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LAS HUMANIDADES EN LA ESCUELA<br />
cionalista de la enseñanza, que esperaba<br />
de la escuela que contribuyese a la perpetuación<br />
de unos saberes cristalizados en la<br />
forma de tradiciones culturales, podría<br />
deducirse, muy razonablemente, que en<br />
esas mismas líneas se defendía una pedagogía,<br />
llamémosla gimnástica, basada en<br />
el principio de que no importa tanto la<br />
transmisión de unos contenidos heredados<br />
cuanto el fortalecimiento de, como he<br />
oído en alguna ocasión, “los músculos intelectuales<br />
y morales del alumno”.<br />
Sin embargo, debo advertir contra toda<br />
tentativa de interpretar lo dicho más<br />
arriba como una defensa implícita de esta<br />
educación sin contenidos, dado que no<br />
siento mucho entusiasmo por unos métodos<br />
didácticos que, queriendo descargar<br />
la enseñanza de cualquier residuo de tradición<br />
cultural, pudieran llegar al extremo,<br />
como dicen los ingleses, de tirar el<br />
bebé con el agua sucia en que fue bañado.<br />
Eso ya está sucediendo. Ya se puede ver<br />
cómo la pedagogía de la que se sirvió el<br />
patriotismo va siendo, poco a poco, desplazada<br />
por otra, aún más pragmatista si<br />
cabe, que fomentará la aparición de unos<br />
individuos dotados de una maravillosa<br />
musculatura espiritual pero que sólo gesticularán<br />
en el vacío, dado que, por culpa<br />
de esa misma concepción rigurosamente<br />
instrumental de la cultura, no encontrarán<br />
contenidos sobre los que ejercer sus<br />
cultivadas aptitudes.<br />
Un pensamiento individualista como<br />
el que está conociendo ahora la modernidad,<br />
que ha construido un concepto de<br />
sujeto en el que lo esencial es una negatividad<br />
que lo libera de todo contenido<br />
identitario y comunal (ya no importa saber<br />
qué somos; y menos aún, si somos<br />
celtas, murcianos, padanos u otánicos),<br />
había de apostar por una renovación pedagógica<br />
que concediera menos importancia<br />
a la transmisión de contenidos y<br />
más al desarrollo de la personalidad integral<br />
del alumno. El objetivo ya no es la<br />
pervivencia de una cultura objetiva, aquellos<br />
contenidos que una educación nacionalista<br />
juzgara dignos de ser transmitidos<br />
a través de las generaciones; por el contrario,<br />
se apuesta por una cultura subjetiva,<br />
por el cultivo de las diversas potencialidades<br />
del alumno. La cultura objetiva, el cúmulo<br />
de saberes que nos legó el pasado,<br />
será concebida, tal como ya hiciera Montaigne,<br />
como un alimento que, lejos de ser<br />
vomitado como sucede en las malas digestiones,<br />
esto es, lejos de ser materia de un<br />
recitado memorístico y mecánico que devuelve<br />
intacto lo que recibió, ha de ser asimilado<br />
y trasformado en aptitudes, en ca-<br />
pacidades dispuestas para el futuro. Ya se<br />
trate de adquirir la capacidad de juzgar y<br />
criticar por sí mismo, de alcanzar la verdad<br />
sin necesidad de recurrir a la ortopedia<br />
de la autoridad; ya se trate de ser capaz<br />
de conducirse de un modo adecuado,<br />
de ser libre al mismo tiempo que cooperativo,<br />
autónomo a la vez que solidario, lo<br />
único que importa es el sujeto que se forma,<br />
no aquello de que se informa. El contenido<br />
es subordinado a la futura actividad<br />
del alumno, queda disuelto en la subjetividad<br />
de este.<br />
Sin embargo, ni siquiera la pedagogía<br />
más fascinada por el cultivo de lo aptitudinal<br />
puede prescindir de todo contenido.<br />
Aunque sólo sean como meros instrumentos,<br />
las obras ya creadas imponen su presencia.<br />
Y, si hace falta algo de contenido,<br />
parece pensarse, ¿no será lo más cómodo y<br />
sensato acudir al que tenemos a mano, a<br />
nuestro pasado cultural? De este modo,<br />
aun degradado al papel de sparring con el<br />
que entrenar los músculos del alumno, sobrevivirá<br />
el estudio de las humanidades.<br />
Pero éstas han de pagar la supervivencia<br />
con su deformación. Esa perversa mutación<br />
de las materias humanísticas ya está<br />
teniendo lugar. Asistimos no tanto, como<br />
se afirma a menudo, a la marginación de<br />
las humanidades en provecho de las disciplinas<br />
tecnocientíficas (no se olvide que<br />
las asignaturas de ciencias han sufrido una<br />
reducción no menos drástica en la reforma<br />
educativa), sino a la proyección sobre<br />
las primeras de la índole instrumental que<br />
es propia de los saberes tecnológicos, a la<br />
conversión de las humanidades en herramientas<br />
de trabajo. Así, no es raro oír cómo<br />
se defiende la enseñanza de las lenguas<br />
clásicas con el exclusivo argumento<br />
de que son muy útiles para desarrollar en<br />
el alumno no sé cuantas habilidades intelectuales,<br />
amén de una maravillosa disposición<br />
moral y cívica por mor de los altos<br />
ejemplos que ofrece la antigüedad, sin que<br />
adviertan quienes tan mal defienden esos<br />
estudios, degradándolos a la condición de<br />
gimnasia espiritual, que hay muchas actividades,<br />
seguramente más apreciadas por<br />
la clientela escolar, que sirven también, si<br />
no mejor, a esos fines aptitudinales.<br />
Una enseñanza de este tipo, huelga<br />
decirlo, ha perdido de vista, entre otras<br />
cosas, la preciosa singularidad de cada texto,<br />
su valor único e irreductible. Esa pérdida,<br />
producida hace ya algún tiempo,<br />
arrastró consigo la depreciación de la memoria.<br />
No podía ser de otro modo entre<br />
quienes dejaron de creer en la dignidad de<br />
los textos, de la unión singularísima de<br />
fondo y forma. En efecto, aquello que es<br />
juzgado como poseedor de un valor intrínseco<br />
y no instrumental, aquello que es<br />
estimado por sí mismo, exige el respeto de<br />
su integridad, que se le deja tal cual es.<br />
Nada de eso ha resistido los embates de la<br />
didáctica moderna. Es conocido, por<br />
ejemplo, el método de enseñar literatura<br />
de los actuales animadores pedagógicos.<br />
Utilizan los textos como pretextos, con el<br />
único fin de que el alumno desarrolle su<br />
capacidad lingüística. Con el siguiente resultado<br />
desolador: esa capacidad adquirida<br />
por el alumno habrá de ser usada, se<br />
supone, para elaborar nuevos discursos;<br />
pero estos no habrán de interesar a nadie<br />
salvo como mera ocasión instrumental<br />
que propicie el desarrollo de las capacidades<br />
lingüísticas de futuros alumnos, y así<br />
ad infinitum. El resultado no puede ser<br />
otro que la obtención de una capacidad<br />
verbal que se ejercerá en el vacío.<br />
Ni siquiera una materia de aristas tan<br />
duramente antimodernas como la religión<br />
escapa a ese proceso de vaciamiento. Reducido<br />
el adoctrinamiento católico, por<br />
evidentes imperativos de convivencia democrático-liberal,<br />
a la condición de asignatura<br />
optativa, surge alternativamente<br />
una enseñanza humanística de la cultura<br />
religiosa, desembarazada del hosco ropaje<br />
de la catequesis militante y abierta a la<br />
comprensión de las diversas modalidades<br />
de religiosidad que hemos ideado los<br />
hombres. En dicha asignatura, da igual<br />
conocer las mitologías amerindias o el puritanismo<br />
adventista, degustar el severo<br />
calvinismo o la abundancia católico-romana,<br />
sutilizar sobre los bizantinismos trinitarios<br />
o sobre las irrealidades del nirvana:<br />
se supone que todo sirve para potenciar la<br />
sensibilidad moral del alumno; sobre todo,<br />
su sentido de la tolerancia, que ejercerá<br />
sin mayores dificultades ya que las diferencias<br />
abismales entre los diversos dogmas<br />
habrán quedado disueltas en un<br />
magma de blanda y simpática espiritualidad,<br />
en una religiosidad sin religión. Así,<br />
la tolerancia se ejercerá cómodamente sobre<br />
la nada. La enseñanza de cualquier<br />
materia queda sometida a idénticos principios<br />
instrumentales. Más aun, por encima<br />
de la particularidad de cada disciplina,<br />
este formalismo didáctico, alérgico a la limitación<br />
que acompaña a todo contenido,<br />
hace de la optatividad uno de sus principios<br />
más queridos. Nada que objetar en<br />
principio. Pero no queda otro remedio<br />
que recelar un tanto de ese amable ideal<br />
cuando se entiende el sentido de dicha tolerancia<br />
pedagógica. Se ofrece al alumno<br />
la posibilidad de escoger entre un abanico<br />
amplísimo de opciones, no porque se con-<br />
36 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82