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milan kundera - Prisa Revistas

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MI HISTORIA ES MÍA<br />

logía liberal de finales del XVIII y del<br />

XIX, pero más raro poder hacerlo mediante<br />

su correlación con el avance y el<br />

desarrollo capitalistas y la inoperancia de<br />

la propiedad de la fuerza del trabajo en el<br />

proceso central de obtención de la plusvalía.<br />

Por no hablar de construcciones ideológicas<br />

reduccionistas como la de “estrategias<br />

geopolíticas” en la explicación del colonialismo,<br />

el neocolonialismo y las “áreas<br />

de influencia” (eufemismo sustantivado<br />

para evitar el término imperialismo) en las<br />

que no intervienen ni los intereses económicos<br />

ni la competencia intercapitalista ni<br />

las clases sociales subalternas de los países<br />

afectados; o de desarrollos de Estados<br />

emergentes exclusivamente a través del<br />

nombre y la historiografía hagiográfica de<br />

sus dirigentes.<br />

La historia como disciplina académica:<br />

¿qué hay que enseñar?<br />

Deducir de lo anterior que creo en la existencia<br />

de una objetividad global absoluta;<br />

que hay que impartir una historia idéntica,<br />

generalista; que la historia local, grupal,<br />

comunitaria, nacional, es por sí misma<br />

una falacia, sería inferir mediante la<br />

epistemología que he pretendido criticar.<br />

La Historia no es una disciplina cerrada ni<br />

acabada con respecto al pasado; tampoco<br />

se trata de una hermenéutica unilineal. Es<br />

sin duda plural, abierta, interpretativa. Y<br />

es esto y no otra cosa lo que se pretende.<br />

Ni el historiador ni el docente son tabulae<br />

rasae; ni los discentes, lectores y oidores<br />

habitan en el espacio intersticial de la recepción<br />

pura. Se trata, en consecuencia,<br />

de instituir la relatividad –que no el relativismo–<br />

en su extensión, explicación y<br />

análisis. Pero al hablar de la diversidad de<br />

planteamientos, del proceso mismo de<br />

pensamiento y divergencia, no lo hago de<br />

la confusión, a menudo patente, entre<br />

historia e historiografía; más aun, entre<br />

ambas y hagiografía. La historia como<br />

materia debe ser en sí misma crítica: como<br />

metodología y como punto de partida.<br />

Y ciertamente lo es en muchos casos y<br />

por lo que respecta a no pocos profesionales;<br />

sin embargo, este último reconocimiento<br />

no anula el razonamiento precedente.<br />

Las conclusiones sobre la nefandez<br />

de su enseñanza son generalizaciones poco<br />

realistas; fundamentalmente, si nos acercamos<br />

a los niveles académicamente superiores.<br />

Los miedos declarados sobre su reorganización<br />

decretal no son infundados,<br />

pero no debemos invertir la máxima de la<br />

muerte del mensajero por la identificación<br />

entre el mensaje y su decidor. Que<br />

un ministerio demostradamente mojigato<br />

hable de cambios sin saber muy probablemente<br />

a qué se refiere no debe distraernos<br />

del problema. Yo mismo, de hecho, partiendo<br />

de declaraciones institucionalistas<br />

hueras y papanatistas, he aprovechado para<br />

hacer esta reflexión; más aun, estoy absolutamente<br />

seguro de que lo que yo entiendo<br />

por unicidad de la enseñanza es<br />

justo lo contrario de lo que la autoridad<br />

predica y pretende.<br />

Además, ¿qué nos inquieta? La independencia<br />

universitaria es más antigua y<br />

reivindicable (por cierto, no estaría nada<br />

mal recuperar una vieja tradición sumamente<br />

interesante) que los propios Estados<br />

modernos; la libertad de cátedra, un<br />

instrumento que, aun sirviendo a zafios<br />

intereses personalistas y escasamente académicos<br />

en casos conocidos, ha permitido<br />

la creación de escuelas de pensamiento<br />

–también– histórico que nos permiten<br />

hoy día decir lo que decimos. Sin embargo,<br />

sí me preocupa que no se alcen voces<br />

especializadas –y ha llegado el momento<br />

de decir que yo ejerzo de antropólogo,<br />

no de historiador– contra las auténticas<br />

barbaridades que más o menos hábiles<br />

políticos, esta vez absolutamente en sí y<br />

para sí, están diciendo. Se debe hablar de<br />

la historia de Catalunya, de Euskadi, de<br />

Balears, de València, de Canarias, de<br />

Castilla, de Galicia o del Bierzo, la Maragatería<br />

o Parla, pero tal y como ha sido y<br />

tal y como es, y debe hacerse en todos los<br />

espacios territoriales y mentales. Lo que<br />

debemos impedir es que las legítimas y<br />

totalmente apoyables reivindicaciones<br />

políticas, incluidas las independentistas,<br />

sustituyan a los procesos complejos, contradictorios,<br />

divergentes que han permitido<br />

que puedan producirse; porque no<br />

es raro entrever en muchos de esos discursos<br />

“científicos” no ya las veleidades<br />

criticadas en los otros, sino las mismas<br />

carencias y ausencias interesadas que<br />

aquéllos institucionalizan: ucronías, moralismos,<br />

fragmentación, silencios; desplazamiento<br />

del conflicto, de los cambios,<br />

del protagonismo colectivo e instauración<br />

de la derivación épica propia y<br />

definitivamente étnica.<br />

El mecanismo de construcción de la<br />

identidad es inherente al desarrollo de las<br />

culturas y de las sociedades; es, por ende,<br />

objeto de la historia como epistemología.<br />

Pero no puede constituir en sí mismo una<br />

especie de heurística ad libitum que busque<br />

árboles genealógicos donde tan sólo<br />

hay praderas incultas, ni una añagaza<br />

puestista que inhiba al historiador y al<br />

docente de la historia de su trabajo: ni en<br />

la periferia ni en el centro (otros dos tér-<br />

minos relativos impregnados de ideología<br />

fuertemente ahistoricista). ¿Que no es<br />

así? ¿Que el debate es ajeno a la realidad<br />

académica? Tanto mejor; pero si el historiador<br />

está libre de culpa, recordemos que<br />

él sólo es una parte, ínfima a menudo, de la<br />

historia aprendida, construida, manejada.<br />

Desde el televisor, la radio, hasta algunos<br />

profesores del lenguaje (¡Ay la lengua,<br />

tantas veces instituida en identidad exclusiva!<br />

¡Tan a menudo substituta del pasado<br />

y el presente!), el prójimo más cercano, el<br />

conducator (aún demócrata) local y la tan<br />

nuestra radio macuto, los caminos del saber<br />

y del ser más próximos relegan a la<br />

mera pedantería las vías especializadas. La<br />

realidad educativa institucional es, además,<br />

reproductiva, en su propia constitución,<br />

de valores, de relaciones sociales, de<br />

actitudes y de aptitudes. Las tertulias, los<br />

tertulianos, entran en nuestro cortex con<br />

la facilidad del moco de otoño; y, lo que<br />

es peor, medran. Se lo aseguro, medran y<br />

se instalan como líquenes (posiblemente el<br />

más estúpido de los resultados de la evolución)<br />

en nuestra conciencia colectiva. n<br />

Alejandro Miquel Novajra es antropólogo.<br />

Profesor de la Universitat de Les Illes Balears.<br />

44 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82

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