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milan kundera - Prisa Revistas

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MAYO 1998<br />

Directores<br />

Mayo 1998<br />

Javier Pradera / Fernando Savater DE RAZÓN PRÁCTICA Precio 900 pesetas N.º 82<br />

JAIME GARCÍA AÑOVEROS<br />

La reforma del Impuesto sobre la Renta<br />

CARLOS GARCÍA GUAL<br />

El debate de las Humanidades<br />

JOSÉ MARÍA<br />

GUELBENZU<br />

Scott Fitzgerald:<br />

El gran perdedor<br />

MILAN<br />

KUNDERA<br />

El velo de la<br />

preinterpretación en llamas<br />

RAFAEL NÚÑEZ<br />

FLORENCIO<br />

El terrorismo en España<br />

hace un siglo<br />

ROBERTO L. BLANCO VALDÉS<br />

Altos cargos y control parlamentario


DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

Dirección<br />

JAVIER PRADERA Y FERNANDO SAVATER<br />

Edita<br />

PROMOTORA GENERAL DE REVISTAS<br />

Presidente<br />

JESÚS DE POLANCO<br />

Consejero Delegado<br />

JUAN LUIS CEBRIÁN<br />

Director General<br />

JAVIER DÍEZ DE POLANCO<br />

Director Gerente<br />

IGNACIO QUINTANA<br />

Coordinación Editorial<br />

NURIA CLAVER<br />

Maquetación<br />

ITALA SPINETTI<br />

Ilustraciones<br />

JUSTO BARBOZA<br />

(San Juan, Argentina,1938) trabajó<br />

hasta su exilio (tras el golpe de Estado<br />

de 1976) en actividades relacionadas<br />

con las artes plásticas, el diseño, los<br />

medios audiovisuales y la docencia.<br />

En 1981 obtuvo la nacionalidad<br />

española; a partir de 1982 ha<br />

ilustrado artículos en el diario El País<br />

y ha realizado diversas exposiciones<br />

de escultura y grabado.<br />

Caricaturas<br />

LOREDANO<br />

Francis Scott<br />

Fitzgerald<br />

Correo electrónico: claves@progresa.es<br />

Internet: www.progresa.es/claves<br />

Correspondencia: PROGRESA.<br />

GRAN VÍA, 32, 2ª PLANTA. 28013 MADRID.<br />

TELÉFONO 91 / 538 61 04. FAX: 91 / 522 22 91.<br />

Publicidad: GDM. GRAN VÍA, 32, 7ª, 28013<br />

MADRID.TELÉFONO 91 / 536 55 00.<br />

Impresión: MATEU CROMO.<br />

Depósito Legal: M. 10.162/1990.<br />

Esta revista es miembro de ARCE<br />

(Asociación de <strong>Revistas</strong><br />

Culturales Españolas)<br />

Distribución: ÍTACA<br />

LÓPEZ DE HOYOS, 141. 28002 MADRID.<br />

Para petición de suscripciones<br />

y números atrasados dirigirse a:<br />

Edisa. López de Hoyos, 141. 28002 Madrid.<br />

Teléfono 902 / 25 35 40<br />

S U M A R I O<br />

NÚMERO 82 MAYO 1998<br />

EL VELO DE LA<br />

MILAN KUNDERA 2 PREINTERPRETACIÓN EN LLAMAS<br />

LA REFORMA DEL IMPUESTO<br />

JAIME GARCÍA AÑOVEROS 05 SOBRE LA RENTA<br />

ALTOS CARGOS<br />

ROBERTO L. BLANCO VALDÉS 14 Y CONTROL PARLAMENTARIO<br />

EL DEBATE<br />

CARLOS GARCÍA GUAL 24 DE LAS HUMANIDADES<br />

LAS HUMANIDADES EN LA ESCUELA<br />

JAVIER AGUADO 31 Entre el casticismo nacional<br />

y la libre vacuidad<br />

ALEJANDRO<br />

MIQUEL NOVAJRA 38 MI HISTORIA ES MÍA<br />

Literatura Scott Fitzgerald:<br />

José María Guelbenzu 46 El gran perdedor<br />

Ensayo<br />

Thomas S. Harrington 50 Invenciones de Españas<br />

Historia El terrorismo en España<br />

Rafael Núñez Florencio 52 hace un siglo<br />

Sociología La profesionalización<br />

Juan José García de la Cruz 59 de la tropa<br />

Artes Plásticas Resurrección<br />

José María García López 66 del cadáver exquisito<br />

Política Cómo desapareció la prensa<br />

César Leante 68 independiente en Cuba<br />

Cine Diálogo con Ricardo Franco<br />

Augusto M. Torres 73 Sobre ‘La buena estrella’<br />

Entrevistas Imaginarias<br />

Jesús Ferrero 78 Francis Scott Fitzgerald


EL VELO DE LA<br />

PREINTERPRETACIÓN EN LLAMAS<br />

EL HOMBRE DEL RUIDO<br />

Otra estancia en Bohemia: en casa de<br />

otro amigo, tomo al azar de la biblioteca<br />

un libro de Jaromir John, novelista checo<br />

de los años veinte y treinta. Autor culto,<br />

refinado, olvidado desde entonces. Leo<br />

esa novela, El monstruo de explosión, por<br />

primera vez en 1992. Escrita hacia 1932,<br />

cuenta una historia que transcurre 10<br />

años antes, durante los primeros años de<br />

la República checa nacida en 1918. El señor<br />

Engelbert, asesor forestal en el antiguo<br />

régimen de los Habsburgo, se retira<br />

por aquel entonces a Praga tras su jubilación;<br />

pero, al toparse con la moderna<br />

agresividad de la joven República, es presa<br />

de una decepción tras otra. Una situación<br />

nada nueva. Sin embargo, lo inédito<br />

–lo que define ese mundo moderno, lo<br />

que pasará a ser la pesadilla de Engelbert–<br />

no es el poder del dinero o la insensibilidad<br />

de los arribistas (aunque todo eso<br />

contribuya también a su decepción) sino<br />

el ruido; el nuevo ruido, el de las máquinas<br />

y los aparatos encarnados en primer<br />

lugar por los automóviles y las motocicletas:<br />

los monstruos de explosión.<br />

Pobre señor Engelbert: se instala primero<br />

en una casa en un barrio residencial;<br />

allí, los automóviles le descubren por<br />

vez primera la existencia del mal sonoro<br />

que convertirá su vida en una huida sin<br />

fin. Se muda a una casa elegante situada<br />

en otro barrio, encantado de que en su<br />

calle los automóviles tengan prohibido el<br />

acceso. Ignorando que la prohibición era<br />

tan sólo temporal, se aterra la noche en<br />

que oye zumbar los monstruos de explosión<br />

bajo su ventana. A partir de entonces<br />

se lleva a la cama toda suerte de tampones<br />

para los oídos y comprende que<br />

“dormir es el anhelo humano más fundamental<br />

y que la muerte causada por la<br />

imposibilidad de conciliar el sueño debe<br />

de ser la peor de las muertes”. Busca (inútilmente)<br />

el silencio en hoteles rurales, en<br />

MILAN KUNDERA<br />

casa de antiguos condiscípulos de instituto<br />

(inútilmente) y acaba pasando las noches<br />

en los trenes, que le procuran, con<br />

su ruido suave y arcaico, un sueño relativamente<br />

apacible.<br />

Con todo, si bien puedo permitirme<br />

imaginar a Engelbert como un hombre<br />

real que hubiera escrito su autobiografía,<br />

apuesto a que su confesión no se hubiera<br />

parecido al texto del novelista. ¡Reconocer<br />

que el ruido de los automóviles había<br />

cambiado su vida más que la independencia<br />

de su país, durante tanto tiempo<br />

anhelada, sería para el anciano una confesión<br />

inconfesable! Porque (como todos<br />

nosotros) vivió en un mundo preinterpretado.<br />

La libertad, la independencia nacional,<br />

la democracia, o (visto desde el ángulo<br />

opuesto) el capitalismo, la explotación,<br />

la desigualdad social, son nociones<br />

muy serias, sagradas, capaces de explicar<br />

el comportamiento humano. A ello debe<br />

remitirse toda biografía seria. El ruido<br />

tan sólo puede ocupar un puesto marginal,<br />

a pie de página, como una molestia<br />

anodina y, en definitiva, más bien graciosa.<br />

Sin embargo, en vez de tomarse en<br />

serio la preinterpretación del mundo, el<br />

novelista se concentró en la vida concreta<br />

de un hombre concreto y llegó a una<br />

comprobación a la vez modesta y enorme:<br />

el hombre moderno es el que vive en<br />

un mundo desertado por el silencio; o<br />

más exactamente: en un mundo donde la<br />

antigua relación entre ruido y silencio se<br />

ha invertido: lo excepcional ya no es el<br />

ruido (música incluida), sino el silencio.<br />

Descubrimiento considerable; porque<br />

lo que cambió, marcó y remodeló la<br />

vida de Engelbert no fue el nacimiento<br />

de la República independiente (con ser<br />

Engelbert un gran patriota) ni los inventos<br />

técnicos que facilitan la vida (avión,<br />

teléfono, aspirador, telégrafo) ni el régimen<br />

democrático (que debió de contras-<br />

tar con la monarquía que lo había precedido);<br />

lo que cambió de cabo a rabo su<br />

vida fue la inversión de la relación entre<br />

ruido y silencio.<br />

Las múltiples consecuencias de esta<br />

inversión podrían llamarse existenciales:<br />

otra relación con la naturaleza, con el descanso,<br />

con la belleza, con la música, también<br />

algo que me parece de una importancia<br />

excepcional: otro lugar concedido a<br />

la palabra. La omnipresencia del ruido<br />

provoca no sólo una alergia al ruido (lo<br />

cual es una evidencia médica), sino también<br />

(lo cual es una sorpresa existencial)<br />

una necesidad de ruido; de esa evidencia<br />

resulta, por ejemplo, que, en la radio, la<br />

palabra vaya casi regularmente acompañada<br />

por un fondo sonoro, ya sea música o<br />

sonidos reales (de una fábrica, de una calle,<br />

etcétera); para quien escucha, la palabra<br />

queda doblemente confundida: por el<br />

ambiente sonoro de la habitación donde<br />

se halla la radio y por el sonido elaborado<br />

en el estudio. Por tanto, no sólo se oyen<br />

peor las palabras, sino que la palabra, en<br />

general, como tal, ya no ocupa como antes<br />

el lugar privilegiado que tenía en el<br />

mundo sonoro; no incita ya a concentrarse<br />

con atención; la palabra ya no es sino<br />

un ruido entre otros.<br />

EL VELO DE LA<br />

PREINTERPRETACIÓN EN LLAMAS<br />

Cuando John escribió su novela debía de<br />

haber un coche por cada cien praguenses<br />

o tal vez, quién sabe, por cada mil. Precisamente<br />

en esa época en que la sonoridad<br />

ambiental era todavía incipiente es<br />

cuando el fenómeno del ruido pudo captarse<br />

en toda su sorprendente novedad.<br />

Tal vez podamos deducir de ello una regla<br />

general: un fenómeno social no se<br />

percibe mejor en el momento de su máxima<br />

expansión, sino cuando se halla en<br />

sus inicios, casi inocente aún, tímido, in-<br />

2 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


comparablemente más débil de lo que<br />

será el día de mañana.<br />

Fue Kafka quien, por primera vez en<br />

la historia, escribió una novela que se desarrollaba<br />

exclusivamente en el marco de<br />

las oficinas, bajo su poder absoluto, como<br />

si el mundo no fuera sino una única<br />

e inmensa administración. Ello podría<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

inducirnos a pensar que la burocracia del<br />

Imperio austrohúngaro, que inspirara a<br />

Kafka, debió de ser excepcionalmente espantosa<br />

y alcanzar el más alto grado de<br />

locura burocrática en la historia de la<br />

humanidad. Pues bien, no es así. Al<br />

igual que el estruendo de los motores de<br />

explosión en la época de Jaromir John, el<br />

poder burocrático en la época de Kafka<br />

era mucho más débil que el actual. Para<br />

quien fuera capaz de distinguirlo, de verlo,<br />

era aún algo sorprendente. Y la sorpresa<br />

no es sólo fuente de conocimiento,<br />

sino fuente de poesía. Kafka escribió a<br />

Milena Jesenska que las oficinas le fascinaban,<br />

sobre todo, por su aspecto fantástico,<br />

lo cual significa que las decisiones<br />

diferidas, inapropiadas, confusas y que,<br />

sin embargo, pesan como una fatalidad<br />

sobre el destino del hombre, crean situaciones<br />

hasta tal punto insólitas, irreales,<br />

que se asemejan a escenas de un sueño.<br />

A Engelbert aún le sorprendía el ruido.<br />

La generación siguiente ya nació en<br />

el mundo del ruido: era su propio mundo,<br />

su mundo natural (en el sentido: el<br />

que se encontró al nacer); sin que por<br />

ello fuera menos perjudicial, la omnipresencia<br />

del ruido había dejado de ser chocante.<br />

La esencia del hombre había quedado<br />

alterada, modificada; el hombre era<br />

ya otro hombre: el hombre inmerso en el<br />

ruido, el hombre del ruido.<br />

Hoy día, la omnipresencia burocrática<br />

se ha hecho tan evidente que no da<br />

pie a que nos sorprendamos. Es nuestra<br />

naturaleza, hemos nacido en ella. Cuanto<br />

más omnipotente se vuelve, menos visible<br />

es. Llamamos “kafkiano” a lo que<br />

nos parece aberrante, absurdo, anormal,<br />

cuando el mundo kafkiano es el mundo<br />

en el que vivimos todos normalmente,<br />

sin que nos produzca sorpresa alguna.<br />

Pero nada se le escapa tanto al hombre<br />

como, precisamente, el carácter concreto<br />

de su propia vida. De hecho, nos lo demuestra<br />

la lectura de las novelas de Kafka:<br />

a un lector le resulta más fácil comprender<br />

la historia de Kafka como una<br />

alegoría religiosa, o como una confesión<br />

íntima disimulada, que ver en ella la realidad<br />

(fantásticamente transformada),<br />

esa misma realidad a la que todo lector<br />

debe enfrentarse durante su propia vida.<br />

3


EL VELO DE LA PREINTERPRETACIÓN EN LLAMAS<br />

El hombre padece una ceguera existencial<br />

y en ello reside sin lugar a dudas una de<br />

las cualidades humanas fundamentales.<br />

Con Cervantes, esa ceguera se convierte<br />

por primera vez en la historia en el<br />

tema fundamental de una gran obra de<br />

arte. Don Quijote es un caballero fielmente<br />

consagrado a la belleza de la<br />

preinterpretación, la cual era entonces<br />

poética, hermosa, llena de fantasía, por<br />

haberse alimentado de mitos y leyendas:<br />

mágico velo suspendido ante el mundo<br />

concreto. Con Cervantes, ese velo apareció<br />

por primera vez en llamas. Eso me<br />

mueve a pensar que el nacimiento de la<br />

novela arranca con la quema del velo de<br />

la preinterpretación que cubre el rostro<br />

de lo concreto, y que ese gesto incendiario<br />

constituye el acto fundacional del arte<br />

de la novela, gesto repetido posteriormente<br />

en cada novela digna de serlo.<br />

Comparados con el fascinante personaje<br />

de Don Quijote, los guardianes de<br />

la preinterpretación contemporánea son<br />

seres apoéticos, convencionales y aburridos.<br />

La fuente de la preinterpretación<br />

moderna no es ya una literatura mitologizante,<br />

fantástica, poética, sino el discurso<br />

político, moralizante, ideológico.<br />

Hay escritores que, inspirados por mejores<br />

intenciones, se apresuran a investir<br />

de carne novelesca la preinterpretación<br />

momentánea del mundo. Ignoran que,<br />

al hacerlo, se sitúan en el polo opuesto<br />

de Cervantes o de Kafka; que se sitúan al<br />

otro lado de la historia de la novela.<br />

EL MAL GUSTO DE REPETIRSE<br />

Durante una de mis primeras estancias<br />

en la Bohemia descomunizada, un amigo<br />

que ha vivido allí desde siempre me dijo:<br />

lo que necesitamos es un Balzac. Porque<br />

lo que se ha instaurado aquí es una sociedad<br />

capitalista, con todo lo que en ella es<br />

vulgar, cruel y estúpido, con advenedizos,<br />

estafadores y timadores, con la grotesca<br />

chabacanería de los nuevos ricos. La<br />

crueldad del dinero ha sustituido a la<br />

crueldad de la política. La estulticia comercial<br />

ha sustituido a la estulticia ideológica.<br />

Pero lo que convierte esta nueva<br />

experiencia en algo pintoresco es que<br />

conserva, intacta en su memoria, la antigua,<br />

que ambas experiencias se han ensamblado<br />

y que la historia, al igual que<br />

en la época de Balzac, demuestra ser capaz<br />

de generar increíbles embrollos. Mi<br />

amigo me cuenta entonces la historia de<br />

un anciano, antiguo alto funcionario del<br />

partido, quien, hace 25 años, propició la<br />

boda de su hija con el hijo de una gran<br />

familia burguesa expropiada, al que enseguida<br />

facilitó (como regalo de boda) una<br />

brillante carrera profesional; actualmente<br />

este apparatchik vive completamente solo<br />

sus últimos días: la familia de su yerno ha<br />

recuperado los bienes que habían sido<br />

nacionalizados y la hija se avergüenza de<br />

ese padre comunista a quien sólo se atreve<br />

a ver en secreto. Mi amigo se echó a<br />

reír: “¿Te das cuenta? ¡Es, literalmente, la<br />

historia de papá Goriot!” El hombre que<br />

fuera poderoso en la época del terror logra<br />

casar a sus hijas con enemigos de clase<br />

que, tiempo después, en la época de la<br />

Restauración, ya no quieren saber nada<br />

de él, hasta tal punto que el pobre padre<br />

no puede verlas nunca en público.<br />

Mi amigo y yo nos reímos de buena<br />

gana. Hoy me paro a analizar esa risa: a<br />

fin de cuentas, ¿por qué nos reímos?<br />

Se impone la célebre idea de Marx: un<br />

acontecimiento histórico se repite siempre<br />

en forma de farsa. Pero, ¿es realmente tan<br />

“fársica” 1 la historia del anciano apparatchik?<br />

No: su vejez es tan conmovedora y<br />

triste como la de papá Goriot. No es una<br />

situación la que, al repetirse, pasa de repente<br />

a ser cómica; Es el que se repite el<br />

que es cómico. Porque para repetirse (y en<br />

nuestro caso es la propia Historia la que se<br />

repite) se necesita no tener pudor ni memoria<br />

ni inteligencia.<br />

El hecho de que un hombre le diga a<br />

una mujer “te quiero” no tiene en sí nada<br />

de cómico; pero, si se lo dice por vigésimotercera<br />

vez a la vigésimotercera mujer,<br />

con el mismo tono sincero, con la misma<br />

lágrima a punto de saltársele, querámoslo<br />

o no, nos reiremos aunque la vigésimotercera<br />

mujer sea tan querida como la<br />

primera.<br />

Volviendo al viejo apparatchik no es<br />

él el que provocó nuestra risa. La provocó<br />

la Historia.<br />

Y volviendo a la exhortación de mi<br />

amigo praguense: ¿necesita a su Balzac la<br />

época en que vive mi amigo en Bohemia?<br />

Tal vez. Tal vez a los checos les resultaría<br />

útil, ilustrativo e interesante leer novelas<br />

sobre la recapitalización de su país, un ciclo<br />

novelesco amplio y rico, con muchos<br />

personajes, muchas descripciones, escrito<br />

al modo de Balzac. Pero ningún novelista<br />

que se precie escribirá esa novela. Sería<br />

ridículo escribir otra Comedia humana.<br />

Al igual que sería ridículo escribir acerca<br />

de la Segunda Guerra Mundial una nove-<br />

1 Literal de: sifarcique en francés... (y, en francés,<br />

sin las comillas que añado yo aquí por mi<br />

cuenta –y la de Albiñana– por razones obvias).<br />

la al modo de Guerra y paz. Porque, así<br />

como la Historia (la de la humanidad)<br />

puede tener el mal gusto de repetirse, la<br />

Historia de un arte no tolera las repeticiones.<br />

El arte no está ahí para registrar,<br />

cual gran espejo paciente, las infinitas repeticiones<br />

de la Historia. Está ahí para<br />

crear su propia historia. Lo que quede un<br />

día de Europa no será su Historia repetitiva,<br />

que en sí misma no representa valor<br />

alguno. Lo único que puede quedar de<br />

ella es la Historia de sus artes. n<br />

© Milan Kundera<br />

© de la traducción: Javier Albiñana<br />

Milan Kundera es novelista y ensayista. Autor de<br />

La broma y La insoportable levedad del ser.<br />

4 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


LA REFORMA DEL IMPUESTO<br />

SOBRE LA RENTA<br />

1. Introducción 1<br />

La reforma del Impuesto sobre la Renta<br />

de las Personas Físicas (IRPF) está de<br />

moda: conviene analizar si es moda caprichosa<br />

o fundada. Porque no se trata<br />

de retoques a los que los impuestos están<br />

siempre sometidos, sino de un cambio<br />

profundo; tanto que el nuevo impuesto,<br />

sin dejar de pertenecer al género “impuesto<br />

sobre la renta”, presente notables<br />

señales de diferenciación de la figura<br />

que, con tal nombre, tenemos en nuestro<br />

sistema tributario desde 1978. Habrá<br />

que analizar si hay razones para propugnar<br />

un cambio profundo. Y esas razones<br />

están ligadas, lógicamente, a las funciones<br />

que se esperan de un impuesto de este<br />

tipo. Ésta es, en primer lugar, recaudatoria,<br />

pues para eso existen los impuestos;<br />

en segundo lugar, de justicia o<br />

equidad, pues los impuestos, al discriminar<br />

a los ciudadanos mediante la apropiación<br />

de sus medios económicos de<br />

una u otra manera, responden a criterios<br />

de reparto de la carga entre los afectados;<br />

económicas de diverso tipo, según ideas<br />

de estabilidad y crecimiento económico,<br />

pues de una manera u otra pueden ser<br />

más o menos dañinos, si suponemos que<br />

la suma bondad económica se produce<br />

en una teórica situación (y tan teórica)<br />

en que el impuesto no existe. Empecemos<br />

por la recaudación.<br />

2. El IRPF y la recaudación<br />

El informe de la Comisión para el Estudio<br />

y Propuestas de Medidas para la Reforma<br />

del Impuesto sobre la Renta de las<br />

Personas Físicas (Comisión Lagares), del<br />

1 Cuando a mediados de abril de 1998 se corrigen<br />

pruebas de este trabajo, redactado a principios<br />

de marzo de 1998, ha aparecido el anteproyecto<br />

de ley que establece la nueva regulación del<br />

IRPF. Se tendrá en cuenta este texto en algún comentario,<br />

principalmente en forma de notas.<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

JAIME GARCÍA AÑOVEROS<br />

13 de febrero de 1998 , dice que “el IRPF<br />

actual ha venido perdiendo en los últimos<br />

años una parte muy importante de<br />

su flexibilidad recaudatoria inicial, por lo<br />

que tampoco constituye hoy el instrumento<br />

tributario más adecuado para una<br />

política de estabilidad a largo plazo…”.<br />

No analiza la Comisión cuáles son las<br />

causas de ese estancamiento; se limita a<br />

tomar razón del hecho. Pero los propios<br />

términos en que lo hace suscitan algunas<br />

dudas sobre dichas causas. Se puede<br />

aventurar la hipótesis de que ni siquiera<br />

la primera formulación de este impuesto,<br />

la de 1978, tuvo en sí mucha flexibilidad<br />

recaudatoria; tampoco la segunda, concretada<br />

en 1991. Lo que los datos de crecimiento<br />

recaudatorio enmascaraban<br />

eran precisamente los ininterrumpidos<br />

aumentos de la presión efectiva real por<br />

este impuesto, que se benefició, si así<br />

puede decirse, de una inflación que lo<br />

transformó en exitoso desde el punto de<br />

vista recaudatorio, ya que, desde 1983,<br />

cuando ya se tenían datos sobre los ejercicios<br />

iniciales de su aplicación, se respondió<br />

con la falta de adecuación de tramos<br />

tarifarios y deducciones a las variaciones<br />

del valor del dinero, con alguna<br />

accidental y, por supuesto, insuficiente<br />

acomodación. Este crecimiento, aumento<br />

de carga real para todos los contribuyentes,<br />

silencioso, por el mero efecto de la<br />

inflación operando sobre tramos y deducciones<br />

nominalmente invariados, explica<br />

la “flexibilidad recaudatoria” inicial,<br />

y también el estancamiento final, que ha<br />

coincidido con una notable moderación<br />

de la inflación. Más en concreto, lo que<br />

incide en la menor flexibilidad es la moderación<br />

de los crecimientos salariales, ya<br />

que, como tendremos ocasión de ver con<br />

posterioridad, la retribución del trabajo<br />

dependiente es la fuente principal no sólo<br />

de la recaudación, sino de la flexibilidad<br />

de ésta.<br />

La ausencia de elasticidad-renta en<br />

este impuesto no es una cuestión tan reciente,<br />

y no se vislumbra el mecanismo<br />

para conseguirla de una manera estable,<br />

fundada, como no sea el mejor control de<br />

algunas rentas no salariales. Pero la insuficiencia<br />

recaudatoria no es causa suficiente<br />

para propugnar una “ruptura” en<br />

la manera de concebir el impuesto. No<br />

son razones recaudatorias las que determinan<br />

una tendencia al cambio digamos<br />

casi radical. Si éste fuera el problema, las<br />

medidas a adoptar tendrían que ser otras,<br />

distintas de las que la Comisión Lagares<br />

propone.<br />

3. El IRPF y la justicia<br />

En mi opinión, la primera razón “intrínseca”<br />

para hacer un cambio profundo en<br />

el IRPF actual es su chocante falta de<br />

equidad. Conviene detenerse en este aspecto,<br />

menos destacado en general. La<br />

propia Comisión Lagares lo trata con<br />

cierta amplitud pero indirectamente, al<br />

analizar las ventajas de sus propuestas<br />

desde el punto de vista de la equidad. Pero<br />

es que, además, las resistencias a estas<br />

propuestas pretenden fundarse en la adecuación<br />

a la equidad del impuesto actual,<br />

lo que es un contrasentido.<br />

No hay que olvidar que la fundamentación<br />

del sistema tributario en el principio<br />

de capacidad y la exigencia de progresividad<br />

en el mismo son de carácter constitucional<br />

(art. 31 CE). Aunque en éste y<br />

en muchos otros campos la constitucionalidad<br />

de lo que se dice, promete o aspira<br />

se da por supuesta, lo cierto es que las<br />

exigencias constitucionales vetan soluciones<br />

que pueden ser plausibles desde muchos<br />

puntos de vista.<br />

El impuesto personal progresivo sobre<br />

la renta global es uno de los cauces<br />

más idóneos para conseguir ajustar el sistema<br />

a la capacidad y dotarlo de un grado<br />

efectivo de progresividad. No es el único,<br />

5


LA REFORMA DEL IMPUESTO SOBRE LA RENTA<br />

desde luego; la progresividad puede lograrse,<br />

de una manera más burda, con<br />

otros impuestos, como, en primer lugar,<br />

el de patrimonio, y también los impuestos<br />

indirectos, como el Impuesto sobre el<br />

Valor Añadido (IVA), mediante un manejo<br />

adecuado de la diversidad de tipos<br />

en relación con ciertos productos y con<br />

otros impuestos indirectos de menor incidencia<br />

recaudatoria.<br />

Pero, sobre todo, el impuesto personal<br />

sobre la renta global cumple esas funciones<br />

de adecuación a la capacidad con<br />

progresividad a condición de que satisfaga<br />

las exigencias de globalidad en la renta<br />

gravada. En ese caso, ningún impuesto lo<br />

hace como él. Pero en la medida en que<br />

se aleja de ese ideal, no sólo es que cumple<br />

peor esas funciones de equidad, sino<br />

que introduce fuertes componentes de<br />

equidad a la inversa, o, si quieren, iniquidad,<br />

injusticia. No sólo es que falte equidad;<br />

es que sobra falta de equidad: no sólo<br />

algunos o algunas rentas dejan de tributar,<br />

sino que las que lo hacen no<br />

tributan más que proporcionalmente en<br />

función de su cuantía sino de una manera<br />

más o menos errática y con frecuencia<br />

en razón inversa de la renta global, de las<br />

capacidades económicas. No se cumple el<br />

principio de igualdad, ligado a la capacidad,<br />

de tributación igual de los iguales y<br />

desigual de los desiguales. Si la progresividad<br />

aparencial es muy alta, la iniquidad<br />

crece exponencialmente.<br />

Hay que tener bien presente algo elemental:<br />

la progresividad en el impuesto<br />

personal sólo tiene sentido de equidad<br />

efectiva si alcanza a la globalidad de esa<br />

manifestación de capacidad, en este caso<br />

la renta. La progresividad fuerte para partes<br />

de renta es una evidente iniquidad.<br />

Así se concluye si la progresividad se<br />

quiere fundamentar en el principio de<br />

igualación del sacrificio marginal de los<br />

contribuyentes, como si se quiere funda-<br />

mentar en el criterio más pragmático de<br />

la redistribución, pues es claro que la carga<br />

mayor de la redistribución no actúa<br />

sobre los que más renta tienen, sino sobre<br />

algunos, o pocos, entre ellos; que una sola<br />

fuente de renta, y especialmente la del<br />

trabajo, sea la matriz de la redistribución<br />

es un iniquidad tan evidente como inconstitucional.<br />

Pues eso es lo que sucede<br />

en nuestro sistema del IRPF actual. He<br />

afirmado antes que este sistema es distinto<br />

del que nació en 1978, y muy distinto.<br />

El de 1978 reunía, a estos efectos, las siguientes<br />

características:<br />

n Gravaba la renta global, sin excepciones<br />

apreciables, incluidas las plusvalías.<br />

n Gravaba esa renta como un todo<br />

imputable a un sujeto, sometiéndola toda<br />

ella a una sola tarifa progresiva.<br />

n Determinaba la renta en coherencia<br />

plena con el principio de que había de<br />

tratarse de una renta global neta; admitía,<br />

por tanto, la deducción de todos los gastos<br />

necesarios para obtener la renta, sea<br />

cual fuera su fuente; admitía, por tanto,<br />

la compensación entre ganancias y pérdidas<br />

y renta que proviniera de las distintas<br />

fuentes, sin discriminación.<br />

n El impuesto era muy progresivo por<br />

el sistema de deducciones en la cuota, pero<br />

la tarifa era moderada, en cuanto que<br />

el tipo medio de gravamen máximo era<br />

del 40%.<br />

Este sistema tropezó con dificultades<br />

en su aplicación, y principalmente el problema<br />

de la evasión, determinado en parte<br />

por la inadecuación de los aparatos administrativos<br />

a la gestión de este impuesto.<br />

El sistema actual tiene, por el contrario,<br />

las siguientes características:<br />

n No grava la renta global; hay excepciones<br />

apreciables, como son gran parte<br />

de las rentas del capital mobiliario, por el<br />

mecanismo de los fondos de inversión y<br />

planes de pensiones, y discriminación entre<br />

residentes y no residentes.<br />

n No grava la renta como un todo, sino<br />

que se fracciona en porciones a las que<br />

se aplican tarifas o tipos que, en definitiva,<br />

son diferentes.<br />

n No es coherente con el principio,<br />

inseparable de la medida de la capacidad,<br />

de la renta neta; mediante un sistema<br />

discriminatorio de gastos deducibles, en<br />

ocasiones se gravan rentas brutas o “semibrutas”,<br />

y no se permiten las compensaciones<br />

lógicas entre ganancias y pérdidas<br />

que confluyen en el periodo en un<br />

sujeto.<br />

n La tarifa es progresiva y fuerte;<br />

56% de tipo marginal, que aparece además<br />

en unos niveles moderados de renta<br />

marginal (en el momento presente, desde<br />

10.750.000 pesetas). En 1979 había que<br />

alcanzar 39 millones, en pesetas de 1998,<br />

para tributar al tipo medio máximo del<br />

40% [Comisión Lagares. Informe, pág.<br />

165]).<br />

En realidad, desde mediados de los<br />

años ochenta quedaron fuera de la base<br />

porciones crecientes de las rentas del capital<br />

mobiliario; y son crecientes porque<br />

el ahorro se ha encaminado principalmente,<br />

y sobre todo en los últimos años,<br />

por este tipo de instrumentos fiscalmente<br />

protegidos, a lo que hay que añadir el fenómeno,<br />

quizá no incrementado pero<br />

apenas disminuido en porcentaje de renta<br />

total, de la evasión.<br />

Y otra consideración importante. En<br />

el año 1978 la diferencia entre el tipo<br />

medio máximo del IRPF (40%) y el del<br />

impuesto de sociedades (35%) era de cinco<br />

puntos porcentuales. La elevación del<br />

tipo marginal del IRPF al 56%, a partir<br />

de tramos de renta no muy altos, con el<br />

mantenimiento del tipo del impuesto de<br />

sociedades, ha hecho que esa diferencia<br />

haya ascendido a 21 puntos porcentuales.<br />

Se comprende que el incentivo para<br />

transferir a las sociedades las fuentes de<br />

renta sea imparable. Claro que no todas<br />

6 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


las fuentes pueden transferirse; de hecho,<br />

las concentraciones personales fuertes o<br />

menos fuertes de capital mobiliario,<br />

cuando no se acogen al sistema de los<br />

fondos de inversión y semejantes, han desaparecido<br />

casi por completo. De este<br />

modo, las rentas de capital mobiliario<br />

que se sustraen al impuesto progresivo<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

han crecido de manera espectacular; y estamos<br />

hablando de actuaciones legales,<br />

no de operaciones de evasión ilegal.<br />

No se trata de discutir aquí la racionalidad<br />

económica de las medidas incentivadoras<br />

del ahorro. Mucho más discutibles<br />

son todas las medidas que han fraccionado<br />

las bases en su atribución individual<br />

JAIME GARCÍA AÑOVEROS<br />

con criterios de comodidad recaudatoria<br />

reñidos con la lógica de equidad del impuesto<br />

global, personal y progresivo.<br />

Tampoco se trata de aceptar la evasión como<br />

realidad insobornable. Pero sí se puede<br />

concluir que en el sistema actual del<br />

IRPF:<br />

n Las rentas del trabajo dependiente<br />

(tampoco todas) en todos sus niveles son<br />

la principal base sobre la que opera una<br />

fuerte progresividad nominal.<br />

n La lógica de la progresividad como<br />

aportadora de equidad ha desaparecido de<br />

este impuesto fragmentado.<br />

n Los contribuyentes que, por su situación<br />

personal, no pueden escapar al<br />

impuesto en toda su implacabilidad tributan<br />

de una manera exagerada, confiscatoria<br />

incluso en bastantes casos.<br />

n La situación de desigualdad es evidente<br />

entre los distintos sujetos, tanto por<br />

razones legales (algunas rentas del capital<br />

mobiliario, por ejemplo) como ilegales<br />

(evasión de rentas variadas).<br />

n El mantenimiento, en estas circunstancias,<br />

de tipos marginales muy altos aumenta<br />

la iniquidad.<br />

Por último, quiero indicar que las<br />

únicas rentas afectadas por esta iniquidad<br />

no son las que pueden considerarse rentas<br />

altas del trabajo dependiente (y de algunas<br />

actividades profesionales y empresariales<br />

muy controladas a través de sus “pagadores”).<br />

Lo que se entiende por rentas<br />

altas es siempre muy relativo, en el sentido<br />

de que suele depender del punto en<br />

que se sitúa el observador. Pero es que el<br />

gravamen acrecentado de esas rentas no<br />

afecta sólo a las altas, sino a las medias y<br />

bajas (con exclusión de las muy bajas, especialmente<br />

las incontroladas); el mantenimiento<br />

de la capacidad recaudatoria del<br />

impuesto sólo se ha podido hacer sobre<br />

estas espaldas, por las razones indicadas, y<br />

porque, además de la inflación implacable<br />

sobre tramos inmutables, el magnífico sis-<br />

7


LA REFORMA DEL IMPUESTO SOBRE LA RENTA<br />

tema (desde la perspectiva de la progresividad)<br />

de las deducciones en la cuota se<br />

ha transformado en un factor de opresión<br />

recaudatoria sobre rentas medias y bajas a<br />

causa de su inmutabilidad (o casi) ante el<br />

fenómeno inflacionario.<br />

Y aquí entra la demagogia. En estas<br />

circunstancias, los tipos altos en la tarifa<br />

progresiva operan como un bálsamo confortador<br />

para quienes están sufriendo una<br />

presión brutal en sus rentas medias y bajas.<br />

La proyección pública de tipos como<br />

el 56%, el 70% en la acumulación sobre<br />

el patrimonio, incluso más del 100%, según<br />

la ley, en algunos casos 2 , deja el espíritu<br />

abierto a considerar el sentido justiciero<br />

de estas sabias normas que tanto daño<br />

deben hacer a algunos.<br />

Pero si se contemplan los datos recaudatorios<br />

por tramos de renta, tanta felicidad<br />

se viene abajo, a poco empeño que se<br />

ponga en razonar. La recaudación correspondiente<br />

a esos altos tramos de la tarifa es<br />

irrisoria; aunque, eso sí, después de haber<br />

gravado seriamente a unos pocos, que no<br />

son todos los que se encuentran, de verdad,<br />

en esos tramos de renta, sino sólo<br />

unos cuantos que no han podido escapar<br />

(se entiende, por vías legales). En las circunstancias<br />

actuales del impuesto del<br />

IRPF, los tipos altos son un espejismo para<br />

tener contentos a los más, sin fruto para<br />

nadie. Y, menos que para nadie, para la<br />

equidad basada en la capacidad económica<br />

real y en la progresividad, para las que<br />

constituyen una irrisión, defendida con<br />

frecuencia desde las alturas de una implacable<br />

justicia tributaria niveladora. Quiero<br />

destacar estas razones porque el actual<br />

IRPF es sustancialmente inconstitucional<br />

por inicuo, en relación con los principios<br />

de capacidad e igualdad de nuestra Constitución.<br />

Y ésta es una razón para su profunda<br />

reforma, al menos tan importante como<br />

la que más, en la que no se suele reparar.<br />

2 Estas situaciones pueden producirse porque<br />

la ley de 1991, después de establecer el tope del<br />

70% de la base, es decir, de la renta neta, para el pago<br />

conjunto del IRPF y el impuesto de patrimonio,<br />

añadió (art. 31) un mínimo en el impuesto de patrimonio,<br />

que es, en cualquier caso, el 20% de la cuota<br />

que corresponde por dicho impuesto. En el caso<br />

de un sujeto que, por ejemplo, tenga su patrimonio<br />

en acciones de una sociedad que un año no reparte<br />

dividendos, en el caso de que no tuviera otra fuente<br />

de renta, tendría ese año una renta cero y, sin embargo,<br />

tendría que pagar, por IRPF e impuesto de<br />

patrimonio, el equivalente al 20% de la cuota del<br />

impuesto de patrimonio. Lo mismo sucede, por<br />

otras razones, en los casos de patrimonios integrados<br />

en gran parte por nudas propiedades, que no<br />

producen ni pueden producir rendimientos gravados<br />

en el IRPF. Los ejemplos pueden multiplicarse.<br />

4. Breve digresión sobre<br />

la política redistributiva<br />

La redistribución mediante la utilización<br />

del sistema público de ingresos y gastos<br />

sólo tiene sentido si se contempla también<br />

el gasto público. El impuesto, cualquier<br />

impuesto, puede llegar a ser confiscatorio<br />

por lo elevado, pero el grado de<br />

redistribución depende sobre todo de la<br />

estructuración del gasto. Por el contrario,<br />

para hacer redistribución a través del sistema<br />

hacendístico no es imprescindible<br />

que la progresividad tenga una imagen escandalosa<br />

medida en dígitos de gravamen;<br />

basta con que el tributo no sea regresivo<br />

y la política de gasto se articule<br />

con criterio redistribuidor, lo que es, en<br />

nuestras sociedades, casi inevitable. De<br />

suyo, un impuesto personal sobre la renta<br />

de carácter proporcional puro puede dar<br />

lugar a una fuerte redistribución si las<br />

prestaciones públicas se hacen con un<br />

simple criterio igualatorio, o, más aún, en<br />

función de las necesidades de los perceptores<br />

no cubiertas o peor cubiertas por su<br />

renta o capacidad económica; de este modo,<br />

cada cual pagaría en función directa<br />

de su renta y percibiría en función directa<br />

de sus necesidades, por lo menos en lo<br />

que se refiere a los servicios públicos divisibles<br />

y personalizables. De hecho, es así<br />

en muchos supuestos; en algunos, al menos<br />

tendencialmente.<br />

Por lo demás, la Constitución manda<br />

que el sistema tributario sea progresivo; y<br />

las funciones de redistribución no son<br />

propiamente mandato constitucional, sino<br />

que habla (art. 40) de “una distribución<br />

de la renta regional y personal más<br />

equitativa”, lo que es mucho, pero es menos<br />

que redistribución. Y, sobre todo,<br />

esas políticas no están vinculadas en exclusiva<br />

al instrumento tributario, ni siquiera<br />

al hacendístico, que incluye el gasto<br />

público. La incidencia de los poderes<br />

públicos, por ejemplo, en la política de<br />

rentas u otras pueden tener un efecto inmediato<br />

sobre la equitativa distribución<br />

de la renta.<br />

Por último, cabe discutir qué es una<br />

política equitativa de distribución personal<br />

de la renta. Para algunos se trata de<br />

perseguir una política igualatoria, lo que<br />

tropieza con dificultades para encajarse<br />

en un sistema de libertades, incluidas las<br />

económicas. Para otros, la equidad distributiva<br />

requiere un gravamen, si no igualitario,<br />

que implique al menos un cercenamiento<br />

llamativo de la renta alta. Pero es<br />

que la distribución equitativa de la renta<br />

exige que nadie baje de unos mínimos razonables,<br />

que lógicamente habrán de ser<br />

cambiantes en el tiempo, en función de<br />

las mejoras que se produzcan en los niveles<br />

económicos, no medios, pero sí generales.<br />

El argumento normalmente utilizado<br />

es el de las diferencias, grandes o pequeñas,<br />

crecientes o decrecientes; pero<br />

también puede estimarse equitativa la situación<br />

en que nadie esté por debajo de<br />

un razonable mínimo, interpretado en<br />

función de las circunstancias cambiantes<br />

a plazo medio y largo.<br />

Estas consideraciones tienen su trascendencia<br />

en el ámbito tributario. Tanto<br />

que la propuesta de la Comisión Lagares<br />

tiene como criterio para fijar un mínimo<br />

a partir del cual se aplica la progresividad<br />

el “mínimo vital exento”, variable según<br />

las cargas personales, y no estable a largo<br />

plazo 3 . A este asunto no me voy a referir<br />

en estas consideraciones, pero de todo<br />

ello resulta que las afirmaciones sobre el<br />

carácter no progresivo, o menos progresivo,<br />

de un impuesto que no tenga tipos<br />

marginales muy altos son, en general,<br />

más bien demagógicas y no pueden admitirse<br />

en el sentido en que se utilizan,<br />

sino teniendo en cuenta todos los aspectos<br />

del problema, que es, desde luego,<br />

complejo.<br />

5. Razones económicas. La inserción<br />

en una unidad económica amplia<br />

Son las que normalmente se invocan para<br />

pedir la reforma del actual IRPF. Me<br />

voy a referir a ellas, pero más brevemente,<br />

porque, de alguna manera, están más<br />

difundidas. De éstas hay algunas que se<br />

derivan del hecho de que la economía española<br />

se inserta en una zona geográficopolítica<br />

en la que las fronteras económicas<br />

han desaparecido, o casi, y en un<br />

mundo de liberalización creciente de las<br />

transacciones económicas internaciona-<br />

3 El anteproyecto incorpora este criterio: en el<br />

artículo 40 fija el mínimo personal en 550.000 pesetas,<br />

y puede ser superior por razón de edad o discapacidad;<br />

este mínimo personal se incrementa, en<br />

su caso, para constituir un mínimo personal y familiar,<br />

en cantidades variables, 100.000 pesetas por<br />

ascendiente mayor de 65 años, en algunos casos, y<br />

200.000 o 300.000 pesetas por hijo, según el número<br />

de éstos; hay otros factores de incremento de<br />

ese mínimo.<br />

A efectos del razonamiento anterior, estos mínimos,<br />

plenamente operativos para aplicar la tarifa<br />

del impuesto, no deben confundirse con el mínimo<br />

vital que refleje la posible calidad de vida, pues<br />

a esas cantidades hay que añadir el conjunto de servicios<br />

públicos gratuitos que se perciben de los entes<br />

públicos (sanidad, educación y otros), que tienen<br />

un alto sentido redistributivo y configuran con<br />

las rentas percibidas, el conjunto de bienes y servicios<br />

disponibles para una persona en una sociedad<br />

solidaria.<br />

8 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


les. Lo primero se concreta en la pertenencia<br />

a la UE; lo segundo, en lo que<br />

usualmente se llama globalización.<br />

Otras, en cambio, derivan de necesidades<br />

intrínsecas de la economía española.<br />

Veamos las primeras. No es necesario,<br />

a estas alturas, dar muchas razones<br />

para algo que es de sobra conocido. En<br />

la Unión Europea, en la medida en que<br />

ha progresado la desaparición de toda<br />

suerte de barreras a la unidad económica,<br />

los Estados miembros han perdido libertad<br />

efectiva de elección tributaria. En<br />

algún caso (notoriamente, el IVA, con<br />

carácter vinculante) ha habido una formal<br />

pérdida (o puesta en común) de soberanía<br />

fiscal de los Estados miembros;<br />

también en materia fiscal correspondiente<br />

a relaciones entre sociedades matrices<br />

y filiales y a fusiones y absorciones.<br />

Pero es que, en lo demás, aunque la<br />

armonización fiscal ha progresado poco,<br />

los Estados se han visto forzados a aproximar,<br />

a la baja, las tributaciones por<br />

impuesto de sociedades y por el de la<br />

renta de las personas físicas; convergencia<br />

efectiva, que se aprecia desde hace<br />

más de 10 años, en tipos y estructuras<br />

tributarias, como, a principios de los noventa,<br />

ya hizo ver el Informe Rudig. Y es<br />

que la lógica de la libertad económica,<br />

aplicada sin restricciones a factores (especialmente<br />

el capital mobiliario) y productos,<br />

conduce inexorablemente a este<br />

tipo de soluciones, que hagan compatibles<br />

las necesidades recaudatorias de los<br />

Estados y las imperiosidades de la competencia.<br />

Los capitales se van de allí<br />

donde la tributación sea pesada, hacia<br />

cielos más benignos; y así quedan afectados<br />

el impuesto de sociedades y el de la<br />

renta. Pero no sólo los capitales mobiliarios<br />

sino todos los demás, incluido el<br />

factor trabajo, salvo que las “compensaciones”<br />

del gasto público sean claramente<br />

“compensadoras” de altos tipos en algunos<br />

países dentro de la UE.<br />

España, en ese mismo periodo, elevó<br />

su imposición por IRPF de una manera<br />

tan silenciosa como implacable; pero,<br />

como hemos visto, no ha sido insensible<br />

a las servidumbres fiscales impuestas por<br />

la libertad de movimiento de capitales, a<br />

través, esencialmente, del tratamiento de<br />

los Fondos de Inversión Mobiliario<br />

(FIM) y otras formas de inversión colectiva.<br />

De este modo se ha creado la realidad,<br />

un poco monstruosa, de un impuesto<br />

que presume de fuerte progresividad<br />

y tipos elevados…, pero para una<br />

parte de la renta, en esencia los rendimientos<br />

del trabajo. Se han tomado tam-<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

bién otras medidas “estructurales” que<br />

afectan al gravamen de las rentas de capital,<br />

como las que han procurado paliar<br />

la “doble imposición económica” de los<br />

beneficios de las sociedades y los dividendos,<br />

y otras sobre retenciones a no<br />

residentes. Por no hablar de otras con<br />

otros efectos, como la reducción de tramos<br />

en la tarifa progresiva y la exoneración,<br />

o tratamiento más beneficioso fiscalmente,<br />

de los incrementos patrimoniales<br />

4 . De este modo, no sólo por<br />

razones de equidad, a las que nos hemos<br />

referido antes, sino para evitar las distorsiones<br />

en la localización de capitales y<br />

otros factores, se impone la acomodación<br />

del impuesto sobre la renta a “lo<br />

que se está haciendo por ahí fuera”. Y ésta<br />

es una de las poderosas razones para la<br />

reforma profunda.<br />

6. Razones económicas. El ahorro<br />

La incentivación del ahorro es otro de<br />

los motivos para la reforma. Me detendré<br />

poco en este extremo. El ahorro está<br />

incentivado, en nuestra situación tributaria<br />

actual, en cuanto fuente de renta<br />

gravada, aunque no de una manera homogénea,<br />

sino a través de ciertas formas<br />

de ahorro. También está, dado el contexto<br />

general, incentivado el ahorro que<br />

proviene de las rentas del capital. En<br />

cambio, y salvo lo que corresponde a los<br />

planes de pensiones, con sus limitaciones,<br />

la formación de ahorro procedente<br />

de las rentas del trabajo está discrimina-<br />

4 Con tratamiento de total o parcial exoneración<br />

fiscal en la mayoría de los países de la UE. Según<br />

un informe de la Comisión de las Comunidades<br />

Europeas, de 22 de octubre de 1996, “entre<br />

1980 y 1994, el promedio comunitario del tipo<br />

tributario implícito aplicado al trabajo por cuenta<br />

ajena aumentó de forma constante del 34,7% al<br />

40,5%. Este mismo indicador referido a otros factores<br />

de producción (capital, trabajo por cuenta<br />

propia, energía, recursos naturales) disminuyó del<br />

44,1% al 35,2%...”.<br />

Y para detener la ruinosa competencia a la baja,<br />

el Consejo Ecofin de 2 de diciembre de 1997 ha<br />

aprobado que la Comisión presente una propuesta<br />

de directiva sobre fiscalidad del ahorro con el fin<br />

de garantizar un mínimo de imposición efectiva de<br />

las rentas del ahorro dentro de la Comunidad, y<br />

para evitar distorsiones perjudiciales de la competencia.<br />

También ha aprobado un código de conducta<br />

sobre la fiscalidad de las empresas que se refiere<br />

a las medidas fiscales que pueden influir de<br />

manera significativa en la radicación de la actividad<br />

empresarial dentro de la comunidad.<br />

Los órganos comunitarios expresan de una<br />

manera u otra su preocupación por el descenso de<br />

tributación de las rentas de capital, no sólo por razones<br />

recaudatorias de los Estados miembros, obligados<br />

a situaciones próximas al equilibrio presupuestario,<br />

sino porque no tiene mucho sentido una<br />

tributación relativa mayor de las rentas de trabajo<br />

en situación alarmante de desempleo.<br />

JAIME GARCÍA AÑOVEROS<br />

da negativamente; y precisamente porque<br />

la tarifa progresiva en todo su esplendor<br />

opera esencialmente sobre rentas<br />

del trabajo, altas o bajas. En este aspecto<br />

haría falta más homogeneidad,<br />

menos discriminación del ahorro por<br />

sus fuentes y por su materialización, y,<br />

además, quizá un estímulo adicional para<br />

aumentar la cuota de ahorro (de formación<br />

bruta de capital) de nuestra economía.<br />

Esta segunda parte es más dudosa; y<br />

no me refiero con ello al incremento del<br />

porcentaje del PIB que se destina a la<br />

formación bruta de capital, sino a la idoneidad<br />

de la utilización de un incentivo<br />

fiscal del ahorro frente al consumo. No<br />

sé si, en condiciones de tratamiento fiscal<br />

no discriminatorio (neutral) de las<br />

distintas fuentes y formas de ahorro, y<br />

con una tarifa de tipos más moderados<br />

que los que tiene la presente, sería necesario<br />

un incentivo fiscal adicional. Porque<br />

la economía española ha mostrado<br />

en los últimos cinco años un aumento<br />

de la propensión al ahorro voluntario<br />

muy notable y casi espectacular; pero<br />

por las motivaciones básicas que determinan<br />

en las personas la posposición del<br />

consumo presente, a causa de incertidumbres<br />

surgidas respecto al sistema público<br />

de pensiones para los futuros, y<br />

aun muy futuros, pensionistas, y respecto<br />

a la seguridad de la principal fuente<br />

de renta para la mayoría de la población,<br />

individualmente considerada: el trabajo<br />

dependiente.<br />

Aquí se pueden seguir distintos caminos<br />

según lo que se quiera lograr. Pero no<br />

hay que olvidar que se puede establecer<br />

algún mecanismo que implique disminución<br />

recaudatoria y que no produzca ninguna<br />

suerte de “discriminación positiva”,<br />

porque la gente haga lo que de todos modos<br />

hubiera hecho en ausencia de la medida<br />

fiscal favorable; situación no tan rara<br />

con algunos “incentivos” fiscales que<br />

son, desde luego, beneficios fiscales, pero<br />

que de incentivos no tienen nada, pues<br />

nada cambian 5 .<br />

5 El anteproyecto no incluye medidas de incentivo<br />

del ahorro genérico, lo que se consigue, obviamente,<br />

por la reducción de la tarifa. Sí incluye<br />

medidas de incentivo del ahorro en cuanto se materializan<br />

en determinados instrumentos de inversión<br />

(planes de pensiones) o a través del trato beneficioso<br />

de las rentas procedentes de otros instrumentos<br />

(fondos de inversión, por ejemplo). En tal sentido,<br />

las modificaciones introducidas sobre la regulación<br />

actual son más bien de detalle, con alguna excepción,<br />

como los seguros de vida, que son tratados<br />

con más “dureza” que en la legislación vigente.<br />

9


LA REFORMA DEL IMPUESTO SOBRE LA RENTA<br />

7. Otras razones económicas<br />

y de justicia entrelazadas:<br />

la generalidad del impuesto<br />

Con frecuencia, los expertos y aficionados<br />

a estos asuntos, y asesores y recomendadores<br />

diversos, apuntan a una especie<br />

de piedra filosofal para aumentar o<br />

mantener la recaudación por este impuesto,<br />

aun introduciendo moderación<br />

en tipos o tarifas: los gastos fiscales.<br />

Concepto que se utiliza con gran ligereza<br />

y no poca confusión, procedente de la<br />

que se da, técnicamente, entre supuestos<br />

de exención o reducción y los de no sujeción.<br />

Distinción que, por cierto, se suprimió<br />

en la vigente regulación del IRPF<br />

de 1991, con notable retroceso de la técnica,<br />

y, lo que es más grave, con perjuicio<br />

de la equidad en la distribución de la<br />

carga, perjuicio que, en ocasiones, suele<br />

revestir los caracteres de lo inconstitucional<br />

6 .<br />

Por ejemplo, en la estructura actual<br />

del impuesto la deducción por hijos no<br />

es una exención, sino una exigencia de la<br />

acomodación del impuesto a las circunstancias<br />

personales de cada sujeto, pues<br />

los hijos desequilibran la capacidad del<br />

sujeto en comparación con quien no los<br />

tiene, ya que atenderlos es una obligación<br />

que incrementa sus necesidades de<br />

gasto. Sería absurdo contemplar la disminución<br />

de recaudación que esa deducción<br />

supone como “gasto fiscal”; no es<br />

un gasto fiscal, sino una exigencia de la<br />

justicia en cuanto vinculada al gravamen<br />

de la renta como manifestación de una<br />

capacidad económica; de tal modo que,<br />

de no existir esa deducción (en la estructura<br />

actual, repito), el impuesto sería inconstitucional<br />

e injusto. Hay otros supuestos<br />

que generan más discusión, como<br />

la deducción de intereses por los<br />

créditos asumidos para adquirir una vivienda<br />

propia, que constituye una fuente<br />

de renta gravada (más bien, aquí, la injusta<br />

inconstitucionalidad está en la limitación<br />

en la deducción), o la de gastos<br />

de enfermedad. Pero con esto quiero significar<br />

que no cualquier minoración recaudatoria<br />

es gasto fiscal suprimible;<br />

pues algunos no lo son, porque no son<br />

deducciones caprichosas o incentivadoras,<br />

sino exigencias de la esencia misma<br />

del impuesto que grava la renta (renta<br />

neta, claro) en condiciones que tiendan<br />

a producir eso que es exigencia constitucional,<br />

la tributación igual de los iguales.<br />

6 El anteproyecto mantiene la no distinción<br />

entre supuestos de exención y de no sujeción.<br />

A pesar de lo cual hay muchos “gastos<br />

fiscales” en sentido estricto, perfectamente<br />

prescindibles (aunque haya una notable<br />

resistencia social a prescindir de algunos<br />

de ellos); más aún, prescindir de algunos<br />

de ellos es una exigencia de justicia constitucional,<br />

por respeto a los principios de<br />

capacidad e igualdad que impone (art. 31)<br />

la Constitución. Hay que tener presente<br />

que en este impuesto las desviaciones de la<br />

“norma” del impuesto, las exenciones que<br />

constituyen excepciones a la capacidad e<br />

igualdad, son especialmente graves y perturbadoras<br />

de la justicia, precisamente por<br />

el carácter progresivo de la tarifa.<br />

La consecuencia más inmediata e inevitable<br />

de cualquier exención es que proporciona<br />

un beneficio desigual a los favorecidos<br />

por la misma, pues consiste en la<br />

ausencia de tributación sobre la cantidad<br />

exenta; y el tipo que en cada caso se aplicaría<br />

y se deja de aplicar depende del resto<br />

de la renta global de que el sujeto disponga,<br />

por lo que es superior para el de renta<br />

alta que para el sujeto de renta media o<br />

baja. Un ejemplo fácil de comprender es<br />

la exención de los premios de la Lotería<br />

Nacional. Un premio de un millón de pesetas<br />

produce, como consecuencia de la<br />

exención, un beneficio de 560.000 pesetas<br />

al premiado que alcance, en su renta previa,<br />

el tipo marginal máximo, mientras<br />

que el mismo premio de un millón genera<br />

un beneficio de 200.000 pesetas a quien<br />

se encuentre, por su renta previa, en los tipos<br />

más bajos de la tarifa; incluso puede<br />

ser prácticamente nulo, si se trata de premiados<br />

que rondan la indigencia en<br />

renta 7 . De tal modo que cualquier exención,<br />

por mínima que sea, origina normalmente<br />

un tratamiento discriminatorio en-<br />

7 El anteproyecto no aborda la supresión de<br />

esta concreta exención, sino que abre la puerta para<br />

que exista una moderación de la exención a través<br />

de las leyes de presupuestos de cada año.<br />

8 Se mantienen en el anteproyecto exenciones<br />

de la ley actual, sin haberlas sometido a una revisión<br />

acorde con estos criterios de generalidad y capacidad;<br />

destaca, por ejemplo, por su alejamiento<br />

de este criterio, la exención del artículo 7 e), referente<br />

a las indemnizaciones por despido del trabajador,<br />

o las del artículo 7 b) y g), sobre retribuciones<br />

por incapacidades permanentes; en algún caso,<br />

resulta claramente afectado el principio de desigualdad,<br />

como las becas públicas. En general, no<br />

existe la preocupación de acomodar las exenciones,<br />

aun permaneciendo vigentes, al principio de capacidad,<br />

como en la situación actual. Es cierto que algunas<br />

tienen escasa importancia recaudatoria, y<br />

que en algún caso (becas públicas frente a becas<br />

privadas) ha sido declarada conforme a la Constitución<br />

por el Tribunal Constitucional. También es<br />

cierto que el retoque de algunas exenciones tropezaría<br />

con gran resistencia social y política. Aunque<br />

no se trata técnicamente de una exención, la incen-<br />

tre los exentos, al ser la tarifa progresiva.<br />

Por lo cual sería muy de recomendar la revisión<br />

cuidadosa de las exenciones en este<br />

impuesto; y, para las que debieran permanecer,<br />

su sustitución por una técnica diferente,<br />

menos discriminatoria 8 .<br />

Pero es que, además, hay otras razones<br />

más hondas: la exención, aun prescindiendo<br />

de este efecto discriminatorio debido a<br />

la progresividad, es siempre una excepción<br />

a los principios constitucionales que fijan<br />

los criterios de distribución de la carga tributaria<br />

entre los contribuyentes: generalidad,<br />

capacidad e igualdad. La exención es<br />

una excepción. Como es sabido, los principios<br />

y los derechos constitucionales no<br />

tienen carácter absoluto y, en la práctica,<br />

entran con frecuencia en colisión, por lo<br />

que pueden dejar de aplicarse, en todo o<br />

en parte, en casos concretos, que constituyen<br />

excepciones, que serán legítimas si se<br />

amparan en algún valor o principio constitucional.<br />

Como ha reiterado el Tribunal<br />

Constitucional, la excepción ha de ser, en<br />

este sentido, “razonable”; en mi opinión,<br />

ha de tener amparo constitucional y ha de<br />

reunir un segundo requisito: la inexistencia<br />

de un método o medio alternativo que<br />

proporcione una cobertura racional de ese<br />

valor que se quiere proteger, menos dañino<br />

para el trinomio generalidad-capacidad-igualdad<br />

que la excepción, por su propia<br />

naturaleza, vulnera. El mundo de las<br />

exenciones o reducciones tributarias en general,<br />

y el de las del impuesto personal<br />

global progresivo en particular, es campo<br />

apto para el ejercicio de la demagogia o, al<br />

menos, un cierto “sentimentalismo” tributario<br />

y con perjuicio más o menos grave de<br />

tivación de la adquisición de la vivienda propia en<br />

el anteproyecto merece alguna consideración.<br />

Cuando la vivienda propia produce, como ahora,<br />

una renta computable (al considerársele bien de inversión),<br />

es lógico que los gastos incurridos para<br />

esa adquisición sean deducibles (interés pagado para<br />

financiarla); cuando, como en el anteproyecto,<br />

no es así (por considerarse un bien de consumo,<br />

caso de empleo de renta), el costo de la financiación<br />

para adquirirla es más consumo, y no debe<br />

deducirse, según el criterio de la renta neta, como<br />

exteriorización de la capacidad. Luego cualquier<br />

beneficio, en este sentido, tiene razón de exención<br />

o excepción. La demagogia de las lamentaciones<br />

por la “disminución” de esta ventaja respecto de la<br />

situación actual es típica: no se considera que ha<br />

desaparecido la renta imputada de la vivienda en la<br />

base del impuesto. Pueden quedar otras razones de<br />

política económica y social que justifiquen el “beneficio”;<br />

pero, ¿seguro que es razonable una incentivación<br />

de la adquisición de vivienda propia, que<br />

aporta notable rigidez a los mercados de trabajo?<br />

¿No sería más razonable incentivar el uso de vivienda<br />

por los titulares de baja renta por sistemas<br />

de alquiler? Pero la demagogia tiene sus secretas leyes<br />

que nadie ha escrito. Pudiéramos decir que “a<br />

ver quién se atreve”.<br />

10 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


la equidad, que en materia tributaria radica<br />

en el mentado trinomio, según la Constitución.<br />

Demagogia y sentimentalismo<br />

que se emplean a fondo para desviar la<br />

carga tributaria hacia otros grupos sociales.<br />

De todos modos, al tratarse de exenciones<br />

de una carga, ni siquiera los perjudicados,<br />

que son todos los no exentos,<br />

suelen reaccionar en contra, pues existe<br />

una especie de pacto social implícito de<br />

resistencia a la carga del tributo según el<br />

cual las exenciones producen, en muchos<br />

casos, más admiración que rechazo por<br />

estos mismos perjudicados: bendito el<br />

que escapa de las garras tributarias, por lo<br />

que no suelen originar rechazo político. Y<br />

es que este impuesto ha de ser “general”,<br />

en el sentido de que no debe dejar porciones<br />

de renta, o personas, fuera de su ámbito.<br />

En este impuesto global, personal y<br />

progresivo las desviaciones de estas pautas<br />

de generalidad-capacidad-igualdad producen<br />

un resultado fácilmente inicuo.<br />

8. Otras vulneraciones<br />

del principio de capacidad<br />

En la actual regulación del impuesto hay<br />

otras vulneraciones del principio de capacidad,<br />

o mejor de la capacidad-igualdad,<br />

que requieren una modificación urgente<br />

en aras de la equidad. Entre ellas, algunas<br />

referentes al tratamiento tributario de la<br />

familia como unidad de consumo, en las<br />

que confluyen rentas variadas por su naturaleza<br />

y su origen personal. Parece que<br />

el principio de tributación individual, y<br />

no familiar, que el Tribunal Constitucional<br />

(TC) remachó de manera tajante, no<br />

puede tener más consecuencia que alguna<br />

forma de splitting para tratar las rentas<br />

familiares; lo contrario supone la introducción<br />

de factores de desigualdad tributaria<br />

y distorsiones familiares de origen<br />

fiscal. Pero aquí quiero referirme al tratamiento,<br />

dentro del sistema actual, de las<br />

rentas del trabajo que se generan en la sociedad<br />

de gananciales.<br />

La ley vigente del IRPF se acomodó a<br />

las prescripciones de la Sentencia del TC,<br />

que estableció la inconstitucionalidad de<br />

la acumulación forzosa de rentas; pero lo<br />

hizo de una manera incongruente, aunque<br />

en defensa de un interés recaudatorio<br />

burdo, disfrazado además con un discurso<br />

que le asignaba la más alquitarada justicia<br />

tributaria. Al establecer la tributación<br />

individual de los cónyuges, fijó el<br />

criterio de que las rentas del trabajo eran<br />

JAIME GARCÍA AÑOVEROS<br />

imputables al cónyuge que las generaba;<br />

no sucede lo mismo por cierto, para mayor<br />

escarnio, con las rentas del capital,<br />

que se atribuyen a cada cónyuge, más o<br />

menos, en consonancia con el principio<br />

de capacidad económica. Pero es que las<br />

rentas del trabajo de un cónyuge, en el<br />

sistema de gananciales, están generadas<br />

por ese cónyuge, pero no pertenecen a él<br />

sino a eso que se llama la sociedad legal<br />

de gananciales, figura comunitaria en que<br />

tanto monta un cónyuge como el otro,<br />

sea cual sea el trabajador generador de dicha<br />

renta; y no sólo pertenecen a ambos,<br />

sino que ambos, por separado o conjuntamente,<br />

pueden disponer de la misma.<br />

Decir que la capacidad económica<br />

del cónyuge trabajador en este caso de régimen<br />

de gananciales se mide por la renta<br />

generada y no por la atribuible o disponible<br />

en comunidad con el otro cónyuge<br />

es grave burla del principio de<br />

capacidad económica. Pero no podía la<br />

Hacienda (o no quería) hacer una de estas<br />

dos cosas: modificar la tarifa para<br />

mantener del poder recaudatorio del impuesto<br />

o aceptar una disminución recaudatoria.<br />

En efecto, la inmensa mayoría de<br />

las rentas de trabajo que se integran en el


LA REFORMA DEL IMPUESTO SOBRE LA RENTA<br />

actual IRPF provienen de cónyuges en situación<br />

de gananciales; al dividirse por<br />

dos, determinarían una reducción de las<br />

bases que, en este impuesto progresivo,<br />

darían lugar a una importante disminución<br />

recaudatoria, cosa poco grata para la<br />

Hacienda; o haría necesaria una revisión<br />

tarifaria al alza, cosa poco popular. Ya se<br />

sabe que el IRPF actual es, en esencia, un<br />

impuesto sobre rentas de trabajo. Pues no<br />

se toca la tarifa y se atribuye la renta, como<br />

manifestación de capacidad, a quienes<br />

la perciben y disfrutan sino a quien la<br />

genera. Para hacer aceptable tan peregrina<br />

idea se manejó el argumento del “beneficio”<br />

que, de no ser así, iban a experimentar<br />

los cónyuges perceptores de altas<br />

rentas del trabajo; lo cual se hubiera resuelto<br />

con la “impopular” elevación de la<br />

tarifa. Y, mientras tanto, eso sí, las rentas<br />

del capital de la sociedad de gananciales<br />

por diferente camino, el de la coherencia<br />

con el principio de capacidad económica<br />

individual.<br />

Es de una estolidez abrumadora la<br />

idea de que la familia, aun sin hijos, la situación<br />

familiar, no altera la capacidad<br />

económica de un sujeto, a igualdad de las<br />

demás circunstancias. Pero es que en el<br />

caso de las rentas de trabajo generadas en<br />

la sociedad de gananciales la alteración es<br />

por mandato de una ley a la que las partes<br />

conyugales se acogen. Lo más curioso<br />

del caso es que esta solución, tan inicua<br />

como la que más, fue declarada constitucional<br />

por el TC, en sus sentencias de 12<br />

de mayo y 14 de julio de 1994; uno de<br />

los más graves borrones en la historia del<br />

Tribunal, si no el más grave, y no sólo<br />

por la acomodación al criterio del legislador<br />

(en realidad, del Gobierno proponente<br />

de la ley de IRPF de 1991), sino<br />

por la ridiculez de los argumentos expuestos<br />

con profusión digna de mejor<br />

causa, pues cuanto más explícitos demuestran<br />

su condición de inanidad. Y<br />

me he extendido en esta y otras consideraciones<br />

de “justicia” o “equidad” porque<br />

son habitualmente olvidadas o minimizadas<br />

por los opinantes de distinto signo en<br />

torno a la reforma de este impuesto 9 .<br />

9. Sobre las tarifas y los tipos<br />

Estamos en una situación en la que numerosas<br />

rentas del capital mobiliario<br />

quedan, legalmente, al margen de la tri-<br />

9 El sistema se mantiene en el anteproyecto.<br />

La Comisión Lagares no insiste tampoco en este<br />

punto. Este impuesto nuevo es, por tanto, desde<br />

muchos puntos de vista, “medio-nuevo”. Pero es<br />

una importante reforma en el buen camino.<br />

butación personal, global y progresiva.<br />

También en una situación en que los incrementos<br />

patrimoniales están sujetos a<br />

un impuesto proporcional del 20%. En<br />

lo primero coincidimos con los países<br />

europeos en general; en lo segundo, somos<br />

aún más exigentes fiscalmente que<br />

la mayoría de esos países en que los incrementos<br />

no tributan.<br />

Éstas son situaciones difíciles de cambiar<br />

en el contexto europeo, por razones<br />

expuestas antes en este trabajo. Si eso es<br />

así, si no se va a cambiar por razones económicas<br />

imperiosas, el impuesto personal<br />

y progresivo que opera “sobre el resto de<br />

las rentas” será menos injusto e inicuo en<br />

la medida en que dulcifique tipos y evite<br />

agudeza aparencial en la progresividad.<br />

Una tarifa con un tipo marginal del 45%<br />

es menos injusta que otra con tipo marginal<br />

del 56% para la misma renta. En realidad,<br />

esta situación requeriría, en puridad<br />

de lógica equitativa, tipos únicos, un<br />

impuesto proporcional (que no es lo mismo<br />

que tipo único, pues si existe un mínimo<br />

exento, aun con tipo único, el impuesto<br />

es ya progresivo). No es mi opinión,<br />

sin embargo, porque el mandato<br />

constitucional de progresividad del sistema<br />

tributario difícilmente puede conseguirse<br />

sin un IRPF de tarifa progresiva,<br />

aunque continúe siendo un impuesto,<br />

básicamente, sobre las rentas del trabajo.<br />

Pero la disminución del grado de injusticia<br />

es ya un logro que va en el camino de<br />

lo justo razonable.<br />

Camino que se corrobora si tomamos<br />

en consideración la evasión fiscal,<br />

que se sigue diciendo que es notable en<br />

este impuesto. La lucha contra la evasión<br />

es proyecto permanente de cualquier<br />

Gobierno, del signo que sea; no está claro<br />

que esa lucha permanente produzca<br />

unos efectos radicales. En mi opinión,<br />

una buena actuación contra la evasión<br />

producirá (produce) el resultado de que<br />

no crezca como porcentaje de renta evadida,<br />

e incluso de que disminuya de forma<br />

moderada, aunque el éxito final no<br />

parece al alcance de la mano; en tales<br />

circunstancias, la evasión es un reto para<br />

10 El anteproyecto es coherente con este propósito.<br />

Es su logro principal, y afrontarlo supone<br />

una razonable “valentía”. La reducción de la tarifa<br />

y otras medidas que contiene suponen una disminución<br />

de la injusticia de la vigente situación, y resultan<br />

razonables desde el punto de vista de la eficiencia<br />

económica. Pero no es un impuesto suficientemente<br />

“nuevo” como para eliminar las<br />

incoherencias de equidad que, sin incidir en los<br />

grandes números, crean situaciones concretas de<br />

“desequilibrio” interpersonal.<br />

cualquier política hacendística, al que<br />

hay que enfrentarse con toda fuerza y<br />

voluntad, pero también es un dato que<br />

debe conducir, con los demás indicados,<br />

a un impuesto más “moderado” en sus<br />

tarifas que el vigente, ejemplo de progresividad<br />

aparencial y engañosa desmentida<br />

por los hechos 10 . n<br />

Jaime García Añoveros es catedrático de Hacienda<br />

de la Universidad de Sevilla.<br />

12 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


ALTOS CARGOS<br />

Y CONTROL PARLAMENTARIO<br />

1. Democracia de partidos<br />

y altos cargos del Estado<br />

Una de las características de las democracias<br />

actuales es el creciente proceso de colonización<br />

de la administración por los partidos,<br />

proceso que tiene una doble manifestación<br />

fundamental: de un lado, su<br />

penetración en las esferas administrativas<br />

superiores a través de diversas formas más<br />

o menos atenuadas de spoils system; de<br />

otro, la patrimonialización por los partidos<br />

de los altos cargos del Estado que dependen<br />

de forma directa de la configuración de<br />

una determinada mayoría, cargos que se<br />

ocupan tras nombramientos que son materialmente<br />

–aunque no, como es obvio,<br />

formalmente– decididos por aquellos, sin<br />

que ello quiera decir qué debieran ser,<br />

siempre, nombramientos de partido. Parece<br />

difícilmente discutible, en todo caso,<br />

que se trata de manifestaciones de naturaleza<br />

diferente y de muy diversa justificación<br />

desde el punto de vista de un funcionamiento<br />

adecuado del Estado democrático.<br />

Es ese contraste, justamente, el que<br />

explica que hayan sido objeto de distinto<br />

grado de atención por los especialistas. Por<br />

referirme sólo a España, éstos han denunciado<br />

de forma reiterada la consolidación<br />

de la primera de las tendencias mencionadas<br />

y sus efectos patológicos en el funcionamiento<br />

de la Administración e, incluso,<br />

en el del sistema democrático. Rafael Jiménez<br />

Asensio aporta, en esa línea, una diagnosis<br />

meridianamente clara: “Durante la<br />

transición política y los primeros años de<br />

vigencia del sistema democrático se instauró<br />

en nuestras Administraciones públicas<br />

un sistema de clientelización de los espacios<br />

superiores de los aparatos administrativos,<br />

que conectaba con las rancias concepciones<br />

patrimoniales decimonónicas de<br />

lo público” 1 . La dura crítica a la realidad<br />

vigente hoy en España en este ámbito recorre<br />

asimismo los estudios, por ejemplo,<br />

de Morell Ocaña, Martín Retortillo o Mi-<br />

ROBERTO L. BLANCO VALDÉS<br />

guel Sánchez Morón 2 . Esta inquietud ha<br />

evolucionado, por lo demás, de forma paralela<br />

a una creciente atención de los políticos,<br />

atención que desembocará en la<br />

aprobación de la Ley 6/1997, de 14 de<br />

abril, de Organización y Funcionamiento<br />

de la Administración General del Estado<br />

(LOFAGE). Retomando un objetivo ya<br />

presente en el proyecto socialista de 1995,<br />

la exposición de motivos de la ley recoge<br />

entre sus principios el de la profesionalización<br />

“como garantía de objetividad en el<br />

servicio de los intereses generales”. No entraré<br />

aquí en el análisis de la cuestión de si<br />

la LOFAGE ha creado un marco adecuado<br />

para dar solución a los problemas planteados,<br />

pues no es ese mi interés. Voces muy<br />

autorizadas han destacado, en todo caso,<br />

que esa tendencia a la funcionarización de<br />

la alta Administración no tiene porque suponer<br />

necesariamente una profesionalización<br />

efectiva de sus puestos directivos 3 . Pero<br />

sea como fuere, lo cierto es que los<br />

principales partidos españoles han declarado<br />

asumir –con independencia de la traducción<br />

legislativa que adquiera esa declaración–<br />

como uno de sus objetivos el de<br />

profesionalizar, que en este contexto quiere<br />

decir despolitizar, las altas esferas de la Administración.<br />

En claro contraste con la preocupación<br />

analizada, las disfunciones generadas<br />

por la segunda de las manifestaciones de la<br />

1 Altos Cargos y Directivos Públicos, IVAP, pág.<br />

298, Oñati, 1996.<br />

2 Cfr., en ese orden, El sistema de la confianza<br />

política en la Administración Pública, Civitas, Madrid,<br />

1994; ‘Pervivencias del spoil system en la España<br />

actual’, en Anuario de Derecho Constitucional<br />

y Parlamentario, núm. 4 (1992), págs. 31-59<br />

(1992), y ‘La corrupción y los problemas del control<br />

de las Administraciones Públicas’, en F. J. Laporta<br />

y S. Álvarez (edits.), La corrupción política,<br />

págs. 189-210, Alianza Editorial, Madrid, 1997.<br />

3 Altos Cargos y Directivos Públicos, cit., págs.<br />

294-295.<br />

colonización partidista de la Administración<br />

apuntadas (la patrimonialización por<br />

los partidos de los altos cargos del Estado<br />

cuya designación depende directamente<br />

de la configuración de la mayoría parlamentaria-gubernamental)<br />

no ha encontrado<br />

apenas eco. Ni la LOFAGE ni, sobre<br />

todo, la Ley del Gobierno han avanzado<br />

ninguna novedad en este campo. De hecho<br />

(y con la única excepción de una propuesta<br />

de resolución aprobada en el último<br />

debate sobre el estado de la nación a<br />

iniciativa de CiU por la que se acuerda<br />

que el Congreso inste al Gobierno “para<br />

que, antes de finalizar el año 1997, presente<br />

ante las Cortes Generales un proyecto<br />

de ley en el que se establezca la obligación<br />

para determinados cargos públicos de<br />

relevancia de someterse, con carácter previo<br />

a su toma de posesión, a una comparecencia<br />

ante una Comisión parlamentaria<br />

del Congreso de los Diputados que deberá<br />

analizar la trayectoria personal y profesional<br />

del cargo público y conocer aquellos<br />

hechos que puedan ser de interés, atendiendo<br />

a las responsabilidades públicas<br />

que deberá asumir”), ni ha habido hasta la<br />

fecha ninguna iniciativa política al respecto<br />

ni los especialistas han parecido preocuparse<br />

por el tema.<br />

Y el caso es que, pese a tan significativo<br />

silencio, resulta difícilmente discutible<br />

que la observación del funcionamiento del<br />

Estado democrático pone de relieve la importancia<br />

de lo que podríamos llamar la<br />

política de nombramientos de altos cargos en<br />

el conjunto de la acción del Gobierno, una<br />

importancia derivada del contexto en que<br />

los Gobiernos europeos han debido desarrollar<br />

su acción ejecutiva. En la medida<br />

en que puede generalizarse, y creo que esa<br />

medida no es pequeña en este ámbito, ese<br />

contexto ha estado marcado por la creciente<br />

desconfianza hacia los políticos, hacia<br />

los partidos e, incluso, hacia la política como<br />

actividad. Todo ello ha generado una<br />

14 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


fortísima crisis de confianza en la forma de<br />

funcionamiento de la democracia y, por<br />

extensión, aunque en grado diferente, en<br />

los poderes del Estado democrático (lo<br />

que, certeramente, se ha llamado tedio por<br />

la democracia) crisis que 4 ; si bien no se ha<br />

traducido, en general, en una desafección<br />

hacía la democracia misma como forma de<br />

gobierno, sí ha llegado a tener consecuen-<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

cias muy negativas sobre la legitimidad y<br />

sobre la capacidad de resistencia histórica<br />

de muchos de los sujetos políticos sobre<br />

los que se habían construido los sistemas<br />

4 H. Dubiel, ‘Metamorfosis de la sociedad<br />

civil. Autolimitación y modernización reflexiva’, en<br />

Debats, núm. 50, pág. 114, 1994.<br />

representativos en Europa tras la Segunda<br />

Guerra Mundial: la quiebra de la persistencia<br />

electoral de algunos de los más importantes<br />

partidos europeos constituye<br />

una prueba irrefutable de esa crisis. Las<br />

políticas de nombramientos desarrolladas<br />

por los ejecutivos, altamente partidistas y<br />

sectarias, y algunas de sus excrecencias –la<br />

corrupción, de forma destacada– han contribuido<br />

decisivamente a empeorar esta situación.<br />

Aunque sería un grave error pretender<br />

explicar la corrupción como consecuencia<br />

exclusiva de la patrimonialización<br />

partidista de los más altos cargos del Estado,<br />

parece, sin embargo, difícilmente discutible<br />

que la combinación –en ocasiones<br />

explosiva– entre disciplina de partido y<br />

lealtad partidista ha hecho extraordinariamente<br />

difícil detectarla y luchar contra sus<br />

beneficiarios. Más allá de la influencia<br />

(mayor o menor dependiendo de multitud<br />

de circunstancias en las que aquí no puedo<br />

entrar) que la forma de acceso al cargo<br />

haya podido tener a la hora de explicar<br />

comportamientos políticamente inmorales<br />

o jurídicamente ilegales, lo cierto es que<br />

esa cultura de la resistencia que generan los<br />

partidos sometidos a la constante crítica<br />

política y mediática derivada de los casos<br />

de corrupción que les afectan, dificulta,<br />

hasta hacerla a veces imposible, la capacidad<br />

autocrítica de los propios partidos,<br />

convertidos, según la atinada expresión de<br />

Javier Pradera, en sectas religiosas o en salas<br />

de banderas 5 . Cuando la dialéctica del<br />

amigo/adversario se antepone a cualquier<br />

otra, es muy difícil extirpar la corrupción,<br />

pues la organización tiende a ver siempre<br />

en las denuncias procedentes del exterior<br />

ataques contra ella que sólo persiguen la finalidad<br />

de destruirla.<br />

5 Cfr. ‘La maquinaria de la democracia. Los partidos<br />

en el sistema político español’, en F. J. Laporta y<br />

S. Álvarez (edts.), La corrupción política, cit., pág. 175.<br />

15


ALTOS CARGOS Y CONTROL PARLAMENTARIO<br />

En todo caso, y quiero subrayarlo desde<br />

ahora, las patologías relacionadas con la<br />

patrimonialización partidista de los altos<br />

cargos del Estado no se reducen solamente<br />

a las que están relacionadas con la corrupción.<br />

Esa patrimonialización ha significado<br />

también, cuando menos, lo siguiente:<br />

a) que los Gobiernos han nombrado altos<br />

cargos con independencia muchas veces de<br />

la capacidad técnica, preparación profesional<br />

o adecuación personal de los nombrados<br />

para el puesto para el que eran designados;<br />

b) que se han nombrado miembros<br />

de partido incluso para cargos que, por su<br />

propia naturaleza, exigían ser cubiertos<br />

por personas con un perfil de cierta neutralidad<br />

política; y c) que se han decidido<br />

los nombramientos al margen, en no pocos<br />

casos, de la existencia de datos biográficos<br />

que indiscutiblemente los desaconsejaban.<br />

Es decir, los partidos han solido<br />

primar la lealtad sobre cualquier otra circunstancia.<br />

Aunque sería posible encontrar<br />

casos notorios que podrían ir incluyéndose<br />

en los apartados mencionados,<br />

tanto durante los casi 14 años de gobierno<br />

del PSOE, como durante los dos que lleva<br />

gobernando el Partido Popular (PP), dejo<br />

al lector que ejercite su memoria y compruebe<br />

como, en efecto, las patologías superan<br />

con mucho el marco estricto de la<br />

corrupción política.<br />

Siendo ello así, lo que llama poderosísisamente<br />

la atención es que apenas se hayan<br />

producido reacciones políticas que<br />

pretendan modificar tal situación. Con la<br />

única excepción, ya referida, de la propuesta<br />

de los nacionalistas catalanes, todo<br />

el esfuerzo de discusión que acompaña a la<br />

elaboración de las dos leyes reguladoras de<br />

la estructura, composición y funcionamiento<br />

del Gobierno y la Administración,<br />

no ha servido para introducir ninguna novedad<br />

en ese ámbito. Si hubiera que buscar<br />

una explicación a este contraste entre<br />

las necesidades de la realidad y la incapacidad<br />

o el desinterés de los operadores políticos<br />

para hacerle frente de una forma<br />

imaginativa, quizá habría que detenerse en<br />

la profunda reluctancia del gobierno –como<br />

poder del Estado constitucional– a ser<br />

objeto de regulación jurídica. Es justamente<br />

esa peculiar posición del gobierno, que<br />

dificulta extraordinariamente su limitación<br />

a priori y plantea, al tiempo, la necesidad<br />

de limitarlo a posteriori 6 , la que probablemente<br />

explique la dificultad para imaginar<br />

6 Javier Pérez Royo, Curso de Derecho Constitucional,<br />

2ª edición, pág. 591, Marcial Pons, Madrid,<br />

1995.<br />

soluciones que se aparten del trillado terreno<br />

de lo déjà-vu. En esa línea, intentaré en<br />

las páginas que siguen contribuir a una reflexión<br />

sobre el problema de la patrimonialización<br />

partidista de los altos cargos<br />

del Estado y avanzaré una propuesta para<br />

que pueda ser objeto de debate: la de que<br />

el nombramiento de determinados altos<br />

cargos sea sometido a un sistema de control<br />

parlamentario previo por las Cortes.<br />

Lo que exige delimitar ya, de antemano,<br />

los contornos esenciales del sistema que<br />

propongo: se podría resumir diciendo que<br />

uno similar al actualmente previsto en la<br />

Ley de Autonomía del Banco de España,<br />

que dispone que su gobernador será nombrado<br />

por el Rey, a propuesta del presidente<br />

del Gobierno, entre quienes sean españoles<br />

y tengan reconocida competencia en<br />

asuntos monetarios o bancarios, para añadirse,<br />

de inmediato, que con carácter previo<br />

al nombramiento del gobernador, el<br />

ministro de Economía y Hacienda comparecerá,<br />

en los términos previstos en el artículo<br />

203 del Reglamento del Congreso de<br />

los Diputados 7 ante la comisión competente,<br />

para informar sobre el candidato<br />

propuesto. Similar, digo, porque creo que<br />

este sistema debería completarse con la<br />

previsión de que la comparecencia no se limite<br />

al ministro proponente, sino que se<br />

extienda también al candidato.<br />

Así las cosas, la propuesta podría nuclearse<br />

en torno a tres elementos esenciales:<br />

a) la comparecencia (bien del ministro<br />

junto con su candidato, bien del ministro<br />

y, tras ella, de su candidato) se produciría<br />

con carácter previo al nombramiento; b)<br />

La comisión no tendría facultades para vetar<br />

jurídicamente la candidatura, es decir,<br />

podría procederse al nombramiento aun<br />

en el caso de que resultase un acuerdo de<br />

la comisión contrario al mismo; c) la comisión<br />

competente sería, en todo caso,<br />

una Comisión del Congreso, lo que guardaría<br />

coherencia no sólo con su mayor pe-<br />

7 El artículo dispone que tras la exposición<br />

oral del miembro del Gobierno compareciente podrán<br />

intervenir los representantes de cada grupo<br />

parlamentario por 10 minutos fijando posiciones,<br />

formulando preguntas o haciendo observaciones, a<br />

las que se contestará sin ulterior votación; y que en<br />

casos excepcionales la presidencia podrá, de acuerdo<br />

con la mesa y oída la junta de portavoces, abrir<br />

un turno para que los diputados puedan escuetamente<br />

formular preguntas o pedir aclaraciones sobre<br />

la información solicitada, fijando en estos casos<br />

el presidente un número o tiempo máximo para las<br />

intervenciones. Como puede verse, una regulación<br />

muy restrictiva, que podría estar justificada para las<br />

comparecencias ante el pleno, pero que carece de<br />

toda justificación cuando esas comparecencias lo<br />

son en comisión.<br />

so respecto del Senado en el ejercicio de la<br />

función de control, sino, sobre todo, con<br />

el hecho de que aquel tiene, por su forma<br />

de elección, una composición interna mucho<br />

más plural. Poner el control en manos<br />

del Congreso es ponerlo, de verdad, en<br />

donde debe estar: en las de las minorías.<br />

Es éste un sistema que plantea, obvio es<br />

reconocerlo, problemas no pequeños y<br />

que, pese a presentar ventajas a mi juicio<br />

muy considerables, tiene también limitaciones<br />

sustanciales. Aunque de todo ello<br />

trataré de dar cuenta más abajo, realizaré<br />

antes un breve recorrido comparado que<br />

espero pueda iluminar aspectos centrales<br />

de la propuesta que pongo a discusión.<br />

Examinaré, así, en primer lugar las características<br />

básicas de la regulación europea<br />

en la materia –lo que quizá exageradamente<br />

podría llamarse modelo europeo–,<br />

para analizar luego un caso excepcional: el<br />

norteamericano.<br />

2. Control parlamentario del Gobierno<br />

y responsabilidad ministerial: la opción<br />

del constitucionalismo europeo<br />

Asumiendo el riesgo propio de toda generalización,<br />

podría decirse que la fórmula<br />

europea a través de la cual se ha procedido<br />

a controlar los altos cargos es la que se materializa<br />

en el binomio control parlamentario<br />

del Gobierno/responsabilidad ministerial.<br />

La norma general en nuestro constitucionalismo<br />

desde el momento en que los<br />

Gobiernos (gabinetes) empezaron a sustantivizarse<br />

frente al Rey que los nombraba<br />

y separaba libremente, ha sido que el<br />

Gobierno designaba con absoluta libertad<br />

a los altos cargos del Estado y respondía<br />

ante el Parlamento (con un sistema de responsabilidad<br />

en cascada que se extendía<br />

políticamente tanto cuanta fuese la fuerza<br />

política aquél) de los comportamientos y<br />

actuaciones de todos sus agentes. El control<br />

sobre los altos cargos no ha revestido<br />

en tal sentido ningún particularidad digna<br />

de mención en relación con el funcionamiento<br />

general de los institutos del control<br />

parlamentario y la responsabilidad ministerial.<br />

Y así, tras la superación del parlamentarismo<br />

finisecular por el Estado de<br />

partidos, el sistema de control sobre los altos<br />

cargos experimentará transformaciones<br />

paralelas a las de aquellos institutos. Resumidamente:<br />

la procedencia parlamentaria<br />

del Gobierno y su consiguiente legitimidad<br />

democrática, que rompe con la previa<br />

legitimidad monárquica, va a traducirse,<br />

tras la fusión política Gobierno-Parlamento,<br />

en que el Parlamento deje de ser el órgano<br />

encargado del control de un Gobierno<br />

nombrado por el Rey para convertirse<br />

16 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


en el lugar en que las minorías controlan a<br />

la mayoría parlamentaria-gubernamental.<br />

Sí existen, sin embargo, diversos mecanismos<br />

que han venido a completar el dispositivo<br />

de control de los altos cargos del<br />

Estado derivado del sistema general resultante<br />

de la combinación entre control parlamentario<br />

del Gobierno y responsabilidad<br />

ministerial. En primer lugar, la previsión,<br />

junto a la responsabilidad solidaria del Gobierno,<br />

de la individualizada de cada uno<br />

de sus miembros: se trata de las denominadas<br />

mociones de reprobación individual<br />

con las que pretende evitarse que, como<br />

suele ocurrir en tantos casos, la generalidad<br />

y difícil concreción de la responsabilidad<br />

de carácter solidario pueda traducirse en<br />

una dilución de las responsabilidades del<br />

ejecutivo y en una irresponsabilidad práctica<br />

de sus componentes y/o de los agentes<br />

que dependen de los mismos 8 . Un segundo<br />

mecanismo, específicamente previsto<br />

para facilitar el control de los altos cargos<br />

del Estado, es el establecimiento de sistemas<br />

de incompatibilidades entre el ejercicio<br />

de funciones públicas y el de actividades<br />

de naturaleza privada, sistemas con los<br />

que se trata de evitar la colisión y la consiguiente<br />

posibilidad de colusión privadopúblico<br />

en perjuicio de los intereses generales.<br />

Pues, según han señalado los mejores<br />

analistas, es justamente esa colusión eventual<br />

la más generalizada de las formas a través<br />

de las que se materializan el conjunto<br />

de fenómenos que genéricamente conocemos<br />

como corrupción 9 . Los sistemas de<br />

incompatibilidades, generalizados actualmente,<br />

deben situarse en tal contexto: el<br />

de la lucha contra la corrupción y el del<br />

aseguramiento de una ejecución moralmente<br />

limpia y jurídicamente lícita del<br />

ejercicio de las responsabilidades públicas.<br />

Por eso, no es de extrañar que, al margen<br />

de las previsiones de normas infraconstitucionales,<br />

muchos textos constitucionales<br />

las prevean expresamente para los miembros<br />

del Gobierno 10 . El tercero y último<br />

de los mecanismos antes referidos es el las<br />

llamadas incompatibilidades sobrevenidas:<br />

es decir, la previsión, realizada generalmente<br />

en normas infraconstitucionales, de que<br />

las personas con altas responsabilidades en<br />

el ejecutivo –miembros del Gobierno y/o<br />

8 Cfr. los artículos 101 de la Constitución belga,<br />

43 de la finlandesa, 85 de la griega, o 5º (Cap.<br />

VI) de la sueca.<br />

9 D. Della Porta e Y. Meny, ‘Democrazia e<br />

corruzione’, en D. della Porta e Yves M. (edits.),<br />

Corruzione e democrazia, pág. 6, Liguori Editore,<br />

Nápoles, 1995.<br />

10 Cfr. los artículos 98.3 y 98.4 de la Constitución<br />

española, 23 de la francesa o 66 de la alemana.<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

altos cargos– no podrán ejercer determinadas<br />

actividades privadas, por un periodo de<br />

tiempo limitado, con posterioridad a su<br />

cese en el puesto público que hubieran<br />

ocupado. La razón que las explica es también<br />

meridianamente clara: evitar el aprovechamiento<br />

ilegítimo, con posterioridad<br />

al cese, de contactos o informaciones obtenidas<br />

durante el tiempo de desempeño<br />

del cargo público y/o evitar el desempeño<br />

ilícito –o inmoral– del mismo basado en<br />

la previsión de obtención de futuros beneficios<br />

11 .<br />

Podría decirse, en suma que a través<br />

de estos diversos mecanismos se controlan<br />

dos de los tres momentos en que podría<br />

secuenciarse la ocupación de un alto cargo:<br />

el de su desempeño y el inmediatamente<br />

posterior al cese. Frente a la eventualidad<br />

de un aprovechamiento ilegítimo<br />

o ilícito, el sistema de incompatibilidades;<br />

frente a la de un desempeño realizado de<br />

igual modo con la expectativa de obtener<br />

un beneficio tras el cese, las incompatibilidades<br />

sobrevenidas; frente a cualquiera de<br />

la dos posibilidades, el control parlamentario<br />

del Gobierno y la responsabilidad ministerial.<br />

¿Y el momento previo al nombramiento?<br />

¿Quién controla –cabría preguntarse–<br />

la adecuación –política y/o<br />

profesional– del candidato al cargo y la<br />

trayectoría de aquel antes de su nombramiento?<br />

La respuesta no ofrece ningún género<br />

de dudas: sólo el Gobierno y, eventualmente,<br />

el partido (o partidos) que vertebra<br />

la mayoría que políticamente lo<br />

sostiene realizan institucionalmente tal<br />

control. Pero uno y otro, según la experiencia<br />

ha demostrado de forma concluyente,<br />

pueden ser absolutamente ineficaces.<br />

En efecto, aunque el sentido común se<br />

opone frontalmente a que se designe para<br />

cargos que llevan aparejadas el ejercicio de<br />

altas responsabilidades a personas inadecuadas<br />

(por cualquiera de los motivos que<br />

en su momento se apuntaron), ocurre con<br />

muchísima frecuencia que o bien el Gobierno<br />

desconoce esa inadecuación o, aun<br />

conociéndola, decide hacer de ella caso<br />

omiso para primar consideraciones de partido<br />

sobre cualquier otra circunstancia.<br />

Dado que tenemos en España ejemplos recientísimos<br />

de una y otra cosa no parece<br />

necesario insistir en la verosimilitud de estas<br />

desviaciones. La propuesta que formulo<br />

pretende cubrir este vacío. Pero a la vis-<br />

11 La Ley española de incompatibilidades de<br />

los miembros del Gobierno y altos cargos del Estado<br />

(art. 2º.4) o la Ordenanza francesa de 17 de noviembre<br />

de 1958 (art. 6º), contienen dos claros<br />

ejemplos de estas incompatibilidades.<br />

ROBERTO L. BLANCO VALDÉS<br />

ta de que el derecho comparado ofrece un<br />

ejemplo muy notable de un sistema de<br />

control que guarda cierta similitud con tal<br />

propuesta, bueno será dedicarle una mínima<br />

atención antes de centrarse detenidamente<br />

en ella.<br />

3. El diseño del constituyente<br />

norteamericano: el sistema de ‘Advice<br />

and Consent of the Senate’<br />

La Constitución norteamericana establece<br />

que el Presidente “propondrá y, con el consejo<br />

y consentimiento del Senado, nombrará<br />

a los embajadores, a los demás ministros<br />

públicos y a los cónsules, a los jueces del<br />

Tribunal Supremo y a todos los demás<br />

funcionarios de Estados Unidos, cuya designación<br />

no provea de otra forma esta<br />

Constitución y que hayan sido establecidos<br />

por la ley. Pero el Congreso podrá por ley<br />

conferir el nombramiento de los empleados<br />

inferiores, cuando lo considere conveniente,<br />

al Presidente sólo, a los tribunales<br />

de justicia o a los jefes de departamentos”<br />

(sec. II; art. II; pár. 2). El objetivo del precepto<br />

quedará ya perfectamente claro en<br />

las palabras de uno de los Padres Fundadores<br />

de EE UU, Alexander Hamilton, que,<br />

en 1788, escribe en El Federalista:<br />

“¿ Con qué finalidad se requiere<br />

la cooperación del Senado? Respondo<br />

que la necesidad de su colaboración<br />

tendrá un efecto considerable, aunque<br />

en general poco visible. Constituirá<br />

un excelente freno sobre el posible<br />

favoritismo presidencial<br />

y tenderá marcadamente a impedir<br />

la designación de personas poco<br />

adecuadas, debido a prejuicios locales,<br />

a relaciones familiares o con miras<br />

de popularidad. Por añadidura, será<br />

un factor eficaz de estabilidad<br />

en la administración” 12 .<br />

Ésa y no otra era la finalidad del mecanismo:<br />

evitar que un presidente elegido<br />

por el pueblo y, en esa medida, independiente<br />

del Congreso, abusase de su facultad<br />

de nombramiento, mediante la previsión<br />

de un sistema de control que al poner<br />

en manos del Senado la ratificación ponía,<br />

al tiempo, en las de la opinión pública 13 la<br />

información que aquélla precisaba para<br />

12 A. Hamilton, J. Madison & J. Jay, El Federalista<br />

(edición española de Gustavo R. Velasco),<br />

pág. 324, México, FCE, 1987.<br />

13 “Se comprende”, sigue Hamilton, “que un<br />

hombre que dispusiera él sólo de los empleos públicos<br />

se dejaría gobernar por sus intereses e inclinaciones<br />

personales con más libertad que estando<br />

obligado a someter el acierto de su elección a la<br />

discusión y resolución de un cuerpo distinto e independiente,<br />

y siendo dicho cuerpo nada menos<br />

17


ALTOS CARGOS Y CONTROL PARLAMENTARIO<br />

poder castigar electoralmente al presidente<br />

en caso de un uso inconveniente de sus<br />

atribuciones constitucionales. El diseño,<br />

de una lógica aplastante, acabaría, sin embargo,<br />

naufragando tras la puesta en funcionamiento<br />

de una práctica política que,<br />

además de reflejar los defectos de la condición<br />

humana, vino desde el principio a<br />

desnaturalizarlo. La optimista previsión de<br />

los constituyentes (expresada nuevamente<br />

a través de la bellísima escritura de Hamilton,<br />

de que a cualquier futuro presidente<br />

“le daría vergüenza y temor proponer para<br />

los cargos más importantes y provechosos<br />

a personas sin otro mérito que el de ser<br />

oriundas del Estado de que procede, el de<br />

estar relacionadas con él de una manera o<br />

de otra o el de poseer la insignificancia o<br />

ductilidad necesarias para convertirse en<br />

serviles instrumentos de su voluntad”) 14 ,<br />

chocaría con las duras réplicas de la historia,<br />

que muy pronto confirmaron casi todos<br />

los vicios que se creían conjurados.<br />

La primera desviación se derivó de la<br />

extraordinaria extensión que acabó dándose<br />

a un sistema previsto para ser aplicado<br />

de forma restringida: mientras que los<br />

constituyentes lo habían concebido como<br />

un mecanismo destinado sólo a los cargos<br />

de mayor importancia y responsabilidad,<br />

terminaron siendo docenas de miles los<br />

nombramientos sometidos al Senado. Esa<br />

extensión, contraria a la letra y al espíritu<br />

de la Constitución, iba a generar unos<br />

efectos demoledores sobre la forma de provisión<br />

de cargos públicos: la exigencia<br />

constitucional de consejo y consentimiento<br />

acabó produciendo la generalización de un<br />

sistema de patronazgo protagonizado por<br />

los Senadores de la Unión, auténticos beneficiarios<br />

de aquél. Para entenderlo es necesario<br />

tener en cuenta otro elemento, que<br />

posibilitaría, al principio, y acabaría potenciando,<br />

después, la práctica desviada –corrupta<br />

y clientelar– de un mecanismo previsto<br />

para intentar garantizar la limpieza y<br />

la eficiencia: me refiero a la instauración,<br />

tras la creación de la Unión, y al mantenimiento,<br />

durante prácticamente todo el siglo<br />

XIX, del llamado spoils system para la<br />

que toda una rama de la legislatura, la posibilidad<br />

de un fracaso serviría de aliciente poderoso para<br />

proceder con cuidado al hacer su proposición. El<br />

peligro para su reputación, y cuando se trate de un<br />

magistrado electivo, para su carrera política, en el<br />

caso de que se le descubriera un espíritu de favoritismo<br />

o que andaba en forma indebida a caza de<br />

popularidad, por parte de un cuerpo cuya opinión<br />

tendría gran influencia en la formación de la del<br />

público, no puede dejar de obrar como barrera<br />

contra ambas cosas” Ibídem, págs. 324-325.<br />

14 Ibídem, pág. 325.<br />

cobertura de los puestos en la Administración.<br />

Un sistema (consistente, en esencia,<br />

en que todo cambio en la presidencia suponía<br />

una completa renovación de la Administración)<br />

que se conservaría intacto<br />

hasta la Pendleton Civil Service Act de<br />

1883, que procedió a clasificar 14.000 de<br />

los entonces 100.000 puestos federales y<br />

que introdujo las primeras modificaciones<br />

en uno de los elementos definidores a la<br />

sazón del sistema político norteamericano.<br />

Es cierto, en todo caso, que la aplicación<br />

del Advice and Consent iba a presentar notables<br />

diferencias dependiendo del tipo de<br />

puestos de que se tratase. Joseph Harris,<br />

quizá el mejor especialista en la cuestión,<br />

ha distinguido, así, el ámbito de los nombramientos<br />

para puestos de relevancia política<br />

(miembros del Gobierno, altos cargos<br />

de las Secretarías de Estado, jueces,<br />

directivos de gran relieve, miembros de<br />

Comisiones federales, diplomáticos), del<br />

de los nombramientos inferiores, es decir,<br />

de la inmensa mayoría de puestos federales<br />

en los Estados de la Unión (federal field<br />

offices). Mientras que para el primer grupo<br />

la experiencia habría sido variada 15 , la seguida<br />

en la confirmación de los federal<br />

field offices generó desde muy pronto las<br />

prácticas clientelares y el sistema de patronazgo<br />

referido: un sistema que, aunque generalizado,<br />

encuentra en esos puestos inferiores<br />

su verdadero caldo de cultivo. Y ello<br />

porque a la extensión desmesurada de la<br />

cualidad y cantidad de los puestos sujetos<br />

a consejo y consentimiento y a la generalización<br />

del spoils system vinieron a unirse<br />

otros dos factores más: la costumbre presidencial<br />

de consultar con los senadores de<br />

su partido en cada Estado el nombramiento<br />

de los puestos federales de ese Estado,<br />

una costumbre que limitaba su poder pero<br />

le ofrecía, a cambio, seguridad parlamentaria,<br />

pues el mecanismo era un medio de<br />

mantener la disciplina y lealtad de los senadores<br />

pertenecientes a su grupo; y la<br />

costumbre, generalizada poco a poco, de la<br />

llamada cortesía senatorial (senatorial courtesy),<br />

en virtud de la cual los miembros del<br />

15 Según Harris, en el siglo transcurrido entre<br />

1850 y 1950 tan sólo dos nominaciones de miembros<br />

del Gobierno fueron rechazadas; las nominaciones<br />

para ocupar cargos judiciales –jueces inferiores,<br />

de apelación o del Tribunal Supremo– han sido<br />

objeto, generalmente, de una investigación<br />

cuidadosa y exhaustiva, mientras que la cualificación<br />

de los propuestos y nombrados para las Comisiones<br />

Federales (Comisión de la Energía Atómica<br />

o Junta de Aeronáutica Civil, por poner sólo dos<br />

ejemplos) han dejado, también en general, mucho<br />

que desear. Cfr. J. P. Harris, The Advice and Consent<br />

of the Senate, págs. 379-382, University of California<br />

Press, 1953.<br />

Senado actuaban con el senador “patrón”<br />

para un determinado nombramiento como<br />

esperaban que sus colegas lo harían<br />

con ellos llegada la ocasión: no interfiriendo<br />

la ratificación de la propuesta. Una<br />

práctica, en resumen, con la que ganaba el<br />

presidente y, también, los senadores, y con<br />

la que perdía, claro está, el conjunto del<br />

sistema: una práctica, pues, que no sólo<br />

suponía privar al presidente de una facultad<br />

constitucional, sino que además, y esto<br />

es lo verdaderamente grave, privaba al Senado<br />

–como consecuencia de la costumbre<br />

de la cortesía senatorial– de sus facultades<br />

de control. Aunque no siempre ha sido así,<br />

en muchas ocasiones el dispositivo de control<br />

se convertía en un mero trámite desprovisto<br />

de contenidos políticos reales de<br />

control parlamentario. Harris nos explica,<br />

en tal sentido, cómo la extensión de la exigencia<br />

del Advice and Consent of the Senate<br />

a docenas de miles de puestos inferiores ha<br />

hecho en la práctica muchas veces el control<br />

poco menos que imposible –al bloquear,<br />

de hecho, las posibilidades del Senado–<br />

y lo ha acabado convirtiendo en<br />

una formalidad vacía; cómo cuando el Senado<br />

ha entrado, en verdad, a discutir una<br />

nominación, lo ha hecho, también con<br />

más frecuencia de la que sería deseable,<br />

por estrictas razones de crítica política –al<br />

margen pues de la idoneidad del nominado–<br />

y con la finalidad de acosar al Presidente<br />

y desacreditar su administración; y<br />

cómo los senadores de lealtad presidencial<br />

han votado en función de esa lealtad y no<br />

de las características del candidato nominado;<br />

cómo el sistema, además de favorecer<br />

la creación de redes clientelares, ha potenciado<br />

el fraccionalismo en el interior de<br />

los partidos; cómo, en última instancia,<br />

esta práctica desviada de una institución<br />

prevista para fines bien distintos no ha<br />

sido capaz de asegurar –en términos globales–<br />

una mejora sustancial de los estándares<br />

de calidad de los candidatos nominados;<br />

y cómo, finalmente, aun en casos límite,<br />

la propia dureza de los hearings ha<br />

llegado hasta a hacer desistir a muchos<br />

candidatos con altos estándares de cualificación,<br />

que han mostrado no estar dispuestos<br />

a admitir una investigación que<br />

podría llegar a convertirse, en manos de<br />

senadores demagogos, en algo muy parecido<br />

a una especie de persecución 16 .<br />

¿Qué conclusión obtiene Harris de su<br />

análisis? ¿Debería enmendarse la Constitución<br />

y suprimirse la exigencia de control<br />

senatorial contenida? Según él, en línea<br />

aquí con algunas recomendaciones oficiales<br />

realizadas con anterioridad, la solución<br />

consistiría en reducir la extensión de los<br />

18 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


cargos afectados por la exigencia de confirmación<br />

senatorial a los de decisión política<br />

(policy-determining):<br />

“El criterio de la ‘decisión política’<br />

es válido y útil con tal de que se<br />

admita que las decisiones políticas<br />

son las relativas a las grandes líneas<br />

de los programas gubernamentales<br />

y no las relativas a las cuestiones<br />

administrativas de detalle. El énfasis<br />

debe ser puesto, por tanto, en la<br />

palabra decisión. Solamente los cargos<br />

superiores (majors officers), los jefes<br />

de departamento de las agencias<br />

y sus asistentes principales llevan<br />

a cabo labores de decisión política,<br />

dado que la mayor parte de las<br />

decisiones sobre la política general<br />

(policies) no son tomadas por agentes<br />

del poder ejecutivo, sino por el<br />

Congreso mismo. Muchos empleados<br />

participan en la preparación de esa<br />

política, y todos, con independencia<br />

de su categoría, colaboran en<br />

su ejecución; pero sólo los cargos<br />

políticos (political officers) de mayor<br />

categoría deciden o determinan la<br />

política general que debe seguirse” 17 .<br />

Ésta es sustancialmente la posición<br />

que invariablemente ha sido mantenida<br />

por los diversos comités oficiales que se<br />

han acercado a la cuestión: por ejemplo, la<br />

Comisión Hoover en 1949, el presidente<br />

del Comité de Gestión Administrativa en<br />

1937 o la Comisión Taft sobre Economía<br />

y Eficiencia en 1912.<br />

Pese a todas las críticas de las que ha<br />

sido objeto la institución de control senatorial,<br />

que han llevado a algún autor a sostener<br />

que aquella institución constituía la<br />

pieza más débil del sistema federal 18 , Harris<br />

opina, en suma, que el mecanismo del<br />

Advice and Consent of the Senate presenta<br />

una ventaja indiscutible: asegurar que los<br />

candidatos designados serán –cuando menos<br />

en el momento de su designación– satisfactorios<br />

para la mayoría del Senado. Esta<br />

consideración es bien expresiva de la<br />

16 Ibídem, pág. 377-386.<br />

17 Ibídem, pág. 389 (entrecomillados y cursiva<br />

en el original).<br />

18 “Antes de que el movimiento en favor de<br />

una reforma fuera lo bastante poderoso para contenerlo<br />

mínimamente, este abuso de los privilegios<br />

consultivos del Senado, en materia de nominaciones,<br />

había tomado tales proporciones que muchos<br />

lo consideraban como el defecto más clamoroso de<br />

nuestro sistema político. Se podría decir, que se<br />

trataba de la pieza más débil de nuestro sistema federal<br />

y, al mismo tiempo, el que más lo fatigaba y<br />

aquel del que se demandaban más esfuerzos”. Cfr.<br />

W. Wilson, Le gouvernement Congressionnel, pág.<br />

257, G Giard & E Brière, París, 1900.<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

muy diferente situación en la que nos encontramos<br />

en las democracias parlamentarias<br />

europeas: podría decirse que lo que allí<br />

ha de intentar garantizarse constituye aquí<br />

el punto de partida. ¿En qué sentido? En<br />

el que el problema al que nos enfrentamos<br />

en Europa no es el de cómo garantizar que<br />

un poder ejecutivo elegido directamente<br />

por el pueblo ajuste su política de nombramientos<br />

a la voluntad del Parlamento,<br />

sino el de cómo podremos evitar que un<br />

gobierno –o un presidente, en todo caso–<br />

elegido por el propio Parlamento y que<br />

suele, en consecuencia, estar apoyado de<br />

forma constante por una mayoría estable y<br />

–sea de un partido, o de dos o más– políticamente<br />

homogénea, pueda acabar utilizando<br />

su libérrima facultad de nombramiento<br />

de altos cargos de una forma torcida<br />

que llegue a vulnerar exigencias<br />

mínimas del Estado de derecho. Por ello, y<br />

pese a que no existe en los ordenamientos<br />

europeos nada semejante a la institución<br />

americana del Advice and Consent of the<br />

Senate, intentaré justificar seguidamente la<br />

propuesta que, destinada al español, he<br />

formulado en su momento.<br />

4. Nombramiento de altos cargos<br />

del Estado y control parlamentario:<br />

una propuesta para la discusión<br />

El intenso proceso de regulación legislativa<br />

en los ámbitos del Gobierno y la administración<br />

que se ha producido tras el cambio<br />

de mayoría derivado de las últimas elecciones<br />

generales no ha ofrecido, en línea con<br />

la realidad jurídica europea, ninguna novedad<br />

que se aparte de lo conocido en el derecho<br />

comparado. Creo que es éste un silencio<br />

difícil de explicar a la vista de la experiencia<br />

de los últimos ejecutivos<br />

socialistas y del primero del PP en relación<br />

con la conflictiva cuestión de los nombramientos<br />

de altos cargos: unas experiencias<br />

que permiten constatar tanto la existencia<br />

de muy serios problemas como la necesidad<br />

de darles alguna solución de carácter<br />

institucional y que hubieran aconsejado,<br />

en mi opinión, abrir un debate –político y<br />

científico– respecto de la posibilidad de<br />

introducir eventuales mecanismos de control<br />

parlamentario para el nombramiento<br />

de determinados altos cargos. Lo cierto es,<br />

sin embargo, que ninguno de los proyectos<br />

que el Gobierno del PP ha llevado al<br />

Parlamento (en reproducción perfecta de<br />

lo que en su día sucediera con las mismas<br />

iniciativas del Gobierno socialista) avanzan<br />

nada en esa línea. La LOFAGE se limita a<br />

disponer el principio general de libre designación<br />

de los titulares de los órganos directivos,<br />

principio que luego se concreta<br />

ROBERTO L. BLANCO VALDÉS<br />

otorgando al ejecutivo mayor o menor<br />

margen decisorio dependiendo del tipo de<br />

cargo de que se trate en cada caso. La ley<br />

del Gobierno, por su parte, no introduce<br />

tampoco ninguna novedad: reproduce, en<br />

materia de incompatibilidades de los<br />

miembros del Gobierno, el tenor literal<br />

del artículo 98.3 de la Constitución y dispone<br />

que los secretarios de Estado, órganos<br />

superiores de la Administración general<br />

del Estado, serán nombrados por Real<br />

Decreto del Consejo de Ministros, aprobado<br />

a propuesta del presidente del Gobierno<br />

o del miembro del mismo a cuyo departamento<br />

pertenezca. Nada más en lo<br />

que aquí nos interesa. Frente a este panorama,<br />

creo que estamos ante una situación<br />

que justificaría comenzar a debatir la posibilidad<br />

de someter ciertos nombramientos<br />

a un sistema de control como el que se<br />

apuntaba en su momento. ¿Cuáles? A mi<br />

juicio, cuando menos los susceptibles de<br />

incluirse en uno de los tres bloques que siguen:<br />

a) en primer lugar, los presidentes o<br />

titulares de ciertos órganos estatales de extraordinaria<br />

relevancia que en la actualidad<br />

son de libre designación gubernamental:<br />

es el caso, por ejemplo, del presidente del<br />

Consejo de Estado o del fiscal general de<br />

Estado; b) en segundo lugar, los altos cargos<br />

del Estado responsables de la ejecución<br />

de las políticas de defensa y de seguridad:<br />

creo, así, que deberían sujetarse a comunicación<br />

previa al Congreso el nombramiento<br />

del jefe del Estado Mayor de la Defensa,<br />

de los jefes del Estado Mayor del Ejército<br />

de Tierra, de la Armada y del Ejército del<br />

Aire, del secretario de Estado de Seguridad<br />

y de los directores generales de la Guardia<br />

Civil y de la Policía; c) por último, los órganos<br />

directivos de algunos entes públicos<br />

o de ciertas administraciones independientes,<br />

las únicas respecto de las cuales el legislador<br />

ha establecido ya alguna previsión<br />

en la materia; en cuanto a los primeros<br />

destacaría a RTVE y en cuanto a las segundas<br />

debería de ampliarse el sistema de<br />

control vigente ya en la actualidad para<br />

dos de las cuatro que suelen considerarse<br />

incluidas dentro de ese grupo a las demás:<br />

aparte del caso ya citado del gobernador<br />

del Banco de España, un exigencia similar,<br />

aunque más rígida, se contiene en la Ley<br />

15/1980, de 22 de abril, reguladora del<br />

Consejo de Seguridad Nuclear, que dispone<br />

que presidente y consejeros serán designados<br />

entre personas de reconocida cualificación<br />

y nombrados por el Gobierno, a<br />

propuesta del ministro de Industria y<br />

Energía, previa comunicación al Congreso<br />

de los Diputados, que a través de la comisión<br />

competente y por acuerdos de los tres<br />

19


ALTOS CARGOS Y CONTROL PARLAMENTARIO<br />

quintos de sus miembros, manifestará su<br />

aceptación o veto razonado en el plazo de<br />

un mes a contar desde la recepción de la<br />

correspondiente comunicación, de forma<br />

que si transcurre dicho plazo sin manifestación<br />

expresa del Congreso se entenderán<br />

aceptados los correspondientes nombramientos.<br />

En esa línea, deberían someterse<br />

igualmente a comunicación previa los nombramientos<br />

del presidente de la Comisión<br />

Nacional del Mercado de Valores y del director<br />

de la Agencia de Protección de Datos;<br />

y, así mismo, el del presidente del Tribunal<br />

de Defensa de la Competencia, órgano<br />

que ha sido considerado por algunos<br />

administrativistas como otra administración<br />

independiente.<br />

Por no ofender la inteligencia del lector,<br />

no entraré a justificar el por qué de esa<br />

selección; me limitaré sólo a subrayar que<br />

no es una única razón la que la explica (en<br />

unos supuestos asegurar una mayor independencia<br />

de los designados, en otros una<br />

ajustada cualificación para el puesto del<br />

que se tratase en cada caso) aunque el objetivo<br />

sea siempre similar: intentar garantizar,<br />

mediante la participación del Parlamento,<br />

la mayor adecuación que sea posible<br />

entre los propuestos y el cargo para el<br />

que lo son, reconocido el hecho de que todos<br />

los que he utilizado para ejemplificar<br />

son puestos públicos de una importancia y<br />

significación indiscutible. Soy consciente<br />

plenamente, claro, de que la propuesta<br />

que formulo tiene limitaciones políticas<br />

nada desdeñables: pero creo que presenta,<br />

en todo caso, ventajas apreciables. A una y<br />

otra cosa me referiré seguidamente como<br />

conclusión ya de todo lo apuntado.<br />

Dejando al margen las cuestiones de<br />

definición jurídica en las que aquí no puedo<br />

entrar (básicamente las relativas a si el<br />

sistema de comunicación previa al Congreso<br />

puede ser técnicamente incluido dentro del<br />

ámbito del instituto del control parlamentario,<br />

dado su carácter previo, su naturaleza<br />

obligatoria y la ausencia de consecuencias<br />

jurídicas del pronunciamiento de la correspondiente<br />

comisión), mencionaré a continuación<br />

las limitaciones que podrían señalarse<br />

en el ámbito político, es decir, el relativo<br />

a la utilidad de la propuesta. Creo en<br />

tal sentido que la fundamental es la que se<br />

refiere a la eventual ineficacia de un sistema<br />

de control que permitiría, en última instancia,<br />

al poder ejecutivo hacer su voluntad<br />

al no tener el eventual veto político de la<br />

correspondiente comisión de eficacia en el<br />

ámbito jurídico por carecer de carácter vinculante.<br />

Por si ello no fuera suficiente, todo<br />

hace pensar que en un sistema parlamentario<br />

como el nuestro la mayoría controlaría<br />

también numéricamente las correspondientes<br />

Comisiones del Congreso, lo que<br />

se traduciría casi siempre, como enseña la<br />

experiencia, en un voto favorable a la propuesta.<br />

Cabría, ciertamente, que un Gobierno<br />

en minoría, que es capaz de obtener<br />

el apoyo de sus socios para su política general,<br />

pudiera no obtenerlo para sacar adelante<br />

ciertos nombramientos. Pero aun aceptando<br />

como más probable la primera hipótesis,<br />

no desaparece, en mi opinión, la<br />

utilidad de la propuesta, dado que el apoyo<br />

de la mayoría no puede, a la postre, suprimir<br />

la sustancialidad del acto de control.<br />

En efecto, las comparecencias abren –o<br />

pueden hacerlo, en todo caso– una discusión<br />

y –en su caso– una investigación que<br />

permiten que un acto del Gobierno (la<br />

propuesta de nombramiento del alto cargo<br />

de que se trate en cada caso) se contraste<br />

con la voluntad, políticamente plural por<br />

definición, de otro órgano estatal: el Congreso.<br />

Lo que, si no fuera ya por sí mismo<br />

suficientemente trascendente en términos<br />

políticos, tiene además la ventaja adicional<br />

de que, incluso con relativa independencia<br />

de cual sea la voluntad de la mayoría de la<br />

Comisión Parlamentaria encargada del<br />

control, el debate y la eventual investigación<br />

pueden activar lo que Giusseppe Ugo<br />

Rescigno ha denominado responsabilidad<br />

difusa 19 : la responsabilidad institucional<br />

que se concreta en la puesta en funcionamiento<br />

de un mecanismo de control parlamentario<br />

puede accionar, llegado el caso,<br />

otro subsiguiente, cualitativamente diferente<br />

(pero no menos trascendental en términos<br />

políticos), de responsabilidad difusa,<br />

en la que la opinión pública puede jugar<br />

un papel fundamental, pues son sus movimientos<br />

los que determinan, a la postre, los<br />

cambios de correlación de las fuerzas que<br />

compiten por gobernar el Estado democrático.<br />

Por decirlo con palabras de Rescigno,<br />

“se es ciertamente responsable<br />

porque se tiene el poder político<br />

y se puede ser criticado por el uso<br />

que de él se hace, pero se es también<br />

responsable porque se aspira<br />

al poder y se sufre críticas por<br />

esa pretensión; tanto en uno como<br />

en otro caso se pueden sufrir<br />

consecuencias desfavorables,<br />

que en uno consistirán en la pérdida<br />

o el debilitamiento en el poder<br />

y en el otro en un mayor<br />

alejamiento del mismo”.<br />

19 G. U. Rescigno, La responsabilità política,<br />

pág. 114 y sigs., de donde proceden todas las citas,<br />

Giuffrè, Milán, 1967,<br />

Esta doble posibilidad limita la alta<br />

probabilidad de que la que es sin duda la<br />

principal de las ventajas del mecanismo de<br />

comunicación previa al Congreso acabe convirtiéndose<br />

también en su mayor inconveniente:<br />

el debate y la investigación pueden<br />

servir para debilitar al candidato y –por<br />

ende– al Gobierno que comunica al Parlamento<br />

su intención de designarlo para un<br />

alto cargo del Estado; o, por el contrario,<br />

para debilitar a quien, sin otro motivo que<br />

intentar acosar al ejecutivo, pretende impugnar<br />

su decisión.<br />

Las otras ventajas de la propuesta que<br />

planteo tienen a su favor que sus caras no<br />

presentan una cruz que pueda oscurecerlas.<br />

La comunicación previa al Congreso podría<br />

–incluso cabría decir que debería– ir<br />

generando un código político –deontológico,<br />

si se prefiere tal terminología– sobre<br />

lo que resulta democráticamente admisible<br />

en el ámbito de la política de nombramiento<br />

de altos cargos y lo que es intolerable.<br />

Por ejemplo, ¿es admisible que sea<br />

nombrado para una alta responsabilidad<br />

alguien que ha sido sancionado por prevaricación?<br />

¿puede serlo quién ha expuesto<br />

convicciones dudosamente coherentes con<br />

valores esenciales proclamados en la Constitución?<br />

¿o quién ha mentido sobre su<br />

cualificación profesional? ¿debe ser una tacha<br />

criticable el tener un hermano condenado<br />

penalmente por sentencia firme? ¿debe<br />

serlo el haber sido uno mismo condenado,<br />

aun cuando el delito hubiera ya<br />

prescrito? Aunque se trata, como a nadie<br />

se le escapa, de meras elucubraciones alejadas<br />

de nuestra realidad, éstas no son, para<br />

nada, irrelevantes, pues uno de los más<br />

graves problemas que plantean los escándalos<br />

políticos es, precisamente, el de “determinar<br />

cuáles y cómo son –y también,<br />

en un segundo paso, cómo deben ser– las<br />

normas que regulan los deberes de los políticos”<br />

20 . La práctica continuada del mecanismo<br />

de la comunicación previa al Congreso<br />

debería permitir ir elaborando un código,<br />

compartido por todos los actores<br />

–institucionales y sociales– que intervienen<br />

en el proceso decisorio, de lo que es<br />

democráticamente aceptable y de lo que<br />

debe ser considerado democráticamente<br />

escandaloso. Y ello hasta el punto, y aquí<br />

se situaría finalmente la última de las ventajas<br />

a las que antes hacía referencia, de<br />

que será la propia existencia de un meca-<br />

20 F. Jiménez Sánchez, ‘Posibilidades y límites<br />

del escándalo político como una forma de control<br />

social’, en Francisco J. Laporta y Silvina Álvarez<br />

(edits.), La corrupción política, pág. 293-294,<br />

Alianza Editorial, Madrid, 1997.<br />

20 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


nismo de comunicación previa al Congreso<br />

la que, ya de por si, determinará la acción<br />

del controlado:<br />

“Si la crítica –ha escrito Rescigno<br />

con su agudeza habitual– es el modo<br />

clásico y habitual de imputación,<br />

la responsabilidad política no<br />

desaparece por el sólo hecho<br />

de no ser criticado: lejos de ello,<br />

por el hecho mismo de poder ser<br />

criticado, se buscará el modo<br />

de no serlo y, por tanto,<br />

la responsabilidad política será<br />

el motivo concreto de las acciones<br />

desenvueltas con la finalidad<br />

de prevenir posibles críticas”.<br />

A la postre, es posible que elegir entre<br />

el sistema al que estamos ahora acostumbrados<br />

y el que –con sus problemas, limitaciones<br />

y ventajas– me atrevo a someter a<br />

la consideración de los lectores, sea también,<br />

de alguna forma, elegir entre un juego<br />

político basado fundamentalmente en<br />

la búsqueda de la confrontación o uno basado<br />

en la colaboración para evitar que se<br />

produzcan ciertas desviaciones de la democracia<br />

de partidos que sería deseable<br />

–quizá más deseable que factible– corregir.<br />

La experiencia ha demostrado que algunas<br />

de esas desviaciones acaban dañando a todo<br />

el mundo, incluso a aquellos que creen<br />

salir, a corto plazo, beneficiados por haberlas<br />

denunciado. Aunque, puestos a tenerla<br />

muy cuenta, es cierto que la experiencia<br />

indica de igual forma lo extraordinariamente<br />

complicado que resulta, en el<br />

ámbito político, romper con la pesadísima<br />

rutina de lo conocido, por malo que aquello<br />

pueda ser. Si se me permite la inmodestia<br />

de la cita, terminaré con unas palabras<br />

de Léon Blum, quien escribía a la altura<br />

de 1917:<br />

“Es siempre un esfuerzo difícil para los<br />

hombres concebir otras reglas de<br />

acción que aquellas que practican<br />

cotidianamente y que han visto<br />

siempre practicar a su alrededor.<br />

La súbita ruptura con los hábitos<br />

adquiridos supone para cada uno de<br />

nosotros un esfuerzo revolucionario.<br />

Es necesario, sin embargo, con un<br />

violento golpe de cintura, salir de estas<br />

rutinas que estorban y entorpecen<br />

21 L. Blum, La reforma gubernamental (edición<br />

de Javier García Fernández), pág. 26, Tecnos,<br />

Madrid, 1996.<br />

ROBERTO L. BLANCO VALDÉS<br />

cada uno de nuestros pasos. Mi único<br />

propósito –terminaba el autor<br />

de La reforma gubernamental–, ha<br />

sido mostrar la urgente necesidad<br />

de este esfuerzo y provocárselo a<br />

aquéllos sobre quienes pesará mañana<br />

la responsabilidad del poder” 21 .<br />

Palabras que, por su admirable claridad,<br />

no necesitan ya de ningún comentario<br />

adicional. n<br />

[Este trabajo, fruto de una ponencia presentada en<br />

el “Seminario sobre la ley de gobierno y la LOFA-<br />

GE”, organizado por el profesor Luciano Parejo Alfonso<br />

en la Cátedra Manuel Colmeiro de la Universidad<br />

Carlos III, constituye una versión sintética del<br />

texto que aparecerá próximamente en la revista Documentación<br />

Administrativa.]<br />

Roberto L. Blanco Valdés es catedrático de Derecho<br />

Constitucional en la Universidad de Santiago<br />

de Compostela. Autor de Los partidos políticos y<br />

El valor de la Constitución.


1. Que la educación liberal<br />

debe fomentar la conciencia<br />

crítica del individuo y una visión<br />

de lo humano universal<br />

Tal vez no resulte inconveniente empezar<br />

por abordar la cuestión en una perspectiva<br />

general, no sólo para evitar incurrir de entrada<br />

en una apología ya muy repetida, de<br />

tinte gremial y tono apriorístico, de determinadas<br />

materias humanísticas, sino porque<br />

la crisis de esas enseñanzas es muy general,<br />

reflejo de la crisis radical y prolongada<br />

de la educación actual y su<br />

orientación e incluso del concepto mismo<br />

de educación. Partamos pues, de una idea<br />

bastante común (si bien hoy todo es discutible)<br />

de que la educación debe servir a<br />

un metódico avance en la formación de<br />

individuos aptos y autosuficientes para<br />

convivir en una sociedad democrática,<br />

gentes capaces para expresarse con claridad<br />

y comprenderse a sí mismos y a los<br />

demás, reflexivos y conscientes de su situación<br />

en el ancho mundo y en su entorno<br />

particular, y así adiestrados para realizar<br />

del mejor modo y según su voluntad sus<br />

capacidades humanas en busca de la plenitud<br />

personal y la libre actividad racional.<br />

Formación del individuo, de la persona,<br />

para la vida consciente y feliz, y no sólo<br />

una información pragmática para la adaptación<br />

forzada en un orden social impuesto<br />

desde arriba, es lo que esperamos todavía<br />

de la educación –en sus varios niveles y<br />

en forma progresiva– y lo que, al menos<br />

en principio, los Gobiernos más civilizados<br />

prometen ofrecer a sus ciudadanos.<br />

Junto a la formación profesional, vocacional<br />

y especializada, de carácter técnico,<br />

para un determinado oficio u ocupación<br />

(cuya utilidad y provecho inmediato<br />

está, sin duda, fuera de discusión), esa<br />

educación más amplia serviría al ser humano<br />

para hacerse crítico y comprensivo,<br />

es decir, para conocerse, y orientar y valorar<br />

por sí mismo su existencia en su mun-<br />

EL DEBATE DE<br />

LAS HUMANIDADES<br />

CARLOS GARCÍA GUAL<br />

do, al margen de su profesión específica.<br />

Es decir, una educación que ha de procurar<br />

los medios para instruir y facilitar a los<br />

educados el ser libres y conscientes en la<br />

mayor medida posible. Los educadores<br />

auténticos intentan mucho más que embutir<br />

viejos conocimientos en nuevas cabezas.<br />

Al transmitir un saber sobre el<br />

mundo invitan a entender y sentir de modo<br />

personal y auténtico, y también a comprender<br />

a los otros, y enseñan a imaginar<br />

y construir en nuevas mentes imágenes<br />

enriquecidas “del mundo real”.<br />

De ahí que la educación liberal sea una<br />

invitación a “cultivar la humanidad”, según<br />

había sentenciado Séneca y recoge<br />

ahora en título un reciente libro de<br />

Martha C. Nussbaum. Ese “cultivar lo humano”<br />

significa, pues, un afán de estimular<br />

y perfeccionar las aptitudes de los individuos,<br />

hombres y mujeres, para convivir en<br />

libertad y con una conciencia crítica y responsable<br />

del mundo y la época en que les<br />

toca existir. (Recordemos que en latín cultura<br />

significa “cultivo”, y así, en fácil metáfora,<br />

el buen educador resulta un experto<br />

agricultor del espíritu, un sembrador de<br />

humanismo). Para no demorarnos ahora<br />

en apuntar y apuntalar las líneas básicas de<br />

esa teoría liberal acerca de los fines y modos<br />

de la educación, bastaría con suscribir<br />

los tres objetivos generales que M. Nussbaum<br />

destaca, en una sencilla perspectiva<br />

filosófica, en su Cultivating Humanity. A<br />

Classical Defense of Reform in Liberal Education<br />

(Harvard University Press, 1997).<br />

Tomémoslos como un buen punto de apoyo<br />

para la discusión posterior. Según M.<br />

Nussbaum, cualquier educación que pretenda<br />

“cultivar la humanidad” en el mundo<br />

actual debe, en primer lugar, atender a<br />

la capacidad del ser humano de practicar<br />

un examen crítico respecto de sí mismo y<br />

sus tradiciones; en segundo lugar, debe fomentar<br />

la habilidad de verse a uno mismo<br />

no simplemente como ciudadano de una<br />

región local y de un grupo, sino también, y<br />

sobre todo, como un ser humano unido a<br />

todos los otros seres humanos por lazos de<br />

reconocimiento y afecto; y, en tercer lugar,<br />

debe desarrollar lo que nos propone llamar<br />

“la imaginación narrativa”.<br />

Los tres objetivos parecen puntales firmes<br />

y bien definidos para una consideración<br />

de la educación “liberal” (adjetivo<br />

que tomo en sentido más noble, que ya<br />

tenía en su origen latino) en el modo que<br />

antes hemos apuntado. Cuentan, ciertamente,<br />

con el apoyo de una ilustre tradición<br />

de raíces clásicas. Para su clara apología<br />

del ideal educativo de un libre examen<br />

crítico (frente a la imposición acrítica y<br />

coercitiva de las normas de una tradición<br />

autoritaria), M. Nussbaum ve el paradigma<br />

clásico en el Sócrates platónico, con su<br />

método dialógico y su irreductible inquietud<br />

racional. También con respecto al<br />

ideal que invita a todos a ser “ciudadanos<br />

del mundo” por encima de los prejuicios y<br />

afectos raciales, locales y tribales, propone<br />

ejemplos en las ideas de los antiguos estoicos<br />

(ejemplar resulta la figura del emperador<br />

Marco Aurelio) en una línea clara de<br />

pensamiento que llega luego hasta Kant y<br />

la Ilustración y los teóricos del liberalismo<br />

moderno.<br />

El lema socrático de que “una vida carente<br />

de examen crítico no vale la pena vivirla”<br />

se complementa con esos anhelos de<br />

una razonable y universal simpatía (en el<br />

sentido mejor del término). Suma, pues,<br />

“del concepto socrático de la vida examinada”,<br />

las nociones de Aristóteles acerca<br />

de “ciudadanía reflexiva”, y, sobre todo, las<br />

ideas estoicas de una educación que es “liberal”<br />

en cuanto libera la mente de las trabas<br />

de los prejuicios, produciendo gente<br />

que puede funcionar con sensitividad y<br />

alerta como ciudadanos del mundo entero:<br />

eso es lo que Séneca entiende como<br />

“cultivo de la humanidad”, señala Nussbaum<br />

(op. cit., pág. 8).<br />

24 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


Aunque podría argumentarse que<br />

otras formas de educación que restringen<br />

la libertad de conciencia y la relación universal<br />

con los demás seres humanos, fomentando<br />

la sumisión ciega a algún credo<br />

dogmático y normas rígidas y viendo co-<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

mo seres humanos sólo a la gente de la<br />

propia tribu, raza, nación o cultura, pueden<br />

resultar más cómodas para ciertos países<br />

y sus gobernantes, y acaso deparar una<br />

cierta seguridad de ánimo a los creyentes<br />

sometidos a ellas (pues un súbdito sumiso<br />

puede ser feliz con la fe ciega del ortodoxo<br />

y del fanático), sin embargo, creo que esos<br />

dos primeros objetivos de la educación gozan<br />

de una aceptación suficientemente<br />

amplia como para no tener que insistir en<br />

su programática bondad universal. Me parece,<br />

en cambio, que no estará fuera de lugar<br />

detenernos algo más sobre el tercer<br />

aserto; es decir, resaltar la clara función<br />

educadora de la “imaginación narrativa”.<br />

(M. Nussbaum dedica un capítulo de su<br />

brillante libro a cada uno de estos objetivos.<br />

Remito a su texto para más detalles).<br />

2. La imaginación narrativa<br />

y su función educativa<br />

Destacar el papel que la fantasía narrativa<br />

ocupa en la progresiva educación de los<br />

niños y jóvenes, en su aculturación y su<br />

acomodación sentimental al mundo, es<br />

aquí muy pertinente. (No sé si son muchos<br />

o pocos los pedagogos actuales que<br />

subrayan la relevancia emotiva y didáctica<br />

de este factor del cultivo de la imaginación,<br />

pues no frecuento mucho esa literatura<br />

pedagógica. Los más solemnes y pedantes<br />

lo pasan pronto, me temo, por alto).<br />

Pero me interesa advertir que ése<br />

resulta un factor educativo de especial significación<br />

–si bien no el único punto de<br />

apoyo– al abordar el debate sobre la función<br />

de las Humanidades.<br />

Desde la infancia el niño se encuentra<br />

con un mundo interpretado y pautado por<br />

los mayores, al que debe ajustar su mirada<br />

y sus simpatías personales. En él figuran,<br />

entre las lecciones de cosas y pautas informativas,<br />

junto a los textos serios de aprendizaje<br />

doctrinal o científico, muchos otros.<br />

Pero le impresionan pronto las bellas narraciones,<br />

como los cuentos mágicos y las<br />

historias más variopintas, esos relatos fantásticos<br />

y maravillosos que le ofrecen una<br />

visión interior y sorprendente de los otros,<br />

de esos seres animados y multicolores que<br />

pueblan el mundo todavía misterioso. A<br />

25


EL DEBATE DE LAS HUMANIDADES<br />

través de esos relatos y canciones infantiles<br />

los niños, escribe M. Nussbaum, “aprenden<br />

a atribuir vida, emociones y pensamientos<br />

a figuras cuyo interior les está<br />

oculto. Según pasa el tiempo, lo hacen en<br />

una forma cada vez más sofisticada, aprendiendo<br />

a escuchar y a contar historias sobre<br />

animales y humanos. Esos relatos se<br />

combinan con sus propios intentos de explicar<br />

el mundo y sus propias acciones en<br />

él. Un niño privado de cuentos está privado,<br />

a la vez, de ciertas maneras de ver a las<br />

otras gentes. Porque el interior de las gentes,<br />

como el interior de las estrellas, no está<br />

abierto ante nuestros ojos. Nos suscitan<br />

extrañeza y admiración. Y la conclusión de<br />

que este conjunto de miembros situado<br />

frente a mí tiene emociones y sentimientos<br />

y pensamientos como los que yo me atribuyo<br />

a mí mismo no es adquirido sin el<br />

ejercicio de imaginación que el contar historias<br />

propone” (Nussbaum, pág. 89).<br />

Más tarde esos relatos se complican y<br />

se hacen más complejos. La Literatura en<br />

sus múltiples géneros, la Historia más tradicional,<br />

la Religión, la Antropología, e<br />

incluso la Filosofía y las Ciencias de la Naturaleza<br />

en parte, requieren el contar e interpretar<br />

historias. La dimensión narrativa<br />

de la cultura que se transmite en la educación<br />

es esencial para la formación intelectual<br />

y sentimental a partir de la niñez (es<br />

decir, de todos). Vivimos en un mundo<br />

contado por otros. También para los pueblos<br />

es esencial tener a mano historias –sagradas<br />

o profanas, venerables o frívolas–<br />

que expliquen el mundo y den sentido<br />

humano a la existencia. O, como escribió<br />

H. Blumenfeld de los mitos primigenios,<br />

relatos que den al mundo entorno, objetivo<br />

y mudo, “significatividad”, es decir,<br />

sentido humano 1 .<br />

En las culturas arcaicas ese aspecto<br />

educativo lo proporciona la mitología.<br />

Luego, ya en civilizaciones habituadas a la<br />

escritura, es la literatura grosso modo y en<br />

su sentido más amplio la que ofrece narrativamente<br />

una imagen del mundo previa a<br />

cualquier imagen de información científica.<br />

La literatura es, en gran medida, conocimiento<br />

de trasfondos fabulosos, y con<br />

sus ficciones configura una visión del<br />

mundo que a menudo determina nuestras<br />

simpatías y afectos. Todo dentro del universo<br />

simbólico en que nos educamos. Todo<br />

un mundo de representaciones surgi-<br />

1 H. Blumenfeld, Arbeit am Mythos, Francfort,<br />

l979. Para una amplia reflexión en la línea del<br />

valor de la cultura, véase el clásico libro de E.<br />

Cassirer, Antropología filosófica, (l944), trad. esp.<br />

México, l963.<br />

das de esa fantasía se expresa mediante las<br />

formas narrativas usuales, en el teatro, en<br />

la poesía, y en las prosas; es decir, a través<br />

de la fabulación de relatos, imaginación<br />

seductora y fantasía fantasmagórica, y más<br />

perdurable y significativa que los datos,<br />

hechos y figuras de esa experiencia cotidiana<br />

que las ficciones nos ayudan a interpretar.<br />

De ahí que el dominio del lenguaje<br />

narrativo resulte un factor esencial de una<br />

buena educación, ya sea adquirido en la<br />

familia, en la escuela o en la calle. El empobrecimiento<br />

del lenguaje usual es un<br />

síntoma de una decadencia de la educación<br />

o de alguna forma de educación. Es<br />

fácil advertir que algunas épocas y naciones<br />

han cuidado más que otras de ese dominio<br />

de la expresión gracias a su mayor<br />

atención a ese aspecto de una educación<br />

popular de alto estilo. Las manifestaciones<br />

literarias pueden cobrar una intensa función<br />

didáctica al servicio de la comunidad.<br />

Tal fue el caso, en la Atenas clásica, en el<br />

siglo V a. de J. C., del teatro, que se ofrecía<br />

como un ámbito fundamental de la<br />

educación cívica y democrática, esa paideía<br />

a la que los griegos daban tanto relieve.<br />

Y la dramaturgia ateniense gozó de una<br />

resonancia social que no ha recuperado el<br />

teatro en las épocas posteriores. Los grandes<br />

trágicos fueron, después de Homero,<br />

los educadores del pueblo ateniense. Por<br />

esa razón Platón se proponía expulsar a los<br />

poetas de la ciudad utópica de su República,<br />

donde gobernarían los filósofos. No<br />

podía admitir, desde su programa didáctico,<br />

austero y racionalista, las enseñanzas de<br />

unos competidores tan peligrosos en materias<br />

educativas. Aristóteles, más democrático<br />

y menos utópico que su maestro, defendió<br />

el valor educativo emocional del<br />

teatro, al destacar la función catártica de la<br />

tragedia, que educaba purificando a los espectadores<br />

de la compasión y el terror.<br />

En todo caso, si la educación quiere<br />

proponer a los jóvenes una imagen del<br />

mundo, un modo de comprender y sentir<br />

y, por tanto, una permanente interpretación<br />

del entorno vital, debe advertir cómo<br />

la visión del mundo de los educados resulta<br />

en mucho deudora de esa narrativa. Por<br />

eso, le es muy necesario tener en cuenta la<br />

influencia psicológica de esos relatos que<br />

van presentándose desde uno y otro ámbito,<br />

orales y escritos, y van imbricándose en<br />

nuestras propias historias y, por eso, debe<br />

advertir la seductora impronta y la riqueza<br />

imaginativa de los mismos. Platón hacía<br />

bien en replantearse el problema al diseñar<br />

un nuevo programa de educación para su<br />

ciudad ideal. (Aunque, por otro lado, nos<br />

parezca discutible su intento de expulsar a<br />

los poetas y de censurar los viejos mitos<br />

para dejar la enseñanza monopolizada en<br />

manos de los filósofos) 2 .<br />

3. El menosprecio de la tradición<br />

cultural, síntoma de crisis<br />

“Tradición” es una palabra que no goza<br />

hoy de buena prensa. (Probablemente su<br />

descrédito viene de que muchos confunden<br />

el estudiar la tradición con el ser tradicionalista.<br />

Del mismo modo que amar<br />

la propia nación es una cosa y otra ser nacionalista,<br />

conviene resaltar que el conocer<br />

y estudiar una tradición no significa la<br />

más mínima simpatía por lo que se llama<br />

tradicionalismo. Puede y suele ir en contra<br />

de éste. El tradicionalismo es sólo un<br />

abuso de la fe en las excelencias del legado<br />

tradicional, una beatería ideológica de pesada<br />

retórica y efectos perniciosos que, al<br />

fijar como modelo eterno una interpretación<br />

idólatra del pasado, esclerotiza la<br />

fuerza educadora de la tradición –que se<br />

renueva de modo constante–. El tradicionalismo<br />

niega a la educación su impulso<br />

crítico para ir más allá de lo fijado en sus<br />

normas antiguas, pero un buen uso y conocimiento<br />

de la tradición incita a apoyarse<br />

en ella para avanzar). Pero es indispensable<br />

hablar de la tradición cultural<br />

cuando se trata de educación, puesto que<br />

educar a los más jóvenes ha consistido<br />

siempre, en reactivar la tradición para seguir<br />

avanzando. En cualquier sociedad,<br />

educar es formar a los jóvenes dentro de<br />

las enseñanzas y saberes de un pasado, ya<br />

sea de tradición nacional, cultural, religiosa<br />

o política. La tradición se ofrece como<br />

marco de referencia y como punto de<br />

apoyo para atalayar el presente y el futuro.<br />

Incluso, para oponerse a ella es necesario<br />

conocerla a fondo. Por eso, toda educación,<br />

como bien señalaba Hannah<br />

Arendt, tiene siempre un aspecto conservador<br />

3 . Y ése es un aspecto hondamente<br />

en crisis en el mundo moderno, y mucho<br />

más en el posmoderno.<br />

“La verdadera dificultad de la educación<br />

moderna estriba en el hecho de que,<br />

a pesar de toda la charlatanería a la moda<br />

sobre el nuevo conservadurismo, es hoy<br />

extremadamente difícil apoyarse en ese<br />

mínimo de conservación y en esa actitud<br />

conservadora sin la cual la educación es<br />

simplemente imposible. Al respecto hay<br />

2 Cf. M. Detienne, La invención de la mitología,<br />

Trad. esp. Barcelona, l985.<br />

3 H. Arendt, Between Past and Present, l954.<br />

Cito por la edición francesa, de título sugestivo: La<br />

crise de la culture, Cf. págs. 222-52, París, l972.<br />

26 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


uenas razones. La crisis de la autoridad<br />

en la educación está estrechamente ligada<br />

a la crisis de la tradición, es decir, a la crisis<br />

de nuestra actitud frente a todo lo que<br />

respecta al pasado. Para el educador este<br />

aspecto de la crisis es particularmente difícil<br />

de sostener, pues él es el encargado de<br />

mantener la ligazón entre lo antiguo y lo<br />

nuevo: su profesión exige de él un inmenso<br />

respeto hacia el pasado”.<br />

“En el mundo moderno, el problema<br />

de la educación está en el hecho de que<br />

por su naturaleza misma la educación no<br />

puede prescindir de la autoridad ni de la<br />

tradición, y que debe, no obstante, ejercerse<br />

en un mundo que no está estructurado<br />

por la autoridad ni retenido por la tradición”.<br />

Lo que escribió H. Arendt, hace más<br />

de 40 años, en su ensayo sobre la crisis de<br />

la educación recogido en Between Past and<br />

Future (l954) me parece incisivo y válido<br />

todavía. Su ensayo invita a una reflexión<br />

amplia sobre el papel de la educación y de<br />

los educadores –no sólo los profesionales<br />

de la enseñanza, desde luego– aún hoy. Si<br />

M. Nussbaum, en su libro citado, apenas<br />

toca este punto es porque se halla más interesada,<br />

ya que ella escribe para un público<br />

norteamericano, en resaltar el interés<br />

de la apertura ya iniciada de la educación<br />

universitaria norteamericana hacia nuevos<br />

y muy atractivos campos de estudio (de las<br />

culturas no occidentales, estudios afroamericanos,<br />

estudios sobre la mujer y revalorización<br />

de los varios aspectos de la sexualidad),<br />

terrenos poco atendidos en el<br />

canon didáctico más tradicional. Pero debemos<br />

dejar de lado ahora esos temas.<br />

Sobre la crisis de la educación universitaria<br />

en EE UU ya habían alertado otros<br />

estudiosos con talante crítico y desde otros<br />

puntos de mira, emitiendo juicios e informes<br />

no menos críticos y preocupantes. Ignoro<br />

si alguna de esas críticas ilustradas ha<br />

logrado algunos efectos de provecho o reflejos<br />

prácticos en la realidad. Entre los estudiosos<br />

de una línea conservadora –frente<br />

a la que M. Nussbaum guarda bien sus<br />

distancias–, es justo recordar al fallecido<br />

Allan Bloom y su libro The Closing of the<br />

American Mind (l987). (Que aquí se tradujo<br />

–y el cambio de adjetivo me parece<br />

significativo– como El cierre de la mente<br />

moderna (l989)). En su presentación de la<br />

edición española, Salvador Giner advertía<br />

que, al tratar de las perplejidades y desorientación<br />

de la enseñanza universitaria en<br />

Estados Unidos, Bloom ofrecía a la vez<br />

“un texto sobre la evolución y degradación<br />

de la educación liberal occidental y muy<br />

específicamente la europea”. (Como co-<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

menté en su día, en páginas de esta misma<br />

revista 4 , el de A. Bloom me pareció un libro<br />

muy estimulante para meditar sobre la<br />

pérdida del sentido humanista de nuestros<br />

planes y rutinas universitarios. Y me sigue<br />

pareciendo acertada la queja de su autor<br />

por el abandono de la lectura de los grandes<br />

clásicos del pensamiento y la<br />

literatura 5 ). También A. Bloom lamentaba<br />

en la enseñanza universitaria norteamericana<br />

–en las mejores universidades del<br />

país– la pérdida del sentido humanista y<br />

de una orientación universal, ética a la par<br />

que estética; una quiebra del aprecio a la<br />

tradición, y una renuncia a conservar viva<br />

y como referencia fundamental la gran<br />

tradición intelectual de Occidente. Bloom<br />

se quejaba de que, mientras en las facultades<br />

y centros de investigación universitarios<br />

se atendía cada vez mejor a las demandas<br />

de una información e instrucción<br />

en las enseñanzas profesionales o vocacionales<br />

sobre ciencias o materias precisas especializadas<br />

y diversas, se había perdido el<br />

sentido de la Universidad como lugar de<br />

encuentro para una formación que progresaba<br />

en la búsqueda de un saber de horizontes<br />

más amplios y de alcance humanista,<br />

en el más noble sentido del término.<br />

En su amargo diagnóstico sobre la situación<br />

actual y el destino de la Universidad<br />

norteamericana, se preguntaba si la<br />

idea de la Universidad como lugar de encuentro<br />

intelectual y de suma de saberes,<br />

como avanzada crítica e ideológica –él<br />

creía que incluso ética–, más allá de urgencias<br />

económicas y sociales, había perdido<br />

ya su significación. Es decir, ese significado<br />

moderno que había adquirido, no ya<br />

en los orígenes lejanos de la venerable institución<br />

del medievo clerical, sino en las<br />

mejores universidades europeas y, sobre<br />

todo, en la ilustrada tradición germánica<br />

del siglo pasado, que imitaron las universidades<br />

americanas. La inquietud de Allan<br />

Bloom –piénsese lo que se quiera sobre su<br />

actitud conservadora y su talante elitista–<br />

responde a una crisis profunda de tal institución,<br />

y es algo que todo universitario<br />

debe cuestionarse. ¿qué sentido puede tener<br />

hoy la Universidad como institución?<br />

¿En qué medida conserva su función originaria<br />

como lugar de encuentro de los<br />

más sabios y de unos estudiantes con afán<br />

4 Carlos García Gual, ‘Sobre la degradación<br />

de la educación universitaria’, CLAVES DE<br />

RAZÓN PRÁCTICA, núm. 2, l990.<br />

5 Otros dos libros suyos se han traducido al<br />

castellano: Gigantes y enanos, Buenos Aires, l99l; y<br />

Amor y Amistad, Santiago de Chile, Barcelona,<br />

l996.<br />

CARLOS GARCÍA GUAL<br />

de saber humanista? La cuestión es demasiado<br />

ardua para este momento, pero no<br />

cabe duda de que –como apuntaba Bloom–<br />

debemos ver la quiebra de la relación<br />

fructífera con la tradición filosófica, literaria<br />

y espiritual de Occidente, como una de<br />

sus causas más notables 6 .<br />

4. Una crisis no sólo universitaria<br />

Los críticos norteamericanos –como los citados<br />

antes– se preocupan de la educación<br />

universitaria cuando se lamentan de los bajos<br />

niveles educativos y del escandaloso<br />

descenso cultural, porque en Estados Unidos<br />

la enseñanza previa, es decir, la escuela<br />

secundaria, ofrece habitualmente una enseñanza<br />

de escaso nivel 7 . Como advertía ya<br />

H. Arendt en su ensayo citado, en Estados<br />

Unidos las facultades universitarias tienen<br />

que intentar cubrir y paliar, con programas<br />

muy sobrecargados a veces, un montón de<br />

ignorancias elementales. Pero en España,<br />

como en Europa, la llamada antes enseñanza<br />

media o secundaria –es decir, el bachillerato<br />

de corte europeo– venía ofreciendo<br />

hasta ahora una educación bastante<br />

sólida y amplia. En comparación con los<br />

estudiantes norteamericanos, los españoles<br />

llegan a la Universidad sabiendo mucho<br />

más –en materias de ciencias y de letras.<br />

De modo que en la Universidad podía darse<br />

por supuesto un nivel aceptable de co-<br />

6 M. Nussbaum subraya que, a pesar de importantes<br />

divergencias respecto a la orientación de<br />

su afán humanista, coinciden las suyas y las críticas<br />

de este pensamiento conservador en su oposición a<br />

una Universidad volcada en la mera información<br />

profesional, especializada y técnica, cerrada a cualquier<br />

humanismo. Esa reducción a la preparación<br />

especialista y vocacional se alza como la principal<br />

objeción a la enseñanza de un saber más amplio y<br />

más crítico. “This peril to democracy is compounded<br />

by the assault on curricular diversity that has<br />

been repeteadly launched by defenders of the gentleman’s<br />

model of liberal education. In principle,<br />

the gentleman’s model and the world-citizen model<br />

agree on the importance of shared humanistic<br />

education for the culture of life. Against the challenge<br />

of vocationalism, they ought to be allies<br />

rather than opponents. But this has not always been<br />

the case. By portraying today’s humanities departements<br />

as faddish, insubstantial, and controlled<br />

by a radical elite, cultural cosnervatives –while<br />

calling for a return to a more traditinal arts curriculum–<br />

in practice feed the popular disdain for the<br />

humanities that has led to curtailment of departments<br />

and programs and to the rise of narrow preprofessional<br />

studies. When critics such as Allan<br />

Bloom, Roger Kimball and George Will caricature<br />

the activities of today´s humanities departmentes<br />

by focusing only on what can be made to look extreme<br />

and absurd, they do not promote their goal<br />

of increasing university support for traditional humanistic<br />

education” (op. cit., pág. 298).<br />

7 Sobre el bajísimo nivel de conocimientos de<br />

los estudiantes americanos es muy claro el conocido<br />

libro de E. D. Hirsch, Jr., Cultural Literacy,<br />

Boston, l987.<br />

27


EL DEBATE DE LAS HUMANIDADES<br />

nocimientos generales. Ahora, en cambio,<br />

con los nuevos planes de estudio de la llamada<br />

LOGSE, el nivel de la enseñanza secundaria<br />

ha bajado y empeorado de modo<br />

alarmante. De hecho, es frecuente en nuestros<br />

profesores universitarios la experiencia<br />

de ese descenso progresivo de conocimientos<br />

culturales en los alumnos. Cada curso<br />

nos vuelve a sorprender la extensión de las<br />

lagunas e ignorancias elementales que presentan<br />

los recién ingresados en la Facultad.<br />

Y no sería raro, por lo que vemos, que<br />

muy pronto se alcanzara un nivel escolar<br />

de ignorancia en cultura general semejante<br />

al de los estudiantes de EE UU.<br />

Por eso, el debate acerca de las Humanidades<br />

y su función no se viene refiriendo<br />

aquí a la Universidad, sino a la etapa<br />

previa de la enseñanza secundaria, a los<br />

cursos del bachillerato, menguado no sólo<br />

en años, sino también en objetivos didácticos<br />

de conjunto. La enseñanza universitaria<br />

se resiente directamente de la inferior<br />

formación ofrecida en esa etapa previa. La<br />

degradación de las enseñanzas medias ha<br />

repercutido, como era previsible, muy claramente<br />

en la universitaria, y probablemente<br />

no hemos tocado fondo en ese descenso.<br />

He lamentado tantas veces ese progresivo<br />

deterioro de nuestro bachillerato<br />

(y muy sintomáticamente de las enseñanzas<br />

de los en un tiempo prestigiosos y beneméritos<br />

Institutos de Bachillerato), que<br />

no quisiera repetir esas quejas. En todo caso,<br />

me parece que esas rebajas de nivel y<br />

de objetivos han sido inútiles y no justificadas<br />

del todo por la mayor extensión del<br />

alumnado, por esa famosa masificación,<br />

que no requería sin más la notoria pérdida<br />

de calidad y el consiguiente desánimo de<br />

la mayoría de docentes, sobradamente<br />

preparados para una enseñanza más digna.<br />

5. Bregando a contrapelo<br />

de los tiempos<br />

Los tiempos son ciertamente malos para<br />

la defensa y el cultivo de las humanidades.<br />

La cultura general no es rentable a primera<br />

vista, como lo es la formación especiali-<br />

8 Como muy bien señala F. Savater: “Los planes<br />

de enseñanza general tienden a reforzar los conocimientos<br />

científicos y técnicos a los que se supone<br />

una utilidad práctica inmediata, es decir una<br />

directa aplicación laboral. La innovación permanente,<br />

lo recién descubierto, o lo que da paso a la<br />

tecnología del futuro gozan del mayor prestigio,<br />

mientras que la rememoración del pasado o las<br />

grandes teorías especulativas suenan un tanto a<br />

pérdida de tiempo. El capítulo de su libro El valor<br />

de educar (Barcelona, l997) titulado ‘¿Hacia una<br />

humanidad sin humanidades?’ resume con gran<br />

agudeza la situación actual y nos permite abreviar<br />

un tanto estas notas coincidentes.<br />

zada y la seria preparación técnica para<br />

cualquier carrera u oficio 8 . En un mundo<br />

preocupado por la conquista de nuevos<br />

puestos de trabajo, por la especialización,<br />

por la preparación tecnológica cada vez<br />

más precisa, la rentabilidad de la cultura<br />

humanística no resulta nada evidente. Por<br />

otro lado, esos objetivos de un examen<br />

crítico, afán universal de comprensión de<br />

los demás humanos y una visión personal<br />

del mundo no parecen figurar entre las<br />

propuestas ideales de ningún grupo político.<br />

El humanismo de ese estilo crítico y<br />

universal no parece rentable en política, al<br />

menos a corto plazo. (Y es difícil de conjugar,<br />

de modo general, con ciertos intereses<br />

nacionalistas, por ejemplo).<br />

En una cultura dominada por los medios<br />

de comunicación de masas, de los que<br />

la auténtica calidad intelectual ha sido<br />

marginada (valga la programación de la televisión<br />

española en conjunto como botón<br />

de muestra), es muy difícil que el pasado<br />

cultural –ese mundo de saber y sentir que<br />

se conservaba como aleccionador y modélico–<br />

mantenga, no ya su prestigio, sino<br />

una cierta presencia, y es imposible que la<br />

alta cultura conserve cierta autoridad en<br />

los medios más populares. La lectura sigue<br />

siendo –a pesar de todas las sofisticadas y<br />

cómodas tecnologías de comunicación a<br />

gran escala y largas distancias– el fundamental<br />

medio educativo, por sustanciales<br />

razones, en lo que toca a la más elevada<br />

educación. Pero incluso leer, a fondo y en<br />

silencio, puede volverse un difícil deporte<br />

en un mundo desgañitado por el ruido y<br />

abrumado por una inmensa e indigerible<br />

masa de informaciones urgentes, angustiosas,<br />

vocingleras y triviales. El abandono de<br />

las humanidades se nos presenta como una<br />

amenaza en este contexto tan desfavorable,<br />

pero eso no nos impide seguir empeñados<br />

en combatir por ellas, si es que creemos en<br />

su necesidad para una vida más digna y<br />

valiosa. El ser humano no puede renunciar<br />

ni a su condición histórica, ni a la conciencia<br />

de que la vida humana está construida<br />

sobre los logros, espléndidos, costosos<br />

y sufridos, de todo un vasto y variado<br />

pasado histórico que necesitamos recordar<br />

y revalorizar. El conocimiento de la historia<br />

–con mayúsculas o minúsculas– y de la<br />

poesía y la literatura en la larga tradición<br />

cultural de Occidente –en un sentido amplio–<br />

es necesario para una “vida examinada”,<br />

según la máxima socrática, y lo es para<br />

una existencia en nuestro mundo, con<br />

una enriquecida y productiva perspectiva<br />

intelectual.<br />

Pero hay que entender que ese conocimiento<br />

del pasado está sujeto a nuestra<br />

capacidad actual de comprender, que somos<br />

nosotros quienes construimos siempre<br />

nuestra interpretación del pasado, de<br />

nuestros clásicos. Y que si bien hay una<br />

faceta arqueológica en esos estudios, lo<br />

más vivaz en ellos es su conexión con el<br />

presente. Porque necesitamos entender el<br />

pasado para conocer nuestro presente, para<br />

saber cómo es el hombre, no ya en su<br />

conformación física, sino en sus anhelos y<br />

logros espirituales. Y no tanto para imitar<br />

a los antiguos, en un difícil alarde de clasicismo<br />

escolar, hoy fuera de moda, como<br />

para contrastar su visión del mundo con<br />

la nuestra. Y para apoyarnos en ellos para<br />

ver más allá, no ya como enanos sobre los<br />

hombros de gigantes, según el conocido<br />

eslogan medieval, sino como distantes herederos<br />

de un mundo enormemente dramático,<br />

filosófico y poético, con el que<br />

podemos contrastar nuestra efímera y masificada<br />

realidad.<br />

Lo que ha caracterizado a los humanismos<br />

europeos –el humanismo es un<br />

fenómeno repetido y sintomático de la<br />

nostalgia europea por el mundo antiguo–<br />

no es su afán arqueológico, su minuciosidad<br />

en el estudio del pasado, sino el afán<br />

de comprender el presente mediante una<br />

reinterpretación más histórica y más entusiasta<br />

del mundo clásico. Y ha sido<br />

siempre el anhelo de utilizar ese pasado<br />

como un modelo para engrandecer el<br />

presente lo que ha dado su vitalidad a<br />

esos periodos. (Tanto el Renacimiento<br />

italiano como la Ilustración del XVIII y<br />

el movimiento intelectual de los filólogos<br />

alemanes a comienzos del siglo, el llamado<br />

Tercer Humanismo por Werner Jaeger).<br />

Y ha sido la especialización y el minucioso<br />

empeño arqueológico lo que ha<br />

llevado a los humanismos a su ocaso (como<br />

bien señalan H. Rudiger en Wesen<br />

und Wandlung des Humanismus, Hamburgo,<br />

l937, y F. Rico, El sueño del Humanismo,<br />

Madrid, l994). El humanismo<br />

fue siempre un movimiento intelectual y<br />

espiritual ilusionado en mejorar el presente<br />

mediante la esforzada comprensión<br />

del mundo clásico antiguo, mediante<br />

unas humanidades. Y manteniendo aparte<br />

dogmatismos, logomaquias jurídicas, y<br />

saberes teológicos, gracias a una vuelta a<br />

la lectura y reflexión sobre los textos clásicos<br />

9 .<br />

9 Cf. lo que apunta Savater, op. cit., págs. 128<br />

y sigs. sobre los comienzos críticos y libertadores<br />

del Humanismo. Sobre ese momento histórico,<br />

puede verse el reciente libro de Jill Krays, ed. Introducción<br />

al humanismo renacentista, (en edición española<br />

dirigida por C. Clavería) Cambridge, l998.<br />

28 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


Hoy estamos más cerca de una turbia<br />

baja Edad Media que de cualquier humanismo,<br />

desde luego. Pero pensamos que<br />

no hay ningún otro estudio que ilustre de<br />

un modo tan atractivo, y a la vez en profundidad,<br />

sobre cómo es el ser histórico<br />

del hombre como esas humanidades que<br />

lo estudian en su historia, su arte, sus mejores<br />

textos, a través de una perspectiva de<br />

siglos. Mediante el aprendizaje de otras<br />

lenguas, otras literaturas, otras poéticas incluso,<br />

podemos hacernos una idea suficiente<br />

de cuán amplia es la imaginación<br />

del ser humano, cuán libre y cuán condicionada<br />

su capacidad de sentir, pensar, y<br />

vivir. Es decir, son las Humanidades<br />

–cuando se estudian con rigor y método a<br />

fondo y con tenaz empeño– las que ofrecen<br />

una base más sólida para intentar formar<br />

en libertad, sin prejuicios, más allá de<br />

las ortodoxias religiosas, el espíritu (eso<br />

que tan vagamente me gusta seguir llamando<br />

así) del individuo moderno y posmoderno.<br />

Es cierto que no es, ni mucho menos,<br />

fácil constatar la rentabilidad económica o<br />

política de tales estudios. ¿Es mejor para<br />

un Estado, para las finanzas, para la política,<br />

o para el propagandismo de cualquier<br />

grupo o secta, que los estudiantes universitarios<br />

se formen en el estudio de las Humanidades,<br />

tal como lo hemos definido?<br />

¿No sería más útil otra formación que los<br />

haga más dóciles, más uniformes, más limitados<br />

en su capacidad crítica? ¿No sería<br />

más barato no gastar dinero de la comunidad<br />

estatal en eso y que se contentaran todos<br />

con saber leer (más periódicos que libros,<br />

y éstos sólo de temas actuales, a ser<br />

posible) y manejar algunas lenguas de interés<br />

comercial, cosa útil evidentemente, y<br />

visionar plácidamente un montón de programas<br />

de televisión, que resultan a su<br />

modo formativos, hasta lograr el mejor<br />

trance hipnótico, y luego se ocuparan en<br />

trabajos especializados, placeres cómodos,<br />

y sin preocupaciones de otros horizontes<br />

que los actuales? ¿No sería mejor prescindir<br />

de ese intento de dialogar con el pasado,<br />

estimulando a todos a estar satisfechos<br />

con el presente y sus tecnologías? ¿No es<br />

mejor concentrarse en conocer las cosas de<br />

la propia nación, de la comarca, de la propia<br />

lengua vernácula, y despreciar lo más<br />

lejano, esos saberes de otros y de gente<br />

distante y antigua, haciendo así patria cómoda<br />

y pequeña de lo más “nuestro”? ¿Por<br />

qué no limitarnos al presente, a lo inmediato,<br />

en lengua y país? ¿No seríamos más<br />

felices sabiendo menos de todas esas humanidades<br />

tan generales y tan opinables,<br />

tan causantes de críticas, y acaso de extra-<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

ñas nostalgias e inquietudes metafísicas?<br />

¿No llegaremos así a un Mundo Más Feliz,<br />

sin utopías ni distopías, y cómodamente<br />

“unidimensional”?<br />

6. Apresurado final, con un elogio<br />

del latín y del griego<br />

Como me temo que al lector ya le parecerá<br />

largo este ensayo –como a mí mismo<br />

me lo parece, en efecto–, abreviaré ya el final.<br />

No pretendo ofrecer aquí una conclusión,<br />

sino esbozar unas sugerencias para la<br />

reflexión y tal vez el debate. Como se ha<br />

visto, he prescindido de un análisis concreto<br />

de las circunstancias inmediatas, y más<br />

políticas que lógicas, que envuelven toda<br />

la cuestión. He de decir, en todo caso, que<br />

la cuestión de la enseñanza de las Humanidades<br />

está, a mi parecer, mal planteada<br />

cuando se la limita a la enseñanza de la<br />

Historia nacional (y se tropieza con el veto<br />

de los políticos nacionalistas, recelosos y<br />

escaldados con razón, pero a la vez interesados<br />

en la manipulación del pasado histórico<br />

en beneficio propio, y pescadores en<br />

río revuelto) o a remediar con zurcidos la<br />

ignorancia puntual en temas literarios.<br />

También me parece falaz la insistencia por<br />

parte del Ministerio de Educación en que<br />

no hay reducción de horarios, a base de<br />

contar como materias humanistas las enseñanzas<br />

de idiomas, de carácter instrumental,<br />

si indudablemente útiles.<br />

Por otra parte, es probablemente un<br />

error mantener, a estas alturas, la división<br />

tradicional en los últimos planes de estudio<br />

de los alumnos en los de Letras y los<br />

de Ciencias en una nueva planificación de<br />

varias ramas de bachillerato cuya utilidad<br />

es dudosa. Las Letras –que no son lo mismo<br />

que las Humanidades, pero comparten<br />

con éstas muchos contenidos y métodos<br />

básicos– resultan así opuestas a las<br />

ciencias, con notorio perjuicio para unas y<br />

otras, pero además con evidente desprestigio<br />

de las primeras 10 . Ser estudiante de<br />

Letras es, hoy por hoy, un título muy poco<br />

apreciado. Y mucho menos lo será<br />

cuando los estudiantes de Derecho y<br />

Ciencias Sociales se aparten más de esos<br />

estudios. Creo que habría que reconsiderar<br />

muy a fondo esas barreras y encasillamientos<br />

en que obligamos a entrar a los<br />

10 La crisis de las Humanidades viene de muy<br />

atrás y es muy general. Véase, por ejemplo, el librillo<br />

editado en Penguin por J. H. Plumb, Crisis in<br />

the Humanities, ya de l964, o el del mismo autor,<br />

más referido a la enseñanza de la historia, La muerte<br />

del pasado, Barcelona l974. Parece que el destino<br />

de las Humanidades es estar siempre en crisis. Y éstos<br />

son malos tiempos para ellas.


EL DEBATE DE LAS HUMANIDADES<br />

estudiantes, con penosas renuncias a otras<br />

materias tal vez muy atractivas. Como,<br />

por ejemplo, el latín y el griego, para algunos<br />

aventajados estudiantes de Ciencias.<br />

(Sería mejor dejar en los planes de asignaturas<br />

mucho más espacio libre para elecciones<br />

y desviaciones y para afinidades<br />

electivas, sobre todo pensando en el ocio y<br />

no sólo en la práctica profesional de muchos,<br />

teniendo en cuenta que el tiempo libre<br />

es y será cada vez más una parte mayor<br />

de nuestra vida que debemos programar<br />

de acuerdo con nuestras aficiones y gustos,<br />

y los estudios abiertos pueden guiarnos<br />

en esa elección).<br />

Pero me he prometido abreviar estas<br />

páginas, de modo que dejo esa grave e importante<br />

consideración como un apunte<br />

más. No quisiera, sin embargo, concluir<br />

sin destacar un punto más concreto: decir<br />

cómo en los estudios de Humanidades siguen<br />

siendo, a mi parecer, un puntal básico<br />

e importante, el núcleo duro y por ello<br />

lo más zarandeado, maltratado y agredido<br />

en planes oficiales y por posmodernos pedagogos,<br />

los estudios clásicos por excelencia,<br />

es decir, los de latín y griego. No voy a<br />

trazar aquí la historia del problema, ni siquiera<br />

analizaré la angustiosa situación actual<br />

de estas materias en el nuevo bachillerato<br />

de la LOGSE. Creo que los datos están<br />

al alcance de quien se interese por el<br />

problema. No quiero insistir en lo que me<br />

parece una injusta malversación de un capital<br />

humano importante –tantos profesores<br />

de latín y griego, desesperados y confusos–,<br />

sino en la utilidad de esos estudios<br />

–de las llamadas “lenguas muertas” y los<br />

textos antiguos clásicos– como base de una<br />

educación humanista actual y europea.<br />

Pocas materias de estudio parecen tan<br />

rentables como el latín. Sirve no para hablarlo,<br />

sino para otros varios objetivos importantes:<br />

para un mejor conocimiento de<br />

la propia lengua, en su vocabulario y su<br />

estructura sintáctica (si es romance, como<br />

el castellano, el catalán y el gallego, por<br />

ejemplo), para una perspectiva histórica<br />

sobre el mundo romano que está en la base<br />

de la historia y la formación de Europa<br />

y sus instituciones, para el mejor dominio<br />

de una terminología científica, para una<br />

ejercitación escolar de capacidades lógicas<br />

y lingüísticas y para acercarse a una espléndida<br />

e influyente literatura. Tenemos<br />

con el latín una familiaridad derivada del<br />

origen de nuestra lengua y una distancia<br />

histórica y lingüística que favorecen, a la<br />

vez, el interés de su estudio. No se trata,<br />

en definitiva, de saber mucho latín, o de<br />

memorizar sus declinaciones y traducir<br />

textos de la guerra de las Galias, sino de<br />

aprovechar el estudio del latín básico escolar<br />

para comprender mejor muchas otras<br />

cosas de nuestra cultura propia. Es imposible<br />

saber bien la propia lengua románica<br />

sin conocer las estructuras del latín. Y conocerlo<br />

es el mejor punto de apoyo para<br />

entender las relaciones entre lenguas de la<br />

misma familia, como las antes citadas. Las<br />

lenguas y las instituciones culturales de la<br />

Europa cristiana están construidas sobre<br />

ese legado y esa tradición de base romana<br />

que aún hoy es imposible olvidar. Por eso<br />

la enseñanza del latín –con la máxima extensión<br />

posible– debe ser defendida por<br />

razones de cultura general; y, además, por<br />

una elemental economía didáctica: pocas<br />

enseñanzas son tan rentables para un nivel<br />

educativo medio y superior.<br />

Algo parecido, desde el punto de vista<br />

de la influencia cultural, ya que no de la<br />

influencia radical de la lengua en las nuestras<br />

(por más que mucho léxico culto y especializado<br />

en todos idiomas europeos<br />

venga de raíces helénicas), podría decirse<br />

del estudio de la lengua griega. Estudiar<br />

griego es mucho más que aprender una<br />

hermosa lengua antigua; es acceder a un<br />

mundo de un horizonte cultural fascinante<br />

e incomparable y avanzar hacia las raíces<br />

de la tradición ética, estética e intelectual<br />

11 No voy a repetir los argumentos tantas veces<br />

expresados de esa apología. Para los que gusten<br />

de una defensa entusiasta, les aconsejo los estimulantes<br />

Diálogos de George Steiner con Ramin Jahanbegloo,<br />

Madrid, l994, ed. Anaya-M. Muchnik,<br />

págs. 121 y sigs. (Frente a esas palabras, resulta<br />

desconcertante que en una propuesta de lecturas<br />

canónicas como la del libro de H. Bloom falten todos<br />

los clásicos antiguos, griegos y latinos. Se trata<br />

de una ausencia explicable por razones de comodidad.<br />

Sospecho que faltan por la escasa competencia<br />

y poco interés del canonizador al respecto. ¡Curiosa<br />

marginación del canon de una literatura que se<br />

fundó sobre esos modelos!).<br />

12 Los estudios de lenguas clásicas no son<br />

obligatorios ni siquiera en algunas Facultades de<br />

Filología, pero me parece aún más sintomático del<br />

actual menosprecio de las enseñanzas de Letras el<br />

que haya aparecido una nueva titulación de “Humanidades”<br />

en la que apenas se estudia un poco de<br />

latín y nada de griego. No sé qué destino pretenderán<br />

los licenciados en esa licenciatura tan general,<br />

aderezada con materias muy vastas y con un componente<br />

de “nuevas humanidades”, que más bien<br />

parece un barato sucedáneo de los antiguos cursos<br />

comunes desaparecidos de las antiguas y a su vez<br />

muchas veces cuarteadas Facultades de Filosofía y<br />

Letras. Pueden verse como educadores en materias<br />

de letras sin carácter de especialistas. en cualquiera<br />

de sus disciplinas o asignaturas. No creo necesario<br />

subrayar que el conocimiento riguroso y especializado<br />

en una Filología o en una rama de Historia o<br />

en Filosofía parece imprescindible para ejercer como<br />

profesor o como divulgador, incluso a niveles<br />

elementales, y que esas rebajas en la formación de<br />

profesores son, en nuestra situación actual, algo sin<br />

mucho sentido y que no mejorará el prestigio del<br />

profesorado de Letras.<br />

de Occidente; es internarse en un repertorio<br />

de palabras, figuras, instituciones e<br />

ideas que han configurado no sólo la filosofía,<br />

sino la mitología y la literatura del<br />

mundo clásico, no ya sentido como paradigma<br />

para la imitación, sino como invitación<br />

a la reflexión, la contestación crítica y,<br />

en definitiva, el diálogo. en profundidad.<br />

La lectura de los grandes textos clásicos<br />

sigue siendo una experiencia educativa<br />

esencial 11 . Los griegos y latinos están en la<br />

base de esa tradición. Olvidarlo es traicionar<br />

la esencia del humanismo europeo.<br />

Pero no es menos obvio que para leer y<br />

entender esos grandes textos no es necesario<br />

saber latín ni griego; y no hay que pretender<br />

que ni los estudiantes ni la mayoría<br />

de lectores vayan a leerlos en sus idiomas<br />

originales, como los grandes humanistas.<br />

Eso es privilegio de muy pocos especialistas,<br />

esos discretos happy few que pueden<br />

permitirse ese placer intelectual ya raro.<br />

No es tan ambicioso el objetivo de las enseñanzas<br />

de las lenguas antiguas; pero conviene<br />

no olvidar que un cierto conocimiento<br />

del griego clásico, cierto manejo<br />

de las palabras y sus sentidos etimológicos<br />

y su historia sigue siendo el bagaje más válido<br />

para manejar ciertos conceptos y textos<br />

clásicos con un buen rigor filológico y<br />

filosófico. Y eso puede adquirirse, aquí en<br />

nuestro país, con los actuales medios de<br />

profesorado en los centros de bachillerato<br />

y en las facultades universitarias 12 . Parecería<br />

insensato arrojar por la borda esas posibilidades<br />

y cercenar unos estudios clásicos<br />

de buen nivel científico. Sería una muestra<br />

más del desinterés oficial por una enseñanza<br />

de calidad. Sin embargo, eso es lo<br />

que, con escasos miramientos, se viene haciendo.<br />

¡Ojalá que el pendiente debate sobre<br />

el tema de las humanidades, hecho a<br />

fondo, ayude a invertir o contrarrestar en<br />

algo esa tendencia! n<br />

Carlos García Gual es catedrático de Filología<br />

Griega y escritor. Autor de Introducción a la mitología<br />

griega y La Antigüedad novelada.<br />

30 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


1Que en los últimos años no cesen de<br />

oírse voces a favor de la presencia de<br />

las humanidades en los programas escolares,<br />

por aquello de que sólo tales materias<br />

harían posible una formación plenamente<br />

humana, compensando el tremendo peligro<br />

de una excesiva especialización técnico-profesional<br />

con el contrapeso de esa<br />

dimensión trascendente y global en que<br />

se cifraría la más genuina condición del<br />

hombre, revela precisamente que las disciplinas<br />

humanísticas no gozan ya de la sólida<br />

posición que en otro tiempo hizo innecesario<br />

insistir tanto en su apología. En<br />

efecto, una sospecha se extiende en las sociedades<br />

avanzadas sobre aquellos conocimientos<br />

que son excesivamente refractarios<br />

al pragmatismo imperante, como es<br />

el caso de buena parte de los estudios humanísticos.<br />

Se oye una y otra vez sostener<br />

a los bravos defensores de la fortaleza humanística<br />

que la razón principal de la presencia<br />

en la escuela de dichos estudios es<br />

que nos hablan de la realidad más preciosa<br />

para nosotros: nosotros mismos. Las<br />

humanidades nos informarían de las<br />

obras más excelsas que hemos sido capaces<br />

de crear a lo largo del tiempo; y puesto<br />

que toda obra refleja de algún modo a<br />

su creador, nos estarían diciendo cuál es<br />

nuestro verdadero ser, en qué consiste<br />

nuestra dignidad como hombres. Demos<br />

por buena dicha respuesta.<br />

Ahora bien, al punto surge una dificultad<br />

grave: ¿cómo podemos saber quiénes<br />

somos esos de los que las humanidades<br />

dicen que son? Una posible respuesta,<br />

muy extendida, es que por “nosotros” debe<br />

entenderse lo siguiente: los hombres,<br />

los miembros de la especie humana. Sean<br />

cuales sean los accidentes que nos distinguen,<br />

todos los hombres seríamos esencialmente<br />

idénticos. Y las humanidades<br />

nos aportarían una noticia rigurosa y profunda<br />

de esa identidad humana. Además,<br />

y esto sería lo más importante, nos ofrece-<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

LAS HUMANIDADES<br />

EN LA ESCUELA<br />

Entre el casticismo nacional y la libre vacuidad<br />

JAVIER AGUADO<br />

rían como guía de nuestra acción un modelo<br />

humano universalmente válido. Yo<br />

creo que tal justificación de los estudios<br />

humanísticos es muy problemática. La<br />

humanidad es poco más que una realidad<br />

biológica. En efecto, no existe una cultura<br />

de la humanidad, esto es, un patrimonio<br />

universalmente admitido de creencias, valores,<br />

mitos, que pudiera fundar una idea<br />

–y un ideal, por supuesto– del hombre.<br />

No hay un concepto relevante de humanidad,<br />

por mínimo que sea, que compartan<br />

las diferentes culturas; a lo sumo, nos<br />

encontramos con un compendio de vaguedades<br />

humanísticas, tan bienintencionadas<br />

como superficiales.<br />

Pero descartada esa vía ecuménica<br />

que, queriendo descubrir el centro donde<br />

confluirían y armonizarían las diferencias<br />

humanas, tiene que contentarse con una<br />

sabiduría de pacotilla, no está todo perdido<br />

para quien pretenda alcanzar un modelo<br />

absoluto de humanidad. Aún le quedan<br />

otras opciones, más concretas y sustantivas<br />

que la anterior. Una de ellas, muy<br />

transitada a lo largo de los siglos, consiste<br />

en identificar dicho modelo, que no pudo<br />

ofrecerse bajo la forma de un abstracto<br />

denominador común, con una realidad<br />

histórica particular, pero procurando a la<br />

vez que su vigencia sea universal. Éste es<br />

el caso de toda apuesta por una historia<br />

sagrada, según la cual los avatares de los<br />

elegidos deberían ser leídos como un texto<br />

que revela ese mensaje absoluto que ha<br />

de modelar la vida de los hombres; es<br />

también el caso de toda exaltación de una<br />

cultura concreta, por lo general desaparecida<br />

hace mucho y que ha adquirido la<br />

reputación de clásica, en la que se quiere<br />

ver un ejemplo eterno de excelencia humana;<br />

o es también el caso, por poner el<br />

ejemplo de un fenómeno cuyo poder es<br />

muy intenso en nuestros días, de ese espejismo<br />

por virtud del cual el dominio civilizatorio<br />

que una parte del planeta es ca-<br />

paz de imponer al resto gracias a factores<br />

meramente fácticos se nos aparece como<br />

el reino legítimo y neutral de la razón.<br />

Creo que esta opción, que hace de<br />

una realidad particular la encarnación de<br />

lo absoluto, adolece de cierta fragilidad,<br />

aunque sólo sea porque los hombres modernos<br />

hace tiempo que prescindieron de<br />

la creencia en la posibilidad de poseer un<br />

criterio objetivo que permitiera dar con<br />

algo absoluto. Ya no es posible –quizá ni<br />

siquiera se desee– saber si la matemática<br />

griega supera a la teosofía hindú, si el arte<br />

gótico es de un rango más elevado que el<br />

de la caligrafía árabe, si vale más la física<br />

cuántica o la espiritualidad zen, el uso<br />

místico del peyote o el consumo de cerveza.<br />

Tampoco es posible encontrar algún<br />

contenido común a esa prodigiosa variedad<br />

cultural que habita la tierra. Pero si<br />

carecemos de esa vara universal con que<br />

medir culturas, único medio de poder<br />

elegir una de ellas como paradigma de la<br />

perfección humana, nos queda otra posibilidad:<br />

entender por “nosotros” sólo los<br />

miembros de un grupo humano particular.<br />

En este caso, la bondad didáctica de<br />

las humanidades se debería a la creencia<br />

de que nos dicen quiénes somos diciéndonos<br />

cuál y cómo es la tribu a la que<br />

pertenecemos. Se espera de ellas que nos<br />

ofrezcan una forma de pertenencia más<br />

concreta, plena, cordial, cálida y entusiasta<br />

que la derivada del frío y racional concepto<br />

de humanidad. Gracias a las humanidades<br />

conoceríamos y amaríamos el pasado<br />

de la nación a la que pertenecemos:<br />

de qué edades remotísimas viene, qué gestas<br />

sobrehumanas acometió y cuán gloriosa<br />

llegó a ser su condición; también conoceríamos<br />

y amaríamos el territorio que<br />

nos fue concedido habitar y, muy especialmente,<br />

conoceríamos y amaríamos<br />

nuestra lengua, incluso –un don concedido<br />

a pocos– podríamos llegar a amarla sin<br />

conocerla.<br />

31


LAS HUMANIDADES EN LA ESCUELA<br />

Es el caso que algunos ya comienzan<br />

a defender el estudio de la cultura clásica,<br />

hasta hace poco un dominio del espíritu<br />

vinculado a una concepción universalista,<br />

mediante un argumento que, a pesar de<br />

las apariencias, está lleno de resabios nacionales.<br />

Dice así: puesto que formamos<br />

parte de una gran comunidad histórica,<br />

social y cultural, Europa, nos importa<br />

mucho conocer cuál sea su identidad,<br />

uno de cuyos ingredientes más importantes<br />

es, cómo no, el sobrio y luminoso espíritu<br />

helénico. La defensa de la cultura<br />

grecorromana, no como ejemplo para todos<br />

los hombres, sino por el hecho de que<br />

quiere verse en ella una de las señas de<br />

identidad que permitan destacar sobre el<br />

fondo, huelga decir que inhóspito, de los<br />

correspondientes bárbaros la novedosa realidad<br />

política que va emergiendo en el<br />

continente europeo, perpetúa a gran escala<br />

los modos casticistas del viejo nacionalismo.<br />

Es cierto que se oyen últimamente<br />

con harta frecuencia afirmaciones de este<br />

tenor neonacionalista; pero es probable, y<br />

deseable, que, en unas sociedades cada<br />

vez más abiertas y atomizadas, no seduzca<br />

durante mucho tiempo esa renovada invitación<br />

al chauvinismo colectivo.<br />

¿Qué hacer entonces? Sin duda, podemos<br />

descartar, por insustancial, la tentativa<br />

de hallar algo así como un sustrato común<br />

a las diferentes culturas, aquello en<br />

lo que se solaparían las infinitas versiones<br />

de la creatividad humana. Dejemos esa retórica<br />

para el uso ceremonial de la Unesco.<br />

Dicho esto, creo que nadie negará que<br />

sería muy sensato introducir en nuestras<br />

escuelas el estudio exhaustivo de contenidos<br />

ajenos a nuestra propia tradición cultural,<br />

llegando incluso al extremo de eliminar<br />

esta última si tuviéramos la seguridad<br />

de que aquellos gozan de un valor<br />

objetivo supremo; pero la carencia de toda<br />

medida común y objetiva, un dato<br />

irrenunciable de la modernidad, no justifica<br />

que adoptemos tal opción. Ahora<br />

bien, elegir algo por el mero hecho de<br />

pertenecer al dominio cerrado de un nosotros<br />

particular, definido por su oposición<br />

a un genérico e impreciso los-otros, no pasaría<br />

de ser un síntoma de idiocia cultural.<br />

2Sin duda, que no sea fácil hallar una<br />

razón convincente a favor del estudio<br />

de las asignaturas de letras es uno de los<br />

factores que más han de condicionar en<br />

un futuro próximo el lugar de las mismas<br />

en los programas escolares. De hecho, ya<br />

empiezan a sufrir las consecuencias negativas<br />

de esa dificultad. Aunque, cómo no,<br />

la respuesta contra la nueva situación no<br />

se ha hecho esperar. Se han oído últimamente<br />

no pocos lamentos, en los que no<br />

se distingue bien lo doctrinal de lo sindical,<br />

ante el triste destino a que se verían<br />

abocadas las humanidades por culpa de la<br />

última reforma de la enseñanza no universitaria.<br />

Parece ser que nos amenaza un futuro<br />

sombrío en el que una tecnología<br />

deshumanizada campará por sus respetos,<br />

al margen de cualquier tipo de orientación<br />

y freno éticos que sólo podría suministrar<br />

una educación humanística. Estos<br />

augurios melancólicos no deberían hacernos<br />

olvidar que la nostalgia que revelan,<br />

aun sin saberlo, lo es de un estado de cosas<br />

que también dejaba mucho que desear.<br />

En efecto, quienes deploran la nueva situación<br />

del estudio de las humanidades<br />

suelen fundar la necesidad de que sean<br />

enseñadas tales materias, por encima de<br />

cualquier otra consideración, en el hecho<br />

de que nos dicen cómo se ha formado y<br />

desarrollado nuestra cultura, y nos ayudan<br />

así, por lo visto, a saber qué somos. No es<br />

difícil detectar en toda esa cantinela (que<br />

se dice humanística, pero que ha traicionado<br />

lo mejor del espíritu renacentista<br />

que alumbró el estudio de las humanidades)<br />

un regusto comunitario, nacionalista<br />

en muchas ocasiones, que se expresa en<br />

forma de defensa de una realidad supraindividual<br />

cuya abrumadora identidad interna<br />

corre paralela a una rígida diferenciación<br />

externa y que opera como instancia<br />

suprema desde la que se juzga el valor<br />

de toda suerte de casos y cosas. Conforme<br />

a este egoísmo colectivo, cada hombre sería<br />

poco más que un accidente de una particular<br />

colectividad, apenas una sombra<br />

atravesada por una identidad sustantiva y<br />

común que viene de muy lejos en el tiempo.<br />

De ahí surge una pedagogía de la memoria<br />

colectiva, que favorece el estudio de<br />

las humanidades pero que, olvidándose<br />

del valor que en sí mismas pudieran tener<br />

éstas, si es que lo tienen, sólo las estima en<br />

tanto en cuanto se subordinen a las necesidades<br />

colectivas: sobre todo, a la necesidad<br />

de construir una identidad supraindividual<br />

en el tiempo.<br />

Quede dicho de una vez por todas: el<br />

estudio de las humanidades se ha convertido<br />

a menudo, cosa que quieren ignorar<br />

muchos de los que se quejan de los malos<br />

tiempos que corren para tales disciplinas,<br />

en una máscara del ídolo de la identidad<br />

nacional. Allí donde ha triunfado el nacionalismo<br />

no ha dejado de reclamarse de<br />

la escuela el debido tributo a esa identidad.<br />

Y es que, conforme a dicha ideología,<br />

en cada pueblo habría oculto un principio<br />

vital que, en el curso de la historia,<br />

se habría expresado, objetivado, en una<br />

lengua, una poesía, un arte, una organización<br />

social, etcétera; en consecuencia estas<br />

expresiones culturales, en las que se manifestaría<br />

la íntima y preciosa realidad nacional,<br />

deberían ser conocidas por las<br />

nuevas generaciones, encargadas de perpetuar<br />

por medio de dicho conocimiento la<br />

identidad nacional.<br />

El concepto de cultura (me refiero a<br />

la cultura reificada, entendida como depósito<br />

social de creencias; no, a la cultura<br />

subjetiva, concebida como una tarea, como<br />

un cultivo, en este caso no de la tierra<br />

sino del hombre) resultó ser un vehículo<br />

privilegiado de la ideología nacionalista,<br />

pues dicho concepto remite necesariamente<br />

al pasado. No hay cultura sin historia;<br />

una cultura instantánea no puede<br />

existir: no sería más que moda; sólo si ésta<br />

cuaja y se convierte en costumbre permanente<br />

alcanzará la dignidad cultural. Al<br />

proyecto futurista, abstracto y universal<br />

de la ilustración, el romanticismo nacionalista<br />

opuso el espesor temporal, la historicidad<br />

concreta de la noción de cultura.<br />

Y si las humanidades miraban hacia el pasado,<br />

si eran unas ciencias monumentales,<br />

consagradas a la rememoración piadosa,<br />

no es de extrañar que la pedagogía nacionalista<br />

se sirviera de ellas para sus fines. El<br />

saber humanístico se adaptaba a ese designio<br />

de conmemoración y perpetuación, a<br />

ese culto de lo memorable cuyo primer<br />

mandamiento exigía guardar memoria de<br />

los muertos, suelo nutricio del que nos<br />

mantendríamos los vivos.<br />

Es bastante significativo al respecto<br />

que los partidos nacional-conservadores<br />

otorguen tanta importancia a la enseñanza<br />

de las humanidades, en las que ven un<br />

refugio seguro de la perdurabilidad del ser<br />

nacional. Para el pensamiento conservador,<br />

la educación no debe ser una mera<br />

gimnasia, ayuna de contenidos, dirigida al<br />

exclusivo desarrollo de una personalidad<br />

flexible y adaptable. Ese modelo educativo<br />

estrictamente instrumental –afirman<br />

los conservadores– puede servir para sociedades<br />

primitivas, carentes de una cultura<br />

rica y diversificada; pero nosotros<br />

–continúan– no nos encontramos en tal<br />

situación, puesto que hemos heredado<br />

una tradición valiosa de cuya pervivencia<br />

somos responsables ante las generaciones<br />

futuras; por ello –concluyen– la misión de<br />

nuestra escuela no puede limitarse a facilitar<br />

el desarrollo por parte del alumno de<br />

unas aptitudes, sino que debe ofrecerle el<br />

contenido sustantivo del pasado cultural<br />

de la comunidad. Frente a la virtualidad<br />

individualista, fomentada por una educa-<br />

32 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


ción sin contenidos, el pensamiento conservador<br />

resalta el valor de la memoria de<br />

la cultura objetiva que define un espíritu<br />

nacional.<br />

3A pesar de ese componente nacionalista<br />

que se ha adherido a los estudios<br />

humanísticos, son muchos los que, sin<br />

conciencia de ese hecho, abogan por una<br />

recuperación de la importancia que tuvieron<br />

tales materias en el pasado. Y, natural-<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

mente, no han faltado en nuestro país las<br />

correspondientes promesas del Partido<br />

Popular (PP), las cuales –ahora están descubriendo<br />

sus destinatarios– escondían<br />

una ambigüedad poco menos que fraudulenta.<br />

En efecto, el compromiso de mejorar<br />

la enseñanza de las humanidades, realizada<br />

por dicho partido cuando estaba en<br />

la oposición y reiterada a su llegada al poder,<br />

había sido interpretada hasta ahora<br />

como un compromiso de potenciar el es-<br />

JAVIER AGUADO<br />

tudio de las letras; en particular de aquellas<br />

materias que habían visto cómo se reducía,<br />

en algunos casos drásticamente, su<br />

peso en la última reforma de los estudios<br />

no universitarios. Como no podía ser de<br />

otra manera, los afectados por las últimas<br />

reducciones entendieron que lo que se estaba<br />

ofreciendo era, en último término,<br />

un aumento de las horas dedicadas a tales<br />

asignaturas.<br />

Pero, a la hora de la verdad, se han<br />

encontrado con la desagradable sorpresa<br />

de que lo ideado por la ministra de Educación<br />

y Cultura para lograr la mejora de<br />

las humanidades es un plan en el que, al<br />

menos en su primera fase, no se habla en<br />

absoluto del esperado aumento de horas.<br />

La presunta mejora consiste, ante todo,<br />

en un cambio de contenidos que acerca<br />

éstos a los gustos doctrinales más rancios<br />

del PP, en especial a su afición a un nacionalismo<br />

no más legítimo, aunque tampoco<br />

menos, que el surgido en el seno de<br />

algunas minorías territoriales. Cuando lo<br />

que se esperaba era una modificación técnica,<br />

ideológicamente neutral, de los estudios<br />

humanísticos, que, al margen de la<br />

tentación de satisfacer las propias parcialidades<br />

ideológicas, mejorase la calidad de<br />

los mismos, lo único que se ve en las primeras<br />

medidas dadas a conocer no es más<br />

que el afán por recuperar una orientación<br />

españolista de la enseñanza; es verdad que<br />

bastante olvidada últimamente en parte<br />

del territorio español por virtud de una<br />

vaguedad en los contenidos mínimos<br />

marcados por la administración central<br />

que ha permitido que algunos gobiernos<br />

más o menos nacionales propendan, a la<br />

hora de la concreción de las imprecisas<br />

orientaciones recibidas de Madrid, a resaltar<br />

sobre todas las cosas su hecho diferencial.<br />

La propuesta ministerial ha desencadenado<br />

una polémica desaforada entre los<br />

que militan en las diversas filas nacionalistas.<br />

Ello hace pensar que todos, centralistas<br />

y periféricos, entienden que lo que importa<br />

no es si los estudiantes han de conocer<br />

mucho, poco o nada de cosas tales<br />

como la guerra del Peloponeso, la poesía<br />

de Catulo, el aoristo de los verbos griegos<br />

y otras curiosas antigüedades, sino quién<br />

va a ser capaz de crear nación, esto es,<br />

quién dispondrá de los mayores medios<br />

para imponer a los estudiantes la idea de<br />

cuál es su comunidad emocional de pertenencia.<br />

Unos y otros juegan a lo mismo,<br />

sólo que en equipos distintos. Nadie duda<br />

de que los estudios humanísticos han sido<br />

puestos en algunas comunidades autónomas<br />

al servicio de la construcción de una<br />

33


LAS HUMANIDADES EN LA ESCUELA<br />

conciencia nacional cuya principal característica<br />

no es la amplitud de miras; pero<br />

muchos de quienes han decidido razonar<br />

a favor de las bondades del proyecto ministerial,<br />

denunciando el empobrecimiento<br />

a que conduce una concepción localista<br />

de la educación y de la cultura, no tardan<br />

en despojarse del disfraz cosmopolita y en<br />

apelar a la misma premisa patriótica y cerrada<br />

que afean al enemigo. El consejo<br />

oportunista de mirar más allá de la patria<br />

chica no es más que una triquiñuela retórica,<br />

por cuanto suele indicar también<br />

cuál es el espacio al que debe ceñirse dicha<br />

expansión visual –no sea que la mirada se<br />

extravíe por donde no debiera–. En efecto,<br />

el mismo que está dispuesto a lamentarse<br />

de que los jóvenes andaluces pudieran<br />

llegar, si las cosas no se enderezan, a<br />

desconocer todo lo que queda al norte de<br />

Despeñaperros, no quedaría muy satisfecho<br />

en el caso hipotético de que esos mismos<br />

jóvenes creyeran escuchar ancestrales<br />

voces que les invitasen a subrayar la dimensión<br />

andalusí de su comunidad, y<br />

concebirla por ello como una variante de<br />

la dilatadísima civilización que se extiende<br />

al otro lado del estrecho. Quien no se harta<br />

de recomendar que los estudiantes catalanes<br />

no vean encerrados sus conocimientos<br />

geográficos en los límites de Cataluña,<br />

es obvio que no está invitando a que se familiaricen<br />

demasiado con la unidad paisajística<br />

de la cuenca mediterránea, claramente<br />

diferenciada de territorios interiores<br />

como la meseta castellana; ni siquiera<br />

a que descubran la otra cara pirenaica. El<br />

que ridiculiza la miopía cultural de otros<br />

(que les lleva, por ejemplo, a incluir en<br />

sus programas de estudio la doctrina de<br />

Sabino Arana, no muy sutil según los antropólogos<br />

culturales que se han aventurado<br />

a entrar en sus textos) admite sin rechistar<br />

el proyecto ministerial que convierte<br />

a Ortega y Gasset en uno de los<br />

poquísimos filósofos cuya lectura será recomendada<br />

en el nuevo bachillerato, se<br />

supone que por la muy filosófica razón de<br />

que tiene que haber algún autor español<br />

en ese selecto grupo.<br />

El uso de algunas asignaturas humanísticas<br />

como instrumentos aptos para la<br />

creación en los alumnos de una determinada<br />

conciencia nacional conlleva una deformación<br />

de las mismas que llega a desmentir<br />

incluso la misma denominación de<br />

humanidades, la cual apunta a fines muy<br />

diferentes. No deja de encerrar alguna paradoja<br />

el hecho de que haya heredado la<br />

denominación de “humanidades” un grupo<br />

de materias cuya coincidencia temática<br />

con los studia humanitatis del renacimien-<br />

to no debería cegarnos sobre una radical<br />

diferencia. Es cierto que se ha sostenido,<br />

con no poca razón, que ya estaría obrando<br />

un designio protonacionalista en los primeros<br />

estudios humanísticos desarrollados<br />

en la península itálica. Por ejemplo, los intentos<br />

de recuperar el latín clásico se habrían<br />

debido a tratarse de la lengua que<br />

habló en su época más gloriosa la nación<br />

italiana, identificada un tanto forzadamente<br />

con Roma; así mismo, el desprecio<br />

del latín de las universidades medievales<br />

no se debería tanto a su pésima calidad<br />

como al hecho de ser un obstáculo al renacimiento<br />

de la conciencia nacional italiana,<br />

que andaba disuelta en el océano de<br />

la cristiandad medieval. Pero, sin necesidad<br />

de negar la verdad de dicha apreciación,<br />

no es menos cierto, como muestra el<br />

éxito logrado por el movimiento renacentista<br />

más allá de la península italiana, que<br />

ese incipiente nacionalismo fue compatible<br />

con un talante que, lejos de ensimismarse<br />

en el culto de una eventual identidad<br />

particular, supo celebrar las excelencias<br />

de un modelo que se quiso universal:<br />

la antigüedad clásica. Olvidado ese espíritu<br />

renacentista, el siglo XIX nacionalizó<br />

las humanidades. Ello, sin duda, enriqueció<br />

el contenido de las mismas, en el que<br />

también iban a tener su legítimo lugar las<br />

variadísimas tradiciones populares, hasta<br />

entonces despreciadas. Pero también resultó<br />

que, viniendo a ser identificadas en<br />

adelante las humanidades con un quimérico<br />

espíritu nacional, se vieron abocadas a<br />

servir de instrumentos ideológicos de ese<br />

nuevo despotismo por el que los habitantes<br />

de un determinado territorio quedaban<br />

convertidos en poco más que esclavos de<br />

su propia transmutación hipostática: la<br />

Nación, el Pueblo, la Raza…<br />

Naturalmente, el nacionalismo tiene<br />

sus consecuencias ópticas. Toda pertenencia<br />

nacional produce un cierto estrabismo:<br />

una limitación que no causaría grandes<br />

problemas si no fuera porque las diferencias<br />

de perspectiva causadas por la<br />

diversidad de fidelidades nacionales tienen<br />

la naturaleza abismal, insuperable, de<br />

todo lo irracional. Vaya usted a saber por<br />

qué hay quien decide sentirse español, o<br />

berciano, ante todo; por qué se elige ser<br />

valenciano acosado por el monstruo pancatalanista,<br />

o catalán sojuzgado por el indolente<br />

poblachón manchego, o europeo<br />

a merced de los caprichos norteamericanos.<br />

Lo cierto es que, una vez tomada la<br />

decisión, cuyo último y más sólido fundamento<br />

es la real gana, de sentirse recorrido<br />

por tal o cual identidad colectiva, se<br />

hace imposible unificar por vías racionales<br />

las perspectivas, a todas vistas inconmensurables,<br />

de quienes se alistan en patrias<br />

diferentes.<br />

No deja de presentarse dicho sesgo<br />

nacional de la mirada cuando ésta se dirige<br />

al pasado, a la historia. No hace mucho<br />

que un europarlamentario británico mostraba<br />

su rechazo más completo a la idea de<br />

escribir una historia europea, en la que,<br />

temía el recalcitrante insular, Napoleón<br />

dejaría de ser el personaje aborrecible que<br />

enseñan los manuales de historia que él estudió.<br />

Desde luego, el caso de ese europarlamentario,<br />

cuyos juicios no tienen por<br />

qué estar presididos por una exquisita probidad<br />

intelectual, no tiene mucho que ver<br />

con el del historiador escrupuloso que<br />

busca simplemente la verdad; pero debe<br />

advertirse que desacuerdos tales como los<br />

que se dan a la hora de abordar la historia<br />

no se deben sólo a que se recurra por lo<br />

general a una manipulación consciente del<br />

pasado. El problema es más profundo: por<br />

sí sola la elección del tema de la narración<br />

histórica determina una perspectiva.<br />

Por más que los historiadores se ciñeran<br />

siempre a una metodología rigurosa,<br />

no lograrían conciliar, pongamos por caso,<br />

una narración cuyo tema fuera la gradual<br />

formación de España y otra que versara<br />

sobre la de Cataluña. No podrían<br />

conceder en ambos casos el mismo significado<br />

a sucesos que, siendo comunes a las<br />

trayectorias temporales de ambas realidades,<br />

les afectan de modo muy distinto.<br />

Por ejemplo, la política del conde-duque<br />

de Olivares encaminada a implicar a los<br />

reinos catalano-aragoneses en las empresas<br />

de la monarquía española, que venían<br />

siendo sostenidas, sobre todo, con el esfuerzo<br />

de Castilla, si es contemplada en el<br />

marco de la historia de la construcción de<br />

España, ha de ser enjuiciada, a pesar de<br />

todo lo que haya de reprochable en ella,<br />

positivamente, aun en calidad de tentativa<br />

prematura e insatisfactoria. Y es que todo<br />

aquello que entendamos que trabajó a favor<br />

de una plena realización de la entidad<br />

española no puede sino merecernos un<br />

juicio positivo siempre que nos situemos<br />

en el contexto de una historia cuyo objeto<br />

sea el devenir de España.<br />

La razón de esa valoración positiva no<br />

tiene por qué ser ideológica, algo así como<br />

un patriotismo español que condicionara<br />

desde fuera la labor científica del historiador,<br />

sino que viene exigida internamente<br />

por el propio discurso: en un discurso no<br />

se puede ir en contra de lo que facilite la<br />

constitución del objeto del discurso. Por<br />

la misma razón literaria, si esa política<br />

centralizadora del valido de Felipe IV es<br />

34 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


analizada en el marco de una historia que<br />

quiera contar la formación de Cataluña,<br />

aparecerá como un accidente negativo,<br />

como un obstáculo lamentable de la posible<br />

conquista de una plenitud catalana.<br />

En efecto, en este caso se trata de un elemento<br />

discursivo que, paradójicamente,<br />

roe el propio objeto del discurso. Y no es<br />

sólo diferente el juicio que pueda merecer<br />

el mismo hecho histórico: varía incluso su<br />

presencia textual, su relieve narrativo, y<br />

esto en los casos en que pueda hablarse de<br />

un mismo hecho (los hechos históricos no<br />

son átomos que el historiador descubre;<br />

son constructos estructurales que surgen<br />

dentro de contextos narrativos). El pasado<br />

es un paisaje cuya perspectiva cambia con<br />

nosotros; lo que desde un punto de vista<br />

se presenta como elemento clave que vertebra<br />

toda la composición, desde otro no<br />

es más que un accidente irrelevante, un<br />

adorno prescindible. El pasado, se ha dicho,<br />

se decide en el presente 1 .<br />

Los nacionalistas de la particularidad,<br />

que se sienten incómodos con la idea de<br />

que España sea una nación, han de apostar,<br />

como no podía ser de otro modo en<br />

todo buen nacionalista, por una historia<br />

de su territorio, y no por una historia de<br />

España en la que se les conceda una paternal<br />

acogida. Ello no significa que pretendan<br />

ignorar lo que desborde su ámbito territorial,<br />

sino que todo, lo de dentro y lo<br />

de fuera, lo interpretarán en función de la<br />

premisa que hace de su territorio un sujeto<br />

histórico. Seguirán ocupándose del pasado<br />

español, pero sin otorgarle otro rango<br />

que el de contexto explicativo de la<br />

historia de la nación por la que han optado,<br />

elevada a la dignidad de figura que<br />

realza sus nítidos perfiles sobre el fondo<br />

oscuro de lo que sólo cumple la función<br />

de marco genérico. No es diferente lo que<br />

1 Por ello quiero mostrar mi disconformidad,<br />

aunque sea de pasada, con quienes afirman cosas<br />

tales como que debemos conocer nuestros orígenes<br />

para conocer qué somos. Aparte de que tal aseveración<br />

es deudora de un esencialismo atemporal (como<br />

si se dijera: somos lo que siempre hemos sido)<br />

con el cual es difícil estar de acuerdo en tiempos<br />

tan historicistas como los que nos ha tocado vivir,<br />

lo que aquí quiero señalar ante todo es que las cosas<br />

suceden a la inversa: sólo estamos en condición<br />

de señalar cuáles son nuestros orígenes cuando hemos<br />

determinado qué entendemos por ese “nosotros”.<br />

Quizá pudiera salvarse el enunciado que concede<br />

tal preeminencia epistemológica a los orígenes<br />

sacándolo del ámbito, siempre discutible, de las<br />

proposiciones fácticas y otorgándole un rango definitorio<br />

por el que vendría a significar lo siguiente:<br />

entenderemos por “nosotros” al grupo que comenzó<br />

a existir en tal momento; pero es evidente que la<br />

verdad analítica de la proposición se salva al precio<br />

de su inanidad cognoscitiva: no hay nada que comprobar<br />

en una estipulación verbal.<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

hace el historiador de España cuando<br />

atiende a sucesos que desbordan las fronteras<br />

españolas. Por ejemplo, el historiador<br />

de España que narra los hechos ocurridos<br />

en la Italia del siglo XVI no los<br />

contempla, en tanto que estudia la historia<br />

de España, como elementos de una<br />

posible historia italiana. Lo importante no<br />

son, pues, los datos históricos que se estudien,<br />

que podrían ser más o menos los<br />

mismos, sino quién hace las veces de sujeto<br />

de esa historia.<br />

Por lo dicho, no creo que sean armonizables<br />

las perspectivas encontradas que<br />

surgen de las diferentes lealtades nacionales<br />

apelando a la honradez intelectual de<br />

los historiadores, de la que no hay por<br />

qué dudar. Menos aún, recurriendo a piruetas<br />

verbales. Por más que la ministra<br />

de Educación y Cultura busque para la<br />

enseñanza de la historia de España un calificativo<br />

que no irrite los oídos autonómicos,<br />

no conseguirá nada: lo que les<br />

ofende no es que se hable de la historia<br />

unitaria de España, sino la misma idea de<br />

historia de España. Y se comprende que<br />

sea así: la idea de una historia de España<br />

no es otra que la idea de la historia unitaria<br />

de España, del mismo modo que el estudio<br />

de la historia de cualquier entidad,<br />

por muy interiormente diversificada que<br />

se muestre dicha entidad, y sin que importe<br />

lo que pueda tener la misma de artificiosa<br />

e inventada, no puede consistir<br />

más que en la búsqueda de aquello, por<br />

poco que sea, que comparten todas sus<br />

partes. Y es que, en el instante en que<br />

pensamos en una cosa, estamos pensando<br />

en una cosa.<br />

Así, cuando ha surgido la necesidad,<br />

política más que teórica, de escribir una<br />

historia de Europa, sea lo que sea lo que<br />

se quiera entender con la palabra “Europa”,<br />

no se ha dudado de que el reto planteado<br />

era encontrar las líneas históricas<br />

comunes a los pueblos europeos, o, lo que<br />

es lo mismo, dar con algo, por exiguo que<br />

pueda ser, en los diferentes pueblos europeos<br />

(se sobreentiende: de los pueblos<br />

compatibles con la definición del término<br />

“Europa” que previamente se haya dado<br />

por buena) que permita estudiarlos en<br />

conjunto, como una unidad. El objetivo<br />

no podía ser otro que construir un pasado<br />

europeo; no, tantos pasados como partes<br />

tenga Europa. Poco consigue, pues, la ministra<br />

de Educación y Cultura cuando<br />

pretende atemperar las estridencias de su<br />

precepto españolista (me refiero al que<br />

manda que se destaque en la historia de<br />

España su carácter unitario, compatible<br />

con la variedad que la enriquece) a base<br />

JAVIER AGUADO<br />

de jugar con los adjetivos. ¿Acaso cree que<br />

le servirá de mucho cambiar “unitario”<br />

por “común”? Una de dos: o “común” significa<br />

lo mismo que “unitario” o significa<br />

otra cosa. Pero, ¿qué otra cosa podría significar?<br />

No es muy probable que lo que se<br />

pretenda decir es que algunos pueblos<br />

compartieron cosas en el pasado en el modo<br />

en que, digamos, una guerra es común<br />

a sus contendientes, pues no habría modo<br />

de construir una nación sobre el recuerdo<br />

de tan tempestuosa comunidad pretérita,<br />

siendo preferible el olvido; tampoco es verosímil<br />

que con el término “común” sólo<br />

se signifique la mera yuxtaposición de<br />

unas historias sin ninguna otra relación<br />

entre sí que su vecindad, pues entonces<br />

no tendríamos una historia compartida,<br />

sino una suma de historias sustancialmente<br />

diversas, lo que tampoco puede ser lo<br />

mentado por quien reivindica la esencial<br />

unidad española. Luego, en boca de nuestra<br />

ministra, “común” no puede significar<br />

más que “unitario”, con lo que no hemos<br />

avanzado nada, cosa que ya sabían los defensores<br />

de las minorías nacionales desde<br />

el principio.<br />

Tan inútiles son esas maniobras verbales<br />

que, aunque la responsable de los<br />

asuntos educativos estuviera dispuesta a<br />

hacer el esfuerzo titánico, que nadie espera<br />

de ella, de volver del revés el precepto<br />

que manda apreciar debidamente la naturaleza<br />

unitaria de la historia de España, y<br />

pasará a ordenar que se atienda debidamente<br />

al carácter plural de dicha historia,<br />

esta nueva proposición sería tan unitaria<br />

como la primera, pues lo unitario está inscrito<br />

ya en la idea de una historia, todo lo<br />

diversificada que se quiera, de España. Al<br />

fin y al cabo, la afirmación de la pluralidad<br />

deja intacta la unidad diversificada<br />

por ella, pues sin tal unidad no hay modo<br />

de saber ante qué pluralidad estamos. La<br />

pluralidad ha de serlo de un ser. Es por esto<br />

por lo que afirmo que el mero hecho<br />

de hablar de la pluralidad española ya da<br />

por supuesta la validez del concepto de<br />

unidad española.<br />

4Lo dicho anteriormente contra la deformación<br />

patriótica a que se ven sometidos<br />

los estudios humanísticos pudiera<br />

parecer que dibuja, negativamente, un<br />

contramodelo didáctico. En efecto, es<br />

muy sensato suponer que toda crítica se<br />

hace desde el punto de vista de la adhesión<br />

a algún valor, o sistema de valores;<br />

que el trabajo negativo de la crítica depende<br />

de la creencia en la bondad de un<br />

proyecto alternativo; y, si las líneas anteriores<br />

eran hostiles a una concepción na-<br />

35


LAS HUMANIDADES EN LA ESCUELA<br />

cionalista de la enseñanza, que esperaba<br />

de la escuela que contribuyese a la perpetuación<br />

de unos saberes cristalizados en la<br />

forma de tradiciones culturales, podría<br />

deducirse, muy razonablemente, que en<br />

esas mismas líneas se defendía una pedagogía,<br />

llamémosla gimnástica, basada en<br />

el principio de que no importa tanto la<br />

transmisión de unos contenidos heredados<br />

cuanto el fortalecimiento de, como he<br />

oído en alguna ocasión, “los músculos intelectuales<br />

y morales del alumno”.<br />

Sin embargo, debo advertir contra toda<br />

tentativa de interpretar lo dicho más<br />

arriba como una defensa implícita de esta<br />

educación sin contenidos, dado que no<br />

siento mucho entusiasmo por unos métodos<br />

didácticos que, queriendo descargar<br />

la enseñanza de cualquier residuo de tradición<br />

cultural, pudieran llegar al extremo,<br />

como dicen los ingleses, de tirar el<br />

bebé con el agua sucia en que fue bañado.<br />

Eso ya está sucediendo. Ya se puede ver<br />

cómo la pedagogía de la que se sirvió el<br />

patriotismo va siendo, poco a poco, desplazada<br />

por otra, aún más pragmatista si<br />

cabe, que fomentará la aparición de unos<br />

individuos dotados de una maravillosa<br />

musculatura espiritual pero que sólo gesticularán<br />

en el vacío, dado que, por culpa<br />

de esa misma concepción rigurosamente<br />

instrumental de la cultura, no encontrarán<br />

contenidos sobre los que ejercer sus<br />

cultivadas aptitudes.<br />

Un pensamiento individualista como<br />

el que está conociendo ahora la modernidad,<br />

que ha construido un concepto de<br />

sujeto en el que lo esencial es una negatividad<br />

que lo libera de todo contenido<br />

identitario y comunal (ya no importa saber<br />

qué somos; y menos aún, si somos<br />

celtas, murcianos, padanos u otánicos),<br />

había de apostar por una renovación pedagógica<br />

que concediera menos importancia<br />

a la transmisión de contenidos y<br />

más al desarrollo de la personalidad integral<br />

del alumno. El objetivo ya no es la<br />

pervivencia de una cultura objetiva, aquellos<br />

contenidos que una educación nacionalista<br />

juzgara dignos de ser transmitidos<br />

a través de las generaciones; por el contrario,<br />

se apuesta por una cultura subjetiva,<br />

por el cultivo de las diversas potencialidades<br />

del alumno. La cultura objetiva, el cúmulo<br />

de saberes que nos legó el pasado,<br />

será concebida, tal como ya hiciera Montaigne,<br />

como un alimento que, lejos de ser<br />

vomitado como sucede en las malas digestiones,<br />

esto es, lejos de ser materia de un<br />

recitado memorístico y mecánico que devuelve<br />

intacto lo que recibió, ha de ser asimilado<br />

y trasformado en aptitudes, en ca-<br />

pacidades dispuestas para el futuro. Ya se<br />

trate de adquirir la capacidad de juzgar y<br />

criticar por sí mismo, de alcanzar la verdad<br />

sin necesidad de recurrir a la ortopedia<br />

de la autoridad; ya se trate de ser capaz<br />

de conducirse de un modo adecuado,<br />

de ser libre al mismo tiempo que cooperativo,<br />

autónomo a la vez que solidario, lo<br />

único que importa es el sujeto que se forma,<br />

no aquello de que se informa. El contenido<br />

es subordinado a la futura actividad<br />

del alumno, queda disuelto en la subjetividad<br />

de este.<br />

Sin embargo, ni siquiera la pedagogía<br />

más fascinada por el cultivo de lo aptitudinal<br />

puede prescindir de todo contenido.<br />

Aunque sólo sean como meros instrumentos,<br />

las obras ya creadas imponen su presencia.<br />

Y, si hace falta algo de contenido,<br />

parece pensarse, ¿no será lo más cómodo y<br />

sensato acudir al que tenemos a mano, a<br />

nuestro pasado cultural? De este modo,<br />

aun degradado al papel de sparring con el<br />

que entrenar los músculos del alumno, sobrevivirá<br />

el estudio de las humanidades.<br />

Pero éstas han de pagar la supervivencia<br />

con su deformación. Esa perversa mutación<br />

de las materias humanísticas ya está<br />

teniendo lugar. Asistimos no tanto, como<br />

se afirma a menudo, a la marginación de<br />

las humanidades en provecho de las disciplinas<br />

tecnocientíficas (no se olvide que<br />

las asignaturas de ciencias han sufrido una<br />

reducción no menos drástica en la reforma<br />

educativa), sino a la proyección sobre<br />

las primeras de la índole instrumental que<br />

es propia de los saberes tecnológicos, a la<br />

conversión de las humanidades en herramientas<br />

de trabajo. Así, no es raro oír cómo<br />

se defiende la enseñanza de las lenguas<br />

clásicas con el exclusivo argumento<br />

de que son muy útiles para desarrollar en<br />

el alumno no sé cuantas habilidades intelectuales,<br />

amén de una maravillosa disposición<br />

moral y cívica por mor de los altos<br />

ejemplos que ofrece la antigüedad, sin que<br />

adviertan quienes tan mal defienden esos<br />

estudios, degradándolos a la condición de<br />

gimnasia espiritual, que hay muchas actividades,<br />

seguramente más apreciadas por<br />

la clientela escolar, que sirven también, si<br />

no mejor, a esos fines aptitudinales.<br />

Una enseñanza de este tipo, huelga<br />

decirlo, ha perdido de vista, entre otras<br />

cosas, la preciosa singularidad de cada texto,<br />

su valor único e irreductible. Esa pérdida,<br />

producida hace ya algún tiempo,<br />

arrastró consigo la depreciación de la memoria.<br />

No podía ser de otro modo entre<br />

quienes dejaron de creer en la dignidad de<br />

los textos, de la unión singularísima de<br />

fondo y forma. En efecto, aquello que es<br />

juzgado como poseedor de un valor intrínseco<br />

y no instrumental, aquello que es<br />

estimado por sí mismo, exige el respeto de<br />

su integridad, que se le deja tal cual es.<br />

Nada de eso ha resistido los embates de la<br />

didáctica moderna. Es conocido, por<br />

ejemplo, el método de enseñar literatura<br />

de los actuales animadores pedagógicos.<br />

Utilizan los textos como pretextos, con el<br />

único fin de que el alumno desarrolle su<br />

capacidad lingüística. Con el siguiente resultado<br />

desolador: esa capacidad adquirida<br />

por el alumno habrá de ser usada, se<br />

supone, para elaborar nuevos discursos;<br />

pero estos no habrán de interesar a nadie<br />

salvo como mera ocasión instrumental<br />

que propicie el desarrollo de las capacidades<br />

lingüísticas de futuros alumnos, y así<br />

ad infinitum. El resultado no puede ser<br />

otro que la obtención de una capacidad<br />

verbal que se ejercerá en el vacío.<br />

Ni siquiera una materia de aristas tan<br />

duramente antimodernas como la religión<br />

escapa a ese proceso de vaciamiento. Reducido<br />

el adoctrinamiento católico, por<br />

evidentes imperativos de convivencia democrático-liberal,<br />

a la condición de asignatura<br />

optativa, surge alternativamente<br />

una enseñanza humanística de la cultura<br />

religiosa, desembarazada del hosco ropaje<br />

de la catequesis militante y abierta a la<br />

comprensión de las diversas modalidades<br />

de religiosidad que hemos ideado los<br />

hombres. En dicha asignatura, da igual<br />

conocer las mitologías amerindias o el puritanismo<br />

adventista, degustar el severo<br />

calvinismo o la abundancia católico-romana,<br />

sutilizar sobre los bizantinismos trinitarios<br />

o sobre las irrealidades del nirvana:<br />

se supone que todo sirve para potenciar la<br />

sensibilidad moral del alumno; sobre todo,<br />

su sentido de la tolerancia, que ejercerá<br />

sin mayores dificultades ya que las diferencias<br />

abismales entre los diversos dogmas<br />

habrán quedado disueltas en un<br />

magma de blanda y simpática espiritualidad,<br />

en una religiosidad sin religión. Así,<br />

la tolerancia se ejercerá cómodamente sobre<br />

la nada. La enseñanza de cualquier<br />

materia queda sometida a idénticos principios<br />

instrumentales. Más aun, por encima<br />

de la particularidad de cada disciplina,<br />

este formalismo didáctico, alérgico a la limitación<br />

que acompaña a todo contenido,<br />

hace de la optatividad uno de sus principios<br />

más queridos. Nada que objetar en<br />

principio. Pero no queda otro remedio<br />

que recelar un tanto de ese amable ideal<br />

cuando se entiende el sentido de dicha tolerancia<br />

pedagógica. Se ofrece al alumno<br />

la posibilidad de escoger entre un abanico<br />

amplísimo de opciones, no porque se con-<br />

36 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


fíe en su capacidad de elección, confianza<br />

que a su vez remitiría a una previa confianza<br />

en la bondad intrínseca de lo elegido<br />

y en la correlativa maldad de la opción<br />

contraria, sino porque se supone que, se<br />

elija lo que se elija, da igual. La libertad de<br />

elección se basa en la indiferencia hacia los<br />

contenidos, cuya pluralidad es reabsorbida<br />

por la unidad de los fines aptitudinales<br />

perseguidos: desarrollo del pensamiento<br />

racional y crítico, potenciación de la personalidad<br />

responsable, libre y al mismo<br />

tiempo cooperativa, etcétera. Todo esto<br />

define, sin duda, una enseñanza tanto más<br />

libre cuanto más vacía.<br />

La subordinación de las humanidades<br />

a los intereses de la subjetividad, iniciada<br />

por una pedagogía al servicio de la nación<br />

concebida como sujeto colectivo, se ha<br />

visto intensificada en el nuevo modelo<br />

educativo. En este, la subsidiaridad de la<br />

cultura ha pasado a ser completa. Vaciada<br />

de todo contenido, ya no reviste la forma<br />

de objeto (en el sentido gnoseológico del<br />

término, es decir, como el espectáculo que<br />

se representa ante una consciencia) Ahora,<br />

la cultura es una suerte de alimento, algo<br />

que se come y se transforma en músculo;<br />

de modo que se pierde su más preciosa<br />

cualidad intrínseca: una virtud de fascinación<br />

que acaso no cuente con otro concurso<br />

que el de la más rigurosa intransferibilidad<br />

2 . La vieja cultura ha sido sacrificada<br />

al último dios de los tiempos<br />

modernos: un sujeto cuya índole proteica<br />

y vagabunda viene determinada por su<br />

originaria indeterminación. Hemos visto<br />

cómo esta consunción de la cultura arrastra<br />

consigo la caída de toda pedagogía que<br />

conceda algún protagonismo a los contenidos;<br />

y cómo dicho fenómeno tiene algunas<br />

consecuencias. El predominio de la dimensión<br />

aptitudinal de la enseñanza sobre<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

la transmisión de contenidos elimina cualquier<br />

posibilidad de que, en el futuro, los<br />

hombres podamos ser seducidos, arrebatados<br />

de nuestro melancólico narcisismo.<br />

Desaparecidos los contenidos, y, con ellos,<br />

toda alteridad respecto al sujeto, ya nada<br />

podrá ser estrictamente venerable: nada<br />

gozará de la necesaria lejanía para ello.<br />

Con ello se perderá la posibilidad de alcanzar<br />

una disposición piadosa; la cual, si<br />

bien se presta a atarnos a una cadena temporal<br />

hecha de tradiciones poco menos<br />

que sagradas, como quiere el pensamiento<br />

nacional-conservador, también nos ofrece<br />

las calidades más íntimas, las virtudes más<br />

incomunicables, de lo que, como materia<br />

de la conciencia, es rigurosamente insustituible.<br />

Estamos conociendo, pues, el extraño<br />

triunfo de una subjetividad tanto<br />

más pobre cuanto más omnívora, que dejó<br />

de revolcarse en lo propio y patrio, en<br />

lo idiosincrásico e idiótico, para así vagar,<br />

en una libertad sin límites, por las inmensidades<br />

de la nada. No será tarea fácil escapar<br />

a este fatal dilema que nos zarandea<br />

entre el casticismo y el vacío. n<br />

2 Aunque es cierto que la objetualidad también<br />

implica una subjetualidad (el objeto lo es para un<br />

sujeto, dicen los manuales de teoría del conocimiento),<br />

no es menos cierto que ahí no se da ninguna<br />

subordinación; menos aún, esa especie de asimilación<br />

orgánica, de alimentación, que nos propone<br />

la pedagogía instrumental. El objeto, sin<br />

dejar de darse ante un sujeto –alguien lo percibe–,<br />

permanece intacto en esa distancia gnoseológica.<br />

Además, el objeto preserva su condición singular e<br />

irrepetible. Todo lo que es pensado como un estímulo,<br />

o como un instrumento, o como un alimento<br />

(tal como le sucede a la cultura en el marco de<br />

toda filosofía de la subjetividad) es pensado por<br />

ello mismo como prescindible: por otro estímulo,<br />

otro instrumento, otro alimento; en cambio, todo<br />

lo que es pensado como objeto es pensado por ello<br />

mismo como irreemplazable. El objeto, en cuanto<br />

tal objeto, es rigurosamente único; su pérdida es<br />

irreparable; nada puede suplantarlo. Por ello, la objetualidad<br />

es la mejor garantía de la pluralidad. Javier Aguado es profesor de Filosofía


No gustará a algunos, será utilizado<br />

“para articular con mis palabras el<br />

discurso al que me opongo”; otros,<br />

finalmente, pescarán con malla gruesa para<br />

dejar escapar la razón y capturar tan<br />

sólo los ladrillos de su propio edificio<br />

mental. En el fondo, el proceso de atribución<br />

casi nada tiene que ver con lo que<br />

realmente se dice; no obstante, lo diré: la<br />

propuesta de unificar la enseñanza de la<br />

historia es esencialmente interesante. En<br />

castellano es fundamental la diferencia de<br />

significación entre los participios presente<br />

y pasado de determinados verbos; de ahí<br />

que esta reflexión trate, en esencia, de la<br />

sustancial ruptura epistémica entre el ser<br />

susceptible de generar interés y el constituir<br />

un interés concreto y, por tanto, entre<br />

la concepción interesante y la concepción<br />

interesada.<br />

Sabemos (el viejo saber mediterráneo<br />

basado en lo que se supone que los informadores<br />

intermediarios saben o saben de<br />

otros intermediarios) que la historia la escriben<br />

los vencedores; conocemos, a ciencia<br />

cierta (luego ni lo uno ni lo otro, casi<br />

siempre), que cada Estado se explica a sí<br />

mismo a través de unas raíces que hunde<br />

en un pasado a menudo imposible; padecemos<br />

la ignorancia sobre nuestros particulares<br />

ancestros, de sus luchas, de sus<br />

derrotas, de sus herencias reprimidas y tergiversadas.<br />

Recordamos, con una viveza<br />

endurecida por la pervivencia de muchos<br />

de sus padres en el areópago de la construcción<br />

de la opinión, la explicación de nuestro<br />

ser colectivo basada en la máxima de<br />

Una, Grande y Libre situada en el resbaladizo<br />

y utilísimo tiempo fundante, mítico.<br />

Por ello hay una buena parte de razón en<br />

las voces que se alzan contra la unicidad<br />

reclamada, pero no obsta para que el miedo<br />

a la reinstauración del pasado académico<br />

de nuestro pasado histórico se pueda<br />

ver acompañado de una oculta, y quizá inconsciente,<br />

emulación de intenciones.<br />

MI HISTORIA ES MÍA<br />

ALEJANDRO MIQUEL NOVAJRA<br />

El derecho a la autodeterminación, la<br />

búsqueda de la identidad nacional, sea en<br />

el sentido de nación política o de nación<br />

cultural de Mira, no deberían ser cuestionados;<br />

pero se trata de propuestas políticas<br />

y como tales deben considerarse. Sin embargo,<br />

no son pocos los que, incluso desde<br />

una perspectiva académica, buscan y rebuscan<br />

en la historia particular la razón<br />

diferencial de la historia nacional. Durante<br />

la dictadura franquista la españolidad<br />

nacía con los Reyes Católicos, precedidos<br />

de agnati ucrónicos; se expandía a lo largo<br />

del glorioso imperio para disiparse, misteriosamente,<br />

hasta el advenimiento del<br />

Fuero de los Españoles. Hoy día podemos<br />

oír y leer propuestas que sitúan en los genes<br />

de las huestes de Jaume I la catalanidad<br />

de la Nación Països Catalàns, o en los<br />

factores sanguíneos y antropomórficos de<br />

los agotes la esencia vasca. Mutatis mutandi,<br />

me recuerda a los argumentos pretendidamente<br />

etnológicos que algunos movimientos<br />

feministas americanos de los setenta<br />

reconstruían para “justificar” el<br />

espacio social que la mujer debía recuperar<br />

en la cotidianidad: el matriarcado de<br />

las amazonas. En definitiva, y al margen<br />

del contenido moral, la necesidad universal<br />

de identidad y el discurso político de la<br />

libertad (nacional, de género) vienen a reconstruir<br />

la historia para explicarse, pero<br />

lo hacen en un espacio-tiempo en el que<br />

tales factores no podían aún haberse desarrollado.<br />

Así, la correlación hechos-derechos<br />

termina por situarse en el territorio<br />

de lo cuasi-mítico. Pero avancemos un poco<br />

más. La intención, el deseo y la propuesta,<br />

amalgamados con la derivación<br />

por filiación, acaban por generar dos discursos<br />

profundamente ahistóricos: el de la<br />

etnicidad y el de la atribución moral.<br />

Etnia y nación<br />

Ni los antropólogos se ponen de acuerdo<br />

en el contenido del término etnia. Para al-<br />

gunos es equivalente al genérico pueblo,<br />

los habitantes generacionalmente continuados<br />

de un espacio geográfico delimitado;<br />

para otros supone el referente máximo<br />

de identificación en sociedades que,<br />

en términos de sir Henry Maine, se basan<br />

en el status y no en el contrato. Traduciendo<br />

del criptolenguaje que suele caracterizar<br />

a toda disciplina, la etnia es el marco<br />

máximo de identificación grupal en aquellas<br />

formaciones sociales y culturales donde<br />

cada individuo nace, se hace, se reproduce<br />

y muere dentro de un sistema más o<br />

menos amplio de agrupaciones concéntricas<br />

que predeterminan quién es, qué puede<br />

o no puede hacer, con quién debe o no<br />

relacionarse. Un sistema de organización<br />

tal que la propia individualidad no es socialmente<br />

reconocida en tanto el ser de<br />

cada uno depende de la derivación filiativa<br />

(de quién es hijo), colateral (quiénes<br />

son sus iguales y quiénes no). En definitiva,<br />

una estructura en la que cada miembro<br />

lo es en tanto pertenece a, y es definido<br />

por, una red de reglas, prescripciones y<br />

prohibiciones que le predeterminan, confiriéndole<br />

un determinado status (teóricamente)<br />

invariable.<br />

El contrato, por el contrario, consiste<br />

en la relación inmediata y libremente (obviamente<br />

discutible) establecida por partes<br />

individuales, con independencia del<br />

marco de partida. La idea dieciochesca de<br />

nación nada tiene que ver con aquel universo<br />

social y mucho con éste. En la nación,<br />

mejor aún, en la nación-Estado, el<br />

ciudadano actúa como tal, se inserta en el<br />

tejido social y político sin mediaciones<br />

previas: necesita romper con la idea de<br />

grupo de parentesco, en el ámbito social,<br />

y con la de tribu, estamento, casta, en el<br />

político. Como dice Llobera en su excelente<br />

libro El dios de la modernidad, buscar<br />

en las tribus germánicas o en el propio<br />

Carlomagno a la nación alemana, en el<br />

enfrentamiento entre anglos y normandos<br />

38 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


a la actual Inglaterra, o en la Galia posromana<br />

la Grandeur francesa, es un ejercicio<br />

de identidad nacionalista explicable, pero<br />

nunca un proceso histórico desde la perspectiva<br />

científica.<br />

Pero no es menos cierto que desde<br />

Hobsbawn a Habermas o Marramao, desde<br />

Alavi, Wolf y Shanin a Derrida, el debate,<br />

en términos de oposición en unos y<br />

de complementariedad en otros, circula<br />

entre la ciudadanía y el comunitarismo. Es<br />

decir, hasta qué punto el status (esta vez<br />

libre o socialmente adquirido pero con<br />

carácter individual) de ciudadano viene a<br />

cubrir las necesidades identificativas del<br />

individuo y de la sociedad como estructura<br />

dinámica e interrelacionada, y si en la<br />

modernidad el agrupamiento preestablecido<br />

o volitivo no viene a mantener o restablecer<br />

un imprescindible enraizamiento<br />

que nos indique la respuesta a la famosa<br />

pregunta ontológica: ¿De dónde venimos<br />

y a qué (por qué, cuándo) pertenecemos?<br />

Es decir, que la etnicidad como ha sido<br />

definida puede seguir sirviendo, al menos<br />

por lo que se refiere a ciertas características<br />

de religación, para ser: cómoda y definitivamente.<br />

En términos psicológicos, el<br />

nacimiento histórico del ego, del reconocimiento<br />

de que los actos sociales y políticos<br />

son función de esa individualidad<br />

esencial, parece contradecirse con la adscripción<br />

grupal.<br />

Volviendo directamente al tema de la<br />

historia como herramienta explicativa de<br />

la actualidad, no es de extrañar que la<br />

esencia de ese ser colectivo se sitúe en la<br />

ruralidad. Nueva dicotomía servida con<br />

abundancia de guarnición: la nación moderna<br />

es un producto urbano; sólo el proceso<br />

de urbanización y urbanitización<br />

(formas de vida urbana), ligado intrínsecamente<br />

a la liberación de fuerzas productivas<br />

hacia la intelectualidad –gramscianamente–<br />

orgánica, puede generar la<br />

ciudadanía nacional. Pero es en el campe-<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

sino, en su antagonista, donde se sitúan<br />

las esencias nacionales. Y, efectivamente,<br />

si el ciudadano lo es libremente, como<br />

opción política desligada de raíces grupales<br />

(el sesgo liberal de Habermas), si la<br />

agrupación nacional y estatal (sedimentos<br />

rousseaunianos) es el efecto de un acto<br />

volitivo individual, el nacimiento de la<br />

nación se acerca a la natura non naturata.<br />

Eso, claramente, no sirve. El hombre que<br />

vive en el campo y del campo reúne, sin<br />

embargo, esas características intermedias<br />

que supone la reetnización: está apegado<br />

al territorio, concibe el tiempo en términos<br />

de circularidad, la unidad de producción<br />

se centra en la unidad de conviven-<br />

cia, la reproducción física, social y productiva<br />

(luego la historia interminable y<br />

nunca iniciada) se realiza en su seno.<br />

Es interesante comprobar cómo el<br />

primer marxismo (el del menos marxiano<br />

de los marxistas, Karl) necesita del campesinado<br />

para explicar el paso del feudalismo<br />

al capitalismo, pero prácticamente<br />

hasta Claude Meillassoux (1975) no constituye<br />

el suyo un modo de producción específico.<br />

De hecho, Marx, en el 18 Brumario<br />

de Luis Bonaparte, afirma directamente<br />

que no se conforma ni tan siquiera<br />

como una clase social; o mejor dicho, aun<br />

siéndolo en sí, objetivamente, no reúne<br />

condiciones para generar la conciencia de<br />

39


MI HISTORIA ES MÍA<br />

su entidad, de su para sí, necesitando por<br />

ende de una representación vicaria. En el<br />

discurso nacionalista imperante y dominante<br />

–existen otros menos divulgados y<br />

aceptados– el modo de producción agrarista<br />

resuelve dos problemas fundamentales: el<br />

campesino es a un tiempo propietario de<br />

los medios de producción y productor,<br />

luego rompe la oposición de clases en su<br />

propio ser; al constituirse a su vez en factor<br />

de reproducción social en lo que Wolf<br />

y Benedict describen como unidades corporativas<br />

cerradas, repite intemporalmente<br />

las raíces del pasado grupal. Ya lo tenemos:<br />

la nación por encima de las diferencias<br />

en la estructura social, cortando incluso<br />

tangencialmente las (posibles) identidades<br />

de clase 1 , y la nación construida<br />

desde los más lejanos ancestros. Ni tan siquiera<br />

la reelaborada teoría de Redfield<br />

del Folk-Urban Society Continuous nos resuelve<br />

esta hábil traslación del centro de<br />

gravedad del Estado-nación. En definitiva,<br />

parece que no sólo se produce un cambio<br />

de sujeto sino también de objeto. La<br />

historia nacional (toda historia que intente<br />

explicar la nación desde el pasado fundante)<br />

se convierte así en historia étnica.<br />

Curiosamente, ciertos rasgos de la Constitución<br />

alemana actual nos remiten directamente<br />

a la certidumbre de esta interpretación,<br />

pero no pocas declaraciones y argumentaciones<br />

políticas (más o menos<br />

minoritarias; depende del momento y de<br />

la ocasión) del propio Estado español circulan<br />

por las mismas vías: autenticidad de<br />

apellidos, antigüedad de filiaciones, lealtades<br />

demostradas incluso en el terreno<br />

del más puro folclorismo.<br />

En un universo mental, en un proceso<br />

de construcción cosmogónica donde<br />

toda institución, estructura, nivel de pertenencia<br />

tiende a ser objetivado, la nación<br />

presenta dificultades para obtener<br />

una definición autónoma que vaya más<br />

allá de su ámbito territorial o político.<br />

Por añadidura, ambos suelen manifestarse<br />

con un alto grado de variación diacrónica.<br />

Si la idea de ciudadanía puede alcanzar<br />

un correlato ontológico relativamente<br />

constatable (siempre mediatizado<br />

por el grado de coincidencia entre el estatuto<br />

de la praxis de sus contenidos, la<br />

definición legal y la sensación vital), la<br />

de nacional carece de instrumentos concretos<br />

y universales de plasmación. No es<br />

1 Históricamente, no de la burguesía, que<br />

suele manejar a su antojo la ruptura y el establecimiento<br />

de fronteras. Pero este tema no será tratado<br />

en este artículo.<br />

de extrañar que se tienda a rearticular el<br />

pasado, a invertir efectos por causas para<br />

construirla en una mismeidad que pretende<br />

ser perenne, cuando necesariamente<br />

es siempre contradictoria y rupturista.<br />

Inclusive si nos restringimos al argumento<br />

cultural, las constantes incorporaciones<br />

de elementos, valores, significados,<br />

símbolos y la pérdida o relegación de<br />

mecanismos de reconocimiento, relación,<br />

comunicación, son presentados como<br />

una continuidad acumulativa y unidireccional.<br />

La ficción de la derivación<br />

filiativa o, ante su práctica imposibilidad,<br />

la repetición intemporal de tradiciones,<br />

lengua, pretendidas idiosincrasias,<br />

vienen a compensar a menudo ese vacío<br />

estructurador.<br />

Nosotros y lo otro<br />

Llegados a este punto, el lector dirá: “Al<br />

denunciar la propuesta unicidad de la enseñanza<br />

de la historia pretendemos precisamente<br />

evitar lo que tú dices: la diversidad<br />

y la variabilidad de las concreciones<br />

de formaciones sociales y culturales, los<br />

procesos de diferenciación y conjunción,<br />

no pueden ser instituidos como unidad<br />

unidireccionalmente anexada. Desde el<br />

legendario ‘pastor lusitano’ (curiosamente<br />

incorporado, a pesar de su lusitanidad:<br />

Portugal, el rencor de que no ‘sea nuestro’),<br />

los germánicos godos –los abuelos–,<br />

pasando por la grotesca muerte de<br />

don Favila 2 , el fortísimo tejido de la famosa<br />

camisa de doña Isabel y el Descubrimiento,<br />

vascos, catalanes, gallegos no<br />

existimos en esa ‘historia de España’ sino<br />

como vasallos periféricos que servimos<br />

gustosamente a la expansión de la españolidad”.<br />

De acuerdo en algunos términos;<br />

en absoluto desacuerdo en otros. Catalanes,<br />

vascos, gallegos, castellanos, andaluces,<br />

extremeños participan de forma más<br />

que activa, sea como peones, sea como alfiles<br />

o reinas en el ajedrez de la historia de<br />

–se denomine como se denomine– la herencia<br />

de la Marca Hispánica. Pero, fundamentalmente,<br />

tenemos caballos: la máxima<br />

movilidad en el tablero. Por ejemplo,<br />

la tan reivindicada ausencia (o<br />

relativamente escasa presencia) de la –relegada–<br />

Corona de Aragón en la primera<br />

conquista americana, no se debe a una inversamente<br />

derivada sensibilidad antiimperialista<br />

casi innata, sino a una ocupa-<br />

2 Y “los moros” absolutamente externos para<br />

todos y cada uno de los apropiadores de la historia.<br />

Hasta el mismísimo Ortega, en su España invertebrada,<br />

refuerza la herencia del pattern visigótico y<br />

minimaliza, cuando no desprecia, la árabe.<br />

ción comercial full time en el Mediterráneo<br />

occidental y oriental, así como a una<br />

contemporánea y posterior dedicación al<br />

flete de transporte de esclavos para las<br />

“conquistas castellanas” 3 . O la proveniencia<br />

espacial de tantos y tantos adalides de<br />

la aventura militar americana, cuyo proceder<br />

no se caracterizó precisamente por<br />

un alto sentido del respeto y el amor a los<br />

derechos de los pueblos sojuzgados. Obviamente,<br />

entonces, el sentido y el contenido<br />

de los valores ahora conferidos carecían<br />

de fundamento: histórico, social,<br />

económico y político.<br />

Es cierto, por tanto, que muchos de<br />

los hechos que nos ayudan a explicar la<br />

actualidad han sido ocultados, transformados,<br />

tergiversados, pero no lo es menos<br />

que otros tantos quieren ser apartados<br />

de nuestras historias particulares, de<br />

nuestras líneas siempre “necesariamente”<br />

puras y democráticas, precisamente para<br />

poder presentarnos como auténticos precursores<br />

avant la lettre de lo que ahora<br />

queremos correcto. Pero esto, señoras y<br />

señores, no es historia: es simplemente<br />

identidad; más aún, identidad histórica<br />

inducida desde presupuestos políticos<br />

ahistóricos. En el fondo subyace la atribución<br />

moral positiva a lo propio y la categorización<br />

de lo ajeno como execrable.<br />

Pero el hoy y el aquí que se identifican<br />

con lo nuestro no necesariamente coinciden<br />

con lo que ayer (o mañana) y allá (o<br />

ahí) fue (o será) considerado tal; ni más<br />

ni menos que el mecanismo que, desde<br />

diferentes perspectivas, un Evans-Prichard,<br />

un Lisón, un Lévi-Strauss han descrito<br />

como el proceso de fisión-fusión,<br />

una dinámica contradictoria continua<br />

que agrupa o desagrega en función del<br />

momento, el contexto o sencillamente la<br />

conveniencia. Y así nos encontramos con<br />

un conocido político nacionalista hablando<br />

en inglés ante un foro internacional<br />

por no querer hacerlo en castellano, “lengua<br />

opresora y substituista”, en lugar de<br />

forzar la presencia de un traductor de su<br />

idioma materno; o a señores feudales de<br />

los siglos XII y XIII ensalzados como demócratas<br />

convencidos por el respeto<br />

(obligado, obviamente, por la estrategia<br />

de alianzas del periodo) a foros ciudadanos<br />

preexistentes. A la inteligencia del receptor<br />

de estas líneas dejo el análisis de la<br />

lógica inherente.<br />

3 Y no estaría mal que saliesen de una vez por<br />

todas a la luz los orígenes de las riquezas de muchos<br />

senyors mediterráneos gestados en el XVI, el<br />

XVII y no pocas décadas del XIX.<br />

40 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


Quizá atrapado por la propuesta diádica<br />

del estructuralismo más metafísico,<br />

paso invariablemente de la historia a la<br />

identidad. Y es que, en el fondo, es ahí<br />

donde radica la cuestión: se trata de oposiciones<br />

lógicas que, en la práctica, tienden<br />

a la síntesis contradictoria. Hace pocos<br />

años se celebró el aniversario de la Armada<br />

Invencible; un mínimo estudio de<br />

documentos de la época nos situaría fácilmente<br />

en la falacia de ambos términos.<br />

Sin embargo, la clásica frase de Felipe II<br />

siguió circulando en los labios de muchos<br />

de nuestros historiadores patrios, mientras<br />

los de los naturales de la Pérfida Albión<br />

(¡cuántos aún deben soñar con la<br />

ocurrente metáfora!), entre chascarrillos,<br />

comentaban las divertidas carreras de los<br />

campesinos locales por las costas de Dover,<br />

observando la debacle previsible, y las<br />

tranquilas charlas de los teóricamente aterrados<br />

capitanes y almirantes ante el té de<br />

las cinco.<br />

No nos quedemos en la anécdota fácil<br />

y conocida. El desarrollo de la Sereníssima<br />

Repubblica di Venezia, el esplendor del comercio<br />

de la Corona de Aragón, son inexplicables<br />

sin la armonía de intereses con<br />

los comerciantes del Imperio Otomano; el<br />

crecimiento de la trata de esclavos del<br />

XVIII y XIX (y su papel de acumuladora<br />

de capital), imposible sin hablar del mundo<br />

árabe, de los extinguidos imperios Yoruba,<br />

Nupe, Fulani, de Buganda, de Benin.<br />

Pero la otreidad, base de la continua<br />

construcción de la nuestreidad, es sistemáticamente<br />

olvidada, negativizada o variada<br />

desde el presente: desde cada presente<br />

concreto y específico. A la ya comentada<br />

búsqueda de derivación étnica se añade el<br />

contenido valorativo de la misma.<br />

Si entramos en la denominada historia<br />

contemporánea (luego, ¿historia sincrónica?:<br />

explíquense), alcanzamos niveles<br />

más duros y claros de suave confusión. La<br />

geografía, disciplina en principio menos<br />

susceptible de ser ideologizada –valorizada,<br />

moralizada– que la historia, deviene<br />

en una herramienta excelente para hacer<br />

de ésta una impecable genealogía grupal,<br />

más aún, estatal, idóneamente segmentadora:<br />

los conceptos diacrónicos Norte-<br />

Sur, Este-Oeste; la europeidad que se<br />

abraza con el Moscú zarista y que luego se<br />

separa con el metafórico-físico-ideológico<br />

telón; los Urales danzando la mágica sintonía<br />

eliádica del contagio, la afinidad o el<br />

rechazo; los primeros, segundos, terceros<br />

y, aun, cuartos mundos, se superponen a<br />

los viejos mapas religiosos. Las luchas de<br />

clases con lenguaje étnico (los tutsi y los<br />

hutus en los Grandes Lagos son la expre-<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

sión más cercana en términos mediáticos)<br />

son luchas étnicas en el lenguaje de la<br />

brutalidad “que les es propia”: las declaradas<br />

ofensivas de las multinacionales gobernantes<br />

en EE UU por acaparar nuevos<br />

mercados situados en la esfera de las ex<br />

colonias europeas aparecen tratadas como<br />

epifenómenos en el mejor de los casos.<br />

Los intereses franceses (y en buena medida<br />

rusófilomente mediantes) en Serbia, la<br />

extensión del mercado pangermánico alemán<br />

con el reconocimiento extemporáneo<br />

de Croacia, nuevamente desaparecen ante<br />

la primitiva etnicidad heteronómica y heterogénea<br />

de musulmanes (referente cultural-religioso),<br />

croatas (nacional-territorial)<br />

y serbios (nacional-territorial) del espacio<br />

bosnio.<br />

La colonización es siempre la de los<br />

otros; lo nuestro es civilización, educación,<br />

pedagogía de la libertad, mientras lo<br />

ajeno se instituye en opresión, aculturación,<br />

genocidio. Así, el hecho de que en<br />

un pequeño espacio de un territorio lingüísticamente<br />

homogéneo se hable nuestro<br />

idioma es un vector de unidad identitaria<br />

e histórica, no el remanente de viejas<br />

aventuras imperiales; pero que acontezca<br />

lo mismo con referencia a un rincón de<br />

nuestra nación donde la lengua enemiga<br />

se mantiene es producto de la más horrenda<br />

y continuada de las represiones,<br />

hasta el punto de alcanzar el grado de herencia<br />

genética negativa. Desconozco cómo<br />

se articula en el bachelor británico la<br />

afirmación de la primitividad inherente a<br />

los Estados fronterizos entre la India y Paquistán<br />

y la forma en que se crean y se dividen<br />

las colonias victorianas, pero intuyo<br />

que la historia impartida en Cachemira o<br />

el Punjab diferirá en medida importante<br />

de la enseñada en la Gran Bretaña; o quizá<br />

no, y ahí entramos en el territorio de la<br />

identidad ajena adquirida para subsistir<br />

los viejos espacios de poder, por tanto, en<br />

cierto modo recuperados. De esta manera,<br />

la coincidencia entre identidad e historia<br />

amalgamada por el primigenio barro<br />

de la moralidad llega a su paroxismo con<br />

la negación misma de la historia del que<br />

se quiere inferior. Los pueblos sin historia,<br />

como los definiera Rodowsky, no existen<br />

moralmente; desde las viejas categorías<br />

durkhemianas de solidaridad orgánica y<br />

mecánica, que involuntariamente o no situaban<br />

en la primitividad histórica (luego<br />

ahistórica) y moral a sociedades obviamente<br />

contemporáneas pero distintas, se<br />

llega a la ubicación actual en una eterna<br />

Edad Media de los universos islámicos, o<br />

a recuperar periodos para sí, desgajándolos<br />

de procesos comunes con aquellas cultu-<br />

ALEJANDRO MIQUEL NOVAJRA<br />

ras y construcciones sociales que no deseamos,<br />

privándolas así de la esencial articulación<br />

agnaticia. Lo que he dividido<br />

analíticamente entre contenido y continente<br />

se resuelve de este modo en una sinécdoque<br />

en la que quien carece de derivación,<br />

de epónimos culturales, no existe<br />

lícitamente y, por ende, no es sujeto de<br />

los derechos “históricos” de que nosotros<br />

nos dotamos por naturaleza. También<br />

acontece de forma inversa: una historia<br />

imprescindible para explicar una realidad<br />

nacional imposible. La Constitución española<br />

de l978, pero sobre todo su uso, es<br />

un ejemplo de manual: León, que descubre<br />

su hilazón identitaria diferencial respecto<br />

a Castilla; la clara e indiscutible lucha<br />

jornalera andaluza, que se dulcifica en<br />

una bandera verdiblanca ad hoc y en personajes<br />

prescindibles para convertirse en<br />

vieja entidad política independiente siempre<br />

relegada. Y, por este camino, la reconquista<br />

de lo pequeño, del ámbito local, de<br />

nuevo familiar y filiativo: en pocas palabras,<br />

el olvido de la historia en sí para entrar,<br />

en una paráfrasis negativa, en la idea<br />

de la historia para sí.<br />

Antonio Gramsci, en sus Quaderni<br />

del Carcere (los originales, porque no son<br />

pocos los aparentes progresistas que han<br />

hecho interpretaciones y publicaciones<br />

fragmentarias sumamente convenientes<br />

para explicar su particular historiografía<br />

agnaticia política), rompe con el determinismo<br />

histórico precedente, incluso instalado<br />

en su propia línea de referencia, y se<br />

abre a la interpretación poliderivativa descubriéndonos<br />

la concordancia frecuente<br />

entre historia, ideología y hegemonía política.<br />

Recupera la dialéctica perdida, aun<br />

la más estrictamente hegeliana, para poder<br />

interpretar no sólo la historia en sí<br />

misma, sino en su constante utilización.<br />

Sin embargo, como no sería menos esperar,<br />

su papel entre los metodólogos de la<br />

disciplina apenas si ocupa breves frases en<br />

manuales específicos y afines. No obstante,<br />

es un autor esencial en la constatación<br />

del moralismo determinista.<br />

Existen otras formas sociales diferentes<br />

de las nacionales que tienden a articularse<br />

por vías análogas. No parten de un<br />

espacio geográfico aproximadamente unitario<br />

redefinido a través de instrumentos<br />

jurídicos ni de la búsqueda de una ruptura<br />

de la unidad estatalista. El caso de las<br />

minorías étnicas (por emplear el erróneo<br />

término al uso), fundamentalmente la negra,<br />

en EE UU es paradigmático. Ante<br />

una situación objetiva de discriminación<br />

en todos los terrenos, tiende a articularse<br />

en torno a una identidad africanista me-<br />

41


MI HISTORIA ES MÍA<br />

diante la positivación del rasgo fisiológico<br />

socializado, culturizado e incluso racializado<br />

que se utiliza para su segregación. El<br />

penúltimo episodio de este proceso, la islamización<br />

ad hoc, hunde sus raíces en la<br />

dificultad inherente a la estructura social<br />

americana y a la explicación dominante<br />

de la americanidad para apropiarse o utilizar<br />

el referente musulmán. Aunque con<br />

componentes diferentes y una pertinencia<br />

más claramente histórica, parte de la actualidad<br />

argelina se sustenta en contradicciones<br />

similares. El hilo de la argumentación<br />

misma entreteje la etnicidad agnaticia con<br />

la identidad, con la historicidad moral y,<br />

ahora, con la ideología. En el tapiz que<br />

comienza a dibujarse en nuestro telar la<br />

construcción de la historia manifiesta ya<br />

la diversidad de sus componentes y lo improcedente<br />

de creer que tan sólo la materia<br />

académica es el ojo de la aguja donde<br />

se enhebra el tiempo.<br />

Daré un par de apuntes inmediatos y<br />

sumamente cotidianos ejemplificadores<br />

del mecanismo de articulación interpretativa<br />

de la historia basado en la construcción<br />

ideológica. Cojamos un crucigrama<br />

de un dominical de cualquiera de los periódicos<br />

locales, provinciales o estatales y<br />

observemos el contenido de las siguientes<br />

definiciones: “mata en Irlanda”, “dictador<br />

suramericano”, “fanáticos criminales del<br />

Mediterráneo sur”. Automáticamente<br />

tendremos que responder, si queremos<br />

completar el pasatiempo, “IRA”, “Castro”,<br />

“FIS”, aunque pensemos en G-6,<br />

Fujimori y Ejército Argelino (sin negar la<br />

posible coincidencia con las respuestas requeridas).<br />

Eso no es historia, se responderá<br />

rápidamente; se trata tan sólo de un<br />

entretenimiento voluntario que nada tiene<br />

que ver con lo argumentado. Sin embargo,<br />

estos inocentes juegos no son otra<br />

cosa que condensaciones ideológicas de<br />

toda una línea de pensamiento que pretende<br />

ser y tiende a ser hegemónica; si<br />

queremos, una pequeña y sutil metáfora<br />

activa y efectiva de la monodimensión<br />

creciente de la visión de la realidad, también<br />

en su dimensión histórico-ética, que<br />

no es en absoluto exclusiva de los dictata<br />

imperatorum. La heroicidad de los propios<br />

y la mezquindad de los ajenos aparece<br />

como un continuum: los barbarum romanos<br />

son civilizatoriamente, luego moralmente,<br />

inferiores; el Blad-al-Siba<br />

magrebí, desde Ibn Bâttuta, Ibn-Jaldum o<br />

el Sultanato pre, inter y poscolonial, es el<br />

territorio ingobernable; el Mossad, terrorismo<br />

puro para el protectorado inglés de<br />

Palestina, pero Agencia de Inteligencia<br />

para el Israel actual y sus aliados; Al-Fha-<br />

tá, el Ejército de Liberación de la OLP y<br />

el más irracional de los entes criminales<br />

para los Estados occidentales de los setenta<br />

y ochenta; el Kurdistán, pueblo oprimido<br />

si Sadam Husein lo agrede, pero<br />

grupos paramilitares desestabilizadores si<br />

es el Gobierno de Ankara quien lo ataca y<br />

niega. La historia se construye así diariamente,<br />

individual y psicológicamente, en<br />

el retrete matutino de cada uno.<br />

Puede que en realidad esté hablando<br />

de política en el sentido institucional y<br />

profesionalizado que, desgraciadamente,<br />

se está instituyendo como denotación<br />

única del término; de ideología como instrumento<br />

de su justificación y efectividad.<br />

La historia como disciplina académica<br />

trasciende estas limitaciones para buscar<br />

la objetividad explicativa y analítica. Pero<br />

no debemos reificar: la materia y su docencia<br />

no existen al margen del ámbito de<br />

su acción y de su constitución. Por ejemplo,<br />

con independencia de su distribución<br />

lectiva, no debería ser nunca, en base al<br />

principio nominativo como mínimo, ni<br />

antigua ni medieval ni contemporánea: se<br />

supone (y es mucho suponer) que hablamos<br />

de un proceso, mecánico para unos,<br />

contradictorio para otros, teleológico desde<br />

ciertas perspectivas, azaroso desde<br />

otras, pero no de compartimentos estancables.<br />

¿Por qué, entonces, es tan frecuente<br />

hallar esta fragmentación? Según el discurso<br />

holístico e interrelacional que vengo<br />

manteniendo, parece que es necesario cerrar<br />

cada época periódicamente (en los<br />

dos sentidos del término) para poder<br />

usarla en el presente. La continuidad y la<br />

contigüidad del devenir de los hechos<br />

rompen la esencia moral que frecuentemente<br />

se necesita para explicar el por qué<br />

de diferencias queridas o deseablemente<br />

manipulables: una vez definido el marco<br />

moral impoluto del nosotros (razonamiento<br />

que sin duda hubiese encantado a<br />

la doctora Douglas), debemos apestar a<br />

los otros así como a la parte histórica de<br />

nosotros mismos que no conviene, atribuyéndola<br />

al hecho innegable –y aquí socializo<br />

y extiendo en el tiempo el paradigma<br />

existencialista de Sartre– de que “el<br />

mal siempre es ajeno” (“el infierno son los<br />

otros”).<br />

Historia, política<br />

(institucionalizada) y clases sociales<br />

Según hemos visto existe una visión de la<br />

historia, no ya fragmentada (cada grupo<br />

habla de la historia que reconstruye), sino<br />

fractal, casi calidoscópica. Pero la hemos<br />

observado desde la perspectiva de las<br />

identidades en base a la nación, el Estado-<br />

nación o la grupalidad, de cualquier especie,<br />

recobrada. Ya he comentado la utilidad<br />

política de esta vía, y en esa narración<br />

hemos comprobado cómo la sociedad y<br />

su proceso son relegados para construir la<br />

unidad común. Pero el debate de la autodeterminación<br />

de los pueblos contiene y,<br />

casi siempre, oculta el conflicto interno.<br />

Sin entrar en las continuas incongruencias<br />

de las propuestas políticas, las historias<br />

parciales, fractales o imperiales (interpretación<br />

ad libitum para lo que hace al<br />

caso) hablan de la nación, del pueblo, como<br />

entidades cohesionadas. Aún hoy día<br />

oímos en ciertas universidades cómo el<br />

advenimiento del nazismo en los treinta<br />

es independiente de la destrucción de la<br />

Liga Espartacus, de la previa fuerza gubernamental<br />

de la socialdemocracia, de la<br />

gran crisis económica contemporánea a<br />

los hechos. Tenemos versiones de la guerra<br />

civil española donde el POUM, la<br />

CNT son meros comparsas; a menudo<br />

los perdedores reivindican la exigencia de<br />

mostrar la verdad, rompiendo con la vieja<br />

historia franquista, pero de nuevo, mediante<br />

el mecanismo de separación-agregación,<br />

sitúan a las milicias anarquistas o<br />

poumistas en el infierno de la traición.<br />

Las atrocidades nazis o los gulag estalinistas<br />

ocupan merecidos capítulos de la crónica<br />

del siglo XX, al tiempo que las posiciones<br />

colaboracionistas anglogermanas<br />

de los inicios de la Segunda Guerra Mundial,<br />

los campos de concentración norteamericanos,<br />

los bombardeos de fósforo<br />

aliados, Nagashaki o Hiroshima son analizados<br />

aún bajo la idea del “mal menor”:<br />

mientras tanto, ni una palabra sobre los<br />

intereses de las burguesías europea, americana,<br />

la naciente japonesa y la idoneidad<br />

de la función aniquiladora de las dictaduras<br />

sobre la tendencia al alza de la conciencia<br />

de los proletarios del periodo. Se<br />

nos presenta una transición democrática<br />

de España en la que el –en ese momento–<br />

casi inexistente PSOE “del interior” todo<br />

lo hizo, sin que LCR, MC, PTE, ORT, el<br />

propio PCE y tantos y tantos movimientos<br />

y organizaciones hubiesen tan siquiera<br />

tocado por un momento la realidad social<br />

y política del proceso; mientras, largas<br />

trayectorias de carreras políticas gestadas<br />

en la dictadura adquieren el aura del “trabajo<br />

desde dentro”. Se reconvierten y ensalzan<br />

comportamientos entonces ignorados,<br />

desechados o recriminados en heroicos<br />

y patrióticos constructores de la<br />

libertad.<br />

De la Comuna de París sólo se habla<br />

extensamente en textos especializados; la<br />

Revolución Rusa se piensa desde Brez-<br />

42 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


niev, el Mayo del 68 es una divertida y jocosa<br />

revolución generacional (las fábricas<br />

en paro sólo se encuentran en hemerotecas<br />

concretas) que se sintetiza en la perfectamente<br />

absorbible pintada “Parad el<br />

mundo que me quiero bajar”. Las batallas<br />

por la independencia americanas, africanas<br />

y asiáticas se reducen a las élites gobernantes<br />

hoy día. La lucha de clases no<br />

es parte de la historia; sólo es un acicate<br />

ideológico de los, como la propia historia<br />

demuestra, malditos. No cabe pensar, es<br />

obvio, en un demiurgo incluso grupal, de<br />

clase, que reconvierta así la historia para<br />

que deje de serlo; pero la confluencia de<br />

enseñanzas, el adaptacionismo de la supervivencia<br />

ideológica y el discurso político<br />

unificador, a menudo disfrazado de diversificación<br />

territorial, lo sustituyen con<br />

una efectividad mayor. Porque también la<br />

acción y el pensamiento político participan<br />

de la misma línea: los partidos, ahora<br />

también algunas posiciones mayoritarias<br />

en los sindicatos europeos, africanos,<br />

americanos, asiáticos, dejan de ser instrumentos<br />

de la sociedad civil –de nuevo el<br />

relegado Antonio– para instituirse en<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

fragmentos más o menos orgánicos de la<br />

Administración estatal. De ahí a pasar de<br />

la historiografía hagiográfica que sitúa en<br />

Alejandro, Arsubanipal, César, Carlomagno,<br />

Luis, Enrique, Cromwell, Robespierre,<br />

Napoleón, Lincoln, Rasputín, el Tío<br />

Ho, Mao, Lenin, Rossevelt, Churchill,<br />

Stalin, Hitler, Franco, Mussolini, Sengor,<br />

Mobutu, Mitterrand la esencia política<br />

del devenir humano, a la idea de los Estados<br />

democráticos investidos de una ontología<br />

propia y pura sólo hay un paso; un<br />

movimiento que –lo veremos y lo estamos<br />

viendo– ya ha sido realizado.<br />

No es de extrañar que los más osados<br />

progresistas nos hablen del Estado como<br />

de una entidad cuasi metafísica cuyo funcionamiento<br />

depende tan sólo del partido<br />

en el poder: un Estado democrático no<br />

sólo es un modelo, es una realidad. Independientemente,<br />

claro está, del proceso<br />

histórico que la ha construido. De la<br />

identidad étnica, de la identidad ideológica,<br />

de la moralidad propia, pasamos al<br />

kantismo más mecanicista: la realidad<br />

(política en este caso) precede a su contenido,<br />

más aun, lo transciende apriorística-<br />

ALEJANDRO MIQUEL NOVAJRA<br />

mente. Este método, tan internacionalmente<br />

aceptado, hace que las confluencias<br />

históricas de los trabajadores bereberes,<br />

bolivianos, castellanos, catalanes, turcos,<br />

iraníes o irlandeses se segmenten en<br />

el interior de explicaciones rupturistas,<br />

pero también que los movimientos de capital<br />

más conspicuos (desde el dumping<br />

hasta la más clara y coherente inversión<br />

en espacios económicos de máxima rentabilidad)<br />

sean presentados como la lógica<br />

interna a la internacionalización, a la famosa<br />

y, no por ello menos irreal, aldea<br />

global. En este modo de construir el pasado,<br />

pero también el presente y el futuro,<br />

intervienen de manera abierta, indirecta,<br />

consciente o inconsciente, tanto los explícitamente<br />

interesados como los teóricamente<br />

afectados. La inmigración es un<br />

ejemplo escandaloso –sensu christi–: la<br />

segmentación “por ley” que significa en el<br />

mercado de trabajo europeo, norteamericano,<br />

implica también un subproducto<br />

ideológico que se concreta en la implícita<br />

segmentación de la clase obrera. El concepto<br />

de solidaridad, vieja estrategia nacida<br />

en el XIX como respuesta a la internacionalización<br />

del capital y que se materializó<br />

en el internacionalismo proletario,<br />

reasume su contenido cristiano (esta vez,<br />

sí, un epifenómeno) caritativo y projimista<br />

a través de artefactos tan lejanos al interés<br />

de clase como las ONG: otro resultado de<br />

reconvertir la historia, desde el presente,<br />

anulando una praxis constatable y trasmutándola<br />

en un mero sentimiento.<br />

Así, la unicidad global parcializada<br />

que veíamos antes en referencia a los<br />

constructos nacionales se extiende por<br />

áreas de origen, segmentando a su vez a la<br />

geografía y a la historia misma. Los procesos<br />

sociales, los conflictos y contradicciones<br />

que han articulado los cambios<br />

en las distintas formaciones sociales se eliminan<br />

o se trasladan a “otras cuestiones”.<br />

Pero también se parcelan por “áreas” de<br />

conocimiento que, cual esferas autónomas,<br />

explican (cuando lo hacen) su “parte<br />

de la historia”. ¿Qué son si no la Historia<br />

Política, la Historia Social, la Historia<br />

Económica? Sin duda se trata de marcos<br />

de especialización en estudios superiores,<br />

pero también de subdisciplinas a veces<br />

rupturistas. Hemos oído todos más de<br />

una vez explicar la historia de Roma, aun<br />

de la Caída del Imperio, aludiendo a factores<br />

externos, a corruptelas políticas de<br />

los dirigentes, aunque prescindiendo de<br />

los conflictos sociales; no suele ser infrecuente<br />

escuchar discursos que sitúan la<br />

abolición de la esclavitud en la expansión<br />

de un espíritu humanista unido a la ideo-<br />

43


MI HISTORIA ES MÍA<br />

logía liberal de finales del XVIII y del<br />

XIX, pero más raro poder hacerlo mediante<br />

su correlación con el avance y el<br />

desarrollo capitalistas y la inoperancia de<br />

la propiedad de la fuerza del trabajo en el<br />

proceso central de obtención de la plusvalía.<br />

Por no hablar de construcciones ideológicas<br />

reduccionistas como la de “estrategias<br />

geopolíticas” en la explicación del colonialismo,<br />

el neocolonialismo y las “áreas<br />

de influencia” (eufemismo sustantivado<br />

para evitar el término imperialismo) en las<br />

que no intervienen ni los intereses económicos<br />

ni la competencia intercapitalista ni<br />

las clases sociales subalternas de los países<br />

afectados; o de desarrollos de Estados<br />

emergentes exclusivamente a través del<br />

nombre y la historiografía hagiográfica de<br />

sus dirigentes.<br />

La historia como disciplina académica:<br />

¿qué hay que enseñar?<br />

Deducir de lo anterior que creo en la existencia<br />

de una objetividad global absoluta;<br />

que hay que impartir una historia idéntica,<br />

generalista; que la historia local, grupal,<br />

comunitaria, nacional, es por sí misma<br />

una falacia, sería inferir mediante la<br />

epistemología que he pretendido criticar.<br />

La Historia no es una disciplina cerrada ni<br />

acabada con respecto al pasado; tampoco<br />

se trata de una hermenéutica unilineal. Es<br />

sin duda plural, abierta, interpretativa. Y<br />

es esto y no otra cosa lo que se pretende.<br />

Ni el historiador ni el docente son tabulae<br />

rasae; ni los discentes, lectores y oidores<br />

habitan en el espacio intersticial de la recepción<br />

pura. Se trata, en consecuencia,<br />

de instituir la relatividad –que no el relativismo–<br />

en su extensión, explicación y<br />

análisis. Pero al hablar de la diversidad de<br />

planteamientos, del proceso mismo de<br />

pensamiento y divergencia, no lo hago de<br />

la confusión, a menudo patente, entre<br />

historia e historiografía; más aun, entre<br />

ambas y hagiografía. La historia como<br />

materia debe ser en sí misma crítica: como<br />

metodología y como punto de partida.<br />

Y ciertamente lo es en muchos casos y<br />

por lo que respecta a no pocos profesionales;<br />

sin embargo, este último reconocimiento<br />

no anula el razonamiento precedente.<br />

Las conclusiones sobre la nefandez<br />

de su enseñanza son generalizaciones poco<br />

realistas; fundamentalmente, si nos acercamos<br />

a los niveles académicamente superiores.<br />

Los miedos declarados sobre su reorganización<br />

decretal no son infundados,<br />

pero no debemos invertir la máxima de la<br />

muerte del mensajero por la identificación<br />

entre el mensaje y su decidor. Que<br />

un ministerio demostradamente mojigato<br />

hable de cambios sin saber muy probablemente<br />

a qué se refiere no debe distraernos<br />

del problema. Yo mismo, de hecho, partiendo<br />

de declaraciones institucionalistas<br />

hueras y papanatistas, he aprovechado para<br />

hacer esta reflexión; más aun, estoy absolutamente<br />

seguro de que lo que yo entiendo<br />

por unicidad de la enseñanza es<br />

justo lo contrario de lo que la autoridad<br />

predica y pretende.<br />

Además, ¿qué nos inquieta? La independencia<br />

universitaria es más antigua y<br />

reivindicable (por cierto, no estaría nada<br />

mal recuperar una vieja tradición sumamente<br />

interesante) que los propios Estados<br />

modernos; la libertad de cátedra, un<br />

instrumento que, aun sirviendo a zafios<br />

intereses personalistas y escasamente académicos<br />

en casos conocidos, ha permitido<br />

la creación de escuelas de pensamiento<br />

–también– histórico que nos permiten<br />

hoy día decir lo que decimos. Sin embargo,<br />

sí me preocupa que no se alcen voces<br />

especializadas –y ha llegado el momento<br />

de decir que yo ejerzo de antropólogo,<br />

no de historiador– contra las auténticas<br />

barbaridades que más o menos hábiles<br />

políticos, esta vez absolutamente en sí y<br />

para sí, están diciendo. Se debe hablar de<br />

la historia de Catalunya, de Euskadi, de<br />

Balears, de València, de Canarias, de<br />

Castilla, de Galicia o del Bierzo, la Maragatería<br />

o Parla, pero tal y como ha sido y<br />

tal y como es, y debe hacerse en todos los<br />

espacios territoriales y mentales. Lo que<br />

debemos impedir es que las legítimas y<br />

totalmente apoyables reivindicaciones<br />

políticas, incluidas las independentistas,<br />

sustituyan a los procesos complejos, contradictorios,<br />

divergentes que han permitido<br />

que puedan producirse; porque no<br />

es raro entrever en muchos de esos discursos<br />

“científicos” no ya las veleidades<br />

criticadas en los otros, sino las mismas<br />

carencias y ausencias interesadas que<br />

aquéllos institucionalizan: ucronías, moralismos,<br />

fragmentación, silencios; desplazamiento<br />

del conflicto, de los cambios,<br />

del protagonismo colectivo e instauración<br />

de la derivación épica propia y<br />

definitivamente étnica.<br />

El mecanismo de construcción de la<br />

identidad es inherente al desarrollo de las<br />

culturas y de las sociedades; es, por ende,<br />

objeto de la historia como epistemología.<br />

Pero no puede constituir en sí mismo una<br />

especie de heurística ad libitum que busque<br />

árboles genealógicos donde tan sólo<br />

hay praderas incultas, ni una añagaza<br />

puestista que inhiba al historiador y al<br />

docente de la historia de su trabajo: ni en<br />

la periferia ni en el centro (otros dos tér-<br />

minos relativos impregnados de ideología<br />

fuertemente ahistoricista). ¿Que no es<br />

así? ¿Que el debate es ajeno a la realidad<br />

académica? Tanto mejor; pero si el historiador<br />

está libre de culpa, recordemos que<br />

él sólo es una parte, ínfima a menudo, de la<br />

historia aprendida, construida, manejada.<br />

Desde el televisor, la radio, hasta algunos<br />

profesores del lenguaje (¡Ay la lengua,<br />

tantas veces instituida en identidad exclusiva!<br />

¡Tan a menudo substituta del pasado<br />

y el presente!), el prójimo más cercano, el<br />

conducator (aún demócrata) local y la tan<br />

nuestra radio macuto, los caminos del saber<br />

y del ser más próximos relegan a la<br />

mera pedantería las vías especializadas. La<br />

realidad educativa institucional es, además,<br />

reproductiva, en su propia constitución,<br />

de valores, de relaciones sociales, de<br />

actitudes y de aptitudes. Las tertulias, los<br />

tertulianos, entran en nuestro cortex con<br />

la facilidad del moco de otoño; y, lo que<br />

es peor, medran. Se lo aseguro, medran y<br />

se instalan como líquenes (posiblemente el<br />

más estúpido de los resultados de la evolución)<br />

en nuestra conciencia colectiva. n<br />

Alejandro Miquel Novajra es antropólogo.<br />

Profesor de la Universitat de Les Illes Balears.<br />

44 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


Francis Scott Fitzgerald:<br />

Cuentos 1 y 2,<br />

trad. de Justo Navarro,<br />

El gran Gatsby.<br />

trad. de J. L. López Muñoz,<br />

Alfaguara, Madrid, 1998.<br />

En la literatura y el cine norteamericanos<br />

hay una figura,<br />

la del perdedor, que se<br />

ha convertido en un género por sí<br />

misma. Ha dado lugar a toda una<br />

suerte de estética que, en una sociedad<br />

regida por el éxito, amparaba<br />

y sublimaba al que no lo alcanzaba<br />

y se veía obligado a vivir<br />

sin él. Poco a poco esta imagen ha<br />

ido perdiendo brillo y convirtiéndose<br />

en un lugar común para<br />

creadores débiles hasta acabar<br />

siendo un modesto recurso costumbrista<br />

de serie. Sólo algún talento<br />

como John Huston fue capaz<br />

de meter el dedo en la boca a<br />

esta clase de gente (recordemos<br />

Fat City); pero los perdedores al<br />

estilo del boxeador declinante que<br />

interpretaba Stacy Keach eran roña<br />

de las calles, perdedores perdidos,<br />

gente sin ninguna clase de<br />

resplandor. Sin embargo, hubo<br />

una época en la que los perdedores<br />

tenían aura. Eran jóvenes en<br />

una sociedad refulgente y alocada<br />

que fue conocida como The Roaring<br />

Twenties. Era su juventud lo<br />

que ofrecían en prenda y el dinero<br />

les cubría las espaldas. También<br />

había mariposas que acudían<br />

a la luz en busca de “las promesas<br />

de la vida”. Una de ellas se llamaba<br />

Francis Scott Fitzgerald y no<br />

era lo que se dice un muchacho<br />

rico de buena familia, sino el hijo<br />

de un hombre de modales aristocráticos<br />

venido a menos y casado<br />

con una provinciana de acusado<br />

carácter.<br />

Francis, sin embargo, tenía talento,<br />

ambición y nostalgia de<br />

una tradición que él recibía de la<br />

figura de su padre. En Princeton<br />

se convirtió en un tipo popular<br />

dentro del mundillo literario<br />

universitario; allí coincidió con<br />

quien sería un amigo para siempre,<br />

el gran crítico y ensayista<br />

Edmund Wilson. Llegó a ser un<br />

prominente miembro del selecto<br />

Triangle Club y tuvo amores con<br />

una de las jóvenes, elegantes y<br />

cotizadas bellezas del momento.<br />

Pasado este momento de gloria,<br />

ingresó en la Armada a finales<br />

de la Primera Guerra Mundial,<br />

en la que no llegó a intervenir; y,<br />

estando acuartelado en Montgomey,<br />

Alabama, conoció a una<br />

muchacha, hija de un juez de la<br />

Corte Suprema, de la que se enamoró<br />

perdidamente. La muchacha<br />

se llamaba Zelda Sayre. Decidió<br />

casarse con ella apenas se licenciase,<br />

pero sus posibilidades<br />

económicas eran ciertamente<br />

modestas, así que Zelda le despidió<br />

y él se agarró una monumental<br />

trompa de la que salió<br />

para dedicarse a reescribir una<br />

novela de la que ya tenía un primer<br />

borrador. La novela se publicó<br />

en 1920 con el título de A<br />

este lado del paraíso. La fama le<br />

alcanzó de lleno. Zelda sería, todo<br />

el mundo lo sabe, el amor de<br />

su vida.<br />

Cuestión de estilo<br />

Desde entonces, su literatura se<br />

pegó a a su figura con tal convicción<br />

que nadie ha querido separarlos.<br />

Hasta los propios títulos<br />

de sus libros parecen aludir a<br />

él: Hermosos y malditos, Todos los<br />

jóvenes tristes… Él mismo fue un<br />

derroche, lo mismo que su literatura,<br />

y ambos tienen una imagen<br />

de fracaso, de haber sido tan<br />

LITERATURA<br />

SCOTT FITZGERALD:<br />

EL GRAN PERDEDOR<br />

JOSÉ MARÍA GUELBENZU<br />

sólo una parte de sí mismos<br />

cuando pudieron serlo todo.<br />

Porque, ciertamente, lo que más<br />

impresiona al leer a Scott Fitzgerald<br />

es la sensación de talento<br />

que emana, aun de sus textos<br />

menos conseguidos. Bien podría<br />

hablarse de que, en su caso, la<br />

imagen de fracaso es un derroche<br />

de glamour. Ahí es donde<br />

comienza la leyenda, que seguirá<br />

cautivando. Pero es mucho<br />

más interesante tratar de descubrir<br />

el secreto de su escritura,<br />

pues es posible que ahí se encuentre<br />

la verdadera clave de<br />

este romántico personaje.<br />

“Esta historia inverosímil<br />

empieza en un mar<br />

que era como un sueño<br />

azul, de un color tan vivo<br />

como el de unas medias<br />

de seda azul, y bajo<br />

un cielo tan azul como<br />

el iris de los ojos de<br />

los niños. Desde la mitad<br />

oeste del cielo el sol lanzaba<br />

pequeños discos dorados<br />

sobre el mar: si mirabas<br />

con suficiente atención,<br />

podías ver cómo saltaban<br />

de ola en ola para unirse<br />

en un largo collar de<br />

monedas de oro que<br />

confluían a un kilómetro<br />

de distancia antes<br />

de convertirse en un<br />

crepúsculo deslumbrante”.<br />

Para escribir este maravilloso<br />

párrafo, pura descripción en la<br />

que interviene tan sólo la mirada<br />

desnuda del narrador, se necesita<br />

una alta capacidad de síntesis<br />

y una no menor capacidad de<br />

hacer correr imágenes sobre sí<br />

mismas para extender un paisaje.<br />

La astucia del descriptor está en<br />

trabajar solamente sobre dos<br />

colores, azul y oro, y hacerlos<br />

flotar ante la vista del lector en<br />

una oleada de imágenes, mentales<br />

(sueño azul), físicas (medias<br />

de seda azul) o ambas cosas<br />

(el collar de monedas), todas<br />

las cuales vienen a afluir al adjetivo<br />

que mejor las recoge:<br />

“deslumbrante”.<br />

El párrafo, leído a ciegas, sería<br />

reconocible sin duda: “Eso es de<br />

Fitzgerald”, diría el lector avispado.<br />

Y en efecto, tiene el toque<br />

Fitzgerald como las películas de<br />

Lubitsch tienen el toque Lubitsch.<br />

De ese estilo característico<br />

abusaron contemporáneos y<br />

seguidores. ¿Acaso era fácil de copiar?<br />

Un estilo tan personal es<br />

imposible de copiar, pero se puede<br />

imitar si uno está dispuesto a<br />

prescindir de la personalidad de<br />

su autor y apropiarse de su imagen<br />

superficial. Apenas se le otorgó<br />

la etiqueta de escritor de la<br />

era del jazz, toda la apariencia<br />

externa de su estilo se convirtió<br />

en objeto de consumo. Hay<br />

quien dice que su estilo era su<br />

vida y lo cierto es que no cuesta<br />

mucho imaginarlo como personaje<br />

secundario o principal de<br />

muchos de sus cuentos. Y eso,<br />

en literatura narrativa, no es de<br />

lo mejor que le puede ocurrir a<br />

un escritor. Pero es un estilo tan<br />

característico, en efecto, que impregna<br />

todos sus cuentos. Y me<br />

refiero a ellos porque pueden<br />

mostrar a la perfección lo mejor<br />

y lo peor de Scott Fitzgerald: la<br />

exigencia y la facilidad. De hecho,<br />

él sabía bien cuándo un<br />

cuento estaba resuelto sólo a medias,<br />

por más que brillase externamente<br />

y, en estos casos, le<br />

dolía como sólo le duele a un escritor<br />

de raza. Bien: el caso es<br />

que la capacidad de descripción<br />

que puede mostrar una mirada<br />

atenta, activa y selectiva no suele<br />

ir más allá del costumbrismo<br />

46 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


por sí sola; sería tan atractiva como<br />

los cuentos menos conseguidos<br />

de Scott Fitzgerald; una minucia<br />

para su talento. La mirada<br />

del escritor de raza es mucho más<br />

que eso; es una mirada sobre el<br />

mundo. Cuando se tiene una<br />

mirada sobre el mundo, lo que<br />

esa mirada muestra es un mundo.<br />

Estilísticamente, podemos<br />

buscar un ejemplo. El texto que<br />

reproducíamos antes era una mera<br />

descripción: puro talento para<br />

descubrir lo significativo de un<br />

paisaje, pero nada más. Veamos<br />

ahora este otro texto, tomado de<br />

El gran Gatsby:<br />

“El único objeto<br />

completamente inmóvil<br />

que había en el cuarto<br />

era un enorme sofá<br />

en el que dos jóvenes<br />

estaban encaramadas como<br />

si se tratara de un globo<br />

cautivo. Ambas iban<br />

de blanco, y sus vestidos<br />

se agitaban y flameaban<br />

como si la brisa acabara<br />

de devolverlas al punto<br />

de partida después de<br />

un breve vuelo en torno<br />

a la casa. Debí permanecer<br />

inmóvil unos momentos<br />

escuchando el restallar<br />

de los visillos y el chirrido<br />

de una cuadro contra<br />

la pared. Luego se oyó<br />

el ruido violento de las<br />

ventanas traseras al cerrarlas<br />

Tom Buchanan, con lo que<br />

el viento aprisionado perdió<br />

su fuerza, y los visillos<br />

y los tapices y las dos<br />

muchachas descendieron<br />

lentamente hasta el suelo”.<br />

Es la aparición de Daisy –y<br />

de su amiga– ante los ojos del<br />

narrador. Si comparamos los dos<br />

textos, la diferencia de intención<br />

es evidente. El primero sólo es<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

Scott Fitzgerald<br />

una descripción paisajística que<br />

el autor necesita como ciclorama<br />

de una situación; el segundo,<br />

por el contrario, contiene en sí<br />

mismo un modo de mirar y, por<br />

tanto, una opinión: la del narrador<br />

sobre Daisy; no es que sólo<br />

nos esté diciendo cómo es, sino<br />

que nos está diciendo qué le parece<br />

y cómo es su espacio vital y<br />

sentimental; es más, no hay en<br />

todo el párrafo la menor referencia<br />

al físico de Daisy –no está<br />

buscado, no es su intención<br />

principal– y, sin embargo, podríamos<br />

construirla en nuestra<br />

imaginación con más libertad e<br />

intensidad que si nos hubiera<br />

obsequiado con una cuidadosa<br />

descripción física.<br />

La mirada de Scott nos proveerá<br />

de momentos de extraordinaria<br />

intensidad porque en su<br />

expresión hay un encanto muy<br />

especial; lo utiliza siempre con<br />

cuidado, midiendo su ritmo y<br />

sus momentos altos y, también,<br />

con esa especie de indolencia del<br />

cazador que sabe lo que busca y<br />

lo regala cuando lo atrapa. En el<br />

estilo de Scott hay, además de<br />

una gran agudeza mental, un<br />

fraseo que, ese sí, recuerda, por<br />

su aspecto fresco y espontáneo,<br />

el fraseo de un jazzman:<br />

“Era un olor que Edith<br />

conocía bien, excitante,<br />

estimulante, inquietantemente<br />

dulce: el olor<br />

de un baile a la moda”.<br />

Cuando es necesario, muerde:<br />

“Emprendió una carrera<br />

incansable, angustiada,<br />

que lo condujo esta vez<br />

a su casa: una única<br />

habitación en un alto y<br />

horrible edificio<br />

de apartamentos en<br />

el centro de la nada”.<br />

Y no deja escapar una imagen<br />

sin apurar su esencia, sin concesiones,<br />

con las palabras justas:<br />

“Anson se dirigió a los<br />

invitados ruidosamente,<br />

un poco agresivo, durante<br />

15 minutos, y luego se<br />

desplomó silenciosamente<br />

bajo la mesa, como<br />

en un grabado antiguo,<br />

pero, a diferencia del<br />

grabado antiguo, la escena<br />

resultó espantosa sin ser<br />

en absoluto pintoresca”.<br />

El presentimiento<br />

del desastre<br />

Sus personajes masculinos o son<br />

jóvenes y desdichados o son jóvenes<br />

y ricos, pero en ambos casos<br />

están unidos por una sensación<br />

común: el presentimiento<br />

del desastre. Las muchachas, en<br />

cambio, son casi todas jóvenes<br />

americanas animosas y de buena<br />

familia y se diferencian de las<br />

más formales en que desean<br />

unos años alocados y de flirt antes<br />

de sentar cabeza y matrimonio.<br />

En todos los buenos relatos<br />

de Scott –y en sus novelas– los<br />

personajes masculinos, sean o no<br />

débiles, se mueven en una zona<br />

de peligro en la que no importa<br />

tanto la clase de peligro como su<br />

inminencia. Está ahí, en todo<br />

momento, y contiene una amenaza<br />

decisiva en la vida de esos<br />

personajes. Junto a ellos, las mujeres<br />

se comportan más bien como<br />

acompañantes frívolas, ami-<br />

47


SCOTT FITZGERALD: EL GRAN PERDEDOR<br />

gas o simples objetos de deseo,<br />

sean ragtime girls o doradas herederas.<br />

No es fácil encontrar en<br />

los relatos de Scott mujeres a las<br />

que aceche el desastre porque éste<br />

nunca llega a constituirse como<br />

una amenaza decisiva, mientras<br />

que en los hombres el desastre<br />

condiciona absolutamente<br />

sus vidas; en ellos es más contundente,<br />

su fragilidad es mayor,<br />

uno sabe que cuando les alcance<br />

van a romperse. Basta leer el relato<br />

titulado Primero de mayo<br />

(SOS) para ver la diferencia que<br />

existe entre Edith Branden y<br />

Gordon Sterret.<br />

De entre los muchos grandes<br />

relatos de Scott, hay uno, Regreso<br />

a Babilonia, que no es sólo<br />

uno de los mejores relatos escritos<br />

en este siglo, sino el perfecto<br />

recipiente de ese “presentimiento<br />

del desastre”. Hay que decir,<br />

ante todo, que lo importante,<br />

dramáticamente hablando, no es<br />

el desastre –que se va configurando<br />

a lo largo del relato como<br />

un fondo– sino el presentimiento.<br />

El desastre no es amenazador,<br />

es, simplemente, una parte<br />

constituyente del acontecimiento<br />

que estamos viviendo, del<br />

mismo modo que un arpa en el<br />

escenario de una sala de conciertos<br />

se encuentra en su lugar natural.<br />

Lo que hace vibrar al arpa<br />

es la acción de la mano que la<br />

pulsa durante el concierto. Del<br />

mismo modo, lo que hace vibrar<br />

al desastre, lo que lo despierta y<br />

lo pone en marcha, es el presentimiento<br />

que recorre –con admirable<br />

sutileza en este cuento–<br />

el alma de su protagonista.<br />

Charlie Wales es un hombre<br />

joven que ha vuelto a París para<br />

tratar de recuperar la custodia de<br />

su hija, Honoria, una muchachita<br />

de 10 años que vive con<br />

sus tíos. Charlie y su mujer vivieron<br />

a fondo el París de los<br />

americanos locos y ricos de antes<br />

de la Depresión, y de aquel disparate<br />

resultó el alcoholismo de<br />

él y la muerte de ella, de la que<br />

Charlie se siente moralmente<br />

responsable. La tutora de la niña<br />

es la hermana de la mujer de<br />

Charlie y es evidente que le reprocha<br />

esa muerte y se lo hace<br />

notar con dureza.<br />

Charlie es un hombre que se<br />

ha regenerado, bebe un solo<br />

whisky al día, ha consolidado<br />

un trabajo profesional y considera<br />

que ha llegado el momento<br />

de merecerse de nuevo la custodia<br />

de su hija. Hago hincapié en<br />

esta actitud, “merecerse”, porque<br />

es justamente la que electriza<br />

sotto voce todo el relato.<br />

Charlie Wales tiene un amor<br />

por su hija tan desdichadamente<br />

profundo como su mala conciencia.<br />

Scott lo hace notar con<br />

admirable sabiduría comenzando<br />

el cuento por una visita del<br />

protagonista a los locales de antaño,<br />

donde ya no queda nada<br />

de lo que hubo, donde la nostalgia<br />

es como el mal recuerdo<br />

de una resaca. Desde ese momento,<br />

todos los movimientos<br />

del rehabilitado Charlie están<br />

seguidos por la sombra de la sospecha.<br />

Frase a frase, el lector teme<br />

que, al volver la página,<br />

Charlie no pueda superar la<br />

prueba de estabilidad a la que<br />

se está sometiendo con la intención<br />

de recuperar a su hija. Todo<br />

va pendiendo de un hilo con<br />

tal intensidad que, aunque los<br />

hechos demuestren que Charlie<br />

puede llevarla consigo, la posibilidad<br />

de que el desastre se precipite<br />

sobre esa ternura invade el<br />

relato como un cáncer. Una aparición<br />

indeseada de dos amigos<br />

de antaño en la casa de su cuñada<br />

cumplirá el papel catártico<br />

que ésta necesita para no ceder a<br />

la niña –a lo que se había resignado–<br />

y para que la nueva espera<br />

que aguarda a Charlie deje en<br />

el aire la angustiosa sospecha de<br />

que quizá ésta era su última<br />

oportunidad, de que quizá sea lo<br />

suficientemente frágil como para<br />

no poder resistir otro envite<br />

del destino. Subrepticiamente,<br />

además, se deja traslucir que en<br />

la negativa de la cuñada hay una<br />

razón turbia enmascarada bajo<br />

la dignidad ofendida que exhibe:<br />

ellos (ella, su marido, sus hijas)<br />

viven con justeza donde<br />

Charlie y su hermana derrocharon<br />

un dinero que los aniquiló y<br />

la idea de justicia (vengativa, puritana,<br />

cruel) que ella representa,<br />

no acepta que él sea capaz de regenerarse.<br />

La belleza de este cuento es<br />

inaudita. Ese “presentimiento del<br />

desastre” alcanza tales cotas de<br />

sutileza expresiva, tal cercanía<br />

emocional, que no es posible<br />

aceptarlo sin aceptar también<br />

que Scott puso en él la piel de su<br />

propio desastre. De nuevo, pues,<br />

estaríamos ante un Scott que, en<br />

sus mejores textos, se parece demasiado<br />

a sí mismo.<br />

Los personajes masculinos que<br />

no pertenecen al mundo de la riqueza<br />

tienen todos una gran propensión<br />

al desastre. Los que pertenecen<br />

a ese mundo la tienen<br />

también, pero de otro modo. Los<br />

primeros se mueven en una situación<br />

de fragilidad en lo económico<br />

y de dependencia en lo<br />

amoroso. Parecen estar siempre a<br />

punto de perderlo todo, pero ese<br />

todo no es necesariamente la vida,<br />

sino una especie de ilusión<br />

quebradiza. Un relato como Lo<br />

más sensato lo muestra fehacientemente<br />

y su final es expreso:<br />

“George no se movía<br />

ni pensaba ni esperaba<br />

nada, adormecido<br />

e insensibilizado por<br />

el presentimiento<br />

del desastre. El tictac<br />

del reloj continuaría<br />

sonando hasta después<br />

de las once, hasta después<br />

de las doce, y entonces<br />

la señora Cary les avisaría<br />

cariñosamente desde<br />

la baranda de la escalera;<br />

fuera de eso, sólo veía el<br />

mañana y la desesperación”.<br />

Todos esos jóvenes tristes, ricos<br />

y pobres tienen un problema<br />

común: viven en el mundo y<br />

no alcanzan a comprender la<br />

realidad. Huyen de un modo u<br />

otro hacia adelante, porque lo<br />

que tienen es un conflicto de relación<br />

con la realidad. Todo un<br />

espíritu perfectamente propio de<br />

los roaring twenties. Ésta es la línea<br />

que une la inseguridad última<br />

de los personajes con la ilusión<br />

de seguridad, de permanencia<br />

de una felicidad que, aunque<br />

alcancen a sentir, no alcanzan a<br />

conseguir.<br />

Lo que nos lleva a otra cuestión,<br />

y es esa sensación permanente<br />

que dejan los cuentos de<br />

Scott Fitzgerald de que los más<br />

conseguidos están muy, muy<br />

cerca de la piel del autor.<br />

Cuestión de distancia<br />

La vida y la obra de Scott están<br />

muy unidas. El lector de esta colección<br />

de relatos se sentirá sobrecogido<br />

por su calidad, pero<br />

no dejará de pensar que está leyendo<br />

la obra del cronista de una<br />

época. Si a la literatura le pedimos<br />

un poco más, si le pedimos<br />

la excelencia suprema de la obra<br />

inolvidable, ¿responde Scott Fitzgerald<br />

a este llamado? Pensemos<br />

por un momento en dos contemporáneos<br />

suyos: Hemingway<br />

y Faulkner. ¿Está a su altura? La<br />

comparación sólo sirve para hacer<br />

la pregunta, porque seguir<br />

por este camino sería como establecer<br />

un ranking que en la<br />

gran literatura resulta inoperante<br />

porque se es o no se es, y punto.<br />

Pero vale para determinar el<br />

grado de exigencia.<br />

Francis Scott Fitzgerald aparece<br />

como el más débil e inseguro<br />

de los grandes escritores de su<br />

generación y de ello se resiente la<br />

valoración de su obra. La idea de<br />

sostener que fue sólo “el chico<br />

que escribió sobre la era del jazz”<br />

y que se quedó en ella ha prendido<br />

en mucha gente superficial.<br />

Lo cierto es que muchos de sus<br />

cuentos le sitúan en la cumbre<br />

del género. Si nos vamos a sus<br />

novelas, en cambio, éstas parecen<br />

promesas incumplidas llenas<br />

de talento y genialidad. Pero si<br />

todas son hermosas y malditas,<br />

hay una que es insuperable: me<br />

refiero a El gran Gatsby.<br />

“De la casa de mi vecino<br />

brotaba la música durante<br />

las noches de verano. En<br />

sus jardines azules, y entre<br />

los susurros, el champán<br />

y las estrellas, hombres<br />

y muchachas iban y venían<br />

como mariposas”.<br />

Esto es lo que nos cuenta<br />

Nick Carraway acerca de las fiestas<br />

de la casa de Jay Gatsby; justo<br />

el tonillo clásico de la “era del<br />

jazz” y de las alegres flappers. Estamos,<br />

pues, en pleno ambiente.<br />

Se diría que nos disponemos a<br />

comenzar otro cuento de Scott<br />

con joven triste y rico, pero…<br />

Pero hay una diferencia de plan-<br />

48 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


teamiento que cambia inmediatamente<br />

la percepción. Esta historia,<br />

la de Jay Gatsby no la<br />

cuenta Gatsby, la cuenta un joven<br />

llamado Nick Carraway. A<br />

primera vista podría parecer un<br />

asunto intrascendente, pero es<br />

justo el acto más relevante de<br />

toda la novela. Es la primera vez<br />

que Scott Fitzgerald interpone<br />

decididamente a alguien entre él<br />

y su personaje. No se trata de un<br />

simple narrador: hay narradores<br />

en otros relatos de James. Lo que<br />

importa es la clase de narrador<br />

que interpone entre Gatsby y él<br />

mismo: un joven de familia conocida<br />

que sale adelante con su<br />

propio esfuerzo, lo cual le coloca,<br />

de una parte, en una especie de<br />

tierra de nadie muy personal y,<br />

de otra parte, en una distancia<br />

razonablemente equidistante del<br />

mundo de la rancia tradición de<br />

los ricos y el mundo de los emergentes<br />

de gran éxito, como Jay<br />

Gatsby.<br />

Y ¿dónde se sitúa Scott? Pues,<br />

naturalmente, mirando a Carraway,<br />

que mira a Gatsby. Todo lo<br />

que en otras ocasiones es pura<br />

cercanía al personaje –sobre todo,<br />

y esto no es fútil, en sus mejores<br />

relatos– aquí resulta filtrado<br />

por Carraway y, entonces, como<br />

un golpe de magia, surge la perspectiva,<br />

es decir: establece la distancia<br />

necesaria para que la mirada<br />

pueda mostrar lo que ve y lo<br />

cuenta con lo mejor de un estilo<br />

“que ya no necesita pegarse a las<br />

emociones de los personajes”.<br />

Esa cercanía a las emociones las<br />

puede aguantar bien un relato<br />

–véase de nuevo Regreso a Babilonia–,<br />

pero no tan bien una novela;<br />

la novela es otra extensión,<br />

otra distancia. En el éxito de A<br />

este lado del paraíso tuvo que ver,<br />

precisamente, la subjetividad,<br />

pero la novela es desigual. En<br />

Gatsby, por el contrario, es el sentido<br />

de la perspectiva el que va<br />

levantando, ante la lectura atónita<br />

del lector, esa historia magnífica.<br />

Cuando la novela termina<br />

y los sucesos están claros, hay<br />

unas páginas en las que se va lentificando<br />

el ritmo, porque aquí<br />

no se busca esa sorpresa última,<br />

esa recogida airosa con que terminan<br />

los cuentos, sino que<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

Scott, consciente de lo que ha logrado,<br />

deja que los últimos flecos<br />

del relato vayan aquietándolo<br />

hasta su extinción. En esa “lentitud”<br />

hay una imagen donde se<br />

ve perfectamente esa perspectiva,<br />

una imagen que no responde<br />

a ningún estímulo inmediato,<br />

sino que está construida a medio<br />

camino entre la sugerencia y la<br />

objetividad:<br />

“Una noche oí<br />

un automóvil de verdad,<br />

y vi los faros cuando<br />

se detuvo ante la escalinata.<br />

Pero no hice ninguna<br />

averiguación. Probablemente<br />

se trataba de un último<br />

invitado que volvía de<br />

los confines de la tierra<br />

y aún ignoraba que<br />

se había acabado la fiesta”.<br />

Esa imagen representa un<br />

pensamiento y una realidad, no<br />

un impulso emotivo. La que fue<br />

casa de Gatsby hace tiempo que<br />

se encuentra en silencio.<br />

Los pensamientos de Nick<br />

Carraway son del propio Carraway.<br />

El personaje interpuesto<br />

entre el autor y Gatsby define<br />

el poderío inagotable de esta<br />

obra maestra. En sus últimas palabras,<br />

sin embargo, tenemos la<br />

sensación de que habla a alguien<br />

que se ha acercado a él al final<br />

de la historia y mira en la dirección<br />

en la que él mira: el propio<br />

Scott Fitzgerald. Es una mirada<br />

que recuerda en cierto modo<br />

la figura del angelus novus de<br />

Walter Benjamin:<br />

“Gatsby creía en la luz<br />

verde, en el orgiástico futuro<br />

que año tras año retrocede<br />

delante de nosotros. Se nos<br />

escapa en el momento<br />

presente, pero ¡qué<br />

importa!; mañana<br />

correremos más deprisa,<br />

nuestros brazos extendidos<br />

llegarán más lejos… Y una<br />

hermosa mañana…<br />

Y así seguimos adelante,<br />

botes contra la corriente,<br />

empujados incesantemente<br />

hacia el pasado”. n<br />

José María Guelbenzu es novelista.<br />

Autor de La noche en casa, El río de la<br />

luna y La mirada.


Edward Inman Fox<br />

La invención de España<br />

Editorial Cátedra, Madrid, 1997<br />

En los últimos meses se empieza<br />

a discutir con asiduidad<br />

en la prensa española la<br />

cuestión de cómo se debe enseñar<br />

“la historia nacional” en los centros<br />

estatales. Es interesante notar<br />

que la llegada del tema al espacio<br />

público coincide, más o menos,<br />

con la publicación de La invención<br />

de España, libro sugerente<br />

del hispanista norteamericano<br />

Edward Inman Fox. Según el estudio<br />

de Fox, que se nutre de la<br />

fecunda noción de la “comunidad<br />

imaginada” propuesta por<br />

Benedict Anderson ya hace más<br />

de una década, nuestro entendimiento<br />

del “hecho español” proviene<br />

en gran parte del proyecto<br />

de la historiografía nacionalista<br />

“de naturaleza individual e institucional<br />

a la vez”(pág. 13), que<br />

durante la segunda mitad del siglo<br />

pasado y la primera mitad del<br />

presente engendró una forma<br />

esencialmente castellanófila de<br />

concebir la realidad nacional. En<br />

su análisis, el hispanista norteamericano<br />

pone de relieve el importante<br />

papel de la Generación<br />

del 98 y la Generación de 14 en<br />

los esfuerzos patriagénicos de las<br />

élites intelectuales de esta época.<br />

Al demostrar la centralidad del<br />

deseo, esencialmente político, de<br />

crear y de propagar nuevos conceptos<br />

de identidad nacional en<br />

el proceso creativo de los artistas<br />

destacados de la época, Fox suministra<br />

un muy esperado golpe<br />

de gracia a los debates, ya hace<br />

tiempo bastante estériles, sobre<br />

la validez y la extensión del concepto<br />

de la Generación del 98.<br />

En su mayoría, tales debates partían<br />

de la suposición de que las<br />

explicaciones acerca de la naturaleza<br />

del corpus de textos producidos<br />

por la llamada Generación<br />

del 98 deben buscarse dentro la<br />

literatura misma, aplicando las<br />

herramientas críticas del campo<br />

filológico. De ahí, por ejemplo,<br />

los muchos intentos de caracterizar<br />

la producción de los noventayochistas<br />

en términos de una relación<br />

oposicional con el Modernismo,<br />

otro movimiento literario<br />

de fundamento teórico igualmente<br />

borroso. La reivindicación<br />

por parte de Fox de la importancia<br />

de la figura del intelectual público<br />

(escritor que no se concebía<br />

principalmente como guardián<br />

de los valores estéticos sino como<br />

individuo enfrascado en diálogos<br />

constantes con el público,<br />

por una parte, y las ideas motrices<br />

de los debates que ocurren en el<br />

espacio político por otra), durante<br />

la época finisecular, rompe este<br />

círculo vicioso de análisis intraliterario<br />

y nos hace ver la necesidad<br />

de aplicar las teorías<br />

integrales de la cultura, como las<br />

de Bourdieu, al estudio del periodo<br />

en cuestión. La necesidad<br />

de hacerlo se hace aun más patente<br />

cuando tomamos en cuenta<br />

que la pedagogía “literaria” sobre<br />

la nación producida por los<br />

noventayochistas y novecentistas<br />

castellanos tiene sus correlatos,<br />

como bien muestra Fox, en el<br />

campo de las artes plásticas y en<br />

el ámbito de la creación de las<br />

instituciones culturales, tales como<br />

la Junta para Ampliación de<br />

Estudios. Aplicando las ideas del<br />

teórico francés ya mencionado,<br />

por ejemplo, se podría empezar a<br />

hablar de la existencia de un campo<br />

cultural finisecular español<br />

condicionado y delimitado, co-<br />

ENSAYO<br />

INVENCIONES DE ESPAÑAS<br />

THOMAS S. HARRINGTON<br />

mo todos los campos culturales,<br />

por un campo de poder dominado,<br />

en esta coyuntura, por la<br />

cuestión del destino de la España<br />

castellanizada.<br />

Sin embargo, nuestros intentos<br />

de renovar la base teórica de<br />

los estudios finiseculares no deben<br />

ni pueden parar allí. El concepto<br />

del campo cultural concebido<br />

por Bourdieu y presente, a mi<br />

entender, de una forma implícita<br />

en los planteamientos de Fox, supone<br />

una relación esencialmente<br />

congruente entre el aparato cultural<br />

dominado por las élites intelectuales<br />

y una nación cultural<br />

en particular, la castellana. En un<br />

país como Francia, dominado<br />

hasta hace muy poco por un concepto<br />

bastante monolítico de<br />

identidad nacional, se podía utilizar<br />

tal planteamiento sin grandes<br />

complicaciones. El caso de la<br />

España finisecular es otra cosa.<br />

En el cuarto de siglo que va<br />

desde el Desastre hasta la llegada<br />

de la dictadura de Primo de Rivera,<br />

la península Ibérica se reveló<br />

con más claridad que nunca<br />

como, en la terminología del<br />

teórico israelí Even-Zohar, un polisistema<br />

cultural. Trabajaban de<br />

una forma muy paralela a los intelectuales<br />

castellanófilos de las<br />

generaciones del 98 y del 14 los<br />

nacionalistas catalanes bajo el liderazgo<br />

de Prat de la Riba y Eugeni<br />

D’Ors, los nacionalistas culturalistas<br />

vascos como Engracio<br />

de Arantzadi y, en la segunda mitad<br />

del periodo mencionado, los<br />

nacionalistas gallegos bajo la batuta<br />

primero de los hermanos Villar<br />

Ponte y después, de la Xeneración<br />

Nós encabezada por Vicente<br />

Risco. A éstos se podría<br />

agregar el caso de Renascença Portuguesa,<br />

el movimiento patriótico<br />

y pedagógico fundado en el país<br />

vecino por intelectuales como<br />

Teixeira de Pascoaes, Leonardo<br />

Coimbra y Jaime Cortesco en los<br />

meses que siguieron la declaración<br />

de la República en 1910.<br />

Al topar con la realidad, mucho<br />

más compleja, de cinco proyectos<br />

paralelos de “pedagogía<br />

nacional” en vez de sólo uno,<br />

existe la tentación de recurrir al<br />

ejemplo de Ortega y caracterizar<br />

a los movimientos periféricos de<br />

identidad nacional como movimientos<br />

esencialmente “artificiosos”<br />

cuya existencia se debe, más<br />

que nada, a la debilidad coyuntural<br />

del régimen centralista. Reducirlos<br />

así al nivel del ruido de<br />

fondo parece ser la opción escogida<br />

por Fox al analizar La invención<br />

de España durante el periodo<br />

en cuestión. Esta postura<br />

de otorgar casi todo el protagonismo<br />

en el proceso de “construir<br />

la nación” a los intelectuales castellanófilos<br />

“liberales” me parece<br />

insostenible, sobre todo cuando<br />

se investiga, tal como nos insta<br />

Fox, la cuestión de la institucionalización<br />

de la pedagogía nacional<br />

en las primeras décadas del<br />

siglo. Con razón, el estudioso estadounidense<br />

destaca la importancia<br />

de la cadena de sucesos<br />

que incluye la fundación de la<br />

Junta para Ampliación de Estudios<br />

en 1907, el Centro de Estudios<br />

Históricos en 1910, la Revista<br />

de Filología Española en<br />

1914. Se podría añadir a la lista,<br />

entre muchas otras cosas, la fundación<br />

de la Liga de Educación<br />

Política y su órgano España en el<br />

periodo 1913-1915. Sin embargo,<br />

lo que no nos proporciona<br />

este análisis es una idea del contexto<br />

ibérico en el cual ocurrieron<br />

estas iniciativas culturales. Ateniéndonos<br />

sólo a las actividades<br />

referentes a la institucionalización<br />

50 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


de la cultura catalana (sin tocar<br />

las muchas actividades análogas<br />

en Portugal, el País Vasco y Galicia)<br />

durante las primeras dos décadas<br />

de este siglo, podríamos hablar,<br />

para nombrar sólo unos pocos<br />

ejemplos, de la aparición de<br />

La Veu de Catalunya como diario<br />

(1899), los Estudis Universitaris<br />

Catalans (1903), el Congrés Internacional<br />

de la Llengua Catalana<br />

(1906), L’Institut d’Estudis<br />

Catalans con su Anuari y su propio<br />

programa de becas para los<br />

estudios en el extranjero en 1907,<br />

y la Biblioteca de Catalunya<br />

(1914). En cuanto a publicaciones<br />

“doctrinarias” de pedagogía<br />

nacional comparables a los libros<br />

de Altamira, Cossío, Unamuno,<br />

Ortega y Menéndez Pidal y otros<br />

en el ámbito castellanófilo, podemos<br />

mencionar La nacionalitat<br />

catalana de Prat de la Riba<br />

(1906); Les pintures murals catalanes<br />

de Pijoan (1907); Documents<br />

per l’historia de la cultura<br />

catalana mig-eval de Rubió i<br />

Lluch (1907-1921); L’arquitectura<br />

románica a Catalunya de Puig<br />

i Cadafalch (1909-1918); La ben<br />

plantada de Eugeni d’Ors (1911)<br />

y las Normes ortogràfiques (1913)<br />

y la Gramática catalana (1918)<br />

de Pompeu Fabra.<br />

¿Es simplemente una serie de<br />

actividades “defensivas” frente a<br />

la realidad de una España castellanizada<br />

emergente? Mientras<br />

no cabe duda de que el espectro<br />

de una Castilla amenazante<br />

siempre servía, tanto en aquel<br />

entonces como hoy, como telón<br />

de fondo para la obra de los pedagogos<br />

nacionalistas catalanes,<br />

también es verdad que en el discurso<br />

castellanista de la misma<br />

época no había poco de actitudes<br />

defensivas frente al hecho catalán.<br />

¿Qué otra cosa son los artí-<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

culos de Unamuno tras su visita<br />

a Barcelona durante el ya mencionado<br />

Congrés Internacional<br />

de la Llengua Catalana en 1906<br />

o los comentarios despectivos de<br />

Ortega dirigidos a los intelectuales<br />

catalanistas durante su campaña<br />

fervorosa en favor de instituciones<br />

culturales de tipo “nacional”?<br />

¿Se puede calificar de<br />

mera casualidad que Ortega sintiera<br />

la necesidad de poner en<br />

marcha la Liga de Educación Política<br />

y la revista España justo en<br />

el momento cuando los planes<br />

para la fundación de la Mancomunitat<br />

de Catalunya y la Biblioteca<br />

de Catalunya se convertían<br />

en realidad? En fin, una cuidadosa<br />

investigación paralela de<br />

estos dos proyectos nacionalistas<br />

deja bien claro que había, en ambas<br />

partes, una aguda concien-<br />

cia acerca de las actividades pedagógicas<br />

de sus homólogos intrapeninsulares<br />

y, quizá más importante,<br />

una tendencia en los<br />

dos bandos hacia la duplicación<br />

de modelos retóricos e institucionales<br />

empleados por sus colegas<br />

“enemigos”. En este contexto,<br />

por tanto, no se puede establecer<br />

a ciencia cierta quienes<br />

eran “los protagonistas” y quienes<br />

eran “los reaccionarios”.<br />

Ahora que nos hemos dado<br />

cuenta de la importancia de los<br />

vínculos entre la producción cultural<br />

y la invención de la nación<br />

como discurso simbólico en la<br />

Iberia finisecular, conviene darnos<br />

cuenta también de la certeza<br />

de las palabras de Enric Ucelay da<br />

Cal cuando dijo hace poco que<br />

“los nacionalismos antiespañoles<br />

y el nacionalismo del Estado es-<br />

Eugeni D’Ors<br />

pañol son parte de la misma dinámica<br />

social, que no se puede<br />

entender sino como conjunto”.<br />

Es sólo cuando se adopta un enfoque<br />

múltiple de este tipo, en el<br />

que se pone de relieve la cuestión<br />

de los diálogos, tanto al nivel<br />

real como figurativo, entre los pedagogos<br />

nacionalistas de las diversas<br />

zonas de España y Portugal,<br />

que puede empezar de verdad<br />

la tarea, tan necesaria en el<br />

contexto del proyecto inacabado<br />

de la Constitución de 1978 y el<br />

advenimiento de la Unión Europea,<br />

de medir los pesos específicos<br />

de los diferentes movimientos<br />

históricos de identidad nacional<br />

en la península Ibérica. n<br />

Thomas S. Harrington es doctor en<br />

Estudios hispánicos de la Universidad<br />

de Brown (EE UU).<br />

51


El 8 de agosto de 1897 caía<br />

asesinado en el País Vasco<br />

el presidente del Gobierno<br />

español don Antonio Cánovas<br />

del Castillo. El anarquista italiano<br />

Michele Angiolillo le había<br />

disparado tres tiros mientras leía<br />

el periódico, sentado relajadamente<br />

en un banco del balneario<br />

guipuzcoano de Santa Águeda.<br />

El agresor no intentó huir; ni siquiera<br />

se movió del lugar del crimen.<br />

Dejó incluso que le zarandeara<br />

la ya viuda de Cánovas,<br />

que había acudido al instante,<br />

alarmada por las detonaciones.<br />

Con absoluta frialdad, le dijo<br />

unas palabras. Algo así como: “A<br />

usted la respeto porque es una<br />

señora honrada, pero yo he cumplido<br />

con un deber”. El deber<br />

que había venido a cumplir Angiolillo<br />

era el de “vengar a sus<br />

hermanos de Montjüic”, aunque<br />

muchos sospecharon entonces<br />

–y ahora– que determinados intereses<br />

cubanos (en guerra entonces<br />

contra España para conseguir<br />

la independencia) no fueron<br />

ajenos al atentado. Lo cierto,<br />

en cualquier caso, fuera cual fuese<br />

la perspectiva para enfocar el<br />

hecho, es que se alcanzaba de este<br />

modo, también en España, el<br />

momento culminante de la violencia<br />

terrorista que venía azotando<br />

a los principales países europeos<br />

desde, al menos, dos decenios<br />

antes. Era lo que los<br />

propios anarquistas denominaban<br />

“propaganda por el hecho”.<br />

En un fenómeno de esas características<br />

hay inevitablemente<br />

muchas piezas sueltas, incluso<br />

para los historiadores e investigadores<br />

de ahora, un siglo después;<br />

no ya sólo por los factores<br />

de tipo empírico que cualquiera<br />

puede barruntar por ser los más<br />

inmediatos (quién o quiénes fueron<br />

los autores reales de muchos<br />

atentados oscuros, cuántos fueron<br />

los implicados de una u otra<br />

forma, de qué cobertura dispusieron,<br />

quiénes los ampararon,<br />

qué papel jugó la oscura policía<br />

de la época y sus confidentes…),<br />

sino por razones de orden más<br />

complejo que distan mucho de<br />

tener una respuesta absolutamente<br />

satisfactoria. Así, por citar<br />

tan sólo un ramillete de interrogantes:<br />

¿por qué surge la violencia<br />

individual como táctica en el<br />

seno del movimiento anarquista?;<br />

¿quiénes preconizan ese recurso<br />

y por qué?; ¿qué objetivos<br />

se pretenden conseguir?; ¿cuáles<br />

fueron sus efectos prácticos? 1 .<br />

Centrándonos más en el caso español,<br />

¿qué papel jugaron en todo<br />

ello los factores específicamente<br />

nacionales?; ¿qué consecuencias<br />

se derivaron para el<br />

propio anarquismo y para el con-<br />

HISTORIA<br />

EL TERRORISMO EN ESPAÑA<br />

HACE UN SIGLO<br />

1 Aprovecho la ocasión para remitirme,<br />

en forma casi telegráfica, a un puñado<br />

de obras que pueden proporcionar<br />

una visión global del fenómeno terrorista<br />

en el seno del anarquismo. Hay<br />

amplias alusiones a la violencia anarquista<br />

en diversos países europeos e incluso<br />

americanos en las conocidas obras<br />

de Horowitz, Irving Louis (Selecc. de):<br />

Los anarquistas. La teoría. La práctica, 2<br />

vols., Madrid, 1975; Joll, James: Los<br />

anarquistas, Barcelona, 1968; y Woodcock,<br />

George: El anarquismo, Barcelona,<br />

1979. Por países, habría que destacar el<br />

siempre excepcional caso ruso –Venturi,<br />

Franco: El populismo ruso, Madrid,<br />

1960; Avrich, Paul: Los anarquistas rusos,<br />

Madrid, 1974–, el no muy relevante<br />

modelo alemán –Carlson, Andrew<br />

R.: Anarchism in Germany, Metuchen,<br />

New Jersey, 1972–, la originalidad británica<br />

–MacKercher, William Russell:<br />

Libertarian Thought In Nineteenth Century<br />

Britain: Freedom, Equality and Authority,<br />

Nueva York, 1987–, el ejemplo<br />

italiano –Masini, Pier Carlo: Storia degli<br />

anarchici italiani: da Bakunin a Malatesta<br />

(1862-1892), Milán, 1972;<br />

RAFAEL NÚÑEZ FLORENCIO<br />

junto del movimiento obrero?<br />

O, en un contexto ligeramente<br />

distinto, más teórico, resultaría<br />

atractivo establecer una conexión<br />

entre el radicalismo ácrata y el<br />

ambiente “filosófico” finisecular,<br />

insertando la impaciencia libertaria<br />

en un panorama ideológico<br />

más elaborado que tuviera en<br />

cuenta ese explosivo magma de<br />

entresiglos: nihilismo, individualismo,<br />

irracionalismo, nietzscheísmo,<br />

voluntarismo…<br />

Entre las distintas posibilidades<br />

esbozadas o, por decirlo de<br />

manera más radical, en los certeros<br />

términos de Pere Gabriel 2 , en<br />

la ineludible elección entre la<br />

“preocupación detectivesca” y el<br />

“interés por insertar la proble-<br />

Civolani, Eva: L’Anarchismo dopo la Comune:<br />

i casi italiano e spagnolo, Milán,<br />

1981– y, sobre todo, por su influencia<br />

sobre España, el prototipo francés<br />

–Maitron, Jean: Histoire du mouvement<br />

anarchiste en France (1880-1914), 2<br />

vols., París, 1983; Pessin, Alain: La rêverie<br />

anarchiste, 1848-1914, París,<br />

1982; y Manfredonia, Gaetano: L’individualisme<br />

anarchiste en France (1880-<br />

1914), París, 1991–. Para la violencia<br />

anarquista en España en el periodo de<br />

entresiglos, menciono tan sólo el importante<br />

artículo de Romero Maura,<br />

Joaquín: “Terrorism in Barcelona and<br />

its Impact on Spanish Politics, 1904-<br />

1909”, Past and Present, XII, 41, Londres,<br />

diciembre 1968, págs. 130-183, y<br />

mi síntesis sobre El terrorismo anarquista,<br />

1888-1909, Madrid, 1983. Para aspectos<br />

más concretos del caso español,<br />

véase la bibliografía citada en las notas<br />

posteriores.<br />

2 Gabriel, Pere: “Historiografía reciente<br />

sobre el anarquismo y el sindicalismo<br />

en España, 1870-1923”, Historia<br />

Social, núm. 1, pág. 51, Valencia, 1988.<br />

Otro interesante artículo que recoge indirectamente<br />

la bibliografía reciente sobre<br />

el fenómeno anarquista apareció<br />

poco después en la misma revista: Paniagua,<br />

Javier: “Una gran pregunta y<br />

varias respuestas. El anarquismo español<br />

desde la política a la historiografía”,<br />

Historia Social, núm. 12, págs. 31-<br />

57, invierno 1992.<br />

mática terrorista en la dinámica<br />

ideológica del anarquismo”, vamos<br />

a optar aquí decididamente<br />

por esta segunda vía; es decir, por<br />

una evaluación global de la violencia<br />

en la teoría y en la práctica<br />

anarquista durante un periodo<br />

concreto de la España contemporánea,<br />

con todo lo que ello lleva<br />

anejo de ponderación de las<br />

diversas variables –políticas, sociales,<br />

culturales, ideológicas, etcétera–<br />

que pudieron tener una<br />

influencia directa en el surgimiento<br />

y desarrollo de esa táctica.<br />

1. Del contexto internacional<br />

al caso español<br />

Sería una exageración injusta sostener<br />

que los tratadistas del tema<br />

han olvidado el contexto internacional<br />

en el que se insertan<br />

los llamativos atentados de la última<br />

década del siglo XIX en España,<br />

pero es bastante menos<br />

desmesurado llamar la atención<br />

sobre la ausencia de una sistematización<br />

en este terreno, más allá<br />

de las típicas alusiones deslavazadas<br />

a unos cuantos magnicidios;<br />

nos referimos, obviamente,<br />

a la necesidad de un encuadre riguroso<br />

de la táctica de la violencia<br />

individual en la ideología y<br />

en la praxis del movimiento<br />

anarquista internacional. Ese<br />

planteamiento resulta fundamental<br />

para poder entender cabalmente<br />

lo que, para muchos<br />

–en aquel tiempo– y para algunos<br />

–aún en la actualidad–, era<br />

un formidable y sorprendente estallido<br />

de violencia ciega, incomprensible,<br />

empezando por quienes<br />

debían estar mejor informados,<br />

los propios Gobiernos de la<br />

época. Resulta llamativo, en este<br />

sentido, leer en los documentos<br />

reservados del Ministerio de la<br />

Gobernación español, frases co-<br />

52 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


Antonio Cánovas del Castillo<br />

mo [no resulta] “aventurado el<br />

aserto de que difícilmente se registrarán<br />

entre nosotros atentados<br />

como los que con enérgica y<br />

universal reprobación se cometen<br />

en otras partes…”, aproximadamente<br />

un año antes de la<br />

bomba del Liceo 3 .<br />

Sólo desde esa perspectiva global<br />

será posible responder a preguntas<br />

como: ¿por qué siguieron<br />

los anarquistas en varios países y<br />

casi al mismo tiempo una táctica<br />

tan irracional? (no era desde luego<br />

una cuestión de epidemia, como<br />

si de gripe se tratara, a pesar<br />

de que perezosamente, entonces<br />

y ahora, se insistía en esa interpretación);<br />

¿había acuerdo entre<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

ellos, y caso de ser así, de qué tipo,<br />

teórico o práctico?; más aún,<br />

¿podía hablarse, como se decía<br />

en los círculos conservadores, de<br />

una internacional terrorista, o al<br />

menos había una coordinación<br />

efectiva entre los diversos grupos<br />

que actuaban en países diferentes?;<br />

¿perseguían con los atentados<br />

objetivos comunes o se trataba<br />

de respuestas a situaciones<br />

específicas?; ¿por qué cesaron en<br />

casi todas partes las oleadas terroristas<br />

tan súbitamente como<br />

habían comenzado?…<br />

La táctica del atentado individual<br />

surge en el contexto de la<br />

crisis de la Primera Internacional,<br />

y más concretamente, de la<br />

crisis del movimiento anarquista.<br />

A este factor se le adhieren enseguida<br />

otros elementos de muy<br />

diversa índole, algunos de gran<br />

complejidad, enraizados en la específica<br />

problemática socio-polí-<br />

3 La frase transcrita pertenece a una<br />

circular del Ministerio de la Gobernación<br />

que lleva fecha del 6 de abril de<br />

1892 (Cf. Archivo Histórico Nacional,<br />

Ministerio de la Gobernación: Disposiciones<br />

para la represión del anarquismo,<br />

1894-1902, Serie A, Legajo 2, Exped.<br />

15). Digamos de paso que hay abundante<br />

documentación de esas características<br />

sobre el problema del anarquismo<br />

en estos años en varios Archivos:<br />

así, por ejemplo, en Alcalá de Henares<br />

(Madrid), en el Archivo General de la<br />

tica de cada país o derivados de la<br />

propia concepción revolucionaria<br />

del movimiento anarquista del<br />

siglo XIX. No hay que olvidar<br />

en este último sentido la radicalidad<br />

y sobre todo la impaciencia<br />

casi consustancial al “sentir” ácrata,<br />

mezclada con una tendencia,<br />

siempre presente, al individualismo,<br />

que se ve potenciada en el<br />

ambiente cultural e ideológico<br />

del momento (es la época, en el<br />

propio “mundo burgués”, de los<br />

Stirner, Nietzsche, Ibsen, Carlyle…).<br />

En este sentido se ha destacado<br />

la adopción de la táctica<br />

de la “propaganda por el hecho”<br />

en el Congreso de Londres<br />

(1881), olvidándose que ya en<br />

los Congresos de Berna (octubre<br />

de 1876) y Verviers (septiembre<br />

de 1877) se dieron importantes<br />

pasos en la dirección de legitimar<br />

la violencia individual; y dejando<br />

también en un injusto segundo<br />

plano la consolidación en<br />

el seno del anarquismo de la corriente<br />

que preconizaba un individualismo<br />

radical (cada uno<br />

dueño de sí mismo, sin obligación<br />

de rendir cuentas a nadie),<br />

que sería a la postre tan determi-<br />

Administración, Ministerio de la Gobernación.<br />

Documentación procedente<br />

del Palacio del Infantado, Caja 236;<br />

y en el mismo archivo, en la documentación<br />

perteneciente al Ministerio de<br />

Asuntos Exteriores, Embajada en París,<br />

Cajas 5831-5832, y 5881-5884.<br />

También en el ya citado Archivo Histórico<br />

Nacional, Ministerio de la Gobernación,<br />

Serie A, varios legajos, entre<br />

los que destacan los números 2, 44 y<br />

63. En el Servicio Histórico Militar, de<br />

la documentación procedente del Archivo<br />

General Militar de Segovia, el legajo<br />

núm. 157 de la Sección 2ª, División<br />

4ª, muy completo en lo referente a<br />

la represión militar del anarquismo. En<br />

el Archivo del Ministerio de Asuntos<br />

Exteriores, el legajo 2751, sobre las agitaciones<br />

anarquistas de 1899-1908.<br />

53


EL TERRORISMO EN ESPAÑA HACE UN SIGLO<br />

nante en la nueva orientación como<br />

la propia violencia, porque<br />

en definitiva ambas confluían en<br />

lo mismo: la vanguardia revolucionaria,<br />

o sea, el individuo consciente<br />

se sentía llamado a despertar<br />

a las masas (de las que estaba<br />

cada vez más distanciado)<br />

con acciones espectaculares que<br />

la sacudieran de su modorra y a<br />

la vez realzaran su papel como<br />

agente revolucionario (héroe y<br />

mártir al mismo tiempo).<br />

Hasta qué punto las proclamas<br />

teóricas y los llamamientos<br />

de los congresos tuvieron una incidencia<br />

práctica es una cuestión<br />

importante a dilucidar que requeriría<br />

el análisis de las circunstancias<br />

concretas de cada país. A<br />

ello se superponen otros elementos<br />

cuyo grado de influencia no<br />

puede ser a priori desechado: como<br />

el ascendiente del nihilismo<br />

ruso, que acababa de dar por las<br />

mismas fechas su golpe más certero<br />

con el asesinato del propio<br />

zar (Alejandro II, en 1881), o la<br />

decisiva intervención de confidentes<br />

y agentes infiltrados de la<br />

policía en la radicalización del<br />

movimiento ácrata (una de las<br />

obsesiones de los Gobiernos de la<br />

época, que pensaban, con razón,<br />

que la propia radicalidad consumiría<br />

el movimiento así como legitimaría<br />

la represión).<br />

Retomando el factor aludido<br />

de las características socio-políticas<br />

específicas de cada país como<br />

cuestión determinante que empujará<br />

a los anarquistas a la violencia,<br />

podremos comprobar, en<br />

su aplicación al caso hispano, cómo<br />

hay una correspondencia entre<br />

la amplitud del marco legal<br />

dispuesto por el Gobierno de<br />

turno y las posiciones legalistas<br />

de la organización anarquista (la<br />

Federación Regional Española<br />

[FRE], primero, desde 1870, y<br />

la Federación de Trabajadores de<br />

la Región Española [FTRE], más<br />

adelante, desde 1881). Aunque<br />

siempre hay un sector impaciente<br />

en el seno del anarquismo,<br />

proclive a buscar un atajo revolucionario<br />

con las armas en la<br />

mano, la FRE intentó mantener<br />

una actitud prudente en unos<br />

momentos políticos muy difíciles<br />

en nuestro país, en los que el re-<br />

curso a la violencia, y no sólo ni<br />

principalmente por parte de los<br />

ácratas, era tan habitual que sus<br />

diversas manifestaciones (insurrección,<br />

motines, represalias,<br />

atentados…) tendían a mezclarse<br />

y confundirse. Y así, en efecto,<br />

una prueba de que la vocación<br />

sindical, legalista, gradual y posibilista<br />

en el seno del anarquismo<br />

español no era un recurso coyuntural<br />

ni minoritario es que,<br />

en cuanto cambiaron las circunstancias<br />

políticas en 1881 con la<br />

llegada de los liberales de Sagasta<br />

al poder (léase: se aflojó el cerco<br />

represivo), la FTRE aprovechó<br />

los cauces legales para seguir una<br />

política de moderación, cuyos<br />

frutos, en forma de crecimiento<br />

espectacular del número de afiliados,<br />

fue precisamente lo que<br />

alarmó al Gobierno español, que<br />

no dudó en instrumentalizar el<br />

turbio asunto de la Mano Negra<br />

(1883) para desencadenar una<br />

represión generalizada: no contra<br />

los culpables o implicados en<br />

aquella sociedad secreta, sino<br />

contra todo el movimiento anarquista<br />

en su conjunto, pues precisamente<br />

lo que importaba era<br />

descabezar éste 4 .<br />

Dos enseñanzas fundamentales<br />

pueden extraerse de ese proceso:<br />

en primer lugar si se repara<br />

en la fecha en que la FTRE<br />

adopta claramente una actitud<br />

posibilista, de masas, contraria a<br />

la violencia individual, se caerá<br />

en la cuenta de que es la misma<br />

en que el mencionado Congreso<br />

de Londres consagra la vía contraria,<br />

lo cual nos debe llevar indudablemente<br />

a la conclusión de<br />

que los factores específicamente<br />

nacionales, por lo menos en el<br />

4 Lida, Clara E.: “Agrarian Anarchism<br />

in Andalusia. Documents on the<br />

Mano Negra”, en International Review<br />

of Social History, 1969. Véase también<br />

Castro Alfín, Demetrio: Hambre en Andalucía.<br />

Antecedentes y circunstancias de<br />

La Mano Negra, Ayuntamiento de Córdoba,<br />

1986; Millán Chivite, J. L.: “La<br />

Mano Negra enjuiciada por los diputados<br />

que vivieron los históricos sucesos”,<br />

en VV AA: El movimiento obrero en la<br />

historia de Cádiz, Cádiz, 1988; y Maurice,<br />

J.: “Conflicto agrario y represión<br />

preventiva. Los grandes procesos de Jerez<br />

en 1883”, en Estudios de Historia Social,<br />

22-23, Madrid, 1982.<br />

caso hispano, se imponen a las<br />

directrices del movimiento en el<br />

orden internacional. Y así dichas<br />

directrices sólo pasarán a primer<br />

plano cuando las circunstancias<br />

nacionales evolucionen en un<br />

sentido que les favorezca. En segundo<br />

lugar y como consecuencia<br />

de esa misma reflexión, hay<br />

que enfatizar que sólo cuando la<br />

política ciegamente represiva de<br />

los sucesivos Gobiernos españoles<br />

se ceba en el movimiento<br />

anarquista, sin hacer distinciones<br />

entre los implicados en actos delictivos<br />

y los demás, sólo entonces<br />

tanto unos como otros empezarán<br />

a pensar que no les dejan<br />

otra vía que responder a la violencia<br />

con la violencia.<br />

En el caso español se pone<br />

también de manifiesto que la violencia<br />

individual, de atentados,<br />

de “propaganda por el hecho”, es<br />

al mismo tiempo una consecuencia<br />

de la crisis del movimiento<br />

anarquista (en este caso<br />

crisis debido a una represión implacable)<br />

y una respuesta a la cerrazón<br />

de las autoridades, a la violencia<br />

del poder. En una palabra,<br />

la “propaganda por el hecho” es la<br />

expresión de una doble frustración<br />

(aislamiento e impotencia,<br />

por un lado; vulnerabilidad y<br />

desmantelamiento, por otro), lo<br />

cual en última instancia desvirtuó<br />

en la práctica el pretendido contenido<br />

teórico o programático de<br />

la misma. El análisis de los factores<br />

concretos que anteceden, que<br />

propician (para ir ya directamen-<br />

5 No hay que olvidar a este respecto<br />

que los planteamientos anarquistas acerca<br />

de las consecuencias revolucionarias<br />

de esta jornada –se hablaba, por ejemplo,<br />

de manifestaciones acompañadas<br />

de huelgas indefinidas hasta conseguir<br />

los objetivos revolucionarios– distaban<br />

mucho del sentido pacífico y reivindicativo<br />

que predominaba entre los socialistas.<br />

Cf. Pérez Ledesma, M.: “El<br />

Primero de Mayo de 1890. Los orígenes<br />

de una celebración”, en Tiempo de Historia,<br />

mayo 1976; Piqueras, J. A.:<br />

“1890. El nacimiento del 1º de Mayo<br />

en el País Valenciano”, en Estudios sobre<br />

Historia de España (Homenaje a Tuñón<br />

de Lara), Madrid, 1981; Serrano, C.:<br />

“El Socialista ante el 1º de Mayo” en<br />

Estudios de Historia Social, núm. 38-39,<br />

1986. Una perspectiva más amplia, en<br />

Rivas Lara, Lucía: Historia del lº de Mayo.<br />

Desde 1900 hasta la II República,<br />

Madrid, 1987.<br />

te al grano) la primera oleada terrorista<br />

en España no hacen sino<br />

confirmar los postulados anteriores:<br />

el descenso –en torno a los<br />

años 1892 y 1893– de los niveles<br />

de combatividad del proletariado,<br />

y el fracaso de las expectativas<br />

generadas en torno a la “celebración”<br />

de los Primeros de Mayo<br />

marcan claramente los índices de<br />

aislamiento y pérdida de influencia<br />

de los anarquistas 5 .<br />

Por otro lado aparece la peor<br />

cara del Estado liberal español, la<br />

de la intransigencia y la represión<br />

feroz. Formaban ya parte de la<br />

dinámica habitual los estallidos<br />

espontáneos de violencia en el<br />

campo andaluz, en forma de motines,<br />

saqueos o incendios premeditados,<br />

producto todo ello<br />

–no hay que subrayarlo– de las<br />

miserables condiciones de vida<br />

del campesinado 6 . Esa exasperación,<br />

animada además por un revolucionarismo<br />

ingenuo, un mesianismo<br />

del que no se escapaba<br />

el propio credo anarquista, se tradujo<br />

en enero de 1892 en el asalto<br />

por unas turbas de la ciudad de<br />

Jerez, ocasión que el poder –digámoslo<br />

con el distanciamiento<br />

que implicaba la óptica proleta-<br />

6 Sobre el anarquismo en el campo<br />

andaluz, cuestión de la que aquí nos<br />

ocupamos muy tangencialmente, por<br />

no responder la violencia de ese medio<br />

a la clásica “propaganda por el hecho”<br />

–más propia, por su misma esencia, del<br />

ámbito urbano–, pueden verse las obras<br />

de Temma Kaplan: Orígenes sociales del<br />

anarquismo en Andalucía, Barcelona,<br />

1977; y Jacques Maurice: El anarquismo<br />

andaluz. Campesinos y sindicalistas,<br />

1868-1936, Barcelona, 1990, que contienen<br />

además mútiples referencias bibliográficas<br />

para los interesados en profundizar<br />

en ese terreno. Para una época<br />

posterior a la que aquí nos referimos sigue<br />

siendo fundamental el libro clásico<br />

del notario de Bujalance, J. Díaz del<br />

Moral, Historia de las agitaciones campesinas<br />

andaluzas, 1928 (múltiples reediciones<br />

posteriores).<br />

7 Véase Aguilar Villagrán, José: El<br />

asalto campesino a Jerez de la Frontera en<br />

1892, Jerez, 1984; y Brey, Gerard: “Crisis<br />

económica, anarquismo y sucesos de<br />

Jerez (1886-1892)”, en Seis estudios sobre<br />

el proletariado andaluz (1868-1939),<br />

Córdoba, 1984. Un estudio más amplio<br />

sobre la conflictividad en el campo<br />

jerezano, en Maurice, J.: “Campesinos<br />

de Jerez (1902-1933)”, Estudios de Historia<br />

Social, núm. 10-11, Madrid, 1979.<br />

Véase también la obra colectiva El movimiento<br />

obrero en la historia de Cádiz,<br />

op. cit.<br />

54 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


ia– aprovechó, no para enmendar<br />

o suavizar las terribles condiciones<br />

que propiciaban tales desmanes,<br />

sino para desencadenar la<br />

habitual política represiva en formas<br />

de encarcelamientos masivos,<br />

torturas y condenas a muerte<br />

7 . La brutal represión de los<br />

“compañeros” de Jerez, convertidos<br />

inmediatamente en la órbita<br />

de la prensa anarquista en “nuestros<br />

mártires”, enciende de modo<br />

determinante la sed de venganzas.<br />

La mitificación de una oscura<br />

figura procedente de Francia,<br />

Ravachol, añade más leña al fuego.<br />

Ravachol era un poco recomendable<br />

personaje –ladrón y<br />

asesino– que se acogió al radicalismo<br />

ácrata para dar un cierto<br />

aire, político e intelectual, a sus<br />

crímenes. Lo burdo y grosero de<br />

la maniobra no constituyó sorprendentemente<br />

obstáculo para<br />

que los más exaltados anarquistas<br />

elevaran a Ravachol a sus altares,<br />

comparándolo con el mismo Jesucristo.<br />

La cuestión que quedaba<br />

abierta entonces era aún más importante:<br />

Ravachol nos marca el<br />

camino, ¿por qué no actuamos<br />

contra el orden burgués del mismo<br />

modo que Ravachol? 8<br />

2. La ‘propaganda<br />

por el hecho’ en España<br />

La influencia francesa en el desarrollo<br />

del terrorismo anarquista<br />

hispano no se limita a cuestiones<br />

individuales o anecdóticas. Por el<br />

contrario, existen corrientes profundas<br />

(en su aspecto más superficial<br />

y llamativo podríamos hablar<br />

de un mimetismo hispano<br />

con respecto a lo que sucede<br />

allende los Pirineos), que desembocan<br />

en sorprendentes similitudes<br />

estructurales. Ya para empezar<br />

el ambiente cultural, en su<br />

más amplio sentido, asemejaba a<br />

Barcelona y París. La capital ca-<br />

8 Entre 1892 y 1893 aparecieron en<br />

Sabadell dos periódicos con el nombre<br />

del activista francés: Ravachol y El Eco<br />

de Ravachol. En el primero de ellos colaboraba<br />

al parecer Paulino Pallás, el<br />

autor del primer gran atentado –contra<br />

el general Martínez Campos– que se<br />

puede encuadrar en el marco de la “propaganda<br />

por el hecho”. Véase también<br />

Maitron, J.: Ravachol et les anarchistes,<br />

París, 1964.<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

talana, en contraste con la “atrasada”<br />

y “burocratizada” capital<br />

“castellana”, tenía a gala el mirarse<br />

en el espejo francés. Barcelona<br />

pretendía ser “el eco de París”, el<br />

“París del Migdia”. Era, más que<br />

una frase hecha, una aspiración<br />

latente en una burguesía con ínfulas<br />

de exquisita, que asistía satisfecha<br />

al desarrollo de la ciudad<br />

(en 1888 había tenido lugar la<br />

Exposición Universal), que se recreaba<br />

en la arquitectura modernista,<br />

acudía a las funciones de<br />

gala del Liceo y empezaba a tomar<br />

conciencia de la posibilidad<br />

de animar una cultura propia 9 .<br />

La “propaganda por el hecho”<br />

que van a desarrollar los anarquistas<br />

españoles tendrá indudablemente<br />

un sello francés. No<br />

tanto porque en los atentados y<br />

en los ambientes clandestinos<br />

predominen individuos de esa<br />

nacionalidad (en este sentido parece<br />

que les superaban los italianos)<br />

10 , cuanto por las características<br />

mismas de la oleada terrorista.<br />

Ésta se había desarrollado<br />

en Francia en un breve lapso de<br />

tiempo, entre 1892 y 1894, teniendo<br />

como centro fundamental<br />

París, por su obvia función<br />

9 Sobre la Barcelona de la época, sobre<br />

todo sus aspectos culturales, véase<br />

Dossier de L’Avenç (octubre de 1978)<br />

“La Barcelona de 1900” (artículos de<br />

Fàbregas, Marfany, Solà, etcétera). Cf.<br />

también Sánchez, Alejandro (Ed. de):<br />

Barcelona, 1888-1929. Modernidad,<br />

ambición y conflictos de una ciudad soñada,<br />

Madrid, 1994. Para aspectos más<br />

ideológicos y relacionados con el movimiento<br />

obrero, Reventós, M.: Assaig sobre<br />

alguns episodis històrics dels moviments<br />

socials a Barcelona en el segle XIX,<br />

Barcelona, 1925.<br />

10 Por razones obvias ésta es una<br />

cuestión difícil de traducir en cifras incuestionables.<br />

En los ficheros de la Policía<br />

y en los documentos del Ministerio<br />

de la Gobernación aparecen con frecuencia<br />

referencias al “personal anarquista<br />

extranjero”, a veces con nombres<br />

y apellidos. Véase, por ejemplo, Circular<br />

reservada sobre extranjeros (Archivo<br />

Histórico Nacional, Ministerio de la<br />

Gobernación, Serie A, Legajo 44, Exped.<br />

19). Hay también múltiples referencias<br />

a los contactos de los camaradas<br />

españoles con franceses e italianos en<br />

obras que describen el ambiente de esos<br />

“bajos fondos”. Cf., por ejemplo, las<br />

obras, escritas desde perspectivas ideológicas<br />

opuestas, de R. Sempau: Los victimarios,<br />

Barcelona, 1901 y, M. Gil Maestre:<br />

El anarquismo en España y el especial<br />

de Barcelona, Madrid, 1897. Hay<br />

de caja de resonancia en todo el<br />

país. Una cadena trágica de atentados-represión-represalias,<br />

que<br />

conducía a mayor rigor represivo<br />

(se multiplicaban las condenas a<br />

muerte) y a nuevas respuestas<br />

violentas (la sangre de los “mártires”<br />

reclamaba venganza), parecía<br />

haberse adueñado de la vida<br />

política francesa, y aun de la<br />

propia vida social, pues se había<br />

desatado una auténtica psicosis<br />

de pánico, fruto de la cada vez<br />

más indescifrable finalidad de la<br />

“propaganda por el hecho”. En<br />

efecto, ésta había degenerado rápidamente<br />

hacia el atentado ciego,<br />

indiscriminado: bombas en<br />

establecimientos públicos (hoteles,<br />

cafés, estaciones), en iglesias,<br />

en la vía pública…, de tal modo<br />

que cualquiera podía ser la víctima.<br />

Se trataba de sacudir hasta<br />

los cimientos la autosatisfacción<br />

de aquella burguesía de la belle<br />

époque. La cobertura intelectual<br />

del proceso dinamitero (una<br />

confluencia entre anarquistas e<br />

intelectuales radicalizados que<br />

también iba a darse en el caso<br />

español) 11 quedaba claramente<br />

simbolizada en las palabras, luego<br />

ampliamente repetidas, del<br />

poeta Laurent Tailhade, a propósito<br />

de una de las acciones terroristas:<br />

Qu’importent les victimes<br />

si le gest est beau!.<br />

también importantes referencias en este<br />

sentido en Núñez de Prado, G.: Los<br />

dramas del anarquismo, Barcelona-Buenos<br />

Aires, 1904. En cualquier caso lo<br />

que sí es incuestionable es la participación<br />

de algunos de esos extranjeros en<br />

las más sonadas acciones terroristas del<br />

momento: muy probablemente el autor<br />

del misterioso bombazo de la calle de<br />

Cambios Nuevos fue un francés apellidado<br />

Girault, del mismo modo que<br />

otro individuo de la misma nacionalidad,<br />

Tomás Ascheri, fue el principal encausado<br />

en el proceso de Montjüic; Pallás<br />

declaró a su vez que las bombas que<br />

arrojó contra Martínez Campos les fueron<br />

proporcionadas por el italiano “Momo”,<br />

que había muerto poco antes, al<br />

manipular explosivos; italiano fue también<br />

el ejecutor de Cánovas, Michele<br />

Angiolillo.<br />

11 Dice Reventós (op. cit., pág. 139),<br />

refiriéndose a Barcelona, y sobre todo a<br />

su ambiente intelectual (artistas, literatos,<br />

ideólogos, profesionales, etcétera):<br />

“En aquells temps, que podríem datar<br />

amb la clausura de l’Exposició del 88 i<br />

la franca transformació de la ciutat, mes<br />

o menys anarquista ho era tothom”.<br />

RAFAEL NÚÑEZ FLORENCIO<br />

Prácticamente todas las características<br />

mencionadas se van a<br />

repetir en el caso español: concentración<br />

de los atentados en<br />

un lapso de tiempo relativamente<br />

corto y en una ciudad concreta<br />

(emblemática); rápida degeneración<br />

de los objetivos teóricos<br />

de la “propaganda por el hecho”<br />

hasta desembocar en el atentado<br />

de represalia (venganza por la represión)<br />

y en los bombazos indiscriminados,<br />

sin objetivos definidos;<br />

creación de una auténtica<br />

psicosis colectiva con la<br />

formación en la conciencia popular<br />

de la imagen turbia del<br />

anarquista dinamitero rondando<br />

por las esquinas sombrías; petición<br />

por parte de la opinión pública<br />

de un mayor rigor gubernamental<br />

ante el anarquismo,<br />

que desemboca en la proliferación<br />

de penas de muerte; confluencia<br />

entre intelectuales y<br />

anarquistas en un radicalismo<br />

nihilista que encontraba en la<br />

burguesía autocomplaciente de<br />

fin de siglo el blanco más odiado,<br />

el enemigo por antonomasia…<br />

Hasta el fin de la oleada terrorista<br />

guarda paralelismos sorprendentes:<br />

tanto en uno como en<br />

otro caso, la “propaganda por el<br />

hecho” cesa después de haber inflingido<br />

al enemigo el golpe más<br />

certero, la acción más osada y espectacular,<br />

el asesinato del más<br />

alto representante del odiado sistema<br />

político burgués: Sadi Carnot<br />

en Francia (1894), Cánovas<br />

en España (1897).<br />

Si bien los grandes atentados<br />

anarquistas del periodo clásico de<br />

la “propaganda por el hecho” en<br />

España no presentan grandes novedades<br />

con respecto a los que<br />

habían tenido lugar fuera de<br />

nuestras fronteras (ni en su germinación<br />

ni en sus elementos desencadenantes<br />

ni en sus objetivos<br />

ni en su desarrollo), ello no<br />

nos debe llevar apresuradamente<br />

a negar todo rasgo de especificidad<br />

en el caso español. Lo original,<br />

sin embargo, viene “externamente”,<br />

superponiéndose al proceso<br />

terrorista hasta deformarlo,<br />

es decir, llegando a restar protagonismo<br />

a los propios atentados.<br />

Nos referimos, evidentemente, al<br />

proceso represivo, sobre todo al<br />

55


EL TERRORISMO EN ESPAÑA HACE UN SIGLO<br />

que se desencadenó desde junio<br />

de 1896, a raíz de la bomba contra<br />

la procesión del Corpus en<br />

Barcelona, y que culminaría en<br />

el internacionalmente conocido<br />

“proceso de Montjüic”. Lo específico<br />

del caso hispano no es obviamente<br />

la represión en sí ni siquiera<br />

su rigor, su dureza objetiva<br />

(ya hemos mencionado que<br />

en Francia se dictaban, sin mayores<br />

problemas, continuas penas<br />

de muerte por estos delitos:<br />

era lo usual en la época). El problema<br />

estaba (sobre todo, insistimos,<br />

desde mediados de 1896;<br />

antes también, pero no había sido<br />

tan generalizado) 12 en los métodos<br />

que se emplearon (las torturas)<br />

y en la extensión de los<br />

arrestos y encarcelamientos: no<br />

se conformaron nuestros gobernantes<br />

con detener al mayor número<br />

de anarquistas que pudieron<br />

(y recordemos que no todos,<br />

ni mucho menos, suscribían la<br />

táctica del atentado), sino que llenaron<br />

las cárceles, y hasta las bodegas<br />

de los buques fondeados<br />

en el puerto, de todos los obreros<br />

“sospechosos”, de todos los representantes<br />

de ideas “avanzadas”<br />

(librepensadores, anticlericales y<br />

demás ralea), de republicanos y<br />

grupos afines, e incluso de intelectuales<br />

de buena posición social<br />

(Pere Corominas, Tarrida del<br />

Mármol), cuyo único delito había<br />

sido flirtear con el anarquismo.<br />

En total, cientos de personas,<br />

más de 400, según los primeros<br />

cálculos. Por más indignación<br />

que hubiese despertado el atentado<br />

en particular y la supuesta<br />

impunidad de los anarquistas en<br />

general, no era serio ni creíble<br />

desde ningún punto de vista que<br />

tantísima gente participara en<br />

una acción que, por su propia<br />

12 Poco después del atentado del Liceo<br />

ya había tenido lugar un importante<br />

patinazo policial, que se intentó resolver,<br />

según denunciaron los anarquistas,<br />

mediante torturas y falsas pruebas.<br />

Las autoridades decían tener a los<br />

responsables de la bomba del Liceo, pero<br />

al aparecer por otra parte el verdadero<br />

autor (Santiago Salvador), se implicó<br />

a los detenidos en el atentado anterior,<br />

el de Pallás. Así, se reabrió el proceso de<br />

éste, y de hecho seis anarquistas fueron<br />

fusilados en calidad de cómplices del<br />

atentado contra Martínez Campos.<br />

esencia, desde unos criterios elementales<br />

de eficacia, no podía<br />

implicar más que a un reducidísimo<br />

número de hombres.<br />

Dentro y fuera de España había<br />

gente ansiosas de instrumentalizar<br />

políticamente la torpeza<br />

de las autoridades en la represión<br />

del anarquismo. Se empezó a hablar<br />

con fuerza del renacimiento<br />

de la Inquisición, de nuevos y<br />

más crueles discípulos de Torquemada,<br />

de torturas atroces…<br />

Para desesperación del Gobierno<br />

español el proceso de Montjüic<br />

se convirtió rápidamente en la<br />

campaña de Montjüic, una vastísima<br />

oleada de mítines, manifestaciones<br />

de protesta, campañas<br />

periodísticas e interpelaciones<br />

parlamentarias al fin, que<br />

tenían como objetivo desenmascarar<br />

“la farsa del proceso” y propiciar<br />

el castigo de los torturadores,<br />

así como lograr la rehabilitación<br />

de los procesados y el<br />

regreso de los que aún sufrían penas<br />

de destierro 13 . Ni Torquemadas,<br />

ni Inquisición, ni crueldad<br />

refinada y gratuita. La realidad<br />

era mucho más simple. Los<br />

sucesivos Gobiernos de la Restauración<br />

se habían mostrado incapaces<br />

de crear un cuerpo de<br />

policía moderno, mínimamente<br />

eficaz. En el ámbito rural bastaba<br />

con echar mano de la Guardia<br />

Civil, cuyos métodos contundentes<br />

ya gozaban de triste fama. Pero<br />

para los disturbios de las ciudades<br />

se optó por el fácil recurso<br />

de sacar al Ejército a la calle, medida<br />

incuestionablemente eficaz<br />

a corto plazo, pero altamente peligrosa<br />

para la supervivencia del<br />

pretendido “civilismo” canovista,<br />

por cuanto la declaración continuada<br />

y abusiva de “Estados de<br />

Guerra” –con la consiguiente<br />

13 Sobre la instrumentalización que<br />

los republicanos –y muy en particular<br />

Lerroux– hicieron del Proceso para sus<br />

propios fines, véase Álvarez Junco, J.: El<br />

Emperador del Paralelo, Madrid, 1990,<br />

págs. 156-176. Sobre las repercusiones<br />

en diversos países europeos, cf. Abelló<br />

Güell, T.: “El Proceso de Montjuïc: la<br />

condena internacional al Régimen de<br />

la Restauración”, en Historia Social,<br />

núm. 14, otoño de 1992. Para la implicación<br />

militar en todo el Proceso, véase<br />

mi obra Utopistas y autoritarios en 1900,<br />

Madrid, 1994, págs. 203-213.<br />

suspensión inmediata de las garantías<br />

constitucionales– puso en<br />

manos del Ejército toda la política<br />

de seguridad y orden público<br />

14 . De hecho, prácticamente<br />

todos los grandes atentados anarquistas<br />

de la época –salvo el del<br />

Liceo– pasaron por manos militares.<br />

Fueron los Consejos de<br />

Guerra los que mandaron en repetidas<br />

ocasiones a los anarquistas<br />

al paredón.<br />

La investigación de los atentados<br />

anarquistas –y la prevención<br />

de los mismos– en las grandes<br />

ciudades como Barcelona<br />

quedaba así en manos de un puñado,<br />

a todas luces escaso, de policías<br />

incompetentes, cuando no<br />

corruptos, que se encontraban<br />

continuamente a merced de la<br />

información o, directamente el<br />

chantaje, de turbios personajes:<br />

confidentes, infiltrados, ex policías<br />

o simplemente especialistas<br />

en pescar en el río revuelto de los<br />

bajos fondos. Si ya con ocasión<br />

del proceso de Montjüic se puso<br />

de relieve a dónde conducía tanta<br />

ineficacia, con los oscuros atentados<br />

de comienzos de siglo se<br />

llegó a la perplejidad absoluta:<br />

descartado el recurso a “encontrar”<br />

culpables mediante torturas,<br />

las explosiones que se fueron<br />

sucediendo en Barcelona (desde<br />

1903, y con mayor intensidad<br />

desde 1904) quedaron en la impunidad,<br />

pues las autoridades no<br />

tenían la menor idea de cómo llegar<br />

a dar con los culpables. La<br />

cosa tuvo hasta ribetes zarzueleros,<br />

pues se llegó a contratar a un<br />

detective de Scotland Yard, Charles<br />

Arrow, que naturalmente (desconocía<br />

no sólo el ambiente político<br />

del país, sino hasta el idioma)<br />

no pudo resolver el misterio.<br />

Encontramos nuevamente la<br />

14 La obra fundamental para el tema<br />

de la militarización del orden público es<br />

la de M. Ballbé: Orden público y militarismo<br />

en la España constitucional (1812-<br />

1983), Madrid, 1983. Desde una perspectiva<br />

ideológica similar, pero con un<br />

enfoque más global, resulta un complemento<br />

indispensable el libro de J.<br />

Lleixà: Cien años de militarismo en España,<br />

Barcelona, 1986. Sobre la Guardia<br />

Civil, véase López Garrido, D.: La<br />

Guardia Civil y los orígenes del Estado<br />

centralista, Barcelona, 1982.<br />

misma o muy parecida cadena<br />

causal en esta oleada de violencia.<br />

Tras la falsa tranquilidad del periodo<br />

anterior (1898 y los años<br />

inmediatamente posteriores), cuyas<br />

causas determinantes hay que<br />

buscarlas no sólo en la represión,<br />

sino en el especial clima que vivía<br />

el país (lo que era expectación regeneracionista<br />

para unos, era sin<br />

más preludio revolucionario para<br />

otros) 15 , encontramos, repetimos,<br />

como factores determinantes<br />

de la nueva respuesta violenta<br />

del anarquismo elementos que<br />

nos deben resultar ya familiares:<br />

la conmoción, el fracaso y, sobre<br />

todo, la profunda decepción que<br />

supuso la huelga general de Barcelona<br />

de 1902 16 , y la especial e<br />

innecesaria dureza con que las autoridades<br />

respondieron a una algarada<br />

en el pequeño pueblo gaditano<br />

de Alcalá del Valle en<br />

agosto de 1903 (otra vez el campo<br />

andaluz: los paralelismos en<br />

el desencadenamiento de las respuestas<br />

violentas de los anarquistas<br />

parecen apurarse hasta el límite).<br />

No obstante, sería apresurado<br />

hablar de una segunda oleada de<br />

“propaganda por el hecho” en<br />

España. O dicho más rotundamente,<br />

sería falso. Porque la violencia<br />

de esta primera década de<br />

siglo –entre 1904 y 1909 básicamente–<br />

apenas tiene nada en común<br />

con la primera. Existen desde<br />

luego algunos ejemplos de<br />

“propaganda por el hecho” en<br />

15 En cualquier caso la explicación<br />

de ese paréntesis, en torno al 98, entre<br />

dos oleadas de violencia, no puede ser<br />

despachada tan fácilmente. Aquí no podemos<br />

profundizar en el asunto, pero sí<br />

al menos mencionar, junto con lo ya<br />

dicho, otros dos importantes factores: el<br />

ambiente enrarecido por los propios<br />

atentados –que inevitablemente llevó a<br />

muchos anarquistas a poner en cuestión<br />

esa táctica–, y la subordinación en<br />

esos años de todos los proyectos a la revisión<br />

del Proceso de Montjüic.<br />

16 Cf. Colodrón, A.: “La huelga general<br />

de Barcelona de 1902”, en Revista<br />

de Trabajo, núm. 33, 1971. Una<br />

perspectiva más amplia en las conocidas<br />

obras de Romero Maura (La Rosa de<br />

Fuego, Madrid, 1992) y J. C. Ullman<br />

(La Semana Trágica, Barcelona, 1972).<br />

Puede verse también, para un enfoque<br />

todavía más de conjunto, el vol. II de la<br />

obra de F. Soldevila: Un segle de vida catalana,<br />

1814-1930, Barcelona, 1961.<br />

56 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


sentido clásico, cuyo mejor exponente<br />

sería el atentado (fallido)<br />

de J. M. Artal contra Maura<br />

en 1904. Pero junto a esa conocida<br />

modalidad habría que añadir,<br />

al menos, otras cuatro vertientes<br />

de violencia terrorista,<br />

más o menos emparentadas con<br />

el anarquismo. En primer lugar,<br />

habría que destacar por su importancia<br />

la colaboración de diversos<br />

personajes radicales (anarquistas<br />

y republicanos) en sucesivos<br />

complós en 1905 y 1906<br />

para acabar con la vida de Alfonso<br />

XIII y propiciar un cambio<br />

revolucionario en España; de este<br />

modo, el entendimiento (más<br />

que probable, pero imposible de<br />

demostrar categóricamente) entre<br />

Ferrer Guardia, Mateo Morral,<br />

Estévanez, Lerroux, Vallina<br />

y algunos franceses (Malato especialmente)<br />

dio como resultado<br />

los atentados de la rue Rohan en<br />

París y de la calle Mayor en Madrid.<br />

No faltaron, sin embargo,<br />

los típicos complós policiales,<br />

simples maniobras para propiciar<br />

la detención de algunos<br />

anarquistas señalados: el llamado<br />

“compló de la Coronación”<br />

(1902) fue, por ejemplo, un burdo<br />

montaje de algunos agentes<br />

para poner a buen recaudo a Vallina<br />

y otros “compañeros” 17 . En<br />

tercer lugar, y muy relacionado<br />

con el anterior, habría que añadir<br />

la actividad por cuenta propia de<br />

algunos confidentes policiales,<br />

que extorsionaban o chantajea-<br />

17 Véase el testimonio del mismo<br />

Vallina, poco proclive a disimular su<br />

participación en diversas conspiraciones:<br />

Mis Memorias, vol. I, México-Caracas,<br />

1968. Sobre la personalidad de<br />

Vallina resulta esclarecedor el artículo<br />

de Álvarez Junco, J.: “Un anarquista español<br />

a comienzos del siglo XX: Pedro<br />

Vallina en París”, en Historia Social,<br />

núm. 13, págs. 23-37, Primavera-Verano<br />

1992. A pesar de que los anarquistas<br />

abusaron de esta hipótesis de los complós<br />

policiales, manteniendo que en la<br />

mayor parte de los casos las supuestas<br />

conspiraciones ácratas eran simples<br />

montajes de las autoridades para encausarles,<br />

lo cierto es que en algunos casos<br />

apenas caben dudas de los turbios manejos<br />

policiales: además del mencionado,<br />

había ocurrido algo semejante con el<br />

asunto de las llamadas “bombas del<br />

Congreso” en 1892. Cf. J. Carvajal y<br />

Hué: Los anarquistas en Madrid, Madrid,<br />

1894.<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

ban a las autoridades con grandes<br />

cantidades de dinero para<br />

“evitar” que se produjeran atentados;<br />

de modo que cuando no<br />

cobraban, los atentados se producían:<br />

el caso más documentado<br />

al respecto fue el de Joan Rull,<br />

ajusticiado por sus crímenes en<br />

1908, pero no fue el único, ni<br />

mucho menos 18 . Por último, no<br />

hay que descartar, aunque esto<br />

es más difícilmente demostrable,<br />

que siguiera actuando un terrorismo<br />

anarquista residual, producto<br />

en parte de la inercia del<br />

periodo anterior y en parte también<br />

del conflictivo clima social<br />

de la Barcelona de la época: este<br />

terrorismo adquiría la forma de<br />

petardazos aislados, más o menos<br />

importantes, a las puertas de<br />

algunas fábricas, contra determinados<br />

empresarios, etcétera.<br />

3. Un balance de<br />

la violencia terrorista en<br />

el seno del anarquismo<br />

Un balance de la táctica de la violencia<br />

individual en el movimiento<br />

libertario tendría que hacerse,<br />

en primer lugar, sobre la<br />

base del conocimiento del tipo<br />

de personas que ejecutaban los<br />

atentados y, en segundo término,<br />

de los pequeños “grupos de<br />

afinidad” que justificaban, defendían,<br />

amparaban, e incluso,<br />

muy posiblemente, propiciaban<br />

las acciones terroristas, mediante<br />

el suministro de los artefactos explosivos<br />

a los compañeros más<br />

“lanzados”. Sin embargo, dos<br />

grandes dificultades se presentan<br />

en este terreno para trazar un panorama<br />

de conjunto. Primero, la<br />

ya aludida oscuridad en que se<br />

insertan una parte considerable<br />

de los atentados, sobre todo los<br />

de comienzo de siglo; en segun-<br />

18 Sobre el caso Rull hay abundante<br />

documentación en el Archivo de la Audiencia<br />

Territorial de Barcelona: Atentados<br />

terroristas. Causa de Juan Rull,<br />

1907. Sobre la violencia en la capital<br />

catalana a comienzos de siglo, pueden<br />

verse las obras de E. Carqué de la Parra:<br />

El terrorismo en Barcelona, Barcelona,<br />

1908; y E. Jardí: La ciutat de les bombes,<br />

Barcelona, 1964. Con este mismo título,<br />

La ciudad de las bombas, ha aparecido<br />

(Barcelona, 1997) un sucinto estudio<br />

de M. A. Serrano, que abarca el periodo<br />

1917-1922.<br />

do lugar, la gran diversidad de<br />

presuntos terroristas o terroristas<br />

de hecho, obstáculo casi insalvable<br />

para trazar una coherente tipología<br />

del anarquista de acción.<br />

Tenemos, desde luego, bien<br />

delimitado el perfil de lo que podríamos<br />

considerar el tipo clásico,<br />

ideal, de activista violento: el<br />

“mártir de la Idea”, un sujeto más<br />

o menos fanático dispuesto a inmolarse<br />

–de ahí lo de mártir–<br />

por la Causa. No pretende huir,<br />

no pretende escapar a la acción<br />

de la “justicia burguesa”, porque<br />

precisamente su acción espectacular<br />

contra el Sistema se complementa,<br />

acto seguido, desenmascarando<br />

el supuesto ajuste de<br />

cuentas entre clases; es decir, se<br />

aspira a dar la vuelta al Proceso, y<br />

con ello pasar de acusados a acusadores,<br />

revelando la opresión y<br />

violencia del régimen burgués.<br />

Ni siquiera se rehuye la pena de<br />

muerte; antes bien, ésta constituye<br />

la culminación del proceso,<br />

el punto final del sacrificio que<br />

ha de abrir los ojos a los oprimidos<br />

y germinar nuevas acciones<br />

de respuesta por parte de los desheredados.<br />

Son los casos de Pallás,<br />

Angiolillo y Artal, como más<br />

representativos. Son interesantes<br />

las anteriores consideraciones<br />

precisamente en la medida en<br />

que desbordan el marco psicológico<br />

(patológico, dirían Lombroso<br />

y sus seguidores), y nos ofrecen<br />

algunas de las características<br />

más originales de la “propaganda<br />

por el hecho” anarquista: nos referimos<br />

a su carácter simbólico,<br />

con un fuerte componente de<br />

gesto teatral muy fin de siècle<br />

–épater le bourgeois–, y no poco<br />

de carga religiosa, mesiánica, con<br />

esa confianza mística en que<br />

fructifique la sangre de los mártires<br />

y que el sacrificio de los elegidos<br />

depare un mundo de justicia<br />

y libertad. Desde este punto<br />

de vista es relativamente secundaria<br />

la polémica, muy acentuada<br />

en la época (y recogida en la<br />

actualidad con, quizá, excesiva<br />

relevancia, por los tratadistas del<br />

tema) de si estos “mártires de la<br />

Idea” actuaron completamente<br />

solos o en el seno de pequeños<br />

grupos de activistas. En los ambientes<br />

conservadores, antes y<br />

RAFAEL NÚÑEZ FLORENCIO<br />

ahora, se consideraba que éstos<br />

últimos constituían el “lugar natural”<br />

donde se fraguaban los<br />

atentados, frente a la tesis, defendida<br />

por los anarquistas, de la<br />

motivación y preparación exclusivamente<br />

individuales. Entre los<br />

tópicos complós, que algunos veían<br />

por todas partes, y la acción<br />

aislada, que los ácratas argüían<br />

por razones obvias, caben otras<br />

posibilidades que, en nuestra opinión,<br />

eran las más factibles: no<br />

conspiraciones en sentido estricto,<br />

pero sí una cobertura logística<br />

(suministro de explosivos, domicilios<br />

fuera del alcance de la<br />

policía, encubrimiento en general,<br />

etcétera) de esos pequeños<br />

grupos de activistas a los autores<br />

materiales de los atentados.<br />

El verdadero problema está en<br />

que sólo un pequeño número de<br />

atentados y de activistas responden<br />

plenamente a la tipología diseñada<br />

anteriormente. Por lo menos<br />

otros tantos compartían los<br />

objetivos teóricos de la “propaganda<br />

por el hecho”, pero desde<br />

luego no tenían espíritu de mártires<br />

y procuraron poner los pies<br />

en polvorosa, después de cometido<br />

el atentado. Suele coincidir,<br />

además, que éste último tiene las<br />

características de acción más indiscriminada,<br />

con víctimas ajenas<br />

al conflicto (el caso de Salvador<br />

y la bomba del Liceo como<br />

arquetípico). Aún más: para rizar<br />

el rizo, tenemos que algunos<br />

atentados, parcialmente coincidentes<br />

con los objetivos de la<br />

“propaganda por el hecho”, no<br />

fueron llevados a cabo propiamente<br />

por anarquistas, sino por<br />

extremistas más o menos afines a<br />

éstos (Sempau, Murull, etcétera),<br />

y en otras ocasiones (las<br />

bombas contra Alfonso XIII) hubo<br />

una convergencia de intereses<br />

entre ácratas y republicanos<br />

radicales, con una preparación<br />

más meticulosa al parecer de lo<br />

que era usual en estos casos. Y,<br />

por último, no hay que olvidar<br />

que de muchos actos criminales<br />

–bombas en las calles o lugares<br />

concurridos– es prácticamente<br />

nada, o muy poco, lo que sabemos.<br />

Todo ello sin contar, naturalmente,<br />

la labor de confidentes<br />

y personajes oscuros. De este<br />

57


EL TERRORISMO EN ESPAÑA HACE UN SIGLO<br />

modo, se hace muy difícil una<br />

valoración por esta vía de la totalidad<br />

de las acciones anarquistas;<br />

sólo una parte de ellas respondía<br />

a los rasgos originales de la “propaganda<br />

por el hecho”.<br />

No es mucho más lo que sabemos<br />

de las características de los<br />

“grupos de afinidad”. Los datos<br />

–siempre cuestionables por fragmentarios<br />

y parciales– de la policía<br />

y las observaciones tergiversadas<br />

de algunos autores conservadores,<br />

no constituyen una fuente<br />

muy fiable 19 . En todo caso, lo<br />

que sí parece más que probable es<br />

que se trataba de una “colonia”<br />

reducida (no muchos grupos,<br />

con pocos miembros cada uno),<br />

sin apenas lazos entre sí, con una<br />

fuerte impronta de libertarios<br />

marginales extranjeros (hablamos<br />

de Barcelona y su entorno, básicamente)<br />

20 , que se mantenían en<br />

un ambiente de semiclandestinidad.<br />

Integrados por obreros que<br />

malvivían entre el desempleo y<br />

el trabajo precario, en una miseria<br />

cercana al lumpen, la característica<br />

más destacada de esos ambientes<br />

era el radicalismo ideológico,<br />

que se prolongaba en la<br />

práctica con una acuciante necesidad<br />

de “hacer algo” (entendido<br />

en un sentido individualista,<br />

espectacular y simbólico). Pero<br />

la importancia de esos grupos se<br />

desdibuja desde una perspectiva<br />

general si tenemos en cuenta que<br />

19 La obra más importante a este<br />

respecto es la de M. Gil Maestre: El<br />

anarquismo en España y el especial de<br />

Barcelona, op. cit. Pueden verse también<br />

referencias indirectas –datos sobre<br />

detención de anarquistas, por ejemplo–<br />

en el folleto de C. Costi y Erro: El<br />

anarquismo en Barcelona y la verdad en<br />

su lugar, Barcelona, 1894. Una recreación<br />

subjetiva de aquel ambiente en T.<br />

Caballé y Clos: Barcelona de antaño.<br />

Memorias de un viejo reportero barcelonés,<br />

Barcelona, 1944.<br />

20 J. Termes cita, por ejemplo, como<br />

representativo el caso de Paolo<br />

Schicchi, que había publicado en Italia<br />

el periódico Pensiero e dinamita (toda<br />

una carta de presentación), y que era el<br />

responsable de la aparición en Barcelona<br />

de El Porvenir anarquista, nada<br />

menos que en tres idiomas: italiano,<br />

francés y castellano. Cf. Termes: “El<br />

anarquismo en España. Un siglo de<br />

historia (1840-1939)”, en El anarquismo<br />

en Alicante. 1868-1945, Alicante,<br />

1986, págs. 11-26.<br />

la represión desatada en torno al<br />

proceso de Montjüic terminó<br />

prácticamente con ellos. De este<br />

modo, su apoyo, teórico y concreto,<br />

a las acciones individuales<br />

de “propaganda por el hecho”<br />

hubo de limitarse necesariamente<br />

a un periodo relativamente<br />

muy corto, desde comienzos del<br />

año 1890 hasta mediados de<br />

1896.<br />

Una valoración de conjunto<br />

de la violencia anarquista de la<br />

época tendría entonces que derivar<br />

hacia una perspectiva más<br />

ideológica. Habría que partir de<br />

la base, ya sugerida en ocasiones<br />

anteriores, de que no todos los<br />

rebeldes de fin de siglo son ácratas<br />

y que, por tanto, las necesidades<br />

de respuestas violentas de<br />

una heterogénea troupe de individualistas,<br />

bohemios, nihilistas,<br />

nietzscheianos, etcétera, encontraron<br />

en la formulación de la<br />

“propaganda por el hecho” una<br />

bandera, pero también una excusa<br />

ideal, para dar rienda suelta<br />

a unos muy desarrollados impulsos<br />

de rencor contra la sociedad<br />

burguesa. Complementariamente,<br />

en el seno del anarquismo, es<br />

sólo el sector más radical, anarcocomunista,<br />

el que promueve la<br />

violencia individual y aún habría<br />

que matizar que sólo una minoría<br />

dentro de este sector. Otra<br />

cuestión distinta es que, una vez<br />

efectuados los atentados, la prensa<br />

libertaria se vea en la tesitura<br />

de aplaudirlos o de condenarlos,<br />

uniéndose en este último caso a<br />

la repulsa generalizada de la opinión<br />

pública burguesa. Lo usual<br />

fue un cierto distanciamiento,<br />

que se ponía de manifiesto, por<br />

ejemplo, en el planteamiento de<br />

que la responsable era la sociedad<br />

capitalista, con sus injusticias<br />

insoportables: era ella la que<br />

lanzaba a los más humillados a<br />

cometer acciones desesperadas 21 .<br />

No estaría de más recordar en<br />

este contexto que el anarquismo<br />

nada tenía en común con el pacifismo<br />

teórico o práctico. Los<br />

teóricos libertarios insistieron<br />

una y otra vez en la violencia estructural<br />

que caracteriza, que<br />

constituye la base, la esencia misma,<br />

de la sociedad capitalista. La<br />

revolución, desde esta perspecti-<br />

va, tendría tarde o temprano que<br />

responder a la violencia con la<br />

violencia. Bakunin o Kropotkin<br />

habían puesto especial énfasis<br />

además en la necesidad de destruir<br />

hasta los cimientos el “edificio<br />

burgués”; no por mero afán<br />

destructivo, sino como requisito<br />

previo e imprescindible para<br />

construir una nueva sociedad.<br />

Pero esta violencia, ello se sobreentendía<br />

sin necesidad de más<br />

matizaciones, era primordial y<br />

prioritariamente una violencia de<br />

las masas, proletarios y campesinos.<br />

Por tanto, las cuestiones ante<br />

la violencia individual seguían<br />

abiertas: ¿estaban justificadas esas<br />

iniciativas?, ¿eran beneficiosas o<br />

perjudiciales?, ¿servían para abrir<br />

el camino a la revolución?<br />

Si al principio pudo haber alguna<br />

duda al respecto en el seno<br />

del movimiento anarquista, la<br />

propia experiencia de los hechos<br />

contribuyó rápidamente a despejarla.<br />

Los primeros atentados<br />

encuadrables en el ámbito de la<br />

“propaganda por el hecho” sólo<br />

sirvieron para desatar una represión<br />

generalizada contra el conjunto<br />

del movimiento libertario:<br />

sus locales fueron clausurados, su<br />

prensa perseguida y silenciada,<br />

sus militantes ingresaron en la<br />

cárcel, subieron al patíbulo, o tuvieron<br />

que tomar apresuradamente<br />

el camino del exilio. La<br />

exasperación por las medidas represivas<br />

llevó a desvirtuar el sentido<br />

mismo de la “propaganda<br />

por el hecho”: de atentado selectivo,<br />

simbólico, de sacudida para<br />

“despertar a las masas”, pasó a<br />

convertirse en atentado de respuesta,<br />

represalia pura y simple, y<br />

lo que es peor, en algunos casos,<br />

en acciones de violencia indiscriminada,<br />

sin objetivos definidos,<br />

21 No obstante, en torno a los años<br />

1892-1893 se desarrolló una prensa<br />

anarquista enormemente radical que no<br />

sólo justificaba desde esta óptica el atentado<br />

individual, sino que llamaba directamente<br />

al uso del puñal, la pistola y<br />

la dinamita para hacer frente a la opresión<br />

burguesa. Véanse periódicos como<br />

La Controversia (Valencia, 1893), El<br />

Rebelde y El Eco del Rebelde (Zaragoza,<br />

1893 y 1895), Ravachol y El Eco de Ravachol<br />

(Sabadell, 1892 y 1893), La Revancha<br />

(Reus, 1893), etcétera.<br />

cada vez más difícilmente justificable.<br />

La represión subsiguiente<br />

no hacía más que alimentar este<br />

proceso, en una espiral de violencia,<br />

en una dinámica cada vez<br />

más ciega y desesperada. Como<br />

consecuencia de ello fue todo el<br />

movimiento anarquista el que sufrió<br />

las consecuencias: se vio cada<br />

vez más perseguido, se intensificó<br />

su impotencia y se ahondó todavía<br />

más su alejamiento del<br />

mundo real, el de los proletarios<br />

de verdad, de carne y hueso, la<br />

meta teórica y práctica que tenían<br />

que ganar como estadio previo<br />

a toda auténtica tentativa revolucionaria.<br />

La violencia individual se convirtió<br />

en el exponente último, la<br />

expresión más depurada del nihilismo<br />

y del irracionalismo que<br />

impregnaron buena parte de la<br />

cultura de fin de siglo: como hemos<br />

señalado, se puede hablar de<br />

la violencia a que se vio abocado<br />

el individualismo anarquista, sin<br />

duda, pero sin perder de vista<br />

que ese radicalismo, esa mística<br />

de la acción, esa magnificación<br />

de las posibilidades individuales,<br />

desborda con mucho el ámbito<br />

libertario. Así, quizá fuera más<br />

correcto referirse a la acción de<br />

unos sectores, anarquistas algunos,<br />

y otros no, tan radicalizados<br />

y políticamente concienciados,<br />

como en la práctica impotentes y<br />

aislados. En este sentido habría<br />

que concluir que la “propaganda<br />

por el hecho”, pero en general<br />

también toda la violencia individual<br />

asociada al movimiento<br />

anarquista, o que se mueve en la<br />

órbita de éste, constituyó desde<br />

todos los puntos de vista, un rotundo<br />

fracaso. Con sus acciones<br />

desesperadas, los terroristas pusieron<br />

claramente de relieve su<br />

condición de rebeldes, más que<br />

de revolucionarios, y en consecuencia<br />

no es extraño que se convirtieran<br />

en mártires de una revolución<br />

imposible más que en<br />

agentes o profetas de una nueva<br />

sociedad. n<br />

Rafael Núñez Florencio es doctor en<br />

Historia y profesor de Filosofía. Autor<br />

de Tal como éramos. España hace un siglo.<br />

58 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


De ciudadanos siervos<br />

a trabajadores siervos<br />

Este trabajo elude conscientemente<br />

los aspectos positivos de<br />

la reforma del servicio militar español;<br />

en concreto, de la cacareada<br />

profesionalización de la<br />

tropa y marinería. No es, por<br />

tanto, un balance nivelado del<br />

Nuevo Modelo de Fuerzas Armadas<br />

1 . Al contrario, he intentado<br />

resaltar los puntos que considero<br />

lastres o situaciones que<br />

incluso podríamos denominar<br />

de alarma social. Eso sí, con la<br />

sana intención de que los argumentos<br />

sean debatidos, matizados,<br />

corregidos y, por qué no,<br />

rectificados, pero, en cualquier<br />

caso, discutidos públicamente.<br />

La lectura de los documentos<br />

de intenciones que el Ministerio<br />

de Defensa ha ido ofreciendo a<br />

la opinión pública y los primeros<br />

pasos, cada vez más apresurados,<br />

hacia la profesionalización de los<br />

ejércitos han confirmado los peores<br />

vaticinios: se mantiene, o<br />

incluso empeora, la situación de<br />

la tropa y, una vez más, el único<br />

colectivo que tiene sus intereses<br />

perfectamente representados en<br />

el diseño de esta reforma es el<br />

que conforman los oficiales y jefes<br />

militares.<br />

En definitiva, la reforma del<br />

servicio militar no es lo que parece,<br />

ya que no estamos ante una<br />

profesionalización de la tropa,<br />

sino ante su seudoprofesionalización.<br />

De hecho, este diseño de<br />

la profesionalización ha puesto<br />

en marcha una figura laboral<br />

anacrónica, esto es, a contrapelo<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

de la dinámica de progreso en<br />

los derechos laborales que se han<br />

conquistado en los últimos 20<br />

años. Por otra parte, el nuevo<br />

modelo da continuidad a una situación<br />

disciplinaria agotada y<br />

claramente deslegitimada social<br />

y jurídicamente. También vamos<br />

a ver que todo apunta a que este<br />

modelo conviene y beneficia<br />

principalmente a los intereses<br />

ideológicos y materiales de la élite<br />

burocrática militar.<br />

Finalmente, se esbozan algunas<br />

de las alternativas de reforma<br />

que este Nuevo Modelo de Fuerzas<br />

Armadas no ha considerado,<br />

entre otras cosas por qué en España<br />

no se ha realizado un debate<br />

social, político y económico<br />

sobre nuestras Fuerzas Armadas<br />

(FF AA). Conviene recordar que<br />

en unos pocos días de discusión<br />

a puerta cerrada entre el Partido<br />

Popular y Convergència i Unión<br />

el PP pasó de su apoyo a un modelo<br />

de ejército mixto (combinación<br />

de tropa profesional y<br />

servicio militar obligatorio) a<br />

uno totalmente profesionalizado<br />

2 . Además, y rozando la ciencia-ficción,<br />

se anunció un horizonte<br />

para llevar a cabo esta reforma<br />

de unos pocos años 3 .<br />

1. ¿Qué teníamos?:<br />

ciudadanos-siervos<br />

Antes de valorar la reforma que<br />

nos proponen, por cierto ya muy<br />

avanzada, es conveniente conocer<br />

cómo era la situación que se pre-<br />

SOCIOLOGÍA<br />

LA SEUDOPROFESIONALIZACIÓN<br />

DE LA TROPA<br />

1 Nuevo Modelo de Fuerzas Armadas,<br />

proyecto presentado por el Ministerio<br />

de Defensa al Congreso de los Diputados<br />

en el mes de diciembre de 1996.<br />

JUAN JOSÉ GARCÍA DE LA CRUZ<br />

2 Puede comprobarse la posición del<br />

Partido Popular en Rupérez (1992).<br />

3 Basta con comentar que la transformación<br />

de un servicio militar obligatorio<br />

a uno profesional iniciada en<br />

Estados Unidos en 1973 se considera en<br />

pleno proceso de reajuste 20 años más<br />

tarde, véase, Franklin (1992), pág. 45.<br />

tende cambiar; entre otras cosas,<br />

para saber en qué medida el nuevo<br />

modelo la mejora. Diversos<br />

investigadores coincidimos en<br />

una estimación muy negativa. El<br />

servicio militar obligatorio se había<br />

convertido en un proceso organizativo<br />

especializado en elaborar<br />

lo que aquí vamos a bautizar<br />

como “ciudadanos-siervos” 4<br />

(etiqueta que, como veremos,<br />

condensa perfectamente el principal<br />

logro de la mili hasta el día<br />

de hoy). Este diagnóstico tan rotundo<br />

nos obliga a preguntarnos<br />

¿qué ha conducido al servicio militar<br />

obligatorio a esta lamentable<br />

situación?<br />

Los principales desencadenantes<br />

del deterioro alcanzado<br />

por el servicio militar obligatorio<br />

son los tres siguientes: a) el fracaso<br />

de la organización militar<br />

en culminar el proceso de asimilación<br />

de los soldados de reemplazo;<br />

b) la bunkerización en una<br />

constelación de valores trasnochados,<br />

con frecuencia antidemocráticos<br />

5 , de la élite militar, y c) la<br />

centralidad que han tomado las<br />

sanciones de las faltas leves en la<br />

vida cotidiana de la tropa, generando<br />

una dinámica autoritaria<br />

que es la principal causa de esa figura<br />

que hemos designado como<br />

ciudadanos siervos.<br />

4 Véase esta coincidencia de diversos<br />

autores a lo largo de los últimos 14<br />

años: Pereda (1984), García de la Cruz<br />

(1987), Zulaika (1989), Oficina del Defensor<br />

del Soldado (1991), Rambla Marigot<br />

(1994) y García de la Cruz<br />

(1998b).<br />

5 Con esta apreciación, antidemocráticos,<br />

no me estoy refiriendo a los<br />

sectores golpistas, que considero absolutamente<br />

marginales y no representativos<br />

de las FF AA, sino a creencias que,<br />

como veremos, enmarcan el quehacer<br />

militar y chocan o cortocircuitan la forma<br />

de hacer democrática.<br />

A) El fracaso en la asimilación<br />

de la tropa. Ningún servicio militar<br />

es una excursión campera.<br />

Por tanto, ha de estar diseñado<br />

para cumplir el objetivo de integrar<br />

a los reclutas y hacer de ellos<br />

unos soldados útiles para la actividad<br />

militar de sus respectivas<br />

unidades; en otras palabras, lograr<br />

su asimilación e integración<br />

en la tarea militar.<br />

En los procesos de asimilación<br />

se pueden distinguir dos fases<br />

6 . En la primera se provoca<br />

una regresión psicológica que ha<br />

de generar inseguridad, un vacío<br />

y distanciamiento del entorno<br />

social que el recluta trae del<br />

exterior. En la segunda, la más<br />

importante, la organización que<br />

asimila ha de proporcionar un<br />

ambiente que permita gestar<br />

nuevos lazos afectivos a los soldados;<br />

eso sí, adaptados y coherentes<br />

con el entorno militar (su<br />

“nueva familia”). Pues bien, es<br />

esta última fase, la más difícil,<br />

pero también la más necesaria, la<br />

que ha sido estructuralmente<br />

abortada por la organización militar<br />

española, que no ha sabido<br />

facilitar a la tropa ese clima social<br />

y afectivo que permite culminar<br />

un proceso de asimilación.<br />

Las investigaciones realizadas<br />

sobre el servicio militar nos han<br />

mostrado 7 que la mayoría de los<br />

soldados han buscado por su<br />

6 Puede verse en qué consiste una<br />

auténtica asimilación en el mundo militar,<br />

en Dornbusch (1955); Hollingshead<br />

(1946) y Stouffer, Suchman, Devinney,<br />

STAR y Williams (1949).<br />

7 Hago referencia a los datos que<br />

empecé a recopilar en el año 1983. Labor<br />

que he continuado hasta el día de<br />

hoy, y que en la actualidad realizo en el<br />

seno del Grupo de Estudios sobre la<br />

Reforma de las Fuerzas Armadas, véase<br />

García de la Cruz (1998b).<br />

59


LA SEUDOPROFESIONALIZACIÓN DE LA TROPA<br />

cuenta lo que la institución militar<br />

no facilitaba. Esto es, un espacio<br />

social donde reconstruir<br />

su vida afectiva en su andadura<br />

militar. Esta salida espontánea<br />

ha dado lugar a lo que hace 10<br />

años designamos como su grupito<br />

8 . Una especie de equipo humano<br />

de supervivencia que realiza<br />

las tareas de grupo de pertenencia<br />

y referencia. Los grupitos<br />

están compuestos por esos dos o<br />

tres amigos de la mili, que, por<br />

cierto son el principal bagaje que<br />

se han llevado a su vida civil millones<br />

de ex soldados españoles<br />

en las últimas décadas: “los amigos<br />

de la mili”.<br />

Las Fuerzas Armadas españolas<br />

se han quedado en la<br />

anécdota de lo que debe ser un<br />

proceso de asimilación. Efectivamente,<br />

las películas americanas,<br />

los famosos drill sergeant 9 ,<br />

y las propias academias de mandos<br />

han basado todo su esfuerzo<br />

en “romper el culo” de los<br />

reclutas o alumnos. Pero, insisto,<br />

la dificultad de los procesos<br />

de asimilación está en la segunda<br />

etapa, la que proporciona a<br />

los soldados un apoyo afectivo y<br />

grupal 10 .<br />

B) La ‘bunkerización’ en valores<br />

trasnochados. La labor de los<br />

militares españoles está enmarcada<br />

por un código caballeresco<br />

11 que ilumina y es referencia<br />

formal de toda su actividad. Por<br />

cierto, estas normas están claramente<br />

explicitadas en las Reales<br />

Ordenanzas para las Fuerzas Armadas<br />

12 . Me refiero a docenas<br />

de artículos que enuncian cuál<br />

debe ser el comportamiento de<br />

8 García de la Cruz (1987), pág.<br />

123.<br />

9 Faris (1976), pág. 13.<br />

10 Holligshead (1946), pág. 18, y<br />

García de la Cruz (1998b).<br />

11 “[…] Es, pues, de saber que este<br />

sobredicho hidalgo, los ratos que estaba<br />

ocioso (que eran los más del año), se daba<br />

a leer libros de caballerías, con tanta<br />

afición y gusto que olvidó casi de todo<br />

punto el ejercicio de la caza, y aun la administración<br />

de su hacienda […] y<br />

asentóle de tal modo en la imaginación<br />

que era verdad toda aquella máquina<br />

de aquellas soñadas invenciones que<br />

leía, que para él no había otra historia<br />

más cierta en el mundo”. Cervantes<br />

(1967), pág. 24.<br />

los militares (tropa, suboficiales<br />

y oficiales) en toda circunstancia.<br />

De hecho, estamos ante el<br />

único instrumento de control<br />

activo (que incentiva un comportamiento<br />

en lugar de prohibirlo)<br />

de las FF AA españolas,<br />

en el que, por tanto, descansa el<br />

génesis de las conductas deseadas<br />

por la institución militar.<br />

Este tipo de control normativo<br />

es, sin duda, el modo más<br />

poderoso de asimilar o integrar a<br />

los miembros de una sociedad<br />

u organización. Pero no vale<br />

cualquier enunciado, aunque algunos<br />

fundamentalismos (racistas,<br />

deportivos, religiosos o nacionalistas,<br />

entre otros) nos hayan<br />

mostrado hasta dónde<br />

puede llegar la estupidez humana.<br />

Aun así, parece conveniente<br />

que las proclamas sean en alguna<br />

medida creíbles, atractivas y,<br />

sobre todo, congruentes con las<br />

grandes instituciones o creencias<br />

sociales vigentes en la sociedad<br />

13 . En el caso de las FF AA,<br />

las reales ordenanzas son unos<br />

textos llenos de contenidos hoy<br />

día claramente retóricos, desfasados<br />

e incongruentes con las<br />

creencias hegemónicas en la sociedad<br />

española que corona el<br />

siglo XX. Resultan incumplibles<br />

y, por tanto, son ineludiblemente<br />

y sistemáticamente violados<br />

hasta por los propios mandos<br />

que los enarbolan ante la<br />

tropa.<br />

Si esto no fuera suficiente,<br />

hay que añadirle el panorama<br />

real que se han encontrado los<br />

soldados que realizaban el servicio<br />

militar. Que han sido tratados,<br />

en el mejor de los casos, como<br />

escuderos, y en el peor, y no<br />

es infrecuente, como lacayos o<br />

sirvientes de los que todos perci-<br />

12 “Estas Reales Ordenanzas constituyen<br />

la regla moral de la Institución<br />

Militar y el marco que define las obligaciones<br />

y derechos de sus miembros.<br />

Tienen por objeto preferente exigir y<br />

fomentar el exacto cumplimiento del<br />

deber inspirado en el amor a la Patria y<br />

el honor, disciplina y valor”, Artículo<br />

uno, Ley 85/1978, de Reales Ordenanzas<br />

para las Fuerzas Armadas.<br />

13 Sobre este tema y el desfase, paso<br />

cambiado, de la organización militar,<br />

véase: García de la Cruz (1998a), págs.<br />

116-122.<br />

ben como únicos señores de la organización:<br />

los jefes y oficiales.<br />

¿Quién se puede sentir portador<br />

de valores supremos en estas circunstancias?<br />

C) Una organización centrada<br />

exclusivamente en lo disciplinario.<br />

En contraste con el control<br />

normativo que acabamos de<br />

ver se encuentra el reactivo (basado<br />

en la prohibición), una forma<br />

más primitiva y burda del<br />

control social 14 .<br />

Formalmente, la función de<br />

las sanciones, especialmente en<br />

el caso de las faltas leves 15 , que<br />

motivan la práctica totalidad del<br />

control reactivo en las FF AA,<br />

es dotar de un mecanismo de<br />

enseñanza (en el más radical estilo<br />

conductista) a los instructores<br />

de la tropa para encauzar el<br />

adiestramiento militar de los jóvenes<br />

que ingresan en filas.<br />

Sin embargo, el uso práctico<br />

de este mecanismo nos apunta<br />

otras funciones. Si analizamos<br />

las causas de las sanciones, siempre<br />

sobre faltas leves, se observa<br />

que la mayor parte de ellas han<br />

sido provocadas por infracciones<br />

ajenas al adiestramiento militar:<br />

a) faltas en la rutina diaria de la<br />

unidad (por ejemplo, cama arrugada),<br />

b) en el aspecto personal<br />

del soldado (por ejemplo, botas<br />

sucias), c) en las conductas formales<br />

(por ejemplo, saludo militar)<br />

y c) sorprendentemente, la<br />

menor proporción de sanciones<br />

está motivada por y para corregir<br />

la instrucción militar de los sol-<br />

14 Foucault (1994).<br />

15 La Ley Orgánica 12/85 de noviembre,<br />

de Régimen Disciplinario de<br />

las FF AA, en su artículo 8 enuncia muchos<br />

tipos de conductas que se consideran<br />

faltas leves; curiosamente, el Proyecto<br />

de Ley Orgánica de Régimen Disciplinario<br />

de las Fuerzas Armadas (de 9<br />

de mayo de 1997), actualmente en trámite<br />

parlamentario, no modifica sustancialmente<br />

este dúctil resorte de castigo.<br />

De hecho, su artículo 7 enumera<br />

34 tipos de conducta que han de ser<br />

considerados como falta leve y finaliza<br />

dejando la puerta abierta de par en par<br />

a nuevas sanciones diciendo: “Los demás<br />

que, no estando incluidos en las<br />

infracciones anteriores, constituyan una<br />

infracción leve de alguno de los deberes<br />

que señalan las Reales Ordenanzas y demás<br />

disposiciones que rigen la Institución<br />

Militar”.<br />

dados (por ejemplo, la incorrecta<br />

ubicación de un mortero) 16 .<br />

A la vista de los datos que<br />

acabamos de aportar se infiere<br />

que hasta el día de hoy lo más<br />

importante, por ser lo más sancionado,<br />

para los cuadros de<br />

mando españoles han sido los<br />

aspectos puramente cuarteleros:<br />

las rutinas de levantarse, formar,<br />

hacer la cama o tener limpio el<br />

uniforme (botas, cinturón, etcétera).<br />

Esta concentración del<br />

control disciplinario sobre lo<br />

que podríamos denominar como<br />

“las tareas del hogar militar”,<br />

por supuesto ha desconcertado<br />

a los soldados y a la sociedad,<br />

devaluando enormemente<br />

la imagen del servicio militar español<br />

17 .<br />

El único resultado claro que<br />

alcanzaba esta dinámica disciplinaria<br />

ha sido el de generar en<br />

la tropa una indefensión aprendida.<br />

Concepto que alude a una<br />

situación social en la que una<br />

persona ha aprendido que no<br />

puede controlar los acontecimientos<br />

del entorno que le afectan<br />

directamente, que no hay refugio,<br />

que no hay salida, que sólo<br />

cabe resignarse a que el propio<br />

destino está en manos ajenas.<br />

Puede parecer una descripción<br />

exagerada que acusa a los<br />

militares de hacer cosas horribles.<br />

Sin embargo, este estado<br />

de indefensión es relativamente<br />

normal en los procesos de ingreso<br />

y asimilación en distintos tipos<br />

de instituciones totales 18 (internados,<br />

prisiones, barcos, cuar-<br />

16 Datos obtenidos para la elaboración<br />

de la tesina de licenciatura, año<br />

1987, y corroborados posteriormente<br />

por las investigaciones de Zulaika<br />

(1989), Oficina del Defensor del Soldado<br />

(1991), Rambla (1994) y por las<br />

investigaciones que venimos realizando<br />

desde el Grupo de Estudios sobre la Reforma<br />

de las Fuerzas Armadas en los últimos<br />

dos años, véase una exposición<br />

detallada en García de la Cruz (1998b).<br />

17 La importancia de las tareas del<br />

hogar militar en las FF AA, bien mirada,<br />

puede considerarse una reivindicación<br />

de la devaluada labor del ama de casa;<br />

ahora bien, no debemos basar nuestra<br />

capacidad defensiva en ello, y si lo hacemos<br />

desde luego las academias militares<br />

deberían introducir asignaturas<br />

que abordarán más en serio estos asuntos<br />

domésticos.<br />

60 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


teles, etcétera). Lo singular, y esto<br />

sí que es terrible, es que la organización<br />

militar no ofrezca<br />

una salida institucional a esta fase<br />

de indefensión. Es decir, que,<br />

como ya hemos adelantado, no<br />

culmine el proceso de asimilación<br />

de la tropa.<br />

Lo aparentemente absurdo es<br />

que la actividad de sancionar se<br />

haya constituido en la principal<br />

tarea de los mandos sobre la tropa.<br />

¿Qué función puede tener<br />

someter a tanta gente a una situación<br />

tan tensa, desagradable y<br />

sin salida?<br />

A la luz de lo descrito, parece<br />

que el único objetivo claramente<br />

alcanzado por las FF AA respecto<br />

al servicio militar obligatorio,<br />

que también se ha llegado a calificar<br />

como “retención administrativa<br />

del ciudadano” 19 , ha sido<br />

mostrar su capacidad de hospedar,<br />

eso sí, bajo una severa cultura<br />

de la disciplina a una media de<br />

250.000 ciudadanos al año. Ahora<br />

bien, ésta no parece una labor<br />

necesaria para nadie. Seguro que<br />

la mayoría de los soldados que<br />

han sido llamados a filas hubieran<br />

preferido seguir viviendo en<br />

sus casas. Por tanto, hay que buscar<br />

otra función alternativa a la<br />

hostelera. La hipótesis explicativa<br />

que propongo es muy simple y,<br />

por tanto, fácilmente refutable.<br />

La tropa española ha sido inmolada<br />

durante lustros con el objetivo<br />

de ocupar en algo a la temible<br />

institución militar. Supongo<br />

que era suficiente con que los militares<br />

no se dedicaran a pensar:<br />

¿Qué hacemos? ¿Cuál es nuestra<br />

misión en España? Había que<br />

mantenerlos ocupados y alimentados<br />

(material y simbólicamente)<br />

con algo que estuviera fuera<br />

del ámbito político 20 . Lo más fácil<br />

era continuar entreteniéndoles<br />

con lo que venían haciendo, pero<br />

esto ha tenido un coste social:<br />

hemos ofrendado un año de la<br />

18 Goffman, E. (1972), pág. 13.<br />

19 Reconozco la capacidad descriptiva<br />

y profundidad de esta denominación<br />

que he leído a Cachinero (1992),<br />

pág. 172.<br />

20 Estas afirmaciones requieren muchas<br />

matizaciones y argumentos, pero<br />

esto desviaría el objetivo de este trabajo.<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

vida de millones de jóvenes para<br />

mantener atareados en su hospedaje<br />

a los ejércitos españoles. Esta<br />

dinámica continuista ha propiciado<br />

que en plena democracia<br />

se haya mantenido la figura del<br />

ciudadano siervo, sin duda como<br />

herencia directa del anterior régimen<br />

político 21 .<br />

Éste es el panorama general<br />

del servicio militar obligatorio español<br />

hasta el día de hoy. Ahora,<br />

y ante la evidencia del total derrumbamiento<br />

de esta institución<br />

social que era la mili, se propone<br />

su reforma. En efecto, en esto parece<br />

que hay una gran coincidencia.<br />

Ahora bien, lo lógico es pensar<br />

que se van a estudiar y a rectificar<br />

los errores cometidos. Pero<br />

no, se aplica sin debate social un<br />

giro total, eso sí (¡sorpresa!), todo<br />

a las órdenes de la misma élite burocrática<br />

militar que ha liderado<br />

el fracaso del anterior diseño.<br />

2. ¿Qué nos proponen?:<br />

trabajo precario<br />

El Nuevo Modelo de Fuerzas Armadas<br />

gravita sobre la eliminación<br />

del actual servicio militar<br />

obligatorio y su transformación<br />

en otro totalmente profesional<br />

(aunque aquí mantengo que es<br />

más adecuado denominarlo como<br />

seudoprofesional), modificación<br />

que se centra en la sustitución<br />

de la tropa de ciudadanos<br />

(que cumplen un deber constitucional)<br />

por trabajadores (que<br />

realizan la tarea a cambio de un<br />

salario). Estamos ante una mercantilización<br />

del servicio militar,<br />

esto es, del “derecho y deber de<br />

defender a España” 22 . Nada que<br />

objetar a esta decisión política;<br />

por cierto, más cara económicamente<br />

23 . Mi crítica no está dirigida<br />

a la creación de una tropa<br />

21 Sobre el proceso de cambio y su<br />

repercusión en los derechos de la ciudadanía<br />

puede verse García de la Cruz,<br />

1998c y 1998d.<br />

22 Artículo 30.1 de la Constitución<br />

española de 1978.<br />

23 Sin olvidar que en contraste con<br />

el coste puramente económico están los<br />

costes sociales, educativos, etcétera, que<br />

también conviene valorar antes de apresurar<br />

un balance positivo o negativo de<br />

esta o cualquier otra reforma, véase: Cosido<br />

(1992).<br />

profesional, sino a su hipotético<br />

carácter de seudoprofesional y a la<br />

prolongación del control coercitivo,<br />

disciplinario, sobre la tropa<br />

ahora profesional.<br />

Nos enfrentamos a la gestación<br />

de una figura laboral decimonónica.<br />

Los soldados que<br />

conformarán la tropa profesional<br />

son trabajadores precarios y<br />

sin futuro profesional (se habla<br />

de “compromisos renovables” o<br />

–cabría añadir– no renovables.<br />

¿Cuándo sí y cuándo no? ¿Quién<br />

lo decide? ¿Hasta cuándo será renovable<br />

el contrato de estos profesionales?<br />

¿Por qué está limitada<br />

su permanencia a cinco o seis<br />

años?) 24 .<br />

El inquietante escenario laboral<br />

que se está configurado se<br />

puede sintetizar así: una tropa<br />

sujeta al mismo control disciplinario<br />

que había en el servicio<br />

militar obligatorio y que, además,<br />

estará amenazada o al menos<br />

temerosa de que no le sea<br />

renovado su contrato de permanencia,<br />

es decir, su trabajo (el<br />

sueldo con el que viven seguramente<br />

el soldado y su familia,<br />

–¿o se les prohibe casarse y tener<br />

hijos?–). Por consiguiente, podríamos<br />

estar ante la generación<br />

de una figura de empleo público<br />

precario y sujeta a un despido<br />

libre camuflado, condicionada<br />

por renovaciones de contrato<br />

que quedan al arbitrio de la patronal<br />

de turno, en este caso el<br />

Ministerio de Defensa y sus capataces,<br />

los mandos militares.<br />

Eso sí, y me parece que aquí está<br />

el truco, esta profesionalización<br />

va a afectar a menos ciudadanos<br />

y me temo que sólo a cier-<br />

24 “La permanencia media deseable<br />

en activo para la tropa y marinería profesional<br />

se cifra en un periodo de cinco<br />

a seis años…”. Nuevo Modelo de Fuerzas<br />

Armadas, proyecto presentado por el<br />

Ministerio de Defensa al Congreso de<br />

los Diputados en el mes de diciembre<br />

de 1996. Aunque el propio ministro declara,<br />

por otro lado, que un 15% de los<br />

soldados profesionales podrán tener empleo<br />

durante toda su vida laboral en las<br />

FF AA (Abc, viernes, 13-3-98, pág. 28).<br />

Pero, no se sabe quiénes ni cómo ni por<br />

qué. Bien pensado, este embudo (un<br />

15% del total se salvarán) todavía empeora<br />

más el escenario laboral, le añade<br />

un grado más a la amenaza del despido.<br />

JUAN JOSÉ GARCÍA DE LA CRUZ<br />

tos perfiles sociales, librando de<br />

estas duras circunstancias laborales<br />

a los sectores juveniles de la<br />

sociedad más críticos con lo militar.<br />

En todos los procesos de profesionalización<br />

las Fuerzas Armadas<br />

salen al mercado de trabajo<br />

a competir por atraer a sus<br />

filas a los jóvenes. Por tanto, las<br />

FF AA tendrán que disputar por<br />

su tropa con las empresas civiles<br />

y las administraciones públicas<br />

en general, y muy directamente<br />

con todos los cuerpos de seguridad<br />

(Policía Nacional, Guardia<br />

Civil, policías autonómicas y locales).<br />

De este modo, la incorporación<br />

de los futuros profesionales<br />

queda determinada por<br />

la dinámica del mercado (oferta<br />

y demanda), por la imagen de la<br />

empresa, por las expectativas laborales,<br />

el nivel de salarios, las<br />

condiciones laborales, etcétera.<br />

Ahora bien, el panorama actual<br />

del mercado laboral juvenil español<br />

está ensombrecido por<br />

una tasa de paro cercano al<br />

40%, con claros desequilibrios<br />

geográficos y sociales 25 . Estamos<br />

ante tasas de paro juvenil que<br />

minimizan la capacidad de selección<br />

de los jóvenes sin empleo,<br />

sobre todo en los que no<br />

tienen expectativas. En este escenario<br />

social aparece el Ministerio<br />

de Defensa haciendo una<br />

oferta anual de empleo público<br />

de 10.00 a 15.000 puestos remunerados<br />

y con un horizonte<br />

laboral de cinco años. La pregunta<br />

más adecuada no es<br />

¿quién acudirá a la llamada?, sino<br />

¿quién puede prescindir de<br />

la oferta de las FF AA?<br />

La respuesta la basamos en la<br />

combinación de cinco factores<br />

que nos permiten apuntar el perfil<br />

general de los jóvenes que no<br />

alimentarán nunca la tropa profesional,<br />

los nuevos excluidos.<br />

Desde un enfoque socioeconómico,<br />

los pertenecientes a las clases<br />

sociales con más recursos económicos.<br />

Desde una perspectiva<br />

económico-regional, los residentes<br />

en las zonas con mayor espe-<br />

25 Véase, VV AA 4. Informe España<br />

1996, págs. 77-165. (1997).<br />

61


LA SEUDOPROFESIONALIZACIÓN DE LA TROPA<br />

ranza de empleo (esto es, en las<br />

ciudades y pueblos con crecimiento<br />

de empleo). Si tomamos<br />

en consideración la variable nacionalista,<br />

aquellos que viven en<br />

las comunidades autónomas con<br />

un sentido nacional propio (como<br />

Cataluña o el País Vasco).<br />

Según la formación, se autoexcluirán<br />

los que tengan titulaciones<br />

universitarias o profesionales<br />

con demanda en el mercado de<br />

trabajo civil. Y finalmente, desde<br />

una perspectiva sociopolítica,<br />

aquellos ciudadanos con una actitud<br />

más crítica hacia lo militar<br />

y los símbolos que abanderan.<br />

Si cruzamos estos cinco perfiles<br />

de exclusión obtenemos un panorama<br />

inquietante: los candidatos<br />

a tropa profesional provendrán<br />

mayoritariamente de<br />

sectores sociales definidos por la<br />

ausencia de esos cinco rasgos. A<br />

este complejo proceso social de<br />

selección hay quien, sarcásticamente,<br />

lo ha denominado “elitización<br />

por debajo” 26 .<br />

De esta manera, el Nuevo<br />

Modelo de Fuerzas Armadas esquiva<br />

a los jóvenes potencialmente<br />

más censores, seleccionando<br />

la tropa profesional de un<br />

sector juvenil reducido 27 , pero<br />

con menos expectativas de trabajo.<br />

Con este cambio, los gestores<br />

de Defensa han enmudecido<br />

la voz de los más críticos y de<br />

la forma más simple, dejándolos<br />

fuera del ámbito militar. Precisamente,<br />

este rediseño permitirá<br />

que aunque la situación disciplinaria<br />

de la nueva tropa llegue a<br />

ser incluso peor que la descrita<br />

para el servicio militar obligatorio,<br />

apenas genera problemas a<br />

26 “… Con el modelo profesional se<br />

corre el riesgo de una cierta elitización<br />

por debajo en la composición de sus integrantes…”,<br />

Moya (1992), pág. 102.<br />

27 La hipótesis es que una parte de<br />

los jóvenes se autoexcluirán por cualquiera<br />

de las cinco razones enumeradas,<br />

pero a esto hay que añadirle aquellos<br />

que prefieran cualquiera de las ofertas<br />

de empleo público que realizan las<br />

fuerzas de seguridad. De hecho, parte de<br />

esta hipótesis se podrá refutar cuando se<br />

conozca cuántos aspirantes hay a las<br />

12.703 plazas que Defensa ofertará en el<br />

año 1998. ¿Cuántos aspirantes hay para<br />

las plazas en otras ofertas públicas?<br />

Normalmente la proporción es de 10<br />

por cada plaza, cuando no de 100.<br />

los responsables del Ministerio<br />

de Defensa. La voz de la tropa<br />

profesional será menos crítica,<br />

más sumisa y dependiente económicamente.<br />

Todo ello gracias<br />

a la preselección social antes descrita<br />

28 . En cualquier caso, si dan<br />

problemas, siempre tendrán<br />

abierta la salida al mercado de<br />

trabajo.<br />

Por otra parte, lo que ahora<br />

mismo, con altas tasas de paro<br />

juvenil, permite a las FF AA seleccionar<br />

y mantener una situación<br />

de fuerza, puede cambiar<br />

en su contra, y entonces tendrán<br />

que ser más seductores, salir al<br />

mercado de trabajo y competir<br />

con otras ofertas 29 . Sin embargo,<br />

y esto es pura predicción (ciencia-ficción),<br />

creo que las FF AA<br />

buscarán incrementar su atractivo<br />

sin cambiar lo que no han<br />

querido modificar hasta ahora y,<br />

probablemente, acudirán a beneficios<br />

vía BOE o aumentar los<br />

salarios vía presupuestos.<br />

3. Todavía peor,<br />

‘trabajadores siervos’<br />

Efectivamente, como ya hemos<br />

mencionado, el nuevo modelo<br />

no rectifica la potestad disciplinar<br />

sino que, muy al contrario,<br />

entiendo que se le añade un<br />

nuevo instrumento, seguramente<br />

más poderoso aún: el despido<br />

libre. Debemos preguntarnos<br />

qué figura laboral producen estas<br />

condiciones de trabajo tan<br />

frágiles. ¿Quién se atreverá a<br />

quejarse de qué, cuándo, ante<br />

quién y qué consecuencias tendría<br />

para el demandante? A la<br />

luz de este panorama, y con los<br />

antecedentes de la dinámica disciplinaria<br />

que hemos visto, el<br />

nuevo escenario militar está abo-<br />

28 Voz (voice) concepto propuesto<br />

en Hirschman, (1970).<br />

29 “Se trata, pues, de una situación<br />

fuertemente competitiva, teniendo en<br />

cuenta, además, que el empleo en el sector<br />

civil es abundante para los jóvenes<br />

relativamente descualificados. Debo señalar<br />

que, ni siquiera con una opinión<br />

pública favorable y promilitarista como<br />

la actual, hubiera sido posible cubrir las<br />

necesidades del Ejército con personal<br />

cualificado –y subrayo lo de cualificado–<br />

si no hubiera sido por la participación<br />

de las mujeres…”, Franklin, Pág.<br />

40, 1992.<br />

nado para que se puedan cometer<br />

verdaderas atrocidades laborales<br />

con la tropa profesional.<br />

Reconozco que estoy siendo<br />

muy pesimista. Podría ser que<br />

ante la tropa profesional los<br />

mandos cambien su actitud y no<br />

utilicen su amplia y arbitraria<br />

potestad sancionadora. Seguramente<br />

es una deformación profesional<br />

pero estoy convencido<br />

de que si un puesto organizativo<br />

posibilita el mando personal y<br />

arbitrario, la mayoría de los que<br />

tengan el privilegio de ocuparlo<br />

acabarán utilizándolo, en una<br />

ocasión u otra. El equilibrio de<br />

los intereses en conflicto no puede<br />

quedar en manos de la supuesta<br />

bondad, misericordia o<br />

sabiduría de los siempre autoproclamados<br />

como justos y certeros<br />

jefes o patrones.<br />

En el ámbito militar la defensa<br />

de los intereses se realiza individualmente<br />

por el conducto reglamentario,<br />

esto es, a través de<br />

la cadena de mando. Por ejemplo,<br />

si a un soldado le han sancionado<br />

o no le conceden lo que<br />

él considera un derecho tienen<br />

que plantear una reclamación<br />

ante los jefes superiores al mando<br />

implicado y posteriormente, en<br />

los casos que proceda, un recurso<br />

por lo contencioso administrativo.<br />

Esta vía de reclamación<br />

se ha mostrado repetidamente<br />

inútil 30 . No ofrece garantías a los<br />

afectados y, por tanto, es incapaz<br />

de canalizar y solucionar los<br />

conflictos surgidos en las actividades<br />

cotidianas, como las sanciones<br />

por faltas leves. En el mejor<br />

de los casos ha servido para<br />

solventar asuntos puramente burocráticos<br />

que no implican reclamaciones<br />

directas ante una orden<br />

de la cadena de mando inmediata.<br />

Ni siquiera el acuerdo<br />

entre el Ministerio de Defensa y<br />

el Defensor del Pueblo consiguió<br />

recoger este tipo de quejas 31 .<br />

30 En este sentido pueden verse los<br />

informes anuales de la Oficina del Defensor<br />

del Soldado.<br />

31 Al menos, en un número estimable.<br />

Puede verse en las estadísticas de<br />

los Informes del Defensor del Pueblo<br />

comparando los años 1988, 1989,<br />

1990, 1991 y 1992.<br />

En estas circunstancias cabe<br />

preguntarse quién defenderá los<br />

intereses individuales y colectivos<br />

de estos empleados públicos.<br />

¿Dónde, cómo y quién protegerá<br />

a un soldado profesional de una<br />

negativa a renovarle su contrato o<br />

de una sanción disciplinaria injusta?<br />

¿Qué organizaciones encarnarán<br />

sus intereses ante el Ministerio<br />

de Defensa 32 ? ¿Serán representados<br />

por sus mandos<br />

naturales ante otros mandos no<br />

naturales? No es aconsejable confiar<br />

en el paternalismo y el ya<br />

mencionado código caballeresco<br />

del perfecto oficial en el que se ha<br />

parapetado la organización militar<br />

española para defender la situación<br />

de indefensión de la tropa<br />

hasta el día de hoy. Un desfasado<br />

paternalismo basado en la<br />

idea de que los mandos son los<br />

que protegen, cuidan e incluso<br />

están al servicio de la tropa. Parece<br />

más conveniente que los intereses<br />

de un colectivo de afectados,<br />

en este caso el de la tropa y<br />

marinería profesional, sean defendidos<br />

por ellos mismos; nunca<br />

por unos terceros que tienen<br />

sus propios intereses en el mismo<br />

escenario laboral y, además, son<br />

los jefes de los primeros.<br />

¿Cómo se puede catalogar a<br />

unos trabajadores sujetos a una<br />

disciplina como la descrita? Con<br />

contratos anuales o bianuales renovables<br />

a criterio de sus superiores.<br />

A empleados públicos<br />

que tienen prohibida su sindicación<br />

o asociación reivindicativa;<br />

por tanto, a trabajadores sin<br />

fórmula de negociación colectiva<br />

de sus condiciones de trabajo.<br />

Trabajadores cuya vía de reclamación<br />

individual está superpuesta<br />

a la propia cadena de<br />

mando que ha de ser la causa de<br />

los problemas que podrían denunciar.<br />

A una situación laboral<br />

exenta de los imprescindibles<br />

mecanismos de control y fiscalización<br />

que garantice los derechos<br />

fundamentales o laborales<br />

de cualquier trabajador.<br />

32 En algunos países europeos está<br />

permitida la asociación o incluso la sindicación<br />

de la tropa, véase: The Guide<br />

book for creating o representantion system<br />

for conscripts, 1993.<br />

62 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


Según he ido enumerando estas<br />

circunstancias laborales se ha<br />

perfilado nítidamente una figura<br />

laboral más cercana al medievo<br />

que al siglo XX y, por supuesto,<br />

inaceptable para el XXI.<br />

La reforma (el Nuevo Modelo de<br />

Fuerzas Armadas) ha llevado a<br />

la tropa española desde ciudadanos<br />

siervos a trabajadores siervos.<br />

4. Asuntos que no<br />

se han abordado<br />

Ya hemos visto que el Nuevo<br />

Modelo de Fuerzas Armadas<br />

propuesto no solucionaba dos<br />

insuficiencias que la organización<br />

militar arrastra desde su anterior<br />

etapa (fracaso en la asimilación<br />

y abuso disciplinario 33 ).<br />

Pero a esto hay que sumarle que<br />

este proyecto tampoco prepara<br />

a las FF AA, al menos en tres aspectos<br />

esenciales e ineludibles en<br />

cualquier proceso de profesionalización<br />

de la tropa: a) el reciclaje<br />

de los cuadros de mandos;<br />

b) la reforma de la carrera militar,<br />

y c) la puesta en marcha de<br />

una vía de reclamación fiable y<br />

potente al servicio de todos los<br />

miembros de las FF AA, especialmente<br />

de la tropa. En lugar<br />

de acometer estos problemas, la<br />

organización militar ha buscado<br />

una salida, me temo que provisional,<br />

poniéndoles una sordina.<br />

Arteramente pretenden buscar<br />

la solución de sus fallos de la<br />

misma forma que la madrastra<br />

de Blancanieves: rompiendo el<br />

espejo que insiste en decirles que<br />

no son los mejores.<br />

El nuevo diseño permite a la<br />

burocracia militar volver la es-<br />

33 En este sentido se pronuncia el<br />

CGPJ en su informe sobre el Anteproyecto<br />

de Ley Orgánica de Régimen Disciplinario<br />

de las Fuerzas Armadas, emitido<br />

el pasado 2 de julio de 1997, citando<br />

y haciendo suya la Sentencia del<br />

Tribunal Constitucional 21/1981, de<br />

15 de julio: “… La separación entre Derecho<br />

disciplinario y Derecho penal militar<br />

adquiere así un relieve especial,<br />

pues, dada la dificultad de establecer<br />

una línea divisoria nítida entre la acción<br />

disciplinaria y la acción penal, bastaría<br />

con calificar una infracción de disciplinaria<br />

para así sustraerla a la obligación<br />

fundamental de seguir un procedimiento<br />

con las debidas garantías”.<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

palda al espejo social que les estaba<br />

reflejando todas sus incongruencias<br />

y fallos (asociaciones<br />

juveniles, objeción de conciencia,<br />

Oficina del Defensor del<br />

Soldado, familiares de soldados,<br />

medios de comunicación, etcétera).<br />

Ahora se han comprado;<br />

mejor dicho, la sociedad española<br />

les está pagando un espejo<br />

sumiso: una tropa joven, amordazada<br />

por las necesidades económicas<br />

(eso sí, supuestamente<br />

libre de firmar o no su ingreso),<br />

que por tanto, rehusará la queja<br />

y que provocará menor eco social<br />

(el número de padres, amigos<br />

y familiares que les respaldan<br />

disminuirá enormemente); y<br />

además, todo ello lo sufraga esa<br />

sociedad civil que protestaba.<br />

No es por nada, pero la jugada<br />

les ha salido redonda (¿A quién<br />

o quiénes?).<br />

A) El reciclaje de los cuadros<br />

de mando. Curiosamente, para<br />

lograr esta tropa de trabajadores<br />

siervos, la formación y el modelo<br />

de mando no ha tenido que<br />

cambiar en nada más allá de las<br />

normales modificaciones generacionales<br />

y las nuevas salidas<br />

profesionales que les ofrece la integración<br />

de nuestro país en todas<br />

las organizaciones internacionales.<br />

¿Es posible modificar una organización<br />

que es el ejemplo<br />

más radical de la jerarquía sin<br />

transformar la formación 34 de<br />

sus cuadros de mandos y dirigentes?<br />

Sinceramente, no. Cualquier<br />

innovación debe comenzar<br />

precisamente en y sobre los cuadros<br />

de mandos y dirigentes de<br />

la organización. En este sentido<br />

se han pronunciado quienes han<br />

estudiado y protagonizado procesos<br />

de profesionalización en<br />

otros países 35 . Las Fuerzas Armadas<br />

que cuentan con tropa<br />

profesional están obligadas a<br />

34 Hace cinco años Gustavo Suárez<br />

Pertierra afirmaba que: “… es imprescindible<br />

trabajar en la reforma de la enseñanza<br />

militar … reestructuración de<br />

los centros docentes militares y en la revisión<br />

y racionalización de los cursos de<br />

perfeccionamiento y altos estudios militares”,<br />

Suárez Pertierra, pág. 32, 1992.<br />

realizar un cambio radical en el<br />

trato y el concepto del soldado;<br />

ahora tienen que seducirles, hay<br />

“que conseguir un equilibrio en<br />

el que quepan tanto la disciplina<br />

y el respeto a la autoridad como<br />

la lealtad que induzca a seguir<br />

en el ejército… No obstante,<br />

conseguir este equilibrio requiere<br />

que los oficiales y<br />

suboficiales pasen; a su vez por<br />

una transición que les lleva a ser<br />

conscientes de este ambiente y<br />

estar dispuestos a promoverlo y<br />

mantenerlo” 36 .<br />

B) Sin cambios en la carrera<br />

militar. El atrincheramiento de<br />

los intereses de la élite burocrática<br />

militar en el diseño de esta<br />

reforma se muestra con toda su<br />

crudeza cuando observamos que<br />

la profesionalización de la tropa<br />

no ha modificado el diseño de la<br />

carrera militar precedente. Se<br />

mantienen sin cambios los privilegios<br />

que los oficiales y jefes<br />

alcanzan con el acceso directo a<br />

través de las academias generales.<br />

Estas instituciones seleccionan y<br />

moldean un perfil concreto de<br />

los futuros jefes militares, lo que<br />

faculta perpetuar una élite burocrática<br />

con creencias e intereses<br />

independientes de la propia<br />

organización. Y, por supuesto,<br />

permite un dominio total sobre<br />

la entrada en la cúspide de la organización<br />

militar; esto es algo a<br />

lo que, según parece, no se quiere<br />

renunciar 37 .<br />

Llama la atención que esta reforma<br />

permita que la sociedad<br />

35 “En EE UU, una de las tareas<br />

más complejas en la transición ha sido<br />

precisamente la formación de oficiales y<br />

suboficiales… la formación de los mandos<br />

militares es un aspecto tan relevante<br />

como el apoyo a los militares por<br />

parte de la población civil”, Franklin,<br />

pág. 43, 1992.<br />

36 Franklin Pág. 44, 1992.<br />

37 “No obstante, mientras la élite<br />

florezca como clase social o como equipo<br />

de hombres que ocupan los puestos<br />

de mando, siempre seleccionará y formará<br />

ciertos tipos de personalidad y rechazará<br />

otros… Desde el punto de vista<br />

del biógrafo, un hombre de las clases<br />

altas está formado por sus relaciones<br />

con otros como él en una serie de pequeños<br />

grupos íntimos por los cuales<br />

pasa y a los que puede volver a lo largo<br />

de su existencia”. Mills, pág. 22, 1987.<br />

JUAN JOSÉ GARCÍA DE LA CRUZ<br />

civil nutra directamente la tropa<br />

pero no que nuestros más brillantes<br />

universitarios o profesionales<br />

puedan pasar a formar parte<br />

directamente de los cuadros<br />

de mandos superiores (excepción<br />

hecha de los cuerpos de: juristas,<br />

médicos, psicólogos, sacerdotes<br />

y la falsa puerta de la escala de<br />

complemento). En cualquier caso,<br />

incluso estas estrechas ranuras<br />

de acceso alternativo obligan al<br />

paso por el filtro; éste sí que es<br />

asimilador de alguna de las academias<br />

generales, instituciones<br />

que generan el único colectivo<br />

digno de alcanzar los altos empleos<br />

del escalafón militar.<br />

C) Sin vía de reclamación fiable.<br />

El tercer asunto que también<br />

ha evitado esta reforma es la<br />

generación de una vía de reclamación<br />

que ofrezca garantías a<br />

los potenciales usuarios, especialmente<br />

la tropa. La creación<br />

de un canal de queja de confianza<br />

y efectivo aparece como un<br />

requisito ineludible para apuntalar<br />

el atractivo de un servicio<br />

militar profesional 38 . Este tipo<br />

de iniciativas no entra en conflicto<br />

con la estructura de mando,<br />

a no ser que se tenga un concepto<br />

autoritario y trasnochado<br />

de lo que es el mando. De hecho,<br />

una fuerzas armadas tan poco<br />

sospechosas de ineficacia o de<br />

debilidad disciplinaria como son<br />

la US Army tienen en marcha la<br />

figura del Inspector General (IG),<br />

una especie de ombudsman militar.<br />

Al IG puede acceder directamente<br />

cualquier miembro de las<br />

Fuerzas Armadas, de forma verbal<br />

y escrita, e incluso se admiten<br />

quejas anónimas 39<br />

Como es sabido, las FF AA<br />

españolas no han afrontado este<br />

problema. Pero esta omisión es<br />

más llamativa cuando todas las<br />

administraciones públicas españolas<br />

han acometido con enorme<br />

entusiasmo la defensa de los in-<br />

38 “Safeguarding individual rights<br />

becomes one of the various inducements<br />

to the enlistment and retention<br />

of personnel as well as a strategy to ensure<br />

effective organizational performance”,<br />

Evan, pág. 100, 1993.<br />

39 Evan págs. 99-103, 1993.<br />

63


LA SEUDOPROFESIONALIZACIÓN DE LA TROPA<br />

tereses de los ciudadanos, tanto<br />

colectiva como individualmente.<br />

Podríamos decir, incluso que la<br />

figura del Defensor del Pueblo a<br />

la que se asemeja tanto el inspector<br />

general americano se ha puesto<br />

de moda en España, seguramente<br />

como la fórmula más accesible<br />

que puede legitimar la<br />

gestión pública y, sin duda, mejorar<br />

el servicio de las organizaciones<br />

públicas a sus usuarios 40 .<br />

5. Una reforma a la carta<br />

Una decisión de la envergadura<br />

que ha tenido la profesionalización<br />

de la tropa, sin ninguna<br />

duda, ha dejado un rastro de<br />

dramas organizativos. Intereses<br />

legítimos pisoteados o ignorados;<br />

otros sobrevalorados e, incluso,<br />

algunos sorprendentemente<br />

fortalecidos. De hecho,<br />

el análisis de los procesos de decisión<br />

en las organizaciones ha<br />

sugerido a los más inteligentes<br />

analistas la conveniencia de utilizar<br />

los conceptos de ambigüedad<br />

y anarquía organizativa, que<br />

nos indican la conveniencia de<br />

moderar el entusiasmo por los<br />

análisis predictivos y, sobre todo,<br />

la prudencia de no caer en el espejismo<br />

de los post factum 41 , en<br />

los que extrañamente todo encaja,<br />

como si la realidad no fuera<br />

paradójica.<br />

Las FF AA españolas encajan<br />

en el modelo organizativo que<br />

Henry Mintzberg ha denominado<br />

“sistema cerrado” 42 , en el que<br />

todo el poder está en manos de<br />

una coalición interna que se sirve<br />

a sí misma, en el caso que analizamos,<br />

lastrada por una ideología<br />

decimonónica.<br />

La coalición dominante en<br />

nuestras FF AA está compuesta<br />

por la élite burocrática militar<br />

43 , esto es, los oficiales y jefes<br />

militares que ocupan puestos de<br />

dirección en el Ministerio de<br />

40 Este tema está tratado en: García<br />

de la Cruz (1995) y (1998c).<br />

41 Como indicaban dos grandes autores<br />

de la sociología de las organizaciones:<br />

“Los motivos y las intenciones se<br />

descubren post factum (March, 1972)”,<br />

March y Olsen pág. 253, 1993.<br />

42 Mintzberg págs. 377-392, 1992.<br />

43 Sobre el concepto de élite burocrática<br />

véase, Beltrán 1977.<br />

Defensa.<br />

Si, como hemos apuntado, los<br />

objetivos y fines de cualquier organización<br />

están sometidos normalmente<br />

a las leyes de la ambigüedad<br />

y anarquía, en el asunto<br />

que analizamos estos dos factores<br />

se han elevado al cuadrado. La<br />

razón de ello está en que la organización<br />

militar española ha<br />

vivido en los últimos 20 años<br />

dos grandes cambios de su entorno.<br />

En el ámbito nacional, la<br />

democratización política y, en el<br />

internacional, la revolución militar<br />

que han implicado el desmoronamiento<br />

del bloque soviético<br />

y la incorporación de las innovaciones<br />

tecnológicas 44 .<br />

Recurriendo a una metáfora<br />

marinera podemos decir que en<br />

medio de esta gran marejada los<br />

burócratas militares han conseguido<br />

llevar la nave a su puerto.<br />

Y por el camino se han desprendido<br />

de la carga que podía haberles<br />

hundido su nave; nos referimos<br />

al servicio militar obligatorio.<br />

Asumiendo que “los colectivos<br />

no poseen otras intenciones<br />

que las que les impongan los individuos<br />

que ocupan puestos y<br />

roles en ellos… instituciones y<br />

colectivos carecen de intenciones.<br />

Sólo los hombres están dotados<br />

de ellas. Las instituciones<br />

no piensan, salvo en sentido metafórico”<br />

45 .<br />

Veamos quién ha pensado por<br />

la institución militar en la elaboración<br />

de esta reforma 46 . En<br />

principio se puede hablar de seis<br />

grandes colectivos de afectados<br />

por la profesionalización y, en<br />

general, por el diseño de unas<br />

nuevas FF AA: a) ciudadanos<br />

llamados al servicio militar obligatorio<br />

(más su familia y amigos<br />

que les apoyan); b) jóvenes<br />

que conformarán la tropa profesional;<br />

c) suboficiales; d) Oficiales<br />

y jefes; e) Gobierno (grupos<br />

parlamentarios que lo apoyan);<br />

44 Sobre este tema puede verse Cohen<br />

(1996) y, Lutwak (1995) y (1996).<br />

45 Giner, pág. 86, 1997.<br />

46 En este apartado estoy realizando<br />

un análisis post factum, que ya hemos calificado<br />

de espejismo de la realidad, con<br />

todas sus limitaciones y encantos.<br />

f) Resto de fuerzas políticas.<br />

Pues bien, a la hora de la verdad<br />

este hipotético hexágono de intereses<br />

se ha quedado en un<br />

triángulo (los famosos iron<br />

triangles, compuestos por Gobierno,<br />

burocracia y grupos de<br />

presión). En efecto, el diseño de<br />

la reforma ha sido producto de<br />

tres grandes colectivos de afectados:<br />

a) los conscriptos, representados<br />

por varias ONG y movimientos<br />

antimilitares; b) los<br />

grupos parlamentarios que sustentan<br />

al Gobierno y; c) la élite<br />

burocrática militar. El desenlace<br />

ha sido el lógico en una situación<br />

como la descrita: los tres<br />

colectivos que han participado<br />

en la negociación han defendido<br />

y alcanzado gran parte de sus<br />

objetivos, naturalmente a costa<br />

de los que han quedado fuera<br />

(víctimas de la negociación, perjudicados<br />

sin voz, los protagonistas<br />

de los dramas mudos o silenciados<br />

de este nuevo modelo<br />

de las FF AA).<br />

Por otra parte, la decisión de<br />

la profesionalización de la tropa<br />

ha eliminado totalmente al colectivo<br />

de conscriptos; ya nadie<br />

tendrá que ir al servicio militar<br />

obligatoriamente.<br />

De esta manera, el diseño final<br />

del nuevo modelo de FF AA<br />

ha quedado en manos de los burócratas<br />

militares y el Gobierno.<br />

La literatura sobre las formas<br />

que tiene la burocracia de influir<br />

en un proceso de reforma como<br />

éste es infinita, pero, en cualquier<br />

caso, siempre coincidente<br />

en que su poder de influencia es<br />

enorme 47 .<br />

En definitiva, el modelo de<br />

FF AA que se ha elaborado parece<br />

un premio a la élite burocrática<br />

militar (que, por cierto, ha sido<br />

la principal responsable del<br />

fracaso del servicio militar obligatorio),<br />

penalizando, al mismo<br />

tiempo, a la sociedad con un incremento<br />

del gasto en Defensa.<br />

6. ¿Qué nos perdemos?<br />

De llevarse a término este proyecto<br />

de profesionalización, tal<br />

47 Sobre este tema se puede ver Subirats,<br />

págs. 135-138, 1989.<br />

como está planteado, nos perdemos<br />

haber pasado en España<br />

por la fase de ciudadanos soldados<br />

48 . Un servicio militar en el<br />

que el protagonista es el ciudadano,<br />

no el militar de carrera. Y<br />

en el que los mandos hubieran<br />

tenido que efectuar un esfuerzo<br />

de humildad y adaptación a la<br />

realidad social, política y educativa<br />

de la juventud española. De<br />

este modo, se ha tirado por la<br />

borda el esfuerzo histórico vinculado<br />

a esa institución social,<br />

que ha sido “lo más de millones<br />

de españoles que han servido en<br />

los ejércitos a lo largo de estos<br />

últimos 20 años”.<br />

Con estos enunciados no se<br />

está defendiendo el sistema de<br />

leva obligatoria; ni mucho menos<br />

rechazando la profesionalización<br />

de la tropa. Simplemente,<br />

se deja constancia de que se ha<br />

sepultado viva a una institución<br />

social, el servicio militar obligatorio<br />

49 , sin analizar públicamente<br />

dónde radicaban sus defectos<br />

y posibles virtudes, hurtando<br />

a la sociedad española un<br />

debate profundo y sosegado sobre<br />

la modificación de sus<br />

FF AA 50 .<br />

Desde esta perspectiva, de lo<br />

que no se ha hecho, la reforma<br />

hacia la profesionalización que<br />

se ha realizado en España se<br />

muestra como un proceso aterradoramente<br />

frívolo y superficial.<br />

Pienso que las Fuerzas Armadas<br />

no deberían haberse desembarazado<br />

del servicio militar<br />

obligatorio tan alegremente. Estamos<br />

a las puertas de un nuevo<br />

siglo, en el que se nos proponen,<br />

al menos en los países desarrollados,<br />

múltiples ocupaciones<br />

no laborales 51 . Estamos entrando<br />

en un periodo en el que<br />

la población adulta puede dedicar<br />

una parte cada vez mayor<br />

48 Puell de la Villa, especialmente el<br />

capítulo IV. La génesis del ciudadanosoldado,<br />

págs. 101-138, 1996.<br />

49 Por cierto el servicio militar obligatorio<br />

es el modelo al que finalmente<br />

recurren todos los países cuando las cosas<br />

se ponen muy difíciles, es decir, si la<br />

guerra llega de verdad a su territorio.<br />

50 Debate que, por ejemplo, se ha<br />

realizado en Francia.<br />

51 Gorz, 1995.<br />

64 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


de su tiempo a tareas no remuneradas<br />

económicamente, no<br />

mercantilizadas.<br />

Se han satisfecho las necesidades<br />

de la élite burocrática militar<br />

sin que ellos hayan tenido<br />

que preocuparse por adaptarse a<br />

los cambios de su entorno social,<br />

la España del siglo XXI, la sociedad<br />

que les alimenta, según parece,<br />

dejándoles elegir a la carta.<br />

Pero, ¿por qué no se han<br />

planteado estas alternativas?<br />

Creo que se ha buscado la salida<br />

política y técnica más fácil a corto<br />

plazo (para los tres colectivos<br />

mencionados), malográndose la<br />

posibilidad de integrar la tarea<br />

de la defensa con la sociedad.<br />

Me temo que con esta seudoprofesionalización<br />

de la tropa que se<br />

ha diseñado se dan la espalda,<br />

ahora sí que definitivamente, la<br />

Defensa y la Sociedad. Por último,<br />

también nos perderemos<br />

que nuestras Fuerzas Armadas se<br />

modernicen en su cultura de<br />

mando. Mientras que en todos<br />

los campos laborales los expertos<br />

y responsables de los recursos<br />

humanos se han dado cuenta de<br />

que la disciplina no es el mejor<br />

sino el peor método para alcanzar<br />

mayor rendimiento laboral,<br />

el Nuevo Modelo de las Fuerzas<br />

Armadas, no sólo evita estas innovaciones,<br />

sino que profundiza<br />

en la cultura de la disciplina. En<br />

consecuencia, nuestro futuro<br />

Ejército seguirá utilizando y sospecho<br />

que abusando autoritariamente,<br />

del instrumento disciplinario,<br />

aunque todo esto son sólo<br />

predicciones y espero que no<br />

se cumplan. n<br />

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Juan J. García de la Cruz Herrero es<br />

profesor de Sociología en la Universidad<br />

de Castilla La Mancha y coordinador<br />

del Grupo de estudios sobre la Reforma<br />

de las Fuerzas Armadas.<br />

JUAN JOSÉ GARCÍA DE LA CRUZ<br />

www.progresa.es/claves<br />

dirección internet<br />

claves@progresa.es<br />

correo electrónico<br />

65


Se debe la siguiente reflexión<br />

a dos primeras causas ligadas<br />

entre sí. Una, la contemplación<br />

en la Fundación<br />

Thyssen-Bornemisza, de Madrid,<br />

donde estuvo expuesta desde<br />

noviembre de 1996 hasta febrero<br />

de 1997, de la colección<br />

de Juegos surrealistas, consistente<br />

en 100 cadáveres exquisitos, dibujos<br />

colectivos, de Breton, Picasso,<br />

Dalí, Miró, Eluard, Tanguy,<br />

Lorca, Granell, etcétera. Dicha<br />

exposición, la más exhaustiva<br />

en su género desde la organizada<br />

por André Breton en 1948 en la<br />

galería La Dragonne, de París, ha<br />

sido posible sobre todo, respecto<br />

a su fondo artístico e imaginativo,<br />

gracias al admirable empeño<br />

de Jean-Jacques Lebel, obvio<br />

comisario de la muestra por su<br />

directa relación con los surrealistas,<br />

por su dedicación de años<br />

a seleccionar y reunir 100 artefactos<br />

de entre más del triple<br />

considerados y por las cualidades<br />

mismas de este escritor, en cuanto<br />

lúcido y apasionado intérprete<br />

recreador de las propuestas del<br />

surrealismo y sus inmediaciones<br />

estéticas y filosóficas.<br />

La otra causa parte de la elección<br />

de una rareza contemporánea,<br />

tal vez no contaminada de<br />

falsedad, horror ni desesperanza:<br />

la ingenuidad voluntaria (y seguramente<br />

necesaria) con que se<br />

propone una reconsideración de<br />

más graves relaciones humanas a<br />

partir del fenómeno déjà-vu, pero<br />

tan activo como cuando nació<br />

en 1925, que es el cadáver exquisito.<br />

Ahora bien, entendamos<br />

la condición de in-genuo en un<br />

triple sentido, no sólo etimológico:<br />

como lo cándido candente,<br />

lo noble generoso y lo engendrado<br />

dentro o nacido libre. Es de-<br />

cir: la ingenua rareza se cifra en<br />

suponer que de alguna zona (no<br />

propiamente pictórica en cuanto<br />

a sugestión formal o coloratura<br />

matérica –ni ahora ni entonces–<br />

ni quizá demasiado original) del<br />

cadáver exquisito podría dispararse<br />

un proyectil de transformación<br />

sobre una finca social como<br />

en la que vivimos, minada<br />

por las armas habituales y tan<br />

manifiestamente mejorable. Esa<br />

zona propuesta se sitúa precisamente<br />

en los puntos de conexión<br />

entre los distintos trazos de los<br />

participantes en el juego, o sea,<br />

en un territorio de creatividad<br />

tendente a cero.<br />

Es sabido el procedimiento<br />

surrealista empleado en la elaboración<br />

de cadáveres exquisitos,<br />

gráficos o literarios (aunque nos<br />

centraremos en los primeros),<br />

ocultando sucesivamente cada<br />

colaborador, una vez utilizada en<br />

solitario secreto la parte del papel<br />

de su correspondiente expresión,<br />

signo o grafía elegidos a mayor o<br />

menor conciencia y expectativa<br />

de seguimiento. Así, la hoja de<br />

papel en cuestión se va plegando<br />

tantas veces –menos la de la última<br />

actuación, claro– como<br />

participantes intervengan (casi<br />

siempre no muchos más de tres,<br />

en sentido vertical, de arriba abajo,<br />

y en una hoja rectangular<br />

–gran condicionante este último,<br />

dicho sea de paso, así como<br />

la inercia antropomórfica de los<br />

actantes–).<br />

De todos modos, pocas alternativas<br />

de procedimiento quedarían,<br />

teniendo que aceptar una<br />

superficie convencional de plasmación<br />

que permitiera ir ocultando<br />

zonas tomadas. A un prolongado<br />

hábito repele además la<br />

elemental posibilidad de que, en<br />

todo caso, tal soporte de papel<br />

ARTES PLÁSTICAS<br />

RESURRECCIÓN<br />

DEL CADÁVER EXQUISITO<br />

JOSÉ MARÍA GARCÍA LÓPEZ<br />

plano, más o menos poroso o satinado,<br />

no fuera cuadrado o rectangular,<br />

vertical o apaisado. Ni<br />

qué decir tiene, por otra parte,<br />

que los surrealistas realizaban sus<br />

cadáveres exquisitos poniendo<br />

sobre la mesa materiales e instrumentos<br />

dibujísticos y pictóricos<br />

normalizados por el mercado:<br />

los previsibles productos delineadores<br />

y cromatizadores de<br />

las láminas. Y digamos también<br />

de una vez que su oreada telepatía<br />

amistosa no puede impresionar<br />

en cuanto a la coherencia de<br />

las monstruosidades globales obtenidas.<br />

Es evidente que se busca<br />

lo monstruoso adyacente a lo<br />

monstruoso humano conocido,<br />

según la idea de revolución y relación<br />

marxista que tantos quebraderos<br />

de cabeza supuso en los<br />

años treinta al difícil tándem<br />

Breton-Aragon y a sus múltiples<br />

compañeros de viaje y pasajeros<br />

disidentes o expulsados.<br />

Pero no es esa concatenación<br />

técnica ni el marco previo impuesto<br />

ni la fusión conceptual<br />

antropoteratológica lo que aquí<br />

se pretende analizar o reconducir,<br />

sino esas otras líneas sólo<br />

marcadas por los pliegues de las<br />

hojas, patentes al extenderlas en<br />

virtud de lo que podríamos llamar<br />

memoria del papel o memoria<br />

de la materia en general.<br />

En tales surcos no gráficos, sino<br />

más bien de costura sin hilos, yacen<br />

las partículas discretas donde<br />

los lápices, rotuladores, plumas o<br />

pinceles apenas tocan para despegar<br />

hacia cada espacio adjudicado<br />

a un impuro, pero irremisible,<br />

azar.<br />

Esas partículas devienen entonces<br />

semillas inconcretas pero<br />

de doble efecto, núcleos mínimos<br />

de significación, más que<br />

meros enlaces, apuntando a un<br />

ámbito pasado, arcano e inmediato,<br />

lo mismo que a otro futuro<br />

casi infinitamente misterioso.<br />

Así, el primer interventor en un<br />

cadáver proyectado entrega al segundo<br />

un verdadero y ciego testigo,<br />

igual que éste reenvía un<br />

imparcial mensajero al tercer colaborador,<br />

y así sucesivamente<br />

hasta el fin del espacio. Por unos<br />

instantes que remontan el tiempo<br />

queda flotando en la hoja la<br />

absoluta aceptación de unos<br />

hombres por otros, la entrega<br />

más generosa en interés de todos,<br />

en interés abierto o sin objeto<br />

previo.<br />

Un brote de emoción delicada<br />

surge en los últimos trazos de<br />

cada colaborador. Las líneas vacilan,<br />

se desnudan de su particular<br />

vocación estilística, parecen<br />

temblar ante lo desconocido<br />

de su continuación, de la contradicción<br />

presumible y casi<br />

siempre materializada. A la vez,<br />

la conexión y la partida oscilan<br />

desde esas bases, prolongan respetuosas<br />

las puntas de las ramas<br />

tendidas, las yemas que resultan<br />

a un tiempo radicales cofias zapadoras<br />

o “rizomas de dependencia<br />

recíproca”, según terminología<br />

de Félix Guattari 1 .<br />

Pero tal raíz o brote afectivo<br />

no es de vibración muy distinta<br />

de la de un sentimiento de solidaridad<br />

humana más acostumbrado<br />

a inclusión sociopolítica<br />

que a juego artístico. Y viene, por<br />

ejemplo, a la memoria un gesto,<br />

igualmente exquisito, del protagonista<br />

Dersu de la gran película<br />

de Akira Kurosawa (repuesta<br />

recientemente en cine y televisión)<br />

El cazador: el expresado<br />

1 Félix Guattari: Chaosmose. Éditions<br />

Galilée, París, 1992.<br />

66 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n 82


cuando, en su oficio de guía del<br />

destacamento ruso que explora<br />

la taiga, le pide al capitán que<br />

deje arroz, sal y cerillas en una<br />

cabaña abandonada para el caso<br />

de que algún hipotético caminante<br />

extenuado acierte a pasar<br />

por allí. El mismo Dersu repara<br />

la cubierta de cortezas ante los<br />

ojos atónitos de los soldados,<br />

mientras el capitán, impresionado<br />

por la generosidad del hombre,<br />

manda cumplir la solicitud y<br />

vacila también, como un nexo<br />

surrealista, observando la natural<br />

conducta, sin convencional agradecimiento<br />

siquiera, del otro.<br />

Por fortuna, cabe esta peregrina<br />

asociación, tratando de lo<br />

que se trata, y tan lógica es la<br />

impasibilidad bondadosa del<br />

guía mongol como tenues y respetuosos<br />

los citados puentes cadavéricos.<br />

La cabaña de abedules,<br />

tan levemente provista, se<br />

erige de ese modo en un libre<br />

reclamo, ya indestructible, de vida<br />

intensa y pacífica. Dersu no<br />

sabe del todo lo que significa su<br />

reparación, lo mismo que André<br />

Breton o Ives Tanguy tampoco<br />

intuirían todo lo que podrían<br />

sugerir sus pliegues lúdicos,<br />

coordinantes, causales o<br />

finales, tan arduos de obligados<br />

reflejos como de innovación.<br />

Pero no es tan relevante lo que<br />

tal vez ellos pretendieran. Si tomamos<br />

un cadáver exquisito<br />

(pongamos por caso uno realizado<br />

por Dalí, Valentine Hugo,<br />

Paul Eluard y Gala en 1930: el<br />

que, entre otras imágenes menos<br />

seguras, muestra una ficha daliniana<br />

de dominó y un jabalí que<br />

correspondería a Eluard), vemos,<br />

bajo los significados conjuntos<br />

inevitables, las asociaciones biográficas<br />

más o menos informadas,<br />

la provocación hermenéutica<br />

del resultado, y entre el humor, el<br />

miedo o lo desconocido real y<br />

promisorio, esos filamentos conectores,<br />

cuyo desprendimiento e<br />

inocencia fuerzan al máximo los<br />

límites de lo humano. Se salen<br />

de época e intencionalidad, fijando<br />

monstruosamente en lo<br />

mínimo una lección de conducta<br />

que hace innecesaria, por exceso,<br />

la tolerancia. Se manifiesta superior<br />

a todo correctivo de sociali-<br />

82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

zación política, a toda confrontación<br />

dialéctica e incluso a cualquier<br />

imaginable construcción de<br />

cultura. No se trata entonces, en<br />

sentido estricto, de una resurrección<br />

del cadáver tal como podríamos<br />

suponer que el Fénix renace<br />

de sus cenizas, pues lo que<br />

aquí renace no es un trasunto del<br />

pobre pájaro del mito, sino una<br />

verdadera esperanza histórica,<br />

una precisa ausencia visible.<br />

En el dibujo que se contempla<br />

(el que sea, y ni siquiera es imprescindible<br />

su visualización)<br />

Dalí parece concebir la planta<br />

cuyo fruto es una ficha de dominó.<br />

Su tallo se abandona a un<br />

nutriente ínfimo-fantasmagórico,<br />

del que Valentine Hugo se<br />

apropia sin miramiento alguno y<br />

con muy distinta intención. Pero<br />

alarga lo justo las dos líneas<br />

descendentes como si esa ligazón<br />

gratuita fuera de importancia<br />

capital. Una lluvia de ocelos o<br />

de pequeños senos alineados cae<br />

hacia el centro de la hoja y ter-<br />

André Breton<br />

mina por bifurcarse en raspas de<br />

pescado, nervios raquídeos o foliares.<br />

Tal configuración almendroide,<br />

mística u orgánica, genera<br />

o suspende el extraño jabalí.<br />

El animal vive de milagro en<br />

esa suspensión, pero no por eso<br />

pierde su fiereza ni deja de prolongar<br />

sus patas confusas en dos<br />

hilos de remate. Éstos se unen<br />

por fin en la parte inferior del<br />

cadáver en una especie de antifaz<br />

o gafas de cantero que miran ya<br />

fuera del dibujo. Todos los participantes<br />

se contradicen y aceptan<br />

sin violencia. Toman lo más<br />

insignificante de los otros como<br />

si fuera matriz de su más lograda<br />

realización y entregan esa posibilidad<br />

a cualesquiera otros órdenes<br />

o desórdenes.<br />

Así, lo mismo que el fiel Der-<br />

2 John Berger: Algunos pasos hacia<br />

una pequeña teoría de lo visible. Traducción<br />

de Pilar Vázquez y Nacho<br />

Fernández. Árdora Ediciones, Madrid,<br />

1997.<br />

su deja un punto de apoyo a<br />

quien no conoce, e incluso a<br />

quien quizá no lo aproveche<br />

nunca, los cadáveres exquisitos<br />

nos muestran hoy, en nuestra<br />

impuesta soledad de sujetos perdidos,<br />

un puente raro de comunicación,<br />

una de las marcas más<br />

nítidas de entrega y confianza en<br />

los otros. Y no suponen tanto<br />

ciertas frivolidades, entreguismos<br />

y abandonos surrealistas, lo efímero<br />

y casual de esos centelleos<br />

rizomáticos ni lo aislado del<br />

mencionado gesto mongólico,<br />

como el hecho de que tan puras<br />

inflexiones aún puedan detectarse,<br />

y con extraordinaria avidez<br />

actual, no importa desde qué<br />

instantáneo punto de vista.<br />

John Berger ha escrito hace<br />

muy poco que “no se puede definir<br />

un cuadro haciendo una lista<br />

de lo que hay en él, ni siquiera<br />

enumerando todas las pinceladas:<br />

un cuadro se convierte en lo<br />

que es de acuerdo a cómo mantiene<br />

unidas las cosas, o a cómo<br />

no consigue mantenerlas unidas<br />

2 ”. Es sabido, y sin embargo<br />

no viene mal reconsiderarlo en<br />

expresión tan palmaria, como<br />

tampoco cerciorarse de que un<br />

ingenio humano común y corriente<br />

inventaría antes o después<br />

el cadáver exquisito. Lo que de<br />

veras importa es reconocer en él,<br />

en John Berger, en el cosmos caótico<br />

y osmótico de Guattari o<br />

Deleuze, en la película de Kurosawa<br />

o en cualquier otra frontera,<br />

el más incondicional resquicio de<br />

comunicación, el puente cordial<br />

donde se tocan las raíces y los<br />

frutos del abedul. n<br />

[Cuando se me ocurrió el título de este<br />

artículo no sabía de la existencia de la<br />

tesis de Nicholas Baker Resurrecting the<br />

Cadavre exquis: André Breton and the<br />

surrealist game, Courtauld Institute of<br />

Art, University of London, 1995. Por<br />

supuesto, no es extraña tal coincidencia<br />

ni otras aproximaciones semejantes].<br />

José María García López es licenciado<br />

en Filología Hispánica y escritor.<br />

Autor de La ronda del pecado mortal y<br />

Memoria del olvido.<br />

67


C<br />

asi desde su llegada al poder,<br />

Castro tuvo en el<br />

punto de mira a la prensa.<br />

Primero se incautó de todos los<br />

medios de comunicación que<br />

habían servido a Batista o que<br />

apañadamente le pertenecían:<br />

los periódicos Alerta, Pueblo,<br />

Ataja, Mañana, la revista Gente,<br />

la emisora de Radio Mambí, y<br />

otros. De inmediato, igualmente,<br />

Revolución, órgano del Movimiento<br />

Veintiséis de Julio, salió<br />

de la clandestinidad y ocupó la<br />

redacción y los talleres de Alerta.<br />

Como cuando era impreso en<br />

mimeógrafo en los años de la<br />

dictadura batistiana y luego como<br />

una simple hoja también tirada<br />

a mimeógrafo en la Sierra<br />

Maestra, su director –que había<br />

sido su fundador– fue Carlos<br />

Franqui. En poco tiempo se convirtió<br />

en uno de los periódicos<br />

más vendidos de Cuba, pues representaba<br />

a la revolución, era<br />

como la voz de la revolución, y el<br />

público sentía avidez por leerlo.<br />

Castro permitió también que<br />

volviera a editarse Hoy, portavoz<br />

de los comunistas cubanos y que<br />

había sido clausurado por el presidente<br />

Carlos Prío Socarrás en<br />

1950, sin que el Gobierno de<br />

Batista levantara la prohibición<br />

que pesaba sobre él a pesar de<br />

que secretamente el partido había<br />

buscado que el general se lo<br />

devolviera. Pero, a diferencia de<br />

1940, el ex sargento taquígrafo<br />

no quería trato con ellos. La luna<br />

de miel entre el comunismo y<br />

el batistato había cesado.<br />

El primer choque de Castro<br />

con la prensa se produjo en fecha<br />

tan temprana como enero de<br />

1959, y sorprendió a todo el<br />

mundo. Ocurrió porque el semanario<br />

humorístico Zig-Zag<br />

publicó una caricatura de Fidel<br />

que mostraba a éste subiendo de<br />

nuevo a la Sierra Maestra, pero<br />

no rodeado de barbudos sino de<br />

bombines, esto es, de aduladores<br />

y trepadores de ocasión. Era una<br />

advertencia que el popular magacín<br />

quería hacerle para que se<br />

cuidara de los oportunistas que<br />

no habían hecho nada durante<br />

la lucha contra Batista, pero que<br />

ahora querían engancharse al carro<br />

de la revolución. Mas en vez<br />

de tomarlo así, como una advertencia<br />

que se le hacía, el comandante<br />

estimó aquella caricatura<br />

lesiva para su persona, como una<br />

forma de erosionar su prestigio, y<br />

en un mitin que se efectuó en la<br />

compañía petrolera Shell y que<br />

estaba siendo transmitido por la<br />

radio y la televisión, atacó duramente<br />

al semanario. Yendo más<br />

allá de lo que la caricatura podía<br />

significar (aunque aludió a ella<br />

diciendo que él jamás había estado<br />

rodeado de bombines ni lo<br />

estaría en su vida, que aquello<br />

era insultante y una calumnia),<br />

declaró que él nunca impondría<br />

la censura de prensa, pero que sí<br />

podía pedirle al pueblo que no<br />

comprara ninguna publicación<br />

que fuera contrarrevolucionaria.<br />

Tal fue el impacto de sus palabras<br />

que los vendedores callejeros<br />

de periódicos se negaron a<br />

vocear el siguiente número de<br />

Zig-Zag, e igual hicieron los dueños<br />

de estanquillos no poniéndolo<br />

a la venta. Asimismo, muchos<br />

de sus lectores habituales<br />

no osaron comprarlo, bien por<br />

solidaridad con el jefe de la revolución,<br />

bien por miedo a ser tildados<br />

de contrarrevolucionarios.<br />

De esta magnitud era el dominio<br />

que Castro ejercía ya sobre la población.<br />

Su guerra contra la prensa se<br />

había desencadenado. A propó-<br />

POLÍTICA<br />

CÓMO DESAPARECIÓ LA PRENSA<br />

INDEPENDIENTE EN CUBA<br />

CÉSAR LEANTE<br />

sito del fusilamiento de los “criminales<br />

de guerra” (el famoso<br />

“paredón”), que en el extranjero<br />

empezaba a ser visto como un<br />

“baño de sangre”, Castro también<br />

comenzó a atacar con más<br />

frecuencia a las agencias internacionales<br />

de noticias, sobre todo a<br />

las norteamericanas AP y UPI.<br />

Pero en sus diatribas incluía a la<br />

inglesa Reuter y a la francesa<br />

AFP, así como “a todas las P del<br />

mundo”. En sus ataques utilizaba<br />

un lenguaje “nacionalista” que tenía<br />

mucho de demagogo. Procuraba<br />

presentar las informaciones<br />

de las agencias internacionales no<br />

como dirigidas a su persona, ni<br />

siquiera al Gobierno revolucionario,<br />

sino a Cuba, al pueblo cubano,<br />

al que querían enlodar<br />

mostrándolo como criminal ante<br />

los ojos de la opinión pública<br />

mundial. La prensa local tampoco<br />

se libraba de su furia, y para él<br />

la mayoría de los rotativos cubanos<br />

eran “reaccionarios”, si no<br />

“contrarrevolucionarios”, con la<br />

excepción de Revolución y Hoy.<br />

Se alcanzó lo hiperbólico. Así,<br />

respaldándolo en su gresca, en la<br />

guerra particular de Castro contra<br />

la prensa, el ministro de Educación,<br />

Armando Hart, llegó a<br />

decir en una asamblea de periodistas<br />

que sólo él, Castro, le decía<br />

la verdad al pueblo. “Cuando el<br />

doctor Castro habla”, afirmó con<br />

rotundidad, “habla por todo el<br />

pueblo y, por tanto, expresa la<br />

opinión pública”. Con otras palabras:<br />

que Castro era la voz del<br />

pueblo. No obstante, antes de<br />

lanzarse a un ataque frontal contra<br />

la prensa que él llamaba “burguesa”,<br />

Castro buscó tener como<br />

aliados a los que la hacían materialmente:<br />

los obreros de los talleres<br />

y los periodistas. Más fácilmente<br />

podía contar con los<br />

primeros que con los segundos,<br />

ya que, como trabajadores que<br />

eran, aquéllos no podían vacilar<br />

en una elección entre sus patronos<br />

y una “revolución social” como<br />

la que se estaba haciendo.<br />

Con los periodistas era distinto,<br />

pues ellos estaban acostumbrados<br />

a hacer de la crítica su instrumento<br />

más idóneo, y desde<br />

las páginas de diarios como Prensa<br />

Libre, Información, El Mundo,<br />

El País, reclamaban el cese de los<br />

fusilamientos, la convocatoria a<br />

elecciones, el restablecimiento de<br />

la Constitución del 40. Ello les<br />

valía ser blanco perenne de los<br />

ataques de Revolución y Hoy, que<br />

no apartaban de su colimador –o<br />

de la célebre “mirilla telescópica”<br />

del rifle del comandante en<br />

jefe en la Sierra Maestra– a sus<br />

“colegas”.<br />

Por su lado, Fidel Castro no<br />

perdía ocasión de agredir a la<br />

prensa. Así, cuando Pedro Díaz<br />

Lanz, que era el jefe de su fuerza<br />

aérea, desertó y huyó con su familia<br />

a Miami, acusó a los periódicos<br />

de no escribir ni una sola<br />

letra contra el “traidor”. Y<br />

cuando injustamente puso preso<br />

a Huber Matos (condenándolo a<br />

20 años de prisión), a pesar de<br />

haber sido el segundo comandante<br />

con que contó el Ejército<br />

Rebelde y que en el momento<br />

de su detención era el jefe militar<br />

de Camagüey, estalló contra la<br />

prensa que había publicado la<br />

carta de renuncia de Matos. Luego,<br />

cuando en diciembre de<br />

1959 se celebró el juicio, un juicio<br />

amañado, sumarísimo, que<br />

no tuvo sino una sola sesión y<br />

en el que apenas se le dio oportunidad<br />

a Huber Matos de defenderse,<br />

con un tribunal absolutamente<br />

parcializado, Castro,<br />

al terminar el proceso en el cual<br />

68 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


había actuado más como acusador<br />

que como testigo, permitiéndose<br />

incluso llamarle la atención<br />

a los “jueces” porque el acusado<br />

“lo interrumpía”, esa noche<br />

se dirigió a Revolución y él mismo<br />

eligió el titular que al día siguiente<br />

aparecería en el periódico<br />

en grandes letras: “Aplastante<br />

alegato de Fidel en el juicio contra<br />

Huber Matos”.<br />

Mas no sólo agredía verbalmente<br />

a la prensa que no le era<br />

adicta, sino que alentaba a sus<br />

partidarios para que se manifestasen<br />

contra ella. A<br />

instancias suyas, estimulada<br />

por<br />

él, en septiembre<br />

de<br />

1959 una multitud<br />

se congregó ante el edificio<br />

del Diario de la Marina, en el<br />

céntrico paseo del Prado, frente<br />

al Capitolio Nacional, donde durante<br />

años había funcionado la<br />

democracia parlamentaria, y, por<br />

horas y horas, estuvieron insultando<br />

a este periódico y a su director,<br />

José Ignacio Rivero, a<br />

quien de antiguo los comunistas<br />

motejaban Pepinillo, ya que familiarmente<br />

era conocido como<br />

Pepín. Muchas veces el nombre<br />

del Diario de la Marina estuvo<br />

en boca de Castro en discursos y<br />

presentaciones en televisión y<br />

siempre para señalarlo como<br />

“enemigo histórico” de Cuba. Le<br />

recordó que en 1897 había festejado<br />

con un banquete la muerte<br />

de Antonio Maceo, general de<br />

los ejércitos insurrectos cubanos<br />

en las guerras de independencia<br />

de 1868 y 1895. Apelaba con<br />

ello al chovinismo más visceral<br />

y de hecho estaba haciendo un<br />

llamamiento al odio racial, ya<br />

que Maceo un mulato–, con toda<br />

razón era un ídolo para la po-<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

blación negra de Cuba. A periódicos<br />

como Información, Avance,<br />

El Mundo, El País, los tildaba de<br />

“servidores de la oligarquía”, tanto<br />

de la nacional como de la extranjera<br />

(los “monopolios” yanquis).<br />

Con Prensa Libre se mostraba<br />

más cauteloso por la<br />

simpatía de que este vespertino<br />

gozaba entre el público y al que<br />

no podía acusar de haber colaborado<br />

con la dictadura, ya que<br />

en los siete años que se prolongó<br />

ésta siempre se opuso a Batista, y<br />

siempre fueron inútiles los intentos<br />

de éste por sobornar al periódico.<br />

Astutamente, Castro no implantó<br />

la censura, como sí lo había<br />

hecho Batista durante algunos<br />

periodos de su gobierno, con<br />

resultados enteramente negativos.<br />

Castro tenía en cuenta este<br />

antecedente, aparte de que en el<br />

Manifiesto de la Sierra –firmado<br />

conjuntamente con Raúl Chibás<br />

y Felipe Pazos– se había com-<br />

Fidel Castro<br />

prometido a respetar la libertad<br />

de prensa. En cambio sí hizo saber<br />

que “los intereses de la revolución<br />

están por encima de los<br />

intereses de los periódicos”, y<br />

manipuló a los obreros de éstos,<br />

y a los no muchos periodistas<br />

con que podía contar, para que la<br />

ejercieran de una forma original.<br />

Fue la famosa coletilla, que a partir<br />

de enero de 1960 comenzó a<br />

aparecer al pie de determinados<br />

artículos y despachos. Rezaba<br />

más o menos así: “En virtud de<br />

la libertad de expresión existente<br />

en Cuba, se publica este artículo.<br />

Pero los trabajadores de este periódico<br />

quieren dejar constancia<br />

de que lo que en él se dice no se<br />

ajusta a los más elementales principios<br />

de la verdad periodística”.<br />

Aparentemente no era el Gobierno<br />

el que imponía esta velada<br />

forma de censura, sino los<br />

propios trabajadores, manuales e<br />

intelectuales, de esos periódicos.<br />

No pudiendo someter a la<br />

Asociación de Reporteros de La<br />

Habana, que presidía el conocido<br />

periodista de Bohemia Jorge<br />

Quintana, Castro maniobró para<br />

destituir a su directiva. Y así,<br />

en una reunión amañada que se<br />

celebró en noviembre de 1959, y<br />

a la que acudió sólo un 15% de<br />

su membresía, la asociación acordó<br />

relevar a la dirección y reemplazarla<br />

por una nueva, al frente<br />

de la cual se puso a un periodista<br />

absolutamente desconocido,<br />

sin prestigio alguno, que no sabía<br />

escribir pero sí intrigar, amén de<br />

ser comunista oculto (como Alfredo<br />

Guevara) y sagacísimo trepador:<br />

Baldomero Álvarez Ríos.<br />

Dos años más tarde este mismo<br />

individuo sería utilizado por el<br />

antiguo director de Hoy, Aníbal<br />

Escalante, al que apodaban Caníbal,<br />

mas ahora desde su cargo<br />

de secretario general de las Organizaciones<br />

Revolucionarias Integradas<br />

(ORI), germen del futuro<br />

Partido Comunista de Cuba,<br />

para liquidar a Jorge Ricardo<br />

Masseti, reportero argentino a<br />

quien el Che Guevara había situado<br />

a la cabeza de la agencia de<br />

noticias Prensa Latina, ideada<br />

por él. El pretexto fue su “liberalismo”<br />

y, por tanto, el de toda la<br />

agencia.<br />

Esta fue la tropa de “periodistas”<br />

que, vestidos de milicianos y<br />

con armas, se personó el 16 de<br />

enero de 1960 en el diario Información<br />

exigiendo la inserción<br />

de la mencionada coletilla en<br />

despachos de las agencias AP y<br />

UPI, en los que sus corresponsales<br />

en La Habana hablaban de<br />

la infiltración comunista en el<br />

Gobierno. La dirección del periódico<br />

se negó a la imposición y<br />

llamó a la policía para que impidiera<br />

ese acto de fuerza. Pero la<br />

policía rehusó intervenir alegan-<br />

69


CÓMO DESAPARECIÓ LA PRENSA INDEPENDIENTE EN CUBA<br />

do que ése era “un problema sindical<br />

de los trabajadores”. Estos<br />

mismos milicianos de la Asociación<br />

de Reporteros se presentaron<br />

a la noche siguiente en el<br />

Diario de la Marina y exigieron<br />

la inclusión de la coletilla en<br />

ciertos artículos que a su entender<br />

“no respondían a la verdad<br />

periodística”. Hubo una discusión<br />

con el director, mas al final<br />

éste accedió; pero ingeniosamente<br />

se las arregló para añadir<br />

otra coletilla a la coletilla. La<br />

contracoletilla decía: “Confiamos<br />

en que nuestros lectores sabrán<br />

cómo juzgar esto”. La misma actitud<br />

adoptada por la policía fue<br />

la de Castro. En un discurso radiofónico<br />

declaró que bajo ninguna<br />

circunstancia intervendría<br />

el Gobierno en el asunto, que<br />

era un problema laboral entre los<br />

trabajadores manuales e intelectuales<br />

de los periódicos y sus<br />

dueños. Reprochó a éstos no haber<br />

hecho caso de las advertencias<br />

que él venía haciéndoles de<br />

que esto podía ocurrir.<br />

Con Avance sucedió algo<br />

muy parecido. Como su director,<br />

Jorge Zayas, se negara a imprimir<br />

la coletilla, prefiriendo<br />

no sacar el periódico, la Asociación<br />

de Reporteros le acusó de<br />

lock-out y se hizo cargo de la edición<br />

de ese día, 18 de enero de<br />

1960. Fue la primera incautación<br />

de un rotativo. Pronto, casi<br />

inmediatamente, vendrían<br />

otras, como en un efecto de fichas<br />

de dominó. Jorge Zayas pidió<br />

asilo en la embajada de<br />

Ecuador y voló rumbo a Miami.<br />

El Ministerio de Bienes Malversados<br />

se adueñó no sólo del periódico<br />

sino de las demás propiedades<br />

de Zayas, pretextando<br />

que éste se había enriquecido<br />

ilegalmente durante la tiranía de<br />

Batista.<br />

A principios de febrero, Guillermo<br />

Martínez Márquez, director<br />

de El País, renunció igualmente<br />

cuando “sus” trabajadores<br />

insertaron una coletilla al pie<br />

de una declaración del rector de<br />

la Universidad Católica de Villanueva<br />

donde se denunciaban las<br />

presiones y coacciones que se estaban<br />

ejerciendo para clausurar<br />

este centro de altos estudios. El<br />

País se declaró en quiebra, Martínez<br />

Márquez huyó de Cuba y<br />

tanto este diario como Excelsior,<br />

perteneciente a la misma firma,<br />

fueron confiscados y sus talleres<br />

convertidos en Imprenta Nacional,<br />

la primera y monopolística<br />

editorial estatal, al frente de la<br />

cual situó el Gobierno con posterioridad<br />

a Alejo Carpentier.<br />

El Crisol tuvo que cerrar también,<br />

víctima de la estrangulación<br />

económica, pues carecía de<br />

anunciantes y de ayuda oficial,<br />

cosa esta última que no pasaba<br />

con Hoy ni con Revolución. Los<br />

dos eran subvencionados por el<br />

Gobierno. Pero, en un orden<br />

cronológico, el próximo periódico<br />

en ser desposeído fue El<br />

Mundo. Para finales de febrero<br />

de 1960 ya había pasado “a manos<br />

de sus trabajadores”, así como<br />

el canal 2 de televisión, Telemundo,<br />

perteneciente también<br />

al hombre de negocios de origen<br />

italiano Amadeo Barletta. Aquí,<br />

en El Mundo, la ocupación fue<br />

ejecutada por el mismo jefe del<br />

G-2 (Inteligencia Militar, o sea,<br />

la policía política del régimen),<br />

Ramiro Valdés. Barletta fue detenido<br />

para ser interrogado. Su<br />

familia se refugió en una embajada<br />

y pronto todos se encontraron<br />

en el extranjero.<br />

Sin embargo, El Mundo no<br />

desapareció. Se hizo cargo de él<br />

primero el muy capaz historiador<br />

y profesor de la Universidad<br />

de La Habana, Leví Marrero, y a<br />

continuación Luis Gómez Wangüemert,<br />

un muy inteligente comentarista<br />

internacional de este<br />

diario, uno de cuyos hijos había<br />

muerto en el ataque al Palacio<br />

Presidencial el 13 de marzo de<br />

1957. El Mundo vivió hasta<br />

1966 o 1967, cuando pereció en<br />

un incendio. Se regó fósforo vivo<br />

por su sistema de aire acondicionado,<br />

por lo que el siniestro se<br />

achacó a un sabotaje de la contrarrevolución.<br />

Pero lo sintomático<br />

fue que la eficaz policía política<br />

de Castro no halló nunca a<br />

los culpables ni tampoco hubo<br />

interés por dotar de un nuevo<br />

local y maquinaria al periódico.<br />

Sencillamente se olvidaron de él.<br />

Corrió, lógicamente, el rumor<br />

de que el incendio había sido un<br />

autosabotaje. ¿Las causas para<br />

cometerlo? Que El Mundo, a pesar<br />

de seguir las directrices de la<br />

Comisión de Orientación Revolucionaria,<br />

adscrita al Comité<br />

Central del PC, se mostraba un<br />

adarme más “independiente”<br />

que sus homólogos Granma y<br />

Juventud Rebelde. Ni siquiera esa<br />

pizca de tolerancia debía existir.<br />

Además, ¿para qué otro periódico<br />

si ya estaban Granma, que representaba<br />

al Partido, y Juventud<br />

Rebelde, que era de la Unión<br />

de Jóvenes Comunistas? Con<br />

esos dos rotativos de difusión nacional<br />

bastaba, amén de los periodiquitos<br />

locales que el partido<br />

editaba en cada provincia. Esos<br />

media eran suficientes para que el<br />

país estuviese bien “informado”.<br />

No se precisaban más.<br />

El caso más espectacular de<br />

supresión de la prensa independiente<br />

fue el protagonizado por<br />

el Diario de la Marina. Junto con<br />

Prensa Libre, eran los únicos órganos<br />

de opinión no oficializados<br />

que restaban hacia mayo de<br />

1960. Diario de la Marina era el<br />

decano de la prensa cubana; fundado<br />

en 1832, siempre había sido<br />

acusado (sobre todo por los<br />

comunistas, pero no exclusivamente<br />

por ellos: la verdad es que<br />

tampoco era visto con simpatía<br />

por las fuerzas liberales) de “anticubano”<br />

y “cavernícola”. Su pasado<br />

anti-independentista, partidario<br />

de la no separación de<br />

Cuba de España, lo inculpaba.<br />

En las guerras de independencia<br />

de 1868 y 1895 se había alineado<br />

en el bando español, defendía<br />

el “integrismo”, ello es la unión<br />

con España. No obstante, en sus<br />

páginas se había dado a conocer<br />

el poeta mulato Nicolás Guillén,<br />

al que le imprimieron ahí por<br />

primera vez sus Motivos del son;<br />

había dirigido su página literaria<br />

un intelectual absolutamente<br />

“progresista” como José Antonio<br />

Fernández de Castro, “compañero<br />

de viaje” de los comunistas, y<br />

por años mantuvo una sección<br />

dedicada a la raza negra, de la<br />

que era responsable el intelectual<br />

“de color” Gustavo Urrutia. El<br />

gran polígrafo cubano Fernando<br />

Ortiz era firma frecuente del<br />

Diario; y fueron director y jefe<br />

de redacción del mismo respectivamente<br />

Ramiro Guerra –autor<br />

de quizá la más completa historia<br />

de Cuba– y el poeta Gastón Baquero,<br />

mestizo como Guillén.<br />

En la noche del 10 de mayo<br />

de 1960, un grupo de periodistas<br />

de la asociación, capitaneados<br />

por el fotógrafo Tirso Martínez,<br />

tomó el local donde operaba el<br />

periódico y rompió unas planchas<br />

en las que estaba grabada<br />

una carta de los trabajadores (periodistas<br />

y obreros) del Diario en<br />

apoyo de su dirección. Al igual<br />

que en los otros casos, su dueño,<br />

José Ignacio Rivero, se asiló entonces<br />

en una embajada, ahora la<br />

de Perú (que dos décadas más<br />

adelante iba a contener en su recinto<br />

nada menos que 10.000 refugiados),<br />

y marchó al destierro.<br />

La caída del Diario de la Marina<br />

fue festejada como todo un acontecimiento.<br />

La Asociación de Periodistas<br />

se hizo cargo de imprimirlo<br />

en una supuesta nueva etapa<br />

y el primer número que salió<br />

a la calle irradiaba en su primera<br />

plana este cintillo: “Un día con el<br />

pueblo; 128 con la reacción”. Era<br />

una contestación a un lema que<br />

cotidianamente el Diario inscribía<br />

en su primera página: “128<br />

años al servicio de los intereses<br />

de la nación”. Su entierro –porque<br />

fue enterrado– tuvo ribetes<br />

de un esperpento valleinclanesco,<br />

o de una bufonada chaplinesca.<br />

Se llevó a cabo en la colina<br />

universitaria, es decir, en la Universidad<br />

de La Habana. Allí, en<br />

lo alto de la célebre escalinata, al<br />

pie de la estatua del alma máter,<br />

que en tantas ocasiones y por<br />

tantos años había sido testigo de<br />

innumerables protestas estudiantiles<br />

y de congregaciones populares,<br />

considerándose siempre como<br />

un refugio de la libertad y el<br />

decoro cívico, fue instalado el<br />

sarcófago del Diario y velado esa<br />

noche luego de haber sido paseado<br />

por las calles de La Habana al<br />

son de tambores, maracas y<br />

trompetas, cual si de una comparsa<br />

se tratara. Fue una aparatosa<br />

y burlesca ceremonia en la que<br />

la población habanera no se limitó<br />

a ser espectadora sino participante,<br />

actora. El terreno estaba<br />

abonado, y no sólo de ahora<br />

70 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


sino de antaño, para que lo fuera.<br />

Por supuesto, toda esta parafernalia<br />

se realizó con la indiferencia<br />

cómplice del Gobierno,<br />

que se mostró “neutral” porque<br />

no se trataba de un problema de<br />

orden público ni jurídico sino<br />

de un asunto netamente “laboral”.<br />

Los “trabajadores” del Diario<br />

y el “pueblo” se habían manifestado<br />

y las autoridades no<br />

tenían nada que hacer. Empero,<br />

unos pocos meses atrás, el 2 de<br />

julio de 1959, al iniciar su socavamiento<br />

del presidente Manuel<br />

Urrutia, a quien depondría apenas<br />

15 días después, Fidel Castro<br />

había hecho saber en una comparecencia<br />

televisiva: “Nosotros<br />

hemos proclamado el derecho<br />

que tiene todo el mundo a escribir<br />

lo que piensa, desde el<br />

Diario de la Marina hasta el periódico<br />

Hoy. Eso es la democracia”.<br />

Así pues, en menos de un<br />

año más tarde, para mayo de<br />

1960, la democracia había dejado<br />

de funcionar.<br />

Al día siguiente del entierro<br />

del Diario de la Marina, Prensa<br />

Libre, a través de su subdirector,<br />

Humberto Medrano, escribía en<br />

su editorial: “Es doloroso ver enterrar<br />

a la libertad de pensamiento<br />

en un centro de cultura.<br />

Es como ver enterrar un código<br />

en un Tribunal de Justicia. Porque<br />

lo que se enterró anoche en<br />

la Colina no fue un periódico<br />

determinado. Se enterró simbólicamente<br />

la libertad de pensar y<br />

decir lo que se piensa”. Y en ese<br />

mismo número de Prensa Libre<br />

aparecía un artículo del joven periodista<br />

y universitario Luis<br />

Aguilar León que le costó el exilio.<br />

Escribió que “la libertad de<br />

expresión es más importante que<br />

cualquier derecho de la revolución”.<br />

Sin saberlo, adelantaba<br />

una respuesta al discurso que al<br />

año siguiente Fidel Castro dirigiría<br />

a los intelectuales advirtiéndoles<br />

que por encima del derecho<br />

de creación y de expresión<br />

estaba el derecho de la revolución<br />

a existir. Mas ya desde antes,<br />

desde que empezó a moldear el<br />

mito de la revolución, la veía como<br />

algo sagrado, intocable, y así<br />

se la hacía visualizar al pueblo a<br />

través de su prédica fanática. No<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

se preguntaba qué era la revolución<br />

ni permitía que nadie lo<br />

preguntara. En la época en que<br />

más virulenta era la persecución<br />

a la prensa, lo predicaba a voz en<br />

cuello desde la tribuna, en la radio<br />

o ante las cámaras de televisión,<br />

medios todos que él utilizaba<br />

como lugares de adoctrinamiento,<br />

casi como púlpitos. Lo<br />

diría de muchas formas y perennemente,<br />

como un ritornello:<br />

“Nuestro concepto de la libertad<br />

de prensa es diferente al de los<br />

burgueses”; “Nuestros medios de<br />

comunicación deben servir a la<br />

revolución”; “En cualquier conflicto<br />

entre la libertad de prensa y<br />

la revolución, la revolución está<br />

primero”; “Los intereses de la revolución<br />

están por encima de los<br />

intereses de los periódicos”.<br />

Prensa Libre veía que le estaba<br />

llegando su turno. Desde su columna<br />

editorial Zona Rebelde,<br />

Revolución se lo previno: ‘Por el<br />

camino del Diario de la Marina’,<br />

tituló su respuesta al comentario<br />

de Humberto Medrano sobre<br />

el bochornoso entierro del<br />

Diario en la Universidad. Mas<br />

en verdad la advertencia no era<br />

necesaria, pues era transparente<br />

que el destino de Prensa Libre ya<br />

estaba sellado. Y tres días después,<br />

como en los casos anteriores,<br />

un destacamento de milicianos<br />

se apoderó de la sede del periódico.<br />

¿La excusa? También<br />

como en una película deja vu,<br />

repetidamente, que unos artículos<br />

que el periódico iba a publicar<br />

en su edición del 16 de mayo<br />

eran contrarrevolucionarios. Sergio<br />

Carbó, el director, su hijo<br />

Ulyses (que el año próximo vendría<br />

en la expedición de Bahía<br />

de Cochinos) y Humberto Medrano,<br />

el subdirector, se vieron<br />

forzados a exiliarse. Caía Prensa<br />

Libre, el periódico más popular y<br />

leído de Cuba entonces, tras Revolución,<br />

y al que en modo alguno<br />

se le podía tildar de batistiano<br />

ni acusarlo de haber recibido dinero<br />

de la dictadura. Prensa Libre<br />

había prosperado con sus ventas<br />

y con sus anuncios. Pero en cierta<br />

forma estaba purgando una<br />

culpa cometida en fecha no muy<br />

lejana, si bien parecía ya remota,<br />

pues los acontecimientos de la<br />

revolución se acumulaban y precipitaban<br />

a una velocidad de vértigo,<br />

haciendo obsoleto aun el<br />

cercano ayer. Prensa Libre había<br />

aprobado las incautaciones iniciales<br />

de los media que habían<br />

servido a Batista o que ocultamente<br />

eran de él. “Es lógico –había<br />

escrito– que los vehículos de<br />

opinión que han pertenecido a<br />

los favoritos y a los beneficiados<br />

por la dictadura de Batista no<br />

continúen en las manos de quienes<br />

los han utilizado para justificar<br />

y defender los excesos de la tiranía”.<br />

Y no es que estos media<br />

no merecieran la expropiación,<br />

no; pero debió hacerse por medios<br />

legales, jurídicos; eran los<br />

jueces los que debían determinar<br />

si el Gobierno tenía derecho<br />

a expropiarlos, no otorgarle una<br />

peligrosa carta de crédito a “la<br />

revolución” para que actuara por<br />

sí misma. Pero Prensa Libre cayó<br />

en la trampa de admitir que “la<br />

revolución es fuente de derecho”<br />

y, como se dice en Cuba, afiló el<br />

cuchillo para su propio pescuezo.<br />

Desde luego, esto es fácil verlo<br />

desde la distancia de los años<br />

transcurridos, pero no en aquellos<br />

momentos en que el insoportable<br />

resplandor de la revolución<br />

cegaba.<br />

Prensa Libre era el único periódico<br />

rival al que el oficialista<br />

Revolución respetaba. A pesar de<br />

que lo combatía, no dejaba, secretamente,<br />

de admirarlo. Hizo<br />

cuanto pudo (y pudo mucho)<br />

por destruirlo, imputándole una<br />

doble faz: la de un aparente antibatistianismo<br />

y, sobre todo, la<br />

de no querer una verdadera revolución,<br />

que trató de evitar en<br />

su etapa insurreccional y que actualmente<br />

buscaba entorpecer.<br />

Pero cuando desapareció, cuando<br />

por fin fue abatido, hubo periodistas<br />

de la redacción de Revolución<br />

que sintieron o pena o<br />

algo semejante a la vergüenza<br />

por su derrumbe. Habían liquidado<br />

a un ¿enemigo? digno y corajudo<br />

y ahora se preguntaban<br />

si habían hecho bien. ¿Por qué<br />

destruir al que no piensa igual<br />

que nosotros? ¿En nombre de la<br />

revolución? Pero, ¿qué era la revolución?,<br />

aparte de ser una palabra<br />

que andaba en boca de to-<br />

CÉSAR LEANTE<br />

do el mundo. ¿Debía vérsela como<br />

una entelequia o como un<br />

sistema de gobierno con aciertos<br />

y errores? ¿No era entonces conveniente<br />

que existiera una oposición<br />

que señalara esos errores?<br />

¿O es que todo debía ser asentimiento?<br />

Aunque su director –de<br />

Revolución–, Carlos Franqui, diría<br />

en años por venir –ya él mismo<br />

en el exilio, opuesto a Castro–<br />

que la desaparición de Prensa<br />

Libre lo dejó “indiferente”, es<br />

muy posible que esos no fueran<br />

sus sentimientos de entonces,<br />

pues siempre se apreció en aquel<br />

periódico a un contrincante valeroso<br />

e inteligente, un creador<br />

de opinión con el que valía la<br />

pena medirse. No obstante, sin<br />

muchos remilgos –o sin ninguno–,<br />

Revolución no vaciló en instalarse<br />

en el moderno, confortable<br />

y funcional edificio que Prensa<br />

Libre se había hecho fabricar<br />

en la plaza Cívica José Martí<br />

–pronto plaza de la Revolución,<br />

como había predicho Medrano–.<br />

Era, ciertamente, un despojo o<br />

como si se repartieran un botín<br />

conquistado mediante el saqueo.<br />

Hay que agregar aquí que Hoy<br />

hizo otro tanto con el local del<br />

Diario de la Marina: sin escrúpulo<br />

alguno se adueñó de él y<br />

durante un tiempo utilizó sus<br />

oficinas y sus rotativas para imprimir<br />

el periódico, hasta que el<br />

propio Castro, con el pretexto<br />

de fundir Revolución y Hoy en<br />

un solo diario –engendro de<br />

Granma– lo echó de ahí.<br />

Restaba Bohemia, la revista<br />

más importante de Cuba, cuya<br />

circulación alcanzaba el cuarto<br />

de millón de ejemplares semanales.<br />

Se erigía como el último<br />

baluarte de una prensa independiente.<br />

Pero había cometido serios<br />

errores al admitir pasivamente<br />

que se abatieran uno tras<br />

otro los órganos de opinión no<br />

comprometidos con el Gobierno.<br />

Quizá se dio cuenta tras el<br />

desplome de Prensa Libre. Pero<br />

ya era demasiado tarde, ya la lección<br />

no le servía para nada. El<br />

director de Bohemia, Miguel Ángel<br />

Quevedo, amigo personal de<br />

Castro, al que había ayudado<br />

cuando el presente jefe de la revolución<br />

no era sino un díscolo<br />

71


CÓMO DESAPARECIÓ LA PRENSA INDEPENDIENTE EN CUBA<br />

estudiante, un joven político de<br />

segunda fila en el Partido Ortodoxo,<br />

cuando no un supuesto<br />

gánster afiliado a la organización<br />

de pistoleros Unión Insurreccional<br />

Revolucionaria (UIR), que<br />

tenía en su prontuario delitos de<br />

sangre; en fin, era ya demasiado<br />

tarde cuando Quevedo comprendió<br />

que su publicación estaba<br />

“en el mismo camino”. Y no<br />

esperó a que le sucediera lo que a<br />

las otras. Se adelantó a los acontecimientos.<br />

Y una mañana de<br />

principios de julio de 1960 embarcó<br />

con un grupo de amigos<br />

en su yate –supuestamente iban<br />

de pesquería– y puso proa a<br />

Miami. Dejó tras sí esta declaración:<br />

“El engaño ha sido descubierto.<br />

Esta no es la revolución<br />

por la que murieron 20.000 cubanos<br />

(en realidad nunca llegaron<br />

ni a mil los muertos durante<br />

la dictadura de Batista, como<br />

revela, con datos precisos, el coronel<br />

Ramón Barquín en su libro<br />

Las luchas guerrilleras en Cuba).<br />

Para realizar una auténtica<br />

revolución nacional no había necesidad<br />

de someter al pueblo de<br />

Cuba al odioso vasallaje ruso. Para<br />

realizar una profunda revolución<br />

no era necesario imponer<br />

un sistema que degrada al ser<br />

humano convirtiéndolo en un<br />

servidor del Estado… Esta es<br />

una revolución traicionada”.<br />

La CMQ, la emisora de radio<br />

y televisión más escuchada<br />

y vista por los cubanos, y que<br />

Castro había utilizado numerosas<br />

veces en el escaso año y medio<br />

que llevaba en el poder, fue<br />

confiscada mediante una estratagema.<br />

El Gobierno decretó la<br />

congelación de las cuentas bancarias<br />

de unos 400 empresarios<br />

con el pretexto de que habían<br />

colaborado con Batista. Entre<br />

esos empresarios estaban los hermanos<br />

Goar y Abel Mestre, dueños<br />

de la CMQ. Cuando este<br />

último, Abel, fue a hacer efectivo<br />

un cheque para pagar los salarios<br />

de su empleomanía, el<br />

banco se negó a canjeárselo. Ese<br />

día se transmitía un muy visto<br />

programa de televisión, Ante la<br />

Prensa, que moderaba un intelectual<br />

de tanto prestigio como<br />

Jorge Mañach y al cual había<br />

acudido en más de una ocasión<br />

el mismo Fidel Castro. Abel<br />

Mestre cerró la puerta del estudio<br />

y dijo a los periodistas que<br />

esa noche el entrevistado sería él.<br />

Frente a las cámaras denunció el<br />

atropello de que había sido víctima<br />

la CMQ. Sobra decir que<br />

junto con su hermano tuvo que<br />

buscar la protección diplomática<br />

de la legación argentina.<br />

Personalmente, hubo dos casos<br />

que ilustran el acoso al que<br />

fueron sometidos los periodistas.<br />

Uno es el de Agustín Tamargo,<br />

periodista de Bohemia, que desde<br />

esta publicación intentó alertar<br />

contra la penetración de los comunistas<br />

en el Gobierno: de qué<br />

forma maniobraban para hacerse<br />

con puestos clave en la Administración,<br />

cómo, en suma, buscaban<br />

“robarse” la revolución. Insinuaba<br />

que detrás del Partido<br />

Socialista Popular (PSP), apoyándolos,<br />

incluso estimulándolos,<br />

estaban Raúl Castro y el Che<br />

Guevara, los dos “melones” más<br />

connotados del régimen, es decir,<br />

verdes por fuera y rojos por dentro.<br />

Indignado, Castro se apareció<br />

en la televisión (algún día habrá<br />

que estudiar la decisiva importancia<br />

que este medio tuvo<br />

en la implantación y consolidación<br />

del castrismo en Cuba) y<br />

llamó a Tamargo “un agente de<br />

la reacción y de la contrarrevolución”.<br />

El periodista agredido no<br />

pudo utilizar las páginas de Bohemia<br />

para defenderse sino las<br />

de Avance: “El primer ministro<br />

de Cuba –dijo ahí– trata de destruir<br />

la reputación de un hombre<br />

que no ha cometido más crimen<br />

que el de pensar con su propia<br />

cabeza (…) No seguiré siendo<br />

periodista porque usted, comandante<br />

Castro, ¡no quiere que haya<br />

periodistas sino gramófonos!”.<br />

Ya en el destierro, Tamargo haría<br />

una consideración interesante sobre<br />

el dilema cubano. “Castro no<br />

venció en la Sierra –escribiría–.<br />

Venció en La Habana, en ese primer<br />

año en que con un poco de<br />

resistencia por parte de unos pocos<br />

nos habría ahorrado tantos<br />

sufrimientos a tantos”.<br />

El otro caso fue el de Luis<br />

Conte Agüero, comentarista político<br />

de radio y televisión y polí-<br />

tico él mismo, ya que había sido<br />

postulado para representante por<br />

el Partido Ortodoxo antes del<br />

golpe de Estado de Batista en<br />

1952, disfrutando de gran popularidad<br />

en la provincia de Oriente.<br />

Asimismo, conocía a Fidel<br />

Castro desde que ambos estudiaran<br />

Derecho en la Universidad<br />

de La Habana, forjándose una<br />

estrecha amistad entre los dos en<br />

los años siguientes, especialmente<br />

cuando Castro fuera condenado<br />

a prisión en la isla de Pinos,<br />

luego de su frustrado asalto al<br />

cuartel Moncada. En los escasos<br />

dos años que Castro cumplió de<br />

cárcel, Conte Agüero fue destinatario<br />

de muchas de sus misivas<br />

y fue, también, el promotor de<br />

una campaña para que lo excarcelaran.<br />

Por esos antecedentes,<br />

Conte creía que podía contar con<br />

el apoyo de Castro. De modo<br />

que cuando, como reacción al<br />

violento ataque que había sufrido<br />

esa mañana en el vocero comunista<br />

Hoy, leyó por radio su Carta<br />

a Fidel Castro, el 25 de marzo<br />

de 1960, alertándolo también,<br />

como antes había hecho Tamargo,<br />

contra la infiltración comunista<br />

en su Gobierno, no pensó<br />

nunca que sería tan contundentemente<br />

negado como lo fue, y<br />

por el propio Castro. En primer<br />

lugar, al llegar a la CMQ para<br />

repetir por televisión la carta que<br />

ya había leído en su programa de<br />

Unión Radio, no le permitieron<br />

entrar a la emisora. Un pelotón<br />

de miembros del G-2, mandado<br />

por el comandante Manuel Piñeiro,<br />

Barbarroja, le cerró el paso.<br />

Pero, además de los guardias, se<br />

había concentrado ahí un piquete<br />

de militantes del PSP, vestidos<br />

de milicianos, y se produjo un<br />

enfrentamiento entre esta “tropa<br />

de choque” y un grupo de simpatizantes<br />

de Conte, que tuvieron<br />

las de perder. La turba agredió<br />

a Conte Agüero y a un periodista<br />

de la revista Life.<br />

Empero, Conte seguía creyendo<br />

que tenía el respaldo de Fidel, y<br />

que eran Raúl y Che sus enemigos.<br />

Pero cuando, tres días después,<br />

Castro se mostró en la televisión,<br />

lejos de salir en defensa<br />

de su antiguo amigo, desplegó<br />

un historial de claudicaciones de<br />

éste en tiempos de la tiranía; lo<br />

acusó de haber intentado malograr<br />

el triunfo de la revolución<br />

con su famosa Carta al patriota,<br />

que le escribió estando él en la<br />

Sierra Maestra y en la que soterradamente<br />

le pedía que depusiera<br />

las armas. Si cuando Castro<br />

estaba en la cárcel llamaba hermano<br />

a Conte Agüero en la correspondencia<br />

que sostenía con<br />

él, ahora era poco menos que un<br />

traidor, un “aliado de la oligarquía”,<br />

un “contrarrevolucionario”<br />

más; si durante la insurrección<br />

había tratado de evitar la victoria<br />

del Ejército rebelde, en estos momentos<br />

procuraba detener el<br />

avance arrollador de la revolución<br />

sembrando la división entre<br />

las fuerzas realmente revolucionarias,<br />

levantando el fantoche del<br />

“peligro comunista”. A Conte<br />

Agüero, naturalmente, no le quedó<br />

después de esto otro sendero<br />

que el ya muy transitado de las<br />

embajadas.<br />

Así se suprimió la libertad de<br />

prensa en Cuba, como lo expuso<br />

Humberto Medrano en un<br />

opúsculo de este nombre en<br />

1961. Mas, aun cuando no se<br />

hubieran empleado medios tan<br />

coercitivos, de intimidación,<br />

chantaje y arbitrariedad como los<br />

que se utilizaron, la prensa independiente<br />

en Cuba estaba condenada<br />

a extinguirse. Al devenir<br />

Cuba un Estado comunista y,<br />

por ende, abolir la propiedad privada,<br />

individual, ¿cómo iban los<br />

media a subsistir careciendo de<br />

anuncios y de ayuda gubernamental?<br />

Únicamente los vehículos<br />

de información y opinión<br />

que representaran al régimen podrían<br />

medrar. De hecho, por imperativos<br />

del sistema implantado,<br />

la prensa libre, el pensamiento<br />

propio, la opinión no<br />

domesticada, no tenían cabida.<br />

En nombre de la abstracta, indefinible<br />

pero omnipresente revolución,<br />

se yuguló el pensamiento<br />

y la expresión no adocenados.<br />

n<br />

César Leante es novelista y ensayista.<br />

Autor de El espacio real y Calembour.<br />

72 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


Interesado desde siempre por<br />

los personajes marginados, la<br />

obra de Ricardo Franco (Madrid,<br />

1949) se divide en dos<br />

grandes y divergentes apartados.<br />

Por un lado se sitúan sus desiguales<br />

y conocidas películas, entre<br />

las que destacan Pascual<br />

Duarte (1975), y por otro sus<br />

menos conocidos, pero mucho<br />

más interesantes, trabajos para<br />

televisión. Desde la durísima trilogía<br />

de documentales de la serie<br />

Un mundo sin fronteras, integrada<br />

por La canción del condenado<br />

(1992), sobre la pena de muerte<br />

en Estados Unidos, El cielo caerá<br />

sobre la tierra (1992), sobre los<br />

indios yanomami, y La muerte<br />

en la calle (1992), sobre los niños<br />

de Brasil, hasta el magnífico episodio<br />

El crimen de las estanqueras<br />

de Sevilla (1991), dentro de la serie<br />

de ficción de televisión La<br />

huella del crimen, producida por<br />

Pedro Costa.<br />

Sólo recientemente ambos caminos<br />

se unen para dar lugar a<br />

las dos mejores películas realizadas<br />

por Ricardo Franco. El documental<br />

Después de tantos años<br />

(1994), donde a través de las vivencias<br />

de los hermanos Michi,<br />

Leopoldo y Juan Luis Panero desarrolla<br />

algunas consideraciones<br />

sobre la degradación física que<br />

lleva a la muerte, y La buena estrella<br />

(1997), una historia de ficción,<br />

donde vuelve a colaborar<br />

con el productor Pedro Costa,<br />

para exponer una dura visión de<br />

la sociedad española, muy alejada<br />

de la que presenta el cine de manera<br />

tradicional.<br />

Como todas las películas en<br />

que interviene Pedro Costa, tanto<br />

en sus facetas de productor,<br />

guionista o director, La buena estrella<br />

está basada en hechos reales,<br />

esta vez en un suceso criminal<br />

81 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

ocurrido a principios de los años<br />

ochenta, pero Ricardo Franco ha<br />

tenido la habilidad de convertirlo<br />

en una intensa historia de<br />

amor triangular entre seres marginados.<br />

Algo que queda muy<br />

cerca de su personal sensibilidad<br />

y hace que la película sea su obra<br />

maestra, una de las mejores producciones<br />

españolas de los últimos<br />

años. Dividida en tres partes,<br />

subtituladas con los apodos<br />

de cada uno de los personajes<br />

principales, La Tuerta, El bonito<br />

de cara y El Manso, narra las<br />

complejas relaciones sentimentales<br />

que se establecen a lo largo<br />

de 10 años entre el carnicero castrado<br />

Rafael (Antonio Resines),<br />

la joven prostituta Marina (Maribel<br />

Verdú) y el delincuente común<br />

Daniel (Jordi Mollà).<br />

Ricardo Franco parte de la dureza<br />

de un relato realista para hacer<br />

una profunda indagación en<br />

torno a la personalidad de sus<br />

tres personajes y llegar a la conclusión<br />

de que, a pesar de las diferencias<br />

que los separan, en el<br />

fondo los tres son muy parecidos,<br />

son seres marginales, distintas<br />

caras de una misma moneda,<br />

que solos están perdidos en la vida<br />

pero juntos llegan a completarse<br />

al apoyarse unos en otros, lo<br />

que da lugar a una historia de<br />

amor de una gran dureza, pero<br />

que encierra una enorme humanidad<br />

y amor. Rodada con una<br />

gran serenidad, fuerza y amor,<br />

con un hábil juego de primeros<br />

planos y planos generales, a este<br />

nivel La buena estrella se caracteriza<br />

por el gran poder de síntesis<br />

de Ricardo Franco y su maestría<br />

para jugar con las elipsis narrativas.<br />

Además consigue que Antonio<br />

Resines cree un gran personaje<br />

dramático, el mejor papel<br />

de una irregular carrera volcada<br />

CINE<br />

RICARDO FRANCO<br />

Sobre ‘La buena estrella’<br />

DIÁLOGO CON AUGUSTO M. TORRES<br />

hacia la comedia, y también que<br />

Maribel Verdú esté espléndida en<br />

una de sus mejores actuaciones,<br />

entre las que se mueve con algunos<br />

excesos Jordi Mollà.<br />

Muy bajo de forma a niveles<br />

físicos y mientras le hacían diferentes<br />

operaciones oculares, Ricardo<br />

Franco escribe y dirige La<br />

buena estrella, la mejor de sus películas,<br />

que fue una de las producciones<br />

españolas de mayor recaudación.<br />

Tras nuevas operaciones<br />

en los ojos, ha permanecido<br />

varios meses encerrado en su castiza<br />

casa de la madrileña calle de<br />

Embajadores retocando el guión<br />

de Lágrimas negras, su próxima<br />

película, con Ángeles González<br />

Sinde. Hace poco ha sufrido un<br />

infarto y una operación de corazón,<br />

pero se dispone a comenzar<br />

el rodaje con Ariadna Gil, Fele<br />

Martínez y Elena Anaya como<br />

protagonistas.<br />

Augusto M. Torres. ¿Cuáles<br />

son los orígenes de La buena estrella?<br />

Ricardo Franco. Hace muchos,<br />

muchos años, un día me<br />

llamó el productor Pedro Costa y<br />

me dijo: “Ricardo, ¿me puedes<br />

hacer un favor? Tengo un problema<br />

con la película que iba a<br />

dirigir Juanma Bajo Ulloa. Necesito<br />

que esta misma noche te<br />

leas el guión de Carlos Pérez Merinero<br />

y Álvaro del Amo y me<br />

firmes un contrato para dirigirlo<br />

tú. Tengo que presentarlo mañana<br />

en el Ministerio de Cultura”.<br />

Le dije que le firmaba un contrato<br />

ahora mismo, si lo necesitaba<br />

para asuntos de papeleo, pero<br />

que eso no quería decir nada.<br />

Me imagino que debió de hacer<br />

las paces con Bajo Ulloa y no volvimos<br />

a hablar de este asunto.<br />

Sin embargo, he de reconocer<br />

que tiempo antes, cuando Pedro<br />

Costa me contó que, según<br />

aquel plan de subvenciones que<br />

hubo una sola vez en el Ministerio,<br />

tenía tres películas para hacer,<br />

me escoció que dijese que<br />

iba a hacerlas con jóvenes directores.<br />

Por primera vez en mi vida<br />

me vi excluido de los jóvenes<br />

directores. Como nos había ido<br />

muy bien en la primera parte de<br />

la serie La huella del crimen con<br />

El caso del cadáver descuartizado<br />

(1985), hasta el punto que repetí<br />

en la segunda parte con El crimen<br />

de las estanqueras de Sevilla<br />

(1991), él estaba contento con<br />

mi trabajo e incluso nos habían<br />

dado premios en diversos festivales,<br />

creía que me daría alguna,<br />

pero me habló de que las harían<br />

Urbizo, Bajo Ulloa y él.<br />

Aunque luego las hemos hecho<br />

él y yo.<br />

No volví a saber nada más de<br />

aquello hasta que leí en los periódicos<br />

que Pedro Costa y Juanma<br />

Bajo Ulloa se atacaban verbalmente.<br />

Algún tiempo después,<br />

estando en Barcelona, Pedro Costa<br />

me ofreció hacerla. Sabía que él<br />

estaba en un apuro, pero yo estaba<br />

en un apuro aún mayor. En<br />

aquel momento había ido a la clínica<br />

de Barraquer para que me<br />

viera los ojos, me dijo las cosas<br />

de manera muy cruda, me ofreció<br />

unas soluciones muy drásticas, y<br />

yo estaba en uno de los peores<br />

momentos de esta historia. Le dije<br />

que sí, pero con la condición<br />

de variar el guión. El de Álvaro<br />

del Amo y Carlos Pérez Merinero<br />

no me gustaba. Tenía toda la<br />

pinta de ser un embolado que Pedro<br />

Costa les había obligado a escribir<br />

en 15 días para presentarlo<br />

al Ministerio. Me comprometí a<br />

hacer un guión mejor, pero distinto,<br />

sin la violencia que tenía<br />

aquel.<br />

73


RICARDO FRANCO<br />

Comencé a preguntar qué le<br />

ocurre a un hombre castrado y<br />

me enteré de que tiene baja la<br />

testosterona, con lo cual desciende<br />

el apetito sexual, el mecanismo<br />

de la erección y la violencia<br />

masculina. Me interesó<br />

mucho contar la historia de un<br />

tío que reacciona sin violencia,<br />

sin seducción, sin todas esas tonterías<br />

habituales de los tíos en las<br />

que se pierde media vida. Hacer<br />

una historia de buenos sentimientos<br />

y de bondad, de generosidad,<br />

no sé si era porque entonces<br />

yo estaba muy blandito.<br />

No tengo una idea muy clara.<br />

A. M. T. ¿Cuándo escribe el<br />

guión con Ángeles González Sinde?<br />

R. F. Comenzamos a mediados<br />

de abril de 1996 y terminamos<br />

la primera versión a primeros<br />

de julio.<br />

Ángeles estaba empeñada en<br />

que hiciésemos una escaleta y yo<br />

sufría porque no tenía ni idea de<br />

por dónde empezar. Por fin empezamos<br />

escribiendo un prólogo<br />

donde se cruzaban la vida de<br />

estos tres, que me gustaba muchísimo,<br />

pero nunca conseguí<br />

convencer a Pedro Costa para<br />

hacerlo.<br />

Una tarde, en la plaza de toros<br />

de Las Ventas, 10 años antes de<br />

empezar la película, estaban los<br />

tres, sin conocerse de nada. La<br />

Tuerta, que tenía unos 10 o 12<br />

años, estaba fuera de la plaza con<br />

uno de esos que tocan la trompeta<br />

y tienen una cabra; dentro,<br />

El guapo de cara, con 16 o 17<br />

años, que saltaba de espontáneo<br />

a la plaza, y El carnicero, con<br />

unos 18 o 19 años, que venía<br />

con su furgoneta para recoger las<br />

criadillas y el lomo de los toros.<br />

Justo cuando el otro saltaba a la<br />

plaza, se oía un grito, se asustaban<br />

los que estaban descuartizando<br />

el toro, se les caía un cuchillo<br />

y era cuando lo castraban.<br />

A él lo llevaban a la enfermería y<br />

se cruzaba con el otro que iba<br />

detenido por la Guardia Civil, y<br />

La Tuerta, que estaba jugando<br />

con una pelotita, veía cómo uno<br />

se iba en una ambulancia y el<br />

otro en un coche de la policía.<br />

Me gustaba mucho que sus vidas<br />

se hubiesen juntado muchos<br />

años antes y luego nadie se acor-<br />

dara de eso, ni lo mencionase.<br />

Era mi manera de explicar, desde<br />

el primer momento, lo que pasaba.<br />

Era el pie forzado más claro<br />

que tenía, Pedro Costa me había<br />

dicho que hiciese lo que me diera<br />

la gana, pero eso debía respetarlo<br />

y me parecía muy bien.<br />

A. M. T. ¿Sobre qué materiales<br />

trabajan? ¿Sobre los guiones anteriores,<br />

sobre una información que<br />

les da Pedro Costa, unos recortes<br />

del periódico de sucesos El Caso,<br />

sobre el hecho real?<br />

R. F. Intentamos trabajar sobre<br />

el guión de Carlos Pérez Merinero<br />

y Álvaro del Amo. No podíamos<br />

utilizar nada del de<br />

Juanma Bajo Ulloa; entonces Pedro<br />

Costa y él ya estaban enzarzados<br />

en líos judiciales. A mí me<br />

gustaba más el guión de Bajo<br />

Ulloa, estaba mucho más trabajado,<br />

pero era una exuberancia<br />

de violencia.<br />

A. M. T. La etapa en que escribe<br />

el guión, ¿cómo se encontraba de<br />

salud?<br />

R. F. Fatal. Veía fatal. Era la<br />

primera vez que me daba cuenta<br />

de que cada vez veía peor, que si<br />

no tenía un poco de suerte, mi<br />

vista se iba al garete. Cuando acabamos<br />

el guión ya estaba ilusionado<br />

porque me gustaba mucho.<br />

A. M. T. ¿Lo escribe en plena<br />

depresión?<br />

R. F. Sí; de todas formas, las<br />

depresiones, que yo haya sido<br />

consciente, nunca me han durado<br />

demasiado, una semana como<br />

mucho. Sin embargo, tengo<br />

la sensación de que el verano de<br />

1996, hasta que me operaron a<br />

finales de septiembre, estaba dentro<br />

de una depresión constante.<br />

No tenía consciencia de estar deprimido,<br />

pero no salía, recibía en<br />

la oscuridad de mi casa. Estaba<br />

desanimado, pero me acostumbro<br />

enseguida, o creo acostumbrarme,<br />

a cualquier situación.<br />

Ángeles estaba empeñada en<br />

que hiciésemos una escaleta y yo<br />

lo que quería era que nos pusiéramos<br />

a escribir. Sabía que al escribir<br />

los personajes comienzan a<br />

ser ellos mismos. Lo bueno de<br />

este guión es que enseguida los<br />

personajes comenzaron a funcionar<br />

por su cuenta. Los diálogos<br />

me salían con bastante flui-<br />

dez, sabía lo que tenían que decir,<br />

sabía que estaba en un territorio<br />

complicado porque uno de<br />

ellos era un tío que tenía que hablar<br />

como los de la calle y odiaba<br />

esa idea.<br />

Tenía una relación divina con<br />

Ángeles, de hablar de muchas cosas,<br />

de esas que salen con un<br />

guión, pero también un odio<br />

profundo porque trataba de imponerme<br />

su disciplina inglesa.<br />

Llegaba, abría su ordenador, se<br />

lo ponía sobre las rodillitas y decía<br />

“venga, vamos”. Yo empezaba<br />

a marear la perdiz, de manera<br />

que solíamos quedar por la mañana<br />

y no empezábamos a escribir<br />

hasta por la tarde, después de<br />

comer y dormirme un ratito. A<br />

menos que nos hubiese quedado<br />

algo pendiente del día anterior y<br />

lo terminásemos por la mañana.<br />

A las ocho o nueve de la noche,<br />

yo estaba con muy pocas ganas y<br />

lo dejábamos. Tenía la sensación<br />

de que Ángeles pensaba: “¡Qué<br />

vago! ¡Es un vago!”. Sin embargo,<br />

en dos meses teníamos una versión<br />

del guión casi definitiva.<br />

A. M. T. ¿No cree que eso se debe<br />

a que se encontró con unos personajes<br />

y una historia que le iban<br />

mucho?; pertenecen a los seres marginales<br />

que tanto le interesan.<br />

R. F. Eso es una cosa que dicen<br />

ustedes, los críticos. Puede ser,<br />

pero no tengo conciencia de mi<br />

interés por los personajes marginales.<br />

A. M. T. Siempre aparecen en<br />

sus mejores películas. Desde Pascual<br />

Duarte (1975) hasta Después<br />

de tantos años (1994), pasando<br />

en menor medida por Los<br />

restos del naufragio (1978), por<br />

no hablar de sus trabajos para televisión.<br />

R. F. Lo que sí sé es que la<br />

marginalidad de La Tuerta y El<br />

guapo de cara son por decisión<br />

propia. En la historia original no<br />

era una puta, sino una señora de<br />

barrio que tenía un amante, que<br />

se casa con El Manso y luego<br />

vuelve con el amante, no era una<br />

que iba haciendo la calle. El guapo<br />

de cara, el amante, era el típico<br />

chulillo de barrio, pero tenía<br />

un empleo, vendía libros a domicilio<br />

o lencería fina. Eran personajes<br />

más normales. La histo-<br />

ria que me dio Pedro Costa no<br />

tenía complicaciones, sólo tenía<br />

dos pies forzados: que el tío estuviese<br />

castrado –el primer<br />

guión se llamaba El marido castrado–<br />

y que los tres viviesen<br />

juntos. Lo que a mi me interesaba<br />

eran las relaciones entre estas<br />

tres personas que vivían juntas,<br />

él, su mujer y el amante de<br />

su mujer. En el primer guión le<br />

daban palizas, le rompían los<br />

brazos, le dejaban inútil para el<br />

trabajo, pero eso no me interesaba<br />

en absoluto.<br />

A. M. T. ¿Alguna vez pensó que<br />

La buena estrella cuenta, a grandes<br />

rasgos, la misma historia que<br />

Intruso (1993), la mujer que vive<br />

en la misma casa con su marido<br />

y su amante?<br />

R. F. Antes de que Álvaro del<br />

Amo escribiese Intruso y Vicente<br />

Aranda la dirigiese, una vez Pedro<br />

Costa me planteó hacer un<br />

nuevo episodio en la segunda<br />

parte de la serie La huella del crimen<br />

y, entre las historias que tenía,<br />

elegí esa. Era una historia<br />

que ocurría en Santander a principios<br />

de siglo, en la que una jovencilla<br />

de buena sociedad perdía<br />

los estribos por un dentista,<br />

pero cuando se quedaba embarazada,<br />

el dentista se iba a Cuba<br />

y ella se casaba con otro, que<br />

aceptaba el niño que no era suyo<br />

y además tenía otro con él. El<br />

problema se planteaba cuando,<br />

años después, el dentista volvía<br />

de Cuba tuberculoso. Entonces<br />

ella no se acostaba con él, como<br />

ocurría en la película de Aranda,<br />

sino que él le proponía que le<br />

envenenase, porque estaba sufriendo<br />

mucho, y ella se negaba.<br />

A. M. T. Con lo que todavía se<br />

parece más a La buena estrella.<br />

R. F. Sí. No. Una parte desde<br />

luego. También se lo pedía al marido,<br />

pero también se negaba. El<br />

tipo moría, pero al cabo de cierto<br />

tiempo desenterraban el cadáver<br />

y estaba lleno de arsénico. Los<br />

detenían a los dos y en el juicio<br />

ambos decían que lo habían envenenado.<br />

Era el primer juicio<br />

que hubo en España con jurado.<br />

Todo era una venganza: él se había<br />

envenenado, pero lo había<br />

hecho de manera que pareciese<br />

que habían sido los otros.<br />

74 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


A. M. T. ¿Llegó a escribir algo de<br />

esta historia? ¿Lo tenía presente<br />

cuando escribió el guión de La<br />

buena estrella?<br />

R. F. Sí, escribí cuatro o cinco<br />

folios. No sé cómo funciona mi<br />

cabeza. No sé qué ocurre cuando<br />

escribo. Por ejemplo, al principio<br />

de La buena estrella hay una<br />

escena idéntica a otra de mis película,<br />

El sueño de Tánger (1986),<br />

pero ni me había dado cuenta,<br />

me lo dijo Maribel Verdú. Hay<br />

cosas que se te quedan por ahí y<br />

unas veces las recoges en un<br />

guión y otras no.<br />

A. M. T. Sí, me imagino,<br />

pero en este<br />

caso se trata<br />

de dos películasproducidas<br />

por Pedro Costa<br />

y basadas en hechos reales.<br />

R. F. Igual que en otras ocasiones,<br />

Pedro Costa me ha dado para<br />

trabajar unos grandes carpetones<br />

llenos de recortes de prensa;<br />

en La buena estrella sólo nos dio<br />

un recorte de un periódico de<br />

Gerona con la noticia del juicio.<br />

La verdad es que siempre que he<br />

trabajado con Pedro Costa me ha<br />

dejado hacer lo que he querido<br />

porque le he convencido.<br />

Me dijo que le había gustado<br />

mucho el guión e incluso que había<br />

sollozado en algunos momentos<br />

de la parte final. Entonces<br />

pensé: “Si Pedro Costa llora,<br />

es posible que esta película sea<br />

emocionante”. Esto es algo que<br />

no me ha pasado nunca. Cuando<br />

estábamos escribiendo el final,<br />

Ángeles estaba muy nerviosa porque<br />

le parecía que la estructura<br />

del final era un tanto caótica.<br />

“¿Ahora a qué vamos?”. “Vamos<br />

a la escena que vamos”. “Pero así,<br />

por las buenas”. “Sí, por las buenas”.<br />

“Igual han pasado quince<br />

días o seis meses”. “Pues sí”. La<br />

sentía muy así. Recuerdo que<br />

cuando estábamos en la parte final,<br />

había veces que me tenía que<br />

ir a lloriquear al cuarto de baño<br />

para que Ángeles no me oyese,<br />

pero cuando volvía la veía guardar<br />

un kleenex y volver a sus papeles<br />

para torturarme diciendo:<br />

“Que se hace tarde”. En aquel<br />

momento los personajes vivían<br />

su vida y hacían lo que querían.<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

A. M. T. Es lo que siempre ocurre<br />

cuando se escribe algo que funciona<br />

bien.<br />

R. F. Da mucho gusto. Es lo<br />

realmente bueno. Te sientes como<br />

si estuvieses haciendo de intérprete<br />

entre una cosa que ocurre<br />

fuera de ti y el papel. Los personajes<br />

han encontrado una vía<br />

de comunicación entre su sensibilidad<br />

y la tuya. Por eso, al mismo<br />

tiempo que me emocionaba,<br />

tenía la sensación de estar escribiendo<br />

una película agradable.<br />

Eso es muy bueno porque no te<br />

haces daño cuando lo estás escribiendo.<br />

Por ejemplo, me hacía<br />

daño hacer Después de tantos<br />

años, con los hermanos Panero. A<br />

Ricardo Franco<br />

veces tienes que buscarte un sitio<br />

en tu sensibilidad para conectar<br />

con la del personaje, pero en una<br />

zona que no te apetece mucho o<br />

que te hace daño. Con La buena<br />

estrella no, siempre me apetecía<br />

mucho que llegase Ángeles para<br />

ponernos a escribir.<br />

A. M. T. ¿Qué relación ve entre<br />

Después de tantos años y La buena<br />

estrella?<br />

R. F. Después de tantos años<br />

me parece un borrador de La<br />

buena estrella. Lo tengo clarísimo.<br />

La última vez que la he visto<br />

estuve llorando durante la<br />

parte final. El documental sobre<br />

la pena de muerte en Estados<br />

Unidos La canción del con-<br />

AUGUSTO M. TORRES<br />

denado (1992) también es un<br />

claro antecedente. El problema<br />

estriba en conseguir mirar a la<br />

gente sin esforzarte, sin tener<br />

que estar juzgándola, sin interponer<br />

ningún filtro moral, sin<br />

pensar si lo que hacen está bien<br />

o está mal. A los Panero los trataba<br />

como a personajes; Después<br />

de tantos años es un documental,<br />

pero siempre me lo plantea como<br />

una película<br />

de ficción.<br />

A. M. T.<br />

¿Cómo se les<br />

ocurre introducir el<br />

personaje del cura en La buena<br />

estrella y también que El Manso<br />

sea católico? Hay muy pocos curas<br />

así en el cine español, hace años<br />

que un cura no aparecía en una<br />

película española, y además creo<br />

que es fundamental para su éxito.<br />

R. F. Una de las imágenes que<br />

tenía cuando empezamos a escribir<br />

el guión era una manifestación<br />

en Antón Martín. Habían<br />

asesinado a una prostituta, y los<br />

vecinos, las putas de la zona, habían<br />

organizado una pequeña<br />

manifestación de 200 personas,<br />

pero a base de señoras con bata<br />

de guatiné, viejas, jubilados, que<br />

chillaban: “Más seguridad en el<br />

metro” y cantaban la internacional.<br />

Esa imagen me parecía una<br />

bomba. Además a Pedro Costa le<br />

gustan mucho los dibujos realistas<br />

de un barrio. Me imaginaba<br />

esa zona de Madrid que hay alrededor<br />

de los cines Luna y la<br />

iglesia de los Alemanes. Me imaginaba<br />

que El Manso salía de la<br />

carnicería y se encontraba con el<br />

gordo del sex shop de la esquina,<br />

que le decía que le habían llegado<br />

unas pollas de Dinamarca y le<br />

contestaba: “Qué manía con las<br />

pollas, mi problema son los cojones”.<br />

O sea, todo el barrio sabía<br />

lo que le pasaba y nadie le<br />

daba importancia. Entonces entraba<br />

en la iglesia de los Alemanes<br />

y veía al Cristo como en una<br />

carnicería, esa imagen del crucifijo<br />

ensangrentado, lleno de carne<br />

y de sangre. Uno de los títulos<br />

del guión fue En carne viva.<br />

No tengo la menor idea de dónde<br />

sale ese cura. Ese cura era<br />

compañero del barrio, había tenido<br />

problemas de drogas y, en<br />

75


RICARDO FRANCO<br />

lugar de irse al Proyecto hombre,<br />

se había ido al seminario. Creo<br />

recordar que en el guión de Carlos<br />

Pérez Merinero y Álvaro del<br />

Amo había un ATS, que era medio<br />

amigo suyo, que luego Juanma<br />

Bajo Ulloa se empeñó en que<br />

fuese maricón y acabasen siendo<br />

amantes. No sé en qué momento<br />

se impuso que el amigo se<br />

convirtiese en cura.<br />

A. M. T. ¿No cree que es un personaje<br />

básico?<br />

R. F. Lo que es básico es que<br />

El Manso sea creyente de esta determinada<br />

manera. Me gusta<br />

que lo sea en un tono muy normal,<br />

muy prosaico. Tal como lo<br />

era mi madre, que no creía en<br />

Dios, sino en los santos y en la<br />

Virgen de no sé dónde. El speech<br />

final, donde El guapo de cara dice<br />

que si hay un Dios y es tan<br />

bueno como dicen, tampoco<br />

puede estar cabreado porque no<br />

haya creído en él, llegará allí y le<br />

dirá: “Tío, qué listo eres, tú no<br />

creías en mí. ¿Y ahora qué hacemos?”,<br />

está en la línea de la religiosidad<br />

de mi madre. Más todavía<br />

en un hombre como El<br />

Manso que, ha llegado a un punto<br />

de soledad, que no se enrolla<br />

con ninguna tía, no va a tener familia,<br />

no se hace proxeneta ni<br />

pornógrafo infantil, pero hay algo<br />

que le impide volarse la cabeza.<br />

Eso me ayudaba un poco a<br />

construir el personaje. Es un personaje<br />

que tiene eso que tanto<br />

abomino que se llama resignación<br />

cristiana.<br />

Que se santiguase en el cementerio<br />

tenía una explicación,<br />

pero en el locutorio es más complicado.<br />

Recuerdo que en Nido<br />

de nobles (1969), la película rusa<br />

de Andrei Kontchalovsky, había<br />

una escena en que una adolescente<br />

bendecía a un señor mayor<br />

que poco antes se había abalanzado<br />

sobre ella. Aquel gesto me<br />

gustó muchísimo y quería meterlo<br />

en alguna película. En el<br />

guión estaba escrito que le bendecía,<br />

pero a Antonio Resines le<br />

pareció demasiado y quedamos<br />

en que se santiguara.<br />

A. M. T. Por ejemplo, vista<br />

ahora Los restos del naufragio<br />

(1978) y comparada con La buena<br />

estrella, llama mucho la aten-<br />

ción el enorme poder de síntesis<br />

que ha conseguido durante estos<br />

años, ¿cómo ha llegado a él?<br />

R. F. Algunos me lo dicen, pero<br />

no tengo consciencia de ello.<br />

La primera es un guión escrito<br />

en solitario y la segunda un<br />

guión escrito con alguien. Cuando<br />

escribo sólo me puedo engañar<br />

a mí mismo, pero cuando<br />

escribo con alguien no, voy mucho<br />

más directamente al grano.<br />

Cuando lo veo, sí noto que me<br />

centro mucho en las cosas, pero<br />

cuando lo hago, no tengo esa<br />

sensación. De lo que sí soy consciente<br />

es de que en La buena estrella<br />

he adquirido cierta maestría<br />

y desparpajo en el montaje,<br />

pero sobre todo a causa de los<br />

documentales que he hecho entre<br />

medias. Los documentales<br />

me han enseñado a buscar entre<br />

mucho material lo que sirve para<br />

contar lo que quiero. A La<br />

buena estrella le he pegado unos<br />

grandes cortes que cuando hice<br />

Los restos del naufragio no sabía<br />

hacer. Estoy seguro de que si<br />

ahora la montase, le quitaría 10<br />

minutos o un cuarto de hora, sin<br />

que cambiase esencialmente la<br />

historia, sólo mejorándola.<br />

A. M. T. Da la impresión de que<br />

antes tenía un cariño por sus imágenes<br />

que ahora no tiene; ahora las<br />

utiliza única y exclusivamente para<br />

contar lo que le interesa.<br />

R. F. Cariño las tengo y a veces<br />

me duele mucho quitarlas. En<br />

Los restos del naufragio, que también<br />

fue al festival de Cannes y<br />

también tuve muy poco tiempo<br />

para montarla, no supe cómo entrarle<br />

más a saco. También creo<br />

que lo que pasa con Los restos del<br />

naufragio es que ha quedado mejor<br />

en la memoria de lo que es en<br />

realidad. Era una película extravagante<br />

en la que me planteaba<br />

problemas, tanto cinematográficos<br />

como vitales, que aún no tenía<br />

experiencia para resolver. La<br />

rodé en la misma línea que había<br />

rodado Pascual Duarte (1975),<br />

aunque era una película que pedía<br />

algo más, quizá porque tuve<br />

que estar demasiado metido en<br />

producción y por una cierta inseguridad<br />

decidí rodarla como la<br />

otra que había ido tan bien.<br />

A. M. T. En Pascual Duarte<br />

tampoco tiene este poder de síntesis.<br />

R. F. Pascual Duarte es una película<br />

muy rara, que cuando a veces<br />

la he vuelto a ver apenas me<br />

reconozco en ella. La primera vez<br />

que hice una película con voluntad<br />

de encargo fue El caso del cadáver<br />

descuartizado; volvía a España<br />

después de estar muchos<br />

años fuera, sólo había rodado<br />

San Judas de la Frontera (1984),<br />

era una película que me habían<br />

encargado para televisión y decidí<br />

hacerla lo más profesionalmente<br />

posible para poder seguir<br />

en activo cuando me ofrecieran<br />

las buenas películas, pero cuando<br />

la vi acabada me reconocí muchísimo<br />

en ella. Mientras en Pascual<br />

Duarte sólo me reconozco<br />

por exclusión. Mi impronta entonces<br />

era decir que no la hacía<br />

ni con ese actor ni de esa manera<br />

ni con esa música. Todo era<br />

por exclusión. Es una película<br />

que está hecha a base de decisiones<br />

de cómo no hacerla.<br />

A. M. T. ¿Adquiere ese poder de<br />

síntesis en su etapa en televisión,<br />

tanto en los episodios de series como<br />

en los documentales, que de alguna<br />

manera es la menos conocida de<br />

su carrera?<br />

R. F. Siempre que he trabajado<br />

para televisión me he sentido con<br />

más libertad que cuando trabajo<br />

para cine, pero había un compromiso<br />

que siempre aceptaba de<br />

manera rigurosa: la duración; hacerlo<br />

de la duración exacta que<br />

me habían pedido. Con los documentales<br />

hice un trabajo de<br />

montaje con el que aprendí muchísimo;<br />

esto debe ir antes de esto<br />

otro, esto se puede hacer porque<br />

luego nadie se da cuenta;<br />

también aprendí a perder el respeto<br />

al material rodado, algo que<br />

les pasa mucho a los montadores<br />

que vienen de televisión, la falta<br />

de respeto que tienen por el material,<br />

incluso físicamente. Es algo<br />

que se aprende despacio, pero<br />

creo que no tienes que meter una<br />

escena o un plano porque lo has<br />

rodado, te ha costado mucho y,<br />

además, te gusta; si no le va a la<br />

película, lo mejor es quitarlo.<br />

A. M. T. Sin embargo, con la serie<br />

de televisión Yo, una mujer<br />

(1995), que hizo con Concha Velasco,<br />

debía de sufrir muchísimo.<br />

No sólo no podía sintetizar nada,<br />

sino que debía alargar todo. Lo<br />

que allí contaba en no sé cuántas<br />

horas lo hubiese podido contar mucho<br />

mejor en hora y media.<br />

R. F. Todo el rato tuve la sensación<br />

de que con ese mismo tema,<br />

pero con unos guiones un<br />

poco más elaborados, hubiese<br />

podido quedar bien. Sufría teniendo<br />

que contar lo mismo tres<br />

veces, pero me abstraje mucho,<br />

acepté que era un encargo y que<br />

los guiones eran así. Sin embargo,<br />

haciendo la serie aprendí cosas<br />

que luego me han servido<br />

mucho en La buena estrella. Primero<br />

en cómo relacionarme con<br />

los actores; había escenas muy<br />

largas, que hacía de un tirón con<br />

tres cámaras, en las que jugaba<br />

con silencios, con pausas. En el<br />

cine, y en especial en el nuestro,<br />

se habla demasiado seguido por<br />

miedo de que al cine español<br />

siempre le han acusado de ser<br />

aburrido, tratar de la posguerra y<br />

ser siniestro y mortecino. Con<br />

Antonio Resines y Maribel Verdú,<br />

que además venían de hacer<br />

series de televisión, había días,<br />

sobre todo al principio, en que<br />

hacíamos un ensayo, les decía<br />

que ya habíamos batido un récord<br />

de cómo hacer más deprisa<br />

una escena y que ahora íbamos a<br />

hacerla tranquilamente. Además,<br />

tal y como ruedo, prefiero tener<br />

pausas; luego las puedo quitar<br />

en el montaje cuando me dé la<br />

gana, pero si no las tengo, y tengo<br />

que fabricarlas, sé que es mucho<br />

más complicado. También<br />

aprendí a conseguir un tipo de<br />

interpretación más realista, no<br />

confundir con costumbrista, pero,<br />

sobre todo, lo de rodar con<br />

tres cámaras fue una cosa bárbara.<br />

Eso era la maravilla de las maravillas.<br />

Primero estaba asustadísimo<br />

por el lío que iba a suponer.<br />

La primera tentación era<br />

dejar paralizados a los actores,<br />

rodar con una cámara un plano<br />

general y con cada una de las<br />

otras dos un primer plano de cada<br />

uno mientras hablaban; pero<br />

al tercer día de rodaje me aburría<br />

de tal manera con este sistema<br />

que lo que hacía era jugar con las<br />

cámaras al igual que montaba.<br />

A diferencia de cómo suelen ha-<br />

76 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


cerse las series, que se montan al<br />

mismo tiempo que se graban, yo<br />

grababa todo lo de cada cámara<br />

y luego montaba. Gracias a esto,<br />

en ese sentido, La buena estrella<br />

la he rodado con una gran falta<br />

de tensión. Movía la cámara de<br />

una manera que nunca lo había<br />

hecho; siempre la había movido<br />

siguiendo a los personajes y aquí<br />

la movía con los personajes quietos,<br />

sin que apenas se note. Tenía<br />

algunos planos y secuencias estupendos,<br />

pero los he partido<br />

porque había pausas demasiado<br />

largas y necesitaba primeros planos<br />

entre medias. Más que nunca<br />

en mi vida tenía la sensación<br />

de no estar preocupado de cómo<br />

iba a rodarlo, de dominar<br />

por completo el lenguaje narrativo,<br />

sin hacer nada espectacular<br />

ni ostentoso, porque no me gusta.<br />

Me gusta la sencillez, la síntesis<br />

y me ahuyenta lo barroco.<br />

Eso sí que he ido buscándolo,<br />

mi tendencia es a simplificar. Me<br />

sentía muy seguro.<br />

A. M. T. La buena estrella tiene<br />

un final muy denso y emotivo,<br />

pero acaba con una dedicatoria<br />

que va aún más lejos.<br />

R. F. Me lo han comentado,<br />

pero eso sólo ocurre con gente<br />

que me conoce. Al señor que va<br />

a ver la película le da igual que al<br />

final aparezca dedicada al doctor<br />

tal y a los que me cuidaron<br />

los ojos. Cuando se lo propuse a<br />

Pedro Costa pensé que me iba a<br />

decir radicalmente que no, pero<br />

vi que calculaba esta posibilidad<br />

y le parecía bien. Tengo la sensación<br />

de que este médico me ha<br />

sacado a flote, en gran medida<br />

he podido hacerla por su ayuda,<br />

aparte de que al doctor no, pero<br />

a varias enfermeras les he gritado,<br />

han tenido que aguantar mi<br />

genio.<br />

A. M. T. ¿En qué medida el estar<br />

bajo de forma físicamente le<br />

ha influido a la hora de escribir el<br />

guión y rodarlo?<br />

R. F. Tenía dos procesos de<br />

manera paralela; por uno, cada<br />

vez tenía más problemas en los<br />

ojos y, por otro, cada mes pesaba<br />

un kilo menos. Cada día estaba<br />

más débil, notaba que me iba<br />

evaporando. Tenía una sensación<br />

física muy mala de todo mi cuer-<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

po. Así como lo de la vista comprendí,<br />

después de la última operación,<br />

que se mantenía, que tenía<br />

una temporada de descanso<br />

antes de que me volviesen a meter<br />

los dedos en los ojos, sabía<br />

que en aquel estado podía rodar,<br />

sin embargo, a niveles físicos cada<br />

vez me encontraba peor, hasta<br />

que alguien me dijo que me<br />

pusiese insulina, aunque teóricamente<br />

todavía no la necesitaba, y<br />

engordé seis kilos en un mes. Como<br />

había estado casi un año<br />

tumbado, refugiado, perdiendo<br />

masa muscular, sin hacer ningún<br />

ejercicio, cuando empecé la preparación<br />

de la película, a las seis<br />

o las siete horas la cabeza se me<br />

iba, estaba muy cansado. Llegué<br />

al rodaje pensando que igual no<br />

podía aguantarlo, pero ante mi<br />

asombro, quizá por la excitación,<br />

la adrenalina o lo que sea, me hacía<br />

aguantar perfectamente.<br />

A. M. T. Además ahora los rodajes<br />

no son de ocho horas, sino de<br />

12.<br />

R. F. Siempre me he cansado<br />

en los rodajes, nunca me ha gustado<br />

hacer horas extras y trato de<br />

acabar a la hora. Mi opinión es<br />

que en las 12 horas de ahora se<br />

hace lo mismo que en ocho de<br />

antes; la gente trabaja a un ritmo<br />

más lento para poder aguantar<br />

tantas horas y se acaba haciendo<br />

lo mismo. Creo que es una tontería<br />

de los productores; la gente<br />

no descansa lo suficiente, se va<br />

acumulando el cansancio de una<br />

semana a otra y cada vez se rueda<br />

más despacio. n<br />

Ficha técnica: Director: Ricardo Franco.<br />

Guionistas: Ricardo Franco, Ángeles<br />

González-Sinde. Fotografía: Tote Trenas.<br />

Música: Eva Gancedo. Intérpretes:<br />

Antonio Resines, Maribel Verdú, Jordi<br />

Mollà, Elvira Mínguez, Ramón Barea,<br />

Clara Sanchís. Producción: Pedro Costa<br />

para Pedro Costa P.C. y Enrique Cerezo<br />

P.C. Color. Duración: 105 minutos.<br />

Augusto M. Torres es escritor. Autor<br />

de Diccionario de cine y El cine español<br />

en 119 películas.


Una tarde de finales de verano,<br />

Dolfos apuró por enésima<br />

vez su copa de mezcal<br />

y, más inspirado que nunca,<br />

empezó a hablar de Fitzgerald,<br />

uno de sus escritores preferidos,<br />

al que había entrevistado en Los<br />

Ángeles. Aquella tarde, Dolfos<br />

me dijo:<br />

–Hay tipos nacidos para la<br />

gloria, dicho sea con todo la ironía<br />

del mundo. Para la gloria trágica,<br />

la que clausura y a la vez<br />

inaugura. Fitzgerald fue un irónico,<br />

acaso uno de los irónicos<br />

más grandes de este siglo, y murió<br />

trágicamente. Es extraño…<br />

Cuantos irónicos muertos en circunstancias<br />

raras, desde Sócrates<br />

a nuestros días. Pero, ¡si amaban<br />

la vida más que nadie! La<br />

amaban tanto que hasta aceptaban<br />

su crueldad y la podían incluso<br />

considerar apasionante. Para<br />

Fitzgerald la vida fue apasionante<br />

durante toda la primera<br />

época de su demolición. Porque<br />

Fitzgerald demolió en sí mismo<br />

lo que había que demoler: el héroe,<br />

el caballero, el genteel, “el<br />

hombre”. Curiosamente, todos<br />

los personajes de Fitzgerald empiezan<br />

creyendo que la vida es<br />

una cuestión personal (una cuestión<br />

de su deseo), para acabar<br />

aceptando, en la magnitud de su<br />

derrota, la erosionante impersonalidad<br />

de todos los deseos.<br />

Amory Blaine, por ejemplo, representa<br />

a la última gente que<br />

tuvo el atrevimiento de asumir<br />

esa postura tan ególatra como<br />

nietzschiana. Y al final, todos los<br />

héroes de Fitzgerald se dan cuenta<br />

que la vida ya no es una cuestión<br />

personal. Las personas, los<br />

personajes, los egos bien templados<br />

como el acero están desapareciendo,<br />

en beneficio de un<br />

nuevo personaje cuya autoridad<br />

ENTREVISTAS IMAGINARIAS DE DOLFOS NERVO<br />

FRANCIS SCOTT FITZGERALD<br />

ya será la autoridad del fracaso,<br />

del fracaso de las posturas individuales,<br />

del fracaso de la “personalidad”,<br />

del fracaso final de<br />

las últimas secuelas del romanticismo<br />

humanista. Amory ya no<br />

es pues un caballero genteel.<br />

Amory es uno de los nuestros:<br />

un héroe de nuestro tiempo. Y<br />

ahora, después de tantas amargas<br />

ironías, déjame que te cuente mi<br />

entrevista con Fitzgerald, no sin<br />

antes recordarte que la noche de<br />

fin de año de 1925, T. S. Eliot le<br />

escribió una sorprendente carta a<br />

Fitzgerald en la que acababa diciéndole:<br />

“Cuando tenga tiempo<br />

me gustaría escribirle más extensamente<br />

para exponerle por qué<br />

El gran Gatsby me parece un<br />

libro tan admirable. De hecho<br />

me parece el primer gran paso<br />

que la novelística norteamericana<br />

ha dado desde Henry James…<br />

“Quienes crean que Eliot<br />

formuló un juicio tan definitivo<br />

tras haber leído una simple novela<br />

sobre los devaneos de los ricos<br />

y la endogamia de la clase<br />

alta americana han debido de<br />

pensar muy poco en lo que es<br />

un narrador en primera persona<br />

(como es el caso de Nick Carraway)<br />

y, sobre todo, han debido<br />

de pensar muy poco en lo que es<br />

la conciencia del narrador y su<br />

relación dialéctica con la conciencia<br />

del lector. Ya te he insistido<br />

en el hecho de que el verdadero<br />

narrador en primera persona<br />

no aspira a que le creamos:<br />

aspira (y ya es mucho) a que le<br />

interpretemos y le entendamos.<br />

No otra cosa pretende Nick, y<br />

no otra cosa pretendemos cuando<br />

hablamos con los amigos o<br />

los desconocidos sobre nuestros<br />

problemas: no aspiramos a que<br />

nos crean, aspiramos sobre todo<br />

a que nos interpreten, y justa-<br />

JESÚS FERRERO<br />

mente por eso a que “nos comprendan”.<br />

E interpretar y comprender<br />

son operaciones dialécticas<br />

muy superiores a la de “creer”,<br />

pues la creencia se basa en la<br />

fe y la interpretación y la comprensión<br />

se basan en la lógica,<br />

en la sustancia misma de la reflexión,<br />

con todos sus momentos,<br />

entre los cuales ocupa un papel<br />

dominante y hasta sangrante<br />

la contradicción. Lógicamente,<br />

Nick quiere que le interpretemos,<br />

en primer lugar; y en segundo<br />

lugar quiere que “le entendamos”,<br />

también en el sentido<br />

figurado que suele tener este<br />

verbo entre los gay. Quiere que le<br />

comprendamos por debajo, y<br />

justamente por eso, su narración<br />

está llena de sobreentendidos, lo<br />

que convierte El gran Gatsby en<br />

una novela tan especial: más que<br />

la representación del sueño americano,<br />

su demolición. Pero antes<br />

de acercarnos a Gatsby, acerquémonos<br />

definitivamente a<br />

Fitzgerald y a la noche aquella<br />

en que él mismo me reveló lo<br />

que te voy a contar… De mi encuentro<br />

con él recuerdo su mirada<br />

humillada, su cara destruida.<br />

Pero no era esa destrucción evidente<br />

de los rostros que parecen<br />

pulverizados. Aparentemente, la<br />

cara de Francis Scott Fitzgerald<br />

estaba entera aquella noche en<br />

aquel café entre dos grandes estudios<br />

de cine. Frente al café se<br />

extendía una enorme charca y<br />

las limusinas que por allí pasaban<br />

salpicaban la acera y a veces<br />

el agua llegaba hasta los cristales<br />

del establecimiento. Acabábamos<br />

de pedir el cuarto whisky<br />

cuando Fitzgerald me dijo:<br />

–No sabe cómo celebro que<br />

todavía alguien se acuerde de mí<br />

en el extranjero… Hace algún<br />

tiempo fui a un teatro de estu-<br />

diantes donde estaban representando<br />

una de mis obras y, al verme,<br />

los muchachos de la compañía<br />

se quedaron aterrados.<br />

Pensaban que yo ya estaba muerto…<br />

¿Sabe usted que estoy a<br />

punto de convertirme en un tipo<br />

tan serio como un muerto?<br />

–No sé si le entiendo…<br />

Fitzgerald volvió a apurar su<br />

vaso y dijo:<br />

–Sí, en un tipo serio y relativamente<br />

desconocido, como por<br />

ejemplo, Joyce… En un tipo<br />

verdaderamente serio…<br />

–¿Antes no lo era?<br />

–Antes sólo lo era a veces…<br />

–¿Por ejemplo, cuando escribió<br />

El gran Gatsby?<br />

–Exacto. He ahí una narración<br />

seria… De hecho es la narración<br />

de un homosexual con<br />

muchos principios y muchos escrúpulos.<br />

Y esa clase de homosexuales<br />

son siempre gente muy<br />

seria…<br />

Fitzgerald me miró con cansancio<br />

y con crispación. Daba la<br />

impresión de que empezase a padecer<br />

un leve tic en el ojo izquierdo.<br />

–No conozco a ningún crítico<br />

americano o europeo que haya<br />

dicho, ni de lejos, que la historia<br />

de Gatsby es la narración de un<br />

homosexual… –le dije.<br />

–Yo tampoco.<br />

–¿Y no le inquieta?<br />

–En absoluto.<br />

–Vamos a ver, vamos a ver…<br />

A mí esta entrevista me interesa<br />

mucho, señor Fitzgerald… Supongo<br />

que últimamente le hacen<br />

pocas entrevistas de fondo…<br />

Fitzgerald encendió el cigarrillo<br />

que, temerariamente, yo le<br />

acababa de ofrecer. En cuanto<br />

dio la primera calada empezó a<br />

toser estrepitosamente. Lo apagó<br />

y dijo:<br />

78 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82


–En realidad, no me hacen<br />

ninguna entrevista. Así que aproveche<br />

la oportunidad… Ahora<br />

soy como la heroína del final de<br />

El bosque de la noche. O algo mucho<br />

peor, el perro que pide un<br />

hueso. Y estoy dispuesto a decir<br />

la verdad… Créame una cosa,<br />

amigo: a mí ya sólo me queda el<br />

consuelo de la transparencia…<br />

–Entonces hábleme de Gatsby…<br />

–De acuerdo, le hablaré de<br />

Gatsby…<br />

Fitzgerald calló unos instantes<br />

antes de decir:<br />

–Mire, basta con leer la novela<br />

con una mínima atención para<br />

sospechar que Gatsby, un pobre<br />

diablo que en realidad se llama<br />

James Gatz, ha sido el gigoló<br />

del millonario Cody…<br />

–Ahora que lo dice…<br />

–También hay razones para<br />

sospechar que el narrador ha tenido<br />

relaciones homosexuales<br />

con el fotógrafo impresentable<br />

del capítulo tercero…<br />

–Correcto…<br />

–Y luego están los amores de<br />

Nick. Si de verdad se ha enamorado<br />

de alguien, ese alguien sólo<br />

puede ser Gatsby, a quien dedica<br />

su melancólica narración, ¿o no?<br />

Asentí sin vacilación tras apurar<br />

mi whisky. Fitzgerald prosiguió:<br />

–También hay razones para<br />

sospechar que el término obsceno<br />

que Nick borra de las escaleras<br />

del abandonado palacio de<br />

Gatsby no es otro que “maricón”.<br />

Tras la desconcertante declaración<br />

de Francis Scott, nos quedamos<br />

un buen rato en silencio.<br />

Finalmente el escritor dijo:<br />

–Le acabo de hablar, camarada,<br />

de la sustancia misma de la<br />

novela, de lo que subyace a<br />

ella… Pero cómo únicamente<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

Eliot leyó El gran Gatsby con<br />

atención, sólo el captó el verdadero<br />

contenido… No ocurrió lo<br />

mismo con Edith Warton, que<br />

me insinuó que tenía que haberle<br />

dado un tono “más heroico” a<br />

la narración de Nick, a fin de<br />

convertirla en “una tragedia en<br />

vez de en un fait divers de los periódicos<br />

de la mañana”. Justamente<br />

lo que en mi obra apunta<br />

decididamente al futuro era lo<br />

que no le gustaba a la inefable<br />

Warton. Pero es que Edith vivía<br />

todavía en la edad de la inocencia.<br />

Esa edad evocada por Nick al<br />

final de la novela como algo de-<br />

F. Scott Fitzgerald<br />

finitivamente perdido para los<br />

americanos, que desde hace<br />

tiempo ya estamos viviendo al<br />

otro lado del paraíso. Yo el primero<br />

de todos… Un privilegio<br />

muy poco envidiable…<br />

–¿Cree usted que sus compatriotas<br />

son conscientes de que<br />

hace ya bastante tiempo que<br />

América está viviendo al otro lado<br />

del paraíso?<br />

–No son conscientes en absoluto.<br />

Ésta es la tierra de la no<br />

conciencia, y muy especialmente<br />

Los Ángeles, por eso es también<br />

la tierra del cine. Aquí sólo<br />

funcionan las obviedades, aquí<br />

se comercia sólo con obviedades,<br />

aquí te matan en defensa de la<br />

obviedad, aquí te tienes que convertir<br />

en un escritor trivial para<br />

sobrevivir, aquí sí que escribir es<br />

morir, amigo Dolfos…<br />

–¿Y por qué no se va de aquí?<br />

–Todavía no puedo… Quiero<br />

imaginar que esto es sólo un purgatorio,<br />

el último purgatorio antes<br />

de la epifanía de la verdadera<br />

seriedad, de la verdadera tranquilidad…<br />

¿Sabe en qué pienso<br />

últimamente? En un cuento de<br />

Tolstoi. No sé si lo conoce, se titula<br />

El padre Sergio… Sergio pertenecía<br />

a la guardia del zar, y<br />

amaba profundamente a su soberano…<br />

Sergio estaba a punto<br />

de casarse con una hermosa mujer…<br />

En vísperas de la boda, ella<br />

le confiesa que ha sido amante<br />

del zar. Sergio se derrumba. Su<br />

código de honor le obliga a enfrentarse<br />

al amante de su novia,<br />

pero, ¿cómo enfrentarse al zar?<br />

Sergio huye de Moscú y se convierte<br />

en un gran asceta, en realidad<br />

en un santo… Pero un día<br />

peca con una retrasada mental y<br />

vuelve a perderse por el ancho<br />

mundo. Se aleja cada vez más de<br />

su origen, se pierde por la infinita<br />

estepa. Al final acaba trabajando<br />

de jardinero en una hacienda<br />

en el confín de Siberia…<br />

Le juro que ahora me gustaría<br />

ser como Sergio. Sueño con<br />

aquella hacienda imposible, en<br />

un lugar imposible…<br />

Casi me dio vértigo escucharlo,<br />

y me envolvió una profunda<br />

sensación de irrealidad.<br />

En aquel café de paredes amarillas,<br />

relucientes cafeteras y grandes<br />

ventanales abriéndose a una<br />

calle tan ancha como inhóspita,<br />

nada podía resultar más irreal<br />

que imaginarse una dacha en los<br />

confines de la estepa. En el café<br />

79


FRANCIS SCOTT FITZGERALD<br />

había tres personas más, las tres<br />

sentadas frente a la barra, de aspecto<br />

sumamente desagradable.<br />

Sus rostros parecían tallados a<br />

navaja y los tres, también la mujer<br />

de cabellos rojos que tanto<br />

me recordaba a un personaje de<br />

El gran Gatsby, parecían estar<br />

pensando en la vida. Quise recuperar<br />

el hilo de la conversación<br />

y dije:<br />

–Volviendo a El gran Gatsby,<br />

reconocerá usted que Nick es un<br />

narrador de una discreción un<br />

poco enfermiza. El presunto encuentro<br />

sexual con el fotógrafo<br />

está escrito para que el lector pase<br />

de puntillas sobre él…<br />

–Naturalmente… También<br />

en algunos momentos de Vuelta<br />

de tuerca y de El corazón de las tinieblas<br />

nos vemos obligados a<br />

pasar de puntillas, ya que no volando,<br />

por encima de la acción…<br />

–Desgraciadamente, esa clase<br />

de narraciones con evidente recurso<br />

a la sutileza, no suelen gustar<br />

demasiado a los americanos…<br />

–A veces sí que les gustan,<br />

aunque no las entienden…<br />

–Pero en un lector, no entender<br />

es un pecado imperdonable…<br />

–Sin la menor duda… Por<br />

eso es tan doloroso escribir en<br />

América…<br />

–Veo que sigue publicando<br />

cuentos en Esquire…<br />

–Ya lo ve… Cuentos mediocres<br />

en los que dejo la poca vida<br />

que me queda… Pero tengo que<br />

vivir, pero tengo que alimentar a<br />

una familia… Es asfixiante…<br />

–En una de sus más duras<br />

crónicas, usted asegura que “la<br />

prueba de una inteligencia de<br />

primer orden es la de ser capaz<br />

de retener a un tiempo en la cabeza<br />

dos ideas opuestas, sin perder<br />

por eso la capacidad de funcionar.<br />

Uno debiera, por ejemplo,<br />

ser capaz de ver que las cosas<br />

son irremediables y, sin embargo,<br />

estar decidido a cambiarlas”. Esta<br />

filosofía, que según usted se<br />

adecuaba a los comienzos de su<br />

edad adulta, ¿sigue siendo su filosofía?<br />

Esta vez, Fitzgerald no tardó<br />

en contestar, y una vez más com-<br />

probé que su voz seguía teniendo<br />

una suave y convincente autoridad<br />

que, de forma más bien<br />

transparente, podía detectarse en<br />

muchos de sus escritos.<br />

– Básicamente sí que sigue<br />

siendo mi filosofía –dijo–, la que<br />

ya no es la misma es mi cabeza,<br />

físicamente, quiero decir. Demasiadas<br />

borracheras, demasiadas<br />

neuronas muertas, demasiada rabia,<br />

demasiadas lágrimas… Yo<br />

fui de los que creí, durante la década<br />

báquica, que mi capacidad<br />

de trabajo era ilimitada… Incluso<br />

llegué a pensar que era ilimitada<br />

la capacidad de emocionarme.<br />

No quería comprender que<br />

había muchas emociones que habían<br />

quedado para siempre atrás.<br />

Como Gatsby, yo también creí<br />

en una luz verde al final de un<br />

cálido malecón. Como Gatsby,<br />

yo tuve que recorrer un largo camino<br />

para llegar a Nueva York, y<br />

en algún momento la gloria me<br />

pareció tan próxima que dejó de<br />

resultarme una imposibilidad.<br />

No sabía que esa gloria estaba ya<br />

detrás de mí, en alguna parte de<br />

la vasta oscuridad. Como<br />

Gatsby, creí en la luz verde, en el<br />

orgiástico futuro que, año tras<br />

año, aparece ante nosotros…<br />

Nos esquiva, pero no importa;<br />

mañana correremos más de prisa,<br />

abriremos los brazos, y… un<br />

buen día… ¿Un buen día? Sí,<br />

amigo, un buen día nos miramos<br />

al espejo y sabemos que ya<br />

nunca volveremos a ser los mismos.<br />

No descubrimos una fractura,<br />

descubrimos una brecha.<br />

Ah, el horror, el horror, como<br />

dijeron Otelo y Kurtz, ¿sabe a<br />

qué me refiero?<br />

–Creo que sí.<br />

–Pues eso…<br />

–De todas formas, señor Fitzgerald,<br />

me niego a verle tan derrotado…<br />

Siempre, desde que<br />

leí su primer libro, le he atribuido<br />

un don extraordinario para<br />

saber esperar, una extraña elegancia<br />

que jamás he hallado en<br />

otro escritor, y que no es probable<br />

que vuelva a encontrar.<br />

–Si yo tuviera muchos lectores<br />

como usted… En fin, no voy a<br />

negarle que usted me halaga…<br />

Aunque lamento decirle, querido<br />

camarada, que también el don<br />

de saber esperar tiene su periodo<br />

de ascensión, y su decadencia…<br />

Ocurre además que uno espera<br />

cada día menos cosas…<br />

–¿Y a qué espera ahora?<br />

–Espero saldar mis últimas<br />

deudas, espero dejar de escribir<br />

cuentos, espero poder dedicar todas<br />

las fuerzas que me quedan a<br />

una gran novela que deje atrás a<br />

El gran Gatsby… Una novela en<br />

la que pienso recurrir a la prosa<br />

poética cuando de verdad se ajuste<br />

a la acción, pero sin introspecciones<br />

ni asuntos secundarios como<br />

en Suave es la noche. Quiero<br />

que en esta nueva novela todo<br />

contribuya al movimiento dramático.<br />

Digamos que tendría<br />

que ser una narración a lo Flaubert,<br />

sin “ideas”, pero con personajes<br />

que se muevan individualmente,<br />

formando un tejido<br />

de actitudes verdaderas. Todo eso<br />

lo deseo y voy a esforzarme para<br />

conseguirlo, pero ya no deseo la<br />

fama, se lo juro, camarada, se lo<br />

juro… Aspiro al mismo anonimato<br />

que el padre Sergio…<br />

–Una última pregunta –le dije–.<br />

Durante una época agridulce<br />

de su vida, usted perteneció a<br />

la escuela de París… ¿Se considera<br />

en este momento un miembro<br />

de esa presunta escuela…?<br />

–Hace bastante tiempo que<br />

bastantes escritores pertenecen a<br />

la escuela de París, pero no olvide<br />

que París es la nada… Un espacio<br />

abstracto en el que agitarse<br />

hasta enloquecer, casi me atrevería<br />

a decir un espacio vacío.<br />

Por eso en uno de mis cuentos la<br />

llamé Babilonia… Una torre absurda<br />

donde cada uno habla una<br />

lengua diferente. ¿O piensa que<br />

Ernest y yo hablábamos la misma<br />

lengua? Desde mucho antes<br />

que París, Nueva York no es otra<br />

cosa que otro enorme laberinto<br />

abstracto, lleno de ruido y de furia.<br />

Y ya no digamos Los Ángeles…<br />

Hace tiempo que desaparecieron<br />

los grandes escenarios<br />

para las grandes tragedias… –dijo,<br />

antes de que saliéramos del<br />

café–. Así que ya sabe, camarada,<br />

lo que quiere decir para mí ser<br />

un miembro alcoholizado y desterrado<br />

de la escuela de París.<br />

Antes de eso, ya había sido un<br />

miembro alcoholizado y deste-<br />

rrado de la escuela de Nueva<br />

York, y antes de la escuela de<br />

Princeton, y antes de la de Saint<br />

Paul. Ahora mismo, no deja de<br />

ser sorprendente el hecho de verme<br />

convertido en un miembro<br />

alcoholizado y desterrado de la<br />

escuela de Hollywood. ¿Ve como<br />

la vida tiende a la repetición?<br />

¿Ve como Kierkegaard no estaba<br />

tan loco?<br />

Eran más de las cinco de la<br />

mañana cuando me despedí de<br />

Fitzgerald a la puerta de su hotel.<br />

Dos meses después, el escritor<br />

fallecía mientras dormía en<br />

aquel mismo establecimiento.<br />

Algunos años más tarde, el incomparable<br />

Malcon Lowry supo<br />

detectar el destino apolíneo del<br />

autor de El gran Gatsby al calificarlo<br />

de “último Laocoonte” o<br />

último novelista que se había ganado<br />

literalmente la ira de los<br />

dioses por decir más de lo que<br />

los otros querían oír. El último<br />

hasta que otro escritor le sucediera.<br />

Curiosamente, ese sucesor<br />

fue el autor de Bajo el volcán<br />

–me dijo Dolfos Nervo, dando<br />

por concluida aquella nueva velada<br />

en su jardín. n<br />

Jesús Ferrero es escritor. Autor de<br />

Bélver Yin, Amador y El último banquete<br />

(Premio Azorín, 1997).<br />

80 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82

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