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MEMORIAS DE ALLA, DEL FRIO - Instituto Antártico Uruguayo

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Memorias de allá, del frío<br />

Esta es la presentación de la Base Artigas en el momento que llegamos, que era un lugar muy movido,<br />

tibio aún, pero extraño, sin la vegetación verde que uno sin saberlo necesita, sin los animales que<br />

identifican nuestro suelo. Lo más parecido a nuestros animales que vimos, fue un pobre ratón que se<br />

metió en un embarque y llegó convertido en momia.<br />

Con los ojos del recién llegado, era una incógnita saber de antemano como íbamos a llevarnos y los<br />

sentimientos que íbamos a desarrollar mutuamente la Base y yo, pero más tarde y a la distancia, sé<br />

que Artigas se quedó con algo mío que no logro definir, como también es cierto que ella dejó mucho en<br />

mí, aún después de muchos años. Cuando el viento sopla fuerte en la noche, creo oír el golpeteo de las<br />

piolas en los mástiles de las banderas, o su silbar y aullar por entre las cañerías de agua, como si se<br />

tratase de un navío de velas, de los que me hacían soñar en la infancia.<br />

“Una parte de mí mismo se quedó para siempre en el grado 80 de latitud Sur.<br />

Allí dejé la juventud, la vanidad, la incredulidad. En cambio me llevé de allí algo que antes no había<br />

poseído: el aprecio de la vida y de sus valores humildes.”<br />

“El caos del mundo no ha podido hacer variar en mí esas nuevas maneras de sentir y pensar: Ahora<br />

vivo sencillamente disfrutando de la paz del alma... El hombre sólo se vuelve sabio cuando se da<br />

cuenta de que no es irremplazable “<br />

Comandante. Richard Byrd (libro “Alone”)<br />

Hacia fines de febrero, luego de un proceso de “ablande” que le hicimos con Gary a Pelayo, el buzo,<br />

accedió a enseñarnos lo elemental del buceo y así aprendimos a emparchar los equipos secos, llenar<br />

los tanques de aire, su manejo, disponer las pesas en el cinturón y otras menudencias. Hasta que una<br />

tarde y una vez terminados los trabajos del hangar que nos ocupó todo el verano, nos dieron la<br />

oportunidad de bajar al lago Uruguay con los buzos, para ayudar a arreglar el sistema de succión del<br />

agua que alimenta a la Base.<br />

Con Gary nos llevamos los respectivos equipos secos de buceo, que pesan alrededor de quince kilos<br />

cada uno. Cuando estuve a solas en mi cuarto con el tremendo y complicado traje, dudé poder<br />

ponérmelo solo, pero lentamente me fui metiendo en un mono similar a la piel de sol, peludita, luego<br />

logré poner los pies en el equipo principal como si fueran medias panty, subirlo trabajosamente,<br />

calzarme las mangas, meterme adentro desde atrás y una vez pasadas las manos, que quedan<br />

descubiertas, llegar a alcanzar la cinta del cierre de la cremallera y subir el cierre hasta la nuca luego de<br />

pasarlo por la entrepierna.<br />

Una vez terminada la maniobra, como cuarenta minutos después, tuve que caminar con botas hasta el<br />

lago, cargando patas de rana, tanques, cinturón de contrapeso, máscara y capucha, para terminar de<br />

vestirme en el borde del lago. Mientras forcejeábamos con los elementos faltantes, mirábamos con<br />

envidia como los buzos se vestían con gran facilidad, charlando entre ellos de otras cosas.<br />

Al terminar de prepararnos parecíamos extraterrestres, pero la emoción de entrar al agua con la<br />

posibilidad de sumergirnos y nada menos que en ese lugar, no tenía precio.<br />

Lo primero que sentí fue que no había examinado bien el traje, pues inmediatamente me entró un<br />

chorrito de agua helada por el hombro izquierdo, que me mojó el cuello hasta la axila y demoré un rato<br />

en calentarla; pasada esa sensación, todo fue una maravilla y cuando quise darme cuenta, estaba a<br />

más de veinte metros de profundidad, nadando en agua bastante clara pero sin vida alguna a la vista ni<br />

fondo visible sin vegetación ni rastros de peces. En mi entusiasmo, me tuvo que ir a buscar Pelayo,<br />

como a quince metros de profundidad, para hacerme volver a la zona de trabajo.<br />

El trabajo consistía en cambiar el caño y el dispositivo de succión, que estaba amurado al fondo con un<br />

muerto de hormigón, que debimos retirar, cambiar por otro e instalar, bajo las directivas de los<br />

profesionales.<br />

Ese día, casi todo el mundo salió con Petrel a plantar cañas cada diez metros a lo largo del camino<br />

desde Artigas hasta Bellingshausen, para que sirvan de guía cuando lleguen las nevadas. En ese<br />

momento, la idea me pareció poco importante, pero en el invierno evitó que me desbarrancara con la<br />

Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />

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