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milan kundera - Prisa Revistas

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Quizá atrapado por la propuesta diádica<br />

del estructuralismo más metafísico,<br />

paso invariablemente de la historia a la<br />

identidad. Y es que, en el fondo, es ahí<br />

donde radica la cuestión: se trata de oposiciones<br />

lógicas que, en la práctica, tienden<br />

a la síntesis contradictoria. Hace pocos<br />

años se celebró el aniversario de la Armada<br />

Invencible; un mínimo estudio de<br />

documentos de la época nos situaría fácilmente<br />

en la falacia de ambos términos.<br />

Sin embargo, la clásica frase de Felipe II<br />

siguió circulando en los labios de muchos<br />

de nuestros historiadores patrios, mientras<br />

los de los naturales de la Pérfida Albión<br />

(¡cuántos aún deben soñar con la<br />

ocurrente metáfora!), entre chascarrillos,<br />

comentaban las divertidas carreras de los<br />

campesinos locales por las costas de Dover,<br />

observando la debacle previsible, y las<br />

tranquilas charlas de los teóricamente aterrados<br />

capitanes y almirantes ante el té de<br />

las cinco.<br />

No nos quedemos en la anécdota fácil<br />

y conocida. El desarrollo de la Sereníssima<br />

Repubblica di Venezia, el esplendor del comercio<br />

de la Corona de Aragón, son inexplicables<br />

sin la armonía de intereses con<br />

los comerciantes del Imperio Otomano; el<br />

crecimiento de la trata de esclavos del<br />

XVIII y XIX (y su papel de acumuladora<br />

de capital), imposible sin hablar del mundo<br />

árabe, de los extinguidos imperios Yoruba,<br />

Nupe, Fulani, de Buganda, de Benin.<br />

Pero la otreidad, base de la continua<br />

construcción de la nuestreidad, es sistemáticamente<br />

olvidada, negativizada o variada<br />

desde el presente: desde cada presente<br />

concreto y específico. A la ya comentada<br />

búsqueda de derivación étnica se añade el<br />

contenido valorativo de la misma.<br />

Si entramos en la denominada historia<br />

contemporánea (luego, ¿historia sincrónica?:<br />

explíquense), alcanzamos niveles<br />

más duros y claros de suave confusión. La<br />

geografía, disciplina en principio menos<br />

susceptible de ser ideologizada –valorizada,<br />

moralizada– que la historia, deviene<br />

en una herramienta excelente para hacer<br />

de ésta una impecable genealogía grupal,<br />

más aún, estatal, idóneamente segmentadora:<br />

los conceptos diacrónicos Norte-<br />

Sur, Este-Oeste; la europeidad que se<br />

abraza con el Moscú zarista y que luego se<br />

separa con el metafórico-físico-ideológico<br />

telón; los Urales danzando la mágica sintonía<br />

eliádica del contagio, la afinidad o el<br />

rechazo; los primeros, segundos, terceros<br />

y, aun, cuartos mundos, se superponen a<br />

los viejos mapas religiosos. Las luchas de<br />

clases con lenguaje étnico (los tutsi y los<br />

hutus en los Grandes Lagos son la expre-<br />

Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

sión más cercana en términos mediáticos)<br />

son luchas étnicas en el lenguaje de la<br />

brutalidad “que les es propia”: las declaradas<br />

ofensivas de las multinacionales gobernantes<br />

en EE UU por acaparar nuevos<br />

mercados situados en la esfera de las ex<br />

colonias europeas aparecen tratadas como<br />

epifenómenos en el mejor de los casos.<br />

Los intereses franceses (y en buena medida<br />

rusófilomente mediantes) en Serbia, la<br />

extensión del mercado pangermánico alemán<br />

con el reconocimiento extemporáneo<br />

de Croacia, nuevamente desaparecen ante<br />

la primitiva etnicidad heteronómica y heterogénea<br />

de musulmanes (referente cultural-religioso),<br />

croatas (nacional-territorial)<br />

y serbios (nacional-territorial) del espacio<br />

bosnio.<br />

La colonización es siempre la de los<br />

otros; lo nuestro es civilización, educación,<br />

pedagogía de la libertad, mientras lo<br />

ajeno se instituye en opresión, aculturación,<br />

genocidio. Así, el hecho de que en<br />

un pequeño espacio de un territorio lingüísticamente<br />

homogéneo se hable nuestro<br />

idioma es un vector de unidad identitaria<br />

e histórica, no el remanente de viejas<br />

aventuras imperiales; pero que acontezca<br />

lo mismo con referencia a un rincón de<br />

nuestra nación donde la lengua enemiga<br />

se mantiene es producto de la más horrenda<br />

y continuada de las represiones,<br />

hasta el punto de alcanzar el grado de herencia<br />

genética negativa. Desconozco cómo<br />

se articula en el bachelor británico la<br />

afirmación de la primitividad inherente a<br />

los Estados fronterizos entre la India y Paquistán<br />

y la forma en que se crean y se dividen<br />

las colonias victorianas, pero intuyo<br />

que la historia impartida en Cachemira o<br />

el Punjab diferirá en medida importante<br />

de la enseñada en la Gran Bretaña; o quizá<br />

no, y ahí entramos en el territorio de la<br />

identidad ajena adquirida para subsistir<br />

los viejos espacios de poder, por tanto, en<br />

cierto modo recuperados. De esta manera,<br />

la coincidencia entre identidad e historia<br />

amalgamada por el primigenio barro<br />

de la moralidad llega a su paroxismo con<br />

la negación misma de la historia del que<br />

se quiere inferior. Los pueblos sin historia,<br />

como los definiera Rodowsky, no existen<br />

moralmente; desde las viejas categorías<br />

durkhemianas de solidaridad orgánica y<br />

mecánica, que involuntariamente o no situaban<br />

en la primitividad histórica (luego<br />

ahistórica) y moral a sociedades obviamente<br />

contemporáneas pero distintas, se<br />

llega a la ubicación actual en una eterna<br />

Edad Media de los universos islámicos, o<br />

a recuperar periodos para sí, desgajándolos<br />

de procesos comunes con aquellas cultu-<br />

ALEJANDRO MIQUEL NOVAJRA<br />

ras y construcciones sociales que no deseamos,<br />

privándolas así de la esencial articulación<br />

agnaticia. Lo que he dividido<br />

analíticamente entre contenido y continente<br />

se resuelve de este modo en una sinécdoque<br />

en la que quien carece de derivación,<br />

de epónimos culturales, no existe<br />

lícitamente y, por ende, no es sujeto de<br />

los derechos “históricos” de que nosotros<br />

nos dotamos por naturaleza. También<br />

acontece de forma inversa: una historia<br />

imprescindible para explicar una realidad<br />

nacional imposible. La Constitución española<br />

de l978, pero sobre todo su uso, es<br />

un ejemplo de manual: León, que descubre<br />

su hilazón identitaria diferencial respecto<br />

a Castilla; la clara e indiscutible lucha<br />

jornalera andaluza, que se dulcifica en<br />

una bandera verdiblanca ad hoc y en personajes<br />

prescindibles para convertirse en<br />

vieja entidad política independiente siempre<br />

relegada. Y, por este camino, la reconquista<br />

de lo pequeño, del ámbito local, de<br />

nuevo familiar y filiativo: en pocas palabras,<br />

el olvido de la historia en sí para entrar,<br />

en una paráfrasis negativa, en la idea<br />

de la historia para sí.<br />

Antonio Gramsci, en sus Quaderni<br />

del Carcere (los originales, porque no son<br />

pocos los aparentes progresistas que han<br />

hecho interpretaciones y publicaciones<br />

fragmentarias sumamente convenientes<br />

para explicar su particular historiografía<br />

agnaticia política), rompe con el determinismo<br />

histórico precedente, incluso instalado<br />

en su propia línea de referencia, y se<br />

abre a la interpretación poliderivativa descubriéndonos<br />

la concordancia frecuente<br />

entre historia, ideología y hegemonía política.<br />

Recupera la dialéctica perdida, aun<br />

la más estrictamente hegeliana, para poder<br />

interpretar no sólo la historia en sí<br />

misma, sino en su constante utilización.<br />

Sin embargo, como no sería menos esperar,<br />

su papel entre los metodólogos de la<br />

disciplina apenas si ocupa breves frases en<br />

manuales específicos y afines. No obstante,<br />

es un autor esencial en la constatación<br />

del moralismo determinista.<br />

Existen otras formas sociales diferentes<br />

de las nacionales que tienden a articularse<br />

por vías análogas. No parten de un<br />

espacio geográfico aproximadamente unitario<br />

redefinido a través de instrumentos<br />

jurídicos ni de la búsqueda de una ruptura<br />

de la unidad estatalista. El caso de las<br />

minorías étnicas (por emplear el erróneo<br />

término al uso), fundamentalmente la negra,<br />

en EE UU es paradigmático. Ante<br />

una situación objetiva de discriminación<br />

en todos los terrenos, tiende a articularse<br />

en torno a una identidad africanista me-<br />

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