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HANNAH ARENDT - Prisa Revistas

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EL MUNDO REFLEJADO EN LOS MEDIOS<br />

que el mundo que les rodea. Nutridos grupos<br />

de enviados corren por el mundo. Forman<br />

una gran manada en la que todos vigilan<br />

a todos para impedir que la competencia<br />

tenga algo mejor. De ahí que, en los<br />

momentos en los que en el mundo tienen<br />

lugar a la vez varios acontecimientos, los<br />

medios cubran solamente uno, aquel que<br />

atrajo a la manada. Más de una vez fui<br />

miembro de esa manada. La describí en mi<br />

libro La guerra del fútbol y sé cómo funciona.<br />

Recuerdo la crisis generada por la toma<br />

de rehenes norteamericanos en Teherán.<br />

Aunque, en la práctica, en la capital de Irán<br />

nada sucedía, durante meses enteros permanecieron<br />

en esta ciudad miles de enviados<br />

especiales de medios del mundo entero.<br />

La misma manada se trasladó años después<br />

a la zona del golfo Pérsico, durante la<br />

guerra, aunque allí nada se podía hacer,<br />

porque los norteamericanos no dejaban<br />

acercarse al frente a nadie. En el mismo<br />

momento, en Mozambique y en Sudán sucedían<br />

cosas terribles, pero a nadie le importaban,<br />

porque la manada estaba en el<br />

golfo Pérsico. Algo similar ocurrió en Rusia<br />

en 1991 durante el golpe. Los acontecimientos<br />

auténticamente importantes, las<br />

huelgas y manifestaciones, tenían lugar en<br />

San Petersburgo; pero el mundo no lo sabía,<br />

porque los enviados de todos los medios<br />

no se movieron de la capital, esperando<br />

que algo ocurriese en Moscú, donde la<br />

calma era casi absoluta.<br />

El desarrollo de las técnicas de comunicación,<br />

y sobre todo de la telefonía móvil<br />

y del correo electrónico, ha cambiado radicalmente<br />

las relaciones entre los enviados<br />

de los medios y sus jefes. Antes, el enviado<br />

de un diario, el corresponsal de una agencia<br />

de prensa o de una emisora, disponía de<br />

gran libertad, podía desarrollar su iniciativa<br />

personal. Él buscaba la información, la<br />

descubría, la seleccionaba y la elaboraba.<br />

Actualmente, con creciente frecuencia, se<br />

ha convertido en un simple peón movido a<br />

través del mundo por su jefe desde la central,<br />

que puede estar en el otro extremo del<br />

planeta. El jefe, por su parte, dispone de informaciones<br />

facilitadas a la vez por muchas<br />

fuentes, y puede tener una imagen de los<br />

acontecimientos muy distinta a la que tiene<br />

el reportero que cubre el suceso. Pero la<br />

central no puede esperar paciente a que el<br />

reportero termine su labor. Por eso es la<br />

central la que informa al reportero sobre el<br />

desarrollo de los acontecimientos, y lo único<br />

que espera de él es que confirme la imagen<br />

que ya se ha hecho de todo el asunto.<br />

Muchos reporteros conocidos míos sienten<br />

miedo a buscar por su propia cuenta la<br />

verdad. En México tenía un amigo que tra-<br />

bajaba para una de las cadenas de televisión<br />

norteamericanas. Me lo encontré en cierta<br />

ocasión, cuando estaba filmando los enfrentamientos<br />

callejeros entre los estudiantes<br />

y la policía. “¿Qué pasa, John?”, le pregunté.<br />

“No tengo la menor idea”, me respondió,<br />

sin dejar de filmar. “Yo sólo estoy<br />

rodando: me limito a captar imágenes, las<br />

envío a la central y allí hacen lo que les parece<br />

con el material”.<br />

La ignorancia de los enviados de los<br />

medios sobre los acontecimientos que han<br />

de describir o comentar es a veces despampanante.<br />

Durante las huelgas que se produjeron<br />

en agosto de 1981 en Gdansk, de<br />

las que nació el sindicato Solidaridad, la<br />

mitad de los periodistas que llegaron de todo<br />

el mundo para cubrir el suceso no sabía<br />

dónde estaba exactamente la ciudad en el<br />

mapamundi. Aún menos sabían sobre<br />

Ruanda en el trágico año 1994. Muchos de<br />

ellos se encontraban por primera vez en<br />

África y abundaban los que habían llegado<br />

directamente a Kigala a bordo de aviones<br />

fletados por la Organización de las Naciones<br />

Unidas y no tenían la menor idea de<br />

dónde se encontraban. Prácticamente todos<br />

carecían de nociones sobre las causas y razones<br />

del conflicto, sobre sus condicionamientos<br />

y meollo.<br />

Pero la culpa no es de los reporteros.<br />

Ellos son las primeras víctimas de la arrogancia<br />

de sus jefes, de los grandes medios,<br />

en particular de las principales redes<br />

de televisión. “¿Qué pueden exigir de<br />

mí”, me dijo recientemente el cámara del<br />

equipo de una gran red de televisión norteamericana,<br />

“si en una sola semana he<br />

estado filmando en cinco países de tres<br />

continentes?”.<br />

“¿Cómo que no tengo razón, si lo he<br />

visto en la televisión?”<br />

La revolución de los medios ha planteado<br />

un problema fundamental: ¿cómo entender<br />

el mundo? La pregunta esencial es: ¿qué es<br />

la historia? Hasta ahora la historia se aprendía<br />

gracias al saber que nos dejaron en herencia<br />

los antepasados, a lo que descubrieron<br />

los científicos, a lo que contienen los<br />

archivos de documentos. En la práctica se<br />

trataba de una única fuente de saber, de<br />

algo que casi podíamos palpar. Hoy la pequeña<br />

pantalla se ha convertido en una<br />

nueva fuente de la historia, de la versión<br />

que elabora y relata la televisión. El problema<br />

consiste en que el acceso a las fuentes<br />

auténticas, a los documentos originales,<br />

etcétera, no es fácil y, por consiguiente, la<br />

versión que difunde la televisión, incompetente<br />

y errónea, es la que se impone sin<br />

que podamos contrastarla. Un ejemplo<br />

muy ilustrativo de ese fenómeno puede ser<br />

Ruanda, país en el que estuve muchas veces.<br />

Cientos de millones de personas vieron<br />

en el mundo escenas de las matanzas étnicas<br />

acompañadas de comentarios, por lo<br />

regular, muy equivocados. ¿Cuántos telespectadores<br />

tuvieron la oportunidad de leer<br />

alguno de los libros que explican de manera<br />

competente los conflictos de Ruanda?<br />

Nuestro problema consiste en que los medios<br />

se multiplican a una velocidad mucho<br />

mayor que los libros que contienen un<br />

saber concreto y sólido, y de ahí que la civilización<br />

caiga cada vez más en una dependencia<br />

de la versión de la historia que<br />

ofrece la televisión, una versión ficticia y no<br />

verdadera. El telespectador masivo, con el<br />

pasar del tiempo, conocerá solamente la<br />

historia falsificada, y sólo contadas personas,<br />

la historia verdadera.<br />

Rudolf Arheim, un gran teórico de la<br />

cultura, ya en los años treinta predijo, de<br />

manera profética, en su libro Film as Art<br />

que la gente confunde el mundo generado<br />

por las sensaciones con el mundo creado<br />

por el pensamiento, y cree que ver es lo<br />

mismo que entender. Pero no es así. Por el<br />

contrario, la creciente cantidad de imágenes<br />

que nos atacan constantemente limita el<br />

dominio de la palabra hablada y escrita y,<br />

por consiguiente, el dominio del pensamiento.<br />

La televisión –escribió hace tanto<br />

tiempo Arheim– “será un rigurosísimo examen<br />

para nuestra sabiduría. Podrá enriquecernos,<br />

pero también podrá aletargar<br />

nuestras mentes”. Tenía razón. Con muchísima<br />

frecuencia nos encontramos con<br />

personas que confunden ver con entender.<br />

Oímos, por ejemplo, a dos personas que<br />

discuten. Una le dice a la otra: “No, querido,<br />

no tienes razón; lo que dices es falso”; y<br />

la otra responde: “¿Cómo que no tengo razón,<br />

si lo he visto en la televisión?”.<br />

La identificación, por lo regular no<br />

consciente, del ver con el saber y entender es<br />

aprovechada por la televisión para manipular<br />

a la gente. En la dictadura funciona la<br />

censura; en la democracia, la manipulación.<br />

El blanco de esas agresiones siempre<br />

es el mismo hombre de la calle. Cuando los<br />

medios hablan de sí mismos reemplazan el<br />

problema de la sustancia por el de la forma,<br />

sustituyen la filosofía con la técnica. Hablan<br />

sólo de cómo editar, cómo relatar o<br />

cómo imprimir. Se discute sobre las técnicas<br />

de edición, sobre las bases de datos, la<br />

capacidad de los discos duros. No se habla,<br />

sin embargo, del meollo de lo que se quiere<br />

editar, relatar o imprimir. En definitiva,<br />

el problema del mensaje es reemplazado por<br />

el problema del mensajero. Lamentablemente,<br />

como se quejaba McLuhan, el men-<br />

20 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 92

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