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Deberes y bendiciones del sacerdocio, Parte A

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Lección 16<br />

el Cristo; y nosotros, aunque no los veíamos, aprendimos a amarlos, a<br />

honrarlos y a emularlos.<br />

“Nunca fue su enseñanza tan dinámica ni su impacto más perdurable<br />

que una mañana de domingo en la que nos anunció con tristeza el fallecimiento<br />

de la madre de uno de nuestros compañeros de clase.<br />

Aquella mañana habíamos echado de menos a Billy, pero ignorábamos<br />

la razón de su ausencia. El tema de la lección era: ‘Más bienaventurado<br />

es dar que recibir’. En la mitad de la lección, nuestra maestra cerró el<br />

manual y abrió nuestros ojos, nuestros oídos y nuestro corazón a la<br />

gloria de Dios. Nos preguntó: ‘¿Cuánto dinero tenemos en nuestro fondo<br />

de fiestas de la clase?’.<br />

“La depresión económica de aquellos días nos impulsó a responder<br />

con orgullo: ‘Cuatro dólares y setenta y cinco centavos’.<br />

“Entonces, tan dulcemente como de costumbre, nos sugirió: ‘La familia<br />

de Billy se halla acongojada y en apuros económicos. ¿Qué les<br />

parece la idea de ir esta mañana a visitarlos y llevarles el dinero de<br />

nuestro fondo?’.<br />

“Siempre recordaré el grupito aquel que recorrió las tres cuadras que<br />

distaban de la casa de Billy, que entró en ésta y saludó a su compañero,<br />

al hermano de éste, las hermanas y al padre. La ausencia de la madre<br />

era notoria. Siempre atesoraré el recuerdo de las lágrimas que brillaron<br />

en los ojos de todos los presentes cuando el sobre blanco que contenía<br />

nuestro precioso fondo para fiestas pasó de la <strong>del</strong>icada mano de nuestra<br />

maestra a la necesitada mano de aquel padre. Entonces emprendimos<br />

el camino de regreso a la capilla con el corazón más liviano de lo<br />

que jamás había estado; nuestro gozo era más completo, nuestro entendimiento<br />

más profundo. Una maestra inspirada por Dios había enseñado<br />

a los niños de su clase una lección eterna de verdad divina. ‘Más<br />

bienaventurado es dar que recibir’” (véase “Sólo un maestro”, Liahona,<br />

octubre de 1973, pág. 6).<br />

La enseñanza en el mundo<br />

Todo miembro de la Iglesia es un misionero que tiene la responsabilidad<br />

de enseñar el Evangelio, tanto por medio de sus palabras como de sus<br />

obras, a cada persona con quien entre en contacto. Cuando nos bautizamos<br />

hicimos el convenio de “ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas<br />

las cosas y en todo lugar en que estuvi[ésemos], aun hasta la muerte”<br />

(Mosíah 18:9). Cuando enseñamos a nuestros amigos y vecinos, debemos<br />

hacerlo con mansedumbre y humildad (véase D. y C. 38:40–41).<br />

Se nos ha dado la gran responsabilidad de enseñar, no solamente a<br />

nuestros hijos o a los miembros de la Iglesia, sino a cada persona con<br />

quien nos relacionemos.<br />

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