ourbon con hielo demasiado g<strong>en</strong>eroso <strong>en</strong> comparación con el sust<strong>en</strong>to sólido que p<strong>en</strong>saba digerir. En cinco minutos había dado cu<strong>en</strong>ta de su c<strong>en</strong>a y accedió al salón, echándose cuán largo era, <strong>en</strong> su sofá favorito, dispuesto a relajarse. Conectó la televisión casi por acto reflejo y saboreó el gusto seco pero reconfortante del último sorbo de whisky que le quedaba. Desde la muerte de su esposa, se había acostumbrado a refugiarse <strong>en</strong> sí mismo como un caracol, <strong>en</strong> sus hogareños metros cuadrados de intimidad, y cada vez salía m<strong>en</strong>os a la calle, no por insociabilidad ni por desprecio sino por mero desinterés. Su única hija y sus nietos vivían <strong>en</strong> Madrid, y él, desde sus casi 65 años de vida, contemplaba ésta como un sabio ermitaño al que muy pocas cosas podían apasionar, ni siquiera ya su trabajo, donde, tras conseguir todos los reconocimi<strong>en</strong>tos posibles y haber publicado una dec<strong>en</strong>a de libros, no veía más retos que realm<strong>en</strong>te merecieran la p<strong>en</strong>a. Sin embargo, hoy, el extraño caso de Antonio Aritm<strong>en</strong>di sí había reactivado su ilusión perdida. De hecho, no podía dejar de p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> ello. Esa <strong>en</strong>igmática e incompr<strong>en</strong>sible neurosis... En su fuero interno estaba conv<strong>en</strong>cido de que el problema era más simple de lo que apar<strong>en</strong>taba. Además, si había algui<strong>en</strong> capaz de des<strong>en</strong>trañar el misterio, ése era él, desde luego. Y lo haría… ¡Vaya, si lo haría! Rebobinó m<strong>en</strong>talm<strong>en</strong>te su larga charla con Aritm<strong>en</strong>di mi<strong>en</strong>tras hacía zapping y logró extraer un detalle que le chirriaba desde el mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que el chico le había expuesto sus tres sueños pero que hasta <strong>en</strong>tonces no había logrado descifrar. ¡Dios mío! ¿Y si…? ¡Eso lo cambiaría todo! Debía estar seguro, por supuesto, pero si esta nueva teoría fuera la correcta, el asunto estaría resuelto. Miró el teléfono que reposaba <strong>en</strong> la mesilla e hizo ademán de alcanzarlo, pero se fr<strong>en</strong>ó. T<strong>en</strong>ía que t<strong>en</strong>er alguna evid<strong>en</strong>cia 126
más <strong>en</strong> su mano antes de hacer partícipes de su descubrimi<strong>en</strong>to al inspector Lázaro y a su amigo Ricardo M<strong>en</strong>dívil. Se había ganado su reputación gracias a axiomas mil veces demostrados, no a meras conjeturas. Sopesó la situación, con todo lo delicado que t<strong>en</strong>ía y decidió que lo mejor sería preparar un pequeño experim<strong>en</strong>to, como se hace con los ratones <strong>en</strong> el laboratorio. 127 CONTINÚA…
- Page 1 and 2:
EL DIARIO DE MIS SUEÑOS
- Page 3:
Qwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyui
- Page 7:
A mis hijos, Eduardo y Daniel, mis
- Page 10 and 11:
10
- Page 12 and 13:
12
- Page 14 and 15:
14
- Page 16 and 17:
16
- Page 18 and 19:
18
- Page 20 and 21:
20
- Page 22 and 23:
—
- Page 24 and 25:
—
- Page 26 and 27:
—
- Page 28 and 29:
—
- Page 30 and 31:
30
- Page 32 and 33:
— 32
- Page 34 and 35:
34
- Page 36 and 37:
claridad. Aún le dolía la cabeza,
- Page 38 and 39:
Tras cinco minutos frenéticos de c
- Page 40 and 41:
Mientras hacía la pregunta se gir
- Page 42 and 43:
Bueno, tenía el pelo muy corto y a
- Page 44 and 45:
— — 44
- Page 46 and 47:
— — —
- Page 48 and 49:
— — —
- Page 50 and 51:
— — —
- Page 52 and 53:
— — —
- Page 54 and 55:
— —
- Page 56 and 57:
—
- Page 58 and 59:
— — — —
- Page 60 and 61:
— —
- Page 62 and 63:
ansiado objetivo. Más bien todo lo
- Page 64 and 65:
En ese instante tan romántico, par
- Page 66 and 67:
Seguramente, lo único que necesite
- Page 68 and 69:
El inspector Lázaro odiaba lo que
- Page 70 and 71:
Sí, así es —respondió secament
- Page 72 and 73:
El inspector lo miró con actitud i
- Page 74 and 75:
Máximo, comenzó en Roma el devast
- Page 76 and 77: Sí, supuse que querría verlo…
- Page 78 and 79: El joven pareció desconfiar. Alej
- Page 80 and 81: Aquel lunes a las tres y media en p
- Page 82 and 83: La parquedad de sus palabras le ind
- Page 84 and 85: hablado con el Doctor Mendívil, qu
- Page 86 and 87: ¿También había salido? No, él
- Page 88 and 89: Entiendo. O sea que no visteis caer
- Page 90 and 91: Ya... ¿Y de apellido? San Martín
- Page 92 and 93: Cuando me los encontré me contaron
- Page 94 and 95: to, completamente abstraído. Una p
- Page 96 and 97: Corte Inglés”. Le haremos alguna
- Page 98 and 99: el brazo con golpes secos y rítmic
- Page 100 and 101: permanecido absolutamente callado h
- Page 102 and 103: Tutéame, Toño —le cortó el ins
- Page 104 and 105: el taxista contara lo que vio u oy
- Page 106 and 107: nes de horario. Eso sí, siempre a
- Page 108 and 109: mostrado era la víctima del asesin
- Page 110 and 111: Absorto en sus pensamientos, se dis
- Page 112 and 113: pudientes y si conseguían engancha
- Page 114 and 115: sus pacientes, repleto de opulencia
- Page 116 and 117: En mis sueños, hay mezcla de todo
- Page 118 and 119: ¡Señor, señor! —tenía que gri
- Page 120 and 121: Sí, es extraordinario —reconocí
- Page 122 and 123: Sí, eso parece obvio —confirmó
- Page 124 and 125: mandado a un repartidor a entregar