Memorias de allá, del frío Llegada al aeropuerto Tte Marsc en la Isla Rey Jorge Crónicas de un uruguayo en la Antártida 36 “El Salto” Interior del avión Fairchild, con los tanques de combustible suplementarios, en su interior
VI LA LLEGADA 37 Dr. Osvaldo González Contrera “En el medio de ese paisaje resplandecía la Base Artigas, brillante en su blancura, bajo el sol de las 23.30 horas. Pequeña, pocas instalaciones pero con un hermoso pabellón oriental pintado en uno de los edificios.” La llegada se produjo con otro pequeño susto: luego de una vuelta de reconocimiento sobre las bases rusa y chilena, el avión se dirigió hacia el mar, con rumbo norte, giró 180º y enfiló a la pista de aterrizaje. La pista está oculta por un altísimo islote de roca con paredes verticales, tan alto como ella, que se encuentra justo enfrente, a cuatrocientos metros de distancia y que comienza desde el borde mismo de la cima de la barranca costera. Por supuesto que para los pilotos fue una pasada aterrizar en esas condiciones, aunque me imagino que a los demás como a mí se nos hizo un nudo en la boca del estómago. Pronto nos encontramos en el único aeropuerto de la isla Rey Jorge, que pertenece a la base Marsh, de Chile. Al pie de la escalerilla del avión nos recibieron los integrantes de la dotación uruguaya que vinimos a relevar y que durante más de un mes vieron retrasadas sus expectativas de volver a casa luego de un año. No recuerdo haber visto gente más contenta; abrazaban a todo lo que bajara del avión con gran emoción y sin parar de darnos la bienvenida. También estaba el Comandante Barrientos, jefe de la base Marsh, junto a otros oficiales de la Fuerza Aérea de su país. Marsh es una base de la Fuerza Aérea Chilena, pero se encuentra totalmente desarmada, como mandata el primer artículo del Tratado <strong>Antártico</strong>. Al bajar del avión, inmediatamente sentí que estábamos en un lugar especial; el aire era muy frío para mis pantalones de verano y mis medias de nylon y sobre todo para mi cara. A pesar de no haber viento y de ser un día agradable. La luz de las 10.30 de la tarde -o noche- con el sol alto, no tenía la brillantez del cielo uruguayo, ni siquiera el de Punta Arenas y hasta los olores parecían apaciguados; en un aeropuerto, con vehículos encendidos alrededor, ¡no había olor a nada!. El suelo de la pista está formado por piedrecillas de color pardo, que se extienden a las cercanías y hasta donde se puede ver. Las únicas excepciones son las áreas de hielo y mar; no hay el más mínimo rastro de vegetación a la vista y, por supuesto, ni hablemos de arbustos o árboles. Son, sin embargo, abundantes las colinas de diferentes alturas que dibujan un territorio totalmente escarpado, entre las que se destacan lenguas de hielo dispersas en lo más bajo. De alguna manera y por alguna causa me asaltó una terrible pregunta tardía: ¿Qué estoy haciendo acá?, pero como dije, era muy tarde. Nos hicieron pasar al pequeño hotel de Marsh, al final de la pista, al lado de los gigantescos hangares de la base, todos pintados de color naranja. Este edificio tiene una recepción, cafetería con grandes ventanales hacia las colinas, que en invierno serán de muy bonita vista, pero ahora en pleno enero con sus colores amarronados, sin rastros de verde, no tanto. También un restaurante con algunas pocas mesas. Las habitaciones del hotel, con cuchetas y sin baño privado tienen lo imprescindible, pero decoroso y muy prolijo. Mientras tomábamos un café y charlábamos con los oficiales chilenos y los contentísimos Dotación 1990