El telón de terciopelo - Grand Guignol Ediciones
El telón de terciopelo - Grand Guignol Ediciones
El telón de terciopelo - Grand Guignol Ediciones
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
J OSÉ I GNACIO DE A RANA<br />
cambio, como mucho, <strong>de</strong> promocionar la filantropía, un concepto<br />
ambiguo y <strong>de</strong>sacralizado con el que los filósofos ilustrados <strong>de</strong>l siglo<br />
XVIII pretendieron sustituir el <strong>de</strong>l amor <strong>de</strong> Dios encarnado en los<br />
hombres. A Dios se le nombró el Gran Arquitecto <strong>de</strong>l Universo y se le<br />
relegó, cuando más, al honorífico puesto <strong>de</strong> espectador <strong>de</strong>sentendido<br />
<strong>de</strong>l acontecer humano. ¿Qué más da buscar a Dios si Él no nos busca<br />
a nosotros, si sólo se complace en mirarse, valga la necia vulgaridad, su<br />
propio ombligo? Así hemos culminado en don<strong>de</strong> estamos, Sonseca.<br />
Usted es consciente tanto como yo <strong>de</strong> que esto es así.<br />
»¿Queda un resquicio para la esperanza? Sí, afortunadamente sí. Y<br />
está en el milenario y misterioso Finisterre; está en usted y en su labor<br />
<strong>de</strong> caballero andante con sus compañeros <strong>de</strong> la gran aventura. ¿No lo<br />
compren<strong>de</strong>? ¿No ve a dón<strong>de</strong> quiero llegar?<br />
—Discúlpeme Su Santidad, pero no acierto…<br />
—Carlos, Carlos, no me cierre su fina sensibilidad que conozco tan<br />
bien. ¡No sea usted tan gallego, hombre! —el papa sonrió como pidiendo<br />
perdón por este <strong>de</strong>sahogo verbal que comprendía fuera <strong>de</strong>l<br />
tono en que transcurría la conversación.<br />
<strong>El</strong> car<strong>de</strong>nal Sonseca no se tomó aquellas palabras a mal sino como<br />
un reproche quizá merecido a las dudas que le iban ocupando el pensamiento.<br />
Por eso <strong>de</strong>volvió la sonrisa y sacudió la cabeza como para<br />
<strong>de</strong>sentumecer la atención.<br />
—La historia <strong>de</strong> la Iglesia —siguió hablando Pío— también nos<br />
enseña otras cosas. En algunos momentos cruciales, cuando la legitimidad<br />
<strong>de</strong> su máximo rector se ha puesto en entredicho, han surgido<br />
cismas. No todos han sido malos ni han <strong>de</strong>struido la verda<strong>de</strong>ra fe; algunos<br />
sólo han discutido la auténtica autoridad <strong>de</strong> su jerarquía suprema<br />
y mientras ésta se volvía a restaurar en unas manos virtuosas, en un<br />
sujeto valedor <strong>de</strong> las verda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la fe, los cismáticos fueron quienes la<br />
salvaguardaron. Le voy a poner un ejemplo que compren<strong>de</strong>rá muy<br />
bien. Tras el regreso <strong>de</strong> los papas a Roma <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el <strong>de</strong>stierro <strong>de</strong> Avignon<br />
en el siglo XIV, la elección anticanónica, por estar mediatizada por presiones<br />
políticas, <strong>de</strong> Urbano VI dio lugar a una grave crisis conocida<br />
como el Cisma <strong>de</strong> Occi<strong>de</strong>nte. Varios car<strong>de</strong>nales eligieron en un nuevo<br />
cónclave a Clemente VII al que luego sucedió su paisano Pedro <strong>de</strong><br />
Luna que tomó el nombre <strong>de</strong> Benedicto XIII. Las cosas aún empeora-<br />
[48]