El telón de terciopelo - Grand Guignol Ediciones
El telón de terciopelo - Grand Guignol Ediciones
El telón de terciopelo - Grand Guignol Ediciones
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
J OSÉ I GNACIO DE A RANA<br />
York sin inquirir lo que se cocía en uno <strong>de</strong> los lugares que, pese a todo,<br />
contaba con una <strong>de</strong> las más ricas tradiciones cristianas <strong>de</strong> la historia.<br />
La uniformidad, la estandarización se <strong>de</strong>cía ahora con la jerga angloparlante<br />
que dominaba los discursos <strong>de</strong> la Iglesia, en el culto y en todas<br />
las manifestaciones externas <strong>de</strong> la religiosidad, era una norma fundamental<br />
para mostrar unidad frente a otro credo, el musulmán, que<br />
se asomaba materialmente a pocos metros <strong>de</strong> la cristiandad. Y al parecer,<br />
en aquella excéntrica Galicia española no se respetaba esa norma,<br />
por lo menos entre algunos <strong>de</strong> los cristianos <strong>de</strong> a pie e incluso <strong>de</strong> los<br />
prelados que más estaban obligados a cumplirla y a hacerla cumplir.<br />
<strong>El</strong> núcleo principal <strong>de</strong> la anomalía, según supo a través <strong>de</strong> varios informadores,<br />
radicaba en la diócesis <strong>de</strong> Orense, una se<strong>de</strong> episcopal <strong>de</strong><br />
segunda categoría ocupada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía muchos años por un obispo<br />
que, si llegó relativamente joven a la dignidad, se iba haciendo mayor<br />
sin posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> alcanzar ninguna promoción en el rígido estamento<br />
eclesiástico don<strong>de</strong> cada ascenso era visado por un ingente número<br />
<strong>de</strong> clérigos <strong>de</strong> <strong>de</strong>spacho en la curia vaticana antes <strong>de</strong> ser propuesto<br />
al dicasterio correspondiente y por éste al Papa. Aquel obispo,<br />
<strong>de</strong>clarado en las fuentes <strong>de</strong> don<strong>de</strong> mana el po<strong>de</strong>r como “a extinguir en<br />
su se<strong>de</strong>”, se llamaba Carlos Sonseca.<br />
<strong>El</strong> anuncio <strong>de</strong> la visita <strong>de</strong>l legado pontificio se le hizo al obispo con<br />
apenas cuarenta y ocho horas <strong>de</strong> antelación, las justas para que monseñor<br />
Tzor se trasladase inopinadamente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Bur<strong>de</strong>os don<strong>de</strong> estaba<br />
previsto el fin <strong>de</strong> su periplo europeo. Era como si se hubiese querido<br />
pillar a Sonseca en algún renuncio, encontrarlo entregado a alguna<br />
práctica heterodoxa y sin tiempo para enmendar su postura ante el<br />
egregio visitante. Sin duda los urdidores <strong>de</strong>l brusco encuentro entre<br />
los dos hombres tenían peor información que intenciones.<br />
Carlos Sonseca, un cincuentón que conservaba todo el pelo negro<br />
sin más que unas pocas canas entreverando tenuemente las sienes y<br />
una mirada aún más joven, viva, penetrante y con un levísimo <strong>de</strong>je interrogador<br />
que no se preocupaba en absoluto por disimular, esperaba<br />
<strong>de</strong> pie, con el escueto cortejo <strong>de</strong> los tres únicos canónigos que quedaban<br />
<strong>de</strong>l cabildo, revestido con los ornamentos <strong>de</strong> su grado, a los pies<br />
<strong>de</strong> la breve escalinata <strong>de</strong> acceso a la puerta meridional <strong>de</strong> la catedral <strong>de</strong><br />
[18]