Memorias de allá, del frío Crónicas de un uruguayo en la Antártida Mapa que muestra algunos de los recursos minerales que existen en la Antártida Vista de la costa antártica 40
41 Dr. Osvaldo González Contrera Para ser socio pleno es imprescindible realizar actividad científica relacionada con la Antártida en forma ininterrumpida y tener al menos una base permanentemente ocupada es ese territorio. Entre otras normas se encuentra la de no introducir especies animales o vegetales foráneos, no plantar, ni dejar en libertad animales ajenos a la fauna local. La caza de los animales antárticos está prohibida salvo con autorización especial para fines de estudio ya registrados, por lo que se acabaron las terribles cacerías de focas de antaño en ese territorio. No está permitido el uso de ningún tipo de armas, ni se reconocen reivindicaciones territoriales, por lo que las bases de cualquier país están abiertas a la entrada de cualquier persona y más aún, a observadores de otra nación. Las investigaciones científicas son publicadas anualmente por las naciones miembros, como lo hace el <strong>Instituto</strong> <strong>Antártico</strong> <strong>Uruguayo</strong>, quien es un ejemplo del estricto cumplimiento de las reglas y de la no contaminación del medio antártico. Es costumbre permanente recibir como huéspedes a científicos extranjeros en las diferentes Estaciones para desarrollar actividades en total libertad y cooperación. En lo único en que hay una tenue competencia es entre los países que reivindican territorios y no reconocen mutuamente los actos simbólicos que los otros realizan de reafirmación de la propia territorialidad. Durante mi estancia, aproximadamente a fines de febrero, aparecieron en la bahía Fildes, entre tantos aventureros, un trío de alemanes en un yate, que aparentemente estaban navegando desde hacía bastante tiempo y pidieron por radio para desembarcar en Marsh, con el objeto de que el jefe de la base, como juez de paz, casara a la mujer de la nave con uno de los hombres. La idea encantó a los chilenos ya que un grupo de personas europeas pidieran semejante cosa significaba el reconocimiento tácito de la soberanía territorial chilena en el área. Los alemanes desembarcaron y se les hizo una fiesta bastante grande con la concurrencia de los chinos y rusos, también las señoras de la base Marsh. La gente de Artigas fue invitada por supuesto, pero como no se reconoce en Uruguay la soberanía territorial de ningún país, el jefe decidió que no se iba. La fiesta estuvo muy animada, sobre todo para los rusos, que con total complacencia del novio presenciaron un casi strip-tease de la novia y escándalo entre los matrimonios chilenos y no se habló más de lo sucedido. Pero a los pocos días los alemanes pidieron en la base argentina Jubany para ser casados por ese jefe... y lo fueron, aunque quedan dudas de que el novio era el otro hombre del yate. Nuevamente fiesta y regalos de los argentinos, que también reclaman territorios en la misma zona geográfica de la Antártida que los chilenos, así que parece que el territorialismo también sirve para subvencionar viajes de aventureros. En la Isla Rey Jorge pude apreciar durante mi estancia que más que respeto por las normas del Tratado <strong>Antártico</strong>, lo que existe es una cultura antártica enmarcada dentro de lo que dicho documento dicta, salvo la existencia de basura tirada en los alrededores de algunas bases y ausencia de previsiones para la eliminación del agua servida y fecal (principalmente de las bases de los países más grandes), de lo que la Base Artigas constituye un ejemplo impecable de corrección ya que se cuenta con fosas sépticas calefaccionadas todo el año para evitar la solidificación del contenido y se hace una rigurosa selección de los residuos entre los combustibles y los que se deben enviar por vía aérea hacia el continente (plásticos, vidrios, metales, ropa, químicos) Para profundizar más en el tema, se puede recurrir al <strong>Instituto</strong> <strong>Antártico</strong> <strong>Uruguayo</strong> o consultar el libro “Paralelo 62, El Uruguay en la Antártida” de Ana M. De Salvo Dotación 1990