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milan kundera - Prisa Revistas

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LAS HUMANIDADES EN LA ESCUELA<br />

cionalista de la enseñanza, que esperaba<br />

de la escuela que contribuyese a la perpetuación<br />

de unos saberes cristalizados en la<br />

forma de tradiciones culturales, podría<br />

deducirse, muy razonablemente, que en<br />

esas mismas líneas se defendía una pedagogía,<br />

llamémosla gimnástica, basada en<br />

el principio de que no importa tanto la<br />

transmisión de unos contenidos heredados<br />

cuanto el fortalecimiento de, como he<br />

oído en alguna ocasión, “los músculos intelectuales<br />

y morales del alumno”.<br />

Sin embargo, debo advertir contra toda<br />

tentativa de interpretar lo dicho más<br />

arriba como una defensa implícita de esta<br />

educación sin contenidos, dado que no<br />

siento mucho entusiasmo por unos métodos<br />

didácticos que, queriendo descargar<br />

la enseñanza de cualquier residuo de tradición<br />

cultural, pudieran llegar al extremo,<br />

como dicen los ingleses, de tirar el<br />

bebé con el agua sucia en que fue bañado.<br />

Eso ya está sucediendo. Ya se puede ver<br />

cómo la pedagogía de la que se sirvió el<br />

patriotismo va siendo, poco a poco, desplazada<br />

por otra, aún más pragmatista si<br />

cabe, que fomentará la aparición de unos<br />

individuos dotados de una maravillosa<br />

musculatura espiritual pero que sólo gesticularán<br />

en el vacío, dado que, por culpa<br />

de esa misma concepción rigurosamente<br />

instrumental de la cultura, no encontrarán<br />

contenidos sobre los que ejercer sus<br />

cultivadas aptitudes.<br />

Un pensamiento individualista como<br />

el que está conociendo ahora la modernidad,<br />

que ha construido un concepto de<br />

sujeto en el que lo esencial es una negatividad<br />

que lo libera de todo contenido<br />

identitario y comunal (ya no importa saber<br />

qué somos; y menos aún, si somos<br />

celtas, murcianos, padanos u otánicos),<br />

había de apostar por una renovación pedagógica<br />

que concediera menos importancia<br />

a la transmisión de contenidos y<br />

más al desarrollo de la personalidad integral<br />

del alumno. El objetivo ya no es la<br />

pervivencia de una cultura objetiva, aquellos<br />

contenidos que una educación nacionalista<br />

juzgara dignos de ser transmitidos<br />

a través de las generaciones; por el contrario,<br />

se apuesta por una cultura subjetiva,<br />

por el cultivo de las diversas potencialidades<br />

del alumno. La cultura objetiva, el cúmulo<br />

de saberes que nos legó el pasado,<br />

será concebida, tal como ya hiciera Montaigne,<br />

como un alimento que, lejos de ser<br />

vomitado como sucede en las malas digestiones,<br />

esto es, lejos de ser materia de un<br />

recitado memorístico y mecánico que devuelve<br />

intacto lo que recibió, ha de ser asimilado<br />

y trasformado en aptitudes, en ca-<br />

pacidades dispuestas para el futuro. Ya se<br />

trate de adquirir la capacidad de juzgar y<br />

criticar por sí mismo, de alcanzar la verdad<br />

sin necesidad de recurrir a la ortopedia<br />

de la autoridad; ya se trate de ser capaz<br />

de conducirse de un modo adecuado,<br />

de ser libre al mismo tiempo que cooperativo,<br />

autónomo a la vez que solidario, lo<br />

único que importa es el sujeto que se forma,<br />

no aquello de que se informa. El contenido<br />

es subordinado a la futura actividad<br />

del alumno, queda disuelto en la subjetividad<br />

de este.<br />

Sin embargo, ni siquiera la pedagogía<br />

más fascinada por el cultivo de lo aptitudinal<br />

puede prescindir de todo contenido.<br />

Aunque sólo sean como meros instrumentos,<br />

las obras ya creadas imponen su presencia.<br />

Y, si hace falta algo de contenido,<br />

parece pensarse, ¿no será lo más cómodo y<br />

sensato acudir al que tenemos a mano, a<br />

nuestro pasado cultural? De este modo,<br />

aun degradado al papel de sparring con el<br />

que entrenar los músculos del alumno, sobrevivirá<br />

el estudio de las humanidades.<br />

Pero éstas han de pagar la supervivencia<br />

con su deformación. Esa perversa mutación<br />

de las materias humanísticas ya está<br />

teniendo lugar. Asistimos no tanto, como<br />

se afirma a menudo, a la marginación de<br />

las humanidades en provecho de las disciplinas<br />

tecnocientíficas (no se olvide que<br />

las asignaturas de ciencias han sufrido una<br />

reducción no menos drástica en la reforma<br />

educativa), sino a la proyección sobre<br />

las primeras de la índole instrumental que<br />

es propia de los saberes tecnológicos, a la<br />

conversión de las humanidades en herramientas<br />

de trabajo. Así, no es raro oír cómo<br />

se defiende la enseñanza de las lenguas<br />

clásicas con el exclusivo argumento<br />

de que son muy útiles para desarrollar en<br />

el alumno no sé cuantas habilidades intelectuales,<br />

amén de una maravillosa disposición<br />

moral y cívica por mor de los altos<br />

ejemplos que ofrece la antigüedad, sin que<br />

adviertan quienes tan mal defienden esos<br />

estudios, degradándolos a la condición de<br />

gimnasia espiritual, que hay muchas actividades,<br />

seguramente más apreciadas por<br />

la clientela escolar, que sirven también, si<br />

no mejor, a esos fines aptitudinales.<br />

Una enseñanza de este tipo, huelga<br />

decirlo, ha perdido de vista, entre otras<br />

cosas, la preciosa singularidad de cada texto,<br />

su valor único e irreductible. Esa pérdida,<br />

producida hace ya algún tiempo,<br />

arrastró consigo la depreciación de la memoria.<br />

No podía ser de otro modo entre<br />

quienes dejaron de creer en la dignidad de<br />

los textos, de la unión singularísima de<br />

fondo y forma. En efecto, aquello que es<br />

juzgado como poseedor de un valor intrínseco<br />

y no instrumental, aquello que es<br />

estimado por sí mismo, exige el respeto de<br />

su integridad, que se le deja tal cual es.<br />

Nada de eso ha resistido los embates de la<br />

didáctica moderna. Es conocido, por<br />

ejemplo, el método de enseñar literatura<br />

de los actuales animadores pedagógicos.<br />

Utilizan los textos como pretextos, con el<br />

único fin de que el alumno desarrolle su<br />

capacidad lingüística. Con el siguiente resultado<br />

desolador: esa capacidad adquirida<br />

por el alumno habrá de ser usada, se<br />

supone, para elaborar nuevos discursos;<br />

pero estos no habrán de interesar a nadie<br />

salvo como mera ocasión instrumental<br />

que propicie el desarrollo de las capacidades<br />

lingüísticas de futuros alumnos, y así<br />

ad infinitum. El resultado no puede ser<br />

otro que la obtención de una capacidad<br />

verbal que se ejercerá en el vacío.<br />

Ni siquiera una materia de aristas tan<br />

duramente antimodernas como la religión<br />

escapa a ese proceso de vaciamiento. Reducido<br />

el adoctrinamiento católico, por<br />

evidentes imperativos de convivencia democrático-liberal,<br />

a la condición de asignatura<br />

optativa, surge alternativamente<br />

una enseñanza humanística de la cultura<br />

religiosa, desembarazada del hosco ropaje<br />

de la catequesis militante y abierta a la<br />

comprensión de las diversas modalidades<br />

de religiosidad que hemos ideado los<br />

hombres. En dicha asignatura, da igual<br />

conocer las mitologías amerindias o el puritanismo<br />

adventista, degustar el severo<br />

calvinismo o la abundancia católico-romana,<br />

sutilizar sobre los bizantinismos trinitarios<br />

o sobre las irrealidades del nirvana:<br />

se supone que todo sirve para potenciar la<br />

sensibilidad moral del alumno; sobre todo,<br />

su sentido de la tolerancia, que ejercerá<br />

sin mayores dificultades ya que las diferencias<br />

abismales entre los diversos dogmas<br />

habrán quedado disueltas en un<br />

magma de blanda y simpática espiritualidad,<br />

en una religiosidad sin religión. Así,<br />

la tolerancia se ejercerá cómodamente sobre<br />

la nada. La enseñanza de cualquier<br />

materia queda sometida a idénticos principios<br />

instrumentales. Más aun, por encima<br />

de la particularidad de cada disciplina,<br />

este formalismo didáctico, alérgico a la limitación<br />

que acompaña a todo contenido,<br />

hace de la optatividad uno de sus principios<br />

más queridos. Nada que objetar en<br />

principio. Pero no queda otro remedio<br />

que recelar un tanto de ese amable ideal<br />

cuando se entiende el sentido de dicha tolerancia<br />

pedagógica. Se ofrece al alumno<br />

la posibilidad de escoger entre un abanico<br />

amplísimo de opciones, no porque se con-<br />

36 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82

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