HANNAH ARENDT - Prisa Revistas

de nuestro filósofo es intentar
desempeñar una labor de naturaleza
obrero-manual, evitando
tanto el puesto de profesor
como el de investigador en la
URSS. Con todo, aún en
1937, Wittgenstein acaricia la
posibilidad de “aceptar el puesto
docente que le habían ofrecido
en Moscú” 19 .
Más datos de consistencia
que avalen de forma práctica la
relación Wittgenstein-Rusia
pueden transformarse en anécdotas.
Pero dado el temperamento
y las preocupaciones humanas
de Ludwig Wittgenstein
que zigzaguean entre maestro,
enfermero o arquitecto, no nos
resulta especialmente extraña la
fuga wittgensteiniana a la
URSS, aunque nos parece causada
por motivos –digamos– de
índole espiritual más que por
fines de carácter doctrinarios,
ideológicos o propios de militancias.
Salvo que observemos,
19 R. Monk, pág. 329.
efectivamente, como doctrina y
credo el paradigma de naturaleza
ética que ofrece Tolstói a
nuestro filósofo, y que su viaje
consista en un proceso humano
que busca identificarse con ese
ideal. La visita de Wittgenstein
a la Rusia soviética puede ser
una actitud que revela una vez
más las ambivalencias anímicas
de Wittgenstein por “encontrar
su destino” en territorios distintos
al de su habitual desenvolvimiento
cotidiano (recordemos
sus permanentes retiros a su cabaña
de Noruega).
No es extraño pensar que
Wittgenstein permanece interpelado
por el proceso de carácter
histórico-social que está en
marcha en la URSS. Y a ello
pueden sumarse los contenidos
de carácter ético que proporcionan
a Wittgenstein la naturaleza
fraternal existente en el seno
de la humanidad rusa gracias a
sus lecturas de Tolstói y Dostoievski.
Ese empeño por conocer
Rusia brota en Wittgenstein
a raíz de decisiones contradicto-
rias. Por un lado, por testimonios
sabemos que habla poco de
ello después de 1935 y, por
otro, nos informamos de que
existe un interés vivo en el vienés
por el viaje, buscando recursos
y posibles contactos,
como el de Keynes y el embajador
Mayski. ¿Que al final todo
queda en nada? No lo sabemos;
se ha dicho que Wittgenstein,
en cierto modo, se “desencanta”
de ciertas cosas que vio allá;
pero, por otra parte, no hay
ninguna palabra explícitamente
crítica respecto al régimen soviético
después del viaje (ni a lo
largo de su vida). Ambas conclusiones
impiden contemplar
una postura fija y unívoca respecto
al vínculo histórico-biográfico
establecido entre Rusia y
Ludwig Wittgenstein. n
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Mario Boero es licenciado en Teología
Sistemática y actual director de la Asociación
de Teólogos Laicos de España.