El telón de terciopelo - Grand Guignol Ediciones
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J OSÉ I GNACIO DE A RANA<br />
—Por mí pue<strong>de</strong> poner más música si lo <strong>de</strong>sea; un buen fondo musical,<br />
si no distrae, es la mejor compañía <strong>de</strong> una charla entre amigos; en<br />
realidad, la única compañía <strong>de</strong>seable, ¿verdad, Sonseca? ¿Tiene algo <strong>de</strong><br />
Hän<strong>de</strong>l?<br />
—Por supuesto, ¿Le parece bien <strong>El</strong> Mesías?<br />
—Maravilloso.<br />
Las siguientes horas transcurrieron para aquellos dos hombres en<br />
una profunda conversación <strong>de</strong> la que, por el momento, nada trascendió<br />
fuera <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spacho y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, muy poco alcanzaría<br />
a conocer el padre Francis Rowing cuando, ya noche cerrada y<br />
hecho un manojo <strong>de</strong> nervios, con el estómago revuelto por aquella<br />
maldita comida española y la cabeza un poco vacilante por el no menos<br />
maldito vino, vio que se abría la puerta floreada y aparecían en su<br />
umbral Attile Tzor y Carlos Sonseca. Sus rostros eran serios pero ambos<br />
mostraban un hálito <strong>de</strong> serenidad; <strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro salían, apagadísimos,<br />
los acor<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l Omnis gentes <strong>de</strong> Gabrieli.<br />
La <strong>de</strong>spedida fue rápida, casi apresurada por el horario, sin más que<br />
un nuevo apretón <strong>de</strong> manos en silencio. <strong>El</strong> chofer encarriló <strong>de</strong> nuevo<br />
el vehículo por las endiabladas callejas camino <strong>de</strong>l puente que cruza el<br />
Miño.<br />
Unos nudillos golpearon con suavidad la puerta <strong>de</strong> la habitación <strong>de</strong>l<br />
car<strong>de</strong>nal Carlos Sonseca. Al no recibir respuesta, la llamada se repitió<br />
con un poco más <strong>de</strong> energía.<br />
—Eminencia, la ceremonia comenzará en cuarenta y cinco minutos<br />
—dijo una voz <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el pasillo al que daban los cuartos <strong>de</strong> los car<strong>de</strong>nales.<br />
Abrió los párpados que entre el sueño y la evocación <strong>de</strong> los recuerdos<br />
se le habían hecho cerrar a su pesar. La luz que entraba a borbotones<br />
por la ventana le hizo daño a los ojos que se habían acostumbrado a la<br />
oscuridad y tuvo que guiñarlos a medias hasta que se le acomodó la vista.<br />
Se llevó a los labios la taza pero la retiró nada más notar el contacto<br />
frío <strong>de</strong>l café; aún tenía tiempo <strong>de</strong> pedir por el teléfono que subieran<br />
otro en condiciones que le ayudara a <strong>de</strong>spejarse <strong>de</strong>l todo. Cuando<br />
tomó esta segunda taza ya estaba <strong>de</strong> nuevo con la sotana ribeteada <strong>de</strong><br />
rojo púrpura, el mismo color que su botonadura y la faja que se ciñó a<br />
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