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RONALD FLORES (Guatemala)<br />
Una historia<br />
cualquiera<br />
LLEGÓ A LA CAPITAL MESES DESPUÉS DE SU PRI-<br />
mera sangre. Quería salir <strong>de</strong>l pueblo, superarse, llegar a ser<br />
alguien. Ya la rondaban los muchachos. Era cuestión <strong>de</strong> días<br />
antes que uno <strong>de</strong> ellos le llevara un atado <strong>de</strong> leña hasta la puerta<br />
<strong>de</strong> su rancho y ella no quería casarse todavía. Sabía que si<br />
se quedaba más tiempo su <strong>de</strong>stino iba a ser al costado <strong>de</strong> un<br />
comal, parir hijos hasta que se le secara el cuerpo, velar borracheras<br />
y aguantar golpes. Sus padres no la querían <strong>de</strong>jar ir,<br />
pero era indomable. A<strong>de</strong>más, otras patojas ya habían hecho lo<br />
que ella quería hacer. No era como si fuera a abrir brecha. Ni<br />
le dieron permiso, ni se escapó. Su familia sabía que ella se iba<br />
a ir y ella que ellos no querían que lo hiciera. De todos modos,<br />
se marchó.<br />
En la ciudad, vivía su prima, que trabajaba <strong>de</strong> sirvienta en<br />
casa <strong>de</strong> una familia pudiente. Al llegar lo primero que hizo fue<br />
visitarla para pedirle trabajo, pero no había. Que consiguiera<br />
algo por sus propios medios, le recomendó la prima; que<br />
buscara algo rápido para no quedarse sin dinero, que ella con<br />
gusto pero no tenía ni dón<strong>de</strong> alojarla.<br />
Le recomendó una casa don<strong>de</strong> alquilaban cuartos, ella misma<br />
había vivido ahí un tiempo. Preguntando, la encontró.<br />
La casa estaba ubicada por la línea <strong>de</strong>l ferrocarril, cerca <strong>de</strong>l<br />
centro, en un sector peligroso. A pocas cuadras, quedaba la<br />
Aduana y la famosa calle <strong>de</strong> las prostitutas para los albañiles,<br />
los borrachos y los ladrones <strong>de</strong> poca monta. Le alquilaron un<br />
cuarto pequeño, <strong>de</strong> pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> adobe y techo <strong>de</strong> lámina. Tenía<br />
que compartir cocina y había un solo baño para la docena <strong>de</strong><br />
cuartos en alquiler, para las más <strong>de</strong> treinta personas que vivían<br />
como inquilinos en esa casa. Pagaba ciento cincuenta al mes,<br />
cuota que no incluía agua y luz, tarifas que se repartían entre<br />
todos, sin importar el consumo individual. Se asentó y comenzó<br />
a buscar trabajo. Pasó un par <strong>de</strong> semanas saliendo temprano<br />
y regresando tar<strong>de</strong>, con las manos vacías y los pies hinchados,<br />
comiendo un solo tiempo para ahorrar los pocos centavos que<br />
tenía y que cada vez se iban haciendo menos.<br />
Al fin, logró que la aceptaran en una maquiladora porque<br />
estaban contratando urgentemente operarios sin experiencia;<br />
ofrecían <strong>pag</strong>ar el salario mínimo y las prestaciones <strong>de</strong> ley; el<br />
horario <strong>de</strong> trabajo empezaba a las siete <strong>de</strong> la mañana y terminaba<br />
a las seis <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, si habían cumplido la cuota.<br />
Se presentó a su primer día <strong>de</strong> trabajo minutos antes <strong>de</strong> la<br />
hora indicada. La <strong>de</strong>jaron entrar. Unos hombres le hicieron<br />
formarse en una fila junto con otros empleados; el capataz le<br />
asignó un lugar y una tarea. Le indicó que ésta consistía en<br />
pegar a los zapatos los ojetes <strong>de</strong> metal, por don<strong>de</strong> pasan las<br />
correas. Cuatro por zapato, sesenta pares diarios: la cuota. No<br />
tenía posibilidad <strong>de</strong> equivocarse: si echaba a per<strong>de</strong>r uno sólo<br />
<strong>de</strong> los ojetes tendría que <strong>pag</strong>arlo; si lo pegaba mal y echaba a<br />
per<strong>de</strong>r la pieza, tendría que <strong>pag</strong>arla íntegra. Así era la cosa, así<br />
que valía más hacerlo con cuidado y paciencia, con exactitud y<br />
precisión. Le indicó que tenía veinticinco minutos al mediodía<br />
para almorzar e ir al baño, que no tendría tiempo para refaccionar<br />
y no habría ningún <strong>de</strong>scanso hasta terminar la cuota.<br />
Así, el capataz fue explicándole una a una en qué consistía<br />
su trabajo. Cuando hubo terminado, salió <strong>de</strong>l recinto, echándole<br />
llave. Advirtió que no volvería sino hasta que fuera hora<br />
<strong>de</strong> almuerzo y que si alguien sentía necesidad <strong>de</strong> ir al baño,<br />
tenía que aguantarse hasta entonces.<br />
Trabajó con esmero las cinco horas siguientes, casi sin <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>r<br />
su atención <strong>de</strong> su labor, sin separarse <strong>de</strong> la máquina<br />
que tenía que manejar. Básicamente su trabajo consistía en<br />
trabar <strong>de</strong>bidamente el ojete en una especie <strong>de</strong> clavo, colocar la<br />
pieza a la altura en que éste caía sobre la mesa y sostenerla <strong>de</strong><br />
manera fija y tensa para que no fuera a moverse al impacto y<br />
quedara bien la abertura, apuntar y pisar un pedal para que el<br />
artefacto funcionara, cayera el clavo sobre la pieza prensándole<br />
el ojete. El pedal era duro, quizá estaba poco aceitado.<br />
Cuando llegó la hora <strong>de</strong>l almuerzo, se <strong>de</strong>sprendió <strong>de</strong> su<br />
mesa <strong>de</strong> trabajo con dificultad, estuvo a punto <strong>de</strong> caerse. Tenía<br />
las piernas dormidas, los músculos <strong>de</strong> los hombros engarrotados.<br />
Llevaba veinte pares <strong>de</strong> zapatos listos; le hacían falta<br />
cuarenta pares, el resto <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. Al llegar la hora <strong>de</strong> salida,<br />
no había terminado más que treinta, la mitad <strong>de</strong> la cuota. El<br />
capataz les dijo que estaba bien por ser el primer día pero que<br />
entonces les <strong>pag</strong>arían la mitad <strong>de</strong>l jornal por haber hecho sólo<br />
la mitad <strong>de</strong>l trabajo, que comprendieran. Aceptó, no tenía <strong>de</strong><br />
otra. Se fue para su cuarto. Le costó caminar; tenía las piernas<br />
hinchadas <strong>de</strong> golpear el pedal que fijaba el ojete con necesidad<br />
<strong>Maga</strong> REVISTA PANAMEÑA DE CULTURA 49