You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
LAS HUMANIDADES EN LA ESCUELA<br />
conciencia nacional cuya principal característica<br />
no es la amplitud de miras; pero<br />
muchos de quienes han decidido razonar<br />
a favor de las bondades del proyecto ministerial,<br />
denunciando el empobrecimiento<br />
a que conduce una concepción localista<br />
de la educación y de la cultura, no tardan<br />
en despojarse del disfraz cosmopolita y en<br />
apelar a la misma premisa patriótica y cerrada<br />
que afean al enemigo. El consejo<br />
oportunista de mirar más allá de la patria<br />
chica no es más que una triquiñuela retórica,<br />
por cuanto suele indicar también<br />
cuál es el espacio al que debe ceñirse dicha<br />
expansión visual –no sea que la mirada se<br />
extravíe por donde no debiera–. En efecto,<br />
el mismo que está dispuesto a lamentarse<br />
de que los jóvenes andaluces pudieran<br />
llegar, si las cosas no se enderezan, a<br />
desconocer todo lo que queda al norte de<br />
Despeñaperros, no quedaría muy satisfecho<br />
en el caso hipotético de que esos mismos<br />
jóvenes creyeran escuchar ancestrales<br />
voces que les invitasen a subrayar la dimensión<br />
andalusí de su comunidad, y<br />
concebirla por ello como una variante de<br />
la dilatadísima civilización que se extiende<br />
al otro lado del estrecho. Quien no se harta<br />
de recomendar que los estudiantes catalanes<br />
no vean encerrados sus conocimientos<br />
geográficos en los límites de Cataluña,<br />
es obvio que no está invitando a que se familiaricen<br />
demasiado con la unidad paisajística<br />
de la cuenca mediterránea, claramente<br />
diferenciada de territorios interiores<br />
como la meseta castellana; ni siquiera<br />
a que descubran la otra cara pirenaica. El<br />
que ridiculiza la miopía cultural de otros<br />
(que les lleva, por ejemplo, a incluir en<br />
sus programas de estudio la doctrina de<br />
Sabino Arana, no muy sutil según los antropólogos<br />
culturales que se han aventurado<br />
a entrar en sus textos) admite sin rechistar<br />
el proyecto ministerial que convierte<br />
a Ortega y Gasset en uno de los<br />
poquísimos filósofos cuya lectura será recomendada<br />
en el nuevo bachillerato, se<br />
supone que por la muy filosófica razón de<br />
que tiene que haber algún autor español<br />
en ese selecto grupo.<br />
El uso de algunas asignaturas humanísticas<br />
como instrumentos aptos para la<br />
creación en los alumnos de una determinada<br />
conciencia nacional conlleva una deformación<br />
de las mismas que llega a desmentir<br />
incluso la misma denominación de<br />
humanidades, la cual apunta a fines muy<br />
diferentes. No deja de encerrar alguna paradoja<br />
el hecho de que haya heredado la<br />
denominación de “humanidades” un grupo<br />
de materias cuya coincidencia temática<br />
con los studia humanitatis del renacimien-<br />
to no debería cegarnos sobre una radical<br />
diferencia. Es cierto que se ha sostenido,<br />
con no poca razón, que ya estaría obrando<br />
un designio protonacionalista en los primeros<br />
estudios humanísticos desarrollados<br />
en la península itálica. Por ejemplo, los intentos<br />
de recuperar el latín clásico se habrían<br />
debido a tratarse de la lengua que<br />
habló en su época más gloriosa la nación<br />
italiana, identificada un tanto forzadamente<br />
con Roma; así mismo, el desprecio<br />
del latín de las universidades medievales<br />
no se debería tanto a su pésima calidad<br />
como al hecho de ser un obstáculo al renacimiento<br />
de la conciencia nacional italiana,<br />
que andaba disuelta en el océano de<br />
la cristiandad medieval. Pero, sin necesidad<br />
de negar la verdad de dicha apreciación,<br />
no es menos cierto, como muestra el<br />
éxito logrado por el movimiento renacentista<br />
más allá de la península italiana, que<br />
ese incipiente nacionalismo fue compatible<br />
con un talante que, lejos de ensimismarse<br />
en el culto de una eventual identidad<br />
particular, supo celebrar las excelencias<br />
de un modelo que se quiso universal:<br />
la antigüedad clásica. Olvidado ese espíritu<br />
renacentista, el siglo XIX nacionalizó<br />
las humanidades. Ello, sin duda, enriqueció<br />
el contenido de las mismas, en el que<br />
también iban a tener su legítimo lugar las<br />
variadísimas tradiciones populares, hasta<br />
entonces despreciadas. Pero también resultó<br />
que, viniendo a ser identificadas en<br />
adelante las humanidades con un quimérico<br />
espíritu nacional, se vieron abocadas a<br />
servir de instrumentos ideológicos de ese<br />
nuevo despotismo por el que los habitantes<br />
de un determinado territorio quedaban<br />
convertidos en poco más que esclavos de<br />
su propia transmutación hipostática: la<br />
Nación, el Pueblo, la Raza…<br />
Naturalmente, el nacionalismo tiene<br />
sus consecuencias ópticas. Toda pertenencia<br />
nacional produce un cierto estrabismo:<br />
una limitación que no causaría grandes<br />
problemas si no fuera porque las diferencias<br />
de perspectiva causadas por la<br />
diversidad de fidelidades nacionales tienen<br />
la naturaleza abismal, insuperable, de<br />
todo lo irracional. Vaya usted a saber por<br />
qué hay quien decide sentirse español, o<br />
berciano, ante todo; por qué se elige ser<br />
valenciano acosado por el monstruo pancatalanista,<br />
o catalán sojuzgado por el indolente<br />
poblachón manchego, o europeo<br />
a merced de los caprichos norteamericanos.<br />
Lo cierto es que, una vez tomada la<br />
decisión, cuyo último y más sólido fundamento<br />
es la real gana, de sentirse recorrido<br />
por tal o cual identidad colectiva, se<br />
hace imposible unificar por vías racionales<br />
las perspectivas, a todas vistas inconmensurables,<br />
de quienes se alistan en patrias<br />
diferentes.<br />
No deja de presentarse dicho sesgo<br />
nacional de la mirada cuando ésta se dirige<br />
al pasado, a la historia. No hace mucho<br />
que un europarlamentario británico mostraba<br />
su rechazo más completo a la idea de<br />
escribir una historia europea, en la que,<br />
temía el recalcitrante insular, Napoleón<br />
dejaría de ser el personaje aborrecible que<br />
enseñan los manuales de historia que él estudió.<br />
Desde luego, el caso de ese europarlamentario,<br />
cuyos juicios no tienen por<br />
qué estar presididos por una exquisita probidad<br />
intelectual, no tiene mucho que ver<br />
con el del historiador escrupuloso que<br />
busca simplemente la verdad; pero debe<br />
advertirse que desacuerdos tales como los<br />
que se dan a la hora de abordar la historia<br />
no se deben sólo a que se recurra por lo<br />
general a una manipulación consciente del<br />
pasado. El problema es más profundo: por<br />
sí sola la elección del tema de la narración<br />
histórica determina una perspectiva.<br />
Por más que los historiadores se ciñeran<br />
siempre a una metodología rigurosa,<br />
no lograrían conciliar, pongamos por caso,<br />
una narración cuyo tema fuera la gradual<br />
formación de España y otra que versara<br />
sobre la de Cataluña. No podrían<br />
conceder en ambos casos el mismo significado<br />
a sucesos que, siendo comunes a las<br />
trayectorias temporales de ambas realidades,<br />
les afectan de modo muy distinto.<br />
Por ejemplo, la política del conde-duque<br />
de Olivares encaminada a implicar a los<br />
reinos catalano-aragoneses en las empresas<br />
de la monarquía española, que venían<br />
siendo sostenidas, sobre todo, con el esfuerzo<br />
de Castilla, si es contemplada en el<br />
marco de la historia de la construcción de<br />
España, ha de ser enjuiciada, a pesar de<br />
todo lo que haya de reprochable en ella,<br />
positivamente, aun en calidad de tentativa<br />
prematura e insatisfactoria. Y es que todo<br />
aquello que entendamos que trabajó a favor<br />
de una plena realización de la entidad<br />
española no puede sino merecernos un<br />
juicio positivo siempre que nos situemos<br />
en el contexto de una historia cuyo objeto<br />
sea el devenir de España.<br />
La razón de esa valoración positiva no<br />
tiene por qué ser ideológica, algo así como<br />
un patriotismo español que condicionara<br />
desde fuera la labor científica del historiador,<br />
sino que viene exigida internamente<br />
por el propio discurso: en un discurso no<br />
se puede ir en contra de lo que facilite la<br />
constitución del objeto del discurso. Por<br />
la misma razón literaria, si esa política<br />
centralizadora del valido de Felipe IV es<br />
34 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82