LOS DOS ENEMIGOS - Liberbooks
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Emilio Salgari<br />
—¡Bien duerme el señor De Lussac! —exclamó, soltando<br />
una carcajada—. ¡La juventud exige sus derechos!<br />
Se tumbó encima de la misma manta, cerrando al instante<br />
los ojos.<br />
El cornac tocaba el cuerno, incitándolos a despertar.<br />
Los elefantes ya se hallaban preparados y los seis malayos<br />
estaban alrededor del merghee.<br />
—Pronto nos ponemos en marcha —comentó el señor<br />
De Lussac, dirigiéndose a Yáñez, que penetraba en aquel<br />
momento con un par de tazas de té—. ¿Han encontrado<br />
ustedes las pisadas de algún tigre?<br />
—No. Pero vamos en busca de otros a una distancia<br />
algo mayor, en los Sunderbunds, y que no van a ofrecer<br />
menos peligros.<br />
—¿Los thugs?<br />
—Beba, señor De Lussac, y subamos al comareah. Puesto<br />
que en el houdah iremos juntos, allí nos será posible<br />
seguir conversando. Debemos informarle a usted sobre<br />
más detalles respecto a nuestros proyectos.<br />
Un cuarto de hora más tarde ambos paquidermos<br />
abandonaban el lugar que les sirvió de campamento e iniciaban<br />
la marcha hacia el sur. Los conductores habían<br />
recibido el encargo de hacerles ir con la máxima rapidez<br />
posible, con el objeto de intentar distanciarse de los thugs.<br />
A pesar de que los hindúes son famosos como andadores<br />
—ya que suelen ser delgados y ágiles—, no era factible<br />
que pudiesen competir con la marcha de los elefantes ni<br />
con resistencia. Sandokan y sus camaradas, no obstante,<br />
se hallaban en un error al suponer que podrían dejar<br />
rezagados a semejantes bribones, que posiblemente iban<br />
siguiéndolos desde que abandonaron Khari.<br />
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