Maga pag 1-40.indd - Universidad Tecnológica de Panamá
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-¡Compasión! -especuló el muchacho.<br />
-¿Quién sabe? Es como la sensación <strong>de</strong> que no hay pare<strong>de</strong>s<br />
y que todos nos damos la mano en algún lugar <strong>de</strong>l universo.<br />
-¿Y <strong>de</strong>spués?<br />
-Después nadie es ajeno ni extraño ni inferior. Para exprimir<br />
el jugo a la última hora <strong>de</strong>l encuentro, ambos jóvenes caminaron<br />
por algunas calles <strong>de</strong> la ciudad. Especularon sobre<br />
el alto precio <strong>de</strong> la ropa en las vitrinas. Se burlaron <strong>de</strong> la <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z<br />
impoluta <strong>de</strong> un maniquí que esperaba lucir al otro día<br />
una lujosa vestimenta. Se besaron frecuentemente en algunos<br />
rincones propicios. Después <strong>de</strong> la promesa <strong>de</strong> volverla a ver,<br />
Pablo la <strong>de</strong>jó en el umbral <strong>de</strong> su casa y partió silbando.<br />
La noche parecía el fondo <strong>de</strong> una mina llena <strong>de</strong> cristales.<br />
Valencia vio alejarse a Pablo, con las manos enfundadas en los<br />
bolsillos <strong>de</strong> su chaqueta. Sus pisadas se escucharon a la distancia.<br />
Era un joven <strong>de</strong> expresiones concisas. Guapo. Estudioso.<br />
No era <strong>de</strong> muchos recursos, pero eso no era lo fundamental.<br />
Ella no entró <strong>de</strong> golpe a la casa porque la noche era digna<br />
<strong>de</strong> verse. Siempre le había gustado permanecer algunos minutos<br />
ro<strong>de</strong>ada por el silencio <strong>de</strong>l campo.<br />
El poste <strong>de</strong> alumbrado público, límite entre su casa y el<br />
inicio <strong>de</strong> los potreros, ahuyentaba la oscuridad hasta un límite<br />
don<strong>de</strong> parecía que las cosas tomaban las formas <strong>de</strong>l misterio,<br />
pero, sobre todo, <strong>de</strong> ciertas licencias extrañas. Muy lejos se<br />
veían, entre brazos nudosos <strong>de</strong> árboles, luces que indicaban<br />
el avance paulatino <strong>de</strong> la ciudad, la muerte <strong>de</strong> la noche y la<br />
continuidad <strong>de</strong> un día falso. Sin bellos espíritus.<br />
El aire pasaba respirando la soledad inmensa. Olía a pasto<br />
quemado. Una frescura invadía el rostro, penetraba por los<br />
orificios <strong>de</strong> la nariz, navegaba hasta los sitios más recónditos<br />
<strong>de</strong>l cuerpo.<br />
Pudo haber flotado en un sosiego adormecedor, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />
pórtico, si el gato no hubiera saltado hasta la calle <strong>de</strong>s<strong>de</strong> algún<br />
escondite. Allí se <strong>de</strong>sparramó con pereza y se lamió a gusto.<br />
Ante una in<strong>de</strong>finible percepción, el felino adoptó una actitud<br />
<strong>de</strong> <strong>de</strong>fensa. ¿Cómo es que no se había percatado <strong>de</strong> la<br />
presencia <strong>de</strong> la mujer? Valencia le extendió su mano. El gato<br />
se le acercó, fascinado, por lo que veía brillar en el abismo <strong>de</strong><br />
sus ojos.<br />
*Tomado <strong>de</strong>: Guillermo Fernán<strong>de</strong>z. Efecto Inverna<strong>de</strong>ro. Ed. Costa<br />
Rica, 2001.<br />
46 <strong>Maga</strong> REVISTA PANAMEÑA DE CULTURA<br />
ANA MARÍA RODAS (Guatemala)<br />
Lilith<br />
ROBERTO DESPERTÓ Y UNAS MARIPOSAS SE LE<br />
metieron al estómago. Volvió a ver hacia la pared y el reloj marcaba<br />
casi las nueve y media, pero la oscuridad, <strong>de</strong>ntro y fuera <strong>de</strong><br />
la habitación, lo <strong>de</strong>sconcertó. Se levantó trastabillando y fue al<br />
baño a echarse agua en la cara. Con el agua recordó cómo había<br />
empezado su día.<br />
Ángel estaba sentado a la orilla <strong>de</strong> la cama y el sol amarillito<br />
le brincaba por el pelo claro y bien peinado. Roberto no sabía<br />
qué hacer, acababa <strong>de</strong> oírlo <strong>de</strong>cir que se iba.<br />
-¿Por qué?, preguntó Roberto sintiendo miedo <strong>de</strong> la respuesta.<br />
-Porque estoy enamorado.<br />
-¿De quién?<br />
-Eso no importa. De todas formas, ya hacía tiempo que quería<br />
irme.<br />
Ni las súplicas, ni las amenazas <strong>de</strong> suicidio surtieron efecto.<br />
Ángel lo miraba como quien ve a un animal <strong>de</strong>sconocido<br />
mientras hacía maletas y llenaba cajas con sus pertenencias. Roberto<br />
suplicaba, gritaba y por último, corrió a meterse al baño,<br />
encerrándose por un rato para ver si Ángel reaccionaba. Al cabo<br />
<strong>de</strong> media hora <strong>de</strong> estar llorando <strong>de</strong> la pura cólera, <strong>de</strong>cidió salir y<br />
lo vio metiendo en una caja un aparato <strong>de</strong> sonido<br />
-¡Eso no te lo llevás! ¡Yo lo compré para los dos! Gritó Roberto,<br />
tirándose encima <strong>de</strong> Ángel que lo esquivó y <strong>de</strong>jó la caja en el<br />
suelo. Comenzó a bajar el equipaje al primer piso y Roberto se<br />
metió en la cama que empezaba a odiar porque Ángel ya no iba<br />
a dormir en ella.<br />
Oyó la puerta que se abría y unas voces apresuradas le llegaron<br />
<strong>de</strong> manera muy opaca. Fue a la ventana y miró a la calle,<br />
justo en el momento en que alguien se metía al asiento <strong>de</strong>l<br />
conductor <strong>de</strong> un carro rojo. No pudo discernir muy bien si era<br />
hombre o mujer. Era joven, eso sí, porque logró atisbar unas<br />
piernas largas y ágiles enfundadas en un jean. Ángel terminó <strong>de</strong><br />
cargar cosas en el baúl, abrió la portezuela <strong>de</strong>l asiento <strong>de</strong> atrás y<br />
metió allí las últimas cajas. Después se sentó al lado <strong>de</strong>l conductor,<br />
que en ese momento arrancó el automóvil. Pasó la mañana<br />
mordido por los celos. A ratos pensaba que Ángel se iba a vivir<br />
con una mujer, a ratos creía que con un jovencito.