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a la actual Inglaterra, o en la Galia posromana<br />
la Grandeur francesa, es un ejercicio<br />
de identidad nacionalista explicable, pero<br />
nunca un proceso histórico desde la perspectiva<br />
científica.<br />
Pero no es menos cierto que desde<br />
Hobsbawn a Habermas o Marramao, desde<br />
Alavi, Wolf y Shanin a Derrida, el debate,<br />
en términos de oposición en unos y<br />
de complementariedad en otros, circula<br />
entre la ciudadanía y el comunitarismo. Es<br />
decir, hasta qué punto el status (esta vez<br />
libre o socialmente adquirido pero con<br />
carácter individual) de ciudadano viene a<br />
cubrir las necesidades identificativas del<br />
individuo y de la sociedad como estructura<br />
dinámica e interrelacionada, y si en la<br />
modernidad el agrupamiento preestablecido<br />
o volitivo no viene a mantener o restablecer<br />
un imprescindible enraizamiento<br />
que nos indique la respuesta a la famosa<br />
pregunta ontológica: ¿De dónde venimos<br />
y a qué (por qué, cuándo) pertenecemos?<br />
Es decir, que la etnicidad como ha sido<br />
definida puede seguir sirviendo, al menos<br />
por lo que se refiere a ciertas características<br />
de religación, para ser: cómoda y definitivamente.<br />
En términos psicológicos, el<br />
nacimiento histórico del ego, del reconocimiento<br />
de que los actos sociales y políticos<br />
son función de esa individualidad<br />
esencial, parece contradecirse con la adscripción<br />
grupal.<br />
Volviendo directamente al tema de la<br />
historia como herramienta explicativa de<br />
la actualidad, no es de extrañar que la<br />
esencia de ese ser colectivo se sitúe en la<br />
ruralidad. Nueva dicotomía servida con<br />
abundancia de guarnición: la nación moderna<br />
es un producto urbano; sólo el proceso<br />
de urbanización y urbanitización<br />
(formas de vida urbana), ligado intrínsecamente<br />
a la liberación de fuerzas productivas<br />
hacia la intelectualidad –gramscianamente–<br />
orgánica, puede generar la<br />
ciudadanía nacional. Pero es en el campe-<br />
Nº 82 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
sino, en su antagonista, donde se sitúan<br />
las esencias nacionales. Y, efectivamente,<br />
si el ciudadano lo es libremente, como<br />
opción política desligada de raíces grupales<br />
(el sesgo liberal de Habermas), si la<br />
agrupación nacional y estatal (sedimentos<br />
rousseaunianos) es el efecto de un acto<br />
volitivo individual, el nacimiento de la<br />
nación se acerca a la natura non naturata.<br />
Eso, claramente, no sirve. El hombre que<br />
vive en el campo y del campo reúne, sin<br />
embargo, esas características intermedias<br />
que supone la reetnización: está apegado<br />
al territorio, concibe el tiempo en términos<br />
de circularidad, la unidad de producción<br />
se centra en la unidad de conviven-<br />
cia, la reproducción física, social y productiva<br />
(luego la historia interminable y<br />
nunca iniciada) se realiza en su seno.<br />
Es interesante comprobar cómo el<br />
primer marxismo (el del menos marxiano<br />
de los marxistas, Karl) necesita del campesinado<br />
para explicar el paso del feudalismo<br />
al capitalismo, pero prácticamente<br />
hasta Claude Meillassoux (1975) no constituye<br />
el suyo un modo de producción específico.<br />
De hecho, Marx, en el 18 Brumario<br />
de Luis Bonaparte, afirma directamente<br />
que no se conforma ni tan siquiera<br />
como una clase social; o mejor dicho, aun<br />
siéndolo en sí, objetivamente, no reúne<br />
condiciones para generar la conciencia de<br />
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