HANNAH ARENDT - Prisa Revistas
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argumentos firmes. No es, desde<br />
luego, frecuente encontrarse con<br />
textos publicados mientras vivía<br />
en los que se lean sentencias como:<br />
“¿Acaso el calor de la habitación<br />
templada no se transmite a través del vacío<br />
por las vibraciones de un medio más<br />
sutil que el aire y que permanece en el<br />
vacío una vez eliminado el aire?” (Cuest.<br />
18; 2ª edición); “¿Acaso el movimiento<br />
animal no se debe a las vibraciones de<br />
este medio, excitadas en el cerebro por<br />
el poder de la voluntad y propagadas<br />
desde ahí a través de los capilamentos<br />
sólidos, transparentes y uniformes de<br />
los nervios hasta los músculos, a fin de<br />
contraerlos y dilatarlos?” (Cuest. 24).<br />
Sus investigaciones ópticas<br />
ofrecen, en suma, una magnífica<br />
oportunidad para acceder a facetas<br />
de la personalidad de Newton<br />
que, sin ser ignoradas, han quedado<br />
con frecuencia en un segundo<br />
plano, debido, precisamente,<br />
a sus grandes éxitos como<br />
matemático y, como diríamos<br />
hoy, físico teórico. Me estoy refiriendo<br />
a su gran destreza manual<br />
y extraordinario poder de introspección<br />
concentrada y sostenida.<br />
Una destreza manual que llegó a<br />
aplicar a sí mismo: en algunos de<br />
sus experimentos tomó una aguja<br />
de zurcir y –utilizando su propia<br />
descripción del hecho (recuperada<br />
de manuscritos por Westfall<br />
y Christianson)– “la puse<br />
entre mi ojo y el hueso tan cerca<br />
como pude de la parte posterior<br />
de mi ojo”. Luego, en un ensayo<br />
cuyo solo pensamiento le pone<br />
a uno enfermo, empujó la aguja<br />
contra el globo ocular una y otra<br />
vez, hasta que aparecieron –le cito<br />
de nuevo– “varios círculos<br />
blancos, oscuros y coloreados”,<br />
círculos que “siguieron haciéndose<br />
evidentes cuando seguí frotando<br />
mi ojo con el extremo del<br />
punzón; pero si mantenía mi ojo<br />
y el punzón quietos, aunque continuara<br />
apretando mi ojo con él,<br />
los círculos se hacían más débiles<br />
y a menudo desaparecían hasta<br />
que seguía el experimento moviendo<br />
mi ojo o el punzón”.<br />
¿Sorprenderá el que pudiese<br />
ser cruel con otros (como, por<br />
ejemplo, el astrónomo real John<br />
Flamsteed), él, que fue cruel incluso<br />
consigo mismo?<br />
Nº 92 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
Los ‘Principia’<br />
Pero ya es hora de referirse a su<br />
obra suprema: Philosophiae Naturalis<br />
Principia Mathematica,<br />
publicada, como ya apunté, en<br />
1687. Las circunstancias que rodean<br />
la génesis del contenido de<br />
este libro, así como el que Newton<br />
aceptase prepararlo y que<br />
fuese publicado, nos llevarían<br />
demasiado lejos, aunque, ciertamente,<br />
hay que recordar –y agradecer–<br />
la participación decisiva<br />
de alguien cuyo nombre es recordado<br />
por otros –en última<br />
instancia menos trascendentales–<br />
menesteres: el astrónomo<br />
Edmond Halley. Me limitaré a<br />
algunos apuntes relativos al contenido<br />
de este gran libro.<br />
Lo primero que hay que decir<br />
es que Principia es una obra<br />
compleja y difícil. Entre sus<br />
múltiples aportaciones destaca,<br />
constituyendo lo que se puede<br />
denominar su núcleo central, el<br />
que en ella Newton desarrolló<br />
un sistema dinámico basado en<br />
tres leyes del movimiento; leyes<br />
que, a pesar de que hoy sabemos<br />
–desde que Albert Einstein formulara<br />
en 1905 la teoría especial<br />
de la relatividad– que no son<br />
completamente exactas, constituyen<br />
el fundamento de la inmensa<br />
mayoría de los instrumentos<br />
móviles de que disponemos<br />
(incluyendo las sondas<br />
espaciales que investigan el espacio<br />
profundo). Jamás elementos<br />
de una teoría científica han<br />
influido más en la humanidad<br />
que estas tres leyes newtonianas<br />
(de Newton, aunque también de<br />
otros, como Galileo y Descartes,<br />
a quienes se deben versiones de<br />
las dos primeras). Hay que señalar,<br />
no obstante, que la historia<br />
de la mecánica newtoniana<br />
no terminó en 1687: los Principia,<br />
por ejemplo, no contienen<br />
principios como los de conservación<br />
del momento o de la<br />
energía, que hoy consideramos<br />
como aspectos muy importantes<br />
de la mecánica teórica.<br />
Otra joya suprema de los<br />
Principia es la ley de la gravitación<br />
universal, que permitió<br />
contemplar como manifestaciones<br />
de un mismo fenómeno la<br />
caída de graves en la superficie<br />
terrestre y los movimientos de<br />
los planetas. Esta ley no hace su<br />
aparición en los Principia hasta<br />
el libro tercero, Sobre el sistema<br />
del mundo; más concretamente,<br />
y tras una elaborada gestación,<br />
en la ‘Proposición VII. Teorema<br />
VII’ y sus dos corolarios (“la gravedad<br />
ocurre en todos los cuerpos<br />
y es proporcional a la cantidad<br />
de materia existente en cada<br />
uno”, y “la gravitación hacia cada<br />
partícula igual de un cuerpo<br />
es inversamente proporcional al<br />
cuadrado de la distancia de los<br />
lugares a las partículas”). Nunca<br />
volvería la humanidad a mirar al<br />
universo de la manera en que lo<br />
había hecho hasta entonces.<br />
Éstas eran las vigas maestras<br />
del sistema newtoniano del mundo;<br />
pero ¿qué instrumento/concepto<br />
introdujo Newton para explicar<br />
cómo se relacionan entre sí<br />
los cuerpos sometidos al imperio<br />
de las leyes que había diseñado?<br />
La respuesta que se da en los<br />
Principia es: mediante fuerzas “a<br />
distancia”; esto es, fuerzas que no<br />
necesitan ningún soporte (o medio)<br />
para ir de un cuerpo a otro.<br />
No es preciso elaborar mucho<br />
para darse cuenta que se trata de<br />
una idea fracamente contraintuitiva.<br />
Pero funcionaba, para horror<br />
de –entre otros– aquellos<br />
que propugnaban el sistema del<br />
mundo –basado en un plenum<br />
colmado de vórtices/remolinos–<br />
de Descartes. Y Newton fue lo<br />
suficientemente buen científico<br />
como para no renunciar a un instrumento<br />
conceptual que mostraba<br />
su valor predictivo. Otra<br />
cosa es lo que él pensase, sin poderlo<br />
demostrar. Y qué pensaba<br />
acerca de esas misteriosas fuerzas<br />
a distancia es algo que sabemos a<br />
través de una carta que envió el<br />
25 de febrero de 1693 a Richard<br />
Bentley, que intervino en la preparación<br />
de la segunda edición<br />
de los Principia (reproducida en<br />
The Correspondence of Isaac Newton,<br />
H. W. Turnbull, ed., vol. 3,<br />
págs. 253 y 254, Cambridge<br />
University Press, Cambridge,<br />
1961):<br />
“Es inconcebible que la materia<br />
bruta inanimada opere y afecte (sin la<br />
mediación de otra cosa que no sea material)<br />
sobre otra materia sin contacto<br />
JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ RON<br />
mutuo, como debe ser si la gravitación<br />
en el sentido de Epicuro es esencial e inherente<br />
a ella. Y esta es la razón por la<br />
que deseo que no me adscriba la gravedad<br />
innata. Que la gravedad sea innata,<br />
inherente y esencial a la materia, de forma<br />
que un cuerpo pueda actuar a distancia<br />
a través de un vacío sin la mediación<br />
de otra cosa con la cual su acción o<br />
fuerza puede ser transmitida de [un lugar]<br />
a otro, es para mí una absurdidad<br />
tan grande que no creo que pueda caer<br />
en ella ninguna persona con facultades<br />
competentes de pensamiento en asuntos<br />
filosóficos”.<br />
El último de los antiguos y el<br />
primero de los modernos<br />
En las secciones precedentes he<br />
pasado revista –una muy breve<br />
revista– a algunas de las principales<br />
contribuciones científicas<br />
de Newton, pero he dejado al<br />
margen una faceta sin la cual es<br />
imposible formarse una imagen<br />
medianamente completa de su<br />
personalidad: sus intereses teológicos<br />
(tampoco me he ocupado<br />
–ni puedo hacerlo– de sus<br />
trabajos alquímicos). Para introducir<br />
esa faceta recurriré a un<br />
ensayo de John Maynard Keynes,<br />
en el que se refirió a Newton<br />
como el “último de los magos,<br />
el último de los babilonios y<br />
de los sumerios; la última de las<br />
grandes mentes que contempló<br />
al mundo visible e intelectual<br />
con los mismos ojos de aquellos<br />
que empezaron a construir nuestra<br />
heredad intelectual, hace casi<br />
10.000 años”.<br />
Es evidente que semejante<br />
caracterización contiene elementos<br />
inaceptables. Newton introdujo<br />
en el análisis de los fenómenos<br />
naturales –de los físicos,<br />
especialmente– un método radicalmente<br />
nuevo; un método que<br />
si ya le distinguía de sus predecesores<br />
más cercanos (como Galileo,<br />
Descartes o Kepler), más le<br />
separaba aun de todos aquellos<br />
que habían empezado, milenios<br />
antes, a “construir nuestra heredad<br />
intelectual”. En este sentido,<br />
ciertamente no contempló el<br />
mundo físico de la misma manera<br />
que los antiguos. Y sin embargo,<br />
a pesar de tales diferencias,<br />
las frases de Keynes –que<br />
llegó a reunir una de las colecciones<br />
más importantes de manuscritos<br />
no científicos newtonia-<br />
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