos<br />
que así razonan confunden<br />
varias cosas. Vamos por partes.<br />
De entrada, confunden el<br />
gran público, que evidentemente<br />
es profano en literatura y cuyo<br />
juicio no es garantía de calidad<br />
(aunque desde que apareció el<br />
fenómeno llamado best seller culto<br />
las cosas ya no están tan claras),<br />
con el público formado por<br />
las mujeres. Se sabe, por distintas<br />
encuestas, que las mujeres leen<br />
más, sobre todo narrativa, pero<br />
también se sabe que son amplia<br />
mayoría en las carreras de letras;<br />
de todo lo cual puede deducirse<br />
que son mujeres la mayoría de<br />
lectores de toda literatura: de la<br />
novela rosa a las colecciones de<br />
clásicos (y también, dicho sea de<br />
paso, de esos suplementos y revistas<br />
culturales que tan generosamente<br />
las insultan). Y si se<br />
puede argumentar que existe<br />
una relación causa-efecto (por el<br />
bajo nivel educativo) entre gran<br />
público y mala literatura, no se<br />
ve en cambio cómo podría explicarse<br />
una presunta relación<br />
causal entre público femenino y<br />
mala literatura.<br />
Se da una segunda confusión.<br />
Por una parte, es evidente<br />
que las mujeres sienten un especial<br />
interés por las novelas de<br />
y sobre mujeres, por los mismos<br />
motivos que un lector barcelo-<br />
79
LA NOVELA FEMENIL Y SUS LECTRICES<br />
nés de los años noventa siente<br />
un especial interés (sociológico,<br />
si se quiere, y tanto menos exclusivo<br />
cuanto más culto sea el<br />
lector en cuestión) por la literatura<br />
barcelonesa de los años noventa.<br />
Por otra parte, la literatura<br />
escrita por mujeres y centrada<br />
en personajes femeninos, como<br />
la literatura barcelonesa de los<br />
años noventa, puede ser buena,<br />
mala o regular: incluye desde<br />
Corín Tellado hasta Ana María<br />
Matute, Mercè Rodoreda o Colette.<br />
El cortocircuito se produce<br />
cuando se confunde lo sociológico<br />
con lo estético: cuando<br />
se formula una crítica que en lugar<br />
de fundamentarse en razonamientos<br />
estéticos y dirigirse<br />
contra una obra en particular<br />
(crítica perfectamente legítima),<br />
ataca a tal obra o a su autora en<br />
tanto que representante de su<br />
sexo. En otras palabras, cuando<br />
se da a entender que una obra literaria<br />
es mala porque es de, sobre<br />
o para mujeres. Lo cual, a<br />
fin de cuentas, no es sino una<br />
muestra más –aunque no parece<br />
que nuestros críticos se hayan<br />
percatado de ello– de una tradición<br />
que se remonta por lo menos<br />
a la antigüedad clásica (Juvenal...)<br />
y llega, ay, hasta Roberto<br />
Arlt o Albert Cohen: la de<br />
descalificar o ridiculizar a las<br />
mujeres que escriben o que hacen<br />
uso, en general, de la palabra<br />
pública.<br />
Corazón de ‘maruja’<br />
Podría quizá alguna lectora o<br />
escritora ingenua creer que todo<br />
esto no va con ella; que una<br />
formación universitaria, unos<br />
cuantos cientos de libros leídos,<br />
o, en el caso de la escritora, una<br />
amplia obra, cierto número de<br />
tesis sobre la misma, unos<br />
cuantos premios literarios… la<br />
salvan de la quema. Eso sería<br />
conocer muy mal a los señores<br />
críticos españoles. Basta, en<br />
efecto, echar un vistazo a sus<br />
artículos para comprobar que a<br />
los ojos de los mandarines culturales<br />
de nuestro país toda<br />
mujer que lee, y no digamos<br />
que escribe, es algo así como<br />
los cristianos nuevos a los ojos<br />
de los inquisidores: sospechosa<br />
a priori.<br />
Sepan, pues, todas esas marisabidillas<br />
que:<br />
a) Si alguna vez, debido a la<br />
graciosa y libérrima clemencia<br />
de los señores críticos, y sin que<br />
siente precedente, se le concede<br />
a alguna la absolución, se está<br />
haciendo con ella una excepción<br />
que el crítico aprovecha<br />
para confirmar la consabida regla:<br />
“Hijas de la noche en llamas (...)<br />
constituye un bello soplo de aire fresco<br />
en el panorama actual de nuestra narrativa<br />
escrita por mujeres, más bien<br />
tendente en los últimos años a balancearse<br />
por igual entre cutreces y mojigaterías,<br />
o a caer en feminismos de cuño<br />
añejo o falsos intimismos propios de<br />
internados para señoritas.” 13 .<br />
b) No confundan la absolución,<br />
cuando un crítico tiene a<br />
bien concedérsela, con una patente<br />
de corso, pues si algunas<br />
escritoras consiguen a veces, elevándose<br />
por encima de su sexo,<br />
alcanzar la categoría de “escritores”,<br />
el corazón de maruja que<br />
toda mujer, así sea doctora, lleva<br />
dentro la arrastrará fatalmente al<br />
cieno:<br />
“… la novela femenil (…) en la<br />
que decaen hasta escritores de verdad”<br />
14 .<br />
c) Y de todas maneras, ¿a qué<br />
viene ese insensato furor de intentar<br />
crear personajes femeninos<br />
de fuste, en novelas que a fin de<br />
cuentas sólo leerán mujeres? Sería<br />
echar margaritas a los cerdos y,<br />
además, llover sobre mojado,<br />
pues los novelistas varones (competidores,<br />
cabe suponer a contrario<br />
sensu, por el trono masculino<br />
de la novela difícil e indigesta) ya<br />
dijeron hace un siglo todo lo que<br />
vale la pena decir sobre mujeres:<br />
“Mujeres y hombres compiten en<br />
la actualidad por el trono femenino de<br />
la novela fácil y digestiva que propor-<br />
13 Reseña sin firma de la novela de<br />
Irene Gracia Hijas de la noche en llamas, en<br />
Leer, número 101, primavera de 1999.<br />
(Es lo que Roberta Quance, en el artículo<br />
citado, nota 2, ha llamado “alabar denostando”<br />
y de lo que suministra numerosos<br />
ejemplos).<br />
14 Véase nota 1.<br />
ciona pingües beneficios, pero en ningún<br />
caso han creado ni crearán heroínas<br />
inolvidables como las de los novelistas<br />
del siglo XIX” 15 .<br />
Con todo respeto a aquellas<br />
de mis colegas escritoras que niegan<br />
cualquier especifidad en la<br />
literatura debida a mujeres, ¿no<br />
creen que pueden estar influidas,<br />
aunque sea inconscientemente,<br />
por esta actitud de buena parte<br />
de la crítica (la cual, dicho sea de<br />
paso, es ejercida muy mayoritariamente<br />
por varones 16 )? En<br />
otras palabras ¿han oído ustedes<br />
hablar alguna vez de un curioso<br />
fenómeno psicológico conocido<br />
como síndrome de Estocolmo?<br />
Entren, señores, al callejón<br />
del Gato<br />
Concluyo ya: si una imagen vale<br />
más que mil palabras, creo<br />
que hay una que será, para<br />
nuestros críticos, más elocuente<br />
que cualquier catilinaria: a saber,<br />
su propia imagen en un espejo<br />
que el simple cambio de<br />
un término por otro (de una<br />
víctima por otra, menos habitual<br />
y cómoda) convierte en deformante.<br />
Tomemos por ejemplo<br />
(cf. supra):<br />
“Sentimentalismo y cursilería. Existe<br />
un tipo de novela, normalmente escrito<br />
por mujeres, que habla de sentimientos<br />
a flor de piel y vive en los espacios<br />
donde las emociones constituyen<br />
el único eje en el que se sustenta la narración…”.<br />
Y supongamos:<br />
“Exhibicionismo y pedantería. Existe<br />
un tipo de autobiografía, normalmente<br />
escrito por varones, que habla de<br />
proezas a flor de piel y vive en los espacios<br />
donde las presuntas hazañas políticas,<br />
sexuales e intelectuales del autor<br />
constituyen el único eje en el que se<br />
15 R. Acín, ‘La biblioteca del mañana’,<br />
en Leer, número de verano de 1996.<br />
16 En una semana tomada al azar, la<br />
proporción de artículos de crítica literaria<br />
firmados por varones/por mujeres en los<br />
principales suplementos es la siguiente: en<br />
La Vanguardia de 11 de diciembre de<br />
1998 es de 6 a 2; en Abc (10-12-1998), de<br />
15 a 6; en El País (12-12-1998), de 14 a 1;<br />
en El Mundo (12-12-1998), también de<br />
14 a 1; en Revista de libros y Qué leer de ese<br />
mismo mes, de 25 a 2 y de 8 a 2, respectivamente.<br />
En total, 82 frente a 14.<br />
sustenta la narración…”.<br />
O bien:<br />
“Waltraud Anna Mitgusch sabe escribir,<br />
pero su prosa bordea siempre la<br />
línea semiborrada que separa la buena<br />
literatura de lo que suele llamarse ‘literatura<br />
de mujeres’. Si llegara a controlar<br />
sus efusiones y delirios, sus largas tiradas<br />
poéticas, podría escribir cualquier día<br />
una gran novela”.<br />
E imaginemos:<br />
“Gabriel García Márquez sabe escribir,<br />
pero su prosa bordea siempre la<br />
línea semiborrada que separa la buena<br />
literatura de lo que suele llamarse ‘literatura<br />
de sudacas’. Si llegara a controlar<br />
sus efusiones y delirios, su calenturienta<br />
confusión de lo real con lo mágico,<br />
podría escribir cualquier día una gran<br />
novela”.<br />
Tomemos por último:<br />
“… el perfil de novela que dicen<br />
gusta en sociedad, sobre todo en el ámbito<br />
femenino –las damas leen más–,<br />
según el cual el relato ha de ser delicado,<br />
con encaje, intimismo, sentimiento,<br />
cursilería, mucho atardecer, lluvia tras<br />
los cristales y una depresión de caballo<br />
(…). Como si la literatura fuera un bálsamo<br />
o plumero para quitar el polvo a<br />
las marujas de la clase media”.<br />
Y fantaseemos:<br />
“… el perfil de novela que dicen<br />
gusta en sociedad, sobre todo en el ámbito<br />
obrero –los proletarios leen más–,<br />
según el cual el relato ha de ser fortachón,<br />
con mucho torno, cadena de<br />
montaje, palabrotas, conciencia de clase<br />
y bocadillo de chorizo. Como si la literatura<br />
fuera un bálsamo o plumero<br />
para quitar el polvo a los obreretes”.<br />
Que ustedes lo pasen bien,<br />
señores. n<br />
Laura Freixas es escritora y crítica literaria.<br />
Su última obra publicada es la novela<br />
Entre amigas .<br />
80 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92