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MEMORIAS DE ALLA, DEL FRIO - Instituto Antártico Uruguayo

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Memorias de allá, del frío<br />

compatriotas que regresaban, el personal bajaba el equipaje y especialmente con mi baúl, gemían los<br />

pobres haciendo fuerza, lo que me costó bromas sobre ello por varios días.<br />

Apenas estuvo todo descargado, nos pusimos en marcha hacia Artigas, la mayoría en camiones que<br />

nos prestaron los chilenos y otros, como el mar estaba muy tranquilo, lo hicimos en una lancha Zodiac,<br />

con los integrantes del Directorio del <strong>Instituto</strong> <strong>Antártico</strong>, que completaban el grupo.<br />

La navegación por la bahía Fildes y luego la caleta Collins, donde se asienta nuestra base, (ocho kilómetros)<br />

fue una maravilla. La costa está formada por imponentes acantilados altísimos, con paredes<br />

verticales de piedra negra o gris de diferente textura. Y en otras zonas nos encontramos con terraplenes<br />

muy pronunciados de pedregullo grueso, que llegan hasta el mar y con grandes rocas en la costa,<br />

todo en tonos de marrón, rojizo o pardo.<br />

El color del mar, es un azul verdoso “calipso”, oscuro y transparente, sin el más leve movimiento en la<br />

superficie. Esto era delicioso, mientras no recordara que la temperatura del agua no alcanzaba 2 º C.<br />

Sí, parecía invitar al chapuzón. Al girar a la izquierda, rodeamos un farallón de gran altura que emergía<br />

del agua y nos sorprendimos con una amplia playa dispuesta en terrazas, que se extendía hasta tocar<br />

el Glaciar Collins. En el medio de ese paisaje resplandecía la Base Artigas, brillante en su blancura,<br />

bajo el sol de las 23.30 horas. Pequeña, pocas instalaciones, pero con un hermoso pabellón oriental<br />

pintado en uno de los edificios.<br />

En la costa, vestidos con el equipo de abrigo verde característico de nuestra dotación en esa época,<br />

estaba el resto del grupo, esperándonos, junto a tres o cuatro pingüinos parados en la costa, con las<br />

patitas en el agua, mirando para otro lado.<br />

Como no hay embarcadero, al bajar de la Zodiac, mis zapatos de cuero me dejaron conocer la temperatura<br />

exacta del agua... helada. Caminamos hasta la Base y no tuvimos oportunidad de mucha recorrida,<br />

porque estaban de visita dos oficiales del buque británico Endurance (así bautizado en honor a la nave<br />

que usó Sir Shackleton en una de sus incursiones antárticas y que perdió en esta zona en el año 1914).<br />

Fueron invitados a cenar y no tuve más remedio que sacar a relucir mi oxidado inglés.<br />

A uno de ellos le pregunté desde dónde habían partido y su respuesta fue que había nacido cerca de<br />

Londres (en ese momento decidí que tenía que afirmar de alguna forma mi inglés.)<br />

La cena comenzó a medianoche, con el crepúsculo y decidí que hablaría sólo lo necesario para evitar<br />

otras posibles metidas de pata. De todos modos, la reunión estuvo muy amena y pude percibir una clase<br />

de camaradería particular, con una especie de confianza o de protocolo diferente, que se seguiría<br />

manifestando en todo momento, algo de hombres solos lejos de casa.<br />

Néstor, asombrado del manejo del inglés del jefe saliente, le decía: -¡Pero vos eras peor que yo en<br />

inglés y eso que yo no existo y ahora hablas bárbaro y te entienden! -a lo que el otro a las risas le explicaba<br />

las maravillas que hace un año sin traductor y sin más remedio, para aprender un idioma.<br />

Los ingleses se fueron muy satisfechos, con dos hormas de queso semiduro bajo el brazo (porque en el<br />

barco no tenían) y los muchachos de Artigas se quedaron muy contentos porque no sabían qué hacer<br />

con tanto queso, al que le llaman queso “UY! UY! UY!” por su efecto a la mañana siguiente de comerlo.<br />

Nuestra Base siempre se distinguió por la generosidad con los visitantes en temas de alimentos (no<br />

creo que los ingleses hubieran sido tan generosos en situación inversa).<br />

Llegué muerto de cansancio a mi nuevo cuarto, que ni conocía, a las dos de la mañana y ya amanecía.<br />

Sobre el glaciar se desparramaban colores rosa, naranja y amarillo. Ahí, en ese instante, más que nunca<br />

hasta entonces, me enfrenté con la soledad y la lejanía de los míos, de Bea, de los niños, de los lugares<br />

conocidos, de mi vida anterior.<br />

Miré lo que tenía alrededor. Mi nuevo cuarto era enfermería, consultorio, farmacia y oficina postal, todo<br />

en un terrible desorden. Hacía seis meses que la Base Artigas no tenía médico. Elegí tener cosas pendientes<br />

para ordenar mañana, miré por la angosta ventana que da al norte, chiquita, con una cortinita<br />

rabona y finita, que dejaba colar el cielo claro con sol de verano y me dormí pensando en los míos.<br />

Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />

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