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milan kundera - Prisa Revistas

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LAS HUMANIDADES EN LA ESCUELA<br />

conciencia nacional cuya principal característica<br />

no es la amplitud de miras; pero<br />

muchos de quienes han decidido razonar<br />

a favor de las bondades del proyecto ministerial,<br />

denunciando el empobrecimiento<br />

a que conduce una concepción localista<br />

de la educación y de la cultura, no tardan<br />

en despojarse del disfraz cosmopolita y en<br />

apelar a la misma premisa patriótica y cerrada<br />

que afean al enemigo. El consejo<br />

oportunista de mirar más allá de la patria<br />

chica no es más que una triquiñuela retórica,<br />

por cuanto suele indicar también<br />

cuál es el espacio al que debe ceñirse dicha<br />

expansión visual –no sea que la mirada se<br />

extravíe por donde no debiera–. En efecto,<br />

el mismo que está dispuesto a lamentarse<br />

de que los jóvenes andaluces pudieran<br />

llegar, si las cosas no se enderezan, a<br />

desconocer todo lo que queda al norte de<br />

Despeñaperros, no quedaría muy satisfecho<br />

en el caso hipotético de que esos mismos<br />

jóvenes creyeran escuchar ancestrales<br />

voces que les invitasen a subrayar la dimensión<br />

andalusí de su comunidad, y<br />

concebirla por ello como una variante de<br />

la dilatadísima civilización que se extiende<br />

al otro lado del estrecho. Quien no se harta<br />

de recomendar que los estudiantes catalanes<br />

no vean encerrados sus conocimientos<br />

geográficos en los límites de Cataluña,<br />

es obvio que no está invitando a que se familiaricen<br />

demasiado con la unidad paisajística<br />

de la cuenca mediterránea, claramente<br />

diferenciada de territorios interiores<br />

como la meseta castellana; ni siquiera<br />

a que descubran la otra cara pirenaica. El<br />

que ridiculiza la miopía cultural de otros<br />

(que les lleva, por ejemplo, a incluir en<br />

sus programas de estudio la doctrina de<br />

Sabino Arana, no muy sutil según los antropólogos<br />

culturales que se han aventurado<br />

a entrar en sus textos) admite sin rechistar<br />

el proyecto ministerial que convierte<br />

a Ortega y Gasset en uno de los<br />

poquísimos filósofos cuya lectura será recomendada<br />

en el nuevo bachillerato, se<br />

supone que por la muy filosófica razón de<br />

que tiene que haber algún autor español<br />

en ese selecto grupo.<br />

El uso de algunas asignaturas humanísticas<br />

como instrumentos aptos para la<br />

creación en los alumnos de una determinada<br />

conciencia nacional conlleva una deformación<br />

de las mismas que llega a desmentir<br />

incluso la misma denominación de<br />

humanidades, la cual apunta a fines muy<br />

diferentes. No deja de encerrar alguna paradoja<br />

el hecho de que haya heredado la<br />

denominación de “humanidades” un grupo<br />

de materias cuya coincidencia temática<br />

con los studia humanitatis del renacimien-<br />

to no debería cegarnos sobre una radical<br />

diferencia. Es cierto que se ha sostenido,<br />

con no poca razón, que ya estaría obrando<br />

un designio protonacionalista en los primeros<br />

estudios humanísticos desarrollados<br />

en la península itálica. Por ejemplo, los intentos<br />

de recuperar el latín clásico se habrían<br />

debido a tratarse de la lengua que<br />

habló en su época más gloriosa la nación<br />

italiana, identificada un tanto forzadamente<br />

con Roma; así mismo, el desprecio<br />

del latín de las universidades medievales<br />

no se debería tanto a su pésima calidad<br />

como al hecho de ser un obstáculo al renacimiento<br />

de la conciencia nacional italiana,<br />

que andaba disuelta en el océano de<br />

la cristiandad medieval. Pero, sin necesidad<br />

de negar la verdad de dicha apreciación,<br />

no es menos cierto, como muestra el<br />

éxito logrado por el movimiento renacentista<br />

más allá de la península italiana, que<br />

ese incipiente nacionalismo fue compatible<br />

con un talante que, lejos de ensimismarse<br />

en el culto de una eventual identidad<br />

particular, supo celebrar las excelencias<br />

de un modelo que se quiso universal:<br />

la antigüedad clásica. Olvidado ese espíritu<br />

renacentista, el siglo XIX nacionalizó<br />

las humanidades. Ello, sin duda, enriqueció<br />

el contenido de las mismas, en el que<br />

también iban a tener su legítimo lugar las<br />

variadísimas tradiciones populares, hasta<br />

entonces despreciadas. Pero también resultó<br />

que, viniendo a ser identificadas en<br />

adelante las humanidades con un quimérico<br />

espíritu nacional, se vieron abocadas a<br />

servir de instrumentos ideológicos de ese<br />

nuevo despotismo por el que los habitantes<br />

de un determinado territorio quedaban<br />

convertidos en poco más que esclavos de<br />

su propia transmutación hipostática: la<br />

Nación, el Pueblo, la Raza…<br />

Naturalmente, el nacionalismo tiene<br />

sus consecuencias ópticas. Toda pertenencia<br />

nacional produce un cierto estrabismo:<br />

una limitación que no causaría grandes<br />

problemas si no fuera porque las diferencias<br />

de perspectiva causadas por la<br />

diversidad de fidelidades nacionales tienen<br />

la naturaleza abismal, insuperable, de<br />

todo lo irracional. Vaya usted a saber por<br />

qué hay quien decide sentirse español, o<br />

berciano, ante todo; por qué se elige ser<br />

valenciano acosado por el monstruo pancatalanista,<br />

o catalán sojuzgado por el indolente<br />

poblachón manchego, o europeo<br />

a merced de los caprichos norteamericanos.<br />

Lo cierto es que, una vez tomada la<br />

decisión, cuyo último y más sólido fundamento<br />

es la real gana, de sentirse recorrido<br />

por tal o cual identidad colectiva, se<br />

hace imposible unificar por vías racionales<br />

las perspectivas, a todas vistas inconmensurables,<br />

de quienes se alistan en patrias<br />

diferentes.<br />

No deja de presentarse dicho sesgo<br />

nacional de la mirada cuando ésta se dirige<br />

al pasado, a la historia. No hace mucho<br />

que un europarlamentario británico mostraba<br />

su rechazo más completo a la idea de<br />

escribir una historia europea, en la que,<br />

temía el recalcitrante insular, Napoleón<br />

dejaría de ser el personaje aborrecible que<br />

enseñan los manuales de historia que él estudió.<br />

Desde luego, el caso de ese europarlamentario,<br />

cuyos juicios no tienen por<br />

qué estar presididos por una exquisita probidad<br />

intelectual, no tiene mucho que ver<br />

con el del historiador escrupuloso que<br />

busca simplemente la verdad; pero debe<br />

advertirse que desacuerdos tales como los<br />

que se dan a la hora de abordar la historia<br />

no se deben sólo a que se recurra por lo<br />

general a una manipulación consciente del<br />

pasado. El problema es más profundo: por<br />

sí sola la elección del tema de la narración<br />

histórica determina una perspectiva.<br />

Por más que los historiadores se ciñeran<br />

siempre a una metodología rigurosa,<br />

no lograrían conciliar, pongamos por caso,<br />

una narración cuyo tema fuera la gradual<br />

formación de España y otra que versara<br />

sobre la de Cataluña. No podrían<br />

conceder en ambos casos el mismo significado<br />

a sucesos que, siendo comunes a las<br />

trayectorias temporales de ambas realidades,<br />

les afectan de modo muy distinto.<br />

Por ejemplo, la política del conde-duque<br />

de Olivares encaminada a implicar a los<br />

reinos catalano-aragoneses en las empresas<br />

de la monarquía española, que venían<br />

siendo sostenidas, sobre todo, con el esfuerzo<br />

de Castilla, si es contemplada en el<br />

marco de la historia de la construcción de<br />

España, ha de ser enjuiciada, a pesar de<br />

todo lo que haya de reprochable en ella,<br />

positivamente, aun en calidad de tentativa<br />

prematura e insatisfactoria. Y es que todo<br />

aquello que entendamos que trabajó a favor<br />

de una plena realización de la entidad<br />

española no puede sino merecernos un<br />

juicio positivo siempre que nos situemos<br />

en el contexto de una historia cuyo objeto<br />

sea el devenir de España.<br />

La razón de esa valoración positiva no<br />

tiene por qué ser ideológica, algo así como<br />

un patriotismo español que condicionara<br />

desde fuera la labor científica del historiador,<br />

sino que viene exigida internamente<br />

por el propio discurso: en un discurso no<br />

se puede ir en contra de lo que facilite la<br />

constitución del objeto del discurso. Por<br />

la misma razón literaria, si esa política<br />

centralizadora del valido de Felipe IV es<br />

34 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82

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