MEMORIAS DE ALLA, DEL FRIO - Instituto Antártico Uruguayo
MEMORIAS DE ALLA, DEL FRIO - Instituto Antártico Uruguayo
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Dr. Osvaldo González Contrera<br />
<strong>MEMORIAS</strong> <strong>DE</strong> <strong>ALLA</strong>, <strong>DE</strong>L <strong>FRIO</strong><br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Médico de la Base Artigas en 1990<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
El manuscrito de este libro fue escrito por el autor y revisado y corregido por la Lic. Ana María de Salvo.<br />
El material original, así como las fotografías proporcionadas por el autor, fueron revisados y compaginados para esta<br />
edición digital, por el Cnel. Waldemar Fontes.<br />
La idea inicial del autor era de publicar este libro en papel, pero nunca consiguió una editorial que lo publicara.<br />
Gracias a la generosa contribución del autor, que cedió el material original a la Asociación Antarkos y a la Biblioteca<br />
Profesor Julio C. Musso del <strong>Instituto</strong> <strong>Antártico</strong> <strong>Uruguayo</strong>, se pudo preparar esta edición digital, destinada a todo el<br />
público interesado en la actividad del Uruguay en el continente antártico y que es una contribución al conocimiento de<br />
la historia de nuestro país en la Antártida.<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
Título: Memorias de allá, del frío. Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
Autor: Dr. Osvaldo González Contreras (Médico de la BCAA en 1990)<br />
Revisión: Lic. Ana María De Salvo (Asociación Civil Antarkos)<br />
Prólogo, Diagramación y edición digital: Cnel Waldemar Fontes (IAU)<br />
Con el apoyo de la Asociación Civil Antarkos “Apoyamos a Uruguay en la Antártida”<br />
Web: www.antarkos.org.uy - mail: wafo@antarkos.org.uy<br />
Edición Digital realizada por el <strong>Instituto</strong> <strong>Antártico</strong> <strong>Uruguayo</strong><br />
Biblioteca “Profesor Julio C. Musso”<br />
Web: www.iau.gub.uy - mail: rrpp@iau.gub.uy<br />
Av. 8 de Octubre 2958 - CP 11600 - Montevideo, Uruguay.<br />
Enero 2011<br />
2
PROLOGO<br />
Este libro del Doctor Osvaldo González, es un valioso aporte para<br />
el conocimiento de la actividad de los pioneros uruguayos que<br />
construyeron la Base Científica Antártica Artigas y vivieron allí en los<br />
primeros tiempos.<br />
La forma de trasmitir las anécdotas y vivencias es amena y de<br />
agradable lectura.<br />
El lector, una vez que se introduce en las vivencias relatadas en<br />
este libro, las vive como aventuras propias, compenetrándose con los<br />
personajes, que sin dejar de ser originales de aquella dotación de<br />
1990, son los personajes típicos de cada grupo humano que desarrolla<br />
actividades en las duras condiciones de vida de las bases antárticas.<br />
El lado humano del relato, la descripción de la naturaleza y la<br />
combinación de la presencia humana en medio de ese entorno puro,<br />
trasmiten las vivencias de todos los antárticos que viven el proceso de<br />
deslumbramiento inicial, adaptación al entorno y el sentir de pertenencia<br />
que se adquiere al pasar varios meses allí.<br />
El autor confirma ese sentimiento extraño que muchos han intentado<br />
trasmitir: mientras estamos en la Antártida, deseamos estar<br />
con nuestra familia y los seres queridos, mas al partir, sufrimos y luego,<br />
la añoramos de por vida cuando estamos lejos de ella...<br />
3<br />
Cnel. Waldemar Fontes<br />
<strong>Instituto</strong> <strong>Antártico</strong> <strong>Uruguayo</strong><br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
4
INDICE<br />
Prólogo 3<br />
Prefacio 7<br />
Introducción 9<br />
LA ANTARTIDA COMO TAL 11<br />
La Partida 15<br />
PRIMEROS DIAS 21<br />
EL <strong>DE</strong>SCUBRIMIENTO Y EXPLORACIÓN 25<br />
LA LLEGADA 37<br />
TRATADO ANTARTICO 39<br />
LA BASE ARTIGAS 43<br />
PRIMEROS DIAS 49<br />
EL REFUGIO RAMBO 53<br />
LOS DIAS <strong>DE</strong>L VERANO 57<br />
LOS PINGÜINOS <strong>DE</strong> LA PINGÜINERA 63<br />
PEPE PINGÜINO 69<br />
LA HEPATITIS 71<br />
LOS SOVIETICOS 75<br />
LA PLAYA 83<br />
EL TERRAPLÉN 87<br />
ÁRBOLES <strong>DE</strong> PIEDRA 89<br />
EL CAMPEONATO <strong>DE</strong> FUTBOL 93<br />
LOS TURISTAS 97<br />
LOS CHILENOS 101<br />
COMIENZA EL INVIERNO 105<br />
LOS ARGENTINOS 109<br />
LOS ECUATORIANOS 115<br />
LOS CHINOS 119<br />
LOS COREANOS 123<br />
DÍAS <strong>DE</strong> SKI- DOO 125<br />
EL AGUA, EL HIELO, LA NIEVE 131<br />
EL REGRESO A CASA 133<br />
5<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Cumplió funciones como médico de la BCAA integrando<br />
la Dotación 1990.<br />
Logo de la Dotación 1990 - La “del Lobito”, que estuvo a cargo del Tte. Cnel. Néstor Rosadilla.<br />
6
<strong>MEMORIAS</strong> <strong>DE</strong> <strong>ALLA</strong>, <strong>DE</strong>L <strong>FRIO</strong><br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
7<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
“Las condiciones de vida en la Antártida constituyen un laboratorio inevitable para estudiar el comportamiento,<br />
los sentimientos e impulsos de los hombres en situación límite, donde el afecto, el respeto y la solidaridad por los<br />
demás son puestos a prueba.”<br />
PREFACIO<br />
Este libro ha estado en mi mente por más de 13 años. Pero ha llegado el momento de darlo a conocer,<br />
porque siento que lo que tengo para decir maduró dentro de mí y está listo. Como creo que maduré y<br />
estoy pronto yo también.<br />
Al regreso de la expedición el recuerdo de la Antártida disparaba en mí sensaciones y emociones ambivalentes<br />
y contradictorias. Fue con el paso del tiempo, cuando sedimentaron y pude meditar sobre<br />
ellas, que se abrió para mí un pozo insondable y rico de enseñanzas que antes no había podido ver con<br />
claridad.<br />
El viejo proverbio chino dice “Es mejor callar si no se tiene algo que decir”. Es por eso que casi sin advertirlo<br />
he guardado en secreto hasta hoy este relato, empujado ahora al papel por la casi espontánea<br />
necesidad de contarlo.<br />
Las condiciones de vida en la Antártida constituyen un laboratorio inevitable para estudiar el comportamiento,<br />
los sentimientos e impulsos de los hombres en situación límite, donde el afecto, el respeto y la<br />
solidaridad por los demás son puestos a prueba. Y esta exigencia no repara en la ciudadanía, el idioma<br />
o la etnia de los que allí deben pasar sus helados días, semanas o meses.<br />
La dimensión humana con su dignidad intrínseca y su importancia quedaba expuesta en esta región, en<br />
la que estamos igualados por las lejanías del país, de la familia y del dinero, donde las comunicaciones<br />
casi no existen y todos nos encontramos en similar grado de indefensión. Esa maravillosa zona antártica<br />
que aún se conserva como fue creada, sin mancha ni prostitución por el comercio y los intereses<br />
ciegos de aquellos que explotan todo lo explotable, de aquellos que olvidan que este planeta es todo lo<br />
que tenemos.<br />
Lo que viví en ese tiempo y en ese lugar fue una lección totalmente irrepetible y personal y constituyó<br />
para mí una prueba de la existencia de Dios, aunque creo que para otros pudo significar por el contrario<br />
la certeza de su inexistencia. También la diversidad hace maravilloso al ser humano.<br />
Pero el resultado más importante fue la experiencia personal sobre mí mismo. Una visión nueva de mis<br />
defectos y mis virtudes, la exhaustiva autocrítica que debí hacer de lo que he querido, lo que he hecho<br />
y lo que no he hecho en el transcurso de mi vida. Mis días en la Antártida me llevaron a elaborar sobre<br />
mi persona y sobre el mundo un juicio y un proyecto futuro. Pero eso es asunto mío.<br />
Sólo espero que estas crónicas, que son ciertas, que son sólo una parte de lo que allí viví, sean de<br />
algún interés y a lo mejor, de enseñanza. Yo, por haberlas escrito, estoy finalmente en paz.<br />
Osvaldo González (Gaucho)<br />
Dotación del Lobo, año 1990<br />
Base Científica Antártica Artigas<br />
Isla Rey Jorge, Archipiélago Shetland del Sur<br />
ANTÁRTIDA<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
8
II<br />
Introducción<br />
9<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
“Por diferentes motivos se marchan los hombres a los confines abandonados del mundo. A algunos los impele solo<br />
el afán de aventuras, otros sienten una imperiosa necesidad de saber, los terceros obedecen a la seductora llamada<br />
de una voces quedas, al encanto misterioso de lo desconocido que les aleja de los senderos rutinarios de la<br />
vida”<br />
Sir Ernest Shackleton<br />
Cuando en el año 1989 recibí en Sala de Neurología al futuro jefe de la Base Antártica Uruguaya como<br />
paciente en situación crítica, no tenía idea de la influencia que aquel hecho iba a tener en mi vida.<br />
Durante mi infancia y adolescencia he sido ávido lector de novelas de aventuras y relatos reales que<br />
inflamaban mi imaginación a esa edad. Emilio Salgari hacía pelear a Sandokan, Julio Verne narraba<br />
travesías futuristas que resultaron premonitorias y Mark Twain contaba las aventuras de Tom Sawyer y<br />
Huckleberry Finn en el Río Mississippi. Comencé a soñar.<br />
En esa infancia no había televisión y cuando la hubo fue en blanco y negro, entonces resultaba más<br />
entretenido colorear lo que leía con mi mente, de la mano del Corsario Negro, o visitando La Isla Del<br />
Tesoro. Así nacieron duendes que quedaron dormidos en mi interior para despertar en el momento indicado.<br />
Cuando el “futuro jefe de la base antártica” recobró la conciencia y comenzó a hablar, descubrimos que<br />
teníamos varias cosas en común, detalles poco importantes como la práctica del karate en escuelas<br />
similares, los libros leídos y otros elementos intangibles que hacen que dos personas se sientan afines.<br />
Cuando su dificultad para hablar fue mejorando y comenzó a referirse a su proyecto sobre el continente<br />
antártico, a contarme de su historia y geografía, mis duendes interiores se agitaron y progresivamente<br />
comencé a soñar con ese viaje, esa aventura.<br />
Descubrí en mí una faceta pocas veces expuesta antes. Más allá de los frecuentes viajes “a dedo” por<br />
todo el país de mi adolescencia y el viaje de bodas cuando con Beatriz nos atrevimos a hacer seis mil<br />
kilómetros (haciendo auto- stop por Argentina y Bolivia), nunca había percibido o había dejado aflorar<br />
nada parecido.<br />
A partir de ese momento, que fui invitado a ir como el médico de la base Artigas, en el continente antártico,<br />
me planteé dudas por tener esposa, cuatro hijos y un sentimiento de mucho apego por ellos. La<br />
lucha interior fue muy dura hasta que finalmente decidí que tenía que ir.<br />
Cuando comencé el curso de adiestramiento para la permanencia de un año en la base antártica (al<br />
que accedí con la condición de permanecer allá por solo seis meses) volví a la atmósfera maravillosa<br />
de los aventureros de fines del siglo XIX y principios del XX, de los viajes de los descubridores, del coraje<br />
infinito, de la personalidad de esos exploradores históricos, del impulso por ir más allá de lo conocido.<br />
Entendí que los hombres tenemos esos duendes que nos impulsan, hasta que se logran objetivos no<br />
imaginados y maravillosos… o terribles.<br />
De cualquier manera esta fue la historia que explica por qué un hombre como yo, aparentemente conservador,<br />
en plena actividad profesional, muy ligado a su familia, una madrugada cálida de enero se<br />
embarcó en un pequeño avión Fairchild que conduciría nada menos que a la Antártida, junto con un<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
grupo de hombres en circunstancias parecidas.<br />
Lamentablemente el “futuro jefe de la Base Antártica” nunca logró ir, sin embargo gracias a la medicina<br />
moderna y a una gran capacidad personal de trabajo se recuperó totalmente y continúa con su actividad<br />
profesional.<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
10
III<br />
LA ANTARTIDA COMO TAL<br />
11<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
“el mar, el nivel de las aguas subirían entre cuarenta y ochenta metros… ¿Quién vive por encima de los ochenta<br />
metros sobre el nivel del mar en Uruguay?”<br />
Este continente helado existió en la mente de los pueblos miles de años antes de ser descubierto,<br />
puesto que los antiguos griegos llamaban Artkos (oso) a la región helada del norte de Europa y por extensión<br />
a la región ártica en su conjunto, quizás porque es la región de los osos polares, o porque está<br />
debajo de la constelación de la Osa Mayor: ¿Quién lo puede saber?<br />
De todos modos, supusieron que debía existir otra zona similar del lado contrario de la tierra, a la que<br />
provisoriamente llamaron Antarjko – algo así como del otro lado de los osos - o los osos del otro lado.<br />
Hasta el gran Leonardo Da Vinci (para variar), calculó como debería ser esa extensión helada y no me<br />
sorprendería que hubiera andado cerca en sus cálculos.<br />
En la época de la formación de la Tierra, hace ochenta millones de años, cuando todo lo que existía era<br />
un enorme continente único rodeado de agua, llamado Pangea (Pan= todo, Gea= tierra), la Antártida se<br />
encontraba unida al sub -continente Indio, Oceanía y Madagascar, en una zona que hoy ocupa el Mar<br />
Indico.<br />
Según la teoría de la deriva continental, la Antártida dejó de pertenecer a una zona tropical y lentamente<br />
fue derivando hacia el sur, como también lo hizo Australia hacia el sureste.<br />
Existen interesantísimas y muy bien fundadas teorías acerca de este tema, las cuales se basan en estudios<br />
geológicos y arqueológicos de restos fósiles animales y vegetales hallados en las regiones antes<br />
mencionadas. En nuestra estadía antártica encontramos restos de árboles petrificados, evidentes demostraciones<br />
del origen cálido de las tierras en que nos encontrábamos.<br />
El Continente <strong>Antártico</strong> está rodeado de mares que van variando sus denominaciones de acuerdo a la<br />
zona y al explorador que lo bautizó, tributarios todos ellos de los océanos Atlántico, Indico y Pacífico.<br />
Su dimensión es de catorce millones y medio de kilómetros cuadrados, más grande que Oceanía y mucho<br />
más grande que Europa (once millones y medio y diez millones de kilómetros, respectivamente)<br />
El tamaño del continente varía enormemente con las estaciones del año ya que en el invierno, al congelarse<br />
una impresionante cantidad de mar en las costas del territorio, éste incrementa la superficie en<br />
millones de kilómetros cuadrados.<br />
Lo contrario sucede en el verano, cuando la Antártida se desprende de gran parte de su territorio costero<br />
que se aleja flotando por el océano en forma de icebergs, hasta derretirse en aguas más cálidas. Este<br />
fenómeno es mayor en las costas de las grandes plataformas heladas de Ross y de Wedell.<br />
El agua de mar comienza a congelarse lentamente con la aparición de microscópicos cristales de hielo<br />
dulce que, forman progresivamente una pasta similar al helado llamada “slush”, la que deja salir a la<br />
superficie un suero espeso que contiene la sal del agua de mar, también conocido como “hielo podrido”<br />
De esta manera se forma una capa de hielo de más de un metro de espesor, muy resistente, que se va<br />
solidificando y expandiéndose en todas las direcciones.<br />
En el año 1988, de las costas del Mar de Weddel se desprendió un témpano, ¡tenía un tamaño similar a<br />
la superficie de Bélgica! Esta gigantesca porción de hielo tenía edificadas sobre sí dos estaciones<br />
antárticas, una soviética y otra argentina; por supuesto que semejante desprendimiento de hielo no sucedió<br />
de un momento a otro y las bases habían sido desalojadas<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Si tenemos en cuenta que el hielo cuando flota deja ver por encima de la superficie del mar sólo el 10%<br />
de su volumen, ¿Cómo será encontrarse con un témpano de ese tamaño cuando el explorador está<br />
navegando en un pequeño velero como los de los primeros viajeros?<br />
Probablemente la altura total de ese témpano fuera de varios miles de metros y llevara parte de la fauna<br />
y de la flora de la región en ese verano antártico.<br />
Al continente antártico se le reconocen dos sectores, Menor y Mayor, con enormes diferencias en sus<br />
condiciones climáticas y en el tamaño y altura de la capa de hielo.<br />
La Antártida Mayor se encuentra predominantemente hacia el oriente del meridiano de Greenwich, es<br />
mucho más grande en tamaño que la Menor, aproximadamente dos tercios del territorio total. Su superficie<br />
está recubierta por una capa de hielo que oscila en los cuatro mil metros de espesor ¡Cuatro kilómetros<br />
de espesor!, la que forma la llamada Meseta Antártica (promedialmente el continente más alto<br />
del mundo).<br />
El peso de esta cantidad de hielo es tal, que se considera que el continente debe estar hundido por ello;<br />
se conocen depresiones del terreno como la fosa subglacial de Bentley con casi dos mil quinientos metros<br />
bajo el nivel del mar, pero por encima tiene tres mil metros de hielo.<br />
Los Montes Transantárticos es una cadena montañosa de más de tres mil kilómetros de longitud, que<br />
atraviesa todo el continente separando la Antártida Mayor de la Menor, con alturas considerables como<br />
el macizo de Vinson, con 5140 metros sobre el nivel del mar.<br />
Esta parte de la Antártida es no sólo muy alta sino de gran severidad climática, generada por el frío y<br />
por la falta de humedad (promedio de precipitaciones de cincuenta centímetros cúbicos al año). El clima<br />
de la meseta antártica es más seco que el Sahara; sólo que con frío.<br />
El record de frío del año 1960 fue en la base soviética Vostok con ¡89.3 grados centígrados bajo cero!<br />
En este territorio se han producido vientos de hasta trescientos veinte kilómetros por hora, lo que hace<br />
imposible ¡ni qué hablar! realizar cualquier actividad en el exterior. La Base Vostok es considerada el<br />
Polo Sur de Frío.<br />
También se han introducido los conceptos de Polo Sur Geográfico, De Inaccesibilidad (el punto antártico<br />
más difícil de acceder desde el exterior), el Polo Sur Geomagnético y por supuesto el Polo Sur<br />
Magnético, que tiene movimientos a lo largo de los años de acuerdo a la oscilación de la Tierra, por eso<br />
es el único de los cinco Polos considerados que no tiene fija su posición geográfica en forma permanente.<br />
La Antártida Menor es la más cercana al continente americano, por su proximidad con la Península<br />
Antártica. Es de menor tamaño y altura, con una capa de hielo permanente de alrededor de dos mil metros<br />
y condiciones atmosféricas menos severas.<br />
Viendo la magnitud de los números que acabo de escribir, es difícil imaginarse el volumen y el peso que<br />
posee esa masa de hielo (por supuesto la mayor masa de hielo de la tierra y la mayor reserva de agua<br />
dulce). Existen tres kilómetros de hielo por sobre catorce y medio millones de kilómetros cuadrados de<br />
territorio, (sin pensar en las masas de hielo que rodean al continente) con un volumen total de ¡tres billones<br />
de metros cúbicos de hielo! (Tres millones de millones). Se trata nada más y nada menos que del<br />
90% de la reserva de agua dulce del mundo.<br />
Diferente es el caso de la región Ártica, que compuesta por el Mar Glaciar Ártico sólo es eso, un mar<br />
rodeado de continentes y el Polo Norte Geográfico está fijado sobre el mar.<br />
Para terminar, digamos que si el casquete polar antártico se derritiera, cosa que si bien en el pasado<br />
parecía absurda, actualmente con el efecto invernadero causado por la ciega y obtusa ansia de dinero y<br />
poder de los países desarrollados y sus industriales, el mar, el nivel de las aguas subirían entre cuarenta<br />
y ochenta metros. ¿Quién vive por encima de los ochenta metros sobre el nivel del mar en Uruguay?<br />
Existe la teoría que dice que al derretirse el hielo de la Antártida, tragedia geológica difícil de imaginar,<br />
la tierra de ese continente, liberada del peso del hielo podría subir de nivel, lo cual compensaría la elevación<br />
del nivel del mar. ¿Pero qué sucedería entonces con el acomodamiento de las placas tectónicas,<br />
causantes de los terremotos?<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
12
13<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Actualmente, la Antártida es un santuario bastante respetado en su integridad y su pureza, recuperada<br />
en buena medida de las matanzas de focas y ballenas que se hicieron en el pasado, con una clara conciencia<br />
internacional de ser el área clave para la supervivencia de nuestro planeta, con múltiples proyectos<br />
de investigación científica llevados a cabo por los gobiernos nacionales de los países adheridos<br />
al Tratado <strong>Antártico</strong> (Tratado que explicaré más adelante)<br />
Todo esto con mayor o menor respeto por la integridad de las especies vivas y la pureza del agua y el<br />
hielo... por el momento. Y con ciertas reservas.<br />
La Base Científica Antártica Artigas, único bastión del <strong>Instituto</strong> <strong>Antártico</strong> <strong>Uruguayo</strong>, en ese continente<br />
en el año 1990 (momento a que se refiere esta crónica), se encuentra en la Isla Rey Jorge, una de las<br />
islas del archipiélago de las Shetland del Sur, cerca del extremo de la Península Antártica.<br />
El archipiélago está separado de ésta hacia el oeste por el estrecho de Bransfield. Tiene forma alargada<br />
y está conformado por las islas Smith y Low más al suroeste y en dirección noreste se disponen las<br />
demás, que son las islas Snow, Decepción, Livingston (segunda en tamaño), Greenwich, Robert, Nelson<br />
y por último la Isla Rey Jorge, la de mayor tamaño. Nuestra base se encuentra en el extremo suroeste,<br />
en el paralelo 62º de latitud Sur.<br />
Como toda la costa antártica, el archipiélago se encuentra rodeado de múltiples islotes y rocas de gran<br />
tamaño, que por las extremas condiciones atmosféricas, de congelación- descongelación permanente y<br />
la fuerza del mar, se han ido erosionando.<br />
Información más exhaustiva sobre este apasionante tema se puede encontrar en la magnífica obra<br />
“Paralelo 62, Uruguay en la Antártida” de la periodista Ana María De Salvo.<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
Avión Fairchild antes de la partida<br />
14
IV<br />
La Partida<br />
15<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
“El problema era que el avión no tenía suficiente autonomía para viajar los mil kilómetros de travesía con sus<br />
tanques y se le adicionaron ésos, lo cual estaba perfecto, pero aún con ellos no podíamos ir y venir... sólo ir. “<br />
Cuando llegamos al aeropuerto de la Base Nº 1 de Carrasco era una madrugada de enero, recién amanecida<br />
y el cielo de un azul profundo sin viento y con calor que parecía decirnos: “disfruten de esto<br />
mientras les dure.”<br />
La tensión del clima de la despedida no mejoró cuando nos enfrentamos con mi esposa, los niños, los<br />
abuelos y hermanas al pequeño Fairchild, que nos iba a transportar tres mil kilómetros hacia el sur. Esa<br />
nave era idéntica a la que ¡diecinueve años antes! Llevó a los muchachos del Old Christian que cayeron<br />
en los Andes.<br />
En el entorno había mucha actividad; estaban las familias de otros pasajeros, unos conocidos del curso<br />
de preparación que habíamos hecho los integrantes de la dotación y otros no; viajeros de los equipos<br />
científicos, de investigación y especialistas en varias áreas de la construcción que iban para ampliar la<br />
base. Muchos eran ya veteranos de tareas de un mes en el verano, cuando es posible trabajar a la intemperie<br />
y lograr que la mezcla fragüe y las reparaciones se terminen. Lo mismo los equipos de científicos<br />
que aprovechan el clima más moderado para desarrollar los proyectos.<br />
Las expresiones de las caras de los viajeros y sus familias eran todas parecidas. Un nudo en la garganta<br />
y la excitación de lo que se viene y no se conoce bien. Unos volverían en breve, otros en un año. Los<br />
niños chicos con carita de no entender muy bien, como Rafael de 3 años, que iba encantado de los brazos<br />
de una abuela a la otra y con el sueño del madrugón. Victoria con 15, casi con la misma angustia<br />
de Beatriz, mi esposa, mientras que Guillermo y Agustín de 8 y 9 años curioseaban aparentemente ajenos,<br />
pero muy atentos a todo.<br />
Desde la escalerilla del avión me volví a verlos, estaban todos los míos juntos, tostados por el sol del<br />
verano, ¡tan lindos! con esa expresión especial que sólo puede verse en las despedidas, en la que se<br />
mezcla la esperanza y la pena y me zambullí dentro del aparato para seguir viéndolos desde la ventanilla<br />
con una sensación de opresión en la garganta.<br />
La tensión contenida dentro del avión resultaba evidente, con alguna broma sobre lo viejo y pequeño de<br />
la nave, lo que íbamos a demorar en llegar, etc.<br />
Todo el mundo espontáneamente se fue acomodando por gremios y conocimientos previos y concentró<br />
su atención en las ventanillas y los familiares que estaban en la pista.<br />
Fue un alivio cuando todo fue bien en el despegue y rápidamente comenzaron a aflorar los paquetes<br />
con comida que esposas y madres habían preparado, porque ya a las seis de la mañana la ansiedad<br />
había despertado el apetito de algunos.<br />
El viaje transcurrió con breves escalas en Mar del Plata, Viedma, (la ciudad que iba a ser la capital de la<br />
Argentina), Comodoro Rivadavia y finalmente Punta Arenas en Chile. Como el vuelo no fue a la altitud<br />
de los aviones comerciales, pudimos vislumbrar por entre las nubes la costa del Océano Atlántico, los<br />
campos, los pozos petroleros cercanos a Comodoro Rivadavia y las extensiones áridas del sur, color<br />
rojizo y gris, con elevaciones que aumentaban a medida que seguíamos viaje.<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
A la vez que el Fairchild se acercaba al sur, las corrientes de aire cada vez más intensas comenzaron a<br />
sacudirlo, a veces con “pozos de aire” sorpresivos y que arrancaban gritos medio en serio, medio en<br />
broma, algunos, sospechosamente parecidos a los de arrear una tropa, delatando la presencia de gente<br />
de campaña.<br />
Cuando pasamos Comodoro Rivadavia con rumbo sur, (más o menos en el mismo paralelo que las Islas<br />
Malvinas), el avión se deslizó entre nubes de una blancura enceguecedora y no pudimos apreciar el<br />
paisaje sobre los canales fueguinos ni la costa patagónica.<br />
Me senté junto a Balbino, veterinario, verdadero veterano en estos viajes, que estaba desarrollando un<br />
proyecto de etología de los pingüinos (La etología es el estudio de las conductas de las especies) y<br />
contando con la invalorable ayuda y consejo del Dr. Rodolfo Tálice, abanderado de la etología en el<br />
Uruguay.<br />
–Sabés–, me decía con su amplia sonrisa, -que los pingüinos en el verano se reúnen en pingüineras en<br />
las costas, en territorios fijos en cantidades enormes, todos de la misma variedad, para reproducirse y<br />
cambiar el plumaje, lo cual es un hecho de enorme trascendencia en la Antártida- contaba Balbino, con<br />
un gran entusiasmo .<br />
–Cerca de la Base Artigas estamos estudiando desde hace años una pingüinera de hasta medio millón<br />
de individuos, que son de la variedad “barbijo” y hemos llegado a conclusiones interesantísimas, por<br />
ejemplo: las parejas de pingüinos son permanentes, año a año se encuentran en el mismo lugar donde<br />
nacieron, se buscan, se cortejan y forman su nido.-<br />
- El cortejo consiste en que el macho le ofrece a la hembra una piedrecilla con el pico, si ésta la acepta,<br />
allí comienzan a hacer el nido, que es una cama de piedras pequeñas formando un círculo; dentro de la<br />
pingüinera el lugar del nido parece no ser al azar, hay sitios de preferencia y sitios de menor categoría,<br />
por la cercanía con el agua y por el peligro de los depredadores- decía Balbino, que en un momento se<br />
recostó y se durmió hasta el fin del viaje.<br />
Los demás compañeros conocidos eran los otros participantes del curso: Gary, Segundo Jefe, siempre<br />
alegre y animado, con un entusiasmo desbordante por la aventura y un atleta nato, con un físico como<br />
para correr hasta el infinito. Con Gary habíamos hecho una buena amistad en pocos meses y era el<br />
compañero charlatán y animado necesario para estos momentos de separación.<br />
El mecánico Luna, hombre de Tacuarembó, criado en campaña, había sido tropero, callado pero simpático<br />
y siempre dispuesto, había elegido el apodo de “Lobo” y con la cara alargada, ojos claros y grandes<br />
dientes sonrientes, casi lo parecía.<br />
El buzo Pelayo, de la Marina, con gran experiencia en trabajos y reparaciones submarinas, era el encargado<br />
de las lanchas Zodiac que había en la base, sus motores y lo relativo al buceo. Siempre capaz<br />
de asombrarnos con sus cuentos sobre los mares que había recorrido y sobre la tradición marinera,<br />
pero no muy sociable y en ocasiones malhumorado.<br />
El maquinista de la Marina, Cantini, experimentado, buen conversador y con décadas de conocimiento<br />
de la Armada y de los personajes del puerto, un hombre lleno de anécdotas de boliche, gran jugador de<br />
truco y algo borrachín, era el individuo de perfil bajo pero con quien siempre daba gusto charlar.<br />
El cocinero Franco, Suboficial de Infantería procedente de Mercedes, capaz de hacer buenas variaciones<br />
en la cocina, siempre con los mismos ingredientes.<br />
El Jefe de la Base por este periodo: Néstor, Mayor de Ingenieros que conocíamos poco porque se había<br />
entrenado con el grupo anterior, pero más adelante se convertiría en un gran amigo, con una amplia<br />
y sincera sonrisa, un guitarrista y cantor excelente. Se había sentado en el avión con el Teniente Coronel<br />
Pereyra, encargado máximo de las obras en este período de verano, quien estuvo todo el tiempo de<br />
su estadía compenetrado por lo que debíamos hacer, hasta que lo logró.<br />
También viajaban meteorólogos y radio operadores de la Fuerza Aérea, personal de la Marina para colocar<br />
un faro y hacer prospección de la costa y en el fondo del avión, comiendo y jugando al truco, se<br />
habían juntado carpinteros, electricistas, albañiles y otros especialistas en temas de la construcción,<br />
muchos de ellos veteranos en estas experiencias en la Base Artigas.<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
16
17<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Otro grupo era el de algunos científicos que por diversos proyectos viajaban solos o en reducidos grupos<br />
y estaban algo apartados y en un silencio cargado de tensión (más o menos como yo).<br />
La llegada a Punta Arenas se concretó ya avanzada la tarde. El aeropuerto que está a 20 kilómetros de<br />
la ciudad, es de uso civil y militar y observamos modernísimos aviones de tipo caza y claramente, hangares<br />
subterráneos y con poca infraestructura en la superficie.<br />
Punta Arenas, es una ciudad baja, muy prolija y limpia, con casas de una planta, techos rojos a dos<br />
aguas, calles amplias y un puerto que centra toda la actividad. Allí pasaríamos la noche para esperar<br />
“El Salto”, la última etapa de mil kilómetros sin escalas sobre el Estrecho de Drake, hasta el Archipiélago<br />
de las Shetland del Sur.<br />
Llamábamos “El Salto” al viaje hasta la Base, porque era una situación de riesgo. Un evento del que<br />
todos estábamos pendientes: si podíamos seguir hasta el destino final del vuelo, o si sería necesario<br />
volver a la mitad del viaje. Además, porque no íbamos todos juntos, sino en dos tandas.<br />
Lamenté haber llevado mi equipaje en un antiguo baúl de viaje que estaba estibado en la bodega del<br />
avión, porque no pude sacar ropa de abrigo; conmigo sólo tenía una muda en el bolso de mano. La preocupación<br />
de Beatriz y de mi madre había llenado el resto con comida.<br />
En ese momento me di cuenta que el verano en el extremo sur de Chile es mucho menos caluroso que<br />
el de Montevideo. Tuve que recurrir a una campera prestada para poder salir a la calle con los compañeros,<br />
a recorrer algo.<br />
Llegamos al hotel gracias a la ayuda de Natalia Caro, una señora chilena que nos esperaba en el aeropuerto<br />
con su gigantesca camioneta. Era pequeño y modesto, pero decoroso; nos acomodamos en una<br />
pieza con Néstor y él, que ya había estado en Punta Arenas al asomarnos por la ventana me señaló el<br />
mar enfrente, a pocas cuadras, diciéndome: -Te presento el Estrecho de Magallanes– Y me dejó por un<br />
rato allí parado en estado de admiración ¡ya estaba allí!<br />
Por supuesto que al sacar la famosa torta de manzanas de mi madre, el cuarto se llenó de gente con<br />
hambre, pero cuando salieron a relucir las milanesas de “carne vegetal” que me preparó Beatriz, el entusiasmo<br />
dio paso al asombro por las “milanesas de árbol”. A pesar de eso todo fue aprovechado y lo<br />
que aportaron los demás comensales, también.<br />
Esa noche entre varios compramos una botella de whisky y la íbamos tomando cubierta con una bolsa<br />
de papel, mientras conocíamos el centro de Punta Arenas. Por su ubicación geográfica y por ser una<br />
ciudad-puerto, es visitada permanentemente por buques de paso entre un océano y otro y por expediciones<br />
antárticas de todas las nacionalidades. Con poca historia como toda ciudad joven, tiene una situación<br />
económica muy buena y una infraestructura adecuada para los visitantes que recibe. El turismo<br />
es más bien atípico: marinos, comerciantes, expedicionarios antárticos, pero no el turista que suele visitar<br />
otras latitudes.<br />
Como tiene una extensa zona franca que es un gran shopping de cientos de locales (aún no había<br />
shoppings en Montevideo), atrae y mueve un importante flujo de dinero.<br />
Hay, además, un gran número de restaurantes típicos, internacionales, etc. También muchos cabarets,<br />
casas de prostitución y “ramas” afines, lo que nos permitió escuchar en la radio a un cura de la ciudad<br />
pedir más control sobre esas actividades.<br />
La ciudad en sí es muy bonita y prolija, con monumentos de gran renombre como los de Magallanes,<br />
Colón, el Indio Patagón, etc., para nosotros, acostumbrados a los monumentos de Belloni y Zorrilla de<br />
San Martín que tenemos en Montevideo, los de Punta Arenas nos parecían enormes y feos.<br />
El trasporte colectivo es con micros como los que hay en Buenos Aires y taxis colectivos; coches comunes<br />
con recorrido y costo fijo y en los que viajan juntas las personas que llevan el mismo destino aunque<br />
no se conozcan.<br />
En esa ciudad andaba yo a la mañana siguiente, con ropa de verano y la campera que me prestó Gary,<br />
un bolso en que apenas cabía la torta de manzanas de mamá que aún quedaba y cosas que había<br />
comprado. Cuando salí del shopping de comprar unos recuerdos para los míos, parecía un bagayero<br />
con paquetes de todos los colores corriendo para tomar un taxi hacia el aeropuerto para hacer el primer<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
“Salto”, el primero de dos, la mitad de nosotros ese día y el resto de los pasajeros en cuando fuera posible.<br />
En la escalerilla del avión nos sorprendió un tripulante con una bolsa pidiéndonos que pusiéramos dentro<br />
todos los encendedores, fósforos y cigarrillos que tuviéramos; no supimos por qué hasta que entramos<br />
y encontramos que en la cabina faltaban la mitad de las butacas que habían sido sustituidas por<br />
enormes tanques repletos de combustible.<br />
El problema era que el avión no tenía suficiente autonomía para viajar los mil kilómetros de travesía con<br />
sus tanques y se le adicionaron ésos, lo cual estaba perfecto, pero aún con ellos no podíamos ir y venir...sólo<br />
ir.<br />
Eso significaba que si no podíamos aterrizar en la Base de la fuerza aérea chilena, Teniente Marsh, en<br />
la isla Rey Jorge de las Shetland del Sur, porque el clima no lo permitía, como suele suceder, pues...<br />
tendríamos que hacerlo de todos modos o caernos en la mitad del estrecho de Drake de regreso a Chile,<br />
porque “no nos dio la nafta”... literalmente hablando.<br />
Este detalle del “punto de no retorno” a unos quinientos kilómetros de Punta Arenas lo sabía, pero no lo<br />
había evaluado en toda su dimensión hasta este momento, cuando se me formó una pelota en la boca<br />
del estómago que sólo se me incrementó cuando el avión, para levantar vuelo, se notaba mucho más<br />
pesado. Pero fue solo el momento, sabíamos que el intento se hacía porque el informe meteorológico<br />
era favorable y decidí que era mejor que se preocuparan los pilotos, pero mi excitación era difícil de<br />
contener.<br />
El viaje transcurrió sobre un mar color calipso profundo, sin nada en la superficie, hasta que comenzamos<br />
a ver algún témpano, que por la altura a la que volábamos, debía de ser grande. A más de 24<br />
horas de conocimiento con los otros, la charla se hizo más movida y salvo por los fumadores muy dependientes<br />
que gemían, no tuvimos problemas.<br />
Luego de unas cuatro horas, comenzamos a ver sobre la superficie del mar y cada vez con mayor frecuencia,<br />
figuras de color marrón y blanco con bordes irregulares que resultaron ser islotes con manchas<br />
de nieve. Así hasta que vimos la costa marrón rojiza de la isla Rey Jorge, muy escarpada, en los pocos<br />
metros de costa sin nieve, oleaje intenso y con una capa de hielo formando una enorme cúpula extendida<br />
por todo el territorio. En el mar, cerca de las costas, se ven permanentemente altos islotes negros de<br />
formas muy bizarras.<br />
En el extremo oeste de la isla se encuentra la península Fildes, el único espacio de la isla Rey Jorge<br />
que no está cubierta de hielo y en donde se ubican bases antárticas de China continental, URSS y Chile<br />
sobre la bahía Fildes y nuestra Base Científica Antártica Artigas, (nuestro destino final), al borde del<br />
Glaciar Collins. Todas ellas fueron construidas en la costa sur, con vista a la Isla Nelson, que es más<br />
pequeña y tan cubierta de hielo como la nuestra.<br />
Más hacia el este se encuentran, por orden: la base de Corea del Sur, “King Sejong”, como todas las<br />
demás en la costa, a ocho kilómetros de la nuestra; luego le sigue la base argentina Jubany, a unos<br />
diez o doce kilómetros. Y finalmente, las bases de Brasil, Capitán Ferraz y la polaca Arctowsky, vecinas<br />
entre sí y al doble de distancia.<br />
La presentación de las bases vecinas está hecha, pero en la llegada sólo vimos las bases chilena y soviética<br />
que están pegadas, sólo diferenciadas por el color de las edificaciones, rojas las rusas y blancas<br />
de techo oscuro las chilenas. Lo sorprendente no es el color de las edificaciones, sino que se trata de<br />
los edificios de ¡la URSS de Gorbachov y de Chile de Pinochet! Lo que es excelente como muestra, del<br />
tipo de territorio al que estábamos arribando.<br />
En este paisaje nos desenvolveríamos por muchos meses, ¡qué extraño y ajeno me pareció en ese momento!,<br />
pero con la sensación de que todo iba a estar teñido de otro afecto en el momento de marcharme.<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
18
Punta Arenas (Chile) y el Estrecho de Magallanes<br />
19<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Explorando los alrededores de la Base Artigas<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
20
IX<br />
PRIMEROS DIAS<br />
21<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
“Sin duda que en esta etapa todos estábamos en el mejor momento de nuestra estadía por estas tierras, con mucha<br />
compañía, sol permanente, buena temperatura y todo por delante para hacer”<br />
Nuestra lucha más feroz en estos días es con la luz pálida pero permanente que no te deja dormir, te<br />
desorienta y no sabés por qué, pero nunca tenés idea de la hora sin mirar el reloj. A pesar de que la<br />
hora que se usa en la base es la misma que en Uruguay, la sensación de cansancio y malestar es<br />
constante y el sueño nunca es reparador, más allá que en este momento los horarios son muy flexibles<br />
(porque aún no se hizo el segundo salto y la mitad de los compañeros no llegaron y algunos de los que<br />
deben irse, no lo han hecho) y las actividades están muy desorganizadas. De poco sirve intentar dormir<br />
más, porque sólo se consigue que el malestar aumente.<br />
Lo primero que hicimos fue aprovisionarnos de ropa adecuada y los equipos que tiene la Base son excelentes,<br />
de procedencia norteamericana: prendas abrigadas y livianas, que consisten en una campera<br />
larga tipo parka con capucha y contra puños y unos pantalones de tiro alto casi hasta las axilas, con<br />
tiradores y cierres metálicos en las piernas, hasta por encima de las rodillas, para ponérselos con las<br />
botas. Estos pantalones los usaremos más adelante, solamente en momentos de mucho frío.<br />
El primer día, luego de una gélida mañana con lluvia y viento, las condiciones mejoraron y de tarde salí<br />
a recorrer solo, pues Néstor está muy ocupado organizándose y la demás gente conocida está en Punta<br />
Arenas.<br />
Lo primero que hice fue dirigirme al cerrito vecino, caminando por el sendero que lleva a las bases chilena<br />
y soviética (Marsh y Bellingshausen, respectivamente). Como llegamos a la Base por mar, no conocía<br />
la ruta terrestre; a poco de empezar la caminata, tuve la sensación de transitar una montaña rusa<br />
llena de subidas, bajadas y curvas, nada fáciles de salvar con mis viejas botas de goma que traje de<br />
casa. Lamento que las únicas preciosas botas de cuero modelo montaña que había en el depósito fueran<br />
chicas para mí y, tendré que conformarme con éstas.<br />
Me alejé de la Base Artigas hacia el norte, doblé a la izquierda y crucé el precario puentecito de madera<br />
sobre “El Pardo Tereso”, la cañadita que pasa cerca de la base (al principio se le vertían las aguas servidas,<br />
más o menos en la época en que se lo bautizó) y que lleva ese nombre como demostración del<br />
sentido del humor de los pioneros de Artigas. Luego de una corta pero empinada subida pasé por el<br />
costado del Lago Uruguay, fuente de nuestra agua potable, lo bordeé y llegué al amontonamiento de<br />
rocas de diferente tamaño que forman el pie del cerrito cercano a la base y las usé como puntos de<br />
apoyo para subir, porque es muy vertical.<br />
Una vez que alcancé la cima, comprobé que la superficie era pareja en toda su extensión, sobresaliendo<br />
una gran roca que mira al mar.<br />
La vista en esta posición es fantástica, como una postal de mar azul turquesa muy quieto, con blanquísimos<br />
témpanos pequeños flotando en el estrecho. Cerca está la Isla Nelson, con la blanca capa del<br />
glaciar que la cubre. Mirando hacia abajo, se aprecia una angosta playita al pie del acantilado y en ella,<br />
una elefanta marina y una foca tomando solcito, mientras un pingüino camina cachazudamente entre<br />
ellas, bamboleándose. Emergiendo del agua, a escasos cincuenta metros de la costa, hay dos estrechos<br />
peñones, negros, agresivamente puntiagudos, muy altos y separados entre sí por muy poca distancia.<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Desde ese lugar divisaba cerquita a Artigas; me dirigí al extremo opuesto del cerrito y descubrí otra<br />
bahía bastante estrecha, pero bordeada de un alto barranco y en su costado, como una copia, otro<br />
acantilado similar al que yo estaba, pero más alto. Y en el aire todo era paz y silencio. El paisaje que<br />
estaba disfrutando me recordó la costa norte de España, salvo por los témpanos cerca del horizonte y<br />
la falta de vegetación. Mañana creo que voy a ir a esa playita. Bajé del cerrito y “Bordeé el cerro por<br />
debajo hacia la costa, caminando sobre piedras muy grandes, cuando me atacó una bandada de gaviotines,<br />
que son como gaviotas pero mucho más chicas y con el pico colorado. Pasaban rozándome el<br />
vistoso gorro rojo que me hizo mamá y de paso, varios me cagaron, se nota que estaba cerca de sus<br />
nidos.<br />
Cuando llegué al espacio entre el acantilado y el mar, me quedé boquiabierto “. . .” en algunos lugares,<br />
el mar había socavado cavernas bastante grandes y en otros, encontré gigantescas rocas apoyadas<br />
contra la pared, formando espacios de unos cinco o seis metros. Cuando llegué a la playa, aún estaban<br />
los bichos que había visto desde arriba”<br />
Fue toda una experiencia encontrarme a medio metro de la elefanta marina, sacarle fotos, dar vueltas a<br />
su alrededor y verla rascarse el cuello con su pata- aleta, mientras bostezaba con su enorme boca rosada,<br />
sin prestarme la más mínima atención.<br />
Al llegar a la base estaban de visita –auto invitación a cenar, mangueo-, unos muchachos que había<br />
visto de lejos y que resultaron ser un checo y un eslovaco, que se encuentran en esta zona desde no se<br />
sabe cuándo, no se sabe para qué, ni cómo llegaron. Con aspecto desgarbado pero modales correctos,<br />
mencionaron alguna universidad, que entre su inglés y el mío no descifré. Sólo sabemos que no tienen<br />
papeles, ni pasaporte alguno, que viven en un minúsculo refugio en la isla Nelson, no parecen tener<br />
apoyo de ningún gobierno y que solo cuentan con una pequeña embarcación para cruzar el estrecho<br />
Fildes ¡desde la isla Nelson!, para venir a la isla donde están todas estas bases.<br />
Están interesados en irse de la Antártida; no les va a ser fácil sin papeles, pero con toda diplomacia<br />
están pidiendo ayuda. Probablemente tengan que ver con la base rusa, pero corren tiempos de mucha<br />
confusión en la Unión Soviética y quien sabe que les pasó. En el momento que estoy relatando acababa<br />
de separarse la República de Checoslovaquia en República Checa y Eslovaquia. Pasan a integrar el<br />
selecto grupo de aventureros que las civilizaciones tienen en sus fronteras y esta es realmente una<br />
frontera de la civilización.<br />
“Esta fue otra noche de soñar cosas que no recuerdo, pero sé que era con ustedes, por lo que me volví<br />
a levantar tristón y como todo domingo, me acordaba cuando hacía el asadito en el fondo de casa y<br />
todas esas cosas tan lindas. Saqué las fotos que tenía en el baúl y por primera vez las estuve mirando<br />
largo rato, ¡Qué familia preciosa somos! ¿No? ¡Son tan lindos todos!”<br />
Comencé esta tarde- noche después de la cena, a acomodar la enorme cantidad de correspondencia<br />
de todo el mundo pidiendo datos de la base Artigas, sus actividades y sobre todo, pidiendo sellos postales<br />
de la Antártida Uruguaya, lo que lamentablemente, no tengo. Los sellos que hay son un desastre, de<br />
idéntico diseño, con un perfil de Artigas (el prócer) pequeñitos, a un solo color, que se diferencian solamente<br />
por la tonalidad y el valor.<br />
Como a la una de la mañana crucé hasta la cocina para tomar agua y ¡Oh sorpresa!, me encuentro a<br />
todos los oficiales chilenos reunidos con la dotación saliente, en plena despedida. Se ve claramente la<br />
confianza y la amistad entre ellos luego de tantos meses de apoyo y trabajo conjunto. Los integrantes<br />
del <strong>Instituto</strong> <strong>Antártico</strong> y la plana mayor con quienes llegué, están en este momento en la base China “La<br />
Gran Muralla”, presentándose y comiendo alguna cosita, seguramente.<br />
Resulta claro que la sensación de desvelo y desorientación que produce el sol permanente nos afecta a<br />
todos por igual, como si no supiéramos nunca en qué momento del día nos encontráramos; nuestro<br />
ritmo circadiano – como se dice en medicina, por la sucesión del sueño – vigilia, está totalmente alterado,<br />
lo que explica estas visitas y estas actividades en horas tan bizarras.<br />
Los días siguientes fueron para explorar los lugares más próximos a la Base, para conocer a la gente<br />
que está en Artigas y que no conocía más que de vernos de pasada.<br />
Por nuestras costumbres similares de salir a recorrer todo lo que se puede, nos acercamos con Jaime,<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
22
23<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
un oficial de la Marina, que vino a instalar un faro alimentado por luz solar en el cerrito que describí.<br />
Excelente compañero y muy buen caminador, apenas nos encontramos por esas colinas un día, lo primero<br />
que advertí con envidia, fue que las preciosas botas de montañista que me quedaron chicas a mí,<br />
a él le iban perfectas y ¡qué buen uso les daba! Como una cabra subía y bajaba de todos lados, mientras<br />
los demás arrastrábamos nuestras pesadas botas de goma, o nos empapábamos los pies con botas<br />
de cuero acordonadas, pero era lo que teníamos.<br />
En pocos días, incluso antes que el resto de la gente llegara de Punta Arenas, con Jaime habíamos<br />
caminado decenas de kilómetros en las inmediaciones de la Base, subido al glaciar, descubierto las<br />
profundas grietas que el agua de deshielo produce en su lomo y que llegan a grandes profundidades<br />
formando resumideros donde se juntan varios surcos de agua. Apenas se pueden ver desde la superficie,<br />
pero se oye claramente el bramido de su curso enloquecido hacia el mar.<br />
Comenzamos a usar largas cañas de bambú para ayudarnos a caminar; las encontramos cerca de la<br />
Base, abandonadas por los glaciólogos chinos y pronto Jaime fue conocido en la isla como Todo Terreno.<br />
Por supuesto, también es Todo Terreno en el momento de comer, a pesar de su físico más bien<br />
menudo.<br />
Los recorridos trascurrían siempre de día; imposible llegar de noche, porque casi no hay noche, pero<br />
siempre con un clima similar al invierno en Montevideo, con frío, lloviznas de agua muy fría o aguanieve<br />
y viento. Nunca nieve, ni granizada ni lluvia franca en esta época del año; siempre nos llama la atención<br />
la presencia de grandes mamíferos marinos reposando en la costa en grupos llamados harenes de<br />
unos veinte y pequeños grupos de pingüinos que parecen charlar entre sí.<br />
Una noche nos iban a venir a visitar los jefes rusos, pero no lo hicieron. En su lugar llegaron caminando<br />
tres alemanes orientales que viven en la base soviética Bellingshausen, son paleontólogos y geólogos.<br />
Néstor tuvo la ocurrencia de ponerse a tocar la guitarra con sólo cinco cuerdas y nos sorprendió a todos<br />
con su destreza. Estuve charlando con Detlef, el jefe del grupo de alemanes. Cumple años el mismo día<br />
que Beatriz y eso lo llenó de alegría más allá de lo esperado y me prometió hacer una chapka para regalarle,<br />
(un gorro de piel ruso) y venir a Artigas el día de sus cumpleaños para saludarla cuando yo la<br />
llame por radio (no sé cómo estará Beatriz para el inglés con fuerte acento alemán).<br />
Como el alemán se quejó de dolor en un codo, le di un blíster de antiinflamatorios. Quedó tan contento<br />
que me dio un abrazo y un beso (¡tienen unas costumbres esta gente!). Estoy comenzando a entender<br />
esta nueva forma de relación entre personas y pienso que si nos encontráramos en cualquier otra circunstancia<br />
o lugar, de pronto no nos tendríamos para nada en cuenta; pero viviendo todos el mismo<br />
drama y en el caso de los de algunas bases como la soviética o la china, sin posibilidad de comunicación<br />
alguna con su gente en todo el periodo de estadía -que puede llegar hasta los veinte meses-, uno<br />
ve al prójimo con otra perspectiva, quizás la perspectiva del hombre primitivo, incontaminado, gregario<br />
e indefenso frente a la inmensidad de la naturaleza.<br />
“Me acaban de avisar que el avión viene desde Punta Arenas para llevarse a los que se vuelven y traer<br />
al resto de nosotros, así que, mami, niños, queridos míos, termino esta carta enviándoles abrazos y<br />
besos a todos, deseando que se cuiden y no extrañen.<br />
Siempre con ustedes, Papá”<br />
P.D. “Comienzo ahora la siguiente carta, pero mándenme el pantalón gris de abrigo”<br />
Sin duda que en esta etapa estábamos todos en el mejor momento de nuestra estadía, de nuestra pasada<br />
por estas tierras, con mucha compañía, sol permanente, buena temperatura y todo por delante<br />
para hacer. Seguramente pensábamos que no todo iba a ser tan bueno, pero no teníamos una clara<br />
idea sobre qué esperar. Todo esto es muy nuevo e imprevisible y sería aún más en los próximos meses.<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Roald Amundsen con su vestimenta<br />
de abrigo (30 kg de peso)<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
Comandante Byrd<br />
Descubrimiento del Polo Sur. Amundsen y su equipo.<br />
24<br />
El buque “Fram” de la<br />
expedición de Amundsen<br />
Campamento base de la expedición de Amundsen
V<br />
EL <strong>DE</strong>SCUBRIMIENTO Y EXPLORACIÓN<br />
25<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Después de rezar unas oraciones, sepultamos a nuestros tres compañeros en aquel mismo lugar, sin sacarlos de sus<br />
sacos de dormir y cubriéndolos con la lona de la tienda. La labor de nuestros exploradores no habría sido seguramente<br />
infructuosa”<br />
Cherry-Garrard, biólogo 12 de noviembre de 1912<br />
Es de suponer que los primeros que llegaron a la Antártida lo hicieron luego del descubrimiento de<br />
América; seguramente algún galeón español del siglo XVI, extraviado en las terribles tormentas de la<br />
zona, tratando de navegar el Estrecho de Magallanes y que sin desearlo, terminaría atravesando los mil<br />
kilómetros de ancho que tiene el Estrecho de Drake, para encontrarse con alguno de los archipiélagos<br />
antárticos (ciertamente mucho antes que todo esto fuera descubierto, bautizado y en muchas ocasiones,<br />
reclamado como territorio colonial de alguna monarquía europea )<br />
Recordemos que en esa época, los territorios desconocidos y más aún, en los extremos del mundo,<br />
provocaban terror en los marinos, gente muy supersticiosa con una gran imaginación acerca de lo que<br />
podría encontrar en esas aguas heladas y nunca exploradas.<br />
El primer registro escrito que existe, es de la época en que Francis Drake, el pirata que dio nombre al<br />
Mar entre América y la Antártida, navegó por ahí en 1578. En 1587 el cartógrafo Ortelio presentó un<br />
mapa de la Terra Australis. A partir del 1600 la exploración antártica se hizo cosa común<br />
El anuncio del descubrimiento de una tierra “que era alta y montañosa como el país de Noruega”, lo<br />
hizo el contramaestre holandés del Buena Nueva, (nave que había sido capturada a la Marina holandesa,<br />
por la armada española), atribuyendo esta hazaña a la Marina de su propio país.<br />
Entre 1773 y 1775 el inglés James Cook circunnavegó la Antártida; en esos dos años, llegó más allá<br />
de los 71º de latitud sur, pero sin divisar el continente helado.<br />
Por un momento, imagínense un barco a vela, marinos con comida racionada y agua en barricas, frío,<br />
vestimentas rudimentarias, las dificultades de la navegación por el congelamiento del mar en invierno y<br />
los témpanos en verano, todo eso durante dos años, sin contacto alguno con la civilización– ¡y sin llegar<br />
a ver el continente!-<br />
La banquisa de hielo que rodea el continente antártico durante el invierno austral, fue la gran barrera<br />
que impidió a Cook que pudiera llegar más al sur, aunque tuvo la certeza de que había tierra firme. Su<br />
razonamiento se basó en la gran cantidad de témpanos y trozos de hielo que flotaban alrededor de su<br />
embarcación, clara señal que en algún lugar no muy lejano tendría que existir esa tierra firme donde se<br />
formaran estas masas de hielo.<br />
Que James Cook haya podido realizar una expedición de dos años de duración, se debió al rigor con<br />
que la preparó: la calidad de las embarcaciones, el entrenamiento de los hombres que viajaban como<br />
tripulantes y la preocupación por llevar alimentos variados, como jugos de frutas y verduras abundantes,<br />
para evitar el escorbuto, terrible flagelo de los marinos de la época, que enfermaban por carencia<br />
de vitamina C en las largas travesías. Aparentemente, en esa extensa expedición circumpolar, el Comandante<br />
Cook sólo perdió un marino y por causas naturales. Claro, según la bitácora de a bordo,<br />
quien se negara a comer la ración, era castigado.<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
El siglo XIX fue cuando más auge tuvieron las exploraciones del Océano Glaciar <strong>Antártico</strong> y los descubrimientos<br />
de los mares de hielo perpetuo que rodean el continente, como el Mar de Ross y el Mar de<br />
Weddell, enormes escudos de hielo. Se batieron marcas de penetración en la latitud Sur, en la búsqueda<br />
de llegar al Polo Sur, como el caso de James Clark Ross, que logró avanzar hasta los 78º 10’ sur.<br />
Otra faceta de estos descubrimientos, es el caso del norteamericano Nathaniel Palmer, segundo del<br />
barco foquero Hersilia. Descubrió y bautizó con su nombre a la Península Antártica, (Tierra de Palmer)<br />
y a su regreso hacia el extremo sur de América, exploró el archipiélago de las Shetland del Sur. Llegó a<br />
una isla montañosa, encontró una caleta de entrada a una bahía interior y al penetrar, descubrió barcos<br />
de pescadores y foqueros argentinos y chilenos. Por este motivo se llamó Isla Decepción, que tiene la<br />
forma de un anillo incompleto.<br />
La actividad foquera y ballenera de la zona se vio incrementada luego que Cook y otros exploradores<br />
como Bellingshausen, un alemán al servicio de Rusia, describieran la riqueza de las especies marinas<br />
en el sur. Esto provocó una gran avidez entre aventureros de todo tipo que zarparon en gran número<br />
desde Europa y Norteamérica.<br />
A causa de esta situación, Montevideo se convirtió rápidamente en escala obligada para la mayor parte<br />
de las expediciones que navegaban hacia la Antártida desde distintos puntos del planeta. Como nuestra<br />
floreciente ciudad era el último punto de abastecimiento para la mayoría de los viajeros, Montevideo<br />
pasó a ser conocida como el Umbral a la Antártida.<br />
En el momento de máxima expansión de la actividad de caza de ballenas y focas, llegaron a zarpar<br />
desde Montevideo unas cien expediciones por año, convirtiéndose en un punto de referencia para los<br />
expedicionarios. Para los comerciantes de Montevideo, la Antártida pasó a ser un sitio familiar e interesante.<br />
Fue desde nuestra capital que partió un barco pesquero acondicionado por la Armada Nacional, para<br />
rescatar al explorador inglés Sir Ernest Shackleton, que había perdido su buque, atrapado por el hielo,<br />
suceso que relato más adelante.<br />
Si bien lo que contamos hasta ahora es el comienzo de la historia de los descubrimientos de la costa<br />
antártica, la increíble epopeya de la conquista del Polo Sur en el principio del siglo XX y las expediciones<br />
de verdaderos gigantes como Shackleton, Scott y Amundsen, son dignas de un relato aparte.<br />
En el marco del CONGRESO INTERNACIONAL <strong>DE</strong> GEOGRAFIA de Berlín en el año 1899, se organizaron<br />
cuatro expediciones científicas antárticas: una alemana, una sueca, una escocesa y la cuarta,<br />
británica.<br />
Al mando de la expedición sueca fue nombrado el profesor Otto Nordenskjold, experimentado explorador<br />
del Polo Norte, con su buque Antartic, el que quedó atrapado en los hielos cerca de las Shetland del<br />
Sur. Su tripulación se considera de las primeras que sobrevivieron durante el invierno antártico fuera de<br />
su barco ya que la nave había quedado atrapada por la banquisa y fue destruida lentamente.<br />
El rescate lo llevó a cabo una expedición argentina en un viejo barco de la Armada, llamado Uruguay,<br />
que al mando del Teniente Irízar volvió a Buenos Aires en 1903 con toda la tripulación sueca a salvo.<br />
La expedición británica fue dirigida por el Capitán Robert Falcon Scott, quien se interesó en la construcción<br />
de un ballenero de madera, el “Discovery”, muy adecuado para la navegación antártica.<br />
En Agosto de 1901 el Discovery zarpó de Inglaterra rumbo a Nueva Zelanda y a fines de diciembre partió<br />
desde allí hacia la Antártida, siguiendo la ruta de Ross, sobre el mar que éste había descubierto y<br />
explorado sesenta años antes.<br />
Logró progresos en la exploración hacia el Sur nunca alcanzados, a partir de una pequeña base en tierra<br />
y expediciones con perros y trineos. Aunque la falta de experiencia le impidió conquistas mayores,<br />
pues no tenía idea de la cantidad de alimentos ni de combustible necesarios, ni del manejo de los instrumentos<br />
más imprescindibles, como él mismo cuenta en sus Memorias.<br />
Sir Ernest Shackleton, marino inglés, que muy joven acompañó como Segundo a Robert Scott en la<br />
expedición ya referida, no sólo enfermó de escorbuto en su primera experiencia austral, sino que también<br />
lo afectó la pasión por este continente misterioso e intocado por el hombre. A él volvió al frente de<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
26
27<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
su propia expedición científica, años más tarde.<br />
En enero de 1908 partió de Nueva Zelanda en compañía de quince personas, entre los que se contaba<br />
un biólogo, un meteorólogo y un geólogo, para invernar en las costas del Mar de Ross. A fines de octubre<br />
comenzó la expedición por tierra, con grandes trineos tirados por mulas que transportaban unos<br />
300 kilos cada una.<br />
Desde el inicio de la exploración, las dificultades se sucedieron. Primero la herida de uno de los expedicionarios<br />
a causa de la coz de una mula, luego la caída de parte de la expedición en grietas del hielo.<br />
Afortunadamente, aunque con gran dificultad, se logró la recuperación de hombres y animales.<br />
Acerca de esto, dice en un pasaje de su diario: “20 de noviembre: Aquí todo es tan distinto del mundo<br />
habitado, que resulta muy difícil hallar palabras apropiadas para describir nuestras experiencias....Algunas<br />
veces llega una ráfaga del Norte, luego otra del Sur; de repente el viento se pone a soplar<br />
del Este al Oeste, diríase que sin obedecer a ninguna ley natural, sino cediendo al propio capricho.<br />
Es realmente como si hubiéramos llegado al fin del mundo, como si nos halláramos en el centro de las<br />
nubes, como si hubiésemos penetrado a hurtadillas en el antro de los cuatro vientos. Nos embarga un<br />
sentimiento extraño, como si, pobres mortales, nos estuviesen espiando las envidiosas miradas de los<br />
poderes de la Naturaleza”<br />
El regreso de Shackleton al campamento base fue muy penoso. Luego de enormes penurias lograron<br />
llegar a 180 kilómetros del Polo Sur, poniendo en peligro sus vidas, al borde de morir de frío y hambre.<br />
Cubrieron 2830 kilómetros en 127 días, con un promedio de 22 kilómetros de marcha diaria.<br />
“4 de enero: Se acerca el fin, en estas condiciones podemos seguir como máximo tres días más, pues<br />
nuestras fuerzas decaen rápidamente. Falta de alimento y por añadidura, este terrible blizzard con sus<br />
incesantes remolinos de nieve y una temperatura de 26º bajo cero…. a mediodía estábamos tan agotados<br />
que tres de nosotros no tenían más que 34.4ºC de temperatura”<br />
Afortunadamente el 4 de marzo de 1909 todos los tripulantes estaban a salvo en su nave, el “Nimrod”<br />
Ese mismo año comenzó la más fantástica aventura antártica de las muchas que todos los titanes que<br />
se atrevieron en esa zona pudieron concretar.<br />
El noruego Roald Amundsen estaba preparando una expedición con intenciones de ser el primer hombre<br />
en alcanzar el Polo Norte Geográfico, cuando llegó la noticia de que el norteamericano Peary lo<br />
había logrado. En ese momento y sin decírselo a sus patrocinadores, Amundsen cambió el destino de<br />
la expedición y se decidió por Polo Sur.<br />
Con una milimétrica planificación de los insumos, los equipamientos de la expedición y las fechas,<br />
Amundsen escribió el día exacto que estarían de regreso del Polo Sur y esta fecha se cumplió.<br />
Usando más de cien perros esquimales para los trineos, una cuidadosa selección de la alimentación y<br />
excelentes equipos de esquiadores y adiestradores de perros, partió rumbo al Mar de Ross en el<br />
“Fram”, con el plan de alimentar con carne fresca de foca a diario tanto a los hombres como a los perros.<br />
Conocedor de los planes de Robert Scott de dirigirse al Polo Sur, le telegrafió desde Madeira: “me dirijo<br />
al sur”, para comenzar caballerosamente la partida.<br />
Scott, que llevaba mulas siberianas para tirar de los trineos, sabía que no podía ponerse en marcha<br />
hasta el verano austral. En cambio, Amundsen estaba listo para partir en octubre, como efectivamente<br />
lo hizo, pues los perros, más livianos, así lo permitían. Ambas expediciones se iniciaron desde el Mar<br />
de Ross, en puntos muy cercanos entre sí y conociendo ambos la existencia de la otra.<br />
Los dos equipos instalaron varios depósitos de aprovisionamiento en la ruta, lo más cerca posible del<br />
polo para facilitar el regreso, en un recorrido total entre ida y vuelta de cerca de ¡3000 Km. EN TRI-<br />
NEO y ESQUIANDO! Para Amundsen y su equipo de tres hombres y cuatro trineos con trece perros<br />
cada uno, el tiempo le fue favorable y el uso de canes le dio un excelente resultado. Llegaron a recorrer<br />
7.5 Km. por hora de promedio.<br />
El 15 de diciembre los instrumentos detectaron que se había llegado a la latitud 90º Sur y plantaron la<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
bandera de Noruega en la planicie a la que llamaron Tierra del Rey Haakon VII. En el lugar dejaron una<br />
carpa, el pabellón noruego, una corta nota para Scott y algunos documentos que probaban su presencia,<br />
e iniciaron el regreso, que fue rápido, sencillo y sin inconvenientes mayores.<br />
La historia de Scott fue mucho más difícil ya que las previsiones que tomó no fueron tan buenas como<br />
las de Amundsen. Su equipo contaba con ponies siberianos en vez de perros y los expedicionarios no<br />
tenían los conocimientos del traslado en esquí de los compañeros de Amundsen.<br />
Con un grupo multidisciplinario que involucraba a varios científicos con el objetivo de realizar diversas<br />
observaciones, su planteo fue diferente.<br />
Lamentablemente las mulas fallaron y murieron prematuramente o tuvieron que ser sacrificadas, lo que<br />
obligó a los expedicionarios a tirar de sus propios trineos. Habían instalado cuatro campamentos lo más<br />
cerca posible del Polo, siguiendo la ruta para aprovisionamiento al regreso.<br />
El Capitán Scott, el Dr. Wilson, Bowers, Oates y Evans se enfrentaron a terribles condiciones de tiempo:<br />
“Requería todas nuestras energías cubrir en toda la jornada diez miserables kilómetros. Aún nos<br />
hallamos a 120 Km. del Polo y me pegunto si podremos resistir siete días más. Ninguno de nosotros ha<br />
efectuado en toda su vida un trabajo tan duro”<br />
Llegar al Polo y encontrar las evidencias de que los noruegos habían estado primero, fue un terrible<br />
golpe para los expedicionarios, que ya se sentían agotados.<br />
El regreso se hizo en condiciones aún peores ya que Evans cayó por dos veces en grietas resultando<br />
herido, lo que terminó desequilibrándolo y murió posteriormente. Para Oates la cosa no fue mejor ya<br />
que sufrió congelamiento de un pie y luego del otro. La falta de combustible para calentarse, hizo imposible<br />
que pudiera mantener el ritmo de marcha y pedía que lo dejaran solo y siguieran el camino sin él.<br />
Sus compañeros no accedieron a ello, pero en un descuido se fue de la carpa en medio de un Blizzard<br />
y nunca fue encontrado, entregando su vida en beneficio de sus compañeros, luego de semanas de<br />
sufrimientos en una marcha cada vez más difícil.<br />
Los demás integrantes de la expedición continuaron camino de regreso pero a unos 18 kilómetros del<br />
último refugio, Scott escribió:<br />
“jueves 29 de marzo: Desde el 21 no ha cesado el furioso huracán de oeste –sudoeste. Teníamos combustible<br />
para preparar dos tazas de té por persona y un poco de comida para cuarenta y ocho horas.,<br />
Cada día estábamos dispuestos a partir para el depósito, que no se halla más que a 18 Km., pero en<br />
torno a la tienda brama una terrible ventisca. No creo que podamos ya esperar ninguna mejora... Resistiremos<br />
hasta el fin, pero nos debilitamos rápidamente. El fin no puede estar lejos... Lástima. No puedo<br />
seguir escribiendo.<br />
ÚLTIMA NOTA: ¡En nombre de Dios, cuidad a los nuestros!<br />
Comandante Scott<br />
Ocho meses más tarde el equipo de rescate encontró debajo de un montículo de nieve la carpa de los<br />
exploradores con los cuerpos de Bowers, Wilson y Scott, con las notas de viaje, muestras geológicas y<br />
el reporte meteorológico que habían llevado hasta pocos días antes. Resistieron hasta el final.<br />
“Después de rezar unas oraciones, sepultamos a nuestros tres compañeros en aquel mismo lugar, sin<br />
sacarlos de sus sacos de dormir y cubriéndolos con la lona de la tienda. La labor de nuestros exploradores<br />
no habría sido seguramente infructuosa”<br />
Cherry-Garrard, biólogo<br />
12 de noviembre de 1912<br />
Enterados por el diario de Scott de lo sucedido con Oates, salieron en busca de su cadáver, pero no<br />
pudo ser hallado. En un lugar cercano a donde desapareció, levantaron un montículo de nieve con una<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
28
cruz hecha con un par de esquís y escribieron:<br />
29<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
“Cerca de aquí murió un bravo y esforzado caballero, el Capitán L.E.G. Oates ,de los Dragones de Inniskilling<br />
en marzo de 1912, de regreso del Polo Sur, fue voluntariamente a la muerte en pleno huracán<br />
de nieve, para no ser una carga para sus compañeros perseguidos por la desgracia. - Esta tabla ha<br />
sido fijada por la expedición de socorro, 1912”<br />
Sir Ernest Shackleton, que había seguido con interés la odisea del grupo de Amundsen y del de Scott,<br />
decidió, que si bien no podía ya descubrir el Polo Sur, haría la primera travesía del continente <strong>Antártico</strong><br />
desde el Mar de Ross al Mar de Weddel.<br />
“Desde el punto de vista sentimental, es la única gran jornada polar que puede llevarse a cabo. Será un<br />
viaje más grande que el de ir al Polo y regresar y considero que corresponde a los británicos realizarlo,<br />
puesto que hemos sido derrotados en la conquista del Polo Sur. Ahora queda realizar el mayor y más<br />
notable de todos los viajes: el cruce del continente antártico”.<br />
E. Shackleton.<br />
A pesar de la supuesta gran experiencia de Shackleton, los enormes recursos humanos y materiales,<br />
sus dos barcos, el “Aurora” y el “Endurance”, éste último fue atrapado por los hielos en enero de 1915 y<br />
destrozado, por lo que la tripulación con Shackleton al mando debieron abandonarlo, recién pasado el<br />
invierno austral, en el mes de octubre.<br />
Primero caminaron sobre el hielo, hasta que comenzó a resquebrajarse y les fue posible tirar los botes<br />
al agua e intentar llegar remando a la montañosa Isla Elefante, donde dejaron a la mayor parte de la<br />
tripulación y siguió viaje Shackleton con cinco hombres, buscando auxilio en una factoría ballenera de<br />
las Islas Georgia del Sur.<br />
En ese lugar y tras remar 1200 kilómetros en un bote ballenero, dejó a tres de los tripulantes para que<br />
volvieran a Europa en el primer barco a vapor que llegara y trató de volver a la isla Elefante.<br />
Lo hizo en un ballenero noruego junto con dos de sus hombres, pero nuevamente el hielo le impidió<br />
llegar y debió regresar, esta vez a las Islas Malvinas, desde donde telegrafió al mundo pidiendo socorro<br />
para su tripulación atrapada en Elefante.<br />
Montevideo respondió inmediatamente al llamado y la Armada preparó un pequeño buque, el <strong>Instituto</strong><br />
de Pesca Nº 1, al mando del Teniente de Navío Ruperto Elichiribehety, con tripulación conformada por<br />
voluntarios uruguayos, más un oficial de reserva de la marina inglesa (a pedido del embajador británico<br />
en nuestro país). Partieron desde Montevideo en el mes de junio, siendo ésta la primera intervención<br />
directa de Uruguay en la exploración antártica.<br />
El barco, que tenía casco metálico, se había aprovisionado para tres meses de travesía, con camarotes<br />
calefaccionados y combustible más que suficiente. En la proa se había instalado un cañón de tiro ligero<br />
para romper hielo y para advertir a los náufragos, en caso de no poder llegar hasta la costa de la isla. Al<br />
arribar a Puerto Stanley en las Malvinas, Shackleton subió a bordo y luego de inspeccionar la nave y<br />
quedar satisfecho por las previsiones tomadas por los uruguayos, pidió que, a fin de no arriesgar más<br />
vidas de las necesarias, quedaran en tierra los tripulantes que no fueran totalmente imprescindibles. Sin<br />
embargo ningún tripulante uruguayo acepto bajar de la nave.<br />
En pocos días se encontraron con la silueta de la Isla Elefante en el horizonte. Nuevamente la banquisa<br />
impedía el paso, con más de veinte millas de hielo. Por más que se rodeara la isla no había un canal de<br />
entrada y el hielo comenzaba a adherirse al casco metálico, corriendo grave riesgo de quedar atrapado.<br />
A instancias del propio Shackleton, el teniente Elichiribehety reunió al cuerpo de oficiales para leerles el<br />
pedido del marino británico, escrito en español y en inglés, donde exhortaba a abandonar el rescate por<br />
resultar no sólo imposible, sino un grave riesgo para la embarcación uruguaya. Acatando lo que la realidad<br />
mostraba y muy a pesar de toda la tripulación, se volvió a las islas Malvinas en condiciones climáticas<br />
muy desfavorables.<br />
Luego de varias expediciones fallidas, el escampavías chileno, “Yelcho”, al mando del piloto Luis Pardo,<br />
con un Shackleton desilusionado a bordo, pudo llegar a la Isla Elefante y rescatar a la tripulación ya<br />
desesperanzada, que llevaba más de dos años de espera y soledad.<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Con estas historias terminan las expediciones de la época heroica de la Antártida, pues con el advenimiento<br />
de la aviación, las travesías se tornaron más técnicas y con menos esfuerzo personal de los participantes.<br />
Se diría que desde ese momento comienza una nueva generación de exploradores.<br />
Efectivamente, alrededor del año 1929 comenzaron a gestarse exploraciones con aviones, como por<br />
ejemplo la de Lars Christensen y su esposa Ingrid, noruegos, que con un pequeño aeroplano transportado<br />
a bordo de su buque Norvegia, sobrevolaron tierras antárticas desconocidas.<br />
Lincoln Ellsworth, norteamericano, admirador de los pioneros que llegaron al Polo Sur, realizó importantes<br />
travesías a través de la Península Antártica a bordo de pequeños aviones con esquíes.<br />
El más famoso y heroico de los nuevos exploradores fue el norteamericano Comandante Richard Byrd,<br />
sin dudas el que más logros alcanzó ya que en 1929 sobrevoló el Polo Sur, siguiendo por aire el mismo<br />
camino que hizo Amundsen en un recorrido de dieciocho horas y media. Estuvo apoyado por una impresionante<br />
infraestructura de navíos y personal, así como de los más modernos recursos técnicos de<br />
la época.<br />
Desde 1933 a 1935 realizó la segunda expedición; pasó el invierno de 1934 totalmente solo en una estación<br />
dotada de excelente equipamiento y comunicación diaria por radio con una base de la misma<br />
expedición, a 200 kilómetros de “Advance Base”, a 80º 8’ de latitud sur, lugar donde se encontraba<br />
Byrd.<br />
Al despedirse de sus compañeros les dijo “Pase lo que pase pensad, que yo en esta caseta estoy en<br />
mejor situación de la que estaríais vosotros en el caso de una travesía antes de tiempo por la barrera<br />
de hielos. Os repito una vez más la orden de no venir hasta que haga un mes que el sol haya reaparecido”<br />
Le quedaban siete meses de soledad en el refugio, pero al poco tiempo se produjo un escape de gas<br />
que le provocó serios problemas de salud y quedó sin calefacción.<br />
No dio aviso a sus compañeros para que no corrieran riesgos al intentar rescatarlo. Finalmente, tuvo<br />
que operar el radio manualmente, pues la rotura del equipo eléctrico lo obligó a ello ya que no quería<br />
dejar de comunicarse: de haberlo hecho, seguramente sus órdenes serían desobedecidas.<br />
Al término de su odisea y cuando fueron a buscarlo, era un espectro del hombre que había sido siete<br />
meses antes. Pero, conservando toda su entereza, no relató sus penurias. Sin embargo, sus compañeros,<br />
al observar cómo había vivido todo ese tiempo, recompusieron el cuadro de graves dificultades que<br />
Byrd había enfrentado.<br />
Años más tarde, el Comandante Byrd publicó el libro “Alone”, donde relata sus experiencias:<br />
“Una parte de mí mismo se quedó para siempre en el grado 80 de latitud Sur. Allí dejé la juventud, la<br />
vanidad, la incredulidad En cambio me llevé de allí algo que antes no había poseído: el aprecio de la<br />
vida y de sus valores humildes. Todo esto ocurrió hace cuatro años. El caos del mundo no ha podido<br />
hacer variar en mí esas nuevas maneras de sentir y pensar. Ahora vivo sencillamente disfrutando de la<br />
paz del alma…El hombre sólo se vuelve sabio cuando se da cuenta que no es irremplazable”<br />
Comandante Richard Byrd<br />
Algunos años después de todos estos sucesos ocurrió algo que se ha mantenido y que es de muy buen<br />
augurio para la Antártida y para la Humanidad: El Tratado <strong>Antártico</strong>, que explicaré más adelante.<br />
IMAGINANDO:<br />
7 de Enero de 1911<br />
Al despertarme, el barco se sacude terriblemente y a pesar de estar acostumbrado a que esto suceda,<br />
mi coy se hamaca casi hasta el techo al ritmo de las hamacas del resto de la tripulación. El ruido del<br />
mar contra el casco es también estruendoso, con golpes sólidos, que deben ser provocados por témpa-<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
30
31<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
nos chicos. Los quejidos del maderamen, el lenguaje de esta nave que es diferente al de los demás<br />
barcos y la penumbra de este día más pálido que nunca, me hacen suponer que el temporal es fuerte.<br />
Siento más frío que de costumbre a esta hora, en el cuello y en una mano, a la que se le salió el mitón<br />
mientras dormía y a pesar del guante de lana, está insensible y helada; me la golpeo suavemente y me<br />
la coloco debajo de la axila para que se caliente.<br />
No me avisaron aún, así que calculo que no debe ser mi turno de subir a cubierta, pero con este movimiento<br />
no hay quien duerma y quiero ver si en la cocina hay algo, así que me tiro de mi coy y subo por<br />
la escotilla a la cocina que siempre es un placer, es el único lugar donde se siente algo de calor cuando<br />
sopla así el viento.<br />
“El Fram” continúa moviéndose y eso hace que los perros, que están muy acostumbrados al frío pero<br />
no a estos rolidos, aúllen como locos en los caniles improvisados sobre cubierta. Una vez que uno comienza<br />
le siguen los otros y con la cantidad que son, logran que el señor Bjaaland, o a veces Hassel,<br />
reclamen que se los calle como sea. Y eso que están más acostumbrados a los perros que a este mar.<br />
El olor de los perros es terrible; pobres animales. Con estos sacudones, el aroma a vómito y mierda es<br />
insoportable, no hay quien se acerque a la cubierta de proa. Por suerte el mal tiempo hace que el mar<br />
lave la cubierta y se lleve la inmundicia.<br />
Como son las tres de la mañana a pesar del sol, pellizco un trozo de pemmikan, que es la extraña ración<br />
que ideó el Comandante Amundsen para los hombres, parecido al que hizo para perros, y me voy<br />
antes de que Harald, el cocinero, me vea. Mi hamaca me espera para reposar las tres horas que me<br />
faltan. Con el ruido del viento en las jarcias, el de los “trapos” que se sacuden y los perros desesperados,<br />
no voy a poder seguir durmiendo.<br />
Afortunadamente, parece que mañana llegaremos a la Bahía de las Ballenas y comenzaremos a descargar<br />
todas estas porquerías y los bichos; al menos hace varios días que estamos bordeando los hielos<br />
del Mar de Ross -según dicen los muchachos que están en la cubierta del Comandante- y podremos<br />
comenzar a desplegar los depósitos de aprovisionamiento.<br />
17 de enero de 1911<br />
Por fin llegamos a la Bahía de las Ballenas; el temporal amainó y el frío es soportable, esperemos a ver<br />
qué pasa en el invierno. Estamos en una planicie blanca, donde se ven algunas elevaciones no muy<br />
altas en dirección sur, con una costa escarpada a la que fue difícil subir, hasta que le tallamos unos escalones<br />
en el hielo duro. Mientras, comenzamos la descarga de las porquerías y los perros que sólo<br />
dan trabajo, hay que ver lo que nos cuesta casi a diario darles de comer a más de cien perros malos<br />
como éstos, que sólo pueden ser dominados por los entrenadores, que son tan malos como sus perros;<br />
se comen además de su pemmikan, dos focas entre todos, que hay que ir a cazarlas, lo que para un<br />
marino como uno no es lo mejor a lo que se puede dedicar, patinando por este hielo y corriendo para<br />
que no se tiren al agua cuando no las matamos del primer disparo.<br />
La construcción de las cabañas para pasar el invierno va viento en popa, los viejos con el Jefe Amundsen<br />
a la cabeza festejaban cuando llegamos, porque el Fram tiene una marca gloriosa de la que todos<br />
estamos orgullosos y es que ningún otro barco en el mundo estuvo tan al norte y tan al sur como el<br />
nuestro. No sé si algún barco llegó tan al sur como el Fram, al menos hasta el día que pasó ante nuestros<br />
ojos ese barco inglés, el Terra Nova, que dejó a los viejos preocupados. Dicen que es una expedición<br />
de ingleses que nos quiere ganar de mano en llegar al Polo Sur, con un Comandante Scott que<br />
trae caballos en vez de perros, según dicen los muchachos de la cubierta de Amundsen... ¡Caballos,<br />
mire que traer caballos, por más que sean caballos siberianos, estos ingleses! ¿Pensarán jugar al polo<br />
en el Polo?<br />
10 de Octubre de 1911<br />
Por fin el tiempo ha mejorado. Este invierno ha sido terrible, cada salida de los compañeros al exterior<br />
era un motivo de sufrimiento. Dentro de las cabañas se pasa muy bien, una vez que el viento y la nieve<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
cubrieron las paredes y parte del techo de las construcciones, se acabó el frío y sólo tenemos que preocuparnos<br />
por tener las puertas despejadas de nieve para poder salir.<br />
Adentro el clima invernal es de compañerismo, juegos de cartas, cantarola y manualidades. De hecho,<br />
casi hicimos nuevo el velamen del Fram que estaba todo reventado, además de escribir y tomar alguna<br />
cosita que caliente las tripas.<br />
Aparte de la oscuridad a la que estamos acostumbrados en Noruega, este frío, que llegó hasta 56º C<br />
bajo cero, fue terrible. Se han muerto congelados varios perros; algunos de los muchachos tuvieron<br />
congelamiento de talones y eso que la vestimenta que usamos para salir es de la mejor que hay, todo<br />
pieles de oso y foca, con parkas muy largas y botas de cuero forradas de piel. El traje de los viejos que<br />
van a seguir hasta el Polo pesa alrededor de 30 Kg. ¡si serán abrigados!<br />
Va a ser difícil viajar más de 3000 kilómetros con esa ropa, aunque más vale eso que congelarse.<br />
Dentro de pocos días salimos con la expedición; me tocó acompañar al grupo para instalar los depósitos<br />
de alimentos, ropa y combustible. Desde aquí hasta la mitad de camino, cada muchos kilómetros<br />
asentaremos las construcciones y vamos a llegar a los 80º de latitud sur, que es donde se va a instalar<br />
el último depósito y volveremos al campamento cerca del viejo y querido Fram a esperar que estos locos<br />
vuelvan (digo locos, pero por Dios que me gustaría haber sido elegido para ir). Claro, no soy uno de<br />
los viejos, (es decir, de los oficiales) y sobre todo el esquí, no es uno de mis fuertes.<br />
El jefe Amundsen, un hombre callado serio, pero un gran tipo, nos tiene a todos convencidos de que<br />
vamos a pasar a la historia y que ésta va a ser una gran hazaña para nuestra querida Noruega.<br />
Se pasa el día pensativo estudiando mapas y papeles, o reunido con los tres que lo van a acompañar,<br />
que son expertos con los perros y muy buenos esquiadores. Con frecuencia salen con otros a hacer<br />
recorridos dentro de lo que el clima les permite.<br />
Los que van hasta el Polo Sur son el Jefe, por supuesto, Bjaaland, Hassel y Wisting, que están muy<br />
contentos de haber tenido el honor de ser elegidos entre tantos; algunos de la tripulación afirman que<br />
son muy pocos, que deben ir más, pero conociendo al Jefe Amundsen... difícil de convencer.<br />
Por otra parte, se dice que la idea es llevar lo mínimo imprescindible, tanto es así, que piensan cargar<br />
sólo una carpa para no demorar en armar y desarmar.<br />
10 de Noviembre de 1911<br />
Las cosas fueron perfectas. Acompañando a los expedicionarios, hemos instalado los depósitos escalonados<br />
en el camino de regreso al campamento principal. El tiempo con algún altibajo fue muy bueno y<br />
salvo una tormenta que nos hizo difícil mantenernos un día entero muertos de frío, con un blizzard que<br />
no nos dejaba casi levantar la vista porque se nos pegaba nieve en la cara, fuimos y volvimos muy rápido.<br />
Recorrimos una planicie casi permanentemente, con algunas grietas grandes, pero fáciles de ver y<br />
cuando llegamos a los 80º de latitud sur, nos encontramos enfrente de una cadena de montañas enormes.<br />
Se ve que más allá la cosa debe ser muy difícil para quien se atreva. Para nosotros, el cansancio,<br />
los dolores de espalda de la caminata interminable y la sensación de no llegar más en ese desierto<br />
blanco nos terminó por desesperar y eso que estábamos volviendo.<br />
Los expedicionarios siguieron adelante, luego de los saludos, los abrazos y los deseos de que puedan<br />
cumplir esta increíble hazaña, con sus cuatro trineos y catorce perros para cada uno, una rueda cuenta<br />
kilómetros adaptada delante del trineo para conocer la distancia y una provisión de comida más que<br />
suficiente. ¡Que Dios los acompañe!<br />
Hasta ahora el clima ha sido muy benigno, por lo menos acá donde estamos. Espero que para ellos<br />
también lo esté siendo y todo marche viento en popa y que no se vayan a pasar del Polo para el otro<br />
lado. Nosotros estaremos de regreso en el campamento base en unas semanas.<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
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33<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
25 de enero de 1911<br />
¡¡ Llegaron, llegaron!! los héroes llegaron más rápido que el viento, demoraron nada más que 99 días<br />
desde que partieron hasta el día de hoy, recorrieron los 3000 kilómetros, descubrieron el Polo Sur, dejaron<br />
nuestra querida bandera noruega flameando en el viento del Polo y se vinieron. Calculo que han<br />
adelgazado por lo menos seis o siete kilos cada uno; perdieron casi todos los perros, sólo volvieron once,<br />
lo cual estaba previsto, pero lo mejor de todo fue que los cuatro están muy bien.<br />
Desde hace varios días que los muchachos vigilaban el horizonte por las dudas, mientras recogíamos<br />
el equipo y de a poco lo íbamos embarcando en el Fram, aunque nos parecía demasiado pronto. Hasta<br />
que a mi amigo Ludvig le pareció ver unos puntos lejanos en la llanura hacia el sur que eran casi imperceptibles,<br />
miramos con el catalejo y ¡eran ellos! Los cuatro hombres y el trineo con los perros venían a<br />
todo trapo hacia nosotros, no nos daban las piernas para correr a alcanzarlos!! Corrimos todos, hasta el<br />
viejo Harald, el cocinero que casi no puede moverse. Menos mal que se dio cuenta que iba a ser más<br />
útil si se quedaba en la cocina a calentar algo de borsch y a sacar la botella de aquavit .<br />
Festejamos largo rato y sólo los dejamos descansar luego de repetidos gritos de alegría y felicitaciones<br />
y de terminar unas botellas. Nos contaron parte del viaje, lo más importante, aunque creo que el jefe<br />
Amundsen es demasiado modesto, sólo dice que todo fue muy fácil, que el tiempo ayudó y que no tuvieron<br />
mayores dificultades, más que la distancia enorme y la cadena montañosa y otros accidentes del<br />
terreno.<br />
Yo creo que debería poner un poco más de ingenio e imaginación en ese viaje, no digo que invente que<br />
se encontraron con algún dragón, pero sí con algún guardián del Polo tipo gigante, que era lo que muchos<br />
de los muchachos pensaban que podría hallar. Otros pensaban que en el Polo Sur existía un túnel<br />
que llegaba hasta el Polo Norte, charlas de borrachos… seguramente cualquiera se da cuenta que si en<br />
el Polo Norte no encontraron ningún túnel, en este Polo por qué va a haber un túnel- No sé si encontraron<br />
un túnel en el Norte -, como las noticias que tenemos son solamente que lo descubrió un americano<br />
y poco más, podría ser que estuviera y no lo vieron porque estaba tapado de nieve.<br />
Mañana seguiremos con el estibado de la carga para hacernos a la mar lo antes posible y dar la noticia<br />
a Noruega y al mundo que, Roald Amundsen y la tripulación del Fram (vamos a ponernos nosotros también)<br />
descubrimos el Polo Sur.<br />
Estamos con ganas enormes de llegar a tierra, para festejar como es debido, en una cantina, cantando,<br />
con chicas, bebiendo y también, ¿por qué no?, darnos un buen baño caliente luego de tanto tiempo; les<br />
digo a Ludvig y a Sigurd que hieden peor que los perros y ellos se ríen, pero es cierto.<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
34<br />
La tripulación del <strong>Instituto</strong> de Pesca 1,<br />
lista para zarpar rumbo a la Antártida<br />
desde Montevideo, en 1916, al mando<br />
del T/N Ruperto Elichiribehety.<br />
El <strong>Instituto</strong> de Pesca 1,<br />
navegando en aguas<br />
antárticas en 1916
35<br />
Estación de aprovisionamiento de la expedición<br />
de Amundsen<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Trineo de la expedición sueca, con cuentakilómetros<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Llegada al aeropuerto<br />
Tte Marsc en la Isla Rey<br />
Jorge<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
36<br />
“El Salto”<br />
Interior del avión Fairchild,<br />
con los tanques de<br />
combustible suplementarios,<br />
en su interior
VI<br />
LA LLEGADA<br />
37<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
“En el medio de ese paisaje resplandecía la Base Artigas, brillante en su blancura, bajo el sol de las 23.30 horas.<br />
Pequeña, pocas instalaciones pero con un hermoso pabellón oriental pintado en uno de los edificios.”<br />
La llegada se produjo con otro pequeño susto: luego de una vuelta de reconocimiento sobre las bases<br />
rusa y chilena, el avión se dirigió hacia el mar, con rumbo norte, giró 180º y enfiló a la pista de aterrizaje.<br />
La pista está oculta por un altísimo islote de roca con paredes verticales, tan alto como ella, que se encuentra<br />
justo enfrente, a cuatrocientos metros de distancia y que comienza desde el borde mismo de la<br />
cima de la barranca costera.<br />
Por supuesto que para los pilotos fue una pasada aterrizar en esas condiciones, aunque me imagino<br />
que a los demás como a mí se nos hizo un nudo en la boca del estómago. Pronto nos encontramos en<br />
el único aeropuerto de la isla Rey Jorge, que pertenece a la base Marsh, de Chile.<br />
Al pie de la escalerilla del avión nos recibieron los integrantes de la dotación uruguaya que vinimos a<br />
relevar y que durante más de un mes vieron retrasadas sus expectativas de volver a casa luego de un<br />
año. No recuerdo haber visto gente más contenta; abrazaban a todo lo que bajara del avión con gran<br />
emoción y sin parar de darnos la bienvenida. También estaba el Comandante Barrientos, jefe de la base<br />
Marsh, junto a otros oficiales de la Fuerza Aérea de su país. Marsh es una base de la Fuerza Aérea<br />
Chilena, pero se encuentra totalmente desarmada, como mandata el primer artículo del Tratado <strong>Antártico</strong>.<br />
Al bajar del avión, inmediatamente sentí que estábamos en un lugar especial; el aire era muy frío para<br />
mis pantalones de verano y mis medias de nylon y sobre todo para mi cara. A pesar de no haber viento<br />
y de ser un día agradable. La luz de las 10.30 de la tarde -o noche- con el sol alto, no tenía la brillantez<br />
del cielo uruguayo, ni siquiera el de Punta Arenas y hasta los olores parecían apaciguados; en un aeropuerto,<br />
con vehículos encendidos alrededor, ¡no había olor a nada!.<br />
El suelo de la pista está formado por piedrecillas de color pardo, que se extienden a las cercanías y<br />
hasta donde se puede ver. Las únicas excepciones son las áreas de hielo y mar; no hay el más mínimo<br />
rastro de vegetación a la vista y, por supuesto, ni hablemos de arbustos o árboles. Son, sin embargo,<br />
abundantes las colinas de diferentes alturas que dibujan un territorio totalmente escarpado, entre las<br />
que se destacan lenguas de hielo dispersas en lo más bajo.<br />
De alguna manera y por alguna causa me asaltó una terrible pregunta tardía: ¿Qué estoy haciendo<br />
acá?, pero como dije, era muy tarde.<br />
Nos hicieron pasar al pequeño hotel de Marsh, al final de la pista, al lado de los gigantescos hangares<br />
de la base, todos pintados de color naranja. Este edificio tiene una recepción, cafetería con grandes<br />
ventanales hacia las colinas, que en invierno serán de muy bonita vista, pero ahora en pleno enero con<br />
sus colores amarronados, sin rastros de verde, no tanto. También un restaurante con algunas pocas<br />
mesas.<br />
Las habitaciones del hotel, con cuchetas y sin baño privado tienen lo imprescindible, pero decoroso y<br />
muy prolijo. Mientras tomábamos un café y charlábamos con los oficiales chilenos y los contentísimos<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
compatriotas que regresaban, el personal bajaba el equipaje y especialmente con mi baúl, gemían los<br />
pobres haciendo fuerza, lo que me costó bromas sobre ello por varios días.<br />
Apenas estuvo todo descargado, nos pusimos en marcha hacia Artigas, la mayoría en camiones que<br />
nos prestaron los chilenos y otros, como el mar estaba muy tranquilo, lo hicimos en una lancha Zodiac,<br />
con los integrantes del Directorio del <strong>Instituto</strong> <strong>Antártico</strong>, que completaban el grupo.<br />
La navegación por la bahía Fildes y luego la caleta Collins, donde se asienta nuestra base, (ocho kilómetros)<br />
fue una maravilla. La costa está formada por imponentes acantilados altísimos, con paredes<br />
verticales de piedra negra o gris de diferente textura. Y en otras zonas nos encontramos con terraplenes<br />
muy pronunciados de pedregullo grueso, que llegan hasta el mar y con grandes rocas en la costa,<br />
todo en tonos de marrón, rojizo o pardo.<br />
El color del mar, es un azul verdoso “calipso”, oscuro y transparente, sin el más leve movimiento en la<br />
superficie. Esto era delicioso, mientras no recordara que la temperatura del agua no alcanzaba 2 º C.<br />
Sí, parecía invitar al chapuzón. Al girar a la izquierda, rodeamos un farallón de gran altura que emergía<br />
del agua y nos sorprendimos con una amplia playa dispuesta en terrazas, que se extendía hasta tocar<br />
el Glaciar Collins. En el medio de ese paisaje resplandecía la Base Artigas, brillante en su blancura,<br />
bajo el sol de las 23.30 horas. Pequeña, pocas instalaciones, pero con un hermoso pabellón oriental<br />
pintado en uno de los edificios.<br />
En la costa, vestidos con el equipo de abrigo verde característico de nuestra dotación en esa época,<br />
estaba el resto del grupo, esperándonos, junto a tres o cuatro pingüinos parados en la costa, con las<br />
patitas en el agua, mirando para otro lado.<br />
Como no hay embarcadero, al bajar de la Zodiac, mis zapatos de cuero me dejaron conocer la temperatura<br />
exacta del agua... helada. Caminamos hasta la Base y no tuvimos oportunidad de mucha recorrida,<br />
porque estaban de visita dos oficiales del buque británico Endurance (así bautizado en honor a la nave<br />
que usó Sir Shackleton en una de sus incursiones antárticas y que perdió en esta zona en el año 1914).<br />
Fueron invitados a cenar y no tuve más remedio que sacar a relucir mi oxidado inglés.<br />
A uno de ellos le pregunté desde dónde habían partido y su respuesta fue que había nacido cerca de<br />
Londres (en ese momento decidí que tenía que afirmar de alguna forma mi inglés.)<br />
La cena comenzó a medianoche, con el crepúsculo y decidí que hablaría sólo lo necesario para evitar<br />
otras posibles metidas de pata. De todos modos, la reunión estuvo muy amena y pude percibir una clase<br />
de camaradería particular, con una especie de confianza o de protocolo diferente, que se seguiría<br />
manifestando en todo momento, algo de hombres solos lejos de casa.<br />
Néstor, asombrado del manejo del inglés del jefe saliente, le decía: -¡Pero vos eras peor que yo en<br />
inglés y eso que yo no existo y ahora hablas bárbaro y te entienden! -a lo que el otro a las risas le explicaba<br />
las maravillas que hace un año sin traductor y sin más remedio, para aprender un idioma.<br />
Los ingleses se fueron muy satisfechos, con dos hormas de queso semiduro bajo el brazo (porque en el<br />
barco no tenían) y los muchachos de Artigas se quedaron muy contentos porque no sabían qué hacer<br />
con tanto queso, al que le llaman queso “UY! UY! UY!” por su efecto a la mañana siguiente de comerlo.<br />
Nuestra Base siempre se distinguió por la generosidad con los visitantes en temas de alimentos (no<br />
creo que los ingleses hubieran sido tan generosos en situación inversa).<br />
Llegué muerto de cansancio a mi nuevo cuarto, que ni conocía, a las dos de la mañana y ya amanecía.<br />
Sobre el glaciar se desparramaban colores rosa, naranja y amarillo. Ahí, en ese instante, más que nunca<br />
hasta entonces, me enfrenté con la soledad y la lejanía de los míos, de Bea, de los niños, de los lugares<br />
conocidos, de mi vida anterior.<br />
Miré lo que tenía alrededor. Mi nuevo cuarto era enfermería, consultorio, farmacia y oficina postal, todo<br />
en un terrible desorden. Hacía seis meses que la Base Artigas no tenía médico. Elegí tener cosas pendientes<br />
para ordenar mañana, miré por la angosta ventana que da al norte, chiquita, con una cortinita<br />
rabona y finita, que dejaba colar el cielo claro con sol de verano y me dormí pensando en los míos.<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
38
VII<br />
TRATADO ANTARTICO<br />
39<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
El Tratado <strong>Antártico</strong> fue firmado definitivamente en Washington DC, EEUU, el 1º de diciembre de 1959<br />
y entró en vigencia el 23 de junio de 1961.<br />
Intentaremos explicarlo rápidamente para los no entendidos o no muy interesados en estos temas, aunque<br />
es un ejemplo claro de lo que la civilización debería hacer en todos los casos controversiales.<br />
El texto original, redactado en español, francés, inglés y ruso, expresaba que<br />
Alemania, Argentina, Australia, Bélgica, Chile, Francia, Japón, Nueva Zelanda, Noruega, África del Sur,<br />
la URSS, Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y los Estados Unidos de Norteamérica, reclamaban<br />
soberanía en la Antártida, aludiendo proximidad geográfica o participación directa en los descubrimientos.<br />
Tratándose la Antártida de un continente en el cual no existen aborígenes, ni poblaciones estables de<br />
ningún tipo, conformado por tierras incontaminadas, que son la llave de el equilibrio ecológico de todo el<br />
planeta, pero sabedores de las extensísimas reservas minerales y biológicas de todo tipo que este continente<br />
posee, se llegó a la creación del TRATADO ANTARTICO, que se refiere a todo el espacio comprendido<br />
entre el paralelo 60º Sur y el Polo Sur Geográfico.<br />
“Reconociendo que es de interés de todas la humanidad, que la Antártida continúe utilizándose siempre<br />
exclusivamente para fines pacíficos y que no llegue a ser escenario u objeto de discordia internacional...“<br />
Para hacer una explicación de la filosofía de este tratado vamos a enumerar de manera somera los<br />
principios más fundamentales y su motivo si no resulta obvio.<br />
Art. 1.- La Antártida se utilizará con fines pacíficos, se prohíbe entre otras cosas, toda medida de carácter<br />
militar.<br />
Art.2.- Libertad de investigación científica en la Antártida y la cooperación hacia ese fin.<br />
Art.3.- Promover la cooperación internacional, las partes acuerdan el intercambio de información, el intercambio<br />
de personal científico y el intercambio de observaciones y resultados científicos.<br />
Art.4.- No se acepta como motivo de controversia el reconocimiento o no de reclamos de soberanía territorial<br />
en la Antártida, por las naciones.<br />
Art.5.- Toda explosión nuclear en la Antártida y la eliminación de desechos radiactivos en dicha región<br />
quedan prohibidas.<br />
Art.6.- El presente Tratado se aplicará a la región situada a los 60º C de latitud Sur, incluida las barreras<br />
de hielo pero no afectará los derechos de cualquier Estado en lo relativo a la alta mar dentro de la región.<br />
Art.7.- Todas las regiones de la Antártida y todas las estaciones, instalaciones y equipos que allí se encuentren,<br />
así como los navíos y aeronaves estarán abiertos en todo momento a la inspección por parte<br />
de cualquier observador designado por otro Estado.<br />
La Organización del Tratado antártico que tiene reuniones periódicas desde su fundación, ha ido perfeccionando<br />
las normas y aceptando nuevos socios. Uruguay ingresó como adherente en el año 1980 y<br />
como socio pleno en 1985.<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
Mapa que muestra algunos de los recursos minerales que existen en la Antártida<br />
Vista de la costa antártica<br />
40
41<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Para ser socio pleno es imprescindible realizar actividad científica relacionada con la Antártida en forma<br />
ininterrumpida y tener al menos una base permanentemente ocupada es ese territorio.<br />
Entre otras normas se encuentra la de no introducir especies animales o vegetales foráneos, no plantar,<br />
ni dejar en libertad animales ajenos a la fauna local.<br />
La caza de los animales antárticos está prohibida salvo con autorización especial para fines de estudio<br />
ya registrados, por lo que se acabaron las terribles cacerías de focas de antaño en ese territorio.<br />
No está permitido el uso de ningún tipo de armas, ni se reconocen reivindicaciones territoriales, por lo<br />
que las bases de cualquier país están abiertas a la entrada de cualquier persona y más aún, a observadores<br />
de otra nación. Las investigaciones científicas son publicadas anualmente por las naciones miembros,<br />
como lo hace el <strong>Instituto</strong> <strong>Antártico</strong> <strong>Uruguayo</strong>, quien es un ejemplo del estricto cumplimiento de las<br />
reglas y de la no contaminación del medio antártico.<br />
Es costumbre permanente recibir como huéspedes a científicos extranjeros en las diferentes Estaciones<br />
para desarrollar actividades en total libertad y cooperación.<br />
En lo único en que hay una tenue competencia es entre los países que reivindican territorios y no reconocen<br />
mutuamente los actos simbólicos que los otros realizan de reafirmación de la propia territorialidad.<br />
Durante mi estancia, aproximadamente a fines de febrero, aparecieron en la bahía Fildes, entre tantos<br />
aventureros, un trío de alemanes en un yate, que aparentemente estaban navegando desde hacía bastante<br />
tiempo y pidieron por radio para desembarcar en Marsh, con el objeto de que el jefe de la base,<br />
como juez de paz, casara a la mujer de la nave con uno de los hombres. La idea encantó a los chilenos<br />
ya que un grupo de personas europeas pidieran semejante cosa significaba el reconocimiento tácito de<br />
la soberanía territorial chilena en el área.<br />
Los alemanes desembarcaron y se les hizo una fiesta bastante grande con la concurrencia de los chinos<br />
y rusos, también las señoras de la base Marsh. La gente de Artigas fue invitada por supuesto, pero<br />
como no se reconoce en Uruguay la soberanía territorial de ningún país, el jefe decidió que no se iba.<br />
La fiesta estuvo muy animada, sobre todo para los rusos, que con total complacencia del novio presenciaron<br />
un casi strip-tease de la novia y escándalo entre los matrimonios chilenos y no se habló más de<br />
lo sucedido.<br />
Pero a los pocos días los alemanes pidieron en la base argentina Jubany para ser casados por ese jefe...<br />
y lo fueron, aunque quedan dudas de que el novio era el otro hombre del yate. Nuevamente fiesta y<br />
regalos de los argentinos, que también reclaman territorios en la misma zona geográfica de la Antártida<br />
que los chilenos, así que parece que el territorialismo también sirve para subvencionar viajes de aventureros.<br />
En la Isla Rey Jorge pude apreciar durante mi estancia que más que respeto por las normas del Tratado<br />
<strong>Antártico</strong>, lo que existe es una cultura antártica enmarcada dentro de lo que dicho documento dicta,<br />
salvo la existencia de basura tirada en los alrededores de algunas bases y ausencia de previsiones para<br />
la eliminación del agua servida y fecal (principalmente de las bases de los países más grandes), de<br />
lo que la Base Artigas constituye un ejemplo impecable de corrección ya que se cuenta con fosas sépticas<br />
calefaccionadas todo el año para evitar la solidificación del contenido y se hace una rigurosa selección<br />
de los residuos entre los combustibles y los que se deben enviar por vía aérea hacia el continente<br />
(plásticos, vidrios, metales, ropa, químicos)<br />
Para profundizar más en el tema, se puede recurrir al <strong>Instituto</strong> <strong>Antártico</strong> <strong>Uruguayo</strong> o consultar el libro<br />
“Paralelo 62, El Uruguay en la Antártida” de Ana M. De Salvo<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
De izquierda a derecha: El autor, Juan el arquitecto, “Todo Terreno” Mateo y Gary,<br />
Los Caminadores<br />
Lancha Zodiac en plena travesía, con dos buzos , “Todo Terreno” y el autor<br />
42
VIII<br />
LA BASE ARTIGAS<br />
43<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
“pero luego y a la distancia sé que Artigas se quedó con algo mío que no logro definir, como también es cierto<br />
que ella dejó mucho en mí. Aún luego de muchos años, cuando el viento sopla fuerte en la noche, me parece oír el<br />
golpeteo de las piolas en los mástiles”<br />
Base Artigas, 18 de enero de 1990<br />
Querida Bea, queridísimos todos:<br />
¿Cómo están? Pido a Dios que todo esté marchando bien como hasta que hablamos por teléfono,<br />
espero que sigan con las actividades de siempre yendo a la playa, a la pileta, que los niños sigan con<br />
los deportes, que “Memo” Rafita esté tranquilo y portándose bien. Salgan, paseen, diviértanse mucho y<br />
sepan que siempre están conmigo acá.<br />
Ayer llegamos y hoy está como a principios del invierno en casa, fresco, con un solcito tibio y sin viento,<br />
los oficiales se fueron temprano en Zodiac a la base argentina Jubany que es bastante lejos, como 12<br />
Km. y dejaron al doctor paseando por la costa y sacando fotos.<br />
La playa está tapizada por un grueso colchón de algas de todos los colores y en algunas zonas triplica<br />
su espesor, consecuencia del terrible temporal de viento sur que hubo el día antes de nuestra llegada.<br />
Llama la atención la ausencia casi total de vegetación en la superficie de la tierra, que está a la vista<br />
ahora en verano y el hielo está restringido sólo a algunas áreas.<br />
Pero la cantidad de algas y otros vegetales marinos que se ven en la costa, me hacen imaginar que la<br />
riqueza submarina debe ser grande, a diferencia de la pobreza de la tierra.<br />
Artigas se encuentra, como les contaba, en una playa dispuesta en terrazas o escalones, de unos<br />
veinte metros de ancho, que van bajando hacia el agua. Al este, muy cercano, tenemos el glaciar y al<br />
oeste, más cerca aún un cerrito pequeño pero muy escarpado que termina en el mar. Cuando la marea<br />
baja, se deja ver una pequeña playa, con una pared vertical. Entre ese cerrito y el terreno ocupado por<br />
la Base, corre un pequeño surco de agua, producto seguramente del deshielo.<br />
Artigas está formada por las viviendas del personal, que llamamos “wannigans”(1), que son una especie<br />
de contenedores o cámaras frigoríficas, pero con el frío por fuera…<br />
La más pequeña de estas construcciones está alejada de la costa y tiene el honor de haber sido el<br />
primer edificio instalado en el área de nuestra estación. Aquí trabajan los meteorólogos (los meteo) y<br />
los radio operadores (los radio), todos ellos de la Fuerza Aérea y viven todos juntos en el mismo lugar<br />
donde está el equipo de radio, nuestro único medio de comunicación con el resto del mundo ya que no<br />
captamos frecuencias de radio AM o FM y menos aún, televisión.<br />
Hay dos viviendas más del mismo tipo, de quince metros de largo, que están divididas en habitaciones<br />
dobles o cuádruples, de acuerdo a las necesidades, con baño único. En el “wannigan” más cercano al<br />
comedor está mi cuarto, que además es enfermería y otras cosas y es el que tiene pintado el pabellón<br />
nacional.<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
El comedor es del mismo largo que los otros “wannigans”, pero mucho más ancho, cerca del triple y es<br />
el edificio más cercano a la costa. Tiene una cocina amplia y cómoda, con microondas (un lujo en<br />
1990), heladera, cocina con un enorme horno eléctrico y una muy surtida despensa. El salón comedor<br />
es grande, con varias ventanas estrechas que miran al sur, al mar, dos espacios para baños aún no<br />
habilitados, biblioteca, aparato de televisión con el video que está en reparación, (así que no está en<br />
uso), mesa de ping pong y un Atari con varios juegos. La decoración se completa con mástiles con las<br />
banderas de los países que tienen estaciones y bases científicas en la Isla; fotos de Artigas (el prócer) y<br />
nada más.<br />
Este lugar (el Casino, como le dice la gente de la Base), es el centro de toda la actividad social, sobre<br />
todo cuando vienen visitas.<br />
Todos los edificios de tipo “wannigan” están sobre elevados del piso aproximadamente ochenta<br />
centímetros para evitar la acumulación de nieve en el invierno, con entradas a través de una escalerita<br />
de madera, que conduce a una pequeña cabina aislada con una puerta común hacia fuera y otra de<br />
heladera para adentro y que se conoce como “cortavientos” o “ventisquero”. Si bien no son herméticos,<br />
tienen una gran utilidad para que no entre viento y para sacarse la ropa mojada y el calzado con nieve<br />
cuando se viene del exterior.<br />
Cerca del “wannigan” de los radios se encuentran dos galpones: uno con los generadores de<br />
electricidad, que son cuatro y otra maquinaria; el otro es depósito de materiales, de vestimenta y de los<br />
tanques de agua. Tiene un baño, lavadero y un mínimo gimnasio. Frente al comedor hay otro depósito<br />
fabricado con dos contenedores comunes unidos y cumple la función de preservar los alimentos.<br />
Por el momento no tenemos cámara frigorífica, pero está planeada para este año.<br />
En Artigas el aprovisionamiento de todos los insumos proviene del continente; la basura se saca de la<br />
Antártida como exige el Tratado <strong>Antártico</strong> y se envía en tanques a Punta Arenas. La electricidad se<br />
obtiene con generadores a gasoil que se usan alternadamente, para asegurar la continuidad de la<br />
electricidad, que acá es más importante que en cualquier otro lado. Si llegara a faltar y no se pudiera<br />
reparar, tendríamos que abandonar la Base.<br />
Como anécdota cuento que a pocos días del regreso a Montevideo, una noche Beatriz me despierta<br />
para decirme- Osva. ¡no hay luz!- A lo que me levanto agitadísimo y le contesto: -¡rápido, llamá al<br />
maquinista para ver que pasó o nos tenemos que ir!-, hasta que me desperté y ¡qué alegría!, recordé<br />
que estaba en casa.<br />
El agua proviene de un lago cercano, el Lago Uruguay, ubicado detrás de la Base y en un nivel más<br />
alto que el plano de Artigas. Desde esta fuente de agua se ha instalado una cañería que llega a los<br />
tanques protegidos en el depósito y que tienen varios miles de litros de capacidad. El agua se distribuye<br />
por un sistema de caños hacia los baños de las viviendas y hacia la cocina; a su vez hay instalados en<br />
el exterior de los edificios depósitos de agua más pequeños, protegidos en casillas cerradas y que<br />
poseen un calentador siempre encendido.<br />
Habíamos oído hablar de la “maniobra de agua”, que consiste en el llenado de los depósitos cuando es<br />
necesario ya que por el frío es conveniente que las cañerías - que son todas en desnivel-, estén vacías,<br />
pues si se congelara el agua en su interior, las rompería. No sabría hasta el invierno la dificultad de esta<br />
maniobra en la que intervenimos todos y lleva horas.<br />
Durante el invierno, en Artigas solamente permanece la dotación básica que puede llegar a doce<br />
personas, contando los radio y los meteo, pero cuando llegamos, el grupo anterior tenía menos ya que<br />
no contaban con médico- farmacéutico- agente de correos- como seré yo en este periodo. En verano, la<br />
cantidad de personas es mucho mayor, unos cincuenta, contando a los científicos, trabajadores,<br />
visitantes del <strong>Instituto</strong> <strong>Antártico</strong> y algún colado que nunca falta.<br />
En el momento de máxima cantidad de gente, las dificultades de espacio, uso de los tres baños<br />
existentes y la comida, son complejos, más que nada a la hora de bañarse, con las dificultades de<br />
abastecimiento de agua. Se planifican tres duchas por semana y por persona en el verano y una lista<br />
de turnos para lavar el baño a diario, lista de la que no me salvé.<br />
En invierno, el uso del baño va a ser totalmente libre, aunque ya vi que como única ventilación tiene un<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
44
Vista panorámica de la Base Artigas en 1990<br />
45<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
extractor de aire que se enciende al prender la luz; me parece una excelente idea, pero cuando el<br />
viento viene del norte y es fuerte, el pobre extractor se ve forzado a girar al revés por la fuerza del<br />
viento y en vez de extraer, entra: imagínense desnudarse en semejante situación y luego mojarse bajo<br />
una ducha con poca fuerza de agua; es duro.<br />
Las comunicaciones en Artigas son por radio. Para hacer llamadas telefónicas personales, el radio<br />
operador se comunica a Montevideo con la Base Aérea de Boiso Lanza y de allí llaman por teléfono con<br />
quien uno se quiere comunicar, pero por el sistema de radio habla uno y el otro escucha, como en las<br />
películas de guerra. Cuando uno termina dice “cambio” y habla el otro y al terminar la charla, “cambio y<br />
fuera”.<br />
Por eso fue que ya entrado el invierno y extrañando mucho, pedí comunicación con mi familia y también<br />
con el médico que me iba a suplantar y cuando me dieron la llamada a mi cuarto, comencé a decir --<br />
¿Cómo están mis amorcitos, no saben lo que los estoy extrañando, sobre todo a ti, Bea, que quisiera<br />
darte muchos… -El radio me interrumpe –Doctor, mire que el corresponsal es el doctor Avelino- La risa<br />
le duró a mi colega hasta después que le diera las explicaciones y dijera “cambio” . Bueno, que vamos<br />
a hacer, es la Antártida.<br />
Y en el año 1990 era el único medio de comunicación con el exterior que había ya que ni las emisoras<br />
de TV ni las de radio podían ser captadas con el equipamiento del que se disponía. En el momento de<br />
mi llegada el video estaba roto, así que tampoco podíamos ver películas, es cuestión de<br />
acostumbrarse.<br />
Cuando asumió la presidencia el Dr. Lacalle, leímos las primeras noticias en los diarios que Bea me<br />
mandó como un mes después, lo mismo con las cuestiones económicas y la política. No teníamos<br />
oportunidad de preocuparnos por nada, eso seguro. Pero no tengo que explicar lo importante que eran<br />
las llamadas a la familia, que se nos permitía hacer dos veces a la semana durante el verano.<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Esta es la presentación de la Base Artigas en el momento que llegamos, que era un lugar muy movido,<br />
tibio aún, pero extraño, sin la vegetación verde que uno sin saberlo necesita, sin los animales que<br />
identifican nuestro suelo. Lo más parecido a nuestros animales que vimos, fue un pobre ratón que se<br />
metió en un embarque y llegó convertido en momia.<br />
Con los ojos del recién llegado, era una incógnita saber de antemano como íbamos a llevarnos y los<br />
sentimientos que íbamos a desarrollar mutuamente la Base y yo, pero más tarde y a la distancia, sé<br />
que Artigas se quedó con algo mío que no logro definir, como también es cierto que ella dejó mucho en<br />
mí, aún después de muchos años. Cuando el viento sopla fuerte en la noche, creo oír el golpeteo de las<br />
piolas en los mástiles de las banderas, o su silbar y aullar por entre las cañerías de agua, como si se<br />
tratase de un navío de velas, de los que me hacían soñar en la infancia.<br />
“Una parte de mí mismo se quedó para siempre en el grado 80 de latitud Sur.<br />
Allí dejé la juventud, la vanidad, la incredulidad. En cambio me llevé de allí algo que antes no había<br />
poseído: el aprecio de la vida y de sus valores humildes.”<br />
“El caos del mundo no ha podido hacer variar en mí esas nuevas maneras de sentir y pensar: Ahora<br />
vivo sencillamente disfrutando de la paz del alma... El hombre sólo se vuelve sabio cuando se da<br />
cuenta de que no es irremplazable “<br />
Comandante. Richard Byrd (libro “Alone”)<br />
Hacia fines de febrero, luego de un proceso de “ablande” que le hicimos con Gary a Pelayo, el buzo,<br />
accedió a enseñarnos lo elemental del buceo y así aprendimos a emparchar los equipos secos, llenar<br />
los tanques de aire, su manejo, disponer las pesas en el cinturón y otras menudencias. Hasta que una<br />
tarde y una vez terminados los trabajos del hangar que nos ocupó todo el verano, nos dieron la<br />
oportunidad de bajar al lago Uruguay con los buzos, para ayudar a arreglar el sistema de succión del<br />
agua que alimenta a la Base.<br />
Con Gary nos llevamos los respectivos equipos secos de buceo, que pesan alrededor de quince kilos<br />
cada uno. Cuando estuve a solas en mi cuarto con el tremendo y complicado traje, dudé poder<br />
ponérmelo solo, pero lentamente me fui metiendo en un mono similar a la piel de sol, peludita, luego<br />
logré poner los pies en el equipo principal como si fueran medias panty, subirlo trabajosamente,<br />
calzarme las mangas, meterme adentro desde atrás y una vez pasadas las manos, que quedan<br />
descubiertas, llegar a alcanzar la cinta del cierre de la cremallera y subir el cierre hasta la nuca luego de<br />
pasarlo por la entrepierna.<br />
Una vez terminada la maniobra, como cuarenta minutos después, tuve que caminar con botas hasta el<br />
lago, cargando patas de rana, tanques, cinturón de contrapeso, máscara y capucha, para terminar de<br />
vestirme en el borde del lago. Mientras forcejeábamos con los elementos faltantes, mirábamos con<br />
envidia como los buzos se vestían con gran facilidad, charlando entre ellos de otras cosas.<br />
Al terminar de prepararnos parecíamos extraterrestres, pero la emoción de entrar al agua con la<br />
posibilidad de sumergirnos y nada menos que en ese lugar, no tenía precio.<br />
Lo primero que sentí fue que no había examinado bien el traje, pues inmediatamente me entró un<br />
chorrito de agua helada por el hombro izquierdo, que me mojó el cuello hasta la axila y demoré un rato<br />
en calentarla; pasada esa sensación, todo fue una maravilla y cuando quise darme cuenta, estaba a<br />
más de veinte metros de profundidad, nadando en agua bastante clara pero sin vida alguna a la vista ni<br />
fondo visible sin vegetación ni rastros de peces. En mi entusiasmo, me tuvo que ir a buscar Pelayo,<br />
como a quince metros de profundidad, para hacerme volver a la zona de trabajo.<br />
El trabajo consistía en cambiar el caño y el dispositivo de succión, que estaba amurado al fondo con un<br />
muerto de hormigón, que debimos retirar, cambiar por otro e instalar, bajo las directivas de los<br />
profesionales.<br />
Ese día, casi todo el mundo salió con Petrel a plantar cañas cada diez metros a lo largo del camino<br />
desde Artigas hasta Bellingshausen, para que sirvan de guía cuando lleguen las nevadas. En ese<br />
momento, la idea me pareció poco importante, pero en el invierno evitó que me desbarrancara con la<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
46
47<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
motonieve una noche de tormenta.<br />
La visión que teníamos de la estructura de la Base en el verano, con mucha gente, gran actividad,<br />
prolija y pequeña pero notoria, que se divisaba nítida desde los cerros cercanos, fue cambiando con el<br />
tiempo ya por el hangar de gran tamaño que construimos durante el verano ya porque la nieve<br />
comenzó a taparla y la luz se hizo más tenue a la entrada del invierno. Entonces la imagen que fuimos<br />
teniendo de ella a lo largo de los meses, subjetivamente nunca fue la misma.<br />
(1) Nota del Editor: “Wannigan”: (en inglés), es una palabra originaria de los indígenas de Alaska, se emplea para<br />
designar una cabaña o refugio de madera, precario pero confortable, usado para pescar o cazar. También significa “caja<br />
de madera”. Los “wannigan” de la Base Artigas fueron adquiridos en Nueva Zelandia por el Cnel Porciúncula, el<br />
fundador de la BCAA y se trasmitió una tradición oral, de que “Wannigan” era la marca de la fábrica o el apellido del<br />
fabricante.<br />
Vista panorámica de la Base Artigas, al comienzo del invierno de 1990<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
Domingo, día de descanso del cocinero<br />
48<br />
Mi Dormitorio-Enfermería<br />
Pantalón del traje de abrigo. Frente a mi wannigan
IX<br />
PRIMEROS DIAS<br />
49<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
“Sin duda que en esta etapa todos estábamos en el mejor momento de nuestra estadía por estas tierras, con mucha<br />
compañía, sol permanente, buena temperatura y todo por delante para hacer”<br />
Nuestra lucha más feroz en estos días es con la luz pálida pero permanente que no te deja dormir, te<br />
desorienta y no sabés por qué, pero nunca tenés idea de la hora sin mirar el reloj. A pesar de que la<br />
hora que se usa en la base es la misma que en Uruguay, la sensación de cansancio y malestar es<br />
constante y el sueño nunca es reparador, más allá que en este momento los horarios son muy flexibles<br />
(porque aún no se hizo el segundo salto y la mitad de los compañeros no llegaron y algunos de los que<br />
deben irse, no lo han hecho) y las actividades están muy desorganizadas. De poco sirve intentar dormir<br />
más, porque sólo se consigue que el malestar aumente.<br />
Lo primero que hicimos fue aprovisionarnos de ropa adecuada y los equipos que tiene la Base son excelentes,<br />
de procedencia norteamericana: prendas abrigadas y livianas, que consisten en una campera<br />
larga tipo parka con capucha y contra puños y unos pantalones de tiro alto casi hasta las axilas, con<br />
tiradores y cierres metálicos en las piernas, hasta por encima de las rodillas, para ponérselos con las<br />
botas. Estos pantalones los usaremos más adelante, solamente en momentos de mucho frío.<br />
El primer día, luego de una gélida mañana con lluvia y viento, las condiciones mejoraron y de tarde salí<br />
a recorrer solo, pues Néstor está muy ocupado organizándose y la demás gente conocida está en Punta<br />
Arenas.<br />
Lo primero que hice fue dirigirme al cerrito vecino, caminando por el sendero que lleva a las bases chilena<br />
y soviética (Marsh y Bellingshausen, respectivamente). Como llegamos a la Base por mar, no conocía<br />
la ruta terrestre; a poco de empezar la caminata, tuve la sensación de transitar una montaña rusa<br />
llena de subidas, bajadas y curvas, nada fáciles de salvar con mis viejas botas de goma que traje de<br />
casa. Lamento que las únicas preciosas botas de cuero modelo montaña que había en el depósito fueran<br />
chicas para mí y, tendré que conformarme con éstas.<br />
Me alejé de la Base Artigas hacia el norte, doblé a la izquierda y crucé el precario puentecito de madera<br />
sobre “El Pardo Tereso”, la cañadita que pasa cerca de la base (al principio se le vertían las aguas servidas,<br />
más o menos en la época en que se lo bautizó) y que lleva ese nombre como demostración del<br />
sentido del humor de los pioneros de Artigas. Luego de una corta pero empinada subida pasé por el<br />
costado del Lago Uruguay, fuente de nuestra agua potable, lo bordeé y llegué al amontonamiento de<br />
rocas de diferente tamaño que forman el pie del cerrito cercano a la base y las usé como puntos de<br />
apoyo para subir, porque es muy vertical.<br />
Una vez que alcancé la cima, comprobé que la superficie era pareja en toda su extensión, sobresaliendo<br />
una gran roca que mira al mar.<br />
La vista en esta posición es fantástica, como una postal de mar azul turquesa muy quieto, con blanquísimos<br />
témpanos pequeños flotando en el estrecho. Cerca está la Isla Nelson, con la blanca capa del<br />
glaciar que la cubre. Mirando hacia abajo, se aprecia una angosta playita al pie del acantilado y en ella,<br />
una elefanta marina y una foca tomando solcito, mientras un pingüino camina cachazudamente entre<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
ellas, bamboleándose. Emergiendo del agua, a escasos cincuenta metros de la costa, hay dos estrechos<br />
peñones, negros, agresivamente puntiagudos, muy altos y separados entre sí por muy poca distancia.<br />
Desde ese lugar divisaba cerquita a Artigas; me dirigí al extremo opuesto del cerrito y descubrí otra<br />
bahía bastante estrecha, pero bordeada de un alto barranco y en su costado, como una copia, otro<br />
acantilado similar al que yo estaba, pero más alto. Y en el aire todo era paz y silencio. El paisaje que<br />
estaba disfrutando me recordó la costa norte de España, salvo por los témpanos cerca del horizonte y<br />
la falta de vegetación. Mañana creo que voy a ir a esa playita. Bajé del cerrito y “Bordeé el cerro por<br />
debajo hacia la costa, caminando sobre piedras muy grandes, cuando me atacó una bandada de gaviotines,<br />
que son como gaviotas pero mucho más chicas y con el pico colorado. Pasaban rozándome el<br />
vistoso gorro rojo que me hizo mamá y de paso, varios me cagaron, se nota que estaba cerca de sus<br />
nidos.<br />
Cuando llegué al espacio entre el acantilado y el mar, me quedé boquiabierto “. . .” en algunos lugares,<br />
el mar había socavado cavernas bastante grandes y en otros, encontré gigantescas rocas apoyadas<br />
contra la pared, formando espacios de unos cinco o seis metros. Cuando llegué a la playa, aún estaban<br />
los bichos que había visto desde arriba”<br />
Fue toda una experiencia encontrarme a medio metro de la elefanta marina, sacarle fotos, dar vueltas a<br />
su alrededor y verla rascarse el cuello con su pata- aleta, mientras bostezaba con su enorme boca rosada,<br />
sin prestarme la más mínima atención.<br />
Al llegar a la base estaban de visita –auto invitación a cenar, mangueo-, unos muchachos que había<br />
visto de lejos y que resultaron ser un checo y un eslovaco, que se encuentran en esta zona desde no se<br />
sabe cuándo, no se sabe para qué, ni cómo llegaron. Con aspecto desgarbado pero modales correctos,<br />
mencionaron alguna universidad, que entre su inglés y el mío no descifré. Sólo sabemos que no tienen<br />
papeles, ni pasaporte alguno, que viven en un minúsculo refugio en la isla Nelson, no parecen tener<br />
apoyo de ningún gobierno y que solo cuentan con una pequeña embarcación para cruzar el estrecho<br />
Fildes ¡desde la isla Nelson!, para venir a la isla donde están todas estas bases.<br />
Están interesados en irse de la Antártida; no les va a ser fácil sin papeles, pero con toda diplomacia<br />
están pidiendo ayuda. Probablemente tengan que ver con la base rusa, pero corren tiempos de mucha<br />
confusión en la Unión Soviética y quien sabe que les pasó. En el momento que estoy relatando acababa<br />
de separarse la República de Checoslovaquia en República Checa y Eslovaquia. Pasan a integrar el<br />
selecto grupo de aventureros que las civilizaciones tienen en sus fronteras y esta es realmente una<br />
frontera de la civilización.<br />
“Esta fue otra noche de soñar cosas que no recuerdo, pero sé que era con ustedes, por lo que me volví<br />
a levantar tristón y como todo domingo, me acordaba cuando hacía el asadito en el fondo de casa y<br />
todas esas cosas tan lindas. Saqué las fotos que tenía en el baúl y por primera vez las estuve mirando<br />
largo rato, ¡Qué familia preciosa somos! ¿No? ¡Son tan lindos todos!”<br />
Comencé esta tarde- noche después de la cena, a acomodar la enorme cantidad de correspondencia<br />
de todo el mundo pidiendo datos de la base Artigas, sus actividades y sobre todo, pidiendo sellos postales<br />
de la Antártida Uruguaya, lo que lamentablemente, no tengo. Los sellos que hay son un desastre, de<br />
idéntico diseño, con un perfil de Artigas (el prócer) pequeñitos, a un solo color, que se diferencian solamente<br />
por la tonalidad y el valor.<br />
Como a la una de la mañana crucé hasta la cocina para tomar agua y ¡Oh sorpresa!, me encuentro a<br />
todos los oficiales chilenos reunidos con la dotación saliente, en plena despedida. Se ve claramente la<br />
confianza y la amistad entre ellos luego de tantos meses de apoyo y trabajo conjunto. Los integrantes<br />
del <strong>Instituto</strong> <strong>Antártico</strong> y la plana mayor con quienes llegué, están en este momento en la base China “La<br />
Gran Muralla”, presentándose y comiendo alguna cosita, seguramente.<br />
Resulta claro que la sensación de desvelo y desorientación que produce el sol permanente nos afecta a<br />
todos por igual, como si no supiéramos nunca en qué momento del día nos encontráramos; nuestro<br />
ritmo circadiano – como se dice en medicina, por la sucesión del sueño – vigilia, está totalmente alterado,<br />
lo que explica estas visitas y estas actividades en horas tan bizarras.<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
50
51<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Los días siguientes fueron para explorar los lugares más próximos a la Base, para conocer a la gente<br />
que está en Artigas y que no conocía más que de vernos de pasada.<br />
Por nuestras costumbres similares de salir a recorrer todo lo que se puede, nos acercamos con Jaime,<br />
un oficial de la Marina, que vino a instalar un faro alimentado por luz solar en el cerrito que describí.<br />
Excelente compañero y muy buen caminador, apenas nos encontramos por esas colinas un día, lo primero<br />
que advertí con envidia, fue que las preciosas botas de montañista que me quedaron chicas a mí,<br />
a él le iban perfectas y ¡qué buen uso les daba! Como una cabra subía y bajaba de todos lados, mientras<br />
los demás arrastrábamos nuestras pesadas botas de goma, o nos empapábamos los pies con botas<br />
de cuero acordonadas, pero era lo que teníamos.<br />
En pocos días, incluso antes que el resto de la gente llegara de Punta Arenas, con Jaime habíamos<br />
caminado decenas de kilómetros en las inmediaciones de la Base, subido al glaciar, descubierto las<br />
profundas grietas que el agua de deshielo produce en su lomo y que llegan a grandes profundidades<br />
formando resumideros donde se juntan varios surcos de agua. Apenas se pueden ver desde la superficie,<br />
pero se oye claramente el bramido de su curso enloquecido hacia el mar.<br />
Comenzamos a usar largas cañas de bambú para ayudarnos a caminar; las encontramos cerca de la<br />
Base, abandonadas por los glaciólogos chinos y pronto Jaime fue conocido en la isla como Todo Terreno.<br />
Por supuesto, también es Todo Terreno en el momento de comer, a pesar de su físico más bien<br />
menudo.<br />
Los recorridos trascurrían siempre de día; imposible llegar de noche, porque casi no hay noche, pero<br />
siempre con un clima similar al invierno en Montevideo, con frío, lloviznas de agua muy fría o aguanieve<br />
y viento. Nunca nieve, ni granizada ni lluvia franca en esta época del año; siempre nos llama la atención<br />
la presencia de grandes mamíferos marinos reposando en la costa en grupos llamados harenes de<br />
unos veinte y pequeños grupos de pingüinos que parecen charlar entre sí.<br />
Una noche nos iban a venir a visitar los jefes rusos, pero no lo hicieron. En su lugar llegaron caminando<br />
tres alemanes orientales que viven en la base soviética Bellingshausen, son paleontólogos y geólogos.<br />
Néstor tuvo la ocurrencia de ponerse a tocar la guitarra con sólo cinco cuerdas y nos sorprendió a todos<br />
con su destreza. Estuve charlando con Detlef, el jefe del grupo de alemanes. Cumple años el mismo día<br />
que Beatriz y eso lo llenó de alegría más allá de lo esperado y me prometió hacer una chapka para regalarle,<br />
(un gorro de piel ruso) y venir a Artigas el día de sus cumpleaños para saludarla cuando yo la<br />
llame por radio (no sé cómo estará Beatriz para el inglés con fuerte acento alemán).<br />
Como el alemán se quejó de dolor en un codo, le di un blíster de antiinflamatorios. Quedó tan contento<br />
que me dio un abrazo y un beso (¡tienen unas costumbres esta gente!). Estoy comenzando a entender<br />
esta nueva forma de relación entre personas y pienso que si nos encontráramos en cualquier otra circunstancia<br />
o lugar, de pronto no nos tendríamos para nada en cuenta; pero viviendo todos el mismo<br />
drama y en el caso de los de algunas bases como la soviética o la china, sin posibilidad de comunicación<br />
alguna con su gente en todo el periodo de estadía -que puede llegar hasta los veinte meses-, uno<br />
ve al prójimo con otra perspectiva, quizás la perspectiva del hombre primitivo, incontaminado, gregario<br />
e indefenso frente a la inmensidad de la naturaleza.<br />
“Me acaban de avisar que el avión viene desde Punta Arenas para llevarse a los que se vuelven y traer<br />
al resto de nosotros, así que, mami, niños, queridos míos, termino esta carta enviándoles abrazos y<br />
besos a todos, deseando que se cuiden y no extrañen.<br />
Siempre con ustedes, Papá”<br />
P.D. “Comienzo ahora la siguiente carta, pero mándenme el pantalón gris de abrigo”<br />
Sin duda que en esta etapa estábamos todos en el mejor momento de nuestra estadía, de nuestra pasada<br />
por estas tierras, con mucha compañía, sol permanente, buena temperatura y todo por delante<br />
para hacer. Seguramente pensábamos que no todo iba a ser tan bueno, pero no teníamos una clara<br />
idea sobre qué esperar. Todo esto es muy nuevo e imprevisible y sería aún más en los próximos meses.<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
En el Refugio RAMBO<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
Refugio RAMBO y asado con concurrencia internacional<br />
52
X<br />
EL REFUGIO RAMBO<br />
53<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
“Acá Bea, niños, todo es precioso, pero de una belleza brutal y gigantesca. Por momentos da la impresión que no<br />
existen las cosas chicas o de contornos normales, nada tiene la dimensión humana”<br />
Desde la llegada a la Antártida escuchamos hablar de la existencia de un refugio brasileño ubicado al<br />
otro lado de la Isla Rey Jorge; pero por suerte no en dirección este, pues si así fuera, no podríamos ir,<br />
ni por la distancia ni por el glaciar. Está hacia el norte, distante a unos cuatro o cinco kilómetros de Artigas.<br />
El fin de semana siguiente al recambio de dotación, estuvimos conversando “Todo Terreno”, Mateo,<br />
Gary, Juan el arquitecto y yo, con la intención de ir hasta ese refugio y sobre todo conocer la costa norte,<br />
que solo habíamos visto al sobrevolarla en avión.<br />
Pero como suele ser costumbre, el domingo a mediodía, aparece en Artigas un enorme camión ruso,<br />
conducido alocadamente por “Crazy Horse”, o sea Yury, el jefe de la base rusa y Vladimir (segundo de<br />
los rusos en ese momento), a invitarnos para ir en camión al Refugio Rambo. Así el programa se completó<br />
y después de almorzar con los visitantes, partimos.<br />
Yuri cuando conduce, siempre hace honor a su apodo; por ese territorio muy desparejo y cambiante, de<br />
pequeñas pero muy empinadas colinas, íbamos como en una montaña rusa y más o menos a su misma<br />
velocidad. Gary, como el resto de nosotros, se aferraba a las barandas de la caja y gritaba de entusiasmo<br />
con su vozarrón, hasta que llegamos a una planicie de color verde fuerte: fue como zambullirnos en<br />
una piscina de barro y por supuesto, nos empantanamos.<br />
Aprovechando un respiro de Yuri en sus intentos de desempantanar el vehículo, nos bajamos alejándonos<br />
rápidamente para no quedar llenos de barro. Por media hora el camión rugió, gimió, embarró, escupió,<br />
e intentó salir en todos los sentidos, hasta que el campo quedó totalmente arado, con el camión en<br />
el medio enterrado hasta los ejes y Yury peleando y discutiendo con Vladimir, como durante todo el camino,<br />
pero más enojados (siempre se peleaban en ruso frente a todo el mundo).<br />
La distancia hasta nuestro destino era corta, así que continuamos a pie, hasta encontrarnos con un terraplén<br />
pronunciado y altísimo, que terminaba en una playa frente al Estrecho de Drake y estaba verde<br />
de musgo y muy plana. Un poco hacia la derecha, amarillo, pequeño y solitario: El Refugio Rambo.<br />
“A medida que nos acercábamos al Estrecho de Drake, comenzaron a aparecer zonas bajas con musgos<br />
verde oscuro. En otras, un color ladrillo y también áreas en las que había que caminar cuidadosamente<br />
para no dejar una bota enterrada en el barro”<br />
“Justamente en esa zona, encontré tierra parejita que tenía grietas muy juntas formando hexágonos,<br />
como los de un panal de abejas y casi todos con una piedrita chata, gris y pequeña en el centro, que<br />
cosa rara ¿no?”<br />
Bajamos resbalando y cayendo a pesar de las largas cañas que siempre llevamos y nos encontramos<br />
con cuatro estudiantes de la Universidad de Porto Alegre, dos varones, brasileños, estudiantes de biología<br />
marina y dos chicas chilenas, estudiantes de oceanografía. Estaban en ese lugar desde unas semanas<br />
atrás, e iban a permanecer por algo más de un mes.<br />
Las condiciones en que se encontraban no eran las mejores, pues en el pequeño refugio contaban con<br />
dos camas cuchetas, una despensa grande con abundancia de enlatados y galletitas brasileñas- por<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
supuesto-, gaseosas y un equipo de radio. Nada de baño ni sanitario a la vista, por lo que me imagino<br />
que no pasarían muy cómodos. De cualquier forma, nos recibieron muy bien con la clásica hospitalidad<br />
antártica y a los pocos minutos charlábamos como conocidos de siempre.<br />
Mientras tanto Yuri se había apropiado del radio y repetía “Bellingshausen Proist! ¡Bellingshausen<br />
Proist! “ pero nada, no era copiado en ninguna base cercana, así que después de pelearse otro poco<br />
con Vladimir, éste último se fue solo a su base y Yuri se vino con nosotros, caminando hasta Artigas.<br />
Cuando íbamos por la mitad de camino, la tardecita que parecía de invierno en Montevideo, comenzó a<br />
presentar ventisca a nuestras espaldas y los trocitos de hielo nos pegaban y caían, mojando la ropa.<br />
Al cabo de un rato empezamos a congelarnos, a pesar de caminar lo más rápido que podíamos. El pobre<br />
Yury, con su eterna campera militar verde, americana, temblaba con una gran soltura, como quien<br />
está acostumbrado.<br />
Otro fin de semana, volvimos al refugio con el propósito de recorrer toda la costa norte, pero cuando<br />
llegamos, encontramos que los chicos brasileños estaban en pleno asado con la carne que les quedaba,<br />
tomando mate como corresponde y nos insistieron con tanta vehemencia que nos quedáramos, que<br />
lo hicimos a pesar que ya habíamos almorzado.<br />
“Nos llamó la atención que las chicas estaban afuera con los varones, en actitud de tomar mate, no<br />
podíamos ver bien, me pareció absurdo, pero ¡Oh sorpresa! Sí, estaban tomando mate y los muchachos<br />
tenían dos tremendos pedazos de pulpa en el fuego, claro, siendo de Río Grande Do Sul...”<br />
Poco rato después llegaron los alemanes Detlef y Hakim, uno el que cumple años el mismo día que<br />
Beatriz y el otro, aficionado al saxofón, un tipo de casi dos metros, completamente rapado, con lentes<br />
redondos y pequeños, tipo John Lennon, con un aspecto raro, más del que tenemos todos en este lugar.<br />
Más tarde llegaron tres rusos y el panorama era de hablar a cuatro idiomas, lo que provoca esas situaciones<br />
cómicas en que de repente hablamos en inglés entre nosotros y tratamos de entendernos con<br />
los alemanes en español o portugués. Como los brasileños tenían pendiente un trabajo en la costa de<br />
la Bahía Collins, quedaron los cuatro en ir a pasar unos días a Artigas<br />
La vez siguiente que pasamos por el refugio fue, cuando ya estaba vacío. Entramos y encontramos todo<br />
lo que el Tratado <strong>Antártico</strong> define como necesario en un refugio: mantas, calefacción, ropa, alimentos<br />
y faroles. Dejamos nuestras firmas en el libro de visitantes y continuamos camino hacia el oeste,<br />
recorriendo la costa casi hasta el extremo de la isla.<br />
“Un poco más adelante estaba la cañadita donde tuve que pasar a Gary a babuchas la vez anterior,<br />
porque estaba con botas de cuero, (lo que nos dio la pauta que por allí debía haberse quedado empantanado<br />
el camión ruso), miramos y: ¡Oh sorpresa! Encontramos el camión, que desempantanado y en<br />
terreno firme, todavía estaba allí”<br />
“Seguimos camino y al rato, oigo a Gary: - “¡Ayudáme loco, que me hundo!” - y estaba en el barro enterrado<br />
a media pierna. Le tuve que pasar la punta de la caña para que se afirmara y saliera”<br />
La playa llana y pareja era un paisaje surrealista cubierta de verde musgo, con costillas, vértebras y<br />
cráneos de ballena diseminados y con piedras grises. Lo único vivo era una loba de mar con sus cachorros,<br />
grandes y movedizos, que en lugar de huir hacia el agua, se acercaban a curiosear y nos ladraban<br />
igual que perritos.<br />
Más adelante encontramos elefantes marinos machos adultos, mucho más grandes que las hembras,<br />
por lo que les calculamos un largo de cuatro metros y un peso de mil quinientos kilos. Se podía contar<br />
hasta doce ejemplares acostados todos juntos, mirando hacia la costa y dándose calor mutuamente,<br />
totalmente inmóviles, hasta que algún impertinente los molestaba con una caña; entonces abrían una<br />
boca más grande que la cabeza de un hombre y lanzaban un bramido poniendo erecta su corta trompa,<br />
para volver a su letargo.<br />
La costa norte que recorrimos está formada por una sucesión de playas semicirculares, con enormes<br />
rocas en los extremos de cada una y bordeada por un alto terraplén que se continúa con la meseta del<br />
interior de la isla.<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
54
55<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
El recorrido nos llevó hasta el aeropuerto de Marsh. A cada paso encontramos más huesos de ballena y<br />
piedras extrañas, que terminaban en los bolsillos. El panorama marino contenía islotes cercanos a la<br />
costa, formando altas columnas de piedra negra con formas caprichosas, puntas, palacios, catedrales,<br />
estructuras dignas de “Mortal Kombat” o “El Señor de los Anillos”, todo emergiendo del agua a pocos<br />
metros de la costa.<br />
La vuelta la hicimos desde Marsh por el camino conocido hacia Artigas, hasta que el jefe chileno Barrientos<br />
nos encontró con su preciosa camioneta Land Cruiser y nos llevó hasta la base. Pero habíamos<br />
recorrido toda la costa del extremo oeste de la isla y los veinticinco kilómetros caminados con botas de<br />
goma entre el barro, subiendo y bajando barrancos, merecieron la pena.<br />
La geografía de la costa que da al Estrecho de Drake es totalmente diferente a la costa sur. Por su soledad<br />
y formaciones de piedra; parece realmente otro mundo.<br />
Lamentablemente Juancito a último momento se enojó porque demorábamos mucho buscando piedras<br />
y se fue solo por otro camino y no lo vimos desde la camioneta para recogerlo. Llegó mucho después<br />
que nosotros y bastante enojadito, claro que la cargada duró horas.<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
56
“De alguna forma el fin del verano lo marcó la llegada del avión que se llevó a casi todos nuestros más queridos<br />
amigos caminadores y que cerró la primera etapa de la estadía.”<br />
XI<br />
LOS DIAS <strong>DE</strong>L VERANO<br />
57<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Con la llegada del resto de personal y científicos que estaban esperando “su salto” y la partida simultánea<br />
de la dotación del año anterior, se dio comienzo a los trabajos y actividades programadas.<br />
Lo que más me llamó la atención en ese momento, fue la despedida que le organizaron los jefes de las<br />
bases vecinas a nuestros hombres que se iban, especialmente los jefes rusos, con Yuri a la cabeza.<br />
Este era un hombre delgado pero corpulento, de cabello muy lacio, cabezón y de ojos claros, típicamente<br />
eslavo, que más allá de lo que aparentaba, era muy capaz y de gran sensibilidad y cariño por los<br />
amigos.<br />
Al día siguiente empezó nuestra vida de trabajo y horarios estrictos; desde ese instante y aún no sé por<br />
qué, cada uno comenzó a usar su nombre clave en lugar del verdadero. Como debían coincidir la inicial<br />
de ese nombre con la primera letra del apellido yo había elegido “Gaucho” y así todos.<br />
Así el Comandante “Petrel” (Pereyra) citó a todos los que iban a trabajar y planteó jornadas de diez<br />
horas, para la construcción de un hangar en las cercanías de la base, que en el futuro albergaría al<br />
helicóptero que se planeaba traer a Artigas durante el verano austral.<br />
El trabajo lo empezaron los albañiles, armando un enorme encofrado algo apartado de los alojamientos,<br />
con una superficie de quince por veinte metros, vigas gruesas y travesaños de lado a lado. Se necesitaron<br />
cuarenta metros cúbicos de pedregullo, que sacamos de la playa, ayudados por un pequeño tractor<br />
y un trailer, que no cargaba más de un metro cúbico por vez. Este fue el primer trabajo en grupo de la<br />
dotación, que no sabe de albañilería y que pasó horas con el vehículo empantanado en el canto rodado<br />
de la playa.<br />
Por mi parte, me dediqué al trabajo postal, que es enorme, gracias a la cantidad de cartas que han estado<br />
llegando desde el año pasado. Esta tarea me resultó muy interesante por la diversidad de sellos<br />
que recibo de todo el mundo. Claro que a mitad de la tarde ya estaba aburrido, por lo que me uní a la<br />
patota y terminé apaleando pedregullo.<br />
Mi acto de “solidaridad” tuvo sus efectos: esa noche Néstor me pidió si podía ayudar en el trabajo de<br />
construcción del hangar a horario completo. Me resultó violento decir que no y dejarlos trabajar mientras<br />
tomo mate en el escritorio. A las siete de la mañana del día siguiente yo también paleaba pedregullo<br />
en la playa, o ayudaba a cambiar las ruedas traseras del tractorcito, para mayor agarre para que no<br />
quede empantanado a cada momento.<br />
Para no quedarnos quietos, con Gary comenzamos a desarmar cajas que vinieron en el embarque de<br />
Punta Arenas y que formaban una montaña. Estaban clavadas; Todo Terreno y Néstor les quitaban los<br />
clavos mientras esperábamos al jeep. Después de un rato y como forma de combatir el aburrimiento,<br />
desarrollamos técnicas para desarmarlas mejor, hasta que terminamos haciendo una competencia para<br />
ver quien lo hacía más rápido y terminamos Gary y yo casi empatados, en 35 y 37 segundos, respecti-<br />
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Memorias de allá, del frío<br />
vamente. A veces parecemos chiquilines, pero entre que si nos quedamos quietos nos congelamos y<br />
que no tenemos otra cosa que hacer.<br />
Y se sucedieron largos días de trabajo a pico y pala, que para mi gusto por la actividad física no fue tan<br />
espantoso, a pesar de la eterna lucha entre las ganas de sacarme el abrigo por el calor y, tener que<br />
ponérmelo al ratito por los 0 o 1ºC en que estábamos.<br />
De tardecita, luego de guardar ciento diez bolsas de Pórtland, quedamos grises de polvo hasta las patas.<br />
Me cambié y salimos con Mateo (Todo Terreno), hasta un cerro que hay entre Artigas y Bellingshausen,<br />
bastante alto y con una vista espléndida, según nos habían dicho...<br />
Llegamos al poco rato y realmente valió la pena el esfuerzo de la subida. Desde la cima se podía ver el<br />
peñón del refugio Rambo y el Estrecho de Drake hacia el norte.<br />
Girando la vista se podía divisar en el aire transparente, todo ese extremo de la isla,, también la isla<br />
Nelson y el impresionante mar color calipso. Más cerca el juego de la luz sobre la tierra marrón tan escarpada<br />
con los parches de hielo”<br />
Por tierra se podía ver en su totalidad el camino que une Artigas con Marsh, rodeando pequeños lagos,<br />
barriales, subidas y bajadas del suelo.<br />
Caminamos hacia el centro del cerro y encontramos que había un lago de buen tamaño, por lo que nos<br />
imaginamos que esta isla es volcánica y que nos encontramos en el mismo cráter de un volcán apagado,<br />
quizás hace decenas de miles de años. Bajamos por un lugar diferente al que usamos para subir y<br />
vimos una pequeña catarata que surgía entre las piedras, probablemente agua del lago, que por el frío<br />
de ayer se había congelado en la superficie y a través del hielo transparente, se podía ver cómo se deslizaba<br />
el agua y formaba burbujas.<br />
Por ahí bajamos. Primero clavando el talón en la nieve con cuidado, pero a su vez corriendo por la pendiente;<br />
luego deslizándonos unos cuantos metros como si tuviéramos esquís y una vez abajo, terminamos<br />
cayendo sentados. Fue muy divertido.<br />
A la vuelta y como siempre, fuimos juntando toda la basura que encontrábamos, como cajas de cartón,<br />
papeles, bolsas de nailon, etc., pues nos parece una afrenta a esta naturaleza maravillosa que uno vaya<br />
caminando por cualquier lado y se encuentre con basura.<br />
En la base, de la recolección del pedregullo pasamos al hormigón para llenar el encofrado de los cimientos.<br />
Habían prendido fuego para calentar agua en dos tanques de doscientos litros para la mezcla ya que<br />
con el frío es necesario usar agua caliente, acelerador y descongelarte para que la mezcla se endurezca.<br />
Comenzamos. Al principio estuve con Néstor apaleando pedregullo para llenar la pequeña mezcladora<br />
de motor a nafta, pero a las dos horas me cansé de que me llenaran de polvo de Pórtland y me cambie<br />
al otro extremo, donde los albañiles estaban llenando el encofrado. El trabajo consistía en esperar que<br />
llegaran las carretillas llenas de mezcla, levantarlas entre dos, uno de cada lado y volcarla a lo bestia en<br />
el encofrado. En total trabajamos alrededor de diez horas de continuo. Con el otro muchacho calculamos<br />
que volcamos alrededor de quinientas carretillas, luego de levantarlas, por supuesto y la mayor<br />
parte de las veces en posiciones muy incómodas. En fin, a la hora de terminar me dolía hasta el pelo.<br />
Luego se comenzó a armar el techo con chapas unidas formando una medialuna de diez metros de diámetro<br />
y cinco de alto, que se unen unas con otras por medio de diez mil tornillos (alguien los calculó) y<br />
lograr un techo semicilíndrico de quince metros de largo.<br />
Entre el cansancio y el aburrimiento de la rutina, la gente termina teniendo pequeños accidentes. Un día<br />
vi al buzo Pelayo de pie sobre la estructura, pero con los ojos cerrados y bamboleándose a cinco metros<br />
de alto. Tuve que recomendarle al jefe “Petrel” descansar al menos el domingo, lo que se hizo en la<br />
tarde. Su idea era aprovechar el buen tiempo reinante.<br />
El trabajo pesado lo combinábamos con caminatas largas aprovechando el día permanente. Casi siempre<br />
eran con Mateo alias “Todo Terreno” y con Gary, a veces con el malhumorado Juan, el joven arqui-<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
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Dr. Osvaldo González Contrera<br />
tecto del <strong>Instituto</strong> <strong>Antártico</strong> que estaba a cargo de las obras. Juancito odiaba tener que -además de planificar<br />
la actividad y hacer los cálculos y mirarnos trabajar-, cargar carretillas de hormigón por expreso<br />
“pedido” del Jefe, lo que probablemente le resultaba lesivo para su dignidad de arquitecto. Pero allá<br />
andaba Juancito, con su figura espigada y su cara de niño, empujando una carretilla cargada y maldiciendo,<br />
por decirlo eufemísticamente.<br />
La vegetación terrestre se resume a extensos campos de musgo verde, que parece césped, pero que<br />
observado de cerca se nota que no lo es. De todos modos no conviene verlo muy cerca, pues siempre<br />
está sobre áreas de barro o muy mojadas. El otro tipo de flora son líquenes, con una trama muy delicada<br />
de finas ramitas de color verde yerba, alternada con negro.<br />
Al terminar el hangar, la alegría colectiva fue grande, sobre todo la de “Petrel”, que había cumplido con<br />
la misión. Como festejo, tuvimos partido de fútbol cinco dentro del recinto, donde entramos todos cómodamente.<br />
El edificio fue bautizado en el hormigón fresco como “Hangar Sacrificio”.<br />
Como corresponde a la estación de verano en la Antártida, mucha gente la visita, procedente de todos<br />
lados y por diferentes motivos. Entre los visitantes tuvimos varias presencias femeninas, además de las<br />
esposas de los jefes chilenos que venían esporádicamente, durante todo el año.<br />
Estuvieron las dos chicas y los dos varones del refugio Rambo (del que contaré más adelante) en nuestra<br />
base durante un fin de semana, con los consiguientes pequeños inconvenientes que la presencia de<br />
mujeres genera, como tener que vestirse para ir al baño al extremo del corredor y cosas similares, que<br />
hizo que como viejos chúcaros respirásemos aliviados cuando se fueron.<br />
Aparece Balbino acompañando a otras dos chicas, ¡pero qué joda che! vuelta a hacer sala- “¿Qué quieren<br />
tomar? té, café, etc. etc”. Para peor venían de Marsh, se habían metido en el barro y no pudieron<br />
salir sin enchastrarse todas las medias y los pies, pues no supieron sacar las botas del barro sin descalzarse<br />
y además empapadas por la llovizna...<br />
Allá salió el jefe Pereira a conseguir ropa del depósito de la base para prestarles. Una de las chicas, la<br />
chilena, vive en Cambridge y está haciendo un estudio sobre relaciones de cooperación entre los países<br />
latinoamericanos en la Antártida y la otra, es canadiense, trabaja manejando una APLANADORA<br />
en una compañía de su país que hace realiza construcciones para el gobierno británico en la isla Livingston,<br />
a trescientos kilómetros de acá.<br />
Por supuesto que luego que se pusieron confortables con ropa prestada,-que pidieron con total desparpajo-,<br />
hubo que llevarlas de vuelta a Marsh para que no se volvieran a embarrar y de paso recuperar la<br />
ropa ya que eran aves de paso y teníamos riesgo de no encontrarlas nunca más.<br />
Como en verano las llegadas de aviones y barcos son frecuentes, nos encontramos con todo tipo de<br />
personas de cualquier parte del planeta, que vienen a curiosear a esta región, algunas tan extrañas como<br />
estas chicas. Pero lo bueno de las comunicaciones tan fluidas es que a su vez estamos mejor comunicados<br />
con nuestras familias.<br />
¡Qué emoción! Recibí la encomienda y desde ese momento desaparecí de escena, primero en el aeropuerto<br />
leyendo las cartas tan lindas y luego en el camino. Al llegar a la base le pedí el walkman a Gary,<br />
me tiré en la cama, corrí la cortina hasta que escuché todo el casete. La gente del grupo entraba a buscarme,<br />
me miraban y sin decir nada se daban vuelta y se iban... se me empañaron un poco los lentes,<br />
aunque yo no use lentes.<br />
Con el tiempo malo las actividades dan un respiro al trabajo al aire libre, tanto que sólo se puede hacer<br />
trabajo de tipo administrativo, sobre todo si además de ser el médico soy el Encargado de la Oficina de<br />
Correos.<br />
Todo el día de hoy estuve trabajando en el escritorio – farmacia – consultorio – dormitorio y es bueno<br />
como los amigos pasan de a ratos por acá a tomar un mate, charlar o quedarse callados como hace<br />
Jaime “TT”, que se pasa ratos haciendo palabras cruzadas (eso del silencio no sucede cuando está<br />
Gary con su forma de ser) y hacemos bromas, murmuramos de un pueblo y elaboramos sobrenombres<br />
nuevos para la gente de la base, porque cada vez nos conocemos más”<br />
Siempre que era posible, las caminatas para conocer toda zona a nuestro alcance dentro de la isla, era<br />
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Memorias de allá, del frío<br />
la regla. Caminatas que siempre nos deparaban fantásticas sorpresas y porque el ejercicio era fundamental<br />
para mantenernos ocupados y en actividad que nos previniera de la depresión que nos acechaba<br />
como un duende.<br />
Desde el aeropuerto hacia el este, hacia el glaciar Collins nos quedaban dos cerros y esos los subimos<br />
hoy. No encontramos en ellos piedras bonitas que colectar, ¡pero queriditos, que cosas interesantes se<br />
pueden encontrar siempre acá! Uno de los cerros es de trescientos metros, pero tan escarpado que<br />
tuvimos que subirlo casi en cuatro patas y tiene un largo en la parte alta de dos kilómetros, así que llega<br />
casi a la mitad del camino al estrecho de Drake. La vista desde su cima es espléndida, pero el otro cerro<br />
-que es más alto-, domina el aeropuerto chileno y sus instalaciones.<br />
Bajamos del primer cerro y nos dirigimos al otro y en el punto donde se unían sus faldas se había formado<br />
una capa de hielo muy extensa, que corría entre las dos faldas en dirección al agua, hacia la playa.<br />
Esta capa de hielo se ha ido derritiendo desde que llegamos y se ha formado una cañada que atraviesa<br />
el camino entre Artigas y las otras bases, formando pequeños laguitos. Eso lo conocíamos de sobra<br />
desde que llegamos, pero visto desde el camino. Desde arriba la cosa es distinta, porque el hielo está<br />
perforado, formando cavernas en las cuales corre el agua. Estas cavernas son múltiples y van en dirección<br />
de la pendiente, sobre los pliegues del terreno.<br />
Encontramos varias de estas cuevas que podríamos haber explorado sin problemas, si hubiéramos tenido<br />
cuerdas lo suficientemente largas y una buena linterna. Por dentro se podían ver extrañas formaciones<br />
provocadas por el deshielo, similares a columnas y estalactitas, que a la luz del sol creaban un<br />
espectáculo difícil de describir, sobre todo enmarcado en el misterio que significa un lugar donde nadie<br />
ha entrado... creo que sería una locura por el riesgo de derrumbe del techo de hielo en el momento en<br />
que uno se encuentra adentro<br />
Cuando subimos al segundo cerro, bastante alto, nos dimos cuenta que nos habíamos olvidado de otro<br />
cerro, justamente el más alto y el más cercano al aeropuerto, así que seguimos y cuando llegamos al<br />
tope pudimos ver el espectáculo de todo el extremo sudoeste de la isla, que no la hemos recorrido más<br />
que en pequeños tramos y parece realmente interesante, pero que quedará para otra etapa. A la vuelta,<br />
recorriendo caminos diferentes, nos encontramos con dos riscos de un mismo cerro que parecían construidos<br />
de adoquines de ésos de las calles, en increíbles estructuras enormes y verticales.<br />
Otros cerros en cambio, muestran muchas grietas perfectamente horizontales y paralelas, que se continúan<br />
de una elevación en otra a través de cientos de metros, como si les hubieran pasado un gigantesco<br />
peine.<br />
La vuelta la hicimos por el camino, rápidamente, porque estábamos realmente cansados, así que al<br />
llegar: baño, cena y gracias a dios pude conseguir llamada con casita, un día perfecto,...hasta mañana<br />
De alguna forma el fin del verano lo marcó la llegada del avión que se llevó a casi todos<br />
nuestros más queridos amigos caminadores y que cerró la primera etapa de la estadía.<br />
En nuestra base esta noche se hizo la despedida de la gente que se va y los de la dotación les entregamos<br />
un regalito a todos. Hubo momentos de mucha emoción, es increíble, pero uno de los que se van<br />
contó al recibir el regalo, que años antes, también en Artigas, fue la primera vez en su vida que tuvo<br />
una torta de cumpleaños al cumplir los 34 años. Hacia el final de la ceremonia, aparecieron los jefes<br />
rusos, se quedaron a cenar y me dediqué a hablar lo poco que sé de italiano con el nuevo segundo soviético,<br />
porque si no, el pobre gordo no habla en toda la noche ya que no entiende inglés y los rusos no<br />
le dan mucha pelota.<br />
Quizás por las interminables horas de sol del verano, por la situación en que nos encontrábamos, tan<br />
particular, o por simple afán de aventuras, en el verano especialmente tuvimos jornadas de muchísimas<br />
horas de actividad, trabajando duro y luego éramos capaces de tener resto para salir a recorrer largas<br />
distancias como si nada fuera suficiente para combatir la sensación del alejamiento, pero con la entrada<br />
del frío, la oscuridad y la lejanía de los amigos, todo fue cambiando.<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
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Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
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XII<br />
LOS PINGÜINOS <strong>DE</strong> LA PINGÜINERA<br />
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Dr. Osvaldo González Contrera<br />
“A partir de ese momento la hembra pone dos huevos y los van a empollar macho y hembra indistintamente, mientras<br />
el otro busca comida. Si por casualidad les falta un huevo, la hembra pone otro y si vuelve a faltar: otro y<br />
otro hasta varias veces. Ellos quieren empollar dos huevos.”<br />
24 de enero de 1990<br />
“Queridos y añorados:<br />
No saben lo que los extraño y como a cada cosa que conozco me los imagino a ustedes conmigo acá.”<br />
“El martes de mañana fuimos a llevar a los “pingüineros” a la pingüinera de la península Ardley, del otro<br />
lado de la península Fildes, cerca de la base china. Lo hicimos en lancha y por tierra nos acompañó el<br />
jeep, pues además de llevarlos, se les instaló una preciosa cabina telefónica de fibra, pero no para<br />
hablar por teléfono, (ellos se comunican por radio como cualquier hijo de vecino en este barrio), sino<br />
como letrina. ¿Se imaginan a estos pobres que desde hace cuatro años vienen cagando a la intemperie?<br />
A veces con nieve hasta las pantorrillas. Por supuesto que el jeep se rompió y estuvieron media<br />
mañana en vueltas para arreglarlo.”<br />
“El pasaje a la península Ardley es a través de un istmo que con la marea alta queda cubierto por el<br />
mar, entonces hay que aprovechar el momento de bajante para cruzar. Fue justo en ese momento y<br />
lugar que el maldito jeep eligió para romperse, así que ¡¡imagínense el apuro por arreglarlo!!”<br />
“Aprovechamos el rato con Balbino -el jefe de los investigadores- para charlar, quien me ilustró sobre<br />
cosas muy interesantes.”<br />
Esta pingüinera es considerada de las más grandes que hay en las cercanías ya que se compone de<br />
unos quinientos mil ejemplares durante la época de cría. Estos pingüinos son de tipo “Barbijo”.<br />
La actividad principal de una pingüinera, es oficiar como nursery, pues los pichones se concentran allí<br />
cuidados por los adultos, quienes no los dejan alejarse y los protegen de los depredadores.<br />
Mientras uno de los padres va de pesca, el otro se queda y es cómico observar que cuando el padre o<br />
madre llega y los pichones lo reconocen de entre la multitud de otros padres, comienzan a gritarle y<br />
aletear a su alrededor, hasta que el adulto entra en un “estado de nerviosismo” y termina regurgitando<br />
el contenido de su estómago y en el momento en que hace una arcada, “el bebé” aprovecha y hunde el<br />
pico en la garganta del padre para retirar el alimento.<br />
Con frecuencia el tamaño del pichón y el de su padre no tienen mucha diferencia; incluso el pichón parece<br />
más grande que sus padres en algunos casos. La única diferencia es que los adultos nadan para<br />
pescar y están limpios, mientras que los pichones están con su blanca pechera totalmente sucia de<br />
guano y aún conservan el desprolijo plumón gris en partes del cuerpo.<br />
Cuando caminábamos por el terreno totalmente escarpado, el olor a gallinero y el escandaloso graznido<br />
de todos esos pingüinos al unísono, era ensordecedor, pero nos provocaba la sensación de una enorme<br />
fábrica de vida en ese territorio tan árido.<br />
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Memorias de allá, del frío<br />
-Fijate- me decía Balbino- que los pingüinos son monógamos; cuando llega la época de apareamiento,<br />
vienen todos al lugar donde nacieron, desde donde estén. No se sabe mucho de su vida desde que<br />
abandonan la pingüinera al principio del otoño, cuando terminan de hacer el cambio de plumas los adultos,<br />
pero en su momento ellos vuelven y cuando no tienen pareja, los machos galantean a la hembra<br />
caminando a su alrededor, le ofrecen una piedrita, otra y si ella la acepta queda conformado el noviazgo<br />
y hacen un confortable nido de piedritas en forma circular en un pequeño terrenito plano y si es guarecido<br />
del viento mejor y si está cerca del mar, mejor aún.<br />
A partir de ese momento la hembra pone dos huevos y los van a empollar macho y hembra indistintamente,<br />
mientras el otro busca comida. Si por casualidad les falta un huevo, la hembra pone otro y si<br />
vuelve a faltar: otro y otro hasta varias veces. Ellos quieren empollar dos huevos.”<br />
- Que extraño que estén siempre dispuestos a seguir poniendo, además ¿Por qué pueden desaparecer,<br />
Balbino?-<br />
-“Acordate que te dije que acá hay cerca de medio millón de pingüinos, entonces imagináte la enorme<br />
masa de huevos que ponen en total: toneladas”-.<br />
-“Cerca de la mitad de esos huevos son el alimento fundamental para las aves de la región,”- me decía-<br />
“que dependen de ellos para a su vez, alimentar a su prole y vivir ellos, a quienes no les es tan fácil vivir<br />
de la pesca ya que sólo pueden capturar krill en la superficie, que es la especie llave de la cadena alimenticia<br />
en la Antártida”-<br />
Tenés razón, no me había imaginado algo tan cruel, pero es totalmente lógico. Acá no hay pájaros como<br />
los que conocemos en Uruguay, que son herbívoros, pues al no poseer vegetación en la región,<br />
forzosamente tienen que ser especies carnívoras y así formar parte del ecosistema antártico. Uno de<br />
sus alimentos favoritos son los huevos de pingüinos.<br />
-“De sus huevos o sus pichones o incluso de los adultos”- me corregía Balbino –“los pichones son un<br />
plato que los petreles y las skúas aprecian mucho, aunque los petreles negros son capaces de perseguir<br />
a un pingüino adulto, arrancarles el ano de un picotón antes de que se tiren al agua y con eso lo<br />
detienen y se lo comen sin ningún problema”-<br />
Balbino, con su charla tranquila y su paciencia de veterinario de años, era capaz de hablar apasionadamente<br />
del tema, con una pausa característica durante horas y siempre lo que decía resultaba interesantísimo.<br />
“Los pingüinos que habitan más al Sur en la Antártida, son bien diferentes a estos ejemplares magallánicos<br />
y de barbijo que tenemos en la isla. Resultan asombrosos en todo: desde su tamaño, su belleza,<br />
el colorido de las plumas de cabeza y cuello y la manera de vivir. Fíjate que los de la variedad<br />
“Emperador”, miden cerca de un metro con veinte, viven en el continente también en grandes grupos,<br />
pero en condiciones mucho más duras. Lo hacen en la noche antártica; cuando la hembra pone el huevo<br />
que pesa medio kilo se va al mar a pescar para comer, para lo que tiene que recorrer kilómetros y<br />
demora en volver cerca de dos meses. Mientras tanto, el macho permanece con el huevo sobre sus<br />
patas y cubriéndolo con el pliegue del abdomen para que reciba calor ya que se encuentra rodeado de<br />
hielo y en ese lapso ¡no come nada!” –<br />
-“Llega a perder hasta la mitad de su masa corporal y cuando vuelve la hembra, es ella la que se queda<br />
con el adorado huevo y el macho quien se va a comer, luego de una ceremonia de reconocimiento entre<br />
ellos y de bienvenida. Entretanto, la hembra recibe el nacimiento del pollo y lo alimenta con la secreción<br />
de unas glándulas, de contenido graso”.<br />
-“¡¿Qué te parece Doc!? ¿Conocés mucho padres humanos que estén dispuestos a algo parecido por<br />
su prole?”- me preguntaba Balbino.<br />
Luego de esta visita a la pingüinera y la interesante lección de etologia de los pingüinos, volvimos a la<br />
base en la Zodiac, navegando un mar con olas grandes que nos mojaron más de los hubiéramos querido.<br />
Pasamos muy cerca de un témpano que emergía del agua diez metros y era de un increíble color<br />
azul celeste, de hielo de miles de años, seguramente. Tomé las fotos más hermosas que conservo de<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
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Dr. Osvaldo González Contrera<br />
allá.<br />
“El agua estaba tan transparente que desde la borda se podía ver a los pingüinos pasar nadando a una<br />
velocidad increíble y haciendo piruetas maravillosas; por ejemplo ¡son capaces de doblar en ángulo<br />
recto a toda velocidad!”, “a mucha más profundidad el color no se podía creer, el agua estaba como el<br />
buzo que me trajeron “los reyes”, verde azulado, pero más oscuro, nunca había visto una cosa igual”<br />
Una vez instalados Balbino y Toribio (el otro veterinario de los pingüinos) en la pingüinera, se los iba a<br />
buscar los fines de semana para que no se convirtieran también ellos en pygosceles y para que se bañaran<br />
y pudieran hablar con las familias. Entonces, el “wannigan” bruscamente se impregnaba de olor a<br />
gallinero, aparecían objetos tirados por los corredores y se llenaba de la profunda pero sobria alegría de<br />
estos hombres que sufrían como pocos la soledad y la incomodidad, pero de una manera tal, que se<br />
integraban al paisaje que investigaban.<br />
Eran los momentos en que volvía a hablar con Balbino, que bañado y afeitado se disponía, sentado en<br />
la mesa del comedor, a pasar su fin de semana de descanso y reencuentro con los humanos.<br />
Con los reiterados viajes a la pingüinera y a medida que el verano iba pasando a una especie de otoño,<br />
las condiciones de navegación se tornaron más difíciles. Me fui haciendo a la idea de que existía la posibilidad<br />
que un hombre se cayera al mar, o que se produjera un naufragio de la Zodiac, en un agua a 2<br />
o 3 ºC. Esto fue suficiente para sufrir pesadillas con el tema.<br />
Regresé a la pingüinera pasado un mes. Ya casi todos los bichos habían terminado el re- emplume y se<br />
habían marchado. Me encontré con un panorama desolador.<br />
-¿Qué pasó Balbino? ¡Fíjate lo que es esto, un campo de batalla después de la última pelea! Casi vacío,<br />
pichones muertos por todos lados y otros que están agonizando….<br />
-“Es la selección natural Osvaldo. Cuando los pichones pueden tirarse por sí solos al agua para pescar,<br />
a las tres semanas de vida, comienza la temporada de cambio de plumas para los adultos,” -me<br />
explica Balbino-“ Durante las tres semanas en las que los adultos están cambiando las plumas, no pueden<br />
nadar y por lo tanto no pueden pescar y se quedan parados. quietos esperando poder volver al<br />
agua y en ese periodo adelgazan muchísimo-.”<br />
-“El problema es que si los padres entran en el periodo de cambio de plumas cuando el pichón no está<br />
en condiciones de nadar, ¿quién lo va a alimentar? El pobre bichito se queda parado en la costa hasta<br />
que muere de hambre, no tiene reservas para esperar el re emplume de los padres y esto es precisamente<br />
lo que estás viendo”-.<br />
Recorrimos el terreno que había quedado en mi memoria como un enorme gallinero. Se había convertido<br />
en un lamentable cementerio de pichones vivos que sólo tenían un destino. Navegamos de regreso<br />
todos callados en la lancha, por última vez en esta temporada.<br />
Pero la belleza de los alrededores, los témpanos azul celeste, eso estaba igual. La blancura de la nieve,<br />
tal cual y nada cambiaba porque los pichones se estuvieran muriendo, como todos los años desde...<br />
¿Cuánto tiempo hará que esto sucede?<br />
“Esta salida el mar está realmente complicada, con olas de casi dos metros, pero no hay más remedio<br />
que ir a buscar a los investigadores de la pingüinera. Ya hace cuatro días que tendríamos que haberlos<br />
traído, pero el tiempo no lo permitía por mar y menos por tierra; el istmo está bajo el agua del mar enfurecido.<br />
Por radio, Balbino y Toribio informan que sólo tienen alimentos para un día. Desde hace dos días que<br />
están comiendo media ración y ya se les terminó el kerosén de la estufa.<br />
El frío es terrible y en la isla, las olas revientan con estruendo en las negras rocas de la costa y llegan a<br />
golpear los ventanucos del refugio, por lo que casi no pueden salir.<br />
Con el agua a esta temperatura se sabe que un hombre bien alimentado, sano y bien abrigado, de entre<br />
treinta y cuarenta años, puede resistir con vida alrededor de dos minutos, pues la hipotermia lo llevaría<br />
en menos de ese tiempo al paro cardio-respiratorio, coma y muerte. ¿Pero, cómo llegar desde la<br />
costa en estas condiciones, en menos de dos minutos a sacar del agua a alguien?<br />
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Memorias de allá, del frío<br />
Se decide ir a buscarlos en la Zodiac con cuatro hombres, lo mínimo que se puede llevar de tripulación<br />
para darle estabilidad a la embarcación. Los helicópteros chilenos no pueden despegar por la velocidad<br />
del viento y en Marsh están atentos al derrotero de la Zodiac, acercándose personal a la orilla para<br />
cuando pase frente a esa base, para un rescate en caso de necesidad. Los rusos también están atentos,<br />
aunque todos sabemos que si sucede algo con este tiempo, el rescate sería casi imposible.<br />
Entre varios ayudamos a botar la lancha al agua y suben Pelayo el buzo, Luna “Lobo” el mecánico, Gary<br />
“Bravo” y Cantini “Cobra“, el electricista. A pesar de que yo quería ir, no me lo permiten pues dicen<br />
que en caso de problemas, es mejor que yo esté en tierra preparando los auxilios.<br />
De primera, la lancha con el motor al tope de potencia golpea contra la primera ola y casi se da vuelta a<br />
pesar de sus seis metros de largo y su gran peso. Todos se sostienen con esfuerzo a las cuerdas y entre<br />
sí para no caer. Mi corazón da un vuelco pensando en que tendría el primer hombre al agua, pero<br />
logran sortear la rompiente con gran esfuerzo y salen mar afuera haciendo zig-zag.<br />
La escena, por el frío, la poca luz, el viento que reina y que no permite que nadie pueda abrir los ojos<br />
normalmente, se convierte en blanco y negro y la lancha<br />
se ve intermitentemente, cuando la cresta de una ola la<br />
levanta. Adivino las caras de los tripulantes, tensas, sin<br />
palabras, cada uno con la vista enfocada en lo que debe<br />
hacer, las manos atenazando la cuerda de seguridad de la<br />
borda inflada y el vientre contraído pensando en no errar el<br />
rumbo para llegar a la península Ardley.<br />
Se pierden en el horizonte, detrás del promontorio de la<br />
derecha y los minutos son largos. No ha habido apertura<br />
de transmisión del radio, no sabemos si no lo han necesitado,<br />
o si la onda no llega, o si el handy está en el fondo<br />
de la bahía Fildes. Hasta que se rompe el silencio luego de<br />
muchos minutos y la voz aterida de Gary informa que llegaron<br />
y que están embarcando a la gente para volver.<br />
–“El mar está terrible y no se ve casi nada, encontramos<br />
témpanos medianos casi sobre nosotros que no habíamos<br />
visto y casi chocamos. Por favor, estén atentos”- Nos pide<br />
“Lobo”, como si fuera necesario que nos lo dijera.<br />
Nuevamente el silencio de radio y los minutos pasan, hasta<br />
que se oye en el handy abierto: “-¡Hombre al agua, Toribio<br />
se cayó! , volvemos por él, ¡no lo vemos!”<br />
En ese terrible momento nos llega la conversación de los<br />
tripulantes desesperados – “¡Allá!, da la vuelta más cerrada,<br />
por allá, ¡cuidado la ola!, ¡agárrense!, ¡¡cuidado, Lobo,<br />
Lobo, agarráte de mi mano!! “<br />
-“¡Ojo la ola, se cayó, se cayó, cuidado, agárrense!”- truena<br />
la voz de Gary y luego silencio total.<br />
En ese momento me despierto en mi cama bañado en sudor<br />
frío. En un segundo tomo conciencia de que estaba<br />
soñando, que no ha sucedido. Oigo los ronquidos acompasados de Balbino en el cuarto contiguo y doy<br />
gracias a Dios. Desde hace semanas que estoy preocupado por lo que acabo de soñar y tengo preparado<br />
los implementos para hacer recuperación de pacientes con hipotermia.<br />
¿Pero, qué significa todos los preparativos ante un compañero que cae al agua a kilómetros de la costa<br />
en un momento como ése?<br />
Afortunadamente nunca sucedió hasta el momento.<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
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67<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
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PEPE PINGÜINO<br />
69<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
-Acá estoy, tranquilo, paradito a la orilla del mar, deleitándome con la vista de<br />
mi querida Antártida, donde nací y he vivido hasta ahora.<br />
Puedo ver el agua clara con muchas olas, que rompen a mis patas (que no<br />
sienten frío), y más lejos, varios témpanos, esos trozos de hiel grandes como<br />
montañas flotantes, algunos azul celeste, otros más blancos…<br />
Me gusta mucho jugar alrededor de los icebergs; puedo nadar por debajo de<br />
ellos, ver formas extrañas y encontrar deliciosos calamares y bancos de kril<br />
en los recovecos del hielo.<br />
Cuando termina el verano y me alejo de la Antártida hacia el norte, se convierten<br />
en un barco de lujo para transportarme.<br />
-No es por ser presumido, pero soy buenísimo nadando. Muevo mis alitas en<br />
el agua como si volara –nosotros los pingüinos, no volamos-, y uso mis patas<br />
como timón. Así puedo estar sumergido mucho tiempo sin salir a respirar,<br />
perseguir mi comida favorita y jugar con mis amigos.<br />
-Les quiero hablar de mi familia. Yo nací en esta pingüinera de la isla Nelson,<br />
la que conozco muy bien, ya que todas las primaveras regreso al mismo<br />
lugar. Aquí conocí a Cata, mi esposa, en la primera visita que hice a la pingüinera luego de hacerme<br />
adulto. Cuando la vi, mi corazoncito se aceleró y entendí por qué tenía tantas ganas de volver.<br />
-Cata me pareció muy agradable desde el primer momento; empecé a caminar en círculos a su alrededor<br />
y le ofrecí una piedrita que levanté con el pico, pero ella miró para otro lado. Le ofrecí otra piedrita<br />
más lida, la observó un ratito, pasó la cabeza por el guijarro, me miró a los ojos y a mí se me derritió la<br />
nieve pegada en las patas.<br />
-Elegimos un espacio pequeño dentro de la pingüinera y comenzamos a fabricar nuestro nido de piedras<br />
sobre el piso plano. Esta es la ciudad de los pingüinos, el lugar donde nos reunimos en la primavera<br />
para conocer a nuestra pareja, hacer nuestros nidos, empollamos y criamos a nuestros pichones.<br />
Una pingüinera como esta puede tener medio millón de habitantes, todos de la misma especie, que nos<br />
unimos como una gran familia para poner huevos, empollaros y cuidarlos de otros animales depredadores.<br />
-Las skúas, son unas aves similares a las gaviotas, marrones y más grandes que una gallina gorda;<br />
vuelan alto y tienen un pico muy peligroso. Esperan el momento en que las mamás pingüinas han<br />
puesto sus huevos para robarlos y comérselos. Imagínense que en la pingüinera, pueden haber más<br />
de doscientas mil parejas poniendo huevos al mismo tiempo!!!. Todo lo que nosotros perdemos en ese<br />
momento cuando nos atacan, lo ganan otras especies animales, en alimento. Es doloroso, pero así es<br />
la cadena alimenticia en este lugar tan inhóspito del planeta.<br />
-Yo pertenezco a la especie de Adelia, una de las dieciséis que los científicos han contabilizado en el<br />
continente antártico. Puedo hablar de otros familiares, como los que viven más al norte, en las costas<br />
de Sudamérica, de Sudáfrica y Tasmania, unos hermanos bajitos que no superan los cuarenta centímetros<br />
de altura. Hay otros que se llaman Barbijos, Papúas, Macaroni y los primos del sur, los más grandes<br />
y lindos, los Emperadores, con plumas de colores en la cabeza y en el pecho y que miden un metro<br />
veinte de alto. Siempre admiré a estos parientes tan impresionantes en aspecto y tamaño; es que ellos<br />
viven en el continente antártico, muy lejos del océano y sobre el hielo eterno. Una vez que la pingüina<br />
pone el huevo, se lo pasa al papá, éste lo guarda en su pliegue de la panza y sobre las patas y así soporta<br />
más que seis semanas de blizzards, tormentas, temperaturas bajísimas, mientras la mamá camina<br />
hasta el mar, quizás doscientos kilómetros de distancia, para alimentarse y cargar provisiones para<br />
su esposo y futura cría. Cuando la mamá regresa, es el turno de papá de ir a comer y procurar más<br />
alimento. Le pasa el huevo y sale a andar el largo camino hacia el mar, único lugar donde nosotros<br />
podemos encontrar alimento. Cuando nace el pichón de Emperador, se alimenta de lo que sus papás<br />
han guardado durante semanas y regurgitan para él.<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
-Cata y yo nos mantenemos inmóviles desde hace algún tiempo, pues estamos ahorrando energías…<br />
¡pero tengo hambre! Es que estamos cambiando nuestro traje de gala, si, el esmoquin… todos los años<br />
cambiamos las plumas y mientras tanto, no podemos nadar porque no tenemos protección térmica contra<br />
el frío. Pero observamos felices como nuestros pichones han crecido este año y desafían el oleaje tirándose<br />
desde las rocas… Fue una suerte que aprendieran a pescar por su cuenta antes de nuestro desplume,<br />
pues muchos de nuestros vecinos tuvieron que ver impotentes, como sus pequeños morían de hambre,<br />
paraditos a la orilla del mar, ya que no habían aprendido a alimentarse por sí mismos antes del cambio de<br />
plumas de los adultos.<br />
-La Antártida, nuestra madre tierra, tiene reglas que nos permiten vivir felices, pero pagamos precios muy<br />
altos. Lo importante aquí es que la especie sobreviva a través de los siglos... Si nosotros fuéramos más<br />
de los que ya somos (y somos muchos), terminaríamos con las existencias de pequeños calamares y kril<br />
que nos alimenta y que a su vez es comida de otros animales más grandes, como las ballenas. Por eso,<br />
entendemos que muchos pichones deben morir cada temporada y muchos huevos deben perderse, para<br />
salvaguardar el equilibrio natural que nos ha mantenido con vida durante tantos miles de años en el peor<br />
clima del mundo.<br />
-No hablé aún de los humanos; no hay muchos por aquí, aunque cuando aparecen, les encanta observarnos<br />
como si fuéramos unos bichos de los más raros, ¡…ejem! Nosotros pensamos lo mismo de ellos, pero<br />
como somos muy educados, no se lo hacemos notar… sabemos que adoran fotografiarnos, espiarnos y<br />
tomar notas sobre nuestras costumbres. Aprendimos a conformarlos y dejarlos contentos aproximándonos<br />
con cara de curiosidad, aunque en realidad no tienen nada que nos llame demasiado la atención. Efectivamente,<br />
nos parecen graciosos todos los esfuerzos que tienen que hacer para adaptarse a vivir en nuestro<br />
hábitat y creo que en cierta forma hasta los compadecemos… Oímos que se burlan de nuestra torpeza<br />
para caminar sobre la nieve… ¿Cómo nadarán ellos? Nunca vi ningún humano nadando por acá. Por<br />
suerte no son demasiados en la zona, aunque un familiar explorador que se arriesgó y llegó hasta las costas<br />
de América del Sur, nos contó que pueden llegar a ser más que nosotros en sus pingüineras humanas…<br />
Acá cerca, hay un lugar donde viven humanos y es gracioso ver las caras que ponen cuando salen de sus<br />
barracas y hay una pequeña ventisca, parecen unos pollos desgraciados tirirtando a pesar de que se llenan<br />
de capas de ropa. Viven en unas barracas blancas, sobre pilotes tan altos que yo podría pasar por debajo<br />
sin agacharme y navegan en el mar con unos vehículos negros que hacen mucho ruido pero que son muy<br />
lentos. A nosotros nos gusta pasarles por debajo y jugar a su alrededor, para que se den cuenta de lo torpes<br />
que son.<br />
Lo único lindo que tiene la pingüinera de las personas, de acá cerca, es que en una de las barracas tiene<br />
una pintura como de una bandera que tiene un lindo sol amarillo y unas cuantas franjas azules y blancas a<br />
su alrededor.<br />
-Dentro de unas semanas, Cata y yo nos separaremos hasta el año entrante. Nuestra relación durará<br />
mientras los dos estemos vivos y será maravilloso cuando en la próxima primavera lleguemos por miles a<br />
esta isla y nos llamemos para el reencuentro…<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
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“Dudo que en otro momento de mi estadía en la Antártida haya pasado algo que me afectara tanto”<br />
XIII<br />
LA HEPATITIS<br />
71<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
“Adorada Bea, hijitos míos:<br />
“Ayer se fue al avión y eso marca otro jalón que acerca el momento del reencuentro.”<br />
“Cuando leí las cartas y sobre todo, cuando escuché el casete, me embargó una enorme emoción al<br />
oír esas voces tan queridas y me llegó muy profundamente tu monólogo, Bea, tan calmo, tan maduro,<br />
que me da la sensación que estás dominando la situación perfectamente”.....<br />
“He escuchado la cinta todas las veces que Gary me puede prestar su walkman y sus pilas, esto último<br />
es lo más difícil de conseguir y me acuesto a oscuras a escucharlos a todos ustedes; te aseguro que no<br />
lloré (solo casi)”<br />
En febrero, cuando la construcción del hangar estaba ocupando los afanes de toda la base y todo el<br />
mundo pasaba muchas horas a la intemperie, “gozando” de un excelente tiempo, sin nevadas, tormentas<br />
ni ventiscas, parecía que la sensación de lejanía y falta de los seres queridos se acotaba sólo a las<br />
pocas horas de la noche. Fue en ese momento, que una mañana me avisan que tengo una llamada.<br />
El camino de doscientos metros desde la obra hasta la cabina de los radios se hizo interminable y mientras<br />
corría, sentía una opresión en el pecho y se me pasaron por la cabeza las locuras de Memo, las<br />
rabietas de Agus, la salud de Nenina, la madre de Bea y la de mis padres.<br />
Cuando la voz seria de Bea me dijo: “Victoria tiene hepatitis”, tardé un instante en darme cuenta de la<br />
magnitud del problema en una liceal, mi nena, conmigo lejos, con su mamá sola con el cuidado de sus<br />
hermanitos, casi en el comienzo de clases.<br />
“Dear Daddy:<br />
“Comenzaría de buena gana con française, japonés, english, pero no creo que me entiendas, el japonés,<br />
claro. . .”<br />
“…Cuando llegamos al apartamento de la abuela para almorzar, fui al baño a quitarme el rimel de los<br />
ojos, porque el domingo de noche fui al cumple de 15 de Eve, q` me divertí de lo lindo y me hice amiga<br />
de una chica amiga de Evelyn, que va a Santa Rita.”<br />
“Entonces quedamos en ir juntas a ver las listas y pedir “al dire” que nos pusiera juntas. Después nos<br />
íbamos a quedar en el patio con los compañeros de clase a paviar 1 rato, ¡grr, que rabia que no lo pueda<br />
hacer!”<br />
“Te sigo con el cuento, a eso de las 2.30 am los papis de Eve, me llevaron a casa y como nos levantamos<br />
re- temprano no tuve tiempo de mirarme y limpiarme los ojos... ¡Cuando los miro!, ah un color amarillo<br />
inmundo y el pis de color coca- cola.”<br />
“Entonces fuimos a buscar a la Tity para ir a primeros auxilios, la doc me vio y volando me mandó a<br />
hacerme un examen hepático. Salí de allí llorando como una bobita, con decirte q` hasta q` no Salí del<br />
hospital, 1 hora después no paré de llorar”. . .<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
“A propósito, no me dijiste si te gustaron las canciones q` te mande. Espero q` si, te digo q` para estar<br />
con hepatitis estoy bastante animada. Debe ser porque me paso el día escuchando música, o el casete<br />
de video, la música me anima pila y así el tiempo me pasa más rápido a pesar de q` estoy aislada de<br />
todo en mi cuarto y q` estoy con la TV color de la Tity y su video”<br />
“Good Night father! ...I miss you so, so much”<br />
Victoria<br />
No recuerdo que más nos dijimos en esa charla que fue breve, sólo rememoro la sensación de confusión,<br />
de pesadumbre, de culpa, que me inundó en ese momento que me vi con mi hija enferma de algo<br />
serio, conmigo en el culo del mundo y en los pocos lugares imaginables de todo este planeta donde uno<br />
no puede decir: ¡me voy en el próximo vuelo!, porque no hay vuelos regulares.<br />
-¿Que te pasó Osvaldo?- Me preguntó Gary, que fue el primero que me encontró en algún lugar sentado<br />
sobre una roca, con la cabeza entre las manos.<br />
Tampoco recuerdo claramente que contesté, ni si estaba llorando, no importa, por dentro sólo yo sabía<br />
cómo me sentía: inútil, negligente, con mis hijos chicos y mi mujer lejos. y yo acá, en este desierto, jugando<br />
a los aventureros<br />
Durante el resto de la mañana vagué por el terreno pateando piedras, pensando que el pateado debía<br />
de ser yo, pero cerca del mediodía hablé con el jefe Pereira para pedirle mi relevo en el siguiente vuelo<br />
y solicité a los radio una comunicación a casa para la tarde. Dadas las circunstancias, no me pusieron<br />
inconvenientes.<br />
Pereira, comprendiendo mi situación, me explicó que debía comunicarse con el <strong>Instituto</strong> <strong>Antártico</strong> en<br />
Montevideo para plantear el caso y que lo haría ese día. Entretanto, en nuestra pequeña comunidad, la<br />
noticia de la enfermedad de Victoria corrió como el viento y no hubo quien no me acercara una palabra<br />
de aliento, una palmada en la espalda, o una señal de reconocimiento por una u otra ayuda que en<br />
algún momento habré dado. Porque todos cuando estamos lejos sentimos que lo que sucede en casa<br />
es siempre más grave.<br />
Cuando hablé a casa, me enteré que se había instalado una especie de plan desastre, con Victoria en<br />
cama con todas las medidas higiénicas para no contagiar a nadie. Beatriz, como una leona, organizó<br />
todo y estuvo en contacto con los médicos ya que el diagnóstico no era de hepatitis viral confirmada y<br />
quedaba pendiente la causa. La abuela Nenina, la tía Alicia y mis padres, acompañaban y cuidaban a<br />
los tres varones.<br />
En la base traté de continuar con las actividades, pero sin poder apartar la mente de mis mujeres ni de<br />
mis varones, imaginando las dificultades de la organización de una familia ya de por sí grande y con la<br />
principal ayuda, la de la hermana mayor, jaqueada.<br />
En ocasiones, terminado el trabajo y en mi cama panza arriba, recordaba la voz, las expresiones, los<br />
detalles de cada uno de los integrantes de mi familia.<br />
Recordaba los ojos de Victoria y de Beatriz, con la misma expresión misteriosa, de secreto encanto,<br />
con la mayor expresividad, o la sensación de algún secreto profundo acorde con su estado de ánimo.<br />
En eso, las dos son iguales.<br />
Recordaba la manera de caminar, de moverse, de los varones, la pequeña naricita de Guille y las orejas<br />
de Memo, que parecen pararse cuando pone cara de ingenuo luego de hacer una picardía y la expresión<br />
de Agus cuando ve algo que lo emociona, abriendo esos ojos desmesuradamente.<br />
Sus manos, sus pies, sus aromas, todo se representa en la memoria, sobre todo cuando yo los convocaba<br />
en mi cabeza para tenerlos más cerca. ¡Ah, Guille, cuando duerme con la punta de la lengüita<br />
afuera, asomando por la boquita rosada! y también lo que era Vito, con la bicicleta nueva, cuando volvimos<br />
pedaleando desde el centro y nos turnábamos ¡qué contenta que venía y qué contentos todos!<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
72
73<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
“Querido Papi:<br />
“…Pero ahora estoy re- contenta ¡porque no tengo hepatitis! y solo tengo que estar 2 semanas en cama,<br />
aunque me gustaría empezar las clases la semana que viene como todos.”<br />
“Mira, si no fuera por mami tendría que comerme 2 meses, es una genia, ¡pensar que todo me lo diagnosticó<br />
ella! Hoy cuando fui al hospital era la primera vez que salía después de una semana y me sentía<br />
algo extraña.”<br />
“Me sacaron sangre y el resultado fue que solo tengo un toque hepático por las hormonas que estaba<br />
tomando. ¡Y el ginecólogo no sabía eso!”<br />
“Eso sí, dentro de 2 semanas me toca lavar hasta el piso. Bueno espero que estés tan contento como<br />
nosotros y que te quiero mucho”<br />
Besos besitos besotes<br />
Victoria “<br />
“Luego de la llamada me quedé muy reconfortado porque la nena se siente bien, porque supiste manejarte<br />
de manera soberbia con ese problema Bea y sabiendo que las cosas están volviendo a la normalidad,<br />
para mí es un alivio que no les puedo explicar”<br />
“Les envío todo mi amor y mi devoción y como últimamente estoy haciendo, esta noche voy a rezar por<br />
ustedes”<br />
Papá<br />
Dudo que en otro momento de mi estadía en la Antártida me haya pasado algo que me afectara tanto y<br />
me pusiera en duda a mí mismo como padre como este episodio, que por supuesto, visto desde la distancia<br />
y la imposibilidad de hacer nada, para mí se magnificó hasta el infinito.<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Despacho del Jefe Soviético.<br />
Néstor, Sasha, yo y Pasha. Abajo, Petrel Pereyra<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
74<br />
Reunión en Artigas, con Yuri.<br />
Crazy Horse, en primera fila<br />
Las “Vinchucas” de los rusos, apoyando las descargas de la Base Artigas
XIV<br />
LOS SOVIETICOS<br />
75<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
“Para la gente de Artigas la presencia de los soviéticos es fundamental ya que no sólo significa una enorme ayuda<br />
en lo que es préstamo de vehículos y conductores, sino también en lo afectivo, porque muy difícil que necesitando<br />
algo, grande o chico, fácil o difícil de conseguir, que los soviéticos no estuvieran al instante con su grito antártico<br />
de guerra: “¡no problem!”.<br />
Cuando se fue la dotación anterior, a Yuri, el jefe soviético, le dejaron como trofeo una banderita de<br />
nuestro país pegada a la hombrera de su campera americana, que él paseaba con mucho orgullo hasta<br />
el día que regresó a su Leningrado natal (hoy San Petersburgo) y lo hizo con su banderita uruguaya.<br />
Lo otro que le dejaron y de lo que no estaba menos orgulloso, era su apodo “Crazy Horse”, (Caballo<br />
Loco). Seguramente por su manera de conducir los vehículos por esta tierra, sin carreteras ni caminos,<br />
Yuri Petrovich era el típico hombre de la transición de la URSS, de la Perestroika de Gorbachov hacia la<br />
Rusia actual, sumido en una organización restringida y controladora, pero con una actitud de gran apertura<br />
hacia la realidad y su entorno.<br />
“En su despacho uno se siente como en casa, salvo por tener que hablar en inglés y por la profusión de<br />
banderas y símbolos soviéticos. Si hay algo poco soviético en este mundo, es Yury”<br />
A nuestra bienvenida vinieron Yuri e Iván, el segundo de su base, a cenar a Artigas en uno de sus gigantescos<br />
camiones. Nos habían traído desde el aeropuerto, en la caja del camión a toda velocidad y<br />
Gary, recién llegado, venía gritando como un niño, entusiasmadísimo, prendido a la baranda en las locas<br />
subidas y bajadas del camino.<br />
Iván, pálido, delgado e inexpresivo, parecía estar siempre en pugna con lo que Yuri decidía. Según se<br />
decía, era el comisario político del Partido Comunista en Bellingshausen. Casi no hablaba inglés, pero<br />
gustaba hablar de su patria chica (no tanto) Siberia, de los paisajes y de los fríos del invierno.<br />
Cuando veía que no entendíamos lo que decía en su mezcla de ruso, español e inglés, decía: “I translate”<br />
(traduzco) y recomenzaba con la explicación, en el mismo engendro de idioma que siempre usaba.<br />
Por supuesto, nadie entendía nada, nadie se reía y todos guardábamos respetuoso silencio con cara<br />
neutra de haber comprendido.<br />
Para la gente de Artigas la presencia de los soviéticos es fundamental ya que no sólo significa una<br />
enorme ayuda en lo que es préstamo de vehículos y conductores, sino también en lo afectivo, porque<br />
era muy difícil que necesitando algo, grande o chico, fácil o difícil de conseguir, que los soviéticos no<br />
estuvieran al instante con su grito antártico de guerra: “¡NO PROBLEM!”.<br />
Y se aparecían en el horizonte con las PTS o “vinchucas” (según el bautizo de algún oriental de Artigas).<br />
Unos enormes vehículos de oruga con capacidad para trasportar veinte personas, algunos de los<br />
cuales eran anfibios y que no conocían obstáculo alguno ya fuera un enorme repecho o un profundo<br />
barrial con nieve.<br />
La “vinchuca” llegaba bufando y de su interior se asomaban las cuadradas cabezas con pequeños ojos<br />
claros, pelo rubio y salían de entre los fierros con su típico aspecto eslavo, grandotes y macizos, fueran<br />
muy altos o más bien bajos, todos fornidos y muy alegres.<br />
Con esas “vinchucas” los rusos nos llevaban, nos traían y nos desembarcaban la carga de barcos que<br />
al pasar por Montevideo, solidariamente, nos la traían y que consistía en miles de litros de gasoil, nafta<br />
de avión, comida, bebidas, repuestos, materiales de construcción, algún vehículo, etc., etc. Esto requería<br />
un trabajo de más de un día entrando al agua, llegar hasta el barco, cargar, volver, salir del agua en<br />
el Puerto de los Chilenos, donde almacenábamos el combustible para el avión. O recorrer los siete kiló-<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
metros hasta Artigas, para emerger en la playa como un gran monstruo prehistórico y desembarcar toneladas<br />
de material.<br />
“Cuando llegamos al barco en la lancha Zodiac, la Vinchuca ya estaba cargada con veinticinco tanques<br />
de doscientos litros de nafta de aviación, de un total de setenta y cinco tanques que hay que descargar....”<br />
“Regresamos en nuestra lancha a la costa acompañando la vinchuca por cualquier inconveniente; la<br />
vinchuca sale del agua con sus orugas de diez metros de largo y toma por el camino del aeropuerto,<br />
haciendo un ruido de mil demonios y largando humo como loca…”<br />
“Este aparato, como todo lo ruso que conocemos, es de una potencia increíble, de una fortaleza fuera<br />
de serie y una rusticidad difícil de creer. Por ejemplo, para bajar y subir la rampa de atrás que pesa<br />
unos cuatrocientos kilos, tiene que ponerse todo el mundo a hacer fuerza, porque carece de cualquier<br />
sistema mecánico o electrónico para hacerlo”<br />
Nos llamaba la atención la potencia de esos motores y lo rústico de estos vehículos, así como los pocos<br />
miramientos para hacer los “arreglos” que tenían los “ingenieros” (que era como se auto-definían los<br />
conductores). Con frecuencia, algún perno de las orugas se deslizada hacia fuera y amenazaba con<br />
desarmarla, lo que era percibido por el conductor por el ruido de roce en la carrocería. Entonces, colocaba<br />
el vehículo en la posición adecuada, se asomaba por la borda con un enorme martillo y con uno o<br />
dos certeros golpes, solucionaba el desperfecto desde arriba y, ¡No Problem!<br />
Años después viendo la película “Armagedon”, donde un cosmonauta ruso se une a la expedición por<br />
accidente y cuando la nave tiene que huir del asteroide y no enciende y los pilotos americanos desesperados<br />
comienzan a buscar causas, el ruso dice que él sabe cómo hacer. Le advierten que las partes<br />
electrónicas son muy sofisticadas, pero él responde: - Partes americanas, partes rusas, ¡ son todas<br />
hechas en Taiwán¡ - y tomando una gran llave la emprende a golpes contra el mueble que estaba fallando,<br />
entonces la nave enciende bruscamente. Este episodio me pareció calcado de lo que los muchachos<br />
rusos pueden llegar a hacer en circunstancias parecidas.<br />
Una vez que entramos en confianza con ellos, antes de verlos llegar oíamos los motores, luego los gritos<br />
– Oso urruguayo!! Priviet, Hello ¡ Garry, Oswalda, Niéstor ¡ y luego aunque sólo hubieran pasado<br />
pocos días, venían los abrazos de oso, los besos en las mejillas y las palmadas en la espalda, con una<br />
fuerza como si se tratara de una lucha entre locos furiosos.<br />
La charla siempre era a los gritos, con la típica mezcla de español que varios hablaban muy bien por<br />
haber estado en Cuba; en ruso, del que yo había aprendido algunas palabras y el inglés que sólo los<br />
rusos pueden asesinar de esa manera. Por ejemplo, su queja más frecuente era que tenían “Mieny rabota”,<br />
que traducido es: mieni = many (mucho en inglés) y rabota: que quiere decir trabajo en ruso, (de<br />
donde sale el término “robot”).<br />
“En un rato cayeron dos rusos al refugio Rambo: Víctor, el encargado de la recepción de las imágenes<br />
meteorológicas del satélite y un astrónomo y técnico en computación llamado Volodia, altísimo y con<br />
cara de bebé, ambos de Stalingrado y con enormes ganas de hablar con otras personas”<br />
Pero si la invitación era por algún motivo más protocolar, llegaban en otras condiciones: de traje y corbata,<br />
con algún regalo a veces muy hermoso, con modales tan correctos, como la vez que estaban las<br />
chicas argentinas que pasaron un tiempo en la base y con elegancia y total naturalidad les besaban la<br />
mano (cosa que por supuesto, las dejó fascinadas).<br />
Misha, el médico ya era veterano en la Antártida. Se trataba de un hombre muy alto, cincuenta años,<br />
robusto, con tristes ojos celestes y cara de perro sabueso, pero capaz de una gran calidez y de atenciones<br />
muy finas.<br />
Cada vez que llegaba a Artigas, pasaba por mi cuarto, en el que por supuesto yo nunca estaba y me<br />
dejaba regalos, algunos insólitos y muy bonitos. Desde un florero de cristal, o un mantel de hilo o pescado<br />
conservado en sal envuelto en papel manteca, cuyo nombre nunca pude saber, porque con<br />
Misha, mi amigo y colega, nunca nos pudimos entender hablando. No hablaba español ni inglés y yo<br />
sólo aprendí pocas palabras en ruso, por lo que nuestras conversaciones iban por algunas palabras en<br />
latín o griego que los médicos un poquito conocemos y con muchos gestos.<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
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77<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
El otro médico que tenían los rusos durante el verano, era un anestesista llamado Konstantin, un rubio<br />
de bigotito, más joven y con muy buen inglés, que se declaraba ferviente anticomunista y que proclamaba<br />
la caída de la URSS delante de Misha, que según se decía era del Partido Comunista, pero como no<br />
entendía. . .<br />
Konstantin tenía modales mucho más modernos que Misha ya que éste parecía un caballero de principios<br />
de siglo.<br />
“Konsta” quería volver a salir de misión a todos los sitios posibles, hasta que la transición pasara en su<br />
país y pudiera regresar sin comunismo.<br />
En una visita a Artigas, “Konsta” vio que un “radio” estaba como en trance frente a un juego Atari, (este<br />
compañero era capaz de pasar todo un domingo sentado jugando y sólo levantarse para comer) y<br />
quedó totalmente fascinado, porque él tenía un juego igual en Leningrado, pero no tenía los casetes.<br />
Me pidió que le diera unos cuantos y aquí comenzó un episodio largo e incómodo: los pedidos de Konstantin<br />
para que se los diera y su increíble incapacidad de entender que no se los podía dar porque no<br />
eran míos sino de la base y por lo tanto, un bien de todos.<br />
Una mañana, Konstantin se aparece en la base con una manta de lana nueva, de muy buena calidad y<br />
me la ofrece para cambiarla por dos o tres casetes de Atari. Nuevamente le explico que no puedo<br />
dárselos por que no son míos, hasta que finalmente me deja de cualquier manera la manta para que se<br />
los consiga en Montevideo, por intermedio de Beatriz, para mandárselos por Misha ya que él volvía a su<br />
país.<br />
Comentamos este episodio entre los compañeros y quedamos muy extrañados de la nula discriminación<br />
de Konstantin entre lo que son los bienes de la colectividad y los propios. Un hombre técnico, culto<br />
e inteligente, como si se tratara de una actitud cultural de su sociedad.<br />
Esto me hizo temer, mirando la preciosa manta que aún conservo, si en un algún momento no vendrían<br />
de la base rusa a reclamarme y acusarme de robar sus cobertores. Por supuesto que de inmediato,<br />
para mis compañeros pasé a ser “el turco” mercachifle de la base, comerciante del trueque, etc.<br />
“Estuvimos en el hospital de Bellingshausen a visitar a Misha y ya de paso llamar a la casa de Nicolai<br />
para ver si estaba, porque vive en la cima de una colina tan empinada y tan alta que realmente da pereza<br />
subir por las dudas.”<br />
“A los pocos minutos de llegar al hospital estábamos sentados tomando café con los colegas. No demoramos<br />
mucho y cuando nos íbamos, Misha me regaló el palo de mortero y la cuchara de madera que te<br />
estoy mandando Bea, porque son para tí y cuatro pescados secos, que realmente no sé que hacer con<br />
ellos. Menos mal que les llevé unas galletas dulces.”<br />
Los soviéticos están a veinte mil kilómetros de distancia de su patria y con frecuencia tenían serios problemas<br />
de abastecimientos. Además de la situación política de la URSS en esos momentos, (recordar<br />
que en el año 90 durante la URSS de Gorbachov, fue que cayó el muro de Berlín) y tenían que pasar<br />
penurias incluso con la comida, por lo que visitar Artigas, reconocido restaurante de la Isla, era una opción<br />
siempre bienvenida por todos ellos.<br />
“De tarde avisaron que iba a venir Yury Petrovich a despedirse porque regresaba a casa y se invitó<br />
además al otro Yury y al nuevo jefe Pavel. Cuando llegó el momento, aparecieron Yury con el otro Yury<br />
y seis tipos de color amarillo, que resultaron ser coreanos del norte que están pensando poner una base<br />
por acá y vinieron en el barco ruso a adquirir un poco de experiencia.<br />
“A su cabeza vino un tal “Ministro de Meteorología” y varios técnicos, algunos con unas caruchas muy<br />
poco recomendables y unos modales aún peores”.<br />
“Nos sentamos a tomar un whisky y picar algo y apenas se entonaron, comenzaron a servirse entre<br />
ellos sin el menor protocolo, pero cuando pasamos a cenar fue el acabóse, porque seguían tomándose<br />
todo y eructando como una gracia”<br />
“Para completar la cosa, “el Ministro” gritó “Com Pei” que parece ser una invitación al trago ( algo así<br />
como “fondo blanco”), se sirvieron sendos vasos de vino de 300 cc y se los mandaron de un buche. A<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
esa altura, para servirse ponían los vasos en fila y no levantaban la damajuana, imaginate como quedó<br />
la mesa.”<br />
“Se fueron esos locos con un pedo que no podían ni hablar. Al “Ministro” yury lo metió en la caja del<br />
camión junto con sus coterráneos y menos mal, porque vomitó todo al momento en que subió. Quedamos<br />
mirándonos entre nosotros sin saber que decir...Lo que es esta Antártida, ¿no?”<br />
En Artigas teníamos un visitante muy asiduo que aparecía siempre que podía; era un conductor de camiones,<br />
bajito, algo encorvado y con una barba candado a lo Chejov, que hablaba bastante bien el español,<br />
de unos sesenta años de edad y que nos decía –“Yo ser ingenierro de motores”- y ni bien llegaba<br />
comenzaba con: “Por favor escuchar”- decía a cualquiera que encontrara, con voz baja – “Por favor<br />
necesitar caramelos o chicles parra mi pequeña hija, tener?”- Al principio alguna cosa le dábamos por<br />
agradecimiento a sus compatriotas, hasta que al fin nos pedía cualquier tipo de cosa, incluido alcohol,<br />
todo para su pequeña hija y con frecuencia los muchachos le preguntaban –“¿Che, Porfavorescuchar<br />
no precisar preservativos para tu hija?”<br />
Más adelante “ Porfavorescuchar” como lo empezamos a llamar, se hacía escapadas hasta Artigas a la<br />
hora de comer para mandarse una comida extra y tomarse unos vasos de Coñac Juanicó, (que encantaba<br />
a todos los soviéticos), o vino, o lo que fuera, hasta que un día que estaba en el comedor a la hora<br />
del almuerzo, apareció Yury “Crazy Horse” sorpresivamente. En ese preciso instante<br />
“Porfavorescuchar” desapareció debajo de la mesa y en el segundo que nos distrajimos para recibir al<br />
jefe ruso no volvimos a ver a nuestro amigo fugitivo. De cualquier manera parece que Yury lo vio, porque<br />
sacó la cabeza para afuera por la puerta y gritó una frase en ruso a toda voz y volvió a entrar. Al<br />
pobre “Porfavorescuchar” no lo volvimos a ver en Artigas; lo veíamos sí, trabajando en Bellingshausen.<br />
Queda claro que los rusos son gente ingeniosa y dispuesta a sacar provecho de su estadía en esta región,<br />
porque cada uno de ellos hacía gala de una gran habilidad para fabricar objetos comercializables.<br />
Cuando llegó el contingente de turistas internacionales a Marsh, todos de gran poder adquisitivo, los<br />
rusos se ingeniaron para ofrecerles objetos de verdad interesantes para la venta: Piedras de jaspe verde<br />
o rojo pulidas y engarzadas en preciosos collares o pulseras rústicas, álbumes de fotos de la fauna<br />
local en blanco y negro con sellos de su base, de gran tamaño y bien logradas, (las fotos eran conocidas<br />
porque nos habían regalado a todos ejemplares iguales), cuadros al óleo hechos casi al instante y<br />
por supuesto, las preciosas artesanías rusas: matriushkas, típicas cucharas de madera de todos los<br />
tamaños, muy bien pintadas con motivos de frutas y hojas en rojo, verde y amarillo sobre negro, que<br />
ellos usan como cucharas normales y chapkas (gorros de diferentes pieles).<br />
Entrar de visita a sus casas en la base soviética, era hacerlo a un gran aposento de techo muy alto y<br />
enormes dimensiones, todas elevadas sobre altos pilotes y a pesar de las dimensiones y el clima exterior,<br />
nunca hacía frío adentro.<br />
Al entrar, te ofrecen una botas de fieltro muy grueso que llega hasta la mitad de la pierna, para ponerse<br />
en lugar de los zapatos, para no ensuciar y ¡qué calentitas y cómodas!<br />
El mobiliario es todo anticuado, pobre y enorme; uno puede entrar en un ropero por una puerta y salir<br />
por la otra sin la más mínima dificultad.<br />
Siempre pueden sacar de un armario un juego de copas o un mantel finos, fantásticos que hace que<br />
uno se pregunte: ¿para qué lo trajeron a la Antártida? Uno termina pensando que se trata de una costumbre<br />
al poner la mesa cotidiana, una parte de su idiosincrasia a la que no se puede renunciar, o<br />
quizás no conciben otra manera de comer. (¿Qué pensarán entonces de nosotros en Artigas, con mesa<br />
de comida abundante, pero mantel de hule y vasos de dulce de leche?) Resulta cómico ahora que lo<br />
pienso.<br />
Sus camas son de hierro, como las de los años ‘20 en Uruguay, pequeñas en medio de una gran habitación,<br />
acompañadas de una diminuta mesa de luz metálica, como las de los hospitales de Salud Pública.<br />
El baño, que es solamente una taza y un lavamanos (para bañarse hay un sauna en toda la base y ninguna<br />
otra cosa) y el escusado, que es un WC puesto en una altura, sobre otros dos escalones. Debajo,<br />
en el piso, en el exterior, a dos o tres metros, un tanque de doscientos litros con agua. . .y lo demás, sin<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
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Dr. Osvaldo González Contrera<br />
cisterna para no desbordar el tanque enseguida. ¿Quién será el desgraciado que los tiene que vaciar?.<br />
En las paredes del escusado ponen fotos de tamaño casi natural de chicas Play Boy, como un ejemplo<br />
del más descarnado masoquismo en esa soledad.<br />
Cuando por primera vez fui al hospitalito de Bellingshausen, entré y empecé a gritar: –Hello, someboby<br />
at home?, hello-, hasta que apareció Misha con su cara amable y triste, pero contento de verme, porque<br />
me estaba esperando. Tenía, como en todo vecindario pequeño, noticias de la presencia de un nuevo<br />
médico.<br />
“Luego de una breve recorrida nos sentamos a charlar. Fue a preparar té y trajeron unos bombones que<br />
son muy ricos y unas galletas de cebada que son muy feas y luego una botella de una bebida alcohólica,<br />
que ellos mismos destilan en el hospital con pasas de uva.”<br />
“La calidez de estos hombres es similar a la que ya habíamos encontrado en los otros muchachos soviéticos;<br />
llama la atención su sencillez y el enorme interés que tienen en contar lo de ellos y saber de<br />
nosotros”<br />
Me mostró las instalaciones, todo muy limpio y muy grande. El consultorio odontológico con ¡ Un torno<br />
de poleas!. Creo que antes de tener que tratarme con ese instrumental, preferiría tirarme al mar.<br />
“Me pidieron que por favor almorzara con ellos y me quedé ya que Gary se tuvo que volver a Artigas. La<br />
comida: un plato de sopa picante, rica y tallarines con carne picada hervida, imbancables y un vaso de<br />
agua de orejones, con los orejones incluidos.”<br />
“Antes de entrar al comedor, Konstantin me dijo – Bueno, ahora ojo con lo que se dice porque hay orejas<br />
muy grandes acá adentro y escuchan todo- “<br />
“Luego del almuerzo me despedí de cada uno de ellos con un fuerte abrazo y por supuesto, un beso.<br />
¿Qué manía no?”<br />
Todo lo que pertenece a los rusos, sus casas, su base, su ropa, ellos mismos, tiene un olor agrio particular<br />
que es difícil describir, pero que años después cuando compré un auto nuevo, ruso, reconocí inmediatamente:<br />
ese olor penetrante que es característico y que sin ser muy agradable, se volvió soportable<br />
al hacerme acordar de mis amigos.<br />
El hombre rana, Sasha, era una permanente fuente de sorpresas para unos pobres y friolentos orientales,<br />
que lo mirábamos sorprendidos cuando aparecía en Artigas con uno o dos grados bajo cero vestido<br />
solo con un bucito de lana, en una lancha medio desinflada, con su pequeño motorcito. Bajaba en zapatillas<br />
y se empapaba las piernas hasta las rodillas.<br />
Como si nada, entraba al comedor a tomar lo que fuera. Lo hemos visto zamparse una botella de coñac<br />
en un rato, mientras rasgueando la guitarra cantaba preciosas canciones rusas con su esplendida voz<br />
de bajo y pasaba horas de cantata y contrapunto con Néstor. En una oportunidad en que Néstor hizo un<br />
precioso solo de guitarra, Sasha dio vuelta la mesa, tomó a Néstor de la cara y le dio un sonoro beso en<br />
cada mejilla y le gritó “¡you maestro!”, lo que terminó en una gran carcajada general, porque fue el único<br />
momento en que se entendieron hablando.<br />
Luego se marchaba de madrugada con su precario vestuario, tal cual vino, subiendo a la lancha con el<br />
agua por las rodillas. Mientras que a nosotros, si al embarcar se nos metía agua en las botas, durante<br />
rato nos retorcíamos por lo helados que nos quedaban los pies.<br />
Otra cosa que nos llamaba la atención, era el manejo que tenían todos ellos de lo que fuera hielo, por<br />
ejemplo, cuando venían caminando a Artigas y encontraban charcos congelados en el camino, les encantaba<br />
dar un saltito y patinar por la superficie del hielo varios metros hasta cruzar y lo hacían todos<br />
con gran soltura, tanto los más jóvenes y ágiles como los grandotes y veteranos, como mi colega<br />
Misha, mientras que los uruguayos teníamos que andar con un bastón, como viejos, para no resbalarnos.<br />
“Pasamos al comedor a tomar mate y café y Nicolai sacó una caja da bombones de Leningrado, Victor<br />
me dio un alto de fotos para toda la gente de la base y Misha me regaló un libro de gramática rusa. A<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
todos ellos les estuve diciendo unas palabras en ruso y eso les causó gran entusiasmo”<br />
“Pusimos un video de Susana Traverso, Porcel y Olmedo y los pobres gritaban, gemían, mugían y balaban<br />
de entusiasmo, a pesar de que por supuesto no entendían nada de los parlamentos. Claro que nos<br />
pidieron todos los videos que pudiéramos prestarles, para copiarlos”<br />
Debajo de la ventanita de mi cuarto, justo en el camino para pasar al comedor, había un espejo de hielo<br />
bastante grande, que quedaba tapado de nieve y no se veía. Con frecuencia escuchaba que alguien<br />
venía caminando por la nieve por el crujido que ésta produce y de pronto, el ruido del golpe al caer, inmediatamente<br />
seguido por las puteadas y quejas de la víctima de turno. Era una de las cosas que más<br />
gracia me hacía en el aburrimiento de las tardes-noches de invierno. Por suerte, siendo gente joven y<br />
fuerte, no había heridos.<br />
Por ese manejo del frío y del hielo era posible que nuestros amigos de la base soviética se aparecieran<br />
a cualquier hora en la tarde- noche y se quedaran a comer (y a tomar, por supuesto). El famoso dicho<br />
de “toma como un cosaco” es muy modesto; en realidad toman como cosacos todos los que vienen de<br />
la Madre Rusia. Luego se volvían caminando, a veces con temperaturas terribles, como peces en el<br />
agua.<br />
“Va a ser un problema esta nueva gente que vino como jefes de los rusos porque no hablan una palabra<br />
de inglés, aunque entienden: Pavel, el jefe, le dijo alguna palabrita tímida a Néstor cuando vio que<br />
él tampoco habla nada”<br />
”Por mi parte enganché a hablar italiano con el 2º jefe (también llamado Yury), un gordo inmenso, veterano,<br />
con aspecto apacible y que usa un cinturón de cuero como de levantador de pesas. Lo cómico es<br />
que yo no sabía que me podía hacer entender en italiano con una persona de un idioma totalmente diferente”<br />
“En la cena no probé bocado porque de tarde me comí media torta frita de las que hizo Balbino, enormes.”<br />
“ Cuando me acosté, el viento soplaba cada vez peor”<br />
Me pregunto con frecuencia mientras escribo estas memorias, ¿Qué será de mis queridos amigos rusos?<br />
Luego de tantos años, luego de tantos cambios en el mundo y en su país que he aprendido a querer<br />
y admirar a través de su testimonio. ¡Cómo quisiera tener noticias de ellos!<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
80
La PTS rusa, bautizada como “la Vinchuca” por los uruguayos, era de mucha utilidad para el transporte<br />
de carga ya fuera desde el aeropuerto Marsh, como desde los barcos de apoyo.<br />
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Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
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XIX<br />
LA PLAYA<br />
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Dr. Osvaldo González Contrera<br />
...“una mancha naranja de muchos metros cuadrados, siempre con cantidad de gaviotas sobrevolndola y mandándose<br />
de cabeza con gran entusiasmo: los bancos de krill, la llave de la cadena alimenticia de la Antártida, pasaba<br />
lentamente frente a la playa con su séquito de depredadores”<br />
Como tratando de suplantar la falta de entretenimientos al no tener TV ni radio, la playa de Artigas<br />
siempre era una fuente de interés y de paisajes cambiantes.<br />
Desde la llegada en la Zodiac, esa tardecita de las once de la noche de enero, con su azul turquesa sin<br />
olas ni viento y mirando el panorama al revés- desde el mar a la costa-, descubrí por primera vez como<br />
se veía Artigas a pleno sol, tan blanca y prolija, con su pabellón nacional pintado al frente. Hasta que<br />
me fui de Artigas y de la Isla Rey Jorge, el mar siempre estuvo dando su espectáculo.<br />
Durante el verano la vista era de enormes icebergs lejanos, que iban desde color blanco rutilante hasta<br />
un azul celeste fuerte, con formas asombrosas y alturas variables.<br />
Pero si pensamos que sólo la décima parte de ellos está por sobre la superficie, esto sirve como dato<br />
indirecto de la gran profundidad de nuestra bahía, que los puede contener.<br />
Ocasionalmente, durante las largas horas de trabajo en la construcción del hangar que llevó más de<br />
cuarenta días, pudimos avistar majestuosos grupos de ballenas, seis, ocho, quizás diez, navegando<br />
juntas, zambulléndose, dejando ver sus enormes colas negras y al emerger, lanzando largos chorros de<br />
vapor de agua por el orificio del dorso, de manera alternada, una y otras, como si se tratara de una coreografía<br />
que duraba varios minutos, hasta perderse a lo lejos.<br />
En otros momentos aparecía en la superficie del agua, sobre todo con la mar calma, una mancha naranja<br />
de muchos metros, siempre con cantidad de gaviotas sobrevolándola y mandándose de cabeza<br />
con gran entusiasmo: los bancos de krill, la llave de la cadena alimenticia de la Antártida, pasaba lentamente<br />
frente a la playa con su séquito de depredadores.<br />
Ocasionalmente en el verano, la playa pasaba solitaria de hielos por unos días y sólo ocupada con pequeños<br />
grupos de pingüinos Barbijo o Papúa, paraditos mirando el mar durante horas, o corriendo en<br />
grupos para zambullirse como niños jugando. Algún lobo de mar, soberbio sobre sus patas delanteras<br />
como un perro guardián, o un grupo de redondas focas en grupos tiradas tomando sol, completaban el<br />
conjunto.<br />
En oportunidades, las olas en la rompiente escupían trozos de diamantes blancos y transparentes, esplendorosos,<br />
de maravillosas formas, como producto de las manos de un orfebre y de todos los tamaños<br />
posibles. En esos momentos esperábamos tener un rato libre para bajar a la costa y fotografiarlos.<br />
Con la marea baja, el glaciar quedaba con su extremo desnudo y dejaba una estrecha playa muy larga<br />
que nos permitía pasar. Y un domingo desfilamos hasta la otra punta de la costa.<br />
Allí encontramos una península rocosa con altas columnas agrupadas, horadadas por el mar, el frío y el<br />
tiempo. Parecía un castillo de ciencia ficción, negro, con una sala interior que las olas invadían rítmicamente,<br />
múltiples entradas en todas direcciones y un techo infinito de piedras rajadas, martirizadas por<br />
los años de golpes de agua y hielo, entre cuyos espacios se veían trocitos de cielo. Pararnos bajo el<br />
techo de esa catedral natural, sobre el piso resbaloso de algas, nos provocó una sensación de intensa<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
irrealidad.<br />
Al regreso de esa aventura, vimos una gran masa de hielo blanco – azulado pendiendo del glaciar a<br />
más de veinte metros de altura, amenazando caer sobre el paso que transitábamos. Grupo de inconscientes,<br />
igual caminamos lo más retirados posible y en total silencio, con el temor de provocar el derrumbe<br />
de miles de metros cúbicos de hielo sobre nuestras humanidades.<br />
A la mañana siguiente escuchamos un gran trueno, cosa nunca vista en la Antártida y resultó ser la caída<br />
de ese hielo colgante, que llegó a alcanzar lugares bien entrados en el agua. Nuevamente cometimos<br />
la imprudencia de ir a pasear entre trozos de hielo, más altos que nosotros y con otros aún pendientes<br />
de caer.<br />
“Hoy se me fue la mitad del día en lavar el montoncito de ropa que tenía y hacer las historias clínicas de<br />
la gente y en algún momento de la mañana se despeñó el hielo que estaba por caer ayer en el glaciar”<br />
Más cerca del invierno, comenzaron a aparecer a lo lejos, casi en el horizonte, maravillosos témpanos<br />
celestes de gran tamaño, que permanecían muchos días como un adorno puesto a propósito. En otras<br />
oportunidades, la marea alta traía multitud de hielos desde el sur y ocupaban el mar hasta donde llegaba<br />
la vista. Al bajar la marea, esas piedras de hielo quedaban suspendidas sobre las rocas, altivas y<br />
transparentes. Con las nevadas de los días siguientes, la capa de hielo se iba consolidando y formaba<br />
una superficie continua, sin agua a la vista, sobre el mar y las rocas cercanas.<br />
“...Entró a la bahía, frente a la base, un iceberg realmente enorme. Es bastante más alto y mucho más<br />
ancho que los peñones que hay hacia la derecha y quedó varado en el fondo. Si es así de alto, como<br />
será de hondo si es que 9/10 quedan debajo del agua”<br />
Estaba el mar en esas condiciones desde hacía al menos dos semanas y cansado de ver y fotografiar<br />
ese paisaje, un día, termo, mate y cámara en mano, sin avisar a nadie y sin llevar handy, comencé a<br />
caminar sobre los hielos saltando de témpano en témpano, hacia adentro.<br />
Cuando giro para mirar atrás, a doscientos metros mar adentro, es el preciso instante en que mi pie<br />
resbala: al caer sobre la capa de nieve entre dos témpanos, ésta se rompe y mi pie se mete en el agua<br />
y el témpano hace un movimiento de hamaca conmigo encima.<br />
Me recorrió un escalofrío terrible al saber que la profundidad a esa altura debía ser de más de cien metros,<br />
que si el témpano se daba vuelta o si se separaba del resto era mi fin y tuve que luchar con el<br />
pánico que me ganaba. Debí quedarme inmóvil muchos segundos, tal vez minutos, abrazado estúpidamente<br />
al mate y a la cámara.<br />
Cuando reaccioné, lentamente retorné a la costa. Con cada paso que resbalaba, veía abrirse el agua<br />
debajo de mí y yo caer, pero no sucedió y cuando llegué a la orilla, bañado en sudor y con los músculos<br />
agarrotados por la tensión, más que otra cosa sentí vergüenza de lo que hice y volví a Artigas sin decir<br />
nada a nadie.<br />
Esa tarde comunicaron desde Marsh que un hombre de Jubany, la base argentina, había salido a hacer<br />
el mismo paseo que yo sobre el hielo y al darse vuelta un témpano, se había caído al agua y perdido.<br />
Los témpanos luego que abren un poco, se vuelven a unir inmediatamente. No se puede siquiera buscar<br />
a ese hombre en esas condiciones: simplemente no es posible.<br />
Si fuera gato ya me deben quedar sólo dos o tres vidas.<br />
“A la vuelta, familia, un buen baño con agua caliente. Mañana voy a tener que lavar ropa porque no me<br />
quedan más calzoncillos limpios”<br />
La experiencia del buceo en el mar fue una maravilla que viví junto con el vecino de la cucheta de arriba,<br />
Nin, que es marino y conocido en nuestro vecindario; como “el Ninja”.<br />
A diferencia del Lago Uruguay, que había sido mi debut como buzo, el fondo marino es de una gran<br />
riqueza en vegetación de algas de todos los tipos.<br />
Una tarde de domingo de fines de abril, con nieve cubriendo todo, cuando parte de la dotación se<br />
mandó al glaciar para intentar esquiar, -cosa que yo ya había estado intentando con muy poca suerte<br />
en días anteriores- acompañé a Nin en el largo proceso de ponernos el traje seco de buzo, preparar el<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
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Dr. Osvaldo González Contrera<br />
equipo y salir en una lancha a buscar un lugar para bucear. Lo encontramos a la vuelta del peñón del<br />
Faro, en la siguiente playa a la bahía Collins, que parecía poco profundo y mucho más calmo que nuestra<br />
playa.<br />
Nos tiramos cerca de la costa, para ir recorriendo en todos los sentidos posibles y si al principio en la<br />
parte llana no se veía mayor vegetación, cuando nos separamos de la zona de la rompiente, encontramos<br />
una enorme variedad y cantidad de algas de todas las formas y colores y de un tamaño sorprendente,<br />
si tenemos en cuenta la ausencia de vegetación en la superficie. A pesar de ser una playa relativamente<br />
llana, rápidamente entramos en una franca pendiente del fondo marino, por lo que, al no tener<br />
mayor experiencia como buzos, preferimos mantenernos en diez o quince metros de profundidad.<br />
La playa, también mirada desde la profundidad, muestra un cúmulo de enseñanzas y un enorme atractivo<br />
en esta zona de la Antártida.<br />
Lamentablemente nunca logramos pescar, como hacían los chinos y coreanos, que se alimentaban de<br />
pesca muy a menudo.<br />
Por lo que vi en esas bases y en literatura, los peces antárticos son de aspecto muy desagradable, con<br />
espinas y terribles crestas con púas, algunas parecidas a “las viejas del agua” que se encuentran en<br />
arroyos y ríos uruguayos.<br />
Los orientales (de Asia, no nosotros) usaban una especie de jaulas depositadas en el fondo marino con<br />
una trampa en la entrada y un cebo en el interior.<br />
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Memorias de allá, del frío<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
El terraplén, a un lado del cerrito, Con la marea baja<br />
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XV<br />
EL TERRAPLÉN<br />
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Dr. Osvaldo González Contrera<br />
“Cada movimiento favorecía el deslizamiento por el terreno; opté por quedarme inmóvil. No necesité decirle nada<br />
a Gary pues le había sucedido lo mismo”<br />
Entre las primeras grandes metidas de pata que nos mandamos los integrantes del grupo de caminadores<br />
que salíamos con frecuencia a pesar de las muchas horas que pasábamos en el hangar u otros lugares,-trabajando-,<br />
recuerdo la aventura que vivimos Gary, Todo Terreno, Juancito el arquitecto y yo<br />
una tarde cuando comenzábamos a explorar la costa cercana, que se extiende entre nuestra base y las<br />
chileno- soviética.<br />
Luego de haber pasado el repecho y bordeado el Lago Uruguay, continuamos por el camino al oeste,<br />
cruzamos por el pie del cerrito que reina sobre Artigas, (aquel que fue lo primero en ser visitado) y seguimos<br />
adelante; luego sigue una preciosa playita que se recuesta debajo de un barranco de veinte<br />
metros desde el nivel del camino, que queda entre este farallón y otro similar más adelante, al cual como<br />
no podía ser de otra manera: subimos.<br />
Desde su lomo no nos pudimos acercar al mar porque lo impidió una grieta muy profunda paralela a la<br />
costa; así que luego de descender decidimos llegar hasta el mar por un terraplén lateral muy empinado<br />
de unos trescientos metros de largo, cubierto de arena gruesa.<br />
Parados en lo alto del terraplén veíamos abajo el mar turquesa tranquilo, muy bonito y un poco más<br />
cerca algún témpano y las olas estrellándose contra las rocas del fin del terraplén, rocas muy grandes y<br />
con aristas marcadas, de formas diferentes, todas de color gris- rojizo y el agua asomándose por debajo,<br />
al entrar con el embate de las olas.<br />
Antes de decir nada ya estaba Todo Terreno con su caña y sus botas de montañista a medio camino<br />
hacia abajo y casi corriendo; –vamos- dijimos con Gary y allá fuimos, mientras Juancito se quedó parado<br />
en el borde en actitud expectante.<br />
Caminados los primeros metros de canto rodado donde los pies se hundían y ya en el descenso, nos<br />
dimos cuenta progresivamente que la “arenita” se apoyaba sobre hielo duro y comenzamos a resbalar<br />
cada vez más rápido hasta que ni apoyados en las cañas podíamos detenernos en la bajada, deslizándonos<br />
peligrosamente en ese tobogán tan largo.<br />
En un santiamén Gary y yo quedamos sentados en el piso helado, que quemaba nuestras manos y<br />
nuestros traseros, sin poder hacer pie en algo firme o movernos rápido, porque el desbarranco era inminente.<br />
Afortunadamente, Gary logró alcanzar una gran roca a la que se prendió con una mano, mientras yo,<br />
más abajo y lentamente, me deslizaba por la pendiente.<br />
En el momento que dirigí la mano al bolsillo trasero del jean buscando el pañuelo para protegerme las<br />
manos que sangraban y dolían por el frío, supe que bolsillo y pañuelo estaban medio metro más arriba<br />
pues con el deslizamiento se había desprendido y quedado por el camino. Como cada movimiento favorecía<br />
el corrimiento por el terreno, opté por quedarme inmóvil. No necesité decirle nada a Gary pues le<br />
había sucedido lo mismo. El como yo tenía botas de goma comunes, pero le pegué el grito a Jaime que<br />
ya estaba saltando abajo del todo entre las piedras – (de sólo mirar esas rocas y la distancia me daba<br />
un sudor frío). Por suerte me escuchó o escuchó a Gary con su “vocecita” estruendosa y comenzó a<br />
subir; pensé que no iba a poder, pero con su agilidad en un santiamén estuvo con nosotros, mientras<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Gary, apoyado en su roca, me había alcanzado su caña a la que me aferré sosteniéndome con enorme<br />
esfuerzo - “No te preocupes doc, que si te caés es porque yo también me caigo”-, me decía Gary: -Mirá<br />
qué consuelo-.<br />
Envolví mi mano izquierda en el gorro rojo de lana porque el frío era insoportable así como el dolor por<br />
las piedras que se me incrustaban, lastimándome y que no permitían apoyarme con fuerza, mientras<br />
esperaba la salida de esta situación.<br />
Le pedimos a Juancito -que seguía en la parte más alta-, que fuera a la base a pedir cuerdas para sacarnos<br />
del atolladero y se marchó calladito, aunque no estábamos seguros de si entendía el peligro en<br />
que quedamos Gary y yo.<br />
Cuando Todo Terreno nos alcanzó estuvimos unos momentos, muchísimos para mi gusto, pensando la<br />
manera de salir, hasta que a él se le ocurrió clavar la caña horizontalmente debajo de uno de mis pies<br />
para que yo pudiera apoyarme, mientras el a su vez permanecía parado en la barranca solo apoyado<br />
en las puntas de sus botas, que había clavado en el terreno de una patada.<br />
A pesar de que sólo habrían pasado diez minutos yo estaba exhausto y con las manos muy doloridas,<br />
pero hice pie en la caña de T.T. Me erguí unos centímetros y él cambió la caña para el otro pie, para<br />
volver a apoyarme en mejores condiciones. Hasta que finalmente me pude poner de frente al terreno,<br />
apoyar las rodillas y liberar mi helado y resbaloso culo.<br />
En esa posición todo fue más fácil y la subida se hizo progresivamente hasta que me confié, le erré a la<br />
caña de T.T., me caí de boca y nuevamente comencé a deslizarme tratando de sostenerme con manos<br />
y rodillas de todas las salientes. Afortunadamente, el movimiento fue leve y pude volver a apoyarme en<br />
la caña que T.T. me alcanzó luego de bajar él también, pero el escalofrío me duró un momento.<br />
En pocos minutos estábamos en la cima de la barranca, raspados en cuanta superficie saliente o al<br />
descubierto teníamos, con pequeños sangrados, congelados en esos mismos lugares pero sanos y<br />
agradecidos al coraje y la agilidad de T.T. y la fuerza física y moral de Gary ya que perfectamente pudimos<br />
haber terminado los dos hechos huevos fritos entre las piedras.<br />
“. . .así que nos dimos vuelta, pero la subida era tan empinada que nos costó una barbaridad, resbalando<br />
en el hielo y el barro, llegamos a la base muertos de cansancio y con mugre hasta las orejas”<br />
Este tipo de cosas hacen que los hombres sellen amistades y respeto para siempre. Por suerte la pequeña<br />
aventura no pasó de un susto, pero de haber salido mal, hubiera sido como deslizarnos por un<br />
tobogán muy empinado de tres cuadras de hielo directo a un grupo de rocas muy grandes, debajo de<br />
las cuales se agita la marea helada del Océano <strong>Antártico</strong>. Nunca quise pensar mucho en las posibles<br />
consecuencias. Las reales fueron el abrazo con T.T. y Gary y un estrechamiento grande del afecto. Por<br />
supuesto, sin contar que tuve que tirar mi gorro rojo y perdí el pañuelo y el bolsillo. Bueno, tengo otros.<br />
“Tengo una montañita de ropa para lavar pero el lavarropas que funciona acá es como el primero que<br />
tuvimos, Bea, con una ruedita en el fondo que gira y que hay que cambiarle el agua y lo demás todo a<br />
mano. Cuando junte coraje: lavo”<br />
Por supuesto que de nuestra pequeña aventura con Gary y Jaime, en la base: Nada y en casa: Nada,<br />
hasta ahora que lo cuento.<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
88
XVI<br />
ÁRBOLES <strong>DE</strong> PIEDRA<br />
89<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
.... “decidimos seguir caminando por tierra y fue en esa etapa que encontramos cerca de un laguito, pegado al<br />
glaciar, los únicos árboles que se ven en la Antártida.”<br />
Una de las primeras salidas domingueras del mes de enero, para la que pudimos convencer a los más<br />
sedentarios, la hicimos tratando de recorrer el borde occidental del Glaciar Collins.<br />
Con nuestros bastones y el consabido abrigo, la parka, gorro, botas de goma y jeans, salimos los caminadores<br />
de siempre, más el mozo- cocinero Martínez, (que tenemos por en el verano, porque somos<br />
muchos y con un solo cocinero no da). Es un hombre veterano, bajito, excelente compañero que ya ha<br />
estado varias veces en la base Artigas y nos contaba que ésta es la primera vez que ve que los integrantes<br />
de la dotación salgan permanentemente, tratando de conocer los alrededores.<br />
Tiene el típico aspecto de mozo de boliche, camina muy rápido en la cortita, pero cuando salimos se<br />
moderó, se cansó y disfrutó en gran forma la caminata sobre el glaciar, aunque en esta época se encuentra<br />
en pleno deshielo.<br />
Nos topábamos permanentemente con grietas angostas pero profundísimas en las que no se llega a<br />
distinguir el fondo, provocadas por pequeños cursos de agua de deshielo y se puede oír como un eco<br />
lejano el rugido del agua corriendo y horadando bajo nuestros pies. En ciertos lugares con mayor declive<br />
se unen varios de estos cursos en una grieta mayor, con aspecto de resumidero gigante y se puede<br />
ver el fondo a unos quince o veinte metros, con el agua barbotando y corriendo furiosa hacia el mar.<br />
Pero cuando observamos las paredes de hielo, nos corrió un escalofrío, pues ¡estaban totalmente<br />
ahuecadas! Nos habíamos detenido inadvertidamente en salientes de hielo que penden sobre la correntada<br />
muy abajo; con toda seguridad, de habernos parado más cerca del borde, alguno hubiera terminado<br />
cayendo.<br />
Luego de esto y a pesar de nuestra inconsciencia, decidimos seguir caminando por tierra y fue en esa<br />
etapa que encontramos cerca de un laguito, pegado al glaciar, los únicos árboles que se ven en la<br />
Antártida.<br />
Se trata de trozos de madera petrificada, en tronquitos de quince y hasta treinta centímetros de diámetro,<br />
con el color de la madera, con las vetas totalmente conservadas, mostrando en sus resquebrajamientos<br />
los anillos concéntricos del crecimiento del árbol y los muñones de las salidas de las ramas.<br />
Martínez fue el primero que se tropezó con una piedra grande semienterrada y al observarlas descubrió<br />
lo que no podía creer ¡un tronco!, pero de un peso descomunal para lo que parecía. Al limpiarlo del barro<br />
¡oh sorpresa: era realmente un tronco petrificado!<br />
Los demás comenzamos a buscar febrilmente otros ejemplares y en cosa de media hora teníamos cerca<br />
de diez troncos de diferentes tamaños y pesos desenterrados y lavados. Como siempre, el que encontró<br />
Todo Terreno era maravilloso.<br />
Nos preguntábamos cómo era posible ese hallazgo en este lugar, pero los que hicimos el curso preparatorio<br />
para la expedición sabíamos el motivo: hace más o menos cincuenta millones de años, el continente<br />
antártico estaba unido a la costa oriental de África y Madagascar, al sub continente Indio y a Australia<br />
y, por lo que propone la tesis de la deriva continental, la Antártida llegó a donde se encuentra, pasando<br />
de un clima tropical a este desierto blanco. Creo que con este hallazgo, la tesis de un Supercon-<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
tinente único, está nuevamente confirmada.<br />
Luego de cuatro kilómetros de caminata para volver, portando esas piedras que pesaban como nunca<br />
imaginamos, con Martínez casi sin poder más, la base entera se llenó de admiración, sobre todo los de<br />
las excursiones que habían partido en otras direcciones y enseguida se formularon planes para ir a ese<br />
lugar a buscar troncos.<br />
Cuando los alemanes de la base Bellingshausen fueron a Artigas, los geólogos no podían creer lo que<br />
veían de nuestros tesoros y tanto Detlef como Hakim nos rogaron que los lleváramos al lugar. Por supuesto<br />
que accedimos y quedamos para el siguiente sábado en la tarde.<br />
Llegaron el sábado, puntualmente a la hora de almorzar, para hacer los honores de la fama de Artigas y<br />
luego de la comida partimos con Balbino, recién llegado de la pingüinera. Como íbamos caminando cerca<br />
del glaciar, propuse marchar por encima de éste, mientras Detlef nos seguía con un cuadriciclo que<br />
habían traído, probablemente con la idea de llevarse los hallazgos.<br />
Con Detlef habíamos formado una cierta amistad al entendernos en nuestro precario inglés, pero no<br />
recuerdo haber escuchado al larguirucho y calvo Hakim decir nada que no fuera en alemán, hasta que,<br />
por el lomo del glaciar, vio la primer grieta y me dijo con evidente temor ¡ it’s very dangerous! (es muy<br />
peligroso), mientras me miraba con cara de pánico. Luego de esto, bajamos a embarrarnos reconociendo<br />
nuestra ignorancia en temas de hielo, que no es lo mismo con los alemanes, que lo conocen desde<br />
que nacen.<br />
Lamentablemente en el sitio de nuestros hallazgos no encontramos en esta oportunidad más que pequeños<br />
trozos de madera, a pesar de las dos horas de búsqueda, por lo que no se si por decepción o<br />
por pensar que los engañábamos para no mostrarles el sitio preciso, los alemanes se subieron al cuadriciclo<br />
y se fueron y nos dejaron a Balbino y a mi caminando entre el barro. En cierto momento, Balbino,<br />
con sus cincuenta y cuatro años y poco entrenamiento me confesó que tenía la bota rota y que se le<br />
estaba congelando un pie.<br />
Realmente me molesté muchísimo con la soberbia y descortesía de estos dos hombres que no fueron<br />
capaces de llevar a Balbino en su máquina.<br />
Cuando llegamos a Artigas, estos dos se encontraban cómodamente en el casino tomando café –Dale<br />
Balbino, pegate un baño caliente mientras yo preparo un mate, que a estos gringos no les damos mas<br />
bola- le dije.<br />
Como una hora después se fueron, nos dejaron saludos y mostraron su extrañeza por no vernos más<br />
que de pasada en la cocina calentando el agua, ¿qué te parece?<br />
Por supuesto, más adelante volvimos a tener un trato mejor, porque el vecindario es muy chico para<br />
tener prolongados rencores, pero se les acabaron las franquicias para pedir cualquier cosa, por más<br />
que para el cumpleaños de Beatriz, Detlef le regaló una chapca blanca muy bonita, (bueno, igual, le<br />
quedó chica)<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
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91<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
92
XVII<br />
EL CAMPEONATO <strong>DE</strong> FUTBOL<br />
93<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
...“los muchachos de Artigas, con esa cosa que tienen los uruguayos con el fútbol, habían conseguido, no sé de<br />
dónde, el equipo oficial de camisetas y shorts de la Selección, satinados, preciosos.”<br />
En pleno mes de marzo, la base chilena Marsh terminó de construir su nuevo hangar, realmente grande.<br />
Nosotros lo llamamos hangar a pesar de que, seguramente, su destino no iba a ser el de guardar<br />
aviones a pesar de que Marsh es una base de la aeronáutica ya que el nuevo edificio está más cerca<br />
de la Villa Las Estrellas (el pueblito de los chilenos), que del aeropuerto.<br />
Se trata de un galpón que tiene el tamaño adecuado para albergar una cancha de fútbol 5, con gradas<br />
para espectadores y con la altura adecuada para poder practicar deportes. Fue construido con chapa<br />
galvanizada y es similar a nuestro trabajoso hangar aunque notablemente más grande.<br />
Para la inauguración del hangar, a Barrientos y su gente no se les ocurrió nada mejor que organizar un<br />
campeonato de fútbol entre los vecinos de la isla y lanzó la invitación, con trofeo y todo, esperando que<br />
los candidatos se anotasen.<br />
No sé si habremos sido o no los primeros, pero seguro que fuimos los más entusiasmados, por el deporte<br />
que se trataba y por ser los chilenos los organizadores, con los cuales siempre en la isla nos unió<br />
una relación de verdaderos hermanos, como todo hermano que se precie: amor y odio.<br />
Los chilenos para Artigas eran un apoyo fundamental, los dueños del aeropuerto, los que en la necesidad<br />
nos proveían de repuestos, de combustible, transporte cuando el tractorcito se quedaba en un<br />
“peludo” y de todo tipo de infraestructura para lo que fuera, de manera incondicional... casi.<br />
La otra parte de la situación estaba signada por la actitud de superioridad de las autoridades de Marsh,<br />
ciertas libertades que se reservaban para recomendar o criticar asuntos de funcionamiento interno, sobre<br />
todo cuando por alguna razón teníamos que pedir ayuda, todo en una relación de cariño por nuestro<br />
parentesco de vecinos latinoamericanos y de hispano parlantes... aunque...<br />
La inauguración del hangar para los chilenos era un motivo de alegría genuina, pero para los muchachos<br />
de Artigas, pareció como un acto de soberbia, quizás algo sensibles porque recién habíamos terminado<br />
nuestro hangar, más chico, pero que tanto nos costó levantar con nuestras manos y una pequeña<br />
mezcladora de motor a nafta de la época de la guerra.<br />
Entonces al grito de¡¡ FUTBOL EN MARSH !!, la patota comenzó a reunirse, organizarse y no se sabe<br />
de dónde apareció una vieja pelota de fútbol de salón desinflada y nuestro hangar rápidamente se convirtió<br />
en cancha de entrenamiento, porque había que ganarle a los chilenos, que generosamente ofrecían<br />
un campeonato, el almuerzo para todas las delegaciones y un premio que consistía nada menos<br />
que en un cordero asado y un cajón de frutas y verduras frescas, trofeo de valor incalculable, si contamos<br />
que desde la llegada a la isla no habíamos probado una lechuga ni un tomate ni en foto, como es<br />
lógico por la distancia. ¿Cómo sería para los otros vecinos de países más lejanos?<br />
Una mañana, Gary, como encargado de deportes de Artigas (cargo creado ex profeso), marchó con<br />
toda la solemnidad que su investidura requería a Marsh para la reunión de los equipos- naciones participantes,<br />
para tratar los detalles de organización, reglas del campeonato y de los partidos, así como el<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
sorteo del fixture.<br />
A la vuelta nos enteramos que los participantes eran los dueños de casa, los chinos, los rusos y Uruguay,<br />
un cuadrangular en el que los chinos parecían los más débiles y los rusos un misterio ya que inmediatamente<br />
los conocedores de siempre recordaron equipos como el Dinamo de Kiev y otros, de los<br />
mundiales en que participaron y demás yerbas, que para un indiferente del fútbol como yo resultan una<br />
maraña de datos indescifrables.<br />
La cosa resultó en que los candidatos favoritos éramos los chilenos y nosotros, motivo de más para<br />
afilar las garras, los tapones y preparar el ánimo para dar todo y darles a los chilenos un disgusto... modestamente.<br />
Temprano en la mañana del día del campeonato ya los babosos habían preparado una enorme bandera<br />
uruguaya, un gran pasa casete a pilas con “<strong>Uruguayo</strong>s Campeones” y “Cuando Juega Uruguay” de<br />
Roos a todo volumen y al rato llegó un camión que nuestros amigos y aliados rusos nos mandaron. Discretamente<br />
nos habían anunciado ser nuestros hinchas.<br />
Subimos a la caja del camión los integrantes de la delegación: Gary como D.T. y jugador, TT como delantero,<br />
varios marinos, albañiles de la obra, el buzo Pelayo, el Mecánico Luna, Franco el cocinero yo<br />
como médico y otros más y la bandera y la radio con la música a todo trapo, con el mate y termo como<br />
un símbolo más de uruguayismo.<br />
Llegamos a Marsh, los soviéticos nos dejaron en su base y caminamos los trescientos metros que nos<br />
separaban del hangar; ya estaba la delegación china calentando. Como niños pequeños, los chinitos,<br />
menuditos y cabezones, pateaban la pelota sin fuerza ni dirección y se caían y se reían sin parar, seguramente<br />
por participar en una situación que los ponía a practicar una actividad que les parecía exótica y<br />
propia de los “locos y enormes” occidentales. ¡Cómo cambian los tiempos, ahora compiten en primera!<br />
“Colgamos de los tirantes del hangar nuestra bandera y con la música a todo trapo nos sentamos<br />
a tomar mate y a esperar que fueran cayendo los chilenos y los rusos, un ambiente precioso<br />
de camaradería y amistad.”<br />
“En el banco detrás del cual se encuentra nuestra bandera se sentaron los rusos amigos<br />
(Volodia, Viktor, Misha, Sacha, etc.)”<br />
Cuando comenzó el partido Chile- China se hizo notoria la diferencia de físicos y de habilidad. Todo fue<br />
muy correcto y simpático y al cabo de los dos tiempos de veinticinco minutos, Chile ganó por dieciocho<br />
a cero. Al comenzar el partido URSS- Uruguay, los jugadores parecían de otra liga, por ser mucho más<br />
altos y fornidos que los que jugaron el primer partido y los muchachos de Artigas, con esa cosa que<br />
tienen los uruguayos con el fútbol, habían conseguido, no se de dónde, el equipo oficial de camisetas y<br />
shorts de la Selección, satinados, preciosos.<br />
Ganamos frente a los rusos doce a uno (por gol en contra) y todos nos divertimos como locos con la<br />
espontánea alegría de los rusos y el aprecio que nos tenemos mutuamente: como siempre que Sasha<br />
el meteorólogo y Gary se ven, se enfrentan, se gritan ¡ OSO!, como son enormes los dos, se aprietan<br />
en un abrazo, se levantan el uno al otro gruñendo y lo cómico es que Sasha no sabe hablar más que<br />
ruso, pero creo que lo único que dice en otro idioma es precisamente ¡oso!, o ¡Garrry oso!<br />
Terminados los dos primeros partidos y quedando sólo las dos finales, fuimos a almorzar en el comedor<br />
de los chilenos, una comida muy animada y alegre en que todos comentábamos lo hecho. Los oficiales<br />
y jefes almorzamos aparte a tres cubiertos, pero se notaba la preocupación de Barrientos por nuestra<br />
superioridad.<br />
Jugaron los perdedores primero y era cómico ver a los enormes rusos con la gran diferencia de tamaños.<br />
Ganaron los de la URSS ocho a cero.<br />
“El partido Uruguay - Chile comenzó con gran nerviosismo y nosotros metimos el primer gol antes del<br />
minuto, lo que provocó que los chilenos se calentaran y comenzaran a jugar pegando y empujando (lo<br />
malo es que promedialmente en tamaño los nuestros son mucho mas grandes)”...<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
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95<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
“En un momento en que nuestro arquero tomaba una pelota, rastrera, un jugador chileno le cayó encima<br />
y se golpeó en un ojo y cuando se levantó le pegó un golpe al arquero. Lo expulsaron de la cancha<br />
y se armó flor de tremolina”<br />
El juego se puso cada vez más picado; hasta el propio Barrientos pidió que se detuviera el partido para<br />
recordarles a todos que era un campeonato amistoso.<br />
A Gary hubo que sacarlo porque en cualquier momento iba a hacerle un desastre al médico Hein, que<br />
jugaba y estaba también muy caliente y era mucho más chico que Gary.<br />
Les ganamos 6 a 0.<br />
Los rusos lo festejaron tanto o más que nosotros; volvimos a Artigas con la bandera y el pasacassette a<br />
todo trapo en el camión, donde nos esperaban con gran expectativa. ¡Qué placer ese cordero y esas<br />
ensaladas de verduras frescas!<br />
Entrado el invierno, los chinos organizaron un campeonato en el mismo lugar, pero en este caso de<br />
ping–pong, e intervinieron los mismos participantes, más Corea, que fue invitado especialmente. En esa<br />
oportunidad nuestras expectativas eran mucho más modestas y me tocó oficiar de juez. Creo que fue el<br />
día que pasé más frío en toda mi vida, parado quieto, mirando por horas los partidos y tratando de que<br />
los enfervorizados amarillos no se enojaran entre sí ni conmigo.<br />
A mitad del campeonato yo miraba con preocupación como las paredes internas del edificio se iban cubriendo<br />
progresivamente de una gruesa capa de escarcha, producto de la condensación de la humedad<br />
interna. Casi no podía mover mis manos, parecía que los dedos fueran gruesos como salchichones, no<br />
sentía las piernas desde las rodillas para abajo y hasta caminar me provocaba un dolor como si me estuvieran<br />
desgarrando los músculos y con casi total anestesia en los pies.<br />
Salimos últimos, no ganamos ni un partido y triunfaron los chinos, que de eso sí saben y segundos los<br />
chilenos, pobres, siempre segundos, pero con una excelente trayectoria ya que les ganaron a los coreanos.<br />
Como los organizadores fueron los chinos, la reunión final de festejo fue en su base y constituyó otra<br />
muestra de la amistad antártica entre los representantes de tantos países, que comenzamos la cena<br />
sentados ordenadamente cada delegación en su mesa y terminamos mezclados, parados, charlando<br />
animadamente y cuando el jefe Chou pidió silencio para decir las palabras de agradecimiento (y despedida),<br />
nos encontrábamos varios uruguayos en rueda con varios coreanos cantando “Amor de hombre”,<br />
del grupo Mocedades, en español y ellos sabían la letra mejor que nosotros.<br />
¡Qué placer cuando Barrientos nos llevó a Artigas en su precioso Snow-Cat con la calefacción al mango!<br />
Pensé que nunca más iba a recobrar mi temperatura normal, luego de más de diez horas parado en<br />
esa heladera, pero, como muestra de buena salud, luego de un baño hirviendo quedé como nuevo.<br />
De cualquier manera, ese cordero con ensalada fresca que devoramos en compañía de los soviéticos,<br />
gracias al campeonato de fútbol, siguió siendo motivo de anécdotas en Artigas, nuestra base.<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
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XVIII<br />
LOS TURISTAS<br />
97<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
“Cuando llegamos al hotelito encontramos una escena poco vista por nosotros y poco repetible a la largo de<br />
este planeta, por la diversidad de nacionalidades, aspectos, actitudes y vestimentas ya que muchos de los japoneses<br />
estaban disfrazados: uno era un tigre de bengala”<br />
Estábamos a fines de febrero, poco después de haber conocido a aquellos locos: el checo y el eslovaco,<br />
que habían llegado a la Antártida no sabemos cómo, ni quienes los trajeron, pero que luego de muchos<br />
meses, querían volver a la civilización y finalmente, tras mucho insistir, de alguna forma consiguieron<br />
que nuestro avión los llevara a Uruguay a pesar de no tener documentación, aparentemente con<br />
intenciones de seguir con destino al Amazonas (¿?)<br />
Luego aparecieron los aventureros alemanes en el yacht. Eran tres, dos hombres y una mujer, que andaban<br />
pidiendo en todas las bases con reivindicaciones territoriales que los casaran, como excusa para<br />
ser recibidos, festejados, obsequiados y poder comer gratis, cosa que escandalizó sobremanera a las<br />
señoras de la base Marsh, que se tuvieron que ir de la fiesta de casamiento cuando la recién casada se<br />
desnudó para bailar con los presentes.<br />
Hacia fines de febrero y estando yo en la base chilena una mañana, llegó un barco de pasajeros con<br />
una carga de turistas internacionales, integrado por personas del tipo de las que ya no les queda nada<br />
por conocer en el resto del mundo.<br />
El barco era de origen chileno y recorría la zona antártica más próxima a Chile; vinieron a visitar su base,<br />
que por algo tiene un pequeño hotel, con un restaurante y grandes, enormes precios.<br />
Como en la época de los descubrimientos y como se acostumbra en esta zona, el barco fondeó en la<br />
bahía Fildes y con lanchas se hizo el desembarco en el pequeño muelle de la playa. Tuve la oportunidad<br />
de presenciar la maniobra y me resultó llamativo el tipo de pasajeros, la mayoría japoneses de todas<br />
las edades (por supuesto nadie menor de los cuarenta años) y varios rubios hablando en idiomas<br />
norte- europeos.<br />
Una japonesa pequeñita, de unos sesenta años- dentro de lo que se puede calcular-, apenas bajó del<br />
muelle, se apresuró a sacar un pingüinito de peluche y colocarlo sobre una piedra paradito cerca del<br />
agua. Se apartó para fotografiarlo de todos los ángulos posibles. Muy comedido me acerqué para avisarle<br />
que a pocos metros había pingüinos reales (que estaban paraditos en la playa mirando el movimiento<br />
de gente con su típica curiosidad) y que los podía fotografiar –Oh yes, those are real penguins,<br />
but this is mine! (Oh si, esos son pingüinos verdaderos, pero éste es mío) me contestó y siguió con su<br />
tarea muy sonriente. Yo me fui preguntándome -¿pa’ qué me meto?<br />
Esa misma tarde en Artigas me encontraba leyendo “El Péndulo de Foucault” de Umberto Eco, cuando<br />
apareció un flaco alto, rubio, con lentes enormes de armazón oscuro y una vestimenta estrafalaria, coronado<br />
con un gorro de gamulán, con grandes orejeras paradas hacia los lados, visera y una prolongación<br />
hacia atrás para proteger el cuello, que me hizo recordar el sombrero de Sherlock Holmes. Se<br />
acercó a grandes zancadas y nos llamó la atención a todos, porque, claro, en el vecindario hay poca<br />
gente y éste no era de por acá.<br />
Se trataba de Danielle, un visitante que vino con los turistas, que se animó por el camino desde Marsh y<br />
que resultó ser un periodista italiano del “Corriere Della Sera”, el vespertino más importante de su país,<br />
que lo había enviado como corresponsal para que escribiera una serie de artículos.<br />
No pasó mucho tiempo cuando el flaco estaba sentado en nuestro comedor tomando café y charlando<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
en un fluido inglés, hasta que en mi chapuceado italiano le dije que en la base tenemos muchos admiradores<br />
de la Chiccolina y en ese momento se rompió el hielo y hasta a mí me sorprendió que me entendiera<br />
perfecto. Cuando vio el libro que estaba leyendo, el de Umberto Eco, (un erudito italiano sobre<br />
temas de semiología y sociedades secretas), se entusiasmó muchísimo sobre el tema y hasta le tuvimos<br />
que pedir que hablara más lento.<br />
Afortunadamente se encontraba en Artigas la gente de los pingüinos y Balbino le estuvo explicando,<br />
como siempre ameno e interesantísimo, sobre la etología de los pingüinos y las pingüineras, mientras el<br />
visitante tomaba notas con gran atención.<br />
Pero cuando llegó la cena, que de pura casualidad eran canelones (por única vez en la historia), Danielle<br />
saltó de sorpresa gritando - ¡caneloni!-, lo que terminó por convencerlo que Uruguay es un país de<br />
insospechadas (para ellos) raíces italianas.<br />
Luego de la cena Gary, Luna y yo nos ofrecimos para llevar al visitante hasta Marsh, pues al caer la<br />
noche se había puesto realmente frío para alguien inexperto, lo que aceptó encantado. El viaje en el<br />
viejo jeep como siempre parecía en montaña rusa: de noche, patinando en la nieve, con repechos en<br />
los que estuvimos a punto de irnos para atrás y en bajadas sin ver para adelante y sin posibilidades de<br />
una frenada brusca para evitar un desastre; creo que para ese pobre flaco el viaje fue el más largo de<br />
su vida, pero para nosotros: solo rutina.<br />
Cuando llegamos al hotelito nos encontramos con una escena poco vista por nosotros y poco repetible<br />
a la largo de este planeta por la diversidad de nacionalidades, aspectos, actitudes y vestimentas ya que<br />
muchos de los japoneses estaban disfrazados: uno era un tigre de bengala con una larga cola y hasta<br />
lo más convencional, como enfermeras, militares, etc. y bailaban muy entusiasmados una cueca chilena,<br />
que un grupo de muchachos de Marsh tocaba muy bien con varios instrumentos y otros con trajes<br />
típicos enseñaban a bailar a los extranjeros .<br />
Al pasar delante de una mesa me llamaron con entusiasmo: eran los alemanes Hakim y Geolef , acompañados<br />
por un veterano de aspecto ambiguo y un muchachito, que nos presentaron como compatriotas,<br />
pero de Alemania occidental. Estaban felices como familiares que se encuentran después de mucho<br />
tiempo (en esa época estaban derribando el muro de Berlín).<br />
Nos sentamos a otra mesa con Danielle para tomar una copa que él había insistido en invitar, cuando<br />
una chica japonesa se acercó mirando con gran desenfado a Luna y el pobre, inocentemente, saludó<br />
correctamente como si se encontrara en su Paso de los Toros natal: -“¿Cómo anda joven? ”-, pero ella<br />
lo tomó por otra cosa, le tiró un beso y le quedó sonriendo. Nosotros no nos habíamos perdido detalle y<br />
comenzamos la cargada cuando vimos la cara de sorpresa de Luna – dale Lobo, acercate que te debe<br />
haber confundido con un samurai- y el pobre no sabía donde meterse. Seguramente nunca imaginó en<br />
su vida de paisano uruguayo con caerle simpático a una japonesa adinerada y en una fiesta internacional<br />
en la Antártida.<br />
Al hablar con otros turistas, comprobamos con sorpresa que los rusos habían aprovechado para venderles<br />
manualidades. Ellos están permanentemente tratando de vendernos cosas, todo para llevarse la<br />
mayor cantidad de dólares posibles, para mejorar su situación y comprar lo que sueñan en Hamburgo<br />
antes de llegar a Leningrado (San Petersburgo). Había pinturas al óleo, al acrílico, piedras de esta zona,<br />
talladas, pulidas y engarzadas en preciosos collares y pulseras, fotos en blanco y negro de esta región,<br />
encuadernadas en bonitos volúmenes con material de papelería rusa, con profusión de sellos con<br />
leyendas en el alfabeto cirílico (el de los rusos).<br />
Me hicieron recordar a los populares “rusos” que recorrían la campaña de Uruguay en el principio del<br />
siglo XX, vendiendo todo tipo de cosas, como hilos, telas ollas, etc. Aunque creo que ésos no eran rusos<br />
como éstos, sino árabes o judíos, que fueron los primeros comerciantes de la campaña.<br />
Al regresar a la base uruguaya, sorprendidos, no parábamos de comentar las cosas vistas y habladas<br />
en el breve rato que pasamos en el hotel. Recordando ahora lo que pasó, creo que la visita de los turistas<br />
a la base chilena, sobre todas las cosas nos conmovió por la sensación de soledad y rutina en que<br />
vivimos. Bueno, así son las reglas.<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
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Reunión social en la base chilena<br />
99<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Dotación 1990
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Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
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XX<br />
LOS CHILENOS<br />
101<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
“Ocasionalmente y sobre todo en las tardes de domingo de invierno, llegaban algunos oficiales chilenos. A veces<br />
con sus señoras, en grupitos, a charlar y nos daban la oportunidad de oír voces femeninas y en español, con su<br />
acento tan particular, muy simpáticos todos…”<br />
La presencia de los chilenos en la Isla Rey Jorge es permanente y muy importante por ser la base de<br />
mayor tamaño y la más compleja de las que se encuentran en el área.<br />
Son los dueños del aeropuerto, con un hotel, restaurante, cafetería, todo pequeño pero en funcionamiento.<br />
Cuando un avión de cualquier nacionalidad llega a la isla, ellos brindan su total, amistoso y colaborador<br />
control de la actividad aérea de la zona, pero control al fin y no sólo de lo aéreo.<br />
Sin su ayuda hubiera sido imposible para Uruguay tener una base en ese lugar, por la dificultad para<br />
llegar con la frecuencia imprescindible y brindar los suministros en esa zona. Para los soviéticos y chinos<br />
la situación es diferente porque no llegan a la Antártida aviones de esas nacionalidades a causa de<br />
la distancia y los costos. Ellos se abastecen con buques especializados en la navegación polar, que<br />
vienen desde sus países y recorren sus bases antárticas, que están ubicadas en todo el perímetro del<br />
continente, abasteciendo y cambiando personal durante el verano y luego. . .arreglate como puedas.<br />
Por otra parte, la base chilena es lo más parecido a un pueblito que uno se pueda imaginar. “Villa Las<br />
Estrellas”, con familias establecidas, que son las de los oficiales de la base, con esposas e hijos, escuela,<br />
hospital, supermercado (sólo para chilenos), kiosco y hasta una emisora de FM conducida por las<br />
señoras (Ahora es posible que tenga aún más servicios). Un fluido tránsito de particulares y familiares<br />
desde y hacia el continente, léase Punta Arenas por la cercanía y desde allí al resto de Chile<br />
Pero también es una base de la Fuerza Aérea Chilena, con personal que a diferencia de las demás bases,<br />
están permanentemente uniformados aunque cumpliendo estrictamente con el Tratado <strong>Antártico</strong>.<br />
Tienen actividades de investigación, principalmente en meteorología.<br />
Los chilenos de la base Marsh estaban a la orden para colaborar con las tareas en las que los demás<br />
los necesitaran, pero también tenían tendencia a opinar y estar demasiado al tanto de las actividades,<br />
al menos en el caso de Artigas, lo que generaba molestia entre los orientales, que seríamos pocos y<br />
pobres, pero muy sensibles en nuestra independencia.<br />
Por ese motivo y por la exacerbada pasión nacionalista de los chilenos, (tengo la teoría de que los chilenos<br />
se mantienen como si fueran una isla dentro de Sudamérica, parapetados detrás de la Cordillera),<br />
nos sentíamos algo más alejados de ellos que de, por ejemplo, los soviéticos, gente totalmente diferente<br />
a nosotros, eslavos, de idioma extraño, pero en el afecto mucho más cercanos y desinteresados.<br />
La República de Chile reivindica, por fuera del Tratado <strong>Antártico</strong>, territorios en la Antártida, que justamente<br />
incluyen el archipiélago de las Shetland del Sur, a la que pertenece esta isla y siempre observamos<br />
que para arribar a ella indirectamente teníamos que hacer el trámite de inmigración en Punta Arenas<br />
al llegar, pero curiosamente no teníamos que hacer ningún papel para salir hacia la Antártida y tampoco<br />
luego, al volver, como si nuestra base estuviera dentro del territorio Chileno.<br />
Haciendo omisión de ese detalle, gracias a los chilenos pudimos almacenar combustible que nos traían<br />
barcos de variada nacionalidad hasta el Puerto Fildes, (aunque afortunadamente ahora las maniobras<br />
tan complejas de descarga y almacenamiento del combustible, Uruguay lo realiza con medios propios.<br />
Contamos con un buque y un helicóptero que en el momento del relato sólo eran un sueño).<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Fue gracias a los chilenos que nos pudimos transportar en helicóptero a bases lejanas y tuvimos compañía<br />
en muchas ocasiones de soledad y sobre todo, gracias a ellos y muy a su pesar, fuimos campeones<br />
antárticos de fútbol el día que inauguraron su gimnasio con un campeonato, como ya se dijo.<br />
“El tiempo volvió a empeorar aunque no tanto como durante la ventisca, pero ha estado cayendo algo<br />
de nieve en pelotitas que se acumulan por los rincones como si fuera “espuma plast”<br />
“Con este tiempo fue otro día de sacar datos de los archivos de biología antártica, que espero sirvan<br />
para algo. En este momento terminé con todos los tipos de algas y krill y estoy estudiando los peces”<br />
Ocasionalmente, sobre todo en las tardes de domingo del invierno, llegaban algunos oficiales chilenos.<br />
A veces con sus señoras, en grupitos, a charlar y nos daban la oportunidad de oír voces femeninas y en<br />
español, con su acento tan particular, muy simpáticos todos, con anécdotas graciosas. Por ejemplo, la<br />
vez que pasaban varias de las señoras chilenas en la camioneta del jefe Barrientos frente a la base soviética<br />
y vieron salir corriendo a media docena de rusos para revolcarse en la nieve a corta distancia de<br />
ellas y enseguida levantarse, para volver corriendo como locos a meterse de donde salieron; el detalle<br />
es que estaban completamente desnudos, seguramente disfrutando de su baño semanal, que es un<br />
sauna y salieron para hacer sus ejercicios de cambio de temperatura.<br />
En realidad no se quien habrá quedado más acalorado, si los rusos, el chileno o las señoras. En fin,<br />
estas cosas sólo pueden suceder en la Antártida.<br />
Como sea, cuando uno llega a la isla es recibido con afecto por los antárticos chilenos, recurre a ellos<br />
en todo momento sabiendo que nunca te dan la espalda y al despedirte, son ellos los que están al pie<br />
del avión para darte un abrazo y pedirte que vuelvas.<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
102
La base Marsh de Chile, en 1990<br />
103<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
Caminata en la ventisca<br />
Vista aérea de la Base Artigas en el Invierno de 1990<br />
104
XXI<br />
COMIENZA EL INVIERNO<br />
105<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
“Con mucha menos gente, casi sin animales en los alrededores, el silencio comenzó a adueñarse de Artigas en las<br />
tardes cortas, cuando el sol pálido iluminaba la nieve”<br />
Se podría decir que nuestro verano terminó a principios de abril, cuando nuestros compañeros y amigos<br />
queridos de toda la primera etapa se fueron. Se fue Juancito el arquitecto, se fueron Balbino y Toribio:<br />
los pingüineros. También el comandante “petrel” Pereyra, los albañiles, los sanitarios. Y se fue Todo<br />
Terreno.<br />
Cuando ellos regresaron a Uruguay, sé que visitaron a los míos en casa, que dejaron por su amistad<br />
unas muy buenas opiniones sobre mí y mi gestión, que dieron una gran tranquilidad a Bea y a los niños<br />
acerca de mi participación en Artigas y en las bases cercanas, que fue como un bálsamo para ellos,<br />
que tuvieron por primera vez noticias de primera mano de lo que es esto.<br />
“Querido Osva. Son las dos de la mañana y acabo de terminar de leer tu larga carta”.... “Todas las mañanas<br />
Agustín, Guille y Rafita me hacen deberes en una libreta que yo les compré con el dinero que<br />
papi manda desde la Antártida.”<br />
“Los dos mayores me hacen copias de tres hojas y dos hojas de cuentas y Rafita me pinta dibujos que<br />
yo le pongo.”<br />
“Victoria me tuvo de susto en susto por su gastroenterocolitis (creo que se dice así) pero después de<br />
ver al médico de medicina general, llegamos a la conclusión de que debe tomar dos Plidex por día.”<br />
“Me dijo además que hay una epidemia de gripe, pero yo presumo que son los nervios propios de una<br />
adolescente que va a comenzar en un liceo nuevo”<br />
“Guillermo se porta como todo un campeón y de vez en cuando me dice muy tierno:- mami estoy extrañando<br />
a papi ¿me dejas llorar un poquito en tu falda?- y luego que termina me da un beso y me dice –<br />
No te preocupes mami que falta menos para que papi regrese- y se va como si nada pasara, tan fresco<br />
como siempre”<br />
“Rafita si que parece de juguete, pues cuando se manda una de las grandes, viene corriendo y se me<br />
pone nariz con nariz, medio bizquito y con sus dos ecas (orejas) paraditas y me dice-MAMA YO TE<br />
AMO-(me parece que está viendo mucho teleteatro)”<br />
Por casa estuvieron un día Balbino y Sra. Luego “petrel” Pereyra y una tarde, la familia de ”Todo Terreno“<br />
Mateo, Carmen su esposa, con los niños: Rafael y Mercedes que se relacionaron inmediatamente<br />
con los nuestros como si fueran conocidos de siempre, amistad que gracias a dios aún atesoramos<br />
después de tantos años.<br />
“Querido memito Rafita, bebé:<br />
“Tengo un pingüinito amigo que se llama Pepe que me viene a visitar, le mostré tu foto a mi amigo Pepe<br />
y me dijo-¡qué lindo nene!“<br />
“Me parece que se parece a Superman cuando era niño- yo le dije que la foto era de mi bebé que es un<br />
campeón y que se llama Rafita “<br />
“Pepe te manda un beso en la “eca.” (A los pingüinos les gustan las “ecas” porque ellos no tienen para<br />
que no les entre agua cuando nadan)”<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
“GUILLERMO:<br />
“Papa te ciero ¡MUCHO!”<br />
“yo te estraño y mis hermanos también yo fui a Costa Azul y abia jugetes y una balsa y bicicletas en las<br />
que podíamos andar y fui a la plalla y al charco y Juan Pedro me contó una historia del puente viejo que<br />
si vos saltas te caés y las tablas se te caen arriba tullo. Fin”<br />
“Querido Papa:<br />
“Yo voy a ponerte dibujitos que creo que te va a gustar pero la gata y la perra te mandan saludos y<br />
atrás de la hoja esta el dibujitos grandes papa.”<br />
“Te quiere tu pato Agustín”<br />
“Me gustaría contarte pila de cosas, pero temo que te deprimas, pero también quiero que esta sea una<br />
carta divertida y un tanto asquerosa (como es mi costumbre)”<br />
“Así que dejame pensar: Si te pongo versitos como: Tu madre es una rosa, tu padre un clavel y vos sos<br />
un salame colgado de un piolin, no creo que tenga nada que ver, aunque sea cierto....”<br />
“Victoria”<br />
“Hola papi como estas yo bien y tu”<br />
“. . .bueno la tía 1 día se quedo en casa a mi casi me dan plata porce me sacé un STE, haora tengo de<br />
plata $N 1200 ya fui al cine tres veces y no te estraño porce falta un mes”<br />
“bueno haora Rafael esta jorovando espero que te mande mas cartas te ciere tu hijo Guillermo”<br />
Pero en la base la cosa cambió, en especial, mi dormitorio, consultorio etc., Hasta ahora había sido permanente<br />
sitio de reunión de quien venía a charlar, tomar un mate, murmurar, o quedarse horas sentado<br />
haciendo palabras cruzadas, como T.T. (Todo Terreno). Podíamos estar horas en silencio, él con lo<br />
suyo y yo en lo mío, estudiando y leyendo cualquier cosa, pero sintiendo la amistad, de sólo compartir<br />
el mate lento y distraído que se llegaba a enfriar.<br />
Mi dormitorio por ser más grande y estar frente a la puerta del “wannigan”, recibía al grupo de los investigadores,<br />
los oficiales, los otros integrantes de la dotación y era hermoso recordar los momentos de<br />
compañía en medio de tanta soledad. Eso se acabó, se fueron luego de una fiesta de despedida nada<br />
íntima porque vinieron de todas las bases cercanas, como siempre.<br />
Y el clima también, más rápido que lento fue cambiando. Al comienzo de abril los días eran tan largos<br />
como las noches, pero con notoria menos claridad durante toda la jornada, con sol más diluido y lechoso,<br />
incluso al mediodía.<br />
Todo cambió luego de tres días de ventisca y nevada. La temperatura y la luz decayeron bruscamente,<br />
así como el panorama. Pasamos de temperaturas de alrededor de cero grado o algo por encima, a lo<br />
que fue después, con registros normalmente de 5 o 10 º C bajo cero.<br />
El paisaje de cerros oscuros amarronados, con mucho relieve y mantos de nieve y hielo dispersos, se<br />
transformó en blancura permanente, con salpicones de rocas negras en las puntas de los cerros, en las<br />
paredes verticales.<br />
El mar, con vida propia como siempre, comenzó a tener una dinámica diferente y los cambios pasaron<br />
a ser más frecuentes, con mañanas de mar tranquilo azul oscuro, témpanos aislados en la lejanía; o al<br />
amanecer como dando una fiesta para los espectadores: con un cúmulo de hielos diamantinos transpa-<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
106
107<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
rentes que se agolpaban en la costa, de todos los tamaños y formas imaginables.<br />
“Coincidiendo con todo, estos días en que la temperatura ha ido bajando, hoy está en la mañana todo<br />
blanco y cuando desde el comedor miré hacia el mar ¡ OH sorpresa ¡ estaba cubierto de icebergs chicos<br />
y medianos, que se habían metido navegando en nuestra bahía y en la playa, sobre las piedras y<br />
apretándose en los últimos metros de agua, con trozos de hielo de tamaños muy diferentes, blancos o<br />
trasparentes”… “Les aseguro que muchos de esos hielos si fueran de cristal serían maravillosos adornos,<br />
porque tienen una forma y una transparencia que creo que si se quisiera imitar no se podría”<br />
Ahora en mi dormitorio, al irse Juan de la cucheta de arriba, se instaló Nin, un marino que vino por trabajos<br />
relacionados a la prospección marina. Pero no era Juancito y en las primeras de cruce tuvimos<br />
discusiones por temas de orden y lugares dentro del cuarto, pero llegamos a ser muy buenos amigos.<br />
De cualquier manera el público que venía de visita también cambió; en lugar de Todo Terreno llegaron<br />
los veterinarios del proyecto de Contaminación con colibacilos, que son varios y a pesar de su juventud<br />
ya tienen varias campañas en esta base y se entretienen en comparar cómo les va este año en relación<br />
con años anteriores.<br />
Las vecinas inmediatas a mi cuarto pasaron a ser dos mujeres del <strong>Instituto</strong> <strong>Antártico</strong> Argentino, que estaban<br />
estudiando la Contaminación de la nieve con Hidrocarburos. Una chica joven, bonita, pero que<br />
llevaba siete campañas seguidas en la Antártida y una señora de unos cincuenta años, bajita, muy<br />
simpática y charlatana. Las dos se pasaban horas sentadas en la nieve con sus clásicos trajes anaranjados<br />
de abrigo de los científicos argentinos, con temperaturas de 5 o 10 ºC bajo cero.<br />
Amables, simpáticas, con mucha experiencia en estar en diferentes bases y en este tipo de vida, pero<br />
el problema éramos los vecinos. Teníamos que ponernos los pantalones para levantarnos al baño compartido<br />
del “wannigan”, salir vestidos luego de bañarnos y otras pequeñas molestias a las que nos fuimos<br />
acostumbrando.<br />
Lo que más nos sublevaba es que se negaron a tomar un turno para lavar el baño como todos: -Somos<br />
visita- nos dijeron y se acabó el tema. Eso sí: cuando encontraban sucio llamaban al limpiador de ese<br />
día para protestar... -¡MUJERES!<br />
Con los medios de comunicación, el contacto fue siempre muy pobre y en esta circunstancias se hacía<br />
más duro el no tener radio abierta ni TV y los diarios eran los que la familia mandaba de Uruguay, que<br />
llegaban dos o tres meses después.<br />
Nos encontramos reducidos a los casetes de música, que cada cual trajo de su casa y que al ponerlos<br />
en el equipo de audio del casino todos escuchábamos.<br />
Progresivamente, sin notarlo, comenzamos a compenetrarnos en la música de las mañanas durante el<br />
desayuno y en la de los mediodías en la reunión de los almuerzos, que siempre fueron protocolarmente<br />
hechos a la misma hora por todos los habitantes de Artigas.<br />
Entraron a mi vida y para siempre intérpretes que no me gustaban, que no me había tomado el tiempo<br />
de analizar o que eran desconocidos; y comencé a amar las milongas de Zitarrosa, la música de murga<br />
y sus letras, el ritmo del candombe con sus maravillosas variantes.<br />
La música de los españoles como Isabel Pantoja, con la que desayunamos todas las mañanas durante<br />
semanas porque a Pereira le gustaba, nos terminó seduciendo a todos, Perales, con canciones que<br />
para tipos en nuestra condición tienen especial profundidad y así muchos otros conjuntos e intérpretes.<br />
Sobre todos los uruguayos como Jaime Ross y Rúben Rada, que nos llamaban desde las calles grises<br />
y de cara la río, del sur de Montevideo, con temas de nuestra vida cotidiana y en nuestro idioma.<br />
Una mañana al entrar al comedor para desayunar y todavía medio dormidos, cuando terminó el tango<br />
que estaba en el aire, un locutor comenzó a hablar con una voz muy particular:<br />
-<strong>DE</strong>S<strong>DE</strong> LA CUENCA <strong>DE</strong>L PLATA, GAR<strong>DE</strong>L EN LAS HORAS PARES. .<br />
-¡Escuchen, es Radio Clarín!-<br />
-Durante un segundos quedamos muy confundidos hasta que nos dimos cuenta que era una grabación<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
que alguien tenía en un casete, ¡qué decepción!<br />
Los programas favoritos de radio y los informativos de la TV en este momento de soledad y frío, hubieran<br />
sido muy importantes y realmente los echábamos de menos. Además con el uso las pilas se agotaban<br />
y no había donde comprar, así que ¡mala suerte!<br />
Con el cambio de la temperatura y obedeciendo voces de la naturaleza con todos los animales menos<br />
con los humanos, un día la playa amaneció sin pingüinos, sin focas tomando sol, sin las skúas paradas<br />
como perros pedigüeños cerca de la puerta de la cocina, sin elefantes marinos y no volvimos a oír el<br />
grito de ningún pájaro y sólo quedamos con la visita de las chionis y algún petrel gigante.<br />
Si las skúas del verano con su apariencia de gaviotas marrones pero el tamaño de un ganso, descaradas<br />
para pedir comida, pero agresivas con los que se acercan a sus nidos, las chionis en cambio, aparecieron<br />
en Artigas una mañana preciosa de frío, pero calma, con cielo despejado, haciendo ruido con<br />
sus patitas y arrullos, paraditas sobre el hielo del techo.<br />
De color blanco inmaculado, con la forma redondita de palomas pero más chicas y de pico rojo. Cuando<br />
salí con la cámara fotográfica, sigilosamente para que no volaran, estaban todas juntitas como charlando<br />
sobre el techo de la cocina, pero al verme, ¡Oh sorpresa! se acercaron al borde para mirarme mejor<br />
y con total confianza. Me hicieron sentir como si el bicho raro fuera yo. Y, en ese lugar: lo era. Venían<br />
de más al sur y se quedaron el invierno con nosotros.<br />
Con mucha menos gente, casi sin animales en los alrededores, el silencio comenzó a adueñarse de los<br />
alrededores de Artigas en las tardes cortas, cuando el sol pálido iluminaba la nieve, si no había viento,<br />
cuando uno salía al exterior, cada sonido tomaba otra importancia, desde los propios pasos crujiendo<br />
en la nieve, hasta el respirar más fuerte al escalar un repecho.<br />
Salía a caminar con frecuencia por los alrededores, sobre todo para calentarme, porque de estar mucho<br />
tiempo quieto, con la temperatura en picada libre dentro de los “wannigan”, te llegabas a congelar. En<br />
una de esas salidas como decía, subí el cerro cercano a Artigas, para mirar desde la altura el mar que<br />
parecía congelado hasta el horizonte, pero de pronto al acercarme al borde del cerro para mirar nuestra<br />
base, que aparecía como desdibujada por la nieve que cubría todo, sentí con toda claridad a Los Iracundos<br />
cantando. . .-Veeenite volando, que tengo muuuchas ganas de veerte-<br />
Por un momento pensé que sufría alucinaciones, pero ¿por qué esa canción de Los Iracundos? Artigas<br />
estaba aproximadamente a un kilómetro y medio de distancia en línea recta, ¿Cómo?<br />
A la vuelta le pregunté al cocinero si había estado escuchando el casete de Los Iracundos y me lo confirmó,<br />
de manera que en esa situación de aire transparente y helado, sin viento, ni colores ni olores, la<br />
música se podía oír desde distancias impensables en medio del silencio.<br />
Con la disminución de las actividades en el exterior, el ocio, el cambio de la luminosidad y de las horas<br />
de sol ya se comenzaron a ver cambios en las actitudes de la gente. Dormir mal y perder lentamente la<br />
referencia que significan los horarios de trabajo. Pero esto sólo era el comienzo.<br />
Progresivamente, nos fuimos adentrando en el verdadero frío. Seguimos viendo partir a los compañeros<br />
que habían llegado y comenzamos a completar la soledad....Otro tipo de frío más profundo.<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
108
XXII<br />
LOS ARGENTINOS<br />
109<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
“...bajaron, saludaron, desembarcaron unas cuantas cajas de vacío congelado, como setenta kilos. Nos pidieron<br />
que nos quedáramos con ellas porque las tenían demás; tomaron un café y se volvieron en sus pequeñas embarcaciones<br />
a través de los témpanos blancos y celestes (como nuestros pabellones,) y nos dejaron realmente conmovidos<br />
por el gesto.”<br />
La base argentina Jubany está en la Isla Rey Jorge, a unos veinte kilómetros de Artigas hacia el este.<br />
Con las bases cercanas de China, URSS y Chile teníamos contacto frecuente, también con la coreana<br />
(aunque no era fácil ir), pero la veíamos a lo lejos del otro lado del glaciar, en los días tranquilos y en<br />
las noches veíamos brillar sus luces. En cambio, la base Jubany de Argentina solo teníamos noticias<br />
indirectas y por radio.<br />
Nuestro primer contacto con los argentinos se dio una mañana de verano en el momento que el HMS<br />
Endurance, buque británico, había fondeado frente a Jubany y desde este barco nos radió un oficial de<br />
la Marina uruguaya en misión con ellos que quería- POR FAVOR-, venir a visitar Artigas, conocernos y<br />
supongo, hablar un poco de uruguayo y comer en uruguayo.<br />
Cuando T.T. se enteró de la llamada tomó su handy, habló con la lancha de su servicio y les dijo a los<br />
marinos que estaban trabajando en el mar que fueran al Endurance a buscar al oriental. Los marinos<br />
dijeron –sí señor- y arrancaron.<br />
A la hora avisaron desde las cercanías de la base argentina que había mucho mar, que estaba lleno de<br />
témpanos y que con ese gomón era peligroso intentar llegar; además, les quedaba poco combustible.<br />
Todo Terreno les dijo que volvieran a preparar la Zodiac de la base, que es otro gomón, pero mucho<br />
más grande, para ir hasta el dichoso barco y a Jubany.<br />
Con la invitación de Todo Terreno y Dupont, otro marino, me uní a la expedición ya que no conocía esa<br />
base y se presentaba la posibilidad de ver la costa más allá de la desembocadura del glaciar, que me<br />
interesaba mucho. Creo que si no me hubieran invitado igual me hubiera invitado yo mismo.<br />
En la Bahía Collins el mar estaba bastante calmo, así que luego de la consabida mojadura de pies a<br />
pesar de las botas de goma al abordar en la playa, -lo que provoca el dolor instantáneo de la quemadura<br />
por frío, acompañado de las malas palabras habituales-, arrancamos con viento de frente, suave pero<br />
con más frío a medida que nos separábamos de la costa y de los reparos de tierra.<br />
Al salir de la bahía comenzamos a tener más mar. El viento en contra nos hacía chocar con pequeñas<br />
olas que salpicaban agua helada y nos mojaban. Al rato las manos estaban agarrotadas de frío, a pesar<br />
de los mitones de abrigo; además navegábamos prendidos de las cuerdas de borda para no caer. Íbamos<br />
haciendo “sapito”, saltando de ola en ola.<br />
La dirección que tomamos fue noreste, lo que nos permitió observar en su plenitud y de frente la cara<br />
de esa parte del glaciar. A lo lejos, el “volcán”, un cerro de varios cientos de metros de altura, blanco y<br />
muy empinado, que se ve desde la base. Más adelante, unos barrancos de arena volcánica negra en<br />
cuyas cimas se asoman las puntas de cerros con las formas más variadas.<br />
Esa arena en su declive derrama todas las variaciones del ocre: un degradé marrón, rojizo, amarillo,<br />
todo eso en un murallón que llega hasta el mar, sin playa.<br />
Nos fuimos acercando a una península de aspecto extraño.<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Columnas altas y delgadas, verticales, de roca negra, conforman prismas de caras rectas, como dejadas<br />
allí por un niño gigante que se aburrió de jugar” “Enfrente a la `península a cien metros dentro del<br />
mar hay otra roca de igual altura, pero con la forma exacta de la aleta de un tiburón, completando el<br />
paisaje irreal.<br />
A medida que nos acercábamos a la península empezamos a divisar miles de pingüinos paraditos como<br />
mojones blancos y negros, todos mirando hacia nosotros con su característica curiosidad. La escena<br />
parecía dibujada por un artista loco, tenía aspecto sobrecogedor y fantasmal, con esa luz antártica<br />
tenue y la niebla liviana que nos rodeaba.<br />
Una vez rodeada la península, la tierra parece desaparecer, porque se entra en una ensenada. Si bien<br />
habíamos visto algún témpano chico flotando, la navegación se daba con facilidad, pero a esa altura...<br />
...había una larga fila de témpanos pequeños, apretados entre sí, que nos impedía el paso. Los apartamos<br />
con un remo y pasamos; ya veíamos cercana la silueta del Endurance y más allá se adivinaba Jubany..<br />
Una vez que atravesamos la línea de témpanos nos dimos cuenta que no se podía seguir porque frente<br />
a nosotros casi no había espacio libre de agua sin témpanos. Pequeños, no sobrepasaban los treinta<br />
centímetros de altura, pero cubrían toda la superficie hacia adelante... allí nos quedamos con el motor<br />
moderando, en silencio, pensando qué hacer y se oía muy claro la delicada música de los viejísimos<br />
témpanos que se quebraban constantemente, con la total indiferencia que tienen los fenómenos de la<br />
naturaleza,... clic, clic, clac.<br />
Y tuvimos que volver a Artigas, porque no sólo música tenían esos hielos, sino afiladas puntas que sobresalían<br />
en la superficie; hubiera sido terrible que se nos pinchara el gomón y tan lejos de todo...<br />
Si a la ida íbamos saltando de ola en ola, a la vuelta lo hicimos montados en ellas, dejándonos llevar<br />
como haciendo surf y fue un placer navegar en esas condiciones: con viento en popa el frío no se siente<br />
tanto.<br />
En el trayecto levantamos un pequeño témpano de diez kilos que desee que no fuera de hielo sino de<br />
vidrio, por las formas y la transparencia, con la superficie cubierta por concavidades del tamaño de una<br />
moneda, formando un panal y era maravilloso el juego de luces a través de él. Sólo espero que las fotos<br />
queden bien.<br />
Así que del encuentro con los “hermanos argentinos” de entrada: nada. Pero unos días después de la<br />
partida del barco inglés y como los argentinos se habían enterado de nuestra fracasada visita, un calmo<br />
domingo aparecieron dos pequeñas Zodiac en la playa. Bajaron cuatro muchachos con el característico<br />
ropaje naranja de los argentinos, que se habían atrevido a través de una cantidad de enormes icebergs<br />
celestes agolpados en nuestra bahía.<br />
Mariano, el jefe, un médico de veintiocho años, bajo, de pelo negro enrulado y cara simpática, como de<br />
uruguayo y tres biólogos, todos entre los veintiuno y veintiocho años. Nos contaron que habían hecho el<br />
trayecto desde Jubany en una hora y al ratito estábamos en el casino charlando de cosas en común.<br />
...ahora me llama la atención que en media hora estábamos charlando como si ellos fueran parte de la<br />
familia a la que no veíamos desde hacía tiempo y quedó algo desmerecida la relación que tenemos con<br />
nuestros más queridos amigos chilenos y rusos que también estaban de visita. No hay duda que encontrarse<br />
con los argentinos para los uruguayos es como encontrarnos con nosotros mismos y enseguida<br />
Víctor, Gabriel y Osvaldo se entreveraron con el resto de la gente y andaban conociendo la base como<br />
si fueran de la casa.<br />
Nos fuimos con Néstor y Mariano a recorrer los alrededores; como el tiempo empeoró a la noche, los<br />
vecinos cercanos se fueron luego de cenar y los argentinos se quedaron a dormir. En la sobremesa<br />
apareció la guitarra de Néstor, comenzó el folklore y los argentinos mostraron también lo suyo. El Osvaldo<br />
argentino, muy delgado y alto, con pelo muy largo, comenzó a acariciar la guitarra como si fueran<br />
viejos amigos y sacó antiguas melodías de Atahualpa Yupanqui, canciones removedoras de León Gie-<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
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Dr. Osvaldo González Contrera<br />
co y tradicionales zambas del norte argentino, que terminan siendo comunes con lo nuestro.<br />
Nos dejaron un casete de video que Mariano grabó para copiarlo ya que aparecemos varios de nosotros<br />
y los alrededores de Artigas y porque nosotros no teníamos videocámara. Cuando se fueron nos<br />
miramos entre nosotros y notamos que los íbamos a echar de menos.<br />
No habrían pasado dos semanas cuando un día de frío intenso a pesar del poco viento y del mar en<br />
calma, aparecieron las pequeñas Zodiac en la playa Collins con la misma tripulación. Bajaron, saludaron,<br />
desembarcaron unas cuantas cajas de vacío congelado, como setenta kilos. Nos pidieron que nos<br />
quedáramos con ellas porque las tenían demás; tomaron un café y se volvieron en sus pequeñas embarcaciones<br />
a través de los témpanos blancos y celestes (como nuestros pabellones,) y nos dejaron<br />
realmente conmovidos por el gesto.<br />
La historia de esas cajas de carne fue que en la visita anterior, cuando recorrieron la base, se percataron<br />
que nos quedaba poca carne vacuna y que nuestros abundantes almuerzos y cenas, eran invariablemente<br />
guisos y ensopados, hábilmente hechos por el cocinero, pero con poca carne. Decidieron espontáneamente<br />
acercarnos las cajas, como quien pasa por el vecindario y decide entrar.<br />
Cuando en Artigas se decidió festejar el 18 de Mayo con una inconfundible uruguayez, como es hacer<br />
un asado a la intemperie, sobre la nieve, en frente a la cocina, la barra colocó una chapa galvanizada<br />
en el piso. Con bastante trabajo pero con profunda devoción se prendió el fuego con las maderas que<br />
sobraron de la obra- que para asados es sabido que es la mejor madera- y cuando Franco, el cocinero,<br />
trajo la carne pronta para la parrilla, un maravilloso pulpón de vacío argentino, suficiente para todos y<br />
de sobra, brindamos con los vasos de vino en alto por los argentinos de Jubany, que eran los que invitaban.<br />
Para el 25 de Mayo recibimos la invitación de acudir al festejo de la fecha patria de Argentina en su base.<br />
Claro que a esa altura del año el invierno estaba instalado en la Antártida, el mar totalmente congelado<br />
desde Artigas y hasta el horizonte, así que de lancha Zodiac: imposible ir. A esa altura estaba<br />
guardada, desinflada, entalcada y plegada, junto con su gran motor fuera de borda, por lo que nuestra<br />
vía de comunicación eran los Ski-Doo, unas preciosas motonieves veloces como el viento que usábamos<br />
para nuestros traslados a las otras bases, pero con ellas, ni pensar.<br />
Los chilenos solucionaron el problema haciendo nuestro traslado en su helicóptero, lo que fue una experiencia<br />
fantástica y muy excitante, poder recorrer por aire el camino que laboriosamente hicimos en<br />
Zodiac en el verano. El paisaje ahora presentaba permanente dominio del color blanco en tierra y en el<br />
mar. Sólo se percibían las cumbres de los cerros que sobresaliendo del terraplén que en el verano vi<br />
como una hermosa variación de ocres.<br />
El vuelo del helicóptero nos mostró que la costa era mucho más irregular de lo que vimos desde la lancha<br />
ya que hay dos caletas de boca bastante angosta entre Artigas y Jubany, que se abren formando<br />
bahías y comprendimos que no pudimos llegar a la base de los argentinos porque se encuentra en el<br />
interior de la Caleta Potter, llena de hielos flotantes en aquel momento.<br />
El 25 de Mayo de 1990, la base Jubany estaba engalanada con el pabellón argentino en el mástil principal,<br />
acompañado por las banderas de URSS, Chile, China y Uruguay, flameando enloquecidas por el<br />
fuerte viento de esa tarde-noche, que andaría por los treinta grados bajo cero. Antes de descender totalmente<br />
el helicóptero ya estaban esperándonos, encapuchados los argentinos, conocidos y desconocidos.<br />
Cuando bajamos, la nave levantó vuelo para buscar a la delegación soviética y empezamos por recorrer<br />
la antigua base, conformada por barracas de chapa por fuera y madera por dentro, muy bien arregladas<br />
y mantenidas, regalo de los ingleses, que aparentemente tenían una factoría de focas en ese<br />
lugar. Los techos eran de chapa acanalada galvanizada, de cuyos bordes pendían largas estalactitas<br />
de hielo, que simulaban enormes y extravagantes peines transparentes. Las construcciones están apoyadas<br />
en tierra, no como nuestros “wannigan”, que se encuentran sobre pilotes, para que el viento pase<br />
por debajo y no se acumule la nieve. Por eso nos encontramos entrando a las instalaciones a través de<br />
estrechos corredores de bastante altura excavados en la nieve, que luego de cada nevada había que<br />
limpiar.<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Las barracas están separadas entre sí por mucha distancia, hasta un kilómetro, con el criterio de evitar<br />
la destrucción de más de un edificio en caso de incendio ya que son estructuras de madera permanentemente<br />
calefaccionadas. Hubo un antecedente de incendio en una base de ese tipo y por estar muy<br />
cerca los edificios entre si, todo se destruyó y la dotación quedó totalmente a la intemperie con lo que<br />
eso puede significar en la Antártida, sin comunicaciones para pedir ayuda ni medios de transporte para<br />
salir del lugar.<br />
La reunión por el festejo del Día de la Independencia de la Argentina, tuvo su parte de conmemoración<br />
patriótica con el himno argentino que escuchamos con respeto, felicitaciones para los dueños de casa y<br />
luego una cena y un brindis entre los anfitriones, los soviéticos, los chinos y los orientales de Artigas,<br />
que fuimos traídos por los helicópteros chilenos y los chilenos ausentes porque no pudieron llegar después<br />
de todo ya que empeoró el estado del tiempo. Cosas que suceden en esta región.<br />
Lo mejor de la fiesta fue después de la cena cuando a la guitarra de Néstor se agregaron el charango<br />
de Osvaldo, la guitarra de Mariano, un bombo legüero y comenzó la música a nivel artístico de un conjunto<br />
profesional y bailaron los carnavalitos, zapatearon las zambas, compadrearon las milongas camperas<br />
y juguetearon los gatos, mientras los soviéticos y chinos al principio miraban y luego comenzaron<br />
a disfrutar por la música y el vino mendocino, a la par nuestra.<br />
Era curioso y conmovedor ver un hombre de la provincia de Jujuy, (norte argentino) con rasgos quechuas,<br />
bajito y de negro pelo chuzo, haciéndose amigo de un chinito pequeño y muy parecido a él y sin<br />
poder intercambiar una sola palabra, parecían hermanos.<br />
Cerca de las diez de la noche recibimos una llamada de Artigas que era para Néstor: Su esposa hablaba<br />
desde el Hospital Militar para darle la noticia de que había tenido familia,¡¡ había nacido el segundo<br />
hijo varón de Néstor esa misma noche!!<br />
Esa clase de situaciones son muy extrañas. Entre la emoción de la noticia, la clara ansiedad que se<br />
desbordó en un tipo sensible y afectuoso como Néstor, que justo en ese momento ni siquiera se encontraba<br />
en Artigas, que no podría ver a sus hijos por muchos meses y no tenía cerca a la mayor parte de<br />
los amigos y compatriotas de Artigas para sentir su afecto.<br />
Luego de momentos de emoción, de lágrimas y de felicitaciones, estuvo a punto de primar la melancolía<br />
por las ausencias que nos acecha a todos. Alguien comenzó nuevamente y con timidez, con un ritmo<br />
de zamba en el bombo, para que en honor del recién nacido y su madre y de todas nuestras mujeres e<br />
hijos, recomenzara la música.<br />
Esa noche al acostarnos, no sé a que hora (como siempre sin saber bien la hora, allá) escalé a la altísima<br />
cucheta donde ya roncaba en la cama de abajo Yuri, el gordo ruso y me quedé pensando en lo que<br />
sentiría Néstor en ese momento.<br />
Y esta fue la última – única visita que hice a los argentinos. Pero me dejaron el recuerdo afectuoso e<br />
intransferible de las personas que están cuando se los necesita.<br />
La Base Jubany en 1990, vista desde el helicóptero<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
112
Navegando rumbo a Base Jubany,<br />
entre los témpanos<br />
Visita a la Base Jubany, el 25 de mayo de 1990<br />
113<br />
El asado que hicimos en la Base<br />
Artigas, el 25 de agosto de 1990,<br />
gentileza de los argentinos<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
114
“¡una pena mami! Un indiecito jovencito, tan lejos de su país, de sus seres queridos, sin nadie que le hable en su<br />
dialecto, con un costurón en la cara, con un ojo menos. . .”<br />
XXIII<br />
LOS ECUATORIANOS<br />
115<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
En el mes de marzo aparecieron en la base Marsh un grupo de neurofisiólogos chilenos de Santiago,<br />
que estaban desarrollando un proyecto-estudio sobre los trastornos del sueño en regiones polares.<br />
Desde mi llegada a estos lares, fui el primero en notar las dificultades que provoca el cambio de horas<br />
de luz natural en la región. Al principio había día casi en forma permanente, con sólo cuatro horas de<br />
noche, cosa que nos costó a todos trastornos del sueño y cambios de humor.<br />
Cuando los chilenos se enteraron que había un neurólogo en Artigas, enseguida recibí la invitación para<br />
encontrarnos, entre otras cosas porque el tema del sueño es de enorme interés para neurofisiólogos y<br />
neurólogos clínicos, con patologías que se están investigando y procedimientos de diagnóstico que se<br />
van ajustando.<br />
Aproveché un viaje de T.T. a Bellingshausen y me fui a Marsch con él para encontrarme con los colegas<br />
que estaban hospedados en el hotel de la base.<br />
Llegué con mi aspecto muy poco protocolar, botas de goma, gorro rojo y larga caña, pero los colegas<br />
no estaban, se habían ido en helicóptero a otra base. Cuando regresaba caminando a la Villa, me alcanzó<br />
la “Land Cruiser”de Barrientos, el jefe de Marsh, que venía con Gustavo Heine, el médico chileno.<br />
“– ¡Doctore!, te estábamos buscando porque en la base ecuatoriana, a cincuenta kilómetros de acá, se<br />
accidentó un trabajador y parece que tiene una herida profunda en la cabeza, precisamos que nos ayudes-“<br />
No terminaron de hablar y ya estaba instalado en la camioneta, preguntándole a Gustavo si disponía de<br />
la medicación indispensable para un caso como éste y a medida que me iba contestando afirmativamente<br />
me tranquilicé y quedé pensando en los pasos a dar.<br />
El hospital de “Villa las Estrellas” de Marsh, que es el pueblito chileno de la base, es pequeño pero muy<br />
bien equipado, con material y equipo muy moderno, que yo ya conocía, así como al enfermero, un tipo<br />
muy eficiente.<br />
Luego de preparar lo necesario en el hospitalito y dejar la sala de operaciones lista, nos fuimos al helipuerto<br />
a esperar al herido. Al rato llegó Konstantin, el anestesista ruso y más tarde, Misha, mi amigo,<br />
que es cirujano.<br />
La noche era bastante desagradable, con rachas de viento fuerte y la espera se hizo más larga de lo<br />
deseable, hasta que en el cielo apareció el helicóptero y bajó lentamente en un torbellino de nieve que<br />
volaba en todas las direcciones, provocando un ruido ensordecedor que recordaba las escenas de películas<br />
de guerra.<br />
El paciente era un muchacho joven, estaba despierto y tranquilo y la herida era en la cara; se la había<br />
provocado con un disco de corte, de esmeril y abarcaba desde el lado izquierdo del nacimiento de la<br />
nariz, hasta la oreja del mismo lado, pasando por el párpado superior.<br />
Mientras lo preparamos en el quirófano, tuvo un vómito de sangre roja muy abundante (encima de mí,<br />
por supuesto) y comenzó con síntomas de anemia aguda: transpiración, palidez, caída de la presión y<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
confusión. Era evidente que tenía un sangrado oculto... y eso no estaba en el libreto.<br />
Inmediatamente los rusos lo sondaron para sacar la sangre de su estómago y le sugerí a Gustavo que<br />
debía explorar rápidamente la herida, pues la sangre debía provenir de una arteria en la base de la nariz<br />
y el muchacho se la estaba tragando.<br />
Por suerte, rápidamente fue localizado un pedículo sangrante que fue suturado y recién entonces pasamos<br />
a la exploración del ojo. Estaba totalmente deshecho, sin recuperación y en eso estábamos cuando<br />
el paciente dejó de respirar, ¡Paro respiratorio!... Trabajamos complementándonos como si lo hubiéramos<br />
ensayado y con la reanimación lo sacamos de esa situación.<br />
El próximo paso fue la limpieza de la órbita, sacar los restos del ojo y suturar. Terminamos con éxito y si<br />
no hubiéramos intervenido, habría muerto en minutos.<br />
“...¡una pena mami! Un indiecito jovencito, tan lejos de su país, de sus seres queridos, sin nadie que le<br />
hable en su dialecto, con un costurón en la cara, con un ojo menos. . .”<br />
Finalizamos a las 2 de la mañana, dejamos todo pronto y el paciente comenzaba a despertarse. Nos<br />
esperaba Barrientos, que nos tomó fotos hasta dentro del quirófano y luego nos llevó a cenar.<br />
Cuando los cuatro nos sentamos a la mesa, casi me da un ataque de locura: sólo había unos pocillos<br />
de té y unos panecillos con una crema de palta y… ¡nada más! ...se deben haber dado cuenta que era<br />
muy escaso y al rato trajeron pasta y huevos ¡cuánto hacía que no veía un huevo frito! Y me parece que<br />
los soviéticos ni los conocían.<br />
Cuando terminamos de comer, un oficial me llevó en camioneta al hotelito del aeropuerto para no trasladarme<br />
hasta Artigas a esa hora y no me acuerdo más, me dormí antes de acostarme.<br />
A la mañana siguiente estaba desayunando cuando me llamó Barrientos para decirme que no me moviera<br />
de allí porque me mandaba a buscar. De camino a su despacho, pasamos por el hospitalito y vi al<br />
muchacho, que se encontraba bien. Charlé un rato con el jefe chileno y en eso llegó el jeep de Artigas<br />
con el comandante Pereira, T.T. y Néstor que venían a buscarme y me di cuenta que se le estaba dando<br />
mucha importancia a lo de la noche anterior.<br />
Los dos jefes se mostraron muy contentos, se felicitaron mutuamente por sus médicos, por el éxito del<br />
tratamiento y los agradecimientos y felicitaciones iban y venían.<br />
Llegamos a Artigas cerca del mediodía y yo había dormido tan poco, que estaba muerto de sueño.<br />
Durante el almuerzo el jefe se paró, pidió silencio y muy protocolarmente contó lo sucedido ayer (lo del<br />
herido). Resaltó mi trabajo y el de los colegas y se mandaron flor de aplauso, esas cosas que si bien<br />
son totalmente exageradas, te dejan con el ego inflamado.<br />
Unos días después de estos acontecimientos, avisaron que una delegación de Ecuador iba a visitar la<br />
isla y con el antecedente de lo del chico herido, nos aprestamos a recibirlos.<br />
El Comandante en Jefe, un hombre distinguido, alto y veterano, estaba acompañado de su señora, una<br />
mujer muy arreglada, con el cabello prolijamente peinado y de color entre anaranjado, amarillo, violáceo<br />
y unos tonitos verdosos que eran una maravilla. Deseé fervientemente que esa no fuera la moda entre<br />
las mujeres del mundo, pues no deseaba encontrar a Bea con el pelo de esos colores cuando volviera a<br />
casa.<br />
En esa reunión charlamos largo y tendido con todos los oficiales de la delegación y nos enteramos de<br />
muchas cosas de Ecuador: de sus trece millones de habitantes, de su industria y turismo y de que los<br />
ecuatorianos saben mucho más de Uruguay que nosotros de ellos.<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
116
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Por supuesto y como me temía, “Petrel” Pereyra hizo varias menciones a mi intervención en la cirugía<br />
del muchacho, provocando manifestaciones tales como que había estado bárbaro, etc., etc. Ahora...<br />
¿qué otra cosa debía hacer si soy médico?<br />
La experiencia de este episodio sobre tratar a una persona entre varios médicos, sin un protocolo previo,<br />
de entendernos en inglés, de obtener un resultado bueno, de hablar un idioma común a pesar de<br />
las distancias y las diferentes formaciones, fue, aparte de lo lamentable de la circunstancia, algo fantástico.<br />
117<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Con el jefe Han y el médico Yang, en la sala de recepción de La Base “Great Wall” de China, en 1990<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
La Base “Great Wall” de la República Popular de China, vista desde el mar, en 1990<br />
118
“El jefe estaba muy contento porque la dotación uruguaya anterior le había regalado un mate “galleta” enorme,<br />
posamate y bombilla, pero no tenia yerba, por lo que en un momento le cambié un kilo de yerba argentina puro<br />
palo ¡ espantosa! por un kilo de té de jazmín delicioso (probablemente horrible para ellos) y todos contentos.”<br />
XXIV<br />
LOS CHINOS<br />
119<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Nacionalidad llena de misterios, si las hay, es la de los chinos de la base La Gran Muralla o “Gleit<br />
guol” (Great Wall) como la llamaban ellos.<br />
En nuestro caso, la mayor parte del misterio chino consistía en que sólo el médico de la base hablaba<br />
inglés y los demás solo chino (y quizás ni eso, con el tema de que tienen muchos dialectos dentro de su<br />
enorme nación y que dudo si lo unificaron muy bien).<br />
Mi primera visita a “la Gran Muralla” fue varias semanas después llegar a la Antártida y la hice en Zodiac<br />
una preciosa tarde de mar inmóvil, por lo que el trayecto de diez kilómetros fue un placer. Bordeamos<br />
la costa de la península Fildes, luego pasamos frente a Marsh- Bellingshausen y continuamos un<br />
poco hacia el sur. Finalmente bordeamos la península Ardley donde está la pingüinera con la gente de<br />
Balbino y llegamos a la base china.<br />
Enorme como era de esperar, con grandes edificios pintados de rojo- naranja, con un helipuerto- centro<br />
de ceremonias (probablemente, por el aspecto), el frente estaba presidido por una gran roca cual monumento,<br />
con una placa de bronce que vaya a saber que diría.<br />
Los alrededores se veían bastante sucios, con basurales en varios lugares. Nadie salió a recibirnos, por<br />
un motivo muy lógico: Cada base se rige por el horario de su país y como las horas de la noche son<br />
muy escasas nunca se sabe bien que hora es, entonces nosotros llegamos a altas horas de la madrugada<br />
para ellos y estaban durmiendo.<br />
Por allá apareció un personaje a atendernos, quien nos habló probablemente en chino y parece que<br />
nos preguntó algo, pero...como si nos hablara en chino.<br />
Nosotros íbamos a esta base amiga a buscar algo de carne que ellos amablemente nos estaban guardando<br />
en su cámara ya que en Artigas por el momento no teníamos frigorífico.<br />
Gary estaba encantado con sus intentos de comunicarse y no ser entendido en su buen inglés, por lo<br />
que comenzó a decirle disparates con cara seria, que nuestro pequeño interlocutor, (repetidas reverencias<br />
mediante) señalaba que era como si habláramos en inglés. Después yo probé con francés y por<br />
supuesto, nada. Todo muy divertido pero sin resultados, hasta que Gary hizo el muy tano gesto de llevarse<br />
los dedos a la boca abierta en señal de comer y luego con los dedos en la frente como cuernos<br />
dijo: MUU, MUU.<br />
¡Qué alegría le dio al chinito! Rápidamente nos llevó a la cámara frigorífica, grande como uno de nuestros<br />
“wannigan”, donde se amontonaban carnes de todos los tipos imaginables y nos dio algo de carne<br />
vacuna, luego con procedimiento similar, moviendo “las alitas” y cacareando, logramos varias cajas de<br />
pollo.<br />
Después de este primer contacto conocimos al Dr. Yang, el médico y al jefe de la base, Han, un hombre<br />
bajito y callado que yo lo encontré siempre parecido a MaoTse Tung, muy amable y con quien hicimos<br />
cierta amistad a pesar de no hablar inglés. El colega Yang me explicaba que el jefe procedía de la Mon-<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
golia superior y que gente tan alejada de Beijing llegara a una misión como esta, era muy poco frecuente.<br />
Yang, que era alto para su promedio, cerca del metro ochenta, delgado y bastante joven, era médico de<br />
medicina tradicional china y había estudiado medicina occidental en Shangai, donde vivía.<br />
Las habitaciones destinadas a la actividad social de la base “Gleit Guol” tenían alfombra de pared a pared,<br />
muebles laqueados en negro y oro, tapices y porcelanas. Como en todas las bases civilizadas - no<br />
la nuestra -, al llegar uno debe cambiarse el calzado para no ensuciar, pero el calzado que nos ofrecían<br />
los chinos eran unas chinelas con taquito muy coquetas y los “patones uruguayos” apenas podíamos<br />
enfundar las puntas de los pies y quedarnos con el talón afuera, lo que era motivo de risa para ellos y<br />
nosotros.<br />
El recibimiento era siempre protocolar, con el jefe en su recibidor, con una gran mesa laqueada de doce<br />
plazas, un tapiz de La Gran Muralla, hecho a mano y de más de dos metros, alfombras, vitrinas con<br />
porcelanas, abanicos y otros objetos del arte tradicional (daban ganas de quedarse a vivir allí). Nos<br />
servían una gran taza de porcelana de té de jazmín hirviendo, con una tapa, sin azúcar y sin colar<br />
(complicado de tomar)<br />
El jefe estaba muy contento porque la dotación uruguaya anterior le había regalado un mate “galleta”<br />
enorme, posamate y bombilla, pero no tenia yerba, por lo que en un momento le cambié un kilo de yerba<br />
argentina puro palo ¡espantosa! por un kilo de té de jazmín delicioso (probablemente horrible para<br />
ellos) y todos contentos.<br />
Varias veces cenamos en la base china, todas fueron una maravilla, con profusión de esos preparados<br />
a base de diferentes carnes y vegetales muy sabrosos, a veces picantes, rehogados o fritos en unas<br />
grandes sartenes de bronce de forma hemisférica, acompañados de un pan blanco, casi crudo, pequeño,<br />
servido muy caliente en un bowl, chips de camarón, arrollados primavera, pescado crudo sazonado<br />
y otras cosas que no sabíamos identificar.<br />
Ante la duda frente a una carne que comíamos, picada finita en un plato multicolor, le preguntamos al<br />
cocinero con la técnica de los ruidos y los gestos y vimos que no era pollo (pipi), no era conejo (boca de<br />
conejo), no era cordero (beeee) y cuando nos miramos entre nosotros, desconcertados, el cocinero con<br />
una sonrisita nos dijo: (MIAU).<br />
Entre las bebidas que nos ofrecían estaba lo que el doctor Yang llamaba “Chinean Vodka”: una preciosa<br />
botella de vidrio blanco opaco, con dibujos de dragones y grafismos chinos que contenía un licor<br />
muy fuerte y aromático, perfumado, que me hizo acordar vagamente a.... la caña con butiá.<br />
Con frecuencia en Artigas, durante las primeras semanas del verano, tuvimos hospedados a Chong,<br />
Han y Veng, tres glaciólogos chinos que tuvieron que adaptarse a nuestra comida y pareció gustarles.<br />
Nos explicaban en buen inglés que el Glaciar Collins, nuestro vecino, es muy joven, tiene más o menos<br />
cuarenta mil años, determinado por medio del O² isotópico.<br />
Uno de mis primeros trabajos fue limpiar y curar una herida de un dedo chino provocada por un martillazo.<br />
Quedaron muy agradecidos y siempre que necesitaban algo, se dirigían a mí.<br />
A principios de febrero vinieron a buscar a nuestros glaciólogos chinos para festejar la semana de la<br />
primavera, que es fiesta nacional-“¡Qué buena idea! En vez de festejar siempre batallas, festejar la primavera,<br />
la luna llena u otras cosas que suceden y no valoramos, ¿no?-“Decía Cantini.<br />
“-Lástima que en febrero, en China, nadie me va a convencer que no es invierno,-“Contestaba Pelayo,<br />
el buzo-<br />
Alguno quiso explicar que los chinos se rigen por el año lunar, que es más corto que el solar y las fechas<br />
se van corriendo.... además, como el país es tan grande... Luego de un momento de confusión,<br />
terminamos a las risas: Nadie entendió nada.<br />
Durante un almuerzo en La Gran Muralla, apareció el jefe, encantado, al grito de “Mate Tea” (té de mate).<br />
Traía su gran mate preparado con un tercio de yerba, casi lleno de agua y la bombilla sacudiéndose<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
120
121<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
locamente dentro y me lo mostró.<br />
“-¡Muy bien! ¿Le gustó?” -le pregunté<br />
Con gran ceremonia sacó un frasquito con un contenido rojo y por medio de Yang me dijo que era un<br />
condimento mogol que quería que probara (debí haber mirado la cara de Yang cuando traducía). Probé<br />
unas gotitas mezcladas con lo que comía y realmente me sentí un dragón chino, ¡pero en el momento<br />
en que escupen fuego por la boca! Tuve que tomar tres vasos de refresco frío para calmar el ardor; el<br />
chino muerto de risa.<br />
–Los mogoles tienen una comida muy fuerte- me decía Yang después, tampoco muy serio.<br />
El día de mi cumpleaños, junto con gente de todas las bases, estuvieron el Dr. Yang y su jefe. En realidad,<br />
el motivo principal era la llegada del avión uruguayo, pero como Franco, el cocinero y ocasionales<br />
ayudantes me habían hecho una torta y otras cosas, se quedó todo el mundo a cenar y me dieron varios<br />
recuerdos de su enorme país. Nunca fui muy afecto a festejar mi cumpleaños, pero éste, lejos de<br />
los míos tuvo una relevancia muy especial porque estaba necesitado del afecto de mis niños, mi gente<br />
y mi Bea. Pero, a falta de pan...<br />
Siento que con la colectividad china hemos aprendido como con ninguna otra de nuestros países, probablemente<br />
sea porque los orientales y los orientales del Uruguay no podemos ser más diferentes, salvo<br />
en la curiosidad por la cultura de los pueblos ajenos.<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Vehículo anfibio empleado por los<br />
coreanos en 1990.<br />
Aspecto de la Base King Sejong, de Corea del Sur, en 1990.<br />
El grupo de chilenos y<br />
uruguayos, de visita en la<br />
Base King Sejong, de<br />
Corea del Sur.<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
El autor en la Base King Sejong, de Corea, en 1990.<br />
122
XXV<br />
LOS COREANOS<br />
123<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
“La base de Corea del Sur era espléndida, con grandes edificios sobre pilotes en perfecto estado de conservación,<br />
dos enormes tanques de combustible de acero inoxidable y un parque de vehículos de carga con orugas y motonieves<br />
muy grandes y con aspecto de modernísimas; no sabíamos qué fotografiar primero. “<br />
Cuando recién llegué a la isla, la presencia de los coreanos la percibí con un sentimiento similar al que<br />
tienen los montevideanos con la Isla de Flores: se divisa desde la costa, en la noche siempre se puede<br />
ver el rítmico destello de la luz del faro, se fantasea con la posibilidad de ir y se puede imaginar cómo<br />
será.<br />
Lo mismo nos sucedía con King Sejong, la base coreana que se veía a través de la bahía Collins,<br />
hacia el noreste, en la costa de nuestra misma isla. Resultaba inaccesible por tierra pues el glaciar se<br />
interpone y si bien no es tan difícil de transitar, resulta muy peligroso por los cambios de clima y por las<br />
grietas del piso. El agua del deshielo corre a gran velocidad y forma grietas en la superficie no mayor a<br />
los treinta centímetros de ancho, pero con una profundidad de cuarenta metros que terminan en grandes<br />
cavernas.<br />
No conocíamos pues a los vecinos coreanos en nuestros primeros días en Artigas y supusimos que<br />
serían como los marinos de esa nacionalidad que veíamos en la Ciudad Vieja: pequeños, con aspecto<br />
sospechoso, que atemorizan porque parecen salidos de esas películas baratas de artes marciales, pero<br />
todo fue cuestión de tiempo para conocerlos.<br />
Una mañana a fines de enero, teníamos un oleaje muy violento mientras trabajábamos en la playa con<br />
la lancha y el equipo de Balbino que iba hasta la pingüinera. Nos empapamos con el agua helada y Gary<br />
tuvo la mala suerte de caer sobre Toribio en el corcovo de la Zodiac cuando cruzaba la rompiente,<br />
dejándolo sin aliento por un buen rato. Finalmente nuestro bote pudo salir sin más problemas y mientras<br />
los observábamos alejarse, nos sorprendió una embarcación negra y naranja que venía pechando<br />
las olas desde el noreste. Por momentos desaparecía bajo el oleaje y reaparecía, moviéndose en todos<br />
los sentidos, pero avanzando siempre hacia nosotros.<br />
Nos quedamos en la costa, hipnotizados por esa lucha que parecía iba a terminar en tragedia, pero la<br />
embarcación no se arredraba. Llegó a la playa y emergió por sus propios medios un precioso vehículo<br />
tipo 4X4, con ruedas del tamaño de un tractor, una cabina hermética y una caja posterior con un toldito<br />
negro, del cual se elevaba una pluma de guinche cortita, también anaranjada, como toda la máquina.<br />
Una vez afuera del agua, pudimos apreciar que por el porte y la forma, era un vehículo que parecía un<br />
engendro entre un tanque de guerra y un todo terreno, con unas ruedas enormes y gruesas, una proa<br />
que era sólo un plano inclinado, como las lanchas de desembarco que se ven en las películas y con<br />
una pequeña hélice en popa.<br />
Una vez que se detuvieron en la plaza de Artigas, salieron de la caja dos muchachos coreanos empapados<br />
y por la escotilla en el techo de la cabina, aparecieron otros tres ocupantes.<br />
Luego de los saludos de rigor, nos indicaron en un correcto inglés que iban a Marsh por trámites; tomaron<br />
café, subieron a “su cosa” naranja y emprendieron el camino, pero a poco de irse regresaron porque<br />
no lograban subir los repechos y les parecía peligroso... ¡después de la travesía que habían hecho<br />
por mar!<br />
Se comunicaron con Marsh y al rato vino a buscarlos un vehículo y allí quedó “la cosa" coreana por va-<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
rios días, hasta que vinieron a levantarla y con amables genuflexiones se despidieron y volvieron a meterse<br />
en el agua, hasta King Sejong, esta vez con mar calmo.<br />
Un domingo tranquilo con “mar de almirantes” (así le dicen los marinos al mar cuando está muy tranquilo<br />
y no hay viento), partimos varios viajeros eternos en la Zodiac hasta la base de Corea. El trayecto<br />
resultó muy placentero, pasando por las montañas y los terraplenes de la costa que me habían llamado<br />
la atención cuando hicimos el frustrado viaje a Jubany. Atracamos sin problemas en el muelle coreano,<br />
bajamos del bote y al acercarnos nos encontramos con una enorme piedra, con una plaqueta con caracteres<br />
coreanos, similar a la que vimos en The Great Wall, como si se tratara de un elemento permanente<br />
en las poblaciones de cultura oriental.<br />
La base de Corea del Sur era espléndida, con grandes edificios sobre pilotes en perfecto estado de<br />
conservación, dos enormes tanques de combustible de acero inoxidable y un parque de vehículos de<br />
carga con orugas y motonieves muy grandes y con aspecto de modernísimas; no sabíamos qué fotografiar<br />
primero.<br />
Nos recibieron los principales de la base, a quienes conocíamos y nos mostraron las instalaciones, los<br />
laboratorios, el área de investigación sobre pesca y algas del fondo marino, con un equipamiento que<br />
pudimos apreciar, era de primera.<br />
Ahora tenemos claro que no sólo es costumbre uruguaya comer cuando unas cuantas personas se reúnen<br />
por cualquier motivo; siempre que llegamos de visita a una base extranjera somos invitados a comer.<br />
En King Sejong, durante la recorrida pasamos por la cocina y en el comedor nos invitaron con una<br />
sopa de vegetales de sabor picante y un platillo de pescado preparado de una forma extraña. Como<br />
todo era en porciones muy frugales, nos pareció minúsculo para nuestro apetito oriental (del Uruguay).<br />
De todos modos, la comida que habíamos devorado varias veces en la base china, nos pareció por<br />
consenso, mucho más apetitosa que esta y sobre todo, “más”. Supongo que como nos conocían, al vernos<br />
venir seguramente ponían “toda la carne en el asador”.<br />
En la mitad de nuestra visita, apareció gente de la base chilena, un oficial y varias de las señoras de los<br />
oficiales y continuamos la recorrida todos juntos. Claro que al mirar las fotos, resalto un detalle algo<br />
cómico: tanto los coreanos como el chileno y las chilenas promediaban el 1.50 metros de altura y<br />
quedábamos como una cosa rara en esa uniformidad los cuatro uruguayos que rondábamos el metro<br />
ochenta.<br />
Varias veces más nos encontramos con estos vecinos y así pudimos apreciar las similitudes y diferencias<br />
entre ellos y los chinos, que para nuestra ignorancia “parecen todos iguales”.<br />
En el plano físico, los chinos tienen la cara más redondeada, mientras que los coreanos poseen rasgos<br />
angulosos; incluso su forma de relacionarse socialmente es distinta, ¿se deberá a su situación política?:<br />
unos provienen de un régimen socialista maoísta y los otros son un país aliado de EEUU y progresivamente<br />
occidentalizado.<br />
Y fue en el campeonato de Ping Pong que se organizó en Marsh, (y en el que salimos últimos), que vimos<br />
en plena acción a las dos potencias orientales jugando y relacionándose, donde conocí al médico<br />
de la base coreana y nos pudimos reunir los seis médicos del “vecindario”.<br />
Esa reunión de todos los médicos de la isla fue en la fiesta final del campeonato y como ya conté en<br />
otro capítulo, fue la ocasión en que todos los presentes terminamos cantando el tema “Amor de Hombre”<br />
del grupo Mocedades, en español y los coreanos sabían la letra mejor que nosotros.<br />
Estas reuniones de varias nacionalidades, donde todos los participantes tienen la misma actitud solidaria,<br />
desinteresada, amistosa, es uno de los recuerdos más reconfortantes que llevo conmigo desde entonces<br />
y para siempre. Lástima que cuando visité King Sejong no le pedí al maestro de Tae-Kwon-Do,<br />
que me mostrara algo de este arte marcial coreano.<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
124
XXVI<br />
DÍAS <strong>DE</strong> SKI- DOO<br />
125<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
“Ahora, la última noche en esta blancura- soledad- silencio, donde el frío era sólo un detalle más de la vacuidad<br />
que me embriagaba, por el contacto con lo esencial con lo verdadero, que la Antártida me regalaba, como recomendándome<br />
que nunca me olvidara de qué cosa es lo que en realidad importa”<br />
Más rápido de lo esperado, a comienzos de abril la temperatura empezó a bajar y los días dieron paso<br />
a más horas nocturnas. De acuerdo con los datos de los "meteo" de Marsh, que llevaban un registro<br />
diario de las horas de luz, en un momento de mayo, todos días perdían 15 minutos de sol.<br />
Con el descenso de la temperatura, las nevadas se convirtieron en la forma de precipitación más frecuente<br />
en nuestra zona antártica, en lugar de la llovizna que había sido la regla. El paisaje cambió rápidamente:<br />
todo se volvió blanco, hubo cada vez menos luz, los sonidos de las aves que nos acompañaban,<br />
desaparecieron, comenzó el silencio total. Como único medio de transporte - salvo los pies-, cambiamos<br />
la lancha y el jeep a los Ski Doo, los maravillosos Ski Doo.<br />
No sé por qué se llaman así, pero eran dos preciosas motonieves Yamaha, de 125 CC, negras, como<br />
habíamos visto solo en las películas de aventuras, pero que marcaron el comienzo del tiempo frío de<br />
verdad.<br />
Cuando a principios de abril se fueron nuestros amigos de todo el verano, nos sentimos solos y tuvimos<br />
que adaptarnos a la nueva compañía, a “el Nin”, el muchacho de la armada que ocupó la cucheta de<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
arriba en mi cuarto y con quien en alguna oportunidad buceamos.<br />
Pero un día a principios de mayo, confirmado el vuelo desde Montevideo y como en otras ocasiones,<br />
nuestros compañeros comenzaron a inquietarse, a hablar entre ellos de la inminente partida, de los planes<br />
para la llegada a casa y al mismo tiempo empezó nuestra zozobra al saber que nos quedábamos<br />
solos, que estos hombres se estaban por ir y que esta vez no iban a ser reemplazados por otras personas.<br />
Cuando quisimos ver, el avión llegó a Punta Arenas - hizo el primer salto - trajo personajes del <strong>Instituto</strong><br />
<strong>Antártico</strong> -, entre ellos al jefe Cappi, una especie de alma mater del curso de preparación que tuvimos<br />
para el viaje y el encargado de los abastecimientos, del personal de la misión y de la logística.<br />
Durante su estadía, los visitantes del <strong>Instituto</strong> recorrieron, averiguaron, preguntaron, pasearon por las<br />
bases vecinas, trajeron cajas de whisky (y se las tomaron) y se fueron cuando el avión regresó con el<br />
jefe Cappi, - que se había pasado todo el tiempo averiguando lo que se precisaba en la Base y tratando<br />
que el ánimo de los que nos quedábamos se mantuviera firme.<br />
El avión se fue a principios de mayo y nos quedamos solos los que éramos: Ravera el "meteo" y los<br />
radio Muiño y Klappenbach que vivían todos en el “wannigan” chico de los "meteo", apartados, al pie de<br />
la antena.<br />
El resto de la dotación, éramos Néstor y yo solos en el “wannigan” de adelante y Gary, Franco, Cantini,<br />
Pelayo y Luna en el otro “wannigan” que, enormes y silenciosos, lo parecían más aún en la penumbra<br />
creciente de esos días y sin las charlas ni caminatas de los amigos, que habían regresado a sus casas<br />
y a sus vidas<br />
En mi cuarto-enfermería, entre las estanterías, los medicamentos, los cajones con instrumental y el roperito<br />
que pasó a ser suficiente al no tener que compartirlo con nadie, nos quedamos yo y mi alma, con<br />
la cucheta de arriba vacía y en el otro extremo del “wannigan”, el cuarto-despacho de Néstor, cuya guitarra<br />
se escuchaba con frecuencia, pero que nos podíamos pasar una mañana entera sin hablarnos o<br />
podíamos perfectamente hacerlo desde nuestros cuartos por el total silencio, sin tener que levantar mucho<br />
la voz.<br />
Como en un acuerdo tácito, todos nos dejamos crecer la barba, no todos con la misma suerte y a las<br />
pocas semanas se dejaron ver las enormes y tupidas, hasta las ralas, escasas y de pelos retorcidos<br />
que crecían con dificultad y junto con esto se liberó la rutina con horarios rígidos para las tareas. Desde<br />
entonces, las horas de almuerzo y cena fueron los únicos momentos fijos de reunión de todo el grupo.<br />
Éramos tan pocos en las instalaciones, que éstas nos quedaban grandes y aún se palpitaba el recuerdo<br />
de tantos amigos que nos habían acompañado, por lo que el espacio parecía mayor y a veces vagábamos<br />
como sonámbulos por la base, sin saber mucho que hacer, sufriendo la desorientación que provoca<br />
la penumbra. El sol se desperezaba cerca de las diez de la mañana, rodaba por el horizonte y a eso<br />
de las tres de la tarde se estaba recostando para desaparecer.<br />
Si cuando recién llegamos nos molestó y desorientó la permanente luz solar, fue peor esta noche permanente,<br />
con un tenue brillo en el horizonte.<br />
Así, uno no sabe cuándo es tarde en la noche, o de mañana temprano y puede dormir en cualquier momento,<br />
levantarse en la oscuridad y no saber si es de tarde o de mañana, si durmió todo el día o si fue<br />
un rato. Este caos temporal en general se acompaña de una sensación de depresión y tristeza provocada<br />
por el ocio y la soledad, e hizo que alguno sintiera la inutilidad de la permanencia en el sur y del sacrificio<br />
de tantas horas de vida normal en nuestras casas, por una estadía que era solo vacío.<br />
Comenzó a ser normal encontrar siempre gente en la cocina y el comedor, cocinándose un chorizo en<br />
el microondas, jugando un partido de ping-pong o con el Atari y podía ser a las tres de la mañana o a<br />
media tarde. En los dormitorios se podía encontrar gente durmiendo o cosiendo los calcetines a cualquier<br />
hora y sólo los fines de semana, cuando los vecinos llegaban de visita a almorzar o a charlar, el<br />
ambiente se animaba, casi siempre gracias a nuestros queridos amigos rusos que en el tiempo frío<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
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127<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
están como peces en el agua y nos levantaban el ánimo.<br />
También nuestros vecinos disminuyeron toda su actividad y si bien mucha gente se había ido al terminar<br />
las tareas científicas, como las otras bases son más grandes, sus dotaciones permanentes tienen<br />
mayor número de integrantes y las tareas también son mayores.<br />
Como sabía que regresaría a casa en la mitad del invierno, comencé a abrir los libros de medicina y a<br />
tratar de recolectar material biológico para poder mostrar en casa y a mis amigos de Enseñanza Secundaria,<br />
que me lo habían encargado.<br />
Pero tantas horas de quietud y la escasa calefacción hacía que se me congelaran las rodillas, para lo<br />
cual el mejor método de calentamiento posible es el natural: la caminata, así que normalmente tenía<br />
una larga caminata por la mañana y otra por la tarde, aprovechando las horas de luz, subiendo y bajando<br />
cerros acompañado siempre de mi fiel bastón o “el palo de amansar osos” como decía Gary.<br />
Pero lo más gratificante de toda esa época era el Ski Doo, con el que nos movilizábamos en nuestras<br />
salidas “por mandados” a las bases cercanas. Normalmente salíamos por el camino, subíamos el repecho<br />
y en vez de hacer la curva a la izquierda para bordear el Lago Uruguay, pasábamos alegremente<br />
por su superficie congelada a toda velocidad y continuábamos en la montaña rusa del camino, de bajadas<br />
y subidas, ahora convertido en pista totalmente blanca, hasta la base soviética. Era la mayor diversión<br />
teníamos, especialmente disfrutada por Gary, por Luna y por mí.<br />
A nuestra llegada a Bellingshausen, los muchachos nos saludaban siempre, por supuesto sin saber<br />
quién era el piloto ya que con el abrigo, capucha y antiparras no quedaba nada a la vista y en mi caso<br />
me identificaban porque había prendido en mi campera los pins que había recolectado: multicolores,<br />
rusos, chinos, polacos, argentinos y chilenos, donde se podía ver el perfil de Lenin, la cara de Mao Tse<br />
Tung con la muralla atrás y caracteres chinos (que quien sabe que diría), o una banderita argentina, o<br />
un barco o alas de aviador que me habían ido regalando en las diferentes bases.<br />
En una de esas excursiones a Marsh, me acompañó el “meteo” de la Fuerza Aérea de turno llamado<br />
Diego Ravera (ellos cambiaban cada tres meses) y en realidad se sentían muy identificados con los<br />
chilenos por ser colegas aviadores, por lo que si bien, con nuestra gente tenían la familiaridad normal,<br />
se sentían muy atraídos por la compañía de Barrientos, el jefe chileno y su gente, que seguramente los<br />
trataba muy bien.<br />
En esa oportunidad se había hecho la noche luego de visitar a los rusos y a los chinos; hablamos con<br />
todo el mundo y pasamos del té de jazmín al vodka ruso casero. Afuera había una fuerte ventisca y -<br />
35ºC. Barrientos se ofreció a llevarnos de regreso a Artigas en uno de sus preciosos vehículos de nieve<br />
con aire acondicionado. Como Néstor me había pedido que no fuera a dejar el Ski Doo en otra base y<br />
como los chilenos estaban de cualquier manera invitados a cenar en Artigas, ellos llevaron al “meteo”<br />
Ravera en su vehículo y yo salí en la motonieve.<br />
Lo primero que me pasó fue que a pocos metros de la salida, en un gran repecho, me metí en un enorme<br />
colchón de nieve fresca recién caída, me enterré hasta el pecho y tuve que forcejear un rato para<br />
sacar la Ski Doo, puteando y jadeando por el esfuerzo. Iba a intentar nuevamente cuando me alcanzaron<br />
los chilenos y me dice Barrientos: – Pero “dotore”, lo que tienes que hacer es acelerar a fondo y<br />
seguir derecho hasta arriba, `po.<br />
Aceleré a fondo, mantuve recto el manubrio y la moto subió el repecho como una exhalación, arriba<br />
sólo era viento y nieve que volaba de izquierda a derecha, casi horizontal y las luces del Ski Doo iluminaban<br />
dos metros adelante de un blanco torbellino. Seguí al mango tratando de no desorientarme a<br />
pesar de lo uniforme del trayecto, guiándome por las bajadas y subidas que conocía tan bien, pero pasé<br />
tan cerca de los tanques de combustible soviéticos que estaban sobre la costa, que supe que estaba<br />
demasiado cerca del peligroso barranco. Rectifiqué el rumbo en el siguiente repecho, buscando con la<br />
vista las cañas que Petrel había hecho clavar durante el verano bordeando el camino, pero no las veía.<br />
Creí que aún no había llegado a la zona donde debían estar clavadas, o de lo contrario, estaba desorientado<br />
y viajando a 60 KM/h a ciegas, con el barranco de treinta metros de caída vertical a mi derecha,<br />
lo que me preocupaba, pero estaba tan embriagado por la velocidad y el viento cruzado, la nieve<br />
volando delante, que parecía que nada podía pasar... o que no me importaba.<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Como una visión vi pasar s una caña paradita a mi izquierda y luego otra más aún a mi izquierda…<br />
¡estaba bordeando el precipicio! y estúpidamente estaba a punto de terminar mis días aplastado en el<br />
fondo de la playa.<br />
Me aterré por lo que estaba haciendo, giré tan violentamente como pude a la izquierda y por un instante<br />
me pareció iluminar, cerca, muy cerca, el borde del barranco.<br />
Con el corazón a mil y transpirando, seguí el camino a menor velocidad, guiado por el trayecto de cañas<br />
y agradecido por la previsión de Petrel al haberlas puesto. Creo que estuve a poco más de un metro<br />
de mi final.<br />
Llegué a Artigas temblando, me bajé del Ski Doo y fui hasta el comedor para avisar que los chilenos<br />
venían en camino. Estaban todos calentitos en el comedor y yo acalorado por mi derrame interno de<br />
adrenalina; Néstor me hizo notar que estaba totalmente blanco de la cabeza a los pies y tenía un bloque<br />
de hielo en el bigote, del aliento congelado.<br />
–Este doctor, como médico será bueno, pero para hacer locuras es mandado a hacer- Oí que decía,<br />
mientras me iba a pegar un baño. Ni me pasó por la cabeza comentar lo que había pasado o lo que<br />
estuvo por suceder.<br />
Luego de un baño hirviente volví al casino y recién estaba llegando el vehículo chileno, con Barrientos<br />
escandalizado por la velocidad con la que yo había llegado. No tenía idea de lo escandalizado que estaba<br />
yo, pues no me explico, con la cantidad de vidas que en mi profesión he visto truncadas por el exceso<br />
de velocidad, que haya cometido esa locura. En fin, si fuera gato me quedaban solo tres vidas.<br />
La otra tarea para la que usamos los Ski Doo fue para aprender a esquiar ya que nos tomábamos con<br />
fuerza de la parrillita posterior mientras nos remolcaba con los esquíes puestos glaciar arriba, por unos<br />
500 metros.<br />
En ese punto nos agrupábamos varios y nos dejábamos caer a velocidad creciente, pero en trechos<br />
cortos, pues nos caíamos permanentemente, cosa de lo más divertida para los que solo miraban. En<br />
base a muchos intentos fuimos mejorando la técnica, unos más, otros menos, siempre con Gary a la<br />
cabeza en materia de destreza y los demás detrás haciendo lo posible.<br />
También usé el Ski Doo para despedirme de las otras bases el día el día antes a mi regreso a la civilización.<br />
Tenía la fecha “casi” (como siempre “casi“) confirmada del arribo de un Hércules de la Fuerza<br />
Aérea brasileña, donde vendría mi reemplazo, el Dr. Avelino (un veterano antártico de muchas misiones,<br />
algunas en condiciones muy duras, durante la fundación de Artigas). El avión me llevaría a la ciudad<br />
de Pelotas, Río Grande Do Sul y de allí a casita.<br />
Con la “casi fecha” y siendo una comunidad tan pequeña y escasa de novedades para compartir, mi<br />
retirada resultó ser todo un acontecimiento, no solo en casa sino en el vecindario, por lo que la actividad<br />
se vio sacudida por dos o tres despedidas hechas en Artigas.<br />
Primero fue con los colegas médicos Gustavo de Chile yang de China y los rusos Misha y Sergey, que<br />
vinieron una noche en patota, cenamos bromeamos, tomamos vino, cantamos y en la madrugada, como<br />
final de fiesta, me sacaron en andas, me tiraron en un colchón de nieve solo vestido con pantalón y<br />
camisa de jean, me envolvieron en nieve y me llevaron en un vehículo a las afueras de Artigas desde<br />
donde tuve que volver corriendo con 10º C bajo cero. Claro que si eso me lo hubieran hecho cuando<br />
recién llegué a la Antártida, me tendrían que haber internado por hipotermia severa, pero a esta altura<br />
no fue más grave que abrigarme un poco cuando volví y seguir con la cantarola y el vino. Estaba demasiado<br />
feliz con el regreso para molestarme por detalles.<br />
Como decía, fue en Ski Doo que la noche anterior a mi partida (digo la noche porque no había luz, por<br />
más que hayamos partido a las 4 de la tarde) Esa noche salí a despedirme de los amigos de las demás<br />
bases cercanas acompañado por Gary y resultó ser una ocasión en la que el cielo estaba totalmente<br />
despejado y con impresionante cantidad de estrellas que iluminaban el camino. Sin viento, pero sin luna,<br />
marchamos primero a saludar a los chinos, que nos recibieron con muchas demostraciones de<br />
aprecio y regalos que aún conservo como tesoros, a pesar que no teníamos una relación tan estrecha y<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
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129<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
la visita fue breve. Volvimos los cuatro kilómetros que separan The Great Wall del grupo ruso-chileno,<br />
nos encontramos a Barrientos y me confirmo que el avión estaba en Punta Arenas, en condiciones de<br />
cruzar.<br />
Los comentarios abundaron en detalles tales como que los pilotos eran primerizos en viajar a la Antártica,<br />
que jamás habían piloteado un aparato como ése, que las condiciones del tiempo….<br />
-que no te puedes ir porque te necesitamos “Dotore”- etc., etc.,<br />
En verdad me preocuparon los rumores “jocosos”, conociendo lo difícil que es el aterrizaje en esta pista.<br />
En la base rusa nos encontramos primero con los jefes, luego con los médicos y más tarde con los<br />
astrónomos. De cada uno me quedó un grato recuerdo: unos tremendos abrazos de oso, besos en las<br />
dos mejillas y la sincera expresión de un gran afecto mutuo que veníamos madurando desde los meses<br />
de conocimiento a pesar de que por el problema del lenguaje las charlas no eran muy fluidas(o quizás<br />
por eso mismo)<br />
Al regreso, con la luna naciendo detrás del glaciar, el cielo estrellado magníficamente, el paisaje en<br />
blanco, los murallones negros de los cerros que caían a pique, el mar congelado, blanco y celeste, sin<br />
aves, sin árboles, sin pasto, sin viento que silbe: sentí que en ese momento la Antártida desplegaba<br />
todo su encanto y fascinación para despedirse de mí, para decirme adiós.<br />
Apagué la motonieve, cautivado por el espectáculo que me provocaba una sensación de soledad y pequeñez<br />
sobrecogedora. Acostumbrado al silencio y a los colores blancos, ese momento especial se<br />
pareció a una experiencia mística, donde la vacuidad de todo sonido era hasta dolorosa, era el SILEN-<br />
CIO TOTAL donde quizás Dios estuviera mirándome directamente a la cara, ese Dios que me había<br />
acostumbrado a percibir de tanto estar conmigo mismo en todos estos meses, el mismo al que recurrí<br />
para orar todas las noches desde que se enfermó Victoria de hepatitis.<br />
Ahora, la última noche en esta blancura- soledad- silencio, donde el frío era solo un detalle, más la vacuidad<br />
que me embriagaba y ese contacto esencial con lo verdadero que la Antártida me regalaba, como<br />
recomendándome que nunca me olvidara de qué cosa es lo que en realidad importa y cuál es mi<br />
ínfima dimensión frente a lo verdadero, a la vez que magnifica dimensión como ser humano.<br />
No recuerdo el tiempo que estuve en silencio, solo contemplando y compenetrándome de todo, hasta<br />
que Gary, también en actitud de recogimiento, comprendía lo que me estaba pasando y me sugirió –<br />
Vamos “Tordillo”, que me estoy congelando- . El debía permanecer seis meses más, quizás ese era su<br />
“mecanismo de defensa” y veía las cosas diferentes.<br />
De toda mi estancia en el sur, este momento es el que recuerdo con mayor intensidad y lo hago de una<br />
forma muy vívida, como un encuentro directo con El Creador.<br />
Por todo esto es que considero tan especiales los días de Ski Doo durante mi estancia antártica y supongo<br />
que fueron los que más cosas dejaron en mi interior.<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
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En invierno el glaciar se torna más amable, con superficie blanca impecable y blanda de nieve que cruje con los<br />
pasos pero que no te hace resbalar, no tiene el grave peligro de las grietas, que ya se congelaron y hasta podés<br />
esquiar en su lomo”.<br />
Capítulo XXVII<br />
EL AGUA, EL HIELO, LA NIEVE<br />
131<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Tres hermanas, que son lo mismo, sólo que en diferentes presentaciones y que en este territorio son de<br />
permanente presencia, como yo no había visto nunca antes.<br />
Porque cualquiera puede vivir en una playa frente al mar, es común, pero si a eso le agregamos que en<br />
la Base estábamos a pocos cientos de metros del Glaciar Collins, que no es otra cosa que la prolongación<br />
del glaciar que cubre absolutamente toda la Isla Rey Jorge; millones de toneladas de hielo: no es<br />
tan común.<br />
El hielo que recubre la isla es como una enorme cúpula, cuando llegamos fue lo primero que vimos desde<br />
el avión- y casi lo único-, con las costas de piedra negra azotadas por el mar y las puntas más empinadas<br />
de los cerros que están al descubierto. En la Isla Nelson que está enfrente: lo mismo.<br />
No hay que olvidar que el continente antártico, en la zona conocida como Antártida Mayor, tiene una<br />
altura promedio de cuatro mil metros de hielo sobre la tierra.<br />
Como a nuestra llegada era verano, había muy poca nieve y se disponía en largas lenguas en lo más<br />
bajo de los pliegues de los cerros, marcando relieves, mientras se derretía bajo el sol del mediodía a<br />
uno o dos grados centígrados.... ¡brrr!<br />
Dentro de estas presentaciones, hay variedades (como si se tratara de los sabores de una línea de<br />
helados); una es la sorpresiva precipitación de agua – nieve que te agarra en cualquier lado y pega en<br />
la cara con tal fuerza y “frialdad”, que duele y no se puede abrir los ojos.<br />
En los viajes en la lancha Zodiac, no era raro encontrarse en el camino con hermosos icebergs, algunos<br />
enormes, de color blanco brillante o sucios de arena incrustada; otros diferentes, increíbles para nosotros,<br />
de color celeste que cambian de tono según el ángulo desde el que se lo mire.<br />
Del agua aparecían los bichos que a mí me resultaban más interesantes, los pingüinos que nadan como<br />
flechas y caminan como patos. Las redondas focas marrones y blancas, que se tiraban en la arena,<br />
como señoras gordas tomando sol. Parecidos eran los gigantescos elefantes marinos machos, que en<br />
grupos se asoleaban en las playas más alejadas, cambiando la piel y formando una masa de carne que<br />
daba miedo.<br />
Una de las tareas domésticas de Artigas, era hacer la maniobra de agua, el procedimiento por el cual<br />
se llenaban los depósitos bajo techo.<br />
El día fijado se comenzaba acoplando los caños de PVC gruesos, celestes, que estaban fijos y que iban<br />
desde el Lago Uruguay hasta los depósitos, todos en declive para poder vaciarlos al terminar. Se<br />
prendía la bomba de agua y todo el mundo a vigilar que no se desconectara nada. Por último volver a<br />
desconectar los caños, con la esperanza de poder darnos nuestro bañito de dos veces por semana en<br />
el verano. Los caños debían quedar vacíos, para que no se congelara el agua en su interior y los rompiera.<br />
En general se terminaba la faena embarrados hasta los pelos, pero en invierno no.<br />
Durante el invierno, en una ocasión estábamos en la etapa final de desconectar los caños, cuando uno<br />
de los que me tocaba había retenido bastante agua y cuando lo abrí me saltó en el pecho, cerré los<br />
ojos esperando el frío terrible de la mojadura, pero el agua ¡había quedado pegada a mi parka, congela-<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
da y me la saqué como quien se sacude tierra!<br />
El vapor de agua, que hasta ahora no había mencionado, tiene su historia ya que al respirar lo exhalamos.<br />
Es la versión más tenue del agua, pero es agua. Por el mes de mayo, arribado el avión, salimos<br />
algunos de los “veteranos” a mostrarle los alrededores a un meteorólogo recién llegado y a un par de<br />
kilómetros de la base nos pescó una terrible ventisca con sensación térmica de cuarenta grados bajo<br />
cero (para nosotros “no problem”), pero con gran susto del “meteo”. Al regreso, con dificultades para ver<br />
el camino por el viento, llegamos sin problemas pero con una barrita de hielo en el bigote, producto de<br />
la congelación del aliento. Un buen bautismo de frío para el pobre “meteo”. Esa misma congelación la<br />
tuve más entrado el invierno varias veces más, cuando volvía absolutamente blanco de nieve buscando<br />
urgente un buen baño caliente.<br />
El pañuelo mojado que alguien colgó de un alambre a la intemperie una tarde de sol y se olvidó de sacarlo,<br />
a la mañana siguiente cuando lo fue a descolgar, cayó y quedó clavado en la nieve como una<br />
flecha, con el palillo pegadito en la parte de arriba.<br />
Las estalactitas que comenzaron a aparecer cuando el frío se profundizó fueron motivo de admiración<br />
colectiva ya que del alero del techo en ocasiones colgaban largas agujas de hielo, paralelas entre sí y<br />
de la chimenea de la cocina de manera similar se formaban delicadas láminas de hielo en punta, que el<br />
viento moldeaba a capricho.<br />
El glaciar, motivo de asombro y de una especie de orgullo local de Artigas, como si fuera nuestro, mostraba<br />
diferentes aspectos, siempre relacionados a la época del año. En verano resbaladizo y duro de<br />
hielo puro, ocultando las grietas del deshielo, que angostas en la superficie eran profundas y anchas en<br />
lo hondo, como un cañón, con un torrente que lo orada y ruge corriendo al mar y al llegar al borde forma<br />
un chorro grueso que salta desde la pared de hielo con gran fuerza.<br />
En invierno el glaciar se torna más amable, con superficie blanca impecable y blanda de nieve que cruje<br />
con los pasos pero que no te hace resbalar, no tiene el grave peligro de las grietas, que ya se congelaron<br />
y hasta podés esquiar en su lomo.<br />
Cuando nos pusimos los esquíes por primera vez, me acordaba del viejo dicho: “más difícil que recular<br />
en chancletas” y puedo asegurar que mucho más difícil es girar con esquíes, porque es imposible no<br />
pisar uno con el otro y... ¡al suelo!<br />
Por último en esta mención al fenómeno del agua en la Antártida, traigo el recuerdo de las piedras chicas<br />
de hielo que en varias partes mencioné, que aparecen salidas de quien sabe que glaciar y de que<br />
iceberg, que una mañana luego de la ventisca, invaden la playa como un regalo para los ojos, como si<br />
la naturaleza o “Tata Dios” pidieran disculpas por la tormenta pasada.<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
132
“– ¡Es él! ¡Es papá que llegó!-”<br />
Y las corridas de piecesitos desnudos<br />
“-¡ Apurate mamá, que es papá, lo vi por la ventana”<br />
XXVII<br />
EL REGRESO A CASA<br />
133<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Pocos momentos de esta estadía tuvo tanta carga afectiva como la expectativa del regreso, que como<br />
expliqué, siempre fue una fecha indefinida pues no hay vuelos regulares. Sólo se cuenta con los cruces<br />
de aviones de aquellos países establecidos con bases o estaciones científicas en la Antártida, que por<br />
abastecimiento o algún otro motivo, deben viajar hasta la base chilena Marsh.<br />
Claro que en el invierno, las posibilidades de que alguien decida llegarse hasta la lejana Isla Rey Jorge<br />
es poco frecuente, así que una vez que el último vuelo uruguayo retornó a Montevideo a principios de<br />
mayo, comencé a preocuparme. Con el incremento de frío y nieve, empeoraban las condiciones para la<br />
navegación aérea (ni hablemos de navegación marina, pues si en verano el Puerto Fildes era visitado<br />
permanentemente por naves de mediano o pequeño porte, apenas empeoró el clima, desaparecieron).<br />
Cuando estuve en condiciones de volver al continente americano, el mar hacía semanas que permanecía<br />
congelado hasta el horizonte que yo podía ver y seguramente mucho más allá.<br />
Pero estaba previsto un viaje de miembros del <strong>Instituto</strong> <strong>Antártico</strong> Brasileño más o menos por la fecha de<br />
mi regreso y el dato se fue haciendo más firme y fuerte, tan fuerte como mis ansias de volver a casa.<br />
Supongo que siendo tan pocos en la base, mis compañeros de tantos meses, mis amigos de pequeñas<br />
aventuras por estos cerros, deben haber visto en mí los síntomas de ansiedad que antes yo también vi<br />
en otros que volvieron al país durante el desarrollo de esta campaña.<br />
El colmo sucedió cuando reproché duramente a Gary frente a unos visitantes, por una simple broma<br />
que en otro momento no hubiera dado para más que una risa y que puso incómodos a todos los presentes,<br />
sin mencionar la bronca de Gary...no creo que hayan bastado mis disculpas.<br />
Poco a poco empecé a leer medicina, a seleccionar lo que iba a llevar y lo que dejaría. Gradualmente,<br />
lo que había sido una posesión valiosa dejaba de serlo; las novelas de la biblioteca ya no me interesaban;<br />
la lata que usaba de cenicero a falta de uno, tampoco, porque voluntariamente dejé de fumar hasta<br />
que llegara a Punta Arenas, para que los que quedaban no se vieran privados de los cigarrillos ya que<br />
yo iba a comprar deliciosos cigarrillos americanos en pocos días más, en lugar de tener que soportar<br />
los espantosos “cohetes” rusos. Tenían un aroma terriblemente fuerte y desagradable, con un filtro que<br />
era de las 2/3 del cigarrillo (para fumar con los guantes puestos) y que a pesar de lo cortos que eran,<br />
apenas se los podía terminar.<br />
Hasta el bastón de caña que me acompañaba desde el principio, firme y ancho, de los mejores que se<br />
podían conseguir y al que le había hecho unos trenzados de hilo sisal, como refuerzos en el lugar de la<br />
mano y en el extremo inferior, quedó en segundo plano y si bien lo seguí usando hasta el día antes del<br />
embarque ya no fue lo mismo.<br />
Me desbordaba la ansiedad de ver a Beatriz, escucharla, sentir su aroma, presenciar sus gestos tan<br />
conocidos; ver a Victoria luego de todos los momentos de angustia vividos por la hepatitis, encontrarla<br />
más madura, más alta y escuchar sus cuentos del liceo, de sus compañeros y quizás, de sus primeros<br />
coqueteos... (ejem)<br />
Deseaba ya poder ayudar a Agustín con los deberes, pues sabía que no iba bien en la escuela y era mi<br />
ausencia que lo perjudicaba. Jugar y practicar karate con Guillermo, que le encantaba y que con Agus y<br />
Rafa practicaban en el Club Malvín y ese era el tema principal de nuestras charlas telefónicas.<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Necesitaba ver a “Memo” Rafael que, tuvo momentos difíciles en mi ausencia, que me extrañó mucho y<br />
que con sus traviesos cuatro años se subía al techo de la casa para saludar a los aviones que pasaban<br />
y pedirles que me trajeran de vuelta.<br />
La esperanza se hacía dolorosa y el recuerdo de mis padres, la madre de Beatriz, Nenina y Alicia, mi<br />
cuñada, siempre tan cerca nuestro y el resto de la familia y de los compañeros fueron poblando mis<br />
pensamientos con más fuerza.<br />
Comencé a coser mi vieja camiseta deportiva, bastante usada, pero que yo sabía que a Gary le gustaba<br />
y lustré la hebilla de bronce de un grueso cinturón de cuero. Cada vez que Néstor la veía, decía “-<br />
¡correa maestra! –“ . Y si bien nunca supe que era eso de “correa maestra”, el día antes de la llegada<br />
del avión, los reuní a los dos y le regalé a cada uno la cosa que pensé que le gustaría, a manera de<br />
despedida. Les di un abrazo y prometí visitar a sus familias, como tantos amigos me habían prometido -<br />
y cumplido- visitar a la mía. Luego seguimos con nuestras cosas.<br />
El día que me comunicaron que el avión brasileño estaba en Puntas Arenas, me emocioné. A pesar que<br />
ya estaba despedido de todo el mundo, no lograba convencerme que realmente me estaba yendo y<br />
recé como nunca para que al día siguiente el Hércules pudiera cruzar sin problemas.<br />
Esa noche la ventisca fue terrible y el viento azotó constantemente el “wannigan” y todo el tiempo se<br />
escuchaba el gemir del viento en los caños del agua y el golpeteo de las cuerdas en los mástiles vacíos<br />
de las banderas Era casi imposible entrar al baño, pues como el viento soplaba hacia el extractor de<br />
aire, cuando prendíamos la luz y se ponía en funcionamiento, el pobre aparato giraba al revés y el baño<br />
quedaba a varios grados bajo cero.<br />
Pude dormir bien, pero persistía en mi interior el temor de que las condiciones climáticas impidieran que<br />
el avión llegara a la isla. Cuando salió el sol, a eso de las diez de la mañana, pude oír rugir los motores<br />
del Hércules cuando sobrevoló Artigas. La ventisca no permitía verlo, pero seguimos escuchándolo<br />
hasta que aterrizó en Marsh.<br />
No podía creer que hubiera llegado en esas condiciones y los fantasmas de temor que me habían<br />
acompañado en la noche se disiparon. Con Néstor nos fuimos en el Snow Cat, (un hermoso vehículo<br />
de cuatro orugas, con cabina para dos personas, calefaccionada y una cajita abierta para el equipaje),<br />
que se usaba poco por miedo a romperla y que quedara inoperante por el resto del invierno, como había<br />
sucedido antes. Pero se comportó perfecto y a pesar de la nieve y el viento llegamos rápidamente a<br />
Marsh, con la tarea de recoger a mi colega y relevo, el Dr. Avelino. Mi equipaje que venía a la intemperie<br />
en ese corto trecho se había congelado y las valijas parecían de madera, por lo rígidas.<br />
En el hotel de Marsh nos esperaba el Dr. Avelino, recién salido del avión que percibí como un monstruo<br />
negro y majestuoso entre la ventisca, a unos doscientos metros de donde estábamos. Mi colega lucía<br />
algo curioso con un gran gorro de gamulán cerrado herméticamente; pero se mostraba feliz de volver a<br />
la Antártida, al sitio donde ya había tenido varias campañas.<br />
El lugar hervía de gente de la base chilena y de personas llegadas de Punta Arenas y de Brasil. Eran<br />
integrantes de la expedición, entre ellos varias jóvenes, contentas y alegres como son los brasileños,<br />
provocándonos una sensación extraña después de tanto tiempo de no ver mujeres. El grupo se completaba<br />
con periodistas, algunos de ellos inquisidores y malhumorados y con trabajadores de Marsh que<br />
volvían a Chile. El movimiento de gente nos recordó a una feria.<br />
Regresamos a Artigas con mi colega, a quien apresuradamente le hice entrega de las existencias en la<br />
enfermería, le expliqué el protocolo que elaboré para caso de “zafarrancho de hombre al agua”, almorzamos<br />
y volvimos a Marsh, ahora ya para irme. Sólo me acompañó Néstor y en un periquete estaba<br />
subido al avión con mi ropa de civil, con mi eterno gorro rojo y mi grueso gamulán, que me quedaba<br />
mucho más holgado que la última vez que lo había usado y mitones de lana, en lugar del equipo<br />
“Refrigy-wear” que había usado todo este tiempo y, ¡estaba cómodo y abrigado! a pesar de los 62 ºC<br />
bajo cero de sensación térmica que había en ese momento (que tenía jaqueados a los pobres brasileros<br />
a pesar de estar muy bien equipados).<br />
Rugieron los motores, cerraron la puerta trasera de rampa y en el interior, los pasajeros sentados como<br />
en un “108 CARRASCO” a las siete de la tarde, apretados en los bancos largos hechos de correas ver-<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
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135<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
La despedida del Doctor<br />
González.<br />
Arriba, de izquierda a derecha:<br />
Gary Benavídes, “Radio Muiño”, el<br />
autor, “Radio” Klappenbach, el<br />
Jefe Néstor Rosadilla.<br />
Abajo: “Meteo” Ravera, Cantini y<br />
Franco… y éramos todos en la<br />
base, salvo Luna y Pelayo, que no<br />
están en la foto.<br />
El avión Hércules brasilero, aterrizado en la Base Marsh el día del<br />
regreso a casa. Con 32º bajo cero de sensación térmica…<br />
En primera fila, el Snow-Cat uruguayo y a la derecha uno de Chile<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
Una vista de la Base Artigas, en 1990<br />
El hangar construidos en la Base Artigas, en 1990<br />
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137<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
des. La máquina carreteó, levantó vuelo y yo me imaginaba pasando por encima del peñón enorme que<br />
hay en la cabecera de la pista que tan bien conocía.<br />
El cruce del Estrecho de Drake, de 1000 kilómetros de ancho, llevó menos tiempo que la ida en el Fairchild.<br />
Iba sentado al lado de la suegra de Barrientos, que regresaba de ver a sus nietos; una señora<br />
encantadora, que practicaba esquí y muy decidida para hacer ese tipo de viaje, no demasiado fácil para<br />
una mujer de casi 70 años. Me contó que era oriunda de Puerto Montt y que por lo tanto adoraba a Los<br />
Iracundos, que hicieron una canción a su ciudad.<br />
A la llegada a Punta Arenas, encontramos otra ciudad, diferente a la que conocimos a la ida. Era noche<br />
a las cinco de la tarde; nos esperaba Natalia Caro con su camioneta. Empezamos a rodar lentamente<br />
por las calles congeladas y percibimos el terror de la pobre mujer que en las bajadas llevaba el vehículo<br />
frenado, pero éste seguía adelante como si nada y cruzándose peligrosamente de lado en la ruta.<br />
El hotel, es el mismo para todos los pasajeros de ese vuelo y el mismo en que habíamos estado alojados<br />
a la ida. Lo primero que hice fue recorrer la ciudad, ver árboles, perros, autos normales, carteles de<br />
neón, vidrieras y gente común hispano parlante caminando por las veredas. Veredas y calles que no<br />
veía desde hace seis meses.<br />
En el primer quiosco que encontré compré un paquete de Chesterfield Filtro, extra largos y con enorme<br />
placer comencé a saborear el aroma mientras caminaba por Punta Arenas, mirando vidrieras y patinando<br />
a cada rato en las veredas; me salteé un semáforo por la falta de costumbre y recibí el primer bocinazo<br />
de la civilización, de un pobre conductor que sin poder frenar se veía llevándome por delante.<br />
Cuando regresé al hotel, el lugar parecía una feria, como siempre que hay brasileños cerca y estaba<br />
lleno de hombres y mujeres hablando animadamente, bailoteando y proyectando paseos. El avión regresaba<br />
al día siguiente a Marsh como parte de una práctica de los pilotos. Entonces nos iríamos pasado<br />
mañana a la ciudad de Pelotas.<br />
Esa noche fui al restaurante recomendado por Balbino, a comer “bife a lo pobre”, un plato compuesto<br />
por un gran churrasco con varios huevos fritos encima y papas fritas. No probaba manjar así desde mi<br />
partida de Montevideo y me sirvieron abundante, todo regado por un vino Cabernet Sauvignon muy rico.<br />
Pero la carne me desilusionó; no me acordé que viniendo de Uruguay uno es muy exigente con la<br />
carne.<br />
Esa noche me costó dormir por la ansiedad del retorno y nos quedamos charlando un rato con el aviador<br />
compañero de cuarto. Había ido a Artigas a reparar la antena de radio y regresaba a Montevideo en<br />
ómnibus. Al día siguiente era domingo. Recorrí parte de la ciudad solo y a pie y en el monumento al<br />
Indio Patagón, un enorme mamotreto de bronce de un indio sentado a los pies de Magallanes, que todo<br />
el mundo visita como un rito de los que van de paso por Punta Arenas, me encontré con mis compañeros<br />
de viaje brasileños, que muy simpáticos me invitaron a seguir con ellos, pensando que yo era un<br />
experto en esa ciudad, (cuando en realidad solo había pasado por allí una vez seis meses antes), pero<br />
seguimos juntos. Entre hombres y mujeres éramos una docena. Subimos al cerro para tener una buena<br />
vista de la ciudad y poder disfrutar de esos techos a dos aguas, de las calles limpias y tranquilas y del<br />
movimiento en el puerto sobre el Estrecho de Magallanes.<br />
Por ser domingo había pocos negocios abiertos, no así la zona franca a la que fui caminando, pensando<br />
en comprar algún recuerdo para los míos y lo hice caminando para cansarme y calmar la ansiedad,<br />
pero lo que logré fue un dolor de piernas y de glúteos impresionante por culpa de los diez kilómetros<br />
entre ida y vuelta por las veredas congeladas y resbaladizas, -¡se me ocurre cada cosa! -<br />
El bus que nos traslada al aeropuerto nos pasaría a buscar a las seis de la mañana, así que me fui a la<br />
cama temprano para no dormirme; también avisé a la recepción del hotel que me llamaran a las cinco;<br />
pero era tanto el temor que tuve de despertarme en la mañana y que el avión ya se hubiera ido, que no<br />
pegué un ojo en toda la noche.<br />
Fui de los primeros en estar listo con mis bultos en el lobby del hotel, bañado y desayunado. Tuve una<br />
larga espera por el resto de los pasajeros. Además de mis dos grandes valijas mi equipaje se completaba<br />
con tres grandes cajas de equipo del <strong>Instituto</strong> <strong>Antártico</strong>, lo que hacía imposible que me movilizara<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
con todo en forma simultánea. Nuevamente pasé por Punta Arenas siendo lo más parecido a un bagayero<br />
que se pueda uno imaginar, porque caminaba unos pasos con las valijas, las dejaba, volvía por las<br />
cajas y así.<br />
Volar en el Hércules era como hacerlo en un enorme galpón alado; iba poca gente, el mobiliario eran<br />
solamente las bancas de aluminio con correas, colocadas a lo largo del aparato y en el fondo del avión,<br />
haciendo una pila sostenida por redes, bultos y equipaje. Afortunadamente estaban a mano, porque en<br />
un movimiento brusco se me rajó el pantalón en la entrepierna desde la bragueta hasta la presilla del<br />
cinturón y pude recurrir a las valijas para cambiarme y por supuesto, lo único que tenía era el pantalón y<br />
la chaqueta del equipo corta- viento, muy bueno para los 10 o 15 ºC bajo cero, pero no para este viaje,<br />
de manera que me esperaban muchas horas de calor.<br />
Las siguientes seis horas fueron una rara sinfonía de ruido muy fuerte, de ventanillas demasiado pequeñas,<br />
de dormir en los bancos, comer, de batucadas y de cantar La bamba a voz en cuello.<br />
El aterrizaje no fue en Pelotas sino en Porto Alegre, por problemas meteorológicos poco creíbles luego<br />
de venir de bajar en Marsh bajo ventisca. La tarde era demasiado húmeda y el calor resultó agobiante<br />
para alguien que venía del hielo. Tras luchar con mis bultos, enfilé en un taxi a la Rodoviaria donde milagrosamente<br />
encontré un ómnibus TTL que salía a Montevideo en dos horas. Comí algo, embarqué<br />
mis bártulos y ¡sólo me faltaba empujar para que saliera más rápido!<br />
¡Qué maravilla! la deslumbrante luz de julio en Porto Alegre, los fuertes ruidos de la ciudad me asombraban,<br />
el tránsito me daba sensación de vértigo al ver los vehículos grandes y pequeños compartir las<br />
calles a todo ritmo porque me parecía que iban a chocar, los fuertes olores, casi todos desagradables.<br />
Humo, comida, algún perfume, estuve seis meses aletargado y me iba despertando de a poco, pero<br />
todo me resultaba fuerte, violento, hediondo. Y esa sensación duraría varios días….<br />
Cómodamente instalado en el bus, descalzo, en camiseta y con el maldito pantalón corta-viento, que al<br />
sentarme se hinchaba por el aire que demoraba en expulsar y me daba un calor insoportable, no me vi<br />
impedido de dormir los cientos de kilómetros hasta la frontera del Chuy. En la aduana me miraban con<br />
ojos desorbitados el montón de paquetes que traía, hasta que mostré el certificado del <strong>Instituto</strong>, lleno de<br />
sellos oficiales y se terminó el problema.<br />
En ese punto empecé a rebobinar paisajes conocidos a través de la ventanilla en plena noche de julio:<br />
Santa Teresa y tantas vacaciones pasadas allí; Pan de Azúcar y el camino por el que tantas veces conduje<br />
de vuelta de las vacaciones; más adelante la Ciudad de la Costa; parecía mentira volver a ver el<br />
Hotel Carrasco. Le decía a una chica uruguaya que venía desde Porto Alegre a visitar a la familia:<br />
–Desde hace seis meses que no veo a mi mujer ni mis hijos, seguro que me están esperando en la<br />
rambla en la esquina de casa, ¡qué ganas tengo de llegar de una vez!-<br />
Cuando el ómnibus paró en la esquina de casa a las cinco de la mañana de ese invierno, bajé los bultos,<br />
miré los edificios tan conocidos de mi barrio, el silencio, la humedad de la calle y las luces de los<br />
faroles con un halo a su alrededor por la niebla y no había nadie. Claro, Salí de Artigas hace tres días y<br />
sabrán que llego pero imposible saber la hora, además me esperan viniendo de Pelotas, no de Porto<br />
Alegre, así que comencé a subir las valijas, las dejaba, volvía por las cajas, cada vez con mayor rapidez,<br />
subía las cajas, volvía por las valijas, hasta que llegué a la puerta y estaba todo apagado y no quise<br />
llamar hasta traer las valijas que habían quedado atrás en la vereda, después de tanto tiempo retrasé<br />
hasta lo último el placer de verlos, de abrazarlos. Volví con las valijas y cuando llegué habían<br />
prendido la luz, habían escuchado el ruido al dejar los bultos y en un momento las luces prendidas, el<br />
ruido de las llaves, las vocecitas.<br />
– ¡Es él, es papá que llegó!-<br />
Y las corridas de piecesitos desnudos<br />
-¡Apurate mamá que es papá, lo vi por la ventana!-<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
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139<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
Con el apoyo de la Asociación Civil Antarkos “Apoyamos a Uruguay en la Antártida”<br />
Web: www.antarkos.org.uy - mail: wafo@antarkos.org.uy<br />
Edición Digital realizada por el <strong>Instituto</strong> <strong>Antártico</strong> <strong>Uruguayo</strong><br />
Biblioteca “Profesor Julio C. Musso”<br />
Web: www.iau.gub.uy - mail: rrpp@iau.gub.uy<br />
Av. 8 de Octubre 2958 - CP 11600 - Montevideo, Uruguay.<br />
Enero 2011<br />
140
141<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Dotación 1990
Memorias de allá, del frío<br />
<strong>MEMORIAS</strong> <strong>DE</strong> <strong>ALLA</strong>, <strong>DE</strong>L <strong>FRIO</strong><br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
Crónicas de un uruguayo en la Antártida<br />
Dr. Osvaldo González Contrera<br />
Médico de la Base Artigas en 1990<br />
El lector, una vez que se introduce en las vivencias relatadas en este<br />
libro, las vive como aventuras propias, compenetrándose con los<br />
personajes, que sin dejar de ser originales de aquella dotación de<br />
1990, son los personajes típicos de cada grupo humano que desarrolla<br />
actividades en las duras condiciones de vida de las bases antárticas.<br />
El lado humano del relato, la descripción de la naturaleza y la<br />
combinación de la presencia humana en medio de ese entorno puro,<br />
trasmiten las vivencias de todos los antárticos que viven el proceso de<br />
deslumbramiento inicial, adaptación al entorno y el sentir de<br />
pertenencia que se adquiere al pasar varios meses allí.<br />
El autor confirma ese sentimiento extraño que muchos han intentado<br />
trasmitir: mientras estamos en la Antártida, deseamos estar con<br />
nuestra familia y los seres queridos, mas al partir, sufrimos y luego, la<br />
añoramos de por vida cuando estamos lejos de ella...<br />
Cnel. Waldemar Fontes<br />
<strong>Instituto</strong> <strong>Antártico</strong> <strong>Uruguayo</strong><br />
Edición Digital realizada por el <strong>Instituto</strong> <strong>Antártico</strong> <strong>Uruguayo</strong><br />
Biblioteca “Profesor Julio C. Musso”<br />
www.iau.gub.uy - 2011<br />
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