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Quizá atrapado por la propuesta diádica<br />
del estructuralismo más metafísico,<br />
paso invariablemente de la historia a la<br />
identidad. Y es que, en el fondo, es ahí<br />
donde radica la cuestión: se trata de oposiciones<br />
lógicas que, en la práctica, tienden<br />
a la síntesis contradictoria. Hace pocos<br />
años se celebró el aniversario de la Armada<br />
Invencible; un mínimo estudio de<br />
documentos de la época nos situaría fácilmente<br />
en la falacia de ambos términos.<br />
Sin embargo, la clásica frase de Felipe II<br />
siguió circulando en los labios de muchos<br />
de nuestros historiadores patrios, mientras<br />
los de los naturales de la Pérfida Albión<br />
(¡cuántos aún deben soñar con la<br />
ocurrente metáfora!), entre chascarrillos,<br />
comentaban las divertidas carreras de los<br />
campesinos locales por las costas de Dover,<br />
observando la debacle previsible, y las<br />
tranquilas charlas de los teóricamente aterrados<br />
capitanes y almirantes ante el té de<br />
las cinco.<br />
No nos quedemos en la anécdota fácil<br />
y conocida. El desarrollo de la Sereníssima<br />
Repubblica di Venezia, el esplendor del comercio<br />
de la Corona de Aragón, son inexplicables<br />
sin la armonía de intereses con<br />
los comerciantes del Imperio Otomano; el<br />
crecimiento de la trata de esclavos del<br />
XVIII y XIX (y su papel de acumuladora<br />
de capital), imposible sin hablar del mundo<br />
árabe, de los extinguidos imperios Yoruba,<br />
Nupe, Fulani, de Buganda, de Benin.<br />
Pero la otreidad, base de la continua<br />
construcción de la nuestreidad, es sistemáticamente<br />
olvidada, negativizada o variada<br />
desde el presente: desde cada presente<br />
concreto y específico. A la ya comentada<br />
búsqueda de derivación étnica se añade el<br />
contenido valorativo de la misma.<br />
Si entramos en la denominada historia<br />
contemporánea (luego, ¿historia sincrónica?:<br />
explíquense), alcanzamos niveles<br />
más duros y claros de suave confusión. La<br />
geografía, disciplina en principio menos<br />
susceptible de ser ideologizada –valorizada,<br />
moralizada– que la historia, deviene<br />
en una herramienta excelente para hacer<br />
de ésta una impecable genealogía grupal,<br />
más aún, estatal, idóneamente segmentadora:<br />
los conceptos diacrónicos Norte-<br />
Sur, Este-Oeste; la europeidad que se<br />
abraza con el Moscú zarista y que luego se<br />
separa con el metafórico-físico-ideológico<br />
telón; los Urales danzando la mágica sintonía<br />
eliádica del contagio, la afinidad o el<br />
rechazo; los primeros, segundos, terceros<br />
y, aun, cuartos mundos, se superponen a<br />
los viejos mapas religiosos. Las luchas de<br />
clases con lenguaje étnico (los tutsi y los<br />
hutus en los Grandes Lagos son la expre-<br />
Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
sión más cercana en términos mediáticos)<br />
son luchas étnicas en el lenguaje de la<br />
brutalidad “que les es propia”: las declaradas<br />
ofensivas de las multinacionales gobernantes<br />
en EE UU por acaparar nuevos<br />
mercados situados en la esfera de las ex<br />
colonias europeas aparecen tratadas como<br />
epifenómenos en el mejor de los casos.<br />
Los intereses franceses (y en buena medida<br />
rusófilomente mediantes) en Serbia, la<br />
extensión del mercado pangermánico alemán<br />
con el reconocimiento extemporáneo<br />
de Croacia, nuevamente desaparecen ante<br />
la primitiva etnicidad heteronómica y heterogénea<br />
de musulmanes (referente cultural-religioso),<br />
croatas (nacional-territorial)<br />
y serbios (nacional-territorial) del espacio<br />
bosnio.<br />
La colonización es siempre la de los<br />
otros; lo nuestro es civilización, educación,<br />
pedagogía de la libertad, mientras lo<br />
ajeno se instituye en opresión, aculturación,<br />
genocidio. Así, el hecho de que en<br />
un pequeño espacio de un territorio lingüísticamente<br />
homogéneo se hable nuestro<br />
idioma es un vector de unidad identitaria<br />
e histórica, no el remanente de viejas<br />
aventuras imperiales; pero que acontezca<br />
lo mismo con referencia a un rincón de<br />
nuestra nación donde la lengua enemiga<br />
se mantiene es producto de la más horrenda<br />
y continuada de las represiones,<br />
hasta el punto de alcanzar el grado de herencia<br />
genética negativa. Desconozco cómo<br />
se articula en el bachelor británico la<br />
afirmación de la primitividad inherente a<br />
los Estados fronterizos entre la India y Paquistán<br />
y la forma en que se crean y se dividen<br />
las colonias victorianas, pero intuyo<br />
que la historia impartida en Cachemira o<br />
el Punjab diferirá en medida importante<br />
de la enseñada en la Gran Bretaña; o quizá<br />
no, y ahí entramos en el territorio de la<br />
identidad ajena adquirida para subsistir<br />
los viejos espacios de poder, por tanto, en<br />
cierto modo recuperados. De esta manera,<br />
la coincidencia entre identidad e historia<br />
amalgamada por el primigenio barro<br />
de la moralidad llega a su paroxismo con<br />
la negación misma de la historia del que<br />
se quiere inferior. Los pueblos sin historia,<br />
como los definiera Rodowsky, no existen<br />
moralmente; desde las viejas categorías<br />
durkhemianas de solidaridad orgánica y<br />
mecánica, que involuntariamente o no situaban<br />
en la primitividad histórica (luego<br />
ahistórica) y moral a sociedades obviamente<br />
contemporáneas pero distintas, se<br />
llega a la ubicación actual en una eterna<br />
Edad Media de los universos islámicos, o<br />
a recuperar periodos para sí, desgajándolos<br />
de procesos comunes con aquellas cultu-<br />
ALEJANDRO MIQUEL NOVAJRA<br />
ras y construcciones sociales que no deseamos,<br />
privándolas así de la esencial articulación<br />
agnaticia. Lo que he dividido<br />
analíticamente entre contenido y continente<br />
se resuelve de este modo en una sinécdoque<br />
en la que quien carece de derivación,<br />
de epónimos culturales, no existe<br />
lícitamente y, por ende, no es sujeto de<br />
los derechos “históricos” de que nosotros<br />
nos dotamos por naturaleza. También<br />
acontece de forma inversa: una historia<br />
imprescindible para explicar una realidad<br />
nacional imposible. La Constitución española<br />
de l978, pero sobre todo su uso, es<br />
un ejemplo de manual: León, que descubre<br />
su hilazón identitaria diferencial respecto<br />
a Castilla; la clara e indiscutible lucha<br />
jornalera andaluza, que se dulcifica en<br />
una bandera verdiblanca ad hoc y en personajes<br />
prescindibles para convertirse en<br />
vieja entidad política independiente siempre<br />
relegada. Y, por este camino, la reconquista<br />
de lo pequeño, del ámbito local, de<br />
nuevo familiar y filiativo: en pocas palabras,<br />
el olvido de la historia en sí para entrar,<br />
en una paráfrasis negativa, en la idea<br />
de la historia para sí.<br />
Antonio Gramsci, en sus Quaderni<br />
del Carcere (los originales, porque no son<br />
pocos los aparentes progresistas que han<br />
hecho interpretaciones y publicaciones<br />
fragmentarias sumamente convenientes<br />
para explicar su particular historiografía<br />
agnaticia política), rompe con el determinismo<br />
histórico precedente, incluso instalado<br />
en su propia línea de referencia, y se<br />
abre a la interpretación poliderivativa descubriéndonos<br />
la concordancia frecuente<br />
entre historia, ideología y hegemonía política.<br />
Recupera la dialéctica perdida, aun<br />
la más estrictamente hegeliana, para poder<br />
interpretar no sólo la historia en sí<br />
misma, sino en su constante utilización.<br />
Sin embargo, como no sería menos esperar,<br />
su papel entre los metodólogos de la<br />
disciplina apenas si ocupa breves frases en<br />
manuales específicos y afines. No obstante,<br />
es un autor esencial en la constatación<br />
del moralismo determinista.<br />
Existen otras formas sociales diferentes<br />
de las nacionales que tienden a articularse<br />
por vías análogas. No parten de un<br />
espacio geográfico aproximadamente unitario<br />
redefinido a través de instrumentos<br />
jurídicos ni de la búsqueda de una ruptura<br />
de la unidad estatalista. El caso de las<br />
minorías étnicas (por emplear el erróneo<br />
término al uso), fundamentalmente la negra,<br />
en EE UU es paradigmático. Ante<br />
una situación objetiva de discriminación<br />
en todos los terrenos, tiende a articularse<br />
en torno a una identidad africanista me-<br />
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