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milan kundera - Prisa Revistas

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EL VELO DE LA<br />

PREINTERPRETACIÓN EN LLAMAS<br />

EL HOMBRE DEL RUIDO<br />

Otra estancia en Bohemia: en casa de<br />

otro amigo, tomo al azar de la biblioteca<br />

un libro de Jaromir John, novelista checo<br />

de los años veinte y treinta. Autor culto,<br />

refinado, olvidado desde entonces. Leo<br />

esa novela, El monstruo de explosión, por<br />

primera vez en 1992. Escrita hacia 1932,<br />

cuenta una historia que transcurre 10<br />

años antes, durante los primeros años de<br />

la República checa nacida en 1918. El señor<br />

Engelbert, asesor forestal en el antiguo<br />

régimen de los Habsburgo, se retira<br />

por aquel entonces a Praga tras su jubilación;<br />

pero, al toparse con la moderna<br />

agresividad de la joven República, es presa<br />

de una decepción tras otra. Una situación<br />

nada nueva. Sin embargo, lo inédito<br />

–lo que define ese mundo moderno, lo<br />

que pasará a ser la pesadilla de Engelbert–<br />

no es el poder del dinero o la insensibilidad<br />

de los arribistas (aunque todo eso<br />

contribuya también a su decepción) sino<br />

el ruido; el nuevo ruido, el de las máquinas<br />

y los aparatos encarnados en primer<br />

lugar por los automóviles y las motocicletas:<br />

los monstruos de explosión.<br />

Pobre señor Engelbert: se instala primero<br />

en una casa en un barrio residencial;<br />

allí, los automóviles le descubren por<br />

vez primera la existencia del mal sonoro<br />

que convertirá su vida en una huida sin<br />

fin. Se muda a una casa elegante situada<br />

en otro barrio, encantado de que en su<br />

calle los automóviles tengan prohibido el<br />

acceso. Ignorando que la prohibición era<br />

tan sólo temporal, se aterra la noche en<br />

que oye zumbar los monstruos de explosión<br />

bajo su ventana. A partir de entonces<br />

se lleva a la cama toda suerte de tampones<br />

para los oídos y comprende que<br />

“dormir es el anhelo humano más fundamental<br />

y que la muerte causada por la<br />

imposibilidad de conciliar el sueño debe<br />

de ser la peor de las muertes”. Busca (inútilmente)<br />

el silencio en hoteles rurales, en<br />

MILAN KUNDERA<br />

casa de antiguos condiscípulos de instituto<br />

(inútilmente) y acaba pasando las noches<br />

en los trenes, que le procuran, con<br />

su ruido suave y arcaico, un sueño relativamente<br />

apacible.<br />

Con todo, si bien puedo permitirme<br />

imaginar a Engelbert como un hombre<br />

real que hubiera escrito su autobiografía,<br />

apuesto a que su confesión no se hubiera<br />

parecido al texto del novelista. ¡Reconocer<br />

que el ruido de los automóviles había<br />

cambiado su vida más que la independencia<br />

de su país, durante tanto tiempo<br />

anhelada, sería para el anciano una confesión<br />

inconfesable! Porque (como todos<br />

nosotros) vivió en un mundo preinterpretado.<br />

La libertad, la independencia nacional,<br />

la democracia, o (visto desde el ángulo<br />

opuesto) el capitalismo, la explotación,<br />

la desigualdad social, son nociones<br />

muy serias, sagradas, capaces de explicar<br />

el comportamiento humano. A ello debe<br />

remitirse toda biografía seria. El ruido<br />

tan sólo puede ocupar un puesto marginal,<br />

a pie de página, como una molestia<br />

anodina y, en definitiva, más bien graciosa.<br />

Sin embargo, en vez de tomarse en<br />

serio la preinterpretación del mundo, el<br />

novelista se concentró en la vida concreta<br />

de un hombre concreto y llegó a una<br />

comprobación a la vez modesta y enorme:<br />

el hombre moderno es el que vive en<br />

un mundo desertado por el silencio; o<br />

más exactamente: en un mundo donde la<br />

antigua relación entre ruido y silencio se<br />

ha invertido: lo excepcional ya no es el<br />

ruido (música incluida), sino el silencio.<br />

Descubrimiento considerable; porque<br />

lo que cambió, marcó y remodeló la<br />

vida de Engelbert no fue el nacimiento<br />

de la República independiente (con ser<br />

Engelbert un gran patriota) ni los inventos<br />

técnicos que facilitan la vida (avión,<br />

teléfono, aspirador, telégrafo) ni el régimen<br />

democrático (que debió de contras-<br />

tar con la monarquía que lo había precedido);<br />

lo que cambió de cabo a rabo su<br />

vida fue la inversión de la relación entre<br />

ruido y silencio.<br />

Las múltiples consecuencias de esta<br />

inversión podrían llamarse existenciales:<br />

otra relación con la naturaleza, con el descanso,<br />

con la belleza, con la música, también<br />

algo que me parece de una importancia<br />

excepcional: otro lugar concedido a<br />

la palabra. La omnipresencia del ruido<br />

provoca no sólo una alergia al ruido (lo<br />

cual es una evidencia médica), sino también<br />

(lo cual es una sorpresa existencial)<br />

una necesidad de ruido; de esa evidencia<br />

resulta, por ejemplo, que, en la radio, la<br />

palabra vaya casi regularmente acompañada<br />

por un fondo sonoro, ya sea música o<br />

sonidos reales (de una fábrica, de una calle,<br />

etcétera); para quien escucha, la palabra<br />

queda doblemente confundida: por el<br />

ambiente sonoro de la habitación donde<br />

se halla la radio y por el sonido elaborado<br />

en el estudio. Por tanto, no sólo se oyen<br />

peor las palabras, sino que la palabra, en<br />

general, como tal, ya no ocupa como antes<br />

el lugar privilegiado que tenía en el<br />

mundo sonoro; no incita ya a concentrarse<br />

con atención; la palabra ya no es sino<br />

un ruido entre otros.<br />

EL VELO DE LA<br />

PREINTERPRETACIÓN EN LLAMAS<br />

Cuando John escribió su novela debía de<br />

haber un coche por cada cien praguenses<br />

o tal vez, quién sabe, por cada mil. Precisamente<br />

en esa época en que la sonoridad<br />

ambiental era todavía incipiente es<br />

cuando el fenómeno del ruido pudo captarse<br />

en toda su sorprendente novedad.<br />

Tal vez podamos deducir de ello una regla<br />

general: un fenómeno social no se<br />

percibe mejor en el momento de su máxima<br />

expansión, sino cuando se halla en<br />

sus inicios, casi inocente aún, tímido, in-<br />

2 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 82

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