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milan kundera - Prisa Revistas

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Edward Inman Fox<br />

La invención de España<br />

Editorial Cátedra, Madrid, 1997<br />

En los últimos meses se empieza<br />

a discutir con asiduidad<br />

en la prensa española la<br />

cuestión de cómo se debe enseñar<br />

“la historia nacional” en los centros<br />

estatales. Es interesante notar<br />

que la llegada del tema al espacio<br />

público coincide, más o menos,<br />

con la publicación de La invención<br />

de España, libro sugerente<br />

del hispanista norteamericano<br />

Edward Inman Fox. Según el estudio<br />

de Fox, que se nutre de la<br />

fecunda noción de la “comunidad<br />

imaginada” propuesta por<br />

Benedict Anderson ya hace más<br />

de una década, nuestro entendimiento<br />

del “hecho español” proviene<br />

en gran parte del proyecto<br />

de la historiografía nacionalista<br />

“de naturaleza individual e institucional<br />

a la vez”(pág. 13), que<br />

durante la segunda mitad del siglo<br />

pasado y la primera mitad del<br />

presente engendró una forma<br />

esencialmente castellanófila de<br />

concebir la realidad nacional. En<br />

su análisis, el hispanista norteamericano<br />

pone de relieve el importante<br />

papel de la Generación<br />

del 98 y la Generación de 14 en<br />

los esfuerzos patriagénicos de las<br />

élites intelectuales de esta época.<br />

Al demostrar la centralidad del<br />

deseo, esencialmente político, de<br />

crear y de propagar nuevos conceptos<br />

de identidad nacional en<br />

el proceso creativo de los artistas<br />

destacados de la época, Fox suministra<br />

un muy esperado golpe<br />

de gracia a los debates, ya hace<br />

tiempo bastante estériles, sobre<br />

la validez y la extensión del concepto<br />

de la Generación del 98.<br />

En su mayoría, tales debates partían<br />

de la suposición de que las<br />

explicaciones acerca de la naturaleza<br />

del corpus de textos producidos<br />

por la llamada Generación<br />

del 98 deben buscarse dentro la<br />

literatura misma, aplicando las<br />

herramientas críticas del campo<br />

filológico. De ahí, por ejemplo,<br />

los muchos intentos de caracterizar<br />

la producción de los noventayochistas<br />

en términos de una relación<br />

oposicional con el Modernismo,<br />

otro movimiento literario<br />

de fundamento teórico igualmente<br />

borroso. La reivindicación<br />

por parte de Fox de la importancia<br />

de la figura del intelectual público<br />

(escritor que no se concebía<br />

principalmente como guardián<br />

de los valores estéticos sino como<br />

individuo enfrascado en diálogos<br />

constantes con el público,<br />

por una parte, y las ideas motrices<br />

de los debates que ocurren en el<br />

espacio político por otra), durante<br />

la época finisecular, rompe este<br />

círculo vicioso de análisis intraliterario<br />

y nos hace ver la necesidad<br />

de aplicar las teorías<br />

integrales de la cultura, como las<br />

de Bourdieu, al estudio del periodo<br />

en cuestión. La necesidad<br />

de hacerlo se hace aun más patente<br />

cuando tomamos en cuenta<br />

que la pedagogía “literaria” sobre<br />

la nación producida por los<br />

noventayochistas y novecentistas<br />

castellanos tiene sus correlatos,<br />

como bien muestra Fox, en el<br />

campo de las artes plásticas y en<br />

el ámbito de la creación de las<br />

instituciones culturales, tales como<br />

la Junta para Ampliación de<br />

Estudios. Aplicando las ideas del<br />

teórico francés ya mencionado,<br />

por ejemplo, se podría empezar a<br />

hablar de la existencia de un campo<br />

cultural finisecular español<br />

condicionado y delimitado, co-<br />

ENSAYO<br />

INVENCIONES DE ESPAÑAS<br />

THOMAS S. HARRINGTON<br />

mo todos los campos culturales,<br />

por un campo de poder dominado,<br />

en esta coyuntura, por la<br />

cuestión del destino de la España<br />

castellanizada.<br />

Sin embargo, nuestros intentos<br />

de renovar la base teórica de<br />

los estudios finiseculares no deben<br />

ni pueden parar allí. El concepto<br />

del campo cultural concebido<br />

por Bourdieu y presente, a mi<br />

entender, de una forma implícita<br />

en los planteamientos de Fox, supone<br />

una relación esencialmente<br />

congruente entre el aparato cultural<br />

dominado por las élites intelectuales<br />

y una nación cultural<br />

en particular, la castellana. En un<br />

país como Francia, dominado<br />

hasta hace muy poco por un concepto<br />

bastante monolítico de<br />

identidad nacional, se podía utilizar<br />

tal planteamiento sin grandes<br />

complicaciones. El caso de la<br />

España finisecular es otra cosa.<br />

En el cuarto de siglo que va<br />

desde el Desastre hasta la llegada<br />

de la dictadura de Primo de Rivera,<br />

la península Ibérica se reveló<br />

con más claridad que nunca<br />

como, en la terminología del<br />

teórico israelí Even-Zohar, un polisistema<br />

cultural. Trabajaban de<br />

una forma muy paralela a los intelectuales<br />

castellanófilos de las<br />

generaciones del 98 y del 14 los<br />

nacionalistas catalanes bajo el liderazgo<br />

de Prat de la Riba y Eugeni<br />

D’Ors, los nacionalistas culturalistas<br />

vascos como Engracio<br />

de Arantzadi y, en la segunda mitad<br />

del periodo mencionado, los<br />

nacionalistas gallegos bajo la batuta<br />

primero de los hermanos Villar<br />

Ponte y después, de la Xeneración<br />

Nós encabezada por Vicente<br />

Risco. A éstos se podría<br />

agregar el caso de Renascença Portuguesa,<br />

el movimiento patriótico<br />

y pedagógico fundado en el país<br />

vecino por intelectuales como<br />

Teixeira de Pascoaes, Leonardo<br />

Coimbra y Jaime Cortesco en los<br />

meses que siguieron la declaración<br />

de la República en 1910.<br />

Al topar con la realidad, mucho<br />

más compleja, de cinco proyectos<br />

paralelos de “pedagogía<br />

nacional” en vez de sólo uno,<br />

existe la tentación de recurrir al<br />

ejemplo de Ortega y caracterizar<br />

a los movimientos periféricos de<br />

identidad nacional como movimientos<br />

esencialmente “artificiosos”<br />

cuya existencia se debe, más<br />

que nada, a la debilidad coyuntural<br />

del régimen centralista. Reducirlos<br />

así al nivel del ruido de<br />

fondo parece ser la opción escogida<br />

por Fox al analizar La invención<br />

de España durante el periodo<br />

en cuestión. Esta postura<br />

de otorgar casi todo el protagonismo<br />

en el proceso de “construir<br />

la nación” a los intelectuales castellanófilos<br />

“liberales” me parece<br />

insostenible, sobre todo cuando<br />

se investiga, tal como nos insta<br />

Fox, la cuestión de la institucionalización<br />

de la pedagogía nacional<br />

en las primeras décadas del<br />

siglo. Con razón, el estudioso estadounidense<br />

destaca la importancia<br />

de la cadena de sucesos<br />

que incluye la fundación de la<br />

Junta para Ampliación de Estudios<br />

en 1907, el Centro de Estudios<br />

Históricos en 1910, la Revista<br />

de Filología Española en<br />

1914. Se podría añadir a la lista,<br />

entre muchas otras cosas, la fundación<br />

de la Liga de Educación<br />

Política y su órgano España en el<br />

periodo 1913-1915. Sin embargo,<br />

lo que no nos proporciona<br />

este análisis es una idea del contexto<br />

ibérico en el cual ocurrieron<br />

estas iniciativas culturales. Ateniéndonos<br />

sólo a las actividades<br />

referentes a la institucionalización<br />

50 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82

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