ZEEV STERNHELL - Prisa Revistas
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Revuelta y resignación.<br />
Acerca del envejecer<br />
Jean Améry<br />
Pre-Textos, Valencia, 2001<br />
Para reflexionar sobre la existencia<br />
no hace falta una mente<br />
filosófica; es más, una mente filosófica,<br />
una mente analítica,<br />
representa casi siempre un obstáculo<br />
cuando de lo que se trata<br />
es de pensar la vida propia<br />
(ya la misma denominación de<br />
existencia a esa vida constituye<br />
el primer obstáculo). Y si bien<br />
nadie se atrevería a defender que<br />
una mente cansada, fatigada, débil,<br />
está en mejores condiciones<br />
para la reflexión que una mente<br />
lúcida y despierta, lo cierto es<br />
que han sido esas mentes las que<br />
han producido los mejores pensamientos,<br />
las que se han extraviado<br />
menos y las que, cuando<br />
han cometido errores, éstos apenas<br />
han tenido consecuencias serias<br />
para la humanidad. No se<br />
puede decir lo mismo de las<br />
mentes lúcidas. Y si nos preguntáramos<br />
por qué la mente<br />
está cansada, fatigada o débil,<br />
no encontraríamos seguramente<br />
otra respuesta que ésta: por el<br />
paso de los años, por el uso, por<br />
la práctica, por la experiencia.<br />
La conciencia del tiempo<br />
Los libros de Jean Améry poseen<br />
una sabiduría especial. La razón,<br />
la lógica, tan sólidos pilares del<br />
conocimiento humano, no sirven<br />
en cambio de nada cuando<br />
lo que se trata de conocer es al<br />
propio ser humano. Améry sabe<br />
esto, y en consecuencia no se<br />
propone demostrar nada, sino<br />
únicamente mostrar; y para<br />
mostrar nada mejor que el “uso<br />
lingüístico habitual”, es decir,<br />
ese lenguaje de todos y de nadie,<br />
tan impreciso a veces, tan inexacto,<br />
tan equívoco, pero tan cabal<br />
siempre. Y ese uso lingüístico<br />
habitual, por mucho que nos<br />
digan los fenomenólogos que el<br />
tiempo no existe, que es una<br />
abstracción, un concepto vacío,<br />
una idea relativa, nos habla de<br />
presente, de pasado y de futuro;<br />
y siempre entendemos lo que estos<br />
tres tiempos significan, siempre<br />
entendemos su sentido, aunque<br />
en ocasiones presintamos<br />
también su sinsentido. Y el<br />
tiempo presente es el momento<br />
éste en que escribo, el momento<br />
en que leo este texto, aunque esté<br />
enmarcado entre un pasado<br />
y un futuro que, como se suele<br />
decir, le confieren su verdadera<br />
dimensión. La mejor y más<br />
completa experiencia que el<br />
hombre tiene del tiempo, aunque<br />
no la única, es el envejecimiento,<br />
el propio envejecimiento<br />
que es, acerca de lo que trata<br />
este libro de Jean Améry, los términos<br />
de cuyo título, muy inteligentemente,<br />
han invertido los<br />
editores: Revuelta y resignación.<br />
Acerca de envejecer (originalmente<br />
Über das Altern. Revolte<br />
und Resignation).<br />
Así pues, según Améry, sólo<br />
quien ha vivido suficiente tiene<br />
la experiencia del tiempo, conoce<br />
y sabe lo que es el tiempo.<br />
¿Pero cuándo se ha vivido suficiente?<br />
¿Cuándo alguien puede<br />
decir: ya he vivido suficiente?<br />
Precisamente, nos dice el autor,<br />
cuando se hace consciente del<br />
tiempo, del paso del tiempo. Suficiente<br />
no quiere decir bastante;<br />
el suficiente se puede prolongar<br />
indefinidamente, todo puede ser<br />
suficiente, pero no bastante,<br />
nunca bastante. Ser consciente<br />
del tiempo es reconocerse temporal.<br />
El hombre siempre ha sa-<br />
FILOSOFÍA<br />
ENVEJECER Y MORIR<br />
Un insano compromiso<br />
MANUEL ARRANZ<br />
bido que es temporal, siempre<br />
ha sabido que él también envejecerá<br />
y acabará por morir un<br />
día. Lo sabe pero, como dice<br />
Jankélévitch, no se lo cree 1 . Sólo<br />
a partir del momento en que<br />
empieza a creérselo empieza a<br />
ser consciente de verdad de ese<br />
hecho, que es el más común y<br />
cotidiano de los hechos: envejecemos.<br />
Y sin embargo es un hecho<br />
extraordinario. Envejecemos<br />
y el tiempo que nos queda<br />
por delante, indefinido y cada<br />
vez más corto pero el único que<br />
nos importa, hace que volvamos<br />
la mirada atrás, al pasado de este<br />
presente sin casi ya futuro.<br />
Envejecemos y el paso del tiempo<br />
de pronto empieza a dejar<br />
sentir su peso. El peso del tiempo<br />
no son todos esos recuerdos<br />
que conforman el pasado del<br />
hombre. El hombre que no recuerda,<br />
o que apenas tiene recuerdos,<br />
también siente el peso<br />
del tiempo. Y es que el tiempo,<br />
cuanto menos es más pesa, pues<br />
el tiempo que le pesa al hombre<br />
es el tiempo del futuro, y cuanto<br />
menos futuro le queda, más<br />
le pesa. Lo contrario también es<br />
cierto.<br />
La conciencia del cuerpo<br />
Podemos considerar el envejecimiento<br />
una enfermedad, como<br />
hace Jean Améry, una enfermedad<br />
común e incurable, aunque<br />
no mortal, pues el hombre siempre<br />
acaba muriendo de alguna<br />
otra cosa, un paro cardiaco, una<br />
rotura de aneurisma, un ictus,<br />
algo sin duda propiciado por<br />
el envejecimiento de los órganos,<br />
por su deterioro, pero no<br />
1 Vladímir Jankélévitch: La muerte.<br />
Pre-Textos, Valencia, 2002.<br />
muere de envejecimiento propiamente<br />
dicho. El hombre teóricamente<br />
siempre puede envejecer<br />
más, como de hecho está<br />
sucediendo. No es por tanto una<br />
enfermedad, o sólo lo es metafóricamente<br />
hablando, aunque<br />
sí sea un estado “propicio a las<br />
enfermedades”; y, particularmente,<br />
según Améry, a una especie<br />
de disociación del yo provocada<br />
por la conciencia aguda<br />
del cuerpo.<br />
Así, el cuerpo se hace consciente<br />
en el envejecimiento del<br />
mismo modo que se dice que la<br />
salud se hace consciente en<br />
la enfermedad. El cuerpo, nuestro<br />
propio-cuerpo, se nos aparece,<br />
por obra y gracia del envejecimiento,<br />
como un cuerpo extraño,<br />
un cuerpo que ya no nos<br />
responde, que nos obliga a pensar<br />
en él, a que le tengamos en<br />
cuenta, a que le sirvamos, cuando<br />
siempre fue él el que nos sirvió.<br />
Y el cuerpo nos impone el<br />
dolor: el dolor físico y el dolor<br />
de la contemplación de su decadencia,<br />
a cual más doloroso.<br />
Ambos dolores, materializados<br />
en el cuerpo que los sufre, hacen<br />
que el hombre cobre una conciencia<br />
de sí mismo que no había<br />
tenido hasta entonces. No<br />
es una conciencia de su fragilidad,<br />
de su vulnerabilidad, de su<br />
indefensión, sino conciencia de<br />
su estar en el mundo, conciencia<br />
de que él no es el mundo. Conciencia<br />
también de su impotente<br />
fuerza.<br />
La mirada del otro<br />
Pero esa disociación del yo provocada<br />
por la conciencia del<br />
cuerpo que envejece y que se<br />
produce ante nuestros ojos un<br />
día repentinamente, se produce<br />
también ante la mirada de los<br />
60 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 123